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EL HOMBRE DE LA EDAD GLACIAL EN SURAMERICA: UNA PERSPECTIVA EUROPEA EL HOMBRE DE LA EDAD GLACIAL EN SURAMERICA: UNA PERSPECTIVA EUROPEA Thomas F. Lynch Cornell University publicado originalemente en la Revista de Arqueología Americana, no 1, pp. 141-185, 1990. Mapa 1 Localidades sudamericanas de las que se habla en texto. 145 INTRODUCCIÓN Por más de un siglo se afirmó la presencia del hombre en Suramérica durante el periodo glacial pleistocénico, con fechas que oscilaban desde 12,000 hasta varios cientos de miles de años atrás. Algunas de ellas probaron ser frívolas y fueron fácilmente desechadas (Dincauze 1984; Fagan 1987; Hrdlicka 1912; Lavallée 1985; Lynch 1974,1983; Owen 1984). Entretanto, en años recientes un número de estudiosos con entrenamiento profesional en arqueología y ciencias relacionadas, ha abogado seria y extensamente por la presencia humana en Suramérica, algún tiempo antes de la súbita y obvia aparición, cerca de 11,000 años atrás, de cazadores de grandes presas que usaban lanzas o dardos con puntas de piedra. Desde el inicio, muchos de los proponentes de un estadio Paleolítico suramericano fueron europeos, y muchas de las publicaciones importantes de la evidencia fueron hechas en Europa (Ameghino 1879,1880; Barfield 1960; Capdeville 1928; Davies 1978; Evans 1906; Guídon y Delibrias 1985, 1986; Latcham 1903, 1904, 1915; Le Paige 1958, 1960; de Lumley et al. 1988; Lund, 1840-1845; Menghin 1953, 1955/56; Rivet 1908,1926). En general, entonces, los europeos han estado más inclinados a aceptar una presencia paleoindia, mientras que los americanos del norte y del sur han sido frecuentemente escépticos. Las excepciones americanas a la posición conservadora, las más atrevidas y las más citadas, son Bryan (1986) y Gruhn (1987), Cigliano (1962a, 1962b), Cruxent (1960, 1970), Dillehay y Collins (1988), Lanning (1970), MacNeish (1971, 1976) y Schobinger (1969). En el espacio con que cuento, revisaré algunos de los problemas que han surgido en relación a sus supuestos datos. RESTOS DE HUESO Dada la extensión de la controversia sobre el hombre de la edad glacial en América, es sorprendente que pocos huesos humanos sean atribuidos al periodo pre-Clovis. Las dataciones directas de estos restos, por medios confiables, podrían ser una demostración convincente de la tesis pre-Clovis, como lo podrían ser también rasgos morfológicos arcaicos, por lo menos si se encuentran repetidamente. La escazes de restos de hueso puede deberse a la ausencia de entierros bajo tierra, o tal vez, a una preferencia de disponer del cuerpo por cremación o exposición (en plataforma) ambas prácticas encontradas esporádicamente en culturas posteriores. http://www.vmnf.civilization.ca/cmc/archeo/revista/1/articles/lynch/lynch.htm (1 sur 25)14/02/2006 01:05:33

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EL HOMBRE DE LA EDAD GLACIAL EN SURAMERICA: UNA PERSPECTIVA EUROPEA

EL HOMBRE DE LA EDAD GLACIAL EN SURAMERICA: UNA PERSPECTIVA EUROPEA

Thomas F. Lynch Cornell University

publicado originalemente en la Revista de Arqueología Americana, no 1, pp. 141-185, 1990.

Mapa 1 Localidades sudamericanas de las que se habla en texto.

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INTRODUCCIÓN

Por más de un siglo se afirmó la presencia del hombre en Suramérica durante el periodo glacial pleistocénico, con fechas que oscilaban desde 12,000 hasta varios cientos de miles de años atrás. Algunas de ellas probaron ser frívolas y fueron fácilmente desechadas (Dincauze 1984; Fagan 1987; Hrdlicka 1912; Lavallée 1985; Lynch 1974,1983; Owen 1984). Entretanto, en años recientes un número de estudiosos con entrenamiento profesional en arqueología y ciencias relacionadas, ha abogado seria y extensamente por la presencia humana en Suramérica, algún tiempo antes de la súbita y obvia aparición, cerca de 11,000 años atrás, de cazadores de grandes presas que usaban lanzas o dardos con puntas de piedra. Desde el inicio, muchos de los proponentes de un estadio Paleolítico suramericano fueron europeos, y muchas de las publicaciones importantes de la evidencia fueron hechas en Europa (Ameghino 1879,1880; Barfield 1960; Capdeville 1928; Davies 1978; Evans 1906; Guídon y Delibrias 1985, 1986; Latcham 1903, 1904, 1915; Le Paige 1958, 1960; de Lumley et al. 1988; Lund, 1840-1845; Menghin 1953, 1955/56; Rivet 1908,1926).

En general, entonces, los europeos han estado más inclinados a aceptar una presencia paleoindia, mientras que los americanos del norte y del sur han sido frecuentemente escépticos. Las excepciones americanas a la posición conservadora, las más atrevidas y las más citadas, son Bryan (1986) y Gruhn (1987), Cigliano (1962a, 1962b), Cruxent (1960, 1970), Dillehay y Collins (1988), Lanning (1970), MacNeish (1971, 1976) y Schobinger (1969). En el espacio con que cuento, revisaré algunos de los problemas que han surgido en relación a sus supuestos datos.

RESTOS DE HUESO

Dada la extensión de la controversia sobre el hombre de la edad glacial en América, es sorprendente que pocos huesos humanos sean atribuidos al periodo pre-Clovis. Las dataciones directas de estos restos, por medios confiables, podrían ser una demostración convincente de la tesis pre-Clovis, como lo podrían ser también rasgos morfológicos arcaicos, por lo menos si se encuentran repetidamente. La escazes de restos de hueso puede deberse a la ausencia de entierros bajo tierra, o tal vez, a una preferencia de disponer del cuerpo por cremación o exposición (en plataforma) ambas prácticas encontradas esporádicamente en culturas posteriores.

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Sin embargo, es impresionante la falta total de “atrapamiento” accidental o fosilizacíón, y la ausencia de dientes o de huesos humanos chamuscados en los supuestos sitios. Los primeros americanos pasaron a través de latitudes altas y climas fríos. Seguramente usaron fuego regularmente y se habrían refugiado en cuevas, de vez en cuando, donde huesos y esmalte dentario deberían haberse preservado. El hombre temprano probablemente no era

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caníbal, y es posible que no haya enterrado a sus muertos, pero seguramente debió de perder dientes que sería posible encontrar en sitios habitacionales.

Aunque hacen 5 ó 10 años atrás algunos arqueólogos y geólogos propusieron fechas de 70,000 a 15,000 años para varios restos de huesos norteamericanos, todos o casi todos ellos han sido re-evaluados y desacreditados. Primero por medio de la medición directa de radiocarbono, por acelerador de espectrometría de masa (AMS) y por pequeños contadores de CO2 (Berger 1983), han sido determinadas edades holocénicas para los ejemplares de Sunnyvale, Haverty, Del Mar, Riverside (San Jacinto), Taber, La Jolla, Los Angeles (Baldwin Hills), Yuha, Truckhaven, y Laguna (Taylor et al. 1985). Muchos autores asignan una fecha paleoindiana tardía o arcaica temprana para los huesos de Brown's Valley, Pelican Rapids (Minnesota) y Midland, en base a artefactos asociados, mientras que los huesos de Anzick (Wilsall) y Marmes se fechan en el periodo paleoindio, tanto por los artefactos como por el radiocarbono. Al hombre de Tepexpan en México y a los ejemplares de Vero y Melbourne de Florida, generalmente se les concede ser o recientes o, a lo máximo, paleoindios. Taylor et al. (1985:138) no encontraron ejemplares, fechados directamente por radiocarbono de fracción orgánica, más tempranos que los de Anzick (10,600 ± 300 a.P.) y Mostin (10,470 a.P.).

Las únicas posibilidades serias de restos pre-Clovis que yo conozco en Norteamérica son el esqueleto y la mandíbula de Warm Mineral Springs, Florida, asociados por un lado, con una fecha radiocarbónica en madera de 10,300 años, y, por otro lado, con huesos de tigre dientes de sable, que se piensa se extinguieron en tiempos Clovis (communicación personal, D.H. Morris 1980). A ésto, debemos añadir la añeja pelvis de Natchez (Mississippi), investigada por un médico en 1840, por el geólogo inglés Charles Lyell en 1860 y por George Quimby a mediados del siglo veinte. Los exámenes hechos hace mucho tiempo indican que el contenido de fluorina en la pelvis humana es similar a la de los huesos de perezoso, caballo, mastodonte y bisonte extinto, los que también se dice pertenecen al lecho de arcilla azul subyacente al loess, probablemente de origen glacial. Como la mejor posibilidad pre-Clovis que nos queda, la pelvis de Natchez podría ser fechada directamente por AMS, así como podrían serlo también los ejemplares de Warm Springs, si es que ésto no ha sido hecho aún.

En América del Sur los restos humanos “tempranos” son también extremadamente raros, a pesar de una larga historia de robo de tumbas y de excavaciones arqueológicas. Además, es difícil estudiarlos o fecharlos por AMS debido al hecho de que los mismos están dispersos o perdidos. Los huesos humanos encontrados en 1955 por un huaquero en Garzón, Colombia, en aparente asociación con un molar de mastodonte, con huesos de perezoso extinto (Megatherium), posibles choppers, y una placa

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cerámica, han desaparecido (Lynch 1974:364). De igual modo, la calota realmente robusta y de apariencia arcaica publicada por Bryan (1978a:318-320), producto probablemente de las depredaciones de H.V. Walter en la región de Laqoa Santa,

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Brasil, cuando él era el cónsul británico, “se perdió”. El hueso frontal y ambos parietales están casi completos y muestran una bóveda baja e inclinada, detrás de los masivos y continuos torus supraorbitarios. La calota de Lagoa Santa, a juzgar por las fotos de campo de Bryan, invita a comparación, no tanto con el Hombre de Neanderthal, pero con el Hombre de Solo del sureste de Asia. Si fuera re-localizado, autenticado y fechado, este ejemplar por sí solo podría forzarnos a reconsiderar la teoría abandonada de Rivet (1926) de una población inicial de origen transoceánico y no de Beríngia. De hecho, en un reciente ensayo popular, Dixon (1985:27), tal vez desconociendo que se le había anticipado Rivet, re-inventó la hipótesis trans-pacífica desde una perspectiva de Alaska. Lamentando la falta de sitios tempranos demostrables en Norteamérica, Dixon escribe que "es más razonable postular que los hombres tempranos llegaron primero a Suramérica y gradualmente se extendieron de ahí hacia el norte".

