Maria Carlota y Mllaqueo
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Transcript of Maria Carlota y Mllaqueo
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dlorial Andrs Bello
Manuel Pea Muoz
MARIA CARLOTA Y MilLL AQUEO
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Ninguna parte de esta publicacin, incluido el diseo de la cubierta, puede sci
reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningn medio, ya
sea elctrico, qumico, mecnico, ptico, de grabacin o de fotocopia, sin permiso
previo del editor.
Manuel Pea Muoz
EDITORIAL ANDRES BELLO Av. Ricardo Lyon 946, Santiago de Chile.
Inscripcin N 78.828
Se termin de imprimir esta primera edicin de 10.000 ejemplares en el mes de mayo
de 1991.
IMPRESORES: Alfabeta
IMPRESO EN CHILE/PRINTED IN CHILE
ISBN 956-13-0943-1.
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MANUEL PEA MUOZ
MARIA CARLOTA Y MILLAQUEO
BALTASARA, LA NIA DUENDE DEL
CALLEJON DE LAS HORMIGAS
AILLAVILU, EL NIO ALADO DE
RINCONADA DE SILVA
ILUSTRACIONES DE ANDRES JULLLAN
EDITORIAL ANDRES BELLO
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INDICE
Mara Carlota y Millaqueo ............................................................................ 7
Baltasara, la nia duende del Callejn de las Hormigas.. 31
Aillavil, el nio alado de Rinconada de Silva ....................................... 65
Leyendas y tradiciones: el retablo de lo fabuloso .................................. 103
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I
MARIA CARLOTA Y MILLAQUEO
De todas las casonas con parque y estatuas
que iban quedando en el viejo puerto, la de mi
colegio con sus patios internos y corredores,
sus mansardas y galeras de vidrio era la ms
hermosa. Estaba construida en desniveles
escalonados en la ladera de un cerro y a
juicio de los artistas, por poseer tejas de la
poca colonial, tinajas espaolas, tilos cen-
tenarios y pilares de patagua autnticos, era una de las
mansiones histricas ms bellas y antiguas de la ciudad, junto
con la vecina casa de lord Cochrane.
Sin embargo, la Municipalidad no haca demasiado por su
restauracin, pese a los constantes artculos que le dedicaban los
suplementos regionales realzando las hornacinas con jarrones o el
hermoso eutoloquio florecido en azafrn. Casi siempre estas crnicas
evocativas de un tiempo hermoso iban encabezadas con grandes
titulares en los que se enfatizaba la necesidad de un urgente
remozamiento. Ponan siempre numerosas fotografas y grabados
antiguos sacados nadie saba de dnde, en los que se vea la casa tal y
como era hace dos o tres siglos.
No obstante, aunque los escritores se empeaban en hacer
resurgir el inters hacia la gran quinta colonial, eran muy pocos los
visitantes que acudan con aire romntico a contemplar los grandes
rboles o los antiguos aposentos guardadores de armarios y
aparadores de fina caoba.
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8 MANUEL PEA MUOZ
A veces llegaba algn poeta viajero o loco y se quedaba
largo tiempo mirando la casa e imaginndose historias. Peda permiso
y entonces entraba y recorra los corredores, se asomaba a las
glorietas, iba a los miradores, visitaba todos los patios, arrojaba
piedrecillas en los pozos y luego se iba empapado de una atmsfera
seorial. Caminando despus por calles empedradas, iba soando en
ese tiempo cuando en el siglo pasado estaba en funcionamiento el
pequeo teatro de pera particular y la sala de billar con muebles
franceses y carteles de toros de corridas famosas.
Ciertamente la casa necesitaba de una pronta refaccin, porque
debido a los muchos temblores y terremotos tena la mayor parte de
las paredes agrietadas e incluso los murallones de adobe del ltimo
patio, casi en el suelo, dejaban ver los jardines de las otras casas y los
cerros empinndose desde la orilla del mar.
En el ltimo tiempo, la casa era un internado de nios que
ostentaba sobre su fachada, esculpido en piedra, el escudo de la
ciudad asturiana de Cangas de Ons, con la torre de su castillo feudal
coronada por tres estrellas.
Contaban los directores que el origen del escudo se deba a que
el primer morador de la casa haba sido Javier Francisco Cangas de
Ons, un navegante aventurero que haba llegado a esas costas del mar
Pacfico en 1542 como tripulante de una nave especiera con velas
latinas que provena de Guatemala.
Tambin relataban que cuando Cangas de Ons que llevaba el
apellido de su ciudad natal desembarc en la sencilla caleta de
indios pescadores, lo primero que lo cautiv fue la vegetacin
frondosa de los montes, los litres, los canelos coronados por mantos
de quitral, las pequeas cascadas de agua, las fogatas a lo lejos y,
sobre todo, aquellas palmas de tronco liso y ceniciento, como las que
una vez haba visto en el pueblo de la niez, en una biblia antigua de
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MARIA CARLOTA Y MILLAQUEO 9
papel de pergamino con ilustraciones que mostraban escenas de San
Jos y la Virgen entre las palmas de Egipto.
Ahora, bajo esas palmas chilenas se encontraban agazapados
unos indgenas vestidos con pieles, que los oteaban con desconfianza.
Eran changos de la baha de Quintil que basaban su vida en la cosecha
del maz y la calabaza y en la pesca del congrio colorado y de la
centolla de color coral.
Das ms tarde, aquellos espaoles asombrados los habran de
ver en alta mar, pescando en balsas de cueros de lobo marino inflados
o mariscando maages y navajudas entre las rocas.
Algunos nios, incluso, completamente desnudos en esas
calurosas tardes de enero, sacaban del agua enormes almejas que
partan con piedras y que luego coman crudas.
Don Diego Garca Villaln, capitn del Santiaguillo, pidi a Javier
Francisco que se quedara en esa baha con parte de la tripulacin
mientras l se juntaba tierra adentro con las huestes de Pedro de
Valdivia, a quienes se les iba a proveer de ropa, fanegas de alimentos,
botijas de vino, plvora y herraduras de caballos que traan desde el
Per.
As lo hizo Javier Francisco Cangas de Ons, quien,
entusiasmado con ese paraje solitario que Juan de Saavedra haba
bautizado con el nombre de Valparaso, en recuerdo de su pequeo
pueblo en Castilla la Nueva, encontr pronto un valle guarecido de
los vientos del sur en donde constmir una ermita.
Luego, piedra a piedra, edificaron la casa con ayuda de los
navegantes y de algunos aborgenes, cubriendo la viguera con ramas
de molles y cercndolo todo con una empalizada.
El resultado fue una extraa mezcla arquitectnica que uni
ideas del Viejo Mundo con materiales nativos. Y all estaban algunos
de esos indios pacficos mirando atnitos a esos hombres barbudos
que calzaban botas de cuero y que hablaban una lengua
incomprensible. Eran tan misteriosos esos seres venidos del ocano,
que los hacan ponerse de
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rodillas ante dos palos cruzados. Muchas veces los haban visto estar
en esa posicin con los ojos bajos y murmurando en voz baja ante una
mujer con vestido largo, tallada en madera y con pelo natural.
Los indgenas ignoraban quines eran esos dioses, pero muy
pronto iban a saberlo, porque en el Santiaguillo, junto con los
mercaderes, los constructores de fuertes, el cronista, el retratista y el
tonelero, vena fray Jos Mara de Fermoselle, el sacerdote mercedario
que los iba a evangelizar, sin saber que un da iba a morir en el sur del
mundo, traspasado de flechas araucanas bajo las copas de los canelos.
Todas estas historias nos contaba en tardes de viento la dulce y
triste seorita Priscilla Arroyo, dicindonos que en esa misma casona
donde nos encontrbamos estudiando haba vivido Javier Francisco
Cangas de Ons, a quien don Diego Garca Villaln, a su regreso al
Valle del Paraso, le haba dado ese solar en recompensa para que
edificase un refugio con fortaleza.
En honor a l es que este colegio se llama Cangas de Ons,
deca la seorita Priscilla, mostrando con un puntero un retrato de un
hidalgo espaol con coraza de acero y casco coronado por un penacho
de plumas.
Pero nuestra profesora de religin, moral, caligrafa, buenos
modales e historia de Chile no deca toda la verdad.
Era cierto que el joven de barba roja, Javier Francisco, se haba
prendado de ese paisaje empinado con maitenes y boldos centenarios
coronando los cerros y de ese mar azul turquesa, ribeteado de espuma
con frgiles carabelas y balsas indgenas.
Tambin era verdad que se senta ms fuerte y con ms I
Mvstigio que entre las montaas verdes de su dulce Asturias. I < T( >
esc> nc> era todo. Faltaba el resto de la historia de esa casa, i.il vi/ l.i
parto ms emocionante, el episodio que la seorita
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12 MANUEL PEA MUOZ
Priscilla, el seor de canto, la profesora de aritmtica y la temible
seora Anastasia Cuervo, la directora, se callaban.
Una tarde, la seorita Priscilla, siempre frgil y asmtica a causa
de las intensas neblinas de Valparaso, fue reemplazada por un nuevo
profesor de historia de Chile: el seor Ponsot. Este era un hombre
joven, pensativo, lleno de ideales, de baja estatura y de nariz
suavemente curvada. Tena unos ojos agradables tras unos pequeos
espejuelos de marco de plata, y una sonrisa enigmtica. Yo nunca se la
vi, pero tambin decan que tena bonita letra.
La seorita Priscilla est enferma dijo. Muy enferma... y
yo voy a reemplazarla... Empezar contndoles algo de este internado,
tal vez uno de los edificios ms antiguos de todo Chile, con cerca de
cuatrocientos aos... Porque nada mejor para aprender la historia de
nuestro pas que comenzar conociendo la historia del lugar en donde
estamos estudiando^'
Al or estas palabras, todos empezamos a bostezar
completamente aburridos y a mirar por la ventana aquellos
trasatlnticos que llegaban al puerto por esos aos, pensando en que
el seor Ponsot iba a hablarnos otra vez como siempre lo haca la
seora Cuervo en el sln de actos al iniciarse el ao de Javier
Francisco Cangas de Ons, de fray Jos Mara de Fermoselle, de Pedro
de Valdivia y de don Diego Garca Villaln.
Efectivamente, habl de todos ellos mientras nosotros
dibujbamos barcos en nuestros cuadernos de croquis o tratbamos
de trazar con una regla las grietas del edificio de enfrente.
Pero esta vez el seor Ponsot agreg la parte que faltaba, la
pieza del rompecabezas que siempre se esconda cuando nos
hablaban de nuestro colegio Cangas de Ons.
