Medición de la diversidad cultural

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ENSAYO DIVERSIDAD CULTURAL UNA PERSPECTIVA UNIVERSAL * Thomas Sowell ** A la luz de una reflexión sobre la manera en que las culturas y civilizaciones avanzan, el autor se propone en el presente artículo examinar en qué radica la importancia de la “diversidad”. Haciendo hincapié en el carácter esencialmente dinámico y vivo de la cultura, Sowell sostiene que toda cultura que ha evolucionado hasta llegar a ocupar un sitial importante en la historia, lo ha hecho siempre nutriéndose y recogiendo elementos de otras culturas. Todavía más, señala que es preciso rescatar la noción de que hay elementos o rasgos culturales que son superiores a otros en cuanto sirven mejor a determinados fines. Con esta afirmación, sin embargo, se está muy lejos de querer afirmar la superioridad per se de una cultura sobre otra, menos aún la mantención en el tiempo de un liderazgo cultural específico. En suma —se argumenta—, la diversidad cultural implica un cuadro dinámico de competencia que no es ni debe ser considera- do como un juego de suma-cero, sino como aquello que permite el progreso del hombre. Lo anterior, concluye el autor, es muy distinto a lo que tienen en mente los actuales abogados de la diversidad, quienes en su nombre persiguen sin más la mantención de diferencias en los más variados ámbitos, y con ello, también, la preservación de segregados enclaves culturales. * Publicado originalmente en The American Enterprise (mayo/junio, 1991), bajo el título “Cultural Diversity: A World View”. Su traducción al castellano y reproducción en esta edición cuentan con la debida autorización. ** Profesor investigador de la Institución Hoover, Universidad de Stanford. Autor de un vasto número de publicaciones, entre las cuales cabe mencionar sus libros Classical Economics Reconsidered , Markets and Minorities y Ethnic America. Sus ensayos “Transacciones económicas” y “Transacciones políticas” fueron tradu- cidos y publicados en los números 29 y 33, respectivamente, de Estudios Públicos.

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ENSAYO

DIVERSIDAD CULTURALUNA PERSPECTIVA UNIVERSAL*

Thomas Sowell**

A la luz de una reflexión sobre la manera en que las culturas ycivilizaciones avanzan, el autor se propone en el presente artículoexaminar en qué radica la importancia de la “diversidad”.Haciendo hincapié en el carácter esencialmente dinámico y vivo de lacultura, Sowell sostiene que toda cultura que ha evolucionado hastallegar a ocupar un sitial importante en la historia, lo ha hecho siemprenutriéndose y recogiendo elementos de otras culturas. Todavía más,señala que es preciso rescatar la noción de que hay elementos orasgos culturales que son superiores a otros en cuanto sirven mejor adeterminados fines. Con esta afirmación, sin embargo, se está muylejos de querer afirmar la superioridad per se de una cultura sobreotra, menos aún la mantención en el tiempo de un liderazgo culturalespecífico. En suma —se argumenta—, la diversidad cultural implicaun cuadro dinámico de competencia que no es ni debe ser considera-do como un juego de suma-cero, sino como aquello que permite elprogreso del hombre.Lo anterior, concluye el autor, es muy distinto a lo que tienen en mentelos actuales abogados de la diversidad, quienes en su nombre persiguensin más la mantención de diferencias en los más variados ámbitos, ycon ello, también, la preservación de segregados enclaves culturales.

* Publicado originalmente en The American Enterprise (mayo/junio, 1991),bajo el título “Cultural Diversity: A World View”. Su traducción al castellano yreproducción en esta edición cuentan con la debida autorización.

** Profesor investigador de la Institución Hoover, Universidad de Stanford.Autor de un vasto número de publicaciones, entre las cuales cabe mencionar suslibros Classical Economics Reconsidered , Markets and Minorities y Ethnic America.Sus ensayos “Transacciones económicas” y “Transacciones políticas” fueron tradu-cidos y publicados en los números 29 y 33, respectivamente, de Estudios Públicos.

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iversidad” ha llegado a ser una de las palabras más usadas ennuestro tiempo y, a la vez, un término que casi nunca se define. La diversi-dad es invocada en discusiones sobre una amplia variedad de cosas, desdelos programas de empleo hasta las reformas de los currículos educacionales;desde la entretención hasta la política. Tampoco es meramente una palabraque describe el consabido hecho de que la población norteamericana estáintegrada por personas que provienen de muchas naciones, razas e historiasculturales. Todo eso era suficientemente conocido antes que la palabra“diversidad” se convirtiera en una parte insistentemente reiterada del voca-bulario norteamericano, en una invocación, un imperativo y, todavía más,en un arma coercitiva a la hora de los conflictos ideológicos.

El propio lema nacional de los Estados Unidos —E Pluribus Unum—da cuenta de la diversidad del pueblo estadounidense. Tal diversidad habíasido celebrada durante generaciones, ya fuese en comedias como Abie’sIrish Rose (la famosa obra teatral protagonizada por un muchacho judío yuna jovencita irlandesa), ya en los discursos patrióticos del 4 de Julio. Sinembargo, es algo muy distinto lo que se percibe en las actuales cruzadas enfavor de la “diversidad”: ciertamente no una celebración patriótica de losEstados Unidos sino, a menudo, una honda crítica contra Norteamérica,cuando no una condena general a la civilización occidental en su conjunto.

