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Marcas formales de la filosofía escéptica en diálogos españoles del siglo xvi José Luis Ocasar Uno de los aspectos más debatidos dentro de la crítica moderna acerca del carácter del diálogo renacentista es el grado de apertura, antidog- matismo o relativismo que presenta el género. Por un lado ha querido vincularse la esencia del coloquio a una «nueva conciencia», contraria a la visión monolítica, propia del tratado, y más bien relativista 1 . Por otro se ha puesto de manifiesto que la serie histórica del diálogo está muy lejos de mostrar tal apertura, y que, al contrario, predomina nu- méricamente el diálogo catequístico, con papeles solidificados de maes- tro y discípulo, sin asomo de auténtico intercambio retórico entre am- bos 2 . El escepticismo, entre las escuelas éticas de la Antigüedad, parece presentar una aparente incompatibilidad con este carácter didáctico del diálogo, pues parte básicamente de la imposibilidad humana de conse- guir una certidumbre en el conocimiento: nada puede ser afirmado con certeza, pues no disponemos de un mecanismo que nos haga distinguir indudablemente lo verdadero de lo falso 3 . ¿Cómo llegar entonces al con- vencimiento de otro, si el propio filósofo no puede elevar su palabra por encima de las demás? Sólo se puede aspirar sin esperanza al conoci- «La conscience de la diversité des opinions, comme des circonstances de chacun, im- pose l'échange, la confrontation de points de vue qui permetront d'atteindre á una vérité objective, en méme temps qu'á un accord de soi avec autrui, au mieux des in- térets de chacun»: Ferreras, Jacqueline, Les dialogues espagnols du xvfsiécle ou l'ex- pression littéraire d'une nouvelle conscience, Paris, Didier Éradition, 1985, vol. II, p. 1083. Gómez, Jesús, El diálogo en el Renacimiento español, Madrid, Cátedra, 1988, espe- cialmente pp. 11-12 y 214-216. Con posterioridad, el mismo autor ha reafirmado sus puntos de vista en El diálogo renacentista, Madrid, Ediciones del Laberinto, 2000, P-22. La obra básica sobre el escepticismo, y sobre la que baso la siguiente exposición, es la de Popkin, Richard H., The history of scepticism from Erasmus to Spinoza, Berkeley, University of California, 1979; también Owen, John, The skeptics of the Italian Renaissance, Port Washington, Nueva York, London, Kennikat Press, 1970 (pero 1908); Gigante, Marcelo, Scetticismo e epicureismo, Napoli, Bibliopolis, 1981; Fernández Santamaría, José A., Juan Luis Vives. Escepticismo y prudencia en el Renacimiento, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1990. AISO. Actas VI (2002). José Luis OCASAR. Marcas formales de la filosofía escépti...

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Marcas formales de la filosofía escéptica en diálogosespañoles del siglo xvi

José Luis Ocasar

Uno de los aspectos más debatidos dentro de la crítica moderna acercadel carácter del diálogo renacentista es el grado de apertura, antidog-matismo o relativismo que presenta el género. Por un lado ha queridovincularse la esencia del coloquio a una «nueva conciencia», contrariaa la visión monolítica, propia del tratado, y más bien relativista1. Porotro se ha puesto de manifiesto que la serie histórica del diálogo estámuy lejos de mostrar tal apertura, y que, al contrario, predomina nu-méricamente el diálogo catequístico, con papeles solidificados de maes-tro y discípulo, sin asomo de auténtico intercambio retórico entre am-bos2.

El escepticismo, entre las escuelas éticas de la Antigüedad, parecepresentar una aparente incompatibilidad con este carácter didáctico deldiálogo, pues parte básicamente de la imposibilidad humana de conse-guir una certidumbre en el conocimiento: nada puede ser afirmado concerteza, pues no disponemos de un mecanismo que nos haga distinguirindudablemente lo verdadero de lo falso3. ¿Cómo llegar entonces al con-vencimiento de otro, si el propio filósofo no puede elevar su palabra porencima de las demás? Sólo se puede aspirar sin esperanza al conoci-

