Melancolías existenciales o el monólogo con la nada - Maryse Renaud

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Melancolías existenciales o el monólogo con la nada Análisis de Venturas y desventuras de Sor Alicate de la Habana a Montecristi de Alfredo Balmaseda MARYSE RENAUD (Université de Poitiers) La maldita circunstancia del agua por todas partes... Virgilio Piñera La isla en peso Venturas y desventuras de Sor Alicate de La Habana a Montecristi participa indudablemente del cuento. De este género transitado, como bien se sabe, por no pocos escritores hispanoamericanos, toma prestados más de un rasgo. El relato, escrito en primera persona por un narrador cuyo estatuto se irá precisando paulatinamente —¿mero testigo o protagonista? —, se nutre en efecto de una experiencia singular, subjetiva, abierta al mundo móvil de los afectos, las sensaciones, _______________________________________________________ ITINERARIOS Documental - ANEXOS http://www.itinerariosdocumentalanexos.blogspot.com/ 1

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Melancolías existenciales o el monólogo con la nada

Análisis de

Venturas y desventuras de Sor Alicate de la Habana a Montecristi

de Alfredo Balmaseda

MARYSE RENAUD (Université de Poitiers)

La maldita circunstancia del agua por todas partes...

Virgilio Piñera

La isla en peso

Venturas y desventuras de Sor Alicate de La Habana a Montecristi participa

indudablemente del cuento. De este género transitado, como bien se sabe, por no pocos

escritores hispanoamericanos, toma prestados más de un rasgo. El relato, escrito en primera

persona por un narrador cuyo estatuto se irá precisando paulatinamente —¿mero testigo o

protagonista?—, se nutre en efecto de una experiencia singular, subjetiva, abierta al mundo

móvil de los afectos, las sensaciones, percepciones e intuiciones, otorgando un papel

particularmente relevante a lo visual y lo auditivo. Las referencias a la vista y el oído

puntúan de modo regular el texto hasta llegar a ser un verdadero leitmotiv que reimpulsa

eficazmente los recuerdos del narrador-protagonista, asignándoles incluso un tinte

obsesivo. («Si vuelvo atrás, la veo, a Isabel, la veo», o « Si vuelvo atrás, la veo», o más

adelante «Con atención la escucho cuando con voz apagada [...] me habla...», o «A medias

la escucho (a la madre de Isabel)», fórmula que se repite dos veces). Pero ante todo es la

tensión única que anima el relato la que corrobora su condición de cuento. Venturas y

desventuras de Sor Alicate de La Habana a Montecristi se interroga insistentemente, en _______________________________________________________ITINERARIOS Documental - ANEXOShttp://www.itinerariosdocumentalanexos.blogspot.com/

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efecto, a través de reiteradas analepsis de función aclaratoria, sobre las razones de la

«pérdida de brújula», del «accidente náutico» que llevó al «naufragio» a la joven Isabel,

conocida en adelante como Sor Alicate, sobre su exilio, renuncia al sexo y extraña vocación

religiosa1.

Nada de vanguardista, de beligerante, tiene la estética de Alfredo Balmaseda, quien

no pretende revolucionar el género, aunque sí consigue imprimir a su cuento, como lo

veremos, un sesgo original. Si de filiación hemos de hablar, la más llamativa sería a

primera vista la del Virgilio Piñera2 del teatro y los cuentos, cuyo juego con lo perceptivo,

lo sensorial, cuyo espíritu mordaz alientan en Venturas y desventuras de Sor Alicate de La

Habana a Montecristi. Si no puede dudarse del apego a la tradición cuentística cubana

manifestado por este texto, éste no deja, sin embargo, de presentar ciertas afinidades, y

hasta una verdadera connivencia con el espíritu abarcador de otro género: la novela.