Al menos, en lo mínimo, es preciso separar la importancia general dela diversidad cultural —no sólo en los Estados Unidos sino que en todo elorbe— de las agendas más específicas, más estrechas y más ideológicas quehan llegado a asociarse con la palabra estos últimos años. Quisiera plantearla importancia universal de la diversidad cultural a lo largo de siglos dehistoria humana antes de regresar a los temas más puntuales de nuestrotiempo.

La historia de la raza humana, el abandono de las cavernas por elhombre, ha estado marcada por la transferencia de los avances culturales deun grupo a otro y de una civilización a otra. El papel y la imprenta, porejemplo, constituyen en la actualidad partes vitales de la civilización occi-dental, a pesar de haberse originado en China muchos siglos antes de que seabrieran paso hacia Europa. Así ocurrió también con la brújula magnética,que hizo posibles las grandes eras de exploraciones que pusieron en contac-to al hemisferio occidental con el resto de la humanidad. De igual modo, losconceptos matemáticos migraron de una cultura a otra: la trigonometría delantiguo Egipto y el sistema numérico empleado actualmente en todo el orbese originaron entre los habitantes de la India, a pesar de que los europeosllamaron arábigo a este sistema, por haber sido los árabes quienes oficiaron

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de intermediarios en el tránsito de esos números hacia la Europa medieval.Más aún, buena parte de la filosofía de la antigua Grecia llegó a Europaoccidental en traducciones arábigas, que fueron luego retraducidas al latín oa las lenguas vernáculas de los europeos del oeste.

Mucho de aquello que llegó a formar parte de la civilización occi-dental se originó fuera de esa civilización, a menudo en el cercano Oriente oel Asia. El ajedrez provino de India, la pólvora de China y diversos concep-tos matemáticos del mundo islámico, por ejemplo. La conquista de Españapor los moros en el siglo VIII convirtió a ese país en centro de difusiónhacia Europa occidental de los conocimientos más avanzados del mundomediterráneo y oriental en materias como astronomía, medicina, óptica ygeometría. El posterior ascenso de Europa occidental hacia la cumbre de laciencia y la tecnología aconteció sobre esas bases; luego la ciencia y latecnología europea comenzaron a difundirse por el mundo, y no sólo haciaaquellas sociedades que descendían de Europa, como Estados Unidos oAustralia, sino que también hacia culturas no-europeas, entre las cualesJapón constituye tal vez el ejemplo más sorprendente.

El hecho histórico de compartir los avances culturales, hasta queéstos llegaron a integrar el legado común de la especie humana, implicabastante más que una diversidad cultural. Significa que algunos rasgosculturales no sólo eran diferentes de otros sino que mejores. El hechomismo de que pueblos —todos los pueblos, fuesen europeos, africanos,asiáticos u otros— hayan preferido en reiteradas ocasiones abandonar deter-minado rasgo de su cultura a fin de reemplazarlo por alguno de otra culturaimplica que la sustitución servía a sus propósitos con mayor efectividad: losnúmeros arábigos no son simplemente diferentes a los números romanos,sino que son mejores. Prueba de ello es que los números romanos fueronreemplazados por los números arábigos en muchas naciones cuyas culturasderivaban de Roma, así como muchos otros países ajenos a dicho Imperiosustituyeron también sus sistemas numéricos por los números arábigos.

En nuestros días resulta virtualmente inconcebible que las distanciasmedidas por la astronomía o las complejidades de la alta matemática debanser expresadas en números romanos. La mera expresión del año de laindependencia de los Estados Unidos —MDCCLXXVI— requiere dos ve-ces de tantos números romanos como arábigos. Es más, los números roma-nos ofrecen mayores oportunidades de error, dado que el mismo dígitopuede ser sumado, o restado, según su ubicación en la secuencia. Losnúmeros romanos resultan adecuados para enumerar reyes o campeonatosde pelota, pero no pueden igualar la eficiencia de los números arábigos enlas operaciones matemáticas, y esa es, después de todo, la razón por la que

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tenemos números. Las características culturales no son simples distintivosde “identidad”, respecto de los cuales sentimos cierto apego emocional, sinoque existen para satisfacer las necesidades humanas y promover las finali-dades de la vida humana. Cuando esas características son superadas por lasde otras culturas, ellas tienden entonces a ser dejadas de lado o a sobrevivirúnicamente como curiosidades marginales, como sucede con los númerosromanos en nuestros días.

Pero no sólo conceptos, información, productos y tecnologías setransfieren de una cultura a otra. Lo mismo ocurre también con los frutosnaturales de la Tierra. Malasia ocupa el primer lugar mundial en el cultivode gomeros y, sin embargo, ese árbol es oriundo de Brasil. La mayor partedel arroz que se cultiva actualmente en Africa procede de Asia, y su tabacoprovino del hemisferio occidental. Incluso Argentina, un gran país produc-tor de trigo, importó alguna vez el cereal, pues éste no es originario deSudamérica. La diversidad cultural, desde una perspectiva histórica e inter-nacional, no constituye un cuadro estático de disimilitudes sino que es uncuadro dinámico de competencia, en el que lo que sirve más efectivamente alos fines humanos logra sobrevivir y aquello que no es útil tiende a declinaro a perecer.