Sería más fácil descartar la calota de Lagoa Santa, de origen incierto y esencialmente no estudiada, si fuera verdaderamente la única y dadas sus características anómalas. Entretanto, esta tiene similitudes con uno, por lo menos, de los hallazgos hechos hace mucho por Lund, también bajo condiciones poco claras en la Cueva de Sumidouro. Este ha sido re-ilustrado por Bryan (1978a, figura 13), pero fue publicado originalmente por Pöch (1938) en Austria. Bryan informa que la colección Sumidouro, bajo estudio por Marilia Carvalho de Mello e Alvim en Río de Janeiro, constituye una discreta población Lagoa Santa, posiblemente más antigua, así como más arcaica, que el resto de los ejemplares de las Cuevas de Confins y Lagoa Santa. Con frecuencia están altamente mineralizados, pero si quedara suficiente colágeno, se podría hacer un intento para fechar estos ejemplares por AMS. De otra forma la mayoría de los estudiosos actuales consideran que las cuevas de Lagoa Santa pertenecen al Arcaico o, a lo más, al paleoindio tardío, debido a sus artefactos asociados (frecuentemente modernos), estratigrafía mezclada y excavaciones pobremente controladas (Hurt 1960; Lynch 1974:357). Las opiniones varían, como varían las asociaciones arqueológicas y paleontológicas de los huesos humanos, pero la mayor parte de los arqueólogos deberían concordar con la sumaria afirmación de Owen (1984:533) de que: “investigaciones posteriores ... fallaron en sostener cualquier asociación extendida de los huesos humanos y de animales, pero los humanos parecen haber estado en y alrededor de estas cuevas por 10,000 años o más". Lapa Vermelha IV, recientemente excavada por Laming-Emperaire (1975, 1979), podría ser la excepción, ya que allí las escasas lascas de cuarzo y otras piedras, que pueden haber sido trabajadas por el hombre, fueron encontradas con carbón fechado entre 10,200 y más de 25,000 años a.P. Gruhn (1978) afirma que los huesos humanos, incluyendo cráneos sin las crestas supraorbitales pronunciadas, estaban restringidos a la zona datada entre 10,200 y 11,600 a.P., pero aún estos deberían ser fechados directamente para determinar si podrían ser pre-Clovis.

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El fechado directo por fracción de colágeno de los cráneos “morfológicamente primitivos” de Ecuador, destruyó la esperanza de que representaran una raza pre-paleoindia en Suramérica. El más discutido de éstos fue el Hombre de Otavalo, excavado con dinamita durante la construcción del tendido eléctrico municipal en 1957. Estimado originalmente por los ecuatorianos como teniendo la edad de 10,000 años, el cráneo fue redescubierto en 1971 por un médico, quien notó sus robustas líneas supraorbitales y apófises mastoides muy desarrollados en una repisa del Museo de Quito y lo trajo a Inglaterra para posteriores estudios. Davies publicó sumariamente el cráneo de Otavalo en Gran Bretaña, y después en Canadá, juntamente con los resultados de las fechas en carbonatos, calculadas en Cambridge y Birmingham (22,800 a 36,000 años atrás), la fecha por termoluminiscencia de Birmingham (25,000 ± 3,000 años atrás) y la fecha por racemización de aminoácido de Frankfort (28,000 años) (Davies 1978a, 1978b). Desafortunadamente, estas estimaciones fueron citadas repetidamente por los proponentes del hombre temprano en América, sin cuidarse de la notoria falta de confiabilídad de los métodos involucrados o por el hecho de que el cráneo estaba cubierto por una gruesa capa de carbonatos (aragonita), la que pudo haber intercambiado con los carbonatos del hueso original. Shotten y Williams (1973) fecharon más apropiadamente la fracción de colágeno del hueso (2,300 ± 270 a.P. y 2,670 ± 150 a.P.), pero estos resultados más confiables, aunque menos espectaculares, fueron poco notados hasta 1985 (Taylor et al. 1985). Además, el análisis de la proporción de isótopos estables de C13 y C12 mostró la posibilidad de que el Hombre de Otavalo fuera un gran consumidor de maíz domesticado, congruente con las fechas de colágeno más recientes (Brothwell y Burleigh 1977).

La gran antigüedad de los cráneos de Punín, de la Quebrada de Chalán en la provincia de Chimborazo, se disipó de modo similar desde que el Museo Americano de Historia Natural los descubrió y de los hallazgos de nuevos ejemplares por Emilio Bonifaz y Gustavo Reinoso en 1972 y 1974. Por lo menos dos de los ejemplares son algo arcaicos en apariencia, con las cavidades oculares casi rectangulares, bóvedas craneanas bajas y huesos occipitales salientes. No obstante, Holm (1981:13) escribe que las pruebas “arqueométricas”, tales como fechados radiocarbónicos, confirman que un ejemplar, por lo menos, tiene una edad no mayor de 3,000 años.

La última posibilidad que queda de restos de hueso en Suraméríca, fechados con anterioridad al periodo paleoindio, podría parecer que fuera el Hombre de Ñuapua, procedente de sedimentos de un antiguo lago en el Gran Chaco en el sureste de Bolivia. De los informes de Hoffstetter (1968) y MacFadden y Wolff (1981) parece ser que Ñuapua es un depósito paleontológico natural, más que un sitio de ocupación humana. Sin embargo, el esqueleto humano incompleto y fragmentado y el diente incisivo de un segundo individuo son probable y básicamente de la misma edad que el resto de la fauna y, en cualquier caso podría ser posible fecharlos, aunque el contenido de

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colágeno es tan bajo que la actual tecnología de AMS es inadecuada. La fauna de Ñuapua-2 contiene tanto elementos modernos como extintos (Glyptodon, Equus) compatibles tanto con una edad pleistocénica tardía como la holocénica. Las especies extintas pueden ser derivadas de sedimentos

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más antiguos de Ñuapua, ya que ellas también ocurren aquí, y la mayoría de los hallazgos ocurrieron sueltos en superficie. No se identifican artefactos (Wolff et al. s.f.). Se intentaron pruebas de racemización de aminoácidos, pero los resultados (13,000 ± 3,000 a.P., 14,500 ± 2,500 a.P.) fueron indeterminados, dadas nuestras incertidumbres sobre el método y su calibración, así como el hecho de que estos ejemplares pasaron durante un tiempo que desconocemos en superficie, bajo temperaturas fluctuantes y a veces muy altas. El fechado directo de CO2 de la apatita de los huesos fue también intentado, aunque este método tiene sus propias incertidumbres y probó ser también poco confiable, posiblemente debido al intercambio de carbonatos del suelo con los de la apatita. El primer análisis del esqueleto humano de Ñuapua produjo una edad de 6,600 ± 370 a.P. (MacFadden y Wolff 1981). Una segunda muestra del esqueleto humano y un hueso de Glyptodonte del nivel inferior indicaron una edad de más de 21,000 a.P., pero parece ser que no hay una buena razón para preferir esta fecha pre-Clovis, a una de edad arcaica.

RESTOS CULTURALES

No existen razones que lleven a fechar ningún material cultural en Norteamérica con anterioridad a los tiempos de Clovis (Dincauze 1984; Fagan 1987; Owen 1984). De hecho, nuestros mejores modelos de dispersión, de adaptación cultural, de diversificación tipológica y de uso de recursos indican que los paleoindios florecieron en una América previamente despoblada (Haynes 1966; Kelly y Todd 1988; Mosimann y Martin 1975). Incluso los patrones de morfología dental, alotipos de imunoglobulina y diversificación lingüística sugieren una entrada por Beríngia en tiempos Clovis o inmediatamente anterior a ellos (Greenberg, Turner y Zegura 1986; Krantz 1977; Turner 1983 1985). Con el re-fechado de los hallazgos en California del “Hombre Temprano”, en Old Crow Basin y en Lewisville, parece haber pocas razones para esperar una presencia humana en Norteamérica anterior a 15,000 años atrás, aunque Irving et al. (1986) aún piensan que los humanos estaban en Old Crow Basin antes de 150,000 años atrás. En este momento, en mi opinión, hay una razonable posibilidad de artefactos pre-Clovis solamente en Meadowcroft, Bluefish Caves, Fort Fock Cave y Wilson Butte Cave, pero todos estos sitios han tenido problemas serios y notorios. El sitio Dutton, con algunos instrumentos ambiguos de hueso y un solo raspador paleoindio encontrado al fondo de la madriguera de un roedor, ha sido esencialmente abandonado por su propio excavador (Stanford 1979).

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Virtualmente todos los sitios pre-Clovis han florecido rápidamente y marchitado, desteñido y muerto de modo igualmente rápido. Todos, menos dos, de los 18 principales sitios enumerados por MacNeish (1976:318) en su última síntesis, que trata de probar la ocupación pre-Clovis en Norteamérica, han sido generalmente rechazados. Estos fueron Lewisville, Fort Liard, Richmond Hill, Frazer Canyon, San Isidro, Tequixquiac, Calico Hills, Valsequillo, El Bosque, Tlapacoya, Meadowcroft, Old Crow, Dawson City, Santa Rosa Island, Levi Rockshelter, Hueyatlaco, Wilson Butte Cave y McGee's Point. Aunque muchos de nosostros tenemos alguna esperanza en Wilson Butte Cave y Meadowcroft, ambos tienen numerosos críticos.

(tres piezas), uno o dos huesos estriados, y ningún otro rasgo cultural; los estratos pueden haber sido

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mezclados por roedores; la fecha radiocarbónica de 14,500 ± 500 a,P. (en huesos y en conflicto con una de 6,840 ± 300 a.P., en el mismo estrato), fue determinada por una muestra combinada de pequeños fragmentos sacados de tres cuadrículas excavadas; de un poco más arriba de la muestra, en el mismo Estrato C, vienen los huesos de bisonte moderno existente (Crabtree 1969; Gruhn 1965). Meadowcroft tiene una clara estratigrafía y una larga serie de consistentes fechados radiocarbónícos, pero el Estrato IIa tiene una pequeña industria que no es claramente pre-Clovis, flora y fauna modernas (moluscos así como vertebrados), y fechas que algunos sugieren que pueden haber sido contaminadas sistemáticamente por partículas de carbón de tamaño coloidal y otros productos de carbón (Haynes 1980; Mead 1980; Tankersley et al. 1987:319-324). Los sitios suramericanos usados por MacNeish (1976) para probar una ocupación pre-Clovis han pasado también deslucidamente. Estos se discuten a continuación, junto con los descubrimientos de los últimos 12 años.