Alfredo Balmaseda, cubano radicado en Francia desde hace más de diez años, nunca pierde

de vista, en efecto, la actual producción cultural de su tierra. Más específicamente, es la

novela cubana contemporánea, posmoderna, si se quiere, de fachada policial pero

intenciones manifiestamente críticas —pensemos por ejemplo en el Leonardo Padura3 de

Pasado perfecto o de Máscaras—, la que, a nuestro juicio, se encuentra como canibalizada

por Venturas y desventuras de Sor Alicate de La Habana a Montecristi, sin aspavientos ni

consideraciones teóricas, conforme al temperamento discreto del autor. Algunos de los

personajes de Padura —específicamente el detective—, y de sus procedimientos —el

manejo del suspense—, emigrarán de modo paródico, como lo podremos apreciar, al cuento

de Alfredo Balmaseda. Señalemos de paso que, no por casualidad, ha optado éste último

1 Alfredo Balmaseda, Venturas y desventuras de Sor Alicate de La Habana a Montecristi, en República Dominicana ¿tierra incógnita?, Centre de Recherches Latino-Américaines/Archivos, Université de Poitiers - CNRS, 2005, página 175.2 Virgilio Piñera es autor de, entre otras, las siguientes obras de teatro: Electra Garrigó (1941), La boda (1957), Aire frío (1954) y Dos viejos pánicos (1968). También escribió cuentos, entre los cuales conviene destacar: Cosas de cojos (1956), Cómo viví cómo morí (1956), Frío en caliente (1959).3 Véase la sugestiva estrategia narrativa de Leonardo Padura, escritor habanero nacido en 1955, ganador de varios premios internacionales —el Café Gijón de Novela 1995 y el Premio Hammett 1997-98—, empeñado en desenmascarar, en novelas falsamente policíacas, y pese a la censura, los males ocultos de que adolece de tiempo atrás la sociedad nacional. _______________________________________________________ITINERARIOS Documental - ANEXOShttp://www.itinerariosdocumentalanexos.blogspot.com/

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por permanecer fuera de Cuba4. Ha obtenido la nacionalidad francesa y su mirada, teñida de

una lucidez corrosiva es amiga de transgresiones y cuestionamiento de las normas.

Pronto se advierte en el cuento, sólo en apariencia limitado al «desastre» personal de

la joven Isabel (tragedia, melodrama, farsa; nos tocará aquilatarlo más adelante), la

dimensión colectiva, por no decir las raíces históricas de este asunto a primera vista

privado. Más allá del desmoronamiento íntimo, son otras las realidades a las cuales

pretende hacernos acceder el relato. Desde el mismo título afloran las ambiciones de este

cuento de modestia engañosa, que lo mismo que la actual novela policíaca cubana arroja

una impiadosa luz sobre su propio mundo. «De La Habana a Montecristi», precisa

intencionadamente el título binario, anclando de entrada la ficción en un espacio

determinado —el caribeño—, y en un tiempo supuestamente heroico y fraternal —el de la

segunda guerra de Independencia de 1895, de la solidaridad entre Cuba y la vecina

República Dominicana, del famoso Manifiesto de Montecristi5 firmado por Martí y

Máximo Gómez. Pronto descubrirá el lector, sin embargo, que del pasado no se trata.

Pronto también quedará mellada esta visión supuestamente ideal por la mención de los

altibajos del personaje femenino —de «venturas y desventuras» se trata—, por la

carnavalización ya perceptible en el truculento apodo «Sor Alicate», enigmática e

irrespetuosa amalgama de lo sagrado con lo profano, de los valores espirituales con una

prosaica realidad instrumental, y más aún por la brutal e incomprensible alusión a un

escandaloso y disoluto carnaval de Montecristi.

Cuanto más progresa el relato, más se afirman sus intenciones desacralizadoras.

Valiéndose del vigor desmitificador tan propio de la actual narrativa cubana, el relato de

Alfredo Balmaseda destapa con gran sentido del humor los entretelones de un mundo

basado, de tiempo atrás, en las apariencias, la mentira y la indiferencia. De un mundo

grotesco en que el adoctrinamiento oficial y el fervor mecánico del cuerpo docente no 4 Alfredo Balmaseda, nacido en Cuba en 1951, reside actualmente en París. Enseñó durante tres años en la Universidad de Poitiers. Dramaturgo y crítico, trabajó durante muchos años en la radio y la televisión cubanas, como guionista y realizador de programas diarios y semanales dedicados al teatro y la cultura artística en general. 5 El Manifiesto de Montecristi, firmado por José Martí y Máximo Gómez, es un documento oficial del Partido Revolucionario Cubano en el que se exponen las ideas fundamentales de Martí y los principios según los cuales habrá de organizarse la Guerra Necesaria, o sea, la guerra de independencia cubana de 1895. Fue redactado y firmado en la localidad de Montecristi, en República Dominicana, el 25 de marzo de 1895. En este documento se especifica que la lucha del pueblo cubano es contra el régimen colonial impuesto a la isla durante más de tres siglos, y no contra el pueblo español. ._______________________________________________________ITINERARIOS Documental - ANEXOShttp://www.itinerariosdocumentalanexos.blogspot.com/

