maguare17.pdf

344
Revista del Departamento de Antropología MAGUARÉ 17 SEDE BOGOTÁ ACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS DEPARTAMENTO DE ANTROPOLOGÍA

Transcript of maguare17.pdf

Page 1: maguare17.pdf

�������������� ������������� �������MAGUARÉ

��

����������

�� ������������������ �����

�������������������� �

Page 2: maguare17.pdf

Revista del Departamento de AntropologíaFacultad de Ciencias HumanasUniversidad Nacional de Colombia

Universidad Nacional de ColombiaRector: Marco Palacios Rozo

Facultad de Ciencias HumanasDecano: Carlos Miguel Ortiz Sarmiento

Departamento de AntropologíaDirector: José Vicente Rodríguez Cuenca

MAGUARÉ No. 17 Año 2003

EditoraAna María Groot de Mahecha

Comité editorialRoberto Pineda Camacho, José Vicente Rodríguez Cuenca, FrançoisCorrea Rubio, Marianne Cardale de Schrimpff, Matthew C. Gutmann

Coordinador de la edicionGerardo Ardila Calderón

Asistente del Comité EditorialCarlos del Cairo

DiagramaciónJulián R. Hernández: [email protected]

Fotografía de la PortadaEvidencias de plegamientos y fallas en la quebrada de El Jobo, Vene-zuela. El Dr. Charles Alexander está parado encima de una cama decuarcita desplomada. Foto de José Oliver,1985.

La Revista Maguaré es una publicación anual que se edita desde el año 1981.

Los autores son responsables directos de sus trabajos, por lo tanto Maguaré no asumeresponsabilidad alguna en relación con las ideas o tesis en ellos expresada.

Para envío de correspondencia dirigirse a: Ana María Groot de Mahecha, Departamen-to de Antropología, Universidad Nacional de Colombia, Ciudad Universitaria, edificio212, oficina 310, Bogotá, Colombia. Correo electrónico: [email protected]

ISSN 0120-3045Tarifa Postal Reducida No. 1108, Vence dic. 2003

Page 3: maguare17.pdf

Presentación Gerardo Ardila 5

Artículos 13

Las culturas del Pleistoceno tardío de SuraméricaTom D. Dillehay 15

El Vano: Una nueva localidad paleo-india en el noroccidentede Venezuela

Arturo Jaimes Quero 46

Contra el reduccionismo ecológico en la arqueología decazadores-recolectores tropicales

Cristóbal Gnecco 65

Ocupaciones humanas del Pleistoceno terminal en eloccidente de Venezuela

José R. OliverCharles S. Alexander † 83

Un diagrama de polen del Pleistoceno final y Holoceno deMullumica

Thomas van der HammenGerard NoldusErnesto Salazar 247

���������

Page 4: maguare17.pdf

Explotación y uso de los recursos marinos ypatrones de residencia entre los mapuches:algunas implicaciones preliminares para la arqueología

Tom D. DillehayXimena Navarro H. 260

Nómadas en el oriente colombiano: una respuestaadaptativa al entorno social

Francisco Ortíz Gómez 274

Cazadores-recolectores y el bosque Ruth Gutiérrez 285

Vida Académica 305

Avance de InvestigaciónEstudio Arqueo-ictiológico del fenómeno de la Subiendaen la zona de raudales del río Magdalena

Germán A. Peña León 307

Subsistencia y manejo de ecosistemas a través del estudiode fitolitos, polen y semillas en grupos humanos precolombinosdel área interfluvial de los ríos Putumayo (Iça) y Amazonas[Colombia-Brasil]

Gaspar Morcote Ríos 312

Comentario 314Aclaraciones al texto Traces on tropical tools. A functionalstudy of chert artefacts from preceramic sites inColombia de Nieuwenhuis, Channah José, 2.002. Gonzalo Correal Urrego

Noticias del Departamento de Antropología 327

Normas para la presentación de artículos 329

Resúmenes de los artículos 332

Page 5: maguare17.pdf

�������� �

���������������������������� ���������������������������������� �

����������������������������������������������������������

Los defensores de la globalización pronostican un mundo uni-forme marcado por la homogeneidad del capitalismo y sus dinámi-cas, del cual no será posible escapar en ningún rincón de la tierra.Tal destino universal se complementa con la idea de que el capita-lismo y su “modelo de desarrollo” representan los máximos nivelesde organización política y económica a los que pueden aspirar lassociedades humanas. Este punto de vista simplista, que suponeque la globalización capitalista es el clímax de la evolución y, portanto, el fin de la historia (solo detenido en forma temporal por lafuerza del mundo musulmán), no deja lugar para formas diferentesde organización humana, dentro de las cuales las sociedades decazadores y recolectores han sido vistas como el punto de partida;esto es, como la huella primitiva de la especie. Sin embargo, laresistencia de estas sociedades a desaparecer y su sorprendentecapacidad de recomponerse y mantenerse vivas y activas, las con-vierten en portadoras y en modelos de una filosofía de la vida quese enfrenta de manera silenciosa pero efectiva con la homogeneiza-ción y la dependencia del mercado.

Otro supuesto que acompaña a esta visión homogeneizadoraplantea que la historia de América del Sur solo es posible a partirde su contacto con el mundo europeo y sus sentidos. Por esto, lademostración de que la historia de los pueblos de Suramérica estan antigua y tan compleja como las historias nacionales euro-

Page 6: maguare17.pdf

peas tiene un valor político innegable. Los indios americanos ysus descendientes campesinos —como los afrodescendientes—han estado conociendo, significando, y transformándose con lanaturaleza desde hace varios miles de años. Nuestros sabios indí-genas fundamentan su conocimiento en milenios de experimen-tación y decisiones propias, gracias a las cuales han logrado so-brevivir hasta el presente. El estudio y descripción de estosprocesos de interpretación cultural, de construcción de socieda-des y territorios, de toma de decisiones económicas y políticas, ensuma, de generación de la historia americana, sigue siendo obje-to de la antropología en nuestros países.

La investigación sobre sociedades de cazadores y recolectoresha sido uno de los campos más populares de la antropología du-rante los últimos treinta años. Su auge implicó cambios en la ma-nera de entender y de estudiar a estas sociedades, así como produ-jo una transformación de los problemas planteados, de las teoríasexplicativas, de los métodos de indagación y presentación de losresultados (Ingold y otros 1988; Burch y Ellanda 1994). Inclusive,una definición que precisara cuáles eran estas sociedades fue ob-jeto de discusiones y replanteamientos constantes (Panther-Bricky otros 2001) 1 . A partir de la famosa reunión de especialistas lleva-da a cabo en 1966 en Chicago, considerada como la segunda con-ferencia académica sobre cazadores recolectores en el mundo ydesarrollada gracias a la iniciativa de Sol Tax (Lee y DeVore 1968),se puso en marcha una transformación de las ideas de entonces:no se aceptaron más las interpretaciones de los cazadores comofósiles vivientes, como pobres, como sociedades simples o comoseres incapaces de producir desarrollos tecnológicos, ni como sal-vajes carentes de sistemas de pensamiento estructurado. Las rela-

1 La traducción de la palabra foraging al español es problemática. Algunos autores la

traducen como forrajeo, cuyo significado no se ajusta al del concepto inglés. En espa-

ñol es apropiado continuar usando la expresión “caza y recolección” o aclarar que

foraging, de acuerdo con Lee y Daly (citado por Panther-Brick y otros 2001), se refiere

a un tipo de subsistencia basado en la caza de animales silvestres, la recolección de

plantas comestibles silvestres y la pesca, sin domesticación de plantas, ni animales

domésticos, con la excepción del perro. Desde luego, este no es el caso en la mayoría de

las sociedades de cazadores y recolectores actuales en América del Sur.

Page 7: maguare17.pdf

ciones mecánicas entre la arqueología de sociedades antiguas yla etnografía de pueblos actuales fueron cuestionadas con la con-secuente cualificación de campos como la etnoarqueología y conel desarrollo de una colaboración más eficaz entre arqueólogos yetnógrafos. Frances Dahlberg (1981) planteó la pregunta: ¿quéhacían las mujeres mientras los hombres cazaban? La búsquedade respuestas amplió de manera sorprendente la imagen de loscazadores y recolectores y de su enorme diversidad. La tercera con-ferencia importante se realizó en París en 1978, por iniciativa deMaurice Godelier (Leacock y Lee 1982). Allí se discutieron las rela-ciones históricas de los recolectores cazadores (como los llamaronentonces) con sus vecinos agricultores, las relaciones entre losrecolectores cazadores y los estados nacionales dentro de los cua-les viven, las posibilidades de subsistencia y el futuro de estas so-ciedades, y las implicaciones de su estudio para la teoríaantropológica y para el análisis del sistema capitalista. Despuéshubo miles de artículos y muchos libros sobre el tema, desde diver-sas aproximaciones teóricas y políticas y desde metodologías muydiferentes (Bettinger 1991; Kelly 1995; Panther-Brick y otros 2001).

En Colombia, los estudios sobre las sociedades de cazadores yrecolectores tuvieron su nacimiento académico en el Departamen-to de Antropología de la Universidad Nacional de Colombia cuandoconfluyeron varios investigadores: el arqueólogo Gonzalo Correal,quien llegó al Departamento al dejar la dirección del Instituto Co-lombiano de Antropología y antes de crear –junto con Gloria Triana—la Sección de Antropología y Arqueología del Instituto de CienciasNaturales en esta universidad. En el Instituto de Ciencias, Correalformó un grupo con estudiantes del Departamento de Antropolo-gía, con quienes realizó un intenso trabajo durante varios años.Otros profesores, entre ellos Francisco Ortiz, mientras estuvieronvinculados al Departamento de Antropología, realizaron trabajosetnográficos con sociedades nómadas de los Llanos Orientales y dela Amazonía colombiana.

En los últimos años la actividad investigativa en este campo(tanto en arqueología como en etnografía) ha descendido en formanotable. En Ecuador y Venezuela no se desarrollan programas deinvestigación arqueológica, aunque Salazar y Jaimes publican de

Page 8: maguare17.pdf

!

vez en cuando algunas notas. En Colombia, a pesar de que se publi-có al menos un libro (Cavelier y Mora 1995) y varios artículos sobreposibles sitios arqueológicos fechados al comienzo del Holoceno enla Amazonía (Oliver 2001) y en la región al sur de los Andes, no seconocen monografías detalladas de esos yacimientos, los cuales nohan sido localizados como parte de programas de investigación es-pecíficos, sino que corresponden a hallazgos casuales de componen-tes antiguos en la base de excavaciones de sitios generados por so-ciedades de agricultores tardíos. Una disertación doctoral reciente(Nieuwenhuis 2002) se refiere a un proceso que se realizó hace cer-ca de trece años. Después del trabajo de Gnecco, basado en sus in-vestigaciones en los alrededores de Popayán, y del de Carlos Lópezen el Magdalena Medio, solo Thomas van der Hammen y GonzaloCorreal persisten con la publicación preliminar de nuevos hallazgosen la vertiente oriental del valle del río Magdalena (Hammen y Co-rreal 2001). En etnografía, se desarrollaron proyectos de investiga-ción acerca de una sociedad de cazadores recolectores Makú en elinterfluvio entre los ríos Guaviare e Inírida, los cuales se hicieronmuy visibles debido a la atención de la prensa. Todos nacieron en elDepartamento de Antropología de la Universidad Nacional de Co-lombia, a pesar de que no siempre tienen el reconocimiento debidopor parte de sus autores. En fin, la decisión de los profesores delDepartamento de Antropología de dedicar este número de su RevistaMaguaré a la presentación de artículos sobre arqueología y etnogra-fía de sociedades de cazadores y recolectores, es tan solo la conti-nuidad de una tradición de investigación.

Este volumen está compuesto por dos grupos de artículos: (1)un conjunto preparado hace diez años, constituido por ponenciaspresentadas en un simposio sobre el presente y pasado de los estu-dios sobre sociedades de cazadores y recolectores en América Lati-na, en el marco del VI Congreso Nacional de Antropología llevado acabo en la Universidad de los Andes de Bogotá, en 1992, los cualesno habían sido publicados por diversas razones (Dillehay y Navarro,Jaimes, y Ortiz); y (2) un grupo de artículos entregados por los auto-res en los últimos años para completar este volumen (Gnecco, Olivery Alexander, Gutiérrez, y van der Hammen, Noldus y Salazar). Elartículo de Tom Dillehay es una versión española de un artículo

Page 9: maguare17.pdf

"

que, con pocas variaciones, fue publicado en inglés (Dillehay 1999).A pesar de que su autor ha publicado en extenso los temas del artí-culo (Dillehay 1997, 2000), nada de eso se encuentra en español.

En la reunión de 1992 hubo otros trabajos. No obstante, du-rante el tiempo transcurrido algunos de los autores publicaron susartículos, inclusive en varias versiones, como son los casos de Car-los López y de Gustavo Polítis, por lo que no se consideró necesariorepetir una vez más su publicación en este volumen. La arqueólogaespañola Almudena Hernando, quien fue invitada al simposio, en-vió una lectura sobre las implicaciones teóricas de la transición decazadores recolectores a agricultores en Europa. Su trabajo, basa-do en una comparación entre Europa y América del Sur, fue pre-sentado como un avance preliminar. No fue posible encontrar a ladoctora Hernando para que revisara su documento, por lo que pre-ferimos no incluirlo sin su autorización.

Además del documento de Dillehay ya mencionado, se pre-sentan los resultados de un trabajo de comparación palinológicay estratigráfica realizada en el Mullumica, en Ecuador, por Thomasvan der Hammen, Noldus y Salazar. Estos datos son importantesen el debate suscitado en torno de la interpretación de los eventosclimáticos ocurridos en la interfase entre el Pleistoceno y el Holocenoy ofrecen datos para interpretaciones y análisis posteriores. A lavez, el conocimiento de los eventos climáticos ayuda a interpretarla importancia que tuvo la distribución de obsidianas del Mullumicapor una zona muy grande de Suramérica. Por su parte, el trabajode Oliver y Alexander constituye un aporte muy importante, pueses la revisión más completa publicada sobre la arqueología de losprimeros humanos en Venezuela. Este trabajo se complementa conel artículo de Arturo Jaimes, quien presenta un estudio de tafonomíapoco común en la arqueología suramericana, con el cual su autortrata de demostrar la intervención humana en la formación de eseyacimiento tan difícil. Gnecco discute el valor de la investigaciónarqueológica anterior a su experiencia cerca de Popayán; su inte-rés radica, ante todo, en que muestra las tendencias recientes dela interpretación en la arqueología de cazadores y recolectores y elestilo que por estos días se impone en la academia colombiana. Eltrabajo de Dillehay y Navarro entrega datos útiles para entender

Page 10: maguare17.pdf

#$

las relaciones entre territorialidad y recursos marinos entre losmapuches de Chile, así como contribuye con ideas para el diseñode investigación arqueológica y etnoarqueológica en áreas litoralesy para la interpretación de yacimientos de esta naturaleza. El tra-bajo de Francisco Ortiz muestra las rápidas transformaciones ocu-rridas en sociedades consideradas como nómadas en las sabanasde la Orinoquía colombo-venezolana y sustenta la hipótesis de queelnomadismo en esta región es una consecuencia histórica y so-cial, y no una respuesta adaptativa a lois cambios ambientales. Labióloga Ruth Gutiérrez avanza algunas de las ideas que trabajapara su tesis doctoral en Antropología, basada en la revisión bi-bliográfica y en su experiencia de campo en el Guaviare. Este nú-mero temático de Maguaré entrega información importante, origi-nal y actual, a pesar de que haya pasado algún tiempo entre lapreparación de los artículos y su publicación, así como ratifica elinterés que aun existe sobre el tema en el Departamento de Antro-pología de la Universidad Nacional de Colombia.

No puedo escribir esta presentación sin lanzar un grito desdeestas líneas: ¡asesinamos a los nukak-makú! En este momento,mientras yo escribo estas palabras y usted las lee, mujeres y hom-bres nukak --verdaderos niños-- están siendo detrozados por lasbombas; sus muertos son contados como bajas enemigas por losgloriosos ejércitos que se enfrentan en su territorio. Ellos no te-nían nada que ver con esta guerra: fueron involucrados en elladesde cuando los misioneros de las "Nuevas Tribus" aprendieronsu lengua para convertirlos en celadores de sus aeropuertos alborde de la Laguna Pabón. Esta no es una denuncia porque eltiempo para la denuncia ya quedó atrás ¿En dónde estaban aque-llos que construyeron sus carreras usando a los nukak como pel-daños en su ascenso hacia el "éxito"? Los nukak ya nos habíandado señales suicidándose: no puedo dejar de recordar a Tobíascon quien realicé más de seis viajes por la selva; tomó venenoporque era extraño en su propio mundo. No pudimos entenderlo.

La fotografía de la portada es un homenaje póstumo a CharlesAlexander y a Carlos Schubert, a cuya ausencia aun no nos acos-

Page 11: maguare17.pdf

##

tumbramos. Agradezco a los autores por su amabilidad y pacien-cia al permitir que sus manuscritos estuvieran en nuestras ma-nos por tanto tiempo, hasta que pudieron ser publicados. Tam-bién debo mi gratitud a la profesora Ana María Groot por su interésy trabajo en la edición de este volumen y a la antropóloga AnaMaría Mahecha por su colaboración en la preparación final delos manuscritos. De igual manera, agradezco los esfuerzos de laantropóloga Helena Castillo con la traducción preliminar del ar-tículo de Dillehay, y la dedicación del señor Julián Hernándezen el diseño y preparación final de este volumen.

Bibliografía:

Bettinger, Robert L. 1991 Hunter.Gatherers: Archaeological and Evolutionary

Theory. New York: Plenum Press.

Burch, Ernest S. and Linda J. Ellanna (Editors), 1994 Key Issues in Hunter-

Gatherer Research. Oxford: Berg Publishers, Inc.

Cavelier, Inés y Santiago Mora (Editores), 1995 Ámbito y ocupaciones tem-

pranas de la América tropical. Bogotá: Fundación Erigaie e Instituto

Colombiano de Antropología.

Dahlberg, Frances (Editor), 1981 Woman the Gatherer . New Haven: Yale

University Press.

Dillehay, Tom, 1997 Monte Verde: A Late Pleistocene Settlement in Chile: The

Archaeological Context and Interpretation. Volume 2. Washington:

Smithsonian Institution Press.

Dillehay, Tom, 1999 The Late Pleistocene Culture in South America.

Evolutionary Anthropology 7:206-217.

Dillehay, Tom, 2000 The Settlement of the Americas: A New Prehistory . New

York: Basic Books.

Hammen, Thomas van der y Gonzalo Correal, 2001 Mastodontes en un

humedal pleistocénico en el valle del Magdalena (Colombia) con evi-

dencias de la presencia del hombre en el Pleniglacial. Boletín de Ar-

queología 16(1): 4-36.

Page 12: maguare17.pdf

#%

Ingold, Tim, David Riches and James Woodburn (Editors), 1988 Hunters and

Gatherers: History Evolution and Social Change. Volume 1, and Hunters

and Gatherers: Property, Power and Ideology. Volume 2. New York and

Oxford: Berg Publishers Limited.

Kelly, Robert L., 1995 The Foraging Spectrum: Diversity in Hunter-Gatherer

Lifeways. Washington: Smithsonian Institution Press.

Leacock, Eleanor and Richard Lee (Editors), 1982 Politics and history in band

societies. Cambridge and Paris: Cambridge University Press and Editions

de la Maison des Sciences de l’Homme.

Lee, Richard B. and Irven DeVore (Editors), 1968 Man the Hunter. New York:

Aldine de Gruyter.

Nieuwenhuis, Channah, 2002 Traces on Tropical Tools: A functional study

of chert artifacts from preceramic sites in Colombia. PhD Thesis from

Leiden University. Archaeological Studies Leiden University No. 9 . Leiden:

Faculty of Archaeology, University of Leiden.

Oliver, José R., 2001 The Archaeology of Forest Foraging and Agricultural

Production in Amazonia. Unknown Amazon: Culture in Nature in Ancient

Brasil. Edited by Colin McEwan, Cristiana Barreto and Eduardo Neves.

London: The British Museum Press. Pp: 50-85.

Panter-Brick, Catherine, Robert Layton and Peter Rowley-Conwy (Editors),

2001 Hunter-gatherers: an interdisciplinary perspective. Cambridge:

Cambridge University Press.

Page 13: maguare17.pdf

�������

Page 14: maguare17.pdf
Page 15: maguare17.pdf

&�����'�# (�#)*+)�,%$$-.

La comprensión de las señales arqueológicas sobre la adaptaciónde grupos humanos y su distribución geográfica es muy importantepara el entendimiento del primer poblamiento de cualquier continen-te. Hasta hace muy poco, el registro arqueológico más temprano deSuramérica era visto acríticamente como un desarrollo uniforme yunilineal que implicaba la intrusión de gente norteamericana quieneshabian traído una herencia cultural compuesta por la tecnología líticaacanalada Clovis, y una tradición de cacería de grandes mamíferos alhemisferio sur entre hace 11.000 y 10.000 años (Bird, 1969; Lynch,1983, 1990). Los sesgos en la historia de la investigación y los intere-ses perseguidos en la arqueología sobre los primeros americanos hanjugado una parte fundamental para la formación de esta perspectiva(Dillehay, 1997; Fagan, 1987; Meltzer, 1991).

A pesar de la entusiasta aceptación del modelo Clovis por unavasta mayoría de los arqueólogos, varios especialistas suramericanoslo han rechazado (Ardila y Politis, 1989; Bryan, 1973, 1986; Dillehay,1997; Kreiger, 1964; Dillehay et. al., 1992). Ellos afirman que la

�������� ���������������

�� ������� ��� ���

���� �� ��������������/����0�������1

��������1��/�2����31

* Una versión en inglés de este artículo, con ligeras modificaciones fue publicada en

1999 (Evolutionary Anthropology 7: 206-217). Una traducción preliminar, desde el

manuscrito en inglés fue hecha por Helena Castillo.

Page 16: maguare17.pdf

#�

���� �������� ��� ��� �������� ������� ���� �� ����

presencia de sitios arqueológicos en Tierra del Fuego y otras regio-nes hace al menos 11.000 a 10.500 años fue simplemente tiempoinsuficiente para la migración, aún la más rápida, de norteameri-canos, que les permitiera llegar allí en sólo unos pocos cientos deaños. A pesar de este argumento, y a pesar del descubrimiento devarios sitios pre-Clovis en Suramérica (Ardila y Politis, 1989;Bonnichsen y Turnmire, 1991; Dillehay, 1997; Dillehay et. al., 1992),algunos especialistas (Lynch, 1983, 1990) continúan con el mode-lo Clovis. Los proponentes del modelo argumentan que los sitiospre - Clovis son poco confiables debido a fechas de radiocarbono,artefactos y estratigrafía discutibles. La sólida evidencia en el sitioMonte Verde en Chile (Adovasio y Pedler, 1997; Meltzer, 1997;Meltzer et. al. 1997) y otras localidades (Ardila y Politis, 1989;Bonnichsen y Turnmire, 1991; Bryan, 1986; Dillehay, 1997; Dillehayet. al., 1992) indican ahora que Suramérica fue descubierta por loshumanos hace al menos 12.500 años. Cuánto antes de esos 12.500años es todavía asunto de conjeturas (Ardila y Politis, 1989;Bonnichsen y Turnmire, 1991; Dillehay, 1997; Meltzer, 1997). Al-gunos proponentes prefieren una cronología larga de 20.000 a45.000 años (Bryan, 1986), mientras que otros optan por una cro-nología corta de 15.000 a 20.000 años (Ardila y Politis, 1989;Bonnichsen y Turnmire, 1991; Dillehay et. al., 1992) o sólo de11.000 años (Bird, 1969; Lynch, 1983, 1990).

Todas estas visiones pueden ser acomodadas enfatizando los di-ferentes registros arqueológicos en diferentes áreas geográficas. Estoes, que antes del final de la glaciación hace 15.000 a 13.000, losprimeros suramericanos pueden haber estado confinados a terrenosproductivos o parches de bosque en medioambientes bajos dondepudieran moverse rápidamente y adaptarse fácilmente. El movimientoa las grandes alturas de los Andes Centrales y las altas latitudes delsur de la Patagonia puede no haber ocurrido hasta hace 11.000 a10.000 años, luego del final de la glaciación. Cualquiera que sea lafecha de entrada, los desarrollos culturales del Pleistoceno tardío enSuramérica muestran un cambio constante alejándose de la unifor-midad y hacia el establecimiento de tradiciones regionales distintas(Ardila y Politis, 1989; Bryan, 1973, 1986; Dillehay, 1997; Dillehayet. al., 1992; Lynch, 1991; Roosevelt et al., 1996). Es claro que los

Page 17: maguare17.pdf

#

��������������������

pobladores de varias regiones se estaban moviendo hacia diferentespatrones económicos y sociales hacia el final del período pleistocénico:la mayoría de los grupos se movieron rápidamente de sistemas sim-ples a sistemas complejos proto – arcaicos, indicado por tecnologíasampliamente diversas, territorialidad dispersa, economías de caza yrecolección generalizadas y cambio demográfico. Algunos grupos lle-garon a manipular plantas y animales en ambientes favorables ydesarrollaron los comienzos de la diferenciación social (Ardila y Politis,1989; Dillehay et. al., 1992; Lynch, 1991).

Entre hace 11.000 y 10.000 años, Suramérica también presen-ció muchos de los cambios vistos como típicos del períodopleistocénico en otras partes del mundo (Ardila y Politis, 1989;Bryan, 1973; Dillehay et. al., 1992; Fagan B. 1987). Estos cambiosincluyen el uso de recursos costeros y desarrollos relacionados conla tecnología marina, concentración demográfica en los deltas deríos principales, y la práctica de modificación y distribución de plan-tas y animales. Otros ocurrieron más tarde, entre 10.000 y 9.000años, e incluyen la mayoría de los cambios comúnmente vistoscomo típicos de las economías del Arcaico (o Neolítico) temprano:incremento en la densidad de población y el abandono de sitios,mayor uso de comidas vegetales de alto valor, manipulación deplantas, explotación intensiva de recursos costeros, mayor diversi-ficación tecnológica, y la aparición de prácticas rituales (Aldenderfer,1989; Bryan, 1973; Dillehay, 1997; Dillehay et. al., 1992; Moseley,1992). Desde una perspectiva global, lo que hace a Suraméricainteresante es que la complejidad cultural se desarrolló temprana-mente, posiblemente sólo dentro de unos pocos milenios luego dela llegada inicial de los humanos. Siendo el último continente ocu-pado por los humanos pero uno en los que más tempranamenteocurrió la domesticación, Suramérica ofrece un estudio importan-te de cambio cultural y adaptación cultural rápidos. Este cambiose aceleró rápidamente entre hace 11.000 y 10.000 años, comoindican el aumento en el número de tipos diagnósticos de herra-mientas, tipos de sitios, y recursos explotados asociados con elmovimiento de los humanos en los corredores fluviales interiores ylas franjas costeras del continente. Los mecanismos que dispara-ron estos cambios no están bien entendidos, pero pueden estar

Page 18: maguare17.pdf

#!

���� �������� ��� ��� �������� ������� ���� �� ����

relacionados con cambios climáticos, desarrollos internos al inte-rior de poblaciones regionales, la imitación de vecinos, la llegadade nueva gente a la escena, y la obtención de comida y otros recur-sos en ambientes altamente productivos, así como la experienciacultural creciente y el estilo de vida cambiante del Homo sapienssapiens resultado de haber atravesado el espacio entero del hemis-ferio occidental.

La diversidad cultural temprana puede ser rastreada más fá-cilmente en el registro arqueológico a través del estudio de latipología lítica. Pero también es importante, donde sea posible,examinar las características internas de los sitios y las prácticasde subsistencia a nivel local. El registro actual es geográficamentedesigual debido a sesgos de muestreo, por la mayor atención quese le ha dado a los Andes Centrales, el sur de Argentina, el sur deChile, y Brasil central. Como resultado, algunas diferencias cul-turales pueden parecer mayores ahora que cuando haya a manomayor información arqueológica. Sin embargo, donde el registroestá mejor entendido, muestra diferencias culturales obvias y con-sistentes en tecnologías líticas y prácticas de subsistencia entreun milenio y el siguiente, y entre Norteamérica y Suramérica.Debido a que el registro suramericano ha sido percibido históri-camente como un crecimiento cultural o un clon de la culturanorteamericana (Bird, 1969; Lynch, 1983, 1990), discutiré las di-ferencias principales entre estas dos regiones del continente ytambién resaltaré los amplios desarrollos tecnológicos y económi-cos en Suramérica. El curso general de estos desarrollos ha sidodelineado en reseñas recientes por Bryan (1986), Dillehay y suscolegas (1992), Ardila y Politis (1989), y Lynch (1990, 1991), yserá resumido brevemente aquí. Debido a que la evidencia ar-queológica de una entrada humana a Suramérica antes de hace15.000 años es débil y tan sólo una presunción por ahora, meenfocaré en la evidencia paleoclimática y arqueológica del períodocomprendido aproximadamente entre hace 13.000 y 10.000 años.Dada la presencia de humanos en Suramérica al menos algunossiglos antes de hace 12.000 años, debemos presumir una entradahace por lo menos 15.000 a 14.000 años.

Page 19: maguare17.pdf

#"

��������������������

��������� �� ���������� ���������� �� �� �!������ �

Hasta el día de hoy, los modelos explicativos más persistentesdel poblamiento tanto de Norte como de Suramérica son aquellosque atribuyen el crecimiento, expansión y cambio de las culturasmás tempranas al movimiento de las poblaciones humanas y loscambios climáticos a gran escala. Me estoy refiriendo a los estu-dios que imaginan los movimientos a larga distancia y losasentamientos de poblaciones (Dillehay y Meltzer, 1991; Haynes,1969; Kelly y Todd, 1988; Martin, 1973; Meltzer, 1989), y la poste-rior difusión de ideas y circulación de ítems a través de poblacio-nes existentes. La mayoría de los modelos consideran que los Clovisy los posteriores cazadores Paleoindios de caza grande, luego depasar exitosamente a través de los glaciares de altas latitudes o alo largo de la línea costera del Pacífico de Norteamérica, se adapta-ron a una base de recursos plena, densa pero estacional ygeográficamente impredecible: la megafauna gregaria del Pleistocenotardío (Haynes, 1969; Martin, 1973). Cazar estos grandes animalesprobablemente requirió alta movilidad en algunas áreas, campa-mentos de oportunidad y movimiento periódico sobre largas dis-tancias. Estos patrones se reflejan en los conjuntos de artefactosen los sitios norteamericanos, los cuales frecuentemente están com-puestos de materias primas exóticas transportadas a través de lar-gas distancias (Kelly y Todd, 1988; Meltzer, 1989). La uniformidadde los tipos de artefactos líticos sobre grandes áreas como las dosterceras partes orientales de Norteamérica son importantes, sugie-ren territorios superpuestos expansivos, junto con los patrones demateria prima exótica, la información y cultura material general-mente estandarizadas.

El período del Pleistoceno tardío de Suramérica se erige en con-traste con el de Norteamérica (Ardila y Politis, 1989; Bryan 1973,1986; Dillehay, 1997; Dillehay et. al. 1992; Roosevelt et. al., 1996).La primera diferencia es la ausencia de un estilo continental deartefactos líticos como el Clovis y el movimiento de materia primalítica exótica. Otra distinción es que el efecto glacial en Suraméricaestuvo limitado a áreas de altitud o latitud extremas de los Andes ytuvo menos efectos en las poblaciones humanas luego de hace

Page 20: maguare17.pdf

%$

���� �������� ��� ��� �������� ������� ���� �� ����

13.000 años, cuando el fin de la glaciación ya había ocurrido enla mayoría de las regiones, mientras que en Norteamérica las ex-tensas sabanas de hielo que cubrían las altas latitudes limitaronel movimiento inicial de la gente. De otra parte, en la bajaCentroamérica y los flancos oriental y occidental y las tierras ba-jas de los Andes, así como en el suroriente de los Estados Unidos,una menor glaciación proporcionó un ambiente de bosques ma-duros y planicies de sabana. Este ambiente de bosque mezclado,especialmente en partes de Colombia, la puerta de entrada haciaSuramérica, y en el oriente de Brasil, posiblemente proporciona-ron una estructura de recursos más predecible, densa y uniformeque ofrecía una amplia variedad de oportunidades económicas.La evidencia arqueológica actual sugiere que estas áreas proba-blemente observaron el surgimiento temprano de economías deforrajeo generalizado, una mayor dependencia en materias pri-mas líticas locales, y una mayor diferenciación micro regional decultura material entre hace 11.000 y 10.000 años. Estos patro-nes probablemente reflejaban movimiento decreciente, incremen-to en la densidad de población, y la aparición de territorialidaddispersa, si no colonización (asentándose en un hábitat particu-lar) cerca de los puntos de entrada de grupos humanos en algu-nas áreas. Dentro de este esquema, la estrategia paleoindia clási-ca de caza especializada de grandes especies fue simplemente unade muchas prácticas de subsistencia diferentes. Son más comu-nes los sitios que reflejan una dieta típica del período arcaico tem-prano. Los hallazgos en Monte Verde en el sur de Chile, (Dillehay,1997) varios sitios de caverna en los Andes Centrales (Aldenderfer,1989; Ardila y Politis, 1989; Dillehay et. al., 1992; Lynch, 1980;Moseley, 1992; Rick, 1988), el Grande Abrigo de Santana dos Bi-chos (Prous, 1993), Lapa dos Bichos (Prous, 1992), Lapa do Bo-quete (Prous, 1991), y otros sitios en el Brasil central han sumi-nistrado en el registro semillas y otros vestigios vegetales juntocon animales de caza, algunos extintos (Kipnis, 1998; Prous, 1992;Roosevelt et. al., 1996). También dentro de la práctica de subsis-tencia está la manipulación de plantas, la cual puede haber co-menzado en algunas áreas hace alrededor de 11.000 años, dadala presencia de plantas domesticadas posiblemente tan temprano

Page 21: maguare17.pdf

%#

��������������������

como hace 10.000 a 8.000 años (Dillehay et. al., 1997; Lynch,1980; Pearsall, 1995; Quilter, 1991).

Otra diferencia entre Norteamérica y Suramérica está en losdesarrollos de puntas de proyectil, artefactos líticos unifaciales, ypiedras en forma de bola (boleadoras), las cuales son esferas modi-ficadas probablemente usadas como proyectiles para honda o misilesde mano. Si sabemos algo acerca de los tipos tempranos de puntasde proyectil en Norteamérica, es que la continuidad estilística ytecnológica puede generalmente ser rastreada en un nivel regionala los comienzos del período Paleoindio, de un tipo a otro (por ejem-plo: Clovis, Folsom, Plainview, Dalton, Cumberland). Las puntasde proyectil elongadas con acanalados y puntas pedunculadasusualmente aparecen en secuencia estratigráfica (Bonnichsen yTurnmire, 1991; Fagan, 1987; Haynes, 1969). El rasgo culturalmás ampliamente publicado enlazando Norte y Suramérica es latradición de puntas acanalada y hay una importante discusiónacerca de su origen. Algunos arqueólogos (Bryan, 1986) creen queel acanalado fue inventado en Suramérica y se difundió hacia elNorte por difusión. Otros ven el acanalado como sólo una lasca deadelgazamiento longitudinal removida por una técnica diferente ala usada para hacer las lascas con el canal clásico de Clovis y Folsom(Dillehay et. al., 1992; Politis, 1991). De otra parte, en Suraméricahay pocos rasgos, si es que existen, que enlacen la evolución tec-nológica, aún donde los artefactos líticos diagnósticos (principal-mente puntas de proyectil) se encuentran en secuenciaestratigráfica. Cuando estos artefactos se encuentran en el regis-tro arqueológico, generalmente son tipos restringidos regionalmentey aparecen en bajas frecuencias. Los conjuntos de artefactos líticosunifaciales ampliamente dispersos como aquellos en los sitios deTequendama y Tibitó en Colombia, Monte Verde, y de la FaseItaparica en Brasil oriental aparecen para el decimoprimero ydecimosegundo milenio. Esta industria unifacial hace a Suraméricainherentemente diferente del hemisferio norte. Debería ser anota-do que las industrias bifaciales y unifaciales en Suramérica no seconsideran como tecnologías opuestas sino complementarias, másprobablemente derivadas de la misma fuente tecnológica. Depen-diendo del medioambiente regional y circunstancias culturales,

Page 22: maguare17.pdf

%%

���� �������� ��� ��� �������� ������� ���� �� ����

pueden haber coexistido en diferentes frecuencias en los sitios oestar absolutamente ausentes en algunas áreas durante algunosperíodos. Otro rasgo distintivo es la boleadora, que aparece enSuramérica hace alrededor de 12.500 años en Monte Verde y 11.500años en otros sitios en Brasil oriental y la mitad sur del continente.Tomadas juntas, la distribución de puntas y las boleadoras sugie-ren complicados mosaicos de prácticas tecnológicas y de subsis-tencia en las cuales los tipos bifaciales o unifaciales ocurren regio-nal e independientemente, y están usualmente entremezclados contipos híbridos locales (Bryan, 1973, 1986; Dillehay et. al., 1992;Lynch, 1991; Roosevelt et. al., 1996). Como anoté anteriormente,estos tipos diversos parecen representar grandes profundidadestemporales y un rápido cambio cultural in situ, probablemente comoresultado de la rápida colonización luego de la entrada inicial, asícomo adaptaciones locales altamente efectivas.

Las tecnologías unifaciales en Suramérica fueron verdadera-mente innovadoras. Han sido documentadas en muchosmedioambientes diferentes y en muchos sitios a lo largo del conti-nente. Esta industria involucró un uso económico más profundode la materia prima y la habilidad para reparar o modificar losartefactos sin remplazarlos del todo. Esta tecnología es convencio-nalmente vista como un desarrollo de industrias de artefactos decanto rodado en los cuales las técnicas para hacer artefactosmultifuncionales eran frecuentemente practicadas. Algunos ejem-plos de esta industria son las tradiciones Amotope, Siches, Honday Nanchoc en la costa norte del Perú (Dillehay et. al., 1992), lasindustrias Itaparica y Paranaiba en Brasil central (Prous, 1992;Schmitz, 1987), y las industrias Tequendamiense y Abriense enColombia (Ardila y Politis, 1989; Dillehay et. al. 1992). Se ha argu-mentado que varias de estas industrias fueron utilizadas para elprocesamiento de plantas y trabajo en madera, y que el desarrollode estas industrias fue una respuesta a un clima más húmedo y ladispersión resultante de la vegetación. Aunque es posible, ese ar-gumento descansa en fundamentaciones poco relevantes, ya quetenemos poca evidencia directa acerca de los usos a los cuales es-tos artefactos fueron destinados. Más aún, los arqueólogos aúnestamos lejos de ser capaces de explicar por qué los desarrollos

Page 23: maguare17.pdf

%-

��������������������

paralelos de artefactos bifaciales y unifaciales tomaron lugar enSuramérica. La simple difusión desde una fuente común, particu-larmente una en Norteamérica, es improbable. La coexistencia detecnologías tempranas bifaciales y unifaciales en Suramérica esuna reminiscencia mayor de las tecnologías adaptativas delPleistoceno tardío de Australia y partes de Asia que de Norteamérica.

En resumen, hay suficientes datos en Suramérica para garan-tizar el rechazo de la recepción del modelo norteamericano de lacultura intrusiva Clovis y aún la noción de una población que sedispersaba homogéneamente. Aunque el modelo Clovis posiblementeda cuenta de la presencia de una característica, el acanalado, enalgunas áreas de Suramérica falla para dar cuenta completamentede la diversidad de culturas materiales y economías contemporá-neas que existieron hace alrededor de 11.000 años. Para entendermejor el contexto de esta diversidad, necesitamos ver la evidenciaarqueológica desde la perspectiva de poblaciones culturales dife-rentes adaptándose culturalmente a diferentes medioambientes.

