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Material de Taller ( en venta en La Yunta)Enunciacin y Multiplicidad de voces

ndice de textos para analizar en Taller:

Gnero discursivo.

1. Cmo toman decisiones los animales, Clarn. Com. Jueves 24,06,1999

2. Todos los aos, el mismo lugar, la misma hora, Luis Capozzo

3. Costumbres de los ahogados, Alfred Jarry

4. Patafsica y conocimiento (fragmento), Christian Ferrer

5 Instrucciones, Julio Cortzar

Situacin enunciativa: enunciador y enunciatario

6. No s si he sido claro, Roberto Fontanarrosa

7. Graffiti, Julio Cortzar

Polifona

8. Voz en el telfono, Silvina Ocampo9. Raymon Carver, Tres rosas amarillas 10. El juego de las voces, Laura Di Marzo

Ruptura de la isotopa estilstica

11. Benito Martinez, La televisin

12. Fotos, Rodolfo WalshIntertextualidad

13. La tela de Penlope o quin engaa a quin, Augusto Monterroso

14 Charly Garca , Cancin De Alicia

15 Germn Rozenmacher, Cabecita Negra

16. Jos Pablo Feinmann, Por si las moscas.

17. Leonardo Moledo, Los libros de arena

18. Jorge Luis Borges, El libro de arena

Argumentacin dialgica

19. Marcelo Percia, Noticias sobre el hombre del grabador

20. Esther Cohen, Subjetividad y ficcin

21. Fabin Casas, Ensayo Bonsai

Leer Enunciacin y Multiplicidad de voces ( Problemas del lenguaje y la comunicacin)

Bajtn: los gneros discursivos ( Problemas del lenguaje y la comunicacin)Leer en El taller universitario:La situacin enunciativa del gnero acadmico

Exponer, explicar y argumentar.

Cmo leer la dimensin argumentativa de los textos acadmicos

Evaluar la lectura

Incluir enunciados ajenos: la polifona

Material digitalizado:

1. Cmo toman decisiones los animales

Cuando se habla del pensamiento de los animales se est hablando de la capacidad que tienen para decidir. Porque un animal puede elegir ir a un lugar o a otro, explic a Clarn el bilogo Luis Cappozzo. El experto en ecologa y comportamiento animal del Museo Argentino de Ciencias Naturales dijo adems que, en el mundo animal, las decisiones se toman de manera permanente. Segn Cappozzo, un animal decide por dos motivos: a travs de la informacin que lleva en los genes de acuerdo con la historia evolutiva de su especie, y a travs, tambin, de su experiencia individual. De ese modo selecciona, por ejemplo, qu pozo elegir como guarida. Estas decisiones no son motivadas por una conciencia o un pensamiento abstracto, sino que los animales eligen para asegurar su supervivencia e incrementar su xito reproductivo, seal el bilogo. En su opinin, algunos mamferos tienen una capacidad importante de aprender. Un puma, por ejemplo, aprende las tcnicas de caza que le ensea su madre durante el perodo de lactancia. Pero esto no hace a algunos animales ms o menos inteligentes que otros -sostuvo el bilogo-. Un calamar no es menos inteligente que un delfn, sino que tiene un comportamiento ms sencillo. Mientras el calamar se limita a adaptarse al medio para cambiar su coloracin, el delfn es capaz de vivir en sociedades. Cappozzo dijo que cada especie se adapta a sus necesidades. Y en sus sistemas nerviosos centrales se ven distintos grados de complejidad. Hace una semana se conoci el resultado de un estudio realizado en Escocia: investigaron chimpancs por cinco dcadas y concluyeron que tienen cultura propia, con costumbres aprendidas y compartidas, y no heredadas genticamente. En el mundo de los invertebrados, una profesora de neurociencia inform en 1998 en Canad que los pulpos juegan, tienen personalidades y son buenos imitadores.

Clarn. Com. Jueves 24,06,1999

---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------2. Todos los aos, el mismo lugar, la misma hora, Luis Capozzo ( de Capozzo, Luis, Agua salada y sangre caliente. Historia de mamferos marinos)

3.Alfred Jarry / COSTUMBRES DE LOS AHOGADOS

Hemos tenido ocasin de entablar relaciones bastantes ntimas con estos interesantes borrachos perdidos del acuatsmo. Segn nuestras observaciones, un ahogado no es un hombre fallecido por sumersin, contra lo que tiende a acreditar la opinin comn. Es un ser aparte, de hbitos especiales y que se adaptara a las mil maravillas a su medio si se lo dejase residir un tiempo razonable. Es notable que se conserven mejor en el agua que expuestos al aire. Sus costumbres son extraas y, aunque ellos gustan de desempearse en el mismo elemento que los peces, son diametralmente opuestas a la de stos, si se permite expresarnos as. En efecto, mientras los peces, como es sabido, navegan remontando la corriente, es decir en el sentido que exige ms de sus energas, las vctimas de la funesta pasin del acuatsmo se abandonan a la corriente del agua como si hubieran perdido toda energa, en una perezosa indolencia. Su actividad slo se manifiesta por medio de movimientos de cabeza, reverencias, zalemas, medias vueltas y otros gestos corteses que dirigen con afecto a los hombres terrestres. En nuestra opinin, estas demostraciones no tienen ningn alcance sociolgico: slo hay que ver en ellas las convulsiones inconscientes de un borracho o el juego de un animal.El ahogado seala su presencia, como la anguila, por la aparicin de burbujas en la superficie del agua. Se los captura con arpones, lo mismo que a las anguilas; el uso de garlitos o lneas de fondo resulta a este efecto menos provechoso.En cuanto a las burbujas, se puede caer en el error por la gesticulacin desconsiderada de un simple ser humano que slo se halla en el estado de ahogado provisorio. En este caso, el ser humano no es en extremo peligroso y en todo comparable como lo hemos dicho ms arriba, a un borracho perdido. La filantropa y la prudencia exigen distinguir dos fases en su salvamento: 1) la exhortacin a la calma; 2) el salvamento propiamente dicho. La primera operacin, imprescindible, se efecta muy bien por medio de un arma de fuego, pero hay que estar familiarizado con las leyes de la refraccin; en la mayora de los casos, basta con un golpe de remo. Slo queda segunda fase capturar al objeto por el mismo mtodo que a un ahogado ordinario.Es raro que los ahogados se desplacen formando bancos, a la manera de los peces. De ello se puede inferir que sus ciencias sociales son an embrionarias, a menos que se juzgue ms simple suponer que su combatividad y valor guerrero es inferior al de los peces. Es por ello que stos se comen a aquellos.Estamos en condicin de probar que hay un solo punto en comn entre los ahogados y los dems animales acuticos;desovancomo los peces, aunque sus rganos reproductores, para el observador superficial, parezcan conformados como los de los humanos. Desovan, a pesar de esta grave objecin: ninguna ordenanza de la prefectura protege su reproduccin por la veda momentnea de su pesca.Corrientemente, un ahogado se vende a 25 francos en el mercado de la mayora de los departamentos, constituyendo una fructfera y honesta fuente de recursos para la poblacin riberea. Sera pues de inters patritico fomentar su reproduccin; de lo contrario, a falta de esa medida, sera grave la tentacin, para el ciudadano ribereo y pobre, de fabricar ahogados artificiales, igualmente merecedores de la prima, por medio del maquillaje por va hmeda de otros ciudadanos vivos.El ahogado macho, en la estacin del desove, que dura casi todo el ao, se pasea en su desovadora, descendiendo como de costumbre la corriente, la cabeza hacia adelante, la cintura levantada, las manos, los rganos de desove y los pies menendose sobre el agua. Permanece de buen grado balancendose entre las hierbas. Su hembra tambin desciende la corriente, con la cabeza y las piernas volcadas hacia atrs y el vientre al aire.As es la vida.

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4. Jarry y la PatafsicaPatafsica y conocimiento (fragmento)

Christian Ferrer"La patafsica se ocupa de imaginar la construccin prctica de dispositivos que no van a existir".Qu es la patafsica? No tanto una burlona superacin de la metafsica comounapercepcindel mundo. Sera, con mayor precisin,la cienciainventada porAlfred Jarrya fines del siglo XIX para trascender las limitaciones que laliteratura impona a su obra. Jarry, de origen Bretn, naci en 1873 y muri elDa de Todos los Santos del ao 1907. Su madre y su hermano pasaron largastemporadas en el manicomio, institucin que Jarry sustituy por pensiones ycafs parisinos. Su vida es la historia de una urgencia y la de un suicidio gradualpor medio del consumo inmoderado de ajenjo y ter. Vanguardista acicateadopor un genio anrquico; escritor simbolista;raro: as suele ser congelado. Sinembargo, aquel estudiante de provincias haba absorbido su buena dosis deEsquilo y de Shakespeare. La obra de Jarry, escasa a fin de cuentas, conjuga en smisma a la cita culta y la bufonera, la estructura narrativa del drama clsico y elhumor arbitrario, la irona elegante con la grosera de ndole popular.Ub Rey,epopeya farsesca y tragedia cmica, comienza con una primera lneainmejorable:Mierdra!.() La historia del Colegio de Patafsica (as, con apstrofe,segn el uso del Colegio) es tambin la historia del arte de vanguardia, puesalgunos de sus integrantes fueron Joan Miro, Marcel Duchamp, Jean Dubuffet,Asgern Jorn, Enrico Baj, Jacques Prevert, Boris Vian y Raymond Queneau.Tambin lo fueron Groucho, Chico y Harpo Marx.()La patafsica es una recusacin del positivismo, una reaccin bufonesca contra ladoctrina del progreso en la poca. Los principios de la ciencia patafsicasostienen que todo puede ser su opuesto, que la esencia del mundo es laalucinacin, que todos somos innobles, que nada parece nunca lo que es,que todo fenmeno es individual, defectuoso e inagotable, y que todo saber essiempre personal y valido para un instante. Todava hoy se siguen pregonandoprogramas polticos de la ciencia que la suponen universal, generalizable, til yaplicable. Pero si se quiere dar cuenta de la particularidadde las cosasy de lasingularidadde los seres humanos se necesita un ideal de ciencia muy distinto alhasta ahora conocido y dominante. Una ciencia de lo singular detecta y celebralas excepciones al orden regular de la naturaleza y de la sociedad. Tal cienciaafirma la inevitable diferencia y superabundancia de cosas y seres y lenguajesnicos en s mismos. Las cosas, antes o despus, se deforman, derriten o mutan:estn all para incitar a los hombres a aceptar y agradecer un mundo excepcional.Jarry deca que el llamaba monstruo a todo original de inagotable belleza. Lapatafsica es un elogio de la curiosidad, lo cual nos devuelve a la motivacinoriginaria de la ciencia, hoy obturada por metodologas y modas acadmicas.Aunque lo maravilloso, la excepcin inclasificable y la unicidad asombrosacarezcan de legitimidad para quienes operan con conceptos generales, no otracosa hay en el inventario del mundo.Artculo publicadoen Artefacto/3 1999 - www.revista-artefacto.com.arPublicado porefecto alquimiaenmircoles, octubre 21, 2009------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

5. Julio Cortzar"Con la Maga hablbamos de patafisica hasta cansarnos, porque a ella tambin le ocurra (y nuestro encuentro era eso, y tantas cosas oscuras como el fsforo) caer de continuo en las excepciones, verse metida en casillas que no eran las de la gente, y esto sin despreciar a nadie, sin creernos Maldorores en liquidacin ni Melmoths privilegiadamente errantes. No me parece que la lucirnaga extraiga mayor suficiencia del hecho incontrovertible de que es una de las maravillas mas fenomenales de este circo, y sin embargo baste suponerle una conciencia pare comprender que cada vez que se le encandila la barriguita el bicho de luz debe sentir como una cosquilla de privilegio. De la misma manera a la Maga le encantaban los los inverosmiles en que andaba metida siempre por cause del fracaso de las leyes en su vida.

