Maturo Graciela

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  • El humanismo En la argEntina indiana

    y otros ensayos sobre la Amrica colonial

  • Graciela Maturo

    El humanismo En la argEntina indiana

    y otros ensayos sobre la Amrica colonial

    Editorial BiblosInvestigaciones y ensayos

  • Diseo de tapa: Fluxus estudio

    Diseo de interiores: Fluxus estudio

    Graciela Maturo, 2011

    Editorial Biblos, 2011

    Pasaje Jos M. Giuffra 318, C1064ADD Buenos Aires

    [email protected] / www.editorialbiblos.com

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    del editor. Su infraccin est penada por las leyes 11.723 y 25.446.

    Esta primera edicin se termin de imprimir en Imprenta Dorrego,

    Avenida Dorrego 1102, Buenos Aires, Repblica Argentina,

    en junio de 2011.

    A la memoria de Alfonso Sola Gonzlez, quien me gui hacia el descubrimiento de la cultura colonial americana.

  • ndice

    Primera Parte La potica deL humanismo en La argentina indiana

    1. Importancia de los estudios coloniales en la reconstruccin de la identidad nacional.............................................15

    Antihispanismo y antiindianismo de la Ilustracin ...........................16Identidad y tradicin.............................................................................20Leer nuestra identidad en las letras indianas ....................................23

    2. El Arcediano Centenera en el comienzo de las letras argentinas ................................................................................................27

    I. Homenaje a Martn del Barco Centenera ................................27La obra y su autor .................................................................................29Lecturas de la Argentina ......................................................................32La filosofa del Amor .............................................................................34

    II. Humanismo y denuncia en la pica cmica de Martn del Barco Centenera ........................................................35Funcionalidad semntica de los episodios en las crnicas .................35Juicio moral a la conquista ...................................................................37Visin del aborigen ...............................................................................39Significacin de los episodios amorosos y otros relatos ......................46La mujer ................................................................................................52El amor, el egosmo y el juicio divino ...................................................59Centenera castigado por humanista? .................................................64Bibliografa seleccionada ......................................................................66

    3. Ruy Daz de Guzmn, defensor de la Repblica mestiza ............73

    I. La Historia novelesca de Ruy Daz de Guzmn: una defensa de la mestizacin y la evangelizacin americana........ 73Introduccin ..........................................................................................73El linaje espaol y la patria americana. La mujer como nexo de culturas ....................................................................................76Indios amigos y enemigos .....................................................................79

  • Defensa del mestizo ..............................................................................81El hroe y otros personajes ...................................................................83La verdadera historia del Ro de la Plata .........................................86

    II. El relato como ejemplo moral en la obra histrica de Ruy Daz de Guzmn ...................................................................92El relato de la Maldonada .................................................................92Figuras y smbolos ................................................................................94Hermenutica del episodio ...................................................................96Consideracin terica del exemplum .................................................. 101Algunas conclusiones ..........................................................................102Textos, ediciones, bibliografa seleccionada .....................................103

    4. Luis Joseph de Tejeda y su peregrino mstico ............................107Consideraciones previas ............................................................ 107Examen de la estructura y contenido del Libro de Varios Tratados .................................................................................... 108La Virgen ............................................................................................. 110El Peregrino ........................................................................................115Hermenutica de la obra.....................................................................133Simbolismo del libro de Tejeda ..........................................................139Bibliografa ..........................................................................................142

    Segunda Parte Letras deL nuevo mundo

    5. El Siglo de Oro entre Espaa y Amrica. Una reflexin sobre Miguel de Cervantes y el Inca Garcilaso ...............................159

    Mapa de Antonio de Len Pinelo .......................................................166

    6. La potica humanista como eje de la expresin literaria hispanoamericana .................................................................167

    La potica humanista .........................................................................168La potica metafsica en la Amrica colonial .................................... 170Perduracin moderna de la potica humanista ................................ 172Hctor A. Murena: la sombra de la Unidad ...................................... 175

    7. Notas para una nueva lectura de Grandeza Mexicana de Bernardo de Balbuena ..................................................................... 179

    8. La defensa humanista de la poesa en el Per colonial: el Discurso en loor de la poesa ............................................................187

    El humanismo en la Amrica Hispnica ...........................................187El Discurso en Loor de la Poesa ........................................................190Anlisis del texto ................................................................................193Presencia y afirmacin femenina .......................................................195La Academia Antrtica .......................................................................197Las fuentes de Clarinda ..................................................................198La defensa humanista de la poesa ....................................................200Bibliografa .........................................................................................205

    9. Mstica y Humanismo de Sor Juana Ins de la Cruz .................209

    I. El vuelo del alma en el Sueo ...................................................209Un papelillo llamado Sueo ............................................................... 210El vuelo del alma.................................................................................221Bibliografa seleccionada ....................................................................224

    II. Humanismo y evangelizacin en el teatro de Sor Juana .227Bibliografa seleccionada ....................................................................237

  • PrimEra PartE

    La potica deL humanismo en La argentina indiana

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    1. IMPORTANCIA DE LOS ESTUDIOS COLONIALES EN LA RECONSTRUCCIN DE LA IDENTIDAD NACIONAL

    Introduccin

    Bastara reconocer la geografa del vasto territorio latinoamericano, y asomarse a su produccin bibliogrfica, su educacin, sus lineamientos oficiales en materia de cultura, y compararlos con lo que ocurre en esos as-pectos en nuestro pas para constatar que la Argentina casi solitariamen-te ha desdeado su pasado colonial, lo desconoce en las aulas o lo posterga visiblemente en la investigacin.

    La vida indiana, sus hombres y sus creaciones, no forman parte ya de su imaginario social, y slo son redescubiertos por investigadores aislados. Es raro encontrar a un adolescente, o a un joven ya avanzado en los estu-dios universitarios, que pueda dar cuenta de cul es el origen del nombre Argentina, recordar a nuestros primeros poetas, historiadores y narrado-res o, ms remotamente, rememorar algn texto.

    Por otra parte, y como un eco de ese descuido, comprobamos tambin que en algunos textos enciclopdicos dedicados a las obras coloniales his-panoamericanas, son ignoradas las reas que componen el prototerritorio argentino, o se las reduce a alguna rpida mencin. Ciertamente, contamos hoy con algunos trabajos de tesis en el rea, y tambin con el esfuerzo de pequeos grupos de investigacin, juntamente con la loable actividad de la Academia Nacional de la Historia, pero cabe reconocer que tal labor no alcanza para revertir el desinters general por esos temas.

    La efemrides del Segundo Centenario de nuestra emancipacin hace oportuna una consideracin sobre la identidad cultural argentina. Esa con-memoracin puede llevarnos equivocadamente a rescatar la identidad de una Argentina moderna desgajada de sus orgenes. Nuestro esfuerzo se ha-lla direccionado en la intencin de reparar ese descuido histrico y cultural.

    Estas pginas, en parte ya publicadas, no conforman una azarosa compilacin de trabajos heterogneos. Por el contrario, constituyen conti-nuados hitos de una preocupacin constante que se ha manifestado en mis ctedras y en mi labor de investigacin, acerca de la cultura nacional y con

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    mayor extensin la de los pases iberoamericanos. A esa investigacin que se fue profundizando en las letras hispnicas del pasado y del presente, concurran algunos elementos de mi inicial formacin: cierta proximidad con los estudios clsicos que dista de ser la de un especialista, mi dedi-cacin, siempre parcial, a los estudios humansticos y mi inters por una metdica fundada en la fenomenologa y la hermenutica.

    No pretendo evaluar yo misma los resultados, que una vez ms someto a la consideracin de mis colegas, maestros y amigos, sino apuntar a la con-tinuidad de una bsqueda. En el campo de la literatura colonial o indiana, debo expresar mi reconocimiento a la amistad y aliento de los doctores y profesores Nstor Auza, Miguel A. Gurin, Walter Rela, Ramiro Podetti, Fernando Ansa, Sofa Carrizo Rueda, Jorge Ferro, Elena Altuna y Elena Caldern de Cuervo; a los ya fallecidos Alfonso Sola Gonzlez, Alberto Ma-rio Salas y Antonio E. Serrano Redonnet, y por otro lado agradecer a un grupo de jvenes investigadores que me acompa en la preparacin de jor-nadas y trabajos de equipo en mis aos de labor en la UCA y el CONICET: Jos Alberto Barisone, Silvia Tieffenberg, Marcela Surez, Roxana Gardes, Amalia Iniesta Cmara, Marcela Pezzutto y Pablo Carrasco. Tambin a mi colaborador de la Carrera Tcnica del CONICET, el Lic. Alberto Licata.

    Antihispanismo y antiindianismo de la Ilustracin

    La primera desestimacin de la cultura y los textos coloniales proviene de los criterios iluministas de la Ilustracin, ya vigentes en ciertas capas sociales del Virreinato como proyeccin de la Espaa borbnica. Un ejemplo de esa subestimacin lo ofrecen los escritos de don Flix de Azara,1 militar y naturalista espaol, quien a comienzos del siglo XIX, al examinar una de las copias manuscritas de la Historia del descubrimiento de Ruy Daz de Guzmn, trata a su autor de fantasioso y falto de rigor histrico. Sin duda el capitn Azara, versado en ciencias, no estaba preparado para apreciar la singularidad del ambiente mestizo de las primeras centurias de la colonia.

    Esa mentalidad se acentu en las primeras dcadas de la emancipa-cin, con su desvalorizacin del barroco, la cultura popular y la tradicin hispnica, tildada en ciertos crculos sociales e intelectuales de oscurantis-ta y autoritaria. En la dcada de 1820, naca la denominacin de barbarie2

    1. Flix de Azara, Descripcin del Paraguay y Ro de la Plata, Buenos Aires, Babel, 1945. 2. Tema estudiado por el escritor Osvaldo Guglielmino en su libro Civilizacin o barbarie en los discursos parlamentarios de Manuel Dorrego, San Antonio de Padua, Castaeda, 1980.

    aplicada a la cultura tradicional y a los caudillos provinciales que la re-presentaban. Por cierto, esta actitud antihispanista hasta cierto punto comprensible en tiempos de guerra poltica y fundamentacin ideolgica de la emancipacin comprometa a las expresiones de la cultura popular, nutrida en la tradicin mestiza americana.

    Como es sabido, fue el erudito napolitano Pedro de Angelis (1784-1859) quien tuvo la responsabilidad de reunir en una compilacin las obras limina-res de la tradicin nacional. Filsofo y educador, diplomtico en Rusia antes de radicarse en Ginebra y luego en Pars, de Angelis fue invitado al Ro de la Plata por Bernardino Rivadavia. Lleg a Buenos Aires en 1827, y dirigi con Jos Joaqun de Mora la Crnica poltica y literaria de Buenos Aires, rgano del gobierno rivadaviano, y luego La Gaceta Mercantil. Fue colaborador de El Lucero y El Monitor, apoy sucesivamente a Dorrego, Lavalle y Balcarce antes de colaborar con Juan Manuel de Rosas entre 1835 y 1852. Debemos a este erudito, que escribi, entre otras obras, biografas de Juan Manuel de Rosas, Estanislao Lpez y el general Arenales, la publicacin de la importante Colec-cin de documentos relativos a la Historia antigua y moderna de las Provincias del Ro de la Plata, ilustrada con notas y disertaciones, que fue editada entre 1835 y 1837, en seis volmenes y comienzo de un sptimo, obra que ha sido va-rias veces reeditada. Amigos y enemigos polticos le reconocen unnimemente este servicio a la historiografa y a la cultura, al haber realizado la primera sistematizacin y publicacin de las obras iniciales de la regin rioplatense.