Colombía

La zona de tierras bajas de Colombia, incluyendo el Istmo de Darién que conecta con Panamá, todavía no ha producido sitios de ocupación paleoindia o más temprana. La única punta “cola de pescado” de Bahía Gloria es una posible excepción (Correal 1983). Varios estudiosos han, por supuesto, atribuido instrumentos tipológicamente burdos a un estadio pre-puntas de proyectil, pero los sitios costeros del estadio glacial deberían estar ahora bajo el agua. La primera propuesta significativa de gran antigüedad fue hecha por Hans Bürgl (1957) y Thomas van der Hammen (1957) para un sitio similar a los europeos en una alta terraza (145m) del río Magdalena, cerca de 880 m sobre el nivel del mar. Garzón y sus restos de hueso (discutidos anteriormente; Lynch 1974:364; Willey 1971:70) desapareció de la literatura, pero van der Hammen y su equipo holandés continuaron relacionados, a través de estudios paleoclimáticos, con la investigación colombiana de sitios de ocupación pre-Clovis, tales como El Abra, que veremos a continuación.

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El Abra (Hurt et al. 1977) en la Sabana de Bogotá es uno de los 12 sitios pre-Clovis suramericanos listados por MacNeish (1976:138). La base para esta atribución es una sola fecha radiocarbónica de 12,400 ± 160 a.P., en la sub-unidad C3 del sitio 2. Se ha dicho que estaba asociada con 37 lascas de pedernal, pero otra fecha de la misma proveniencia (11,210 ± 90 a.P.) es igualmente apropiada e ignorada. Para la asociación de cualquiera de las fechas con las 37 lascas, el excavador (Hurt 1971:3) afirmó desde el inicio, “La posibilidad, entre tanto, de que ellas sean intrusiones de niveles superiores no puede ser descartada, ya que pueden haber resbalado por las fisuras entre las grandes piedras en los depósitos de la cueva o caído dentro de las madrigueras de animales”. La mezcla puede ser muy probable porque la unidad D, superior, era mucho más rica que la C3, y porque los abrigos 3 y 4 cercanos, carecen de cualquier signo de presencia humana en los niveles que se correlacionan con C3 en el abrigo 2. El grueso de las fechas de El Abra, y todas las fechas tomadas de los verdaderos fogones son mucho más tardías (Arcaico Temprano) y calzan mejor con la fauna moderna y con la industria de lascas que no tiene puntas de proyectil. (Lynch 1974:369-370).

Pocos kilómetros de allí, en Tibitó, mastodonte, caballo extinto y ciervo moderno de cola blanca, están asociados con una fecha de 11,740 ± 110 a.P., y una pobre industria de unas pocas lascas y dos

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posibles raspadores. Esta podría ser una ocupación paleoindia muy pequeña, y especializada que no incluía puntas de proyectil o, a pesar de la fecha y fauna “Clovis”, otra ocurrencia Abríense, del Arcaico Temprano. Todos los demás sitios tempranos reportados en Colombia, incluyendo Tequendama, con una fecha de 10,920 ± a.P., son de claro patrón Arcaico (Correal Urrego 1986). Los hallazgos en superficie de puntas pedunculadas lascadas a presión, algunas veces con colas basalmente adelgazadas y dentadas, se ajustan al patrón general del paleoindio, pero no pueden ser fechas directamente. Estas vienen especialmente del sitio La Elvira cerca de Popayán en la cuenca superior del Cauca, de Manizales en la Cordillera Central, de Restrepo en la Cordillera Occidental y de El Espinal en el distrito de Tolima (Illera y Greco 1986; Reichel 1965).

Venezuela

Los estudios sobre el Hombre Temprano en Venezuela empezaron en los años 50, con el trabajo de Cruxent y colegas paleontólogos, quienes rápidamente publicaron en Europa (Cruxent 1960, 1970; Royo y Gómez 1960). Las similitudes que se reportaron con las industrias africanas parecen ser ahora irrelevantes en términos históricos-culturales, aunque algunos de nosotros sospechamos aún una relación entre el complejo El Jobo y el material mexicano de Lerma, tipológicamente similar (Paleoindio o Plano), y el complejo Ayampitín (hoja de laurel) de los Andes centro y sur (Lynch 1983; Owen

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1984). El fechado arbitrario, la segregación y la seriación de Cruxent (1962; Rouse y Cruxent 1963b) de los complejos Manzanillo, Camare, Las Lagunas, El Jobo y Las Casitas, basadas supuestamente en las terrazas tectónicas insuficientemente estudiadas del río Pedregal, han sido fuertemente criticadas, sin que haya habido respuesta (Lynch 1974:362-364). Incluso Gruhn y Bryan (1984:136) lo consideran “indemostrable”.

MacNeish (1976) cree en una actividad humana pre-Clovis en Cucuruchú, Muaco y Taima-taima tres pozos y ciénegas pleistocénicas muy similares entre sí, a pocos kilómetros una de la otra en la península de Coro. Estos sitios son de alguna manera parecidos a las “ciénegas de búfalos” de Selby y Dutton y tienen algunos de los mismos problemas, reconocidos por los primeros excavadores, pero negados después por Gruhn y Bryan (1984), quienes trabajaron en Taima-taima en 1976. Desde el inicio, en Muaco, Cruxent (1970:224) admite que la “asociación era sospechosa porque la subida de las aguas de la fuente produjo una mezcla de huesos de mastodonte y megaterio con fragmentos de cerámica y vidrio”. También de acuerdo con Bryan (1973:248), “1os huesos y artefactos de Cucuruchú aparentemente han sido movidos de su posición original y redepositados en la grava”. Como señalamos hace mucho (Lynch 1974:374), los artefactos, las capas de grava y huesos de muchos animales forman, no una asociación primaria, sino más bien un depósito secundario, muchas veces mezclado por los mismos animales que frecuentaban las ciénegas. Es probable, en estas condiciones, el rompimiento y el rayado de huesos por agentes no culturales. No importa que Cucuruchú y Taima-taima estén ahora casi secas, libre de remoción reciente, y cubiertas por otros depósitos. Es doblemente significativo que en Muaco, “Cruxent excavó más tarde en un área no

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perturbada, al lado sur del manantial, pero no encontró evidencia definida de hombres en esta parte del sitio” (Bryan 1978b:69).

Han sido encontrados solamente unos cuantos artefactos definidos en estos tres sitios. En Muaco, Rouse y Cruxent (1963a:537) admitieron, muy francamente, que: “la punta in situ ocurrió en el nivel de huesos de animales extintos, pero siempre hay posibilidad de hundimiento en el suelo saturado de agua”. Taima-taima es uno, de una serie análoga de pozos (originalmente denominada: Los pozos de Royo y Gómez), al fondo de la Quebrada de Guadalupe, alrededor de dos kilómetros al este de Muaco. Algunas tienen vertientes permanentes mientras otras, incluyendo Taima-taima, tienen una napa que sube y baja dentro de los depósitos que ahora llenan la cuenca (comunicación personal, G. Ardilla Calderón, dic. 20, 1986).

En una excavación en Taima-taima, de más de 500 m2 (Bryan 1978b:70) o de 230 m2 (Gruhn y Bryan 1984:128), de la arena arcillosa de color gris, salieron solamente tres fragmentos de puntas, un raspador y una lasca. Estos datos no parecen ser suficientes para proveer evidencia de la población humana entre 12,000 y 15,000 años atrás. Al igual que Dincauze (1984:290) y Owen (1984:545), creemos que densos artefactos líticos podrían fácilmente

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haberse hundido a través de la arena y arcilla encharcada para juntarse a los huesos de mastodonte en la base impermeable del pozo, por lo menos hasta que las arenas fosilíferas se cubrieron, cerca de 10,000 años a.P., por lo que ha sido descrito de variadas maneras como una turba, negra arcilla arenosa orgánica, depósito de fango coluvial, o un depósito pantanoso (Bryan 1979:49-50). Al tiempo de las excavaciones de Bryan, el agua surgente estaba aún subiendo a través de la base de la arena arcilla gris, trayendo más arena (y materia orgánica disuelta o suspendida) dentro de los depósitos fosilíferos constantemente removidos (Bryan 1978:42). Difícilmente éstas son condiciones que podrían garantizar la integridad de las asociaciones culturales o de las fechas, aún dejando a un lado nuestras inquietudes sobre las consecuencias de las actividades de animales revolcándose, cazando, bebiendo o excavando en búsqueda de agua en los pantanos.

Los intentos para fechar fragmentos de puntas de El Jobo y la actividad humana en Taima-taima en 13,000 a.P., no han sido bien recibidos (Dincauze 1984:289-290; Lynch 1974:372-374, 1978:130-131; Haynes 1974). Aunque Bryan y Gruhn (1979:53) persisten en categorizarlo como “el sitios de caza mejor fechado en América”, pocos arqueólogos están de acuerdo con ellos. Estos autores no han respondido de manera efectiva a problemas en relación a fechas estratigráficamente no consistentes (no en secuencia), inconsistencia entre los materiales fechados, la presencia de carbón de piedra en el lecho subyacente (del cual el, agua y la arena son coladas), el problema general del intercambio de carbón en agua subterránea que está en fluctuación y en movimiento, el fechamiento de suelos (paleosuelos) y el asociarlos a los eventos humanos, y más importante, las probabilidades de mezcla e intrusión. Hay muy poca razón para preferir las nuevas fechas en madera (promediando alrededor de 13,000 años y que se afirma provenir del contenido estomacal de un mastodonte) a la vieja fecha en madera (11,860 ± 130 a.P.), que ahora se sospecha ser de una hipótetica raíz de un hipátetico árbol

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que crecía en la “tierra de superficie” superior (fondo de pantano o de laguna?) (Gruhn y Bryan 1984:131). Algunas posibilidades de intrusión las aceptan los excavadores y otras no, pero todas las muestras vienen de la Unidad 1. No se puede todavía comprobar y fechar la asociación deTaima-taima.

Brasil

Cerca de diez años atrás, Bryan (1978:74) declará que incluso él no creía que el hombre estuviese en América “durante el Gran Interglacial cerca de 300,000 años atrás”. De ese modo él, indirectamente, indicó su falta de fé en lo que muchos de nosotros consideramos ser una actividad humana excesivamente temprana, anterior al tiempo del Homo sapiens, en Hueyatlaco y Calico Hills en Norte América. Será interesante ver si cambia de opinión, ahora que se reportó en Suramérica, una asociación de instrumentos

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primitivos de cuarcita con fauna pleistocénica, fechada entre 204,000 y 295,000 años (Beltrão y Danon 1987; de Lumley et al. 1988; Weber1989).

La Cueva Esperança fue por primera vez explorada y apropiadamente denominada por Beltrão en 1982 y ha sido excavada desde 1985. Los resultados preliminares fueron presentados en conferencias en Río de Janeiro, Torino y Mainz en 1987 y rápidamente publicados en Francia, así como en Brasil. La profundidad del depósito está dada como solamente de 1,0 a 1,5 m, pero produjo fechas de un rango entre 2,020 ± 130 a.P. (radiocarbono en el más alto Nivel 1) a 295,000 años (por el método de uranio-torio, en el nivel más inferior). La espectrometría en rayos gama, realizada en Gif-surYvette, la espectrometría en rayos alfa, de Los Angeles y Menlo Park, muestran una buena concordancia y fueron hechas en tres piezas de hueso fósil. La fauna de los niveles 11-1V incluyen caballos extintos, así como unos pocos huesos de perezoso, armadillo, camélido y tal vez oso, todos extintos. Se dice que esta fauna parecida a la de Lagoa Santa, y que contiene solamente unas pocas formas modernas, tales como mazama y agutí.