Cortzar , Rayuela

Instrucciones para llorar

Dejando de lado los motivos, atengmonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escndalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contraccin general del rostro y un sonido espasmdico acompaado de lgrimas y mocos, estos ltimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enrgicamente.

Para llorar, dirija la imaginacin hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contrado el hbito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapar con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los nios llorarn con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincn del cuarto. Duracin media del llanto, tres minutos.

Instrucciones para subir una escalera

Nadie habr dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ngulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en lnea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachndose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se est en posesin momentnea de un peldao o escaln. Cada uno de estos peldaos, formados como se ve por dos elementos, se sita un tanto ms arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinacin producir formas quiz ms bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.

Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrs o de costado resultan particularmente incmodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaos inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escaln. Puesta en el primer peldao dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (tambin llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevndola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldao, con lo cual en ste descansar el pie, y en el primero descansar el pie. (Los primeros peldaos son siempre los ms difciles, hasta adquirir la coordinacin necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difcil la explicacin. Cudese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).

Llegado en esta forma al segundo peldao, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fcilmente, con un ligero golpe de taln que la fija en su sitio, del que no se mover hasta el momento del descenso.

Instrucciones para dar cuerda al relojAll al fondo est la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remntela suavemente. Ahora se abre otro plazo, los rboles despliegan sus hojas, las barcas corren regatas, el tiempo como un abanico se va llenando de s mismo y de l brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan.

Qu ms quiere, qu ms quiere? telo pronto a su mueca, djelo latir en libertad, imtelo anhelante. El miedo herrumbra las ncoras, cada cosa que pudo alcanzarse y fue olvidada va corroyendo las venas del reloj, gangrenando la fra sangre de sus rubes. Y all en el fondo est la muerte si no corremos y llegamos antes y comprendemos que ya no importa.

Instrucciones para cantar

Empiece por romper los espejos de su casa, deje caer los brazos, mire vagamente la pared, olvdese. Cante una sola nota, escuche por dentro. Si oye (pero esto ocurrir mucho despus) algo como un paisaje sumido en el miedo, con hogueras entre las piedras, con siluetas semidesnudas en cuclillas, creo que estar bien encaminado, y lo mismo si oye un ro por donde bajan barcas pintadas de amarillo y negro, si oye un sabor pan, un tacto de dedos, una sombra de caballo. Despus compre solfeos y un frac, y por favor no cante por la nariz y deje en paz a Schumann.----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------6. FONTANARROSA, Roberto, No s si he sido claro

Pablo Bernasconi

(Collage de)

Antes que nada quisiera pedir, seor juez, seores del jurado, que sepan disculpar si, tal vez, en mi relato, ofendo sin querer el odo de la dama o el caballero, con palabras que puedan parecer "non sanctas". Pero es que el tema seor juez, en s mismo, se hace un poco dificultoso de contar sin recurrir a esas palabras a las que hago mencin.Yo creo que ha sido el destino, el azar, el que me ha puesto en esta situacin, la casualidad, y, lamentablemente, seores, no tengo, ni mucho menos, dotes de orador. Procurar, a lo sumo, ser concreto y lo ms breve posible. Pero quera dejar hecha la salvedad para que nadie, despus, diga que no lo he advertido y se me pueda acusar de maleducado o boca sucia. Por otra parte, estamos entre gente madura que sabr comprender lo que yo diga.Ya s, ya s, seor juez, perdneme. Ir al grano. Pero ocurre que no es fcil para un hombre humilde, como yo, desenvolverme en esta situacin, frente a tan honorables mandatarios. Es el destino, como le deca, el que ha querido que yo fuese testigo de los hechos, y procurar ser lo ms claro posible, sin ofender a nadie. Voy a comenzar la historia por el principio, o al menos, voy a tratar, seor juez, seores del jurado, de darles una idea de quin era Miguel Panizo, Miguelito, como le decamos en el barrio, el Burro Panizo. Y Miguel Panizo, all, en Saladillo, era famoso por una cosa, seor juez, por su virilidad, su hombra. Y cuando digo su virilidad, su hombra, no me refiero con esto a que era un guapo, un hombre de coraje, o un tipo valiente. Eso no lo s. Nunca lo demostr, o no tuvo oportunidad de demostrarlo. Tampoco era un tipo provocador como para tener oportunidad de demostrarlo. Todo lo contrario, Miguelito era un pan de Dios, un muchachote buenazo, seores. Por eso, cuando yo digo que Miguel Panizo era famoso por su virilidad me refiero a otra cosa. Y ustedes saben bien a qu me refiero. Me refiero, procurar ser ms explcito, me refiero... porque veo entre los presentes rostros algo dubitativos... algunos ya veo que me han comprendido... s, s... eso mismo... eso mismo... Pero ser claro, me refiero a que Miguel Panizo era famoso por el... digamos... por lo que calzaba... Cmo explicarlo?... El aparato que calzaba, el sexo, digamos, el miembro viril, exactamente. Puedo asegurarle, seor juez, y perdone si soy muy crudo en mis trminos, que era inhumano lo que tena ese muchacho entre las piernas. Una cosa brbara. As, observe. Mi antebrazo, casi. Soy un hombre grande, he visto muchas cosas, pero puedo asegurarles que nunca en mi vida haba visto algo as. Una cosa tremenda! Por algo le decan "El Burro", a Miguelito. El "Burro" Miguel, porque como ustedes saben... noto que han comprendido por las miradas de todos ustedes... los burros son notorios por... Est bien, s, seor juez, perdneme... intento ser claro para ilustrar al jurado, y a la vez, no aparecer demasiado grosero para las damas que lo componen, tambin... Ellas sabrn perdonarme.S, s, contino, seor juez. Puedo asegurarles, seores del jurado, que el atributo de Miguel Panizo era para ser expuesto en circos, en ferias pblicas, de la misma forma que a veces se muestran terneros de dos cabezas, o jorobados, u otras deformidades fsicas. Pero l, Miguelito, siempre se haba negado a eso porque deca, y tena razn, seores del jurado, que l no era un payaso, o un animal, para ser exhibido en una kermesse, o en algn circo. Y yo les aseguro, seores del jurado, que ese muchacho poda haberse ganado la vida muy fcilmente trabajando en el Tihany, o en el Ringlin Brothers, por dar un ejemplo.Pero no, Miguel siempre trabaj en el Almacn de don Isidro, a la vuelta del club Calzada, como cualquier hijo de vecino. Pero eso s, tiempo atrs sola aceptar desafos, apuestas, de gente que vena de otras partes. Eso s. Un poco porque no dejaba de ser una diversin para los muchachos del barrio, que lo seguamos como quien sigue a un equipo de ftbol. Nosotros ramos su hinchada. Y otro poco porque as, de cuando en cuando, se ganaba los buenos pesos. Pero haca mucho que eso ya no pasaba en Saladillo. El ltimo que recuerdo, hace como ocho aos, fue un... un bobalicn de Santa Fe... un grandote que jugaba al bsquet y vino a desafiarlo a Miguel. Me acuerdo que la competencia fue a puertas cerradas, por supuesto, en la sala de los trofeos del club Unin y Gloria, frente a un escribano pblico, y estbamos todos. Se haba acondicionado una mesa, quisiera explicarles el procedimiento a los seores del jurado, una mesa a la que se le haba pintado, muy prolijo, en la madera, un sistema mtrico, que llegaba al metro y medio, ms o menos, y sobre esa mesa se haca la exhibicin... bueno... de las piezas. Disculpen las damas si me extralimito, porque veo... bueno... rostros un tanto ruborizados, pero entiendo que es mi deber de testigo aportar, en lo posible...Est bien, est bien, seor juez, perdneme. Pido disculpas. Quizs mi intencin de colaborar hace que me extralimite... S, s, contino. Bueno, aquella vez del santafecino fue un fiasco porque Miguel le gan, casi, por veinte centmetros. S, seores, advierto ciertas miradas suspicaces entre los honorables presentes, pero puedo jurarles por lo que ms quiero, por el cario de mi madre, que no les miento. Es que lo de Miguelito era pavoroso. Y estoy hablando del aparato... cmo podra explicarlo?... del aparato en posicin de descanso. No les hablo, no quiero contarles lo que era eso cuando entraba en actividad, porque en esos...Bien, perdn seor juez. Lo que ocurre es que la gente suele no creer cuando uno les cuenta, piensan que uno est fantaseando, pero quiero recordarles que yo he jurado decir solamente, la verdad y no voy a defraudar ni la confianza que ha depositado en m el jurado al llamarme a declarar, ni mucho menos la mirada de mi padre, quien, tal vez, desde el Cielo...Ya s, seor juez, perdn. Mil perdones. Contino. Esa vez con el santafecino, fue la ltima vez que Miguel particip en un desafo de ese tipo. Estoy hablando de casi ocho, si no nueve aos atrs. Pero, por lo dems, Miguel Panizo, llevaba una vida normal, tranquila, comn. No era un hombre de farolear, digamos, de engrupirse con sus condiciones fuera de lo comn. Y mire que cualquiera pudiera haberlo hecho, en su misma situacin! Ms considerando, ustedes bien saben cmo son los barrios, ese culto que existe por el machismo, por la cosa viril. Cmo se habla de eso en la barra del caf, en el club, los chistes de los amigos, las cargadas, las bromas! Pero no, Miguelito ya dije que era un pan de Dios, no le daba mucha bolilla a esas cosas. Tampoco las desmenta porque no era tonto. No las desmenta. El saba que, en la medida en que esa fama se difundiera, l sacaba sus buenas ventajas. De qu modo? Permtame explicarlo, seor juez, dado que aprecio miradas algo confundidas entre los presentes. Todos sabemos que las mujeres son bastante curiosas, seor juez... No s si me explico... No s si ha sido clara mi intencin. No s si han logrado captar lo que quiero decir con esto... Un momento, un momento... quisiera aclarar, porque veo rostros un tanto enojados entre las damas del jurado... Es solamente lo que he dicho... En ese aspecto, en el aspecto de la relacin, digamos, por as decirlo, hombre-mujer, la relacin ntima, o bien, sexual, la mujer se dice que es ms inquieta que el hombre. Ms curiosa, la subyuga lo desconocido, o lo misterioso. Se siente atrada por aquello que no conoce. Al menos le algo as en alguna revista especializada. No quiero que se piense que yo, seor juez, soy el inventor de esta teora! Creo haberlo visto en el "Maribel". O al menos algunas mujeres son as, si no todas. Por lo menos, y eso doy fe, lo juro por la salud de mis hijos, en el barrio yo he visto varias mujeres, incluso digo ms, muchas de ellas "seoras", "seoras respetables", venir al club a la hora en que ellas saban que nos reunamos los muchachos, para verlo al Miguel. Y le buscaban la conversacin, le "daban calce", como dicen los muchachos. Y el Miguelito aprovechaba, porque era un grandote algo quedado en algunas cosas, pero de tonto no tena nada. Y al da siguiente se las vea a esas mujeres con el rostro cambiado, con una sonrisa, as, como perdidas y uno entonces saba que el Miguel les haba hecho saber lo que es la buena eh... ustedes ya me comprenden, la buena... creo ser claro, la buena herramienta, disculpen si soy crudo en mis palabras. Y voy llegando al ncleo de lo que tengo que contar, segn todos sabemos, y pido disculpas si me he excedido en detalles irrelevantes, vuelvo a repetir que no soy orador y...Bien, seor juez, tiene razn. Perdone usted. La cuestin es que una semana atrs, el lunes pasado, s, el lunes pasado, llega al barrio un enano. Un enano de Resistencia, Chaco. Se imagina, seor juez, que la noticia corri enseguida porque un enano es muy notorio, siempre, por la misma razn de su baja estatura. Pero este enano, seores del jurado, Sosa se llamaba, o se haca llamar, desafi al Miguelito. As como lo oyen. Podra sonar como una petulancia, o una falta de humildad de parte del enano, desafiar a un coloso como Miguel, pero ustedes bien saben lo que se dice, lo que se comenta en torno a los enanos... No s si soy claro... No s si ustedes entienden el sentido de lo que quiero transmitirles, porque veo algunos rostros como... como que no comprenden. Se dice, no s si es cierto, que los enanos, a pesar de su escasa talla, de su tamao reducido, estn, podramos decir... estn muy bien provistos.Bien, seor juez, s, s, comprendo, contino. No... Adems veo que me han comprendido perfectamente, veo por sus miradas que ellos tambin conocen la fama de estos enanos, o al menos han odo de ella. Incluso a este Sosa, Marcial Sosa, el enano que se present en el buffet del club el lunes pasado, le decan el "Brasero". Por supuesto que es un apodo, que no configuraba un dechado de imaginacin porque es un apodo muy remanido, digamos, porque... claro... no le decan el "Bracero" porque hubiese trabajado en la zafra... y perdonen la irona. No s si me llegan a entender. No s si comprenden, en especial las damas, porque noto ciertas caritas como que no entienden. El brasero, por el brasero brasero, el aparatito para calentar cosas, la pava, digamos. El brasero que como todos sabemos tiene tres patas y suele llamarse as a ciertas personas, lgicamente, hombres, cuando se comenta que, justamente...Muy bien, muy bien, seor juez, es que intento ser lo ms grfico posible. Perdone usted. Disculpe. Contino y sepan disculparme las damas si soy un tanto crudo en mis explicaciones. En el club de inmediato se cre una efervescencia ante el desafo del recin llegado del Chaco e, incluso, comenzaron a tejerse historias disparatadas. Usted sabe cmo son las barras de los clubes. Cmo se habla ah al divino botn. Porque este enano era del Chaco y el Miguelito Panizo tambin es chaqueo. No de Resistencia pero s del Chaco. De Roque Senz Pea, creo. Se vino ac hace como quince aos, pero es del Chaco. Y se empez a decir en la mesa del club que en Chaco todos los hombres son as, que era as por la alimentacin, o por el clima seco, qu s yo. Hasta que Fermn, el Toto Fermn, que es el macaneador mayor del club... Usted sabe, seor juez, que en todo club, en todo barrio hay un macaneador, un loco, un tontito, bueno... Fermn, que es el macaneador del club, invent que el enano era en realidad hijo de Miguel, un hijo natural, que por eso estaba tambin digamos... que por eso cargaba tambin su buen, su buen aparato, que Miguel haba huido del Chaco justamente por eso, para no hacerse cargo del enano y todas esas cosas. La que se arm! De cualquier manera el desafo ya se haba concertado, Miguel haba dicho que s, y el enano haba apostado cualquier guita a su... a su pingo. No me pregunten cunto porque mentira si les digo, pero s que era una cantidad ms que considerable, se hablaba de dlares, incluso. Bueno, el mircoles a la noche, fue la cosa. Se cerr el club con la excusa de que haba desinfeccin, nos fuimos todos para el saln de los trofeos, ramos como treinta, y all estaba la mesa sa que yo ya les expliqu, se haba acondicionado como para este tipo de... confrontaciones. Quiero aclarar que en este tipo de cosas no se aceptan mujeres ni nios, que quede bien claro que es nada ms que una competencia con un pblico exclusivamente de hombres. No hay ninguna corrupcin ni porquera. Estaba tambin el escribano, pero no se permitan fotgrafos.El enano lleg medio tarde, cuando ya pensbamos que se haba borrado, temeroso de pasar papelones. Pero lleg, agitado, con un envoltorio alargado de papel de diario bajo el brazo, donde deca que traa una regla para constatar las medidas. Ah se arm medio una discusin porque hubo que decirle que l obraba en condicin de desafiante, y que ac las cosas se regan por las reglamentaciones de la provincia de Santa Fe, y esas cosas. Yo no s qu haba de cierto en todo eso, pero supongo que los muchachos medio lo apuraron para no dejarse prepotear por un desconocido de afuera que vena a desconfiar de nosotros, y para colmo, enano. De cualquier manera, despus de la parada de carro, hubo que hacer las cosas bien por derecha, no fuera a ser que el enano, o el mismo escribano, pensaran que los queramos llevar por delante y robarles el dinero. El escribano sorte quin deba... digamos, desenfundar primero. Y sali elegido Miguelito, pobre. Miguel pel el termo y lo puso sobre la mesa. Una cosa monumental, vea. El enano se puso plido, yo lo estaba mirando de reojo, blanco se puso. El escribano midi, no s bien cunto acus Miguel si lo supiese no me lo creeran, y le toc el turno al enano. Yo vi que el enano agarraba la regla envuelta en papel de diario y pens: "Este no est convencido. No lo puede creer". Y por ah el enano saca del envoltorio alargado, no una regla, saca un machete de este porte, de esos de abrir picadas en el monte y...Cuando revivo esa escena le juro, seor juez, que me recorre la columna vertebral un estremecimiento de arriba abajo. Fue un solo tajo, seor juez, un machetazo seco sobre la mesa... Mire... El aparato de Miguelito era una vbora, un brazo mutilado retorcindose sobre la mesa. No quiero abundar en detalles porque veo en los rostros transfigurados de todos ustedes... el mismo espanto que sent yo... Pobre Miguel... Despus nos contaron que este enano, Sosa, haba resultado el marido de una mujer que un da prob con Miguel, all en el Chaco. No s. Una historia as. Y que se la haba jurado al Miguel. El enano era obrajero. Cmo son las cosas! De qu vale, a veces, tener tanto, seor juez? Me pregunto yo... de qu vale tener tanto?.Roberto El Negro Fontanarrosa naci en Rosario (Santa Fe), Argentina, el 26 de noviembre de 1944, y muri el 19 de julio de 2007. Era humorista grfico y escritor.