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consigue suscitar sino indiferencia e ignorancia entre los adolescentes. De un mundo

paradójico —laico y hasta abiertamente anticlerical—, incoherentemente basado, sin

embargo, en tediosas y anacrónicas técnicas de memorización más bien propias de la

enseñanza religiosa, que esterilizan toda curiosidad de parte de los estudiantes. De un

mundo engañoso en que la exaltación del espacio caribeño y la tan cacareada

complementariedad de sus componentes se vuelven retórica, cursilerías líricas que

redundan, de hecho, en el único provecho y ensalzamiento de Cuba, de indiscutible

liderazgo regional. Véase el sugestivo pasaje en que se evocan las improductivas clases de

Historia de Cuba y la inconsciente crueldad e insensibilidad de adolescentes totalmente

cerrados al Otro:

La Foca dictaba la doctrina, el catecismo que luego aprenderíamos de memoria, ¡y a no

olvidar que Montecristi estaba en la República Dominicana! Sí, lo recordaríamos, pero

¿dónde estaba exactamente esa República Dominicana? Parecía que no lejos. Poco

importaba. Ya era para nosotros suficiente saber, más o menos, dónde estaba

Puerto Rico, otra isla que no existía más allá del llevado y traído versito de la Rodríguez

de Tío: «Cuba y Puerto Rico son de un pájaro las dos alas…».. Y las risas y la furia de la

mujer que no tuvo ni el tiempo de presentarse antes de que comenzáramos a burlarnos de

ella, a ignorarla, a aparentar que le concedíamos existencia durante la media hora de

clase para, más tarde, condenarla al olvido, a la nada6.

Más allá de la divertida crónica de la vida escolar esbozada en este pasaje, la falta de

diálogo no tarda en presentarse como el verdadero mal de que adolece la sociedad descrita

en este cuento. Llama la atención el ansia del narrador por volver a aquellos idealizados

tiempos de «fabulaciones y quimeras», desde una actualidad degradada de «certidumbres y

frustraciones», por restablecer con Isabel, más allá de su ausencia y quizás de su muerte,

una forma de contacto, un conato de comunicación. Tal habrá de ser la función de la

memoria, de la escritura, instrumento de un rescate nostálgico o, mejor dicho, de la

recreación imaginaria, fantasmática, voluntariosa, desesperada, de un diálogo interrumpido

que nunca pudo darse, sin embargo, ni siquiera en el pasado, de modo satisfactorio. La

estructuración contrapuntística del texto resulta a este respecto sumamente ilustrativa. En él

alternan escenas presentes —de la edad adulta—, signadas por una confusa sensación de

6 Alfredo Balmaseda, op. cit., págs. 175-176.

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desperdicio, soledad, remordimiento, resignación, con escenas pasadas —de la

adolescencia—, marcadas por un malestar reptante, anhelos ambiguos y una comunicación

fragmentaria ya minada por la desconfianza. Pero significativamente, que se refiera el

cuento al pasado o al presente del narrador, es para evidenciar la imposibilidad del diálogo,

hecha visible por una sugestiva puntuación. En ciertos pasajes claves, en efecto, el afán de

diálogo se estrella literalmente contra un compacto muro de interrogaciones o el uso

reiterado de puntos suspensivos creadores de efectos irónicos. Interrogaciones y puntos

suspensivos señalan a todas luces los límites de la empresa del narrador cuyas preguntas

angustiadas o amargadas permanecerán hasta el final sin respuesta.