El equipo franco-brasileño reconoce dos instrumentos en guijarros y un chopper del Nivel IV, además de un martillo y varias lascas de los Niveles II-1V. Las reproducciones lineales de los instrumentos sugieren que ellos son muy simples, aunque Beltrão y Danon (1987) afirman que a lo menos uno es específicamente clactoniense en tipo. También hablan de moldes de dientes humanos (?), instrumentos de hueso, estructuras de fogones, y carbón en todos los niveles, pero no hacen mención de los mismos en la posterior publicación francesa. Más significativo aún, ambos informes especifican que los artefactos en cuarzo y cuarcita son de rocas que solamente se encuentran a una distancia de 10 km de la cueva. El depósito es poco espeso y los artefactos son simples pero, a primera vista, no parece haber una buena razón para no aceptar este descubrimiento del hombre del Pleistoceno Medio en América (Homo erectus?).

De acuerdo a estos investigadores, “No es pues, de extrañarse, que el Homo erectus que ocupó el

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continente chino por lo menos hace 700,000 años...y que domesticó el fuego hace 400,000 años (Chou-Kou-Tien), haya franqueado repetidas veces el istmo de “Bering”.”(de Lumley et al. 1988:245).

Sin embargo, es necesario mencionar que existe una seria disputa sobre si el hombre del Pleistoceno Medio (y específicamente el Hombre de Pekín) estaba en posesión sistemática del uso del fuego, el que se piensa que estuvo presente en Cueva Esperança, sea el que necesariamente debió cruzar el estrecho de Bering (Binford y Ho 1985; Binford y Stone 1986; James 1989). De tal manera que el descubrimiento de Esperança debería tener implicaciones para la arqueología del Viejo Mundo, así como para la del Nuevo Mundo.

De Lumley et al. (1988) refuerzan el débil argumento para la ocupación del Pleistoceno Medio de la Toca de Esperança con evidencias débiles del Estado de Piauí (que discutiremos más adelante), con la afirmada asociación

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de hombre y mamut en Santa Rosa Island, California, y con la supuesta presencia humana en el Pleistoceno Medio en el abanico fluvial de Calico Hills, también al sur de California. Los casos de Santa Rosa y Calico han sido completamente desacreditados, y casi universalmente rechazados, con las asociaciones culturales y las evidencias de fuego han sido refutadas (Bischoff et al. 1984; Cushing et al. 1986). Dincauze (1984:289), Fagan (1987:64 y 146) y Owen (1984:534 y 539) desecharon los restos de Santa Rosa y Calico considerándolos no-arqueológicos, como podríamos anticipar, pero es notable que MacNeish (1976:320, 1982:314) también encuentra que “sus contextos son tales que uno no puede aceptarlos con ningún grado de confianza”.

Antes del trabajo en Toca de Esperança, Beltrão (1974; Beltrão et al. 1982) era bien conocida por su trabajo en, y opiniones sobre, el sitio Alice Boër cerca de Río Claro, en el Estado de São Paulo. Este fue otro de los sitios “pre-Clovis” de MacNeish, basado en el cálculo de Beltrão de 20,000 a 40,000 años para la capa V. Sería imprudente tenerle mucha fé a esta estimación. La capa V jamás ha sido fechada por ningún método de laboratorio y muchos de sus “artefactos” fueron rechazados por Bryan (Bryan y Beltrão 1987:303) y Hurt (1986:216), por ser roca nativa fracturada por la alta energía de las gravas fluviales de la capa V. Dos raspadores encontrados en la superficie de la capa V fueron considerados incuestionables, pero bien podrían haber descendido de la capa III, dada la remoción sufrida por los estratos, hecha por hormigas y el “obvio disturbio estratigráfico hecho por animales excavadores” (Beltrão et al. 1986:210).

La capa III de Alice Boër, de 1.9 m de espesor, fuertemente removida, estaba compuesta por arena y arcilla, con obvia ausencia de estratificación interna, pero fue subdividida por el excavador en niveles arbitrarios de 10 cm. Beltrão recuperó puntas de proyectil bifaciales a 1 m de profundidad (Bryan y Beltrão 1978) o a 1.3 m de profundidad, de acuerdo al informe original (Beltrão 1974:220). Las puntas son predominantemente pedunculadas, conhombros pronunciados y hojas triangulares, pero también ocurren las formas de triángulo simples y foliáceas. Se encontraron otros fragmentos

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bifaciales a profundidades tan bajos como 1.7 m, pero las dos unidades de excavación más inferiores contenían sólo una punta unifacial, otras dos “unifaciales”, un núcleo y cuatro lascas. Fueron hechos tres fechados radiocarbónicos en muestras de carbón de 30, 50 y 80 cm de profundidad: 6,050 ± 100 a.P., 6,135 ± 160 a.P. y 6,085 ± 160 a,P., todos del Laboratorio de Radiocarbono de Smithsonian Institution. Se informó de un cuarto resultado del nivel 90-100 cm, con 14,200 ± 1,150 a.P., con la advertencia del director del laboratorio para tomarlo con “la máxima cautela ... porque la pesada dilución sugiere que el margen de error considerado, ya grande de por sí, bien podría ser triplicado sin ninguna injusticia para la edad” (Beltrão 1974:246). Esto es, la fecha tomada en una muestra de tamaño inadecuado, podría ser leída como 14,200 ± 3,450 a.P,, poniéndola dentro del rango de la industria de las puntas de

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proyectil pedunculadas con las cuales está asociada. Ocho pruebas de luminiscencia hechas en artefactos de la parte superior de la capa III dió resultados más o menos concordantes de 2,000 ± 200 a.P., a 10,970 ± 1,020 a.P. (Beltrão et al. 1982).

Cualquier evaluación razonable para el sitio Alice Boër, removido como es, indica que el mismo es Arcaico en edad y en afiliación tipológica. Aún así se nos ha dicho que “Los resultados en Alice Boër indicaron que ambos tipos de puntas (pedunculadas y foliáceas) estaban presentes en Brasil central cerca de 14,000 años atrás, y que su producción sin mayores cambios estilísticos continuó hasta alrededor de 2,000 años atrás”. (Beltrão et al. 1986:21l). Tal continuidad tipológica y estilística es desconocida en otras partes. La “larga” lectura de una única fecha radiocarbónica aberrante no justifica el status pre-Clovis. En su lugar, nosotros deberíamos fijarnos en las similitudes tipológicas con la Tradición Arcaica Umbú (Prous 1986) y Fase Paranaiba (Schmitz 1987), las que también carecen de asociaciones con fauna extinta.

Lapa Vermelha IV, una cueva originada por disolución que se asoma sobre un lago efímero en Minas Gerais, no se encuentra en el listado de MacNeish. Sin embargo, sus fechas pre-Clovis han sido seguidamente citadas por otros, después del trabajo de la Misión Arqueológica Franco-Brasileña, de 1971 a 1976 (Laming-Emperaire 1979, Prous 1986). Aunque los depósitos han sido excavados a una profundidad de 13 m, pocos entienden que el grueso de ellos, en el abrigo habitable adelante del tubo de disolución, se fechan en tiempos recientes e incluso, históricos. De acuerdo a Prous (1986:287), “el abrigo jamás fue habitado durante el precerámico”, pero sirvió solamente como un campamento esporádico y temporal. Seguramente, debajo de nueve metros, donde el túnel casi vertical tiene menos de 2 m de ancho, las asociaciones con huesos humanos, perezoso extinto, unas pocas lascas burdas e instrumentos de núcleo, y manchas de carbón, probablemente son redepositaciones. Así las fechas, desde 10,200 ± 200 a.P., a más de 25,000 años, no son necesariamente significativas. Lapa dos Borges es un caso similar. En su consideración de las fechas pre-Clovis en Morro Furado (Bahia), Abrigo de Sol (Mato Grosso), Lapa Vermelha y Abrigo Grande (Minas Gerais), Schmitz (1987:63) escribe que “en ninguno de estos casos los contextos han sido sometidos a los tipos de examen intensivo necesarios para establecer la asociación humana”.

Los sitios más apreciados en estos últimos años vienen de Piauí, en el agobiado y árido Nordeste de

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Brasil, donde Guidon y su dedicado equipo trabajó desde 1970. Cerca de São Raimundo Nonato identificaron cerca de 300 sitios, muchos con arte rupestre, especialmente en numerosos abrigos rocosos situados a lo largo de la base de un escarpado de cuarcita o arenisca, coronado por un conglomerado de rodados de cuarzo y cuarcita (Guidon 1984, 1985, 1986; Guidon y Delibrias 1985, 1986).

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El sitio mejor descrito de Piauí es Toca de Boqueirão da Pedra Furada, un gran abrigo cortado en la base de un acantilado de 30-50 metros de altura, en el nivel de una planicie de inundación (Guidon 1984:32 y 51). El moderno canal corta a través de la parte delantera del sitio y los planos muestran que una parte sustancial de las excavaciones, incluyendo partes de donde fueron tomadas muestras de carbono, estaban en el canal mismo, denominado “pasaje del torrente actual” (Guidon 1983:3 y Plano 1; 1986, Figuras 3 y 4). Es importante establecer bien el registro porque Butzer (1988:193), ha argumentado que la fractura natural de los “artefactos” era imposible, afirma que el abrigo está “localizado a 20 metros sobre la planicie de inundación en un acantilado de arenisca”. Más aún, en la presentación a la Sociedad de Arqueología Americana, de las transparencias proyectadas por Guidon, quedó claro que por lo menos algunos de los niveles más tempranos eran depositaciones por flujo.

No existen dudas sobre la naturaleza cultural de los niveles superiores (D, E y parte C) en Pedra Furada, fechados en tiempos arcaicos post-Clovis, en los cuales la industria lítica súbitamente cambia a cuchillos, raspadores terminales y láminas en chert o pedernal exóticos. Estos son indudablemente artefactos asociados con fogones. Las capas A, B y la mayor parte de C contenía solamente artefactos muy burdos hechos exclusivamente en el cuarzo o cuarcita que ocurren localmente en forma natural, cuyos patrones de fractura son excesivamente difíciles de identificar como producidos por el hombre. En el encuentro del SAA en Denver, se encontró que una muestra seleccionada de éstos se consideró inconvincente por numerosos arqueólogos y practicantes del trabajo lítico lascado, algunos de ellos con considerable experiencia en el Viejo Mundo, incluyendo Brian Fagan y yo mismo. Uno se pregunta porqué los habitantes tempranos harían uso de estas difíciles materias primas, si las rocas de sílice criptocristalina fueron tan fácilmente obtenibles, a unos pocos kilómetros de distancia, para los pueblos Arcaicos posteriores.