    Sera oportuno recordar en este momento que la Coleccin rene, entre otras, las siguientes obras y documentos:

    La: Historia Argentina del Descubrimiento, Poblacin y Conquista de las Provincias del Ro de La Plata. de Ruy Daz de Guzmn.

    La Historia del Paraguay, Ro de la Plata y Tucumn, del padre Jos Guevara, de la Compaa de Jess:

    El Viaje desde el Fuerte de Ballenar hasta Buenos Aires de Luis de la Cruz:

    El Proyecto de traslacin de las Fronteras de Buenos Aires al Ro Negro y Colorado. de Sebastin Undiano y Gastel

    La obra Derroteros y Viajes a la Ciudad Encantada o de los Csares de Silvestre Antonio de Boxas

    La Descripcin de la Patagonia de Toms Falkner El poema Argentina o Conquista del Ro de la Plata de Martn del

    Barco Centenera El texto de la Fundacin de la ciudad de Buenos Aires por Juan de Garay Las Actas Capitulares del 21 al 25 de Mayo de 1810

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    El Diario de un viaje a la costa de la Mar Magallnica por el padre Pedro Lozano

    Estimo que no ha sido debidamente justipreciada la importancia de esta obra en la atmsfera en que surga la generacin del 37, llamada a debatir el tema de la identidad nacional. Anunciaba el editor, al iniciar la obra, que se publicara por cuadernos de 30 pliegos de imprenta, iguales en todo al presente prospecto, incluyendo un proyecto de suscripcin mensual, y la preceda de un Prlogo dirigido a exaltar la accin de Rosas.

    Al abrir esa coleccin deca Pedro de Angelis, en juicio que merece ser discutido: Para asegurar la conservacin de sus antiguas colonias, la Corte de Madrid no hall ms arbitrio que condenarlas a un riguroso aislamiento. No se cortaron tan slo las transacciones mercantiles, sino que se proscribi todo comercio intelectual y hasta las relaciones amistosas. Sabemos hoy que tal aislamiento, en parte buscado por algunos funcionarios de la Co-rona y no por todos, de hecho no existi. Las colonias tuvieron una vida cultural intensa, concentrada en algunos focos virreinales, y fue temprana en su territorio la instalacin de la imprenta.

    La posicin de los jvenes escritores del 37 que admiraban especialmen-te a los autores franceses, ingleses y norteamericanos fue en general adversa a lo hispnico, pero no puede negarse que esa coleccin, reeditada despus de la cada de Rosas sin el prlogo de de Angelis, fue para varios de ellos remo-vedora de una conciencia identitaria, y especialmente de una preocupacin acorde con su romanticismo generacional por la historia y la lengua.

    Entre ellos fue especialmente Juan Mara Gutirrez, considerado con jus-ticia el iniciador de la crtica nacional, quien ley con mayor dedicacin aque-llas pginas, e inici un dilogo fecundo con algunas de ellas. La obra de Mar-tn del Barco Centenera tuvo en l a un lector atento, algo alejado de la men-talidad colonial pero capaz de reconocer muchos valores y aspectos literarios de la obra, como lo prueba su Estudio sobre la Argentina, publicado en 1912 con la edicin de la Junta de Historia y Numismtica. Gutirrez, que estuvo en Chile y en el Ecuador, fue estudioso y editor de obras coloniales, y realmente se lo puede considerar el fundador de este tipo de estudios en la Argentina.

    La revaloracin de los textos coloniales se inicia cabalmente en los al-bores del siglo XX. El Primer Centenario de la Repblica marc cierto reen-cuentro poltico y cultural con Espaa; fruto de ello fue la reedicin de obras como la Argentina de Martn del Barco Centenera, que alcanz en 1912 dos publicaciones facsimilares. Los prejuicios ideolgicos antihispnicos y anti-coloniales subsistentes en ciertas minoras, afloran en la obra de un crtico francs de entresiglos, muy respetado en su tiempo, que es Paul Groussac.

    El director de la Biblioteca Nacional y de su revista Anales de la Bi-blioteca dio a conocer en el tomo IX de la misma una copia indita de la llamada Argentina manuscrita de Ruy Daz de Guzmn, el manuscrito Segurola, juntamente con abundante documentacin de valor biogrfico e historiogrfico (1914). Ms all del servicio que prestan estas prolijas docu-mentaciones, cabe sealar que tanto su Nota biogrfica como sus notas al texto se hallan cargadas de subestimacin cultural, literaria y an moral hacia Daz de Guzmn, al que acusa de fraguar invenciones y situarse muy por debajo de los hechos que narra.

    Ricardo Rojas y Enrique Martnez Paz pueden citarse entre quienes renovaron en el nuevo siglo el inters por la cultura colonial. Ambos auto-res protagonizaron una polmica literaria a la que se ha dado en llamar los laureles de papel, acerca de la autenticidad, unidad y valor de la obra de Luis Jos de Tejeda, redescubierta en cdices distintos y diversamente reinterpretada por ambos, en sendas ediciones. Los ttulos Coronas lricas dado por Enrique Martnez Paz (1917), y El Peregrino en Babilonia otorgado por Ricardo Rojas (1916), dan cuenta de lecturas y valoraciones divergentes. Con el tiempo, en 1947, don Jorge M. Furt vino a terciar en el tema con una edicin facsimilar y crtica que ha alentado nuevos estudios sobre el autor.

    La magna Historia de la Literatura Argentina de Ricardo Rojas (1917-1922) marca sin duda un hito fundamental en los estudios coloniales, a los que su au-tor dedic dos importantes tomos de su obra. Defensor de las letras nacionales, Rojas ha sido sin duda el mayor entre los primeros revalorizadores de la cultura y las letras del perodo indiano. Al articular la cultura nacional en etapas hist-ricas: los coloniales, los modernos, intersectadas por el perodo de la emancipa-cin nacional al que dividi entre gauchescos y proscriptos, Rojas ofreci por vez primera una propuesta hermenutica para comprender y ubicar a los autores argentinos dentro de su devenir histrico y cultural.

    En gran medida estimulados por esta obra monumental, a la que acompaaban escasos estudios anteriores, surgi entre 1920 y 1950, por dar fechas aproximativas, una verdadera legin de estudiosos de la historia y la cultura colonial, as como de investigadores y editores de textos. Existi por esas dcadas un fuerte movimiento historiogrfico y filolgico hacia la recuperacin del pasado colonial, ligado a un criterio revisionista de las fuentes. Baste recordar, adems de los ya mencionados Rojas y Martnez Paz, los nombres de Enrique de Ganda, Rmulo D. Carbia, Agustn Zapata Golln, Diego Luis Molinari, Vicente D. Sierra, Jos Torre Revello, Ricardo Levene, Roberto Levillier, el padre Guillermo Furlong, el padre Grnon, Jorge M. Furt, Julio C. Caillet Bois, Alberto M. Salas, Antonio E. Serrano Redonnet, Luis M. Trenti Rocamora, editores y comentaristas de fuentes

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    y documentos, exgetas de obras olvidadas, y estudiosos de la cultura colo-nial o indiana. La muerte de don Enrique de Ganda, a muy avanzada edad, casi ha puesto fin a la sobrevivencia de aquella plyade de maestros, cuyos discpulos y continuadores son escasos en la actualidad.

    Identidad y tradicin

    Me parece oportuno repasar los conceptos de identidad y tradicin, a me-nudo subestimados o tergiversados por la vulgarizacin y el vaciamiento de sentido. La identidad cultural no es un idem en el sentido de entidad abstracta y fija, siempre igual a s misma, sino una realidad antropolgica e histrica, abierta y en proceso, sobre coordenadas que la hacen reconocible. Su flexibili-dad histrica, en suma, no significa carencia de constantes axiolgicas.

    La identidad de nuestros pueblos, una identidad innegablemente mes-tiza, es moderadamente dinmica, diversificada en nuevas identidades, tal como ha ocurrido con las naciones europeas en su devenir de tres mil aos. En ese amplio tramo histrico, que admite la denominacin simblica de Occidente metfora relativa al trayecto solar, que designa el ocaso o muerte del Sol, mientras que Oriente designa su nacimiento se perfilan dos grandes troncos identitarios, los del norte y el sur de Europa, que dan origen a formaciones culturales bien diferenciadas aunque ligadas entre s frente a otros grupos humanos.

    En trminos amplios podemos reconocer que dentro de la identidad oc-cidental se perfilan las parcialidades de una Europa racionalista, cientfica y tcnica, que se extiende hacia Amrica con la colonizacin anglosajona y holandesa, y una Europa mediterrnea, de signo humanista, proclive al arte y a la filosofa, que se ha proyectado con la colonizacin luso-hispnica hacia Mxico, la Amrica Central y el Caribe, y la Amrica del Sur. Las na-ciones ibricas, y con mayor amplitud latinas, dieron su sello a las naciones mestizas nacidas a la historia a partir de la colonizacin. No es el momento de hacer evaluaciones de este hecho histrico que ha comportado violencia y dilogo, depredacin y construccin; valga decir por ahora que la identi-dad, suficientemente reconocible, de nuestros pueblos, vara y se reafirma en funcin de nuevas mezclas tnico-culturales histricamente verificadas.

    Existe una cierta identidad axiolgica, fundada en valores compar-tidos, que caracteriza a los pueblos latinos de Occidente, y dentro de ella una identidad hispnica, fundada en los valores de la Espaa medieval y humanista, expandida en las colonias americanas con rasgos propios que surgieron de una nueva insercin geocultural y de nuevos elementos en

    juego. Se reitera en Amrica, con nuevos actores, el proceso de mestizacin cumplido en la propia Espaa a lo largo de siglos.

    Es oportuno detenerse en el concepto de humanismo, insoslayable para comprender la mestizacin, y es imposible negar que ese humanismo lleva el sello del catolicismo, no con la rigidez de la Contrarreforma espaola, sino con la amplitud del humanismo espaol y neolatino. Como lo ha sealado el historiador Ferdinand Braudel, debe comprenderse la Historia a partir de procesos de larga duracin que envuelven a otros ms breves, y dan sentido al acontecer. El cristianismo no es un mero accidente histrico, es un proceso de larga duracin y significacin histrico-cultural que permite comprender sucesos como el descubrimiento y la colonizacin americana.