«La conscience de la diversité des opinions, comme des circonstances de chacun, im-pose l'échange, la confrontation de points de vue qui permetront d'atteindre á unavérité objective, en méme temps qu'á un accord de soi avec autrui, au mieux des in-térets de chacun»: Ferreras, Jacqueline, Les dialogues espagnols du xvfsiécle ou l'ex-pression littéraire d'une nouvelle conscience, Paris, Didier Éradition, 1985, vol. II,p. 1083.Gómez, Jesús, El diálogo en el Renacimiento español, Madrid, Cátedra, 1988, espe-cialmente pp. 11-12 y 214-216. Con posterioridad, el mismo autor ha reafirmado suspuntos de vista en El diálogo renacentista, Madrid, Ediciones del Laberinto, 2000,P-22.La obra básica sobre el escepticismo, y sobre la que baso la siguiente exposición, esla de Popkin, Richard H., The history of scepticism from Erasmus to Spinoza,Berkeley, University of California, 1979; también Owen, John, The skeptics of theItalian Renaissance, Port Washington, Nueva York, London, Kennikat Press, 1970(pero 1908); Gigante, Marcelo, Scetticismo e epicureismo, Napoli, Bibliopolis, 1981;Fernández Santamaría, José A., Juan Luis Vives. Escepticismo y prudencia en elRenacimiento, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1990.

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miento probable, estudiando y vigilándolo todo (de hecho, la palabra«escepticismo» proviene del griego sképtomai, que significa «mirar cui-dadosamente», «vigilar»).

En principio, los autores han convenido en acordar que el desarrollomayor del escepticismo en el siglo xvi arranca en 1562, cuando HenriEstienne publica una versión latina de las Hipotiposis de Sexto Empírico.Hasta ese momento, las vías de difusión de la doctrina escéptica duran-te la Edad Media son escasas:

1) Las obras de Cicerón, especialmente el De Natura deorum ylas Academicae quaestiones. Estas últimas —conservadas frag-mentariamente— no habían suscitado gran interés, y sólo a par-tir de 1530 atraen la atención de los estudiosos4.2) Las páginas que le dedica Diógenes Laercio en su Vidas, opi-niones y sentencias de los Filósofos más ilustres.3) A partir del siglo v, el Contra Académicos de san Agustín.

El propio san Agustín provocó que la filosofía que buscaba comba-tir se instalase dentro del cristianismo5, pues adoptó el platonismo a tra-vés de la Academia platónica, donde se había instalado el escepticismo«académico». No obstante, está claro que el escepticismo «cristiano» ofideísmo, no constituye en modo alguno la versión maquillada del clá-sico, sea pirrónico, sea académico. Desde las filosofías precristianas, re-sultaría paradójico calificar a Vives o a Erasmo como «escépticos», y,sin embargo, fue en ellos en los que se encarnó y modernizó la antiguaeskepsis. En la base del escepticismo clásico hay una tranquila acepta-ción de lo probable y una actitud antidogmática de raíz; en el fideísmodel xvn, una angustiosa proclamación del desengaño del mundo y unapasividad desesperada6. ¿Existe relación entre ese antidogmatismo y eldiálogo?

Recientemente se ha abierto una fructífera vía de análisis de este pro-blema en la literatura española, cuando Consolación Baranda, en una re-lectura de un clásico que planteaba aparentemente pocos problemas doc-trinales, el Diálogo de la dignidad del hombre, de Fernán Pérez de Oliva,

Cfr. Schmitt, Charles B., Cicero scpeticus: a study ofthe influence ofthe Académicain the Renaissance, La Haya, Martinus Nijhoff, 1972, p. 55.Cfr. Beuchot, Mauricio, «Some traces of the presence of scepticism in medievalthought», en Popkin, Richard, ed., Scepticism in the history of philosophy. A pan-american dialogue, Dordrecht, Kluwer Academic Publishers, 1996, pp. 37-43.Véanse las consideraciones que hace al respecto Richard H. Popkin en The third for-cé in seventeenth-Century Thought, Leiden, E. J. Brills, 1992, especialmente p. 222y ss.

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ha establecido una vinculación efectiva con el escepticismo7. La tesisprincipal de Baranda es que la suspensión de juicio que tiene lugar enel Diálogo resulta inesperada en un coloquio presentado como un de-bate ante un juez que debe dictaminar. En el siglo xvi, el retraimientode Dinarco, el juez, ante su deber de dar y quitar razón, es una «ruptu-ra de las convenciones formales del diálogo».

Partiendo de esta base, me gustaría apuntar la posibilidad de asentarla presencia de un influjo literario del escepticismo en los coloquios es-pañoles del Renacimiento español, sugiriendo las vías formales en lasque puede rastrearse.

