Maria Carlota y Mllaqueo

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Libro Juvenil

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  • dlorial Andrs Bello

    Manuel Pea Muoz

    MARIA CARLOTA Y MilLL AQUEO

  • Ninguna parte de esta publicacin, incluido el diseo de la cubierta, puede sci

    reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningn medio, ya

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    previo del editor.

    Manuel Pea Muoz

    EDITORIAL ANDRES BELLO Av. Ricardo Lyon 946, Santiago de Chile.

    Inscripcin N 78.828

    Se termin de imprimir esta primera edicin de 10.000 ejemplares en el mes de mayo

    de 1991.

    IMPRESORES: Alfabeta

    IMPRESO EN CHILE/PRINTED IN CHILE

    ISBN 956-13-0943-1.

  • MANUEL PEA MUOZ

    MARIA CARLOTA Y MILLAQUEO

    BALTASARA, LA NIA DUENDE DEL

    CALLEJON DE LAS HORMIGAS

    AILLAVILU, EL NIO ALADO DE

    RINCONADA DE SILVA

    ILUSTRACIONES DE ANDRES JULLLAN

    EDITORIAL ANDRES BELLO

  • INDICE

    Mara Carlota y Millaqueo ............................................................................ 7

    Baltasara, la nia duende del Callejn de las Hormigas.. 31

    Aillavil, el nio alado de Rinconada de Silva ....................................... 65

    Leyendas y tradiciones: el retablo de lo fabuloso .................................. 103

  • I

    MARIA CARLOTA Y MILLAQUEO

    De todas las casonas con parque y estatuas

    que iban quedando en el viejo puerto, la de mi

    colegio con sus patios internos y corredores,

    sus mansardas y galeras de vidrio era la ms

    hermosa. Estaba construida en desniveles

    escalonados en la ladera de un cerro y a

    juicio de los artistas, por poseer tejas de la

    poca colonial, tinajas espaolas, tilos cen-

    tenarios y pilares de patagua autnticos, era una de las

    mansiones histricas ms bellas y antiguas de la ciudad, junto

    con la vecina casa de lord Cochrane.

    Sin embargo, la Municipalidad no haca demasiado por su

    restauracin, pese a los constantes artculos que le dedicaban los

    suplementos regionales realzando las hornacinas con jarrones o el

    hermoso eutoloquio florecido en azafrn. Casi siempre estas crnicas

    evocativas de un tiempo hermoso iban encabezadas con grandes

    titulares en los que se enfatizaba la necesidad de un urgente

    remozamiento. Ponan siempre numerosas fotografas y grabados

    antiguos sacados nadie saba de dnde, en los que se vea la casa tal y

    como era hace dos o tres siglos.

    No obstante, aunque los escritores se empeaban en hacer

    resurgir el inters hacia la gran quinta colonial, eran muy pocos los

    visitantes que acudan con aire romntico a contemplar los grandes

    rboles o los antiguos aposentos guardadores de armarios y

    aparadores de fina caoba.

  • 8 MANUEL PEA MUOZ

    A veces llegaba algn poeta viajero o loco y se quedaba

    largo tiempo mirando la casa e imaginndose historias. Peda permiso

    y entonces entraba y recorra los corredores, se asomaba a las

    glorietas, iba a los miradores, visitaba todos los patios, arrojaba

    piedrecillas en los pozos y luego se iba empapado de una atmsfera

    seorial. Caminando despus por calles empedradas, iba soando en

    ese tiempo cuando en el siglo pasado estaba en funcionamiento el

    pequeo teatro de pera particular y la sala de billar con muebles

    franceses y carteles de toros de corridas famosas.

    Ciertamente la casa necesitaba de una pronta refaccin, porque

    debido a los muchos temblores y terremotos tena la mayor parte de

    las paredes agrietadas e incluso los murallones de adobe del ltimo

    patio, casi en el suelo, dejaban ver los jardines de las otras casas y los

    cerros empinndose desde la orilla del mar.

    En el ltimo tiempo, la casa era un internado de nios que

    ostentaba sobre su fachada, esculpido en piedra, el escudo de la

    ciudad asturiana de Cangas de Ons, con la torre de su castillo feudal

    coronada por tres estrellas.

    Contaban los directores que el origen del escudo se deba a que

    el primer morador de la casa haba sido Javier Francisco Cangas de

    Ons, un navegante aventurero que haba llegado a esas costas del mar

    Pacfico en 1542 como tripulante de una nave especiera con velas

    latinas que provena de Guatemala.

    Tambin relataban que cuando Cangas de Ons que llevaba el

    apellido de su ciudad natal desembarc en la sencilla caleta de

    indios pescadores, lo primero que lo cautiv fue la vegetacin

    frondosa de los montes, los litres, los canelos coronados por mantos

    de quitral, las pequeas cascadas de agua, las fogatas a lo lejos y,

    sobre todo, aquellas palmas de tronco liso y ceniciento, como las que

    una vez haba visto en el pueblo de la niez, en una biblia antigua de

  • MARIA CARLOTA Y MILLAQUEO 9

    papel de pergamino con ilustraciones que mostraban escenas de San

    Jos y la Virgen entre las palmas de Egipto.

    Ahora, bajo esas palmas chilenas se encontraban agazapados

    unos indgenas vestidos con pieles, que los oteaban con desconfianza.

    Eran changos de la baha de Quintil que basaban su vida en la cosecha

    del maz y la calabaza y en la pesca del congrio colorado y de la

    centolla de color coral.

    Das ms tarde, aquellos espaoles asombrados los habran de

    ver en alta mar, pescando en balsas de cueros de lobo marino inflados

    o mariscando maages y navajudas entre las rocas.

    Algunos nios, incluso, completamente desnudos en esas

    calurosas tardes de enero, sacaban del agua enormes almejas que

    partan con piedras y que luego coman crudas.

    Don Diego Garca Villaln, capitn del Santiaguillo, pidi a Javier

    Francisco que se quedara en esa baha con parte de la tripulacin

    mientras l se juntaba tierra adentro con las huestes de Pedro de

    Valdivia, a quienes se les iba a proveer de ropa, fanegas de alimentos,

    botijas de vino, plvora y herraduras de caballos que traan desde el

    Per.

    As lo hizo Javier Francisco Cangas de Ons, quien,

    entusiasmado con ese paraje solitario que Juan de Saavedra haba

    bautizado con el nombre de Valparaso, en recuerdo de su pequeo

    pueblo en Castilla la Nueva, encontr pronto un valle guarecido de

    los vientos del sur en donde constmir una ermita.

    Luego, piedra a piedra, edificaron la casa con ayuda de los

    navegantes y de algunos aborgenes, cubriendo la viguera con ramas

    de molles y cercndolo todo con una empalizada.

    El resultado fue una extraa mezcla arquitectnica que uni

    ideas del Viejo Mundo con materiales nativos. Y all estaban algunos

    de esos indios pacficos mirando atnitos a esos hombres barbudos

    que calzaban botas de cuero y que hablaban una lengua

    incomprensible. Eran tan misteriosos esos seres venidos del ocano,

    que los hacan ponerse de

  • 10 MANUEL PEA MUOZ

    rodillas ante dos palos cruzados. Muchas veces los haban visto estar

    en esa posicin con los ojos bajos y murmurando en voz baja ante una

    mujer con vestido largo, tallada en madera y con pelo natural.

    Los indgenas ignoraban quines eran esos dioses, pero muy

    pronto iban a saberlo, porque en el Santiaguillo, junto con los

    mercaderes, los constructores de fuertes, el cronista, el retratista y el

    tonelero, vena fray Jos Mara de Fermoselle, el sacerdote mercedario

    que los iba a evangelizar, sin saber que un da iba a morir en el sur del

    mundo, traspasado de flechas araucanas bajo las copas de los canelos.

    Todas estas historias nos contaba en tardes de viento la dulce y

    triste seorita Priscilla Arroyo, dicindonos que en esa misma casona

    donde nos encontrbamos estudiando haba vivido Javier Francisco

    Cangas de Ons, a quien don Diego Garca Villaln, a su regreso al

    Valle del Paraso, le haba dado ese solar en recompensa para que

    edificase un refugio con fortaleza.

    En honor a l es que este colegio se llama Cangas de Ons,

    deca la seorita Priscilla, mostrando con un puntero un retrato de un

    hidalgo espaol con coraza de acero y casco coronado por un penacho

    de plumas.

    Pero nuestra profesora de religin, moral, caligrafa, buenos

    modales e historia de Chile no deca toda la verdad.

    Era cierto que el joven de barba roja, Javier Francisco, se haba

    prendado de ese paisaje empinado con maitenes y boldos centenarios

    coronando los cerros y de ese mar azul turquesa, ribeteado de espuma

    con frgiles carabelas y balsas indgenas.

    Tambin era verdad que se senta ms fuerte y con ms I

    Mvstigio que entre las montaas verdes de su dulce Asturias. I < T( >

    esc> nc> era todo. Faltaba el resto de la historia de esa casa, i.il vi/ l.i

    parto ms emocionante, el episodio que la seorita

  • 12 MANUEL PEA MUOZ

    Priscilla, el seor de canto, la profesora de aritmtica y la temible

    seora Anastasia Cuervo, la directora, se callaban.

    Una tarde, la seorita Priscilla, siempre frgil y asmtica a causa

    de las intensas neblinas de Valparaso, fue reemplazada por un nuevo

    profesor de historia de Chile: el seor Ponsot. Este era un hombre

    joven, pensativo, lleno de ideales, de baja estatura y de nariz

    suavemente curvada. Tena unos ojos agradables tras unos pequeos

    espejuelos de marco de plata, y una sonrisa enigmtica. Yo nunca se la

    vi, pero tambin decan que tena bonita letra.

    La seorita Priscilla est enferma dijo. Muy enferma... y

    yo voy a reemplazarla... Empezar contndoles algo de este internado,

    tal vez uno de los edificios ms antiguos de todo Chile, con cerca de

    cuatrocientos aos... Porque nada mejor para aprender la historia de

    nuestro pas que comenzar conociendo la historia del lugar en donde

    estamos estudiando^'

    Al or estas palabras, todos empezamos a bostezar

    completamente aburridos y a mirar por la ventana aquellos

    trasatlnticos que llegaban al puerto por esos aos, pensando en que

    el seor Ponsot iba a hablarnos otra vez como siempre lo haca la

    seora Cuervo en el sln de actos al iniciarse el ao de Javier

    Francisco Cangas de Ons, de fray Jos Mara de Fermoselle, de Pedro

    de Valdivia y de don Diego Garca Villaln.

    Efectivamente, habl de todos ellos mientras nosotros

    dibujbamos barcos en nuestros cuadernos de croquis o tratbamos

    de trazar con una regla las grietas del edificio de enfrente.

    Pero esta vez el seor Ponsot agreg la parte que faltaba, la

    pieza del rompecabezas que siempre se esconda cuando nos

    hablaban de nuestro colegio Cangas de Ons.

