Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

220

description

Muestra de una posible maquetación del interior de un libro pedido por un cliente.

Transcript of Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

Page 1: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)
Page 2: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)
Page 3: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

El libro de la biblioteca de Móstoles

Page 4: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)
Page 5: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)
Page 6: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

Título: Zanahorias para emprendedores. Colección: Autor:

Editado por Grupo Zinc[inc]

Primera Edición: Diciembre 2011

©2011: Nombre de autores Inscripción R.T.P.I.: S-512364/2011 [email protected] www.autor.com

ISBN: 972-23-421567-2-1 Depósito Legal: S-33254-2011 Impresión: Imprenta imprenta. Madrid. Impreso en España.

Diseño y fotografía: Roberto Angulo www.roberto.com www.otroderoberto.com

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en toda ni en parte, ni registrada en o transmitida por, un sistema de recuperación de infor-mación, en ninguna forma ni por ningún medio, sin el permiso escrito del propieta-rio de los derechos. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitu-tiva de delito contra la propiedad intelectual (artículo 270 del Código Penal).

Page 7: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

“Deseamos expresar nuestro reconocimiento a cuantas personas nos han ayudado en la realización de este libro, especialmente a Fulanito y Menganito.”

Los escritores

Page 8: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)
Page 9: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

§Índice

Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · · 13Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 17

Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · · 21Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 25

Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · · 29Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 33

Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · · 37Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 41

Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · · 45Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 49

Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · · 53Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 57

Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · · 61Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 65

Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · · 69Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 73

Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · · 77Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 81

Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · · 85Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 89

Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · · 93Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 97

Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · 101Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 105

Page 10: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

El libro de la biblioteca de Móstoles

Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · 109Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 113

Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · 117Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 121

Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · 125Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 129

Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · 133Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 137

Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · 141Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 145

Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · 149Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 153

Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · 157Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 161

Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · 165Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 169

Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · 173Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 177

Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · 181Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 185

Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · 189Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 193

Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · 197Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 201

Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · 205Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 209

Alejandro Pérez GarcíaÉl quería estudiar · · · · · · · · · 213Volver · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 217

Page 11: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)
Page 12: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

12

Page 13: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

13

§Alejandro Pérez García

Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos

necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.

Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.

Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.

Él quería estudiar

Page 14: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

14

El libro de la biblioteca de Móstoles

Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.

Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.

Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.

Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.

—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.

“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.

Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.

—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.

—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.

Page 15: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

15

§Alejandro Pérez García

—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el

mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.

A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.

Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.

Page 16: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

16

El libro de la biblioteca de Móstoles

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.

—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

Page 17: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

17

§Alejandro Pérez García

Volver

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el

sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear

Page 18: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

18

El libro de la biblioteca de Móstoles

un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.

“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.

El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.

Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.

—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.

Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.

Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,

Page 19: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

19

§Alejandro Pérez García

y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.

Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.

Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.

Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.

La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:

—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.

Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.

Page 20: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

20

Page 21: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

21

§Alejandro Pérez García

Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos

necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.

Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.

Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.

Él quería estudiar

Page 22: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

22

El libro de la biblioteca de Móstoles

Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.

Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.

Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.

Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.

—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.

“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.

Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.

—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.

—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.

Page 23: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

23

§Alejandro Pérez García

—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el

mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.

A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.

Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.

Page 24: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

24

El libro de la biblioteca de Móstoles

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.

—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

Page 25: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

25

§Alejandro Pérez García

Volver

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el

sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear

Page 26: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

26

El libro de la biblioteca de Móstoles

un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.

“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.

El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.

Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.

—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.

Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.

Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,

Page 27: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

27

§Alejandro Pérez García

y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.

Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.

Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.

Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.

La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:

—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.

Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.

Page 28: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

28

Page 29: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

29

§Alejandro Pérez García

Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos

necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.

Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.

Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.

Él quería estudiar

Page 30: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

30

El libro de la biblioteca de Móstoles

Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.

Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.

Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.

Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.

—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.

“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.

Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.

—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.

—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.

Page 31: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

31

§Alejandro Pérez García

—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el

mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.

A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.

Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.