"�#����"�"���$������ ��� �!������ �

Una causa primaria de la diversidad cultural debe ser buscadaen las transiciones medioambientales al final del períodopleistocénico. Eso no quiere decir que un determinismo ambientalsimple y el aislamiento dirigieron la diversidad biológica y culturalhumana; es simplemente afirmar que el clima y las estructuras derecursos cambiantes deben haber influido en los patrones de dis-tribución y prácticas de subsistencia humanas a través del conti-nente. Un amplio rango de estudios han sido llevados a cabo parareconstruir los ambientes del Pleistoceno tardío, con varios gradosde éxito, precisión, y cobertura geográfica y temporal. En general,hace alrededor de 30.000 años, el clima era más cálido y húmedoque hoy en día (Ledru et. al., 1996; Ledru, 1993; Heuser y Sackleton,1994). Entre hace 30.000 y 18.000 años, el clima era más seco yfresco (Ashworth y Hoganson, 1993; Heuser y Sackleton, 1994;Ledru, 1993; Ledru et. al., 1996). Desde hace 18.000 a 14.000 años,era más seco y frío (Latrubesse y Rambonell, 1994; Ledru, 1993;

Page 24: maguare17.pdf

%+

���� �������� ��� ��� �������� ������� ���� �� ����

Ledru et. al., 1996; Prieto, 1996; Rull, 1996). Cercano al períodoprimario bajo estudio aquí, hay evidencia de un aumento de tem-peratura entre hace 15.000 y 14.000 años (Latrubesse y Rambonell,1994; Ledru, 1993; Ledru et. al., 1996; Prieto, 1996; Rull, 1996).Como resultado, las sabanas continentales de hielo comenzaron aderretirse y el nivel del mar comenzó a elevarse. En el sur deSuramérica, los efectos de esta elevación, que ocurrió entre hace13.000 y 10.000 años, fueron particularmente dramáticos: el árealitoral atlántica en muchas zonas de lo que hoy es Tierra del Fuegoestuvo inundada como lo estuvieron cualesquiera sitios de este pe-ríodo o anteriores. Luego de hace 12.000 años, hubo un clima máshúmedo y frío hasta hace 11.000 a 10.000 años, cuando se volviómás cálido y más seco de nuevo. El Holoceno temprano refleja unregreso a un clima húmedo y frío.

Las líneas costeras, deltas y tierras húmedas, y los ríos princi-pales que llevaban hacia el interior fueron indudablemente impor-tantes para la dispersión inicial de los humanos y su explotaciónde recursos predecibles. Si los humanos viajaron primero a lo largode las líneas costeras pacífica (Gruhn, 1988) o atlántica, pudieronhaberse movido rápidamente en las zonas al sur del continente,ocasionalmente migrando lateralmente al interior (Dillehay, 1997,1998). Varios hábitats de tierras húmedas en los deltas y a lo largode los ríos costeros principales pueden haber servido como áreasprimarias de adaptación inicial y movimiento al interior. Indepen-dientemente de si se movieron inicialmente a lo largo de las costaso inmediatamente a los valles más altos del los ríos (por ejemplo: elMagdalena) de las montañas andinas y planicies adyacentes deColombia hace 15.000 a 12.000 años, cualquier población huma-na fue probablemente poco dispersa, viviendo la mayoría cerca delos cursos de agua principales. Luego de hace 13.000 años, cuan-do existían condiciones más áridas, es probable que el asentamientohumano se enfocara en los hábitats de tierras húmedas y especial-mente los valles de los ríos principales. El desarrollo posterior delos ríos en tiempos finales del Pleistoceno, cuando estaban másestabilizados luego del fin de la glaciación, fue posiblemente crucialpara la historia cultural temprana de Suramérica, especialmenteen la cuenca Amazónica y las regiones circundantes, porque favo-

Page 25: maguare17.pdf

%)

��������������������

recieron la concentración, crecimiento y contacto de las poblacio-nes humanas, y rangos reducidos de forrajeo. Los sistemas exten-sivos de lagos y tierras húmedas también estuvieron presentes enmuchas áreas, pero probablemente no hasta el grado visto en elHoloceno temprano.

Hay un registro numeroso de sitios tempranos por todo el con-tinente que están asociados con tierras húmedas, ambientesribereños y otros ambientes. Estos incluyen, por ejemplo, MonteVerde, Taima - Taima, Tequendama, Tibitó, Pedra Furada II, lossitos de la fase Itaparica, Grande Abrigo de Santana do Riacho,Monte Alegre, Papa do Boquete, y Lapa dos Bichos. Como un todo,estos sitios presentan un registro arqueológico altamente hetero-géneo que niega muchas de nuestras anteriores suposiciones acer-ca de las fechas de entrada, dispersión humana, y economías ytecnologías tempranas. Aunque algunos de estos sitios presentanproblemas como artefactos humanos dudosos, fechas deradiocarbono cuestionables o contextos geográficos poco confiables(Dillehay, 1997; Fagan, 1987; Lynch, 1990; Meltzer, 1991), variosno pueden ser rechazados. Lo más cuestionable son las capas pro-fundas del sitio Monte Verde I en Chile (Dillehay, 1997; Fagan,1987; Lynch, 1990; Meltzer, 1991) y del sitio Pedra Furada en Bra-sil (Guidon et. al., 1996; Meltzer et. al., 1994), en donde la existen-cia de piedras modificadas y rasgos indican una posible presenciahumana anterior a hace 20.000 años. Mucho más confiable es elsitio Monte Verde II, que ha sido datado seguramente alrededor dehace 12.500 años. Hay un montón de otros sitios que contienenevidencia de materiales culturales confiables desde antes de hace11.000 años. Estos son Taima - Taima en Venezuela (Oschenius yGruhn, 1979) y unas pocas cavernas y abrigos rocosos en Brasil(Prous 1986, 1991, 1992a, 1992b, 1993; Kipnis,. 1998) y Tierra delFuego (Masonne, 1996). También están varios complejos líticosbifaciales y unifaciales en las áreas boscosas de Colombia, Vene-zuela, Brasil, y Chile. Estos incluyen los complejos Tequendamiensey Abriense de Colombia (Ardila y Politis, 1989) y la fase Itaparica deBrasil (Schmitz, 1987) para el período de 11.800 a 10.500 años.Adicionalmente, están las puntas pedunculadas cola de pescadode varias áreas, las puntas Paijan de Ecuador y Perú, y una miríada

Page 26: maguare17.pdf

%�

���� �������� ��� ��� �������� ������� ���� �� ����

de tipos de punta de proyectil de las tierras altas de los AndesCentrales (Ardila y Politis, 1989; Dillehay et. al., 1992; Lynch, 1980;Rick, 1988), todos los cuales aparecieron entre hace 11.000 y 10.000años. Otros conjuntos unifaciales y bifaciales menos conocidos omenos diagnósticos datados entre hace aproximadamente 11.500y 10.000 años también han sido reconocidos a través del continen-te. Aunque las discontinuidades y continuidades entre muchos deestos sitios y sus tecnologías artefactuales son actualmente vagasa nivel continental, son importantes al reflejar diferentes patronesde subsistencia en ambientes disímiles, incluyendo caza de gran-des animales y recolección generalizada, entre hace al menos 12.500y 10.000 años.

Un ejemplo de un estilo de vida de caza y recolección generali-zado es visto en el sitio de Monte Verde II (Dillehay, 1997), fechadoalrededor de hace 12.500 años. Este sitio está localizado en el tri-butario de un río principal a medio camino entre la costa Pacífica ylas tierras altas andinas del sur de Chile (Fig. 1). El sitio contieneun amplio conjunto de materiales perecederos bien conservadoscomo madera, plantas, tecnologías artefactuales de hueso, bifacialesy unifaciales, y boleadoras. Incluidos en el inventario del materialrecuperado están los restos de cuero y madera de una estructurarectangular larga y una cabaña aislada cercana. Los espacios devivienda individuales al interior de la estructura rectangular fue-ron asociados con fogones pequeños demarcados por arcilla, man-chas de comida, restos de plantas, artefactos líticos y otros artefac-tos. Por fuera de la estructura había dos fogones grandes, variosmorteros de madera y piedras de moler, numerosas piedras modi-ficadas, piezas de madera y otros rasgos diversos indicadores demúltiples tareas domésticas. Del interior de la cabaña aislada serecuperaron restos de plantas que posiblemente eran medicinales.Dispersos alrededor del exterior de la cabaña había artefactos demadera, artefactos líticos y huesos de siete mastodontes, sugirien-do que el área pudo haber sido usada para procesar pieles y carnede animales, manufacturar artefactos, y, tal vez, atender a los en-fermos. El amplio rango de restos orgánicos e inorgánicos en elsitio fueron traídos de varios hábitats distantes: de tierras altas ycosteras al interior de la cuenca del río, indicando una explotación

Page 27: maguare17.pdf

%

��������������������

������������ ���������� ������������������� ������������������

máxima de los recursos y una economía de forrajeo altamente efec-tiva, especialmente en las tierras húmedas. La excelente preserva-ción del material orgánico en Monte Verde también nos recuerda loque puede estar ausente en sitios pobremente preservados y comopueden estrecharse nuestras interpretaciones sobre el pasado cuan-do están basadas casi exclusivamente en patrones observados enartefactos líticos y, ocasionalmente, conjuntos óseos.

A diferencia de la gente de Monte Verde, quienes se restringieróna un territorio y residieron en la cuenca del río la mayor parte delaño, algunos grupos posteriores fueron altamente móviles, utili-

Page 28: maguare17.pdf

%!

���� �������� ��� ��� �������� ������� ���� �� ����

zando una tecnología de puntas de proyectil bifacial clásica en va-rios ambientes abiertos caracterizados por megafauna extinta comomastodontes o megaterios. Los ejemplos primarios son poblacio-nes asociadas con puntas El Jobo (Venezuela), puntas Magallaneso cola de pescado (varias partes del continente, pero principalmen-te la mitad sur), y puntas Paijan (Perú y Ecuador) en sitios localiza-dos en praderas abiertas, planicies de sabana y reductos aisladosde bosque (Bryan, 1986; Chauchat, 1975; Dillehay et. al., 1992;Flegenheimer, 1987; Gnecco y Mora, 1997; Lynch, 1980; Mayer-Oakes, 1986; Nuñez, 1992; Rick, 1988; Roosevelt et. al., 1996).Aunque no está bien documentada, la diversidad de recursosfaunísticos y, cuando se preservan, florísticos, en estos sitios pare-cen ser generalmente bajos, comprendiendo principalmente la ca-cería de grandes animales nómades. La tecnología de artefactoslíticos incluye una proporción muy baja de artefactos bifaciales.Con la excepción de la localidad Taima - Taima en Venezuela, fe-chada entre hace 13.000 y 11.000 años, estos sitios usualmentetienen un rango de edad entre hace aproximadamente 11.000 y10.000 años.

Una amplia variedad de tipos regionales de puntas de proyectilprimariamente asociadas con la caza del guanaco, un camélidosalvaje, u otra caza aparecen entre hace 11.000 a 10.000 años.Estos tipos también ocurren en bajas frecuencias y están en oca-siones asociados con diferentes tipos de artefactos unifaciales(Dillehay et. al., 1992; Lynch, 1980; Rick, 1988). El registro másclaro aparece en numerosos abrigos rocosos y cavernas en las tie-rras altas de Perú, Chile, Bolivia, y ocasionalmente Ecuador. Estossitios, con fechas de hace 10.500 años y posteriores, están tipificadospor puntas subtriangulares, triangulares y pedunculadasemparentadas con, pero generalmente más crudas que aquellasdel subsecuente período del Holoceno temprano. Muchos de losgrupos que poseían estas puntas cazaban y recolectaban otros re-cursos en hábitats específicos, como desiertos altos y praderas(puna), y probablemente practicaron una forma dispersa de terri-torialidad al interior de estos hábitats (Moseley, 1975). Los descen-dientes de estos grupos de tierras altas eventualmente domestica-ron los camélidos andinos.

Page 29: maguare17.pdf

%"

��������������������

Sabemos más acerca de los sitios de abrigos rocosos y caver-nas, abundantes y ampliamente distribuidos, que han sido inves-tigados en los altos Andes, que lo que sabemos acerca de regionesmás al este en Brasil, Uruguay y Argentina. Los sitios en las saba-nas y áreas boscosas de Brasil central y oriental contienen princi-palmente artefactos líticos unifaciales de uso generalizado omultipropósito; las tecnologías bifaciales son raras (Ardila y Politis,1989; Bryan, 1973; Dillehay et. al., 1992; Kipnis,. 1998; Schmitz,1987). Los grupos en esta área estaban adaptados a una ampliavariedad de recursos y ambientes faunísticos y florísticos. Puedenhaber ocupado un gran territorio y moverse poco dentro de él. Ta-les grupos incluyen a los habitantes de varios sitios de las fasesItaparica y Paranaiba, fechadas por lo menos entre hace 11.500 y10.000 años. Los sitios tempranos en Uruguay y Argentina estánasociados con conjuntos de puntas de proyectil, incluyendo la puntacola de pescado, y tanto con la caza de grandes animales como conel forrajeo generalizado. El mismo patrón existe en varias localida-des más al sur en las praderas abiertas Patagónicas frías y húme-das de Chile y Argentina. Estos sitios incluyen, por ejemplo, laCueva de Fell, la Cueva de Mylodon, Palli Aike, y Cueva del Medio.Como un todo, la vaguedad envuelve la gran variedad de indus-trias bifaciales y unifaciales dispersas a lo largo del continente,porque la mayoría de nuestra información está basada en unospocos sitios bien datados y muchas colecciones pobremente datadasde contextos perturbados o superficies expuestas. Más aún, no seha establecido todavía una secuencia que muestre la industria fuen-te de estos tipos variados. Sin embargo, es obvio desde la relativadiversidad de tipos de puntas de proyectil e industrias unifacialesque entre hace 11.000 y 10.500 años una cultura generalmenteheterogénea estuvo distribuida sobre vastas áreas y que, probable-mente a lo largo de unos pocos cientos de años, comenzó a desa-rrollarse en pequeñas culturas regionales. La mayoría de estas in-dustrias están hechas de materias primas locales. Alrededor dehace 11.000 años, o muy poco antes, un período de movimientosamplios de poblaciones o difusión es sugerido por la amplia distri-bución de la punta de cola de pescado y sus variantes en el conosur. Como se mencionó anteriormente, este tipo de punta es el

Page 30: maguare17.pdf

-$

���� �������� ��� ��� �������� ������� ���� �� ����

único con distribución casi continental actualmente conocido en elregistro arqueológico del cuaternario tardío. Este estilo y las otrasindustrias bifaciales o unifaciales coexistentes al mismo tiempo, ya menudo cercanas, sugieren que estamos tratando no simplementecon variantes funcionales, si no probablemente con la presencia depoblaciones distintas y parcialmente aisladas.

No hay discusión completa acerca del continente sin conside-rar la población humana de las costas. Aunque la plataforma At-lántica está generalmente desprovista de depósitos culturales biendatados (Andrade, 1997; Kipnis, 1998; Schmitz, 1987), posible-mente porque tales sitios pueden estar bajo el agua, las líneascosteras del Pacífico de Perú y Chile contienen evidencia de ocupa-ciones que pueden datar de fechas tan tempranas como hace 10.500años (Llagostera A. 1979; Llagostera M. 1979; Moseley, 1975;Muñoz, 1982; Richardson, 1981; Sandweiss et. al., 1989; Sandweisset. al., 1998; Stothert K. 1985). La mayoría de los sitios costerosson montículos de conchas compuestos de especies de moluscosestuarinas o rocosas intertidales, o ambos, así como alguna faunade peces estuarina o intertidal, cantidades variantes de mamíferosmarinos, y unas pocas especies de plantas. Los conjuntos de arte-factos tienden a carecer de diversidad, consistiendo primariamen-te en artefactos de núcleos y lascas simples y, en tiempos de finaldel Pleistoceno y comienzos del Holoceno, bifases foliares o en for-ma de hoja, subtriangulares y triangulares, y puntas de arpón. Losornamentos de concha, hueso o piedra son escasos. Hay poca evi-dencia arqueológica de caza de grandes animales a lo largo de lacosta. Más bien, las poblaciones costeras son interpretadas comode cazadores - recolectores generalizados que cosechaban los re-cursos de los hábitats costeros, lagos pluviales internos dondehubiera, y fauna y flora propias de los bancos de los cursos deagua. Estas mismas poblaciones costeras eventualmente constru-yeron las bases para el levantamiento de las civilizaciones andinastempranas a lo largo de la planicie costera de Perú y el norte deChile en el período temprano a mediados del Holoceno (Moseley,1975; Sandweiss et. al., 1989).

Las secuencias costeras del mismo orden de antigüedad comolos sitios localizados en el interior del continente son menos posi-

Page 31: maguare17.pdf

-#

��������������������

bles de encontrar, aunque algunos sitios más tempranos estánempezando a aparecer. La evidencia arqueológica más detalladaviene del sitio Huentelafquen en la línea costera chilena norte cen-tral (Llagostera M., 1979; Llagostera A., 1979) y el sitio Anillo en elsur de Perú (Sandweiss et. al., 1989), donde han sido descubiertasrelictos de superficies de tierra del Pleistoceno próximas al mar.Estos sitios han sido fechados con radiocarbono entre 10.800 y9.700 antes del presente. La fauna marina y las industrias líticasunifaciales están presentes en los depósitos más tempranos. Tam-bién hay buena evidencia del intercambio o aprovisionamiento di-recto de ítems culturales y recursos alimenticios desde zonas alinterior de la costa. El trabajo reciente en otros dos sitios costerosdel sur de Perú, proporciona mayor soporte para la presencia hu-mana allí por lo menos desde hace 10.200 años (Sandweiss et. al.,1998). Algunos investigadores creen que estos sitios representanla primera migración de humanos dentro del continente a lo largode la costa Pacífica (Sandweiss et. al., 1998). Estos sitios, sin em-bargo, no son los más tempranos del continente y por lo tanto re-presentan sólo una explotación humana del Pleistoceno tardío deambientes litorales y de tierras seleccionadas hacia el interior. De-bido a la declinación inusual de pendiente de la línea costera con-tinental y los acantilados altos en el sur de Perú y el norte de Chile,las elevaciones del nivel marino en tiempos del Pleistoceno tardíono sumergieron los sitios. Seguramente otros sitios costerostempranos serán encontrados en esta región en el futuro.

Entre hace 10.000 y 7000 años, las dietas humanas a lo largode la planicie costera pacífica y en muchas otras partes deSuramérica cambiaron dramáticamente (Dillehay et. al., 1997;Pearsall, 1995; Quilter, 1991; Moseley, 1975). Las plantas silves-tres y los animales anteriormente disponibles súbitamente se vol-vieron elementos importantes y algunas veces dominantes de die-tas locales. Otros cambios en el comportamiento humano tambiénocurrieron, marcados por la aparición de nuevas tecnologías comopiedras para moler semillas, anzuelos compuestos, puntas de ar-pón, más bifases formales y cestería. Se encuentran asentamientosmás grandes y estables y densidades de población mayores, espe-cialmente en los valles de los ríos principales que descendían de

Page 32: maguare17.pdf

-%

���� �������� ��� ��� �������� ������� ���� �� ����

las montañas andinas hacia el este y el oeste. También se eviden-cia: la dependencia incrementada en el almacenamiento de comida,la aparición de amplias redes de intercambio, el surgimiento de di-ferenciación social compleja, indicada por patrones mortuorios yestructuras de vivienda, y, en algunas áreas, el desarrollo de lahorticultura (Quilter J, 1991; Pearsall, 1995; Moseley, 1975). Talvez, en algunos hábitats altamente productivos y cercanamente cir-cunscritos como aquellos en las planicies costeras de Perú y Chile,en algunas cuencas de los ríos en las tierras altas de los Andes, y enlas tierras bajas tropicales del oriente de los Andes, la presión degrupos humanos estaba ya estimulando cambios en esta direcciónentre hace 11.000 y 9.000 años como parte de la competencia por elcontrol, o el acceso, de estos hábitats favorables. El período delPleistoceno tardío estuvo probablemente caracterizado por densi-dades de población muy bajas en la mayoría de los hábitats. Sinembargo, cuando los grupos encontraron hábitats favorables pu-dieron haber optado por quedarse en contacto cercano más quemigrar largas distancias, no sólo con el propósito de acceder a re-cursos claves si no por reproducción biológica. En este aspecto,sospecho que encontrar pareja y la fisión - fusión de territorialidaddispersa fueron tan importantes como la materia prima lítica y cier-tos tipos de comida. Este mismo proceso puede haber estimulado laagregación social en un nivel local y reforzado la diferenciación,identidad y, posiblemente, aún rivalidad del grupo. Esta situaciónfue probablemente intensificada en el Holoceno temprano y medio,especialmente en ambientes más productivos como bosques abier-tos, praderas y grandes deltas en formación. Aunque las configura-ciones precedentes presentan especulaciones medioambientales, desubsistencia y tecnológicas, acerca del variado registro arqueológi-co temprano de Suramérica, ese registro es todavía demasiado vagoy muy fragmentado para describir unidades subyacentes y ratas decambio cultural. En este momento es posible identificar un procesosecuencial que pueda acomodar y especificar los diferentes patro-nes tecnológicos y de subsistencia que estuvieron presentes hacepor lo menos 11.500 a 10.500 años, cada uno de los cuales estáprobablemente asociado con diferentes poblaciones colonizadoraso en dispersión. Por otra parte, no hay un sólo sitio en Suramérica

Page 33: maguare17.pdf

--

��������������������

que sugiera un curso cronológico claro entre estos cambios tec-nológicos, ambientales y de subsistencia. La evidencia actual su-giere, sin embargo, que por lo menos desde hace 11.000 años,estos cambios no han sido unidireccionales en Suramérica. Ade-más, el retraso temporal entre la aparición de la gente y los co-mienzos posteriores de complejidad social y cultural en partes deSuramérica fue probablemente del orden de 4.000 a 7.000 añosen algunas áreas, si asumimos que la presencia de la gente no esanterior a hace 15.000 a 18.000 años. Desde la perspectiva de laevolución cultural, esto hace a Suramérica única, dado que otroscontinentes fueron ocupados por humanos muchos milenios an-tes del desarrollo cultural más temprano de complejidad culturaly social. De otra parte, si la gente estuviera en Suramérica antesde hace 20.000 años, entonces el registro suramericano caería enuna línea evolutiva de desarrollo similar a aquella dada a lo largodel mundo, donde la complejidad apareció muchos miles de añosluego de la llegada inicial de Homo sapiens sapiens. Creo quecuando esté disponible un mayor registro arqueológico, el últimoescenario prevalecerá.

���"�� ����$�������������������$%��&!�������$����� �

Las tendencias que he descrito en el registro arqueológico tie-nen obvias implicaciones para los patrones del flujo genético y eltipo de Homo sapiens sapiens biológico que colonizó Suramérica(Dillehay, 1997; Lahr, 1995; Neves et. al. 1993; Steele y Powell,1998). Falta evidencia directa alrededor de la composición física ygenética de la primera gente que entró al continente (Dillehay, 1997).De hecho, no se ha excavado un sólo esqueleto humano confiabledel Pleistoceno tardío (i.e. antes de hace 10.000 años), haciendo deSuramérica el único continente en el planeta donde sabemos deuna presencia humana temprana casi exclusivamente a través derastros de artefactos y no restos esqueletales. La evidencia esqueletalmás temprana es de los sitios de Las Vegas en el suroriente deEcuador (Stothert, 1985), Lauricocha y Paijan en el norte de Perú(Ardila y Politis, 1989; Dillehay et. al., 1992; Chauchat, 1975), La

Page 34: maguare17.pdf

-+

���� �������� ��� ��� �������� ������� ���� �� ����

Moderna en Argentina (Ardila y Politis, 1989; Dillehay et. al., 1992;Politis, 1991), Lapa Vermelha IV en Brasil (Neves et. al. 1993), y unpuñado de otras localidades, todas fechadas entre hace aproxima-damente 10.000 y 8.500 años. Hay afirmaciones acerca de restosesqueletales más tempranos, pero sus contextos estratigráficos ofechas de radiocarbono son altamente sospechosas.

Estudiando la morfología craneana de esqueletos de estas yotras localidades fechadas en el período Arcaico medio y temprano(hace 10.000 - 6.000 años), algunos antropólogos físicos creen quedos poblaciones humanas distintas, una mongoloide y otra posi-blemente no-mongoloide, existieron en tiempos pleistocénicos tar-díos (Lahr, 1995; Munford et. al., 1995; Neves, 1993; Steele y Powell,1998), y que ésta última llegó primero (Neves et. al., 1993). Atribu-yen esta diferencia a por lo menos dos oleadas diferentes de migra-ción humana más que a la entrada de una sola población que sedividió en dos direcciones diferentes y se adaptaron a hábitats dis-tintos con recursos diversos. Hasta el presente, la muestra de ma-terial esqueletal humano es muy incompleta para determinar siestas diferencias están relacionadas con sesgos de muestreo, sesgosmetodológicos, migraciones, adaptaciones locales, o barreras deflujo genético (Steele y Powell, 1995).

Hasta ahora, la evidencia genética no ha sido muy provechosaen dar nuevas luces en este y otros problemas, aunque ha proveídonuevas miradas en la diversidad genética de indígenassuramericanos contemporáneos (Belich et. al., 1992; Bianchi et.al., 1995; Cann, 1994; Merriweather et. al., 1994; Pena, 1996;Rothhammer et. al., 1997; Rothhammer y Silva, 1992; Salzano,1995; Szathmary, 1993; Torroni et. al., 1992; Watkins et. al., 1992).A diferencia de los antropólogos que estudian morfología craneanay otras características esqueletales, los genetistas varían en susopiniones del significado de la diversidad genética. Por ejemplo,algunos estudios favorecen una entrada antes de hace 15.000 años(Bianchi et. al., 1995; Cann, 1994; Salzano, 1995; Torroni et. al.,1992). Estos estudios no son contradictorios con la evidencia ar-queológica que soporta una fecha de entrada anterior a hace 11.000años. Otros admiten la diversidad considerable en la evidenciagenética pero acomodan sus hallazgos al modelo Clovis de la entra-

Page 35: maguare17.pdf

-)

��������������������

da tardía (Steele y Powell, 1998). No se sabe si la diversidad apare-ció rápidamente en poblaciones entremezcladas, lentamente enpoblaciones pequeñas existentes desde hace mucho tiempo, o len-tamente en otras poblaciones que estaban sufriendo cambios entamaño pero que no tenían suficiente tiempo juntas para recrear ladiversidad a través de las mutaciones. También es posible que po-blaciones pequeñas, aisladas, perdieran alguna diversidad genética,complicando aún más nuestro entendimiento de este registro. Porúltimo, para ajustar la diversidad biológica identificada tanto enlos registros biológicos como genéticos, varios antropólogos físicosy genetistas han abogado por una entrada temprana tan lejanacomo hace 20.000 a 40.000 años. Algunos lingüistas también hanpropuesto gran profundidad temporal para explicar la diversidadde lenguajes (Nichols, 1995). La calibración de estos registros de-ben depender, sin embargo, en fechas arqueológicas tomadas decontextos confiables.

En resumen, creo que el tamaño actual de la muestra esqueletalhumana en Suramérica es muy pequeño y que el patrón observadoen los restos del período Arcaico es demasiado posterior en el tiem-po para extrapolarlo hacia atrás al período del Pleistoceno tardío.Hasta que entendamos las prácticas mortuorias de los primerosamericanos y recuperemos una muestra mayor de esqueletos hu-manos tempranos, estoy renuente a creer que la evidencia biológi-ca confiable actual refleje eventos históricos en el Pleistoceno tar-dío. Esto no quiere decir que esta evidencia no haya ayudado anuestro entendimiento del poblamiento de las Américas. Por el con-trario, esta información ha establecido la probabilidad de dos po-blaciones humanas distintas en tiempos tardíos del Pleistoceno yha sugerido diferentes modelos de dispersión humana.

�� �!��'�

Dado el registro arqueológico actual, creo que el poblamientode Suramérica fue de cierta forma cultural y socialmente diferentede aquel de Norteamérica. Aunque las poblaciones tempranas deestas dos grandes regiones del continente fueron seguramente de-

Page 36: maguare17.pdf

-�

���� �������� ��� ��� �������� ������� ���� �� ����

rivadas del mismo tronco biológico asiático, la primera gente queentró a Suramérica fue de alguna manera diferente culturalmentey en comportamiento debido a múltiples generaciones previas deadaptaciones tecnológicas y organizacionales en Norteamérica yCentroamérica. A este respecto, veo la diversidad y complejidad cul-tural temprana relacionada no sólo con el aislamiento regional sinocon el grado e historia de contactos transgeneracionales entre po-blaciones diferentes y varios tipos locales de prácticas económicas,tecnológicas y sociales. Para dar cuenta de la continuidad tecnológi-ca temprana como la de Clovis y sus subsecuentes derivados comoFolsom, Dalton y Cumberland, que ha sido documentado en el re-gistro arqueológico norteamericano, creo que en Norteamérica ha-bía mayor contacto inicial entre regiones amplias y menor adapta-ción de nivel local que lo que había en Suramérica. Tal contactoexplicaría parcialmente la dispersión amplia y rápida de la tradi-ción Clovis, probablemente a través de una población existente enNorteamérica. Las adaptaciones locales tempranas, una menormovilidad, nuevas estrategias para tratar con variacionesmedioambientales impredecibles, y probablemente la circunscrip-ción de territorios también ayudarán a explicar la amplia diversi-dad de tecnologías de artefactos líticos y otras características cul-turales en Suramérica. El escenario más creíble para explicar laevidencia arqueológica actual, independientemente de una entra-da temprana o tardía, es una migración moviéndose rápidamentede Norteamérica a Suramérica a lo largo de la línea costera delPacífico poco tiempo antes de (ca. 14.000 - 12.000 antes del pre-sente) la invención y dispersión de la cultura Clovis. Una vez laspoblaciónes pre-Clovis alcanzaron Suramérica, probablemente sedispersaron rápidamente en varios grupos regionales ampliamenteespaciados y aislados. Cada grupo regional fue altamente móvil enprincipio, al interior de ciertas zonas medioambientales amplias(planicies de sabana, parches de bosque) y era suficientemente gran-de en tamaño para sostenerse a sí misma biológicamente. Aunquees probable que una segunda ola de inmigrantes que portaba unacultura similar a la Clovis alcanzó el continente algún tiempo alre-dedor o después de 11.000 antes del presente, Suramérica aparen-temente no experimentó el flujo continuo de inmigrantes supuesto

Page 37: maguare17.pdf

-

��������������������

para Norteamérica. Este patrón explicaría la diversidad cultural ybiológica temprana identificada a través de Suramérica, así comola presencia de unos pocos rasgos tecnológicos norteamericanos.La dispersión humana a lo largo de Suramérica fue probablementefacilitada enormemente por los numerosos ríos orientados de orientea occidente en ambos flancos de los Andes, especialmente entre14.000 y 12.500 años antes del presente, cuando el fin de laglaciación había ocurrido en la mayoría de las áreas y cuando mu-chos valles aluviales se habían estabilizado. Estos valles habríanproveído una base de recursos abundante y diversos y, una facili-dad de movimiento entre la costa y las tierras altas y las tierrasbajas orientales, especialmente en áreas como el sur de Ecuador(hoy en día la cuenca del río Guayaquil) y el norte de Perú, dondelas montañas andinas son relativamente bajas y agudas. Desdeuna perspectiva andina o caribe, el sistema del río Orinoco fueimportante como una avenida hacia el corazón de la cuencaamazónica.

Para extender el contraste entre Norte y Suramérica, la diversi-dad cultural y las economías de amplio espectro documentadas através de Suramérica para 11.000 antes del presente no tomaronlugar en Norteamérica hasta aproximadamente 10.000 antes delpresente, o quizá mil años después. La adaptación rápida y eficientede poblaciones regionales a ambientes diversos puede explicar par-cialmente por qué algunas formas de civilización temprana emergieronmás temprano en partes de Suramérica. Por ejemplo, los cultígenospueden haber aparecido tan temprano como 10.000 a 8.000 antesdel presente, mientras que la producción alfarera está establecidahace por lo menos 6.000 antes del presente (Oyuela-Caycedo, 1995).La arquitectura monumental existió en partes de Perú para 5.000antes del presente (Dillehay et. al., 1997; Moseley, 1992; Pearsall,1995; Quilter, 1991). Qué motivó estos cambios no está bien enten-dido. Sospecho que mucho de la respuesta descansa en un entendi-miento más profundo de las sociedades avanzadas de cazadores -recolectores que intensifican dietas de amplio espectro en áreas cir-cunscritas, con recursos abundantes como las tierras húmedas a lolargo de las costas de Colombia, Ecuador y Perú, ecotonos a lo largode los flancos oriental y occidental de los Andes de Colombia, la

Page 38: maguare17.pdf

-!

���� �������� ��� ��� �������� ������� ���� �� ����

costa norte de Chile y Argentina, y la confluencia de largos sistemasde ríos en las tierras bajas desde Venezuela a Paraguay y Uruguay.

No se sabe cuándo y de dónde migraron los primeros humanosa las Américas. Dada la presencia de sitios arqueológicos válidosdatados hace alrededor de 12.500 a 11.000 años, es probable quela gente llegara al hemisferio sur no después de hace 15.000 a14.000 años. Más allá de esto, estamos distantes de ser capaces deespecificar cuáles de estas primeras adaptaciones humanas ocu-rrieron en el hemisferio sur. Como un punto de partida, debemosreconocer que el asunto clave no es un movimiento rápido, sinoadaptación eficiente de prácticas tecnológicas, socioeconómicas eideacionales sobre varias generaciones dentro de diferentes pobla-ciones regionales y locales. Debemos también desarrollar pregun-tas y estrategias para estudiar estas prácticas sobre una base com-parativa local y hemisférica que puede llevarnos a miradassignificativas en la capacidad adaptativa de las poblaciones huma-nas del Pleistoceno tardío. Con más investigación, deberíamos verque estas poblaciones eran mucho más variables temporal y cultu-ralmente que lo que se ha reconocido previamente. Desde una pers-pectiva arqueológica, esta variabilidad debería ser reflejada comogradaciones en tipos de poblaciones cambiantes, tipos de artefac-tos, y rasgos de sitios. Estas gradaciones en los complejos arqueo-lógicos deberían coincidir con la dirección, rata, y periodicidad delcambio ambiental y de los cambios culturales relacionados, no sóloa través de Suramérica sino a través del hemisferio occidental y elborde Pacífico en general. Sin embargo, identificar estos procesosen el registro arqueológico no es fácil, particularmente en áreasmarginalmente productivas como las praderas de la alta puna delos Andes, donde la entrada humana puede haber fluctuado sobreun largo período en concordancia con patrones climáticos cam-biantes. En áreas más productivas, como los climas temperadosdel sur de Chile donde está localizado el sitio de Monte Verde y losmedioambientes de la cuenca amazónica, la gente pudo haber en-trado y luego colonizado en un período de tiempo muy corto. Loque más necesitamos ahora son preguntas específicas de investi-gación y estrategias de campo para estudiar estas gradaciones y loque nos dicen acerca del primer poblamiento de las Américas.

Page 39: maguare17.pdf

-"

��������������������

(�(���$��)��

Adovasio J, Pedler DR, 1997. Monte Verde and the Antiquity of Humankind

in the Americas. Antiquity 71:573-580.

Aldenderfer M, 1989. Archaic period in the south-central Andes. I World

Prehistory 3:117-158.

Andrade TC, 1997. “The shellmound-builders: Emergent complexity along

the south/southeast coast of Brazil”. Paper presented at the Soc Amer.

Ardila Calderón G, Politis G, 1989. Nuevos datos para un viejo problema:

Investigación y discusión en torno del poblamiento de América del Sur.

Boletín Museo del Oro 23:3-45.

Ashworth A, Hoganson JW, 1993. The magnitude and rapidity of the

climate change marking the end of the Pleistocene in the mid-latitu-

des of South America. Palaeogeography, Palaeocl imatology,

Palaeoecology 101:263-270.

Belich Mp, Madrigal JA, Hildebrand WH, Zemmour J, Williams RC, Lux R,

Petzi-Erier Ml, Parham P, 1992. Unusual HLA-B alleles in two tribes of

Brazilian Indians. Nature 357:326-328

Bianchi NO, Bailliet G, Bravi GM, 1995. Peopling of the Americas as inferred

through the analysis of mitochondrial DNA. Brazil Journal of Genetics

18:661-668.

Bird J, 1969. A comparison of South Chilean an Ecuadorean “fishtail” points.

Kroeber Anthropological Society Papers 4:52-71.

Bonnichsen R, Turnmire K, editors. 1991. Clovis: origins and adaptations.

Corvallis: The center for the study of the First Americans.

Bryan A, 1973. Paleoenvironments and cultural diversity in Late Pleistocene

South America. Quaternary Research 3: 237-256

________ 1986. Paleoamerican prehistory as seen from South America, in New

evidence for the Pleistocene peopling of the Americas. Edited by A Bryan,

pp. 1-14. Orono. ME: Center for the Study of Early Man.

Cann RL, 1994. mtDNA and Native Americans: A southern perspective.

American Journal of Human Genetics 55:7-11.

Page 40: maguare17.pdf

+$

���� �������� ��� ��� �������� ������� ���� �� ����

Chauchat C, 1975. The Paijan complex, Pampa de Cupisnique, Peru. Nawpa

Pacha 17: 143-146.

Dillehay T, Meltzer DJ, editors, 1991. The First Americans: Search and Research.

Boca Raton: CRC Press.

Dillehay TD, Ardila G, Beltrao MC, 1992. Earliest hunters and gatherers of

South America. I World Prehistory. 6:145-204.

Dillehay TD, 1997. Monte Verde: A late Pleistocene settlement in Chile, vol. 2: The

archaeological context. Washington, D.C.: Smithsonian Institution Press.

Dillehay TD, 1997. ¿Dónde están los restos óseos humanos del período

Pleistocénico tardío? Problemas y perspectivas en la búsqueda de los

primeros americanos. Boletín de Arqueología PUCP (Lima) 1:55-64.

Dillehay TD, 1998. “Early Rainforest archaeology in southwestern South

America: Research context, design, and data at Monte Verde”, in Wet

site archaeology. Edited by Purdy B, pp. 177-206. Caldwell, NJ: CRC

Press.

Dillehay TD, Rossen J, Netherly Pj, 1997. The Nanchoc tradition: The

beginnings of Andean civilization. American Scientist 85:46-55

Fagan B. 1987. The great journey: The peopling of ancient America . London:

Thames and Hudson.

Flegenheimer N. 1987. Recent research at localities Cerro La China y Cerro

El Sombrero, Argentina. Current Research Pleistocene 4:148-149.

Gnecco C, Mora S. 1997. Late pleistocene/early holocene tropical forest

occupations at San Isidro and Peña Roja, Colombia. Antiquity 21:683-690.

Gruhn R. 1988. Linguistic evidence in support of the coastal rooute of earliest

entry into the New World. American Antiquity 56:342-352.

Guidon NN, Pessis AM, Parenti P, Fontugue M, Guerin G. 1996. Pedra Furada,

Brazil: Reply to Meltzer, Adocasio and Dillehay. Antiquity 70:408-421.

Haynes CV. 1969. The earliest Americans. Science 166:709-715

Heuser L, Sackleton NJ, 1994. Tropical climatic cariation on the Pacific slopes

of the Ecuadorian Andes based on a 25.000-year pollen record from deep-

sea sediment core tri 163-31b. Quaternary Research 42:222-225.

Page 41: maguare17.pdf

+#

��������������������

Kelly Rl, Todd Lc. 1988. Coming into the country: Early Paleoindian hunting

and mobility. American Antiquity 53:231-244

Kipnis R. 1998. Early hunter - gatherers in the Americas: Perspectives from

central Brazil. Antiquity 72:11-22

Kreiger A. 1964. Early man in the New World. In Jennings JD. Prehistoric man

in the New World. Noorbeck E. editors, pp. 1-14. Chicago: University of

Chicago Press.

Lahr MM. 1995. The evolution of modern human diversity: A study of cranial

variation. England: Cambridge University Press.

Latrubesse EM, Rambonell C. 1994. A climatic model for southwestern

Amazonia in late glacial times. Quaternary International 21:163-169

Ledru MP, Braga PIS, Soubies F, Fournier M, Martin L, Suguio K, Tuecq B.

1996. The last 50.000 years in the neotropics (southern Brazil): Evolution

of vegetation and climate. Palaeoclimatology, Palaeoecology 80:107-127.

Ledru MP. 1993. Late quaternary environmental and climatic changes in cen-

tral Brazil. Quaternary Research 39: 90-98

Llagostera A. 1979. “Ocupación humana en la Costa Norte de Chile Asociada

a Peces Local-Extintos y a Litos Geométricos: 9,680 + 160 a.c.”, en Actas

del VII Congreso de Arqueología de Chile, pp. 345-360 Santiago: Editorial

Kultrun.

Llagostera M. 1979. 9.700 years of maritime subsistence on the Pacific coast:

An analysis by means of bioindicators in the north of Chile. American

Antiquity 44: 309-324.

Lynch T. 1991. Paleoindians in South America: A discrete and identifiable

cultural stage?, in. Clovis: origins and adaptations . Bonnichsen R,

Turnmire K, editors. Corvallis: Center for de Study of the First Americans.