1. EL GÉNERO

El florecimiento de diálogos durante el Renacimiento español se ca-racteriza, entre otras cosas, por una variedad de modelos. Platón, Luciano,Cicerón, san Agustín, Erasmo... cuentan con imitadores y seguidores enmayor o menor medida.

No cabe duda de que el modelo que se ajusta más a la transmisión es-céptica es el del diálogo in utramque partem de tipo ciceroniano. No escasual que sea Cicerón el más eximio representante de la Nueva Academia.Ahora bien, como dice C. Baranda, en él el escepticismo «va poco másallá del rechazo a la filiación filosófica concreta»8. En particular, a partirdel modelo del De oratore y de El Cortesano de Castiglione, el diálogociceroniano se toma en el Renacimiento como el formulador de arqueti-pos ideales de una profesión o de un estado, que parten de una idea de laperfección muy poco escéptica. Resultan frecuentes en ellos aseveracio-nes como las formuladas por el Comendador Griego en el Diálogo delperfecto médico de Alfonso de Miranda9, repletas de confianza en la ra-zón y la posibilidad de conocimiento del hombre: «Mas los ojos, pues queno los puso Dios sino para investigarle y conoscerle por las obras de susmanos; que los cielos (como dice David) cuentan las maravillas de Dios(.. .)»10. La posición antimédica de Hernán Nuñez se refiere más a la prác-tica común de los médicos que a una desconfianza en el conocimiento hu-mano; de hecho, defenderá el conocimiento desvinculado de la profesio-

7 Baranda, Consolación, «Marcas de interlocución en el Diálogo de la dignidad delhombre, de Fernán Pérez de Oliva», Criticón, 81-82 (2001), pp. 271-300.

8 Op. cit. (nota 7), p. 297.9 Miranda, Alfonso de, Diálogo del perfecto médico, Madrid, Editora Nacional, 1983;

ed. de Manuel E. Mingóte Muñiz. La filiación ciceroniana queda patente desde laspropias palabras del interlocutor principal: «quiero formar un médico tan perfectocomo imaginó Tulio un orador» (p. 140).

10 Miranda, op. cit. (nota 9), p. 143.

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nalidad o del medro social: «Ansí que las sciencias especulativas no sehan de deprender sólo para ganar, sino para saber»11.

No obstante, el diálogo in utramque partem, con su establecimientode largos discursos paralelos sin interrupciones, es el que mejor igualalas condiciones de los interlocutores. En el nivel retórico, este modelo,al no estar basado en la desigualdad de base que conllevaba la pregun-ta - respuesta, dispone los argumentos en series paralelas de extensiónvariable, lo cual favorece el equilibrio entre los parlamentos. En estesentido, y refiriéndose a los coloquios de David Hume, S. Tweyman afir-ma: «The effect ofthese counter-balancing arguments, [...] is to produ-ce a suspense of judgement: it is not reasonable to assent to the con-clusión of an argument when counter - arguments appear to have equalforcé and provide conclusions wich conflict with the conclusions of theoriginal argument»12. Si bien se echa en falta un más sutil análisis re-tórico de los argumentos, que rara vez presentan «igual fuerza», es co-rrecta la vinculación del ciceronianismo con una mayor igualdad argu-mentativa de base. Como dice el propio Hume al final del libro VIII desus Dialogues concerning natural religión: «Each disputant triumphs inhis turn; while he cardes on an offensive war, and exposes the absur-dities, barbarities and pernicious tenets ofhis antagonist»13.

La sucesión de discursos alternados pro et contra fue, como es sa-bido, un ejercicio obligatorio dentro del sistema educativo de la EdadMedia y el Renacimiento. Los estudiantes debían mantener posturasobligatorias acerca de algún asunto debatible. Ello acabó por generaruna especie de profesionalidad retórica de tipo sofístico, pues el inter-locutor no necesariamente defendía aquello en lo que creía. Esta capa-cidad de los oradores siempre fue un temor para los moralistas, y apun-ta como un rasgo característico ya en la Antigüedad clásica. Materno,en el Diálogo de los oradores, XXIV, de Tácito, afirma de Aper, otrointerlocutor: «Y ni siquiera él mismo siente lo que dice, sino que, poruna costumbre antigua, muy seguida por los actuales filósofos, ha asu-mido el papel de contradictor»14. Es evidente que esta irresponsabilidad

11 Miranda, op. cit. (nota 9), p. 144.12 Tweyman, Stanley, Sceticism and beliefin Hume's dialogues concerning natural re-

ligión, Dordrecht, Martinus Nijhoff Publishers (Archives Internationales d'histoiredes idees, 106), 1986, pp. 7-8.

