Marcela Noriega mata a su padre. Por María Fernanda Ampuero.

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Marcela Noriega, más conocida por su poesía y por su trabajo periodístico, da el paso hacia la ficción con una novela sobre el desamor, la pérdida de la inocencia y el durísimo oficio de entender por qué son como son nuestros padres. Por María Fernanda Ampuero M arcela es —tiene que ser- lo— la hija favorita de algu- na diosa. No se explican de otra forma tantos dones vi- brando en un mismo cuerpo, en unos mis- mos ojos, como uvas negras recién lavadas. Pero si hay que quedarse con un don, quizás el más espectacular de los suyos es la risa. Una risa efervescente, gozosa, que niega el desamor. Marcela Noriega ríe como si nunca hubiese llorado. Pero la mujer a quien al reír se le forman unos increíbles hoyuelos de bebé, también escribe, y la escritura es el vehículo a través del cual se muestra como realmente es: sensible, vulnerable, melancólica, interrogante. “Mi risa no significa fe, más bien es el desaliento hecho mueca, la comprensión del vacío que me rodea, los años expresados en un estertor”. El verso anterior es uno de los 25 epí- grafes que abren cada capítulo de Pedro Máximo y el círculo de tiza, la primera nove- la de esta escritora guayaquileña, conocida sobre todo por su trabajo periodístico, su deslumbrante poesía y por ser el álter ego de Lilit, la columnista de sexo que incendia la revista Soho. FOTO: ©AMAURY MARTÍNEZ/12. La novela, resumiéndola mucho, es la historia de una mujer que quiere entender qué vida tuvo su padre para ser el déspota que es y al mismo tiempo la de un hombre prisionero de sí mismo que no es capaz de alcanzar, de amar, a nadie. Pedro Máximo, el protagonista, está inspirado en el propio padre de Marcela, fallecido hace once años. El año pasado, a los 33 años, la escritora sintió que en los números había una señal cabalística y se dejó llevar por esa historia, la suya. Decidió contar para curarse, hurgó en su inconsciente, en la memoria familiar. Llenó los vacíos, convirtió los sueños en símbolos poderosos, reinventó la realidad para entenderla y, quizás, enaltecerla. “El origen es la historia de mi padre —dice Marcela y se retracta enseguida—; no, ese no es el origen. El origen es que yo me enamoré de un hombre que se parece a mi padre y de ahí tuve esa idea del círculo de tiza. La historia de Pablo y Piedad es la típica de una mujer que se enamora de un hombre que se le parece mucho a su padre. Mi padre era hermético, nunca hablaba. Entonces me di cuenta de que necesitaba escribir su historia”. En Pedro Máximo y el círculo de tiza un pájaro de desamor sobrevuela las escenas, incluso las más carnales y voluptuosas. Y el silencio es un personaje. No cualquier silencio: ese cargado y resentido de las casas en las que el marido —el padre— genera miedo. Escribir lo que estaba oculto en su vida fue para Marcela una terapia y un acto de reconciliación con su padre, que murió con el carcinoma del rencor hacia la madre que lo abandonó. Tal vez por eso, por explicar, por no repetir y por perdonar, Marcela decidió reinventar a su padre. Aunque le doliera, le dio vida (como hizo él con ella) y luego lo mató en la ficción para ser libre, para cristalizar, como explica el psicoanalista Arnoldo Liberman el concepto freudiano de “matar al padre”: “Los malos hijos, o sea, los buenos hijos, todos intentan matar al padre, ergo, todos buscan su autonomía, su realización, afirmar su ser y desarrollar sus tremendas capacidades”. A partir de esa bús- queda Marcela escribió su novela. Ahora, des- pués de unos meses de su publicación y al ver el éxito que ha tenido, sobre todo en grupos de lectura femeninos, quiere ayudar a otras personas a vivir esa especie de limpieza interior.= libros FUCSIA 58 58 Marcela Noriega mata a su padre

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Marcela Noriega, más conocida por su poesía y por su trabajo periodístico, da el paso hacia la ficción con una novela sobre el desamor, la pérdida de la inocencia y el durísimo oficio de entender por qué son como son nuestros padres.