    El humanismo del Renacimiento es una nueva formulacin integrado-ra de la Europa mediterrnea en su capacidad de dialogar con otro, trans-mitiendo y absorbiendo algo de su cultura, capacidad que ha permitido el crisol de los pueblos de la latinidad y la hispanidad. Esa disponibilidad asentada en la herencia ecumnica, ha permitido en la Amrica indiana una integracin no comn de pueblos y culturas bajo el doble signo de la fe catlica y de la lengua espaola. Ambos sufren modificaciones en Amrica: la lengua castellana se convierte en el espaol de Amrica (Amado Alonso y otros), mientras el catolicismo se hace realmente ecumnico al acoger nue-vas modalidades en la cultura popular, dentro de un sincretismo siempre resistido por algunos telogos.

    Es innegable la existencia de un perfil que distingue a las comunida-des latinoamericanas, pese a sus diferencias y matices, frente a otros pue-blos del mundo, e incluso de la Amrica anglosajona. Ms de veinte nacio-nes hablan un idioma comn; profesan una religiosidad de fondo catlico, abierta al sincretismo en los estratos populares; cultivan un ethos justicie-ro que se hace presente en sus costumbres, leyes e instituciones, dentro de una variada composicin tnica en que prevalece la mezcla de los pueblos autctonos con los pueblos ibricos.

    El perfil esttico de estos pueblos, con su aspecto cosmopolita en las grandes ciudades y los crculos intelectuales, se hace tambin reconocible en ciertas constantes de raz humanista. Es especialmente el folklore, las manifestaciones populares de la cultura tradicional, el que permite uni-ficar el vasto territorio de Amrica Latina,3 a la cual Rodolfo Kusch daba con justicia el nombre de Amrica, con su rico caudal de danzas, msica, poesa y tradicin narrativa en comn, pero el estudio de los movimientos

    3. Sin ignorar que esta denominacin fue creada polticamente contra los intereses de Espaa, la he aceptado por su intrnseca verdad, y por el uso generalizado que la hace aceptable.

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    artsticos y literarios as como de autores y obras individuales revela igual-mente singulares constantes desde la Colonia en adelante. No deberamos permitir que ese caudal sea remitido a la tradicin folklrica, como una re-serva cerrada y en extincin, cuando constituye la mdula de toda nuestra cultura, tanto popular como ilustrada.

    La arquitectura colonial ha generado la base de nuestras ciudades, como lo recordaba Alejo Carpentier al describir La Habana antigua, en-sendonos a mirar y reconocernos en la columna, el arco de medio punto y otras formas retomadas en todo tiempo. La pintura, la escultura, las ar-tesanas, son campos igualmente frtiles para el reconocimiento de una identidad cultural diversificada pero persistente, que algunos se empean en negar obstinadamente.

    Recordemos un concepto importante de ser rescatado, el de tradicin, a veces confundido con un peso inerte arrastrado mecnicamente en el tiem-po, cuando se trata en cambio de la continua reinterpretacin del origen etiolgico de un pueblo. Tal como lo ha estudiado el filsofo Hans-Georg Gadamer, que hizo de l en su larga vida un concepto bsico, el concepto de tradicin es propio de los pueblos histricos, en los que se da ese doble movimiento de innovacin y sedimentacin que caracteriza a una tradicin viviente.

    La identidad hispano-luso-latinoamericana, no esttica como ya he dicho, se asienta en una axiologa. Es la persistencia de ciertos ejes ticos, religiosos, estticos, la que confiere a esa identidad su perfil propio, por-tado en primer trmino por la lengua: el espaol americano, que permite a hablantes de distintas latitudes y pertenencia tnica el reconocerse en una lengua comn, de raz latina y compleja formacin, heredada del his-pano y matizada de mil modos en el vasto territorio de Amrica sin que se haya alterado su sintaxis y semntica originaria. Como deca el lingista Rodolfo Lenz, al referirse a la lengua de Chile, ese idioma ha tomado los acentos originarios vernculos, adems de enriquecerse con el lxico ind-gena, pero sigue fiel a la sintaxis latina, que impuso a nuevos hablantes el modo racional de pensar la realidad que es propio del hombre latino. Largo sera rastrear en la propia Europa la influencia civilizatoria de los romanos, con el peso de la cultura griega, sobre pueblos celtas, beros, galos y anglosajones.

    El humanismo tendrico, amasado en largos siglos en la cuenca medi-terrnea, se extiende en Amrica a un grupo de naciones surgidas de an-logos encuentros, confrontaciones y dilogo entre los pueblos autctonos y los conquistadores ibricos. Decir esto no es ignorar la confrontacin ni la parcial depredacin inherentes a la Conquista.

    Leer nuestra identidad en las letras indianas

    Un modo profundo de relevar esa identidad humanista y mestiza de nuestros pueblos es el estudio de las obras literarias histricas y testimo-niales del perodo indiano o colonial. Esas obras han puesto en marcha los ncleos imaginarios, figuras, mitos y valores que constituyen la fuente innegable de la tradicin nacional e hispanoamericana. Su herencia ha per-manecido en la literatura, la historia, el derecho, las costumbres y la leyen-da provinciana; son parte del llamado folklore, de la herencia tradicional permanentemente recogida por escritores, historiadores y recopiladores. Ciertamente, los ncleos urbanos participan de un ritmo cosmopolita que entra a formar parte de su cultura, pero es errneo pensar que sustituyen totalmente el fondo previo.

    La tradicin hispanoamericana se fue conformando a travs de la transculturacin y reformulacin de distintas corrientes: no la han con-formado puramente las culturas indgenas ni tampoco de un modo im-perturbable la cultura hispnica, sino ambas en creciente y difcil im-bricacin que incorpor tambin, a lo largo de varios siglos, elementos de las culturas africana, rabe, juda, asitica, o provenientes de la Europa moderna migratoria, justificando el aserto de Jos Vasconcelos: se gesta-ba en este lado del mundo una raza csmica, un nuevo momento de la historia en el cual alcanzaron gran importancia el mestizaje tnico y la transculturacin.

    Luis de Miranda es el autor del primer texto potico conocido sobre la fundacin del Puerto de Buenos Aires. Su Romance asienta el tema del hambre como castigo divino a la codicia y la soberbia del militar espaol. Nacan juntamente las primeras muestras de una literatura compuesta en estas tierras, en idioma espaol, y la conciencia tica que permita el juicio sobre la Historia. De igual modo pudo escribir el clrigo extremeo Martn del Barco Centenera su obra pica, de sabor novelesco, sobre los sucesos del Ro de la Plata, el Tucumn, Chile y el Sur del Brasil. Por su parte Ruy Daz de Guzmn vuelve a contar de otro modo los sucesos del Plata, especialmente en la gobernacin del Paraguay, reivindicando la figura de su abuelo Domingo Martnez de Irala.

    Estos textos, fundantes del imaginario rioplatense, echan a circular las historias del indio Ober, de Ana de Valverde, Siripo y Luca Miranda, de la Maldonada. Son personajes que permanecen en las historias de los padres Lozano y Guevara, en el ensayo histrico del Den Funes, en las novelas de Rosa Guerra y Eduarda Mansilla en el siglo XIX, en obras pos-teriores de Manuel Mujica Linez y Hugo Wast.

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    Los textos narrativos de la Colonia ostentan un carcter fundante que sobrevive en la cultura argentina, especialmente en las provincias, en narraciones reformuladas o recreadas tal el destino de toda tradicin viva por Juana Manuela Gorriti, Juan Carlos Dvalos, Juan Draghi Luce-ro y muchos otros autores. Pervive en esas narraciones el ethos humanista hispnico, que hace lugar a un talante educativo, formativo, moral, con un fundamento religioso no dogmtico ni rgidamente impuesto.

    La historiografa clsica estaba impregnada por la elaboracin sim-blica e imaginaria. Puede aceptarse que una parte de ella tiende en tiempos modernos, o sea justamente a partir del descubrimiento y colo-nizacin de Amrica, a un cierto estilo cientfico, mientras otra corriente hace lugar a la escritura mtica y literaria. En tal direccin cabe aceptar que la historiografa americana ha enfrentado la historia oficial, el esti-lo notarial del documento pblico, la gesta de las figuras principales asen-tada por el lenguaje convencional de los historiadores de corte. Las escri-turas americanas adquieren un carcter testimonial y novelesco, fijan su atencin en personajes secundarios, otorgan importancia a la descripcin, la informacin geoeconmica, antropolgica, lingstica. Los cronistas e historiadores americanos cuentan de modo vivo las historias, percibien-do su dibujo simblico. Tales rasgos marcan el paso de la historiografa hispnica, ya entrante en una etapa ms rigurosa y formal, a la histo-riografa americana.

    En Amrica se afirmaron, con aportes originarios, el lenguaje de la imagen, el ejemplo, la fbula y el mito, que se mezclan con el testimonio personal, la crnica de lo vivido, el relato de aconteceres individuales y colectivos a los que en ciertos casos se intenta esclarecer o rectificar. Los sucesos americanos, su entorno geogrfico y geocultural, la variedad de sus contrastes de lengua, costumbres, ritos y conductas, la novedad del mesti-zaje en suma, imponen nuevos modos de figuracin y expresin a espaoles, indianos y mestizos, que dan curso a la innovacin genrica, la mezcla de categoras estticas, en suma el barroquismo prerromntico, anuncio de una esttica americana.

    La historia verdadera, que incorpora elementos ficcionales, inaugura un modo especfico del humanismo cristiano, relacionado con la verdad y con la tica. Se trata de una forma de historiar y novelar que en muchos casos se halla ms cerca de los comentarios clsicos o de la confesin agustiniana, que del roman, que enlaza aventuras fantsticas o simblicas. El protagonismo histrico, la imbricacin de realidad y fantasa un acervo de milagros, apariciones y conversiones la lengua coloquial, el contenido tico y religioso, fundan una tradicin histrico-literaria de rasgos bien

    definidos. Un autor tan eminente como Alejo Carpentier lo ha reconocido plenamente, en medio de una ingente tradicin interpretativa, slo negada por el prejuicio ideolgico, por la intransigencia dogmtica de una u otra inclinacin poltica.

    La justificacin personal, la defensa de la propia gestin, la bsqueda de reconocimiento, la espera de retribuciones o premios, constituyen otra de las motivaciones del cronista e historiador de Indias que se contina como modalidad intrnsecamente americana, desde Coln, Corts, Bernal Daz, el Inca Garcilaso, Centenera, Guzmn, hasta Carri de la Vandera prolon-gndose luego esta tendencia personalista en Lucio V. Mansilla o Antonio Di Benedetto. Bernal Daz escribe para desmentir a Corts y a Gomara, Bartolom de las Casas para discutir, desde la vertiente dominica a la que pertenece, a las autoridades de su Orden. Se abre un amplio espectro que abarca desde lo individual y testimonial, hasta el afn de escribir la Histo-ria, dejando memoria de sucesos pblicos importantes y de las figuras que los protagonizaron.

    Un aspecto interesante en uno y otro caso es la consideracin del espacio, que abre una tradicin escritural americana. La observacin di-recta es fuente de un cierto realismo naturalista que aparece siempre asistido por la ampliacin trascendente, la impregnacin simblica. Figu-ras e imgenes remiten a la realidad nueva pero tambin a un repertorio tradicional. Los tpicos religiosos, filosficos, literarios, se superponen sin artificio manifiesto a la imagen sensible proveniente de la vivencia, en la conformacin del realismo americano, un realismo barroco, simblico, religioso, mgico.