13 En la traducción de C. García - Trevijano, «Cada disputante triunfa a su turno mien-tras lleva la guerra ofensiva y expone los absurdos, barbaridades y perniciosas doc-trinas de su antagonista», Hume, David, Diálogos sobre la religión natural, Madrid,Tecnos, 1994, p. 133.

14 Tácito, Cornelio, Diálogo de los oradores. Agrícola. Germania (trad. Manuel MarínPeña), Madrid, Hernando, 1950, p. 34.

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de los oradores (o sea, de los abogados y consejeros) con respecto a lascausas que defendían debió de crear una conciencia de volubilidad o demaleabilidad de la verdad; cualquier posición podía ser defendida conbuen resultado, de modo que la posibilidad de llegar a la verdad por lavía del diálogo era muy incierta. La forma in utramque partem, muy vá-lida para exponer posiciones que pueden ser juzgadas por un juez, lle-vaba consigo un potencial componente escéptico.

Por supuesto, los argumentos, su calidad y fuerza persuasiva no tie-nen que ver con el modelo utilizado por el autor, sino que obedecen acondicionamientos literarios (mimesis, caracterización, orden, coheren-cia, extensión, variedad, etc.), y no son nunca exclusivamente genéricos15.

2. ARGUMENTOS

Sexto Empírico, en los Esbozos Pirrónicos (I, XV, 164-169), habíaexpuesto cinco tropos para la suspensión de juicio, basándose (sin ci-tarlo) en los de Agripa16: 1) «A partir del desacuerdo», 2) «recurrenciaad infinitum», 3) «a partir del con relación a algo», 4) «por hipótesis»,y 5) el «círculo vicioso». Cuando Diógenes Laercio refiere estos mis-mos tropos, comenta: «Toda demostración, dicen [estos filósofos], oconsta de cosas demostradas o no demostradas: si de cosas demostra-das, aun éstas necesitarán de alguna demostración, y así en infinito; siconstan de cosas indemostradas, y todas, algunas o una sola discuerda,ya todo carece de demostración»17. Es decir, el argumentarlo básico dela filosofía escéptica se basaba en destruir las posiciones dogmáticas me-diante la exposición del disenso (tropo Io), pues todo depende del pun-to de vista del observador (3o), y en hacer caer al opositor en una recu-rrencia ad infinitum (2o), de la que intentará salir mediante una petitioprincipii (4o) o un círculo vicioso (5o).

La exposición de los argumentos contrapuestos (los counterpoisingarguments de Hume) acarrea para los escépticos la suspensión automá-tica, al no poder decidir acerca de cuál es el más válido, por ausenciade criterios. Antonio, el interlocutor principal del Jardín de flores cu-

15 La más moderna y completa exposición de las fuerzas argumentativas del coloquiose encuentra en Vian, Ana, «Interlocución y estructura de la argumentación en el diá-logo: algunos caminos para una poética del género», Criticón, 81-82 (2001), pp. 157-190.

16 Empírico, Sexto, Esbozos Pirrónicos, eds. Gallego, A. y Muñoz, T., Madrid, Gredos,1993, pp. 102 y ss.

17 Valerio Máximo, Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres, ed. JoséOrtiz y Sanz [1887], Barcelona, Teorema, 1985, vol. II, pp. 221-222.

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riosas de Antonio de Torquemada, suele repetir afirmaciones como lasiguiente: «Cierto hay tantas razones para poder seguir cualquiera de lasopiniones dichas, que lo mejor será no confundir el entendimiento, sinodejarlas para que otros más sabios y más teólogos que nosotros las ave-rigüen»18. O bien: «[...] y pues hay tantos autores que dan testimoniode esta maravilla, bien la podremos creer, sin pecar en ello»19.