Page 32: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

32

El libro de la biblioteca de Móstoles

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.

—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

Page 33: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

33

§Alejandro Pérez García

Volver

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el

sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear

Page 34: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

34

El libro de la biblioteca de Móstoles

un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.

“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.

El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.

Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.

—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.

Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.

Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,

Page 35: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

35

§Alejandro Pérez García

y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.

Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.

Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.

Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.

La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:

—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.

Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.

Page 36: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

36

Page 37: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

37

§Alejandro Pérez García

Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos

necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.

Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.

Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.

Él quería estudiar

Page 38: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

38

El libro de la biblioteca de Móstoles

Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.

Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.

Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.

Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.

—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.

“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.

Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.

—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.

—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.

Page 39: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

39

§Alejandro Pérez García

—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el

mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.

A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.

Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.

Page 40: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

40

El libro de la biblioteca de Móstoles

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.

—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

Page 41: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

41

§Alejandro Pérez García

Volver

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el

sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear

Page 42: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

42

El libro de la biblioteca de Móstoles

un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.

“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.

El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.

Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.

—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.

Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.

Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,

Page 43: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

43

§Alejandro Pérez García

y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.

Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.

Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.

Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.

La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:

—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.

Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.

Page 44: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

44

Page 45: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

45

§Alejandro Pérez García

Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos

necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.

Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.

Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.

Él quería estudiar

Page 46: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

46

El libro de la biblioteca de Móstoles

Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.

Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.

Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.

Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.

—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.

“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.

Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.

—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.

—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.

Page 47: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

47

§Alejandro Pérez García

—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el

mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.

A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.

Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.

Page 48: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

48

El libro de la biblioteca de Móstoles

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.

—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

Page 49: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

49

§Alejandro Pérez García

Volver

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el

sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear

Page 50: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

50

El libro de la biblioteca de Móstoles

un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.

“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.

El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.

Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.

—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.

Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.

Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,

Page 51: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

51

§Alejandro Pérez García

y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.

Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.

Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.

Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.

La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:

—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.

Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.

Page 52: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

52

Page 53: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

53

§Alejandro Pérez García

Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos

necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.

Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.

Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.

Él quería estudiar

Page 54: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

54

El libro de la biblioteca de Móstoles

Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.

Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.

Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.

Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.

—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.

“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.

Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.

—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.

—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.

Page 55: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

55

§Alejandro Pérez García

—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el

mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.

A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.

Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.

Page 56: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

56

El libro de la biblioteca de Móstoles

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.

—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

Page 57: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

57

§Alejandro Pérez García

Volver

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el

sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear

Page 58: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

58

El libro de la biblioteca de Móstoles

un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.

“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.

El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.

Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.

—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.

Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.

Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,

Page 59: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

59

§Alejandro Pérez García

y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.

Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.

Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.

Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.

La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:

—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.

Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.

Page 60: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

60

Page 61: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

61

§Alejandro Pérez García

Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos

necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.

Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.

Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.

Él quería estudiar

Page 62: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

62

El libro de la biblioteca de Móstoles

Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.

Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.

Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.

Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.

—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.

“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.

Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.

—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.

—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.

Page 63: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

63

§Alejandro Pérez García

—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el

mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.

A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.

Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.

Page 64: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

64

El libro de la biblioteca de Móstoles

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.

—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

Page 65: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

65

§Alejandro Pérez García

Volver

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el

sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear

Page 66: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

66

El libro de la biblioteca de Móstoles

un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.

“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.

El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.

Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.

—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.

Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.

Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,

Page 67: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

67

§Alejandro Pérez García

y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.

Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.

Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.

Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.

La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:

—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.

Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.

Page 68: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

68

Page 69: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

69

§Alejandro Pérez García

Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos

necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.

Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.

Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.

Él quería estudiar

Page 70: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

70

El libro de la biblioteca de Móstoles

Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.

Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.

Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.

Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.

—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.

“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.

Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.

—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.

—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.

Page 71: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

71

§Alejandro Pérez García

—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el

mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.

A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.

Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.

Page 72: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

72

El libro de la biblioteca de Móstoles

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.