Lynch TF. 1980. Guitarrero Cave: Early man in the Andes. New York: Academic

Press.

Lynch TF. 1983. “The Paleo-Indians”, in Ancient South Americans. Jennings

J, editor, pp. 87-137. New York: W.H. Freeman.

Lynch TF. 1990. Glacial-age man in South America: A critical review. American

Antiquity 55:12-36

Page 42: maguare17.pdf

+%

���� �������� ��� ��� �������� ������� ���� �� ����

Martin PS. 1973. The discovery of America. Science 179: 969-974

Masonne M. 1996. Hombre temprano y paleoambiente en la región de Magallanes:

Evaluación, crítica y perspectiva. Ann Inst Patagonia 24:82-98.

Mayer-Oakes W. 1986. “Early man projectile points and lithic technology in

the Ecuadorian highlands”, in New evidence for the Pleistocene peopling

of the Americas. Edited by A. Bryan, pp. 133-156 . Orono. ME: Center for

the Study of Early Man.

Meltzer D, Adoovasio J, Dillehay TD. 1994. On a pleistocene human occupation

at Pedra Furada, Brazil. Antiquity 68:695-714.

Meltzer D, Grayson D, Ardila G, Barker A, Dincauze D, Haynes CV, Mena F,

Nunez L, Stanford D. 1997. On the pleistocene antiquity of Monte Verde.

Chile. American Antiquity 62:659-663

Meltzer D. 1989. “Was stone exchanged among Eastern North American

Paleoindians?”, in Eastern Paleoindian lithic resource use. Edited by Ellis

CJ, Lothrop J, pp. 11-89. Boulder: Westview Press.

Meltzer D. 1991. “On “paradigms” and “paradigm bias” in controversies over

human antiquity in America”, in The First Americans: Search and research.

Edited by TD. Dillehay, DJ. Meltzer, pp. 13-49. Boca Raton: CRC Press.

Meltzer D. 1997. Monte Verde and the Pleistocene peopling of the Americas.

Science 276: 754-755

Merriweathe DA, Rothhammer F, Ferrell RE. 1994. Genetic variation in the

New World: Ancient teeth, bone, and tissues as sources of DNA. Experientia

50:592-601.

Moseley ME. 1992. The Inca and their Ancestors. London: Thames and Hudson.

Moseley MJ, 1975. The maritime foundations of Andean civilization. Menlo Park:

Cummings Press.

Munford D, Zanini ADC, Neves WA. 1995. Human cranial variations in South

America: Implications for the settlement of the New World. Brazilian

Journal of Genetics 18:673-688

Muñoz I. 1982. Las sociedades costeras en el litoral de Arica y sus vinculacio-

nes con la costa Peruana. Chungara 9:124-151.

Page 43: maguare17.pdf

+-

��������������������

Neves WA, Pucciarelli HM, Meyer D. 1993. The contribution of the morphology

of early South and North American skeletal remains to the understanding

of the peopling of the Americas. American Journal of Physical Anthropology

16:150-151.

Nichols J. 1995. Linguistic diversity and the peopling of the Americas. Berkeley:

University of California Press.

Nuñez AL. 1992. “Tagua - Tagua: Un sitio de matanza en el centro de Chile”.

Paper presented at the First World Conference on Mongoloid Dispersion.

Tokyo: The University of Tokyo.

Oschenius C, Gruhn R, editors. 1979. Taima - Taima: A Late Pleistocene Paleo-

Indian kil site in Northwestern South America. Coro, Venezuela.

Oyuela-Caycedo A. 1995. “Rocks versus clay: Pottery technology in San Ja-

cinto - 1, Colombia”, in Early Pottery in the New World. Edited by W.

Barnett, J. Hoopes, pp. 133-134. Washington D.C.: Smithsonian

Institution Press.

Pearsall D, 1995. “Domestication and agriculture in the New World tropics”,

in Last hunters - first farmers. Edited by D. Price, B. Gebauer, pp. 157-

192. Santa Fe: School of American Research.

Pena SDJ. 1996. The human genome diversity project and the peopling of the

Americas. Brazil Journal of Genetics 18:641-643.

Politis G. 1991. “Fishtail projectile points in the southern cone of South

America: An overview, in Clovis: origins and adaptations. Edited by R.

Bonnichsen, K. Turnmire, pp. 287-302. Corvallis. Or: Center for the Study

of the First Americans

Prieto AR. 1996. Late Quaternary vegetational and climatic changes in the

Pampa grassland of Argentina. Quaternary Research 45:73-88

Prous A, 1986. “Os mais antigos vestigios arqueologicos no Brasil Central

(Estados de Minas Gerais, Goias e Bahia)”, in New evidence for the

Pleistocene peopling of the Americas. Edited by AL Bryan, pp. 173-18.

Orono, ME: Center for the Study of Early Man.

Prous A, 1992. Arqueologia Brasiliera. Brazilia: Editorial UNB.

Page 44: maguare17.pdf

++

���� �������� ��� ��� �������� ������� ���� �� ����

Prous A. 1991. Fouilles de L’abri du Boquete. Minas Gerais. Bresil. Journal

des Societe des Americanistes 77:77-109.

Prous A. 1992. Arqueologia Brasiliera. Brasilia: Editoria UNB.

Prous A. 1993. Santana do Riacho. Tomo II. Arquivos Museu Historia Nat 13-

14:3-440.

Quilter J, 1991. Late preceramic Peru. I World Prehistory 387-435

Richardson J. 1981. Modeling the development of sedentary maritime

economies on the coast of Peru: A preliminary statement. Ann Carnegie

Museum 50:139-150.

Rick J. 1988. “The character and context of highland preceramic society”, in

Prehistoric Peru. Edited by R. Keatinger, pp. 3-40 1988. New York:

Cambridge University Press.

Roosevelt A, Lima da Costa M, Machado C, Michab M, Mercier N, Valladas H,

Feathers J, Barnett W, Imazio da Silveira M, Henderson A, Sliva J, ChernoffB,

Reese D, Holman JA, Toth N, Schick K. 1996. Paleoindian cave dwellers in

the Amazon: The peopling of the Americas. Science 272:373-384

Rothhammer F, Silva C, Callegari-Jacques SM, Llop E, Salzano FM. 1997.

Gradients of HLA diversity in South American Indians. Annals of Human

Biology 24:197-208.

Rothhammer F, Silva C. 1992. Gene geography of South America: Testing

models of population displacement based on archaeological evidence.

American Journal of Physical Anthropology 89:441-446.

Rull V. 1996. Late pleistocene and holocene climates of Venezuela. Quaternary

International 31:85-94.

Salzano F. 1995. DNA, proteins and human diversity. Brazil Journal of Genetics

18:645-650.

Sandweiss D, McInnis H, Burger R, Cano A, Ojeda B, Paredes R, Sandweiss

C, Glascock MD. 1998. Quebrada Jaguay: Early Sputh American maritime

adaptations. Science 281: 1833-1835.

Sandweiss DH, Richardson JB III, Reitz EJ, Hsu JT, Feldman RA. 1989. “Early

maritime adaptations in the Andes: Preliminary studies at the Ring site,

Peru”. In Ecology, settlement, and history in the Osmore Drainage, Peru,

Page 45: maguare17.pdf

+)

��������������������

vol. 545. Edited by Rice D, Stanish C, Scarr P, pp. 35-84. Oxford: BAR

International Series.

Schmitz p. 1987. Prehistoric hunters and gatherers of Brazil. I World Prehistory

1:126-161.

Steele DG, Powell JF. 1995. Peopling of the Americas: Paleobiological evidence.

Human Biology 64:303-336.

Steele DG, Powell JF. 1998. Historical review of the skeletal evidence for the

peopling of the Americas. Paper presented at the Society of American

Archaeology.

Stothert K. 1985. The preceramic Las Vegas culture of coastal Ecuador.

American Antiquity 50:613-637.

Szathmary EJ. 1993. mtDNA and the peopling of the Americas. American

Journal of Human Genetics 55:793-799.

Torroni A, Schurr TG, Cabell MF, Brown MI, Neel JV, Larsen M, Smith DG,

Vullo CM, Wallace C. 1992. Asian affinities and continental radiations of

the four founding. Native America mtDNAs. American Journal of Human

Genetics 53:563-590.

Watkins DI, McAdam SN, Liu X, Strang CR, Milford EL, Levine CG, Garber

TL, Dogon AL, Lord CI, Ghim SH, Troup GM, Hughes AL, Letvin NL.

1992. New recombinant, HLA-B alleles in a tribe of South America

Amerindians indicate rapid evolution of MHC class I loci. Science 357:329-

333.

Page 46: maguare17.pdf

El objetivo de este trabajo es el de presentar resultados parcia-les de las investigaciones que se están llevando a cabo en El Vano,Estado Lara, Venezuela (lámina 1). En este sitio localizamos arte-factos especializados para la cacería (puntas de proyectil) en aso-ciación con restos de Megaterio (fig.1 y 2). Postulamos que estaasociación representa un contexto primario y que, por lo tanto, losartefactos forman parte de éste. Nuestro estudio se basa en el aná-lisis de los grados de meteorización de los huesos según la escalade Behresmayer (1978), lo que nos permitirá reconstruir la historiatafonómica del lugar, para luego discriminar la presencia de mar-cas en los huesos de origen cultural.

Las excavaciones en la localidad de El Vano están en proceso,para este trabajo sólo expondremos parte de los datos que nos hanpermitido entender las asociaciones entre hombre y megafaunapleistocénica. Pensamos que la evidencia a continuación presenta-da nos permite explicar parcialmente la razón de las asociacionespresentes en El Vano.

���������������������������������

������� ��������������� ���

������������������&������4�����������5� ���6��7�8���

&�����'�# (�+�*�+�,%$$-.

Page 47: maguare17.pdf

+

��������������������

!(� � �'�� $��$�*)� �

El Vano se encuentra al sur-oeste del estado Lara, a 4 Km. alnorte del pueblo de Barbacoas, en el Municipio Morán, y a 200 Km.al sur-oeste de Taima-Taima, con una altura promedio de 1250msnm. Si bien no tenemos suficiente información, postulamos querepresenta un antiguo depósito de agua, probablemente intermiten-te, que mantuvo actividades bióticas típicas de pantano y/o laguna.Los indicios que nos permiten plantear esta idea son la gran canti-dad de marcas de raíces sobre los huesos, y la excelente conserva-ción de los restos; esto último sólo es explicable a partir de su depo-

�������

Page 48: maguare17.pdf

+!

���#��� ������������������

�������������

Page 49: maguare17.pdf

+"

��������������������

sición en un medio muy húmedo (Behresmayer 1978, Jhonson 1985,Morlan 1984). Actualmente el depósito está semi-erosionado en al-gunos sectores, lo que permitió observar y ubicar material óseo.

�������$��)%�

En el área de excavaciones se ubicó una secuencia estratigráficaconstituida por cuatro tipos de horizontes (lámina 2). La base delyacimiento lo forma un manto de calizas cretácicas agrietadas in-clinadas que forman una cuenca sedimentaria. El siguiente lo cons-tituye una capa de arcilla roja y gris, en donde aparece materialarqueológico en poca cantidad y algunos clastos de baja densidad.Esta capa es de poco espesor llegando a medir sólo 25 cm. en elárea superior de la excavación. Enseguida se superpone un limoarcilloso, de color amarillo, moteado de gris, compactado y quecontiene carbonatos, este horizonte es el portador de los mate-riales óseos y líticos. Estas dos capas siguen la inclinación delmanto. La presencia de un túmulo testigo, que se encuentra jus-to encima de la parte más baja de la cuenca, permitió medir laextensión vertical de la capa amarilla-gris, la cual aumenta des-de la parte superior hacia la cuenca, llegando a medir 1,10 maproximadamente, desde la base del material arqueológico (sinllegar a la capa de arcilla roja y gris). Sobre ésta se depositasedimento arrastrado por las escorrentías intermitentes, éste

Page 50: maguare17.pdf

)$

���#��� ������������������

comprende clastos medianos y partículas de lutita roja, queafloran en otros sectores del yacimiento (lámina 3). Esta capadiscreta no es compacta y su formación es muy reciente (fig. 3).El testigo muestra hacia su parte superior una capa que reflejamayor energía que la anterior, dada las cantidades de clastospequeños y medianos, así como el tamaño del grano. En otros

��������

Page 51: maguare17.pdf

)#

��������������������

sectores del yacimiento se puede observar con claridad la se-cuencia estratigráfica completa lo que nos permitió reconstruir-la en el área de excavaciones.

��)����%�

Los restos óseos localizados en El Vano se identificaron comoMegaterio (Eremotherium rusconni), con base en las característicasmorfológicas y métricas de los molariformes y huesos largos encon-trados (Paula Couto, 1979; Vaughan, 1988). El ejemplar se encon-traba desarticulado, a excepción del cuarto anterior izquierdo queprobablemente por su ubicación estaba articulado (lámina 4). Algu-nos huesos largos presentan ausencia de partes distales o proximales.Todos se encontraban en la parte baja de la cuenca, en un área de30 m. cuadrados, y a una profundidad aproximada de unos 30 cm.

En el caso de El Vano, posterior a la muerte del animal, losrestos quedaron expuestos, sufriendo el deterioro producto de laintemperie. Sin embargo el tiempo de exposición no fue lo suficien-te largo como para destruir el tejido compacto de los huesos, man-teniéndose intactas aquellas huellas de carácter cultural. Esto sedemuestra por la existencia de un 74,41%, del total de huesos ana-lizados, ubicados en la primera fase de conservación deBehresmayer, así como un 23,25 % en la fase 1-2 del mismo autor.En el caso de El Vano se puede observar y cuantificar aproximada-mente el tiempo de exposición que tuvieron los restos a la intempe-rie antes de quedar enterrados. Así mismo empleamos la escala deBehresmayer para observar si existieron varios momentos de de-posición, y/o existió una redeposición de los materiales. Por otrolado, la escala de Jhonson (1985) nos sirvió para medir el estado dedeterioro, la conservación de aquellas huellas de posible origencultural y el momento en que éstos fueron enterrados. Para esteanálisis utilizamos los huesos largos encontrados: húmero, cúbito,tibia, vértebras, radio y algunas costillas, aunque todos y cada unode los restos encontrados se les ubicó en su respectivo nivel dentrode las escalas.

Page 52: maguare17.pdf

)%

���#��� ������������������

����������

Hemos podido identificar de acuerdo a la primera escala lassiguientes características de deterioro que corresponden con el grado1 y 1-2 de la tabla propuesta por Behresmayer (1978), en el mate-rial óseo de El Vano:

-agrietamiento paralelo a la estructura ósea.

Page 53: maguare17.pdf

)-

��������������������

-se encuentran segmentos de huesos con inicio de exfoliacióndel tejido compacto debido a que éstos estuvieron mayor tiempoexpuestos a la intemperie.-los dientes permanecen intactos y/o comienzan a fisurarse,aunque esto depende de las características particulares decada pieza.-existe mayor deterioro en la norma expuesta de los huesos,mientras que la que estuvo en contacto con el suelo se man-tuvo mejor conservada, observándose cambios de coloraciónentre ambas (Behresmayer, 1978).

Dada las características de las marcas observables y el estadode conservación, podemos incluir los materiales óseos de El Vanoen la fase 0-1 de exposición a la intemperie post-mortem planteadapor Jhonson (1985). Esto es, decaimiento de la humedad produ-ciendo en los huesos agrietamientos paralelos al axis de los hue-sos, médula no comestible antes del proceso de enterramiento, ob-servación de puntos de impacto, comienzo de fracturas horizontalesy tensión en las diáfisis medias de las costillas desprendiéndolasen tercios. Esta puede tener una duración hasta el enterramientode los restos de unos días a dos meses, según las condiciones delmedio (Jhonson, 1985).

La conservación es mayor en ambientes con alta concentra-ción de humedad, la permanente exposición en este tipo de am-bientes haría más lenta la meteorización y pérdida de tejido óseopor desecación, hay que considerar que el agua también ocasionadesgaste y pérdida de materia ósea, e interviene en la movilizaciónde los huesos. El movimiento de huesos en el agua depende devarios factores: a) inclinación del terreno, b) fuerza de traslación delas corrientes, b) características hidrodinámicas de los huesos ex-puestos, y c) sedimento y/o raíces del depósito. La ubicación de uncuarto anterior desarticulado (fémur izquierdo, tibia y peroné iz-quierdos) en posición casi anatómica, así como de: un húmero distalderecho, cabeza humeral mayor derecha y cúbito proximal y cúbitodistal derecho desarticulados y muy cercanos (fig.4), además de 7de 12 vértebras encontradas con apófisis espinosas y transversas,nos estarían avalando la poca energía hídrica que pudo actuar di-rectamente sobre los restos.

Page 54: maguare17.pdf

)+

���#��� ������������������

Criterios para el reconocimiento de alteración antrópicasobre huesos

Constantemente se discute sobre las asociaciones cerradas deutensilios y huesos para poder evidenciar las actividades que pudodesempeñar el hombre sobre especies animales. Sin embargo, laausencia de material cultural no descarta la posible presencia hu-mana en un contexto aparentemente paleontológico (Binford 1981,Bryan 1983, Jhonson 1985, Blumenshine and Selvaggio 1988,Shipmanet.al. 1984). En el caso de El Vano se encontraron 10 ar-tefactos en el área de excavaciones.

El estudio experimental sobre huesos vivos, frescos, secos,mineralizados y fosilizados ha permitido crear un cuerpo de defini-ciones sobre el tratamiento humano de los huesos, para poder com-pararlo con otros agentes modificadores que en principio fueronconsiderados como de carácter antrópico (Shipman et.al 1984,Bunn 1981, Haynes 1983). Estos estudios han permitido estable-cer criterios de reconocimiento muy generales sobre las diferentespartes de los huesos de un esqueleto cualquiera, así como muy

��������

Page 55: maguare17.pdf

))

��������������������

específicos sobre esqueletos de especies bien identificadas, en don-de se definen claramente las características peculiares de cadahueso (biodinámicas de los huesos y estructura de los tejidos queconforman cada parte del esqueleto) (Haynes 1983, Jhonson 1985,Miotti et.al. 1987). En general existe consenso para considerarmarcas de origen cultural: fracturas, cortes y pulimento.

En nuestro caso poseemos restos de un edentado terrestreextinto, con características biodinámicas y locomotoras en su es-queleto que no son comparables a la de edentados similares delpresente. Los huesos largos tienden a ser planos a lo largo del axis,la proporción de tejido compacto (llegando a medir 6 mm. en ladiáfisis del húmero), con respecto al esponjoso y aerolar es biendiferente a otras especies de edentados contemporáneos, lo quedificulta la experimentación y comparación, para elucidar sobrealgunos patrones de alteración sobre estos huesos.

Para la búsqueda y análisis de marcas en los huesos encon-trados en El Vano, hemos considerado las ya descritas en la biblio-grafía sobre el tema (Binford 1981, Jhonson 1985, Bryan1983,Morlan 1984, Blumenshine y Selvaggio, 1988). Según estosautores, las fracturas dependen de la cantidad de energía absorbi-da por el hueso. Los huesos en estado vivo están conformados portejidos dinámicos y plásticos, comportándose biomecánicamente,dependiendo su resistencia según el contenido de humedad queestos posean, morfología, espesor de la corteza y diámetro de lasdiáfisis y epífisis, en donde varían las cantidades de hueso com-pacto y esponjoso (Jhonson, 1985). Igualmente el tipo de fuerzaque se aplique ya sea por percusión, tensión, torsión o presión,produce efectos diferenciables sobre el hueso.

Hemos tomado los atributos expuestos por Morlan (1984) paradiferenciar marcas en estado fresco de las encontradas en huesosen estado seco y fosilizado, observables en los materiales de ElVano. En estado fresco y seco los puntos de impacto pueden estarpresentes o ausentes, mientras que cuando se producen en huesosfosilizados están ausentes. La textura en las fracturas son lisas enhuesos frescos, en secos pueden ser lisas o rugosas. Mientras queen estado fosilizado son muy rugosas. Los ángulos de las fracturascon respecto al axis pueden ser agudos, obtusos o rectos en hue-

Page 56: maguare17.pdf

)�

���#��� ������������������

sos húmedos y secos, mientras que en huesos fosilizados son rec-tos. La terminación de las fracturas en las epífisis puede ser en oantes de éstas en huesos frescos, mientras que en huesos secos yfosilizados son a través de ellas. Todas las características mencio-nadas para huesos frescos están presentes en los materiales anali-zados. Igualmente se consideraron las fracturas sobre huesos nofrescos y fosilizados en donde se puede observar que contrastancon el color de áreas no alteradas, exhibiendo superficies rugosas,y formando ángulos rectos con el tejido compacto, lo que es clara-mente visible cuando se producen durante las excavaciones o en ellaboratorio (Jhonson, 1985).

Mencionamos a continuación las diferentes marcas identifi-cadas como de carácter cultural en los materiales óseos de El Vano:

1) Fracturas Escalonadas:Son el producto de la aplicación de torsión sobre las áreasmás delgadas, y probablemente son acompañadas por un gol-

��������

Page 57: maguare17.pdf

)

��������������������

pe de percusión, que puede debilitar dicha área. Esta produceescalones, exponiendo tejido esponjoso, y negativos deastillamiento de tejido compacto en varios ángulos (rectos,obtusos y agudos) (fig.5).2) Fracturas en cuña:Separación de tejido compacto en forma de cuña y triangular,a lo largo del axis del hueso, produciendo bordes astilladosirregulares, producto de la tensión que se aplica sobre la diáfisis(fig. 6 y 7).

�������������

Page 58: maguare17.pdf

)!

���#��� ������������������

3) Fracturas en muescas:Separación de tejido por percusión lanzada directa produciendobordes cóncavos (muesca) en los puntos de impacto, yfisurando el entorno de éstos, observándose grietas perpendi-culares y oblicuas al axis del hueso (fig. 8 y 9).

�������

�������!��������"

Page 59: maguare17.pdf

)"

��������������������

4) Puntos de Impacto:4.1- fallidos: área de impactos por percusión lanzada directa, pro-duciendo abolladuras sin astillamiento del tejido compacto (fig.10).4.2- fracturas deprimidas: puntos impacto por percusión lan-zada directa, produciendo astillamiento y depresión del tejidocompacto. También se observan grietas en varias direccionesdesde el punto de choque. Esta cualidad sólo se produce cuan-do el hueso está en estado vivo y/o fresco, ya que el períosteovascula hacia la cavidad deprimida junto con las astillas detejido compacto y cortical, manteniendo las astillas en el fon-

���������������

Page 60: maguare17.pdf

�$

���#��� ������������������

do de la depresión. Permaneciendo en la cavidad según elestado de conservación (fig.11 y 12).5) Incisiones: marcas producto del corte de tejido blando (carney tendones, cartílagos y/o períostio). Se consideran incisionesde cortes aquellas generalmente cortas, paralelas y oblicuas alaxis del hueso, poco profundas, en sección en "V", y múltiplesestrías en su interior, asociadas a áreas de incisión muscular(Binford 1981). Hay que considerar que el volumen de masa

���������������

Page 61: maguare17.pdf

�#

��������������������

muscular puede evitar que el hueso sea afectado además deltipo y filo de los artefactos (Fig. 13, 14, 15 y 16).5.1- Incisiones profundas: marcas producidas por el uso deartefactos pesados y cortantes que actúan a manera de "ha-chas" produciendo amplias incisiones que pueden alisar lasáreas de afectación por el impacto. Estas pueden asociarse alas áreas de articulación de huesos largos y a los cuellos de losmismos, para desprender epífisis (Bryan 1983).

���������������

Page 62: maguare17.pdf

�%

���#��� ������������������

�� �!������

De los análisis realizados, podemos decir que el sitio presentapoca perturbación de carácter natural y que por el contrario la dis-persión de los restos óseos se debe a otro tipo de causas, por lo quehemos postulado que el megaterio en cuestión fue cazado, desarti-culado y desollado por el hombre. Posteriormente los procesos natu-rales de descomposición que actuaron sobre los restos, no afectaronprofundamente el contexto, preservando aquellas modificaciones deorigen humano.

La combinación de varias técnicas para desmembramiento ydestazamiento del megaterio, así como la ausencia de partes y hue-sos completos, podría deberse a una selección para su posteriorconsumo como fuentes de materia prima en la elaboración de otrosbienes, destinados a actividades desconocidas hasta ahora paranuestra región.

La ubicación de otros sitios de "consumo" de megaterio, conevidencias de marcas en general sobre los huesos y ausencia departes óseas, nos permitiría ver los comportamientos de los gruposy cómo aprovechaban dichos huesos, para así establecer los patro-nes posibles de actividades antrópicas sobre estas especies, y po-der compararlos con otros mega-edentados cazados y consumidosen otras partes del planeta. El caso de Taima-Taima, en el vecinoEstado Falcón, y ahora El Vano permite plantear que los cazadoresportadores de las puntas de proyectil y artefactos del tipo El Jobo,incluían dentro de las estrategias de cacería, la emboscada de gran-des animales en sitios pantanosos, ya que esto le facilitaría el ata-que dada la dificultad de movilidad de estos pesados y grandesanimales en terrenos fangosos.

�$��"� ��������

Debo agradecer altamente la colaboración y facilidades pres-tadas por mis amigos la familia Guedez del pueblo de Barbacoas,en especial a Luis Guedez, así como también a los colegas J.J.Salazar, F. Gil, E. Gil y L. Arvelo, que colaboraron en la discusiones

Page 63: maguare17.pdf

�-

��������������������

de este material. En especial agradezco la motivación e interés dadopor el Dr. Omar Linares por aportar la parte controversial, siemprenecesaria en los quehaceres de la ciencia.

Especial gratitud merece la Dra. Erika Wagner a quien le de-bemos la realización de la segunda campaña y la posibilidad de unvariado menú. A todos los quiboreños y a la estudiante de Antropo-logía L. Vierma quienes nos acompañaron en las excavaciones.

(�(���$��)%�

Behresmayer, Anna. 1978. Taphonomic and ecologic information from bone

Weathering. Paleobiology 4:150-162.

Binford, Lewis. 1981. Bones ancient Men and Modern Myths. New York:

Academic Press.

Blumenshine, Robert and Selvaggio, Marie. 1988. Percussion marks on bone

surfaces as a new diagnostic of hominid behaviour. Nature Vol. 333, 23

June.

Bryan, Alan. 1983. “Bone alteration patterns as clues for the identification of

early man sites or, an attempt to Demythify the search for early

Americans”, in Carnivores, Human Scavengers and Predators: A Questions

of Bone Technology. Proceedings of the fifteenth annual Conference the

Archaeological association of the University of Calgary.

Bunn, T. Henry. 1981. Archaeological evidence for meateating by Plio-

Pleistocene hominids from Koobi Fora and Olduvai Gorge. Nature Vol.

291, 18 june.

Haynes, Gary. 1983. Frecuencies of Spiral and Green Bone fractures on

Ungulate Limb bones in Modern Surface Assemblages. American Antiquity

48 (1).

Johnson, Eilleen. 1985. “Current Developments in Bone Technology”, in Advances

in Archaeological Method and Theory Vol. 8. New York: Academic Press.

Miotti, Laura y Salemme, Mónica. 1987. De fracturas óseas modernas y ar-

queológicas: una hipótesis alternativa. Revista Ceider No. 2. Mendoza

(Argentina): Universidad Nacional de Cuyo.

Page 64: maguare17.pdf

�+

���#��� ������������������

Morlan, Richard. 1984. Toward the definition of criteria for the recognition of

artificial bone alterations. Quaternary Research 22.

Paula Couto, Carlos de. 1979. Tratado de Paleomastozoologia. Rio de Janeiro:

Academia Brasileira de Ciencias

Shipman, Pat; Fisher, Daniel and Rose, Jennie. 1984. Mastodon butchery:

microscopic evidence of carcass processing and bone tool use. Paleobiology

10(3).

Vaughan, Terry A. 1988. Mamíferos. México: S.A. McGraw-Hill.

Page 65: maguare17.pdf

El reduccionismo ecológico ha sido la posición dominante enlos estudios arqueológicos de cazadores-recolectores en elneotrópico y es el resultado de las tendencias teóricas centralesdel procesualismo, la ecología cultural y el materialismo cultural.La ecología, en esas posiciones reduccionistas, no es entendidacomo la red de relaciones totales que componen un crono-ecosistema, sino como las limitaciones impuestas a la cultura porlas variables del medioambiente. No sólo cultura y naturaleza seseparan, sino que la primera se reduce a la segunda: la cultura esreducida a las estrategias que usan los seres humanos para adap-tarse a las variaciones medioambientales. Así concebido, elreduccionismo ecológico es parte del llamado "programaadaptacionista" (Bargatzky 1984). En este artículo quiero explo-rar críticamente dos temas reduccionistas centrales a la arqueo-logía de cazadores-recolectores en el trópico, temas que reflejanla pasividad acordada a la cultura frente al medioambiente: elestereotipo de la caza-recolección como una estrategia exclusiva-

1Este trabajo está basado en un artículo reciente de Mora y Gnecco (1999).

!��� ���� ���������������"���������

� #������������ �� ��� ������� ��

� ��������

���!"���#�$$������������������������ �

�������������������6���������

&�����'�# (��)*!%�,%$$-.

Page 66: maguare17.pdf

��

���������9�������������������� ���!"���#�$$�

mente explotativa y no transformativa, y la concepción de la mo-vilidad como función directa de la distribución de los recursos.

��"! �������� � ��'$� �� �� �"�+�� �������

Bargatzky (1984) señaló hace ya 15 años que el "programaadaptacionista" estaba condenado en antropología. A grandes ras-gos, el "programa adaptacionista" supone: (a) que la cultura es elmedio a través del cual los seres humanos se adaptan a las cir-cunstancias cambiantes del medio ambiente; (b) que la cultura seenfrenta a un mundo pre-existente que produce un cambio que laadaptación resuelve, regresando a un estado de equilibrio; (c) queante la ausencia de cambio o estrés en el medioambiente el cam-bio adaptativo es innecesario; es decir, sin estímulos externos noocurre la adaptación; (d) que la cultura es pasiva, a la espera decambios medioambientales para ponerse en funcionamiento; (e)que la evolución es equivalente a la suma total de los cambiosadaptativos puestos en marcha por la cultura con un propósitohomeostático; (f) que cultura y naturaleza deben ser entendidasen términos dicotómicos, la primera estando subordinada a lasegunda; (g) que los procesos adaptativos son teleológicos, es de-cir, que suponen comportamientos culturales con un propósitodireccional.

Así, el programa adaptacionista, que trasladó con poca for-tuna la significación biológica de adaptación al estudio de la cul-tura, resultó francamente problemático. Pero si puede decirsecon alguna seguridad que el programa adaptacionista ha perdi-do fuerza en la antropología contemporánea, debido sobre todoa la deconstrucción de la dicotomía naturaleza-cultura a travésde su consideración en términos sinergéticos y co-evolutivos, lomismo no sucede en arqueología, sobre todo en ciertos tipos dearqueología, como la de cazadores-recolectores en el neotrópico,en la que el adaptacionismo subsume el reduccionismo ecológicodominante.

La arqueología de cazadores-recolectores en el neotrópico acu-sa, desde hace varios años, la influencia de las observaciones de

Page 67: maguare17.pdf

���%�&'�������������

Lathrap (1968), quién propuso hace tres décadas que los cazado-res-recolectores tropicales eran descendientes de agricultores em-pujados a las selvas por competición de recursos y aumentopoblacional en las planicies aluviales. Estos agricultores frustra-dos habrían sido forzados a vivir en medioambientes poco propi-cios para la agricultura, que de esta manera se volvió improducti-va y fue gradualmente abandonada, derivando hacia la caza y larecolección. La baja biomasa animal y la ausencia de recursosacuáticos significativos en las zonas interfluviales habría condu-cido al nomadismo y a la dependencia en recursos silvestres. Peroeste reduccionismo ha sido cuestionado desde un punto de vistaecológico (Colinvaux y Bush 1991; Gragson 1992), señalando laexistencia de recursos silvestres en las selvas tropicales que ha-brían hecho viable la caza y la recolección sin necesidad de recu-rrir a explicaciones degeneracionistas. De hecho, un crecientenúmero de evidencias arqueológicas documenta ocupaciones pre-agrícolas de cazadores-recolectores en las selvas tropicales en Pa-namá (Ranere y Cooke 1991), Venezuela (Barse 1990), Colombia(Cavelier et al. 1995; Gnecco y Mora 1997; Gnecco 1999) y Brasil(Roosevelt et. al. 1996).

En lo que resta de este artículo voy a usar la informaciónproveniente de dos sitios de cazadores-recolectores tempranosque he investigado en el valle de Popayán, San Isidro y La Elvira,para mostrar que los cazadores-recolectores del área (a) ya esta-ban impactando y alterando el ecosistema a finales delPleistoceno, a través de prácticas manipulatorias de los recur-sos para aumentar su productividad, como el desmonte y el cul-tivo selectivo. Esta constatación está muy lejos de la idea tradi-cional que veía a los cazadores-recolectores tempranos comosimples explotadores de los recursos, sobre todo animales, demanera tal que la modificación cultural de los ecosistemas sólohabría sido un fenómeno holocénico, ligado al desarrollo de laagricultura; y (b) la interpretación de su movilidad no puede serreducida a la distribución de los recursos sino a la existencia deterritorios sociales.

Page 68: maguare17.pdf

�!

���������9�������������������� ���!"���#�$$�

������������� ����������������,!����$%�"�� ���"����-�� ��� �����

El esencialismo ha dominado la arqueología de los cazadores-recolectores tropicales. Esto es, el concepto "cazadores-recolectores"ha sido usado como una clase de organización económica2 discretae incontingente. Los cazadores-recolectores han sido vistos tradi-cionalmente como explotadores de los recursos y como dependien-tes directos de la oferta; con los agricultores, en cambio, habría em-pezado la transformación de los ecosistemas a través de lamanipulación selectiva de especies animales y vegetales. Los caza-dores-recolectores no fueron considerados como potencialesalteradores y modificadores de la estructura de recursos, tal y comoahora los vemos. Así, el concepto "cazadores-recolectores" resultaimpreciso para referirse a individuos que no sólo cazaban y recolec-taban sino que también alteraban para su beneficio la productivi-dad natural de los recursos. Por lo tanto, el uso que hago de esetérmino en este artículo es puramente convencional3 .

La existencia incuestionable de agricultura y vida aldeana enmuchas partes de América hace unos 5.000 años nos ha hechoolvidar que estuvo precedida por el manejo de especies vegetales yanimales silvestres. En América tropical ya existe evidencia sólidasobre manejo humano de los recursos vegetales (y seguramenteanimales también) desde hace por lo menos 10.000 años, inclu-yendo apertura y/o utilización de claros en los bosques y su man-tenimiento artificial por quema, y la selección cultural de especiesútiles a través de su protección y cultivo (cf. Piperno 1990:113;Piperno et al. 1991a; Piperno et al. 1991b:235). Las evidenciassobre intervención antrópica de los bosques tropicales en Colom-bia también se remontan hasta la frontera Pleistoceno/Holoceno.La evidencia encontrada de San Isidro, un sitio precerámico mono-componente del valle de Popayán (Gnecco y Mora 1997; Gnecco

2 La definición del concepto, tal y como lo usan los arqueólogos, es exclusivamente

económica, ignorando otras dimensiones --sociales, políticas, ideológicas-- exploradas

por los etnólogos.3 Véanse Ingold 1991 y Kelly 1995 para una evaluación crítica del concepto "cazado-

res-recolectores."

Page 69: maguare17.pdf

�"

���%�&'�������������

1999), sugiere intervención y, probablemente, modificación huma-na del ecosistema hace 10.000 años4. Una muestra de polen aso-ciada al componente precerámico de San Isidro incluye vegetaciónsecundaria, como árboles y plantas herbáceas y malezas, entre unamayoría de especies de bosque primario maduro. Esto sugiere laexistencia en el sitio o en sus inmediaciones de un espacio abiertoo parcialmente abierto en el bosque durante el tiempo de ocupa-ción humana. La prevalencia de especies de bosque primario, sinembargo, indica que el fenómeno registrado no fue de tala total odeforestación sino de creación de un espacio suficientemente abiertocomo para permitir el crecimiento de especies pioneras. Es difícildeterminar si esta apertura fue creada naturalmente o por agenteshumanos. Sin embargo, no me parece coincidencial la existenciade un espacio abierto en los alrededores de un sitio arqueológico.

El análisis polínico de San Isidro revela otro asunto de sumaimportancia: la asociación de especies que ahora son alopátricas.Aunque este fenómeno puede explicarse aduciendo que la forma-ción vegetal en la que se encontraba el sitio en la época de la fron-tera Pleistoceno/Holoceno no tiene análogos contemporáneos(Gnecco 1995), también puede aducirse (Piperno, comunicaciónpersonal) que las especies útiles de tierras bajas representadas enel polen de San Isidro podrían haber sido transportadas -y cultiva-das, tal vez- desde su habitat natural.

Una evidencia indirecta del impacto humano sobre el ecosistemaen San Isidro es la dominancia (92%) de restos de un fruto aún sinidentificar claramente5 ; aunque este hecho puede representar sim-plemente preferencias alimenticias o alta disponibilidad natural,también puede indicar la concentración artificial, inducida por agen-tes humanos, de especies útiles. En este sentido, es bueno recor-dar que una de las características más salientes del trópico es laalta diversidad de especies vegetales y animales y la consecuente

4 Dos fechamientos convencionales con C-14 sobre carbón encontrado en la mitad del

depósito arqueológico arrojaron los siguientes resultados: 9.530+100 a.p. (B-65877) y

10.050+100 a.p. (B-65878). Además, una semilla carbonizada datada con AMS dió

una fecha de 10.030+60 a.p. (B-93275).5 Un caso similar se ha documentado en Peña Roja, un sitio del Medio Caquetá con un

componente precerámico fechado en 9.000 años (cf. Gnecco y Mora 1997).

Page 70: maguare17.pdf

$

���������9�������������������� ���!"���#�$$�

baja densidad de las poblaciones (cf. Meltzer y Smith 1986), juntocon su distribución homogénea, pero dispersa, tanto en espaciocomo en tiempo. Por lo tanto, uno de los mecanismos demaximización previos a la domesticación fue la concentración arti-ficial de muchas especies útiles dispersas en condiciones natura-les; esto debió haber requerido siembra y cuidado, incluyendo des-monte o la utilización y preservación de claros producidosnaturalmente.

La intervención y el manejo de recursos silvetres no implican,necesariamente, domesticación, aunque obviamente no la exclu-yen. La abundancia de muchas plantas silvestres útiles es muchomayor en condiciones de regeneración que en condiciones natura-les normales (Piperno 1989:549; Politis 1996), lo que pone de relie-ve que la intervención humana de los bosques tropicales aumentóla capacidad reproductiva de muchas plantas útiles. Así, las evi-dencias de intervención antrópica en los bosques tropicales de Co-lombia durante el Pleistoceno final y el Holoceno temprano no sonprueba concluyente de domesticación ni de agricultura pero si deprácticas de intervención humana en los ecosistemas que even-tualmente conducirían tanto a una como a otra. Estas evidenciasde intervención antrópica temprana del ecosistema muestran que,considerar que el manejo de especies vegetales está únicamenterelacionado con la aparición de cultígenos como el maíz y la yucaes equivocado. Aunque no es fácil investigar la forma en que loscazadores-recolectores manipularon e intervinieron el ritmo de vidanatural de plantas y animales, lo cierto es que cada vez resultamás claro que nunca podremos entender el origen y la adopción dela agricultura sin conocer bien sus antecedentes.

Levi-Strauss (1950) anotó hace varias décadas que aún ensociedades de agricultores en las selvas tropicales de Suraméricala agricultura siempre acompaña el uso de recursos silvestres, sinnunca realmente sustituirlo (véase Sponsel 1989). Si esto es asíentre grupos de agricultores, debió ser aún más dramático entrecazadores-recolectores que se valieron de una amplia gama de plan-tas, desde silvestres hasta domesticadas. Así, los cazadores-recolectores del Pleistoceno final y del Holoceno temprano apare-cen ante nuestro ojos tal y como ahora son vistas las sociedades de

Page 71: maguare17.pdf

#

���%�&'�������������

las selvas tropicales: no sólo como usuarios sino como manejadorese, incluso, mejoradores de recursos. La información etnobotánicamuestra que el aumento en el rendimiento productivo de muchasespecies vegetales no es necesariamente resultado de la domesti-cación (véase Guillaumet 1993); el cultivo y cuidado pueden au-mentar el tamaño de frutos y tubérculos, al mismo tiempo en quese articulan de manera eficiente con estrategias de acceso a recur-sos a través de la movilidad. Además, la oferta de biomasa animalaumenta de manera simultánea con el manejo y la intervención delos bosques. En otras palabras, los cazadores-recolectores de lostrópicos no tuvieron que volverse agricultores sedentarios paraaumentar la productividad de los recursos; los cazadores-recolectores no sólo cazaban y recolectaban; también producían.De esta manera el esencialismo implícito en el reduccionismoecológico queda condenado.

