Mata - De la cultura masiva a la cultura mediática

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M.C. Mata María Cristina Mata De la cultura masiva a la cultura mediática diá logos de la comunicación Docente e investigadora en la Maestría en Comunicación y Cultura Contemporánea del Centro de Estudios Avanzados de la Universidad Nacional de Córdoba. Dirección: Adolfo Orma 1354, Barrio Parque Tablada, 5009 Córdoba. Telefax: (5451)814024 E-mail: [email protected] 80 81

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Docente e investigadora en la Maestría en Comunicación yCultura Contemporánea del Centro de Estudios Avanzados de

la Universidad Nacional de Córdoba.Dirección: Adolfo Orma 1354, Barrio Parque Tablada,

5009 Córdoba. Telefax: (5451)814024E-mail: [email protected]

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«Toda profecía generalizadaque parte de un solo sector delo social, aun cuando se tratede un sector tan espectacularcomo el de las tecnologías dela comunicación, es evidente-mente una profecía impruden-te porque subestima por fuer-za la pluralidad y la compleji-dad sociológicas de la innova-ción en un conjunto planeta-rio que aún está en gran medi-da diversificado...

... La cuestión particular se re-fiere al hecho de saber cuál esnuestra relación con lo realcuando las condiciones de lasimbolización cambian»

Marc Augé,La guerra de los sueños

1.

La aparición de la noción decultura mediática o de lasequivalentes y/o contiguasnociones de mediatización dela cultura o sociedades me-diatizadas (o incluso en víasde mediatización) en textos dediverso carácter disciplinario-sociológicos, antropológicos,semióticos- tuvo la preten-sión, o al menos sembró la ilu-sión de proveer un nuevo prin-cipio de comprensión acercade los fenómenos de produc-ción colectiva de significadosen las sociedades actuales, ca-lificadas al mismo tiempocomo post-industriales.

Esa pretensión o ilusión ha-bló, consecuentemente, de lainsuficiencia de anteriorescategorías para dar cuenta detales fenómenos. En particu-lar, aludió a la insuficiencia dela noción «cultura masiva» o«cultura de masas», bajo cuyogenérico campo se habíananalizado los intercambios deproductos culturales elabora-dos de manera industrial ydestinados a grandes masasde la población. Sin embargo,y creo que este es el primerrasgo interesante en la apari-ción de esas nociones, ellasrevelaron que esa insuficien-cia no sólo se debía a trans-formaciones materiales en losmodos de producción cultu-ral, sino a una transformaciónde los puntos de vista adop-tados para el análisis de la co-municación y la cultura. Enotras palabras, si la noción decultura masiva ya no alcanza-ba era porque ella fue enten-

dida básicamente como unconjunto de objetos, produci-dos para las masas y consu-midos por ellas.

De todos modos, no era esala única perspectiva -descrip-tiva y clasificatoria- desde lacual se construyó y utilizódicha categoría. Planteoscomo el de Franco Rositi,ampliando su alcance no sóloa un conjunto de objetos cul-turales sino a un conjunto de«modelos de comportamien-to operantes» que le habilita-ron para plantear la unidadde dicha cultura tras su «apa-rente indeterminación»1 oproposiciones como las for-muladas por Jesús MartínBarbero, planteando que lacultura masiva es el modo enque se producen las significa-ciones en las sociedades don-de «todo» (las relaciones so-ciales) se ha masificado2 , in-trodujeron una dimensión di-námica a la noción y la vol-vieron apta para dar cuentade particulares configuracio-nes de sentido característicasde situaciones y momentosdeterminados: valores, mo-dos de vincularse entre losindividuos, divisiones deltiempo, organización del es-pacio público y el espacioprivado, modos de legitima-ción, etc. y no sólo de un con-junto de mensajes produci-dos estandarizadamente yconsumidos más o menosindiscriminadamente.

Desde perspectivas de esetipo fue posible hipotetizar yanalizar empíricamente cier-tos rasgos que dotaban deunidad a esa cultura colecti-

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va en el marco de la cual eranpensables -todavía- ciertosislotes subculturales -en ter-minología de Rositi- o modosparticulares de vivir lo masi-vo, en términos de MartínBarbero, para seguir con esosautores. No detallaré aquí latotalidad de rasgos pero re-sultará útil señalar algunosque, a título indicativo, pue-den situarnos en el tipo decaracterizaciones que nospermitieron reconocer la cul-tura masiva como un estadiodel desarrollo de la moderni-dad.