Kl seor Ponsot carraspe un momento, levant la vista .il viejo
cuadro de la sala, como invocando al espritu del
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MARIA CARLOTA Y MILLAQUEO 13
severo Javier Francisco Cangas de Ons, y luego comenz con voz
grave:
Segn investigaciones en la Biblioteca Severn y en archivos
privados de la capital, escudriando en rboles genealgicos, he
podido reconstituir toda la historia de este antiguo edificio, y espero
que muy pronto pueda darla a conocer en una publicacin que
financiar la Universidad Catlica de este puerto... Lo que en verdad
ocurri fue que Javier Francisco Cangas de Ons sinti nostalgia
morria como l escribi en cartas antiguas que he ledo de su
esposa Mara Fernanda Ibacache Matienzo. Y cuando hubo construido
la casa en el viejo solar en medio de los paltos y los lcumos, con sus
corredores y sus amplias salas de ventanas pequeas con barrotes y
rejas forjadas, regres a Espaa a buscar a la amable asturiana que
guardaba en un arcn perfumado con esencia de membrillo los mil
ducados de su dote.
All la encontr despus de meses de travesa en carabela,
fatigada con las faenas del campo, vendimiando uva malvasa y
moscatel con la pequea Mara Carlota, a quien Javier Francisco, al
embarcarse haca tiempo para el Nuevo Mundo, haba dejado siendo
nia de cascabeles.
Nosotros empezamos a seguir por vez primera con inters una
clase de historia de Chile, porque el seor Ponsot hablaba con pasin.
Ahora dramatizaba la voz y lograba que viviramos verdaderamente
su relato. Podamos imaginarnos a Javier Francisco all lejos en la casa
de piedra, a su esposa vestida con sayas antiguas y a la nia jugando
con un sonajero.
Mirando por la ventana, tratando de atisbar el horizonte por
donde haban venido, pensbamos en la familia all lejos preparando
el viaje a una tierra desconocida, en donde los ros eran tan anchos
que casi no se vea la otra ribera y en
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donde era posible vivir a orillas del mar, con sirvientes mestizos.
Fue entonces que Mara Fernanda Ibacache dispuso los bales
para el viaje, guardando en ellos las colchas de Oln, una manteleta de
terciopelo de China regalo de su abuelo que haba viajado al
Oriente, unas babuchas amarillas, unos vestidos apasamaneados de
seda y, sobre todo, las arras de oro antiguo y el vestido de novia de
encaje de Almagro para cuando Mara Carlota se casara en el Nuevo
Mundo con un hidalgo espaol de Extremadura o Navarra.
Cun larga y penosa fue la travesa navegando en las noches
calurosas del trpico o con vientos huracanados en los golfos del sur!
Estrechos, ventisqueros, paisajes nunca vistos con relieves coronados
de blanco y hielos eternos. Luego rboles desconocidos y rostros de
hombres semi- desnudos con la piel curtida, asomndose expectantes
en medio de la espesura.
Al llegar al puerto, cunta expectacin entre las indias al ver
llegar a una mujer de piel blanca y pelo recogido en moo con
peinetas y mallas, vestida de tafetanes y acompaada de un squito de
changos que portaban cofres y arcas talladas en cedro del Lbano!
Luego, cunta sorpresa entre las indias al desenrollar una
alfombra del Cairo y al ver por primera vez medias de seda con ligas
encamadas! Y la curiosidad de los indgenas que cuidaban el solar al
ver los jubones, las escudillas de plata, los broches de filigrana de
Crdoba, las capas de terciopelo y las colgaduras bordadas con hilos
metlicos!
Pero lo que ms sorprenda y gustaba a los indios que
comentaban en idioma puquino era ver una nia vestida de raso rojo
hasta el suelo, con bucles castao claro y ojos amarillo verdosos,
jugando entre las palmas con una jarrita dorada...
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MARIA CARLOTA Y MILLAQUEO 15
Una tarde, Mara Carlota baj a la playa con la criada india y all
vio a un grupo de nios que mariscaban erizos y mejillones. Otros,
venidos de los valles del interior a refrescarse en el mar, se entretenan
en la arena imitando el graznido de las gaviotas, caminando como
pelcanos o zambullndose en el agua para retornar despus con un
pescado en la mano.
Uno de los nios estaba en una de las rocas mascando algas
marinas. Otro, ms esbelto y que tena una cicatriz, se entretena
partiendo cocos de palma con una piedra. Los iba sacando de unas
largas trenzas anaranjadas donde se arracimaban y luego de darles
golpes, extraa del interior un pequeo fruto blanco.
Qu distintas eran esas entretenciones de aquellos juegos de
corro y cordel y de aquellas canciones sacadas del cancionero de
palacio con que en la patria asturiana se entretena la nia Carlota!
Con Carmen del Pilar, con Reyes, con Melchora Aguirre y
Covarrubias, con Engracia y con Sonsoles Montes de Oca jugaban al
Arroz con Leche y cantaban el romance de La Santa Catalina en el
Paseo de la Ronda al pie del castillo del conde de Urgel:
La Santa Catalina era
hija de un rey su madre
era cristiana su padre no
lo es...
Ahora los pequeos aborgenes estaban en la playa frente al mar
Pacfico jugando con una trenza de algas de cochayuyo que llamaban
waraka. Sentados en ronda en el suelo, haban elegido a uno que iba
dando vueltas en crculo detrs de ellos con el ps koitn en la mano. Si
uno se daba vueltas, se le pegaba con la trenza en la cabeza, mientras
se pronunciaban unas palabras mgicas cantadas en lengua indgena
que no poda entender la nia espaola.
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16 MANUEL PEA MUOZ
Y, sin embargo, por qu no jugar tambin con los otros nios?
Sentada en el corro con las piernas cruzadas, la nia Carlota no tard
en aprender el juego de los incas que jugaban los nios changos y los
picunches, y esa misma tarde corri la waraka repitiendo el canto de esas
palabras milagrosas.
Mucho tiempo tard Mara Carlota en aprender completamente
el significado de los juegos y palabras en esa tierra diferente que tanto
le agradaba. Eran hermosas las puestas de sol en el mar, las gaviotas
de plumaje ceniciento, los cacharros de barro cocido, el color moreno
de la piel de los nios (como la piel de los nios andaluces), las flores
anaranjadas que salpicaban los montes en primavera y, sobre todo, la
mirada profunda del adolescente Millaqueo, el indio joven de ojos
almendrados con quien haba posado en la playa de El Almendral
ante el pintor leons del Santiaguillo, que haba retratado tambin a su
madre en la colina de los cerezos, con abanico, mirando el mar, y que,
enamorado del paisaje y de sus gentes, se entretena en pintar a
espaoles y nativos sin querer regresar a Espaa.
Esa maana luminosa de verano, el pintor Alonso Martnez
Vegazo les haba pedido que se sentaran en las rocas y luego los haba
observado largamente para empaparse de ellos antes de pintarlos en
la tela.
Luego, con trazos nerviosos y untando el pincel de pelo de
llama en tintas oscuras, los haba aprisionado con los colores. Cmo
haban salido? Demasiado hermosos. Mara Carlota con su largo
vestido de satn solferino, anudado a la cintura con pasamaneras
doradas, sosteniendo entre sus dedos la cuerda de su queltehue.
Hay que soltarlo, le dijo el indio Millaqueo sorprendido al ver
que la nia Mara Carlota se paseaba con su pjaro amarrado como
quien se pasea con su perrito. A veces el queltehue intentaba volar y
entonces era como si la nia asturiana sostuviera en sus manos una
vejiga inflada que flotara en el aire.
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MARIA CARLOTA Y MILLAQUEO 17
Hay que dejarlo libre, le haba repetido Millaqueo. Y entonces,
con su cuchillo de piedra filuda, el indio haba cortado la cinta que
amarraba al queltehue cautivo y ste haba salido volando hacia el
cielo.
Ese fue el momento exacto en que el pintor espaol los apres
unidos en la tela...
Y qu pas con Millaqueo y la nia Carlota? pregunt en la
sala uno de mis compaeros.
Pero el seor Ponsot no alcanz a responderle porque la
campana del internado nos llamaba a recreo.
Entusiasmados con la clase de historia de Chile, salimos al patio
a imaginamos a Mara Carlota ya ms crecida, pasendose con su
vestido largo lleno de pliegues por esos mismos patios hace muchos
aos, casi cuatro siglos atrs, cuando ella viva y jugaba bajo esos
mismos cipreses que daban sombra a los viejos corredores.
Al da siguiente, el seor Ponsot reanud la historia de Carlota y
Millaqueo. Cont que segn sus recientes investigaciones en una
perdida biblioteca rural de Villa Alemana, el indio y la adolescente
asturiana, con el correr del tiempo y las conversaciones constantes, se
haban enamorado para disgusto de Javier Francisco Cangas de Ons y
Mara Fernanda Ibacache, quienes ya tenan prometida a Mara
Carlota con el capitn Mateo Guzmn de Zamora, que regresaba otra
vez a Espaa a bordo del velero Virgen de laAlmudena con parte de la
hueste de Pedro de Valdivia.
Entusiasmados con las posibilidades del pas descubierto,
muchos espaoles iban a buscar a sus mujeres y nios que se
convertiran en los primeros pobladores espaoles en tiempos del
gobernador Garca Hurtado de Mendoza.
Algunas familias ya haban llegado, instalndose no slo en las
quebradas de Valparaso y en el llano, sino ro arriba, bordeando el
Marga-Marga, donde se encontraban los lavaderos de oro.
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18 MANUEL PEA MUOZ
Las vetas eran ricas en minerales y las montaas abran su
corazn de piedras preciosas. Eran muchos los viajeros de Castilla y
Len, pero tambin haba quienes preferan el retomo definitivo a la
pequea ciudad espaola con iglesia de piedra y campanario
coronado por un nido de cigeas.
En tal caso se encontraba el capitn Mateo Guzmn de Zamora,
quien iba a dar cuenta al emperador Carlos V de las hazaas
realizadas en pramos de zorzales, llevando cartas firmadas en
pergamino antiguo por don Pedro de Valdivia, en las que, con
arabesca caligrafa, se le daban los detalles elogiosos de la gesta por los
paisajes del sur de Amrica.
Regresars a Espaa haba dicho Javier Francisco a su hija.
A su lado, Mara Fernanda Ibacache asenta en silencio aferrada
al rosario de ptalos de rosas, sabiendo que era preferible ver a Mara
Carlota lejos de ese extrao puerto de Valparaso, casada con un
hidalgo de Arvalo, antes que verla tocando el kultrn, adornndose
el pecho con trapelacuchas de plata o pintando un jarro en la casa del
alfarero.
La nia haba aprendido a hablar correctamente el mapuche y
pasaba tardes enteras hilando con la cacica picunche del valle de
Quilpu. Luego regresaba al solar a caballo con el indio Millaqueo,
que ya haba aprendido a cabalgar ese animal desconocido de origen
africano, al que, adems, le haba perdido el miedo.