La misma actitud puede rastrearse en los esquinados parlamentos delos Coloquios de Palatino y Pinciano de Juan de Arce de Otálora. Sinque Arce utilice la forma in utramque partem mas que en contadas oca-siones, los interlocutores acaban siempre defendiendo posiciones en-frentadas a lo largo de los sucesivos debates que va suministrando larealidad física que atraviesan en su viaje o que van apareciendo a modode digresión. A lo largo del diálogo, se repite que «voluntad es vida»20,siempre en contextos en los que la opción entre varias alternativas seentiende equivalente, y, por ello, libre de pecado o angustias existen-ciales. La exposición de la tesis principal de la obra, el «qui addit scien-ciam, addit dolorem» del Eclesiastés (el más «escéptico» de los librosbíblicos) es —aparte del Quod nihil scitur de Francisco Sánchez— lamás abierta defensa de los principios académicos escrita en el quinien-tos español:

PINCIANO.-[...] y este alcanzar y conoscer la verdad de las cosases imposible, porque lo cierto y verdadero nunca se alcanza ni seacaba de conoscer ni entender, porque está muy abscondido.«Latet quidem omne verum», dice Hornero. Y si alguno alcanzaa saber alguna conclusión, es con opinión; y aunque sea con de-monstración, será aparente o probable, pero no quedará irrefraga-ble, y así nunca se alcanza la verdad. ¿No veis cada hora en nues-tros derechos que una cosa dice el texto y otra la glosa? De unamanera lo entienden los doctores antiguos y de otra los moder-nos: Bartolo dice uno, Baldo otro, los legistas son de una parte,los canonistas de otra, los teólogos están indiferentes y ningunosabe la verdad. [...] un doctor se remite a una glosa, y una glosaa otra y ansí andan in circuitu sicut impii. Heráclito, aquel granfilósofo, decía que ninguno podía saber cosa cierta. Demetrio, otro

18 Torquemada, Antonio de, Jardín de flores curiosas, ed. G. Allegra, Madrid, Castalia,1983, p. 221.

19 Torquemada, op. cit. (nota 18), pp. 486-487; otras afirmaciones del mismo tenor enpp. 139, 186, 205, 209, 272, etc.

20 En la jornada II, estancia 9, por ejemplo, (vol. I, p. 161) o en XV, 3 (vol. II, p. 1210).Arce de Otálora, J. de, Coloquios de Palatino y Pinciano, ed. J. L. Ocasar, Madrid,Turner, 1995.

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tal, afirmaba que no había verdad averiguada. Sócrates, despuésde haber bien estudiado, vino a saber una sola cosa en limpio, yera que no sabía nada: «Hoc scio: quod nescio»21.

Nos encontramos aquí con una conciencia que se muestra sobrepasa-da por la recién descubierta variedad del mundo. Esta variedad ha sidovinculada por muchos estudiosos con los recientes descubrimientos geo-gráficos, que sacaron a la luz nuevas realidades que obligaban a revisarlos viejos esquemas medievales del conocimiento22. Pienso, no obstante,que la conciencia básica de una insuficiencia gnoseológica excede el des-cubrimiento de América e incluye también el rescate de antiguos textos,opiniones reencontradas de filósofos, desarrollos científicos, el impulsode la imprenta, etc. El mundo se aceleraba y las viejas estructuras epis-temológicas se mostraban insuficientes. Ello obligaba a grandes esfuer-zos para relacionar los componentes de un universo que ahora se reve-laba como infinito o al menos inabarcable. La conciencia que expresabaPinciano es la misma que encontramos en Francisco Sánchez —siendoambas obras tan disímiles— cuando afirma:

Hay tanta variedad en las cosas, que se ve que la naturaleza hajugado con ellas y parece haberse complacido confundiéndonos;de tal manera que, pese a estar delante de nosotros nos engaña ypone en ridículo cuando la andamos buscando por una parte ypor otra»23.

El libro donde Dios escribe la verdad de las cosas y su propia exis-tencia ha pasado a ser un galimatías burlesco en el que la verdad se es-conde y nada puede ser afirmado con rotundidad porque la variedad(subjetividad en el caso de los asuntos humanos) impide toda certeza.No se trata sólo de un nuevo mundo, físicamente localizado. Se trata deuna diversidad ontológica que afecta todos los ámbitos y tiene sus co-rrelatos éticos24 y artísticos.

21 Coloquios...; jomada III, estancia 5; p. 192. Y concluye: «Lo más cierto es que nosabe nadie cosa cierta, y así lo afirmaron los filósofos académicos, sin querer negarni afirmar cosa cierta, sino dubdar de todo».

22 Valdecantos, Antonio, Contra el relativismo, Madrid, Visor, La balsa de la Medusa,1999, pp. 23 y ss. También Finkielkraut, Alain, La derrota del pensamiento,Barcelona, Anagrama, 1987, pp. 66 y ss.