Los rollos de pergamino preservaron alguna vez valiosos documen-tos, así como el más preciado saber y pensamiento de las culturas europeas omeso-orientales. Pero cuando esas culturas conocieron el papel y la imprentaque se empleaban en China, los libros pudieron hacerse entonces de maneramucho más veloz y económica, con lo cual los pergaminos virtualmente seextinguieron. Los libros impresos en papel no eran simplemente distintos:eran mejores. Es preciso insistir en que algunas características culturales sonmejores que otras, puesto que muchos miembros de la intelligentsia niegan oevaden esta simple realidad. La intelligentsia emplea a menudo términoscomo “percepciones” y “valores” al sostener que todo depende, en realidad,del modo como se mira el asunto.

Tal vez en parte tengan razón en áreas como la música, el arte y laliteratura, pero hay muchos propósitos humanos que son comunes a todaslas culturas. Se desea sobrevivir en lugar de morir, por ejemplo. Cuando loseuropeos comenzaron a aventurarse por el árido interior de Australia, mu-chas veces perecían de sed y de hambre en una tierra en que los aborígenesaustralianos no tenían problemas en encontrar alimento y agua. En eseescenario particular, la cultura aborigen permitía conseguir aquello quetanto los europeos como los aborígenes deseaban lograr: sobrevivir. Unadeterminada cultura puede no ser superior en todo y en cada situación, ymucho menos aún mantener esa superioridad en el transcurso del tiempo, lo

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que no obsta a que características culturales particulares puedan ser clara-mente superiores para algunos fines, y no sólo diferentes.

Pero, en primer lugar, ¿a qué se debe toda esta discusión? Quizásobedezca a que aún vivimos bajo la extensa y siniestra sombra del holocaus-to nazi y, en consecuencia, es comprensible nuestra reticencia a calificarcualquier cosa o a cualquier persona como “superior” e “inferior”. Pero noes preciso hacerlo. Sólo necesitamos reconocer que determinados produc-tos, habilidades, tecnologías, cultivos agrícolas o conceptos intelectualescumplen determinados propósitos mucho mejor que sus alternativas respec-tivas. No es menester colocar a toda una cultura por sobre otra en todas lascosas, y mucho menos aún sostener que esa situación se mantiene a lo largode la historia, pues no es así.

Desde luego, el liderazgo cultural en diversos campos ha cambiadode manos muchas veces. China llevó la delantera a Europa en gran númerode áreas a lo menos durante mil años, y todavía en el siglo XVI ostentaba elnivel de vida más elevado del mundo. Igualmente claro es que China es hoyuna de las naciones más pobres del mundo y que en su empeño por alcanzara Japón y a Occidente en materia de desarrollo tecnológico enfrenta seriasdificultades, sin ninguna esperanza real de poder recuperar en el futuroprevisible su anterior superioridad universal.

Similares auges y caídas de naciones e imperios han jalonado mu-chos tramos de la historia humana; por ejemplo, el surgimiento y la desapa-rición del Imperio Romano, el “siglo de oro” de España y su posteriordescenso —al punto de llegar a ser uno de los países más pobres de laEuropa de hoy—, las centenarias victorias del Imperio Otomano —intelec-tuales y en los campos de batalla en Europa y el Oriente medio— y despuéssu larga declinación, hasta llegar a ser conocido como “el enfermo deEuropa”. Sin embargo, aunque el liderazgo cultural ha cambiado de manosmuchas veces, dicho liderazgo ha sido real en determinadas épocas, y buenaparte de lo logrado en el proceso ha contribuido enormemente al bienestar ya las oportunidades que tenemos en la actualidad. La competencia culturalno es un juego de suma-cero. Es lo que hace progresar a la raza humana.

Si las naciones y las civilizaciones difieren en su efectividad en losdiversos campos del quehacer, así también ocurre con los grupos sociales.En este contexto hay una reticencia especialmente fuerte a aceptar queexisten diferentes grados y tipos de habilidades, así como hay distintosintereses, hábitos y orientaciones entre diversos grupos de personas. Ciertoacadémico manifestaba que en el siglo XIX, por ejemplo, los judíos queemigraron a Estados Unidos tuvieron la fortuna de arribar en el momentopreciso del auge de la industria del vestuario en Nueva York. Si uno se

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limitase solamente a la historia de los judíos en Estados Unidos, bien sepodría afirmar que éstos tan sólo llegaron al lugar preciso en el momentoapropiado. Al adoptar una vez más una perspectiva universal, sin embargo,veremos a los judíos jugando un papel prominente, cuando no predominantey casi siempre próspero, en la industria del vestuario de la España medieval,del Imperio Otomano, del Imperio Ruso, de Argentina, Australia y Brasil.¿Por qué debiera sorprendernos encontrarlos en una posición predominanteen el mismo rubro en Norteamérica?