—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

Page 73: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

73

§Alejandro Pérez García

Volver

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el

sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear

Page 74: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

74

El libro de la biblioteca de Móstoles

un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.

“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.

El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.

Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.

—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.

Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.

Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,

Page 75: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

75

§Alejandro Pérez García

y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.

Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.

Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.

Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.

La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:

—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.

Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.

Page 76: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

76

Page 77: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

77

§Alejandro Pérez García

Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos

necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.

Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.

Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.

Él quería estudiar

Page 78: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

78

El libro de la biblioteca de Móstoles

Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.

Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.

Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.

Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.

—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.

“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.

Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.

—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.

—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.

Page 79: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

79

§Alejandro Pérez García

—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el

mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.

A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.

Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.

Page 80: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

80

El libro de la biblioteca de Móstoles

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.

—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

Page 81: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

81

§Alejandro Pérez García

Volver

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el

sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear

Page 82: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

82

El libro de la biblioteca de Móstoles

un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.

“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.

El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.

Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.

—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.

Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.

Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,

Page 83: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

83

§Alejandro Pérez García

y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.

Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.

Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.

Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.

La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:

—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.

Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.

Page 84: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

84

Page 85: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

85

§Alejandro Pérez García

Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos

necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.

Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.

Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.

Él quería estudiar

Page 86: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

86

El libro de la biblioteca de Móstoles

Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.

Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.

Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.

Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.

—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.

“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.

Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.

—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.

—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.

Page 87: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

87

§Alejandro Pérez García

—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el

mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.

A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.

Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.

Page 88: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

88

El libro de la biblioteca de Móstoles

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.

—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

Page 89: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

89

§Alejandro Pérez García

Volver

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el

sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear

Page 90: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

90

El libro de la biblioteca de Móstoles

un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.

“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.

El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.

Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.

—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.

Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.

Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,

Page 91: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

91

§Alejandro Pérez García

y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.

Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.

Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.

Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.

La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:

—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.

Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.

Page 92: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

92

Page 93: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

93

§Alejandro Pérez García

Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos

necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.

Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.

Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.

Él quería estudiar

Page 94: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

94

El libro de la biblioteca de Móstoles

Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.

Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.

Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.

Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.

—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.

“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.

Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.

—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.

—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.

Page 95: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

95

§Alejandro Pérez García

—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el

mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.

A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.

Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.

Page 96: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

96

El libro de la biblioteca de Móstoles

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.

—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

Page 97: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

97

§Alejandro Pérez García

Volver

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el

sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear

Page 98: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

98

El libro de la biblioteca de Móstoles

un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.

“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.

El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.

Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.

—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.

Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.

Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,

Page 99: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

99

§Alejandro Pérez García

y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.

Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.

Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.

Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.

La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:

—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.

Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.

Page 100: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

100

Page 101: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

101

§Alejandro Pérez García

Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos

necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.

Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.

Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.

Él quería estudiar

Page 102: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

102

El libro de la biblioteca de Móstoles

Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.

Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.

Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.

Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.

—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.

“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.

Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.

—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.

—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.

Page 103: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

103

§Alejandro Pérez García

—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el

mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.

A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.

Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.

Page 104: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

104

El libro de la biblioteca de Móstoles

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.

—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

Page 105: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

105

§Alejandro Pérez García

Volver

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el

sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear

Page 106: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

106

El libro de la biblioteca de Móstoles

un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.

“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.

El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.

Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.

—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.

Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.

Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,

Page 107: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

107

§Alejandro Pérez García

y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.

Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.

Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.

Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.

La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:

—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.

Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.

Page 108: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

108

Page 109: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

109

§Alejandro Pérez García

Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos

necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.

Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.

Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.

Él quería estudiar

Page 110: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

110

El libro de la biblioteca de Móstoles

Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.

Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.

Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.

Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.

—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.

“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.

Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.

—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.

—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.

Page 111: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

111

§Alejandro Pérez García

—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el

mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.

A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.

Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.

Page 112: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

112

El libro de la biblioteca de Móstoles

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.

—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

Page 113: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

113

§Alejandro Pérez García

Volver

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el

sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear

Page 114: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

114

El libro de la biblioteca de Móstoles

un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.

