Masacre del Sumpul

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La masacre del río Sumpul, Chalatenango Vieja Masacre del Sumpul El 14 de mayo de 1980 en la aldea salvadoreña La Arada y sus alrededores, apenas amanece cuando soldados del Destacamento Militar N° 1 de la Guardia Nacional y de la paramilitar Organización Democrática Nacional (ORDEN), apoyados por helicópteros, comienzan a disparar con una saña todavía desconocida para sus habitantes: mujeres torturadas antes del tiro de gracia; niños de pecho lanzados al aire para ser el blanco; adolescentes atados para ser fusilados. Un operativo militar se había iniciado un día antes en la zona, en el que las fuerzas militares cometieron actos de violencia contra la población civil, lo que ocasionó la huida de numerosas familias. Los pobladores desplazados por el operativo intentaron cruzar el río Sumpul para refugiarse en Honduras, pero las tropas hondureñas les impidieron el paso y fueron muertos por las tropas salvadoreñas que hicieron fuego deliberadamente sobre ellos.Muchos mueren ahogados, especialmente los niños. El Sumpul se tiñe de sangre y se llana de cadáveres. El genocidio acaba al atardecer y quedan allí 600 muertos, pasto de perros y zopilotes. Nadie puede acercarse a recogerlos o enterrarlos. Quedan pocos para contar el horror de ese día de sangre y llanto. La mayoría ha perdido a toda su familia, a lo sumo ha podido salvar a uno de sus cinco o seis hijos. Los gobiernos de ambos países niegan la matanza así como los observadores de la OEA. La primera y valiente denuncia proviene de la diócesis hondureña de (Santa Rosa de Copán). Nueva Masacre del Sumpul El 29 de mayo, más de 700 campesinos indefensos de Los Amates y Santa Anita inician un éxodo masivo, desesperado hacia la frontera. Tratan de ocultarse en montes y cañadas, comiendo hierbas y raíces. Los soldados los persiguen ametrallando, matando de cualquier manera a los que logran alcanzar. Llegados al río Sumpul, agotados, algunos heridos, aterrorizados, los campesinos intentan cruzarlo. Los niños y ancianos no resisten la fuerza de las aguas y mueren ahogados. Como dos años atrás, el Sumpul vuelve a teñirse de sangre inocente. Quienes alcanzan la orilla hondureña son rescatados por observadores internacionales, que se enfrentan duramente a oficiales y soldados para conseguirlo. Logran llevarlos al campamento de refugiados de Mesa Grande. Apenas quedan 163 campesinos extenuados, desgarrados por el dolor. Como esa pareja que, después de perder una niña, corre a refugiarse a una casa; cuando se acercan escuchan gritos de mujeres y niños que están siendo quemados vivos en ella. O esa madre que llega a Mesa Grande totalmente muda: ha perdido a sus seis hijitos. Todos han presenciado escenas horripilantes, sanguinarias. Algunos mueren apenas llegados. Sólo piden que rescaten a los compañeros dispersos por los montes. Objetivo Principal El objetivo del operativo era forzar a los pobladores civiles a desplazarse hacia el caserío Las Aradas, con el fin de realizar ejecuciones sumarias y arbitrarias, masivas de personas, en ese lugar. Los campesinos desplazados llegaron a Las Aradas a tempranas horas del 14 de mayo de 1980. Desde la fecha anterior, 13 de mayo de 1980, un contingente de aproximadamente 150 soldados hondureños, pertenecientes al Doceavo Batallón con sede en la ciudad de Santa Rosa de Copán,

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La masacre del río Sumpul, Chalatenango