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Marcela Noriega, más conocida por su poesía y por su trabajo periodístico, da el paso hacia la ficción con una novela sobre el desamor, la pérdida de la inocencia y el durísimo oficio de entender por qué son como son nuestros padres. Por María Fernanda Ampuero

Marcela es —tiene que ser-lo— la hija favorita de algu-na diosa. No se explican de otra forma tantos dones vi-

brando en un mismo cuerpo, en unos mis-mos ojos, como uvas negras recién lavadas. Pero si hay que quedarse con un don, quizás el más espectacular de los suyos es la risa. Una risa efervescente, gozosa, que niega el desamor. Marcela Noriega ríe como si nunca hubiese llorado.

Pero la mujer a quien al reír se le forman unos increíbles hoyuelos de bebé, también escribe, y la escritura es el vehículo a través del cual se muestra como realmente es: sensible, vulnerable, melancólica, interrogante. “Mi risa no significa fe, más bien es el desaliento hecho mueca, la comprensión del vacío que me rodea, los años expresados en un estertor”.

El verso anterior es uno de los 25 epí-grafes que abren cada capítulo de Pedro Máximo y el círculo de tiza, la primera nove-la de esta escritora guayaquileña, conocida sobre todo por su trabajo periodístico, su deslumbrante poesía y por ser el álter ego de Lilit, la columnista de sexo que incendia la revista Soho.

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La novela, resumiéndola mucho, es la historia de una mujer que quiere entender qué vida tuvo su padre para ser el déspota que es y al mismo tiempo la de un hombre prisionero de sí mismo que no es capaz de alcanzar, de amar, a nadie.

Pedro Máximo, el protagonista, está inspirado en el propio padre de Marcela, fallecido hace once años. El año pasado, a los 33 años, la escritora sintió que en los números había una señal cabalística y se dejó llevar por esa historia, la suya. Decidió contar para curarse, hurgó en su inconsciente, en la memoria familiar. Llenó los vacíos, convirtió los sueños en símbolos poderosos, reinventó la realidad para entenderla y, quizás, enaltecerla. “El origen es la historia de mi padre —dice Marcela y se retracta enseguida—; no, ese no es el origen. El origen es que yo me enamoré de un hombre que se parece a mi padre y de ahí tuve esa idea del círculo de tiza. La historia de Pablo y Piedad es la típica de una mujer que se enamora de un hombre que se le parece mucho a su padre. Mi padre era hermético, nunca hablaba. Entonces me di cuenta de que necesitaba escribir su historia”.

En Pedro Máximo y el círculo de tiza un pájaro de desamor sobrevuela las escenas, incluso las más carnales y voluptuosas. Y el silencio es un personaje. No cualquier silencio: ese cargado y resentido de las casas en las que el marido —el padre— genera miedo. Escribir lo que estaba oculto en su vida fue para Marcela una terapia y un acto de reconciliación con su padre, que murió con el carcinoma del rencor hacia la madre que lo abandonó.

Tal vez por eso, por explicar, por no repetir y por perdonar, Marcela decidió reinventar a su padre. Aunque le doliera, le dio vida (como hizo él con ella) y luego lo mató en la ficción para ser libre, para cristalizar, como explica el psicoanalista Arnoldo Liberman el concepto freudiano de “matar al padre”: “Los malos hijos, o sea, los buenos hijos, todos intentan matar al padre, ergo, todos buscan su autonomía, su realización, afirmar su ser y desarrollar sus tremendas capacidades”.

A partir de esa bús-queda Marcela escribió su novela. Ahora, des-pués de unos meses de su publicación y al ver el éxito que ha ten ido , sob re todo en grupos de lectura femeninos, qu ie re ayuda r a otras personas a vivir esa especie de limpieza interior.=

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Marcela Noriega mata a su padre