“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.

El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.

Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.

—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.

Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.

Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,

Page 115: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

115

§Alejandro Pérez García

y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.

Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.

Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.

Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.

La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:

—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.

Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.

Page 116: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

116

Page 117: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

117

§Alejandro Pérez García

Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos

necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.

Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.

Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.

Él quería estudiar

Page 118: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

118

El libro de la biblioteca de Móstoles

Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.

Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.

Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.

Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.

—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.

“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.

Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.

—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.

—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.

Page 119: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

119

§Alejandro Pérez García

—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el

mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.

A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.

Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.

Page 120: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

120

El libro de la biblioteca de Móstoles

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.

—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

Page 121: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

121

§Alejandro Pérez García

Volver

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el

sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear

Page 122: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

122

El libro de la biblioteca de Móstoles

un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.

“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.

El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.

Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.

—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.

Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.

Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,

Page 123: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

123

§Alejandro Pérez García

y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.

Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.

Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.

Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.

La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:

—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.

Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.

Page 124: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

124

Page 125: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

125

§Alejandro Pérez García

Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos

necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.

Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.

Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.

Él quería estudiar

Page 126: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

126

El libro de la biblioteca de Móstoles

Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.

Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.

Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.

Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.

—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.

“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.

Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.

—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.

—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.

Page 127: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

127

§Alejandro Pérez García

—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el

mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.

A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.

Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.

Page 128: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

128

El libro de la biblioteca de Móstoles

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.

—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

Page 129: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

129

§Alejandro Pérez García

Volver

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el

sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear

Page 130: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

130

El libro de la biblioteca de Móstoles

un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.

“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.

El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.

Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.

—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.

Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.

Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,

Page 131: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

131

§Alejandro Pérez García

y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.

Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.

Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.

Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.

La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:

—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.

Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.

Page 132: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

132

Page 133: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

133

§Alejandro Pérez García

Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos

necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.

Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.

Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.

Él quería estudiar

Page 134: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

134

El libro de la biblioteca de Móstoles

Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.

Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.

Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.

Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.

—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.

“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.

Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.

—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.

—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.

Page 135: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

135

§Alejandro Pérez García

—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el

mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.

A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.

Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.

Page 136: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

136

El libro de la biblioteca de Móstoles

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.

—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

Page 137: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

137

§Alejandro Pérez García

Volver

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el

sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear

Page 138: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

138

El libro de la biblioteca de Móstoles

un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.

“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.

El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.

Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.

—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.

Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.

Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,

Page 139: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

139

§Alejandro Pérez García

y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.

Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.

Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.

Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.

La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:

—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.

Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.

Page 140: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

140

Page 141: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

141

§Alejandro Pérez García

Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos

necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.

Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.

Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.

Él quería estudiar

Page 142: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

142

El libro de la biblioteca de Móstoles

Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.

Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.

Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.

Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.

—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.

“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.

Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.

—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.

—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.

Page 143: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

143

§Alejandro Pérez García

—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el

mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.

A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.

Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.

Page 144: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

144

El libro de la biblioteca de Móstoles

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.

—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

Page 145: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

145

§Alejandro Pérez García

Volver

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el

sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear

Page 146: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

146

El libro de la biblioteca de Móstoles

un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.

“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.

El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.

Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.

—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.

Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.

Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,

Page 147: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

147

§Alejandro Pérez García

y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.

Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.

Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.

Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.

La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:

—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.

Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.

Page 148: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

148

Page 149: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

149

§Alejandro Pérez García

Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos

necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.

Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.

Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.

Él quería estudiar

Page 150: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

150

El libro de la biblioteca de Móstoles

Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.

Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.

Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.

Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.

—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.

“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.

Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.

—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.

—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.

Page 151: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

151

§Alejandro Pérez García

—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el

mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.

A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.

Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.

Page 152: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

152

El libro de la biblioteca de Móstoles

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.

—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

Page 153: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

153

§Alejandro Pérez García

Volver

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el

sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear

Page 154: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

154

El libro de la biblioteca de Móstoles

un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.

“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.