    Los textos fundacionales de Amrica se insertan, con tono nuevo, en una tradicin mtico-literaria, que proviene de la antigua leyenda legen-da, las cosas que han de ser ledas revalidada por la Patrstica. El cris-tianismo haca suya la utopa helnica y judaica, proyectando los rumbos de la navegacin hacia la conquista de la tierra y hacia la creacin de un mundo feliz.

    Estimo que es importante para la Argentina estimular un mayor co-nocimiento de sus primeros escritores a partir de trabajos interpretativos que permitan una recuperacin e incorporacin de sus valores, constantes estticas, figuras simblicas, caudal histrico e imaginario, fbulas, leyen-das, refranes, voces y lenguaje.

    La historia nacional no empieza en 1810, ni es sta la fecha inicial de una cultura que tiene hondas races provenientes de una transcultu-racin originaria desarrollada en un perodo fundacional de tres siglos. Y hay algo ms. Ese perodo es el que nos permite reconocernos como parte

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    de esa Amrica Latina fragmentada por intereses forneos en el momento de su emancipacin. El proyecto emancipatorio, hace algunos aos retoma-do, acerca de la integracin poltica, econmica y cultural de las naciones americanas, hace an ms vigente la necesidad de integrar una memoria total, reconociendo la identidad cultural que unific a nuestros pueblos en un destino comn.

    2. EL ARCEDIANO CENTENERA EN EL COMIENzO DE LAS LETRAS ARGENTINAS

    I. Homenaje a martn del Barco centenera

    Una nueva mirada al corpus de crnicas liminares del espacio argen-tino permite una revaloracin de elementos antes relegados por el inters historiogrfico, tales como relatos o ancdotas intercaladas, fbulas mito-lgicas, referencias bblicas o de otras tradiciones, citas clsicas, citas de autores contemporneos, referencias personales, valoraciones explcitas o encubiertas, etc., que se vuelven ricos y significativos al investigador desprejuiciado y abierto.

    Nuestra lectura nos ha conducido a constatar en un corpus de cierta amplitud seleccionado hace algunos aos para una relectura fenomenol-gica ampliada por una hermenutica genrica e histrico-cultural cierta actitud comn que recorre las crnicas liminares, y se perfila como una fi-losofa de sello humanista, ligada a las enseanzas de los Padres de la Igle-sia y a su reelaboracin por el franciscanismo y otras corrientes religiosas que emergieron entre los siglos XII y XVI, y tuvieron notable actuacin en Amrica. El conocimiento de los sucesos histricos de la Conquista mues-tra a las claras que esta filosofa, cuyos maestros fueron Joaqun de Fiore, San Francisco, San Buenaventura, y ms tarde Nicols de Cusa, Erasmo, Toms Moro, Santa Teresa de Jess, llega a ser sospechada de hertica, e incluso perseguida por algunos estamentos de la Iglesia.

    Los cronistas del Ro de la Plata entran en relacin con otros auto-res contemporneos, y remiten a la tradicin americana y espaola in-mediatamente anterior, en dinmica continuidad. Sus formas exceden, sin embargo, el marco de la historiografa, revelando aspectos de inte-rs especficamente literario, acordes con posturas personales, subjeti-vas, testimoniales o doctrinarias. En ellos puede advertirse, como una atmsfera generalizada, cierto enjuiciamiento moral, a veces explci-to, de la conquista armada que trajo como consecuencia la sumisin y explotacin del aborigen, marcando divergencias con el poder civil y los funcionarios del Santo Oficio. La vocacin de dilogo, la relacin

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    intercultural y la paulatina reivindicacin del aborigen, son a nues-tro juicio los frutos del ethos humanista cristiano, que ha prevalecido en los textos liminares y se ha asentado en la tradicin subsiguiente, coincidiendo con la corriente ms moderna del humanismo liberal, pre-sente en las instituciones, leyes, jurisprudencia y patrimonio cultural de fines del siglo XIX.

    Martn del Barco Centenera ocupa un lugar importante en los co-mienzos de nuestra tradicin historiogrfica y literaria. En 2005, fecha que segn se supone correspondi al IV centenario de su muerte, ren-damos un solitario homenaje al Arcediano y poeta, que comenzaba en estos trminos:

    Nuestra cultura actual se caracteriza por la desmemoria. Se ha clausurado el recuerdo del pasado argentino como si no tuvie-ra ninguna relacin con la identidad del pas moderno. Las obras liminares son poco estudiadas, no forman parte de los planes de estudio en sus distintas etapas, y han perdido vigencia como temas ligados a la cotidianidad.

    Al proponer este homenaje desde la Ctedra Luis Jos de Tejeda de la Universidad del Salvador, hemos tenido la intencin de adherir al presente Congreso de Cultura Colonial, recordando a una figura injustamente olvidada de nuestras letras. Son varias las motivaciones que pesan en esta eleccin. En primer lugar, la obra de Martn del Barco Centenera, Argentina y Conquista del Ro de la Plata, dio nombre a la Nacin a travs del cultismo Argentina, que podra traducirse como Los hechos de la regin platense, en referencia al vasto territorio extendido a una y otra margen del gran ro Paran o de la Plata.

    No sabemos que el Arcediano haya recibido homenaje al-guno en el transcurso de nuestra historia institucional de 200 aos, por este u otros motivos. Existe adems otra razn: si nos atenemos a los escasos y dudosos datos existentes sobre su biografa, Centenera, que public su libro en Lisboa en 1602, habra muerto poco despus, en 1605, segn lo han asentado algunos historiadores. Estaramos pues a cuatro siglos de su muerte, y en tiempos de conmemoraciones, esa efemrides hara justificable un homenaje.

    Pero, en el fondo, son los singulares valores de su obra los que sustentan esta recordacin, que desafa la mezquindad crti-ca con que ha sido considerada. Intentamos seguir el rumbo de la

    reivindicacin del autor, iniciada por Ricardo Rojas, y continuada por otros autores.1

    La obra y su autor

    La obra Argentina y Conquista del Ro de la Plata, del extremeo Mar-tn del Barco Centenera, es en verdad una crnica en verso, de ndole no-velesca, ms que un poema pico al modo renacentista. Sin embargo no puede negarse su complejidad formal, su diversidad temtica ni sus fuentes humanistas, que informan y tien de modo particular la visin del mundo natural e histrico contemplado por el autor en su larga estada de ms de veinte aos en tierras del Plata.

    Impresa en los talleres lisboanos de Pedro Crasbeeck en 1602, esta obra bautismal de la Argentina ha merecido nuevas ediciones desde 1749 (Madrid) a 1998 (Buenos Aires), y una moderada atencin crtica, aunque no figura en enciclopedias e historias de conjunto actuales que ofrecen una visin general de su poca, ni es recogida por la enseanza de la escuela ar-gentina en sus distintos niveles o suficientemente considerada en ctedras universitarias.

    El autor nos resulta enigmtico hasta en el nombre: sus documentos lo designan como Martn Barco de Centenera, y as lo acept Enrique Pea, como actualmente Pedro Luis Barcia. Pero el nombre que eligi para publicar su obra, la nica de que disponemos, es Martn del Barco Centenera.

    Su libro, adems de los escasos documentos mencionados, es la fuente principal de su biografa. Julio Caillet-Bois descarta la fecha 1535, acepta-da por Pea y Jos Toribio Medina, para su nacimiento en el pueblo de Lo-grosn, Extremadura, y prefiere la asentada por Paul Groussac, 1544, que en efecto se acuerda con la documentacin existente2. Emi Aragn Barra 3 consigui su partida de bautismo, de octubre de ese ao, donde se dice que es hijo de Miguel Rodrguez de Centenera y de Mari Blazquez la exida (sic). Poco se sabe del futuro escritor con anterioridad a su viaje. Acompa

    1. Homenaje a Martn del Barco Centenera, Congreso de Cultura Colonial, Biblioteca Nacional. 24 de noviembre, 2005.2. Julio Caillet-Bois, El Ro de la Plata en tiempos de Ortiz de Zrate, en Rafael Alberto Arrieta (dir.), Historia de la Literatura Argentina, t. I, Buenos Aires, 1968.3. Emi Beatriz Aragn Barra, La Argentina. Nueva visin de un poema, editorial Plus Ultra, Buenos Aires, 1990.

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    al Tercer Adelantado en el Ro de la Plata, Juan Ortiz de Zrate, en 1572. Tendra entonces veintiocho aos, si atendemos a la edad de treinta y siete declarada en 1581, dentro del conflicto mantenido por Hernando de Lerma con los clrigos Francisco Salcedo y Pedro Garca.4

    Tambin es discutida por los bigrafos su licenciatura en Teologa por la Universidad de Salamanca (Unamuno deca no haber hallado rastros de ella), aunque Roberto Levillier aporta el dato,5 por si no bastara para demostrarlo la formacin teolgica ni la cultura bblica y clsica que su libro revela.

    En 1572 empiezan algunas noticias a raz de su inscripcin en la Ar-mada que estaba formando Juan Ortiz de Zrate, tercer Adelantado de la Gobernacin del Ro de la Plata. En una carta de las varias que se han con-servado expresaba que pas a integrar esa tripulacin con sus costas. Antes de embarcarse fue nombrado Arcediano, con la comisin de organizar la Iglesia en toda la provincia, con cabeza en Asuncin.

    Otros documentos son dos informaciones de servicios, una dada en Lima el 16 de julio de 1583, donde alegaba nueve aos de servicios en el Ro de la Plata y dos aos ms en el Per, para solicitar un beneficio; la segunda fechada en Buenos Aires el 6 de enero de 1593 justificando servi-cios en Asuncin y Buenos Aires. Se conservan tambin algunas cartas, la ms antigua sin fecha, dirigida al Consejo de Indias antes de partir, donde proyecta la reorganizacin de la Iglesia de Asuncin y solicita mercedes para su hermano Sebastin Garca, y su to el clrigo Matas de Ribera, que iban en la Armada. Otra carta escrita en La Gomera, dirigida al Rey, no ha aparecido: se la cita en carta de Cabo Verde el 22 de octubre de 1572 sobre el viaje de la Armada; una tercera sin fecha fue escrita hacia 1587 y anuncia al Rey que tiene una historia compuesta.6

    El azaroso viaje de Ortiz de Zrate, iniciado en 1572 y que dur ms de dos aos, tiene escalas en La Gomera, Cabo Verde y Santa Catalina, antes de arribar a Asuncin en febrero de 1575. Un ao despus muere Ortiz de Zrate y asume como Teniente de la Gobernacin Juan de Garay. Centenera, muy prximo al jefe, a quien hace una crtica menos dura que la dirigida al Adelantado, lo acompaa en la repoblacin de Buenos Aires, dato consignado en la Argentina aunque cuestionado por algunos bigrafos.