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7. Graffiti, Julio Cortzar(Cortzar. Cuentos completos 2 (1969-1982). Madrid y Buenos Aires: Alfaguara, 1994. [Pginas 397-400])

Tantas cosas que empiezan y acaso acaban como un juego, supongo que te hizo gracia encontrar un dibujo al lado del tuyo, lo atribuiste a una casualidad o a un capricho y slo la segunda vez te diste cuenta que era intencionado y entonces lo miraste despacio, incluso volviste ms tarde para mirarlo de nuevo, tomando las precauciones de siempre: la calle en su momento ms solitario, acercarse con indiferencia y nunca mirar los grafitti de frente sino desde la otra acera o en diagonal, fingiendo inters por la vidriera de al lado, yndote en seguida. Tu propio juego haba empezado por aburrimiento, no era en verdad una protesta contra el estado de cosas en la ciudad, el toque de queda, la prohibicin amenazante de pegar carteles o escribir en los muros. Simplemente te diverta hacer dibujos con tizas de colores (no te gustaba el trmino grafitti, tan de crtico de arte) y de cuando en cuando venir a verlos y hasta con un poco de suerte asistir a la llegada del camin municipal y a los insultos intiles de los empleados mientras borraban los dibujos.

Poco les importaba que no fueran dibujos polticos, la prohibicin abarcaba cualquier cosa, y si algn nio se hubiera atrevido a dibujar una casa o un perro, lo mismo lo hubieran borrado entre palabrotas y amenazas. En la ciudad ya no se saba demasiado de que lado estaba verdaderamente el miedo; quizs por eso te diverta dominar el tuyo y cada tanto elegir el lugar y la hora propicios para hacer un dibujo. Nunca habas corrido peligro porque sabas elegir bien, y en el tiempo que transcurra hasta que llegaban los camiones de limpieza se abra para vos algo como un espacio ms limpio donde casi caba la esperanza. Mirando desde lejos tu dibujo podas ver a la gente que le echaba una ojeada al pasar, nadie se detena por supuesto pero nadie dejaba de mirar el dibujo, a veces una rpida composicin abstracta en dos colores, un perfil de pjaro o dos figuras enlazadas. Una sola vez escribiste una frase, con tiza negra: A m tambin me duele. No dur dos horas, y esta vez la polica en persona la hizo desaparecer. Despus solamente seguiste haciendo dibujos.

Cuando el otro apareci al lado del tuyo casi tuviste miedo, de golpe el peligro se volva doble, alguien se animaba como vos a divertirse al borde de la crcel o algo peor, y ese alguien como si fuera poco era una mujer. Vos mismo no podas probrtelo, haba algo diferente y mejor que las pruebas ms rotundas: un trazo, una predileccin por las tizas clidas, un aura. A lo mejor como andabas solo te imaginaste por compensacin; la admiraste, tuviste miedo por ella, esperaste que fuera la nica vez, casi te delataste cuando ella volvi a dibujar al lado de otro dibujo tuyo, unas ganas de rer, de quedarte ah delante como si los policas fueran ciegos o idiotas. Empez un tiempo diferente, ms sigiloso, ms bello y amenazante a la vez. Descuidando tu empleo salas en cualquier momento con la esperanza de sorprenderla, elegiste para tus dibujos esas calles que podas recorrer de un solo rpido itinerario; volviste al alba, al anochecer, a las tres de la maana. Fue un tiempo de contradiccin insoportable, la decepcin de encontrar un nuevo dibujo de ella junto a alguno de los tuyos y la calle vaca, y la de no encontrar nada y sentir la calle an ms vaca. Una noche viste su primer dibujo solo; lo haba hecho con tizas rojas y azules en una puerta de garage, aprovechando la textura de las maderas carcomidas y las cabezas de los clavos. Era ms que nunca ella, el trazo, los colores, pero adems sentiste que ese dibujo vala como un pedido o una interrogacin, una manera de llamarte. Volviste al alba, despus que las patrullas relegaron en su sordo drenaje, y en el resto de la puerta dibujaste un rpido paisaje con velas y tajamares; de no mirarlo bien se hubiera dicho un juego de lneas al azar, pero ella sabra mirarlo. Esa noche escapaste por poco de una pareja de policas, en tu departamento bebiste ginebra tras ginebra y le hablaste, le dijiste todo lo que te vena a la boca como otro dibujo sonoro, otro puerto con velas, la imaginaste morena y silenciosa, le elegiste labios y senos, la quisiste un poco.