El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.

Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.

—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.

Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.

Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,

Page 155: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

155

§Alejandro Pérez García

y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.

Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.

Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.

Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.

La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:

—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.

Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.

Page 156: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

156

Page 157: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

157

§Alejandro Pérez García

Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos

necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.

Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.

Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.

Él quería estudiar

Page 158: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

158

El libro de la biblioteca de Móstoles

Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.

Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.

Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.

Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.

—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.

“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.

Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.

—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.

—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.

Page 159: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

159

§Alejandro Pérez García

—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el

mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.

A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.

Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.

Page 160: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

160

El libro de la biblioteca de Móstoles

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.

—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

Page 161: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

161

§Alejandro Pérez García

Volver

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el

sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear

Page 162: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

162

El libro de la biblioteca de Móstoles

un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.

“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.

El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.

Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.

—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.

Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.

Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,

Page 163: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

163

§Alejandro Pérez García

y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.

Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.

Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.

Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.

La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:

—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.

Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.

Page 164: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

164

Page 165: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

165

§Alejandro Pérez García

Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos

necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.

Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.

Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.

Él quería estudiar

Page 166: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

166

El libro de la biblioteca de Móstoles

Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.

Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.

Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.

Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.

—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.

“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.

Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.

—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.

—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.

Page 167: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

167

§Alejandro Pérez García

—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el

mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.

A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.

Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.

Page 168: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

168

El libro de la biblioteca de Móstoles

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.

—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

Page 169: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

169

§Alejandro Pérez García

Volver

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el

sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear

Page 170: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

170

El libro de la biblioteca de Móstoles

un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.

“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.

El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.

Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.

—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.

Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.

Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,

Page 171: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

171

§Alejandro Pérez García

y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.

Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.

Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.

Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.

La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:

—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.

Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.

Page 172: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

172

Page 173: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

173

§Alejandro Pérez García

Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos

necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.

Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.

Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.

Él quería estudiar

Page 174: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

174

El libro de la biblioteca de Móstoles

Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.

Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.

Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.

Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.

—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.

“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.

Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.

—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.

—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.

Page 175: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

175

§Alejandro Pérez García

—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el

mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.

A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.

Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.

Page 176: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

176

El libro de la biblioteca de Móstoles

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.

—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

Page 177: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

177

§Alejandro Pérez García

Volver

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el

sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear

Page 178: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

178

El libro de la biblioteca de Móstoles

un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.

“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.

El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.

Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.

—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.

Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.

Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,

Page 179: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

179

§Alejandro Pérez García

y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.

Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.

Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.

Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.

La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:

—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.

Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.

Page 180: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

180

Page 181: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

181

§Alejandro Pérez García

Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos

necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.

Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.

Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.

Él quería estudiar

Page 182: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

182

El libro de la biblioteca de Móstoles

Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.

Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.

Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.

Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.

—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.

“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.

Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.

—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.

—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.

Page 183: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

183

§Alejandro Pérez García

—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el

mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.

A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.

Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.

Page 184: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

184

El libro de la biblioteca de Móstoles

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.

—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

Page 185: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

185

§Alejandro Pérez García

Volver

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el

sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear

Page 186: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

186

El libro de la biblioteca de Móstoles

un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.

“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.

El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.

Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.

—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.

Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.

Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,

Page 187: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

187

§Alejandro Pérez García

y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.

Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.

Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.

Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.

La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:

—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.

Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.

Page 188: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

188

Page 189: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

189

§Alejandro Pérez García

Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos

necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.

Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.

Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.

Él quería estudiar

Page 190: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

190

El libro de la biblioteca de Móstoles

Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.

Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.

Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.

Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.

—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.

“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.

Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.

—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.

—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.

Page 191: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

191

§Alejandro Pérez García

—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el

mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.

A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.

Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.

Page 192: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

192

El libro de la biblioteca de Móstoles

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.

—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

Page 193: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

193

§Alejandro Pérez García

Volver

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el

sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear

Page 194: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

194

El libro de la biblioteca de Móstoles

un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.

“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.

El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.

Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.

—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.

Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.

Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,

Page 195: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

195

§Alejandro Pérez García

y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.

Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.

Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.

Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.

La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:

—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.

Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.

Page 196: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

196

Page 197: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

197

§Alejandro Pérez García

Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos

necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.

Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.

Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.

Él quería estudiar

Page 198: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

198

El libro de la biblioteca de Móstoles

Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.

Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.

Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.

Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.

—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.

“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.

Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.

—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.

—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.

Page 199: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

199

§Alejandro Pérez García

—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el

mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.

A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.

Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.

Page 200: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

200

El libro de la biblioteca de Móstoles

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.

—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

Page 201: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

201

§Alejandro Pérez García

Volver

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el

sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear

Page 202: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

202

El libro de la biblioteca de Móstoles

un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.

“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.

El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.

Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.

—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.

Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.

Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,

Page 203: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

203

§Alejandro Pérez García

y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.

Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.

Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.

Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.

La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:

—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.

Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.

Page 204: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

204

Page 205: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

205

§Alejandro Pérez García

Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos

necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.

Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.

Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.

Él quería estudiar

Page 206: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

206

El libro de la biblioteca de Móstoles

Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.

Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.

Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.

Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.

—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.

“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.

Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.

—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.

—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.

Page 207: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

207

§Alejandro Pérez García

—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el

mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.

A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.

Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.

Page 208: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

208

El libro de la biblioteca de Móstoles

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.

—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

Page 209: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

209

§Alejandro Pérez García

Volver

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el

sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear

Page 210: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

210

El libro de la biblioteca de Móstoles

un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.

“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.

El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.

Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.

—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.

Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.

Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,

Page 211: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

211

§Alejandro Pérez García

y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.

Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.

Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.

Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.

La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:

—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.

Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.

Page 212: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

212

Page 213: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

213

§Alejandro Pérez García

Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos

necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpá-ramo.

Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescien-tas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.

Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.

Él quería estudiar

Page 214: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

214

El libro de la biblioteca de Móstoles

Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No esta-ba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siem-pre, en la cama o arropado con una manta.

Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.

Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Em-pezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.

Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrí-cula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.

—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.

“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.

Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corrien-te de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.

—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bí-blias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.

—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.

Page 215: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

215

§Alejandro Pérez García

—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el

mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchí-simos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.

A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.

Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mor-discos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluo-rescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.

Page 216: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

216

El libro de la biblioteca de Móstoles

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la ejecu-ción de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear un rato, se acercó a las taquillas.

—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

Page 217: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

217

§Alejandro Pérez García

Volver

Todo fue peor cuando se les terminó el paro y el banco notificó la eje-cución de la hipoteca y los trámites de embargo. Magdalena perdió el

sueño, y el pensamiento se le fue a la oscuridad de los puentes, poblados de ratas y murgaños. Fuera de sí, una mañana de aquellas, dio a Eugenio tal zapatazo, que acabó con cuatro años y un día de regañinas, de lentejas sin chorizo y paellas mal hechas.

—¡Hasta aquí hemos llegao! —exclamó el marido, mientras salía dando un portazo, tan fuerte que saltaron las llaves de la cerradura.

Iba sin desayunar, con lo puesto y los últimos euros, pocos, de una cha-puza. El chichón, que él se apretaba con cara de sufrir, cada vez era más gordo. Así, no percibió el olor a tierra mojada, ni vio las nubes de tormenta.

Tenía la boca pastosa, con sabor a retama o algo así. Entró en La Vid, su bar preferido. Se tomó de un trago tres dedos de orujo, del blanco. Pidió más. Allí le encontraron sus excompañeros de Móstoles Industrial a la hora del bocadillo. Todos se interesaron por él y le invitaron con generosidad.

Pronto salieron de la cabeza de Eugenio los hechos más recientes, que dejaron sitio a ilusiones y vivencias pasadas, muy borrosas. “Quién me mandaría a mi salir de Quintanilla. Mis tierras, mi bodega”, pensó apoya-do en una farola que se le presentó, sin saber cómo, en medio de la acera.