La tarde de la boda en la iglesita de Nuestra Seora Santsima
Madre de las Mercedes de Puerto Claro, patrona de la ciudad, que
haba fundado el obispo Rodrguez Marmolejo, casi una ermita con
campanario donde se veneraba la milagrosa imagen de un Cristo
crucificado salvada del saqueo ilel pirata Francis Drake, el capitn
Mateo Guzmn de Zamora esperaba impaciente en el atrio con los
invitados que haban
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20 MANUEL PEA MUOZ
acudido en carruaje de la Estancia del Gobernador en El Almendral.
Horas ms tarde, el velero habra de zarpar rumbo a Cdiz, con
la bella Mara Carlota, apenas una adolescente...
Dentro, en la casa de la encomienda, en el amplio aposento
enladrillado, Mara Fernanda Ibacache le cie a su hija aquel
inmaculado vestido de encaje color mantequilla que se haban puesto
en Espaa todas sus antepasadas el da de la boda y que esa tarde, por
vez primera, sera usado en tierras del Nuevo Mundo...
La nia est triste, pero alberga un secreto en su corazn... Ms
que tristeza, es preocupacin por los minutos que se avecinan...
Camino a la iglesia, bajando por las quebradas de los cerros en
el carromato tirado por caballos empenachados y adornados con
flores, sobreviene lo previsto. Desde las laderas, los indios
adolescentes se abalanzan al carro en medio de gritos ancestrales y
sacan en vilo a Mara Carlota, que, alertada, sube con rapidez a la
grupa del caballo de Millaqueo arlupe, escapndose por los cerros
en medio del ensordecedor gritero y de los disparos de los trabucos.
De nada valieron las bsquedas de esa tarde desesperada, de
esa noche angustiosa y del pavoroso da siguiente. Las cortinas de los
coihues y alerces se cerraron sobre la pareja de enamorados y nadie, ni
la triste Mara Fernanda Ibacache, con sus ropones morados llamando
a su hija por las laderas de los montes, ni el padre desolado
clamndola por los bosques mudos, lograron recuperar a la
enigmtica fugitiva.
Ha pasado el tiempo y nadie sabe qu ha ocurrido con los
enamorados... Unos dicen que acosados por la bsqueda, tierra
adentro, se lanzaron al mar como buenos nadadores y queriendo
alcanzar la lnea del horizonte, perecieron ahoga
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MARIA CARLOTA Y MILLAQUEO 21
dos, convirtindose ella en sirena, y l, en el primer tritn indio...
Pero esta historia es poco verosmil. Lo ms seguro es que los
enamorados se perdieron en el follaje de los cerros y all vivieron,
fundindose su sangre que dio origen a una nueva raza mestiza.
La casa qued desolada y cuando muri de pena Mara
Fernanda Ibacache, sin ver nunca ms ni a su hija ni a su amada
Asturias, pas a transformarse en convento franciscano al morir sin
descendencia Javier Francisco Cangas de Ons.
Luego fue colegio dominico, Casa de Retiro, Seminario
Pontificio, residencia de seoritas nobles, convento de clausura de
monjas espaolas y chilenas, Hogar de Hurfanas Santa Luisa de
Marillac, casa particular de la familia Otrola Zunzunegui en el siglo
pasado y finalmente Internado y Colegio Infantil Mixto Cangas de
Ons.
Mentira! Mentira!... Son inventos del seor Ponsot! dijo la
seora Anastasia Cuervo cuando supo que nosotros empezbamos a
indagar ms en la biblioteca respecto de la verdadera historia y
destino de Mara Carlota y Millaqueo.
Asustadas porque algunos de los internos empezaron a decir
que por las noches vean al fantasma de Mara Carlota rondar por la
casa o que el indio Millaqueo se les apareca en forma de tritn
subacutico, las directoras optaron por expulsar al seor Ponsot,
acusndolo de fomentar la fantasa histrica entre los nios,
estimulndoles la imaginacin en base a mentiras, hacindoles perder
el sentido prctico, salindose de la materia de clases y, por ltimo,
poniendo en la cabeza de las alumnas ms distinguidas y de familias
aristocrticas la idea de escaparse del internado o de sus hogares bien
constituidos para casarse con gente pobre.
Pronto tuvimos a una profesora nueva, la seora Adelina
Cceres, famosa por sus moos escarmenados, sus uas
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22 MANUEL PEA MUOZ
largusimas y sus carteras haciendo juego con sus zapatos.
Distinguida, de modales pausados y hablar modulado, la seora
Cceres retom las lecciones de historia de Chile, dictndonos una
cronologa de los hechos ms importantes de la fundacin de Santiago
y de la conquista de Amrica.
Nosotros, somnolientos, copibamos en los cuadernos Torre la
lista de las fechas, mientras por la mente desfilaban los rostros de los
primitivos moradores del internado, del duro Javier Francisco, que
nos miraba a los ojos desde el retrato; de la sumisa Mara Fernanda
Ibacache, que tocaba el salterio, oraba piadosamente y muri de
tristeza; de la cacica de Quilpu; del hidalgo capitn Guzmn de
Zamora, que se fue solitario a Espaa en la carabela y, por supuesto,
de la dulce y valiente Mara Carlota y su enamorado.
Qu habra ocurrido con ellos? Tal vez haba que esperar
aquella publicacin del seor Ponsot financiada por la Universidad
Catlica de la que tanto nos hablaba. Traera ilustraciones?
Conociendo la erudicin de nuestro profesor, era casi seguro que
contendra grabados de poca, mapas y notas fidedignas.
S. Ibamos a saber muy pronto toda la historia con una amplia
base documental. Pero lo cierto es que nunca se public ese estudio y
tampoco volvimos a ver al seor Ponsot caminando con su vieja capa
de pao azul por las calles empedradas del puerto.
Con el tiempo, empezaron a esfumarse nuestros queridos
fantasmas y comenzamos a creer que eran solamente fantasas de un
profesor poeta y bohemio, con una imaginacin un poco afiebrada,
como deca la seora Cuervo cada vez que lo mencionaba, arrepentida
de haberlo contratado un da. Pero pronto bamos a recuperar otra vez la historia de
-
MARIA CARLOTA Y MILLAQUEO 23
Mara Carlota y Millaqueo, cuando subimos a ese desvn antiguo al
que estaba prohibido subir...
Quedaba en uno de los ltimos patios, el de los carruajes, donde
haba una calesa y tres victorias que nunca se usaban. Adems, rara
vez se vean por ah a las guardianas. Por las tardes, antes de
acostarnos, bamos a conversar, debajo de los parrones con racimos de
uvas secas, con Csar Gacita y Ricardo Bezanilla. Nos sentbamos al
borde de la pileta, debajo de un naranjo que, para decepcin nuestra,
daba naranjas amargas.
Una de esas tardes nos reunimos varios en el patio fragante a
jazmn del Cabo, donde sonrea una estatua de Agustina de Aragn
semicubierta por la hiedra.
Algunos de mis amigos eran escpticos, sobre todo Angel
Llamazales y Lorenzo Palma. Estaban convencidos de que no haba
existido nunca ni Mara Carlota ni Millaqueo.
Fueron inventos del seor Ponsot, decan. Aqu vivi
solamente Javier Francisco Cangas de Ons, que muri de nostalgia
espaola. Nunca ms pudo regresar a su querida Asturias. En honor a
l, este colegio lleva su nombre. Eso es lo que nos han dicho siempre y
lo que cantamos en el himno. Lo dems es mentira.
Pero yo no estaba tan seguro. Aquella tarde, deambulando por
el patio a oscuras, contemplando all lejos las luces del puerto y los
carros de los funiculares que suban y bajaban por los cerros como
ordenadas lucirnagas, vi con asombro que la puerta del desvn que
llamaban carbonera estaba entreabierta.
Con seguridad, una de las cuidadoras haba ido a buscar lea
para las cocinas y se haba olvidado de cerrarla.
Empuj con precaucin y sub las escaleras con temor a ser
descubierto. Abajo, mis amigos no se decidan a acompaarme y
prefirieron quedarse a cuidar por si venan las inspectoras nocturnas
con sus uniformes azules y sus tocas almidonadas como temblantes
veleros sobre las cabezas.
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24 MANUEL PEA MUOZ
Sube t. Nosotros cuidamos dijo uno de los muchachos con
una voz en la que se reflejaba el miedo.
Yo segu subiendo las escaleras, cuyos peldaos crujan. Arriba
encend una luz dbil que alumbr una habitacin espaciosa con
mobiliario religioso cubierto de polvo. Haba olor a encierro y
humedad. Por todas partes colgaban gruesos cortinajes de antiguas
felpas y en las sombras dorman estanteras de libros viejos,
mapamundis, pupitres desvencijados, reclinatorios de iglesia, grandes
roperos en desuso, bales de marino y guilas embalsamadas.
Al fondo, vi con nitidez un cuadro en la pared, cubierto con un
pao. Me aproxim con el corazn temblando y cierto presentimiento.
Algo me deca que iba a descubrir una certeza. Efectivamente, al tirar
el lienzo, que cay de inmediato al suelo, pude ver bajo la luz de
aquella lmpara el retrato que representaba a una nia espaola
sentada en una roca, frente al mar, junto a un adolescente indio.
De las manos de ambos se escapaba un queltehue que volaba al
cielo...
Nervioso, baj las escaleras apresuradamente y cont lo que
haba visto a mis compaeros con palabras entrecortadas por la
sorpresa. Era cierto lo que el seor Ponsot nos haba relatado. Haban
existido Mara Carlota y Millaqueo. La prueba era el retrato que
estaba oculto en el desvn.
Algunos de los nios ms incrdulos quisieron subir a
comprobar el descubrimiento, pero en ese instante por suerte para
ellos, porque estaban temblando de miedo llegaron las inspectoras
asomndose por el pasillo de la bodega y todos echamos a correr por
los patios hacia nuestros dormitorios.
Ms tarde, cuando volvimos a cruzar el jardn del magnolio con
los animales de loza y el corredor que iba a dar al dormitorio de las
mujeres, para intentar subir de nuevo,
-
MARIA CARLOTA Y MILLAQUEO 25
vimos que la puerta del desvn estaba cerrada con doble candado.
No te dijimos? Eran mentiras aseguraron mis amigos
tratando de autoconvencerse.
Y efectivamente creyeron en que haba sido un invento mo
cuando das ms tarde subieron a la carbonera por una ventana lateral
entreabierta y no encontraron por ningn lado el cuadro que yo haba
visto.
Cuando yo mismo sub a comprobar, advert que, en efecto, el
hermoso retrato con la imagen de Mara Carlota y Millaqueo haba
desaparecido.
Estabas tan asustado que te imaginaste que all haba un
cuadro. Ese leo nunca existi dijeron mis compaeros.
Pero yo saba que no era verdad. Que el leo del indio y la nia
espaola estaba una vez all en el viejo desvn.