Casi en seguida se te ocurri que ella buscara una respuesta, que volvera a su dibujo como vos volvas ahora a los tuyos, y aunque el peligro era cada vez mayor despus de los atentados en el mercado te atreviste a acercarte al garage, a rondar la manzana, a tomar interminables cervezas en el cafe de la esquina. Era absurdo porque ella no se detendra despus de ver tu dibujo, cualquiera de las muchas mujeres que iban y venan poda ser ella. Al amanecer del segundo da elegiste un paredn gris y dibujaste un tringulo blanco rodeado de manchas como hojas de roble; desde el mismo caf de la esquina podas ver el paredn (ya haban limpiado la puerta del garage y una patrulla volva y volva rabiosa), al anochecer te alejaste un poco pero eligiendo diferentes puntos de mira, desplazndote de un sitio a otro, comprando mnimas cosas en las tiendas para no llamar demasiado la atencin. Ya era noche cerrada cuando oste la sirena y los proyectores te barrieron los ojos. Haba un confuso amontonamiento junto al paredn, corriste contra toda sensatez y slo te ayud el azar de un auto dando vuelta a la esquina y frenando al ver el carro celular, su bulto te protegi y viste la lucha, un pelo negro tironeado por manos enguantadas, los puntapis y los alaridos, la visin entrecortada de unos pantalones azules antes de que la tiraran en el carro y se la llevaran.

Mucho despus (era horrible temblar as, era horrible pensar que eso pasaba por culpa de tu dibujo en el paredn gris) te mezclaste con otras gentes y alcanzaste a ver un esbozo en azul, los trazos de ese naranja que era como su nombre o su boca, ella as en ese dibujo truncado que los policas haban borroneado antes de llevrsela; quedaba lo bastante como para comprender que haba querido responder a tu tringulo con otra figura, un crculo o acaso un espiral, una forma llena y hermosa, algo como un s o un siempre o un ahora.

Lo sabas muy bien, te sobrara tiempo para imaginar los detalles de lo que estara sucediendo en el cuartel central; en la ciudad todo eso rezumaba poco a poco, la gente estaba al tanto del destino de los prisioneros, y si a veces volvan a ver a uno que otro, hubieran preferido no verlos y que al igual que la mayora se perdieran en ese silencio que nadie se atreva a quebrar. Lo sabas de sobra, esa noche la ginebra no te ayudara ms a morderte las manos, a pisotear tizas de colores antes de perderte en la borrachera y en el llanto.

S, pero los das pasaban y ya no sabas vivir de otra manera. Volviste a abandonar tu trabajo para dar vueltas por las calles, mirar fugitivamente las paredes y las puertas donde ella y vos haban dibujado.

Todo limpio, todo claro; nada, ni siquiera una flor dibujada por la inocencia de un colegial que roba una tiza en la clase y no resiste el placer de usarla. Tampoco vos pudiste resistir, y un mes despus te levantaste al amanecer y volviste a la calle del garage. No haba patrullas, las paredes estaban perfectamente limpias; un gato te mir cauteloso desde un portal cuando sacaste las tizas y en el mismo lugar, all donde ella haba dejado su dibujo, llenaste las maderas con un grito verde, una roja llamarada de reconocimiento y de amor, envolviste tu dibujo con un valo que era tambin tu boca y la suya y la esperanza. Los pasos en la esquina te lanzaron a una carrera afelpada, al refugio de una pila de cajones vacos; un borracho vacilante se acerc canturreando, quizo patear al gato y cay boca abajo a los pies del dibujo. Te fuiste lentamente, ya seguro, y con el primer sol dormiste como no habas dormido en mucho tiempo.

Esa misma maana miraste desde lejos: no lo haban borrado todava. Volviste al medioda: casi inconcebiblemente segua ah. La agitacin en los suburbios (habas escuchado los noticiosos) alejaban a la patrulla de su rutina; al anochecer volviste a verlo como tanta gente lo haba visto a lo largo del da. Esperaste hasta las tres de la maana para regresar, la calle estaba vaca y negra. Desde lejos descubriste otro dibujo, slo vos podras haberlo distinguido tan pequeo en lo alto y a la izquierda del tuyo. Te acercaste con algo que era sed y horror al mismo tiempo, viste el valo naranja y las manchas violetas de donde pareca saltar una cara tumefacta, un ojo colgando, una boca aplastada a puetazos.

Ya s, ya s pero qu otra cosa hubiera podido dibujarte? Qu mensaje hubiera tenido sentido ahora? De alguna manera tena que decirte adis y a la vez pedirte que siguieras. Algo tena que dejarte antes de volverme a mi refugio donde ya no haba ningn espejo, solamente un hueco para esconderme hasta el fin en la ms completa oscuridad, recordando tantas cosas y a veces, as como haba imaginado tu vida, imaginando que hacas otros dibujos, que salas por la noche para hacer otros dibujos.

8.Silvina Ocampo , Voz en el telfono

No, no me invites a casa de tus sobrinos. Las fiestas infantiles me entristecen. Te parecer una macana. Ayer te enojaste porque no quise encender tu cigarrillo. Todo est relacionado. Que estoy loco? Tal vez. Ya que nunca puedo verte, terminar por explicar las cosas por telfono. Qu cosas? La historia de los fsforos. Detesto el telfono. S. Ya s que te encanta, pero a m me hubiera gustado contarte todo en el auto, o saliendo del cine, o en la confitera. Tengo que remontarme a los das de mi infancia.

Fernando, si jugs con fsforos, vas a quemar la casa me deca mam, o bien: Toda la casa va a quedar reducida a un montoncito de cenizaso bien: Volaremos como fuegos de artificio.

Te parece natural? A m tambin, pero todo eso me induca a tocar fsforos, a acariciarlos, a tratar de encenderlos, a vivir por ellos. Te suceda lo mismo con las gomas de borrar? Pero no te prohiban tocarlas. Las gomas de borrar no queman. Las comas? Esa es otra cosa. Los recuerdos de mis cuatro aos tiemblan como iluminados por fsforos. La casa donde pas mi infancia, ya te dije que era enorme: se compona de cinco dormitorios, dos vestbulos? dos salas con el cielo raso pintado, con nubes y angelitos. Te parece que viva como un rey? No creas. Siempre haba los entre los sirvientes.

Se haban dividido en dos bandos: los partidarios de mi madre y los partidarios de Nicols Simonetti. Quin era? Nicols Simonetti era el cocinero: yo lo quera con locura. Me amenazaba, en broma, con un enorme cuchillo lustroso, me daba trocitos de carne y hojitas de lechuga para que me entretuviera, me daba caramelo que derramaba sobre el mrmol. El contribuy tanto como mi madre a despertar mi pasin por los fsforos, que encenda para que yo los apagara soplando. Debido a los partidarios de mi madre, que eran infatigables, la comida nunca estaba lista, ni rica, ni a punto. Siempre haba una mano que interceptaba los platos, que los dejaba enfriar, que agregaba talco a los tallarines, que espolvoreaba los huevos con ceniza. Todo esto culmin con la aparicin de un pelo largusimo en un budn de arroz.

Este pelo es de Juanitadijo mi padre.

Nodijo mi ta, no quiero "echar pelos en la leche", para mi gusto, es de Luisa.

Mi madre, que tena mucho amor propio, se levant de la mesa en medio de la comida y tomando de la punta de los dedos el pelo, lo llev a la cocina. La cara absorta del cocinero que vio, en lugar de un pelo, una hebra de hilo negro, irrit a mi madre. No s qu frase sarcstica o hiriente hizo que Nicols Simonetti se quitara el delantal que amas como un bollo para tirarlo y anunciar que dejaba la casa. Yo lo segu al cuarto de bao donde se vesta y se desvesta diariamente. Aquella vez, l que era tan atento conmigo, se visti sin mirarme. Se pein con un poquito de grasa que le quedaba en las manos. Nunca vi manos tan parecidas a peines. Luego, con dignidad junt, en la cocina, los moldes, los cuchillos enormes, las esptulas y las meti en una valijita que siempre traa y se dirigi a la puerta con el sombrero puesto. Para que se dignara mirarme le di un puntapi en la pierna; entonces puso su mano, que ola a manteca, sobre mi cabeza y dijo:

Adis, pibe. Ahora muchos apreciarn las comidas de Nicols. Que se chupen los dedos.

Te hace gracia? Sigo enumerando: dos escritorios. Para qu tantos? Yo tambin me lo pregunto. Nadie escriba. Ocho corredores, tres cuartos de bao (uno con dos lavatorios). Por qu dos? Se lavaran a cuatro manos. Dos cocinas (una econmica y una elctrica), dos cuartos para lavar y planchar la ropa (uno de ellos deca mi padre que estaba destinado a arrugarla), una antecocina, un antecomedor, cinco cuartos de servicio, un cuarto para los bales. Viajbamos mucho? No. Esos bales se utilizaban para distintas cosas. Otro cuarto para los armarios, otro para los cachivaches donde dorma el perro y mi caballo de madera montado en un triciclo. Si existe esa casa? Existe en mi recuerdo. Los objetos son como esos mojones que indican los kilmetros recorridos: la casa tena tantos que mi memoria est cubierta de nmeros. Podra decir en qu ao com la primera manzana o mord la oreja del perro, o bien orin en la dulcera. Te parece que soy un cochino! Las alfombras, las araas y las vitrinas de la casa me gustaban ms que los juguetes. Para el da de mi cumpleaos mi madre organiz una fiesta. Invit a veinte varones y veinte mujeres para que me trajeran regalos. Mi madre era previsora. Tens razn, era un amor! Para el da de la fiesta los sirvientes sacaron las alfombras, los objetos de las vitrinas que mi madre reemplaz por caballitos de cartn con sorpresas y automovilitos de material plstico, matracas, cornetas y flautines, dedicados a los varones; pulseras, anillos, monederos y corazoncitos a las mujeres. En el centro de la mesa del comedor colocaron la torta con cuatro velitas, los sandwiches, el chocolate servido. Algunos nios llegaron (no todos con regalos) con sus nieras, otros con sus madres, otros con una ta o una abuela. Las madres, tas o abuelas se sentaron en un rincn para conversar. Yo las escuchaba de pie, soplando en una corneta que no sonaba.

Qu bonita ests, Boquitadijo mi madre a la madre de una de mis amigas. Vens del campo?

Es la poca en que uno quiere quemarse y es un monstruorespondi Boquita.