Podemos, por ejemplo, reco-nocer la centralidad que fue-ron adquiriendo los mediosmasivos de comunicación enla vida cotidiana como fuen-tes de información y entrete-nimiento, como fuentes de laconstrucción de imaginarioscolectivos entendidos comoespacios identitarios nacio-nales, epocales, generacio-nales. El saber al mismo tiem-po y el compartir modos deser a través de ciertos relatosestuvieron en la base de laconstitución cultural de losestados nacionales latinoa-mericanos; la informaciónacerca de las innovacionesestilísticas y la difusión de unmodelo de cuerpo estuvieronen la base de la instauraciónde la «moda» como regulaciónvestimentaria… Pero tam-bién pueden reconocerse pa-peles equivalentes en la con-figuración de los modos deacción pública: el diseño dereglas del decir que constitu-yeron hablantes legitimadosy atentos oyentes; dirigentesy dirigidos; variadas formas

de intermediación ante el po-der político.

Se tematizaron de ese modo,las diferentes zonas de lo realque las tecnologías y mediosde producción y trasmisiónde información y mensajescubrieron con estrategiasque, en términos de resulta-dos, bien podrían definirsecomo de extensión o multipli-cación. En otras palabras, losmedios alcanzaban donde lainteracción personal y la in-fluencia institucional no llega-ban. Y no aludimos sólo a ladimensión espacial sino alterreno del poder hacer. Losmedios -y ese era el caráctermás estructural de la culturamasiva- se hacían cargo deuna serie de tareas confina-das anteriormente a una di-versidad de instituciones ymodos de vinculación perso-nalizados, los completaban ycomplementaban, conflictivao congruentemente.

Los análisis más agudos acer-ca de la cultura masiva fueronpermitiendo constatar queese «hacerse cargo» no podíaser asumido de manera ins-trumental, desconociendo lacapacidad configuradora delas tecnologías y los lengua-jes. Superando justamenteese tipo de visiones que redu-jeron los canales a instanciastransportadoras de significa-dos, fue posible pensar la cul-tura articulada en torno amedios y tecnologías comouna nueva matriz para la pro-ducción simbólica dotada deun estatuto propio y comple-jo en tanto fundía anterioresmodos de interacción con

nuevas formas expresivas,anteriores circuitos de pro-ducción con nuevas estrate-gias discursivas y de recep-ción.

En ese sentido, lo masivo seimponía como forma culturaldominante. Un dominio fun-dado básicamente en datoscuantitativos vinculados a laesfera del consumo -desde lacantidad de horas que los in-dividuos pasaban frente a lapantalla del televisor, porejemplo, o la cantidad de in-formación que recogían através del conjunto de me-dios masivos consumidos- oa la esfera de la producción -la dimensión de las inversio-nes en el sistema de mediosy su articulación con otrasesferas de la producción-, yen la fuerza que adquiría larealidad construida desde losmedios como agenda públicay espacio de legitimación denociones.

De todos modos, lo predomi-nante en el campo de los es-tudios sociológicos fue con-siderar que esa forma cultu-ral se vinculaba con el con-junto de lo social a través derelaciones de funcionalidad -Rositi plantearía la necesidadde establecer «cuánta reali-dad social son capaces decomprender y organizar losdiscursos que entienden la cul-tura de masas como fuente yreflejo de modelos reales decomportamiento» (1980:37).

Fue justamente la voluntad deencontrar otro camino decomprensión que superasedualismos y visiones instru-

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tica mentales la que estuvo en el

origen de otras nociones queenriquecieron y compleji-zaron el campo. Así, por ejem-plo, la de mediaciones, acu-ñada por Jesús Martín Barbe-ro, plantearía la articulaciónentre los procesos de produc-ción de sentido en torno a losmedios masivos de comuni-cación y otras prácticas coti-dianas de significación; aludi-ría a los dispositivos a travésde los cuales «los medios ad-quirieron materialidad insti-tucional y espesor cultural»(1987:177); a las complejasinteracciones e interseccio-nes entre variadas y pluralestemporalidades sociales ymatrices culturales (Id. 203);a la articulación entre las téc-nicas y procedimientos deproducción de una culturapara todos -y en ese sentidomasiva- y las transformacio-nes de las culturas subalter-nas; a los «dispositivos a tra-vés de los cuales la hegemo-nía transforma desde dentroel sentido del trabajo y la vidade la comunidad» (Id. 207); alos lugares «de los que provie-nen las constricciones quedelimitan y configuran la ma-terialidad social y la expresi-vidad cultural» de los mediosmasivos (Id. 233).