Qu haba ocurrido con el retrato firmado por Alonso Martnez
Vegazo? Nadie lo supo. Lo cierto es que mis amigos nunca creyeron
mi historia. No quisieron creer que yo haba visto el cuadro, como
tampoco creyeron la narracin fundamentada que nos relat en clases
el seor Ponsot. Y, sin embargo, todo haba sido hermoso...
Transcurri el tiempo y lleg el da en que nos despedamos.
Aquellos queridos amigos iban a volver, como yo, a sus hogares e
iban a olvidar aquellas conversaciones surgidas bajo la sombra de los
castaos, despus de una clase de historia de Chile.
Yo iba a volver a Concepcin, al viejo fundo de Hualpn, cerca
de la casa de don Pedro del Ro, en donde vivan mis padres. Pasara
all las vacaciones y estudiara despus en un colegio nuevo que
haban abierto en Talcahuano... No tena ya necesidad de regresar a
Valparaso...
-
26 MANUEL PEA MUOZ
Al comenzar otro perodo de vida, mis sentimientos estaban
confusos. Lo que s tena claro era que en mi interior, al salir de ese
colegio Cangas de Ons, yo llevaba una inquietud y una emocin.
Atrs quedaba ese internado misterioso, donde una vez, cuando
fue casa hace siglos, se amaron un indio y una espaola.
Y solamente yo saba con certeza que aquello haba sido verdad.
Muchos aos ms tarde habra de regresar en un viaje por barco
al viejo puerto de Valparaso despus de visitar a lejanos familiares en
Espaa. Acodado en la baranda del Reina del Pacfico, vea a lo lejos los
cerros y las pequeas casas con glorietas y parques con estatuas de
reinas de Inglaterra.
All estara el colegio con sus parronales y su amplio zagun
embaldosado, con las magnficas plantas y los cacharros de cobre
colonial. All estara el arado de adorno, el Nio Dios en su fanal de
vidrio sobre el escritorio de la directora nueva, y en las paredes los
retratos enmarcados de los sucesivos moradores de la vieja casona...
Volvan a vivir en mi mente los juegos con mis compaeros.
Qu habra sido de la vida del inconformista Csar Gacita? Y de
Lorenzo Palma, mi amigo confidente de tantas conversaciones y
pequeos miedos infantiles? Recordaba en detalle el rostro de cada
uno de mis compaeros de habitacin y de las muchachas con sus
uniformes impecables sentadas en la prgola de la flor de la pluma
fingindonos indiferencia.
Al descender la pasarela al muelle, surgi en m el deseo de
regresar otra vez al cerro Cordillera, donde un da vivi Javier
Francisco Cangas de Ons, para recorrer como antes las
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MARIA CARLOTA Y MILLAQUEO 27
calles inverosmiles de veredas angostas sombreadas por las acacias.
Comenc a subir las empinadas escaleras de piedra y segu
ascendiendo en medio de casonas revestidas de planchas de zinc
reverdecidas por las lluvias.
Poda recordar cada aroma, cada mampara. Ese era el balcn
que vea desde mi dormitorio en el internado. Vivira an aquella
dama solitaria que se sentaba a mirar el mar con un bastidor de
bordado en la mano?
Mi corazn lata. Ya iba a llegar al viejo colegio... Y como antes,
yo senta en mi interior el nerviosismo que precede al primer da de
clases... Estara el edificio tal cual como lo haba dejado tiempo antes?
Cerr los ojos un instante, tratando de recordar cada detalle.
Dobl la esquina y abr los ojos con el corazn ansioso. Pero el
histrico Internado Particular Mixto Cangas de Ons, la maravillosa
casa colonial con sus siete patios, sus corredores olorosos a jazmn, sus
estatuas de mrmol representando a las cuatro estaciones, sus grandes
salas de techos altos, sus fuentes, sus encinos centenarios, su capilla
propia con santos vestidos, su gimnasio que daba al mar y su teatro,
haba sido demolido.
En su lugar haban construido un moderno edificio de siete
pisos...
Descend descorazonado al centro de la ciudad, desandando ese
mbito perdido. An poda permanecer un breve tiempo ms antes de
regresar otra vez a Concepcin, donde mi familia aguardaba mi
retomo.
Estuve pensativo en el Hotel Reina Victoria del puerto en una
habitacin espaciosa con balcones que miraban a la baha, cuando das
ms tarde, por esos impulsos nostlgicos del que regresa despus de
mucho tiempo a sus lugares de origen, decid viajar al interior de
Valparaso adonde haca
-
H MANUEL PEA MUOZ
mos paseos con mis amigos a cazar mariposas con redes de tul.
Haca tantos aos que no viajaba al valle de la cacica de
Quilpu...
Era primavera y haban florecido los espinos, perfumando de
amarillo la pradera. All, en un costado, despus de dejar atrs El
Belloto y Peablanca, estaba el casero de Huanhual, que en lengua
mapuche quiere decir lugar de queltehues.
Sin saber por qu, me encamin hacia el poblado de casas bajas,
en medio de los aromos en flor. S. Estaba seguro. En un patio, unos
nios jugaban. Tenan rostros blancones y ojos almendrados, facciones
espaolas y sonrisas de aire picunche. En el fondo de los ojos brillaba
algo as como un ligero polvo de oro. Eran ojos de diversas
tonalidades del castao, del verde limn, pero siempre all, aquel
sendero dorado.
Era tal vez el polvillo de oro del estero Marga-Marga por donde
los enamorados haban subido, siguiendo la ruta de los lavaderos
hasta llegar a esa aldea perdida que no guardaba relacin alguna con
los otros pueblos ms aglomerados valle abajo.
Esos nios chilenos estaban jugando al corre corre la waraka en
castellano, con un pauelo blanco. Eran ellos... los nietos de los nietos
de los nietos...
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MARIA CARLOTA Y MILLAQUEO 29
Les sonre y me vine camino abajo por la ladera del monte.
Cuando volv la vista por ltima vez hacia el casero de
Huanhual, una pareja de queltehues pas volando por mi lado,
rozndome apenas la manga. Revolote un instante ms por el aire
lmpido y luego se alej volando hacia el cielo, cruzndose y
recruzndose, hasta que la perd de vista...
-
BALTASARA, LA NIA DUENDE DEL CALLEJON DE LAS
HORMIGAS
Para Violeta Adam, su magia, su voz y su cinta roja.
Todos los veranos, apenas descendan sobre
los cerros del viejo puerto las lentas lluvias
de ceniza de los incendios de eucaliptos,
llegaba a la casa la ta Violeta para que friese
con ella a pasar las vacaciones al interior de
San Felipe.
Apenas transcurridos los primeros das
de enero, mi madre ya empezaba a prepa-
rarme las maletas, porque era sabido que con pasos de hada
y cierto aire de complicidad, mi ta Violeta apareca con
paquetes de chirimoyas, dando abrazos de Ao Nuevo y
organizando tambin ella misma los preparativos de ese
esperado viaje al campo.
Era ella la que decida qu ropa era ms aconsejable poner en la
vieja maleta y qu libros tenamos que llevar, porque all los das eran
muy largos...
Esa misma tarde emprendamos el viaje en tren desde la
estacin del puerto, y tras las despedidas a mi madre y a mis
hermanos menores, empezbamos a ver el paisaje desde la ventanilla,
primero las pequeas playas a lo largo de la va frrea, despus las
antiguas casas con mansardas y las suaves lomas con molinos
solitarios.
Nos gustaba ver pasar las casas de Limache con nios sentados
en las puertas o hacindoles seas al tren que pasaba vertiginoso por
estaciones perdidas, adornadas de buganvillas de color salmn.
-
32 MANUEL PEA MUOZ
Ahora pasbamos por San Pedro... All lejos se divisaba el
antiguo almacn de unos italianos con sus plantaciones de claveles... Y
ahora vena Quillota con una estacin que me pareca gigantesca, en
donde vendan paltas y lcumas... Recuerdo que siempre mi ta
Violeta alababa el corazn de la lcuma. Deca que nunca haba visto
un color caoba tan puro...
Ya el tren haba dejado la estacin de La Cruz y La Calera con
sus vendedoras de delantal blanco ofreciendo por la ventanilla dulces
y mermeladas, y pasbamos por el palmario de Ocoa hasta llegar a
Llay-Llay, en donde cambiaban los trenes... Unos seguan rumbo a
Santiago y otros tomaban un ramal que nos conduca en medio de
rboles centenarios por los pueblos perdidos de Panquelhue y
Palomar...
Al fin, llegbamos a la estacin de San Felipe, en donde nos
estaba aguardando el carioso Pedro Maizani.
Luego de los abrazos en el andn todos los aos me
encontraba siempre un poco ms grande nos dirigamos hacia la
calle, bajo los inmensos pltanos orientales, donde nos estaba
esperando el coche entoldado de la ta Violeta.
Era un pequeo birlocho con faroles de bronce a los lados y
asientos tapizados de cuero, en donde haca siglos haban viajado al
interior de San Roque obispos y arzobispos a dar la comunin a
familias antiguas.
Pedro acomodaba el equipaje, nos ayudaba a subir a ese recinto
minsculo forrado en cretona floreada algo desteida por el sol y
luego, suavemente, mova las riendas para que el caballo, cada ao
ms viejo, se pusiera en marcha, primero por las calles empedradas de
la ciudad colonial con casas bajas encaladas, y despus por el camino
polvoriento bordeado de zarzamoras que, despus de muchas vueltas
y desvos, conduca a Lo Valds.
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BALTASARA, LA NIA DUENDE DEL CALLEJON DE LAS HORMIGAS 33
Al salir de la ciudad, mi ta Violeta se pona un ancho sombrero
de guindas de cera para protegerse del sol y del polvo del camino.
Afirmada en una manilla, me iba explicando quines vivan en cada
una de las casas vetustas que veamos pasar.
Mira. Ah viven los Gmez Maturana. Este ao hace la
Primera Comunin la nieta de doa Berta.
Ms adelante, al doblar una curva, sealaba:
Ah, en esa casa a la derecha del algarrobo, viven los Torres
Beltrn. Todava no quieren bautizar a los nios.
Finalmente llegbamos a la casa parroquial donde viva mi ta
Violeta. Era una casa enorme, pintada de color rojo colonial, de un
solo piso, con corredores y pilares de esquina que estaba adosada a la
pequea iglesita de Lo Valds...
Antiguamente aquella casa haba sido habitada por numerosos
sacerdotes que venan a las misiones en el campo. Entonces, todos los
aposentos congregaban a los religiosos, que a su vez formaban nuevas
vocaciones entre los jvenes de Lo Valds y Chagres. Pero en el
tiempo en que yo iba all de vacaciones, la casona, que en otro tiempo
estuvo pintada de color azul paquete de vela y que guardaba el
sonido de las sotanas crujientes, permaneca abandonada de servicio
religioso. No viva un solo sacerdote y mi ta Violeta era la que usaba
las dependencias de la casa para vivir y hacerse cargo de todos los
menesteres, tanto hogareos como parroquiales. Solamente el da
domingo llegaba a decir misa un padre de San Felipe, de acento
espaol, que echaba aspersiones de- agua bendita y se marchaba hasta
el domingo siguiente. Ese era el da cuando se juntaban todos los
vecinos de Lo Valds a la salida de la iglesia para verse y comentar las
ltimas cosechas.
