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    MMss aallll ddee llaa ggeessttiinn ccuullttuurraall::aallgguunnaass eessttrraatteeggiiaass ppaarraa uunnaa((ss))

    nnuueevvaa((ss)) ppoollttiiccaa((ss)) ppbblliiccaa((ss)) ppaarraa llaaccuullttuurraa

    Eduard Miralles.Centro de Estudios y Recursos Culturales de la Diputacin de

    Barcelona (CERC).

    Ponencia dictada en el marco del la XXVII Escuela deCapacitacin de la Asociacin Chilena de Municipalidades y el

    Encuentro INTERCULTURA de Gestin Cultural Municipal,ambos realizados en Puerto Octay, Regin de Los Lagos, Chile,

    enero de 2006.

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    Mejorar en la definicin de sus objetivos la articulacin entre necesidad y oportunidad,y entre visibilidad y proximidad.La tensin entre necesidades y oportunidades resulta particularmente compleja para laspolticas pblicas para la cultura, en la medida en que las primeras, las necesidades, ascomo todo lo que respecta a la esfera de los derechos y deberes culturales, resultanespecialmente difciles de definir. El imperio de la oportunidad, por el contrario, resultaser con excesiva frecuencia el input exclusivo o casi nico en la definicin de los objetivosde la poltica cultural en un territorio determinado.

    Directa o indirectamente, toda poltica sectorial con voluntad universal se establece apartir de una determinada concepcin de normalidad que contribuye ainstitucionalizarla e, incluso, en el mejor de los casos, a hacerla evolucionarprogresivamente. Tomando como ejemplo los sectores bsicos de las polticas de bienestar,existen polticas educativas y polticas sanitarias en la medida en que las nociones deeducacin y de salud se convierten en universales, objetivas y parametrizables, hasta elpunto que se establece un consenso internacional a travs de organismos especializados,respecto a los niveles mnimos deseables para el mximo de la poblacin. As pues, losderechos de las personas se transforman en deberes de las instituciones y, porconsiguiente, una poltica plantea estrategias y formula servicios para la consecucin deesta cuota mnima para un mximo de ciudadanos.

    No hace falta mucha ciencia para constatar que las polticas culturales no funcionanexactamente as. De entrada, el concepto de derecho cultural es todava precario a pesar deque la mayora de declaraciones de reconocimiento de los derechos humanos, a escalaglobal y a escala local, han incorporado el derecho a la cultura como un imperativo entrminos ms o menos imprecisos y a pesar de que, actualmente, sea un tema presente enla agenda de un buen nmero de organismos y redes internacionales. Por otro lado,

    predicar la conveniencia del consenso alrededor de unos servicios culturales bsicosuniversales todava suscita un elevado grado de animadversin entre los detractores de laincorporacin de la cultura una regin de la esfera personal y, por lo tanto, privada enel marco competencial de la cosa pblica.

    Por consiguiente, la dificultad de definir universalmente derechos, deberes y serviciosempuja a las polticas pblicas hacia algunas paradojas flagrantes. En primer lugar, la faltade consenso sobre la cuota mnima de servicios para el mximo de ciudadanos convierte alas polticas culturales en gestoras de singularidades el acontecimiento y el fenmenocultural de efectos inequvocamente perversos: proporcionando el mximo de serviciospara los segmentos de la poblacin culturalmente activos se crean las condiciones para una

    nueva desigualdad, la cultural. En segundo lugar, las polticas culturales, renunciando a ladeterminacin de unos objetivos explcitos y precisos, confieren categora de finalidad a loque no es ms que un instrumento: en el discurso, a menudo, hay demasiado bibliotecas ydemasiadas pocas estrategias para el fomento de la lectura, demasiados teatros ydemasiadas pocas estrategias para la socializacin de los lenguajes artsticos...