Vieja Masacre del Sumpul

El 14 de mayo de 1980 en la aldea salvadoreña La Arada y sus alrededores, apenas amanece cuando soldados del Destacamento Militar N° 1 de la Guardia Nacional y de la paramilitar Organización Democrática Nacional (ORDEN), apoyados por helicópteros, comienzan a disparar con una saña todavía desconocida para sus habitantes: mujeres torturadas antes del tiro de gracia; niños de pecho lanzados al aire para ser el blanco; adolescentes atados para ser fusilados. Un operativo militar se había iniciado un día antes en la zona, en el que las fuerzas militares cometieron actos de violencia contra la población civil, lo que ocasionó la huida de numerosas familias. Los pobladores desplazados por el operativo intentaron cruzar el río Sumpul para refugiarse en Honduras, pero las tropas hondureñas les impidieron el paso y fueron muertos por las tropas salvadoreñas que hicieron fuego deliberadamente sobre ellos.Muchos mueren ahogados, especialmente los niños. El Sumpul se tiñe de sangre y se llana de cadáveres. El genocidio acaba al atardecer y quedan allí 600 muertos, pasto de perros y zopilotes. Nadie puede acercarse a recogerlos o enterrarlos. Quedan pocos para contar el horror de ese día de sangre y llanto. La mayoría ha perdido a toda su familia, a lo sumo ha podido salvar a uno de sus cinco o seis hijos. Los gobiernos de ambos países niegan la matanza así como los observadores de la OEA. La primera y valiente denuncia proviene de la diócesis hondureña de (Santa Rosa de Copán).

Nueva Masacre del Sumpul

El 29 de mayo, más de 700 campesinos indefensos de Los Amates y Santa Anita inician un éxodo masivo, desesperado hacia la frontera. Tratan de ocultarse en montes y cañadas, comiendo hierbas y raíces. Los soldados los persiguen ametrallando, matando de cualquier manera a los que logran alcanzar. Llegados al río Sumpul, agotados, algunos heridos, aterrorizados, los campesinos intentan cruzarlo.

Los niños y ancianos no resisten la fuerza de las aguas y mueren ahogados. Como dos años atrás, el Sumpul vuelve a teñirse de sangre inocente. Quienes alcanzan la orilla hondureña son rescatados por observadores internacionales, que se enfrentan duramente a oficiales y soldados para conseguirlo. Logran llevarlos al campamento de refugiados de Mesa Grande. Apenas quedan 163 campesinos extenuados, desgarrados por el dolor. Como esa pareja que, después de perder una niña, corre a refugiarse a una casa; cuando se acercan escuchan gritos de mujeres y niños que están siendo quemados vivos en ella. O esa madre que llega a Mesa Grande totalmente muda: ha perdido a sus seis hijitos. Todos han presenciado escenas horripilantes, sanguinarias. Algunos mueren apenas llegados. Sólo piden que rescaten a los compañeros dispersos por los montes.

Objetivo Principal

El objetivo del operativo era forzar a los pobladores civiles a desplazarse hacia el caserío Las Aradas, con el fin de realizar ejecuciones sumarias y arbitrarias, masivas de personas, en ese lugar. Los campesinos desplazados llegaron a Las Aradas a tempranas horas del 14 de mayo de 1980. Desde la fecha anterior, 13 de mayo de 1980, un contingente de aproximadamente 150 soldados hondureños, pertenecientes al Doceavo Batallón con sede en la ciudad de Santa Rosa de Copán,

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formaron un cerco militar de contención en las aldeas de Santa Lucía y San José, pertenecientes al municipio de Guarita, departamento de Lempira, República de Honduras. El cerco de contención cubría precisamente la línea fronteriza que demarca el río Sumpul, frente al caserío Las Aradas. Los militares referidos procedieron a asesinar a todas las personas que tuvieron a su alcance entre adultos, niños y ancianos. Muchos de tales crímenes se produjeron con desmedida brutalidad, como fue el asesinato de menores de edad y mujeres embarazadas con machetes y cuchillos militares, así como ametrallamientos indiscriminados en los cuales participaron tropas de infantería y helicópteros de la Fuerza Aérea Salvadoreña. El Ejército hondureño fue partícipe del operativo militar, en el sentido de contener la posible huida de los campesinos y campesinas. También entregaron a los militares salvadoreños a aquellas personas que lograron ingresar a territorio hondureño para salvar su vida de esta matanza en el río Sumpul.

Impunidad ante la masacre

A pesar de las investigaciones efectuadas durante años, esta masacre sigue en la impunidad. La Tutela Legal del Arzobispado de San Salvador hizo un homenaje a las víctimas y familiares de tan atroces hechos, con el fin de que se conozca la verdad y para que las generaciones venideras no repitan estos crímenes de esa humanidad.