También otros grupos han destacado en ocupaciones e industriasespecíficas; en verdad, virtualmente todo grupo sobresale en algo. Losalemanes, por ejemplo, han sido prominentes pioneros en la industria depianos. Marcas norteamericanas, como Steinway y Schnabel, para no men-cionar el órgano Wurlitzer, son signos del dilatado predominio de los alema-nes en esa industria que, trasladada a los Estados Unidos, permitió que ellosfueran los primeros en fabricar pianos allí, ya en la época colonial. Losalemanes iniciaron también la industria de pianos en la Rusia de los zares, enAustralia, Francia e Inglaterra. Los inmigrantes chinos, en uno u otro períodode la historia, administraron más de la mitad de las tiendas de abarrotes enKingston (Jamaica) y Ciudad de Panamá, mientras conducían más del cin-cuenta por ciento de todo el comercio detallista en Malasia, Filipinas, Viet-nam y Camboya. Otros grupos han dominado el comercio minorista en otraspartes del mundo: los gujaratis de la India en Africa oriental y Fiji, y loslibaneses en ciertos sectores de Africa occidental, por ejemplo.

Nada ha sido más habitual que el hecho de que determinados grupos—a menudo minorías— dominaran determinadas actividades o industrias.Pocas veces se tiene capacidad suficiente como para mantener a otros fueradel negocio y, menos aún, ciertamente, a la mayoría de la población. Sim-plemente se es mejor en lo que respecta a las capacidades particularesrequeridas en esa actividad o industria. En ocasiones podemos observar porqué. Sabiendo que los italianos han producido vino durante siglos no debie-ra asombrarnos que ellos sobresalgan entre los viñateros de Argentina o delValle de Napa, en California. De modo similar, cuando los alemanes hansido famosos durante siglos por su técnica cervecera, ¿por qué ha de sor-prendernos que como cerveceros en Argentina alcanzasen igual fama a laque tienen los italianos como viñateros? ¿Cómo ha de extrañarnos que laindustria cervecera surgiese en Estados Unidos, precisamente donde seconcentraban los inmigrantes alemanes, en Milwaukee y St. Louis, porejemplo? ¿O que los principales productores norteamericanos de cerveza ennuestros días tengan apellidos alemanes, como Anheuser-Bucsh o Coors,entre muchos otros?

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Así como las naciones o civilizaciones no ejercen el liderazgo cultu-ral en determinado campo en forma permanente, tampoco lo hacen determi-nados grupos étnicos o religiosos. Cuando los judíos fueron expulsados deEspaña en 1492, Europa ya había adoptado las ciencias médicas desarrolla-das en el mundo islámico, de modo que los médicos judíos que buscaronrefugio en el Imperio Otomano fueron muy solicitados por el pueblo musul-mán. A comienzos del siglo XVI el sultán del Imperio Otomano manteníaen su equipo médico de palacio a 42 médicos judíos y a 21 musulmanes.Con el transcurso del tiempo, sin embargo, la fuente de la ventaja judía —suconocimiento de la medicina occidental— comenzó a erosionarse en lamedida en que las generaciones sucesivas de judíos otomanos perdieroncontacto con Occidente y sus posteriores avances. Minorías cristianas en elseno del Imperio Otomano comenzaron a reemplazar a los judíos, no sólo enel terreno médico sino también en el comercio internacional e incluso en elteatro, otrora dominado por los judíos. La diferencia estribaba en que esasminorías cristianas —especialmente griegas y armenias— mantuvieron suslazos con la Europa cristiana y a menudo enviaban a sus hijos a estudiar allí.Ni la raza o la etnicidad en cuanto tal era lo crucial sino la mantención devínculos con el progreso de la civilización occidental. Por contraste, losjudíos otomanos se transformaron en un pueblo en decadencia dentro de unimperio decadente. Muchos, acaso no todos, eran judíos sefardíes proceden-tes de España, que alguna vez habían sido la elite del judaísmo mundial.Pero en el momento de la creación del Estado de Israel en el siglo XX, esosjudíos sefarditas que hace siglos se habían establecido en el mundo islámicoaparecían ahora penosamente a la zaga de los judíos askenazis del mundooccidental, especialmente en ingresos y educación. Para tener una idea de lainversión histórica que hubo en las posiciones relativas de los judíos sefarditasy askenazis, bástenos decir aquí que los judíos sefarditas en la era colonialamericana algunas veces desheredaban a sus hijos por contraer matrimoniocon judías o judíos askenazis.

¿Por qué ciertos grupos, subgrupos, naciones o civilizaciones enterassobresalen en algunos campos en particular más que en otros? Con demasia-da frecuencia la respuesta a esa interrogante debe ser: nadie lo sabe real-mente. Se trata de una pregunta no respondida porque en gran medida esuna pregunta no formulada. Resulta tremendamente arduo tan sólo intentarque se acepte el hecho de que hay profundas diferencias entre los pueblos,no sólo en cuanto a capacidades específicas en un sentido estrecho (cienciade la computación, baloncesto, cervecería) sino que, más a fondo, en cuantoa intereses, orientaciones y valores que determinan cuáles son las habilida-des en particular que se procura desarrollar y con qué grado de éxito.

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Meramente insinuar que esos factores culturales internos juegan un papelsignificativo en diversos resultados económicos, educacionales o socialesequivale a exponerse a acusaciones de “culpar a la víctima”. Es mucho másaceptable culpar a las condiciones sociales reinantes o a las políticasinstitucionales.