    Kl seor Ponsot carraspe un momento, levant la vista .il viejo

    cuadro de la sala, como invocando al espritu del

  • MARIA CARLOTA Y MILLAQUEO 13

    severo Javier Francisco Cangas de Ons, y luego comenz con voz

    grave:

    Segn investigaciones en la Biblioteca Severn y en archivos

    privados de la capital, escudriando en rboles genealgicos, he

    podido reconstituir toda la historia de este antiguo edificio, y espero

    que muy pronto pueda darla a conocer en una publicacin que

    financiar la Universidad Catlica de este puerto... Lo que en verdad

    ocurri fue que Javier Francisco Cangas de Ons sinti nostalgia

    morria como l escribi en cartas antiguas que he ledo de su

    esposa Mara Fernanda Ibacache Matienzo. Y cuando hubo construido

    la casa en el viejo solar en medio de los paltos y los lcumos, con sus

    corredores y sus amplias salas de ventanas pequeas con barrotes y

    rejas forjadas, regres a Espaa a buscar a la amable asturiana que

    guardaba en un arcn perfumado con esencia de membrillo los mil

    ducados de su dote.

    All la encontr despus de meses de travesa en carabela,

    fatigada con las faenas del campo, vendimiando uva malvasa y

    moscatel con la pequea Mara Carlota, a quien Javier Francisco, al

    embarcarse haca tiempo para el Nuevo Mundo, haba dejado siendo

    nia de cascabeles.

    Nosotros empezamos a seguir por vez primera con inters una

    clase de historia de Chile, porque el seor Ponsot hablaba con pasin.

    Ahora dramatizaba la voz y lograba que viviramos verdaderamente

    su relato. Podamos imaginarnos a Javier Francisco all lejos en la casa

    de piedra, a su esposa vestida con sayas antiguas y a la nia jugando

    con un sonajero.

    Mirando por la ventana, tratando de atisbar el horizonte por

    donde haban venido, pensbamos en la familia all lejos preparando

    el viaje a una tierra desconocida, en donde los ros eran tan anchos

    que casi no se vea la otra ribera y en

  • 14 MANUEL PEA MUOZ

    donde era posible vivir a orillas del mar, con sirvientes mestizos.

    Fue entonces que Mara Fernanda Ibacache dispuso los bales

    para el viaje, guardando en ellos las colchas de Oln, una manteleta de

    terciopelo de China regalo de su abuelo que haba viajado al

    Oriente, unas babuchas amarillas, unos vestidos apasamaneados de

    seda y, sobre todo, las arras de oro antiguo y el vestido de novia de

    encaje de Almagro para cuando Mara Carlota se casara en el Nuevo

    Mundo con un hidalgo espaol de Extremadura o Navarra.

    Cun larga y penosa fue la travesa navegando en las noches

    calurosas del trpico o con vientos huracanados en los golfos del sur!

    Estrechos, ventisqueros, paisajes nunca vistos con relieves coronados

    de blanco y hielos eternos. Luego rboles desconocidos y rostros de

    hombres semi- desnudos con la piel curtida, asomndose expectantes

    en medio de la espesura.

    Al llegar al puerto, cunta expectacin entre las indias al ver

    llegar a una mujer de piel blanca y pelo recogido en moo con

    peinetas y mallas, vestida de tafetanes y acompaada de un squito de

    changos que portaban cofres y arcas talladas en cedro del Lbano!

    Luego, cunta sorpresa entre las indias al desenrollar una

    alfombra del Cairo y al ver por primera vez medias de seda con ligas

    encamadas! Y la curiosidad de los indgenas que cuidaban el solar al

    ver los jubones, las escudillas de plata, los broches de filigrana de

    Crdoba, las capas de terciopelo y las colgaduras bordadas con hilos

    metlicos!

    Pero lo que ms sorprenda y gustaba a los indios que

    comentaban en idioma puquino era ver una nia vestida de raso rojo

    hasta el suelo, con bucles castao claro y ojos amarillo verdosos,

    jugando entre las palmas con una jarrita dorada...

  • MARIA CARLOTA Y MILLAQUEO 15

    Una tarde, Mara Carlota baj a la playa con la criada india y all

    vio a un grupo de nios que mariscaban erizos y mejillones. Otros,

    venidos de los valles del interior a refrescarse en el mar, se entretenan

    en la arena imitando el graznido de las gaviotas, caminando como

    pelcanos o zambullndose en el agua para retornar despus con un

    pescado en la mano.

    Uno de los nios estaba en una de las rocas mascando algas

    marinas. Otro, ms esbelto y que tena una cicatriz, se entretena

    partiendo cocos de palma con una piedra. Los iba sacando de unas

    largas trenzas anaranjadas donde se arracimaban y luego de darles

    golpes, extraa del interior un pequeo fruto blanco.

    Qu distintas eran esas entretenciones de aquellos juegos de

    corro y cordel y de aquellas canciones sacadas del cancionero de

    palacio con que en la patria asturiana se entretena la nia Carlota!

    Con Carmen del Pilar, con Reyes, con Melchora Aguirre y

    Covarrubias, con Engracia y con Sonsoles Montes de Oca jugaban al

    Arroz con Leche y cantaban el romance de La Santa Catalina en el

    Paseo de la Ronda al pie del castillo del conde de Urgel:

    La Santa Catalina era

    hija de un rey su madre

    era cristiana su padre no

    lo es...

    Ahora los pequeos aborgenes estaban en la playa frente al mar

    Pacfico jugando con una trenza de algas de cochayuyo que llamaban

    waraka. Sentados en ronda en el suelo, haban elegido a uno que iba

    dando vueltas en crculo detrs de ellos con el ps koitn en la mano. Si

    uno se daba vueltas, se le pegaba con la trenza en la cabeza, mientras

    se pronunciaban unas palabras mgicas cantadas en lengua indgena

    que no poda entender la nia espaola.

  • 16 MANUEL PEA MUOZ

    Y, sin embargo, por qu no jugar tambin con los otros nios?

    Sentada en el corro con las piernas cruzadas, la nia Carlota no tard

    en aprender el juego de los incas que jugaban los nios changos y los

    picunches, y esa misma tarde corri la waraka repitiendo el canto de esas

    palabras milagrosas.

    Mucho tiempo tard Mara Carlota en aprender completamente

    el significado de los juegos y palabras en esa tierra diferente que tanto

    le agradaba. Eran hermosas las puestas de sol en el mar, las gaviotas

    de plumaje ceniciento, los cacharros de barro cocido, el color moreno

    de la piel de los nios (como la piel de los nios andaluces), las flores

    anaranjadas que salpicaban los montes en primavera y, sobre todo, la

    mirada profunda del adolescente Millaqueo, el indio joven de ojos

    almendrados con quien haba posado en la playa de El Almendral

    ante el pintor leons del Santiaguillo, que haba retratado tambin a su

    madre en la colina de los cerezos, con abanico, mirando el mar, y que,

    enamorado del paisaje y de sus gentes, se entretena en pintar a

    espaoles y nativos sin querer regresar a Espaa.

    Esa maana luminosa de verano, el pintor Alonso Martnez

    Vegazo les haba pedido que se sentaran en las rocas y luego los haba

    observado largamente para empaparse de ellos antes de pintarlos en

    la tela.

    Luego, con trazos nerviosos y untando el pincel de pelo de

    llama en tintas oscuras, los haba aprisionado con los colores. Cmo

    haban salido? Demasiado hermosos. Mara Carlota con su largo

    vestido de satn solferino, anudado a la cintura con pasamaneras

    doradas, sosteniendo entre sus dedos la cuerda de su queltehue.

    Hay que soltarlo, le dijo el indio Millaqueo sorprendido al ver

    que la nia Mara Carlota se paseaba con su pjaro amarrado como

    quien se pasea con su perrito. A veces el queltehue intentaba volar y

    entonces era como si la nia asturiana sostuviera en sus manos una

    vejiga inflada que flotara en el aire.

  • MARIA CARLOTA Y MILLAQUEO 17

    Hay que dejarlo libre, le haba repetido Millaqueo. Y entonces,

    con su cuchillo de piedra filuda, el indio haba cortado la cinta que

    amarraba al queltehue cautivo y ste haba salido volando hacia el

    cielo.

    Ese fue el momento exacto en que el pintor espaol los apres

    unidos en la tela...

    Y qu pas con Millaqueo y la nia Carlota? pregunt en la

    sala uno de mis compaeros.

    Pero el seor Ponsot no alcanz a responderle porque la

    campana del internado nos llamaba a recreo.

    Entusiasmados con la clase de historia de Chile, salimos al patio

    a imaginamos a Mara Carlota ya ms crecida, pasendose con su

    vestido largo lleno de pliegues por esos mismos patios hace muchos

    aos, casi cuatro siglos atrs, cuando ella viva y jugaba bajo esos

    mismos cipreses que daban sombra a los viejos corredores.

    Al da siguiente, el seor Ponsot reanud la historia de Carlota y

    Millaqueo. Cont que segn sus recientes investigaciones en una

    perdida biblioteca rural de Villa Alemana, el indio y la adolescente

    asturiana, con el correr del tiempo y las conversaciones constantes, se

    haban enamorado para disgusto de Javier Francisco Cangas de Ons y

    Mara Fernanda Ibacache, quienes ya tenan prometida a Mara

    Carlota con el capitn Mateo Guzmn de Zamora, que regresaba otra

    vez a Espaa a bordo del velero Virgen de laAlmudena con parte de la

    hueste de Pedro de Valdivia.

    Entusiasmados con las posibilidades del pas descubierto,

    muchos espaoles iban a buscar a sus mujeres y nios que se

    convertiran en los primeros pobladores espaoles en tiempos del

    gobernador Garca Hurtado de Mendoza.

    Algunas familias ya haban llegado, instalndose no slo en las

    quebradas de Valparaso y en el llano, sino ro arriba, bordeando el

    Marga-Marga, donde se encontraban los lavaderos de oro.

  • 18 MANUEL PEA MUOZ

    Las vetas eran ricas en minerales y las montaas abran su

    corazn de piedras preciosas. Eran muchos los viajeros de Castilla y

    Len, pero tambin haba quienes preferan el retomo definitivo a la

    pequea ciudad espaola con iglesia de piedra y campanario

    coronado por un nido de cigeas.

    En tal caso se encontraba el capitn Mateo Guzmn de Zamora,

    quien iba a dar cuenta al emperador Carlos V de las hazaas

    realizadas en pramos de zorzales, llevando cartas firmadas en

    pergamino antiguo por don Pedro de Valdivia, en las que, con

    arabesca caligrafa, se le daban los detalles elogiosos de la gesta por los

    paisajes del sur de Amrica.

    Regresars a Espaa haba dicho Javier Francisco a su hija.

    A su lado, Mara Fernanda Ibacache asenta en silencio aferrada

    al rosario de ptalos de rosas, sabiendo que era preferible ver a Mara

    Carlota lejos de ese extrao puerto de Valparaso, casada con un

    hidalgo de Arvalo, antes que verla tocando el kultrn, adornndose

    el pecho con trapelacuchas de plata o pintando un jarro en la casa del

    alfarero.

    La nia haba aprendido a hablar correctamente el mapuche y

    pasaba tardes enteras hilando con la cacica picunche del valle de

    Quilpu. Luego regresaba al solar a caballo con el indio Millaqueo,

    que ya haba aprendido a cabalgar ese animal desconocido de origen

    africano, al que, adems, le haba perdido el miedo.

