MANGORÉ, EL MAESTRO QUE CONOCÍ.

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Mangoré, El Maestro que conocí Domingo, 03 de Abril de 2011 Un libro que detalla el paso por El Salvador de este talentoso guitarrista paraguayo Por Óscar Perdomo León “Mangoré, el Maestro que conocí”, es un libro escrito por el Dr. Roberto Bracamonte, uno de los alumnos predilectos de uno de los más grandes guitarristas que ha producido el mundo: Agustín Barrios Mangoré, conocido como Nitsuga Mangoré, un paraguayo que recorrió muchas partes del mundo con su arte y que al final de su vida hizo escuela de guitarra en El Salvador y fue también aquí, en estas tierras cuscatlecas, donde dio su último suspiro de vida. Las ciento cuarenta y cinco páginas del libro nos conducen por ciertas zonas antes desconocidas del Maestro Mangoré, vistas a través de los ojos de un testigo querido y cercano a él, un salvadoreño que, aunque con otra profesión diferente a la de músico, amaba tanto la guitarra y la música que llegó a dominarles y conocerlas de una manera muy intensa. Y todo bajo la tutela del grandioso guitarrista Barrios Mangoré, quien dejó tras de sí una serie de alumnos y seguidores de su obra. Las reflexiones y las descripciones físicas y espirituales que hace Roberto Bracamonte sobre Mangoré están inundadas de gran respeto y admiración, pero no por eso dejan de ser un informe muy fidedigno del famoso “indio guaraní”: Nitsuga Mangoré. Hay que decir que Barrios no sólo fue un grande e inigualable domador del instrumento de las seis cuerdas, fue también poeta y conversador ameno, un hombre desligado del egoísmo, que compartía con sus alumnos las enseñanzas que sabía sin restricciones. Bracamonte lo describe como un hombre parco a la hora de hablar de sus triunfos, humilde pues por principios, pero muy

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Comentario escrito por Óscar Perdomo León sobre el libro MANGORÉ, EL MAESTRO QUE CONOCÍ, de Roberto Bracamonte.

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Mangoré, El Maestro que conocí

Domingo, 03 de Abril de 2011

Un libro que detalla el paso por El Salvador de este talentoso guitarrista paraguayo

Por Óscar Perdomo León

“Mangoré, el Maestro que conocí”, es un libro escrito por el Dr. Roberto Bracamonte, uno de los alumnos predilectos de uno de los más grandes guitarristas que ha producido el mundo: Agustín Barrios Mangoré, conocido como Nitsuga Mangoré, un paraguayo que recorrió muchas partes del mundo con su arte y que al final de su vida hizo escuela de guitarra en El Salvador y fue también aquí, en estas tierras cuscatlecas, donde dio su último suspiro de vida.

Las ciento cuarenta y cinco páginas del libro nos conducen por ciertas zonas antes desconocidas del Maestro Mangoré, vistas a través de los ojos de un testigo querido y cercano a él, un salvadoreño que, aunque con otra profesión diferente a la de músico, amaba tanto la guitarra y la música que llegó a dominarles y conocerlas de una manera muy intensa. Y todo bajo la tutela del grandioso guitarrista Barrios Mangoré, quien dejó tras de sí una serie de alumnos y seguidores de su obra. Las reflexiones y las descripciones físicas y espirituales que hace Roberto Bracamonte sobre Mangoré están inundadas de gran respeto y admiración, pero no por eso dejan de ser un informe muy fidedigno del famoso “indio guaraní”: Nitsuga Mangoré.

Hay que decir que Barrios no sólo fue un grande e inigualable domador del instrumento de las seis cuerdas, fue también poeta y conversador ameno, un hombre desligado del egoísmo, que compartía con sus alumnos las enseñanzas que sabía sin restricciones. Bracamonte lo describe como un hombre parco a la hora de hablar de sus triunfos, humilde pues por principios, pero muy

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agradable y suelto a la hora de hablar sobre la guitarra o sobre los músicos que admiraba.