Lejos estábamos entonces,de un pensamiento que hacíade la cultura masiva una es-tructura, un sistema dentrodel orden social y, como tal,aislable y estudiable en susmutuas interacciones e inter-dependencias con el todo oalguna de sus partes. Por elcontrario, enraizada en elproceso histórico de la cons-

titución de la modernidad la-tinoamericana, la cultura ma-siva llegaba a confundirsecon ciertas nociones de la he-gemonía: «todo un cuerpo deprácticas y expectativas enrelación con la totalidad de lavida: nuestros sentidos y do-sis de energía, las percepcio-nes definidas que tenemos denosotros mismos y de nues-tro mundo […] un vívido sis-tema de significados y valo-res -fundamentales y consti-tutivos- que en la medida queson experimentados comoprácticas parecen confirmar-se recíprocamente […] en elsentido más firme […] una‘cultura’, pero una que debeser considerada asimismocomo la vívida dominación ysubordinación de clases par-ticulares» (Williams 1980: 131-132). Y si llegaba a con-fundir-se con esa noción era porque,de diversos modos, latematización de la culturamasiva provenía de una inte-rrogación básica acerca delpoder, de sus mecanismos deproducción y reproducción,de las posibilidades de resis-tir a él o de subvertirlo.

En ese sentido, hablar de cul-tura masiva era nombrar lasmasas: las clases socialespretendidamente reunificadassin conflictos en el campo delconsumo; hablar de culturamasiva era nombrar lo que seproducía como efecto de igua-lación en sociedades atravesa-das por las diferencias; reco-nocer en el campo de la pro-ducción de sentido los efectosde la industrialización y lamercantilización capitalistaque, entre otras cosas, había

supuesto el desarrollo cre-ciente del sector de las tecno-logías de comunicación y supaulatina y notoria institucióncomo espacios significativosde la trama social. Los abor-dajes más fructíferos dentrode esta perspectiva generalfueron, sin dudas, aquellosque transitando distintas víasmetodológicas, intentaron re-componer la homogeneidadsin desconocer las particula-ridades y diferencias dandocuenta de la compleja tramaen que se articulaban las ins-tituciones, los textos, las prác-ticas y los actores.

Pero hubo un momento -tem-poral y teórico deberíamosentender- en que ello ya pa-recía no alcanzar.

2.

«Las sociedades preindus-triales son sociedades en víasde mediatización, es decir,sociedades en que las prácti-cas sociales (modalidades defuncionamiento institucional,mecanismos de toma de deci-sión, hábitos de consumo, con-ductas más o menos rituali-zadas, etc.) se transforman porel hecho de que hay medios…Una sociedad en vías de me-diatización […] no por eso esuna sociedad dominada poruna sola forma estructurante,lo cual explicaría la totalidadde su funcionamiento. La me-diatización opera a través dediversos mecanismos segúnlos sectores de la práctica so-cial que interese y produce, encada sector, distintas conse-cuencias» (Verón 1992: 124).

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Con esa noción -equivalenteen otros textos a la de culturamediática e incluso a las desociedad informatizada o so-ciedad de la información-,Eliseo Verón nos coloca en unescenario temporalmentenuevo: el del tiempo de lopost: tiempo que habla enciertos casos de superacióno en otros, como constitui-rían los términos «moderni-dad reciente» o «sobremoder-nidad» de realización plenade lo que en ciernes estaba enel proyecto mismo de la mo-dernidad.

Pero la cultura mediática nose concibe sólo como un es-tadio más avanzado en el in-tercambio de productos cul-turales: un estadio en el quese han incrementado las tec-nologías e instituciones des-tinadas a la producción demensajes y en el que se haincrementado el uso y consu-mo de esas tecnologías y me-dios. Constituiría, en cambio,un nuevo modo en el diseñode las interacciones, una nue-va forma de estructuraciónde las prácticas sociales, mar-cada por la existencia de losmedios. En ese sentido, lamediatización de la sociedad-la cultura mediática- nosplantea la necesidad de reco-nocer que es el proceso co-lectivo de producción de sig-nificados a través del cual unorden social se comprende,se comunica, se reproduce yse transforma, el que se harediseñado a partir de la exis-tencia de las tecnologías ymedios de producción ytransmisión de información yla necesidad de reconocer

que esa transformación no esuniforme.

Ello no sólo nos habla de uncambio epocal; remite tam-bién a un modo de pensarque, de alguna manera, ponede manifiesto la necesidadde recuperar la materialidadde los procesos significanteso, si se quiere, de reponer lacentralidad de los medios enel análisis cultural pero no yaen su carácter de transpor-tadores de algún sentido aña-dido -los mensajes- o comoespacios de interacción deproductores y receptores,sino en tanto marca, mode-lo, matriz, racionalidad pro-ductora y organizadora desentido.