    4. Roberto Levillier, Conquista y organizacin del Tucumn, en Ricardo Levene (dir.), Historia de la Nacin Argentina, vol. III, El Ateneo, 1955, Buenos Aires.5. Roberto Levillier, Correspondencia de los Oficiales Reales, t. I, p. 370 (BCNAP).6. Coleccin de Copias de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires t. CVII, doc 1855, cit. por Caillet-Bois.

    Nueve aos permaneci en Asuncin, donde actu como Arcediano (ar-chidicono) con la autoridad de un obispo.7 En 1581 se dirigi hacia Per pasando por Crdoba, Santiago del Estero y Chuquisaca (Charcas). Este viaje confirma su perfil de clrigo activo, participante en asuntos de polti-ca eclesial. En su casa de Charcas recibi a dos obispos antes de marchar al Tercer Concilio Limeo convocado por el obispo Toribio de Mogrovejo. A raz del conflicto que ste mantuvo con el clero de su dicesis del Cuzco, Centenera perdi su favor por haber otorgado respaldo al obispo Lartan (Argentina, XXIII, 40).

    Fue designado Vicario del obispo de Chuquisaca y comisario de la In-quisicin en el distrito de Cochabamba (1583-1585). Tambin fue Vicario de Oropesa. De esta poca es una carta al rey, citada por Manuel Trelles y Enrique Pea, donde expresa su preocupacin poltica y religiosa y hace una advertencia sobre la piratera inglesa.

    En 1587 un visitador de la Inquisicin abre proceso al Arcediano,8 quien fue destituido de sus funciones en el Santo Oficio por Resolucin del 16 de agosto de 1590. Para entonces, segn la carta antes menciona-da, ya tena compuesta su historia. Luego de nueve aos de ausencia vuelve a la Asuncin y reasume su cargo de Arcediano. Visita en tal funcin las ciudades San Juan de Vera de las Siete Corrientes y Santa Fe. Viaja a Buenos Aires con provisiones, para su repartimiento y venta (1592). Segn Enrique Pea9 orden que se levantara la Iglesia Mayor en el solar dispuesto por Juan de Garay, medida apoyada por la Audiencia de Charcas.

    Estando en Buenos Aires Centenera recibe noticias del Brasil sobre el avance de Cavendish (a quien llama Cavis). Roberto Levillier ha locali-zado en el Archivo de Indias la carta del Cabildo por la cual es nombrado Apoderado General del Ro de la Plata y se pide para l ocupacin. No se sabe mucho de la vida del Arcediano por estos aos, slo que viaj a Es-paa en 1594.

    En el 1600 aparece nombrado Capelln del Virrey de Portugal Crist-bal de Mora, marqus de Castel Rodrigo, a quien dedica su obra con fecha 10 de mayo de 1601. En 1602 la imprenta de Pedro Crasbeeck que siete aos despus dara a conocer los Comentarios Reales dato que autoriza a

    7. Cayetano Bruno, Historia de la Iglesia Argentina, 12 ts., Buenos Aires, 1966.8. Jos Toribio Medina, Historia del tribunal del Santo Oficio de la Inquisicin de Lima, Santiago de Chile, 1887, vol. I, pp. 177 ss.9. Edicin facsimilar de la Junta de Historia y Numismtica, con estudio de Juan Mara Gutirrez y apuntes biobibliogrficos de Enrique Pea, Buenos Aires, Jacobo Peuser, 1912, p. XLI.

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    pensar en cierta continuidad ideolgica desde el foco de difusin lisboano pblica el poema Argentina y Conquista del Ro de la Plata.

    Un soneto del autor a su obra, recogido entre los preliminares del libro, recoge esta frase intencionada que apunta al rey de Espaa:

    Y pues que a ti el gran Mora te ha admitido,por l tern Filipo cuenta de ella.

    Al parecer, habra escrito por ese tiempo una obra en prosa. Ricardo Rojas trae una noticia hallada en los Anales del Obispado de Placencia donde se asienta don Martn del Barco, conquistador del Ro de la Plata en el Pir, que escribi en prosa el Desengao del mundo y en octavas el Argentina.10

    Ricardo Palma, basndose en un libro de efemrides espaolas, dio para su muerte la fecha 1605.

    Lecturas de la Argentina

    El juicio literario no ha sido en general favorable a la Argentina de Cen-tenera. Juan Mara Gutirrez deca en su Estudio: En vano hemos buscado juicio favorable a esta obra y hace excepcin del peruano Pedro de Peralta a quien acusa de excesiva prodigalidad11. Recuerda Gutirrez a M. Ternaux Compans quien haba calificado a la obra como crnica rimada, mientras el hispanista Ticknor hablaba de un largo e insulso poema. Finalmente coincide con Pedro de Angelis, moderando un tanto su apreciacin literaria y reconociendo su juicio histrico. Para Gutirrez ejemplar dentro de su generacin antihispanista por su serio estudio de la poca colonial, inne-gablemente gravado por algunos prejuicios Centenera escribi un poema descriptivo que lo incorpora a una serie de seguidores de Alonso de Ercilla: Juan de Castellanos, Gabriel Lasso de la Vega, Pedro de Oa, Antonio Sa-avedra, y Gaspar de Villagra.

    Acierta Gutirrez en el planteo genrico, al afirmar que la Argentina no es poema pico por su estructura, sino narracin verdica y testimonial.

    10. Ricardo Rojas, Historia de la literatura argentina. Los coloniales, t. I, cap. II, El poema Argentina de Martn del Barco Centenera, Buenos Aires, Kraft, 1960. pp. 142-143.11. Juan Mara Gutirrez, Estudio sobre Martn del Barco Centenera, en Centenera, Argentina y conquista..., Buenos Aires, Peuser-Junta de Historia y Numismtica, 1912, p. 18.

    Detecta tambin, desde el comienzo del relato referente a la expedicin de Zrate, los signos de una crtica severa y a medias encubierta al proceder tico de los conquistadores. Le retacea el elogio literario y llega a decir que Centenera tena apenas los latines necesarios para manejar su breviario. Pese a ello, por momentos, no puede resistir cierta fascinacin por el autor y su libro.

    Paul Groussac lee la obra con distancia. Ricardo Rojas, a quien debe-mos haber continuado la biografa y datos aportados por Enrique Pea, hace una completa ubicacin de Centenera en su poca, pero no valora est-ticamente su labor. En tiempos ms prximos se ha iniciado una paulatina revaloracin de la Argentina, obra considerada en general como prosaica, carente de vuelo potico. Han impulsado esa revaloracin Roberto Levillier, Alberto Mario Salas, Alfonso Sola Gonzlez, Emi Aragn Barra, Silvia Tie-ffemberg y Jos Luis Vttori.

    Deca Sola Gonzlez, iniciador de los estudios coloniales en la Univer-sidad Nacional de Cuyo, por los aos 50:

    Este poema es netamente americano en su cruda veracidad. Es el poema de la geografa, de la fauna, la flora, la vida humana del Argentino Reyno. Sus indios no son los hroes casi apolneos de la retrica ercillana, son tal como son, a veces horribles, raras veces hermosos, traidores, valientes, de brbara humanidad casi espesa entre los endecaslabos. Las ciudades se van levantando obstinadas, destrozadas, despobladas, rehechas sobre sus que-madas races de huesos: Asuncin, Santa Fe, Buenos Aires. [] Las islas van cerrando el misterio del ro indescifrable. Es la hora de los fuegos insomnes, del ojo querand en la espesura, de los hirvientes pumas, de la prdiga pesca, de la lujuria deforme y spera. Es la hora de un mundo nuevo que espera que lo nombren. De ah que fcilmente podamos deslizarnos hasta los conceptos aplicables a su obra: lo sobrenatural cotidiano, el realismo fabu-loso o mgico.12

    El poeta Sola Gonzlez capt muy bien la ndole realista del poema, fundado en la experiencia cotidiana, y dotado de la facultad de verificar continuamente lo maravilloso real.

    12. Alfonso Sola Gonzlez, El realismo fabuloso de la Argentina de Martn del Barco Centenera, mimeo, UNC; 1954, recogido en revista Megafn, N 5, San Antonio de Padua, 1977, pp. 52-63.

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    La filosofa del Amor

    Subestimada por fantasiosa y acusada de imperfeccin formal, la obra de Centenera es innegablemente la primera fuente historiogrfica de la regin, y a ella acudieron antiguos y modernos.

    Algo ms que latines de breviario manejaba el Arcediano, que supo citar con soltura al Eclesiasts, a San Pablo, Homero, Virgilio, Horacio. Nuestro trabajo sobre la obra nos ha revelado su unidad sobre la base de una primera persona testimonial y una posicin doctrinal. El Arcediano se muestra dueo de un cristianismo humanista, que aglutina la antigua filosofa del Amor, expuesta por Platn, y la herencia estoica medieval.

    Se trata de una concepcin del hombre y del mundo que incorpora la marca trgica de la cultura griega, admite la conjuncin de los opuestos y se abre filosficamente hacia la alteridad, haciendo posible en alguna medi-da la valoracin de otras culturas. En nuestra opinin, el desarrollo de esa mentalidad por parte de predicadores y hombres de Iglesia ante el desafo de un encuentro con los pueblos de Amrica, suscit la paulatina valoracin del aborigen, y la crtica velada o manifiesta a la conquista militar; era el inicio del dilogo intercultural, y la aplicacin del ethos evanglico, por encima del dogmatismo cerrado e intransigente que caracteriz a algunos sectores civiles y eclesisticos durante los tiempos de la colonizacin his-pnica.

    La vocacin de dilogo y la relacin intercultural, son a mi juicio los frutos del ethos humanista cristiano, que ha prevalecido en los textos limi-nares y se ha asentado en la tradicin subsiguiente, con una innegable pre-sencia en nuestras instituciones. La obra de Martn del Barco Centenera guarda en este sentido insospechadas revelaciones y seales.

    II. HumanIsmo y denuncIa en la pIca cmIca de martn del Barco centenera

    Funcionalidad semntica de los episodios en las crnicas

    A la luz de una lectura fenomenolgica, metdicamente despojada de juicios previos, surge la riqueza del mundo imaginario de Centenera, contenido en ejemplos y episodios. La hermenutica, por su parte, comple-menta esas significaciones al conectarlas con una tradicin y un medio histrico. Recordemos la postulacin de la hermenutica ricuriana acer-ca de la peculiar relacin demostrativa o mostrativa de los episodios ficcio-nales y en general de todo enunciado metafrico. Esta categora abarca, en definitiva, tanto a la imagen como a la ficcin, de comn tensionalidad semntica13.

    La teora de la metfora como estructura de sentido reemplaza a la idea retrica de sustitucin por la de predicacin, que corresponde a los enunciados verdaderos. La predicacin potico-ficcional produce, segn Ricur, una torsin del sentido, de donde surge una significacin indita, una semejanza inesperada; de ah que la metfora adquiera un valor heurstico, descubriendo una nueva dimensin de la realidad por ampliacin de la tensin predicativa: la ficcin metafrica adquiere pues un poder modelizante.14 Puede apreciarse en esta teorizacin hermenu-tica la posibilidad de recuperar el valor tico demostrativo tanto de los casos o ejemplos medievales, la parbola, el cuento, como de los episodios intercalados en el poema pico, la novela o la narracin extensa. Se tra-ta, en fin, de asentar una escala de comprensin que admite la fuerza de una revelacin intuitiva por la imagen, en lugar de acudir a una argu-mentacin discursiva.