El lector termina por entender que es, de hecho, el monólogo la forma privilegiada de

expresión, quizás la única, que rige realmente la sociedad aquí aludida. Desde las aulas del

Instituto, donde habla como en el desierto la maestra ridiculizada, viene fijada consciente o

inconscientemente la norma: escuchar, someterse reproduciendo el modelo, o encerrarse en

el monólogo. De ahí las recurrentes alusiones a las siempre truncas, superficiales y

malogradas conversaciones entre el narrador e Isabel, rebajadas a «indescifrable[s]

monólogo[s]7». (pág. 176). De ahí también, al final del texto, la alusión a esos absurdos

monólogos que resultan ser, de hecho, las supuestas confidencias o confesiones que hace la

madre de Isabel a un narrador cuyo increíble estatuto de sacerdote estalla como una bomba,

a último momento, evidenciando el excelente manejo del suspense desplegado en toda la

ficción. De un suspense cuya función supera con creces, como lo veremos más adelante, el

mero gusto por las peripecias y lo espectacular:

¿Fabulará, mentirá ahora su madre?, ¿desvariará esa anciana de la que los niños se burlan

cuando atraviesa la calle rezando o amenazándolos con el infierno [...]Viene a verme y

me habla de Isabel. Diálogo imposible. Habla y no escucha, habla y no responde a una

sola de mis preguntas, como siempre, como desde el día en que se me acercó por primera

vez y me dijo que me recordaba con diez y ocho años, como Isabel en aquella época, en

el Instituto, que sabía que yo había sido su amigo, quizás el único. [...] Viene a verme y

me habla de Isabel, en Montecristi. Hace poco le mandó su hija la receta del pudín de

monja, muy dominicano —dice mientras se arregla las flores en el pelo ceniciento.

Gráciles marpacíficos rojos, flores de locas8.

7 Ibid. , pág.176.8 Ibid., pág. 178._______________________________________________________ITINERARIOS Documental - ANEXOShttp://www.itinerariosdocumentalanexos.blogspot.com/

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Otra modalidad de expresión directamente engendrada por el monólogo, suscitada

precisamente por el silencio irritante y el misterio que acompañan a éste, se encuentra, sin

embargo, en el texto: el rumor público. Producido por la curiosidad, el tedio, la

malevolencia, la envidia, o la mera irresponsabilidad, el rumor público da lugar a una

divertidísima crónica de la mentalidad de cierta juventud intelectual literalmente

obsesionada por el sexo, hueca, y sumamente chismosa (mentalidad que el lector avezado,

dicho sea de paso, habrá reconocido como característica del Caribe). Son particularmente

truculentos los juegos de palabras y la rica sinonimia que designa al miembro viril que,

según sus acusadores, tanto gusta de rozar, toquetear, manosear o agarrar, cual alicate

justamente, la transgresora Isabel. Del clásico «rabo» pasa el lector a la vigorosa y brutal

«tranca», luego a la sesgada, casi poética y melodiosa «portañuela de los varones», y

finalmente al jocoso «tolete de los machitos», objetos todos de la supuesta voracidad sexual

de la protagonista. Si esta furia erótica es abordada con humor y campechanía, el lector no

deja, sin embargo, de comprender que la libertad sexual de la adolescente constituye, para

la opinión pública, una inaceptable transgresión. Y si en otra ocasión se alude a la

legendaria sensualidad y el desenfreno de los cubanos —ases del «meneo», la rumba o el

merengue—, también se desmitifican sus hazañas eróticas mostrando su carácter

estereotipado, carnavalesco, y su utilización mercantil por un mercado europeo ávido de

sensaciones exóticas.

Como quiera que sea, los jocosos juegos verbales con el sexo no consiguen hacernos

olvidar la nocividad del rumor público y sus peligrosas derivas, entre las cuales está la

delación, lacra de una sociedad basada en una palabra cautiva. Éste es el caso aquí, siendo

el delator no el deslenguado, bretero y «jodedor» Rafael sobre quien parecían recaer

inicialmente todas las sospechas, sino el mismo narrador. Es ésta una demoledora

revelación que desautoriza la generalmente respetada función de narrador, aquí

explícitamente asociada, además, a una teórica búsqueda de la verdad. Lo mismo que el

detective en ciertas novelas policíacas puede resultar un personaje dudoso, el narrador se

nos presenta aquí como un verdadero delincuente moral, cuyo delito no provoca, sin

embargo, ningún rechazo social. Antes bien, la traición es todo un valor.