Según Guidon (19852-3), la capa C “contiene grava y guijarros acarreados por torrentes temporales”, mientras que en la capa B, “en el área del canal cortado por el agua que cruza por delante del sitio, eran comunes los guijarros”. Como para capa A, “en el área del canal también contiene guijarros”. Guidon (1986:157) misma afirma en alguna parte que “los depósitos tempranos son principalmente gravas subangulares, y el material deriva de la meteorización del techo y de las paredes del abrigo”. Existen dos fuentes de “artefactos" en lascas percutidas de cuarzo y cuarcita en Pedra Furada. Una es la torrente de grava, la otra son los guijarros del conglomerado que corona el lecho de rocas en el cual el abrigo está cortado. Estos guijarros cayeron, en forma natural, decenas de metros al fondo de los abrigos, fracturándose con el impacto, y los amontonamientos de escombros resultantes se interdigitan en los depósitos del sitio. Instamos a los lectores a analizar

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las fotos de cuatro “núcleos” propuestos por Guidon (1986, figuras 8-11) y verificar si los mismos podrían haber sido producidos de esa manera.

Otra evidencia que podría ser importante para aceptar de la presencia humana pre-Clovis en Pedra Furada es el carbón del cual se obtuvieron edades de casi 40,000 años. Otra vez solicito a los lectores que examinen las clara fotografías del “hearth” (fogón) ilustrado por Guidon (1986, figuras 5 y 6) del cual fue tomada la edad de 17,000 ± 400 a.P. Ni ésta, ni otras de las transparencias proyectadas me convencen de que respresenten fogones. Han sido descritas como “foyers” (Guidon 1986; las comillas son de Guidon), sedimentos carbonáceos, lentes de ceniza y carbón, pedazos de carbón dispersos, ceniza y carbón mezclados con arena, y áreas lenticulares de color café (Guidon 1985:3-5).

Dada la naturaleza de los depósitos, parece bastante posible que ellos fueran el resultado de fuegos naturales en el matorral de la caatinga semi-desértica o floresta espinosa circundante. En tales ambientes la ceniza y el carbón son frecuentemente distribuidos y concentrados por la acción del viento y del agua.

Finalmente, debemos considerar los “fragmentos de pictografía” desprendidos de la pared del abrigo, los que se admite que están “en muy malas condiciones” (Guidon 1985:7). Los depósitos arenosos son notorios por la facilidad con que los clastos migran dentro de ellos, y este sitio está bastante removido por termitas y por profundas madrigueras de roedores. Hay abundante ocre en los depósitos superiores, claramente culturales y, más aún, las figuras en los depósitos inferiores son simples líneas rojas y manchones.

El mejor rasgo de los sitios de São Raimundo Nonato es la repetición entre ellos. Las representaciones en otros abrigos muestran el uso de propulsores y dardos. Aún Guidon (1986:170) encuentra sorprendente la ausencia de puntas de hueso y de madera, aunque “todo material orgánico se conserva muy bien”. Las excavaciones continúan en el área, especialmente en la Toca do Sitio de Meio (que se ha fechado a 40,000 a.P., pero también altamente removido) y varios otros sitios. Es interesante que la fecha de 18,000 ± 600 a. P., en carbón, en el estrato VIII de Toca do Caldeirão dos Rodrígues 1, esté disociada de artefactos líticos o cualquier otra señal de actividad humana (Guidon 1986:169). Por lo menos en este caso, el carbón se debe probablemente a fuegos naturales. El trabajo a través del valle, en abrigos en un medio ambiente calcáreo donde los huesos se preservan, es más promisorio (Bonnichsen 1988:2 y 6, y comunicación personal Mayo 23, 1988). Ahí, Guidon recuperó huesos de perezoso y de caballo extintos, en aparente asociación con artefactos y carbón, aún no datados. Más trabajos deberán confirmar o contradecir las ambiguas asociaciones de Pedra Furada y Sitio do Meio.

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Argentina

Las asignaciones pre-Clovis del Ampajaguense, Altoparanaense, Riogalleguense, Oliviense y Tandilense han sido olvidadas o refutadas, y estos complejos líticos ya no forman parte de la discusión (Lynch 1967:28-29; 1974:368-369). Me siento confundido por la referencia que hace MacNeish a la “Cueva de la (sic) Indios, San Rafael”, que él fecha en 10,500 a 13,100 a.P. El podría referirse a los restos Paleoindio/Arcaicos en las Cuevas de Atuel, cerca de San Rafael o, más probablemente, a la Gruta del Indio de Lagiglia, también en la provincia de Mendoza. En el último caso, las ocho fechas en excremento de perezoso, en hueso, palillos y carbón, van de 23,490 ± 1,040 a.P., a 8,045 ± 55 a.P., agrupándose a los 11,000 años atrás, en una probable ocupación paleoindia. Tal como Pikimachay, en Perú, la Gruta del Indio sirvió como madriguera para perezosos, los que han dejado sus propios restos orgánicos fechables, antes de la llegada de los paleoindios, quienes pueden haber cazado los perezosos hasta extinguirlos (Long y Martin 1974).

Todos concuerdan en que los depósitos inferiores de la Cueva 3 en la estancia Los Toldos (Santa Cruz) representan una ocupación básicamente Paleoindia/Arcaica, acompañada de una típica fauna y una típica industria lítica. Esto es, después de todo, el sitio-tipo para el complejo toldense que, en otras partes fecha consistentemente en el tiempo post-Clovis (Menghim 1952). En Los Toldos 3 existen dos fechas radiocarbónicas, una en carbón tomada de un fogón simple, de forma lenticular (8,750 ± 480 a.P.), y otra, de pequeñas partículas de carbón (“vestigios de carbón vegetal” y “pequeñas porciones”) encontradas en la parte inferior del depósito basal (12,600 ± 600 a.P.; Cardich et al. 1973:97, Cardich 1977:152). Como la segunda prueba fue hecha en una muestra combinada, su interpretación es más difícil que las de la primera muestra, tomada de un fogón. Un promedio de dos de las fechas (10,675 años) produjo el resultado esperado para la industria toldense. Estas fechas radiocarbónicas fueron determinadas en el BVA Military Arsenal Laboratory, Viena, por el propio L.A. Cardich, usando un contador de cintilación de bencina líquida.

No hay una razón particular para no creer en la fecha en sí, ligeramente pre-Clovis, pero sí existe una buena razón para preguntarse sobre el origen del carbón que fue fechado. Las cuevas frecuentemente contienen vegetación seca y estiércol dejados por los animales que la ocuparon previamente, que pueden haber sido quemados a la llegada de los ocupantes humanos posteriores, como una conveniente fuente de combustible seco. Los paleontólogos han identificado los huesos de caballo extinto, guanaco, un pequeño camélido indeterminado, un cánido, un félido, un falcónido, roedores, y cuatro géneros de grandes pájaros, que anidan sobre la tierra (ñandú y perdiz). Los paleontólogos aseveran que los restos no muestran señales directas de uso humano, aunque los camélidos, caballos, ñandúes y perdices son animales

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de caza característicos del periodo. Al mismo tiempo, nosotros debemos admitir que las cuevas de Los Toldos podrían ser atractivos abrigos para el mal tiempo para muchos de aquellos animales, y estos eran claramente capaces de traer hacia adentro de las cuevas, restos de plantas que serían quemadas por los ocupantes humanos posteriores. Tambussi y Tonni (1985:69) concluyen que los restos faunísticos son el resultado de agentes, tanto naturales como humanos.

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De importancia igual que la fuente del material fechado son las asociaciones de las fechas. Los sedimentos y estratigrafía de Los Toldos se han descrito inadecuadamente, pero está claro que los estratos eran diferenciados, por lo menos en parte, en base a su contenido cultural. Cada unidad estratigráfica era “singularizada por la presencia o ausencia o el diferente porcentaje de elementos tipológicos, particularmente de la industria lítica” (Cardich 1973:98). Yo mantengo que esta suerte de estratificación ex post facto es una mala práctica arqueológica. Existe una justificación estratigráfica natural para la separación de las capas culturales superiores (1 -3) de las unidades casapedrenses (6 y 7) en forma de una capa de ceniza y piedra pómez, y se dice que la industria casapedrense está separada de las capas toldenses (9 y 10) por un estrato 8 “semiestéril”, pero el nivel 11 no presenta una separación estratigráfica natural de los niveles 9 y 10, los que contienen el resto de la industria toldense.

En varias afirmaciones generales, Cardich (1973, 1977 y 1984) ha tratado fuertemente de diferenciar la industria del nivel 11, con su fecha pre-Clovis, del resto de los artefactos toldenses. Se ha dicho que éstos son más pequeños, mejor retocados, muestran trabajo bifacial y tienen un menor porcentaje de raspadores laterales (Cardich y Flegenheimer 1978:240). Estas diferencias bien podrían haber sido sobre-enfatizadas y, de hecho, ser insignificantes, ya que estamos tratando con una industria de solamente 48 artefactos separados de los demás por razones de conveniencia. En realidad, las frecuencias de tipos, aún en esta pequeña muestra, son esencialmente las mismas de los niveles 9 a 11 (Cardich y Flegenheimer 1978:239). La ausencia de puntas “cola de pescado” pedunculadas en una muestra de 48 artefactos es poco sorprendente. Estas puntas de proyectil “toldenses” son muy raras en las industrias toldenses, en las que predominan usualmente las puntas triangulares, subtriangulares y las pedunculadas con hojas triangulares. Aún esta pequeña industria de 48 artefactos contiene una probable punta subtriangular, delgada y bien retocada unifacialmente. Antes que semejarse a una punta musteriense, tal como quiere Cardich (1973:119), se podría mejor enfatizar sus similitudes con las otras puntas toldenses corrientes.

Tal como indica Aguerre (1979:41-46), estas puntas casi triangulares son absolutamente típicas de las industrias toldenses. Más aún, esta autora no encuentra extraño que el retoque bifacial no esté representado en una colección toldense. De acuerdo con numerosos colegas argentinos, creo que las colecciones líticas y las fechas de los aparentemente arbitrarios niveles 9,

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10 y 11, deberían ser consideradas juntas-tal como yo hice con las fechas y líticos en la unidad estratigráfica natural I en la Cueva Guitarrero (Lynch 1980:29-35; Lynch et al. 1985).