23 Sánchez, Francisco, Que nada se sabe, ed. Fernando A. Palacios, Madrid, Austral,1991, pp. 146-147.

24 «En el humanismo tuvieron cabida las doctrinas morales más dispares, y ningunapuede ser considerada definitoria del movimiento. Por el contrario, si algún rasgo

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Con respecto al coloquio renacentista, la correlación entre esta con-ciencia y la forma literaria se observa mejor en los que tienen un obje-tivo misceláneo. Es entonces, en la confección de estas enciclopedias,cuando se trasparenta mejor la superación que la vida o la realidad efec-túa sobre los esquemas previos de conocimiento. De ahí que el caráctermisceláneo, como ha sido notado, incluya noticias falsas junto a verda-deras, supersticiones junto a crónicas, relatos junto a experiencias, y tes-timonios directos junto a etimologías, patrañas, denominaciones, mito-logía, heráldica, jeroglíficos, etc. Como dice Foucault: «Para Aldobrandiy sus contemporáneos, todo esto era legenda, cosas que leer»25.

Dentro de la literatura española, esta base posible para un pensa-miento de orden escéptico se observa mejor en las misceláneas dialo-gadas que en otras con forma ensayística o de tratado. El motivo de ellodebe verse en una barrera de seguridad que la ficción conversacionalproporcionaba al escritor. Éste se parapetaba detrás de las opiniones desus personajes, desaparecía, y de esta manera no podían atribuírsele ne-cesariamente las afirmaciones contenidas en la obra26. En el caso de queun autor compartiera tesis escépticas, la forma dialógica le proporcio-naba mucha más seguridad que el tratado.

Pero Mexía insiste a lo lago de la Silva de varia lección, misceláneano dialogada, en que las virtudes de las cosas y animales «la curiosidadde los hombres las ha conoscido y visto; y no se llaman secretas y ocul-tas porque no se tengan por ciertas y las más dellas se han experimenta-do, sino porque no se sabe la causa de donde les vengan»27. Y posterior-mente afirma «todas se pueden conformar, pues todas van a parar a Dios,que es la primera causa y criador de todas las cosas»28. Evidentemente,nos encontramos aquí con un caso de confianza gnoseológica que, segúnel esquema de Agripa, puede ser atacado por los escépticos como un casoclaro de petición de principio: Dios es el garante último de todo sentido,

esencial caracteriza «la ética del humanismo» en conjunto, es justamente la diversi-dad. Pero la diversidad es a su vez la contribución más significativa del humanismoa la filosofía moral de su tiempo» (Rico, Francisco, «Humanismo y ética»; en Camps,Victoria, Historia de la ética, vol. I: De los griegos al Renacimiento, Barcelona,Crítica, 1987, p. 509).

25 Foucault, Michel, Las palabras y las cosas, Madrid, Alianza, 1999, p 47.26 Como afirma John R. Snyder, «this elusive disappearing act is not an attribute of dia-

logue as much as it is its definition»; Writing the scene of speaking. Theories of dia-logue in the Late Italian Renaissance, Stanford, Stanford University Press, 1989; p.27. Más profundamente, p. 96. Sus tesis han sido apoyadas por Zorzi, O., // discur-so labirintico del dialogo rinascimentale, Roma, Bulzoni, 1995, p. 32.

27 Mexía, Pedro, Silva de varia lección, ed. Antonio Castro, Madrid, Cátedra, 1989, I,p. 804.

28 Mexía, op. cit. (nota 27), I p. 805.

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y su existencia se da por supuesta como último baluarte contra la duda.Frente a esto, Arce de Otálora escribe diálogos como el siguiente:

PALATINO: Admirable cosa es considerar el saber de naturaleza enordenar tales secretos tan encubiertos.PINCIANO: Más es de considerar el saber de Dios, que lo ordenó.PALATINO: ESO mesmo quiero yo decir29.

La importancia de semejante diálogo en el siglo xvi postridentino nonecesita ser exagerada. Si Arce pensó que una broma así podría sortearla censura inquisitorial, lo mínimo es afirmar que su error de cálculo fueflagrante (otra cosa es si tuvo verdadera intención de publicación).Incluso si pensó que podría parapetarse tras un personaje de ficción, elu-diendo su responsabilidad, sin duda los inquisidores podrían decirle loque Baltasar de Castiglione espetaba a Alfonso de Valdés:

«E se me diceste che voi non lodate né questa né il resto, manárrate il ragionamento di due che parlano in contradizione Fu-no dell'altro, dico che a noialtri ancora é nota la maniera acca-demica dello scrivere in dialogo, e che sappiamo che il costumede platonici era sempre il contraddire e non affermar mai cosaalcuna. Ma voi non siete tanto cauto nello scrivere, che non siconosca quale é la persona del dialogo la cui sentenza voi ap-provate, e quella a cui fate diré mille semplicitá accioché piú fá-cilmente sia redarguita. E vedesi che le opinioni di Lattanzio sonóle vostre, e voi siete Lattanzio»30.