Yo cre que se refera a los fsforos y no al sol. Si me gustaba? Qu cosa? Boquita? No. Era horrible, con su boca diminuta, sin labios, pero mi madre aseguraba que nunca haba que decir bonita a las bonitas, sino a las feas porque era ms amable; que la belleza est en el alma y no en la cara; que Boquita era un esperpento, pero que "tena algo". Adems mi madre no menta: siempre se arreglaba para pronunciar las palabras de un modo equvoco, como si se le enredara la lengua, y as lograba decir "qu loquita ests, Boquita"; lo que tambin poda interpretarse como una alabanza a la fuerte personalidad de su amiga. Hablaron de poltica, de sombreros y de vestidos, hablaron de problemas econmicos, de personas que no haban ido a la fiesta: lo advierto ahora recopilando las palabras que les o decir. Despus de la distribucin de globos y de la representacin de tteres (donde Caperucita Roja me aterr como el lobo a la abuela, donde la Bella me pareci horrorosa como la Bestia), despus de apagar las velas de mi torta de cumpleaos, segu a mi madre a la salita ms ntima de la casa, donde se encerr con sus amigas, entre los almohadones bordados. Consegu esconderme detrs de un silln, pisotear el sombrero de una seora, sentado en cuclillas, apoyado contra la pared, para no perder el equilibrio. Ya s que soy un bruto. Las seoras rean tanto que apenas comprenda yo las palabras que pronunciaban. Hablaban de corpios, y una de ellas se desaboton la blusa hasta la cintura para mostrar el que llevaba puesto: era transparente como una media de Navidad, pens que tendra algn juguete y sent deseos de meter la mano adentro. Hablaron de medidas: result que se trataba de un juego. Por turno se pusieron de pie. Elvira, que pareca una nena enorme, misteriosamente sac de su cartera un centmetro.

Siempre llevo en mi cartera una lima y un centmetro, por las dudasdijo.

Qu loca exclam Boquita estrepitosamente, pareces una modista.

Se midieron la cintura, el pecho y las caderas,

Te apuesto a que tengo cincuenta y ocho de cintura.

Y yo te apuesto a que tengo menos.

Las voces resonaban como en un teatro.

Quisiera ganar con las caderasdeca una.

Yo me contento con la pecheradijo otra. A los hombres les interesa ms el pecho, no ves dnde miran?

Si no me miran en los ojos no siento nada dijo otra, con un suntuoso collar de perlas.

No se trata de lo que sents, sino de lo que ellos sienten dijo la voz agresiva de una que no era madre de nadie.

A mi me importa un bledo respondi la otra, encogindose de hombros.

Yo, no dijo la Rosca Prez, que era preciosa, cuando le toc el turno de medirse; tropez contra el silln donde yo estaba escondido.

Gan dijo Chinche, que era puntiaguda como un alfiler de cabeza chica y que haca sonar las nueve esclavas de oro que llevaba en el brazo.

Cincuenta y uno exclam Elvira, examinando el centmetro que rodeaba la cintura diminuta de Chinche.

Que no poda tener cincuenta y un centmetros, a menos de ser una avispa? Pues entonces era una avispa. Se puede hundiendo la barriga como un yogui? Yogui no era, pero encantadora de serpientes, s. Fascinaba a las mujeres perversas. A mi madre, no. Mi madre era un pan de Dios. Le tena lstima. Cuando le hablaban mal de Chinche contestaba:

Macana frita.

Cualquier da. Nunca le o decir a un malevo "macana frita". Sera algo muy personal. Era muy ella misma. Seguir contando. En ese momento son el telfono que estaba colocado junto a uno de los sillones; Chinche y Elvira, repartindoselo, lo atendieron; luego, tapando el telfono con un almohadn, dijeron a mi madre:

Es para vos, che.

Las otras se codearon y Rosca tom el telfono para or la voz.

Apuesto a que es el barbudo dijo una de las seoras.

Apuesto a que es el duende dijo otra, mordiendo sus collares.

Entonces comenz un dilogo telefnico en que todas intervinieron pasndose el telfono por turno. Olvid que estaba escondido y me puse de pie para ver mejor el entusiasmo, con tintineo de pulseras y collares, de las seoras. Mi madre al verme cambi de voz y de rostro como frente al espejo se alis el pelo y se acomod las medias; apag con ahinco el cigarrillo en el cenicero retorcindolo dos o tres veces Me tom de la mano y yo aprovechando su turbacin, rob los fsforos largos y lujosos que estaban sobre la mesa, junto a los vasos de whisky. Salimos del cuarto.

Tens que atender a tus invitadosdijo mi madre con severidad. Yo atiendo a los mos.

Me dej en la sala desmantelada, sin alfombra, sin los objetos habituales de las vitrinas, sin los muebles ms valiosos, con los caballitos de cartn vacos, con las cornetas y flautines en el suelo, con los automovilitos todos con dueos que eran impostores para m. Cada uno de los nios tena ya un globo que abrazaba, que estrujaba con audacia. Sobre el piano enfundado alguien haba colocado los regalos que los amigos me haban trado. Pobre piano? Por qu no decs, ms bien, pobre Fernando! Advert que faltaban algunos regalos, pues yo atentamente los haba contado y examinado en el momento de recibirlos. Pens que estaran en otro lugar de la casa y ah empez mi peregrinacin por los corredores que me llevaron al tacho de basura donde desenterr unas cajas de cartn y papeles de diario que triunfalmente llev a la sala desmantelada. Descubr que algunos de los nios haban aprovechado de mi ausencia para apoderarse de nuevo de los regalos que me haban trado. Vivos? Sinvergenzas. Despus de muchas vacilaciones, muchas dificultades para entrar en relacin con los nios nos sentamos en el suelo para jugar con los fsforos. Pas una niera y dijo a su compaera:

Hay adornos muy finos en esta casa: hay cada florero que si se te cae en un pie te lo aplasta y mirndonos como si hablaran del mismo florero, agreg: Cada uno cuando est solo es un diablo, pero acompaado se te vuelve un Nio Dios.

Hicimos construcciones, planos, casas, puentes con los fsforos, les doblamos las puntas, durante un largo rato. No fue sino despus, cuando lleg Cacho con los anteojos puestos y una billetera en el bolsillo que tratamos de encender los fsforos. Primero quisimos encenderlos en la suela de los zapatos, despus en la piedra de la chimenea. A la primera chispa nos quemamos los dedos. Cacho era muy sabio y dijo que saba no slo preparar, sino encender una fogata. El tuvo la idea de cercar la antecocina, donde estaba su niera, con fuego. Yo protest. No tenamos que desperdiciar fsforos en nieras. Esos fsforos lujosos estaban destinados para la salita ntima donde los haba encontrado. Eran los fsforos de nuestras madres. En puntas de pie nos acercamos a la puerta del cuarto donde se oan las voces y las risas. Yo fui el que cerr la puerta con llave, yo fui el que saqu la llave y la guard en el bolsillo. Apilamos los papeles en que venan envueltos los regalos, las cajas de cartn con paja; algunos diarios que haban quedado sobre una mesa, las basuras que haba juntado, unos leos de la chimenea, donde nos sentamos un rato para mirar la futura hoguera. Omos la voz de Margarita, su risa que no he olvidado, diciendo:

Nos encerraron con llave.

Y la respuesta de no s quin:

Mejor, as nos dejan tranquilas.

Al principio el fuego chisporroteaba apenas, luego estall, creci como un gigante, con lengua de gigante. Lama el mueble ms valioso de la casa, un mueble chino con muchos cajoncitos, decorado con millones de figuras que atravesaban puentes, que se asomaban a las puertas, que paseaban en la orilla de un ro. Millones y millones de pesos le haban ofrecido a mi madre por ese mueble, y nunca lo quiso vender a ningn precio. Te parece, una lstima! Mejor hubiera sido venderlo. Retrocedimos hasta la puerta de entrada donde acudieron las nieras. Retumbaron las voces pidiendo auxilio en la larga escalera de servicio. El portero, que estaba conversando en la esquina, no lleg a tiempo para hacer funcionar el extinguidor de incendios. Nos hicieron bajar a la plaza. Agrupados debajo de un rbol vimos la casa en llamas, y la intil llegada de los bomberos. Ahora comprendes por qu no quise encender tu cigarrillo? Por qu me impresionan tanto los fsforos? No sabas que era tan sensible? Naturalmente, las seoras se asomaron a la ventana pero estbamos tan interesados en el incendio que apenas las vimos. La ltima visin que tengo de mi madre es de su cara inclinada hacia abajo, apoyada sobre un balaustre del balcn. Y el mueble chino? El mueble chino se salv del incendio, felizmente. Algunas figuritas se estropearon: una de una seora que llevaba un nio en los brazos y que se asemejaba un poco a mi madre y a m.

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9, Carver, R., Tres rosas amarillas