    Como expresin imaginaria, la ficcin arraiga en el suelo semntico del smbolo, cuya riqueza desborda lo explicativo; se instala como mediacin significativa en la relacin del hombre con el hombre, con Dios y consigo mismo. Narrar, afirma Ricur, es siempre ordenar, jerarquizar, mediar, establecer vas de comprensin.15 Por su parte Mijail M. Bajtn, ajeno a esa cierta homogeneizacin del campo pico-historiogrfico-narrativo, su-braya el carcter innovador del discurso novelesco, privilegiando en ste

    13. .Paul Ricur. La mtaphore vive, Pars, Seuil, 1975.14. Paul Ricur, Temps et Rcit, 3 ts., Pars, Seuil, 1983-1985.15. Paul Ricur, Temps et Rcit, t. I, 1983.

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    la irrupcin de un dinamismo transformador y pardico. Tal vez la pica cmica del siglo XVI cuya modulacin genrica particular tiene en Am-rica el ejemplo de esta obra, tal como lo sealara Alfonso Sola Gonzlez16 pueda considerarse inserta entre lo pico tradicional y lo humorstico-no-velesco, pero ello no impide sino por el contrario estimula la acurrencia al ejemplo en funcin doctrinaria.

    La introduccin de episodios secundarios, como sabemos, no es exclusi-va de la novela. Por el contrario, se trata de uno de los procedimientos tra-dicionales, caracterstico del poema pico o el cuento, y as lo ha mostrado la tradicin. La esttica renacentista y barroca valoriz el procedimiento y lo aplic profusamente, creando la estructura concntrica que tan ejem-plarmente ha estudiado Joaqun Casalduero para las obras de Miguel de Cervantes.

    En la Antigedad no hubo hiato entre la historia y el mito. La parbo-la o el relato mtico tipificaron el acontecer histrico ayudando a entender su diseo y significacin. Las vidas personales se refractaban en la conduc-ta de los hroes, en sus victorias, errores o enmiendas. A su vez estos hroes repetan las conductas arquetpicas de los dioses. La Edad Media sustituy a hroes y dioses por los santos, Cristo y la Virgen, protagonistas del relato arquetpico cristiano.

    El episodio narrativo breve constituye una unidad bien definida, a ve-ces enlazada en la narracin mayor, otras veces independiente o enmarca-da como relato de un personaje. Sus rasgos son la sntesis, la intensidad, la brevedad, y en general la ausencia de comentario explicativo. En ciertos casos se acenta la naturaleza ttica, propositiva, del episodio, e incluso su estructuracin formal ya fija y reconocible: estamos en tal caso ante un motivo, es decir una situacin tpica, que puede aparecer en otros conjun-tos. Sophia Kalinowska ha estudiado y deslindado trminos prximos como motivo, tema, trama, idea potica, problema y otros ms alejados: asun-to, fbula, etc.; define al motivo literario como una unidad lmite desde el punto de vista estructural, un esquema conceptual tpico y dinmico, una formante.17

    Por su parte Enrique Pupo Walker18 ha llamado la atencin sobre la fre-cuencia e intencionalidad de los episodios, fbulas o ejemplos incluidos en las

    16. Alfonso Sola Gonzlez, loc. cit.17. Sophia Kalinowska, El concepto de motivo en literatura, Valparaso, Ediciones Universitarias de Valparaso, 1972.18. Enrique Pupo Walker, La vocacin literaria del pensamiento histrico en Amrica. Desarrollo de la prosa de ficcin: siglos XVI, XVII, XVIII y XIX, Madrid, Gredos, Madrid, 1982.

    crnicas coloniales desde el siglo XVI en adelante, subrayando su valor crea-tivo, innovador, y propiamente literario. La frecuencia del relato intercalado, verdadera sntesis simblica, en tales obras, refuerza su carcter potico e imaginario. Llevan la marca del ethos medieval hispnico, asentado en el cristianismo, y renovado por el humanismo del Renacimiento.

    Los episodios en la pica novelesca al modo de la Argentina pueden obedecer a dos diversas modalidades: conformar el detalle de una narra-cin ms amplia; o constituirse como ejemplo autnomo. En ambos casos su funcionalidad es anloga: tiende a imponer una legalidad filosfico-mo-ral, decir en el lenguaje de la imagen lo que el discurso reflexivo muchas veces calla.

    Juicio moral a la conquista

    Aunque no me ocupar ahora de resear sus variados contenidos, ni de explorar su compleja estructuracin, recordar a ttulo de enunciados los principales elementos que componen la obra de Centenera.

    Abre el libro la dedicatoria al Marqus de Castel Rodrigo, seguida de un soneto del autor y otras cinco composiciones debidas a Joan de Zumrra-ga Ibargen, Diego de Guzmn, Pero Ximnez, el bachiller Gamino Correa y Valeriano de Fras de Castillo, Lusitano, que en el estilo de la poca en-salzan al autor y su obra.

    Sigue el cuerpo del poema constante de veintiocho cantos escritos en octavas reales, con un colofn que reza:

    Gloria a Dios. Porque mi sentido quadreCon la fe y toda razon, Escrivo con correccionde la Yglesia nuestra madre.

    Dejo por ahora de lado las cuestiones referentes a la gestacin, fuen-tes, lxico y novedad genrica de la Argentina, para referirme a algunos episodios que a mi juicio definen su carcter de alegato moral y doctrinario.

    Uno de los comentaristas clsicos de la obra de Centenera, el espaol Flix de Azara, acus al extremeo de querer desacreditar a los jefes de la expedicin que integr. El crtico Juan Mara Gutirrez, a su turno, a la vez que otorga a Centenera el lugar de cronista oficial de la expedicin de Ortiz (u Hortiz) de Zrate, confirma esa interpretacin: Se infiere de este poema que el autor tena un compromiso con Zrate de escribir los hechos de que

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    ste se prometa ser el hroe.19 El cronista vari su cometido, convirtindose en crtico de la campaa.

    La expedicin estaba compuesta de tres navos, una cebra y un pa-tache, y probablemente abastecida del nmero de familias y animales que consta del convenio celebrado con el Virrey del Per, confirmado por el mo-narca espaol el 10 de junio de 1569. Centenera describe a los barcos como mal adereados y dice que anduvieron los navos sin concierto hasta al-canzar el puerto de Santander y luego el de Santiago (Argentina, Canto VIII).

    Comienza el relato de las intrigas cuando el Arcediano enfrenta a Ruy Daz Melgarejo, quien conduce prisionero al gobernador Felipe de Cce-res acompaado por su enemigo Fray Felipe de la Torre. Halla tambin en ese trayecto al misionero Jos de Anchieta, cuya mencin no parece casual dentro de la totalidad del relato, el cual hace lugar a algunas figuras apos-tlicas.

    Los males padecidos por la tripulacin de Ortiz de Zrate en Santa Catalina (Canto IX), son atribuidos por Centenera a la ceguera y codicia del Adelantado, quien abandonando a su gente marcha con ochenta de ellos a Ibiaca, beneficindose de la generosidad de los aborgenes, mientras el hambre cunda en el resto de la expedicin.

    Mas al que est seguro en talanquera / muy poco se le da que el otro muera, concluye el Arcediano de manera inequvoca, recurriendo como otras veces al modo conclusivo del refrn.

    La incisiva y permanente crtica de Centenera al Adelantado alcan-za al Virrey Toledo, como lo advierte Gutirrez: La maquiavlica y cruel conducta del Virrey aparece tambin en los versos de Centenera en toda su fealdad, porque la presenta rodeada de minuciosos incidentes que le dan un relieve verdaderamente negro y satnico, y podra servir de asunto para una preciosa novela o para una composicin dramtica de sumo inters potico y filosfico.20

    Tambin critica el autor a Diego de Mendieta, el sobrino de Zrate que toma el mando de la expedicin despus de su muerte, y a Hernando de Lerma, a quien trata con irona.

    Entre las formas veladas de la crtica que ejerce el Arcediano figura la mencin de personajes como Francisco de Salcedo, mediador entre Lerma y el obispo Francisco de Victoria. Cabe preguntarse si ese den no es uno

    19. Juan Mara Gutirrez, Estudio, nota en p. 28, ed. cit. Nuestras citas del texto pertenecen a esta edicin facsimilar.20. J.M. Gutirrez, Estudio, p. 105.

    de sus protegidos doctrinales o acaso, sin negarle realidad, una figuracin del propio autor. La consideracin de este caso hace decir a Juan Mara Gutirrez que las octavas 30 y 31 del Canto XXII se hallan entre las ms obscuras del poema.

    La crtica a los conquistadores se siembra en toda la obra. Centenera llama salteador a Pedro de Mendoza por el saqueo de Roma, y recuerda su enfermedad, el morbo que de Galia tiene el nombre. Muestra al desnudo la indisciplina y codicia de Ortiz de Zrate, la mala conducta de Mendie-ta, la soberbia de Juan de Garay, el nimo intrigante del Virrey Toledo, la ambicin de Hernando de Lerma, en suma, las miserias polticas del mundo colonial, la crueldad de los capitanes, e incluso la falta de caridad de algunos clrigos.

    Visin del aborigen

    Es importante recordar que en el comienzo de su historia, Martn del Barco Centenera inserta, con anterioridad a la narracin del descu-brimiento de la regin del Plata y la descripcin de la zona, una versin mitolgica del origen de los guaranes. Es un gesto inclusivo, que incorpora al indgena a la historia bblica mostrando la cristiana vocacin de dilogo del Arcediano. Tubal, otro hijo de No, habra viajado a Espaa fundando una progenie que abarca a los americanos. Los hermanos Tup y Guaran reiteran la oposicin de Abel y Can. La crtica ha pasado por alto el va-lor modelizante de esta genealoga mtica, en que se manifiesta una visin abarcadora de las razas humanas. Al respecto, he recordado la prelacin doctrinaria de Nicols de Cusa y otros humanistas del siglo XV, en el avan-ce, aunque imperfecto, de la integracin hispanoamericana, y lusoamerica-na, entre pueblos dismiles.

    La temtica aborigen adquiere amplio desarrollo en la Argentina. El historiador uruguayo Digenes De Giorgi ha ubicado al tema indgena, jun-tamente con la crnica de la Conquista, como eje temtico de la obra.

    Respecto al primero, es la fuente ms rica y de informacin etnolgica que poseemos sobre la complejsima y confusa realidad tribal que enfrentaron los primeros conquistadores rioplatenses.21

    21. Digenes De Giorgi, Martn del Barco Centenera, Cronista Fundamental del Ro de la Plata, Montevideo, Nuevo Mundo, 1989, p. 191.