En años recientes, la atención de los arqueólogos argentinos se ha dirigido nuevamente a la región de las pampas norteñas, donde Ameghino trató de demostrar por primer vez, la contemporaneidad del hombre con animales extintos. En Cerro La China (Buenos Aires), Flegenheimer (1980) encontró puntas de “cola de pescado” en asociación con armadillo extinto (Eutatus). Tanto la fecha radiocarbónica de 10,720 a.P., como la alta frecuencia de bifacialidad en los niveles más inferiores

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sugieren que Cerro La China es uno de los sitios más tempranos y más claramente paleoindios de los relacionados con la industria toldense. Por otro lado, en Estancia La Moderna, los huesos de glyptodon fechan de 6,550 años a.P., en posible asociación con una burda industria de lascas, mientras que en Arroyo Seco existen fechas en colágeno desde 8,560 ± 320 a. P., hasta 5,250 ± 110 a. P., para armadillo, caballo, perezoso, camélidos extintos y una fauna reciente, en aparente asociación con una industria básicamente unifacial y entierros humanos (Lynch 1983:118; Palanca y Politis 1979; Politis 1985). Entretanto, un importante remoción provocado por animales excavadores, como vizcacha (Lagidium sp.) y el tucotuco (Ctenomys sp.), hace difícil confiar en las asociaciones. Los restos culturales pueden haberse deslizado hacia abajo desde una ocupación relativamente reciente y algunos, por lo menos, de los entierros pueden ser intrusivos.

Ecuador

La "seriación" tipológica de industrias líticas básicamente unifaciales, y la asignación de las mismas a un periodo temprano pre-Clovis, ha sido igualmente confusa en Ecuador. El sitio San José, cercano a Quito, fue primeramente reportado como carente por completo de trabajo bifacial, y asignado por Lanning (1970, 1973) a su “Tradición de Buriles” y fechado en 15,000-16,000 a.P. Mayer-Oakes (1986:27; Lynch 1971:240) determinó e informó 47 fechas en hidratación de obsidiana, con edades hasta 27,000 y 28,000 años, pero estas se basaron impropiamente en la estimación de hidratación calculada para las temperaturas y fuentes de obsídiana del Valle de México. Su estimación de la edad máxima fue reducida a 24,000 y después a 11,300 años en base a los cálculos de otro laboratorio (1986:34). Finalmente, fueron determinadas 18 fechas radiocarbónicas de unas muestras combinadas tomadas de unidades provenientes del fondo de los niveles de excavación 4 y 5. Los promedios de las pruebas en los dos niveles más bajos son 6,078 a. P., y 5,140 a. P., pero las fechas no ocurren en orden estratigráfico (Mayer-Oakes 1982:279). De las cinco piezas bifaciales reportadas de San José, una ha sido ilustrada hace poco. Es, evidentemente, un tipo Ayampitín o

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hoja de sauce, bien conocido en los Andes centrales y apropiada para las fechas de radiocarbón (Mayer-Oakes 1986:8 y 13).

Lanning y Patterson (1967) son responsables por lo que fue probablemente el peor y el más desafortunado uso de la seriación tipológica en los estudios de líticos en América del Sur. De las varias “industrias” de choppers, buriles y bifaces que ellos propusieron como antecesoras de, o coexistentes con, ocupaciones Paleoindia y Arcaica Temprana, ninguna ha sobrevivido. En Ecuador, el supuesto miembro del “Horizonte de Buriles”, supuestamente fechado a los 12,000 a.P., fue llamado el Complejo Exacto. Su realidad fue cuestionada por Bushnell (1971), Lynch (1974:360-367), y por Stothert (1983:125), su alumna, quién declaró que, “no hay base de evidencia para apoyar Exacto como una industria prehistórica”. El Horizonte Andino de Bifaces de Lanning y Patterson estaba representado en Ecuador por el Complejo Manantial, el que ha sido igualmente objetado. Los grandes bifaces parecen ser preformas de edad cerámica de Guangala, mientras que el resto del material Manantial representa deshechos de canteras de todas las edades. Como suscintamente dijo Stothert (1985:632), “Las Vegas (cultura Arcaica) es el único complejo precerámico reconocido hoy

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en la costa del Ecuador”. Actualmente, en las tierras altas, no se considera en nada anterior a las manifestaciones Paleoindia Arcaica Temprana de El Inga, Cueva de Chobshi y Cubilán (Holm 1981; Lynch 1983, 1988; Mayer-Oakes 1986; Temme 1982).

Perú

La secuencia ecuatoriana “pre-puntas de proyectil” se basó en una propuesta equivocada, previamente construida para los horizontes de buriles, lascas y de grandes bifaces de Perú. Las “industrias” de cantera de Chivateros y Oquendo, en las que se basó la propuesta, han sido criticadas a fondo y rechazadas por la mayoría de los arqueólogos (Bonavia 1979,1982; Fung et al. 1972; Lavallée 1985:415, Lynch 1967:24-25, 1974:361-368). Además, las preformas bifaciales, como las encontradas en Chivateros, se consideran ahora parte de la secuencia de reducción conducente a las puntas de proyectil Paleoindia/Arcaica Temprana tales como la Paijanense (Chauchat 1977,1982; Ossa 1973; Uceda 1986). Tal como sucede con similares industrias precerámicas ecuatorianas iniciales, las asociaciones son todas con fauna moderna, excepto en La Cumbre, donde los excavadores especifican que los restos de mastodonte y caballo estaban redepositados secundariamente con los artefactos (Lynch 1983:114; Ossa y Moseley 1972:14).

Somos afortunados al tener dos síntesis recientes de la zona andina central, que ilumina el patrón de ocupación humana temprana (Lavallée 1985; Rick 1987). Rick encontró que la evidencia de la fecha radiocarbónica para la presencia humana en Perú, anterior a 10,500 a.P., es “sorprendentemente débil”, representando solamente una “leve posibilidad” de ocupación. Con razón de tener desconfianza de casi toda la evidencia de ocupación humana

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en los Andes centrales, anterior a 10,000 a. P. Lavallée (1985:415) concluye que tenemos unos pocos sitios “sans pointe”, pero no “pre-pointe”-“o, más simplemente, la consecuencia de una excavación de superficie muy reducida, o marginal, y de una muestra de instrumentos muy limitada”. Como ella hace notar, yo mismo he sostenido esta posibilidad para el Complejo I en Cueva Guitarrero, donde solamente una (12,560 ± 360 a.P.) de diez fechas asociadas es anterior al tiempo paleoindio (Lynch et al. 1985). He presentado el mismo argumento para la colección y la fecha de Los Toldos, en Argentina (ver apartado anterior) mientras que Lavallée ignora esencialmente la fecha aberrante de 12,040 ± 120 a.P., de su nivel VII en Telarmachay, el que, fuera de eso, fecha entre 9,000 y 7,200 a.P.

A despecho de muchos años de intensiva excavación por experimentados arqueólogos, muchas de ellas dirigidas a la identificación del hombre temprano, Rick pudo localizar solamente una docena de fechas anteriores a 10,500 a.P. Después de eso, hay un claro incremento en el número de fechas reportadas, lo que marca sencillamente el principio del asentamiento humano. Además de la fecha de 13 milenios de Guitarrero, hay una de 10,535 ± 290, la que estoy preparado para aceptar, particularmente porque la desviación standard la lleva al rango de otras tres fechas del mismo nivel en Guitarrero. Una fecha de 11,200 ± 115 del sitio 1 de Talara fue tomada en carbonato de concha

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marina, la que se caracteriza por reportar fechas excesivamente tempranas, especialmente a lo largo de las aguas surgentes de la corriente de Humboldt (Bowen 1978:117-123). De igual manera, mi fecha de 11,640 ± 360 a.P., del sitio PAn-12-58 cerca de la cabecera del Río Santa, fue determinada en apatita de hueso, una forma de carbonato que no confiere confiabilidad a la fecha, más de la que se le dió en Old Crow (Tite 1972:81). La fecha de Pachamachay de 11,800 ± 930 a.P., es sobre carbón, posiblemente anterior a la utilización por los hombres de la Puna de Junín, que, a 4,300 m de altitud debería ser excesivamente inhóspita o de habitabilidad imposible en aquella fecha. La desviación standard de 930 años pone esta fecha dentro del rango Clovis. Las dos fechas en 13 milenios de Quirihuac son de una muestra combinada, del contexto paijanense, en un estrato con múltiples fechas más recientes, en un abrigo desértico donde la madera se preserva indefinidamente. Aún MacNeish, para quien todas o casi todas estas fechas deben haber estado disponibles en 1976, aceptó el status pre-Clovis solamente del Complejo Guitarrero I, además de su propio material del sur del Perú.

Perdida o ignorada, tanto por Rick como por MacNeish, está la fecha aislada de 13,460 ± 700 a.P., en colágeno de huesos (perezoso o caballo extinto?) del nivel 8 de la Cueva Huargo. Lavallée (1958:414) duda de las marcas en una costilla de perezoso y de una poco promisoria punta de hueso, como pruebas de la presencia humana. Sólo me queda concordar con élla. Las fotografías de Cardich están claras, y pienso que él está equivocado. No se declaran artefactos líticos; solamente algunas pequeñas lentes

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oscuras, ricas en materia orgánica, sugieren ocupación humana. Cardich no afirma que sean fogones, pero me recuerdan, de manera poco confortable, otros “fogones” que han sido declarados en sitios tempranos de Suramérica. Finalmente, la fecha fue determinada al mismo tiempo que la fecha temprana de Los Toldos, en el mismo Viennese BVA Arsenal, por L.A. Cardich, a quien deberíamos dar crédito por la explicación completa de los procedimientos y el equipo empleado (Cardich 1973, apéndice 1; pag. 30).

Hasta los recientes descubrimientos en Brasil y en Chile, el estadio pre-paleoindio más frecuentemente citado y apoyado en Suramérica era lo de Pikimachay (Ayacucho), excavado por MacNeish y sus colaboradores. El débil argumento descansa en cinco determinaciones en huesos de perezosos, los que ocuparon y defecaron en Pikimachay (MacNeish 1979; Mac:Neish et al. 1981). Por la propia admisión MacNeish, los ahora extintos perezosos se refugiaron en esa cueva, quedando evidencias por heces fecales, vértebras y costillas, así como por los huesos de miembros más característicos de los restos de animales cazados por los habitantes arcaicos. MacNeish no ha demostrado convincentemente que los huesos de perezosos fechados están modificados por el hombre o que estuviesen acompañados por restos culturales. Virtualmente todos los especialistas que han revisado seriamente el caso, o examinado los supuestos artefactos, concluyen que la “industria” Pacaicasa, y la mayor parte de las “industrias” Ayacucho y Huanta, es natural. (Cardich 1983:165; Dincauze 1984:284-306; Fagan 1987:168-171; Lavallée 1985:413-415; Lynch 1974, 1978, 1983, 1984; Owen 1984:541-542; Rick 1987:63). Otros, incluso convencidos de la realidad del hombre pre-Clovis en América, tales como Dillehay (1985:200), “no [están] satisfactoriamente convencidos de que los humanos ocuparon la cueva durante los tiempos de Pacaicasa”. El Complejo de Huanta es

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representado por sólo siete instrumentos. Cerca de 79 artefactos (la mayoría dudosos y mayoritariamente compuestos de desprendimiento de la roca nativa que forma la cueva misma, antes que de piedra “exótica”) componen las fases Pacaicasa y Ayacucho, fechadas solamente por la proximidad de huesos de perezoso.