�����������#���"�"� ����)!� �'��"�����"�����(! �'�"�������� !����

En su célebre atlas etnográfico Murdock (1967) mostró que eltipo de recursos consumido por los cazadores-recolectores, juntocon la movilidad necesaria para procurarlos, varía de acuerdo algradiente latitudinal (Tabla 1): entre más cerca del Ecuador, mayormovilidad y mayor consumo de recursos vegetales que de recursosanimales; entre más lejos del Ecuador, menor movilidad y mayorconsumo de recursos animales. Elaborando sobre las conclusio-nes de Murdock, y usando los mismos datos, Binford (1980) sugi-rió que la movilidad de los cazadores-recolectores depende, sobretodo, de la forma en que están distribuídos los recursos, espacial ytemporalmente. La conocida diferencia establecida por Binford(1980; véase Kelly 1983) entre estrategias de movilidad residencialy logística fue hecha para caracterizar las respuestas de los caza-dores-recolectores a las diferencias en la distribución de los recur-sos. Según ese modelo la movilidad residencial se practica enecosistemas en los que la variabilidad estacional de los recursos esinexistente o mínima y en los que su distribución es, por lo tanto,

Page 72: maguare17.pdf

%

���������9�������������������� ���!"���#�$$�

homogénea. En esas condiciones un grupo explota los recursoscercanos al campamento y se mueve de lugar sólo cuando los re-cursos cercanos han sido agotados. En la movilidad logística losrecursos se traen a un campamento permanente o semi-perma-nente, puesto que en los ecosistemas en los que la variaciónestacional es marcada la distribución de los recursos es heterogénea;así, los campamentos se localizan cerca de los recursos esencialesy los otros se obtienen a través de viajes cortos. Binford (1980)encontró que hay mayor movilidad en zonas ecuatoriales o semi-ecuatoriales que en zonas temperadas y borales. Este tipo de con-sideraciones refleja la concepción "nomádica" de los cazadores-recolectores vigente en la arqueología mundial desde hace treintaaños; una de las características básicas de ese "nomadismo" seríala ausencia de territorialidad, puesto que ya que la mejor forma deenfrentar la variabilidad en la distribución de los recursos es através del movimiento de una región a otra, la defensa territorialatentaría contra las posibilidades de sobrevivencia (cf. Kelly 1995:14-15); es decir, no sería adaptativa.

El modelo de Binford requiere y supone dos aspectos relacio-nados: el esencialismo y el reduccionismo ecológico. Para Binfordlos cazadores-recolectores son el opuesto de los agricultores: es

Tabla 1 (adaptada de Lee 1968:43) - Formas de obten-ción de recursos de 58 grupos de cazadores-recolectores con-temporáneos discriminados por latitud.

Fuente de RecursosGrados desde Caza Pesca Recolección Totalel Ecuador

Más de 60 - 6 2 850 - 59 - 1 9 1040 - 49 4 3 5 1230 - 39 9 - - 920 - 29 7 - 1 810 - 19 5 - 1 6

0 - 9 4 1 - 5Total 29 11 18 58

Page 73: maguare17.pdf

-

���%�&'�������������

6 Otros criterios de menor resolución arqueológica pueden verse en Nelson 1991.

7 Aunque la curación ocurre a nivel de los artefactos, por supuesto, su mayor utilidad

en términos interpretativos se obtiene a nivel de conjuntos enteros.

decir, cazan, recolectan y pescan, pero no producen. Y su movili-dad está dictada por la distribución de los recursos, no por otrasrazones. Así, el reduccionismo ecológico requiere una metafísicaesencialista para aparecer creíble.

El modelo de Binford ignora que la movilidad de los cazadores-recolectores puede no depender solamente de la distribución de losrecursos, excepto cuando no existen restricciones territoriales deninguna clase. Kelly (1983:300) anotó, de manera incidental, queen las áreas donde no es necesario ejercer ningún tipo de controlsobre los recursos el acceso a ellos es la variable principal quecondiciona la movilidad, de tal manera que si la accesibilidad dis-minuye la movilidad aumenta. Sin embargo, lo que Kelly no explo-ró (como tampoco hizo Binford) es qué sucede en los casos en losque sí es necesario ejercer control sobre los recursos (quizás mássobre los abióticos que sobre los bióticos), como en condiciones desectorización y de competencia territorial; en otras palabras, encondiciones en las que la movilidad depende no tanto de la distri-bución natural de los recursos como de restricciones culturalesque limitan su acceso. Ese, creo, es el caso del valle de Popayán.

Si los cazadores-recolectores del valle de Popayán accedierona los recursos a través de una estrategia de alta movilidad, comosugeriría el modelo reduccionista de Binford, podemos esperar quelos conjuntos líticos hayan sido muy curados, es decir, que la rela-ción entre su utilidad potencial y su utilidad realizada haya sidoalta (sensu Shott 1996). Bamforth (1986:39) identificó cuatro va-riables en la manufactura y uso de artefactos de piedra, hasta cier-to punto independientes, que han sido asociadas con altos nivelesde curación: portabilidad (transporte de piezas de un lugar a otro);versatilidad (diseño de piezas multifuncionales); reavivamiento; yreciclaje6 . Esas variables pueden ser examinadas en los conjuntoslíticos de San Isidro y de La Elvira para tratar de determinar sugrado de curación7 ; en la (Tabla 2) se presentan los porcentajesobtenidos para cada una. Aunque la portabilidad es un criteriorelativo, usé las cifras de 20 gramos y menos de 10 centímetros en

Page 74: maguare17.pdf

+

���������9�������������������� ���!"���#�$$�

la dimensión máxima como el límite entre la portabilidad y la noportabilidad (es decir, entre portabilidad fácil y portabilidad difícil);esas cifras parecen adecuadas para el caso, como el que nos ocu-pa, de cazadores-recolectores móviles sin vehículos de transporte.Ninguno de los artefactos de San Isidro (excepto los útiles sobrecantos rodados) y de La Elvira excede 10 centímetros en su dimen-sión máxima; además, muy pocos artefactos pesan más de 15 gra-mos (excepto, de nuevo, los útiles sobre cantos rodados). Pero es-tos hechos no son, en mi opinión, reflejo de portabilidad sino derequerimientos funcionales. De hecho, los artefactos de moliendadel conjunto de San Isidro no son "portables" no porque no tenganun alto grado de curación sino porque tuvieron que ser relativa-mente grandes y pesados para cumplir con la función a la quefueron destinados.

Un hecho saliente de los conjuntos de San Isidro y La Elviraes que no existe una correlación fija entre un tipo de artefactos yuna función específica, salvo en el caso de los artefactos de molien-da y de talla de San Isidro y los "raspadores terminales" de los dossitios. Esta es una clara señal de la multifuncionalidad de ambosconjuntos. Pero en ambos hay muchas clases de artefactos, nopocas, y hay pocos tipos realmente versátiles, es decir, que reali-zan más de una función con una forma generalizada (Shott 1989:19;Nelson 1991:70). Las evidencias de versatilidad en los conjuntosdel valle de Popayán son claras en los artefactos múltiples; la for-ma generalizada de estas piezas permite acomodar por lo menosdos funciones en la misma pieza-soporte, pero hay casos en losque hasta tres funciones o más fueron realizadas con un mismoútil. Además, algunas de las bifaces fueron usadas en más de una

Tabla 2 - Variables de curación en los conjuntos líticos deSan Isidro y La Elvira.(P: portabilidad; V: versatilidad; RV: reavivamiento; RC:

reciclaje.)

Portabilidad Versatilidad Reavivamiento ReciclajeSan Isidro 97% 5% 0.8% 0.4%La Elvira 99% 9% 1.7% 0.3%

Page 75: maguare17.pdf

)

���%�&'�������������

función: aunque su forma sugiere que fueron usadas como proyec-tiles, las huellas de uso revelaron que algunas fueron empleadasen más de una actividad distinta.

Los porcentajes de reavivamiento en San Isidro y La Elvirason muy bajos: sólo seis casos se identificaron en San Isidro (sólouno de los cuales es verdaderamente claro), mientras que 10 arte-factos de La Elvira parecen haber sido reavivados. En cuanto alreciclaje, la evidencia en La Elvira es de dos casos y en San Isidrode tres. De esta manera, con la excepción del problemático criteriode portabilidad, las variables analizadas muestran un bajo gradode curación en los conjuntos de San Isidro y La Elvira a nivel gene-ral. Sin embargo, otras líneas de análisis pueden ser exploradas anivel más específico. Una de las implicaciones de la idea de Bamforth(1986) sobre la relación entre niveles altos de curación y escasez demateria prima es obvia: los artefactos hechos con materias primasescasas serán más curados que aquellos hechos con materias pri-mas más fácilmente disponibles. Para evaluar esta implicación enel caso de San Isidro discriminé el conjunto por materias primas -escasa (obsidiana) y abundante (chert)- de acuerdo con los crite-rios de versatilidad, reciclaje y frecuencias de retoque; este últimose tomó como indicador del grado de reavivamiento y fue divididoen tres categorías analíticas (sin retoque, con retoque marginal ycon retoque invasivo).

Si tomamos estos criterios como evidencia de alta curación,en San Isidro (Tabla 3) no hay una segregación evidente en térmi-

Tabla 3 - Artefactos de San Isidro discriminados por disponibi-lidad de materia prima.V: versatilidad; R: reciclaje; FR: frecuencia de retoque (1: ningúnretoque; 2: retoque marginal; 3: retoque invasivo)

Versatilidad Reciclaje Frecuencia de Retoque

Ninguno Marginal Invasivo

Obsidiana 7 - 14 24 10

(escasa)

Chert 21 3 119 226 24

(abundante)

Page 76: maguare17.pdf

���������9�������������������� ���!"���#�$$�

nos de materia prima: tanto los artefactos en chert como los deobsidiana habrían experimentado un nivel similar de curación. Peroesto sólo es cierto en términos absolutos, puesto que en términosrelativos si consideramos que la relación entre artefactos deobsidiana y de chert en el conjunto lítico del sitio es de casi 1:10,entonces las relaciones en las variables analizadas en la Tabla 3,1:3 para versatilidad y 1:2 para reciclaje, indican que fueron máscurados los artefactos de obsidiana. El porcentaje de retoqueinvasivo en los artefactos de obsidiana es de 29.4%, mientras queen los de chert es de 9.6%. Sin embargo, si tenemos en cuenta quede los 24 artefactos de chert con retoque invasivo la mitad (n=12)puede explicarse como resultado de requerimientos distintos de laalta curación, entonces el porcentaje real se reduce a 5.6%. Lomismo sucede con el porcentaje de retoque invasivo en obsidiana:el retoque invasivo de 3 de los 10 artefactos tiene implicacionesfuncionales, con lo que el porcentaje real se reduce a 20.5%, cifraque, de todas maneras, es cuatro veces mayor que el porcentaje deretoque invasivo en artefactos de chert. Aunque este criterio no esevidencia incontrovertible de reavivamiento, es sugestivo que el re-toque invasivo no funcional sea más frecuente en los artefactos deobsidiana que en los artefactos de chert. Para La Elvira obtuveresultados similares: los artefactos en chert fueron más curadosque los artefactos en obsidiana.

De todas maneras, ha sido sugerido que los grados de cura-ción se pueden determinar en los tipos de retoque que no tenganexplicación funcional (ej. Nelson 1991:80; Shott 1996:271-274).Puesto que esta discriminación es, en realidad, muy difícil de esta-blecer arqueológicamente, voy a emplear una alternativa mucho másfácil para tratar de entender los niveles de curación en los conjuntosde San Isidro y La Elvira: si existe un alto grado de curación en unconjunto puede esperarse que los artefactos retocados y los no reto-cados desempeñen el mismo tipo de actividades, y si el grado decuración es bajo habrá una clara segregación de actividades de laspiezas retocadas y de las no retocadas. Para poner a prueba estainterpretación apliqué una prueba de chi-cuadrado al conjunto deLa Elvira (Tabla 4): las lascas usadas sin retoque y los artefactosunifaciales retocados con bordes activos de configuración similar

Page 77: maguare17.pdf

���%�&'�������������

fueron puesto a prueba con tres funciones. La prueba indica quecon 0.1 de nivel de confianza las dos variables son dependientes,esto es, los artefactos retocados y los no retocados fueron usados entareas diferentes: los artefactos fueron retocados para efectuar ta-reas que así lo requirieron. El retoque, por lo tanto, no es equivalen-te a un alto grado de curación en este caso. Con el conjunto de SanIsidro se obtuvo un resultado idéntico. De esta manera, los análisisindican que existe un bajo nivel de curación en los dos conjuntoslíticos a nivel general. Sin embargo, si discriminamos el análisis porla disponibilidad de las materias primas el panorama cambia: fue-ron más curados los artefactos hechos con materias primas escasas(obsidiana en San Isidro y chert en La Elvira) que los hechos conmaterias primas fácilmente disponibles.

Otro criterio que quiero tener en cuenta en esta discusión esla maximización en el uso de la materia prima. En San Isidro no

Tabla 4 - Prueba de chi-cuadrado de artefactos retocados yusados de La Elvira vs. función. CMAB: corte de materia ani-mal blanda; RMVB: raspado de materia vegetal blanda; RMAB:raspado de materia animal blanda.

Función CMAB RMVB RMAB Totales

Bordes

Retocados 20 2 1 23(10.22) (4.26) (8.52)

No-retocados 4 8 19 31(13.78) (5.74) (11.48)

Totales 24 10 20 54

Ho: La modificación del borde y la función son independientesHa: La modificación del borde y la función no son independientesX = 29.95Ho se rechaza porque 29.95 > 9.21 con 0.1 de nivel de confianza y2 grados de libertad.

Page 78: maguare17.pdf

!

���������9�������������������� ���!"���#�$$�

hay indicación alguna de maximización en el uso de chert, eviden-temente abundante. El hecho de que buena parte de los desechospudo haber sido utilizada, pero no lo fue, y de que las bifaces rotasy los artefactos unifaciales no rotos fueron simplemente abando-nados sin reciclarlos ni reavivarlos, reflejan con claridad que laestrategia de talla de los cazadores-recolectores del sitio no estabaorientada a maximizar el uso del chert. En cambio, sí existen evi-dencias de maximización en el uso de obsidiana. Mientras la rela-ción entre artefactos:desechos en chert es 1:74, esa misma rela-ción en obsidiana es 1:49. Aunque aparentemente la diferencia noes mucha, una mirada a los desechos sugiere que el uso de laobsidiana fue maximizado en San Isidro: sólo el 5% de los desechostiene más de 1 centímetro de largo, lo que sugiere que los fragmen-tos de obsidiana fueron utilizados hasta los niveles permitidos porsu pequeña dimensión. En La Elvira el resultado es casi idéntico:sólo el 4% de los desechos de chert mide más de un centímetro.Además, existe cierto nivel de maximización en el uso de la obsidianaen La Elvira: por ejemplo, al mismo tiempo en que el porcentaje denódulos y núcleos es muy bajo, casi todos tienen huellas de uso.Aunque las distancia desde La Elvira a los depósitos de obsidianaconocidos no fue muy grande (15 y 20 kilómetros, respectivamen-te), su adquisición debió estar mediada por las formas de acceso alos recursos bióticos, por lo que no se puede considerar una mate-ria prima abundante en sitios localizados lejos de los depósitos.

En un detallado análisis del registro etnográfico de cazado-res-recolectores Shott (1986:20-27) encontró que en condicionesde alta movilidad los conjuntos usados tienen pocos útiles no espe-cializados pero versátiles. La disminución de la diversidad estáasociada con el correspondiente aumento en el número de tareasen que se usan los artefactos: entre menos artefactos haya serámás grande el número de tareas en las que se usa cada uno; sidisminuye la diversidad aumenta la versatilidad. Esta conclusiónes obvia, puesto que si un conjunto tiene poca diversidad (es decir,pocas clases funcionales), los artefactos deben ser versátiles paracumplir todas las funciones necesarias en la vida cotidiana de loscazadores-recolectores. En el mismo orden de ideas, Shott (1986:23)encontró que cuando aumenta la diversidad disminuye la movili-

Page 79: maguare17.pdf

"

���%�&'�������������

dad. Así, es posible sugerir que la gran diversidad en las clasesfuncionales de los conjuntos de San Isidro y de La Elvira, unida alos bajos porcentajes de versatilidad ya discutidos, indica que es-tamos ante dos casos de movilidad limitada.

Por otro lado, el único componente pre-cerámico de San Isi-dro es muy distinto de los componentes precerámicos de La Elviraen términos estilísticos, es decir, en cada uno de los pasos existen-tes en el continuo que va desde la adquisición de la materia primahasta el abandono; estas diferencias son notables en la materiaprima y las formas de algunos artefactos, sobre todo las bifaces. Apesar de que el control cronológico de las ocupaciones de La Elviraes decididamente pobre, creo razonable considerar que los cazado-res-recolectores que ocuparon los dos sitios debieron ser contem-poráneos en algún momento, sobre todo en el caso de la ocupacióninicial de La Elvira. Si esto es así, las diferencias estilísticas entrelos conjuntos de los dos sitios sugieren algún nivel de segregaciónsocial. Aunque no existe consenso teórico sobre la significación dela variabilidad estilística, me parece que las diferencias entre losdos conjuntos, sumadas a las varias líneas de evidencias discuti-das antes, puede ser indicadora de territorialidad en el valle dePopayán desde finales del Pleistoceno.

La movilidad de los cazadores-recolectores en un territoriopuede verse afectada, limitada y distorsionada por formas de com-petencia y de control territorial y por formas alternativas deminimización de riesgo, como el cultivo. En otras palabras, lasvariables claves para entender la movilidad en estas condicionesson culturales y no naturales: la movilidad estará en función delcontrol sobre los recursos y no de la forma en que están distribui-dos. La multi-funcionalidad de San Isidro y de La Elvira no puedeexplicarse con los modelos, como el de Binford, que se basan enmovilidad estereotípica sin restricciones culturales. Además, nohay evidencias de niveles altos de curación en ninguno de los dosconjuntos a nivel general; simultáneamente, sí hay evidencia deque los artefactos hechos en materias primas escasas fueron máscurados que los que fueron hechos con materias primas más fá-cilmente disponibles. Además, hay gran diversidad en las clasesfuncionales en los dos conjuntos y notables diferencias estilísticas

Page 80: maguare17.pdf

!$

���������9�������������������� ���!"���#�$$�

entre ellos. Es posible, entonces, que la movilidad de los cazado-res-recolectores del valle de Popayán haya sido restringida y queya existiera segregación social y competencia territorial en el vallede Popayán hacia finales del Pleistoceno. De esta manera, el casoanalizado se aleja de las expectativas de movilidad estereotípicade los modelos reduccionistas.

��)���� ���

Bamforth, D.B. 1986. Technological efficiency and tool curation. American

Antiquity 51:38-50.

Bargatzky, T. 1984. Culture, environment, and the ills of adaptationism.

Current Anthropology25:399-415.

Barse, W.P. 1990. Preceramic occupations in the Orinoco river valley. Science

250:1388-1390.

Binford, L.R. 1980. Willow smoke and dog's tails: hunter-gatherer settlement

systems and archaeological site formation. American Antiquity 45:1-17.

Cavelier, I., C. Rodriguez, S. Mora, L.F. Herrera y G. Morcote. 1995. No sólo

de caza vive el hombre: ocupación del bosque amazónico, Holoceno tem-

prano. En Ambito y Ocupaciones Tempranas de la America Tropical, edi-

tado por I. Cavelier y S. Mora, pp. 27-44. Bogotá: ICAN-Fundación Erigaie.

Colinvaux, P. y M.B. Bush. 1991. The rain-forest ecosystem as a resource for

hunting and gathering. American Anthropologist 93: 153-162.

Gnecco, C. 1995. Paleoambientes, modelos individualistas y modelos colecti-

vos en el norte de los Andes. Gaceta Arqueológica Andina 24:5-11.

________1999 Estrategias de Ocupación en el Valle de Popayán en el Pleistoceno

Tardío y Holoceno Temprano. Bogotá: Universidad de los Andes. En prensa.

Gnecco, C. y S. Mora. 1997.Late Pleistocene/early Holocene tropical forest

occupations at San Isidro and Peña Roja, Colombia. Antiquity 71:683-690.

Gragson, T.L. 1992. Fishing the water of Amazonia: native subsistence

economies in a tropical rain forest. American Anthropologist 94:428-440.

Page 81: maguare17.pdf

!#

���%�&'�������������

Guillaumet, J.L. 1993. “Tropical humid forest food plants and their domestication:

examples from Africa and America”. En Tropical Forests, People and Food,

editado por C.M. Hladik et al., pp 55-62. Paris: Unesco-Parthenon.

Ingold, T. 1991. “Notes on the foraging mode of production”. En Hunters and

Gatherers: History, Evolution and Social Change, Vol. 1, editado por T.

Ingold, D. Riches y J. Woodburn, pp. 269-285. Oxford: Berg.

Kelly, R.L. 1983. Hunter-gatherer mobility strategies. Journal of Anthropological

Research 39:277-306.

__________1995 The Foraging Spectrum: Diversity in Hunter-Gatherer Lifeways.

Washington. Smithsonian.

Kelly, R.L. y L.C. Todd. 1988. Coming into the country: early Paleoindian

hunting and mobility. American Antiquity 53:231-244.

Lathrap, D.W. 1968. “The "hunting" economies of the tropical forest zone of

South America: an attempt at historical perspective”. En Man the Hunter,

pp 23-29. Aldine, Chicago : editado por R.B. Lee y I. DeVore

Lee, R. 1968. “What hunters do for a living, or, how to make out on scarce

resources”. En Man the Hunter, editado por R.B. Lee y I. DeVore, pp 30-

48. Chicago: Aldine.

Levi-Strauss, C. 1950. “The use of wild plants in tropical South America”. En

Handbook of South American Indians, volumen 6. Editado por J. Steward,

pp 465-486. Washington: Bureau of American Ethnology, Smithsonian

Institution.

Meltzer, D.J. y B.D. Smith. 1986. “Paleoindian and Early Archaic subsistence

strategies in eastern North America”. En Foraging, Collecting, and Harvesting:

Archaic Period Subsistence and Settlement in the Eastern Woodlands. Edita-

do por S.W. Neusius, pp 2-253. Carbondale: Center for Archaeological

investigations Occasional Paper No. 6, Southern Illinois University.

Mora, S. y C. Gnecco. 1999. “Archaeological hunter-gatherers in tropical

forests: a view from Colombia”. En Under the Canopy: Archaeological

Studies on the Hunter-Gatherer Colonization of the Tropical Forest Belt.

Editado por J. Mercader. Washington: Smithsonian. En prensa.

Murdock, G.P. 1967. Ethnographic atlas: a summary. Ethnology 9:302-330.

Page 82: maguare17.pdf

!%

���������9�������������������� ���!"���#�$$�

Nelson, M.C. 1991. “The study of technological organization”. En Archaeologi-

cal Method and Theory, vol. 3. Editado por M.B. Schiffer, pp 57-100.

Tucson: The University of Arizona Press.

Piperno, D.R. 1989. “Non-affluent foragers: resource availability, seasonal

shortages, and the emergence of agriculture in Panamanian tropical forests”.

En Foraging and Farming: the Evolution of Plant Explotation. Editado por

D.R. Harris y G.C. Hillman, pp 538-554. Londres: Unwin Hyman.

---------1990 Aboriginal agriculture and land usage in the Amazon basin.

Journal of Archaeological Science 17:665-677.

Piperno, D.R., M.B. Bush y P.A. Colinvaux. 1991a. Paleoecological perspectives

on human adaptation in Central Panama. I. The Pleistocene. Geoarchaeology

6:202-226.

---------1991b Paleoecological perspectives on human adaptation in central

Panama. I. The Holocene. Geoarchaeology 6:227-250.

Politis, G. 1996. Moving to produce: Nukak mobility and settlement patterns

in Amazonia. World Archaeology 27:492-511.

Ranere, A.J. y R.G. Cooke. 1991. Paleoindian occupation in the Central

American tropics. En Clovis: Origins and Adaptations. Editado por R.

Bonnichsen y K.L. Turnmire, pp 237- 253. Corvallis: Center for the Study

of the First Americans, Oregon State University.

Roosevelt, A. et al. 1996. Paleondian cave dwellers in the Amazon: the peopling

of the Americas. Science 272:373-384.

Shott, M.J. 1986. Technological organization and settlement mobility: an

ethnographic examination. Journal of Anthropological Research 42:15-51.

---------1989. On tool-class use lives and the formation of archaeological

assemblages. American Antiquity 54:9-30.

---------1996. An exegesis of the curation concept. Journal of Anthropological

Research 52:259-280.

Sponsel, L.E. 1989. “Farming and foraging: a necessary complementarity in

Amazonia?” En Farmers as Hunters: the Implications of Sedentism, edita-

do por S. Kent, pp 37-45. Cambridge: Cambridge University Press.

Page 83: maguare17.pdf

INTRODUCCIÓN

En este estudio se discuten los resultados de las investigacio-nes de campo realizadas en 1984-85 en la cuenca de El Jobo, en elValle del Río Pedregal del Estado Falcón, en el occidente de Vene-zuela, región en donde la serie paleoindia joboide fue identificadapor J. M. Cruxent por primera vez. La investigación fue concebidacomo un primer acercamiento para comprobar o refutar la validezde la hipótesis propuesta por Cruxent: la correlación entre cuatroetapas de terrazas aluviales y la secuencia crono-tipológica de ElCamare, Las Lagunas (etapas pre-proyectil), El Jobo y Las Casitas(etapas con puntas de proyectil). Se demuestra que las terrazas dela cuenca de El Jobo sí pueden ser correlacionadas y fechadas yque, además, presentan transgresión cronológica. Las terrazas demenor elevación arrojan fechas del Holoceno, entre 6670 y 1060 yaños A.P. (Terraza I) y en sus segmentos superiores fechan entre10,000 años A.P. (Terraza IA) y posiblemente más de 15,700 años

�����&��()��:���������/����0�����1

���������1�������;�����

������*����+�#����,����������/�<�����016

��������1��/�:�����������������*�0�������

1 Dedicado a la memoria de Charles S. Alexander y Carlos Shubert

&�����'�# (�!-*%+��,%$$-.

$�����������%�������������������

�� ������������������������� ����

Page 84: maguare17.pdf

!+

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

A.P. (Terraza IB). Con base en fechados y a la tasa de transgresióncronológica se estima que la Terraza II, tradicionalmente asociadaal complejo Las Casitas, debe tener más de 20,000 años A.P. Porotro lado, las Terraza III y IV, tradicionalmente asociadas a los com-plejos El Jobo y El Camare-Las lagunas, deberían ser considera-blemente mucho más antiguas, más de 20,000 años A.P. Investi-gaciones en el sitio Piedra de Chispa (CX-342) muestran lasrelaciones entre el taller lítico ‘T1’ y las gravas/sedimentos aluvialesde la Terraza III. Este taller muy probablemente estuvo asociado aun período cuando éste descansaba sobre una vega activa o cuan-do la vega había sido recientemente abandonada; es decir, cuandola Quebrada de El Jobo había comenzado su fase de migración eincisión lateral, dejando en su paso sedimentos y camadas de gra-va. Dicha interpretación trae serios problemas ya que las fechasasociadas al complejo El Jobo en Taima-taima son entre 13,400 y12,600 años A.P., mientras que el estimado geocronológico de laTerraza II ya sugiere fechas de más de 20,000 años A.P. Finalmen-te se demuestra que el sitio cabecero El Camare no está ubicado enterrazas aluviales, mientras que Las lagunas se ubica en un abani-co aluvial, por lo cual no pueden ser fechados por medio de corre-laciones con procesos aluviales. Este estudio incluye discusionesacerca de la serie joboide y, particularmente, del reciente descubri-miento de puntas de tipo ‘clovisoide’ y ‘cola de pescado’ en El Cayude,en la Península de Paraguaná. Parece ser que mientras que enParaguaná existe una mayor diversidad de complejos e industriaspaleolíticas, en la tierra firme del occidente venezolano hay unaclara preponderancia de la serie joboide.

Este ensayo acerca de la ocupación humana a finales delPleistoceno terminal fue primero escrito en 1989 y presentado enla Reunión Cumbre ’89, organizada por el Center for the Study ofthe First Americans (ahora ubicado en Oregon State University),celebrado en la Universidad de Maine, Orono, EE. UU. Esa ver-sión fue corregida en abril de 1999 para su publicación en Inglésen el volumen Ice Age Peoples of South America, editado por RuthGruhn (en imprenta). A raíz de la amable invitación de GerardoArdila Calderón, y tras la participación de Oliver en una serie deponencias en la Universidad Nacional de Colombia, el estudio ha

Page 85: maguare17.pdf

!)

���%�&'�������������

sido traducido y, hasta cierto punto, modificado y ampliado paraesta versión en español.

Aunque el trabajo que se presenta en estas páginas se refiera ainvestigaciones realizadas en el valle del Río Pedregal entre 1984 y1985, los datos e interpretaciones se presentan por vez primera enespañol, por lo cual la información sabemos que será novedosapara los colegas en Latinoamérica. Además este ensayo tambiénincluye una discusión algo más extensa que la versión inglesa acercade las investigaciones del paleoindio en la región occidental vene-zolana. Se discutirán datos referentes a sitios de la costa corianadel Estado Falcón y sierras del Estado Lara y, en particular, de laPenínsula de Paraguaná (Falcón), ésta última es un área que haarrojado materiales de sumo interés e importancia para el tema depoblamientos humanos durante la etapa final del Pleistoceno en elnorte de Sudamérica.

El occidente de Venezuela tuvo un momento de gran visibilidaden la literatura, participando activamente en los acalorados deba-tes entre: (a) los que apoyaban la tesis que los primeros pobladoressuramericanos se derivaron directa o indirectamente de los caza-dores especializados con una tecnología lítica de proyectiles tipoClovis y (b) los que apoyaban la hipótesis de una entrada aSudamérica anterior a Clovis y con una tecnología pre-proyectil obien una tecno-economía generalizada. El sitio de Taima-taima,excavado por J. M. Cruxent y otros colegas, fue un foco neurálgicode esas acaloradas discusiones entre paleoarqueólogos “pro-Clovis”y “contra-Clovis” a lo largo de casi tres décadas, a tal punto quepareciera como si todo lo que existe de evidencia de ocupaciones delos primeros paleoamericanos para Venezuela se limite únicamen-te a ese particular matadero. Mucho le debemos a José M. Cruxentel hecho que desde 1957 hasta finales de la década de los ochentael paleoindio venezolano –ejemplificado por Taima-taima– haya per-manecido en la conciencia colectiva de los colegas arqueólogos y alfrente de las discusiones a nivel hemisférico.

Tristemente, desde finales de la década del ochenta, la arqueo-logía del paleoindio de Venezuela ha quedado prácticamente para-lizada. Cruxent ya tiene alrededor de 90 años de edad y está retira-do de las actividades de campo; no existe en estos momentos nadie

Page 86: maguare17.pdf

!�

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

que haya podido asumir efectivamente el liderazgo de Cruxent, nitampoco podemos ya esperar que Cruxent llegue a publicar su opusmagnum acerca del paleoindio venezolano. Las tesis de licenciatu-ra de Arturo Jaimes Queros (1989) en Las Tres Cruces en la Serra-nía de Baragua (Estado Lara) y de Alex Morgantti (ver Sanoja yMorgantti 1985) en Paraguaná fueron las únicas basadas en tra-bajo de campo. La década de los noventa, es aun más parca; lainvestigación de campo se limita a una noticia preliminar de Jaimes(1998:25-27) sobre las excavaciones en El Vano, un sitio con res-tos de megaterio en la Sierra de Barbacoas (Estado Lara).2 El he-cho es que desde el retiro efectivo de Cruxent no ha habido aportesde envergadura que sean comparables a los de Taima-taima.

La súbita muerte en 1988 de mi colega y coautor de este traba-jo, Dr. Charles Alexander, (afectuosamente conocido como “Dr. A”),seguida luego por la prematura muerte de uno de los grandes ba-luartes de la geología y paleoecología cuaternaria venezolana, Dr.Carlos Schubert (ver Donelley 1995), fueron mortales para el avan-ce de la arqueología paleoindia.

Una inspección de la literatura publicada desde 1989-90 hastael presente deja claramente sentado que, para los arqueólogos delexterior (especialmente norteamericanos), el único sitio Paleoindioque vale la pena mencionar en los textos y literatura acerca deVenezuela es Taima-taima (por ejemplo, Wilson 1999:160-162). Estose debe, en parte, al tesón con que Cruxent, Bryan, Gruhn y aso-ciados, argumentaron, discutieron y publicaron en foros interna-cionales los datos así como las interpretaciones. Y, en parte, tam-bién se debe a que Taima-taima representa el sitio mejordocumentado a favor de la presencia humana hacia el ~13,000A.P. en Venezuela, que además encaja con la imagen confortablede un matadero con restos de megafauna extinta. Hoy por hoy,muchos colegas ya aceptan que la tecnología de proyectiles tipo ElJobo debió de desarrollarse independientemente de la de Clovis en

2 Dillehay (1997:662) erróneamente denomina a este sitio como “Los Baños”. De

hecho, la confianza que se desprende de la cita de Dillehay con respecto a la asociación

de materiales El Jobo con el megaterio de El Vano es, en la opinión de Gerardo Ardila

(comunicación personal) prematura.

Page 87: maguare17.pdf

!

���%�&'�������������

Norteamérica y muchos aceptan, como veremos más adelante, queésta ya estaba en uso hacia los ~13,000 años A.P. *

No es sorprendente observar en los textos de arqueología (v.gr.,Wilson 1999:160-161) que la imagen que se presenta acerca delmodo de vida (adaptación) y tecno-economía de los primeros habi-tantes de Venezuela, por fuerza, es estereotipada. Nos los presen-tan como cazadores de mastodontes (o megafauna extinta) que losacorralaban en áreas anegadizas (manantiales ascendentes, pozosartesianos), mediante el uso de unas puntas de proyectil (tipo ElJobo) para extenuar al animal y que con una serie de artefactoselaborados ad hoc (es decir, instrumentos de fortuna) para cortar,raspar y machacar, mataron y luego descuartizaron el animal insitu. Sin embargo ésta es sin lugar a dudas una visión extremada-mente miope de los modos de adaptación y de vida de los primeroshabitantes del occidente de Venezuela. Ciertamente Taima-taimaha sido el sitio mejor investigado y reportado, pero esa alta visibili-dad en los textos para cursos universitarios (ver Fagan 1987:67,Olsen Bruhns 1994:52-53, Feidel 1992:167) más técnicos (Dillehay1997: 662, 808; G. Haynes 1991) y en otros medios de divulgaciónpopular (v.gr., National Geographic Vol. 156(3): 356-357) tiene comoconsecuencia reforzar la imagen tecno-económica de los grandescazadores de mamíferos extintos como el paradigma por excelenciade los primeros ‘sudamericanos’ en hollar Venezuela.

Una de las razones principales para la tenacidad de esta visióndel paleoindio venezolano es el hecho que los expertos, como porejemplo Thomas Lynch (1990) e incluso Alan Bryan (1970), habíandeclarado que la larga secuencia paleoindia propuesta para la re-gión de El Pedregal —la primera micro-región estudiada por Cruxenten 1956— era imposible de constatar y cotejar ya que los eventostectónicos de esa región distorsionaron los controles macro-tem-porales (secuencias de terrazas aluviales) en los cuales se basabanlas distribuciones de complejos paleolíticos de El Pedregal. Y esteedicto fue precisamente el que nos retó y motivó a comprobar latesis de Cruxent mediante nuevas investigaciones geocronológicas.

*NOTA: Todas las fechas precedidas del símbolo ‘~’ expresan ‘aproximadamente’ el

número de años A.P.

Page 88: maguare17.pdf

!!

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

Pero, además, hay otra razón latente: si bien Taima-taima repre-senta una (cacería) de las múltiples actividades económicas de lospaleoamericanos en un período cercano a los 13,000 años A.P., loscomplejos líticos regados por las terrazas del Río Pedregal tenían elpotencial de arrojar información para toda una gama variada deactividades tecnológicas y paleoeconómicas. Más aún, según la apre-ciación inicial de Cruxent, en esa micro-región de El Pedregal, exis-tía la posibilidad de constatar una larguísima secuencia cronológica-de más de 16,000 años A.P. (Cruxent 1968:13) en la cual los caza-dores de Taima-taima se encontrarían representados más o menoshacia la mitad de ese desarrollo cultural y tecno-económico. Peropara siquiera poder considerar la posibilidad de diferenciar áreasde actividad en referencia a los conjuntos de rasgos (talleres, can-teras, campamentos, etc.) para inferir patrones y cambios en los‘modos de vida’, economía y otros aspectos socio-económicos, esimprescindible determinar primero si es o no posible obtener uncontrol geocronológico en esta región, puesto que la mayoría de losrasgos y artefactos se encuentran en la superficie en diversos esta-dos de preservación y de desintegración (por erosión).

Nuestras investigaciones del 1984-85 se enfocaron testaruda-mente a formular el marco geocronológico en el contexto de las for-maciones y deformaciones de los paisajes aluviales de la cuenca deEl Jobo, en el curso medio del Río Pedregal. Este marco “macro-tafonómico” (y geomorfológico) es lo que, a fin de cuentas, cualifica losprocesos que explican en que forma surgen a la superficie de las te-rrazas tanto los rasgos (elementos o ‘features’) como los implementosaislados de materiales paleolíticos y, por ende, amplía la posibilidadde evaluar las correlaciones entre conjuntos de elementos materialesen el tiempo y espacio; es decir, los contextos (para una discusiónteórica de contextos, ver Schiffer 1995:25-45). Entre otras cosas, que-remos responder a las preguntas básicas iniciadas por Cruxent decuándo y en qué orden fueron ciertos paisajes aluviales abiertos yaccesibles para la ocupación, tránsito y/o uso humano; pero ademásqueremos indagar qué factores están involucrados en la formación,configuración, preservación, destrucción y/o modificación de las te-rrazas y de los paisajes que observamos en el presente; qué implicanestos factores con respecto a la distribución de materiales culturales

Page 89: maguare17.pdf

!"

���%�&'�������������

y en cuanto a su preservación e integridad. No es, por ahora, unaestrategia productiva discriminar entre conjuntos de elementos y ar-tefactos para establecer clasificaciones de artefactos con implicacionestemporales, o funcionales, o socio-culturales en El Pedregal sin pri-mero establecer un control geocronológico.

Aún con todos los problemas de tectonismo, de erosión, de con-textos superficiales, en este estudio hemos podido dar el primerpaso que nos permite elaborar el marco macro-temporal de la se-cuencia de la apertura y accesibilidad de paisajes aluviales. Comoademás sabremos más acerca de los procesos involucrados en laformación y subsecuentes cambios de dichos paisajes, contaremoscon mejores modelos interpretativos de las fuerzas físicas,posdeposicionales que afectaron los contextos originales de los en-samblajes líticos y/o rasgos, cuyos patrones repetitivos, en teoría,permiten deducir comportamientos humanos y actividades socio-y tecno-económicas de culturas particulares. Sin embargo, restaaún mucho trabajo, pues nuestro énfasis en la geomorfología ygeocronología aluvial—como el primer paso lógico para controlar elcarácter y naturaleza de los contextos— en un futuro deberá sercomplementado con un intenso y sistemático estudio de todos losrasgos (conjuntos con integridad horizontal y vertical) y lo que és-tos implican en términos de actividad social y tecno-económica.

+����� ���#����$� ������ +��#���� +������"���� ��#����!����� �"������ ./012-/0345

/�/� ������� 6�La historia de los debates relativos a la llegada de los primeros

humanos al Nuevo Mundo liderado principalmente por arqueólogosen Norteamérica ya son bien conocidos (v.gr., ArdilaCalderón y Politis1989; Bate 1983; Bryan 1973, 1983, 1986b; Cruxent 1970, 1971;Dinacuze 1984; Feidel 1996, 1999; Haynes 1974; Lynch 1974, 1983,1990; R. S. Mac Neish 1976; Ochsenius y Gruhn [1979] 1986; Owen1984; Roosevelt et al. 1996). Por lo tanto, en este ensayo no tocare-mos este tema más de lo indispensable. Baste decir que los resú-

Page 90: maguare17.pdf

"$

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

menes presentados por Ardila (1991), Dillehay et al. (1992) y Cooke(en prensa, 1996) enfatizan una visión más abierta pero sobria ycautelosa, en la cual la prioridad temporal y tecno-económica pro-vista en el modelo de los ‘cazadores especializados de megafaunaClovis’ ya no puede ser considerada como la única explicación de lamultiplicidad de patrones exhibidos por los primeros pobladoresde las Américas. Ni tampoco se desbocan hacia una fanática insis-tencia a que los primeros pobladores suramericanos debían ser deuna tecno-economía determinada (pre-proyectil, o recolectores ycazadores de economía generalizada).