Chejov. La noche del 22 de marzo de 1897, en Mosc, sali a cenar con su amigo y confidente Alexei Suvorin. Suvorin, editor y magnate de la prensa, era un reaccionario, un hombre hecho a s mismo cuyo padre haba sido soldado raso en Borodino. Al igual que Chejov, era nieto de un siervo. Tenan eso en comn: sangre campesina en las venas. Pero tanto poltica como temperamentalmente se hallaban en las antpodas. Suvorin, sin embargo, era uno de los escasos ntimos de Chejov, y Chejov gustaba de su compaa.Naturalmente, fueron al mejor restaurante de la ciudad, un antiguo palacete llamado L'Ermitage (establecimiento en el que los comensales podan tardar horas -la mitad de la noche incluso- en dar cuenta de una cena de diez platos en la que, como es de rigor, no faltaban los vinos, los licores y el caf). Chejov iba, como de costumbre, impecablemente vestido: traje oscuro con chaleco. Llevaba, cmo no, sus eternos quevedos. Aquella noche tena un aspecto muy similar al de sus fotografas de ese tiempo. Estaba relajado, jovial. Estrech la mano del maitre, y ech una ojeada al vasto comedor. Las recargadas araas anegaban la sala de un vivo fulgor. Elegantes hombres y mujeres ocupaban las mesas. Los camareros iban y venan sin cesar. Acababa de sentarse a la mesa, frente a Suvorin, cuando repentinamente, sin el menor aviso previo, empez a brotarle sangre de la boca. Suvorin y dos camareros lo acompaaron al cuarto de bao y trataron de detener la hemorragia con bolsas de hielo. Suvorin lo llev luego a su hotel, e hizo que le prepararan una cama en uno de los cuartos de su suite. Ms tarde, despus de una segunda hemorragia, Chejov se avino a ser trasladado a una clnica especializada en el tratamiento de la tuberculosis y afecciones respiratorias afines. Cuando Suvorin fue a visitarlo das despus, Chejov se disculp por el "escndalo" del restaurante tres noches atrs, pero sigui insistiendo en que su estado no era grave. "Rea y bromeaba como de costumbre -escribe Suvorin en su diario-, mientras escupa sangre en un aguamanil."Maria Chejov, su hermana menor, fue a visitarlo a la clnica los ltimos das de marzo. Haca un tiempo de perros; una tormenta de aguanieve se abata sobre Mosc, y las calles estaban llenas de montculos de nieve apelmazada. Maria consigui a duras penas parar un coche de punto que la llevase al hospital. Y lleg llena de temor y de inquietud."Anton Pavlovich yaca boca arriba -escribe Maria en sus Memorias-. No le permitan hablar. Despus de saludarle, fui hasta la mesa a fin de ocultar mis emociones." Sobre ella, entre botellas de champaa, tarros de caviar y ramos de flores enviados por amigos deseosos de su restablecimiento, Maria vio algo que la aterroriz: un dibujo hecho a mano -obra de un especialista, era evidente- de los pulmones de Chejov (era de este tipo de bosquejos que los mdicos suelen trazar para que los pacientes puedan ver en qu consiste su dolencia). El contorno de los pulmones era azul, pero sus mitades superiores estaban coloreadas de rojo. "Me di cuenta de que eran sas las zonas enfermas", escribe Maria.Tambin Leon Tolstoi fue una vez a visitarlo. El personal del hospital mostr un temor reverente al verse en presencia del ms eximio escritor del pas (el hombre ms famoso de Rusia?) Pese a estar prohibidas las visitas de toda persona ajena al "ncleo de los allegados", cmo no permitir que viera a Chejov? Las enfermeras y mdicos internos, en extremo obsequiosos, hicieron pasar al barbudo anciano de aire fiero al cuarto de Chejov. Tolstoi, pese al bajo concepto que tena del Chejov autor de teatro ("Adnde le llevan sus personajes? -le pregunt a Chejov en cierta ocasin-. Del divn al trastero, y del trastero al divn"), apreciaba sus narraciones cortas. Adems -y tan sencillo como eso-, lo amaba como persona. Haba dicho a Gorki: "Qu bello, qu esplndido ser humano. Humilde y apacible como una jovencita. Incluso anda como una jovencita. Es sencillamente maravilloso." Y escribi en su diario (todo el mundo llevaba un diario o dietario en aquel tiempo): "Estoy contento de amar... a Chejov."Tolstoi se quit la bufanda de lana y el abrigo de piel de oso y se dej caer en una silla junto a la cama de Chejov. Poco importaba que el enfermo estuviera bajo medicacin y tuviera prohibido hablar, y ms an mantener una conversacin. Chejov hubo de escuchar, lleno de asombro, cmo el conde disertaba acerca de sus teoras sobre la inmortalidad del alma. Recordando aquella visita, Chejov escribira ms tarde: "Tolstoi piensa que todos los seres (tanto humanos como animales) seguiremos viviendo en un principio (razn, amor...) cuya esencia y fines son algo arcano para nosotros... De nada me sirve tal inmortalidad. No la entiendo, y Lev Nikolaievich se asombraba de que no pudiera entenderla."A Chejov, no obstante, le produjo una honda impresin el solcito gesto de aquella visita. Pero, a diferencia de Tolstoi, Chejov no crea, jams haba credo, en una vida futura. No crea en nada que no pudiera percibirse a travs de cuando menos uno de los cinco sentidos. En consonancia con su concepcin de la vida y la escritura, careca -segn confes en cierta ocasin- de "una visin del mundo filosfica, religiosa o poltica. Cambia todos los meses, as que tendr que conformarme con describir la forma en que mis personajes aman, se desposan, procrean y mueren. Y cmo hablan".Unos aos atrs, antes de que le diagnosticaran la tuberculosis, Chejov haba observado: "Cuando un campesino es vctima de la consuncin, se dice a s mismo: "No puedo hacer nada. Me ir en la primavera, con el deshielo."" (El propio Chejov morira en verano, durante una ola de calor.) Pero, una vez diagnosticada su afeccin, Chejov trat siempre de minimizar la gravedad de su estado. Al parecer estuvo persuadido hasta el final de que lograra superar su enfermedad del mismo modo que se supera un catarro persistente. Incluso en sus ltimos das pareca poseer la firme conviccin de que segua existiendo una posibilidad de mejora. De hecho, en una carta escrita poco antes de su muerte, lleg a decirle a su hermana que estaba "engordando", y que se senta mucho mejor desde que estaba en Badenweiler.Badenweiler era un pequeo balneario y centro de recreo situado en la zona occidental de la Selva Negra, no lejos de Basilea. Se divisaban los Vosgos casi desde cualquier punto de la ciudad, y en aquellos das el aire era puro y tonificador. Los rusos eran asiduos de sus baos termales y de sus apacibles bulevares. En el mes de junio de 1904 Chejov llegara a Badenweiler para morir.A principios de aquel mismo mes haba soportado un penoso viaje en tren de Mosc a Berln. Viaj con su mujer, la actriz Olga Knipper, a quien haba conocido en 1898 durante los ensayos de La gaviota. Sus contemporneos la describen como una excelente actriz. Era una mujer de talento, fsicamente agraciada y casi diez aos ms joven que el dramaturgo. Chejov se haba sentido atrado por ella de inmediato, pero era lento de accin en materia amorosa. Prefiri, como era habitual en l, el flirteo al matrimonio. Al cabo, sin embargo, de tres aos de un idilio lleno de separaciones, cartas e inevitables malentendidos, contrajeron matrimonio en Mosc, el 25 de mayo de 1901, en la ms estricta intimidad. Chejov se senta enormemente feliz. La llamaba "mi poney", y a veces "mi perrito" o "mi cachorro". Tambin le gustaba llamarla "mi pavita" o sencillamente "mi alegra".En Berln Chejov haba consultado a un reputado especialista en afecciones pulmonares, el doctor Karl Ewald. Pero, segn un testigo presente en la entrevista, el doctor Ewald, tras examinar a su paciente, alz las manos al cielo y sali de la sala sin pronunciar una palabra. Chejov se hallaba ms all de toda posibilidad de tratamiento, y el doctor Ewald se senta furioso consigo mismo por no poder obrar milagros y con Chejov por haber llegado a aquel estado.Un periodista ruso, tras visitar a los Chejov en su hotel, envi a su redactor jefe el siguiente despacho: "Los das de Chejov estn contados. Parece mortalmente enfermo, est terriblemente delgado, tose continuamente, le falta el resuello al ms leve movimiento, su fiebre es alta." El mismo periodista haba visto al matrimonio Chejov en la estacin de Potsdam, cuando se disponan a tomar el tren para Badenweiler. "Chejov -escribe- suba a duras penas la pequea escalera de la estacin. Hubo de sentarse durante varios minutos para recobrar el aliento." De hecho, a Chejov le resultaba doloroso incluso moverse: le dolan constantemente las piernas, y tena tambin dolores en el vientre. La enfermedad le haba invadido los intestinos y la mdula espinal. En aquel instante le quedaba menos de un mes de vida. Cuando hablaba de su estado, sin embargo -segn Olga-, lo haca con "una casi irreflexiva indiferencia".El doctor Schwohrer era uno de los muchos mdicos de Badenweiler que se ganaba cmodamente la vida tratando a una clientela acaudalada que acuda al balneario en busca de alivio a sus dolencias. Algunos de sus pacientes eran enfermos y gente de salud precaria, otros simplemente viejos o hipocondracos. Pero Chejov era un caso muy especial: un enfermo desahuciado en fase terminal. Y un personaje muy famoso. El doctor Schwohrer conoca su nombre: haba ledo algunas de sus narraciones cortas en una revista alemana. Durante el primer examen mdico, a primeros de junio, el doctor Schwohrer le expres la admiracin que senta por su obra, pero se reserv para s mismo el juicio clnico. Se limit a prescribirle una dieta de cacao, harina de avena con mantequilla fundida y t de fresa. El t de fresa ayudara al paciente a conciliar el sueo.El 13 de junio, menos de tres semanas antes de su muerte, Chejov escribi a su madre dicindole que su salud mejoraba: "Es probable que est completamente curado dentro de una semana." Qu poda empujarle a decir eso? Qu es lo que pensaba realmente en su fuero interno? Tambin l era mdico, y no poda ignorar la gravedad de su estado. Se estaba muriendo: algo tan simple e inevitable como eso. Sin embargo, se sentaba en el balcn de su habitacin y lea guas de ferrocarril. Peda informacin sobre las fechas de partida de barcos que zarpaban de Marsella rumbo a Odessa. Pero saba. Era la fase terminal: no poda no saberlo. En una de las ltimas cartas que habra de escribir, sin embargo, deca a su hermana que cada da se encontraba ms fuerte.Haca mucho tiempo que haba perdido todo afn de trabajo literario. De hecho, el ao anterior haba estado casi a punto de dejar inconclusa El jardn de los cerezos. Esa obra teatral le haba supuesto el mayor esfuerzo de su vida. Cuando la estaba terminando apenas lograba escribir seis o siete lneas diarias. "Empiezo a desanimarme -escribi a Olga-. Siento que estoy acabado como escritor. Cada frase que escribo me parece carente de valor, intil por completo." Pero sigui escribiendo. Termin la obra en octubre de 1903. Fue lo ltimo que escribira en su vida, si se exceptan las cartas y unas cuantas anotaciones en su libreta.El 2 de julio de 1904, poco despus de medianoche, Olga mand llamar al doctor Schwohrer. Se trataba de una emergencia: Chejov deliraba. El azar quiso que en la habitacin contigua se alojaran dos jvenes rusos que estaban de vacaciones. Olga corri hasta su puerta a explicar lo que pasaba. Uno de ellos dorma, pero el otro, que an segua despierto fumando y leyendo, sali precipitadamente del hotel en busca del doctor Schwohrer . "An puedo or el sonido de la grava bajo sus zapatos en el silencio de aquella sofocante noche de julio", escribira Olga en sus memorias. Chejov tena alucinaciones: hablaba de marinos, e intercalaba retazos inconexos de algo relacionado con los japoneses. "No debe ponerse hielo en un estmago vaco", dijo cuando su mujer trat de ponerle una bolsa de hielo sobre el pecho.El doctor Schwohrer lleg y abri su maletn sin quitar la mirada de Chejov, que jadeaba en la cama. Las pupilas del enfermo estaban dilatadas, y le brillaban las sienes a causa del sudor. El semblante del doctor Schwohrer se mantena inexpresivo, pues no era un hombre emotivo, pero saba que el fin del escritor estaba prximo. Sin embargo, era mdico, deba hacer -lo obligaba a ello un juramento- todo lo humanamente posible, y Chejov, si bien muy dbilmente, todava se aferraba a la vida. El doctor Schwohrer prepar una jeringuilla y una aguja y le puso una inyeccin de alcanfor destinada a estimular su corazn. Pero la inyeccin no surti ningn efecto (nada, obviamente, habra surtido efecto alguno). El doctor Schwohrer, sin embargo, hizo saber a Olga su intencin de que trajeran oxgeno. Chejov, de pronto, pareci reanimarse. Recobr la lucidez y dijo quedamente: "Para qu? Antes de que llegue ser un cadver."El doctor Schwohrer se atus el gran mostacho y se qued mirando a Chejov, que tena las mejillas hundidas y grisceas, y la tez crea. Su respiracin era spera y ronca. El doctor Schwohrer supo que apenas le quedaban unos minutos de vida. Sin pronunciar una palabra, sin consultar siquiera con Olga, fue hasta el pequeo hueco donde estaba el telfono mural. Ley las instrucciones de uso. Si mantena apretado un botn y daba vueltas a la manivela contigua al aparato, se pondra en comunicacin con los bajos del hotel, donde se hallaban las cocinas. Cogi el auricular, se lo llev al odo y sigui una a una las instrucciones. Cuando por fin le contestaron, pidi que subieran una botella del mejor champaa que hubiera en la casa. "Cuntas copas?", pregunt el empleado. "Tres copas!", grit el mdico en el micrfono. "Y dse prisa, me oye?" Fue uno de esos excepcionales momentos de inspiracin que luego tienden a olvidarse fcilmente, pues la accin es tan apropiada al instante que parece inevitable.Trajo el champaa un joven rubio, con aspecto de cansado y el pelo desordenado y en punta. Llevaba el pantaln del uniforme lleno de arrugas, sin el menor asomo de raya, y en su precipitacin se haba atado un botn de la casaca en una presilla equivocada. Su apariencia era la de alguien que se estaba tomando un descanso (hundido en un silln, pongamos, dormitando) cuando de pronto, a primeras horas de la madrugada, ha odo sonar al aire, a lo lejos -santo cielo-, el sonido estridente del telfono, e instantes despus se ha visto sacudido por un superior y enviado con una botella de Mot a la habitacin 211. "Y date prisa! Me oyes?"El joven entr en la habitacin con una bandeja de plata con el champaa dentro de un cubo de plata lleno