Al reflexionar sobre los aspec-tos constitutivos de la moder-nidad, Anthony Giddens seña-laría que una de las caracte-rísticas más evidentes que laseparan de cualquier otraépoca anterior, es su «extre-mo dinamismo», su carácterde mundo «desbocado», entanto no sólo implica una ace-leración de los cambios sinoque alude a la «profundidad»con que afecta a las prácticassociales y a los modos decomportamiento antes exis-tentes» (1995: 28). Ese dina-mismo constitutivo de la mo-dernidad está dado, básica-mente, por lo que denominala separación entre tiempo yespacio -la condición para laarticulación de las relacionessociales no mediadas por loslugares-; el desenclave de lasinstituciones sociales -opera-da a través de señales simbó-licas y mecanismos expertos

que extraen las relacionessociales de sus circunstan-cias particulares y la reflexi-vidad, vale decir, la «utiliza-ción regularizada del conoci-miento de las circunstanciasde la vida social en cuantoelemento constituyente de suorganización y transforma-ción» (Id.: 34). En la «moder-nidad reciente» el desarrollointerrelacionado entre me-dios impresos y comunica-ción electrónica potenciará,según Giddens, ese dinamis-mo.

Analizando un conjunto máso menos vasto e incluso con-tradictorio de textos3 que,más allá de la casuística, in-tentan exponer con algunasistematicidad los rasgos dela cultura llamada mediática,lo que se encuentra es, ni másni menos, la exacerbada mos-tración de esos aspectostematizados por Giddens.Nos detendremos en algunosde ellos.

Una de las constantesremarcadas es la transforma-ción de dos nociones funda-mentales en la constituciónde la modernidad: las nocio-nes de tiempo y espacio.

«Los cuentos infantiles ocurrenen países muy lejanos... Y poreso son cuentos… Porque nin-gún lugar es muy lejano».

De ese modo, Telecom, una delas compañías que detentan elmonopolio telefónico en Ar-gentina, y que se autopro-mociona como «un mundopróximo», nos anunciaba es-tar «preparada para el futuro».

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biabilidad discursiva de la es-pacialidad y la temporalidad,de la irrealidad y la lejanía noson casuales. Si uno de los me-canismos productivos de lamodernidad fue la desarticu-lación del tiempo y el espaciode situaciones o lugares espe-cíficos mediante el vaciamien-to -la abstracción- de ambasnociones, facilitando de esemodo su recombinación sinreferencias obligadas a luga-res precisos, requisito para or-ganizar «las acciones de mu-chos seres humanos física-mente ausentes entre sí» (Id.:30), el perfeccionamiento delas tecnologías de informaciónha permitido construir un nue-vo régimen espacio-temporal:el de la coexistencia, el de lacohabitación.

Se trata de un régimen que,entre otras cosas, impone lainmediatez, en tanto «acelera-ción» del saber, como nuevacategoría valorativa (Virilio,1996) que altera las jerar-quías establecidas en los sis-temas informativos y cog-noscitivos.

«Jueves 26 de julio: Domin-go Cavallo se entera a travésdel Rotativo del Aire que ya noera Ministro.

Viernes 16 de agosto: En pre-sidencia se enteran por el Ro-tativo del Aire que se habíaconvertido en Ley el proyectoque eximirá a diputados y se-nadores del pago del impues-to a las ganancias.

Martes 21 de agosto: se con-firma lo adelantado por la Oral

Deportiva en días anteriores,Menotti es el nuevo técnico deIndependiente.USTED NOS ESCUCHA POR-QUE NOS ENTERAMOS ANTESQUE OTRAS RADIOS. LOSPROTAGONISTAS NOS ESCU-CHAN PORQUE NOS ENTERA-MOS ANTES QUE ELLOS.RIVADAVIA, ANTES LA VER-DAD».4

Tradicionalmente el periodis-mo fue constituyéndose entorno de la valoración de laprimicia: los medios compe-tían por la novedad y ellapasó a identificarse con lapropia noción de estar infor-mado. Hoy, de lo que se tratano es ya de «saber inmediata-mente», sino de «saber antes»y es esa capacidad de antici-pación la que otorgará a losmedios y las técnicas de in-formación un carácter perfor-mativo, instaurando una nue-va dimensión de lo real: loreal informativo. Un real queno es asociable con una cons-trucción fantasiosa o imagi-naria, sino con una realidadanterior, que, incluso operarácomo instancia de contras-tación con los hechos efecti-vamente acontecidos pero encuya producción intervendráactivamente. Hasta el cansan-cio se ha dicho que esperába-mos la Guerra del Golfo, másallá de las evaluacionesgeopolíticas, como relatoanunciado; hasta el cansan-cio vemos producir resulta-dos electorales en función desu modelación paulatina porlos sondeos de opinión.