    La tarde de la boda en la iglesita de Nuestra Seora Santsima

    Madre de las Mercedes de Puerto Claro, patrona de la ciudad, que

    haba fundado el obispo Rodrguez Marmolejo, casi una ermita con

    campanario donde se veneraba la milagrosa imagen de un Cristo

    crucificado salvada del saqueo ilel pirata Francis Drake, el capitn

    Mateo Guzmn de Zamora esperaba impaciente en el atrio con los

    invitados que haban

  • 20 MANUEL PEA MUOZ

    acudido en carruaje de la Estancia del Gobernador en El Almendral.

    Horas ms tarde, el velero habra de zarpar rumbo a Cdiz, con

    la bella Mara Carlota, apenas una adolescente...

    Dentro, en la casa de la encomienda, en el amplio aposento

    enladrillado, Mara Fernanda Ibacache le cie a su hija aquel

    inmaculado vestido de encaje color mantequilla que se haban puesto

    en Espaa todas sus antepasadas el da de la boda y que esa tarde, por

    vez primera, sera usado en tierras del Nuevo Mundo...

    La nia est triste, pero alberga un secreto en su corazn... Ms

    que tristeza, es preocupacin por los minutos que se avecinan...

    Camino a la iglesia, bajando por las quebradas de los cerros en

    el carromato tirado por caballos empenachados y adornados con

    flores, sobreviene lo previsto. Desde las laderas, los indios

    adolescentes se abalanzan al carro en medio de gritos ancestrales y

    sacan en vilo a Mara Carlota, que, alertada, sube con rapidez a la

    grupa del caballo de Millaqueo arlupe, escapndose por los cerros

    en medio del ensordecedor gritero y de los disparos de los trabucos.

    De nada valieron las bsquedas de esa tarde desesperada, de

    esa noche angustiosa y del pavoroso da siguiente. Las cortinas de los

    coihues y alerces se cerraron sobre la pareja de enamorados y nadie, ni

    la triste Mara Fernanda Ibacache, con sus ropones morados llamando

    a su hija por las laderas de los montes, ni el padre desolado

    clamndola por los bosques mudos, lograron recuperar a la

    enigmtica fugitiva.

    Ha pasado el tiempo y nadie sabe qu ha ocurrido con los

    enamorados... Unos dicen que acosados por la bsqueda, tierra

    adentro, se lanzaron al mar como buenos nadadores y queriendo

    alcanzar la lnea del horizonte, perecieron ahoga

  • MARIA CARLOTA Y MILLAQUEO 21

    dos, convirtindose ella en sirena, y l, en el primer tritn indio...

    Pero esta historia es poco verosmil. Lo ms seguro es que los

    enamorados se perdieron en el follaje de los cerros y all vivieron,

    fundindose su sangre que dio origen a una nueva raza mestiza.

    La casa qued desolada y cuando muri de pena Mara

    Fernanda Ibacache, sin ver nunca ms ni a su hija ni a su amada

    Asturias, pas a transformarse en convento franciscano al morir sin

    descendencia Javier Francisco Cangas de Ons.

    Luego fue colegio dominico, Casa de Retiro, Seminario

    Pontificio, residencia de seoritas nobles, convento de clausura de

    monjas espaolas y chilenas, Hogar de Hurfanas Santa Luisa de

    Marillac, casa particular de la familia Otrola Zunzunegui en el siglo

    pasado y finalmente Internado y Colegio Infantil Mixto Cangas de

    Ons.

    Mentira! Mentira!... Son inventos del seor Ponsot! dijo la

    seora Anastasia Cuervo cuando supo que nosotros empezbamos a

    indagar ms en la biblioteca respecto de la verdadera historia y

    destino de Mara Carlota y Millaqueo.

    Asustadas porque algunos de los internos empezaron a decir

    que por las noches vean al fantasma de Mara Carlota rondar por la

    casa o que el indio Millaqueo se les apareca en forma de tritn

    subacutico, las directoras optaron por expulsar al seor Ponsot,

    acusndolo de fomentar la fantasa histrica entre los nios,

    estimulndoles la imaginacin en base a mentiras, hacindoles perder

    el sentido prctico, salindose de la materia de clases y, por ltimo,

    poniendo en la cabeza de las alumnas ms distinguidas y de familias

    aristocrticas la idea de escaparse del internado o de sus hogares bien

    constituidos para casarse con gente pobre.

    Pronto tuvimos a una profesora nueva, la seora Adelina

    Cceres, famosa por sus moos escarmenados, sus uas

  • 22 MANUEL PEA MUOZ

    largusimas y sus carteras haciendo juego con sus zapatos.

    Distinguida, de modales pausados y hablar modulado, la seora

    Cceres retom las lecciones de historia de Chile, dictndonos una

    cronologa de los hechos ms importantes de la fundacin de Santiago

    y de la conquista de Amrica.

    Nosotros, somnolientos, copibamos en los cuadernos Torre la

    lista de las fechas, mientras por la mente desfilaban los rostros de los

    primitivos moradores del internado, del duro Javier Francisco, que

    nos miraba a los ojos desde el retrato; de la sumisa Mara Fernanda

    Ibacache, que tocaba el salterio, oraba piadosamente y muri de

    tristeza; de la cacica de Quilpu; del hidalgo capitn Guzmn de

    Zamora, que se fue solitario a Espaa en la carabela y, por supuesto,

    de la dulce y valiente Mara Carlota y su enamorado.

    Qu habra ocurrido con ellos? Tal vez haba que esperar

    aquella publicacin del seor Ponsot financiada por la Universidad

    Catlica de la que tanto nos hablaba. Traera ilustraciones?

    Conociendo la erudicin de nuestro profesor, era casi seguro que

    contendra grabados de poca, mapas y notas fidedignas.

    S. Ibamos a saber muy pronto toda la historia con una amplia

    base documental. Pero lo cierto es que nunca se public ese estudio y

    tampoco volvimos a ver al seor Ponsot caminando con su vieja capa

    de pao azul por las calles empedradas del puerto.

    Con el tiempo, empezaron a esfumarse nuestros queridos

    fantasmas y comenzamos a creer que eran solamente fantasas de un

    profesor poeta y bohemio, con una imaginacin un poco afiebrada,

    como deca la seora Cuervo cada vez que lo mencionaba, arrepentida

    de haberlo contratado un da. Pero pronto bamos a recuperar otra vez la historia de

  • MARIA CARLOTA Y MILLAQUEO 23

    Mara Carlota y Millaqueo, cuando subimos a ese desvn antiguo al

    que estaba prohibido subir...

    Quedaba en uno de los ltimos patios, el de los carruajes, donde

    haba una calesa y tres victorias que nunca se usaban. Adems, rara

    vez se vean por ah a las guardianas. Por las tardes, antes de

    acostarnos, bamos a conversar, debajo de los parrones con racimos de

    uvas secas, con Csar Gacita y Ricardo Bezanilla. Nos sentbamos al

    borde de la pileta, debajo de un naranjo que, para decepcin nuestra,

    daba naranjas amargas.

    Una de esas tardes nos reunimos varios en el patio fragante a

    jazmn del Cabo, donde sonrea una estatua de Agustina de Aragn

    semicubierta por la hiedra.

    Algunos de mis amigos eran escpticos, sobre todo Angel

    Llamazales y Lorenzo Palma. Estaban convencidos de que no haba

    existido nunca ni Mara Carlota ni Millaqueo.

    Fueron inventos del seor Ponsot, decan. Aqu vivi

    solamente Javier Francisco Cangas de Ons, que muri de nostalgia

    espaola. Nunca ms pudo regresar a su querida Asturias. En honor a

    l, este colegio lleva su nombre. Eso es lo que nos han dicho siempre y

    lo que cantamos en el himno. Lo dems es mentira.

    Pero yo no estaba tan seguro. Aquella tarde, deambulando por

    el patio a oscuras, contemplando all lejos las luces del puerto y los

    carros de los funiculares que suban y bajaban por los cerros como

    ordenadas lucirnagas, vi con asombro que la puerta del desvn que

    llamaban carbonera estaba entreabierta.

    Con seguridad, una de las cuidadoras haba ido a buscar lea

    para las cocinas y se haba olvidado de cerrarla.

    Empuj con precaucin y sub las escaleras con temor a ser

    descubierto. Abajo, mis amigos no se decidan a acompaarme y

    prefirieron quedarse a cuidar por si venan las inspectoras nocturnas

    con sus uniformes azules y sus tocas almidonadas como temblantes

    veleros sobre las cabezas.

  • 24 MANUEL PEA MUOZ

    Sube t. Nosotros cuidamos dijo uno de los muchachos con

    una voz en la que se reflejaba el miedo.

    Yo segu subiendo las escaleras, cuyos peldaos crujan. Arriba

    encend una luz dbil que alumbr una habitacin espaciosa con

    mobiliario religioso cubierto de polvo. Haba olor a encierro y

    humedad. Por todas partes colgaban gruesos cortinajes de antiguas

    felpas y en las sombras dorman estanteras de libros viejos,

    mapamundis, pupitres desvencijados, reclinatorios de iglesia, grandes

    roperos en desuso, bales de marino y guilas embalsamadas.

    Al fondo, vi con nitidez un cuadro en la pared, cubierto con un

    pao. Me aproxim con el corazn temblando y cierto presentimiento.

    Algo me deca que iba a descubrir una certeza. Efectivamente, al tirar

    el lienzo, que cay de inmediato al suelo, pude ver bajo la luz de

    aquella lmpara el retrato que representaba a una nia espaola

    sentada en una roca, frente al mar, junto a un adolescente indio.

    De las manos de ambos se escapaba un queltehue que volaba al

    cielo...

    Nervioso, baj las escaleras apresuradamente y cont lo que

    haba visto a mis compaeros con palabras entrecortadas por la

    sorpresa. Era cierto lo que el seor Ponsot nos haba relatado. Haban

    existido Mara Carlota y Millaqueo. La prueba era el retrato que

    estaba oculto en el desvn.

    Algunos de los nios ms incrdulos quisieron subir a

    comprobar el descubrimiento, pero en ese instante por suerte para

    ellos, porque estaban temblando de miedo llegaron las inspectoras

    asomndose por el pasillo de la bodega y todos echamos a correr por

    los patios hacia nuestros dormitorios.

    Ms tarde, cuando volvimos a cruzar el jardn del magnolio con

    los animales de loza y el corredor que iba a dar al dormitorio de las

    mujeres, para intentar subir de nuevo,

  • MARIA CARLOTA Y MILLAQUEO 25

    vimos que la puerta del desvn estaba cerrada con doble candado.

    No te dijimos? Eran mentiras aseguraron mis amigos

    tratando de autoconvencerse.

    Y efectivamente creyeron en que haba sido un invento mo

    cuando das ms tarde subieron a la carbonera por una ventana lateral

    entreabierta y no encontraron por ningn lado el cuadro que yo haba

    visto.

    Cuando yo mismo sub a comprobar, advert que, en efecto, el

    hermoso retrato con la imagen de Mara Carlota y Millaqueo haba

    desaparecido.

    Estabas tan asustado que te imaginaste que all haba un

    cuadro. Ese leo nunca existi dijeron mis compaeros.

    Pero yo saba que no era verdad. Que el leo del indio y la nia

    espaola estaba una vez all en el viejo desvn.