Cuando finalmente sala toda la gente a la explanada, mi ta
Violeta cerraba las puertas de la iglesia de Nuestra Seora del
Perpetuo Socorro, echaba por dentro el cerrojo, se
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34 MANUEL PEA MUOZ
persignaba delante de la imagen que guardaba una santa reliquia de
una de las once mil Vrgenes y luego caminaba en puntillas a la
sacrista.
Muy bonita su prdica, padre Vergara. Me lleg al corazn.
Muchas gracias deca el sacerdote besando la estola
prpura y guardndola en la cajonera de maderas preciosas.
Alguna novedad, Violeta?
No, padre. Sigo haciendo el catecismo a los nios de Lo Pinto
y tengo ahora tres inscritos nuevos para las confirmaciones. Vino
Demetrio Olmedo, el de la pulpera. Quiere casarse con la Rosita
Aliaga, del sandial.
Muy bien, Violeta. Inscrbalos. El prximo domingo
hablaremos. No se queda a almorzar, padre? Hay humitas.
No, gracias, Violeta. Me estn esperando en San Felipe.
El padre Vergara se despeda apresuradamente, guardaba en un
maletn el cliz y las hostias y regresaba de inmediato en un birlocho
destartalado que conduca el sacristn.
Con mi ta Violeta entrbamos a la casa, que siempre estaba
fresca. Nos gustaba almorzar muchas veces en un pequeo patio
embaldosado con sombreadero de estera que tena alcayotas puestas a
secar. Por las tardes solamos sentamos en la penumbra del corredor a
conversar en el escao. Otras veces, salamos a caminar al puente o al
arroyo. Muchas veces pasaban los campesinos en carretelas y nos
invitaban a ir con ellos hasta sus casas. Nosotros subamos gustosos y
de este modo disfrutbamos del paisaje y de la sombra de los enormes
castaos de Indias de la avenida que conduca al fundo Los Molles.
En la casa nos atendan con harina tostada o con una tajada de
meln tuna que traan de la acequia. As estaba fresco y pareca recin
cortado en la madrugada.
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BALTASARA, LA NIA DUENDE DEL CALLEJON DE LAS HORMIGAS 35
Las familias eran cariosas y departan con nosotros en
comedores de piso de tierra o bajo las toscas glorietas de las casas
cubiertas de glicinas.
Luego, al anochecer, se ofrecan a llevarnos otra vez a la casa
parroquial. Era hermoso sentir el movimiento de la carreta por el
camino perfumado a hierbabuena y or a lo lejos el canto de los grillos,
el croar de las ranas o el silbido lejano de la locomotora que formaba
eco cuando atravesaba el puente.
Una de esas tardes de verano nos invitaron a una casa de adobe
resquebrajado al final del fundo Sorrento.
Ya estbamos llegando, cuando empezaron a venir hacia
nosotros los nios descalzos y algunas mujeres de rostro moreno
envueltas en chales, a avisarnos que la funcin de magia estaba
prxima a comenzar.
Al parecer, mi ta Violeta nada saba. Los hombres que
conducan la carreta nos ayudaron a bajar y nos llevaron al patio
trasero de la casa, debajo de un gran parrn de uva tinta camacha,
donde estaban todos los campesinos sentados en sillas de paja
comiendo sandas.
Delante del corredor haban construido un estrado de madera
con banderitas de papel de volantn.
A nosotros nos acomodaron cerca de una mesa con bandejas de
duraznos y ciruelas Claudias. A cada instante la duea de casa, una
mujer muy amable de delantal prendido con alfileres, se acercaba a
ofrecernos fruta. Es Ramiro el que acta? pregunt mi ta Violeta.
S le contest la seora. Pero no sabe que ests
aqu.
Al cabo de unos instantes apareci el nio mago de los
alrededores, despus de ser anunciado por una muchacha vestida con
ropn antiguo.
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36 MANUEL PEA MUOZ
El nio mago! Me basta con cerrar los ojos para verlo otra vez
bajo los ramajes del viejo encino... Era un adolescente plido que
apareci desde la casa vestido con una tnica china bordada de
dragones. Se anunci a s mismo como Mago Fu Chin y comenz a
hacer pruebas de magia con pericia suficiente para sorprendemos. Por
todas partes sacaba pauelos de seda. Hasta debajo del sombrero de
un huaso sac un amplsimo pauelo con los colores de la bandera
chilena.
A cada instante vena hacia nosotros y le peda a mi ta Violeta
que comprobara la perfecta circunferencia de una argolla de acero o
que con sus propias manos rasgara una carta que despus apareca
intacta en la cartera de una seora de la tercera fila.
Siguieron otras pruebas difciles de prestidigitacin, pero lo ms
desconcertante para m era ver que durante la actuacin exista una
permanente comunicacin invisible entre el nio mago y mi ta
Violeta.
Al terminar la representacin de magia y tras los aplausos, el
nio se retir del escenario con sus objetos mgicos y mi ta Violeta se
levant hacindome una sea vaga, yndose tras l y desapareciendo
ambos por la puerta de la casa.
Yo me qued largo tiempo en mi silla contemplando a las dems
personas del pblico que conversaban o cantaban mientras se
preparaba el nmero siguiente, pero en un momento me levant para
ver a dnde haba ido mi ta Violeta.
La busqu por todo el patio, pero no la encontr en medio de
aquellas personas desconocidas. Finalmente me decid a entrar a la
casa por uno de los dormitorios que daba al corredor. Era una
habitacin espaciosa con muchos santos en las paredes y carteritas de
palma y olivo detrs de los cuadros.
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BALTASARA, LA NIA DUENDE DEL CALLEJON DE LAS HORMIGAS 37
Recorr las otras habitaciones y finalmente encontr a mi ta
Violeta en una pieza de techo muy alto, de paredes atiborradas de
cuadros, conversando con Ramiro, sentados los dos sobre la cama,
como confidencindose algo.
Al verme entrar, la ta Violeta se levant sorprendida,
ajustndose el moo y escondiendo en el puo algo que el nio mago
le estaba mostrando.
Rodolfo! me dijo autoritaria. Vuelve al patio
inmediatamente y esprame all! El programa de msica que sigue te
va a gustar. Van a bailar unas mazurcas...
Desde la cama, el nio mago me mir con una sonrisa lejana,
como guardando celosamente un secreto.
Ya no vesta la tnica oriental que estaba doblada sobre la
cmoda junto a las jaulas de palomas amaestradas, sino ropas
sencillas. Me impresionaba su palidez, pero ms me inquietaba el
hecho de que la ta Violeta no me lo presentara.
Rodolfo, esprame afuera, por favor aadi con las manos
atrs.
Mirando otra vez al nio mago, me retir de aquella habitacin
en penumbras, despidindome con una venia de aquel nio
misterioso que ahora echaba a travs de unos barrotes hojas de
lechuga para su pequeo conejo blanco de ojos color rosado.
Al cabo de un momento, mi ta Violeta volvi a aparecer en el
patio, sentndose a mi lado.
Ya es hora de irnos me dijo nerviosamente.
Nos levantamos y unos hombres de la casa se ofrecieron a
llevarnos de vuelta en la carreta.
Yo trat en vano de buscar al nio mago para despedirme, pero
ya no estaba ni en el patio ni en la casa...
Nos despedimos de la familia y subimos junto a otros nios que
quisieron acompaarnos. Todos iban cantando o mirando los
potreros, pero yo iba sentado sobre un fardo con
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38 MANUEL PEA MUOZ
un extrao sentimiento que no conoca. Nunca antes haba
experimentado esa desazn. Adems, haca tan slo unos das que
haba llegado a la casa de la ta Violeta y no me atreva a preguntarle
nada indiscreto que pudiese incomodarla. Me gustaba estar con ella
disfrutando de la vida en el campo, pero no tena la confianza
suficiente como para romper su intimidad o su secreto hablndole de
mis dudas.
No obstante, pensaba yo, era preferible tender un velo y
dedicarme a sentir el viento hmedo que vena del ro o caminar hasta
la lnea del tren para poner monedas en los rieles. As, el nio rubio y
melanclico de las palomas desapareca de mi mente como vctima de
su propio truco.
Y slo entonces poda ir a buscar libremente, cuando pasaba el
tren expreso de la tarde, aquellas monedas que ahora, como por arte
de magia, estaban convertidas en delgadas lgrimas de plata triste.
Uno de esos das, Pedro Maizani lleg a buscamos porque
debamos ir en el birlocho a dar las pelculas a la hacienda de las
hermanas Peafiel.
Una vez al mes, el padre Vergara de San Felipe dejaba en la casa
parroquial los tambores de las pelculas que haban sido aprobadas
por la censura. Eran unos tambores metlicos que el sacristn dejaba
ordenados en forma de torre en el escritorio. Mi ta Violeta, que estaba
a cargo de todo en la casa, deba encargarse tambin de ir a pasar las
pelculas al teatro Montecarlo de la familia Peafiel y de recaudar el
dinero de las entradas para los nios del Patronato San Gabriel de San
Felipe.
Ese sbado mensual era de gran expectacin. Muchas veces
cuando nos llegaban dos o tres pelculas, mi ta Violeta me haca elegir
cul daramos primero, porque siempre era una funcin sorpresa en el
fundo y los campesinos nunca saban qu pelculas les bamos a pasar
ni cuntas, ya que a veces se trataba de programas dobles.
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BALTASARA, LA NIA DUENDE DEL CALLEJON DE LAS HORMIGAS 39
Entrbamos al escritorio y yo poda revisar los cilindros y
escoger por los ttulos la pelcula ms sugerente. Aunque cuando no
haba pelculas, proyectbamos filminas religiosas con la vida de San
Vicente de Paul o Santa Rita de Casia, claro que siempre los
campesinos preferan una pelcula de pistoleros. En su mayora eran
pelculas del Oeste o mexicanas de Tin Tan o Sara Garca. Una se
llamaba Joven, viuda y estanciera y trabajaba Mecha Ortiz. Otra era
Mata Hari y en ella actuaban Greta Garbo y Ramn Novarro, que
era muy buena aunque estaba muy cortada.
Tambin se pasaban noticiarios. Eran en su mayora Nodos
espaoles de corridas de toros, procesiones sevillanas en blanco y
negro, desfiles en Valencia o Barcelona y fiestas regionales en Bilbao o
Aragn.
Ese da precisamente, el programa se iniciaba con La Maja del
Capote, una pelcula sevillana en colores con Estrellita Castro. La
otra que eleg fue una pelcula sobre la Guerra de Secesin en los
Estados Unidos...