Pero si miramos la diversidad cultural desde un punto de vista tantointernacional como histórico, surge una interrogante más fundamental enrelación a si la culpa es el asunto realmente en juego. Qué duda cabe,ningún ser humano debiera ser culpado por el modo en que su culturaevolucionó por siglos antes de su nacimiento. La culpa nada tiene que vercon eso. Otra explicación que ha tenido diversos grados de aceptación endistintas épocas y lugares es la teoría biológica o genética acerca de lasdisimilitudes de los pueblos. Me he opuesto a dicha teoría en muchasoportunidades, pero no entraré aquí en esos extensos argumentos. Unaperspectiva universal de las diferencias culturales a lo largo de los siglossocava también a la teoría genética. Los europeos y los chinos, por ejemplo,son absolutamente diferentes entre sí en términos genéticos. También esevidente que China tuvo una civilización más avanzada que Europa en locientífico, tecnológico y organizacional por cerca de mil años, a lo menos.Sin embargo, en estos últimos siglos Europa ha adelantado a China enmuchos de esos mismos planos. Si esas diferencias culturales se debieran alos genes, ¿cómo podrían estas dos razas haber enrocado posiciones demodo tan radical de una época histórica a otra?

Todas estas explicaciones sobre las diferencias entre grupos puedenser desglosadas, para efectos de análisis, en herencia y entorno. Sin embar-go, una visión global de la historia de la diversidad cultural parece negar, almenos en la superficie, ambos factores. Una de las razones de ello es quehemos pensado el entorno de un modo demasiado estrecho, es decir, sólocomo las circunstancias inmediatas que nos rodean, o como las diversaspolíticas institucionales hacia grupos diversos. En ese estrecho sentido, elentorno puede explicar algunas diferencias entre grupos, aunque las histo-rias de muchos de ellos contradicen completamente esa versión particulardel entorno en cuanto explicación. Tomemos sólo dos ejemplos de entretantos que pueden escogerse.

Judíos e italianos —procedentes de Europa oriental y del sur deItalia, respectivamente— comenzaron a arribar en grandes cantidades aEstados Unidos durante más o menos los mismos años del siglo pasado, ysus inmigraciones masivas también cesaron en la misma época, cuando lalegislación norteamericana relativa a la inmigración se volvió más estrictaen los años veinte de este siglo. Ambos grupos llegaron a Norteamérica bajo

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virtualmente la misma condición económica: la indigencia. A menudo vi-vían en los mismos barrios y sus hijos asistían a las mismas escuelas y sesentaban unos al lado de otros en las mismas salas de clases. Sus entornos—en el sentido estrecho en que habitualmente se emplea el término— eranprácticamente idénticos. Sin embargo, sus trayectorias sociales en EstadosUnidos han sido muy diferentes.

Con el paso del tiempo ambos grupos ascendieron, pero a una veloci-dad muy diferente y a través de medios muy diversos y en una combinacióndistinta de actividades e industrias. Incluso cuando prosperaban, judíos eitalianos tendían a hacerse ricos en sectores muy distintos de la economía. Laindustria vitivinícola de California abunda en apellidos italianos (Mondavi,Gallo y Rossi), pero el único viñatero judío destacado —Manischewitz—elabora un tipo de vino absolutamente diferente, y en Estados Unidos nadieosa comparar a viñateros italianos con viñateros judíos. Cuando observamosa judíos e italianos en un medio tan distinto como lo es el de Argentina,detectamos el mismo modelo de diferencias entre ellos. Lo mismo sucede siobservamos las diferencias entre los judíos y los italianos en Australia oCanadá o Europa occidental.

Los judíos no son italianos y los italianos no son judíos. Esto nodebiera resultar sorprendente para alguien que esté familiarizado con susrespectivas y muy diferentes historias a lo largo de los siglos. Su destino enEstados Unidos no estuvo determinado únicamente por las condicionessociales del entorno en que les tocó vivir allí, o por la forma en que los tratóla sociedad norteamericana. Ellos eran diferentes porque abordaron las na-ves que los conducirían a través del Atlántico, y esas diferencias cruzaron elocéano con ellos.

Pero todavía podemos ir más lejos. Incluso entre los judíos askenazis,aquellos que provenían de Europa occidental tuvieron historias económicasy sociales significativamente diferentes de aquellos originarios de la Europacentral germánica, incluyendo a Austria como también a Alemania. Esasdiferencias han permanecido entre sus descendientes no sólo en NuevaYork y Chicago, sino también en ciudades tan distantes como Melbourne oSydney. En Australia, los judíos de Europa oriental tendieron a conglome-rarse en Melbourne y sus alrededores, en tanto que los judíos germánicos seestablecieron alrededor de Sydney. Incluso tienen un dicho entre ellos queseñala que Melbourne es una ciudad fría con judíos cálidos, al tiempo queSydney es una ciudad cálida con judíos fríos.

Un segundo y muy distinto ejemplo de persistentes diferencias cultu-rales toca a los inmigrantes japoneses. Como todos sabemos, muchos japo-neses-norteamericanos fueron recluidos durante la segunda guerra mundial.