    Qu haba ocurrido con el retrato firmado por Alonso Martnez

    Vegazo? Nadie lo supo. Lo cierto es que mis amigos nunca creyeron

    mi historia. No quisieron creer que yo haba visto el cuadro, como

    tampoco creyeron la narracin fundamentada que nos relat en clases

    el seor Ponsot. Y, sin embargo, todo haba sido hermoso...

    Transcurri el tiempo y lleg el da en que nos despedamos.

    Aquellos queridos amigos iban a volver, como yo, a sus hogares e

    iban a olvidar aquellas conversaciones surgidas bajo la sombra de los

    castaos, despus de una clase de historia de Chile.

    Yo iba a volver a Concepcin, al viejo fundo de Hualpn, cerca

    de la casa de don Pedro del Ro, en donde vivan mis padres. Pasara

    all las vacaciones y estudiara despus en un colegio nuevo que

    haban abierto en Talcahuano... No tena ya necesidad de regresar a

    Valparaso...

  • 26 MANUEL PEA MUOZ

    Al comenzar otro perodo de vida, mis sentimientos estaban

    confusos. Lo que s tena claro era que en mi interior, al salir de ese

    colegio Cangas de Ons, yo llevaba una inquietud y una emocin.

    Atrs quedaba ese internado misterioso, donde una vez, cuando

    fue casa hace siglos, se amaron un indio y una espaola.

    Y solamente yo saba con certeza que aquello haba sido verdad.

    Muchos aos ms tarde habra de regresar en un viaje por barco

    al viejo puerto de Valparaso despus de visitar a lejanos familiares en

    Espaa. Acodado en la baranda del Reina del Pacfico, vea a lo lejos los

    cerros y las pequeas casas con glorietas y parques con estatuas de

    reinas de Inglaterra.

    All estara el colegio con sus parronales y su amplio zagun

    embaldosado, con las magnficas plantas y los cacharros de cobre

    colonial. All estara el arado de adorno, el Nio Dios en su fanal de

    vidrio sobre el escritorio de la directora nueva, y en las paredes los

    retratos enmarcados de los sucesivos moradores de la vieja casona...

    Volvan a vivir en mi mente los juegos con mis compaeros.

    Qu habra sido de la vida del inconformista Csar Gacita? Y de

    Lorenzo Palma, mi amigo confidente de tantas conversaciones y

    pequeos miedos infantiles? Recordaba en detalle el rostro de cada

    uno de mis compaeros de habitacin y de las muchachas con sus

    uniformes impecables sentadas en la prgola de la flor de la pluma

    fingindonos indiferencia.

    Al descender la pasarela al muelle, surgi en m el deseo de

    regresar otra vez al cerro Cordillera, donde un da vivi Javier

    Francisco Cangas de Ons, para recorrer como antes las

  • MARIA CARLOTA Y MILLAQUEO 27

    calles inverosmiles de veredas angostas sombreadas por las acacias.

    Comenc a subir las empinadas escaleras de piedra y segu

    ascendiendo en medio de casonas revestidas de planchas de zinc

    reverdecidas por las lluvias.

    Poda recordar cada aroma, cada mampara. Ese era el balcn

    que vea desde mi dormitorio en el internado. Vivira an aquella

    dama solitaria que se sentaba a mirar el mar con un bastidor de

    bordado en la mano?

    Mi corazn lata. Ya iba a llegar al viejo colegio... Y como antes,

    yo senta en mi interior el nerviosismo que precede al primer da de

    clases... Estara el edificio tal cual como lo haba dejado tiempo antes?

    Cerr los ojos un instante, tratando de recordar cada detalle.

    Dobl la esquina y abr los ojos con el corazn ansioso. Pero el

    histrico Internado Particular Mixto Cangas de Ons, la maravillosa

    casa colonial con sus siete patios, sus corredores olorosos a jazmn, sus

    estatuas de mrmol representando a las cuatro estaciones, sus grandes

    salas de techos altos, sus fuentes, sus encinos centenarios, su capilla

    propia con santos vestidos, su gimnasio que daba al mar y su teatro,

    haba sido demolido.

    En su lugar haban construido un moderno edificio de siete

    pisos...

    Descend descorazonado al centro de la ciudad, desandando ese

    mbito perdido. An poda permanecer un breve tiempo ms antes de

    regresar otra vez a Concepcin, donde mi familia aguardaba mi

    retomo.

    Estuve pensativo en el Hotel Reina Victoria del puerto en una

    habitacin espaciosa con balcones que miraban a la baha, cuando das

    ms tarde, por esos impulsos nostlgicos del que regresa despus de

    mucho tiempo a sus lugares de origen, decid viajar al interior de

    Valparaso adonde haca

  • H MANUEL PEA MUOZ

    mos paseos con mis amigos a cazar mariposas con redes de tul.

    Haca tantos aos que no viajaba al valle de la cacica de

    Quilpu...

    Era primavera y haban florecido los espinos, perfumando de

    amarillo la pradera. All, en un costado, despus de dejar atrs El

    Belloto y Peablanca, estaba el casero de Huanhual, que en lengua

    mapuche quiere decir lugar de queltehues.

    Sin saber por qu, me encamin hacia el poblado de casas bajas,

    en medio de los aromos en flor. S. Estaba seguro. En un patio, unos

    nios jugaban. Tenan rostros blancones y ojos almendrados, facciones

    espaolas y sonrisas de aire picunche. En el fondo de los ojos brillaba

    algo as como un ligero polvo de oro. Eran ojos de diversas

    tonalidades del castao, del verde limn, pero siempre all, aquel

    sendero dorado.

    Era tal vez el polvillo de oro del estero Marga-Marga por donde

    los enamorados haban subido, siguiendo la ruta de los lavaderos

    hasta llegar a esa aldea perdida que no guardaba relacin alguna con

    los otros pueblos ms aglomerados valle abajo.

    Esos nios chilenos estaban jugando al corre corre la waraka en

    castellano, con un pauelo blanco. Eran ellos... los nietos de los nietos

    de los nietos...

  • MARIA CARLOTA Y MILLAQUEO 29

    Les sonre y me vine camino abajo por la ladera del monte.

    Cuando volv la vista por ltima vez hacia el casero de

    Huanhual, una pareja de queltehues pas volando por mi lado,

    rozndome apenas la manga. Revolote un instante ms por el aire

    lmpido y luego se alej volando hacia el cielo, cruzndose y

    recruzndose, hasta que la perd de vista...

  • BALTASARA, LA NIA DUENDE DEL CALLEJON DE LAS

    HORMIGAS

    Para Violeta Adam, su magia, su voz y su cinta roja.

    Todos los veranos, apenas descendan sobre

    los cerros del viejo puerto las lentas lluvias

    de ceniza de los incendios de eucaliptos,

    llegaba a la casa la ta Violeta para que friese

    con ella a pasar las vacaciones al interior de

    San Felipe.

    Apenas transcurridos los primeros das

    de enero, mi madre ya empezaba a prepa-

    rarme las maletas, porque era sabido que con pasos de hada

    y cierto aire de complicidad, mi ta Violeta apareca con

    paquetes de chirimoyas, dando abrazos de Ao Nuevo y

    organizando tambin ella misma los preparativos de ese

    esperado viaje al campo.

    Era ella la que decida qu ropa era ms aconsejable poner en la

    vieja maleta y qu libros tenamos que llevar, porque all los das eran

    muy largos...

    Esa misma tarde emprendamos el viaje en tren desde la

    estacin del puerto, y tras las despedidas a mi madre y a mis

    hermanos menores, empezbamos a ver el paisaje desde la ventanilla,

    primero las pequeas playas a lo largo de la va frrea, despus las

    antiguas casas con mansardas y las suaves lomas con molinos

    solitarios.

    Nos gustaba ver pasar las casas de Limache con nios sentados

    en las puertas o hacindoles seas al tren que pasaba vertiginoso por

    estaciones perdidas, adornadas de buganvillas de color salmn.

  • 32 MANUEL PEA MUOZ

    Ahora pasbamos por San Pedro... All lejos se divisaba el

    antiguo almacn de unos italianos con sus plantaciones de claveles... Y

    ahora vena Quillota con una estacin que me pareca gigantesca, en

    donde vendan paltas y lcumas... Recuerdo que siempre mi ta

    Violeta alababa el corazn de la lcuma. Deca que nunca haba visto

    un color caoba tan puro...

    Ya el tren haba dejado la estacin de La Cruz y La Calera con

    sus vendedoras de delantal blanco ofreciendo por la ventanilla dulces

    y mermeladas, y pasbamos por el palmario de Ocoa hasta llegar a

    Llay-Llay, en donde cambiaban los trenes... Unos seguan rumbo a

    Santiago y otros tomaban un ramal que nos conduca en medio de

    rboles centenarios por los pueblos perdidos de Panquelhue y

    Palomar...

    Al fin, llegbamos a la estacin de San Felipe, en donde nos

    estaba aguardando el carioso Pedro Maizani.

    Luego de los abrazos en el andn todos los aos me

    encontraba siempre un poco ms grande nos dirigamos hacia la

    calle, bajo los inmensos pltanos orientales, donde nos estaba

    esperando el coche entoldado de la ta Violeta.

    Era un pequeo birlocho con faroles de bronce a los lados y

    asientos tapizados de cuero, en donde haca siglos haban viajado al

    interior de San Roque obispos y arzobispos a dar la comunin a

    familias antiguas.

    Pedro acomodaba el equipaje, nos ayudaba a subir a ese recinto

    minsculo forrado en cretona floreada algo desteida por el sol y

    luego, suavemente, mova las riendas para que el caballo, cada ao

    ms viejo, se pusiera en marcha, primero por las calles empedradas de

    la ciudad colonial con casas bajas encaladas, y despus por el camino

    polvoriento bordeado de zarzamoras que, despus de muchas vueltas

    y desvos, conduca a Lo Valds.

  • BALTASARA, LA NIA DUENDE DEL CALLEJON DE LAS HORMIGAS 33

    Al salir de la ciudad, mi ta Violeta se pona un ancho sombrero

    de guindas de cera para protegerse del sol y del polvo del camino.

    Afirmada en una manilla, me iba explicando quines vivan en cada

    una de las casas vetustas que veamos pasar.

    Mira. Ah viven los Gmez Maturana. Este ao hace la

    Primera Comunin la nieta de doa Berta.

    Ms adelante, al doblar una curva, sealaba:

    Ah, en esa casa a la derecha del algarrobo, viven los Torres

    Beltrn. Todava no quieren bautizar a los nios.

    Finalmente llegbamos a la casa parroquial donde viva mi ta

    Violeta. Era una casa enorme, pintada de color rojo colonial, de un

    solo piso, con corredores y pilares de esquina que estaba adosada a la

    pequea iglesita de Lo Valds...

    Antiguamente aquella casa haba sido habitada por numerosos

    sacerdotes que venan a las misiones en el campo. Entonces, todos los

    aposentos congregaban a los religiosos, que a su vez formaban nuevas

    vocaciones entre los jvenes de Lo Valds y Chagres. Pero en el

    tiempo en que yo iba all de vacaciones, la casona, que en otro tiempo

    estuvo pintada de color azul paquete de vela y que guardaba el

    sonido de las sotanas crujientes, permaneca abandonada de servicio

    religioso. No viva un solo sacerdote y mi ta Violeta era la que usaba

    las dependencias de la casa para vivir y hacerse cargo de todos los

    menesteres, tanto hogareos como parroquiales. Solamente el da

    domingo llegaba a decir misa un padre de San Felipe, de acento

    espaol, que echaba aspersiones de- agua bendita y se marchaba hasta

    el domingo siguiente. Ese era el da cuando se juntaban todos los

    vecinos de Lo Valds a la salida de la iglesia para verse y comentar las

    ltimas cosechas.