Recuerdo que subimos los cilindros a la pequea victoria y nos
dirigimos al teatro de las hermanas Peafiel por un camino
perfumado a menta.
La casa de las hermanas era un verdadero palacio en medio del
campo. Tena tres pisos, con amplios ventanales con postigos verdes,
terrazas con sillones de mimbre entre los macizos de hortensias,
torreones moriscos y escalinatas de mrmol. Sobre la torre ms alta
giraba una veleta que representaba un ngel tocando la trompeta.
En el parque de la vieja hacienda campestre haba estatuas
egipcias y una fuente con peces de colores con una estatua de un
Angel de la Guarda trado de Pars, cuidando a dos nios que surgan
de entre las ramas de los papiros.
En un costado de la casa estaba el pequeo teatro de madera,
como una construccin del Oeste americano, donde
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40 MANUEL PEA MUOZ
en tiempos mejores se representaron peras y operetas. Mi ta Violeta
me cont que all haba visto La Princesa de las Czardas en una
ocasin en que el Prncipe de los Abruzzos visit a los abuelos de las
hermanas Peafiel. Mi ta Violeta era una nia en ese entonces, pero
recordaba muy bien cada detalle de la funcin musical en noche de
luna.
Ahora, en cambio, el pblico era muy diferente. En su mayora
eran campesinos y mujeres de vestimenta humilde, que sentados en
largas bancas de madera aguardaban impacientes el inicio de la
funcin.
Pedro Maizani puso los rollos de pelcula en la vieja proyectora,
mientras mi ta Violeta, en un costado, conversaba con las dos
hermanas Peafiel sentadas las tres en grandes sillones de terciopelo
granate. Estos son los sillones morado- eminencia de nuestro to
monseor Emilio Peafiel Echaurren, decan siempre las hermanas
cada vez que se sentaban en aquellas reliquias.
Ven a sentarte aqu me dijo la ta Violeta especialmente
vestida para aquella ocasin, acercndome una silla de Viena, que era
de la casa.
Laura y Kenya Peafiel me miraron profundamente a los ojos y
sonrieron veladamente de manera enigmtica.
Es mi sobrino Rodolfo..., el hijo de mi hermana Antonia... Est
ms crecido que el ao pasado, verdad?
Las hermanas asintieron con un gesto, sin proferir palabra. No
s por qu no me gustaban. Me parecan extraas con esas
vestimentas antiguas oliendo a jabn Ideal Quimera con blusas llenas
de botones de ncar y puos de encaje, mirando de soslayo a los
inquilinos y haciendo girar en sus manos afiladas el mango de sus
bastones.
De pronto advert que llegaba solo el nio mago que habamos
visto das antes en el fundo Sorrento.
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42 MANUEL PEA MUOZ
Avanz por el pasillo del teatro como si fuera la nave de la
iglesia, con una expresin de infinito recogimiento. Iba en su propio
mundo, sumido en sus pensamientos. De improviso, gir su rostro
hacia donde estbamos nosotros, como si presintiera que lo
observbamos, y salud con una venia discreta a las hermanas
Peafiel, quienes lo saludaron tambin con cierta complicidad,
sonrindole secretamente...
Lo ms particular era que mi ta Violeta tambin lo haba
saludado como si lo conociera de siempre, con un movimiento de
cabeza que denotaba alegra y profundo cario, y, en todo caso, con
una sutil e invisible relacin interna que no tena con los dems nios.
Observ adems que por la camisa entreabierta se le asomaba la
misma cinta roja colgada al cuello que llevaba el da de la funcin de
magia...
Ahora el nio mago se sent en una de las bancas,
mimetizndose con los otros nios del pueblo, pero de vez en cuando
se volva hacia donde estbamos nosotros y sonrea con una mirada
intensa. Luego volva la vista hacia los cortinajes cerrados, pero yo
senta que sus pensamientos continuaban aleteando en nuestro
mbito.
Fue en ese instante que advert cierto privilegio hacia el nio
mago. A una sea de Kenya Peafiel, una de las empleadas del fundo
sali hacia la casona y volvi con una silla con respaldo de brocato. La
puso en un costado especial desde donde se tena mejor vista hacia la
pantalla y luego se acerc al nio mago, pidindole que se cambiara
de lugar.
El nio se levant y en puntillas se dirigi hacia su nuevo
asiento, envindonos una sonrisa.
Te va a gustar la pelcula me dijo la ta Violeta, sacndome
de mis cavilaciones.
Por fin las luces se apagaron y Pedro Maizani comenz a hacer
funcionar la vieja proyectora. De inmediato, un haz
BALTASARA, LA NIA DUENDE DEL CALLEJON DE LAS HORMIGAS 43
de luz ilumin la pantalla y comenzamos a ver en esa seda blanca de
mapas inverosmiles los ttulos de una pelcula musical espaola.
Estaba empezando a concentrarme en las primeras escenas
filmadas en el Parque de Mara Luisa, cuando advert de reojo que
Laura Peafiel, la menor de las hermanas, la que siempre llevaba un
camafeo de Roma al cuello, se acerc a mi ta Violeta hablndole al
odo.
Como era algo sorda, alz la voz, de manera que pude or
perfectamente sus palabras.
Sabe algo tu sobrino?
No le respondi por lo bajo mi ta Violeta. No le he
querido contar nada...
En vano trat de poner atencin a las canciones de Estrellita
Castro en los balcones de la Plaza de doa Elvira. No poda seguir los
avatares de la nia andaluza regando geranios ante una reja. Slo
pensaba en las extraas palabras que se haban intercambiado antes
de iniciarse la funcin mi ta Violeta con Laura Peafiel...
Estaba en esas meditaciones cuando uno de los perros de los
inquilinos que andaba husmeando gatos en la sala, se subi al
escenario y empez a ladrarle a la pantalla cuando sali Estrellita
Castro a las calles del barrio de Triana a pasearse con su dlmata.
La gente gritaba y se rea tratando de sacar al perro del
escenario, pero yo estaba impasible, concentrado en mis
pensamientos, sentado en mi silla especial como el nio mago
junto a las dos hermanas y a mi ta Violeta.
Ahora volv a mirarlas y pude verlas a las tres en la penumbra
del teatro, mientras vean bailar flamenco en una taberna del Puerto
de Santa Mara, en medio del humo, como tres figuras
fantasmagricas, muy serias, sentadas de perfil.
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44 MANUEL PEA MUOZ
Como la pelcula haba sido prcticamente de largo metraje,
Pedro Maizani decidi que en aquella oportunidad se pasara
solamente La Maja del Capote, dejando para la prxima semana la
pelcula americana. Algunos inquilinos protestaron, pero la mayora
ni siquiera se enter que se tena pensado proyectar dos pelculas en
vez de una.
Mi ta Violeta se dirigi al escenario cuando termin la pelcula
de Estrellita Castro y all, bajo la lmpara de lgrimas, anunci La
Hora del Forajido para la prxima semana. La gente aplaudi y los
nios salieron con radiante alegra y fueron a mirar la pequea caseta
en donde Pedro Maizani rebobinaba la pelcula en medio de humos
pavorosos.
Yo estaba atento por si vea al nio mago, pero ste ya haba
desaparecido del teatro.
Afuera, la gente se qued un momento ms cantando y
ensayando los pasos de baile de la pelcula. Un profesor de la escuela
de Lo Pinto que haba asistido, deca que la cueca chilena provena de
esos bailes espaoles, pero los campesinos lo miraban con aire entre
desconfiado y burlesco.
Yo me paseaba entre la gente que comentaba, pensando que era
agradable estar all sintiendo a lo lejos el correr del estero y el sonido
de los caballos que se alejaban por la llanura.
Por qu no pasan un momento a la casa, antes de irse?
sugiri Laura Peafiel con sus ademanes distinguidos.
Mi ta Violeta pas a recoger el dinero de las entradas a la
cabina de Pedro Maizani, que tena una ventanilla con barrotes hacia
la calle.
Aqu est todo, seorita Violeta le dijo a mi ta una seora
de lentes gruesos que nunca se sacaba el velo de misa.
Muchas gracias, Estevilda. Aqu tiene. Esto es para usted.
Pedro, vamos a ir con el nio a la casa de las Peafiel un momento.
Pon las pelculas en el birlocho. Dentro de un momento volvemos.
BALTASARA, LA NIA DUENDE DEL CALLEJON DE LAS HORMIGAS 45
El interior de la casa de las hermanas Peafiel era suntuoso. No
se poda creer que en medio de esos campos perdidos hubiese una
mansin de estilo europeo con tapices en las paredes, antigedades
coloniales y muebles vetustos de palo de rosa.
Tomen asiento dijo Kenya Peafiel.
Nosotros nos sentamos en unos sillones antiqusimos de
terciopelo rojo que olan a incienso.
Voy a traerles algo dijo Laura Peafiel, desapareciendo con
Kenya al final de un largo pasillo.
Yo me levant del silln y mientras mi ta Violeta se quedaba
pensativa mirando por una ventana, absortos sus pensamientos en La
Giralda sevillana y en los patios de naranjos, yo me puse a deambular
por el saln, descubriendo bibelots de porcelana y un pequeo cofre
sobre una mesa.
Apenas lo vi, me llam poderosamente la atencin, como si su
contenido me hubiese atrado ancestralmente.
Tena una pequea llavecita dorada puesta en la cerradura y
sobre la tapa haba un pequeo vaso con tres rosas rojas...
El silencio era perfecto. Nadie me vea. Las dos hermanas
Peafiel se encontraban en los aposentos y mi ta Violeta se haba
puesto a tocar Recuerdos de Ipacara en el arpa.
Fue entonces que con sigilo retir el pequeo florero y lo puse
en un costado de la mesa. Me cercior de que nadie vena y abr el
cofrecito con la llave.
Estaba a punto de levantar la tapa, cuando aparecieron las dos
hermanas con bandejas en la salita, acompaadas del nio mago.
Rodolfo! No toques esa caja! me reprendi con voz
autoritaria Kenya Peafiel.
Nervioso y sorprendido, ped disculpas y volv a poner el vaso
con las flores en la cubierta de la caja.
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46 MANUEL PEA MUOZ
En el saln estaban ellas con el nio mago mirndome a los ojos.
S. No slo l tena una cinta roja. Tambin Kenya Peafiel llevaba una
exactamente del mismo tono anudada al cuello...
Sin saber exactamente, tenia la impresin de que aquellos seres,
incluida mi ta Violeta, guardaban un secreto comn que tena relacin
con el contenido de aquella cajuela que me haban prohibido abrir.
Mi ta Violeta me dirigi tambin una mirada de reproche, pero
las dos hermanas y el nio mago, para disimular la tensa situacin que
se haba producido, comenzaron a ofrecemos unos pastelitos de
manjar con lcuma, preparados por las dos hermanas, y una mistela
muy, muy suave, que tambin haban elaborado siguiendo antiguas
recetas.