Ciertamente, desde un punto de vista personal, el escenarioque surge para Sur América es uno que acepta que lo que se tieneentre manos en cuanto a evidencia es un palimpsesto de adapta-ciones y tecno-economías que denotan una gran diversidad demodos de vida, cuyos intrincados detalles de su historia‘filogenética’ y de sus rutas ‘evolucionarias’ (divergencia, conver-gencia, paralelismo, etc.) aun no pueden ser delineadas con preci-sión. Simples modelos basados en radiación evolucionaria, tal comoel conocido modelo ‘extinción de la megafauna’ propuesto por PaulS. Martin (v.gr., 1973), no pueden dar cuenta ni explicar de todoslos datos que se manejan en el presente. A modo de ejemplo yanalogía, lo que podemos ‘visualizar’ por el momento no son másque las ‘hojas’ y ‘ramajes’ vistos desde de lo alto de un vasto bos-que tropical de varios estratos. ¿Cómo es que esas ‘hojas’ y ‘ramas’llegaron a ubicarse en esos puntos; cómo llegaron a reproducirsey diferenciarse; cómo se relacionan a los demás ramajes y al tron-co (o troncos) principal(es), y qué tan diferentes o similares soncada hoja y rama de las otras? Estas son las preguntas de contin-gencia histórica y de procesos evolucionarios que hacen de la in-vestigación del paleoamericano una gesta realmente estimulante yretadora. Así se desprende, por ejemplo, de la diversidad de posi-bilidades de procesos históricos o ‘escenarios’ explorados porDillehay (1997:809; 1021).

De todas formas, con la ausencia de un necesario origen‘clovisoide’, o de una postulada etapa ‘pre-Clovis’ (pre-proyectil),hoy ya no observamos reclamos automáticos en cuanto al máxi-mo temporal o un límite cronológico para la entrada de los prime-

Page 91: maguare17.pdf

"#

���%�&'�������������

ros paleoamericanos a diferentes regiones suramericanas, ni tam-poco del tipo de tecno-economía que debían de tener. El problemade automáticamente cuestionar cualquier fechado pre-Clovis pa-rece ya ser cosa del pasado. Así pues, generalizacionesextrapoladas de evidencias e interpretaciones que pueden (o pa-recen) ser viables a nivel local o micro-regional ya no han deautomáticamente asumirse como explicaciones viables para otrossitios y regiones americanas.

Como puede apreciarse en los comentarios anteriores, nuestrapostura actual puede describirse como histórico-particularista, oneo-boasiana, puesto que aseveramos que los datos obtenidos delos distintos complejos y tradiciones paleoindias a nivel continen-tal aún no son suficientemente abundantes ni confiables como paramodelar el desarrollo histórico de los distintos modos de vida ytecno-economías. Esto inevitablemente surge a partir de la des-confianza engendrada por la falta en nuestro campo depaleoarqueología de lo que ya en el siglo XIX William Whewell iden-tificó ‘concilio por inducción’. Vale la pena citar lo que Stephen J.Gould dijo al respecto, aún cuando se refería a su tesis sobre eldesarrollo de la historia natural de organismos paleontológicos apartir del ensamblaje de Burgess Shale:

The firm requirement for all science —whether stereotypical[evolutionary] or historical— lies in secure testability, not directobservation. We must be able to determine whether ourhypotheses are definitively wrong or probably correct (we leaveassertions of certainty to preachers and politicians). History’srichness drives us to different methods of testing, but testabilityis our criterion as well. We work with our strength of rich anddiverse data recording the consequences of past events; we donot bewail our inability to see the past directly. We search forrepeated pattern, shown by evidence so abundant and sodiverse that no other coordinating interpretation could stand,even though any item, taken separately, would not provideconclusive proof.The great nineteenth-century philosopher of science WilliamWhewell devised the word consilience, meaning “jumpingtogether,” to designate the confidence gained when manyindependent sources “conspire” to indicate a particular historical

Page 92: maguare17.pdf

"%

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

pattern. He called the strategy of coordinating results frommultifarious sources consilience of induction (Gould 1989:282;nuestro énfasis en cursiva y aclaraciones en rejillas).

Los problemas que se discutirán en las páginas siguientes deeste trabajo se beneficiarán de una discusión del marco históricoen que se moldearon las preguntas y dilemas de las investigacio-nes paleoarqueológicas en el occidente de Venezuela. En la segun-da parte de este estudio presentaremos los resultados de las inves-tigaciones de 1984-85 en El Pedregal, mientras que en la tercera yúltima parte discutiremos los datos más recientes referentes a laregión occidental de Venezuela, particularmente los de la penínsu-la de Paraguaná.

/�7� + 8���� �9��� :�� ����� ��� ��� #����� ��� ���� +��:��� ./012-/02/5En 1956, Cruxent descubrió lo que más tarde vendría a ser

conocido como el complejo El Jobo, ubicado en el Valle de El Pedre-gal (figuras 1a-b), caracterizado por sus diagnósticas puntas deproyectil bicónicas de sección casi cilíndrica (Cruxent 1958, 1964,1971; Cruxent y Rouse 1957). El primer sitio fue descubierto por elSr. Figueroa, quien luego fue baquiano de Cruxent y cuyo hijo,Temistos Figueroa, participó en nuestras investigaciones en 1984-85. Frente al hato de Figueroa (Quebrada El Jobo), se descubrió en1955 ó 1956 restos de un cementerio de urnas cerámicas pertene-cientes a la serie dabajuroide (800-1500 d.C.) (Oliver 1991, 1997).Junto a una de las urnas el Sr. Figueroa (padre) encontró unavasija (olla) dentro de la cual se habían colocado varias puntas detipo El Jobo, aparentemente como ofrenda funeraria. Fragmentosde esa olla y las puntas fueron enviadas al Museo de Ciencias Na-turales de Caracas (Cruxent y Rouse 1961:78). Cruxent reconocióque este tipo de proyectil no podía ser de manufactura ‘neolítica’,dando lugar a la primera campaña de trabajo en la zona de El Joboen marzo de 1956, seguida por un trabajo de varios meses en elverano de 1957.

Asistido en sus investigaciones por el geólogo W. Petzal, Cruxenteventualmente propuso una secuencia cultural de cuatro comple-jos líticos (Cruxent 1961a, Rouse y Cruxent 1963). La secuencia

Page 93: maguare17.pdf

"-

���%�&'�������������

���������#�����������$� ������������� ���������� ���%�������� ���������&�'����������������$� ������������������� �

Page 94: maguare17.pdf

"+

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

cronológica, aún tentativa hacia 1963, de acuerdo a Cruxent yPetzal, estaba basada en la distribución diferencial de cada com-plejo sobre las terrazas aluviales del Río Pedregal. La propuesta dela existencia de dos complejos iniciales caracterizados por ‘choppers’y bifaces burdos de los complejos Camare y Las Lagunas, aunadosa la ausencia de puntas de proyectil, presentes en los complejos ElJobo-Las Casitas, fue de las primeras en contradecir la noción quelos primeros paleoamericanos de Sur América fueron engendradosa partir de la tecnología lítica Clovis, y por ende descendientes deuna ‘cultura’ caracterizada por una economía especializada en lacaza de grandes mamíferos. Pero, en ausencia de fechas o asocia-ciones convencionales estratigráficas, las inferencias de Cruxentquedaron bajo sospecha (ver comentarios de otros expertos enCruxent 1956: 176-178).

Para el año 1961 ya Cruxent había formulado una secuenciaconformada por cuatro etapas de desarrollo cultural en el Valle delRío Pedregal (Cruxent 1961a, 1964, 1971; Rouse y Cruxent 1963).Tal como lo explicó en su ponencia oral en el 2do Encontros Intelectuaisen São Paulo:

La experiencia nos demostró que indudablemente se apreciabauna diferencia tipológica entre los instrumentos que se encon-traban en las altas terrazas fluviales y los colectados en lasterrazas más bajas o jóvenes. Lo que más nos impresionabaera la ausencia total de puntas de proyectil en las viejas terra-zas [Camare-Las Lagunas], hallándose tan solo una industriade artefactos bifaciales de gran tamaño, raspadores burdos yalgunos [unifaciales] plano-convexos de buen tamaño.En las terrazas medias [El Jobo], los artefactos típicamenteson de menor tamaño que los hallados en las altas terrazas, yhay puntas de azagaya, y puntas de dardo de propulsor. Enlas terrazas más bajas [Las Casitas], encontramos incluso al-gunas puntas pedunculadas con aletas parecidas a [las del]complejo Canaima [Río Caroní, Guayana venezolana] (p. 4 dela versión original de la ponencia oral, luego publicada enCruxent 1964:275-294; nuestras aclaraciones en rejillas).

Cruxent notó que los rasgos tipológicos y diagnósticos de cua-tro complejos líticos estaban limitados a terrazas aluviales de altu-

Page 95: maguare17.pdf

")

���%�&'�������������

�������� ���� ����������($������� �������������������������� ��� ���� �'(��)������

ras particulares. También utilizó el principio básico de formaciónde terrazas aluviales para armar la cronología relativa y contrastarla distribución de los tipos de artefactos. Cruxent postuló que mien-tras más alta fuera la elevación de la terraza más antigüos debe-rían ser los materiales o conjuntos líticos en o sobre esa terraza.En la medida que uno procedía de terrazas más altas y antigüas alas terrazas más bajas y recientes, Cruxent observó que nuevostipos diagnósticos de artefactos líticos se añadían al inventario yque el cambio significativo en los artefactos compartidos era la re-ducción del tamaño promedio de muchos de los tipos líticos (figura3). Desde la más alta/vieja a la terraza más baja/joven, la tenden-cia era hacia la adición de nuevos tipos y hacia la disminución deltamaño promedio de los tipos de artefactos compartidos. En con-traste, los nuevos implementos líticos diagnósticos encontrados enlas terrazas más jóvenes e inferiores jamás ocurrían en terrazas demayor elevación como ensamblajes o conjuntos (es decir, en ele-

Page 96: maguare17.pdf

"�

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

mentos o rasgos, tales como talleres), aunque ocasionalmente sí seencontraban como artefactos aislados y de muy rara frecuencia.

En múltiples comunicaciones personales Cruxent también nosinformó que en los talleres de las terrazas superiores (Camare-LasLagunas), el lascado de desecho no era consistente con los de lostalleres de las terrazas inferiores (El Jobo-Las Casitas). En las te-rrazas altas los talleres eran pocos en contraste a las canteras,pero los pocos ubicados siempre presentaban lascas de desecho degran tamaño, mientras que en las terrazas más jóvenes además delos talleres de lascado burdo, habían talleres con lascas de dese-cho muy fino. (Los baquianos locales hoy reconocensistemáticamente esta diferencia al denominar el lascado de dese-cho fino como “picadillo”.) El desecho fino es interpretado como elresultado del proceso de reducción en la producción de artefactosde esmerado acabado (y retoques secundarios), como lo serían laspuntas con pedúnculo de tipo Las Casitas o las puntas y punzonesde El Jobo. Pero además, los talleres de lascado fino casi siemprese caracterizaban por un material de cuarcita (frecuentemente de

�������� *� ������ �������&����%�������)������������+�%�,������ �-*�������./

Page 97: maguare17.pdf

"

���%�&'�������������

color grisáceo), de granulometría densa y de superior calidad parala manufactura de artefactos acabados con retoques. Ejemplos detalleres de lascado burdo los detectamos en 1985 en el sitio PotreroViejo cerca de El Cardonal, de la Terraza IA (figura 4) y de talladofino en el sitio Los Coloraditos, Vuelta de Juan Rodríguez, en laTerraza II (figura 5).3 Cruxent, sin embargo, nos informó que lostalleres con lascado fino no se han ubicado todavía en ninguna delas terrazas superiores de Camare-Las Lagunas.

Para resumir, Cruxent (1971; Rouse y Cruxent 1963) propusocuatro complejos, cada uno de los cuales -como conjunto- se en-contraba exclusivamente distribuido en una terraza en particular.De más antiguo a más reciente, los complejos son:

�������� *� ������ �������0���%����������,� ��������%���� ������1����'���(�����-*�������../

3Nótese que este taller de Potrero Viejo con lascado burdo está sobre una superficie de

una terraza aluvial que no quedó accesible para el tránsito humano hasta cerca de

5,700 años A.P., según nuestros estudios. Es decir, el taller sin dudas debe ser poste-

rior a esa fecha, y probablemente anterior a los 3,000 años A.P. Es decir, es el producto

de grupos que transitaban la zona durante el Holoceno medio (período Arcaico).

Page 98: maguare17.pdf

"!

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

Complejo El Camare. Las terrazas de mayor altitud alrededordel sector El Camare (figuras 6g, h), se caracterizaban por lapresencia de una variedad de artefactos unifaciales (variostipos de raspadores) y bifaciales de manufactura burda, de-signados comúnmente como raspadores, choppers, hafted-axes, y hand-axes. Los artefactos son instrumentos elaborados(percusión directa) principalmente para raspar, machacar ycortar (figura 6). Los raspadores unifaciales plano-convexos(llamados por los baquianos ‘zapaticos’) son diagnósticos, yde mayor tamaño y con lascado más burdo que los encontra-dos en terrazas inferiores (Las Lagunas o El Jobo; ver figuras9c-d y 10a; consultar también Szabadics [1997: Foto 39]). Lostalleres han sido mencionados por Cruxent, como ya anota-mos, pero los datos empíricos de sus investigaciones no hansido publicados. Más numerosos en el sector de El Camareson los sitios de cantera (v.gr., Cerro La Pelona, Peñasquito)asociados a choppers (figura 7) y hand-axes bifaciales de grantamaño (figura 8; ver también Szabadics [1997: Gráficos 9-11,34-35]). En suma, Cruxent sugirió que las terrazas más altaspresentaban materiales de una etapa tecnológica pre-proyectil,representando a los primeros paleoamericanos en Venezuela.Cruxent (1971) supuso que la ausencia de proyectiles líticos noera indicio de una ausencia de caza a distancia, pues intuíaque las lanzas de madera debían de haber existido.

Complejo Las Lagunas. La siguiente terraza de elevación algoinferior está, según Cruxent, ubicada en los alrededores de Cié-naga Grande, en donde encontró varios sitios con materialeslíticos de superficie. Los mismos tipos morfológicos de El Camarecontinúan produciéndose, pero son de tamaños promedio me-nores. Además, nuevos artefactos bifaciales de sección muchomás delgada y de mejor tallado (de formas lanceadas) aparecencomo, por ejemplo, los llamados knife-scraping tools (instrumen-tos cortantes/raspadores), algunos de los cuales han sidodesbastados en la zona de agarre para sujetarlos con la mano(los llamados “backed-knives”) (figura 6e, i, j; ver ademásSazabdics 1997: Foto 77 fila superior, Fotos 81, 83, 86 y Gráfi-cos 42: 9 y 43:2-3). Estos cuchillos-raspadores y los ‘backed-knives’ de sección transversal oval y de base ancha (figura 6 i-j)son los más diagnósticos de Las Lagunas. Sin embargo, no existeaún un estudio tipológico suficientemente detallado como paradescribir exactamente cuáles y cuántos nuevos tipos diferen-cian al complejo Las Lagunas de El Camare.

Page 99: maguare17.pdf

""

���%�&'�������������

���������2+�3���0�������� ��� ���������� ������$ �+���4 �,�����2���������

Page 100: maguare17.pdf

#$$

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

���������2&�������������� ����������0���� ��� �������)�������,����-5�+��'(��)������ /%�3�&�������$�����������&�����$�6��7���&������� �8�� ������� 5�0���� ���� ���������������$��4 �,�������9�����,:2����%�,������������ �,� �������.�.,

Complejo El Jobo. El próximo nivel de terrazas inferior, parti-cularmente en los alrededores de la Quebrada de El Jobo (fi-gura 6a; ver también Cruxent 1956: figuras 2 y 3), elensamblaje lítico, además de los tipos ya mencionados, inclu-ye variedades de puntas de proyectil lanceadas, algunas desección casi redondeada, otras mas ovaladas, que ya todosconocen con el nombre de El Jobo (figuras 9 y 10). Estas pun-tas debieron ser espetadas en una lanza horadada en su ex-tremo superior (figura 9 g) en lugar de ser ligadas a una lanza

Page 101: maguare17.pdf

#$#

���%�&'�������������

�������!�2��3���0�������� ��� ���������� ������$ �+���4 �1�&�2���,������

Page 102: maguare17.pdf

#$%

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

���������"�-�/�'��$�����$ ���2���8�:��-8���������� /;�-�2�/�)������4 �1�&�%�����0�������������� �������$������$���� 0��������&�+�������%�������)��& �����+�;�-�2�%� 2��/�)������4 �1�&�����4 �)������ ;�-�/�)�������������%�8�����������4 �1�&�%�������'(�4��(��

Page 103: maguare17.pdf

#$-

���%�&'�������������

cuyo extremo superior estaba sesgado en dos, como se intuyeen el caso de las puntas acanaladas clovisoides o cola de pes-cado (ver también Szabadics 1997: Gráficos 41-42; Fotos 77,79). Los talleres de lascado tanto burdo como fino miden depromedio de 1.5 á 2.5 metros de diámetro (figura 9 i), y sonabundantes. Además de lascas de desecho, en ocasión algúnque otro artefacto acabado (o fragmento) se encuentra dentrodel perímetro del taller. Los materiales de este complejo inclu-yen todos los descritos para Camare-Las Lagunas (por ejem-plo, el hafted ax de la figura 9j), pero presentan una mayorvariación en el tamaño promedio de los artefactos comparti-dos, en adición a la puntas tipo El Jobo mencionadas. Hayuna proliferación de raspadores unifaciales plano-convexos(figuras 9 b-d y 10) y punzones, algunos de éstos con mangosbien definidos, además de una infinidad de raspadores (bi- yunifaciales) y cuchillos/raspadores (Cruxent 1956: Figura 3).La abundante presencia de puntas de proyectil, para Cruxent(1971), indica una innovación tecnologógica de la caza, sien-do las puntas líticas aparentemente mejora sobre las supues-tas lanzas de madera.

Complejo Las Casitas. Las terrazas del nivel más inferior, ubi-cadas en los alrededores de Las Casitas-La Meseta y ElCardonal, presentaron el mismo conjunto de tipos de artefac-tos que El Jobo, pero con la adición de las puntas triangula-res con ‘aletas’ y con pedúnculos de tipo Las Casitas (figura9n y 11; ver también Szabadics [1997: Gráfico 44:3-4, 45 yFoto 78]). Las puntas de tipo El Jobo también aparecen enestas terrazas inferiores. Las puntas de tipo Las Casitas secaracterizan por su contorno triangular (isósceles, a veces con‘aletas’) y por un pedúnculo ligeramente expandido o recto(figura 11). Cruxent propuso que la desaparición de las pun-tas tipo El Jobo iba en paralelo con la extinción de los grandesmamíferos, mientras que las puntas más pequeñas triangula-res con pedúnculo ya se ajustaban a una fauna del holoceno(Cruxent 1971).

Cruxent (1971; comunicación personal 1985) nos comentó quelas puntas de proyectil ‘Las Casitas’ es un “arquetipo” de ampliadistribución en Venezuela. Aparecen (afloradas) con alta frecuen-cia a lo largo del Río Caroní-Paragua y sus afluentes (Guayanavenezolana), en sitios como Canaima, Urimán, La Paragua, Pozo de

Page 104: maguare17.pdf

#$+

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

��������� -�2�/�)������������� �������$�����,������%�������,:2��"%�,��������+��%�*�������..�<�&�+����0�����������(�����1��,��:���

Page 105: maguare17.pdf

#$)

���%�&'�������������

����������)���������$������� �������� ���������$��=��� ������,������%�>�������8����� �����,��������$?������������ ���6������������ ��$�������@� �������������$�����$ ���2���8�:�������%�1���,��:���

����������3���0������ (���������,����(2)�������-�/�& ��2��;�-&/�& ��2��;�-�/�& ��2��;�-�/�& ��2�";�-�/�& ��2�";�-0/�& ��2��;�-�/& ��2��;�-@/�& ��2��;�-�/�& ��2�����������������%�&%��%����������������;�� ����������+��$��-��+�/��,� �������.�.,

Page 106: maguare17.pdf

#$�

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

las Flechas, Costa Casado, Cintillo, etc. A éstos Cruxent (s.f.; 1971)los agrupó bajo el complejo “Canaima” (figuras 1a, 11 y 12). Mu-chas de las puntas de proyectil triangulares con pedúnculos, devariadas tipologías, reportadas para la macro-región Orinoco-Guayana venezolana guardan similitudes formales Las Casitas(Cruxent s.f.) (ver figuras 11-13). A la vez éstas parecen ser simila-res al tipo denominado Restrepo reportado para Colombia por Ardilay Politis (1987: Lámina 2: 3-4, Lámina 3: 4; López Castaño 1995:Figura 5.1). En el bajo Río Paragua, cerca del Pozo Caruto (BLOR-32), Cruxent (s.f.: 33) reportó puntas “parecidas a Las Casitas”.Una punta de jaspe (rojo), BLOR-32 medía 221mm de largo (la puntadistal está rota) por 34 mm de ancho máximo (de sección transver-sal bi-convexa) y 12mm de espesor máximo (pedúnculo = 34mmlargo), cuya morfología y dimensión así como su punta acabadacasi en “alfiler” recuerda a la tradición paijanense. Ésta, segúnCruxent (s.f.: 33) “fue hallada en el fondo del río por mineros dediamantes”. Al igual que en el caso de El Pedregal y de Colombia(Ardila y Politis 1987), no hay contextos seguros, ni forma de fe-char los variados tipos de puntas pedunculadas del llamado com-plejo “Canaima”.

En Falcón y las islas venezolanas de Margarita y Cubagua ,puntas con pedúnculo similares a Las Casitas y/o “Canaima” per-

�����������������������$���������������& ��������$��&�& ��������� �3��������.� ���������������-�0 �����/4��� ��:�

Page 107: maguare17.pdf

#$

���%�&'�������������

duran (o aparecen) en contextos del período Arcaico, ya en elHoloceno (figuras 9 m-n y 14).

Originalmente Cruxent (1961a, 1967:4-5; Cruxent y Rouse1963) estimó las fechas relativas de los complejos de las terrazascon base en los datos de estratigrafía obtenidos por Wolf Petzal enla localidad de Zanjón Malo (nuestra Terraza III):

Después que examinamos nuestras excavaciones y analiza-mos el material redepositado por el río [quebrada de El Jobo]en Sanjón [sic. Zanjón] Malo... Petzal sostuvo que el procesode redeposición tiene que haber requerido miles de años y“posiblemente más de 10,000 años” (Cruxent 1967:4; nues-tras aclaraciones en rejillas).

Y añade Cruxent que “Las Lagunas y El Camare [deben fechar]más de 16,000 años” (1968: 13). Las dos fechas de C14 (Y-348 y Y-349) obtenidas por Petzal en Zanjón Malo resultaron ser intrusas ymodernas (Cruxent y Rouse 1963). Dado a las investigaciones pos-teriores en Taima-taima, Cruxent recalculó que estas terrazas ‘ElJobo’ y sus artefactos debían fechar entre ~16,000 y 10,000 añosA.P., por lo cual se deduce que los materiales de las terrazas supe-riores debían ser mucho más antigüas, quizá más de 16,000 añosA.P. Cruxent especuló que las terrazas inferiores ‘Las Casitas’ de-bían fechar, como máximo, hacia el final mismo del Pleistocenosuperior; es decir, no más de ~10,000 años A.P. (ver figura 3). Ve-remos en la Parte II que, más bien, Cruxent y Petzal fueron muyconservadores en sus estimados para las fechas de las terrazas,puesto que el complejo de terrazas más jóvenes en niveles de eleva-ción y por debajo las terrazas asociadas al complejo Las Casitas,superan los ~12,000 años A.P.

La información publicada por Cruxent referente a El Pedregal-El Jobo fue severamente criticada por la falta de información, peromás que nada, por estar basada en un razonamiento circular: loscomplejos (conjuntos de tipos líticos) proveen el fundamento paraseparar las terrazas y, al mismo tiempo, la separación de terrazasjustifica la diferenciación entre los complejos. Sospechamos quehubo, además, otro efecto. El modelo de la formación de terrazasque Petzal y Cruxent manejaban de facto en sus investigaciones de

Page 108: maguare17.pdf

#$!

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

campo era mucho más complejo que el que se propagó vox populien los pasillos y aulas universitarias: el modelo estereotipado erauna imagen de un río que había creado, por incisión y luego perío-dos de estabilidad, cuatro niveles de terrazas aluviales paralelas, acada lado del valle, sobre las cuales cada una contenía un comple-jo lítico distintivo (ver figura 3). Cruxent y Petzal, sin embargo,fallaron al no dejar sentado claramente, y en imprenta, cuales eranlas variables y características de su modelo de formación de terra-zas, dando lugar a toda una serie de críticas basadas en suposicio-nes creadas por los críticos. Así y todo Cruxent sabía que (en esostiempos en que aún el método de C14 era experimental) la ausenciade conjuntos de materiales en contextos estratigráficos aunados ala ausencia de asociaciones con megafaunas difícilmente consti-tuiría una evidencia contundente e indiscutible de la presenciapaleoamerindia durante el Pleistoceno terminal en Venezuela. En

�����������4:��8��������������%��!���������1���,��:����2������(�����.�'����

Page 109: maguare17.pdf

#$"

���%�&'�������������

adelante la investigación giró en torno a la búsqueda de sitiospaleontológicos con mayor potencial arqueológico.

/�4� ��9��� :�� ����� ��� ��� ;�� 8 ����� �������� ./010-2/5El yacimiento de Muaco, ya dado a conocer desde el 1952 (figu-

ra 1b) por el ilustre paleontólogo Royo y Gómez, ofreció la primeraoportunidad (figuras 15 y 16) de fechado. Un total de seis meses deexcavaciones arqueológicas en 1961 (ver figura 15) dio lugar al pri-mer conjunto de fechas absolutas C14 (~16,000-14,000 años A.P.;Ochsenius y Gruhn [1979] 1986:10). Cruxent (1961a), por vez pri-mera, pudo constatar la profundidad temporal y antigüedad de losprimeros paleoamericanos en Venezuela. En contraste a los descu-brimientos anteriores en el Valle de El Pedregal, Muaco se ajustabamucho mejor a las expectativas de una tecno-economía especiali-zada clovisoide. Ya que Muaco era un arquetípico sitio ‘matadero-descuartizadero’, quizá —razonó Cruxent— éste sea aceptado como

�����������4:���8����������������A�8� ��������������%�����������0�������1���,��:������� ����6��������&���8��� �<��'������>�������$���������� ���������6�������+����������������0�����������������4 �1�&�������1���,��:����2������(�����.�'����

Page 110: maguare17.pdf

##$

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

un sitio paleoindio ‘genuino’. Cruxent nunca tuvo dudas de la “manodel hombre” en Muaco. Sin embargo, Cruxent (ver 1970) estabamuy consciente de las asociaciones problemáticas encontradas enMuaco: artefactos modernos (v.gr., botellas de cristal) se encontra-ron mezclados con restos de megafauna y con artefactos líticoscomo resultado de la acción del agua del pozo artesiano, y sólo enalgunas de las cuadrículas de la excavación. Pero al menos -argu-mentó Cruxent (1961b)- las señales de cortes en retícula que elfémur del mastodonte exhibía (‘yunque’) seguramente serían acep-tados como evidencia de la ‘mano del hombre’ en contemporanei-dad con un mamífero extinto del Pleistoceno terminal (figura 17).

A pesar que las asociaciones entre artefactos, huesos de mas-todonte (algunos además quemados) y fechas en Muaco eran muydudosas, la presencia del hueso de mamífero extinto con cortadu-ras definitivamente artificiales animó a Cruxent a reanudar la bús-queda de otros sitios con megafuana que presentasen mayor inte-

�����������������������@�������������������������7� �������������������������1���,��:����2������(�����.�'����

Page 111: maguare17.pdf

###

���%�&'�������������

gridad estratigráfica. En gran medida la prematura muerte de Royoy Gómez a finales de 1961 fue la causa por la cual muchos de losdatos estratigráficos y de contextos nunca fueron publicados. Detodos modos, la búsqueda de un sitio idóneo condujo a Cruxent y aRoyo y Gómez al ahora ya famoso matadero de Taima-taima y, en1969 al sitio costero de la Quebrada de Cucuruchú, ambos ubica-dos a corta distancia al este de Muaco.

/�<� ��9��� :�� ����� ��� ��� � � �� �� �� 8�-�� 8�� ./027-�������5Taima-taima lo descubrió Cruxent en 1961 (figuras 1b y 18),

pero dado a la precaria salud de Royo y Gómez las primerasexcavaciones no se efectuaron hasta marzo de 1962 (Rouse yCruxent 1963:34-35). Esta campaña fue seguida por otras en for-ma más o menos continua hasta 1967 y reiniciadas otra vez en1970 (figura 19). Todas las campañas fueron dirigidas por Cruxent(1967, 1970, 1971; para una historia más completa, ver Cruxent yOchsenius en Ochsenius y Gruhn [1979] 1986:12-13). Durante elperíodo entre 1977 y 1985 no hubo más excavaciones en Taima-taima, pero desde aproximadamente 1985 hasta hace poco, Cruxentreanudó la excavación, ampliando la de 1976 hacia el sur y este,pero limitándose a decapotar solo las unidades estratigráficas su-

�������� ��������� ���������������*����2����������! !��������� �B�����4��$������$ �������8��� ����������:��8���������!��%�� �0�������������-����������� ���+(/� ����:��8������������������!���-8�����������!/

Page 112: maguare17.pdf

##%

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

periores (Unidad IV á II). Los resultados de las excavaciones des-pués de 1977 y las ampliaciones posteriores a 1989 en Taima-tai-ma nos son desconocidos.

��������!�4:��8���������*����2����������!��������,��:���;����@�8�����.�'������9�&���� �$������ ������������������$��@������ �$�������

Los resultados preliminares de las campañas iniciales deCruxent (v.gr., Cruxent 1967), al no ajustarse los tipos líticos ni lasfechas a las expectativas de un origen y difusión clovisoide, fueronrechazados por una mayoría de los paleoarqueólogos, especialmentepor norteamericanos (v.gr., Lynch 1974, V. Haynes 1974). Fue araíz de esta situación que, según nos lo contó Cruxent (comunica-ción personal, 1984), él decidió invitar a un grupo internacional deespecialistas a conformar el equipo de trabajo, aprovechando laoportuna visita a Falcón en 1976 de R. Gruhn y A. Bryan (1987:6).Ofreció la dirección a Bryan y Gruhn pensando que un equipo diri-gido por arqueólogos canadienses, y avalado por R. Casimiquiela yC. Ochsenius, animaría a los escépticos colegas norteamericanos aconsiderar los nuevos resultados como aceptables; en ellos, él con-fiaba que confirmarían sus previas interpretaciones.

Las extensas excavaciones (80 m2 se sumaron a los ±150 m2 yaexcavados) dirigidas por Bryan, Gruhn y asociados se realizaronen 1976 (Ochsenius & Gruhn [1979] 1986; ver también la reseñade Ardila 1987). Taima-taima presenta la mejor evidencia de pun-

Page 113: maguare17.pdf

##-

���%�&'�������������

tas de proyectil tipo El Jobo asociadas a megafuana extinta (princi-palmente Haplomastodon juvenil) y a fechas de al menos 13,000años AP. para Venezuela (Gruhn y Bryan 1984). Las fechas de C

14

del estrato (Unidad I, parte inferior) de arena gris (convoluted graysand) que recubre el pavimento de rocas del mioceno abarcan unperíodo máximo entre ~13,390 y 12,600 años A.P. (Figuras 20a-b),mientras que el nivel de mayor intensidad de descuartizamiento delHaplomastodon se fechó mediante el análisis C14 de restos orgánicosde ramitas masticadas, arrojando unos ~13,000 años A.P. (Bryan1986a, 1986b; Bryan et al. 1978). Además de unos pocos fragmen-tos de proyectil tipo El Jobo Cruxent ([1979] 1986) describió un nú-mero de raspadores, instrumentos de lasca y otros artefactos desig-nados como instrumentos de fortuna (expedient tools) ubicados en elestrato inferior de arena gris (ver Cruxent 1967). Sobre el pavimentode rocas miocenas se encontraron más restos óseos impactados deHaplomastodon y Stegomastdon. La única fecha convencional (Y-1199)proveniente de la base (o pavimento de piedras del mioceno) produjoresultados equívocos, pues la fracción inorgánica arrojó sólo 7590

��������"��4���������0(����� ��$�������������� ���:��8���������*����2�����%��!��������,��:���;�3��@�8��.�'����������

Page 114: maguare17.pdf

##+

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

años A.P., mientras que la orgánica produjo 14,400 ± 435 años A.P.La fauna analizada por R. Casimiquiela (en Ochsenius y Gruhn[1979]: 1986:68-69) para este estrato inferior (Unidad I, parte infe-rior) incluye además los géneros Equus, Paracoterium, Glossoteriumy Glyptodon. (Ver también carapacho de Megaterium ubicado en laUnidad II, parte superior [figura 20a]).

Los datos de Taima-taima, tal como fueron interpretados porCruxent y sus colegas (Ochsenius y Gruhn [1979]: 1986), implicanque la presencia de puntas bicónicas, lanceadas de proyectil tipoEl Jobo eran cronológicamente anteriores y tecnológicamente dife-rentes a las puntas acanaladas tipo Clovis, por lo cual postularonun origen independiente a la tradición clovisoide norteamericana.Cruxent ([1979]1986:77-89, 1967) además reporta la presencia devarias formas de machacadores (hand-axes y hafted-axes) decuarcita, así como raspadores de ‘jaspe’ y/o ‘calcedonia’. No exis-

��������"&�)��0� ���6������������*����2�����%����=��B�@���������>��@�

Page 115: maguare17.pdf

##)

���%�&'�������������

ten canteras conocidas de ‘jaspe’ (chert rojizo) en Falcón, aunquerecursos de chert y/o calcedonia sí se conocen para la Fila deTausabana, en Paraguaná; pero lo significativo es que ambos ma-teriales son exóticos en la localidad de Taima-taima. Uno de losraspadores fue encontrado adyacente a un ulna y otro adyacenteal maxilar inferior del Haplomastodon. Cruxent describe yunqueslíticos y óseos, además, huesos intencionalmente modificados. Unasección media de una punta de proyectil El Jobo (no. 211/1) fuelocalizada en la cavidad púbica derecha del Haplomastodon; otrosdos fragmentos de punta se localizaron en previas excavaciones(1968 y 1974), una adyacente a una tibia (figura 21) y la otra cercade la región pélvica del Haplomastodon. Todas las puntas de pro-yectil fueron elaboradas en cuarcita, material abundante en todala región falconiana.

Las 27 fechas de C14 fueron cuidadosamente evaluadas porBryan y Gruhn (en Ochsenius y Gruhn [1979]: 1986:53-58), por locual aquí solo citaremos el resumen en relación a la estratigrafía.Cabe antes recalcar que sólo cinco fechas (USGS-247, IVIC-672,UCLA-2133 más otras dos contaminadas por lignito provenientes

�����������������������$�������$��4 �1�&��������������������&������C�$ �����������*����2������������,��:���

Page 116: maguare17.pdf

##�

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

del pavimento de rocas) fueron rechazadas por los autores. Pornuestra parte, nosotros desconfiamos además en la fecha equívocade la fracción orgánica e inorgánica del hueso ubicado sobre elpavimento mioceno (IVIC-191-2 y 191-B) y, por razones similares,la fecha IVIC-191-1 del hueso de estrato Unidad I. En el primercaso la fecha orgánica es de 14,400 ± 435 años A.P. mientras quela fracción inorgánica (carbonatos) del mismo hueso arrojó 7590 ±100 años A.P.; por otro lado la muestra IVIC 191-1 (13,010 ± 280años A.P.) no fue sujeta a un análisis de la fracción inorgánica.Con excepción de estas últimas, concordamos con las conclusio-nes de Bryan y Gruhn (consultar figura 20a-b):

En resumen, el análisis de las fechas de radiocarbono obtenidasde las muestras de Taima-taima permiten una determinaciónsegura que la deposición de la Unidad I [convoluted gray sand]tuvo lugar entre 13,400 y 12,600 años A.P., al igual que [nospermite determinar] que el mastodonte juvenil fue matado y des-cuartizado alrededor de 13,000 años A.P. [... La fecha] aparente-mente anómala de 11,860 ± 130 años A.P. proveniente de unamuestra (IVIC-655) de madera [recobrada] anteriormente es con-sistente con la interpretación que esta madera era una raíz quese extendió hacia la capa de arena gris saturada en tiempo enque el suelo se estaba desarrollando sobre la superficie de lacapa Unidad I. Por lo tanto, la interpretación de la cronología dela estratigrafía es que los animales cuyos huesos quedaronimpactados sobre el pavimento de rocas vivieron alrededor de14,500 años A.P. [nosotros diríamos sólo que son anteriores a13,400 años A.P.]; la arena que comprende el estrato Unidad Ise depositó entre 13,400 y 12,600 años A.P.; la matanza delmastodonte ocurrió alrededor de 13,000 años A.P.; la capa querecubre la Unidad I se estaba desarrollando hacia 11,860 añosA.P., cuando los animales que constituyen el ensamblaje finalaún vivían. Después, la superficie (paleosol I) se erosionó, laarena que constituye la Unidad II fue depositada y, luego, otrosuelo (paleosol II) se formó en su superficie, solo para ser inun-dada más tarde, entre 10,300 y 9,600 años A.P. durante la de-posición del estrato Unidad III, la capa de arcilla orgánica. Almenos otra capa más, Unidad IV, se formó, la cual permanecesin fechar (Bryan y Gruhn en Ochsenius y Gruhn [1979]1986:57-58; nuestra traducción y aclaraciones en rejillas).

Page 117: maguare17.pdf

##

���%�&'�������������

Como ya indicamos, Cruxent reanudó excavaciones en Taima-taima hacia el 1988-89 y sabemos que continuaron hasta por lomenos 1993, ampliando la sección al sur y este del bloque excavadodurante la campaña de 1976. No hay aún noticias ni trabajos pu-blicados de los resultados. Finalmente, sabemos que hay planes deerigir un museo in situ sobre la zona excavada del sitio (Wagnercomunicación personal, 1998), pero el cual aparentemente ha sido

����������A�8� ���0������0��� (0�������,������@=��D� 0��)���� ��&���8�� ��$��$������������������$��@������ �$�������

���������������������� ����$ ���������� ����������� ��E��&�������������,������@=

Page 118: maguare17.pdf

##!

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

desarrollado sin los estudios adecuados que evalúen los efectos de laestructura techada sobre los recursos arquelógicos y ambientales.

/�1� ��9��� :�� ����� ��� ���,��=��� �� �����>?� ./0205Las excavaciones en la Quebrada de Cucuruchú (figura 1a) (abril

de 1969), en contraste a Taima-taima, no arrojaron contextos se-guros. A pesar de la abundancia de restos de megamamíferos, comoEremotherium, Glyptodon, y Haplomaston, la asociación de los res-tos óseos (figuras 22-23) con materiales líticos ‘joboides’’, inclu-yendo al menos dos fragmentos de punta El Jobo (figura 24), muyprobablemente, fue el resultado de erosión y redeposición por arras-tre (coluvial) proveniente de puntos desconocidos dentro de esapequeña cuenca de desagüe de Cucuruchú. Por otro lado, Ochsenius(en Ochsenius y Gruhn [1979]1986:12) sugirió que el atrinchera-miento de la quebrada ocurrió durante la última regresión marina,

����������F&��������������0������������$�������$��4 �1�&����� ��$�������0�������� ���������0��� (0�������,������@=��*������� ���:��8��������������%��!�!�����������1���,��:���

Page 119: maguare17.pdf

##"

���%�&'�������������

y que por causa de efectos neotectónicos la quebrada comenzó unanueva fase de incisión que cortó a través de los depósitos fosilíferos.Esta explicación contrasta con la interpretación de Cruxent(1970:224) y Petzal respecto a que los animales habían sido matadosen la vecindad de una laguna. De hecho, la ausencia de datos pu-blicados de la excavación limita las posibilidades de evaluación.Otros descubrimientos de sitios con megafauna entre 1980-83 porel paleontólogo Jean Bocquetin-Villanueva —entonces investiga-dor de la Universidad Francisco de Miranda— en la zona entreTara-tara y Cucuruchú no arrojaron ninguna evidencia de artefac-tos humanos.