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    No se limita el Arcediano a referir los sucesos de las expediciones o las intrigas civiles y militares. Su obra ahonda de manera notable en la descripcin y conocimiento del indgena, y comprende las variadas etnias que se extienden en la amplia regin de la cuenca rioplatense, abarcando Paraguay, Chaco, Santa Fe y Buenos Aires.

    Debemos aceptar que el propio autor indujo a una lectura equvoca de su obra cuando la encabez con aquellos versos del Canto I:

    1 Del Indio Chiriguano encarniado En carne humana origen canto solo...

    Si ese solo equivale al adverbio solamente tratndose de un adjeti-vo su significacin se empobrecera sin duda el Arcediano crea una falsa expectativa de lectura al anunciar que va a ocuparse slo del indio chiri-guano, al que de entrada califica de encarnizado en carne humana. Una atencin a la perspectiva general del texto, deber hacer lugar, por tanto, a la irona, clave del discurso de Centenera.

    No podemos pasar por alto que ste da cuenta en su libro de la vida y carcter de los charras o charuses, los guaranes, chiriguanos, tambs, chans, calchinos, chilozapas, melpees, maua o minuanes, veguanes, che-randas, meguay, curucas y tapui-mires.

    La pintura realista del Arcediano hace lugar, sin embargo, a la exalta-cin humanista de los naturales, que se presentan claramente en algunos episodios, revestidos de cierta idealizacin mitolgica.

    El indgena, cuyos orgenes se entremezclan, como ya he apuntado, con el Gnesis bblico, empieza a tener presencia a partir del Canto VIII, cuando el relato del autor, luego de haber desplegado las etapas anteriores de la Conquista, se ocupa de su propio tiempo y se hace autobiogrfico. Este canto y los siguientes que documentan la expedicin de Ortiz de Zrate, muestran a los indios que pueblan las costas del Brasil auxiliando y trans-portando a los espaoles a sus canoas, sin poder impedir que algunos mue-ran. Se instala de hecho un contraste abrupto entre la amigabilidad y soli-daridad del aborigen y la actitud egosta o codiciosa de los jefes espaoles.

    La primera descripcin orgnica de una tribu la dedica el autor a los charras. Recurriremos nuevamente a Juan Mara Gutirrez para com-probar que ste no ha dejado de percibir cierto elogio de la barbarie, aun-que lo considera involuntario y por debajo del modelo de Alonso de Ercilla:

    Los charras pueden llamarse tambin los Araucanos del Pla-ta; menos numerosos que stos, sucumbieron mientras que aquellos

    an resisten y obtendrn al fin justicia tomando la parte que les co-rresponde en el banquete de la civilizacin. Y esta pariedad resulta en la Argentina sin que lo advierta el mismo autor, porque si hay en su poema estrofas que en algo se aproximan a las bellsimas de Er-cilla son aquellas en que describe a los valientes con quienes Zrate tuvo los primeros encuentros.22

    Cabe reconocer que el Arcediano ha planteado un neto contraste moral entre la entereza de los caciques Zapicn y Andayuba y la ciega soberbia de Juan Ortiz, que a pocos escuchaba.

    El texto de Martn del Barco Centenera ha sido injustamente compa-rado con La Araucana, ante cuyo levantado estilo pico-lrico parece des-merecer su verso, a ratos pesado o desprovisto de vuelo; sin embargo, como lo sealara Alfonso Sola Gonzlez,23 y ms tarde otros comentaristas,24 la Argentina posee una impar originalidad realista, humorstica y de velada afectividad lrica, que le permite fundar un imaginario y un mundo nove-lesco propio.

    El Arcediano llama a Yamand, un cacique de importante figuracin en el poema, nuevo Sinn, y lo convierte en supuesto enviado de Juan de Garay que tiende una treta a los invasores. (Argentina, Canto XI). Vemos aqu a los espaoles recluidos en la nave capitana, disminuidos y burlados por los indgenas que los desafan a combates singulares:

    Que salga aquel Christiano del navo, Que quisiere aceptar el desafo.

    Este pagano gigantesco era adems hechicero y reacio a la prdica: Trabaj en vano confiesa el clrigo. La figura de Yamand se convierte en smbolo de la cultura autctona, y as aparece en varios momentos de la Argentina. Yamand es el jefe indiscutido a quien tienen sus sbditos por lumbre, espejo y lucero. No bastan las calificaciones de perro o de pagano para disminuir la estatura fsica y moral del cacique.

    Otra de las expediciones de la tropa enviada por Zrate, capitaneada por Juan de Garay y Ruy Daz Melgarejo, fue a dar con la nacin chan, de la cual hicieron dos prisioneros, y luego con los guaranes, a quienes toma-ron por sorpresa. El maln indio es usado tcitamente por los cristianos

    22. J.M.Gutirrez, Estudio, p. 54.23. Alfonso Sola Gonzlez, art. cit.24. Vase el estudio crtico de Emi Aragn Barra, y la valiosa exgesis del escritor Jos Luis Vittori.

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    que buscan la morada del cacique Cay y hacen prisionero a su hijo. El trato del cacique para recobrarlo da pie a un breve episodio narrado con lacnica e incisiva intencionalidad: Cay se presenta para rescatar al hijo, ofreciendo a cambio una moza, que Juan Ortiz recibe sin entregar al muchacho. Zrate es moralmente poco favorecido en la pintura elptica del Arcediano:

    El Joan Ortiz la moa recibiaY al Indio sin su hijo en paz embia (Canto XV: fin de la octava 24)

    El Canto XVI trae la historia de Diego de Mendoza en el Per, y a la vez una referencia encubierta a Tupac Amaru (Topamaro) cuya muerte es relatada en el canto siguiente. El Canto XVII se inicia con conside-raciones bblicas sobre la muerte, que deben ser tenidas en cuenta como ntroduccin y valorizacin del episodio que va a relatarse, e incluye un suceso maravilloso que el autor dice haber presenciado: los perros que bailan antes de arrojarse voluntariamente a un lago. Luego, Centenera va a relatar dos actos de suma crueldad del virrey Francisco de Toledo: la ejecucin de Diego de Mendoza, a quien no se le perdonan sus errores y dichos pese a su arrepentimiento, y la de Tupac Amaru. Son presen-tados en el ttulo como actos de justicia del Virrey, y se los describe sin comentario.

    35 El indio Topamaro no saba Despus de muerto el fin de su jornada Y tanto de la muerte se temia Que diera al de Toledo subjectada La vida a servidumbre, aunque tenia En otro tiempo fuera sealada: Mas el proverbio y vulgo dize, y grita, Que viva la gallina y su pepita.

    36 Aqueste en Vilcabamba resida Con Ingas y valientes compaeros, Y como por seor se le tena, Formava all sus leyes y sus fueros; A Christianos jams el ofenda Ni supe que hiziesse desafueros En sus tierras se estava retirado, Y de los suyos era respetado.

    Es enviado Martn Garca Loyola, caballero de la Orden de Calatrava, con solo dos hombres, a prenderlo:

    41 Enluengo un grande rio caudaloso Con sus dos compaeros fue baxando Tres das, y en un prado verde umbroso Que el rio con sosiego va baando Metido en una choa al valeroso Topamaro ha hallado reposando Sin gente que no saben la venida Del Capitn Loyola a su guarida.

    42 Una cadena echa a la garganta De fino oro muy rica y bien labrada El Inga luego al punto se levanta Sintiendo desto pena muy sobrada Loyola con sus dos victorias canta Juzgando por dichosa tal entrada. El rio arriba se vuelve plazentero, Triumphando del captivo y prisionero.

    Gozoso con la noticia, el Virrey Toledo da orden al Licenciado Polo de que el prisionero sea degollado, para lo cual ste, su teniente, pide una or-den escrita que le es entregada.

    48 All en el cadahalso pues subido El Inga levanto en alto la mano, Al punto el alboroto y el ruydo Cesso porque veais si aquel pagano De los indios seria bien tenido, En esto determina ser Christiano, Baptizale un Obispo que est al lado, Y al punto la cabea le han cortado.

    La importancia que el Arcediano ha dado al episodio salta a la vista por la introduccin del Canto, ya mencionada, y por el relato sub-siguiente del hambre nunca vista que pasan los espaoles en el fuerte argentino. Y assi prove manjares y guisados/ jams de hombres hu-manos conocidos, dice el Arcediano, dejando sugerida una relacin de causa y efecto.

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    Al llegar la expedicin a Santa Fe tiene ocasin el autor de participar del encuentro con los calchinos, chiloazas y melpenes, quienes conviven en la zona con los mancebos de la tierra, dedicados unos y otros a la caza y la pesca. La muerte de Juan de Garay se produce a manos de los maua o minuanes, por la imprudencia del caudillo y la artera conducta de los indios que irrumpen en la madrugada, armados con bolas, flechas, dardos y maca-nas dando muerte a cuarenta parageos. Los minuanes, envalentonados, hacen alianza con los querandes y al frente de una amplia coalicin reapa-rece Yamand, de quien nos dice el cronista:

    cuya memoriatenemos muchas veces celebrada.

    En el Canto XX se presenta otro personaje, Ober, un guaran instrui-do y sabio, el que aplicando las enseanzas cristianas llega a atribuirse el carcter de Mesas de los suyos y nombra Pontfice a su hijo. Este episodio da pie a Centenera para insertar un cantar guaran, cuya traduccin tam-bin consigna en una nota marginal, donde reconoce haberles pedido a los guaranes que agregaran el nombre de Jess:

    Entre otros ctares qles hazia cantar el ms celebrado y ordi-nario segun alcance a saber era este: obera, obera, obera, paytupa, yandebe, hiye hiye hiye que quiere dezir. Respldor, respldor del padre, tbien Dios a nosotros, holguemonos, holguemonos, holgue-monos, e yo les hize intrometiessen entre aqllas dos palabras paytu-pe, y la otra yandebe q quiere dezir tambien el dulce nbre de Iesus, por manera q de alli adelante cantava assi, Obera, obera, paytupa, Iesus y debe, hiye, hiye, hiye. (Nota de pg. 159)

    Resultara as un cntico mestizo, como ya lo sealara Sola Gonzlez en su citado trabajo.

    Los combates y los discursos de los jefes indios en Santa Fe confirman su nobleza y valenta. Dos guerreros guaranes, Ritum y Coraci, desafan a dos mancebos, Enciso y Espeluca. Estos combates singulares permiten un acercamiento humano al coraje y la fuerza de los guerreros, sean indios o espaoles. Extensa es la descripcin (10 octavas) de este doble combate que Juan Mara Gutirrez ha comparado con la Austriada, de Juan Rufo Guti-rrez, obra en que lucha un espaol con un mahometano.25

    25. J.M. Gutirrez, Estudio, p. 218.

    Sin duda nos movemos en la ms pura tradicin humanista, como ya se dijo propicia al dialogismo y la valoracin de contrarios.

    Los indgenas resultan vencidos pero se advierte la intencin del au-tor de estilizar el episodio a travs de un resultado simtrico y cargado de significacin simblica.