Ese «saber antes» va a ligarseestrechamente con otro con-

junto de modificaciones espa-cio-temporales que vienen delejos y hoy resultan potencia-das por las tecnologías detrasmisión a distancia. Si elteléfono habilitó las comuni-caciones más íntimas opersonalizadas sin importarla lejanía, si fue capaz de man-tener y crear comunidadesafectivas, comerciales o polí-ticas con sólo una llamada, elcelular deviene hoy la próte-sis ineludible para asegurar elcontacto permanente: no im-porta dónde se esté; siemprese está: al alcance y pudien-do ser alcanzado, informán-dose e informando; en co-nexión. La idea del acceso ydel acceso inmediato, multi-plicada por las trasmisionesen directo y por las redesinformáticas, aceleran la ne-cesidad de conocer o, mejor,tornan obsoletas y poco efi-caces las apropiaciones dife-ridas.

Por ello la relevancia de otrode los aspectos destacadosde esta nueva cultura, lo quese ha dado en llamar la me-diatización de la experien-cia. Eduardo Subirats re-flexiona sobre el particularaludiendo al confinamientode lo real y a la exclusión dela experiencia frente a «unasola instancia que goza delprivilegio absoluto de atrave-sar impunemente» las barre-ras: «En las situaciones másíntimas o en la más letal delas guerras, en los eventospolíticos o en los accidentes,sólo los media parecen teneracceso universal» (1995: 55).Ya no se trata, como Giddenslo postularía, de la siempre

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mediada experiencia humanaa través del lenguaje y los pro-cesos de socialización cons-titutivos de la cultura en tan-to somos con los otros. Se tra-ta ahora, de una nueva cir-cunscripción político-episte-mológica, al decir deSubirats, del actuar humanoque, al mismo tiempo, revelael nuevo carácter «ontoló-gicamente privilegiado de losmedios de comunicación»como productores centralesde la realidad. Se acrecientan,de tal suerte, las zonas de laexistencia de los individuosque se realizan -o prometenrealizarse- a través de losmedios y tecnologías que, enconsecuencia, se constituyenen garantes de la posibilidaddel ser y el actuar.

Las autoridades locales ofre-cen a los ciudadanos la posi-bilidad de comunicarse direc-tamente con ellas a través deInternet, los productores deLa Biblioteca Total5 prometena los usuarios «viajar por elmundo de Borges con un CD-Rom de muy fácil manejo ysumamente entretenido»; lashot-lines aseguran excitacióny placeres sin riesgos ni des-ilusiones físicas. ¿Qué se sus-trae, en medio de las prome-sas? El cuerpo, la interacción,el esfuerzo, la posibilidad defracasar por la complejidadde las situaciones físicas yespirituales. En el caso de CDhasta se valoriza el ahorro deespacio y su condición porta-ble6. Las garantías de como-didad y éxito operan como lasnuevas condiciones de vali-dación de las experienciasmediadas.

Siguiendo a Giddens, puedereconocerse que la moderni-dad proveyó una vida cotidia-na más previsible en tanto lascuestiones existenciales ca-paces de provocar inquietudson «desarmadas» por el con-curso de «sistemas interna-mente referenciales» dotandoa los individuos de una cier-ta necesaria seguridad onto-lógica. La delegación expe-riencial en los artefactos téc-nicos constituye un rease-guro de primer orden en tan-to aparecen despojados de lafalible condición de lo parti-cular-individual, de lo subje-tivo, para inscribirse en elmarco de los sistemas exper-tos que restauran la confian-za que la propia modernidad,constituida sobre el desen-cantamiento del mundo y so-bre la impronta de la dudametódica, no puede propor-cionar.