3. AMBIGÜEDAD

El argumentario de Sexto Empírico-Agripa se establece en funciónde afirmaciones filosóficas, es decir, con una pretensión objetivizadora.Con los últimos ejemplos nos introducimos en otra esfera, la literaria,que tiene reglas de juego particulares, que sobrepasan la lógica filosó-fica. La dialéctica se pone al servicio de la retórica, y por consiguientelas obras de filosofía mencionadas hasta el momento, desde Cicerón has-ta Francisco Sánchez, son inadecuadas para dar cuenta de los procedi-

29 Arce de Otálora, op. cit. (nota 20), voi. II, pp. 1346.30 Riposta al Valdés, Cit. por Margherita Morreale, «Para una lectura de la diatriba en-

tre Castiglione y Alfonso de Valdés sobre el saco de Roma», en Academia LiterariaRenacentista, Salamanca, Universidad, 1981, III, pp. 65-103. Sobre las mismas pa-labras, cfr. Cox, Virginia, op. cit., pp. 50 y ss., y 158 y ss.

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mientes literarios que expresan la epojé o el antidogmatismo. Sólo elanálisis retórico de la argumentación de los textos nos da claves, que noson rastros de fuentes, sino trasuntos literarios de actitudes mimetizadaspor personajes de coloquios.

Desde este punto de vista, los diálogos del xvi expresan posicionesescépticas de formas muy diversas. La resolución de los debates es enocasiones escamoteada u oscurecida por los escritores. Juan de Jarava,en el Coloquio de la mosca y la hormiga21 hace que la discusión entreambos insectos termine abruptamente: la mosca debe huir ante «las mu-chas hormigas que aquí andan», por lo cual la hormiga queda vencedo-ra en el campo, y suya es la última palabra. Pero su victoria final se halogrado por motivos extradialécticos (que no extradialógicos): la moscahabría podido continuar su argumentación si no hubiese tenido que es-capar. Ha habido victoria de hecho, pero no persuasión, que es la vic-toria argumentativa32. Este final, como el del Banquete platónico, pro-porciona un nivel de crítica no filosófica: puede entenderse como unavictoria por el número de contendientes entre las clases sociales repre-sentadas por la mosca y la hormiga, sin necesidad de hacerla explícita.

En estos casos que estamos exponiendo, el humorismo final modifi-ca o complementa los contenidos argumentativos. El juicio queda al en-tendimiento del lector, que debe completar las lagunas de información,como en el caso del Diálogo de la dignidad del hombre: allí donde es-pera un dictamen, el lector pierde el pie y encuentra el silencio33. Es de-cir, que el escepticismo como filosofía subyacente enlazaría con el diá-logo que ha sido llamado circunstancial por J. Gómez, pues en éste «noexiste un valor lógico u objetivo para la verdad; sino tan sólo un valor

31 Fue publicado y estudiado por Vian, Ana, «Fábula y diálogo en el Renacimiento: con-fluencia de géneros en el Coloquio de la mosca y la hormiga de Juan de Jarava»,Dicenda, 7 (1987), pp. 449-494.

32 Aceptando, como dice A. Vian, que los insultos y reproches ofendidos de la mosca«son reacciones inequívocas de que ha perdido la batalla dialéctica» (p. 478). Noobstante, el hecho de que la mosca huya manteniendo sus convicciones ilustra la te-sis escéptica del perspectivismo: la realidad es una representación de la que sólo po-demos saber que depende del perceptor, y no hay verdad conocida, sino sólo doxa,opinión; Cfr. Annas, Julia y Barnes, Jonathan, The modes of scepticism. Andera textsand modern interpretations, Cambridge, Cambridge University Press, 1985, pp. 49-50. Que la ausencia de conclusiones y de persuasión es un elemento constitutivo dela práctica literaria de Jarava lo corrobora su Diálogo del viejo y del mancebo, en elque ambos platicantes se separan sin más sentencia que la que corresponde al lector;está editado por Jaime J. Martínez en Roma, Bulzoni, 1992.