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    La tensin, esta vez de tipo vertical, entre las nociones de visibilidad y de proximidad seplantea de forma parecida. Siendo ambas nociones de presencia necesaria en el diseo deuna poltica cultural, a menudo van desparejas (nos referimos a la habitual desconexinentre lo que se hace respecto a la cultura con maysculas y a la cultura con

    minsculas en el marco de una determinada intervencin institucional) o se hipoteca louno en funcin de lo otro (nos referimos a polticas en exceso planas, anodinas omontonas, donde la visibilidad resulta muy difcil, o a polticas agudas en exceso,donde el delirio de la singularidad carece de slida base). Frente a esta falsa dicotoma,resulta necesario postular que el proyecto cultural ms slido es a la vez el ms visible y,viceversa, que una amplia base redunda en una mayor capacidad de proyeccin exterior.

    En definitiva, la dinmica interna de la cultura tiene mucho que ver con la doble lgica delrelato de lo particular en clave universal (esta debera ser la meta de las accionesorientadas a la visibilidad) y del relato de lo universal en clave particular (esta debera serla meta de las acciones orientadas a la proximidad).

    Desplegar sus dimensiones territoriales a la luz de las nuevas cartografas de laproduccin y el consumo culturalLa planificacin de los servicios culturales territoriales es ms compleja que laplanificacin territorial de otros tipos de servicios sectoriales en la medida que la cultura,en su lgica de produccin interna, huye de cualquier adscripcin territorial preceptivaque asigne determinadas cuotas de servicios a determinados contingentes de usuarios. Sise planifican servicios educativos o sanitarios, en definitiva, se acaban estableciendodeterminados procesos de territorialidad preceptiva; esto es: se asignan biunvocamenteservicios a ciudadanos, o viceversa. Nos toca o nos pertenece tal o cual escuela uhospital y no tal o cual otro. En cambio, resulta evidente que no podemos plantearvincular de la misma manera la praxis cultural de un grupo de ciudadanos a una

    determinada oferta de equipamientos o de servicios. Esta contradiccin aparente entre losservicios culturales de proximidad y la prctica cultural desterritorializada es, sin dudaalguna, un factor de complejidad aadido a las polticas pblicas para la cultura que, a suvez, abre perspectivas insospechadas, desde ensayar la movilidad de pblicos y laespecializacin de los servicios en una escala territorial ms amplia, hasta la consideracinde las prcticas tursticas como prcticas culturales tout court.

    Entre los mltiples argumentos a favor de un sistema pblico de la cultura en Espaa queabundan en las particulares oportunidades estratgicas de las distintas administracionesterritoriales conviene destacar aqu el conjunto de cambios que la geografa de laproduccin y del consumo de bienes y servicios culturales est experimentando a lo largo

    de los ltimos aos. Existe, de entrada, un replanteamiento general de las dimensionesdel territorio cultural; en palabras de Manuel Castells, la cultura empieza a ser algodemasiado grande para lo local y, a su vez, algo demasiado pequeo para lo global. Losaxiomas de la oferta cultural institucional, y muy en especial su concepcin del territoriocomo algo todava excesivamente limitador y constreido, contrastan cada vez ms conlas dinmicas culturales de la ciudadana, para quien la territorialidad no constituye tantouna dificultad como, en muchos casos un valor aadido: un valor aadido en trminos de

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    proximidad (los servicios a pie de casa son particularmente bien recibidos) perotambin un valor aadido en trminos de distancia simblica (viajar para practicarcultura, algo que constituye la base del turismo cultural como fenmeno emergente).Coexisten, pues, mltiples territorios culturales, segn se observen desde el punto de

    vista de la demanda o desde el punto de vista de la oferta de bienes y servicios culturales:

    Desde el punto de vista de la oferta cultural, la distincin entre la cultura que sepresenta, la cultura que se re-presenta y la cultura industrial o meditica, lade los soportes y los canales, es la que acaba determinando las posicionesgeogrficas de la cultura. Tal y como Baumol y Bowen, padres de la economa dela cultura, hicieron notar en su clebre ensayo de mediados de la dcada de lossesenta sobre las artes en vivo, no se puede sustituir fuerza de trabajo por capitalpor lo que, en lo escnico, cada funcin cuesta casi tanto como la anterior frente alo que sucede con la cultura en lata, donde cada copia supone una amortizacinde la inversin inicial, cuyo mercado es prcticamente global. La cultura de lapresentacin, la de las exposiciones, por ejemplo, est a medio camino: laitinerancia abarata costes de manera significativa. Cada territorio, en conclusin ypor lo tanto, es como una pista de aterrizaje de ofertas y demandas con lgicasdistintas mercados que una poltica cultural territorial debera intentar articularadecuadamente.