Podríamos -como lo venimoshaciendo hasta aquí- precisarotro conjunto de rasgos ytransformaciones conceptua-les que no habrían hecho sinoahondar las ideas de alcanceilimitado, de potencialidad delas técnicas de producción,procesamiento y distribuciónde información para hacer delos individuos seres sobera-nos y capaces de superar lasbarreras que los alejan entresí; es decir, para lograr cadavez más capacidades de sa-ber y obrar en un único uni-verso interconectado. En talsentido, podríamos referir-nos a las posibilidades delciberespacio como «espaciodemocrático» o a las prome-sas de reconversión laboral

basadas en los sistemas inter-activos (Maldonado 1998); ala seguridad que proveeríanlas construcciones inteligen-tes a los ciudadanos acosa-dos por la violencia urbana olimitados por la edad o lasenfermedades7; a las redise-ñadas experiencias respectode lo propio y lo ajeno, del símismo y de los otros, de lolocal y lo global, de lo públi-co y lo privado.

Para nuestra intención bastacon lo hasta aquí planteado.Porque de lo que se trata esde interrogar estas miradas y,en consecuencia, la propianoción de mediatización.Para ello creemos convenien-te reponer en el centro de lareflexión lo que ella ilumina yoscurece, tal como viene sien-do asumida en el campo delos estudios de comunica-ción.

3.

Es evidente que con la nociónde mediatización de las so-ciedades -y de la culturamediática- se hace referenciaa una alteración sustantivaque producirían las tecnolo-gías y medios de produccióny distribución de informaciónen dos órdenes que, conver-gentes, no pueden confundir-se; el de las prácticas socia-les y el de su representación.Poder comunicarse efectiva yrápidamente vía satelital en-tre varias personas, por ejem-plo, y tejer una red que lasacerca superando distancias,no es lo mismo que experi-mentar el sentimiento de in-

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tica terconexión y menos aún ha-

ber eliminado barreras comu-nicativas. Asistir a través delos medios electrónicos entiempo real a una manifesta-ción callejera no es lo mismoque experimentar el roce conlos otros, la sensación de quela voz particular se funde enel grito colectivo, el miedo alos riesgos físicos. Ser filma-dos mientras se plantea unademanda no es lo mismo queacceder con ella al poder.

Sin embargo, no puedo dejarde recordar una escenatelevisiva que pone de relie-ve cierta dosis de confusión.En medio de una jornada deprotesta sindical en la que sehabían organizado ollas po-pulares, la policía arremetiócontra una de ellas. Mientraslos comestibles rodaban porel suelo de una céntrica pla-za, un dirigente manifestabaante las cámaras: «Lo que su-cede es que el gobierno noquiere que se vea por televi-sión lo que está pasando». Lafrase resultaba paradójica yaque no existía ninguna cen-sura o restricción para la la-bor periodística. Pero, enrealidad su decir era otro: «Elgobierno no quiere que elhambre se vea por televi-sión»; el hambre que las ollaspopulares simbolizaban. Por-que la visibilidad que otorgala pantalla -podríamos re-componer así su razona-miento, que todos entendi-mos- garantiza la existenciade lo que padecemos aún.

De algún modo nos enfrenta-mos, en este caso, con la alu-cinación-límite que produciría

la cultura mediática: su capa-cidad para con-fundir el mos-trar/ver con el ser/saber en elorden de las representacionespero, al mismo tiempo, él re-vela la doble transformacióna que he aludido. Si el dirigen-te entrevistado confía en lacapacidad configuradora de loreal de las imágenes tele-visivas, es esa confianza la queopera como base para el dise-ño de las modalidades de pro-testa que significarán modifi-caciones en las prácticas: laolla popular, fruto de la re-unión de lo poco que cadapobre aporta -el pocillo deaceite, el hueso, alguna verdu-ra- organizada en el lugar quese vive y/o se trabaja, deviene«puesta en escena» en la quelos insumos comprados enabundancia en algún mercadoy trasladados en repletos ca-nastos hacia las plazas sedesde la representación, constitu-yen toda una utilería.8

Tal -queremos afirmar- la ri-queza de la noción. En primerlugar porque permite y obli-ga reconocer los modos deexpresión y simbolización encada zona de lo real, repo-niendo para la cultura su es-tatuto de dimensión signifi-cante de todas las prácticas.En segundo lugar porque per-mite y orienta el reconoci-miento de que en todas ellas,independientemente de la in-tervención que en ellas ten-gan las tecnologías y mediosde información, operan unasnociones que las incluyen porcuanto ellas se proponencomo organizadoras de lasinteracciones de los hombresentre sí y de ellas con el mun-

do en que viven9. En tercerlugar, porque reubica a losmedios masivos de comuni-cación como una prácticamás entre aquellas que sontransformadas, aun cuando,por su propia naturaleza in-tervengan en la modelaciónsocial adquiriendo, de talmodo, un doble estatuto.