El Dr. Bracamonte había sido exhortado en varias ocasiones por el Dr. Carlos Rodríguez Payés (también guitarrista) para que escribiera los numerosos recuerdos que sobre el maestro Barrios aquel tenía. Así que “Mangoré, el Maestro que conocí” tiene entonces la gran cualidad y ventaja de ser un testimonio bastante cercano y directo sobre la vida del músico. Especialmente porque Bracamonte no sólo fue alumno de Mangoré, sino también porque vivió con él los últimos tres años de su vida. Así que el libro está lleno de anécdotas sobre el famoso guitarrista, así como de revelaciones de pequeños detalles sobre su vida cotidiana. Algunas anécdotas están contadas de una manera tan vívida que parieran como breves cortometrajes en blanco y negro. El libro al cual me refiero este día fue publicado en 1995. Una buena manera de conocerlo mejor es leyendo directamente las palabras de su escritor. He aquí, pues, un breve fragmento de alguno de los detalles que Roberto Bracamonte cuenta en su libro:

“Además del español, el cual conocía en sus reglas gramaticales y retóricas, Mangoré tenía dominio del idioma materno del Paraguay, el guaraní. A mi pedido y para satisfacerme, recitaba versos propios y de otros poetas en guaraní, cuya dulzura y sonoridad musical siempre me encantó. Mangoré me explicaba que era una lengua completa y me apuntaba sus dificultades y sus reglas. Es tan bello y armonioso como el español, decía, y me dio la impresión que, para él, eran las lenguas más completas y hermosas del mundo, lo que nunca puse en duda. Yo escuchaba aparentando seriedad en la atención, porque lo único que me agradaba era el ritmo métrico y la sonoridad que daba a lo pronunciado y que él con entusiasmo ponía en el ambiente.”

A propósito de Rodríguez Payés, a quien mencioné unas líneas arriba, cuenta el Dr. Bracamonte Benedic que fue precisamente el Dr. Carlos Rodríguez Payés quien le llevó las partituras de Mangoré al famoso guitarrista australiano John Williams, quien en ese momento se encontraba en Londres. A partir de ahí surgió el disco que ayudó a resucitar en cierta manera el conocimiento de Barrios Mangoré alrededor del mundo.

Es prudente mencionar que en 1992 se había publicado, en idioma inglés, el libro“Mangoré. Seis cuerdas de plata”, del canadiense Richard D. Stover,el cual llegó a las manos de Roberto Bracamonte y se refiere a él en su libro. Yo lo leí cuando en el año 2002 fue publicado en español, en El Salvador, bajo el auspicio de Miguel Huezo Mixco y con traducción de Rafael Menjívar Ochoa. El libro de Stover es un documento muy valioso, lleno de investigaciones exhaustivas, basadas en mucha bibliografía, en visitas a los lugares que frecuentó el maestro de la guitarra, así como en pláticas y entrevistas a varias personas que conocieron al grandioso guitarrista . Es realmente un libro de inestimable valor para la cultura guitarrística mundial. (Por cierto que a Stover tuve el gusto de escucharlo hace ya un par de años en un concierto que dio en la Universidad Don Bosco.)

Pienso que en muchos detalles ambos libros (el de Stover y el de Bracamonte) se complementan.

Pero volviendo al libro que hoy nos ocupa, es bueno decir que Bracamonte retoma además en su libro algunas impresiones muy íntimas de su maestro, en el campo de la composición y de la técnica interpretativa de la guitarra. Quizás lo mejor sería transcribir un pequeño párrafo para entender y disfrutar mejor de lo rescatado por Roberto Bracamonte:

“«La Catedral» he tenido la suerte de escucharla por varios intérpretes y por el mismo maestro -fue lo primero que oí de sus manos- y me ha parecido que hacen magníficas ejecuciones, pero también tengo la impresión de que se podrían mejorar. La obra es, en los tres movimientos, una serie de campanas repicando, y varias veces le pedí al maestro que tocara el «allegro» y el «andante» más despacio para tener esa impresión.