La excavación en Pikimachay, en las propias palabras de MacNeish, fue marcada por una “estratigrafía revuelta” y por “diferencias de opinión” entre los supervisores (MacNeish et al. 1984:21-41). MacNeish nos advierte que los estratos en las cámaras norte y sur no estuvieran contínuos o ligados; que solamente la capa desprendida del techo era común a todas la áreas excavadas; que la excavación a través de esa capa hacia las cruciales capas inferiores de la cámara sur haya empezado como una medida disciplinaria, y que las capas culturales superiores (a-g) fueron mal y rapidamente excavadas en la ausencia de MacNeish. No podemos confiar en la asociación de ningún artefacto real con las fechas de hueso de perezoso (14,150 ± 180 a.P., a 20,200 ± 1,050 a.P.). Las pocas piezas de piedra “exótica”, o cualquier verdadero artefacto, podrían fácilmente ser intrusivos o haber caído desde arriba. Como MacNeish (1978:476) admite, el resto del “material es extremadamente

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burdo con la mayor parte hecha de tufa (sic) volcánica que no muestra claramente evidencia de trabajo humano”.

¿Cómo podemos fechar la actividad humana en Pikimachay? MacNeish alineó capas sobre la caída de rocas por análisis factorial y por seriación de artefactos (ambos dependientes de muchos criterios subjetivos) antes que por conexiones estratigráficos o por fechas en carbón. De hecho, MacNeish desecha tres de las cuatro fechas de carbón de las capas superiores, prefiriendo confiar en sus intuiciones tipológicas. Si los cazadores estuvieron presentes en este ambiente andino de altura (2,850 m) durante los tiempos glaciales, seguramente debieron haber usado fuego, dejando en Pikimachay las cenizas y carbón de sus fogatas. Todavía, todo el carbón de Pikimachay se fecha en tiempos post-Clovis, cuando las temperaturas en estas altitudes estaban todavía por debajo del congelamiento. Finalmente, si la utilización humana de Pikimachay se dió entre 25,000 y 15,000 a.P., como MacNeish insiste, ¿porqué estuvo totalmente desocupada durante 5,000 años antes que la gente con conocimiento del fuego hubiese llegado? No debemos confiar en la presencia del hombre de Pikimachay, en tiempos pre-paleoindios.

Chile

En Chile, como en Argentina, la cuestión de los restos arqueológicos del tipo y edad paleolítica se remonta casi a un siglo. Lo que se ha presentado como ocurriendo en Europa, bien podría darse, más o menos en el mismo periodo temprano, en el Hemisferio Occidental (Capdeville 1928; Evans 1906; Latcham 1915, 1941). Krieger (1964, 1965:271) mantuvo viva la esperanza, a despecho de las apreciaciones más sensatas de Uhle (1917), Bird (1943:281-286, 1965), y Lynch (1967:12-13). Lleno de sus experiencias en Africa, el sacerdote belga Gustave Le Paige (1958, 1960) intentó identificar el

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paleolítico americano en canteras, y algunas veces en sitios de vivienda del Desierto de Atacama. Colectando selectivamente y segregando “industrias” de grandes bifaces, choppers núcleos y láminas, llegó a mostrar similitudes con industrias europeas y africanas, pero los métodos y resultados de Le Paige fueron duramente criticados tanto en casa como en el extranjero (Lynch 1967:14-16, 1974:359-360; Montané 1972; Serrano 1968:64). Mientras que las colecciones de Gatchi, Loma Negra, Chaxas, Tulán, Altamira, y otras más, son valiosas arqueológicamente, los arqueólogos de hoy no aceptan su edad y afiliación paleolíticas (Lynch 1986:158-159).

Las colecciones de Le Paige se complementaron, en el drenaje del río Loa, por colecciones similares, seriadas tipológicamente por Lanning (1970, 1973) y sus estudiantes. No obstante, cerca de la Quebrada de Tarapacá, conjuntos de sitios que contienen grandes bifaces fechan, por radiocarbono, dentro del periodo Arcaico, en conformidad con las estimaciones originales de True y Núñez (1971; Lynch 1974:360). Para el tipológicamente más temprano Complejo Chuquicamata de Lanning, Grove (1970) demostró que los

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sitios ocurren consistentemente a lo largo de los muy usados caminos del desierto, donde las herraduras de hierro y las ruedas de carretas produjeron el característico “retoque lateral”, algunas veces hasta dejando óxido de hierro en las “plataformas de golpe”.

Finalmente, como su duodécima prueba del hombre pre-Clovis en Suramérica, MacNeish (1976) incluyó la localidad de Tagua-tagua en su lista dada la colección de 50 piezas de piedra trabajada, provenientes de la unidad estratigráfica más inferior, la que no contenía puntas bifaciales (Montané 1968; Casamiquela et al. 1967). El autor no refutó el típico contexto paleolítico, con mastodonte, caballo y otros animales de caza, ni las fechas en carbón-una muestra combinada, posiblemente de fuegos naturales, pero dentro del rango paleoindio (11,380 ± 320 a. P.). Ya tenemos un informe de Núñez (1987) sobre la re-investigación y nuevas excavaciones en la localidad de Tagua-tagua al sur de Santiago.

Las excavaciones en el sitio similar de Quereo también han sido publicadas, con el nivel 2 produciendo una fecha adicional de 11,100 ± 100 a.P. (Núñez et al. 1983:66). Las fechas del nivel 1 son ligeramente inconsistentes, 10,925 ± 85 a.P., a 11,600 ± 190 a.P., pero aceptables dentro de sus desviaciones standard. Núñez desearía que pudieran interpretarse alrededor de 12,000 a.P., pero esto hubiera sido un acto de fe, igual que, tal vez, los trazos de modificación de hueso y artefactos burdos, que puso en duda Dennis Stanford (citado por Núñez et al. 1983:111-112). Además del mastodonte y del caballo, los paleoindios de Quereo pudieron haber cazado el perezoso gigante, camélidos, ciervo del pantanal, y algunos otros pequeños animales.

A pesar de que son los restos mejor descritos de un supuesto pre-Clovis en Suramérica, los materiales arqueológicos de Monte Verde son, para mí, los más difíciles de ser evaluados (Pino y Dillehay 1988 y sus referencias a publicaciones más tempranas). Dillehay y yo hemos discutido este sitio muchas veces, pero al final hemos tenido que “concordar en no concordar”. Tal vez, con la publicación final

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de mejores fotografías que las que hasta ahora han estado disponibles, él podría convencerme de su punto de vista, pero hasta el momento, nuestros argumentos me recuerdan aquellos entre el sacerdote y el agnóstico sobre la existencia de Dios. Nuestros desacuerdos no son sobre estratigrafía, cronología, paleontología o reconstrucción de medio ambiente, pero en su lugar y antes que nada, sobre la evidencia de presencia de “la mano del hombre” en los periodos controversiales. En mi opinión existen muy pocos artefactos en Monte Verde, y ellos pueden no estar en verdadera asociación con las fechas. Como siempre, también podría ser posible que las fechas estén un poquito fuera, pero yo diría que este es el problema menos probable.

La unidad 6 de Monte Verde tiene seis fechas de 11,790 ± 200 a.P., hasta 12,450 ± 150 a.P., y una fecha levemente divergente de 13,565 ± 250 a.P. La unidad 7 de Monte Verde (superior SCH-4) tiene fechas de

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12,650 ± 130 a.P., y 12,740 ± 440 a.P. Se dice que tres de estas fechas se tomaron de artefactos de madera y una de un artefacto de marfil. No he visto fotos de ningún objeto de madera, hueso o marfil que pueda considerar que sean sin duda artefactos. Tampoco estoy convencido de la huella del pie humano, de la estructura (ceremonial) en forma de “hueso de la suerte”, o de las chozas de troncos, de los fogones, o de los braseros. El fondo de arroyo y la planicie circundante han sido un lugar húmedo y pantanoso a través de la mayor parte de su historia, proporcionando un buen ambiente para una carbonización natural, sin fuego. Difícilmente es un lugar ideal para acampar aún sobre las pequeñas barras de grava. Más que sugerir “un asentamiento permanente, a lo largo de todo el año” (Pino y Dillehay 1983:188), los restos de plantas que maduran durante todos los meses del año me sugieren que éste es, antes que nada, un depósito natural de arroyo Chinchihuapi. Estoy preparado para aceptar que nuestro concepto del estilo de vida paleoindio está injustamente dominado por huesos de animales extintos, pero no estoy listo para creer que los pre-paleoindios se asentaban durante todo el año en este pantanoso fondo de riachuelo. Este asentamiento y patrón de explotación podría, en su lugar, pertenecer a la gente del arcaico, cuyos restos son abundantes en el área.

El artefacto más convincente de Monte Verde es “una pieza de cuarcita bifacialmente lascada [que] fue recuperada de un perfil natural expuesto por el riachuelo de Chinchihuapi, antes de las excavaciones" (Collins y Dillehay 1986:343). El descubridor puede haber identificado correctamente la impresión del artefacto en el banco erosionado de MV-5, o pudo no haberlo hecho, pero las fechas de MV-5 (10,860 ± 130 a.P., a 11,760 ± 470 a.P.), son esencialmente del tiempo Clovis. Los otros 207 artefactos líticos vienen de los depósitos con edades desde 11,000 hasta 13,500 años, y de los cuales, solamente 7 parecen ser petrológicamente “exóticos”. Todos son de material ígneo y metamórficos, antes que de roca sílicea criptocristalina, guijarros redondos componiendo cerca de un tercio del lote. Se admite que la mayoría está “muy poco modificada de su estado natural” (Collins y Dillehay 1986:339). Entretanto, a mi entender, varias de ellas tienen una alta probabilidad de ser artefactos, una situación no inusual, dada la cantidad de tierra excavada, los depósitos más recientes arriba, la localización en el valle de un riachuelo, y el conocido asentamiento arcaico en el área. Los estudios de utilización de los artefactos no son definitivos y el mismo Dillehay mantiene sus reservas, pero esto no es sorprendente en vista a las recientes malas identificaciones y dificultades en replicar

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los resultados en otras partes, como en las “pruebas ciegas” (Newcomer et al. 1987).

El encuentro en superficie de una indudable bifaz, cerca del banco cortado por el arroyo, combinado con los subsecuentes hallazgos de huesos de mastodonte y madera carbonizada, seguramente tuvo un poderoso efecto sicológico que motivó un extenso trabajo, análisis y esfuerzos interpretativos. La ardiente aceptación por parte del público, y de una gran parte de la

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profesión arqueológica, probablemente también condicionó a los excavadores a no rechazar de antemano, como nunca se debe hacer, la posibilidad de una antigua ocupación de 30,000 años en el mismo sitio. Es un gran crédito para Dillehay que no haya sido dogmático o absolutista en sus afirmaciones sobre Monte Verde, especialmente en el nivel (SCH-4?) fechado en 33,370 ± 530 a.P., en “madera carbonizada”, originalmente descrita como “carbón”, y 33,020 a 40,000 a.P., en “madera carbonizada”, descrita anteriormente como “madera quemada” (Dillehay y Collins 1988; Pino y Dillehay 1988). Dillehay describe este material más temprano de Monte Verde solamente como un “contendiente sólido” en búsqueda del hombre más temprano en América. Así las cosas, con estas fechas, hacia el extremo de Suramérica, los seres humanos bien podrían ser pre-sapiens y pre-paleolítico superior.