    As mientras Ritum ha perdido su mano derecha, Coraci echa de menos el diestro ojo. Como resultado de esta batalla, el gran Tapui-Guaz manda a quemar en la hoguera a los dos jvenes derrotados y luego se rene con una junta donde pide hablar con el sabio Urumbn. Tenemos aqu el tipo del cacique shamn, que al consultar las estrellas declara inevitable el triunfo del blanco.

    Se presentan al fin dos posiciones dismiles que Centenera tipifica en Urumbia y Curemo: la aceptacin pacfica o la guerra.

    El Arcediano dispone muy bien a sus personajes, manejndose con parejas de opuestos. Curemo es el que huye tierra adentro, hacia los pa-jonales de la laguna. Ber, indio valeroso, es el ms empeado en el re-greso a la junta, pero fracasa, pues el jefe prefiere morir antes que ceder.

    No son stos precisamente rasgos desdorosos que nos permitan recha-zar o condenar al indgena. El episodio presenta aspectos de estilizacin simblica. El combate final de Urumbia y Curemo sobre paz o guerra es suspendido cuando de sangre el verde prado se quaja[ba].

    El juez sentencia en el Canto XX, en palabras que remiten al autor:

    55 Contra alguno juzgar nadie se atreve Y siendoles juez ya sealado, A entrambos, dize, honra igual se deve, Y ques qualquiera dellos buen soldado: Ninguno ay quel decreto desaprueve, Y as dize el juez muy denodado, Lo que he dicho pronuncio y lo sentencio: Y pongo al caso fin aqu, y silencio.

    Centenera siempre acenta el carcter defensivo de la lucha. Los natu-rales construyen una fortaleza cuya idea arquitectnica es atribuida irni-camente a Satans. Queran librarse [la gente indgena] de la gente chris-tiana, insiste el cronista. La fortaleza es desbaratada por los espaoles en momentos en que la gente guairacana celebraba una fiesta.

    stos son slo algunos ejemplos de la importancia que otorga el Arce-diano a la gente autctona, sus caciques, su doctrina, su valenta. No se ha repetido sino rara vez la visin del indio encarnizado en carne humana

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    que anticipan los primeros versos. Es ms, en los episodios amorosos, tan importantes para la comprensin hermenutica de la Argentina, Centenera arriesga su tesis humanista: tambin el aborigen es capaz de entrega y sacrificio por amor.

    Significacin de los episodios amorosos y otros relatos

    Juan Mara Gutirrez, pese a su evidente prejuicio anticlerical y ad-verso al clima filosfico de la Colonia, hizo sutiles observaciones que mere-cen ser reledas sobre los episodios amorosos de la Argentina:

    Es de advertir, que nuestro poeta no se muestra indiferente ni fro siempre que el amor entra para algo en su materia, y que los epi-sodios erticos de su poema son por lo comn los mejor versificados, los ms armoniosos y naturales.26

    Veamos en primer trmino un breve episodio contenido en el Canto IX, que pertenece al corpus central de la obra (VIII a XXIII) dedicado a contar minuciosamente la participacin del Arcediano en la expedicin de Ortiz de Zrate, su experiencia en todo el trayecto y luego en la Asuncin.

    Nos ha interesado especialmente este Canto, por parecernos que en-cierra varias claves para acceder a la posicin filosfica del Arcediano. No termina de comprenderlo nuestro siempre consultado Juan Mara Guti-rrez cuando dice: Este canto IX es una rara galantera del autor, pues no nos parece muy propia la materia para ofrecerla, como lo hace, a las damas bellas en cuya hechura se complace la naturaleza. Pero sea cual fuere la ra-zn de esa extraa dedicatoria, la de los males padecidos por la gente de Z-rate en la isla de Santa Catalina de tantos espaoles sepultura, la atribuye su historiador a la codicia y el egosmo que cegaban al Adelantado.27 La cita nos sirve para corroborar lo aparentemente extrao de la dedicatoria: que, segn comentamos ya, remite a la filiacin humanista de Centenera. Me-nos extraa o rara nos parecer tal dedicatoria si advertimos la coherencia interna de este Canto, centrado en dos temas que se hallan polarmente implicados: el amor y el egosmo. Por otra parte, este Canto dedicado a las damas es el noveno nueva alusin simblica a la tradicin dantesca y encierra un episodio amoroso.

    26. J.M. Gutirrez, Estudio, p.37.27. J.M. Gutirrez, Estudio, p. 32.

    La relacin del amor con la mujer es algo ms que un tpico, o mejor dicho llega a serlo por el reconocimiento, establecido desde antiguo por cierta va inicitica y desplegado por el Cristianismo, del vnculo natural y espiritual entre la Mujer y la filosofa del Amor. El amador corts o gentil habla con dileccin a su dama, identificndola con la Dama Inteligencia; se va asentando la nocin cortesana de las bellas damas, que Dante distingue de las mujeres vulgares al llamarlas donne chavete inteletto damore (Vita Nuova).

    La materia narrativa del Canto IX, ha sido dedicada en general a contar los males que acosan a la expedicin al llegar a la isla de Santa Catalina, en la costa del Brasil. All la indiferencia y egosmo del Adelan-tado Ortiz de Zrate, como ya sealamos, parece ser una causal de peso en el desencadenamiento de mltiples desgracias. Cuando el Adelantado con ochenta de sus hombres se dirige al poblado bien abastecido de Ibiac, que-da el resto de la tripulacin entregado al hambre: son trescientos soldados y cincuenta mujeres entre casadas y doncellas, sujetas a miseria y tristes hados.

    Comienzan los delitos que produce el hambre, y asoma veladamente en el texto el juicio del clrigo, contrario a los castigos que se aplican, y hacien-do caer la responsabilidad sobre el jefe, como lo ha notado muy bien Juan Mara Gutirrez.28 Las octavas 8 a 23 describen con intenso realismo las penurias del grupo: los amantes en llanto, las madres afligidas, los nios desfallecientes, los extremos del hambre y la necesidad.

    En efecto, siguiendo una modalidad que estudiamos como tpica de la obra, cuenta Centenera la historia de dos amantes ilegales que de-jaron su familia en Hornachuelos buscando en Amrica la realizacin de otra vida. Este episodio contiene tpicos y temas que remiten a la tradicin grecolatina transmitida a los trovadores y luego al dolce stil nuovo, tales como el retiro a la soledad de la naturaleza, que acoge a los enamorados, tpico que aparece en la poesa y en la novela pastoril y ms tarde retomarn los romnticos; la metfora del sol que muestra su faz colorada vistiendo de librea a las montaas, metfora que es a un tiempo una de las voces del cdigo humanista, que asimila al Amor el co-lor rojo del sol o de la Aurora; el llanto de la enamorada a orillas del mar; el enamorado loco que se extrava en los bosques pidiendo la muerte, y finalmente el monstruo que sale del mar, versin grotesca y casi cmica del monstruo clsico, diversificado en gigante, cclope, dragn, bestia

    28. J.M. Gutirrez, Estudio, p. 33.

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    marina, con el implcito simbolismo de lo otro, imputable al Demonio, a la Negacin o al Dios.

    El humanismo cristiano, que culmin expresivamente en el Barroco, vuelve a estos temas a travs de figuras que han sido consideradas motivos o tpicos literarios. Reinterpreta los temas clsicos, abriendo una lnea in-terpretativa de fondo teologal, que significa la incorporacin del Mal y del pecado como parte de la vida, la inclusin del otro, la mirada hacia lo infor-me, teratolgico, oscuro o relegado. La aficin del Barroco por la figura de Polifemo no es mero ornato sino fruto de una filosofa que halla expresin en las figuras mitolgicas; Gngora visualiza a Polifemo como imagen del poeta humanista, el hombre-cclope tocado por el don de videncia.

    Cierra este episodio una sutil reflexin del autor, l mismo encargado de castigar y separar a los amantes, sobre la estrechez de la justicia y el castigo mximo de los enamorados que es el verse distantes uno del otro (vase octava 43, Canto IX).

    Aqu se inserta este episodio sugestivo que si bien contina las situa-ciones penosas del conjunto, posee rasgos que lo individualizan. Abarca las octavas 24 a 33.

    Canto IX24 De dos quiero dezir un caso extrao Que solo el referirlo me da pena A quien el amor hizo tanto dao Quanto suele a quien prende en su cadena: En fama de casados avia un ao Que estavan, y se dize a boca llena El galan su muger dexa y hijuelos, La dama, su marido en hornachuelos

    25 Aquestos a palmitos han salido Como otros lo hazian cada da Y la montaa adentro se han metido, A do la obscura noche les coga: En esto a nuestro amante dolorido Una espantosa fiebre succedia, La dama le consuela aunque affligida Por verse en la montaa tan metida.

    26 No quiero referir lo que trataron Los tristes dos amantes y su llanto,

    Las vozes y suspiros que formaron, Porque era necessario entero canto: Al fin su triste noche la pwassaron Embueltos en dolor y crudo planto. Quien duda que la dama no diria, En mal punto tope tal compaia,

    ..........................................................................

    31 Un pece de espantable compostura Del mar sali reptando por el suelo, Subiose ella huyendo en una altura Con gritos que pona all en el cielo, El pece la sigui la sin ventura Temblando esta de miedo, con gran duelo, El pece con sus ojos la mirava, Y al parecer gemidos arrojava.

    32 Sali en esto el galn de la montaa, Y el pece se meti en la mar huyendo, Sus ojos el galn arrasa y baa, Con lagrimas y a ella se viniendo Le dize si la vista no me engaa, Camino tengo ya venid corriendo, La dama le responde a priessa vamos Al pueblo porque mas no nos perdamos.

    El episodio adquiere visos de aventura y puede ser resumido de este modo:

    a. Los enamorados marginales a la ley se apartan del grupo, motiva-dos por el hambre.

    b. Internacin y noche en la selva.c. Amanecer y bsqueda de la salida.d. Separacin de los amantes.e. La mujer, a orillas del mar, es visitada por el monstruo compasivo.f. El amante la salva y vuelven al grupo.g. Son castigados por la ley: el Arcediano es encargado del castigo, aun-

    que da a entender que los amantes han sido ya suficientemente casti-gados por su sufrimiento.

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    Puede advertirse la textura mtico-simblica del episodio, que recoge en efecto algunos elementos de la realidad concreta. Por ejemplo, hemos ha-llado en fuentes cientficas la existencia de un pez grande, anfibio, dotado de aletas que son usadas como patas para salir del agua, el cual vive en la zona chaquea y lleva el nombre de Lepidosirene. Pero el episodio, aunque pueda tener un origen real, participa de cierto fantaseo simblico que pone en evidencia su significacin:

    La ley del amor enfrenta a la ley social. La naturaleza (el pez) se compadece de la enamorada solitaria: llora

    y gime. Los enamorados-iniciados hallan en su propio dolor el mayor castigo.

    Se sobreentiende un tcito enfrentamiento a la rigidez de la ley.

    Son muchas las implicancias de este episodio en el que amor y locura quedan enlazados. Pertenecen en el decir de Juan Mara Gutirrez a cierta cuota de hallazgos en que se sorprende lo que la historia calla.29

    Entre otros aspectos advertimos el contexto histrico, que permite a parej