de hielo y tres copas de cristal tallado. Habilit un espacio en la mesa y dej el cubo y las tres copas. Mientras lo haca estiraba el cuello para tratar de atisbar la otra pieza, donde alguien jadeaba con violencia. Era un sonido desgarrador, pavoroso, y el joven se volvi y baj la cabeza hasta hundir la barbilla en el cuello. Los jadeos se hicieron ms desaforados y roncos. El joven, sin percatarse de que se estaba demorando, se qued unos instantes mirando la ciudad anochecida a travs de la ventana. Entonces advirti que el imponente caballero del tupido mostacho le estaba metiendo unas monedas en la mano (una gran propina, a juzgar por el tacto), y al instante siguiente vio ante s la puerta abierta del cuarto. Dio unos pasos hacia el exterior y se encontr en el descansillo, donde abri la mano y mir las monedas con asombro.De forma metdica, como sola hacerlo todo, el doctor Schwohrer se aprest a la tarea de descorchar la botella de champaa. Lo hizo cuidando de atenuar al mximo la explosin festiva. Sirvi luego las tres copas y, con gesto maquinal debido a la costumbre, meti el corcho a presin en el cuello de la botella. Luego llev las tres copas hasta la cabecera del moribundo. Olga solt momentneamente la mano de Chejov (una mano, escribira ms tarde, que le quemaba los dedos). Coloc otra almohada bajo su nuca. Luego le puso la fra copa de champaa contra la palma, y se asegur de que sus dedos se cerraran en torno al pie de la copa. Los tres intercambiaron miradas: Chejov, Olga, el doctor Schwohrer . No hicieron chocar las copas. No hubo brindis. En honor de qu diablos iban a brindar? De la muerte? Chejov hizo acopio de las fuerzas que le quedaban y dijo: "Haca tanto tiempo que no beba champaa... " Se llev la copa a los labios y bebi. Uno o dos minutos despus Olga le retir la copa vaca de la mano y la dej encima de la mesilla de noche. Chejov se dio la vuelta en la cama y se qued tendido de lado. Cerr los ojos y suspir. Un minuto despus dej de respirar.El doctor Schwohrer cogi la mano de Chejov, que descansaba sobre la sbana. Le tom la mueca entre los dedos y sac un reloj de oro del bolsillo del chaleco, y mientras lo haca abri la tapa. El segundero se mova despacio, muy despacio. Dej que diera tres vueltas alrededor de la esfera a la espera del menor indicio de pulso. Eran las tres de la madrugada, y en la habitacin haca un bochorno sofocante. Badenweiler estaba padeciendo la peor ola de calor conocida en muchos aos. Las ventanas de ambas piezas permanecan abiertas, pero no haba el menor rastro de brisa. Una enorme mariposa nocturna de alas negras surc el aire y fue a chocar con fuerza contra la lmpara elctrica. El doctor Schwohrer solt la mueca de Chejov. "Ha muerto", dijo. Cerr el reloj y volvi a metrselo en el bolsillo del chaleco.Olga, al instante, se sec las lgrimas y comenz a sosegarse. Dio las gracias al mdico por haber acudido a su llamada. El le pregunt si deseaba algn sedante, ludano, quiz, o unas gotas de valeriana. Olga neg con la cabeza. Pero quera pedirle algo: antes de que las autoridades fueran informadas y los peridicos conocieran el luctuoso desenlace, antes de que Chejov dejara para siempre de estar a su cuidado, quera quedarse a solas con l un largo rato. Poda el doctor Schwohrer ayudarla? Mantendra en secreto, durante apenas unas horas, la noticia de aquel bito?El doctor Schwohrer se acarici el mostacho con un dedo. Por qu no? Qu poda importar, despus de todo, que el suceso se hiciera pblico unas horas ms tarde? Lo nico que quedaba por hacer era extender la partida de defuncin, y podra hacerlo por la maana en su consulta, despus de dormir unas cuantas horas. El doctor Schwohrer movi la cabeza en seal de asentimiento y recogi sus cosas. Antes de salir, pronunci unas palabras de condolencia. Olga inclin la cabeza. "Ha sido un honor", dijo el doctor Schwohrer . Cogi el maletn y sali de la habitacin. Y de la historia.Fue entonces cuando el corcho salt de la botella. Se derram sobre la mesa un poco de espuma de champaa. Olga volvi junto a Chejov. Se sent en un taburete, y cogi su mano. De cuando en cuando le acariciaba la cara. "No se oan voces humanas, ni sonidos cotidianos -escribira ms tarde-. Slo exista la belleza, la paz y la grandeza de la muerte."Se qued junto a Chejov hasta el alba, cuando el canto de los tordos empez a orse en los jardines de abajo. Luego oy ruidos de mesas y sillas: alguien las trasladaba de un sitio a otro en alguno de los pisos de abajo. Pronto le llegaron voces. Y entonces llamaron a la puerta. Olga sin duda pens que se trataba de algn funcionario, el mdico forense, por ejemplo, o alguien de la polica que formulara preguntas y le hara rellenar formularios, o incluso (aunque no era muy probable) el propio doctor Schwohrer acompaado del dueo de alguna funeraria que se encargara de embalsamar a Chejov y repatriar a Rusia sus restos mortales.Pero era el joven rubio que haba trado el champaa unas horas antes. Ahora, sin embargo, llevaba los pantalones del uniforme impecablemente planchados, la raya ntidamente marcada y los botones de la ceida casaca verde perfectamente abrochados. Pareca otra persona. No slo estaba despierto, sino que sus llenas mejillas estaban bien afeitadas y su pelo domado y peinado. Pareca deseoso de agradar. Sostena entre las manos un jarrn de porcelana con tres rosas amarillas de largo tallo. Le ofreci las flores a Olga con un airoso y marcial taconazo. Ella se apart de la puerta para dejarle entrar. Estaba all -dijo el joven- para retirar las copas, el cubo del hielo y la bandeja. Pero tambin quera informarle de que, debido al extremo calor de la maana, el desayuno se servira en el jardn. Confiaba asimismo en que aquel bochorno no les resultara en exceso fastidioso. Y lamentaba que hiciera un tiempo tan agobiante.La mujer pareca distrada. Mientras el joven hablaba apart la mirada y la fij en algo que haba sobre la alfombra. Cruz los brazos y se cogi los codos con las manos. El joven, entretanto, con el jarrn entre las suyas a la espera de una seal, se puso a contemplar detenidamente la habitacin. La viva luz del sol entraba a raudales por las ventanas abiertas. La habitacin estaba ordenada; pareca poco utilizada an, casi intocada. No haba prendas tiradas encima de las sillas; no se vean zapatos ni medias ni tirantes ni corss. Ni maletas abiertas. Ningn desorden ni embrollo, en suma; nada sino el cotidiano y pesado mobiliario. Entonces, viendo que la mujer segua mirando al suelo, el joven baj tambin la mirada, y descubri al punto el corcho cerca de la punta de su zapato. La mujer no lo haba visto: miraba hacia otra parte. El joven pens en inclinarse para recogerlo, pero segua con el jarrn en las manos y tema parecer an ms inoportuno si ahora atraa la atencin hacia su persona. Dej de mala gana el corcho donde estaba y levant la mirada. Todo estaba en orden, pues, sal vo la botella de champaa descorchada y semivaca que descansaba sobre la mesa junto a dos copas de cristal. Mir en torno una vez ms. A travs de una puerta abierta vio que la tercera copa estaba en el dormitorio, sobre la mesilla de noche. Pero haba alguien an acostado en la cama! No pudo ver ninguna cara, pero la figura acostada bajo las mantas permaneca absolutamente inmvil. Una vez percatado de su presencia, mir hacia otra parte. Entonces, por alguna razn que no alcanzaba a entender, lo embarg una sensacin de desasosiego. Se aclar la garganta y desplaz su peso de una pierna a otra. La mujer segua sin levantar la mirada, segua encerrada en su mutismo. El joven sinti que la sangre aflua a sus mejillas. Se le ocurri de pronto, sin reflexin previa alguna, que tal vez deba sugerir una alternativa al desayuno en el jardn. Tosi, confiando en atraer la atencin de la mujer, pero ella ni lo mir siquiera. Los distinguidos huspedes extranjeros -dijo- podan desayunar en sus habitaciones si se era su deseo. El joven (su nombre no ha llegado hasta nosotros, y es harto probable que perdiera la vida en la primera gran guerra) se ofreci gustoso a subir l mismo una bandeja. Dos bandejas, dijo luego, volviendo a mirar -ahora con mirada indecisa- en direccin al dormitorio.Guard silencio y se pas un dedo por el borde interior del cuello. No comprenda nada. Ni siquiera estaba seguro de que la mujer le hubiera escuchado. No saba qu hacer a continuacin; segua con el jarrn entre las manos. La dulce fragancia de las rosas le aneg las ventanillas de la nariz, e inexplicablemente sinti una punzada de pesar. La mujer, desde que haba entrado l en el cuarto y se haba puesto a esperar, pareca absorta en sus pensamientos. Era como si durante todo el tiempo que l haba permanecido all de pie, hablando, desplazando su peso de una pierna a otra, con el jarrn en las manos, ella hubiera estado en otra parte, lejos de Badenweiler. Pero ahora la mujer volva en s, y su semblante perda aquella expresin ausente. Alz los ojos, mir al joven y sacudi la cabeza. Pareca esforzarse por entender qu diablos haca aquel joven en su habitacin con tres rosas amarillas. Flores? Ella no haba encargado ningunas flores.Pero el momento pas. La mujer fue a buscar su bolso y sac un puado de monedas. Sac tambin unos billetes. El joven se pas la lengua por los labios fugazmente: otra propina elevada, pero por qu? Qu esperaba de l aquella mujer? Nunca haba servido a ningn husped parecido. Volvi a aclararse la garganta.No quera el desayuno, dijo la mujer. Todava no, en todo caso. El desayuno no era lo ms importante aquella maana. Pero necesitaba que le prestara cierto servicio. Necesitaba que fuera a buscar al dueo de una funeraria. Entenda lo que le deca? El seor Chejov haba muerto, lo entenda? Comprenez-vous? Eh, joven? Anton Chejov estaba muerto. Ahora atindeme bien, dijo la mujer. Quera que bajara a recepcin y preguntara dnde poda encontrar al empresario de pompas fnebres ms prestigioso de la ciudad. Alguien de confianza, escrupuloso con su trabajo y de temperamento reservado. Un artesano, en suma, digno de un gran artista. Aqu tienes, dijo luego, y le encaj en la mano los billetes. Diles ah abajo que quiero que seas t quien me preste este servicio. Me escuchas? Entiendes lo que te estoy diciendo?El joven se esforz por comprender el sentido del encargo. Prefiri no mirar de nuevo en direccin al otro cuarto. Ya haba presentido antes que algo no marchaba bien. Ahora advirti que el corazn le lata con fuerza bajo la casaca, y que empezaba a aflorarle el sudor en la frente. No saba hacia dnde dirigir la mirada. Deseaba dejar el jarrn en alguna parte.Por favor, haz esto por m, dijo la mujer. Te recordar con gratitud. Diles ah abajo que he insistido. Di eso. Pero no llames la atencin innecesariamente. No atraigas la atencin ni sobre tu persona ni sobre la situacin. Diles nicamente que tienes que hacerlo, que yo te lo he pedido... y nada ms. Me oyes? Si me entiendes, asiente con la cabeza. Pero sobre todo que no cunda la noticia. Lo dems, todo lo dems, la conmocin y todo eso... llegar muy pronto. Lo peor ha pasado. Nos estamos entendiendo?El joven se haba puesto plido. Estaba rgido, aferrado al jarrn. Acert a asentir con la cabeza. Despus de obtener la venia para salir del hotel, deba dirigirse discreta y decididamente, aunque sin precipitaciones impropias, hacia la funeraria. Deba comportarse exactamente como si estuviera llevando a cabo un encargo muy importante, y nada ms. De hecho estaba llevando a cabo un encargo muy importante, dijo la mujer. Y, por si poda ayudarle a mantener el buen temple de su paso, deba imaginar que caminaba por una acera atestada llevando en los brazos un jarrn de porcelana -un jarrn lleno de rosas- destinado a un hombre importante. (La mujer hablaba con calma, casi en un tono de confidencia, como si le hablara a un amigo o a un pariente.) Poda decirse a s mismo incluso que el hombre a quien deba entregar las rosas le estaba esperando, que quiz esperaba con impaciencia su llegada con las flores. No deba, sin embargo, exaltarse y echar a correr, ni quebrar la cadencia de su paso. Que no olvidara el jarrn que llevaba en las manos! Deba caminar con bro, comportndose en todo momento de la manera ms digna posible. Deba seguir caminando hasta llegar a la funeraria, y detenerse ante la puerta. Levantara luego la aldaba, y la dejara caer una, dos, tres veces. Al cabo de unos instantes, el propio patrono de la funeraria bajara a abrirle.Sera un hombre sin duda cuarentn, o incluso cincuentn, calvo, de complexin fuerte, con gafas de montura de acero montadas casi sobre la punta de la nariz. Sera un hombre recatado, modesto, que formulara tan slo las preguntas ms directas y esenciales. Un mandil. S, probablemente llevara un mandil. Puede que se secara las manos con una toalla oscura mientras escuchaba lo que se le deca. Sus ropas despediran un olor a formaldehdo, pero perfectamente soportable, y al joven no le importara en absoluto. El joven era ya casi un adulto, y no deba sentir miedo ni repulsin ante esas cosas. El hombre de la funeraria le escuchara hasta el final. Era sin duda un hombre comedido y de buen temple, alguien capaz de ahuyentar en lugar de agravar los miedos de la gente en este tipo de situaciones. Mucho tiempo atrs lleg a familiarizarse con la muerte, en todas sus formas y apariencias posibles. La muerte, para l, no encerraba ya sorpresas, ni soterrados secretos. Este era el hombre cuyos servicios se requeran aquella maana.El maestro de pompas fnebres coge el jarrn de las rosas. Slo en una ocasin durante el parlamento del joven se despierta en l un destello de inters, de que ha odo algo fuera de lo ordinario. Pero cuando el joven menciona el nombre del muerto, las cejas del maestro se alzan ligeramente. Chejov, dices? Un momento, en seguida estoy contigo.Entiendes lo que te estoy diciendo?, le dijo Olga al joven. Deja las copas. No te preocupes por ellas. Olvida las copas de cristal y dems, olvida todo eso. Deja la habitacin como est. Ahora ya todo est listo. Estamos ya listos. Vas a ir?Pero en aquel momento el joven pensaba en el corcho que segua en el suelo, muy cerca de la punta de su zapato. Para recogerlo tendra que agacharse sin soltar el jarrn de las rosas. Eso es lo que iba a hacer. Se agach. Sin mirar hacia abajo. Tom el corcho, lo encaj en el hueco de la palma y cerr la mano.-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