    Cuando finalmente sala toda la gente a la explanada, mi ta

    Violeta cerraba las puertas de la iglesia de Nuestra Seora del

    Perpetuo Socorro, echaba por dentro el cerrojo, se

  • 34 MANUEL PEA MUOZ

    persignaba delante de la imagen que guardaba una santa reliquia de

    una de las once mil Vrgenes y luego caminaba en puntillas a la

    sacrista.

    Muy bonita su prdica, padre Vergara. Me lleg al corazn.

    Muchas gracias deca el sacerdote besando la estola

    prpura y guardndola en la cajonera de maderas preciosas.

    Alguna novedad, Violeta?

    No, padre. Sigo haciendo el catecismo a los nios de Lo Pinto

    y tengo ahora tres inscritos nuevos para las confirmaciones. Vino

    Demetrio Olmedo, el de la pulpera. Quiere casarse con la Rosita

    Aliaga, del sandial.

    Muy bien, Violeta. Inscrbalos. El prximo domingo

    hablaremos. No se queda a almorzar, padre? Hay humitas.

    No, gracias, Violeta. Me estn esperando en San Felipe.

    El padre Vergara se despeda apresuradamente, guardaba en un

    maletn el cliz y las hostias y regresaba de inmediato en un birlocho

    destartalado que conduca el sacristn.

    Con mi ta Violeta entrbamos a la casa, que siempre estaba

    fresca. Nos gustaba almorzar muchas veces en un pequeo patio

    embaldosado con sombreadero de estera que tena alcayotas puestas a

    secar. Por las tardes solamos sentamos en la penumbra del corredor a

    conversar en el escao. Otras veces, salamos a caminar al puente o al

    arroyo. Muchas veces pasaban los campesinos en carretelas y nos

    invitaban a ir con ellos hasta sus casas. Nosotros subamos gustosos y

    de este modo disfrutbamos del paisaje y de la sombra de los enormes

    castaos de Indias de la avenida que conduca al fundo Los Molles.

    En la casa nos atendan con harina tostada o con una tajada de

    meln tuna que traan de la acequia. As estaba fresco y pareca recin

    cortado en la madrugada.

  • BALTASARA, LA NIA DUENDE DEL CALLEJON DE LAS HORMIGAS 35

    Las familias eran cariosas y departan con nosotros en

    comedores de piso de tierra o bajo las toscas glorietas de las casas

    cubiertas de glicinas.

    Luego, al anochecer, se ofrecan a llevarnos otra vez a la casa

    parroquial. Era hermoso sentir el movimiento de la carreta por el

    camino perfumado a hierbabuena y or a lo lejos el canto de los grillos,

    el croar de las ranas o el silbido lejano de la locomotora que formaba

    eco cuando atravesaba el puente.

    Una de esas tardes de verano nos invitaron a una casa de adobe

    resquebrajado al final del fundo Sorrento.

    Ya estbamos llegando, cuando empezaron a venir hacia

    nosotros los nios descalzos y algunas mujeres de rostro moreno

    envueltas en chales, a avisarnos que la funcin de magia estaba

    prxima a comenzar.

    Al parecer, mi ta Violeta nada saba. Los hombres que

    conducan la carreta nos ayudaron a bajar y nos llevaron al patio

    trasero de la casa, debajo de un gran parrn de uva tinta camacha,

    donde estaban todos los campesinos sentados en sillas de paja

    comiendo sandas.

    Delante del corredor haban construido un estrado de madera

    con banderitas de papel de volantn.

    A nosotros nos acomodaron cerca de una mesa con bandejas de

    duraznos y ciruelas Claudias. A cada instante la duea de casa, una

    mujer muy amable de delantal prendido con alfileres, se acercaba a

    ofrecernos fruta. Es Ramiro el que acta? pregunt mi ta Violeta.

    S le contest la seora. Pero no sabe que ests

    aqu.

    Al cabo de unos instantes apareci el nio mago de los

    alrededores, despus de ser anunciado por una muchacha vestida con

    ropn antiguo.

  • 36 MANUEL PEA MUOZ

    El nio mago! Me basta con cerrar los ojos para verlo otra vez

    bajo los ramajes del viejo encino... Era un adolescente plido que

    apareci desde la casa vestido con una tnica china bordada de

    dragones. Se anunci a s mismo como Mago Fu Chin y comenz a

    hacer pruebas de magia con pericia suficiente para sorprendemos. Por

    todas partes sacaba pauelos de seda. Hasta debajo del sombrero de

    un huaso sac un amplsimo pauelo con los colores de la bandera

    chilena.

    A cada instante vena hacia nosotros y le peda a mi ta Violeta

    que comprobara la perfecta circunferencia de una argolla de acero o

    que con sus propias manos rasgara una carta que despus apareca

    intacta en la cartera de una seora de la tercera fila.

    Siguieron otras pruebas difciles de prestidigitacin, pero lo ms

    desconcertante para m era ver que durante la actuacin exista una

    permanente comunicacin invisible entre el nio mago y mi ta

    Violeta.

    Al terminar la representacin de magia y tras los aplausos, el

    nio se retir del escenario con sus objetos mgicos y mi ta Violeta se

    levant hacindome una sea vaga, yndose tras l y desapareciendo

    ambos por la puerta de la casa.

    Yo me qued largo tiempo en mi silla contemplando a las dems

    personas del pblico que conversaban o cantaban mientras se

    preparaba el nmero siguiente, pero en un momento me levant para

    ver a dnde haba ido mi ta Violeta.

    La busqu por todo el patio, pero no la encontr en medio de

    aquellas personas desconocidas. Finalmente me decid a entrar a la

    casa por uno de los dormitorios que daba al corredor. Era una

    habitacin espaciosa con muchos santos en las paredes y carteritas de

    palma y olivo detrs de los cuadros.

  • BALTASARA, LA NIA DUENDE DEL CALLEJON DE LAS HORMIGAS 37

    Recorr las otras habitaciones y finalmente encontr a mi ta

    Violeta en una pieza de techo muy alto, de paredes atiborradas de

    cuadros, conversando con Ramiro, sentados los dos sobre la cama,

    como confidencindose algo.

    Al verme entrar, la ta Violeta se levant sorprendida,

    ajustndose el moo y escondiendo en el puo algo que el nio mago

    le estaba mostrando.

    Rodolfo! me dijo autoritaria. Vuelve al patio

    inmediatamente y esprame all! El programa de msica que sigue te

    va a gustar. Van a bailar unas mazurcas...

    Desde la cama, el nio mago me mir con una sonrisa lejana,

    como guardando celosamente un secreto.

    Ya no vesta la tnica oriental que estaba doblada sobre la

    cmoda junto a las jaulas de palomas amaestradas, sino ropas

    sencillas. Me impresionaba su palidez, pero ms me inquietaba el

    hecho de que la ta Violeta no me lo presentara.

    Rodolfo, esprame afuera, por favor aadi con las manos

    atrs.

    Mirando otra vez al nio mago, me retir de aquella habitacin

    en penumbras, despidindome con una venia de aquel nio

    misterioso que ahora echaba a travs de unos barrotes hojas de

    lechuga para su pequeo conejo blanco de ojos color rosado.

    Al cabo de un momento, mi ta Violeta volvi a aparecer en el

    patio, sentndose a mi lado.

    Ya es hora de irnos me dijo nerviosamente.

    Nos levantamos y unos hombres de la casa se ofrecieron a

    llevarnos de vuelta en la carreta.

    Yo trat en vano de buscar al nio mago para despedirme, pero

    ya no estaba ni en el patio ni en la casa...

    Nos despedimos de la familia y subimos junto a otros nios que

    quisieron acompaarnos. Todos iban cantando o mirando los

    potreros, pero yo iba sentado sobre un fardo con

  • 38 MANUEL PEA MUOZ

    un extrao sentimiento que no conoca. Nunca antes haba

    experimentado esa desazn. Adems, haca tan slo unos das que

    haba llegado a la casa de la ta Violeta y no me atreva a preguntarle

    nada indiscreto que pudiese incomodarla. Me gustaba estar con ella

    disfrutando de la vida en el campo, pero no tena la confianza

    suficiente como para romper su intimidad o su secreto hablndole de

    mis dudas.

    No obstante, pensaba yo, era preferible tender un velo y

    dedicarme a sentir el viento hmedo que vena del ro o caminar hasta

    la lnea del tren para poner monedas en los rieles. As, el nio rubio y

    melanclico de las palomas desapareca de mi mente como vctima de

    su propio truco.

    Y slo entonces poda ir a buscar libremente, cuando pasaba el

    tren expreso de la tarde, aquellas monedas que ahora, como por arte

    de magia, estaban convertidas en delgadas lgrimas de plata triste.

    Uno de esos das, Pedro Maizani lleg a buscamos porque

    debamos ir en el birlocho a dar las pelculas a la hacienda de las

    hermanas Peafiel.

    Una vez al mes, el padre Vergara de San Felipe dejaba en la casa

    parroquial los tambores de las pelculas que haban sido aprobadas

    por la censura. Eran unos tambores metlicos que el sacristn dejaba

    ordenados en forma de torre en el escritorio. Mi ta Violeta, que estaba

    a cargo de todo en la casa, deba encargarse tambin de ir a pasar las

    pelculas al teatro Montecarlo de la familia Peafiel y de recaudar el

    dinero de las entradas para los nios del Patronato San Gabriel de San

    Felipe.

    Ese sbado mensual era de gran expectacin. Muchas veces

    cuando nos llegaban dos o tres pelculas, mi ta Violeta me haca elegir

    cul daramos primero, porque siempre era una funcin sorpresa en el

    fundo y los campesinos nunca saban qu pelculas les bamos a pasar

    ni cuntas, ya que a veces se trataba de programas dobles.

  • BALTASARA, LA NIA DUENDE DEL CALLEJON DE LAS HORMIGAS 39

    Entrbamos al escritorio y yo poda revisar los cilindros y

    escoger por los ttulos la pelcula ms sugerente. Aunque cuando no

    haba pelculas, proyectbamos filminas religiosas con la vida de San

    Vicente de Paul o Santa Rita de Casia, claro que siempre los

    campesinos preferan una pelcula de pistoleros. En su mayora eran

    pelculas del Oeste o mexicanas de Tin Tan o Sara Garca. Una se

    llamaba Joven, viuda y estanciera y trabajaba Mecha Ortiz. Otra era

    Mata Hari y en ella actuaban Greta Garbo y Ramn Novarro, que

    era muy buena aunque estaba muy cortada.

    Tambin se pasaban noticiarios. Eran en su mayora Nodos

    espaoles de corridas de toros, procesiones sevillanas en blanco y

    negro, desfiles en Valencia o Barcelona y fiestas regionales en Bilbao o

    Aragn.

    Ese da precisamente, el programa se iniciaba con La Maja del

    Capote, una pelcula sevillana en colores con Estrellita Castro. La

    otra que eleg fue una pelcula sobre la Guerra de Secesin en los

    Estados Unidos...