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Lo que es menos sabido es que en Brasil hubo y hay una población niponaaun más numerosa que en los Estados Unidos. Esos japoneses, dicho sea depaso, poseen en Brasil una superficie de tierra equivalente a tres cuartaspartes de la superficie total del Japón. (Los japoneses poseen ciertamentemás tierras agrícolas en Brasil que en Japón.) Sea como fuere, muy pocosjaponeses residentes en Brasil fueron recluidos durante la última gran con-flagración. Es más, los japoneses en Brasil nunca se vieron sometidos a ladiscriminación sufrida por los nipones-norteamericanos en las décadas ante-riores a la segunda guerra mundial. Con todo, los japoneses-norteamerica-nos se mantuvieron mayoritariamente leales al país del norte, y los soldadosnipo-americanos ganaron más que algunas medallas en combate. En Brasil,sin embargo, los japoneses fueron apabullantemente —y aun fanáticamen-te— leales a Japón. Esta diferencia no puede explicarse por los rasgospropios del entorno norteamericano o brasileño. Pero cuando se conoce algode la historia de los japoneses que se establecieron en estos dos países, sesabe también que ambos grupos eran culturalmente diferentes en Japón,antes que abordaran las naves que los conducirían a través del OcéanoPacífico, y que esas diferencias seguirían existiendo aún durante décadasposteriores.

Estos dos grupos de inmigrantes abandonaron Japón en períodosmuy distintos de ese país, en términos culturales. Un profesor japonés haseñalado: “Si se desea conocer el Japón de la era Meiji, hay que ir a EstadosUnidos. Si se desea conocer el Japón de la era Taisho, hay que viajar aBrasil”. La era Meiji fue una más cosmopolita, más pronorte-americana; laera Taisho fue una de fanático nacionalismo japonés.

Si el estrecho concepto de entorno no consigue explicar muchasdiversidades profundas entre grupos y subgrupos, tampoco puede dar cuentade las grandes diferencias sociales y económicas entre naciones y civiliza-ciones. Tras haber visitado Chile, un escritor del siglo XVIII describía lasmúltiples ventajas naturales que exhibía ese país en cuanto a clima, suelo yrecursos naturales, y luego, con perplejidad, se preguntaba por qué razón supoblación se encontraba asolada por semejante pobreza. Esa misma interro-gante podría plantearse hoy en relación a muchos países. Inversamente,podríamos preguntarnos por qué Japón y Suiza son tan prósperos cuandoambos carecen casi por completo de recursos naturales. Ambos son paísesricos en aquello que los economistas llaman “capital humano”, es decir, losconocimientos prácticos de sus pueblos. No cabe duda que tras los diferen-tes grados de habilidad entre los distintos pueblos y naciones yace una largay compleja historia. Lo que aquí importa es que el entorno inmediato —seasocial o geográfico— es sólo parte de la historia.

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La geografía bien puede jugar un papel significativo en la historia delos pueblos, aunque tal vez ello no radique simplemente en una mayor omenor dotación de recursos naturales. La geografía configura o delimita lasposibilidades que tienen los pueblos en materia de interacciones culturales,así como el desarrollo respectivo fruto de ellos. Las pequeñas islas en mediode los océanos pocas veces han sido fuente de nuevos avances científicos oadelantos tecnológicos, no importando donde estén situadas ni la raza de suspueblos. También en tierra firme hay islas. Allí donde la tierra fértil quepuede sustentar la vida humana existe sólo en parcelas aisladas, muy separa-das entre sí, habrá culturas aisladas, a menudo con diferentes lenguas odialectos en medio de una región culturalmente fragmentada. En las altas yapartadas mesetas se producen muchas veces culturas insulares, que estánen variados aspectos retrasadas en relación a las culturas de la misma razaque habitan las llanuras, ya sea que hablemos de la Escocia medieval, elCeilán colonial o de los actuales montañeses en Vietnam.

Cuando hablamos de entornos geográficos o de entornos sociales lohacemos respecto de los efectos de largo plazo y no simplemente de aque-llos ocasionados por las de circunstancias inmediatas. Cuando los montañe-ses de Escocia emigraron a Carolina del Norte en la época colonial norte-americana, por ejemplo, traían consigo una historia muy diferente a aquéllade los llaneros escoceses que también se establecieron en Carolina delNorte. Por una parte, los llaneros hablaban inglés, en tanto que los montañe-ses lo hacían en gaélico, lengua que conservaron hasta avanzado el siglopasado. Obviamente, el hecho de hablar sólo gaélico en un país angloparlanteafecta todo el progreso económico y social de un grupo.

Las condiciones geográficas varían radicalmente tanto en términosde cuánto facilitan o impiden las interacciones culturales a gran escala comoen la distribución de los recursos naturales. Estamos muy lejos de sercapaces de explicar cómo han operado a lo largo de la historia todas esasinfluencias geográficas. También es ésta una interrogante sin respuestaporque es, en gran medida, una interrogante no formulada, y lo es porquemuchos buscan respuestas en términos del entorno social inmediato o por-que insisten vehementemente en que ya han hallado la respuesta en esostérminos.