Pedro Maizani toc la campanilla avisando que ya estaban las
pelculas en el birlocho. Mi ta Violeta empez a despedirse de las
hermanas Peafiel y del nio mago de manera muy nerviosa. Yo
notaba que se miraban a los ojos con aire cmplice y que luego se
sonrean unos con otros de modo misterioso.
Finalmente nos despedimos y por primera vez pude estrechar la
mano del nio mago que me mir con profundidad a los ojos, como
suponiendo que un da yo tambin iba a estar en el secreto.
Subimos al birlocho y despus de hacer seas, enfilamos por un
camino de tierra bordeado de sauces.
A mi lado, mi ta Violeta iba en silencio. Miraba simplemente el
paisaje sumido en la oscuridad. Ya haba anochecido mientras
estbamos en el interior de aquel palacio campestre y ahora all afuera
se divisaban las sombras confusas de los lamos y las luces de las
casas a lo lejos.
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BALTASARA, LA NIA DUENDE DEL CALLEJON DE LAS HORMIGAS 47
Pedro Maizani haba encendido los faroles a gas del birlocho y
mientras avanzbamos por el camino pedregoso, veamos el campo
dbilmente iluminado.
El carruaje se bamboleaba bajo la luna llena. Los campos se
extendan all lejos bajo un manto lechoso. A mi lado, en completo
silencio, acaso sumida en pensamientos taciturnos, iba mi ta Violeta,
afirmada en la manilla, tratando de atisbar figuras en el ramaje de los
rboles.
Por fin llegamos a la casa. Pedro Maizani ayud a bajar las
pelculas y prometi venir a almorzar con nosotros al da siguiente,
cosa que alegr mucho a mi ta Violeta.
Si haba algo que la contentaba era que Pedro Maizani tomara
por s mismo la iniciativa de llegar a la casa, sin necesidad de
invitacin previa. Creo que a mi ta Violeta le gustaba cuando Pedro
Maizani se impona. Muchas veces le peda la opinin o bien l mismo
daba rdenes como si fuera el dueo de casa.
Siempre cuando vena oloroso a colonia de clavel, con el pelo
brillante y los bigotes recortados, pasaba despus de almorzar con
nosotros debajo del parrn a la sala de msica de los sacerdotes,
donde estaba el piano de cola cubierto de jarrones, candelabros,
figuras y retratos enmarcados de obispos y cardenales.
Pedro Maizani se sentaba en el taburete, retiraba la lengeta de
fieltro y se pona a tocar Las Estrellas, cantando con su voz vibrante
y ligeramente nasal:
A cantar a una nia yo le
enseaba y un beso en
cada nota ella me daba...
Mi ta Violeta se alisaba el pelo con ese gesto caracterstico que a
veces tena y coreaba con l algunas estrofas:
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48 MANUEL PEA MUOZ
Y aprendi tanto y
aprendi tanto que
de todo saba menos
de canto...
Sentado en el viejo silln, yo los escuchaba cantar mientras mi
vista se paseaba por esos empapelados de otra poca en donde
estaban colgados leos coloniales con santos que ascendan al Cielo y
misteriosos rostros de capellanes antiguos que miraban severos desde
las sombras.
Uno de esos das, muy temprano, lleg Pedro Maizani a la casa
con su poncho de Castilla que a veces se pona, cuando las maanas
estaban frescas. Las puertas del corredor estaban siempre abiertas, de
modo que se poda ingresar al saln o a los dormitorios sin siquiera
hacerse anunciar.
Mi ta Violeta se hallaba tambin desde temprano en la oficina
parroquial pasando en limpio actas de matrimonio con una lapicera
de palo que iba untando parsimoniosamente en un gran tintero de
cristal.
Pedro! dijo alegremente, levantando la vista de los libros.
Violeta, esta tarde tengo que ir al Callejn de las Hormigas a
ver un campo de girasoles, y me gustara ir con Rodolfo para que
conozca.
La idea de ir al Callejn de las Hormigas me entusiasmaba
enormemente. Nunca haba llegado tan lejos. Conoca los fundos con
parques de peumos y palquis, las viejas quintas de los alrededores con
rejas de fierro forjado y tinajas con cardenales rosados, pero jams me
haba encaminado por los recodos de la cordillera.
No dijo mi ta Violeta, visiblemente nerviosa. Al Callejn
de las Hormigas, no.
Por qu no, ta Violeta? S montar perfectamente y Rocn es
bien manso.
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BALTASARA, LA NINA DUENDE DEL CALLEJON DE LAS HORMIGAS 49
No..., es mejor que no, Rodolfo. Adems, esta tarde tenemos
que ir a repartir santitos a los nios que van a hacer la Primera
Comunin este ao. Le dije a la seora Berta Sandoval que iba a ir
contigo. Quiere conocerte...
Violeta dijo Pedro Maizani con esa voz autoritaria que a
veces tena cuando hablaba con la ta. Ya es tiempo que Rodolfo
sepa. Lo voy a llevar de todas maneras.
Mi ta Violeta trat de sostener la mirada de Pedro Maizani,
pero al cabo de un momento la baj con una triste sonrisa y dijo:
Esta bien, Pedro. Pero regresen temprano. Los estar
esperando con mate con leche de cabra.
Montamos esa tarde los caballos y enfilamos el Valle del
Aconcagua, dejando atrs la pequea capillita rural y las casas
dispersas en la pradera.
Esa que est all es la Hacienda Las Perdices dijo Pedro
Maizani apuntando hacia una hermosa casa seorial perdida al fondo
de una avenida de palmas chilenas. En su tiempo fue una gran casa.
Lstima que ahora est tan deteriorada. Se inund completamente con
el ltimo desborde del ro... En su poca yo vi desfilar caravanas de
coches victoria con visitas que venan de la capital. Incluso un fin de
semana vino una condesa espaola. Esa noche, en su homenaje,
dispararon fuegos artificiales a la luna llena.
Atrs iba quedando la vieja casa de adobe, teja y madera en
medio de los lcumos centenarios.
El estrecho camino se iba abriendo paso ahora entre las
montaas sembradas de cactos y piedras filudas.
Este es el Callejn de las Hormigas dijo Pedro Maizani,
frenando el paso de su caballo. Cuentan que por aqu penan... Los
arrieros, cuando pasan por aqu, dicen que escuchan voces de nias
hablando en castellano antiguo. Se
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50 MANUEL PEA MUOZ
entiende casi todo, pero hay palabras que ya no se usan, por eso es
difcil comprender de qu estn conversando. En todo caso, cuentan
que las niitas se ren cuando pasan los hombres con los caballos y
hasta cantan rondas de la poca de la reina Isabel la Catlica.
Y usted las ha visto, Pedro?
No, pero creo firmemente en los campesinos que han odo a
las nias. Incluso hay uno que las ha visto. Dice que son varias y que
se visten con ropas de otro tiempo y botines con cordones. Son muy
bonitas, de caras blancas y pelo negro. Precisamente ah, bajo ese
quillay, se le apareci una de las nias y le habl. Le dijo que se
llamaba Baltasara.
Baltasara? le pregunt sorprendido mientras vea
cimbrearse las viejas pataguas.
S. Es un nombre antiguo... El viejo Anselmo, el de la
quebrada de las cabras, fue el primero que la vio. Fue hace aos...
Cuenta que iba bajando a caballo, cuando vio una lucecita que bailaba
bajo el quillay. Pareca una lucirnaga, pero de una luz mucho ms
viva. Amarr el caballo y fue a ver, escondindose entre los
matorrales. Y entonces fue que la vio... Era una nia muy hermosa,
como una mueca de bucles color castao que bailaba en punta de
pies, sin tocar el suelo, a la luz de la luna... Llevaba un vestido de
organd blanco, y en el pelo, cinco cintas rojas.
Cinco cintas rojas? pregunt sorprendido.
S respondi Pedro Maizani, haciendo apurar el paso del
caballo. Cuenta que estuvieron conversando un largo momento, y al
final la nia Baltasara se sac una cinta del pelo y se la dej de
recuerdo.
Ser cierto? pregunt desconcertado.
Si quieres, pregntale t mismo al viejo Anselmo. Vamos
precisamente hacia all.
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BALTASARA, LA NIA DUENDE DEL CALLEJON DE LAS HORMIGAS 51
Con los picachos de la cordillera delante de nuestra vista,
llegamos a la casa solitaria del viejo Anselmo. Era una humilde
cabaa de techo de estera en medio de un bosquecillo de ramas
cenicientas. El cielo estaba despejado y en el silencio de la cordillera se
escuchaba el vuelo de las torcazas y las loicas de pecho encendido.
Una rama se doblaba y all se columpiaba por un breve instante una
trtola que luego emprenda el vuelo.
Hay mucho que hablar, Pedro dijo el viejo Anselmo con su
voz de hombre rudo. Desensillen... Vamos a ir a pie por los
parronales.
Los dos hombres se fueron caminando por los campos
sembrados, mientras yo me qued dndoles de beber a los caballos e
imaginndome que en ese mismo mbito de romerillos y quiscos
haba bailado una vez el espritu de la nia Baltasara...
El viento bajaba silbando por el callejn cuando vi venir
caminando a los dos hombres seguidos por la perra Ruta.
Don Anselmo le dije cuando llegaron a la cabaa hablando
del campo de girasoles. Pedro Maizani me cont que usted haba
visto bailar a un duende. Es cierto?
Don Anselmo, sorprendido por la pregunta directa, mir como
interrogando con los ojos a Pedro Maizani, quien a su vez le devolvi
una sonrisa como asintiendo algo.
Luego me mir al fondo del corazn como tratando de indagar
si mi naturaleza estaba preparada para conocer una delicada verdad.
S..., as es..., y sigo viendo todava a la pequea Baltasara...
Todas las noches de luna aparece bajo los rboles con su linda sonrisa.
Incluso una noche en que yo estaba enfermo y no pude salir a la
higuera, la nia Baltasara entr a la casa. Yo no s cmo, puesto que la
puerta estaba cerrada con tranca. Pero all se puso a danzar delante de
m e incluso
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52 MANUEL PEA MUOZ
me llev una bandeja de pasteles... Los duendes son buenos, Rodolfo,
y slo se aparecen a las personas que tienen el corazn puro. No lo
olvides.
Y dgame, don Anselmo..., le dijo algo la nia Baltasara?
Hablaron alguna vez?
Oh, s..., aquella noche, cuando me escond en los matorrales
para verla bailar con sus botines y su vestido blanco, me descubri y
se acerc sigilosamente para hablarme. Al comienzo tena miedo
porque sus pies no tocaban el suelo y el cuerpo emita una suave
luminosidad como una aureola, pero despus me tranquilic por su
sonrisa... Estuvimos hablando y me dio incluso su nombre completo y
el de sus amigas. Claro que los de ellas los olvid... pero retuve el de
la nia que me habl... Se llama Baltasara Ecija Castaeda y naci
aqu, entre estas quebradas, en los tiempos cuando reinaba la cacica
de Maquehua... Claro que esta nia no es india, sino hija de
espaoles...