    Recuerdo que subimos los cilindros a la pequea victoria y nos

    dirigimos al teatro de las hermanas Peafiel por un camino

    perfumado a menta.

    La casa de las hermanas era un verdadero palacio en medio del

    campo. Tena tres pisos, con amplios ventanales con postigos verdes,

    terrazas con sillones de mimbre entre los macizos de hortensias,

    torreones moriscos y escalinatas de mrmol. Sobre la torre ms alta

    giraba una veleta que representaba un ngel tocando la trompeta.

    En el parque de la vieja hacienda campestre haba estatuas

    egipcias y una fuente con peces de colores con una estatua de un

    Angel de la Guarda trado de Pars, cuidando a dos nios que surgan

    de entre las ramas de los papiros.

    En un costado de la casa estaba el pequeo teatro de madera,

    como una construccin del Oeste americano, donde

  • 40 MANUEL PEA MUOZ

    en tiempos mejores se representaron peras y operetas. Mi ta Violeta

    me cont que all haba visto La Princesa de las Czardas en una

    ocasin en que el Prncipe de los Abruzzos visit a los abuelos de las

    hermanas Peafiel. Mi ta Violeta era una nia en ese entonces, pero

    recordaba muy bien cada detalle de la funcin musical en noche de

    luna.

    Ahora, en cambio, el pblico era muy diferente. En su mayora

    eran campesinos y mujeres de vestimenta humilde, que sentados en

    largas bancas de madera aguardaban impacientes el inicio de la

    funcin.

    Pedro Maizani puso los rollos de pelcula en la vieja proyectora,

    mientras mi ta Violeta, en un costado, conversaba con las dos

    hermanas Peafiel sentadas las tres en grandes sillones de terciopelo

    granate. Estos son los sillones morado- eminencia de nuestro to

    monseor Emilio Peafiel Echaurren, decan siempre las hermanas

    cada vez que se sentaban en aquellas reliquias.

    Ven a sentarte aqu me dijo la ta Violeta especialmente

    vestida para aquella ocasin, acercndome una silla de Viena, que era

    de la casa.

    Laura y Kenya Peafiel me miraron profundamente a los ojos y

    sonrieron veladamente de manera enigmtica.

    Es mi sobrino Rodolfo..., el hijo de mi hermana Antonia... Est

    ms crecido que el ao pasado, verdad?

    Las hermanas asintieron con un gesto, sin proferir palabra. No

    s por qu no me gustaban. Me parecan extraas con esas

    vestimentas antiguas oliendo a jabn Ideal Quimera con blusas llenas

    de botones de ncar y puos de encaje, mirando de soslayo a los

    inquilinos y haciendo girar en sus manos afiladas el mango de sus

    bastones.

    De pronto advert que llegaba solo el nio mago que habamos

    visto das antes en el fundo Sorrento.

  • 42 MANUEL PEA MUOZ

    Avanz por el pasillo del teatro como si fuera la nave de la

    iglesia, con una expresin de infinito recogimiento. Iba en su propio

    mundo, sumido en sus pensamientos. De improviso, gir su rostro

    hacia donde estbamos nosotros, como si presintiera que lo

    observbamos, y salud con una venia discreta a las hermanas

    Peafiel, quienes lo saludaron tambin con cierta complicidad,

    sonrindole secretamente...

    Lo ms particular era que mi ta Violeta tambin lo haba

    saludado como si lo conociera de siempre, con un movimiento de

    cabeza que denotaba alegra y profundo cario, y, en todo caso, con

    una sutil e invisible relacin interna que no tena con los dems nios.

    Observ adems que por la camisa entreabierta se le asomaba la

    misma cinta roja colgada al cuello que llevaba el da de la funcin de

    magia...

    Ahora el nio mago se sent en una de las bancas,

    mimetizndose con los otros nios del pueblo, pero de vez en cuando

    se volva hacia donde estbamos nosotros y sonrea con una mirada

    intensa. Luego volva la vista hacia los cortinajes cerrados, pero yo

    senta que sus pensamientos continuaban aleteando en nuestro

    mbito.

    Fue en ese instante que advert cierto privilegio hacia el nio

    mago. A una sea de Kenya Peafiel, una de las empleadas del fundo

    sali hacia la casona y volvi con una silla con respaldo de brocato. La

    puso en un costado especial desde donde se tena mejor vista hacia la

    pantalla y luego se acerc al nio mago, pidindole que se cambiara

    de lugar.

    El nio se levant y en puntillas se dirigi hacia su nuevo

    asiento, envindonos una sonrisa.

    Te va a gustar la pelcula me dijo la ta Violeta, sacndome

    de mis cavilaciones.

    Por fin las luces se apagaron y Pedro Maizani comenz a hacer

    funcionar la vieja proyectora. De inmediato, un haz

    BALTASARA, LA NIA DUENDE DEL CALLEJON DE LAS HORMIGAS 43

    de luz ilumin la pantalla y comenzamos a ver en esa seda blanca de

    mapas inverosmiles los ttulos de una pelcula musical espaola.

    Estaba empezando a concentrarme en las primeras escenas

    filmadas en el Parque de Mara Luisa, cuando advert de reojo que

    Laura Peafiel, la menor de las hermanas, la que siempre llevaba un

    camafeo de Roma al cuello, se acerc a mi ta Violeta hablndole al

    odo.

    Como era algo sorda, alz la voz, de manera que pude or

    perfectamente sus palabras.

    Sabe algo tu sobrino?

    No le respondi por lo bajo mi ta Violeta. No le he

    querido contar nada...

    En vano trat de poner atencin a las canciones de Estrellita

    Castro en los balcones de la Plaza de doa Elvira. No poda seguir los

    avatares de la nia andaluza regando geranios ante una reja. Slo

    pensaba en las extraas palabras que se haban intercambiado antes

    de iniciarse la funcin mi ta Violeta con Laura Peafiel...

    Estaba en esas meditaciones cuando uno de los perros de los

    inquilinos que andaba husmeando gatos en la sala, se subi al

    escenario y empez a ladrarle a la pantalla cuando sali Estrellita

    Castro a las calles del barrio de Triana a pasearse con su dlmata.

    La gente gritaba y se rea tratando de sacar al perro del

    escenario, pero yo estaba impasible, concentrado en mis

    pensamientos, sentado en mi silla especial como el nio mago

    junto a las dos hermanas y a mi ta Violeta.

    Ahora volv a mirarlas y pude verlas a las tres en la penumbra

    del teatro, mientras vean bailar flamenco en una taberna del Puerto

    de Santa Mara, en medio del humo, como tres figuras

    fantasmagricas, muy serias, sentadas de perfil.

  • 44 MANUEL PEA MUOZ

    Como la pelcula haba sido prcticamente de largo metraje,

    Pedro Maizani decidi que en aquella oportunidad se pasara

    solamente La Maja del Capote, dejando para la prxima semana la

    pelcula americana. Algunos inquilinos protestaron, pero la mayora

    ni siquiera se enter que se tena pensado proyectar dos pelculas en

    vez de una.

    Mi ta Violeta se dirigi al escenario cuando termin la pelcula

    de Estrellita Castro y all, bajo la lmpara de lgrimas, anunci La

    Hora del Forajido para la prxima semana. La gente aplaudi y los

    nios salieron con radiante alegra y fueron a mirar la pequea caseta

    en donde Pedro Maizani rebobinaba la pelcula en medio de humos

    pavorosos.

    Yo estaba atento por si vea al nio mago, pero ste ya haba

    desaparecido del teatro.

    Afuera, la gente se qued un momento ms cantando y

    ensayando los pasos de baile de la pelcula. Un profesor de la escuela

    de Lo Pinto que haba asistido, deca que la cueca chilena provena de

    esos bailes espaoles, pero los campesinos lo miraban con aire entre

    desconfiado y burlesco.

    Yo me paseaba entre la gente que comentaba, pensando que era

    agradable estar all sintiendo a lo lejos el correr del estero y el sonido

    de los caballos que se alejaban por la llanura.

    Por qu no pasan un momento a la casa, antes de irse?

    sugiri Laura Peafiel con sus ademanes distinguidos.

    Mi ta Violeta pas a recoger el dinero de las entradas a la

    cabina de Pedro Maizani, que tena una ventanilla con barrotes hacia

    la calle.

    Aqu est todo, seorita Violeta le dijo a mi ta una seora

    de lentes gruesos que nunca se sacaba el velo de misa.

    Muchas gracias, Estevilda. Aqu tiene. Esto es para usted.

    Pedro, vamos a ir con el nio a la casa de las Peafiel un momento.

    Pon las pelculas en el birlocho. Dentro de un momento volvemos.

    BALTASARA, LA NIA DUENDE DEL CALLEJON DE LAS HORMIGAS 45

    El interior de la casa de las hermanas Peafiel era suntuoso. No

    se poda creer que en medio de esos campos perdidos hubiese una

    mansin de estilo europeo con tapices en las paredes, antigedades

    coloniales y muebles vetustos de palo de rosa.

    Tomen asiento dijo Kenya Peafiel.

    Nosotros nos sentamos en unos sillones antiqusimos de

    terciopelo rojo que olan a incienso.

    Voy a traerles algo dijo Laura Peafiel, desapareciendo con

    Kenya al final de un largo pasillo.

    Yo me levant del silln y mientras mi ta Violeta se quedaba

    pensativa mirando por una ventana, absortos sus pensamientos en La

    Giralda sevillana y en los patios de naranjos, yo me puse a deambular

    por el saln, descubriendo bibelots de porcelana y un pequeo cofre

    sobre una mesa.

    Apenas lo vi, me llam poderosamente la atencin, como si su

    contenido me hubiese atrado ancestralmente.

    Tena una pequea llavecita dorada puesta en la cerradura y

    sobre la tapa haba un pequeo vaso con tres rosas rojas...

    El silencio era perfecto. Nadie me vea. Las dos hermanas

    Peafiel se encontraban en los aposentos y mi ta Violeta se haba

    puesto a tocar Recuerdos de Ipacara en el arpa.

    Fue entonces que con sigilo retir el pequeo florero y lo puse

    en un costado de la mesa. Me cercior de que nadie vena y abr el

    cofrecito con la llave.

    Estaba a punto de levantar la tapa, cuando aparecieron las dos

    hermanas con bandejas en la salita, acompaadas del nio mago.

    Rodolfo! No toques esa caja! me reprendi con voz

    autoritaria Kenya Peafiel.

    Nervioso y sorprendido, ped disculpas y volv a poner el vaso

    con las flores en la cubierta de la caja.

  • 46 MANUEL PEA MUOZ

    En el saln estaban ellas con el nio mago mirndome a los ojos.

    S. No slo l tena una cinta roja. Tambin Kenya Peafiel llevaba una

    exactamente del mismo tono anudada al cuello...

    Sin saber exactamente, tenia la impresin de que aquellos seres,

    incluida mi ta Violeta, guardaban un secreto comn que tena relacin

    con el contenido de aquella cajuela que me haban prohibido abrir.

    Mi ta Violeta me dirigi tambin una mirada de reproche, pero

    las dos hermanas y el nio mago, para disimular la tensa situacin que

    se haba producido, comenzaron a ofrecemos unos pastelitos de

    manjar con lcuma, preparados por las dos hermanas, y una mistela

    muy, muy suave, que tambin haban elaborado siguiendo antiguas

    recetas.