Sin proponérselo, acabó en la estación de El Soto. Después de titubear

Page 218: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

218

El libro de la biblioteca de Móstoles

un rato, se acercó a las taquillas.—Un billete a Quintanilla —balbuceó, tambaleándose.El taquillero, asqueado por el mal aliento de Eugenio, y suponiéndole

con dificultades para razonar, le atendió al momento.—Toma, este billete es hasta Atocha, con tres euros te sobra. Allí te

despecharán otro hasta la Quintanilla que quieras. —Vale —dijo Eugenio entregando unas monedas. Guardó el tique y la vuelta en un bolsillo del pantalón, cuya abertura no

encontraba. Caminó hasta el final del andén, giró a la derecha y entró en el primer vagón, sucio, frío, deshabitado. Se dejó caer sobre un asiento de madera desnuda, lleno de polvo, y empezó a roncar.

A última hora de la mañana, le sacó del primer sueño un tren en direc-ción contraria. Creyó que estaría cerca de Aranda, pero no. En duermevela, siguió alimentando sus vagos proyectos.

“Mi vecina, la Jimena, sigue soltera. Hace dos años, en la Fiesta del Vino, me dijo que por dar gusto a los viejos se habría casao conmigo. Ha-brá alguna viña libre. Dinero no nos sobrará, pero casa y trabajo no han de faltar”.

El peso de la cabeza y el olor de sus eructos, a bellotas podridas y uvas fermentadas, le obligaban a ocultarse detrás de la consciencia.

Cayendo la tarde, le descubrió un agente de seguridad. Costó hacer-le entender que aquel tren, sobre raíles muertos, no le llevaría a ninguna parte.

—¡Joder! ¿Qué muertos? Yo quiero ir a Quintanilla —dijo con dificul-tad.

Le pusieron en un tren que lo dejó en Atocha. Cuando llegó iba a salir el último mercancías con destino a Burgos. Saltó el torno y corrió al andén. Aturdido, alcanzó el vagón de cola con el convoy en marcha.

Por fin, después de una noche a la intemperie, entre dos contenedores: uno con el rótulo de “Naranjas Valencianas”, y de “Embragues Villaverde”, el otro, llegó a su Quintanilla natal. Los primeros rayos de un sol brillante,

Page 219: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)

219

§Alejandro Pérez García

y el Arlanza, con su cara vaporosa, despertaban para él nuevos horizontes. Los padres, ya mayores, lo recibieron como si volviera de una guerra.

Jimena no quiso saber nada de él, pero cambió de opinión cuando lo vio aseado y con ropa de domingo. Él explicó sin muchos detalles los motivos de su regreso. Nadie le preguntó más, ni siquiera por el bulto de la cabeza.

Sin nada mejor que hacer, se estrenó con unas cepas abandonadas, en una ladera inculta. “Si la tierra no me puede, el vino de esta viña correrá en muchas fiestas, y yo habré quemao la maleza de los peores tiempos”, se dijo ceremonioso, observando el fruto, a punto de cerner.

Con entusiasmo y los quehaceres fatigosos de sol a sol, elaboró la pri-mera cosecha en la vieja bodega familiar. Sus caldos se vendieron mejor de lo que esperaba, tanto que tuvo que ampliar viñedos y lagares.

La segunda añada ya mereció “Medalla de Plata”. Aprovechando la entrega del galardón, pagó una comida a sus amigos de Móstoles en un restaurante de lujo, en Madrid. A los postres, de pie, levantó la copa y dijo:

—¡Por vosotros! Vivo gracias al zapatazo que me dio la Magdalena, pero a esa ni mentarla. La Jimena y yo nos hacemos tilín. Ahora empiezan a desaparecer los nubarrones de marras, cuando el tren no andaba, aquel día que me achispé. Vuelvo a la tierra, nunca debí salir de ella”.

Emocionado, después de muchos aplausos y felicitaciones, se fue.

Page 220: Maquetación Libro Móstoles Corto Interior(Prueba)