/�2� �@��9�� ����� ������A�� ���B������ =�B� ������ ��� �� ./02C-/0245El sitio de Manzanillo (figura 1a) ubicado sobre un farallón que

ha dejado expuesta la Formación El Milagro (¡y no es de la Forma-ción “Rodríguez”!) fue investigado entre aproximadamente 1960 y1963 por Cruxent (1962). La base de esta formación está caracte-

����������5 �6�������:��8���������4 �������� �%��������&�����������0��� ������ ������������4 ��� ��������� ��)���& ������0����������&���8������ �������(�� ����0�����������@��������,��:���

Page 120: maguare17.pdf

#%$

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

rizada por restos fosilizados de maderas y árboles (figura 25). Sietesectores fueron sondeados y excavados, arrojando lo que parece serun instrumental relacionado a los complejos Camare-Las Lagunas,tal como los definió Cruxent (1962:576-577) (figura 26 y 27). No hayningún otro material asociado, ni huesos, ni tampoco restos alimen-ticios u orgánicos. Sólo existe un informe preliminar publicado porCruxent (1962), además del resumen de Rouse y Cruxent (1963).Aparte de una posterior recapitulación del paleoindio venezolano porCruxent (1971), nunca más se le ha vuelto a hacer referencia en laliteratura. Las críticas generalmente son acerca de la naturaleza delos “artefactos” de Manzanillo y a la falta de datos de los contextosestratigráficos. Cruxent, en su primer informe fue cauteloso, sugi-riendo que algunos litos de madera fosilizados presentan caracterís-ticas que se repiten (un patrón) en las diferentes unidades excavadas(ver figura 26) y que, por su similitud morfológica con los artefactosCamare-Las Lagunas, eran muy probablemente hechos por sereshumanos (ver Cruxent 1962: figuras 6 y 7). Entre estos hay los si-guientes posibles artefactos: bifaces tipo El Camare (más pequeños,pero de ‘lascado’ burdo), raspadores con un solo filo activo,machacadores o choppers, hand axes, raspadores turtle-back, cuchi-llos, y planes (cepillos) además de ‘evidencias’ de lascas con bulbosde percusión y plataformas con punto de percusión. Un caso ilus-trado por Cruxent (1962) presenta percusión bipolar.

En términos puramente morfológicos, los materiales selecciona-dos por Cruxent parecen guardar ciertas homologías con los mate-riales de El Camare, aún con las diferencias de materia prima. Sinembargo, la ausencia de análisis de uso y desgaste, la ausencia totalde otras evidencias en los contextos excavados -como talleres, áreasde “actividad”, e incluso de uso o importación de otras materias pri-mas exóticas- inspiran poca confianza en el estatus de Manzanillo.Los resultados de las excavaciones nunca han sido debidamenteinformados y, desafortunadamente, nunca llegamos a discutir a fondoeste yacimiento con Cruxent por lo cual no podemos añadir mayorinformación. Concluimos con el dato que las zonas excavadas porCruxent hoy se encuentran bajo áreas de desarrollo urbano y con laopinión que a Manzanillo, de todos los sitios hasta ahora menciona-dos, es al que menos confianza le otorgamos.

Page 121: maguare17.pdf

#%#

���%�&'�������������

�����������2��)���& �������0�������� �������������� ���,� �������.�.,

����������4:��8��������� ���������G33��""H����������� �%��������&�����0 ��@����$������@�����$���& �������0���������� A������ ��������������������� ���6�������������������0��� ��

Page 122: maguare17.pdf

#%%

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

Cabe señalar que la fecha de radiocarbono mencionada porRouse y Cruxent (1963) de más de ~12,000 años A.P., asociada aun supuesto componente “Manzanillo” en el yacimiento de RanchoPeludo, es pura especulación. En primer lugar las fechas de Ran-cho Peludo (el complejo cerámico) fueron contaminadas con car-bón mineral (lignito; ver Tartusi et al., 1984); pero además noso-tros consulatmos las notas de campo de las posteriores excavacionesdirigidas por Patrick Gallagher en el Río Guasare (ca. 1967), endónde nos percatamos de la ausencia de un horizonte estratigráfico‘paleoindio’, y que los litos tallados y lascados no eran necesaria-mente antiguos ni tampoco estaban elaborados en madera fosilizada.

/�D� ��:����� ��� ���� �� ���� �������� ����� �� �� 8�-�� 8�Muchas objeciones —las últimas por Lynch (1990) y G. Haynes

(1991:235)— surgieron acerca de la interpretación de las fechas yde las asociaciones de Taima-taima, así como de su integridadestratigráfica y deposicional. Se habló de la posibilidad de conta-minación del carbón vegetal por medio de carbón terciario (lignito),o por medio del agua ascendente del manantial, y de la migraciónposdeposicional de materiales y artefactos (presumiblemente de laUnidad II a la I). Incluso se llegó a intentar derivar (por homologa-ción) la tecnología y morfología de proyectiles El Jobo de tipos talescomo Lerma (Norte América) y Ayampitín (N. Argentina) entre otros,e incluso se objetó que muchos de los llamados implementos líticosde fortuna (expedient tools) eran el producto de fuerzas naturales.Si nos atenemos a la estrategia de Whewell de ‘concilio por induc-ción’ (consilience of induction), la combinación de todos los factoresindependientes y múltiples, conspiran en indicar que, en efecto,las probabilidades son muy altas que este sea un matadero asocia-do a cazadores utilizando puntas de tipo El Jobo, fechado en unmomento cerca de los ~13,000 años A.P. La defensa presentada enla monografía editada por Ochsenius y Gruhn (et al. [1979] 1986;también ver Gruhn y Bryan, 1984) ofrece argumentos y explicacio-nes muy razonables contra cada una de las objeciones.

Sin embargo, a partir de la aceptación abrumadora de la evi-dencia rescatada en el sitio de Monte Verde (MV-II) en Chile, convarias fechas firmemente centradas en ~12,500 años A.P. (Dillehay

Page 123: maguare17.pdf

#%-

���%�&'�������������

y Pino en Dillehay 1997: 47-48; Meltzer et al. 1997; ver tambiénNational Geographic, octubre 1997 y Newsweek, junio 1997), lasfechas de Taima-taima no nos parecen objetables ni tampoco fue-ra de serie (Dillehay 1997:602). Más aún, el instrumental lítico deMonte Verde-II, en forma análoga a Taima-taima, ha sido descritopor M. Collins (en Dillehay 1997:424, 504, Fig. 14.17) como pri-mordialmente caracterizado por instrumentos líticos elaboradosad hoc (expediency tools o instrumentos de fortuna), además deotros de morfología más estandarizada y carácter local (como losvarios tipos de ‘bolas’ y esferolitos). Aquí vale la pena dar ampliocrédito a Cruxent quién fue entre los primeros en enfatizar laimportancia y validez de los instrumentos de fortuna. Monte Ver-de ciertamente ha reivindicado a Cruxent. Curiosamente, las pun-tas bicónicas, recobradas en Monte Verde-II son morfológicamentelo más símil (pero no idénticas) a las puntas joboides que hastaahora se conocen en América (Collins y Dillehay 1988:151).

Pero, en el afán de hacer comparaciones, hay que tener encuenta que la función y tipos de actividades detectados para cadasitio son evidentemente muy diferentes (Dillehay 1997:814). Tai-ma-taima es exclusivamente un matadero, en donde sedescuartizaron in situ los grandes mamíferos (ej. Haplomastodony Stegomastodon). Monte Verde-II, por su excelente preservación,arrojó evidencia de una variedad de áreas de actividad: zonas devivienda, zonas de trabajo ‘doméstico’, fogones e incluso un áreade función mágico-religiosa (la estructura en ‘Y’) con abundantesrestos paleobotánicos de plantas de posible uso medicinal (Dillehay1997:203-ss.; Rossen, Ramírez y Dillehay en Dillehay 1997:339-ss.). En suma, Monte Verde era un campamento temporero y, porlo tanto (y aparte de la diferencia en preservación), no sería deextrañar que algunos de sus implementos y material cultural in-cluyan muestras que no ocurrirían en mataderos como Taima-taima. Los elementos óseos desarticulados de mastodonte en MonteVerde (MV-II) indican que muy probablemente éstos representanpartes seleccionadas y traídas de los mataderos (o aprovechadas—scavenging— de animales muertos por causas naturales)(Dillehay 1997:707-708, 747).

En fin, Dillehay concluye que:

Page 124: maguare17.pdf

#%+

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

Given the presence of El Jobo points in association with boneremains of mastodon at Taima-taima and other sites in Vene-zuela [ref. Muaco, Cucurchú, El Vano], the closest affinity toMonte Verde [bipointed] points, it is probable that the migrationoccurred along the coast from North to South. (Dillehay 1997:808-809; nuestras aclarciones en rejillas).

Pero, también nos advierte que:

The direction of the peopling process in South America isunknown at present... unfortunately none of the [hypothesized]routes provides enough usable archaeological data to establishdirection of migration (Dillehay 1997: 808; nuestras aclarcionesen rejillas).

Y cierra su monumental obra de Monte Verde con la siguienteadvertencia:

My ideas about several alleged early sites... have changedconsiderably [since the publication of this book]... I now viewthis [Pleistocene Period] migration as a complex mosaic ofdifferent rates of radiation, migration, and colonization bydifferent types of hunting and gathering societies (Dillehay1997:1022; nuestras aclaraciones en rejillas).

Estos comentarios confirman nuestras impresiones (ver Intro-ducción) y hacen eco de las más recientes opiniones de variosarqueólogos, tales como Dillehay, Standford, Meltzer, Adovasio,Jantz, Owsley y Thomas Hurst, entrevistados por Begley y Murr(en Newsweek 1999:56-71).

/�3� �� ���� �� ���� �������� ����� �� �@���� ��� #����� ��� ���� +��:��Empero, toda esta atención a Taima-taima (y Muaco) en el marco

teórico del poblamiento de los primeros paleoamericanos enSuramérica ha tenido hoy el efecto de ignorar o de, en el peor de loscasos, menospreciar lo que a nuestro modo de ver es aún másintrigante: la posibilidad de una gran antigüedad (>16,000 añosA.P.) y larga secuencia paleoindia que Cruxent postuló para El Pe-dregal, y en la cual El Jobo (~13,000 años A.P) vendría a caer cro-nológicamente hacia el medio de dicha secuencia (ver modelo en lafigura 3).

Page 125: maguare17.pdf

#%)

���%�&'�������������

Una excepción al silencio respecto al Pedregal de los últimos15 años es la síntesis de la arqueología suramericana publicadapor K. Olsen Bruhns (1994:52-53), quién repite y acepta sin juiciocrítico las interpretaciones de Rouse y Cruxent (1963), pero quiénirónicamente rechaza tajantemente la secuencia propuesta porLanning (1967, 1970) en Ancón-Chillón. Esto es sumamente curio-so, puesto que ambas secuencias son paralelas: van desde la etapa‘pre-proyectil’ de los grandes bifaces de Chivateros I/II hasta laetapa de producción de puntas de proyectil tipo La Luz-El Encantoy Paiján (traidición paijanense; ver las críticas de Chauchat 1988).4

Uno esperaría que si Olsen Bruhns rechaza a Chivateros I y II porser representativo de una etapa de reducción (los choppers sonpreformas para los instrumentos acabados paijanenses) y no deun estadio crono-evolutivo, entonces debería haber hecho otrotanto con los chopper y bifaces de El Camare. Aunque es un co-mentario tangencial a nuestro ensayo, es quizá oportuno añadirotra observación con respecto al supuesto paralelismo entre lasecuencia de Ancón-Chillón y El Pedregal. Si bien Chauchat (1988)ha demostrado contundentemente que los bifaces de tipoChivateros I y II (terminología de Lanning [1967]) son de hechopreformas ubicadas mayormente en canteras para la subsecuen-te manufactura de artefactos acabados en áreas de taller y cam-pamento, tales como las puntas Paiján, la demostración se hahecho solamente en referencia a la costa norte del Perú. En An-cón-Chillón, no es tan fácil determinar si la misma explicación esposible. Los bifaces burdos de Chivateros aparentemente no pue-den ser preformas para fabricar las puntas de proyectil La Luz-ElEncanto-Corbina-etc., puesto que la materia prima de los bifaceses diferente a la de las puntas de proyectil (Lathrap, notas de sucurso de “Arqueología e Historia Cultural de Sur América” toma-das por J. R. Oliver, Universidad de Illinois, 1977).

Hasta hace unos 10 años Lynch (1974, 1983, 1990), más queningún otro, nos recordaba con cierta frecuencia lo imposible queera la hipótesis de la secuencia propuesta por Cruxent para el RíoPedregal. Las críticas de Lynch (y muchos otros), sin embargo, aún

4Las otras excepciones son de Ardila y Politis (1987:13-17) y Cooke (i.p. 1996).

Page 126: maguare17.pdf

#%�

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

son legítimas ya que hasta el momento no han sido sujetas a prue-bas empíricas. Por otro lado, las hipótesis e interpretaciones deCruxent indudablemente han de ser consideradas como débiles sinos atenemos al estandar de documentación y metodología de hoydía (v.gr., Dillehay 1989, 1997; Meltzer et al. 1994).

Las razones para el rechazo de la presencia de paleoamericanostempranos en Venezuela y en general para Suramérica fueron resu-midas por Forbis (1974: 15) y otra vez por Lynch (1983: 94) y, engeneral, se repiten otra vez en la reciente crítica de Meltzer et al. (1994)a los investigadores de Pedra Furada (Piauí) en el Brasil (ver Guidon etal. 1996). Algunas de éstas las resumimos a continuación:

•Algunos sitios son talleres o canteras; lo burdo del materialde desecho (waste, debitage) no son aceptables como eviden-cia de gran antigüedad; los supuestos artefactos son frecuen-temente preformas (v.gr., El Camare-Las Lagunas, ChivaterosI-II en Perú).•Los sitios son superficiales y por lo tanto no se pueden fe-char (v.gr., El Pedregal).•Algunos sitios con fechas tempranas presentan dudas conrespecto a si los materiales son de origen cultural o si sonproducto de procesos naturales (v.gr., Pedra Furada, Taima-taima).•Otros sitios sugieren por sus contextos gran antigüedad, perono han sido fechados con precisión o presentan dudas de con-taminación de fechas (v.gr., Cucurchú, Muaco).•Algunos sitios con fechas y materiales aparentemente antigüoscarecen de asociaciones estratigráficas claras o sencillamenteignoran los procesos tafonómicos.

Todas estas objeciones, de una forma u otra, se relacionan conel problema de documentación insuficiente en la publicación de da-tos empíricos, aunados a una falta de discusión y análisis profundoacerca de los procesos de formación de sitios o tafonomía (Meltzer etal. 1994). Incluso, nos atrevemos a decir, un problema persistentees lo que los arqueólogos eligen para publicar en artículos prelimi-nares: en el caso de Pedra Furada (NE de Brasil) así como de Caver-na Pintada en Monte Alegre (Amazonas; ver Roosevelt et al. 1996;Feidel 1996, 1999), el enfoque de la evidencia gira alrededor de lar-gas listas de fechas con mínimas discusiones de la evidencia contex-

Page 127: maguare17.pdf

#%

���%�&'�������������

tual y estratigráfica. Creemos que para fomentar una mayor con-fianza en las interpretaciones, la información de los contextos es loprimero que debería publicarse, incluyendo las pruebas en contex-tos no-culturales (blind test o controles), y son estos datos los queiniciarían el diálogo que conduciría a mayor confianza en un sentidocientífico. Pero en ambos casos, a nuestro modo de ver, se comenzóal revés: las fechas son las que se imponen como herramientas parala argumentación, y dado a la falta de detalles contextuales y deasociación, la confianza rápidamente se disuelve en dudas.

Veamos en más detalle las críticas que se refierenespecíficamente a El Pedregal. Lynch (1974, 1983, 1990) presentóuna lista de objeciones contra la secuencia propuesta por Cruxent,haciendo eco de las críticas de muchos otros (v.gr., Dincauze 1984,Owen 1984). Las objeciones (Lynch 1974:363) claves son las si-guientes: (a) Las terrazas aluviales “no pueden ser firmementecorrelacionadas unas con otras, mucho menos con una cronologíaabsoluta”; (b) la postulada secuencia de cuatro etapas “debe ser almenos parcialmente idealizada”; (c) la explicación está basada enun razonamiento circular ya que se correlacionan y fechan las te-rrazas por medio de los complejos líticos y, a la vez, esos complejoslíticos se fechan por medio de una postulada secuencia relativa deterrazas. Lynch (1974:363) consideró que tan “perfecta” correla-ción entre terrazas y complejos era “una coincidencia increíble”(“...an amazing coincidence...”).

Lynch (1974) consideró como altamente improbable que los com-plejos puedan ser fechados ya que, por ejemplo, puede darse la cir-cunstancia en que los artefactos de superficie fechen a “x” años des-pués que los sedimentos aluviales hayan sido depositados. En otroscasos, sugiere Lynch (1974:363), los materiales de superficie “puedenhaberse erosionado de la matriz misma, es decir, [podrían fechar]antes o después de la deposición de los sedimentos de la vega [floodplain]”. La crítica de Lynch implica que no está claro cuáles sitios oensamblajes pueden estar asociados al momento en que la terrazaera una vega inundable (flood plain) activa o ya formaba una terrazaaluvial. Menciona además la posibilidad de erosión de gradiente (slopewash) y redeposición desde terrazas más altas a las más bajas (abani-cos aluviales), lo cual complica aún más el panorama.

Page 128: maguare17.pdf

#%!

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

Otro problema potencial que no ha sido abordado aún es la po-sibilidad de translocación vertical de artefactos e incluso de elemen-tos enteros por medio de la bioturbación causada por organismostales como hormigas y termitas (ver Johnson 1989). Johnson y Oliverobservaron en 1989 este fenómeno en La Meseta (ver figura 29),sobre la Terraza II (ver figura 32), en lugares donde la vegetación hasido menos intervenida por el pastoreo caprino y la agricultura. Enrealidad, en el caso de las hormigas ‘bravas/rojas’ de La Meseta, lossedimentos son reciclados de abajo hacia arriba, dando la aparien-cia de un “desplazamiento” vertical de las rocas u objetos pesados,pero sin necesariamente alterar la asociación e integridad horizontalde los objetos. La implicación es que existe la posibilidad que talle-res enteros parecen haber sido desplazados verticalmente víabioturbación (pero, en realidad es el sedimento que se desplaza ‘ha-cia arriba’). Las actividades de los agentes biológicos (hormigas) sonlocalizadas, por lo cual no todos los elementos de taller recibirían elmismo efecto y magnitud de desplazamiento, lo cual teóricamentedaría lugar a talleres contemporáneos encontrados a distintos “nive-les” de profundidad, ¡y sin mayor alteración horizontal de las rela-ciones líticas dentro de cada elemento!

Pero no solamente fueron los escépticos (‘pro-Clovis’) de aquelentonces los únicos críticos. Alan Bryan, bien conocido por su de-fensa de la antigüedad de los paleoamericanos, nos ofreció sus crí-ticas a partir de observaciones personales durante su primera visi-ta a El Pedregal en 1970:

It is generally recognized that [the terrace] was deposited in thelate Pleistocene times by the last and greatest of the regionalorogenies... The terraces were apparently cut by tectonic uplift,although a detailed study of the terrace system should be madeto test this hypothesis. There is, of course, no way to date theterraces formed by tectonic uplift. Indeed, what is most importantis that attempts to date these terraces by correlation witheustatic sea-level changes must be erroneous” (Bryan 1973:249-250 [nuestro énfasis en cursiva y aclaraciones en rejilla]).

Bryan indica que el problema de orogenia y tectonismo localexcluye cualquier posibilidad de poder fechar (relativamente) las

Page 129: maguare17.pdf

#%"

���%�&'�������������

terrazas aluviales. Advierte además que, dado al tectonismoorogénico, sería un error correlacionar las formación de las terra-zas con los cambios eustáticos del nivel del mar. Bryan, en la ‘Con-ferencia Cumbre 1989’ celebrada en Orono (Maine, EE. UU.) nossugirió, verbalmente, que la mejor forma que podría demostrarseuna asociación directa entre una “terraza activa” (vega inundable)y los materiales culturales sería encontrar los artefactos dentro deun contexto de gravas depositadas por el río, es decir en la forma-ción aluvial depositada cuando esa superficie era aún una vegainundable (flood plain). De lo contrario, cualquier material culturaldepositado después que el río había migrado o alterado su curso,podría ser de cualquier momento de su (larga) historiaposdeposicional. Sin embargo, como veremos más adelante, hayotras formas alternativas de fechar (relativamente) las terrazas de-formadas por movimientos tectónicos locales.

Todas estas críticas sencillamente apuntan hacia nuestro totaldesconocimiento de los procesos geomorfológicos relativos al ori-gen, desarrollo y deformación de las terrazas aluviales en la regiónde El Pedregal. Los contextos, asociaciones e integridad de los con-juntos de materiales culturales (lítica, talleres, etc.) requieren unaexplicación de cuándo, cómo y por qué aparecen en donde apare-cen y descansan sobre las superficies que vemos en el presente;qué factores conspiraron en la alteración o preservación de ensam-blajes o elementos en distintos lugares. Todo esto depende de losmodelos o un modelo que explique la dinámica y cambiante forma-ción de paisajes aluviales en la zona, pero un modelo avalado pordatos empíricos. En ausencia de un modelo de formación de terra-zas en el cual contextualizar los hallazgos, todas las interpretacio-nes sincrónicas y/o diacrónicas de la distribución de complejos y/o cambios tecno-económicos (adaptaciones) y otras preguntas deinterés antropológicas-arqueológicas serían solamente un ejercicioacadémico.

En fin, nos parece que el rechazo tajante de Lynch (1974, 1983,1990) al aseverar que las correlaciones de secuencias de terrazases un ejercicio estéril dado al tectonismo y a otros factores—seríacomo tirar la toalla antes de empezar la batalla. Demostraremos enla parte siguiente que las terrazas deformadas tectónicamente sí se

Page 130: maguare17.pdf

#-$

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

pueden correlacionar sencillamente porque la elevación relativa noes el único criterio para establecer sincronía entre estos paisajesaluviales. Los análisis de suelos, de rocas, fechas absolutas en com-binación con un control sistemático de las variables geológicas lo-cales contribuyen a establecer, con cierto grado de confianza, lascorrelaciones entre terrazas y su cronología.

Hemos además obtenido fechas de C14 del complejo de terrazasinferior (Terrazas I y IA). Basándonos en la tasa de transgresióntemporal obtenida del complejo de terrazas I y IA hemos podidoproducir un estimado razonable para los segmentos de terrazasmás altas (Terrazas IB y II). La próxima terraza, Terraza III, aúncuando no existen fechas absolutas confiables, ofrecen indicios desu antigüedad relativa. Una vez presentemos el modelo de la for-mación y secuencia de las terrazas, enfocaremos la discusión alanálisis y evaluación del contexto de un taller de lascado (T-1) en-contrado en la Terraza III, en el sector de El Jobo, sitio Piedra deChispa (Cx-342). El enfoque en un elemento de (al menos) integri-dad horizontal, en lugar de artefactos dispersos y/o aislados, ofre-ce mejores posibilidades de interpretar su relación a la formación ysedimentación de la terraza aluvial.

En la parte II, que sigue a continuación, presentamos la evi-dencia y las interpretaciones de los resultados de nuestras investi-gaciones en la cuenca media (El Jobo) del Río Pedregal (figura 39).El trabajo fue realizado en 1984-85, seguido de una corta visita en1989 por Oliver y D. Johnson.

+����� ����#����$� ������������ !�� �������(�B#�����"�������+�"��$���/03<-/031

7�/�$����:����� ��������������� ��=�La Cuenca de El Jobo está ubicada en el segmento medio del

Río El Pedregal (figuras 28 y 29). La cuenca es una depresión es-tructural y de erosión rodeada en tres de sus lados por colinas ymontañas entre 500 m y 900 metros sobre el nivel medio del mar(de ahora en adelante, m SNM). El borde de la cuenca oriental estádefinido por una serie de colinas aproximadamente orientadas norte-

Page 131: maguare17.pdf

#-#

���%�&'��

�������������������!������������� �� �B����%�@������ �,��������������-� �������/�������9���1��?��� ���4��� �$ ������������������������������������&���� ��*�������..��3 �0����� ��������(��6������8������ (������� ��*�������...�-�����������$�����������/

�������� �������$������������� ��,���������4 �1�&�%��� ��4 �)������ �������@������ �9294������%��! �

Page 132: maguare17.pdf

#-%

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

sur (figura 28). El cauce del Río Pedregal fluye hacia el norte, pene-trando la Cuenca de El Jobo precisamente donde hoy se encuentrael embalse de El Camare, (construido en 1966-67); este es un valleestrecho que corta a través de un ‘sill’ resistente ubicado entre laFila de Guacoa al este y Las Clavellinas-El Encanto al oeste (figura31).5 El Río Pedregal sale de la cuenca del mismo modo, cortando através de un ‘sill’ entre las montañas Arcaya-El Calvario orientadasNE y las colinas Miracielos y La Aguada, a sólo un par de kilómetrosal sur de la moderna villa de El Pedregal (figura 30). Como máximola cuenca tiene 12 Km de largo (N-S) y 15 Km de ancho (E-O), abar-cando una área máxima de 150 Km2 (ver figura 39). El piso de lacuenca es relativamente llano, con elevaciones entre 180 y 260 mSNM.

La llanura de la cuenca, sin embargo, está interrumpida envarias localidades por cerros con topes planos, es decir por mese-tas (por ejemplo, Cerro La Meseta, figuras 29 y 53), y por colinascuyos topes están caracterizados por gravas depositadas porantigüos cursos de ríos, como por ejemplo Cerro Tío Pacho (figuras29 y 39). Un número de terrazas mejor preservadas con depósitosaluviales de gravas se encuentran a lo largo de las márgenes de losríos y quebradas de la cuenca

La cuenca se ubica en la sección occidental de una deposiciónmarina, temprana, del Terciario, designada por los geólogos comoCuenca de Falcón del occidente de Venezuela. Esta es un área deabundante actividad tectónica durante el Plio-Pleistoceno y Holoceno(Gallardo 1985). Desde su deposición, La Cuenca Falconiana hasido levantada (uplifted) y plegada (folded) de forma que presentauna compleja estructura geoanticlinoria (Wheeler 1963,COPLANARH 1975). Subyaciendo el piso de la Cuenca El Jobo seencuentran tres tipos de pizarras con inter-estratificaciones decuarcita que han sido levantadas y plegadas (ver figura 43)tectónicamente (consultar Wheeler 1963).

5Desconozco la traducción del término ‘sill’ al español. El Dictionary of Geological

Terms (Bates y Jackson 1984:469) nos ofrece la siguiente definición que se traduce a

continuación: “Una cresta submarina sumergida de baja profundidad que separa a

una cuenca de otra”. El término se aplica al caso de El Pedregal ya que esta estructura

estuvo sumergida durante el Terciario.

Page 133: maguare17.pdf

#--

���%�&'�������������

����������������� �������� ��,������4 �1�&�%�$������������������ �'(��)������ ��� ��������������$�����4 �,������0�����������������!��%�����������8���������������������0��������$��4 �,����������0����������������������� ������������������4 )�7��6����

��������"������� �AB���� ���������&�+���� �'(��)������ %����� �$��������������������� ��,������4 �1�&���4 �$��& ���� )������ ��� ����6��������A������� ����������&��������%������������ �$��& �

Page 134: maguare17.pdf

#-+

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

����������4�������5�������$������������0 �+�����������0����������� ����������� �����%�E��&�����4 �1�&�%����������I��+���� ���F��5 �6����������������������7�������������&��� ��������������$����0����������)�������������,��:�������8��� ��� ����������&� �������������������������� ������� ���������! �

����������4�������&�������$������J �������������������&���8��� ��0 �+������������������������������������������� ��$���������� ������8���������� ��������� ��E��&��������4 �1�&����! �

Page 135: maguare17.pdf

#-)

���%�&'�������������

Formación Pedregoso. El primer tipo de pizarra, también de-nominada localmente como lutita, es un material rico en car-bonatos, de color gris claro, con abundantes vetas yconcreciones tubulares de calcita (algunas teñidas conlimonitas; ver figuras 32 y 43). Esta pizarra, cuando está hú-meda, fácilmente se desmenuza en pequeños fragmentos (0.5-4.0 cm). Los suelos desarrollados sobre esta pizarra tienenhorizontes de caliche bien desarrollados que pertenecen a laFormación Pedregoso del Oligoceno-Mioceno Inferior.Formación Pecaya. El Segundo tipo de pizarra o lutita es librede carbonatos, multicolor, de estructura y fragmentación la-minar (‘slacking shale’) que contiene numerosas concrecionesde hematita (óxidos de hierro) y venas finas de yeso (gypsum).Los suelos desarrollados sobre esta pizarra exhiben perfilesde color rojo escarlata y pertenecen a la Formación Pecaya,también del Oligoceno-Mioceno Inferior.

Formación Paraíso. El tercer tipo en la cuenca es una pizarrao lutita pesada, orgánica que reacciona violéntamente a unasolución de 10% de ácido clorhídrico (HCL). Esta pizarra frag-menta en forma laminar de 2-8 cm de largo. Es característicade la Formación Paraíso perteneciente al Olicoceno-MicoenoInferior (figura 32).

Las estructuras geológicas de las colinas y montañas son esen-cialmente las mismas del piso de la cuenca. Aunque se observó lapresencia de rocas areniscas cementadas en las faldas de las coli-nas al norte de la cuenca, la diferencia estratigráfica principal conel piso de la cuenca radica en que las venas de cuarcitas subyacen-tes de las montañas son mucho más gruesas y abundantes. Estasvenas gruesas de cuarcita son las que aportan las gravas y rocas alcauce del río y quebradas en la cuenca.

Fallas normales, de tipo ‘right lateral strike-slip’, con un compo-nente vertical, atraviesan la dirección N-S de flujo fluvial (Gallardo1985). Estas fallas, junto con las gruesas camadas locales de cuarcita,son las que controlan la dirección y gradiente del río y quebradas enesas localidades. En la medida que el Río Pedregal entra la cuencapor el sur (El Camare), su gradiente incrementa de 3.0 á 7.3 m/Km(figura 34). Dentro de la Cuenca El Jobo, el gradiente varía entre 3.0y 3.5 m/Km, pero aumenta de 3.0 m/Km a 6.3 m/Km hacia la sali-

Page 136: maguare17.pdf

#-�

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

da del Río Pedregal de la Cuenca de El Jobo por el norte. El RíoTupure, al afluente más importante del Río Pedregal, sufre cambiossimilares en su gradiente, que va desde 12 m/Km en su extremooeste a cerca de 3.5 m/Km en su confluencia con el Río Pedregal(figura 35). Estos cálculos de gradiente, controlados en gran medidapor fallas y tectónica local, proveen una de las variables importantesen el proceso de formación y deformación de las terrazas y paisajesaluviales en la Cuenca de El Jobo.

Se analizaron ocho muestras de rocas/grava utilizandodifracción de Rayos-X (escaneando entre 6º y 60º utilizando radia-ción alfa de Cu K). Las muestras provienen de las camas de los ríosPedregal y Tupure, de la quebrada El Limoncito, del cerro Las TresFilas (en El Camare), de un abanico de erosión en Ciénaga Grande(cerca de Las Lagunas) y de las terrazas aluviales en los sectores deLas Casitas (nuestra Terraza II) y Piedra de Chispa (nuestra Terra-za III). Los resultados indican que todas están compuestas de cuarzo.Pero además, tres de las muestras arrojaron señales de otros ele-mentos traza. Una muestra proveniente del Tupure muestra trazasdébiles posiblemente del mineral anatasa (TiO

2) y de dolomita

[CaMg(CO3)2]. Otra muestra de Las Tres Filas contiene señales dé-

biles de caolinita [Al2Si

2O

5(OH)

4] y de pirita (FeS

2), mientras que la

tercera muestra (Las Casitas) sólo contiene señales débiles decaolinita. En resumen, la materia prima de las rocas incorporadasa los ríos y quebradas y depositadas en las terrazas aluviales (asícomo los artefactos paleoindios), son de origen local y compuestosprincipalmente de cuarcita. Los minerales de cuarzo lechoso, cuarzocristalino (pero con impurezas), calcita y yeso (gypsum) son comu-nes sobre las terrazas erosionadas, así como fragmentos de óxidosde hierro, tanto la limonita como la hematita. En ocasión tambiénse observan concreciones esféricas y alargadas (de variados tama-ños) de hierro (Fe) y magnetita [(Fe, Mg)Fe

2O

4] meteorizados por

abrasión (principalmente eólica).Antes de proceder a la investigación geomorfológica de los pai-

sajes fluviales, es preciso resumir lo que se sabe hasta ahora de loscambios de vegetación y clima en la región occidental-central deVenezuela, no solamente por que nos puede ofrecer pistas acercade los posibles cambios de recursos naturales y de adaptaciones

Page 137: maguare17.pdf

#-

���%�&'��

�����������

����������)��0� ���� ���4 �8����������� ���*���������� � ��� �����9�����A������� �'(��*�$���

����������)��0� ���� ���4 �8����������� ���*���������� � ��� �����4������B������� �'(��)������

Page 138: maguare17.pdf

#-!

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

humanas sino también porque nos informan acerca de los cambiosen la preservación y modificación de los depósitos arqueológicos yacerca de los posibles procesos de desarrollo (pedogénesis) de lossedimentos de las terrazas aluviales.

7�7� #�:���� 6�B� �� 8�� ;� �8= ����En el presente el clima de la Cuenca El Jobo, según Ferrer

Velíz (1980), se clasifica como perteneciente a la provincia climáticaMarítima Semi-árida del Interior. La precipitación, según datos delpueblo El Pedregal, promedia 650 mm anuales, con una primeramáxima ocurriendo en mayo y otra máxima en septiembre-octu-bre. La temperatura anual fluctúa entre 24o y 27o centígrados. Unfactor crítico es el hecho que en once meses del año (excepto octu-bre) la evapotranspiración supera la precipitación media (FerrerVelíz 1980: Tabla 2), lo cual afecta la distribución, estructura yfisionomía de la vegetación en la zona (Mateucci et al. 1980, 1982).Las temperaturas que hacia el mediodía exceden los 40o centígra-dos son frecuentes, y suficientes como para causar fracturastermales de rocas y peñones de cuarcita al bajar abruptamente la

������������$����� ���F�����������8�������������� �K�������4��������9��=��������������� ��!�!

Page 139: maguare17.pdf

#-"

���%�&'�������������

temperatura por la noche, tal como la toponimia ‘Piedra de Chis-pa’ lo indica —lugar que además contiene talleres líticospaleoindios. Los aparentes “talleres” de grandes lascas no sonmás que el resultado de este fenómeno térmico, y se distinguende los talleres arqueológicos por el sencillo hecho que, de unoproponérselo, se puede rearmar la roca completa con base en laslascas, además de una notable ausencia total de múltiples muescassobre una lasca (fenómeno el cual ya Cruxent y Petzal reconocie-ron en 1956-57).

Estudios botánicos modernos (Mateucci et al. 1979) han iden-tificado cuatro estructuras principales fisionómicas en la zona deestudio (ver figura 36). Respetando el código de unidades demuestreo utilizado por Mateucci et al. (1979), las principales es-tructuras de vegetación son:

(1) La vegetación desértica no-espinosa, decidua ( figura 36:Unidades 213, 69) está principalmente confinada a las mayo-res elevaciones y montañas que rodean la cuenca y en dondehay menos erosión. Los árboles Borreria cumanensis y Tabebuiabilbergi son las especies dominantes, aunque con frecuencia seobserva el sibucaro (Bombax carabobensis), la vera (Bulnesiaarborea), el yabo (Cercidium praecox), el marfil (Helieta pleeana),el cují torcido (Acacia tortuosa) y el Croton deserticola.(2) El matorral espinoso ralo, semi-deciduo a deciduo (figura36: Unidades 55, 57) se extiende a lo largo de la mayor partede las terrazas más bajas del lado oriental de la cuenca delPedregal (Unidad 57) , al norte del valle del Río Tupure, lazona alrededor de la Vuelta de Juan Rodríguez (Unidad 55), yhacia el este de San José Leal (Unidades 55 y 57). Existe unco-dominio de dividive (Caesalpinia coriaria) y tuna brava(Opuntia wentiana) en la Unidad 57, mientras que en la Uni-dad 56 hay un exclusivo dominio de tunas (O. wentiana y O.caribaea). También se encuentran el cují yaque (Prosopisjuliflora) y el cují torcido (Acacia tortuosa).(3) El matorral desértico espinoso siempreverde (figura 36: Uni-dad 56) es la unidad con mayor cobertura dentro de la cuenca(excluyendo las montañas) y típicamente se encuentra en lospaisajes más erosionados y en la elevaciones bajas en los alrede-dores de Las Casitas, al sur del Valle del Río Tupure, hacia labase de la Fila de Guaracoa y, al noroeste en los alrededores de

Page 140: maguare17.pdf

#+$

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

la Quebrada El Jobo (ver Szabadics 1997: Foto 73). Hay dominiode retama (Castela erecta) y cana (Zizphus saeri). El palo de brasil(Haematoxylon brasiletto), dividive (C. coriaria), y cují yaque (P.juliflora), también ocurren con frecuencia.(4) El Bosque de galería siempreverde espinoso (figura 36: Uni-dad ‘gf’) típicamente se limita a la vega inundable de los ríos y alas márgenes de las quebradas mayores, aunque puede exten-derse hasta las partes bajas de las terrazas aluviales (nuestraTerraza I) (ver Szabadics 1997: Foto 71). Este bosque presentauna mayor variedad de plantas que las otras unidades/zonas.La especie dominante es el cují yaque (P. juliflora), cubriendoentre 50-75% del área. En contraste a otras zonas, el cují yaquepuede crecer hasta dos y tres veces el tamaño normal que seobserva en otras unidades.

Carlos Schubert (1988) realizó una síntesis de los trabajos pu-blicados hasta 1987 acerca del paleoambiente en la cuenca caribeñay del norte de Sur América. Cautelosamente, Schubert sugiere quelas cuencas de Maracaibo (Estado de Zulia) y la región costeña delGolfo de Venezuela podrían haber sido “más húmedas” hacia elfinal de la última glaciación, pero en realidad la evidencia es muycircunstancial y contradictoria para la costa (Schubert 1988:133).Schubert tentativamente concluye que

...the main paleoclimatological evidence... in general, suggeststhat, during the LGM [Late Glacial Maximum], the climate ofall this region was more arid than today. In northern SouthAmerica, a large amount of data has accumulated whichpermits the very tentative differentiation of two climaticprovinces: one with an extreme degree of aridity (theVenezuelan and Colombian Llanos), relatively well dated, andanother with more humid climate than today (Lake MaracaiboBasin, north of Falcón, and the islands of Aruba, Curaçaoand Bonaire), without reliable dates (Schubert 1988:135; én-fasis en el original).

Por otro lado el análisis de los restos macrobotánicos próximosal Haplomastodon de Taima-taima (algunos eran supuestamente elcontenido gastrointestinal del animal), tales como Portulaca sp.,Sapotaceae (?), Coccoloba uvifera, y restos de espinas (¿cactáceas?)

Page 141: maguare17.pdf

#+#

���%�&'�������������

sin identificar, sugieren que no existían diferencias radicales conla vegetación actual (xerófila, semiárida) de la región costeña cercade Coro (en Ochsenius y Gruhn [1979] 1986: 95-97).