Pero esa misma riqueza y laremisión a los dos órdenesque antes señalamos puedenconvertir la noción en un fe-tiche; dotarla de una capaci-dad comprensiva y explicati-va que convierta en «mediá-tico» todo lo que toque comoocurre en cierta literaturaensayística y algunas queotras investigaciones queequiparan a las tecnologías ymedios en nuevos determi-nantes de nociones y com-portamientos de manera ge-neralizada. En ese sentido, nosólo deberíamos afirmar que-como afirma Eliseo Verón- notodas las prácticas socialesse mediatizan de manera ho-mogénea, sino que deberíareconocerse que esa capaci-dad transformadora se reve-lará en grado desigual y ope-rando distintas alteracionessegún los particulares acto-res de esas prácticas; segúnlos desiguales -y profunda-mente desiguales- universosmateriales en que ellas sedesarrollan.

Ambos resguardos concep-tuales tienen, evidentemente,implicancias metodológicas.Si para conjurar el poder dedeterminación textual de lacultura masiva fue necesarioreponer las figuras producti-

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vas de la recepción y el com-plejo entramado de las «me-diaciones» -entre las cuales losmodos de producción de lacultura masiva encontrabansu lugar- se impondría ahorala necesidad de evitar cual-quier «desenclave» de las tec-nologías y medios de trasmi-sión de información. Ello im-plica, no sólo su historizaciony localización como procedi-mientos de vinculación a losprocesos económicos y polí-ticos que las viabilizan, sinocomo procedimientos de vin-culación con quienes las usanen términos materiales y sim-bólicos, diseñadores-produc-tores y usuarios consumido-res en peculiares interac-ciones.

La necesidad de una tareasemejante se impone, porotro lado, ante lo que quisie-ra calificar como la tendenciaa postular una gradual des-aparición de la materialidadindividual y social que sevirtualizaría hoy en las socie-dades mediatizadas. Si la cul-tura de masas nombraba unasociedad en la cual las mayo-rías consumían compleja-mente, desde particularescondiciones de subordina-ción, los productos que sefabricaban desde diversasestrategias de poder econó-mico e ideológico, si ello nolograba encubrir que su con-dición de públicos y consumi-dores se entremezclaba consu condición económico-so-cial, ciertas nociones asocia-das a la mediatización de lasociedad parecen tornar irre-levante -insignificante- el es-tar en el mundo.

No otra parece la perspecti-va que se encuentra en untexto como el citado deSubirats. «Junto al procesoconcentracionario de lo real,y de su confinamiento simbó-lico como package informati-vo, se constituye la masa elec-trónica... Una masa inducida,definida y controlada por lasinstancias metadiscursivas delflujo electrónico... la masa con-finada dentro del espacio ytiempo virtuales que estosmedios de comunicación defi-nen, desde su disposción físi-ca o biológica en el asientofrente a la pantalla, hasta suproducción metonímica deimágenes automatizadas»(1995:56). Toda considera-ción acerca de sus condicio-nes materiales de existenciay de su particular vinculacióncon medios y tecnologías re-sulta para el autor «una obje-ción trivial». La masa produ-cida por los medios «es tantomás eficaz instrumental o sim-bólicamente hablando, cuantomás invisible y etérea es suexistencia» (Idem, 57). Pero loque se atribuye a los mediosbien podría predicarse deeste propio modo de pensar-los: la trivialización de la ma-terialidad de las prácticas ylos individuos virtualiza elpoder.

Si algo se ha reclamado coninsistencia como debilidad dela investigación comunicativaes su repentismo teórico: laadopción poco reflexiva deperspectivas y categorías quese prometen reveladoras ysuperadoras de aquellas queno alcanzan para comprenderlos procesos, siempre más

complejos. Doble limitación,deberíamos decir, en tanto seelude considerar las perspec-tivas y categorías comoconfiguradoras de sus pro-pios objetos. El riesgo, en elcampo que venimos transi-tanto, es considerable: per-der de vista que los sentidosinscritos en la materialidadde las tecnologías y mediospueden disolver la de aque-llas prácticas que transfor-man. De ahí el requerimientode encontrar las proposicio-nes teóricas metodológicasque aseguren su articulación.