33 Relacionable con el Diálogo de la dignidad del hombre (en cuanto al escamoteo dela sentencia del juez) es el del De professione religiosorum de L. Valla; cfr. las con-sideraciones al respecto de Zorzi, O., op. cit. (nota 26), pp. 90-91.

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Diálogos españoles del siglo xvi 1387

retórico, plausible, y que depende de la perspectiva de cada interlocutoro individuo»34.

Finalmente, el estudio de los mecanismos escépticos en los diálogosdel Renacimiento debe completarse con un aspecto importante: el es-céptico es escéptico de su propio escepticismo. No pretende alterar elorden o las estructuras epistemológicas de su sociedad, pues no tiene unconvencimiento fuerte que oponer a uno u otras. El escéptico se mime-tiza, acepta la «común opinión» y los usos sociales; por ello, un simpa-tizante de la Academia siempre será un conservador social. En los diá-logos renacentistas, el antidogmatismo no adopta declaracionesantirreligiosas, ateas, etc., sino que avalará el orden social y las creen-cias mayoritarias, aunque no comulgue con ellas35. Esto conlleva que,conforme el siglo xvi se hace más dogmático en la ortodoxia, conduci-do por los fragores de la Reforma y de Trento, las marcas y argumen-tos escépticos tiendan cada vez más a desaparecer, a mimetizarse hastalo irreconocible o a adoptar disfraces más «literarios» y menos «filosó-ficos».

La ambigüedad de esta posición se observa de forma privilegiada enlos Coloquios de Palatino y Pinciano. En ellos no hay orden sin re-truécano, no hay verdad sin compensación, no hay decisión sin palino-dia. «La mejor judicatura es ser cada uno juez de sí solo y no juzgar aotros» (X, 4, p. 919), «Tantas cosas hay secretas y admirables, que pa-rece, como dice el Filósofo, que la menor parte de lo que ignoramos esla mayor de lo que sabemos» (XII, 8, p. 1034); las citas podrían multi-plicarse. Pero junto a ellas, Palatino y Pinciano acuden diariamente amisa, creen en Dios, son subditos pacíficos y estudiantes ordenados.Acciones y palabras se contradicen, como se contradicen las palabrasentre sí. En el coloquio, la ambigüedad es la forma literaria de la sus-pensión de juicio.

Y apuntamos así la cuestión: ¿qué valor tiene la ambigüedad en unaobra didáctica? Cuando por definición el diálogo se configura como latransmisión de un mensaje mediante la persuasión, lo ambiguo aparece

34 Gómez, Jesús, «Los límites del diálogo didáctico», ínsula, 542, Febrero 1992, p. 11.Sobre las diferencias terminológicas en los subgéneros del diálogo, cfr., del mismoautor, El diálogo renacentista, op. cit. (nota 2), p. 26; Zorzi, O., op. cit. (nota 26),pp. 21 y ss.; y Vian, A., «Fábula y diálogo . . .», op. cit. (nota 31).

35 Véase Fernández Santamaría, op. cit. (nota 3), pp. 18 y ss. La falta de entusiasmo enla adhesión a preceptos religiosos y leyes puede delatar esta posición escéptica; con-sidérese esta opinión de Palatino (I, 4) en los Coloquios... de Arce de Otálora; «Lascuatro témporas y días de ayuno, ayunarlas hemos como lo manda la Sancta MadreIglesia, porque somos obligados y por no dar mal ejemplo».

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como un ruido en el proceso semiológico de la comunicación. La am-bigüedad oscurece el mensaje, la verdad que se quiere transmitir, vuel-ve opaca la intención. Y esta opacidad es definitivamente un signo encuanto analizamos una obra: envuelve o tifie todo el mensaje y se orien-ta no hacia dentro del coloquio, sino directamente hacia el lector, querecibe esa oscuridad didáctica como un indicio: ¿por qué ser oscuro pu-diendo ser claro? El estatuto literario, que pide la interpretación, la emo-ción, la ficción, el doble sentido, aleja el diálogo del lenguaje denotati-vo. Ésta es la causa de que frecuentemente los géneros didácticos sehayan considerado no literarios, pues la enseñanza debe ser clara e in-equívoca. Cuando no es así, hay que preguntarse por qué36.

36 Las insuficiencias y errores de este artículo no son mayores gracias a ConsolaciónBaranda, Jesús Gómez y Ana Vian, a quienes agradezco sus observaciones.

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