De todos modos, una mayor aridez caracterizó el clima de otrasregiones de las tierras bajas venezolanas durante el Tardiglacial, enáreas como la cuenca del Lago de Valencia, los Llanos del Orinoco,y el escudo de La Guayana.6 Recientes investigaciones por Bradburyet al. (1981), Salgado (1980), Leyden (1985) y Curtis et al. (1997) enel Lago de Valencia indican con precisión y claridad un períodoseco-frío y, al final, más húmedo entre 12,600 y 10,500 años A.P.(figura 37). Este amplio período cronológicamente corresponde conel interestadio de Guantiva (~14,000/13,000- 11,000 años A.P.) ycon el estadio de El Abra (~11,000-9500 años A.P.) en la CordilleraOriental andina de Colombia (van der Hammen 1981). En la Cordi-llera de Mérida de los Andes venezolanos, sin embargo, el períodoque se corresponde con Valencia registra tres fases (en Mucujabí):(1) una fría y seca entre ~12,650-12,280 años A.P.), (2) otra fasecálida y húmeda entre ~12,250-11,960 años A.P.) y (3) una fasefría y húmeda entre ~11,700-11,000 años A.P. (figura 40). Luego seregistra un hiato en la información (que en Colombia coincide coninterestadio El Abra), seguido por la primera fase cálida de Miran-da entre ~9350 - >6200 años A.P. (Rinaldi en Schubert y Vivas1993:221, Tabla 6.1). Las fases climáticas andinas de Mucujabí noconcuerdan perfectamente en sus detalles con la cronología de lasfases de alrededor del Lago de Valencia, por lo cual se podría inferirque hay otros factores climáticos locales controlando la tempera-tura, pluviosidad y humedad entre la Cordillera de Mérida y laCuenca del Lago de Valencia. Según se puede observar en la figura37, los ~14,000 ó 13,000 años A.P. marcan el final de PlenigalcialSuperior tanto en la Cordillera Oriental de Colombia como en la deMérida en Venezuela. Pero, durante el Tardiglacial temprano(~13,000-~10,000/9500 años A.P.), los cambios de niveles de los

6Para una revisión detallada de los Andes de Venezuela durante el Cuaternario y el

Glacial de Mérida consultar a Rinaldi (1993), y el volumen editado por Schubert y

Vivas (1993). Hoogiemstra y van der Hammen (1998: 143-187) también acaban de

publicar una nueva apreciación del concepto de ‘refugio” en las tierras bajas que

incluye comentarios referentes al último período glacial del Pleistoceno Superior.

Page 142: maguare17.pdf

#+%

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

lagos de la región Fuquene (Colombia) y en Valencia (Venezuela)sugieren climas (precipitación/humedad) muy diferentes (compa-rar Leyden 1985 y van der Hammen 1981:135-143).

De acuerdo con la palinóloga Barbara Leyden (1985), la cuencadel Lago de Valencia para ese período (~12,600 y 10,500 años A.P.)era una ciénaga salobre rodeada de una amplia sabana o pradera(dominancia inicial de Althernatera), sin haber evidencia contun-dente de un bosque mesófilo de refugio dentro de la zona de lade-ras de montaña en la cuenca del lago (más seco y frío que hoy). Elcomienzo de esta fase inicial seca-fría en Valencia (12,600 añosB.P.) corresponde cronológicamente con disconformidad erosionalinferior de la Unidad II de Taima-Taima (figura 20b) del cual que-dan sólo fragmentos de un paleosol. En Valencia, hacia el final delTardiglacial (>10,500 años A.P.) las comunidades de plantashalófitas del litoral y de la costa se formaron alrededor de un lagode poca profundidad. Para ese tiempo hubo un decrecimiento de lacobertura de la sabana, la cual gradualmente se transformó en unmatorral-bosque espinoso ralo y disperso (hacia ~10,000 años A.P.).

La sabana/bosque espinoso fue reemplazada alrededor de~9800 años A.P. por un bosque montuno, bajo y seco, lo cual esindicativo de temperaturas algo mas frías (y que corresponde conel estadio frío-seco El Abra. El bosque seco fue reemplazado a suvez por un bosque sub-tropical semi-deciduo siempreverde hacia~9500 años A.P. que corresponde con la fase cálida holocena deMiranda, pero no con el final del estadio El Abra (figura 37) . Comoresultado de una mayor precipitación entre ~10,500-8000 años A.P.,el nivel del lago de Valencia subió dramáticamente, alcanzando elpunto de desborde (427 m. SNM) hacia 9500 años A.P. El aguadrenaba por el valle del actual Río Paíto (al sudoeste de lago) hacialos Llanos de Venezuela (Curtis et al. 1997:23; Jelambi 1995). Du-rante ese período de mayor precipitación, el lago de Valencia (oTacarigua) gradualmente se convirtió en un cuerpo de agua fresca.

Otro desborde ocurrió en tiempo histórico (siglo XVI), despuésdel cual el nivel volvió a bajar y continuó bajando durante el perío-do histórico reciente. Curtis et al. (1997) han documentado dosperíodos anteriores, del Holoceno, que arrojaron niveles bajos parael lago. El primero está fechado en ~7000 años A.P. (durando unos

Page 143: maguare17.pdf

#+-

���%�&'��

�����������

����������,������,��$�������� �, ���%��������������,��&�������A�8� ��������L���� �����%�3��������������� ����,� ��&��

Page 144: maguare17.pdf

#++

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

900 años) y el último comenzó hacia los ~3000 años A.P., amboscorresponden con las dos fases cálidas de Miranda en los Andes(Curtis et al. 1997:23), pero que a su vez contrastan con el incre-mento del nivel de los lagos de la región de Fuquene (figura 37).7 Laúltima fase de aridez (comenzando cerca de ~3000-2500 años A.P.)identificada en Valencia y los Andes merideños así como al nortede Sur América en general, se debe a una reducción en la intensi-dad de ciclo anual de la órbita terrestre. Tal como lo explican Curtisy sus colegas:

...the drying in northern South America during the past 3000years can be explained by a reduction in the intensity of theannual cycle driven by orbital mechanics (Curtis et al. 1997:23).

Desde ~8300 años A.P. la vegetación de la cuenca del lago sepuede considerar esencialmente moderna, mientras que los bos-ques mésicos se retractaron hacia las elevaciones más altas de laCordillera del Caribe (Leyden 1985). Durante el Holoceno el cambiode vegetación más dramático fue la significativa expansión de lasabana y retracción del bosque, como lo anotó Leyden (1985), alre-dedor de ~2000-2500 años A.P., lo cual coincide con un pequeñoincremento del nivel del lago y aproximadamente con la llegada delprimer grupo agroalfarero asociado al complejo/estilo La Cabreracuya cerámica posiblemente se relaciona a la serie barrancoide delbajo y medio Orinoco y al Palito de la costa de Aroa (Cruxent yRouse 1958; Oliver et al., manuscrito inédito, 1998).

En resumen, los cambios en la Cuenca de Valencia a partir de~13,000 años A.P. no parecen coordinar del todo con los detallesobservados y documentados por Schubert y Rinaldi (en Schubert yVivas, 1993) para los Andes venezolanos (Mucujabí). Sería incautoextrapolar y aplicar las interpretaciones del paleoclima y ambiente

7 El lago alcanzó su punto más bajo histórico en 1979 (402 m) (Jelambi 1995). Hoy

día, sin embargo, el nivel del lago ha aumentado a tal punto (casi 415 m) que existe el

peligro de serias inundaciones de zonas costeñas de alta densidad poblacional (P.

Escarrá, comunicación personal 1998). Estos cambios son el resultado del desagüe y

cloacas industriales/agrícolas y especialmente urbanas aunadas al hecho que el agua

apara uso antrópico moderno desde ya hace años se extrae de los ríos que fluyen hacia

los Llanos pero se desechan en el lago de Valencia.

Page 145: maguare17.pdf

#+)

���%�&'�������������

de la Cuenca de Valencia o de los Andes a la franja de la costa deloccidente venezolano durante las etapas del Tardiglacial y delHoloceno temprano. El inicio de la condición semiárida, de altaevapotranspiración, que hoy rige en el Golfo de Venezuela (Estadode Falcón) aún no ha sido establecido, pero quizá comenzó a partirde los ~3000 años A.P. , o cuando menos a un período durante elPleistoceno (¿10,000 á 9500 años A.P.?) en el cual la configuracióny orografía de la costa, la dirección y fuerza de los alisios eranaproximadamente equivalentes a los actuales (ver las teorías deLahey 1958, 1973).

Alexander (1982:663-678) realizó un estudio comparando losfactores de formación de la restinga/playa del Holoceno (¿tempra-no?) con una vieja restinga/playa del Pleistoceno (~ último interva-lo del Pleniglacial Medio de Mérdia) que conecta a la Isla de Marga-rita con Macanao (en el oriente venezolano). Los resultados indicanque las condiciones de precipitación, fuerza, frecuencia y direcciónde las marejadas, tempestades y vientos alisios y, en fin, las condi-ciones climáticas generales entre la playa/restinga vieja fechada>35,000 años A.P. mínimo (y que probablemente tenga más de130,000 años A.P.) y los de la playa más reciente, formada en elHoloceno (¿temprano?) son muy similares.

Returning to Lahey’s (1958) argument, similar wind directionand speed in the environment of the modern and ancientbeaches should lead to similar trade wind inversion intensities,hence to similar non-storm related precipitation. The similarpebble population in the beach crests argue for tropical stormsof similar trajectories, magnitude, frequency and closeness ofpassage to [Margarita] island. The combined evidence fromthe modern and ancient beach complexes indicates that duringthe last interglacial [of Mérida], the climate of Margarita and thesoutheast Caribbean, at least in terms of trade wind velocityand precipitation, along with storm frequency, proximity andmagnitude, was similar to that of today (Alexander 1982:677;nuestras aclaraciones en rejilla y énfasis).

De ser este el caso, entonces podría especularse que la costaoccidental-central venezolana ya tenía un régimen semiárido por lomenos durante el comienzo del Holoceno (¿ 10,000-9500 años A.P.

Page 146: maguare17.pdf

#+�

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

?) y similar al del último interglacial merideño (Alexander 1982). Loque sí podemos aseverar con mayor confianza es que a partir de~3000 años A.P. (circa 950 a.C.) la zona costeña del Golfo de Vene-zuela, al igual que en el Lago de Valencia y otras áreas de tierrasbajas del norte de Sur América ya se encontraban sumidas en unámbito desértico/semiárido a razón de los cambios mecánicos deintensidad orbital —tal como lo señalara Curtis et al. (1997:27).

Hace no más de 950 á 1150 años A.P. (800-1000 d.C.) que porvez primera grupos prehispánicos agroalfareros invadieron y se asen-taron en la costa semiárida falconiana, portando la tradición cerá-mica (o serie) dabajuroide (Oliver 1989, 1990, 1997; Arvelo y Oliveren imprenta, 1999). Presumiblemente la región falconiana estabahabitada por grupos acerámicos, Arcaicos, de pescadores, recolectoresy cazadores, a los que Cruxent (1971) denominó informalmente comocomplejo “Tubo Negro”. Probablemente la tecnología lítica de TuboNegro fue una “herencia” de la tradición joboide tardía (o Las Casi-tas). Asumiendo que la costa falconiana ya era una zona de climasemiárido desde hacía al menos 3000 años A.P., la variable críticaque debió regir la capacidad de la producción/explotación agrícolaen la costa falconiana debió ser la capacidad de los suelos de retenerhumedad, más que la mera presencia de un clima semiárido. Otrosfactores —primordialmente antrópicos— están involucrados en elproceso que culminó en la desertificación (alta evapotranspiración)y erosión que observamos hoy en la plataforma de Dabajuro (costadel golfo y Paraguaná-La Guajira) y algunos de los valles interiores,tales como El Pedregal y La Cruz de Taratara.

Desde la llegada de los agroalfareros dabajuroides (800-850 d.C.)el paisaje y vegetación de Falcón y Paraguaná sufrieron sus más ex-tensas modificaciones, mediante la introducción de los conucos y elcultivo intensivo de maíz, caraotas y otras. A pesar del clima semiárido,los suelos se mantendrían relativamente protegidos de la erosión yevapotranspiración, siempre y cuando los campos de cultivos se man-tuviesen activos. A partir de la llegada de los conquistadores bajo losgobernadores Welser (1525 d.C.) hubo al menos dos factores impor-tantes que contribuyeron a un incremento dramático de la erosión,dando lugar a un severo desbalance de evapotranspiración:

Page 147: maguare17.pdf

#+

���%�&'�������������

(1) El abandono de conucos y sementeras. Los hombres y mu-jeres indígenas caquetíos de edades productivas fueron requi-sados (‘esclavizados’) como guías y portadores de carga de lasfamosas expediciones de los welsares en busca de El Dorado yel ‘mar del Sur’. En consecuencia los caquetíos “andaban al-zados” (fugitivos), creando un abandono acelerado de sus pue-blos y sementeras.(2) El sobrepastoreo caprino. La grave disminución de la manode obra indígena hábil involucrada en la preparación/mante-nimiento de conucos, junto con la introducción europea dechivos/cabras y burros, facilitó la adopción por parte de losindígenas del pastoreo caprino como una nueva base establede subsistencia. La población caprina aumentó y se extendióde tal forma que la cobertura vegetal sucumbió al sobrepastoreo,dando lugar a una tasa negativa de humedad retenida por lossuelos expuestos, y a la invasión de plantas resistentes a lassequías y tolerantes de las condiciones de erosión acelerada.La tuna brava, guasábara, dividive, y el melón (o buche) inva-dieron el hábitat de plantas que tenían baja tolerancia de laspresiones ecológicas generadas antrópicamente.

Este proceso de desertificación, exacerbado durante los siglosXVI-XVIII, cobró una nueva dimensión a principios de este siglo,en especial hacia las décadas del 1920-30 (dictadura de Juan Vi-cente Gómez), gracias a los efectos “Boom” petrolero y el éxodo dejóvenes hábiles hacia las ciudades petroleras de Ciudad Ojeda yPunto Fijo en Paraguaná (Oliver 1989, Mateucci et al 1982,COPLANARH 1975). Ya para la década de 1940, el viejo CaminoReal entre Coro y Maracaibo que corría por la costa (20 m SNM), seabandona en favor de la nueva pista asfaltada (y electrificada) ubi-cada más al interior (80-100 m SNM), por lo cual se despuebla lazona rural y decrece el número de hatos, reubicándose la pobla-ción cerca de las vías asfaltadas y electrificadas. Evidencia de esteproceso se observa en el total abandono del caserío de Curaidal einmediaciones ubicado sobre la Terraza I del Valle de El Pedregal,donde aún se observan los restos de cercos de conucos y corralesde cabras, y de árboles secos y muertos en un paisaje desértico(‘badlands’). El nivel del suelo alrededor de los árboles secos seencuentra entre 20 y 30 cm por debajo del nivel de la raíz extendi-da de dichos árboles, resultado de erosión laminar.

Page 148: maguare17.pdf

#+!

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

No es necesario recalcar el impacto que estos procesos antrópicosde desertificación iniciados desde al menos 850 d. C. han tenido ysiguen teniendo en la preservación y modificación de los antigüospaisajes fluviales (ver Leopold et al. 1995: Ch. 3) y en la integridadde los contextos arqueológicos. Pero además nos provee un marcode referencia en el estudio de los cambios potenciales en el procesode la formación y evolución de los suelos (pedogénesis) en la re-gión, proceso que es relevante para un estudio de la formación ydeformación de terrazas aluviales.

7�4� ���� E������� �� E�8�� 6�� �� ���A��� ���9 ����Dos factores fundamentales son, en última instancia, respon-

sables por el desarrollo de terrazas fluviales: la tectónica y el clima(Leopold et al. 1995:478). En general, las terrazas aluviales (o flu-viales) se forman cuando previas superficies aluviales o rocosas(bedrock) han sido sujetas a una incisión, por erosión, a causa delrío o quebrada. La requerida erosión vertical es el resultado (1) deun cambio (hacia abajo) del nivel de la base, (2) del levantamientotectónico del nivel de la base, y/o (3) de un cambio climático (v.gr.,mayor pluviosidad ó sequía). Los dos primeros resultan en la acele-ración (energía, velocidad) del flujo del río, y en el tercero el cambiopodría causar un decrecimiento de los sedimentos transportadosy/o un incremento en volumen de flujo del río (ver Leopold et al.1995:458-ss).

El sill (o ‘cresta submarina’ transversal) resistente que el RíoPedregal cruza al salir de la Cuenca de El Jobo establece el nivelbase del río en la cuenca (ver figura 30). La abundante evidenciade plegamientos y múltiples fallas (ver figura 43) en la cuenca yen las montañas que la circundan sugieren que el ‘sill’ ha sidorenovado en varias ocasiones en el pasado (y, por ende, tambiénel nivel base del río). Las terrazas de la Cuenca El Jobo involucranuna compleja alternación (interplay) entre la erosión fluvial y ellevantamiento tectónico. Es muy posible que los cambios climáticoslocales entre el Pleistoceno final y Holoceno temprano hayan ocu-rrido, pero el impacto de tales cambios en la formación de lasterrazas es difícil de evaluar, dado a la intensa actividad de lacorteza terrestre (crustal activity). Más aún, es muy poco probable

Page 149: maguare17.pdf

#+"

���%�&'�������������

que las terrazas fluviales hayan estado relacionadas a cambioseustáticos del nivel del mar inducidos por la última glaciaciónmáxima y subsecuente deglaciación. Esto parece ser particular-mente cierto ya que el Río Mitare, al cual El Pedregal fluye, tam-bién está restringido por una base (‘sill’ resistente) de nivel localal cruzar la fila montañosa de la costa , la cual también exhibepliegues y fallas (consultar Gallardo 1985).

La evidencia geológica apoya la idea que la separación y preser-vación de las terrazas son el resultado de plegamientos de la corte-za terrestre, fallas y levantamientos tectónicos (ver figura 34). Bajotales circunstancias, dos tipos de movimientos pueden contribuira la formación de terrazas (ver también Leopold et al. 1995:458-ss.). (1) El primer caso es cuando la erosión lateral del río (mean-dro) está sobrepuesta a un proceso continuo de levantamientostectónicos, lo cual daría lugar al desarrollo de terrazas con eleva-ciones dispares en el valle (es decir, habrán terrazas huérfanas).(2) El segundo caso sería cuando la erosión lateral fluvial estásobrepuesta a levantamientos tectónicos intermitentes con perío-dos relativamente prolongados de equilibrio dinámico. En estaúltima instancia se desarrollarían superficies aluviales amplias yregulares como resultado de la erosión lateral a un nivel relativa-mente constante. Sin embargo, cada nivel de superficie (de terra-zas) generado de esta última forma podría ser total o parcialmen-te destruido al reanudarse la actividad de levantamiento tectónicoy de erosión (y migración fluvial) lateral que acompaña a la subse-cuente etapa de equilibrio dinámico en un nivel de elevación infe-rior. Así y todo, las terrazas pareadas que sobreviven la subse-cuente erosión deberían ser de edad similar.

Hemos presentado un modelo esquemático, pero simplificado,de los dos procesos señalados en la figura 38. El caso de levanta-miento tectónico continuo, se ilustra en las “etapas” que procedende A á C (con levantamiento en el oeste y migración del río hipoté-tico al este). El caso intermitente se ilustra en la secuencia C á D,con el establecimiento de las hipotéticas terrazas pareadas ‘4 este’y ‘4 oeste’. Si continuáramos alterando las variables, como por ejem-plo el levantamiento o plegamiento ocurriendo en el este (y no oes-te) del valle, o en ambos lados, pero en tasas de levantamiento

Page 150: maguare17.pdf

#)$

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

�������� ����� �����$ �0��������� ��0���������������������0 �8�� ������4 �)������

Page 151: maguare17.pdf

#)#

���%�&'�������������

diferentes (v.gr., el lado este se eleva más rápido), el resultado, laconfiguración del paisaje fluvial, sería muy diferente al de la se-cuencia A-D que presentamos en este modelo.

Pero hay además una tercera posibilidad, la formación depseudo-terrazas (plateaus o planicies). Estas son el resultado defallas normales la cuales están orientadas de forma que los bloquesdesplazados hacia abajo en un depósito fluvial son aproximada-mente paralelos a la orientación del valle, formando así planiciesque son de edad deposicional similar, pero presentando diferenteselevaciones. Obviamente si esta última posibilidad se sobrepone alas circunstancias (1) y/o (2) la interpretación del origen y edad delas terrazas se complica bastante. Las tres alternativas (y sus com-binaciones) han de tenerse en cuenta al estudiar la formación deterrazas en áreas de evidentes movimientos tectónicos. Y es preci-samente por esta razón que Bryan (1970) y Lynch (1974) criticarona Cruxent —pues asumieron que Cruxent y Petzal sólo considera-ron la primera posibilidad en su modelo de formación de terrazasen El Pedregal. (Compárese el modelo presentado en la figura 37con el de la figura 3; ésta última ignora el factor de tectonismo yasume solamente cambios en el clima local y la gradiente del río.)

Como se demostrará más adelante (sección 2.5) en mayor deta-lle, los resultados de nuestras investigaciones nos permiten propo-ner una secuencia de tres pares de terrazas principales con dife-rentes grados de preservación en ambos lados de los ríos (ver mapa,figura 39). El perfil esquemático Oeste-Este que cruza la Cuencade El Jobo (entre la Quebrada El Jobo y San José Leal) y el perfilSur-Norte entre la las inmediaciones de la Vuelta de Juan Rodríguezy el cauce del Río Pedregal (figuras 40a y 40b) del lado oriental delRío Pedregal presentan esquemáticamente la distribución y eleva-ción relativa de las terrazas, que se comparan favorablemente conel modelo de formación del paisaje fluvial que acabamos de presen-tar (figura 38) en esta sección.

7�<� ���� ��:��� �� ��� :��8�E���:��� E��9 ��� �� ��� ������ �� ��� ��=�El Río Pedregal y su tributario más importante, Tupure, son

ríos intermitentes que fluyen solamente durante períodos de preci-pitación abundante. Sin embargo, desde la construcción de la re-

Page 152: maguare17.pdf

#)%

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

presa de El Camare al final del 1976, un flujo modesto se ha man-tenido durante la estación seca (ver figura 30). Numerosas quebra-das y arroyos intermitentes confluyen hacia los ríos Pedregal yTupure, contribuyendo con sedimentos así como con cargas de gravay rocas cuarcíticas. Las quebradas más importantes fluyen al RíoPedregal desde el noroeste. Las más importantes, de norte a sur,son: Paso del Jobo, Chirigüare, Las Viejas, El Jobo, Quebrada Honday Las Casitas. De norte a sur fluye la Quebrada de El Limoncitohacia el Río Tupure (ver figuras 39 y 40a-b).

7�<�/� �������� ���� ��� ����� ��� +��:��-�����El canal del Río Pedregal tiene de 100 á 200 m de ancho (figura

41) y en algunos lugares presenta secuencias bien desarrolladasde gravas y pozas (pools) (ver Szabadics 1997: Foto 71). En con-traste, la cama del Río Tupure es relativamente ancha (200-250m), formando meandros junto con áreas extensas de arena, grava ypeñones, y cuyo cauce presenta una configuración de anastomosis(o trenzado; ‘braided’). El Tupure parecer ser un sistema de dosfases, en meandros durante la fase de mayor caudal (bankful stage)y anastomosis durante la fase de menor caudal. Es de notar queambos ríos incluyen una amplia variación en sus respectivos cau-ces/canales, desde arcilla hasta gravas angulares a subangularesde cuarcitas areniscas. Normalmente el material de la cama del ríopresenta una mezcla de arenas gruesas, grava/cantos rodados (2-25 cm) y rocas que llegan a alcanzar hasta 55 x 100 x 130 centíme-tros. Pero, el tamaño más frecuente es entre 25 y 65 cm en su ejelongitudinal. Los depósitos de arcilla, cuando están presentes en elcanal del Río Pedregal, usualmente están confinados a las pozas ydepresiones distribuidas aleatoriamente a lo largo de los lados delcanal del cauce. En períodos de sequía, los depósitos de arcilla seresquebrajan, llegando a alcanzar hasta 10 cm de ancho por 100cm o más de profundidad (arcillas expansibles).

7�<�7� �������� ���� �� ��� 9�:�� ����=��El área de vega inundable es relativamente estrecha, ubicán-

dose en la parte interna de los cinturones de meandros a lo largodel Tupure-Pedregal (figura 39). Normalmente se encuentra a 150

Page 153: maguare17.pdf

#)-

���%�&'��

�����������

��������!���$����� �����$��0������� �8�� ������ ��,���������4 �1�&�

Page 154: maguare17.pdf

#)+

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

cm por encima de la cama del río y raramente excede unos 500 mde ancho por 800 m de largo. Subyaciendo la superficie hay unacapa de limo fino, arena y arcilla de los depósitos de ‘sobre-banco’(overbank deposits) (0-75 cm), los cuales descansan sobre una capade grava o cantos rodados y peñones de composición y tamañosimilar a los de la cama del río. En ocasiones, cuando el depósitode ‘sobre-banco’ presenta mayor espesor, la superficie de la vegapuede presentar una topografía ondulada (ridge and swale) concrestas de hasta 50 cm de altura, parecidos a las crestas depaleoplayas. La vegetación es abundante y más variada que en otrassuperficies aluviales, y dominada por el mesquite o cují (Prosopisjuliflora).

7�<�4����� ����� �� ���� ���A��� ;� �������� �� ��� 6�Numerosos perfiles expuestos a lo largo de los barrancos y

escarpas8 de las quebradas de los ríos, así como en los perfiles delos pozos de sondeo, indican que todas las terrazas cubren, total oparcialmente, dos tipos de estratos: La capa superior es usualmen-te un depósito de arena fina, limo y arcilla, de uno a tres metros deespesor, que ocasionalmente incluyen pequeños fragmentos de pi-zarra/lutita. A ésta le sigue un estrato de gravas de cuarcitas are-niscas que a su vez yacen disconformes sobre el estrato base depizarras con evidencias de plegamientos y fallas (por ejemplo, figu-ras 43, 44, 45, 46). En varias localidades, el depósito de sedimen-tos finos se han lavado (o están en proceso de ser lavado) en lassuperficies de las Terrazas II y III mediante erosión laminar y decárcavas o surcos (‘gully erosion’).

La erosión es particularmente severa en las superficies de laTerraza III del lado oeste de la cuenca en los alrededores de El Joboy en los alrededores de La Vuelta de Juan Rodríguez en el lado este(figuras 39 y 54c). Todo lo que ha quedado de los depósito fluvialesson algunas ‘manchas’ rojizas de sedimentos delgados (±40 cm es-pesor máximo) mezclados con gravas y ocasionales rocas de mayortamaño. Estas áreas ‘manchadas’ de sedimentos escarlatas/rojos

8 ‘Escarpment’ (Inglés ) es un término geomorfológico que se aplica a una plataforma

elevada con un risco o farallón pronunciado; es decir, una escarpa.

Page 155: maguare17.pdf

#))

���%�&'��

�������������������"&�)��0� �9��2A�������� �������������� � ����4������� ��,���������4 �1�&������0��@������������������0��@������ �0������������ ���������������������������

��������"��)��0� �A�������29���������� ���*���������� ��(��)������ %�������4 �1�&����9���1��?���

Page 156: maguare17.pdf

#)�

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

(Horizonte A; ver figura 55) contrastan fuertemente con las áreaserosionadas que exponen los suelos de caliche, de croma/tono másclaro (Horizonte B; ver figura 56).

Se observaron también extensos depósitos de descarga de se-dimentos modernos hacia la Terraza I en y cerca de las bocas de lasquebradas, producto de la erosión laminar y de cárcavas. De éstosel más extenso se encuentra en los alrededores del ya extinto case-río de Curaidal (ver Szabadics 1997: Fotos 14, 16). Estas áreas sedetectan fácilmente sobre el terreno tanto por el tipo de vegetacióncomo por la naturaleza de los sedimentos. La vegetación se carac-teriza por una gran cantidad de árboles muertos (principalmenteP. juliflora y A. tortuosa) y la invasión de una vasta cantidad de tunabrava, guasábara (Opuntia sp.) y de buche (Melocactus sp.); algu-nas áreas amplias carecen completamente de vegetación (verSzabadics 1997: Foto 72).

La evidencia de deposiciones recientes es particularmente ob-via a los lados de una quebrada que corre en paralelo a la trilla queconduce al caserío abandonado de Curaidal. Aquí, como en otraslocalidades, los sedimentos son de arenas finas blancuzcas y limosarcillosos (>20-40 cm de espesor) que cubren el Horizonte A (verfigura 48). Estos sedimentos recientes probablemente se origina-ron hace aproximadamente 65 años (contando desde 1985) a par-tir de la terraza y de las laderas de las colinas ubicadas en la cerca-nía, facilitado por el sobre pastoreo caprino (entrevista con Sr. T.Figueroa, 1985). El hecho que muchos troncos de árboles muertosaún se encontraban erguidos sugiere que la relación del Sr. Temistoses probablemente correcta. Lo cierto es que para finales del 1940 elalto grado de erosión dentro de la cuenca había ya alcanzado unpunto crítico. Las primeras fotos aéreas de la región del Pedregal,tomadas en 1947, ya muestran una distribución de la vegetación,sedimentación de superficie y erosión virtualmente idéntica a lascondiciones presentes.

7�1� ��� � :��� ;� E�8�� 6�� �� ���A���� ���8����� �����La evidencia en el campo indica que las terrazas aluviales son

amplias superficies que han resultado de la erosión lateral del río(técnicamente, en Inglés ‘strath surfaces’) con la consecuente depo-

Page 157: maguare17.pdf

#)

���%�&'�������������

����������9���������� ��*�������.�-�����������$������� �����8����/���������0 ������������ ���8� �������������.3�-@����� ���6������/�A������ �����$�������������8�������������������� �������������+����-C���������3/����G��&��2&����H�6�������������&��� ��$��������4 �������� ������������������� ��@������(������,��$��������� �������������'(��)������ %��! �

����������9���������� ��*�������.�������,������ �������1��?��� ��3 �0���������$������ ��� �8������@����� ��*�������.3�4��$�����$ ����-��������� �����8����/�����&���8��� ����������� ��0����������������$���& ��0��������������-����8(��$�������� ��8����������& �/%���� ������������0����������������������������@����������-��������/��� �'(��)������ �������@������ �4�����! �

Page 158: maguare17.pdf

#)!

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

sición de la carga de sedimentos aportados por el río (bedload yoverbank sediments). El mapa de las terrazas muestra que los ríosPedregal y Tupure se arriman contra las terrazas bajas (Terraza I,IA) por la cara externa del meandro. En esos puntos el río socava labarranca, ésta falla, se desploma y el río continua su erosión lateral.Se infieren dos formas en que el fallo de la barranca puede ocurrir,dependiendo de los sedimentos de ‘sobre-banco’ (‘over banksediments’):

(1) En donde los materiales del depósito de la barranca(‘overbank sediments’) descansan sobre grava y cantos roda-dos y la capa base de pizarra/lutita ha sido expuesta en labase de la barranca (cama del río), los materiales relativa-mente ricos en arcilla sobre la barranca colapsan y se desplo-man como resultado de la erosión lateral del río o quebrada.Cuando seco este material puede otra vez colapsar como con-secuencia de una contracción en las coyunturas de los suelosargiláceos expansibles. El estrato base correspondiente a lalutita, al humedecerse con el flujo del río y la precipitación, seretrae mediante el proceso de ‘aflojamiento’ (‘slaking’) y frag-mentación laminar. Los fragmentos son removidos por el río eincorporados al cauce. En la medida que el estrato de soportede lutita/pizarra es removido, las gravas se desploman y tam-bién se incorporan al cauce ribereño (‘bedload’). Un claro ejem-plo se observa en el perfil de Quebrada Honda, de la Terraza II(figuras 44, 46).

(2) En el caso donde las barrancas de los ríos son relativa-mente altas y substancialmente compuestas de pizarra/lutita,los procesos principales son la laminación (‘slaking’) que acom-paña a las tormentas o vaguadas severas junto con la remo-ción de los fragmentos resultantes por gravedad y elsubsecuente flujo de aguas. Nuestras observaciones del pro-ceso de fractura laminar y aflojamiento (‘slaking’) a los ladosde los caminos y trillas durante un período de ocho días defuertes lluvias (en 1985) sugiere que esta acción combinadapuede resultar en la remoción de varios centímetros (2-3 cm)por cada tormenta.

En resumen la abundante fractura laminar (‘slaking’) de laspizarras permite a los ríos y quebradas erosionar los bancos de

Page 159: maguare17.pdf

#)"

���%�&'�������������

sedimentos lateralmente, dejando atrás, en su paso, una ‘alfom-bra’ de grava y rocas sobre la vega y los depósitos de ‘sobre-banco’(‘overbank’) (ver figuras 41 y 45). Los subsecuentes levantamientostectónicos e incisión lateral de los ríos son seguidos por un períodode estabilidad dinámica en la cual el río se atrinchera y reanuda suincisión vertical, que suele posteriormente ser interrumpido poruna nueva fase de migración y erosión lateral, convirtiendo así lavega inundable en una terraza aluvial. Este modelo, basado ennuestras observaciones e inferencias en el campo, ayuda a explicarpor qué las terrazas en esta cuenca presentan una distribucióndesigual no sólo en términos de la localización sino también delárea o extensión de la superficie (figuras 39 y 40a-b). Y tambiénayuda a explicar por qué se observan diferencias en el grado depreservación de terrazas y la presencia de terrazas huérfanas (sinpareja) en la zona.

7�2��������:��� �� �9��� :�� 6�Las investigaciones y prospecciones detalladas sugieren que

existen tres parejas de terrazas bien definidas en la Cuenca de ElJobo (figuras 39 y 40a-b). Una vez completados los estudios deprospección, se hizo el levantamiento y mapa de las terrazas me-diante transectos controlados por medio de una brújula Brunton,mapas topográficos (1:25,000 con isoyetas de 20 m de intervalo) yfotos aéreas (1:20,000 y 1:35,000). Los niveles de las terrazas secotejaron mediante una prospección sobre el terreno con un nivelde mano y mediante mediciones cuidadosas de la elevación usandouna pareja calibrada de altímetros (modelo #FA 112, Wallace &Tiernan, Belleville, N.J.).9 Las elevaciones de las terrazas represen-tan alturas por encima de la cama actual del río, ya que en losmapas de Cartografía Nacional no tenían ubicadas las cotas deelevación, ni tampoco pudimos ubicar los mojones sobre el terre-no. Las medidas se tomaron en puntos seleccionados a lo largo de

9En 1984 el instrumento Global Positioning System (GPS) aún no era accesible al

mercado civil en los EE. UU., por lo cual se utilizaron métodos que hoy parecen anti-

cuados. Sin embargo, no por eso los resultados son menos precisos. Lo único que

lamentamos es que nos tomó aproximadamente tres semanas lo que con un GPS (y su

‘decoder’) hubiera tomado unos 3 ó 4 días máxime en realizar.

Page 160: maguare17.pdf

#�$

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

����������4 �$������������������ ����� ������������������$�������� ��*�������..�����&���8������ �$��0� ���� ��E��&�����C������$������J ����������0 �+��0��� ��������� ��(������8��-�����������$������� �<��1�@����/� ���8��+�����$�������0 �8�� ��

����������48������������$ �������������0� ������ ��E��&��������4 �1�&���A������ ����� �����%�0���� ���������������0���������������������������(��������8���������� ������4 �<��3 �:�����������$����������������������������������������$ �����

Page 161: maguare17.pdf

#�#

���%�&'�������������

la cama de los ríos Pedregal y Tupure. Los niveles de las bases delas camas de los ríos Pedregal-Tupure se obtuvieron de los perfilesde las barrancas derivados de los mapas topográficos. Dado a quelas gradientes de ambos ríos son empinadas, hubo que hacer co-rrecciones a las elevaciones que estaban considerablemente másarriba o abajo de los hitos base en la cama de los ríos. Los hitos, oestaciones de elevación, se midieron en más de una ocasión y endiferentes horas del día, y en días diferentes, tomando general-mente el promedio como la medida de más confianza. Las elevacio-nes fueron registradas en papel milimetrado y se hicieron las co-rrecciones de la variación diaria en la presión atmosférica y de loscambios de gradiente del río.

Dados los efectos de levantamientos tectónicos locales e incli-nación de las superficies, la correlación de terrazas debe ser avaladapor otras evidencias independientes de la elevación. El estudio delos suelos puede proveer los datos de apoyo complementarios. Untotal de 14 sondeos para muestras de suelos (abreviado SSP-1 áSSP-14 [soil sample pit]) fueron excavados en diferentes terrazas,en localidades apropiadas para proveer tales datos adicionales (fi-gura 44). Un total de 189 muestras de suelos de aproximadamente1.0 Kg cada una, tomadas a intervalos de 10 cm de profundidad,fueron obtenidas de los 14 pozos. Las muestras se enviaron al De-partamento de Geografía de la Universidad de Illinois, donde fue-ron sujetas a ‘análisis de tamaño de partículas’ (Particle Size Analysis[PSA]), de CaCO

3 así como de contenido de hierro (Fe), utilizando

los métodos estándar de Holmgren y del United States Departmentof Agriculture (USDA). (El análisis PSA fue llevado a cabo por R.Schaetzel; ver Cuadro 1 y Apéndice 1.)

La ubicación y selección de material adecuado para fechar porel método C14 fue un componente crítico del trabajo de campo. Die-ciséis muestras de carbón y de carbonatos de suelos (fraccionesorgánicas e inorgánicas) fueron recolectados de los sedimentos delos tres complejos de terrazas (Cuadro 2). Las muestras se recogie-ron con un palustre limpio e inmediatamente colocadas en sobresde papel de aluminio y dentro de bolsas de polietileno y selladas.Dado al clima seco, no hubo necesidad de deshidratar las mues-tras colectadas. Las muestras de C14 se procesaron bajo la direc-

Page 162: maguare17.pdf

#�%

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

ción del Dr. D. Coleman en el laboratorio de isótopos del IllinoisState Geological Survey (ISGS). Además dos muestras para fecharpor termoluminiscencia (TL) fueron sometidas por Cruxent y pro-cesadas por el Dr. J. E. Vaz en el Instituto Venezolano de Investiga-ciones Científicas (IVIC), en Caracas. Los resultados e interpreta-ción de estas fechas se discutirán más adelante.

� 7�D� �9 ��� ��� �� ��9����8 ������ ����6� ���Los datos obtenidos de las mediciones de elevación en los ríos

Pedregal y Tupure nos permiten llegar a las siguientes conclusio-nes: (1) La superficie de la Terraza II en el lado oriental (Terraza II‘E’ o East) del valle del Río Pedregal está inclinada (figuras 34 y 39);(2) su contraparte en el lado occidental (Terraza II ‘W’ o West) delvalle muestra una separación menor en dos superficies o dos nive-les (Terrazas II y IIA) cerca de la confluencia del Río Tupure-Pedre-gal (figuras 34, 39 y 46); (3) la superficie aluvial más baja, la Terra-za I, localizada entre El Cardonal y San José Leal en el lado este delvalle, se separa verticalmente en tres subniveles, es decir TerrazasI, IA y IB (figuras 34, 39 y 40a-b). La foto en la figura 42 muestra elpunto aproximado de la confluencia entre la Terraza I y IA, y quecorresponde a un segmento del perfil ilustrado en la figura 45; (4)los gráficos de las figuras 34 y 35 demuestran que el lado orientaldel valle del Río Pedregal sufrió los efectos de una mayor actividadtectónica de levantamiento de las terrazas que en el lado occiden-

����������)��0� �����������0������ ����������������,������ �-��6/����9���1��?�-���/��� � ����������� �'(��)������ %���&������ �����8� ���.���.3���� ���������

Page 163: maguare17.pdf

#�-

���%�&'�������������

tal. Esta evidencia sugiere que las correlaciones a lo largo y anchode la Cuenca El Jobo basadas exclusivamente en las diferentes ele-vaciones de las superficies de terrazas fluviales son cuestionables.

7�3� ��F� � �� �� ���� �� 8������ ���9 ����� �� ���� ���A��Evidentemente las diferencias en elevación entre las terrazas

no es suficiente como para determinar la contemporaneidad entreéstas ni tampoco su secuencia cronológica. Por lo tanto, se recolec-taron un total de 189 muestras de sedimentos repartidas entre 14sondeos de prueba (ver figura 39). En cada terraza el sedimentomadre/matriz es aluvial y tanto la topografía como la vegetaciónson similares. Además dado que los sondeos (figura 39: ‘SSP-#’)están muy cercanos unos a otros, podemos asumir que los efectosa largo plazo del clima (o cambios de clima) en la inmediación decada sondeo debió ser muy similar. Los perfiles de las excavacionesde sondeo en los pares de terrazas que comparten estas variables(sedimento madre, clima, vegetación, etc.) sugiere que no solamen-te deben de exhibir grados similares de desarrollo de sus suelos,pero además deben de ser contemporáneos.

El relativo grado de desarrollo del suelo es un indicador muyútil para estimar, a grosso modo, la edad relativa de las terrazas,particularmente en el contexto de actividad tectónica local. Paralos propósitos del estudio de suelos es apropiado considerar el aná-lisis de la proporción de partículas (análisis PSA) de limo, arena yarcilla así como del contenido de hierro (Fe), de carbonatos cálcicos(CaCO

3) y análisis selectos de difracción de Rayos-X (Apéndice 1).10

En particular, los datos de PSA (en especial el componente de arci-lla) han aportado suficiente evidencia en apoyo de la secuencia deterrazas presentada en las figuras 39 y 40a-b.