    Desde el otro polo, el de la demanda, las posiciones acaban determinando lgicasde competencia y cooperacin territorial sumamente interesantes. Existe unprimer territorio de servicios culturales de proximidad (las bibliotecas llamadaspopulares o el tallerismo de los centros culturales polivalentes, por ejemplo), deuso diario, donde los valores se centran en la descentralizacin y laaccesibilidad; las lgicas de competencia y cooperacin son casi inexistentes. En

    segundo lugar, el territorio del espectculo en vivo obedece, en cambio, a ritmossemanales (o de fin de semana: los gestores escnicos conocen muy bien el reto deprogramar en los das laborables) y su cobertura utilizando el smil telefnicopuede alcanzar el centenar de kilmetros o la hora de desplazamiento enautomvil. Aqu la tradicin cooperadora s ms o menos fuerte, segn los casos(circuitos, redes, etc.), hasta el punto de llegar a neutralizar la competencia enrazn de lo reiterativo de las programaciones. Finalmente el territorio delpatrimonio, de los museos, de los festivales y de los grandes eventos ms o menossingulares se asocia a la vacacionalidad y su radio geogrfico es mucho msamplio. De hecho, en este caso, el valor de la experiencia suele guardar relacindirecta con la distancia que es preciso recorrer para alcanzarla. Y la competencia

    en pos de un pblico global, o de una visibilidad universal llega a neutralizarcualquier intento de cooperacin posible.

    As las cosas, lo territorial en cultura se encuentra ante un reto y una oportunidad. El retoconsiste en planificar la oferta de servicios culturales desde una perspectiva territorialmucho ms integrada y sistemtica. El perodo de la poltica cultural autrquica (en cadalugar debe haber de todo para los del municipio) parece ya hoy en da poco viable. Si en

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    otros mbitos de lo econmico y lo social crece con fuerza la imagen de la ciudad-red,resulta urgentemente necesario que los responsables del planificacin cultural empiecen atrabajar desde lgicas de planificacin de sus ofertas de servicios superadoras de loestrictamente local. Compensando inequidades y generando nuevas economas de escala.

    Pasando de la competencia a la cooperacin. Sumando recursos para multiplicarresultados. La oportunidad estriba en el hecho de poder generar, en este nuevo contexto,una nueva dimensin de centralidad. Si nuestro pblico, nuestros usuarios, no slo sonnuestros ciudadanos, las apuestas de visibilidad regional, nacional e incluso internacionalresultan mucho ms evidentes. Y ello resulta particularmente interesante para losterritorios NUTS III y para las ciudades medias, porque su entorno territorial renesuficiente masa crtica para operaciones algo ms ambiciosas que las de costumbre,porque sus dotaciones de recursos pueden empezar a ser suficientes para acometeroperaciones de superior envergadura y, en definitiva, porque sus posibilidades devisibilidad ms all del respectivo trmino municipal tambin son mayores, sin sufrir porotra parte, la polucin meditica de los eventos que tienen lugar en las grandes metrpolis.

    Apostar por la cooperacin interinstitucional, transitando desde la actual competenciahasta la deseable complicidadYa es un lugar comn que los estudiosos de la legislacin cultural y del derecho a lacultura mencionen el hecho de que en Espaa, como en otros pases, las competenciasculturales de los distintos niveles de la administracin territorial son concurrentes. Decidirquin debe hacer qu cosa en materia de cultura sigue siendo en nuestro pas unaasignatura pendiente. De arriba abajo, o viceversa, Hasta cundo el Ministerio de Culturaseguir haciendo dejacin de su obligacin de coordinar y dirigir la cooperacin con yentre las Comunidades Autnomas? Las consejeras autonmicas de cultura, all dondeexisten todava las diputaciones provinciales, acaso no pueden avanzar hacia un reparto