¿Cuán radicalmente difieren los diversos entornos geográficos, nosólo en términos de clima tropical versus ártico sino también en cuanto a laconfiguración misma del terreno, y cómo eso ayuda o menoscaba lasinteracciones en gran escala entre los pueblos? Consideremos sólo un dato:la superficie de Africa es dos veces mayor que la de Europa, sin embargo lalínea costera del continente negro es más corta que la europea. Lo cierto es

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que la costa europea es mucho más intrincada; hay cantidades de bahías yensenadas alrededor de todo el continente. En cambio la mayor parte dellitoral africano es parejo, lo que significa que carece de los puertos quehacen posible el comercio marítimo en gran escala al permitir que las navesechen anclas lejos del oleaje de alta mar. Las vías de agua de todo tipo hanjugado un papel gravitante en la evolución de las culturas y naciones. Lospuertos marítimos no son las únicas vías de agua. También los ríos son muyimportantes. Virtualmente toda ciudad principal del mundo está situadajunto a un río o un puerto. Ya se trate de importantes puertos, como Sydney,Singapur o San Francisco, o de las ciudades de Londres sobre el Támesis yParís junto al Sena, o de las numerosas urbes europeas sobre el Danubio, lasvías de agua han constituido durante siglos la arteria vital de los centrosurbanos. Sólo muy recientemente los medios de transporte autopropulsados,fabricados por el hombre, como los automóviles y los aviones, han permiti-do excepciones a la regla, como es el caso de Los Angeles. (Existe un ríoLos Angeles, pero no hay que ser Moisés para vadearlo a pie durante elverano.) Nueva York cuenta tanto con un ancho y profundo río como conuna enorme y abrigada bahía.

Ninguna de estas características geográficas da por sí origen a unagran ciudad o genera una cultura urbana. Eso lo hacen los seres humanos.Pero es la geografía la que establece los límites dentro de los cuales pue-den operar los seres humanos, y en algunos lugares establece esos límitesde manera mucho más vasta que en otros. Volviendo a nuestra compara-ción de los continentes de Europa y Africa, descubrimos que también di-fieren en materia de ríos como lo hacen en relación a los puertos. Haynaciones africanas enteras sin un solo río navegable: Libia y Sudáfrica, porejemplo. “Navegable” es el término crucial. Algunos ríos africanos sonnavegables solamente durante la temporada lluviosa. Otros lo son única-mente por tramos, entre diversas cataratas y caídas de agua. Incluso el ríoZaire, que es más largo que cualquiera de Norteamérica y lleva mayorvolumen de agua, tiene demasiadas caídas de agua próximas al océanocomo para convertirse en una arteria relativamente importante para el co-mercio internacional. Dicho comercio se ve facilitado en Europa no sólopor la cantidad de ríos navegables, sino también por el hecho que ningúnlugar del continente, excepción hecha de Rusia, se halla a más de 500millas del mar. Hay numerosos lugares en Africa que se encuentran a másde 500 millas del mar, incluyendo a Uganda.

Con estos antecedentes, ¿cabe sorprenderse de que Europa sea elmás urbanizado de todos los continentes habitados y Africa el menos urba-nizado? La urbanización no lo es todo en la vida, pero ciertamente una

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cultura urbana obligadamente diferirá en forma sustancial de las culturasno-urbanas, y las habilidades peculiares a la cultura urbana suelen apareceren grupos que provienen de una cultura urbana. (A la inversa, podría escri-birse una interesante historia acerca de los fracasos de los grupos urbanos enpoblaciones agrícolas.)

Si miramos al interior de Africa observamos que la influencia de lageografía parece ser igualmente clara. La civilización antigua más famosadel continente surgió en ambos márgenes del más largo de los ríos navega-bles africanos, el Nilo, y aún hoy las dos más importantes ciudades delcontinente, Alejandría y El Cairo, están junto a ese río. Los grandes reinosde Africa occidental, en la región servida por el Níger, y la economía porlargo tiempo floreciente de Africa oriental, establecida junto al gran puertonatural de la isla de Zanzíbar, constituyen prueba adicional del papel de lageografía. Una vez más, si bien es cierto que la geografía no lo determinatodo —la economía de Zanzíbar ha sido arruinada por las políticas guberna-mentales de estas últimas décadas—, ella es una influencia importante delargo plazo cuando se trata de forjar culturas, como también lo es en térmi-nos estrechamente económicos.

¿Cuáles son las implicancias de una visión universal de la diversidadcultural para los asuntos más puntuales que se discuten actualmente bajo esesello en Estados Unidos? Si bien el término “diversidad” es empleado detantos modos diferentes en tantos contextos diferentes, de manera que pare-ce significar todo género de cosas, hay unos cuantos temas que surgen una yotra vez. Uno de esos temas más amplios se refiere a que la diversidadimplica esfuerzos organizados en pos de la preservación de diferenciasculturales, quizás esfuerzos del gobierno, quizás subsidios del gobierno paravariados programas administrados por los abogados de la “diversidad”.