No estoy preparado para rechazar Monte Verde como un sitio arqueológico pre-Clovis, pero tengo fuertes dudas. Una, y posiblemente dos de las 26 “piedras modificadas” de los depósitos más antiguos probablemente podrían ser aceptadas por mi como artefactos, hubiesen provenido de un contexto más claramente cultural. Puede ser que hayan más, como yo revisé solamente parte de la colección. Las fotos de “las cuencas con apariencia de fogones” no me convencen, por ahora. Antes que todo, creo improbable que un sitio de 13,000 y otro de 33,000 años se encontraron prácticamente uno encima del otro. En el pasado prehistorico vemos que esto sucede principalmente en lugares estratégicos, intrínsecamente valiosos como un recurso escaso (tales como en las cuevas, donde se dan condiciones de protección y de preservación), o donde la naturaleza hace depósitos secundarios, como en el lecho de río. El sitio de Monte Verde estaba en un ambiente mojado y frío, en un lugar de campamento bastante probre a lo largo de un pequeño riachuelo. Después de haber buscado tan duramente, por tantos años, a través de América y sin haber encontrado todavía un caso verdaderamente seguro de hombre pre-Clovis sería extremadamente raro, y estadísticamente improbable, que ocupaciones de 33,000 y de 13 000 años de edad hubiesen tenido lugar y se hubieran conservado en el mismo y desfavorable lugar.

CONCLUSIONES

No existen casos incuestionables o completamente convincentes de restos arqueológicos pre-Clovis en Suramérica. En realidad, no existen sitios en los cuales se tenga un alto nivel de confianza, o sitios que gocen en alguna medida de aceptación universal en la profesión arqueológica. Hay varios sitios (Monte Verde, Pedra Furada, Taima-taima) que podrían ser considerados en un rango de muy pobres a muy buenas posibilidades, dependiendo de a quienes se les pide la opinión. En contraste, aunque

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muy numerosos para revisarlos en este artículo, existen muchos otros sitios paleoindios, absolutamente convincentes, aceptados por todos los arqueólogos. Muchos

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de mis colegas estarán de acuerdo en que la situación en Norteamérica es casi la misma, aunque tal vez aún más clara, con un mayor número de casos. Los nombres de los sitios cambian, pero esta condición ha prevalecido por muchos años, por lo menos desde que yo empecé a preocuparme del tema en los años 50. Es significativo que, de los doce sitios pre-Clovis suramericanos listados por MacNeish en 1976, todos virtualmente han desaparecido de la discusión o están siendo vistos, por numerosos críticos, como teniendo serios defectos.

He participado en y seguido la búsqueda del hombre pre-Clovis por mucho tiempo y he intercambiado información con un amplio número de arqueólogos con intereses similares, a través de Europa y de América, especialmente Suramérica. Es obvio que muchos de mis colegas confían menos en los descubrimientos “pre-Clovis” en sus propios países, de los que conocen las debilidades, que en los descubrimientos hechos fuera de su tierra. En un sentido, este trabajo es una nueva mirada al problema que revisé en 1974, el que siguió y amplió el alcance de mi intento de 1967. Me desalienta el hecho de que una respuesta positiva no sea más factible ahora de lo que lo era entonces. No pretendo ser el que debería dar el imprimatur, pero estoy cansado de ser el “abogado del diablo” de colegas que rehusan a ser críticos con sus propios descubrimientos.

Así como lo veo, nuestro problema no es de métodos de campo, ni de técnicas analíticas, pero de interpretaciones y buena voluntad para mirar cada sitio en su contexto histórico y continental. Un número de arqueólogos parece creer que acumular datos de un creciente número de casos de baja probabilidad, fortalece su argumento del hombre pre-Clovis. Lo opuesto es verdadero, tanto intuitiva como estadísticamente. Mientras más busco, sin encontrar nada seguro, más improbable me parece la posición pre-Clovis; estadísticamente, las bajas posibilidades de casos dudosos y refutados deberían ser multiplicados, más bien que sumados, produciendo siempre probabilidades aún más bajas. Necesitamos, por lo menos, un sólo caso incuestionable, pero primero es preciso tenerlo para demostrar la proposición.

De las varias falacias lógicas discutidas por Dincauze (1984:291-293), la más problemática para mi es la falacia posibilística o el “intento de demostrar que una afirmación factual es verdadera o falsa, por medio de establecer la posibilidad de su verdad o falsedad”. Esto ha sido excesivamente común en los trabajos de la prehistoria y prácticamente esencial en el manejo de muchos de nuestros datos ambiguos y equívocos. Entretanto, el “posibilismo” ha sido sobreestimado. Ningún investigador de un posible sitio pre-Clovis, no importa lo cuidadosas que sean sus técnicas de campo y de análisis, debería tomar como ofensa cuando un crítico no acepta como suficiente que el sitio es sólo posiblemente verdadero. El carbón, por ejemplo, es producido en la naturaleza, así como es obra del hombre. La materia orgánica carbonizada es producida frecuentemente en ambientes aeróbicos o pantanosos, sin necesidad de actividad humana. Cuando existen otras pruebas

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de presencia humana, y una menor posibilidad de asociación secundaria, es razonable atribuir el carbón a los hombres. Cuando la presencia humana es en otros aspectos problemática, la posibilidad relativa de que el carbón o la materia orgánica carbonizada sea cultural se hace más remota. En un periodo y lugar donde pueblos arqueológicamente conocidos son escasos o dudosos, debemos tener muy en cuenta la ocurrencia común de carbonización natural.

La falacia tipológica, en la cual el artefacto más sencillo es asumido como el más antiguo, es una plaga que ha sucedido largamente. La mayoría de los investigadores se dan cuenta de que sería ridículo adherirse a ella en América, donde los pre-Paleoindios eran pocos, si acaso estuvieron presentes del todo, y, donde los Arcaicos lascaban instrumentos de piedra, los que eran frecuentemente más sencillos que aquéllos del estadio precedente. Con todo, nosotros todavía tenemos el problema de identificar positivamente los instrumentos simples de piedra, cualquiera que sea su edad. Los instrumentos simples pueden ser producidos por fuerzas simples presentes en el ambiente natural, y no sólo por el hombre. El contexto es la clave. Es esencial identificar el contexto como cultural por medios absolutamente independientes. Entonces, y sólo entonces, es el guijarro local o la roca simplemente trabajada, más que un posible artefacto. El estudio de los ángulos de plataforma de golpe, y así sucesivamente, puede solamente establecer posibilidades y probabilidades estadísticas, no demostrar el caso seguro que todos buscamos. En cierto modo, las fechas radiocarbónicas pueden darnos una falsa confianza, porque ellas por sí solas nada demuestran con certeza, cuando el contexto tiene sólo posibilidades de ser cultural.

Los principios estratigráficos de geología han sido también la base de la cronología arqueológica. Desafortunadamente, nosotros casi nunca nos encontramos con capas de rocas duras inmutables o sin mezcla. En la presencia de madrigueras de roedores, moldes de raíces de árboles, caídas de techos de cuevas, cuñas de hielos, verticracks (formados en los sedimentos arcillosos), vertientes artesianas, crioturbación, revolcamiento o pisoteamiento por animales (incluyendo los ocupantes humanos), y aún los industriosos caracoles y lombrices de tierra, el arqueólogo debe mostrar real cautela (Bonnichsen y Hoch 1983; Cahen y Moeyersons 1977; Courtin y Villa 1982; Gifford-González et al. 1985; Rowlett y Robbins 1982; Stein 1983; Villa y Courtain 1983; Wood y Johnson 1978). En mi experiencia, en sedimentos secos, los mayores riesgos son encontrados en arena, loess, y otros depósitos algo uniformes pero fácilmente movibles, donde la ausencia de remoción obvia puede llevar al excavador a asumir que no hay problemas. En esta situación, los hoyos parejos intrusivos pueden pasar desapercibidos. La única protección real es ser cauteloso con la baja frecuencia de artefactos y otros componentes significativos de un sitio, que también ocurren en otros estratos. En un estudio de tafonomía de Argentina, (Borrero 1985) informa

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sobre guanacos recientes que mueren sobre sitios arqueológicos, con el resultado que sus huesos caen dentro del conjunto arqueológico.

http://www.vmnf.civilization.ca/cmc/archeo/revista/1/articles/lynch/lynch.htm (24 sur 25)14/02/2006 01:05:33

EL HOMBRE DE LA EDAD GLACIAL EN SURAMERICA: UNA PERSPECTIVA EUROPEA

La arqueología moderna se ha convertido en una ciencia basada en demostraciones apoyadas por probabilidades y estadísticas. Esto se aplica a la frecuencia de distribución dentro de sitios, fechas radiocarbónicas, etc., pero también a los grandes patrones de prehistoria. Debemos mirar a los patrones y agrupamientos dominantes, mucho más que a los casos excepcionales. Como escribimos prehistoria para el público, facilmente ignoramos la rara fecha radiocarbónica aparentemente segura que es inexplicablemente “muy reciente”. También deberíamos depender menos de la única fecha, aparentemente irreprochable, que es inexplicablemente “muy antigua”. Tal vez deberíamos poner alguna atención a la fecha promedio (con desviación standard) para sitios de patrón Paleoindio en Norte y Suramérica. ¿Cuánto difieren los dos medios y cuál tiene prioridad? ¿Es qué las fechas de supuestos sitios pre-Paleoindios se agrupan de manera similar y los aparentes patrones de adaptación muestran alguna consistencia? Existen problemas sustanciales que ponderar. Yo concluí mi revisión de 1974 con la afirmación de que “tal vez sí nosotros dejamos de buscar tan fuertemente el Hombre Temprano, algún día podremos encontrarlo”. Por “fuertemente” yo quería decir ansiosamente, pero Bryan lo vió como un derrotismo, a despecho de mis buenas intenciones. Urgiría a mis colegas a ser más cuidadosos, incluso autocríticos, en la interpretación de los datos arqueológicos, y a depender más de los casos absolutamente seguros y de los patrones claros, más que de las excepciones infrecuentes, y la mayor parte de las veces, transitorias.

AGRADECIMIENTOS

BIBLIOGRAFÍA

http://www.vmnf.civilization.ca/cmc/archeo/revista/1/articles/lynch/lynch.htm (25 sur 25)14/02/2006 01:05:33