    ms eficaz y efectivo en sus polticas respectivas? Por qu, en general, y salvo honrosasexcepciones, las diputaciones provinciales de rgimen comn (lo que excluye a lasforales, los cabildos y los consejos insulares) no suelen atender sus obligacionesestatutarias, es decir, la asistencia y la cooperacin cultural con los municipios de suprovincia, corrigiendo desigualdades y generando economas de escala, y se dedican msbien a contraprogramar la accin cultural de la capital respectiva, con independencia delcolor poltico de cada cual? El pacto cultural entre los distintos niveles de laadministracin territorial del estado, basado en el principio de subsidiariedad el mximode competencias y de recursos para las instituciones ms prximas a la ciudadana siguesiendo, cuando no se trata de una cuestin no planteada, por lo menos una verdaderaasignatura pendiente en Espaa. Si a ellos se aade el desbarajuste funcional, la cosa

    se agrava: quin debe liderar, en cada sector, las polticas de fomento de la creacin, dedifusin cultural o de formacin y promocin de pblicos? Sin un pacto cultural quereordene las competencias culturales de los distintos niveles de la administracin pblicalas capacidades de actuacin seguirn siendo muy inciertas.

    Pero cooperar, para qu? Cooperar para empezar a hacer lo que nadie hace. Cooperamos,en general, a partir de lo que sabemos hacer y, de hecho, ya hacemos en nuestros lugares

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    respectivos: intercambiamos producciones artsticas, producimos exposiciones y eventos,relacionamos gestores Pero la gestin cultural territorial presenta, todava, muchaslagunas, muchos agujeros negros. Si cooperar es sumar recursos para multiplicarresultados, por qu no hacerlo en torno a las asignaturas pendientes?. Aqu van

    algunos espacios que nadie ocupa. Las denominadas otras culturas: la cultura tecno-cientfica, lo que Josep Ramoneda, a propsito del CCCB, denomina la triloga del bio, eleco y el ciber. El abordaje de la industria y el comercio cultural a escala local, algo quea menudo relegamos a ms altas instancias autonmicas o estatales, cuando en lasciudades hay tiendas culturales, libreras, bares musicales, grupos semi-profesionalizados,pequeos emprendedores, micro-empresas Todo lo que tiene que ver con lainvestigacin, el desarrollo y la investigacin en materia de polticas culturalesterritoriales: datos, estadsticas, indicadores, benchmarking, observatorios, laboratorios, etc.Reinventar la sociocultura: articulando las iniciativas de mltiples ciudades espaolas entorno a los equipamientos de proximidad...

    Crear condiciones para la sostenibilidad y la reversin de las plusvalas generadas porla cultura hacia el propio sectorA estas alturas nadie duda ya que la cultura da trabajo, ni que la cultura es capital,por utilizar los expresivos ttulos de dos obras recientes sobre la economa de la cultura enUruguay dirigidas por el profesor Luis Stolovich. Como bien demuestra, por otra parte,George Ydice en su obra reciente El recurso de la cultura. Los usos de la cultura en laera global, lo cultural se ha convertido en uno de los argumentos centrales, sino el quems, del discurso sobre el desarrollo econmico, urbano y social contemporneo. Elproblema, hoy en da, es otro bien distinto. La cultura ya no debe demostrar nada, sinoms bien exigir lo que le es propio. Dicho de otro modo, y dado que est fuera de dudas lacapacidad de generacin de externalidades econmicas por parte de la cultura, la pregunta

    del milln y nunca mejor dicho es qu cultura genera la economa?, o ms bien cmorevierten en el sector cultural las plusvalas econmicas que el sector cultural genera? Si enel ao 1997 el Guggenheim inauguraba en Bilbao la era de establecimientos urbanos dealto voltaje con la cultura como pretexto, en el ao 2004 el Forum Universal de las Culturasinaugura la era de los acontecimientos urbanos de alto voltaje con la cultura comopretexto. Hay algo ah que no nos permite cuadrar, que no nos deja cerrar el crculo.Mientras estas preguntas permanezcan sin respuesta, o mientras las respuestas sigansiendo insatisfactorias, la presunta sostenibilidad del sistema cultural seguir estando enpeligro.