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XXXII Aniversario

Breve reseña histórica y homenaje a los caídos y caídas en la masacre del Sumpul.

Julio Hernaldo Rivera Guardado

El 14 de mayo es una fecha que está marcada en la historia del pueblo salvadoreño, con lágrimas, dolor y sangre. Sangre derramada por inocentes niños, niñas, ancianos, mujeres embarazadas, adultos hombres y mujeres, que solo soñaban vivir en paz y poder cultivar la tierra para poder dar a sus familias el sustento de cada día.

Eran alrededor de unas mil personas indefensas, procedentes de distintos cantones y caseríos del departamento de Chalatenango que se habían visto obligados a concentrarse y asentarse en las Aradas del cantón Yurique, municipio de Ojos de Agua, Chalatenango, debido a la cruel represión y persecución indiscriminada que fuerzas armadas, cuerpos de seguridad y elementos paramilitares lanzaron en todos los rincones donde nuestra gente se había organizado para pedir salarios justos, empleo y trato digno en los trabajos, libertad de expresión y una democracia real. Y la respuesta del Gobierno salvadoreño fue la represión, la cárcel, las torturas, los desaparecidos y el asesinato.

El Gobierno salvadoreño, el poder militar y económico no estaban solos en tan cobarde atentado a los Derechos Humanos y la vida de mas de 600 hermanos nuestros que ese 14 de mayo de 1980 fueron cruelmente masacrados; contaron con el apoyo militar y económico del gobierno de los Estados Unidos, a quien solo unas semanas Monseñor Romero le había pedido encarecidamente que no mandara más ayuda militar a El Salvador y que no se entrometiera en nuestra política ya que solo abonaba e incrementaba mayor injusticia, represión y derramamiento de sangre en nuestro pueblo.

También tuvo parte activa en el desarrollo de la masacre el Gobierno y el ejército hondureño, quienes se encargaron a punta de fusil de expulsar a cuantos salvadoreños se habían logrado refugiar en su territorio, y a la vez, acordonar la ribera del río Sumpul para que nadie pudiera huir a ese territorio en el transcurso de la masacre.

Y finalmente están quienes debieron alzar la voz para ordenar, denunciar y pedir justicia, y se volvieron cómplices al guardar silencio. Ahí está la OEA, la ONU entre otros. Y por el contario, hay que destacar el heroísmo y valentía de la iglesia católica a través de los pastores de la Diócesis de Santa Rosa de Copán, Honduras, quienes fueron los primeros en alzar la vos y denunciar el horrendo crimen; de igual manera al pueblo hondureño quienes fueron solidarios y tendieron la mano a quienes logramos salvar la vida.

Hoy, año con año nos damos cita en el lugar de los hechos para rendir homenaje a los niños, ancianos, mujeres embarazadas, hombres y mujeres que abonaron esta tierra con su sangre y que fueron semilla de la paz. Nos corresponde asumir el reto de seguirla construyendo a través de nuestra lucha para que haya justicia, verdad y reparación para todas las víctimas de nuestro pulgarcito de América. No desmayemos y mantengamos siempre viva la memoria histórica, porque el pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla. Muchas Gracias.

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Testimonio

Héctor Calderón Rivera, un sobreviviente de la masacre, cuenta que perdió a su padre Carlos Antonio Calderón y a sus hijos Valeriano Calderón Menjivar, Rosa Cándida Calderón Menjivar, Gloria Calderón Menjivar y Esperanza Calderón Menjivar.

Tuvo que lanzarse al río Sumpul ocultándose de la Fuerza Armada que estaba disparándole, se detuvo en una gran piedra donde permaneció aproximadamente media hora, sumergiéndose y saliendo a flote para que las balas no le quitaran la vida. Luego de haberse calmado la situación, tomó impulso con su pie y nadó hasta que tocó tierra. Salió y arrastrándose puso irse al otro lado del río Sumpul, perdiéndose entre las montañas de Honduras. Su amigo Manolo fue a buscarlo luego que todo se calmara y luego traerlo a tierra salvadoreña, es así como pudo sobrevivir en la masacre.

Don Héctor Calderón Rivera, sobreviviente de la masacre del Sumpul.