10. Laura Di Marzo, El juego de las voces

11.Benito Martinez, La televisin

Un soldado me mira antes de disparar. Es solo un instante, y me mira con esa cara de vidrio oscuro que tienen los soldados antes de disparar. El estudiante extiende los brazos en un gesto instintivo e intil. Lo van a matar, se da cuenta y trata de detener el tiempo extendiendo los brazos hacia adelante. El soldado tiene el fusil automtico listo y apunta al estudiante, que extiende los brazos. En ese momento se puede pensar que el estudiante ya est muerto, pero no, hay una largusima fraccin de segundo entre un momento y otro.

Los dos se han quedado mirndome desde la pantalla del televisor, el matador y la vcitma, bajo un sol que no he visto nunca.

El soldado dispara, pero no lo vemos, gracias al anuncio del nuevo detergente.

---------------------------------------------------------------------------------------------------------------Rodolfo 12. Walsh, Fotos1Nio Mauricio, vaya a la Direccin.

El nio Mauricio Irigorri le tocaba el culo a la maestra, eluda el cachetazo y en el recreo cobraba las apuestas. Tena una hermosa letra, sobre todo cuando firmaba Alberto Irigorri bajo las amonestaciones de los boletines. Don Alberto no reparaba en esos detalles. Estaba demasiado ocupado en liquidar a precios de fbula un galpn de alambre de pa que empez a almacenar cuando la guerra de Espaa. Ahora el alambre no vena de Europa porque all lo usaban para otra cosa. Gracias a Dios, repeta don Alberto, que por esa poca se volvi devoto.

A fin de ao, la seorita Reforzo se quit a Mauricio de encima con todos cuatros. (Ese chico necesita una madre, coment.) Entr en sexto de pantaln corto y bigote. El de sexto era maestro y el nio Mauricio tuvo que inventar otros juegos con plvora, despertadores y animales muertos. Tal vez se adelantaba a sus aos y a su medio, y por eso no era bien comprendido.

No te junts con l deca mi padre.

Yo me juntaba igual.

Eh, Negro? propona Mauricio mirndome desde la esquina del ojo.

Y si tal cosa? protestaba yo.

Hay que divertirse, Negro. La vida es corta.

Mauricio pegaba una oblea, la oblea deca Dios es amor, Mauricio la pegaba en la maquinita de preservativos, en el bao del Roma.

2No quiso entrar a la Normal porque era cosa de mujeres. Don Alberto lo mand al comercial de Azul. Depositaba en l grandes esperanzas que nadie comparta. A los tres meses estaba de vuelta, elogiando el ro y el caoncito del parque. Tambin hay mucho comercio, dijo a modo de esclarecimiento.

Ese ao me vine a Buenos Aires. Le escrib, no me contest. En mayo tuve carta de Estela. Te estoy tejiendo un pulver, aqu ya empezaron los fros. Mam, que a ella tampoco le gustan las tas, pero este ao no hay ms remedio, sos muy chico para ir a una pensin. Y es cierto que estudis latn? Ah, a Mauricio lo echaron. Yo vea las grandes pestaas de mi hermana. Estela sombreando la carta. Las mujeres siempre lo quisieron a Mauricio.

3Cuando empezaron a mermarle las botellas de guindado, don Alberto prefiri no tenerlo ms de lavacopas. Entr de aprendiz tipgrafo en La Tribuna. Por esa poca.

INAUGUROSE EL MEODUCTO PRESIDENTE PERON

Asisti el gobernador

Lo echaron.

Un error lo tiene cualquiera dijo Mauricio.

4Diciembre y all estaba en la punta del andn, hacindose el distrado para no encontrarse con la mirada de mi padre. Me haba sacado una cabeza de ventaja, pero sa ya no era su medida, ni los pantalones largos y el cigarrillo colgando del labio, sino el gesto de rechazo, de conquista y de invencin con que probaba el filo del mundo y rebotaba, descubriendo siempre una nueva manera de lanzarse al asalto, como un revlver que agota su carga y luego se dispara a s mismo, el can, el tambor y hasta el gatillo, quemado de furor y desmesura. Apoyado en un poste me miraba y su mano izquierda oscilaba suavemente a la altura del hombro en una especie de saludo.

Mi padre termin de hablar con el jefe de estacin, y slo cuando todas las valijas estuvieron a mi lado y el peoncito esperando rdenes, se volvi hacia m con los brazos en la cintura una alta figura quemada por el sol, alta desde el chambergo hasta las botas y yo sin saber si deba darle la mano o besarlo hasta que sac de adentro una lenta sonrisa de metal y me puso la mano sobre el pelo.

En el trayecto a la camioneta, me cruc con Mauricio sin mirarlo.

5Dejaron la tranquera abierta: el toro se escap. Corrieron los avestruces: as se matan los caballos. Cosas de gringo.

Fui yo.

Cosas de gringo bolichero insisti mi padre, moviendo suavemente el cabo del rebenque como un gran ndice. Ya te tengo dicho.

Campo hay por todas partes coment despus Mauricio.

Pero no un campo con media legua de laguna como aqul, no el campo donde andabas a lo pueblero, con las riendas sueltas, rebotando en el recado, con la escopeta en la mano, saliendo ensangrentado de los cardales, tiroteando las gallaretas, hundindote hasta las verijas en el barro.

Acordate: el cerro donde apareci el gliptodonte panza arriba, con la panza llena de agua llovida. Acordate: la noche en que no encontramos ms que las riendas en el alambrado y tuvimos que volver a pie entre los juncos. Acordate: el espinel lleno de taralilas.

Campo como se? Dnde, Mauricio, dnde.

6Mauricio, a los quince aos, mide un metro setenta y cinco, es campen de bochas en el almacn de su padre, se acuesta con la sirvienta. Por un tiempo pareci que se iba a dedicar a la guitarra, pero su verdadera vocacin es el codillo.

7Agita una mano y se va.

Dobla una esquina y se va.

Salta a un carguero y se va.

Sonre:

Chau, Negro.

Y se lo traga el tiempo, la tierra, la gran inundacin de la memoria. Circula clandestinamente en las historias del pueblo y de la familia. No es malo, pobre, dice mi madre. Tiene mala suerte. (Las mujeres, siempre.) Mala suerte al truco?, replica mi padre.

Lo han visto por el lado de General Pinto, trabajando en las cosechas de maz o girasol.

Quiso ser boxeador en Baha Blanca, y un negro le desfigur la cara.

Gana un camin al pase ingls, lo pierde al siete y medio.

8Pas por el pueblo me escribe Estela sin saludar a nadie. Par con un camin colorado frente al Roma y a todos los que fueron a hablarle les dijo que estaban equivocados, que no los conoca. Unicamente convers con el rengo Valentn, el lustrabotas. Valentn dice que pregunt por vos