    Articular nuevas formas de transversalidad con las polticas estructurales

    La cultura corre el riesgo de comenzar a ser ya demasiado importante como para seguirestando en manos de las polticas culturales. No estamos hablando aqu de la imparablevoracidad de la industria cultural, de la urgente necesidad de proclamar la excepcincultural ni de otras cosas por el estilo. Se trata de algo ms prosaico, acaso ms rastrero,que se extiende cual epidemia entre las instituciones pblicas territoriales. Por decirlo dealgn modo, mientras que la presencia de los tradicionalmente considerados gestoresculturales con independencia, en este caso, de su perfil tcnico, poltico o politcnico en

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    los proyectos culturales estratgicos suele ser inversamente proporcional a laimportancia de dichos proyectos, la presencia de los responsables de departamentostradicionalmente considerados como duros economa, urbanismo, etc. en cambio seda en proporcin directa. Es preciso recalcar que no se trata de ninguna reivindicacin

    corporativa. Los mecanismos administrativos y polticos especializados en economa uobras pblicas lidian legtimamente con un amplio elenco de sectores temticos: no espreciso que exista una concejala de bares y restaurantes o un ministerio del acero para quelas instituciones desarrollen polticas industriales o comerciales en los respectivos sectores.Pero la cultura, para bien y para mal, es distinta, y a lo mejor deberamos empezar aaplicar la tan cacareada excepcin cultural de puertas hacia adentro en nuestrasinstituciones. Por lo tanto, atencin con la paradoja que supone el hecho de que losproyectos culturales sean cada vez ms centrales y la presencia de los responsables delsector sea cada vez ms perifrica.

    En este sentido, es necesario trascender la transversalidad exclusivamente concebida enrelacin con las polticas de la esfera del bienestar o los llamados servicios personales (esdecir, educacin, juventud, servicios sociales, etc.) para plantearla tambin respecto a laspolticas consideradas estructurales (las que prestan atencin al desarrollo del territorioy al desarrollo de sus recursos productivos), mbitos en los que lo cultural ostenta cadavez ms una posicin privilegiada.

    Disear los servicios pensando en los cuatro niveles estructurales interconectados: lasinfraestructuras (hardware), los programas (software), los sistemas operativos (orgware)y las redes externas e internas (netware).El anlisis de las polticas pblicas para la cultura suele mostrar su carcter fragmentario; amenudo, muchas polticas se basan y se autodefinen solamente a partir de su despliegue

    de infraestructuras y equipamientos (el espacio pblico cultural suele plantearse comoobjetivo de la poltica en s misma, y no como recurso para una intervencin mstrascendente). La atencin debida a las mquinas de gestin o a la conectividad de laspolticas y sus acciones con iniciativas prximas o anlogas suelen estar poco o malformuladas en los planteamientos estratgicos de dichas polticas. Concebir los serviciosculturales mediante la analoga con los componentes de un sistema informtico resultaesclarecedor al respecto. As pues, los servicios culturales deben estar diseados en cuatroniveles estructurales interconectados:

    1. Los lugares para la cultura, espacios, equipamientos o infraestructurasculturales, que constituyen algo as como el hardware de los servicios culturales.

    2. Los programas, concebidos en sentido amplio y no slo como laprogramacin entendida como una mera agenda de propuestas o eventos,anlogos al concepto informtico de software, sin el cual la potencia del hardwareno deviene poder efectivo.

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    3. Los modelos de gestin de los servicios culturales, con especial mencin a losaspectos participativos contemplados en los mismos, verdadero sistemaoperativo u orgware (concepto que en este caso resulta mucho menos frecuente),capaces de hacer funcionar los programas correctamente y de dotar de vida al

    hard.

    4. Finalmente, los recursos facilitadores de la conectividad para el trabajo en red,ya sea tanto a nivel interno (intranet) como en relacin con otras instanciassectoriales o territoriales (extranet), capaces de romper el aislamiento delservicio o programa y de establecer los niveles adecuados de sinergia entre lapropuesta y su entorno.