Al respecto no sería pertinen-te postular alguna vía privile-giada en desmedro de otras.Así, las reflexiones sobre elsentido comunicativo inscri-to en las tecnologías, pro-puesto por Héctor Schmucler,las marcas que su «imagina-ción» deja en las culturas po-pulares y letradas y que Bea-triz Sarlo rastrea, resultan anuestro juicio tan producti-vas e inspiradoras como losestudios acerca de los consu-mos tecnológicos hogare-ños10, o las investigaciones entorno a la articulación de lastecnologías de información ycomunicación y el espaciourbano11. Lo que todas esasvías permiten valorizar, enesta nueva comprensión de lasociedad y la cultura como«mediatizadas», es que másallá de lógicas ineludibles yefectos prediseñados, lo quedebemos enfrentar son dispo-sitivos modeladores, antici-paciones, tendencias y poten-cialidades cuya realizaciónhegemónica sólo podrá com-prenderse en tanto se revelen

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diálogosde la comunicación

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tica los conflictos de los que for-

man parte, las desigualdadesque refuerzan, las creacionesdesviadas y alternativas quesuscitan. En suma, los nuevosmundos donde se siguen ma-nifestando las contradiccio-nes sociales.

Reflexionando acerca del«Cómo leer desde la periferialas nuevas relaciones entretecnología y sociedad», MarioAlbornoz se preguntaba, porejemplo, por el sentido deutilizar un concepto neo-schumpeteriano como el de«innovación», propio de so-ciedades organizadas compe-titivamente, «para aplicarlo asociedades de marginali-zación creciente, aparente-mente destinadas a perder enla competencia». Se pregunta-ba hasta qué punto ese con-cepto permitía pensar los pro-blemas de esas sociedades ypostulaba su redefinición, sulectura desde las propias con-diciones (1998:24). Nuestrainterrogante acerca de la cul-tura mediática aspira a colo-carse en esa dirección.

1. Ver Historia y teoría de la

cultura de masas, Gustavo

Gili, Barcelona, 1980. Espe-

cialmente la Introducción y

los capítulos X y XI.

2. Todas las citas y referencias corres-

ponden a De los medios a las media-

ciones. Comunicación, cultura y hege-

monía, Gustavo Gili, Barcelona, 1987.

3. Nos referimos, entre otros, a obras

como las de Paul Virilio, Marc Augé,

Tomás Maldonado, Javier Echeverría,

Gianni Vattimo, Regis Debray, Jean

Baudrillard.

4 Aviso aparecido en Argentina, en

diarios de circulación nacional.

5. Producción de Nicolás Helft rese-

ñada y publicitada en la edición del 6

de octubre de 1996 del diario La Na-

ción de Buenos Aires.

6. «Es decir que La Biblioteca Total es

un laberinto lleno de señales… Sí, es

una forma linda de decirlo. Busqué tra-

tar temas muy complejos en una for-

ma simple y agradable y crear un am-

biente de intimidad […] Además es un

objeto liviano, chico. Lleva un librito

como prólogo…»

7. Tal como se diseñan y experimen-

tan en el área de infraestructuras

adaptables del MIT, dirigido por Chris

Luebkeman, según se informa en la

Revista de La Nación de Buenos Ai-

res, 28 de marzo de 1999.

8. Hemos reflexionado en detalle so-

bre esta temática en «Entre la plaza y

la platea» en H. Schmucler y M.C.

Mata (coords.) 1992.

9. En ese sentido, Judith Sutz

(1998:41) señala que «la probablemen-

te inigualada convergencia tecnológi-

ca provocada por la informática deri-

va de aquello a lo que se dirige: no se

trata ya de movimiento o de energía

sino de organización, es decir, ‘el

todo’».

10. Cabe resaltar entre ellos los apor-

tes realizados por Roger Silverstone

(1996) y por otro conjunto de inves-

tigadores ingleses impulsados por el

Centre for Research into Innovation

Culture and Technologie de la Univer-

sidad de Brunel.

11. Como las realizadas entre otros

por Tomás Maldonado o Manuel

Castells y que, a nivel nacional se re-

velan en los aportes que se expresa-

ron en 1996 en la Jornada «Innovación

tecnológica, ciudad y territorio. Las

redes de información y comunica-

ción», organizadas por el Instituto

Gino Germani de la Universidad Na-

cional de Buenos Aires y el Centro de

Estudios e Investigaciones de la Uni-

versidad Nacional de Quilmes.

Marc Augé, La guerra de

los sueños. Ejercicios de

etno-ficción, Gedisa, Bar-

celona, 1998.

Finquelievich, Schiavo,

Albornoz, Sutz y otros, La

ciudad y sus TICs, Univer-

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Quilmes, 1998.

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tidad del yo. El yo y la sociedad en la

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Jesús Martín Barbero, De los medios

a las mediaciones. Comunicación, cul-

tura y hegemonía, Gustavo Gili, Bar-

celona, 1987.

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