Rodolfo! Rodolfo! Se est anocheciendo... Tenemos que
volver me llamaba Pedro Maizani desde el caballo.
Otro da que vuelvas te contar ms acerca de la nia
Baltasara... y te mostrar su cinta roja.
Qu?
S. Cuando la nia Baltasara termin de contarme su vida bajo
el viejo quillay, se sac del pelo una de sus cinco cintas como recuerdo
de esa amistad que haba nacido. Desde entonces, esa cinta me
protege. Cada vez que estoy triste la saco de una caja y la tengo en mi
puo largo tiempo. Entonces me siento acompaado y me parece que
la vida es bella...
Asombrado con las palabras del viejo Anselmo, mont mi
caballo y emprendimos en silencio el regreso con Pedro Maizani
bajando por el desfiladero y dejando atrs el Callejn de las
Hormigas.
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54 MANUEL PEA MUOZ
Cuando llegamos a la casa, not que la ta Violeta mir a los ojos
a Pedro Maizani, como aguardando una respuesta. Pero l, sin decirle
nada, se limit en forma altiva, y sin bajarse del caballo, a enviarle con
aire cmplice una hermosa sonrisa... Pedro, no vas a bajarte a tocar el piano?
No, Violeta. Otro da... Ser mejor que converses con el nio
esta noche.
Ta Violeta estaba intranquila. Trataba de esquivarme. Sala y
entraba sin motivo alguno a las habitaciones, moviendo de lugar los
santitos de yeso de las cmodas, cambindole agua a una redoma,
donde siempre nadaba una rosa sumergida, o poniendo ramas de
lavanda en los cajones del armario para que las sbanas estuvieran
fragantes.
Aquella noche de impresiones desconocidas, sentados en la
glorieta cubierta de jazmines, trat de averiguar ms acerca de la nia
Baltasara, pero la ta Violeta estaba pensativa como siempre, absorta
en sus propios pensamientos, mirando cmo la torre de la iglesia se
recortaba contra la luna llena.
Esa noche no pude dormir tranquilo. En sueos vea aparecer a
la nia duende con su vestido blanco y sus cintas rojas bailando en
punta de pies con las manos en alto, con movimientos giles y
livianos, como si ejecutara los pasos de un invisible ballet.
De pronto me despert. La nia Baltasara mova las cortinas
del dormitorio? Incorporado en la cama que llamaban carroza,
porque era enorme y de bronce, me puse a mirar hacia el jardn por la
ventana. Afuera alguien se mova bajo las ramas de los duraznos. Era
la nia Baltasara? No. Era la ta Violeta que caminaba entre los rboles
hacia la gruta, como si conversara con alguien.
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BALTASARA, LA NIA DUENDE DEL CALLEJON DE LAS HORMIGAS 55
Intranquilo, trat de atisbar aquellas sombras en el ramaje hasta
que desaparecieron...
Largo tiempo me qued aguardando en la cama, acechando
cualquier ruido, hasta que por fin volv a sentir los pasos de la ta
Violeta que regresaba del jardn entrando en puntillas al dormitorio.
Nome asegur a la maana siguiente, cortando una tajada
de dulce de camote. Seguramente lo soaste... No me levant en
toda la noche... Debes haber tenido una pesadilla. Llegaste muy
fatigado del paseo al Callejn de las Hormigas.
Esa misma maana, me encontraba en la torre de la iglesia,
donde me gustaba subir para ver las campanas, sentir el revoloteo de
las palomas y ver el paisaje, cuando vi venir dos bicicletas por el
camino de tierra que conduca a la casa parroquial.
Eran dos mujeres que avanzaban por los sembrados
lentamente, llevando sombreros de paja...
Poco a poco se fueron acercando hasta la explanada, en donde
aminoraron la marcha, bajndose de las bicicletas y dejndolas en el
poste donde los hombres amarraban los caballos.
Mi ta Violeta sali a recibirlas. S. Eran las dos hermanas
Peafiel.
Al cabo de un momento, vi venir por el mismo sendero a un
nio rubio que caminaba despacio como si fuese una aparicin.
Estaba llegando el nio mago al parque de la casa cuando mi
ta Violeta sac una mesa con un jarro de jugo y vasos y sirvi a las
visitas en la glorieta del jazmn donde a veces nos sentbamos a
conversar.
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56 MANUEL PEA MUOZ
All estuvieron mucho tiempo hablando, pero desde la torre no
poda escuchar sino el murmullo de aquellas confidencias.
Finalmente, las visitas se despidieron de mi ta Violeta. Kenya y
Laura Peafiel con sus vestidos antiguos se subieron a sus bicicletas y
se alejaron por el camino por donde haban venido. Mi ta Violeta se
despidi cariosamente del nio mago y entr a la pequea oficina
donde copiaba las actas de matrimonios.
El nio mago se qued todava un momento ms en el parque
mirando los macizos de pelargonias y finalmente se fue caminando
con toda lentitud.
Yo me qued observndolo desde el campanario hasta que lo
perd de vista...
Esa tarde, mientras mi ta Violeta pona flores en los altares de
la iglesia, fui a la oficina parroquial donde se guardaban, en vitrinas,
las partidas de bautismo.
Eran libros pesados, de tapas de pergamino y hojas
amarillentas escritas en tinta rojiza con caligrafa cursiva
cancilleresca. S. Lo recordaba perfectamente: Baltasara Ecija
Castaeda... All, en esos libros ordenados en los anaqueles, poda
encontrarse ese nombre...
Nervioso empec a sacar los libros de los estantes. Mi ta
Violeta guardaba en una cajuela las llaves de las vitrinas donde
estaban el incensario de plata para las grandes ocasiones, la patena y
unos anteojos de marco de oro que haban pertenecido a monseor
Salinas. Detrs de esas reliquias parroquiales se encontraban aquellos
libros preciados que mi ta Violeta jams sacaba.
Tentado por la curiosidad de saber ms acerca de la nia
duende, abr la vitrina y saqu los libros, hojendolos con inquietud.
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BALTASARA, LA NIA DUENDE DEL CALLEJON DE LAS HORMIGAS 57
Revis las pginas en esa tarde calurosa, tratando de leer
aquellos caracteres incomprensibles, hasta que por fin, al pasar una
de aquellas hojas resquebrajadas por el tiempo, descubr la fecha
exacta del bautismo de aquella nia misteriosa: Baltasara Micaela
Ecija Castaeda, nacida en el Callejn de las Hormigas el 12 de enero
de 1587 y bautizada en la iglesia de Nuestra Seora del Perpetuo
Socorro de Lo Valds el 17 de mayo de 1587.
Profundamente turbado, cerr el libro sin saber qu hacer,
hasta que por fin, deseoso de saber toda la verdad acerca de la nia
Baltasara, tom el libro y sal a buscar a mi ta Violeta...
S me dijo cariosamente, dejando a un lado el mantel del
altar que estaba bordando. Existe..., pero no he querido darte ms
detalles de la vida en el casero de Lo Valds... Me gusta tu compaa
de nio observador y curioso y temo que tu madre no te vuelva a dar
permiso para que me vengas a acompaar en el verano si sabe que su
hermana Violeta te est metiendo en la cabeza cosas de duendes...
Pero ya que vienes con el libro de las partidas de bautismo y ya que
veo ese brillo inconfundible en tu mirada, voy a contarte algo ms
acerca de la nia Baltasara...
Ta Violeta mir con nostalgia al otro lado de la ventana de
vidrios azules y prosigui:
Baltasara Micaela Ecija Castaeda naci efectivamente aqu
en la poca de los picunches, cuando por estas laderas paseaba la
princesa Orolonco, que se haba enamorado de un soldado espaol.
Fue en esos aos perdidos cuando empezaron a venir las primeras
familias castellanas, tras la huella de los lavaderos de oro. Tan
exuberante era este paraje de robles y avellanos, que los espaoles
asombrados por la fertilidad de la tierra avanzaban por tierras de
pan llevar... Muchos extremeos de Trujillo y Mrida se internaron
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58 MANUEL PEA MUOZ
tambin en medio de la tupida vegetacin de esos aos buscando las
vetas... bajo un cielo de un increble color azul. La familia Ecija
Castaeda vino tambin a probar fortuna y se afinc en el valle
labrando la tierra. Cultivaban con los indios papas y maz. Rodrigo
Ecija de Solrzano y Teresa Castaeda y Araujo tuvieron aqu una
sola hija, a la que pusieron de nombre Baltasara Micaela... La infanta,
como le decan porque pareca una princesa, fue feliz en el valle
jugando con las otras nias espaolas de su edad o con las pequeas
nias del valle, imitando el sonido del viento o alzando los brazos al
cielo para imitar el vuelo del cndor o del guila negra que
sobrevuela los picachos ms altos del Callejn de las Hormigas...
La ta Violeta tena ahora la vista cansada. Pareca que se
encontraba en otro mundo...
Un da, el matrimonio decidi regresar a bordo de la carabela
Reina Isabel de Castilla a Espaa, pues Rodrigo Ecija de Solrzano no
consigui hacerse rico como supona, ya que haba pensado en un
comienzo trabajar en las minas y haba terminado haciendo trueque
de aj, man y porotos con los pescadores changos que llevaban
pescados en carretas desde la costa. Sin encontrar nunca los
minerales mgicos que les haban prometido, regresaron a Espaa a
un pueblecito llamado Paaranda de Almonte, en la frontera con
Portugal... Pero la querida nia Baltasara, que no quera irse porque
era feliz en el valle hablando en mapudungn con las nias
indgenas, prometi volver aunque fuese en pensamiento a su paisaje
amado, a su mbito de lechuzas y a los claros del bosque donde
jugaba... Ella nunca se olvid de los helechos de las quebradas, de la
maravillosa flor de la perdiz que salpica de amarillo los valles en
primavera, ni de las tortolitas cuyanas, que revolotean en las ramas
de los bellotos. Baltasara siempre record all en Castilla estos
paisajes e incluso se visit con sus queridas amigas que se hallaban
dispersas en Murcia o en Alicante... Baltasara siempre, a lo largo de
su vida, procur
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BALTASARA, LA NIA DUENDE DEL CALLEJON DE LAS HORMIGAS 59
juntarse con ellas en Espaa para recordar el reino querido de la
infancia, donde un da fue feliz... Es por eso que a veces se escuchan
voces en el Callejn de las Hormigas... porque las nias en realidad
y de corazn nunca se fueron. Y aunque Baltasara vivi el resto de
su vida en Zamora y muri siendo una anciana muy querida, ella
sigui aqu en espritu, con apariencia de nia, tal como era cuando se
fue... S... Baltasara sigue estando con nosotros, cuidando a los