“El «andante» es algo serio de interpretar y la mayoría lo toca con cierta velocidad que resta la

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solemnidad que se espera escuchar. Los primero acordes, en la parte inferior del traste doceavo, deben ejecutarse ligeramente arpegiados, aun cuando Mangoré no los dejó así indicados, pues las cuerdas sueldas dan el sabor de campanela. La sucesión de acordes tan bien hilvanados en los tres bordones, no deben sonar precipitadamente y son ellos los que dan la solemnidad, majestuosa y quizás ligeramente fúnebre a este andante. En todo momento debe hacerse sentir la campanela, siempre que se pueda arpegiando ligeramente, como ya dije.

“El «allegro» de esta sonata es muy complejo. En el repiqueteo de los primeros compases es necesario destacar además la nota grave del acorde de larga duración, las notas que quedan bajo el dedo medio y el anular, con un tanto menos que el primer sonido, lo que vuelve más difícil la ejecución y disminuye la velocidad; pero tengo entendido que aquí es mejor ser un tanto lento y conseguir los efectos esperados, porque para lucir la habilidad hay obras de otros autores y del mismo Mangoré que lo permiten. El problema es precisamente éste, que todos los ejecuntantes lo hacen a gran velocidad y desaparece el efecto de campanela que se continúa produciendo en muchos compases y que el compositor, incluso, no apuntó con los signos debidos.”

Bracamonte también apunta sobre su disyuntiva entre dedicarse a la guitarra o brindar su vida a la Medicina, y lo hace de esta manera:

“Yo, que escribo estas líneas, fui un afortunado huésped por casi tres años en casa de Mangoré y Gloria (esposa, de origen brasileño, de Mangoré); llegué a conocer algo de la amada guitarra, gracias a la enseñanzas y observaciones del Maestro y desarrollé una pulsación bastante aceptable. La mala fortuna, que nunca deja de perseguirme y a ratos me da horribles tratamientos, hizo que la Medicina fuera mi carrera principal y me vi obligado a dejar totalmente el instrumento por recomendación del mismo Mangoré, quien, informado que estuve a punto de perder un año de Medicina de las más duras y difíciles materias por estar con la guitarra entre mis brazos hasta altas horas de la noche, en vez de los secos, poco atrayentes y nada afectivos libros de Esculapio, me dijo: «Ché, dos mujeres no caben en casa y tienes que dejar una: escoge y toma partido. Decídete.» Masoquista y sin dinero para seguir estudios de música seriamente, me quedé con la Medicina que, aun cuando es una esposa muy rebelde de manejar y, además de dominante, cruelmente celosa, en reconocimiento me ha tratado con cariñoso afecto, cariño que todavía acepto con un tanto de triste resignación. Guardé pues la guitarra hace casi cincuenta años y una que otra vez la toco como su fiel amante y a escondidas, sufriendo de no tenerla junto a mi pecho, pero sin celos, ya que no he dejado de amarla y me siento feliz cuando oigo sus quejas por no estar en mis manos cuando otros esposos la acarician y abrazan amorosamente. Debo confesar con sinceridad que aún me duele no haber llegado cuando menos, a ser artista aceptable y no un médico como me deparó el destino. Así fue que quien más oportunidad tuvo de aprender y disfrutar del genial compositor paraguayo fue el que menos cosechó.”

“Mangoré, el Maestro que conocí” es un libro indispensable para todos aquellos que quieran saber más de la guitarra y conocer además al Mangoré que vivió en El Salvador.

DOS PALABRAS SOBRE ROBERTO BRACAMONTE.

El Dr. Bracamonte fue un destacado médico salvadoreño, que estudió su post grado en oftalmología en Brasil y Argentina; fungió como catedrático de la Universidad de El Salvador y como Director del Centro de Rehabilitación de Ciegos. Importante fue que desarrolló en 1982 un programa para la formación de oftalmólogos en el Hospital Rosales (en San Salvador). En 1940 conoció a Mangoré y se volvió su discípulo en la guitarra, teniendo además el privilegio, como ya se ha dicho antes, de vivir junto a él durante los últimos tres años de vida del famoso guitarrista.

Roberto Bracamonte estuvo casado con América Valencia, pianista que hizo estudios de interpretación y composición en Italia (y tía de mi esposa Érika) y a quien agradezco que me haya

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obsequiado, en una visita que le hicimos a su casa, el maravilloso libro que escribió su esposo.

El Dr. Roberto Bracamonte falleció en el año 2007.

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