    Pedro Maizani toc la campanilla avisando que ya estaban las

    pelculas en el birlocho. Mi ta Violeta empez a despedirse de las

    hermanas Peafiel y del nio mago de manera muy nerviosa. Yo

    notaba que se miraban a los ojos con aire cmplice y que luego se

    sonrean unos con otros de modo misterioso.

    Finalmente nos despedimos y por primera vez pude estrechar la

    mano del nio mago que me mir con profundidad a los ojos, como

    suponiendo que un da yo tambin iba a estar en el secreto.

    Subimos al birlocho y despus de hacer seas, enfilamos por un

    camino de tierra bordeado de sauces.

    A mi lado, mi ta Violeta iba en silencio. Miraba simplemente el

    paisaje sumido en la oscuridad. Ya haba anochecido mientras

    estbamos en el interior de aquel palacio campestre y ahora all afuera

    se divisaban las sombras confusas de los lamos y las luces de las

    casas a lo lejos.

  • BALTASARA, LA NIA DUENDE DEL CALLEJON DE LAS HORMIGAS 47

    Pedro Maizani haba encendido los faroles a gas del birlocho y

    mientras avanzbamos por el camino pedregoso, veamos el campo

    dbilmente iluminado.

    El carruaje se bamboleaba bajo la luna llena. Los campos se

    extendan all lejos bajo un manto lechoso. A mi lado, en completo

    silencio, acaso sumida en pensamientos taciturnos, iba mi ta Violeta,

    afirmada en la manilla, tratando de atisbar figuras en el ramaje de los

    rboles.

    Por fin llegamos a la casa. Pedro Maizani ayud a bajar las

    pelculas y prometi venir a almorzar con nosotros al da siguiente,

    cosa que alegr mucho a mi ta Violeta.

    Si haba algo que la contentaba era que Pedro Maizani tomara

    por s mismo la iniciativa de llegar a la casa, sin necesidad de

    invitacin previa. Creo que a mi ta Violeta le gustaba cuando Pedro

    Maizani se impona. Muchas veces le peda la opinin o bien l mismo

    daba rdenes como si fuera el dueo de casa.

    Siempre cuando vena oloroso a colonia de clavel, con el pelo

    brillante y los bigotes recortados, pasaba despus de almorzar con

    nosotros debajo del parrn a la sala de msica de los sacerdotes,

    donde estaba el piano de cola cubierto de jarrones, candelabros,

    figuras y retratos enmarcados de obispos y cardenales.

    Pedro Maizani se sentaba en el taburete, retiraba la lengeta de

    fieltro y se pona a tocar Las Estrellas, cantando con su voz vibrante

    y ligeramente nasal:

    A cantar a una nia yo le

    enseaba y un beso en

    cada nota ella me daba...

    Mi ta Violeta se alisaba el pelo con ese gesto caracterstico que a

    veces tena y coreaba con l algunas estrofas:

  • 48 MANUEL PEA MUOZ

    Y aprendi tanto y

    aprendi tanto que

    de todo saba menos

    de canto...

    Sentado en el viejo silln, yo los escuchaba cantar mientras mi

    vista se paseaba por esos empapelados de otra poca en donde

    estaban colgados leos coloniales con santos que ascendan al Cielo y

    misteriosos rostros de capellanes antiguos que miraban severos desde

    las sombras.

    Uno de esos das, muy temprano, lleg Pedro Maizani a la casa

    con su poncho de Castilla que a veces se pona, cuando las maanas

    estaban frescas. Las puertas del corredor estaban siempre abiertas, de

    modo que se poda ingresar al saln o a los dormitorios sin siquiera

    hacerse anunciar.

    Mi ta Violeta se hallaba tambin desde temprano en la oficina

    parroquial pasando en limpio actas de matrimonio con una lapicera

    de palo que iba untando parsimoniosamente en un gran tintero de

    cristal.

    Pedro! dijo alegremente, levantando la vista de los libros.

    Violeta, esta tarde tengo que ir al Callejn de las Hormigas a

    ver un campo de girasoles, y me gustara ir con Rodolfo para que

    conozca.

    La idea de ir al Callejn de las Hormigas me entusiasmaba

    enormemente. Nunca haba llegado tan lejos. Conoca los fundos con

    parques de peumos y palquis, las viejas quintas de los alrededores con

    rejas de fierro forjado y tinajas con cardenales rosados, pero jams me

    haba encaminado por los recodos de la cordillera.

    No dijo mi ta Violeta, visiblemente nerviosa. Al Callejn

    de las Hormigas, no.

    Por qu no, ta Violeta? S montar perfectamente y Rocn es

    bien manso.

  • BALTASARA, LA NINA DUENDE DEL CALLEJON DE LAS HORMIGAS 49

    No..., es mejor que no, Rodolfo. Adems, esta tarde tenemos

    que ir a repartir santitos a los nios que van a hacer la Primera

    Comunin este ao. Le dije a la seora Berta Sandoval que iba a ir

    contigo. Quiere conocerte...

    Violeta dijo Pedro Maizani con esa voz autoritaria que a

    veces tena cuando hablaba con la ta. Ya es tiempo que Rodolfo

    sepa. Lo voy a llevar de todas maneras.

    Mi ta Violeta trat de sostener la mirada de Pedro Maizani,

    pero al cabo de un momento la baj con una triste sonrisa y dijo:

    Esta bien, Pedro. Pero regresen temprano. Los estar

    esperando con mate con leche de cabra.

    Montamos esa tarde los caballos y enfilamos el Valle del

    Aconcagua, dejando atrs la pequea capillita rural y las casas

    dispersas en la pradera.

    Esa que est all es la Hacienda Las Perdices dijo Pedro

    Maizani apuntando hacia una hermosa casa seorial perdida al fondo

    de una avenida de palmas chilenas. En su tiempo fue una gran casa.

    Lstima que ahora est tan deteriorada. Se inund completamente con

    el ltimo desborde del ro... En su poca yo vi desfilar caravanas de

    coches victoria con visitas que venan de la capital. Incluso un fin de

    semana vino una condesa espaola. Esa noche, en su homenaje,

    dispararon fuegos artificiales a la luna llena.

    Atrs iba quedando la vieja casa de adobe, teja y madera en

    medio de los lcumos centenarios.

    El estrecho camino se iba abriendo paso ahora entre las

    montaas sembradas de cactos y piedras filudas.

    Este es el Callejn de las Hormigas dijo Pedro Maizani,

    frenando el paso de su caballo. Cuentan que por aqu penan... Los

    arrieros, cuando pasan por aqu, dicen que escuchan voces de nias

    hablando en castellano antiguo. Se

  • 50 MANUEL PEA MUOZ

    entiende casi todo, pero hay palabras que ya no se usan, por eso es

    difcil comprender de qu estn conversando. En todo caso, cuentan

    que las niitas se ren cuando pasan los hombres con los caballos y

    hasta cantan rondas de la poca de la reina Isabel la Catlica.

    Y usted las ha visto, Pedro?

    No, pero creo firmemente en los campesinos que han odo a

    las nias. Incluso hay uno que las ha visto. Dice que son varias y que

    se visten con ropas de otro tiempo y botines con cordones. Son muy

    bonitas, de caras blancas y pelo negro. Precisamente ah, bajo ese

    quillay, se le apareci una de las nias y le habl. Le dijo que se

    llamaba Baltasara.

    Baltasara? le pregunt sorprendido mientras vea

    cimbrearse las viejas pataguas.

    S. Es un nombre antiguo... El viejo Anselmo, el de la

    quebrada de las cabras, fue el primero que la vio. Fue hace aos...

    Cuenta que iba bajando a caballo, cuando vio una lucecita que bailaba

    bajo el quillay. Pareca una lucirnaga, pero de una luz mucho ms

    viva. Amarr el caballo y fue a ver, escondindose entre los

    matorrales. Y entonces fue que la vio... Era una nia muy hermosa,

    como una mueca de bucles color castao que bailaba en punta de

    pies, sin tocar el suelo, a la luz de la luna... Llevaba un vestido de

    organd blanco, y en el pelo, cinco cintas rojas.

    Cinco cintas rojas? pregunt sorprendido.

    S respondi Pedro Maizani, haciendo apurar el paso del

    caballo. Cuenta que estuvieron conversando un largo momento, y al

    final la nia Baltasara se sac una cinta del pelo y se la dej de

    recuerdo.

    Ser cierto? pregunt desconcertado.

    Si quieres, pregntale t mismo al viejo Anselmo. Vamos

    precisamente hacia all.

  • BALTASARA, LA NIA DUENDE DEL CALLEJON DE LAS HORMIGAS 51

    Con los picachos de la cordillera delante de nuestra vista,

    llegamos a la casa solitaria del viejo Anselmo. Era una humilde

    cabaa de techo de estera en medio de un bosquecillo de ramas

    cenicientas. El cielo estaba despejado y en el silencio de la cordillera se

    escuchaba el vuelo de las torcazas y las loicas de pecho encendido.

    Una rama se doblaba y all se columpiaba por un breve instante una

    trtola que luego emprenda el vuelo.

    Hay mucho que hablar, Pedro dijo el viejo Anselmo con su

    voz de hombre rudo. Desensillen... Vamos a ir a pie por los

    parronales.

    Los dos hombres se fueron caminando por los campos

    sembrados, mientras yo me qued dndoles de beber a los caballos e

    imaginndome que en ese mismo mbito de romerillos y quiscos

    haba bailado una vez el espritu de la nia Baltasara...

    El viento bajaba silbando por el callejn cuando vi venir

    caminando a los dos hombres seguidos por la perra Ruta.

    Don Anselmo le dije cuando llegaron a la cabaa hablando

    del campo de girasoles. Pedro Maizani me cont que usted haba

    visto bailar a un duende. Es cierto?

    Don Anselmo, sorprendido por la pregunta directa, mir como

    interrogando con los ojos a Pedro Maizani, quien a su vez le devolvi

    una sonrisa como asintiendo algo.

    Luego me mir al fondo del corazn como tratando de indagar

    si mi naturaleza estaba preparada para conocer una delicada verdad.

    S..., as es..., y sigo viendo todava a la pequea Baltasara...

    Todas las noches de luna aparece bajo los rboles con su linda sonrisa.

    Incluso una noche en que yo estaba enfermo y no pude salir a la

    higuera, la nia Baltasara entr a la casa. Yo no s cmo, puesto que la

    puerta estaba cerrada con tranca. Pero all se puso a danzar delante de

    m e incluso

  • 52 MANUEL PEA MUOZ

    me llev una bandeja de pasteles... Los duendes son buenos, Rodolfo,

    y slo se aparecen a las personas que tienen el corazn puro. No lo

    olvides.

    Y dgame, don Anselmo..., le dijo algo la nia Baltasara?

    Hablaron alguna vez?

    Oh, s..., aquella noche, cuando me escond en los matorrales

    para verla bailar con sus botines y su vestido blanco, me descubri y

    se acerc sigilosamente para hablarme. Al comienzo tena miedo

    porque sus pies no tocaban el suelo y el cuerpo emita una suave

    luminosidad como una aureola, pero despus me tranquilic por su

    sonrisa... Estuvimos hablando y me dio incluso su nombre completo y

    el de sus amigas. Claro que los de ellas los olvid... pero retuve el de

    la nia que me habl... Se llama Baltasara Ecija Castaeda y naci

    aqu, entre estas quebradas, en los tiempos cuando reinaba la cacica

    de Maquehua... Claro que esta nia no es india, sino hija de

    espaoles...