    Implementar consejos, observatorios/laboratorios y agencias operativas especializadas.En los trabajos del plan estratgico del sector cultural de la ciudad de Barcelona llevados acabo a finales de los aos 90 se postul un nuevo sistema operativo para las polticasculturales de la ciudad. Dicho sistema operativo posee elevadas condiciones detransferibilidad para otros contextos institucionales y territoriales. Se trata de formular latriangulacin de tres instancias complementarias:

    1. En primer lugar, una instancia representativa, que podemos denominarconsejo, de carcter deliberativo y/o decisorio, donde se pueda dar cabida atodas las voces y sectores culturales vinculados con el territorio de referencia,compuesto mediante sistemas de cooptacin o de representacin sectorialproporcionada.

    2. En segundo lugar, una instancia de anlisis y prospectiva, o de investigacin +desarrollo + innovacin, a la que se ha dado en llamar

    observatorio/laboratorio cuya misin consista en hacer acopio ysistematizacin de la informacin relativa a las dinmicas culturalesterritoriales (agentes, recursos, produccin, consumo), su transformacin enconocimiento mediante la aplicacin de indicadores de evaluacin y suposterior transferencia en forma de propuestas innovadoras para las polticasculturales del territorio.

    3. Finalmente, el desarrollo de agencias instrumentales operativas especficas,especializadas en uno o varios sectores de la actividad culturalinstitucionalmente relevante, que permitan aplicar sistemas mixtos de gestinpblico-privada.

    Completar la intervencin directa por parte del estado con la creacin de condicionespara la actuacin de la iniciativa social y de la iniciativa privadaLa intervencin directa por parte del estado constituye un hecho consubstancial aldesarrollo del paradigma de la gestin cultural. Ello no obstante, la creacin decondiciones para la asuncin compartida de responsabilidades sobre lo pblico por partetanto de la iniciativa social como de la iniciativa privada constituye uno de los factores

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    Mejorar la diversidad y la articulacin de la oferta cultural territorial, evitando tanto lareiteracin como la discontinuidad de sus propuestasEstas aportaciones estratgicas estaran incompletas si no se planteara el tema, o elproblema, de los contenidos y de los programas. Dicho en plata: de la cultura quegestionamos cuando nos dedicamos a la gestin cultural. La cuestin ms preocupante eneste sentido es el bajo ndice de diversidad de la oferta existente las bibliotecas y el sectordel libro hace aos que utilizan el trmino de bibliodiversidad para dilucidar, entreotras cosas, sobre la incierta y compleja relacin entre ttulos publicados (muchos),ejemplares impresos (pocos) y libros ledos (no slo se leen pocos libros, sino que ademsse leen pocos ttulos) . El principio rector del mercadeo cultural es la economa de escala.En el sector del espectculo en vivo los circuitos y las redes suelen actuar, de hecho, comocentrales de compras de espectculos, con la consiguiente disminucin de costesunitarios y la posibilidad de emprender producciones singulares que de otro modo seraninviables. Lo positivo de este hecho presenta contrapartidas ms bien negativas si se miradesde el prisma de la diversidad de la oferta cultural. Es bueno que se puedan programarmuchas cosas en muchos lugares. Pero para el ciudadano, la agenda de un lugar seasemeja a la de otro peligrosamente, lo que no contribuye a estimular las asistencias. Elcaso lmite, salvo honrosas excepciones, se da en los festivales de jazz, tanto en su versinde verano como en la de invierno, con su propensin a la clonicidad absoluta. Se imponereflexionar largo y tendido sobre cmo programar, qu programar y por qu hacerlo.Porque la oferta escnica, como ya se ha dicho, no es slo una cuestin de proximidad(todo aquello de la distancia como valor aadido y tal). Y porque la ciudadana raramentees llamada a opinar sobre algo que es en s manifiestamente opinable. Debemos apostarpor estrategias de especializacin territorial selectiva o continuar fomentando el caf paratodos? Ampliar el radio territorial puede tener consecuencias en la diversidad de laspropuestas? El reto, como si dijramos, est en dejar de ser diferentemente iguales parapoder ser igualmente diferentes, es decir, transformar un sistema de mnimos mltiples

    en otro de mximos singulares.