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«A mí no»: estas tres palabras insólitas repetidas con machacona y melancólica

regularidad por el narrador, y completadas al final del texto por una aclaradora confesión y

una petición de perdón («Y estés donde estés, me perdonarás por esas tres palabras escritas

por mí junto a tu nombre en un insignificante papelito; escritas con rencor, por venganza,

porque a mí no, Isabel, a mí, no»), vienen a entregarnos la clave del enigma planteado

frontalmente, en forma interrogativa, en las primeras líneas. El cuento se cierra, pues,

perfectamente, culminando en un vertiginoso descubrimiento de la ruindad humana,

propiciada, estimulada, casi engendrada por el sistema. El desmoronamiento íntimo de

Isabel, su fuga, su supuesta vocación religiosa, su muerte quizás, se originan en la

frustración sexual y el despecho de un joven admirador desairado: el narrador, quien fue su

antiguo compañero de clase. Toda intempestiva afirmación de libertad, toda imprudencia

reviste en la sociedad cubana tintes transgresivos. Tanto la transgresión sexual, como la

religiosa e ideológica son objeto de exclusión social. Isabel, «gusana e inmoral», a ojos de

la colectividad, terminará efectivamente botada del Instituto por haberse hecho culpable de

un triple atropello al orden establecido: a su impúdico amor por los varones —creación en

gran parte del rumor público y del poco fiable discurso de un narrador amargado, no lo

olvidemos—, se agregarán su fiel apego a «la iglesia del Ángel», la evocada en la Cecilia

Valdés de Cirilo Villaverde —apego que es, de alguna manera, una forma de respeto de la

tradición popular, algo así como una herencia cultural—, y una fuerte «castroenteritis», que

precipitará su caída.

Eficazmente estructurado, el cuento Venturas y desventuras de Sor Alicate de La

Habana a Montecristi parece querer afrontar todos los retos de la actual narrativa cubana

de intenciones críticas. Ya era notable su forma de insinuar la dimensión político-

ideológica de una traición individual de apariencias, a primera vista, estrictamente

sentimentales. Siguiendo por esa línea, con un vigor anafórico de efectos desacralizadores,

apelando al humor, la parodia intertextual y por momentos a un melancólico lirismo, el

texto de Alfredo Balmaseda se eleva cada vez más netamente por encima de lo meramente

psicológico. La intencionalidad del texto se precisa. El narrador-protagonista se asoma a las

lacras de una sociedad cubana víctima, según él, desde los primeros días de la revolución

castrista, de las utopías peligrosas de sus ideólogos. La sombra esperpéntica de un Lenin

convertido en «momia» y exhibido como «mono de feria en una arrebolada plaza», así

como la de Ernesto Che Guevara, el «asmático y alucinado aventurero del gatillo fácil»,

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hecho explícitamente responsable del proceso de epuración inmediato al triunfo de la

Revolución, planea sobre la isla enclaustrada, frustrada, vuelta innoble por su misma

sumisión. Isla ideal, como su hermana borinqueña, sólo en los melodramáticos y patrióticos

versos de ciertos poetas antillanos decimonónicos, fervorosos partidarios de la

Independencia americana, como la celebérrima puertorriqueña Lola Rodríguez de Tío9, o en

el discurso nacional oficial, Cuba únicamente comparte hoy, de hecho, con las islas vecinas

del Caribe precariedad y desgracia. Lejos del vano internacionalismo enarbolado por el

poder oficial, es la «[h]ermandad en el afán de yoleros y balseros», es el común deseo de

escapar lo que el narrador destaca en su monólogo al evocar el cruel destino de tantos

haitianos, o la cruenta, infrahumana y por momentos burlesca travesía de náufragos

dominicanos, tan parecidos a sus compatriotas cubanos:

Ayer supe que un grupo de náufragos dominicanos sobrevivió doce días, en una barca a

la deriva. Una barca precaria, una yola, le llaman, como nuestras balsas. Querían llegar a

Puerto Rico, ala de pájaro, otra isla, para ellos tierra cercana y prometida. Cuentan que

murieron algunos pasajeros y los hombres exigieron a las mujeres —también las que no

habían parido— que les dieran la leche de sus pechos, que una mujer que los amamantó

murió de una hemorragia, que algunos náufragos comieron carne humana y mordieron a

otros para beber su sangre. Carne humana y leche materna...Todo eso lo supe ayer10.