Este tipo de enfoque plantea interrogantes en relación a cuál es elpropósito de la cultura. Si lo que importa de las culturas es que ellas sonemocionalmente simbólicas, y si la disimilitud es apreciada por el bien de ladisimilitud en sí, entonces esta visión en particular de la “diversidad” cultu-ral puede tener tal vez algún sentido. Pero las culturas existen incluso ensociedades aisladas en que no hay otras culturas cerca —donde no hay nadiemás ni nada más respecto del cual o respecto de lo cual ser diferente—. Lasculturas existen para ayudar a satisfacer las necesidades vitales y prácticasde la vida humana: para estructurar la sociedad de manera de perpetuar laespecie, para transmitir el conocimiento duramente obtenido y la experien-cia de siglos y de generaciones a los jóvenes e inexpertos, y ahorrar así a lageneración siguiente el costoso y peligroso proceso de empezar de cero, devolver a aprender todo de nuevo a través del ensayo y el error, incluyendo

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los errores fatales. Las culturas existen para que los pueblos sepan cómoobtener alimento y construir un techo sobre sus cabezas, cómo curar a losenfermos y hacer frente a la muerte de los seres queridos y también cómoconvivir con los vivos. Las culturas no son autoadhesivos en los parabrisasde los automóviles. Son modos vivos y cambiantes de realizar todo aquelloque hay que hacer en la vida.

Toda cultura descarta con el correr del tiempo aquellas cosas que nocumplen su cometido o que no lo hacen tan bien como aquello que procedede otras culturas. Todo individuo hace lo mismo, consciente o inconsciente-mente, día tras día. Los idiomas recogen palabras de otros idiomas; vemos,por ejemplo, como el español hablado en España contiene palabras árabes ycomo el español que se habla en Argentina contiene términos italianos,tomados de la población italiana que emigró a ese país. La gente consumepollo de Kentucky Fried Chicken en Singapur y se aloja en el hotel Hiltonen El Cairo.

No es esto lo que tienen en mente algunos de los defensores de la“diversidad”’. Ellos parecen querer preservar a las culturas en su pureza,casi como mariposas en ámbar. Las decisiones relativas al cambio, si es quealguna vez se toman, tienden a ser consideradas como decisiones colectivas,decisiones políticas. Pero no es éste el modo como las culturas han evolu-cionado. Los individuos han decidido por sí solos cuánto de lo antiguodeseaban mantener, cuánto de lo nuevo estimaban útil para sus propiasvidas. Ha sido éste el modo como las culturas se fueron enriqueciendo entodas las grandes civilizaciones del mundo. Ha sido éste el modo como lasgrandes ciudades portuarias y otros centros culturales se constituyeron encentros de progreso en todo el planeta. Ninguna cultura ha alcanzado undesarrollo mayor en forma aislada, pero gran cantidad de culturas ha hechoavances históricos y aun deslumbrantes cuando se puso fin a su aislamiento,generalmente a través de acontecimientos fuera de su control.

Japón fue un ejemplo clásico en el siglo XIX, aunque una historiasimilar podría narrarse de Escocia en una era anterior, cuando ese país,donde alguna vez incluso la nobleza fue analfabeta, se convirtió en brevelapso —en términos históricos— en una nación que produjo pioneros mun-diales en especialidad tras especialidad: David Hume en filosofía, AdamSmith en economía, Joseph Black en química, Robert Adam en arquitectura,y James Watt con su máquina de vapor que revolucionó a la industria y eltransporte modernos. Durante el proceso los escoceses perdieron su idioma,pero adquirieron preeminencia mundial en diversos campos. Y fue así comotoda una sociedad avanzó hacia niveles de vida más altos de lo que jamáshabría soñado en su pasado de amarga pobreza.

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También hubo niveles más altos en otros ámbitos. Todavía en plenosiglo XVIII era considerado un hecho notable que los peatones de Edimburgono necesitaran estar atentos a las aguas servidas que eran lanzadas a la calledesde las casas o departamentos. Los escoceses, muy considerados, emitíanun agudo grito de advertencia, aunque eso no quitaba que las aguas servidasterminasen en la calle. Tal vez valía la pena sacrificar un poco de esa culturaautóctona para deshacerse de semejante problema.

Aquellos que emplean el término “diversidad cultural” para promo-ver una multiplicidad de enclaves étnicos segregados, causan un daño enor-me a los habitantes de esos enclaves. Sea como fuere que esas personasvivan en sociedad, ellas tendrán que competir económicamente por su sus-tento. Incluso si antes no se encontraban en desventaja, ahora lo estarán, ycon mucho, si sus competidores de la población general pueden librementeaprovechar el conocimiento, las habilidades y las técnicas analíticas que lacivilización occidental ha adoptado de todas las otras civilizaciones delmundo; en cambio los pueblos que habitan los enclaves estarán restringidosa lo que existe en la subcultura inmediatamente circundante.

También debemos reconocer que muchos grandes pensadores delpasado —ya sea en la esfera de la medicina o la filosofía, de la ciencia o laeconomía— no se empeñaban únicamente en hacer avanzar al grupo enparticular del cual provenían, sino en hacer avanzar a la humanidad toda.Sus legados, ya fueran curas para enfermedades mortales, ya espectacularesaumentos en el rendimiento agrícola destinados a combatir el flagelo delhambre, pertenecen a todos los pueblos, y todos los pueblos deben reclamarese legado y no recluirse en el callejón sin salida del tribalismo o en la orgíaemocional de la vanidad cultural.