    Rodolfo! Rodolfo! Se est anocheciendo... Tenemos que

    volver me llamaba Pedro Maizani desde el caballo.

    Otro da que vuelvas te contar ms acerca de la nia

    Baltasara... y te mostrar su cinta roja.

    Qu?

    S. Cuando la nia Baltasara termin de contarme su vida bajo

    el viejo quillay, se sac del pelo una de sus cinco cintas como recuerdo

    de esa amistad que haba nacido. Desde entonces, esa cinta me

    protege. Cada vez que estoy triste la saco de una caja y la tengo en mi

    puo largo tiempo. Entonces me siento acompaado y me parece que

    la vida es bella...

    Asombrado con las palabras del viejo Anselmo, mont mi

    caballo y emprendimos en silencio el regreso con Pedro Maizani

    bajando por el desfiladero y dejando atrs el Callejn de las

    Hormigas.

  • 54 MANUEL PEA MUOZ

    Cuando llegamos a la casa, not que la ta Violeta mir a los ojos

    a Pedro Maizani, como aguardando una respuesta. Pero l, sin decirle

    nada, se limit en forma altiva, y sin bajarse del caballo, a enviarle con

    aire cmplice una hermosa sonrisa... Pedro, no vas a bajarte a tocar el piano?

    No, Violeta. Otro da... Ser mejor que converses con el nio

    esta noche.

    Ta Violeta estaba intranquila. Trataba de esquivarme. Sala y

    entraba sin motivo alguno a las habitaciones, moviendo de lugar los

    santitos de yeso de las cmodas, cambindole agua a una redoma,

    donde siempre nadaba una rosa sumergida, o poniendo ramas de

    lavanda en los cajones del armario para que las sbanas estuvieran

    fragantes.

    Aquella noche de impresiones desconocidas, sentados en la

    glorieta cubierta de jazmines, trat de averiguar ms acerca de la nia

    Baltasara, pero la ta Violeta estaba pensativa como siempre, absorta

    en sus propios pensamientos, mirando cmo la torre de la iglesia se

    recortaba contra la luna llena.

    Esa noche no pude dormir tranquilo. En sueos vea aparecer a

    la nia duende con su vestido blanco y sus cintas rojas bailando en

    punta de pies con las manos en alto, con movimientos giles y

    livianos, como si ejecutara los pasos de un invisible ballet.

    De pronto me despert. La nia Baltasara mova las cortinas

    del dormitorio? Incorporado en la cama que llamaban carroza,

    porque era enorme y de bronce, me puse a mirar hacia el jardn por la

    ventana. Afuera alguien se mova bajo las ramas de los duraznos. Era

    la nia Baltasara? No. Era la ta Violeta que caminaba entre los rboles

    hacia la gruta, como si conversara con alguien.

  • BALTASARA, LA NIA DUENDE DEL CALLEJON DE LAS HORMIGAS 55

    Intranquilo, trat de atisbar aquellas sombras en el ramaje hasta

    que desaparecieron...

    Largo tiempo me qued aguardando en la cama, acechando

    cualquier ruido, hasta que por fin volv a sentir los pasos de la ta

    Violeta que regresaba del jardn entrando en puntillas al dormitorio.

    Nome asegur a la maana siguiente, cortando una tajada

    de dulce de camote. Seguramente lo soaste... No me levant en

    toda la noche... Debes haber tenido una pesadilla. Llegaste muy

    fatigado del paseo al Callejn de las Hormigas.

    Esa misma maana, me encontraba en la torre de la iglesia,

    donde me gustaba subir para ver las campanas, sentir el revoloteo de

    las palomas y ver el paisaje, cuando vi venir dos bicicletas por el

    camino de tierra que conduca a la casa parroquial.

    Eran dos mujeres que avanzaban por los sembrados

    lentamente, llevando sombreros de paja...

    Poco a poco se fueron acercando hasta la explanada, en donde

    aminoraron la marcha, bajndose de las bicicletas y dejndolas en el

    poste donde los hombres amarraban los caballos.

    Mi ta Violeta sali a recibirlas. S. Eran las dos hermanas

    Peafiel.

    Al cabo de un momento, vi venir por el mismo sendero a un

    nio rubio que caminaba despacio como si fuese una aparicin.

    Estaba llegando el nio mago al parque de la casa cuando mi

    ta Violeta sac una mesa con un jarro de jugo y vasos y sirvi a las

    visitas en la glorieta del jazmn donde a veces nos sentbamos a

    conversar.

  • 56 MANUEL PEA MUOZ

    All estuvieron mucho tiempo hablando, pero desde la torre no

    poda escuchar sino el murmullo de aquellas confidencias.

    Finalmente, las visitas se despidieron de mi ta Violeta. Kenya y

    Laura Peafiel con sus vestidos antiguos se subieron a sus bicicletas y

    se alejaron por el camino por donde haban venido. Mi ta Violeta se

    despidi cariosamente del nio mago y entr a la pequea oficina

    donde copiaba las actas de matrimonios.

    El nio mago se qued todava un momento ms en el parque

    mirando los macizos de pelargonias y finalmente se fue caminando

    con toda lentitud.

    Yo me qued observndolo desde el campanario hasta que lo

    perd de vista...

    Esa tarde, mientras mi ta Violeta pona flores en los altares de

    la iglesia, fui a la oficina parroquial donde se guardaban, en vitrinas,

    las partidas de bautismo.

    Eran libros pesados, de tapas de pergamino y hojas

    amarillentas escritas en tinta rojiza con caligrafa cursiva

    cancilleresca. S. Lo recordaba perfectamente: Baltasara Ecija

    Castaeda... All, en esos libros ordenados en los anaqueles, poda

    encontrarse ese nombre...

    Nervioso empec a sacar los libros de los estantes. Mi ta

    Violeta guardaba en una cajuela las llaves de las vitrinas donde

    estaban el incensario de plata para las grandes ocasiones, la patena y

    unos anteojos de marco de oro que haban pertenecido a monseor

    Salinas. Detrs de esas reliquias parroquiales se encontraban aquellos

    libros preciados que mi ta Violeta jams sacaba.

    Tentado por la curiosidad de saber ms acerca de la nia

    duende, abr la vitrina y saqu los libros, hojendolos con inquietud.

  • BALTASARA, LA NIA DUENDE DEL CALLEJON DE LAS HORMIGAS 57

    Revis las pginas en esa tarde calurosa, tratando de leer

    aquellos caracteres incomprensibles, hasta que por fin, al pasar una

    de aquellas hojas resquebrajadas por el tiempo, descubr la fecha

    exacta del bautismo de aquella nia misteriosa: Baltasara Micaela

    Ecija Castaeda, nacida en el Callejn de las Hormigas el 12 de enero

    de 1587 y bautizada en la iglesia de Nuestra Seora del Perpetuo

    Socorro de Lo Valds el 17 de mayo de 1587.

    Profundamente turbado, cerr el libro sin saber qu hacer,

    hasta que por fin, deseoso de saber toda la verdad acerca de la nia

    Baltasara, tom el libro y sal a buscar a mi ta Violeta...

    S me dijo cariosamente, dejando a un lado el mantel del

    altar que estaba bordando. Existe..., pero no he querido darte ms

    detalles de la vida en el casero de Lo Valds... Me gusta tu compaa

    de nio observador y curioso y temo que tu madre no te vuelva a dar

    permiso para que me vengas a acompaar en el verano si sabe que su

    hermana Violeta te est metiendo en la cabeza cosas de duendes...

    Pero ya que vienes con el libro de las partidas de bautismo y ya que

    veo ese brillo inconfundible en tu mirada, voy a contarte algo ms

    acerca de la nia Baltasara...

    Ta Violeta mir con nostalgia al otro lado de la ventana de

    vidrios azules y prosigui:

    Baltasara Micaela Ecija Castaeda naci efectivamente aqu

    en la poca de los picunches, cuando por estas laderas paseaba la

    princesa Orolonco, que se haba enamorado de un soldado espaol.

    Fue en esos aos perdidos cuando empezaron a venir las primeras

    familias castellanas, tras la huella de los lavaderos de oro. Tan

    exuberante era este paraje de robles y avellanos, que los espaoles

    asombrados por la fertilidad de la tierra avanzaban por tierras de

    pan llevar... Muchos extremeos de Trujillo y Mrida se internaron

  • 58 MANUEL PEA MUOZ

    tambin en medio de la tupida vegetacin de esos aos buscando las

    vetas... bajo un cielo de un increble color azul. La familia Ecija

    Castaeda vino tambin a probar fortuna y se afinc en el valle

    labrando la tierra. Cultivaban con los indios papas y maz. Rodrigo

    Ecija de Solrzano y Teresa Castaeda y Araujo tuvieron aqu una

    sola hija, a la que pusieron de nombre Baltasara Micaela... La infanta,

    como le decan porque pareca una princesa, fue feliz en el valle

    jugando con las otras nias espaolas de su edad o con las pequeas

    nias del valle, imitando el sonido del viento o alzando los brazos al

    cielo para imitar el vuelo del cndor o del guila negra que

    sobrevuela los picachos ms altos del Callejn de las Hormigas...

    La ta Violeta tena ahora la vista cansada. Pareca que se

    encontraba en otro mundo...

    Un da, el matrimonio decidi regresar a bordo de la carabela

    Reina Isabel de Castilla a Espaa, pues Rodrigo Ecija de Solrzano no

    consigui hacerse rico como supona, ya que haba pensado en un

    comienzo trabajar en las minas y haba terminado haciendo trueque

    de aj, man y porotos con los pescadores changos que llevaban

    pescados en carretas desde la costa. Sin encontrar nunca los

    minerales mgicos que les haban prometido, regresaron a Espaa a

    un pueblecito llamado Paaranda de Almonte, en la frontera con

    Portugal... Pero la querida nia Baltasara, que no quera irse porque

    era feliz en el valle hablando en mapudungn con las nias

    indgenas, prometi volver aunque fuese en pensamiento a su paisaje

    amado, a su mbito de lechuzas y a los claros del bosque donde

    jugaba... Ella nunca se olvid de los helechos de las quebradas, de la

    maravillosa flor de la perdiz que salpica de amarillo los valles en

    primavera, ni de las tortolitas cuyanas, que revolotean en las ramas

    de los bellotos. Baltasara siempre record all en Castilla estos

    paisajes e incluso se visit con sus queridas amigas que se hallaban

    dispersas en Murcia o en Alicante... Baltasara siempre, a lo largo de

    su vida, procur

  • BALTASARA, LA NIA DUENDE DEL CALLEJON DE LAS HORMIGAS 59

    juntarse con ellas en Espaa para recordar el reino querido de la

    infancia, donde un da fue feliz... Es por eso que a veces se escuchan

    voces en el Callejn de las Hormigas... porque las nias en realidad

    y de corazn nunca se fueron. Y aunque Baltasara vivi el resto de

    su vida en Zamora y muri siendo una anciana muy querida, ella

    sigui aqu en espritu, con apariencia de nia, tal como era cuando se

    fue... S... Baltasara sigue estando con nosotros, cuidando a los