Estos amargos comentarios del narrador, contrariamente a lo que podría pensarse,

nada tienen de enfebrecidas elucubraciones personales, sino que se hacen el eco de

fidedignas fuentes de información que permiten anclar el texto en la realidad económica y

social de los años 200011. La situación de las islas resulta desesperante y el exilio se vuelve

una constante tentación. Tentación de huida hacia la tierra firme, preferentemente, como lo

afirma provocativamente el narrador, recordando sus breves discusiones juveniles con

9 Lola Rodríguez de Tío (1843-1924). Nacida en Las Lomas de San Germán, Puerto Rico. Una de las figuras femeninas más relevantes del contexto antillano del siglo XIX. Feminista, exaltada partidaria de la independencia americana, luchó encarnizadamente por la liberación de su patria, por lo que tuvo que exiliarse con su familia en reiteradas ocasiones. Vivió en Venezuela y República Dominicana. Durante su breve estancia en Nueva York, entró en contacto con los emigrados cubanos y puertorriqueños y se adscribió al Partido Revolucionario Cubano, fundado por José Martí en 1892. A Lola Rodríguez de Tío corresponde la letra de La Borinqueña, himno nacional de Puerto Rico. Sus poemarios gozaron de una enorme popularidad, tanto en Puerto Rico como fuera de las fronteras nacionales. Sus versos forman parte del patrimonio cultural puertorriqueño y permanecen muy vivos en la memoria colectiva. 10 Alfredo Balmaseda, op. cit., pág. 177.11 Estas informaciones proceden de noticias publicadas en la prensa caribeña en el año 2004._______________________________________________________ITINERARIOS Documental - ANEXOShttp://www.itinerariosdocumentalanexos.blogspot.com/

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Isabel: «Caribeños... daba risa. Latinoamericanos, sí, pero caribeños12...» La visión

inicialmente subjetiva del cuento, frívolo y hasta pícaro—algo del famoso «choteo13»

cubano aflora en él— gana densidad, cobrando la gravedad y pujanza de una auténtica

sátira sociopolítica, que irá adquiriendo paulatinamente un tinte existencial. Porque la isla

es algo más que un espacio concreto. Símbolo de clausura e infortunio, de frustración, aquí

como en no pocos textos cubanos, termina tragándose al hombre como lo hiciera la selva, el

infierno verde, en la narrativa continental de los años veinte. El persistente mito

renacentista del «lugar ameno» se desmorona. Tampoco parece convincente a ojos del

narrador el posmoderno metadiscurso crítico de un Benítez Rojo14, por ejemplo, analista de

la originalidad y poder de irradiación de la cultura caribeña, cuyos espíritu atraviesa

fugazmente el cuento. Nada de «ínsula» paradisíaca, de «perros que no ladran», de tierra

prometida, de espejismos exóticos, ni de «isla que se repite», proyectándose

impetuosamente en el futuro. «Isla-no-deseada», tal es el perifrástico nombre

impiadosamente asignado a la República Dominicana, que no consiguen hacernos olvidar

las exquisitas, pero sobre todo anacrónicas y burlonas ensoñaciones mitificadoras del

desenlace. Y si encabeza efectivamente el cuento el célebre «Mon île au loin ma Désirade»,

del poeta francés Apolinaire, conviene tener en cuenta la dimensión en gran parte irónica de

semejante epígrafe. En cambio, según el narrador, un traidor arrepentido y en adelante

lúcido testigo del deterioro de su isla, cuyo destino reproduce sugestivamente el de su

víctima Isabel —cura el uno, monja posiblemente la otra—, todos terminamos siendo islas,

soledades irremediables, náufragos en tierra. Condenados como él, como Isabel, como la

madre de esta última, en La Habana, Montecristi, el cielo, o donde sea, a un inexcusable y

desengañado monólogo con la nada, a una suave forma de locura. Así culmina este cuento

ambicioso que se inscribe en la línea de la narrativa del desencanto, antimítica, antiépica, y

cuyo autor —no lo olvidemos— es un cubano de afuera, un exiliado, de temperamento

solitario y mirada humorísticamente transgresiva.

12 Ibid., pág. 176.13 Antonio Benítez Rojo (1931-2005), cuentista cubano, novelista y ensayista. Autor, entre otras cosas, de La isla que se repite (El Caribe y la perspectiva posmoderna), texto publicado en 1989 y considerado por la crítica como un hito en la ensayística hispanoamericana. Autor igualmente de El mar de las lentejas, novela que confirmó su relevancia entre los escritores cubanos aparecidos después de la revolución.14

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