10Tras la inesperada muerte del Dr. Alexander, el componente de análisis de difracción

de Rayos-X no se llevó a término, con excepción del estudio de las muestras de rocas

ya discutido. A pesar de esta deficiencia para este estudio, mencionamos lo importan-

te del uso de esta técnica de análisis para futuros estudios que enfrentan similares

problemas a los que examinamos aquí. Por otro lado, como se verá, los análisis de

PSA, Fe y carbonatos cálcicos son suficientes para establecer a macro-escala la con-

temporaneidad (o ausencia de) entre pares de terrazas fluviales.

Page 164: maguare17.pdf

#�+

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

Los suelos de las terrazas fluviales en El Pedregal incluyen am-bos, depósitos de arcilla aluvial (arcillas expansibles) y arcillapedogenética. Esta última, en contraste a las arcillas depositadaspor los ríos, se originan por medio de la erosión (weathering) delsuelo de Horizonte A. (La nomenclatura de horizontes de suelos [A,B, B2, C, etc.] sigue el estándar establecido por el United States SoilConservation Service.) En general, contra más tiempo ha pasado ymayor erosión ha tenido lugar, habrá un mayor desarrollo de laarcilla pedogenética; ésta se acumula a través del tiempo. Comoregla general, contra más viejas sean las terrazas fluviales másdesarrollados serán los perfiles de sus suelos.

En estas latitudes, es de esperarse que los suelos de las terra-zas más jóvenes exhibirán suelos relativamente homogéneos conrespecto al tamaño de las partículas (PSA) y con muy poca, o nin-guna acumulación de arcilla pedogenética en el Horizonte B. Lacoloración roja/escarlata pedogenética (es decir, el contenido deFe) en suelos jóvenes debería ser incipiente y sus valores de croma/tono (usando el estándar del Munsell Soil Color Chart) deben igual-mente ser bajos.

En contraste, las terrazas de mayor antigüedad habrán de te-ner una distribución de tamaños de partículas de suelos muchomás heterogénea, mientras que la acumulación de arcillapedogenética debería ser significativamente mucho más alta cuan-do se compara con las de las terrazas jóvenes. Contra más antigüoes el suelo de la terraza, mejor desarrollados y más prominentesserán los horizontes de caliche B y B2 (suelos ‘pedocal’ [Leopold etal. 1995:117]), ya que ambos en parte se originan por causa de

����������)��0� ���� ����������B����24������� ��E��&�����C�������� ��*�������..��,��$��������� �����������

Page 165: maguare17.pdf

#�)

���%�&'�������������

reacciones químicas entre el Horizonte A y la pizarra/lutita (Hori-zonte C) subyacente, vía precipitación. En general, contra más pro-minente es el horizonte de caliche (B, B2), más antigüa es la terra-za. También es de esperarse que el perfil de los suelos de las terrazasmás viejas exhibirán una coloración roja/escarlata en el HorizonteB, mucho más que en el caso de terrazas más jóvenes. Este fenó-meno se describe como ‘rojo pedogenético’ (en Inglés, ‘pedogeneticredness’). Sin embargo, hay excepciones en el desarrollo del rojo

����������)��0� ���6������������ �����������99)2����G5�������H���� ��*������

Page 166: maguare17.pdf

#��

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

pedogenético entre terrazas supuestamente contemporáneas. Conbase en nuestros datos de campo, notamos que los suelos marrónrojizos (por su contenido de óxidos de hierro) son mucho más cons-picuos cuando están asociados con áreas de concentraciones(patches) de gravas y rocas cuarcíticas. De hecho, muchas de lasrocas/gravas naturales y de los artefactos líticos han adquiridouna patina escarlata. En cambio, los suelos desarrollados en áreassin rocas de cuarcita asociadas son de tonalidad mucho más páli-da. Por ahora, desconocemos las razones de esta variación de to-

�������� �)��0� ���6����������� ��������99)2�%��������,������ %�*�������.

Page 167: maguare17.pdf

#�

���%�&'�������������

��������!�)��0� ���6����������� ��������99)2�%�*�������..%����,������

nalidad del rojo pedogenético para terrazas de edad contemporá-nea, pero sí existe esta asociación con gravas cuarcíticas que es,aparentemente causal, además del hecho que es mucho más fre-cuente en las terrazas antigüas (IB, II y III) que las más recientes(I, IA).

Los suelos del sondeo SSP-1, del corte en la barranca (bluff)(ambos Terraza I), y el sondeo SSP-5 (Terraza I) ubicado a 1.5 Kmde distancia de la barranca (figura 39), indica que los perfiles estánpoco desarrollados (figuras 45, 47 y 48). En los casos SSP 1 y SSP-

Page 168: maguare17.pdf

#�!

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

5, la proporción de arcilla (expresada en porciento [%]) es relativa-mente homogénea en su distribución a lo largo del perfil (Apéndice1). El promedio de la proporción de partículas de arcilla (>2mm)sumando todos los niveles del SSP-1 es de 26.72%, comparado conel promedio de 25.94% obtenido para el sondeo SSP-5 (Cuadro 1).En ambos, como es de esperarse, las partículas de limo predomi-nan en sus perfiles (45% en SSP-1 y 70% en SSP-5).

El promedio combinado de arcilla de ambos sondeos, SSP-1 ySSP-5, es 26.45%, variando entre 25.25% y 29.08% de arcilla en elHorizonte B (figuras 47 y 48). El caliche del Horizonte B está mejordesarrollado en el sondeo SSP-5 (CaCO

3 = 5.3%) que en el SSP-1

(CaCO3 = 2.45%). Estos datos por sí solos apoyan la idea que el

desarrollo del perfil SSP-1, próximo del río actual, comparado conSSP-5 ubicado a 1.5 Km más al este, involucra diferencias de tiem-po. Esto queda confirmado mediante las fechas de radiocarbón másrecientes obtenidas en el corte de la barranca (cal. 1420-1060 añosA.P.) y SSP-1 (cal. 3640-3380 años A.P.; Cuadro 2, figura 47) encontraste a las obtenidas en el sondeo SSP-5 (cal. 6710-6390 añosA.P.; Figura 48). Estas fechas concuerdan con el relativamente mejordesarrollo del perfil de suelo del sondeo SSP-5 (más viejo).

El perfil de suelo del sondeo SSP-3 (figura 49), localizado en elsector de Las Casitas, Terraza II ‘W’ (oeste), es algo divergente encomparación con los de otros perfiles obtenidos en otras localida-des de la Terrazas II (figura 39: SSP-6, -4, -10, -11, -14; ver Apén-dice 2).11 Tiene una proporción de partículas de arcilla algo menorde lo esperado, con promedios de 28.59% y de 37.52% en los Hori-zontes de caliche (figura 49). Así y todo, estos horizontes de caliche(friable y erosionados, con abundante yeso) son prominentes y me-jor desarrollados que los de las Terrazas I, IA y IB (ver figura 52;

11Originalmente (figura 39) los sondeos SSP-8 y SSP-9 se estimaron ser correspondien-

tes a terrazas huérfanas. Los perfiles de suelos y resultados de los análisis de PSA

sugieren tentativamente que éstas son relativamente contemporáneos con el complejo

de Terrazas II y ciertamente deben ubicarse cronológicamente como posteriores al com-plejo de Terrazas I. Sin embargo existe la posibilidad que una u otra, o ambas, repre-

senten fases tempranas de la formación del complejo de terrazas III. Para esta discu-sión excluimos de los cálculos del Cuadro 1 los datos referentes a estas dos terrazas.

Los datos los presentamos en los Apéndices 1 (por sondeo) y 2 (por terraza).

Page 169: maguare17.pdf

#�"

���%�&'�������������

Apéndice 1: SSP-1, -5, -7, -12). La proporción de CaCO3 de la capa

de caliche (Horizontes B) del sondeo SSP-3 (y otros de la Terraza II)es significativamente mayor que en los sondeos SSP-1 y SSP-5 dela Terraza I, aunque tiende a decrecer la proporción en la capa decaliche erosionado (weathered lime). Por otro lado la ubicuidad deFe (libre de carbonatos) registra 75.5 ppm (partes por millón) y95.5 ppm en el Horizonte A y, además, muestra una migraciónvertical de Fe hacia los Horizontes B y B2 (caliche), donde se obser-

��������"�)��0� ���6����������� �9������99)2�%�*�������...%�4 �1�&�

Page 170: maguare17.pdf

# $

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

va el esperado aumento de 108.4 ppm y 116.8 ppm, respectiva-mente (figura 49; Cuadro 1).

Los datos obtenidos en los demás sondeos dentro de la TerrazaII muestran que la proporción de arcilla cae dentro de los parámetrosesperados de mayor desarrollo pedogenético y —por ende— de ma-yor antigüedad para esta terraza (Cuadro 1 y Apéndice 1). Si com-binamos todos los datos PSA de todos los sondeos de la Terraza II,el componente de arcilla (>2mm) promedia 37.77%, lo cual es unincremento notable tanto del promedio global de la Terraza I (26.45%)como del subnivel IA (26.23%) y algo mayor que el promedio para elsubnivel IB (33.30% ) (figura 51; ver Cuadro 1).

El sondeo SSP-2 de la Terraza III (figuras 39 y 50), ubicado ensector de El Jobo, es un buen ejemplo de un perfil de suelo biendesarrollado, sugerente de una terraza de antigüedad aún mayorque las clasificadas en el complejo de Terrazas I y II. El Horizonte Ay los Horizontes B y B2 (caliche y caliche erosionado) muestranaltas proporciones de arcilla (>44%). Estos dos horizontes son pro-

����������>��0������ �)������������3��� ���$�����8� ���*�������

Page 171: maguare17.pdf

# #

���%�&'�������������

minentes, con perfiles bien desarrollados. El Horizonte A, cuandose preserva (como en el sondeo SSP-2), presenta un perfil de colorescarlata que permea hacia el Horizonte B (caliche), mientras quela frecuencia de CaCO

3 es el doble cuando se compara el Horizonte

A (6.40%) con el B (13.37%). Todos estos son indicios de mayorantigüedad de los suelos en la Terrazas III que en las Terrazas I á II(ver mapa figuras 39 y 40a-b).

Todos los datos discutidos en esta sección apoyan la hipótesisque se pueden separar claramente tres conjuntos de superficies flu-viales o terrazas de distintas edades con base en las diferencias en eldesarmo del perfil de los suelos en general y al desarrollo de la arcillapedogenética en particular. A pesar que, indudablemente, las terra-zas del lado occidental del valle han sido afectadas por movimientostectónicos, las diferencias entre los conjuntos de terrazas tambiénson cronológicas. Alan Bryan (1970) no estaba del todo correcto encategóricamente aseverar que era imposible establecer correlacionesde terrazas en contextos de tectonismo local en El Pedregal.

����������5�������� ��*�������..���� �0����� ��*�������.%�����������,��:����-��6/���9��&������-���/����$��������� ���������! ���A������ ����0�����������8������������������&�����������

Page 172: maguare17.pdf

# %

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

En el gráfico de la figura 51 hemos resumido (promediado) todala información del desarrollo de arcillas pedogenéticas de los son-deos SSP, la cual apoya la propuesta segregación temporal de lostres conjuntos de terrazas ilustrados en la figura 39. El gráfico pre-senta el promedio de la proporción de arcilla (>2mm) de todos lossondeos por nivel de profundidad y para cada complejo de terrazaspor separado (ver Cuadro 1). La distinción de las Terrazas I, y IA-B(figura 40b) en contraste a las Terrazas II y III queda bastante claraen la distribución porcentual de arcilla. La subdivisión de la TerrazaI en tres unidades distintivas también se observa —aunque menosclaramente— en el gráfico, pero la distinción está avalada por fechasabsolutas que van entre 1450±70 - 1290±70 años A.P. (Terraza I) y8800±140 - 7800±210 años A.P. máxime (Terraza IA). La Terraza 1B,sin dudas, se formó antes de los ~8800-7800 años A.P. (Cuadro 2).

Si los levantamientos tectónicos hubieran sido exclusivamenteel factor responsable para las diferencias observadas entre las se-paraciones de las superficies aluviales, entonces hubiéramos espe-rado encontrar un grado de desarrollo pedogenético igual o, en todocaso, muy similar entre los conjuntos de terrazas, irrespectivo de

������������������� ��0��@����������� �,�����*(��)��@������������� ��������&��2&����%����8����������������������������8�������$��������0 �8�� ��4�����������+��$ �����*�������.��-G������0��������H/

Page 173: maguare17.pdf

# -

���%�&'�������������

sus elevaciones absolutas. Claramente, éste no es el caso. El estu-dio de PSA (tamaño de partículas) sugiere que, para las terrazas encuestión, las diferencias de elevación reflejan tanto su antigüedadcomo de levantamientos tectónicos; ambos están involucrados en laconfiguración del paisaje aluvial que hoy observamos en la Cuenca deEl Jobo.

El estudio de los suelos, sin embargo, se limitó solamente a loscomplejos de Terrazas I, IA, IB, II (figura 52) y III (figuras 52, 54a-c,55 y 56). Existe otro complejo o complejos de terrazas de muchamayor antigüedad (figura 39) ubicados en algunos topes de cerros—tales como Tío Pacho (figura 53)— ubicados entre la Quebradade Las Casitas y la Quebrada Las Viejas, los cuales no hemos dife-renciado con base en análisis pedológicos. Estas viejas superficiesfluviales las hemos agrupado tentativamente en la figura 39 como‘Terraza IV -sin diferenciar’.

7�0� $��������:��� ;� ������� �� �� ���� ���A��Primero, unas notas sobre la presentación de fechas basadas

en el método C14. Aquellas fechas precedidas por el símbolo ‘~’ indi-can que ésta es una aproximación (aproximadamente ‘x’ años A.P.).Las precedidas de la abreviación ‘cal.’ indican que han sido calibra-das con las curvas dendrocronológicas presentadas por Stuiver yReimer en Radiocarbon (1993) Vol. 35:215-230. Las demás fechasexpresadas en ‘xxx ± xx’ años A.P. (Antes del Presente [1950]), hansido corregidas pero no calibradas. En ocasiones usamos la expre-sión ‘cal. ~[fecha] años A.P.’ con lo cual indicamos una aproxima-ción, pero basada en fechas calibradas. Para la calibración sola-mente utilizamos el Método B (2 sigma) y seleccionamos la quepresenta la mayor probabilidad en su curva de distribución. Nopresentamos los/el intercepto y preferimos solamente utilizar ellímite máximo y mínimo de la fecha a 2 sigma (hay un 0.954 decertidumbre que la fecha caiga dentro de ese límite) . El Cuadro 2presenta tanto la fecha en años radiocarbono A.P. como la calibra-ción. Fechas de radiocarbono (no marinas) superiores a ~20,000años A.P. no pueden ser calibradas.

De todos los complejos de terrazas fluviales identificados en laCuenca de El Jobo, solamente las más bajas, Terrazas I, IA, IB y II

Page 174: maguare17.pdf

# +

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

ocurren extensamente en los valles del Tupure y Pedregal (ver figu-ra 39). La Terraza III, se limita a unas pocas localidades. Aún amayor elevación se encuentran los depósitos fluviales sin diferen-ciar de gravas (figuras 39 y 53) depositadas por el río, cada uno delos cuales se encuentra a diferentes elevaciones sobre la base delrío (Figuras 34 y 35: ‘Terraza IV’). Como ya indicamos, no todos losniveles de elevación dentro de una superficie fluvial (v.gr., TerrazasI, IA y IB) son solamente el resultado de tectonismo local (levanta-mientos, inclinaciones y plegamientos), sino que también repre-sentan distintas fases temporales de su formación, como por ejem-plo sucede en la formación de complejo Terraza I (figuras 34 y 39).En contraste, los niveles de elevación diferentes de la Terraza II yIIA del valle del Río Tupure (figuras 35 y 39) muy probablementeconstituyen una misma superficie depositada en un mismo tiem-po, pero subsecuentemente sufriendo levantamiento e inclinacióndiferencial por causa del tectonismo local.

7�0�/� �8���G���� ���A��� ���� 9����� �B� ��� ;� �(El complejo de Terrazas I, IA y IB abarcan la mayor superficie

(área) de todas las terrazas identificadas a lo largo del río El Pedre-gal. Localmente se determinaron tres niveles de elevación (inclina-ción hacia el norte, levantamiento hacia el sur) en el lado este. Enel lado occidental la superficie de la Terraza I se extiende ininte-rrumpidamente, mientras que en el lado oriental se extiende hastacasi alcanzar el extinto caserío de El Cardonal (figura 39, 4a y 40b)con una elevación de 3.5 á 4.0 metros cerca del Río Pedregal. Des-de este punto hacia el sur, hasta el sector de San José Leal, lasuperficie gradualmente incrementa en elevación hasta alcanzar 2á 3 metros por encima del nivel Terraza I, separándose en dos nive-les, IA y IB. Este punto de levantamiento y separación vertical setorna visible cerca de El Cardonal (ver figuras 39 y 42). En amboslados del Río Pedregal, las superficies de la Terraza I son relativa-mente llanas y suavemente se inclinan hacia el norte, río abajo.Cerca del río, en el lado este, se observan canales de meandrosabandonados y pequeños ‘bancos’ o plataformas arqueadas (arcuatebenches) de 1.5 á 2.0 metros bajo la superficie del terreno circun-dante. Estos están mejor desarrollados al este de Curaidal y norte

Page 175: maguare17.pdf

# )

���%�&'�������������

de El Cardonal (figura 39). Un transecto en dirección este-oeste deelevaciones tomadas al este del río y a 1.5 Km de Curiadal mues-tran que a dos kilómetros de distancia de la barranca actual laTerraza I se encuentra entre 4.0 y 5.0 m sobre la cama del río. Máshacia el este, la superficie de la terraza aumenta gradualmentehasta alcanzar entre 6m y 7m por encima de la cama del río.

Las fechas C14 (Cuadro 2) indican que la Terraza I essubstancialmente más joven en el actual barranco (figura 47: per-files derecho e izquierdo) que a 1.5 Km más al este, cerca de Curaidal(figura 48). Cinco fechas de carbón varían entre ~3300 ± 70 y ~1290± 70 años A.P. La fecha más vieja (~3300 años A.P. [cal. 3640-3380años A.P.]) proveniente del sondeo SSP-1 cerca de la barranca noes consistente con las obtenidas del corte de la barranca (Cuadro2), siendo dos veces más antigua y, sin embargo, obtenida del nivelmás superficial (Figura 47). Las razones de esto no son claras, peroespeculamos que el carbón pertenecía a depósitos más viejos queluego se redepositaron en la superficie de la vega inundable.

Las cuatro fechas restantes (del perfil de la barranca) son con-sistentes e incrementan ligeramente en edad contra mayor la pro-fundidad. Una regresión linear se calculó para establecer la rela-ción entre las cuatro fechas (sin calibrar) y su profundidad. El F-testdemuestra que esta relación es válida a un 0.92 de confianza. Másaún, el análisis sugiere que la deposición de sedimentos de ‘sobre-banco’ (overbank deposit) ocurrió en una tasa promedio de 75 cm/año, y que este proceso de sedimentación concluyó aproximada-mente ~1300-1100 años A. P. (~650-850 d.C.). Es útil, sin embar-go, calibrar este conjunto de fechas: a 2 sigma ( 0.954) las cuatrofechas se solapan considerablemente (ver Cuadro 2) y su promediocalibrado (?=) es entre cal. 1420-1060 años A.P. Con o sin calibrares evidente que la sedimentación cesó esta barranca del Pedregalno más tarde de cal. ~1060 años A.P.

Aún dentro de la Terraza I, dos fechas consistentes adiciona-les, 5740 ±70 y 5680 ± 70 años A.P. se obtuvieron de una mismomadero carbonizado ubicado a lo largo de la barranca, una cárcavamuy cerca del sondeo SSP-5 (ubicado también en la misma cárca-va), correspondiente a la profundidad de 150 cm (ver figura 48).Las dos muestras calibradas a 2 sigma arrojan cal. 6710-6400 y

Page 176: maguare17.pdf

# �

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

cal. 6640-6390 años A.P., presentando casi una perfecta concor-dancia (Cuadro 2). La suma (?) promedio de ambas muestras escal. 6670-6390 años A.P. El madero se encontró en suelo aluvialque mostraba señales de suelos quemados —manchas rojas alre-dedor del madero carbonizado, mezclado con manchas negras agrises.

La fecha promedio de cal. 6670-6390 años A.P. (en adelanteredondeada cal ~6700-6400 años A.P.), combinadas con las ante-riores, indican que la Terraza I tiene una cronología transgresiva(‘time transgressive’), es decir, que tomó algo más de 5300 años enformarse la superficie. Esto quiere decir que la fase de migración yerosión lateral del río tomó unos 5300 años antes de comenzar unanueva y final fase de atrincheramiento e incisión vertical que co-menzó después de cal. 1420-1060 años A.P. Dicho de otro modo,hace un mínimo de cal. 6400 años A.P. que el Río Pedregal se ubi-caba más o menos a 1.5 Km al este de la margen derecha de laactual barranca (figura 39).

A la vez, podemos inferir que en la Terraza I los materiales ar-queológicos han de ser, sin dudas, posteriores a cal. 6700-6400 añosA.P. (~4750 a.C.). Los talleres ubicados en el sitio de Potrerito Viejo(cerca de Curaidal), incluyendo el de lascado burdo de la figura 34,por inferencia, pertenecen al período arcaico/pre-cerámico de la re-gión. Ninguno de los talleres investigados en 1984-85, incluyendolos artefactos dispersos, en la Terraza I arrojaron evidencias de pun-tas de proyectil, pero suponemos que si las hubo debieron incluirtipos derivados de, o similares a, las puntas tipo Las Casitas (verfiguras 11 á 14). Proyectiles de tipo El Jobo, tampoco se encontraronen la Terraza I en 1984-85. Esto también implica que es posible,incluso probable, que algunos o muchos de los talleres en terrazas ylocalidades de mayor elevación y antigüedad podrían haber sido pro-ducidos por grupos del período arcaico o precrámico de Falcón, puestodos estos otros paisajes (Terrazas IB, II a IV) ya estaban habilita-dos para el tránsito y ocupación humana.

Antes del movimiento lateral ribereño responsable por la for-mación de la Terraza I, ya existían los niveles de Terrazas IA y IB.La superficie del nivel IA tiene una mayor pendiente o gradienteque el nivel I (ver figuras 34 y 40b). El nivel IA se inclina desde una

Page 177: maguare17.pdf

#

���%�&'�������������

elevación de 8.0 m a la altura de San José declinando hasta 5.0 mcuando se une a la Terraza I (figuras 42 y 45). En la vecindad endonde se juntan las dos superficies, el color del suelo del depósito de‘sobre-banco’ del nivel IA es marrón rojizo oscuro (Munsell 5YR 3/4;figura 42), claramente se distingue del sedimento marrón oscuro(Munsell 10YR 6/4) del nivel I. Los perfiles expuestos en la barrancamuestran canales o cárcavas de erosión sobre los sedimentos rojizosde ‘sobre-banco’ (overbank) del nivel I, que a su vez fueron rellena-dos y cubiertos por los suelos marrón oscuro del nivel I. En contras-te al contacto irregular entre los depósitos, esta transición topográficaes suave y gradual aún cuando queda parcialmente oscurecida porla actividad de arroyos y cárcavas recientes.

La evidencia estratigráfica demuestra que el nivel IA es másantigüo que el nivel I, y está avalada por las fechas de carbón (ISGS-1441) y de la fracción orgánica de sedimentos (ISGS-1439) obteni-dos casi al fondo (145 cm BS) del sondeo SSP-7 (Cuadro 2), cercade San José Leal (figura 39). La muestra ISGS-1441 de carbónarrojó una fecha de 8800 ± 140 años A.P. (cal. 10,000-9,500 añosA.P.). La muestra ISGS-1439 (sedimento/caliche) fechó 7810 ± 210años A.P. (cal. 9060-8140 años A.P.) es quizá menos confiable, puesno se le hizo una fecha de la fracción inorgánica (Consultar Frey etal. [1974] y Birkeland [1984: 150] para una discusión de los pro-blemas de fechas caliche/carbonatos.) Por el momento aceptare-mos cautelosamente la fecha de cal. 10,000-9500 años A.P. para laTerraza IB. Esta fecha, probablemente, refleja la fase más tardía ofinal en el proceso de la formación de la terraza, pues el sondeoSSP-7 se encuentra en la margen más próxima a la Terraza I, a laaltura de San José Leal (ver figura 39). Existe un lapso de unos~3300-3100 años entre la fecha de la Terraza IA (sondeo SSP-7) yla fecha más vieja del margen oriental de la Terraza I, de cal. 6700-6400 años A.P. (sondeo SSP-5). Es posible que este lapso se deba aque aún hacen falta más muestras para fechar, pero también po-dría indicar un intervalo de ~3,300 años de estabilidad del río an-tes de comenzar a migrar lateralmente hacia el oeste.

Las fechas hasta ahora discutidas, nos permiten con cierto gradode confianza concluir que: (1) La Terraza IA es de una edad mínimade cal ~10,000-9500 años A.P.; (2) a partir de esa fecha, y quizá

Page 178: maguare17.pdf

# !

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

después de un intervalo de equilibrio dinámico de unos ~3,300-3100 años de duración, el Río Pedregal renovó su migración lateralhacia el oeste de la Terraza en forma gradual (de cronologíatransgresiva), alcanzando la zona de Curaidal hacia ~cal. 6700-6400 años A.P.; (3) el proceso de migración lateral continuó hastacal. 1420-1060 años A.P., alcanzando su última posición en la ac-tual margen occidental de la Terraza I, que forma una barrancasobre el Río Pedregal; (4) finalmente, a partir de esa fecha el ríocomenzó una nueva fase de atrincheramiento y de formación de unnueva vega de inundación, proceso que aun continúa hoy día (conla ayuda de la represa de El Camare). La deposición de sedimentosde ‘sobre-banco’ (‘overbank’) en la Terraza I, en efecto, concluyóentre cal. 1420-1060 años A.P. En resumidas cuentas, la separa-ción entre el nivel I y IA refleja transgresión cronológica y no sólo elmero resultado de un levantamiento o inclinación (tilting) tectónico,como otros arqueólogos habían especulado (por ejemplo, José LuisLorenzo, en comunicación personal, 1989).

En conclusión proponemos que las Terraza I se formó a partirde cal. 6670-6390 años A.P. mínimo, y probablemente cerca de cal.~10,000 años A.P. hacia el borde con la Terraza IA. Es decir, crono-lógicamente la porción más baja (nivel I) del paisaje fluvial de laCuenca de El Jobo cubre el Holoceno, coincidiendo con el inicio dela fase cálida de Miranda (ver figura 37) en los Andes (Mérida) y conla fase de mayor precipitación en la Cuenca del Lago de Valencia ycontinuando hasta cal. 1420-1060 años A.P.

Un grave déficit en la información es que el único sondeoexcavado en la Terraza IB (SSP-12) no arrojó muestras de carbónque pudieran ser fechadas, ni tampoco hubo suficiente materialorgánico en los sedimentos para procesar fechas de radiocarbono.Esto significa que no se puede determinar cuándo se inició el pro-ceso de formación del nivel más alto (IB) del complejo de terrazas I.Sabemos que este proceso debió ser anterior a ~10,000 años A.P.

Asumiendo uniformidad se podría especular que si la Terra-za I (desde la inmediación del sondeo SSP-5 hasta SSP-1) tomó~5700 años (6700 menos 1060 años A.P. = 5640), entonces laformación de la Terraza IA debió tomar un lapso de tiempo simi-lar. Si la fecha de cal. 10,000-9,500 años A.P. marca el final del

Page 179: maguare17.pdf

# "

���%�&'�������������

proceso de formación de la terraza IA, entonces su inicio deberíaser cerca de ~15,700 años A.P. (~10,000 años A.P. + el intervaloasumido de 5700 años). Sin embargo, es poco probable que sepueda asumir tal uniformidad.

Estos cálculos, desde luego, tienden a refutar el estimado al-tamente conservador de 10,000 años que Petzal y Cruxent calcu-laron para Zanjón Malo (la “terraza intermedia-El Jobo” de Cruxent;ver figura 3), la cual corresponde a nuestra Terraza III (ver Figura39). Cruxent y Petzal especularon que las terrazas bajas relacio-nadas al complejo lítico Las Casitas (en el sector Las Casitas) de-bía ya fechar dentro del Holoceno. Es evidente ahora que la se-cuencia temporal de la formación de terrazas en esta cuencainvolucra mucho más tiempo del que Cruxent había calculado.Las superficies aluviales que aquí denominamos IB, II y III yaestaban accesibles tanto a los grupos paleoamericanos joboidescomo a los precerámicos o arcaicos (tales como el complejo “TuboNegro”). Las fechas de Taima-taima y Muaco, aún las que se acer-can a los controversiales ~16,000-14,000 años A.P., correspon-den con el período de formación de la Terraza IA. Las fechas acep-tadas (ver sección 1.4) para el estrato Unidad I inferior deTaima-taima (~13,200 y 12,600 años A.P.) asociadas a las puntastipo El Jobo también corresponden con la formación de la TerrazaIA en El Pedregal.

Lo interesante es que en los alrededores del caserío extinto deCuraidal, en el viejo hato de Potrerito Viejo, ubicamos una serie detalleres circulares (1.5 m diámetro promedio; ver figura 4) tanto delascado de desecho fino como burdo, en adición a varias áreas deartefactos y materiales líticos dispersos (por erosión laminar). (Noencontramos ninguna punta de proyectil en 1984-85.) Es más queprobable que estos talleres aflorados —que conservan su configu-ración prácticamente intacta— no sean mucho más antigüos quela fecha de cal. 6700-6400 años A.P. (Cuadro 2) obtenida para laTerraza I (sondeo SSP-5), y sin dudas han de ser más recientes quela fecha de ~10,000-9500 años A.P. obtenida para la fase final de laTerraza IA. Por lo tanto, el grupo que transitaba en esta superficieno era contemporáneo con los cazadores (El Jobo) de Taima-taimao Muaco. Eran ya gente precerámica del Holoceno.

Page 180: maguare17.pdf

#!$

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

7�0�7� ��� ���A�� ��La Terraza II es también compleja dado a la combinación de los

factores de erosión, la naturaleza de las formaciones geológicas ylos efectos de tectonismo, todos los cuales influyen su distribuciónen el espacio y sus características. Las terrazas están ubicadashacia la parte sur de la Cuenca de El Jobo (figura 39), en donde lainclinación de las terrazas indican mayor actividad de levantamien-to, particularmente en el lado oriental de la cuenca. Hacia el oeste,cerca del Cerro La Meseta (figuras 29 y 39), la superficie aluvial sebifurca suavemente formando dos niveles de poca separación (II yIIA). Esta evidencia de un incremento local de movimiento de lacorteza (‘crustal movement’), junto con el del lado oriental del valle,sugiere que el incremento del levantamiento hacia el sur de la cuencapreservó la Terraza II en esta área de su destrucción subsecuente asu formación por la migración lateral del río.

Inmediatamente al sur y al este de La Meseta y en el lado orien-tal de la cuenca, los materiales de superficie de la Terraza II consis-ten de depósitos de ‘sobre-banco’ y de una capa de grava cuarcíticade 1.0-2.0 m de espesor. En estas áreas la vegetación es un mato-rral espinoso, incluyendo densas áreas de ‘maya’ (Bromelia lasiantha)y algunos árboles tales como el sibucaro (B. carabobensis). Los sue-los de superficie de la terraza II adyacentes a la falda sudeste de LaMeseta son marrón rojizo (figura 52). En 1989 el Dr. Johnson de-tectó evidencia de actividad macrobiótica (‘hormigas rojas’ ytermitas). La presencia de estos organismos ya deben alertarnos ala posibilidad de bioturbación y sus efectos en la integridad de loscontextos culturales en esa zona (Johnson 1989).

Entre los Cerros La Meseta y Tío Pacho, cerca del borde con laTerraza I, las quebradas Las Casitas y Honda han expuesto unperfil de más de 2.0 metros de depósitos de gravas y rocas hacia labase cubiertas por una capa de 3.0 á 5.0 m de depósitos de ‘sobre-banco’(overbank deposits; figuras 44 y 46). Donde los suelos nohan sido destruidos por erosión reciente, éstos tienden a ser delcolor marrón pálido (Munsell 7.5YR 6/4) y muestra un prominentehorizonte de caliche. Al oeste del borde entre las Terrazas I y II losdepósitos fluviales (Horizonte A) gradualmente se adelgazan hastadesaparecer (ver figura 46). Los sedimentos fluviales (Horizonte A)

Page 181: maguare17.pdf

#!#

���%�&'�������������

son reemplazados en la superficie por un estrato de 30 á 40 cm decaliche que descansa directamente sobre pizarra/lutitaserosionadas y rica en carbonatos. El límite de los depósitos fluvia-les está claramente definido en la superficie de la terraza por unabrupto cambio en la vegetación, de un matorral espinoso con abun-dante Opuntia sp. a un matorral ralo habitado por cujíes o mesquites(P. juliflora) y dividives (C. coriaria; ver figura 46).

Peculiar a la Terraza II alrededor de Tío Pacho-La Meseta es lapresencia dispersa de rocas grandes e irregulares de cuarcita (has-ta ±100 cm diam.). Los perfiles expuestos en la Quebrada Hondademuestran que las capas de cuarcita normalmente delgadas enocasión se ensanchan localmente y es en donde esa capa gruesaintersecta con la superficie de la terraza que aparecen dichas ro-cas. Por lo tanto, las grandes rocas son con toda probabilidad deorigen local (no transportadas). Frecuentemente se observan ele-mentos tubulares que atraviesan los estratos y que quedan ex-puestos en la superficie erosionada de caliche de la terraza II (verfigura 46: identificado como ‘A’ en el perfil). Estos elementostubulares son concreciones laminares de calcita, de coloraciónamarilla-limonita, que parte desde el Horizonte C de pizarra/lutita(ver figura 33).

Inmediatamente al norte de La Meseta hay una zona de rocaplana, defendida por una plataforma (figura 39: ‘rock bench’) for-mada por una cama horizontal y relativamente delgada (1 metro)de cuarcita que está poco cementada. Esta plataforma rocosa seencuentra entre 1.0 m y 2.0 m por encima de la superficie de laTerraza II. Muy posiblemente, ambas superficies debían coincidiren el mismo nivel antes que la erosión rebajó la superficies de lossedimentos (más blandos) de la terraza.

En general, la superficie de la Terraza II a lo largo del Río Pe-dregal, excepto donde ha sido incisa por quebradas, es bastanteplana y suavemente inclinada hacia el río. La única excepción seencuentra al lado este del río, cerca de San José Leal (figura 39:Terraza II erosionada). Aquí un amplia área de la terraza ha sidoseveramente erosionada. Incluso el segmento mejor preservado (verfigura 49c) presenta un marcado nivel de erosión. Los depósitosfluviales en la porción de alta erosión están ausentes y la superficie

Page 182: maguare17.pdf

#!%

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

consiste de crestas ‘subconcordantes’ (‘subaccordant’) que yacenalgo más abajo del nivel de la plataforma de la relativamente me-nos terraza II. La presencia de árboles muertos, tumbados y para-dos, con sus raíces expuestas, es un indicio que una gran parte deesa erosión es de origen reciente.

Una separación de niveles (II y IIA) también se observa en elvalle de el Río Tupure (figura 39). Las superficies de ambos puedentrazarse como un rasgo o elemento (feature) continuo desde la con-fluencia del Pedregal-Tupure. Sin embargo, una evidencia clara parael nivel IIA solo se extiende por 1.0 Km valle arriba antes de toparsecon las laderas del valle. Más allá de este punto se observan sola-mente pequeñas y ocasionales trazas de terraza que están a unnivel de ~2.0 metros por encima de la Terraza II. Estas están confi-nadas al lado norte del valle y por el momento las clasificamoscomo probables restos de Terrazas IIA.

La inclinación de las superficies de la Terraza IIA en los ladosoeste del Río Pedregal y al norte del Tupure sugiere que la localiza-ción de un foco menor de levantamiento tectónico se ubica justo alnorte y un poco al oeste de la confluencia de ambos ríos. Estacircunstancia explicaría por qué la Terraza II en el lado sur y cercade la boca del Tupure es más baja que su pareja al norte. Perosiguiendo valle (Tupure) arriba, dado al incremento de la gradientedel río, a 1.5 Km el nivel de elevación de la Terraza II del lado surcomienza a equipararse con la del lado norte. Desde ese puntohasta el límite del área de estudio (cerca del caserío Paso Caldera)los niveles de Terraza II a ambos lados del valle son similares (verfigura 35). En resumidas cuentas, todo esto indica que muy proba-blemente los diferentes niveles de Terrazas II (II y IIA) en el valle delRío Tupure representan una misma superficie fluvial (contemporá-nea). También nos inclinamos a pensar que las diferencias entrelos niveles II y IIA alrededor de La Meseta son una misma superfi-cie fluvial. Las comparaciones de los datos pedológicos no apoyanla idea que en este caso haya habido significativas diferencias en eldesarrollo de sus suelos.

Un total de cuatro fechas C14 y una de TL se obtuvieron de laTerraza II, en el sector de Las Casitas (figura 39: SSP-3; Cuadro 2).Todas provienen de una misma muestra de sedimentos del sondeo

Page 183: maguare17.pdf

#!-

���%�&'�������������

SSP-3 (10-25 cm BS) ya que no se pudo obtener ni una muestra decarbón o materia vegetal carbonizada. La fecha de la fracción CO

2

(carbonatos) arrojó (ISGS-1466) 10,460 ± 110 años A.P. (sin cali-brar) mientras que la fracción orgánica (ISGS-1466 ) es de edadmoderna. Una muestra de TL del mismo sedimento y nivel (10-25cm) arrojó una fecha de 11,200 ± 1300 años A.P. (Cuadro 2). Lasotras dos fechas de C14 se obtuvieron de una misma muestra desuelos del sondeo SSP-3 pero a mayor profundidad (65-75 cm BS).Una fecha (ISGS-1451) de la fracción CO

2 (carbonatos) arrojó

19,510±180 años A.P., pero la fracción orgánica resultó ser de7540±170 años A.P., lo cual es un indicio de contaminación. Am-bas debían haber fechado lo mismo.

Posteriormente nos percatamos que el sondeo SSP-3, estabaubicado relativamente cerca de un rancho de bahareque y de uncorral recientemente abandonados, por lo cual la fecha moderna esmuy probablemente el resultado del desecho de actividades do-mésticas y de los animales en cantidad suficiente como para elimi-nar cualquier ‘input’ de CO

2 presente en la muestra de edad mo-

derna (ver Birkeland 1984: 150-ss. y Frey et al 1974). Ese mismoorigen de contaminación puede haber influido en las fechas de otrastres muestras, haciéndolas más reciente. La fecha de TL tampocoinspiran confianza dado a que frecuentemente los resultados de TLvarían considerablemente (y a veces erráticamente, según el labo-ratorio) de fechas de carbón vegetal que pueden ser verificadas ycalibradas por medio de la dendrocronología.

Teniendo en cuenta que las Terrazas I y IA demuestran sercronológicamente transgresivas (‘time transgressive’), es de esperarque la Terraza II también lo sea, y haya tomado un largo período detiempo en formarse. Sin dudas ha de ser mucho más antigüa quelos 10,000-9500 años A.P. mínimos de la Terraza IA. Si aceptamos,nuestro estimado (por lo demás especulativo) que los dos nivelesinferiores de la Terraza I (niveles I y IA) tomaron unos ~15,700años en formarse, entonces es evidente que ni la fecha de (C14)10,460 ni la de (TL) de 11,200 años A.P. concuerdan. La únicafecha que parece concordar con el estimado de ~15,700 años A.P.(IA; indicando >15,700 para la IB) es la muestra ISGS-1451 al fon-do del sondeo, de 19,510±180 años A.P. (19,870-19,150 —2 sigma).

Page 184: maguare17.pdf

#!+

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

7�0�4� ��� ���A�� ���Al principio se pensó que la Terraza III en la sección de El Jobo

(ver figura 39) y las adyacentes Terrazas II a lo largo de la Quebra-da El Jobo y hacia el sector de Las Casitas representaban una solasuperficie de depósitos fluviales. Sin embargo, subsecuentes in-vestigaciones de campo revelaron la presencia de un incrementode >5.0 metros entre ambas que había quedado oscurecido en con-secuencia a la severa erosión. Las medidas de elevación demostra-ron que la Terraza III en El Jobo se encuentra entre 10 y 15 m porencima del nivel de la Terraza II (ver figura 34).

La Terraza III se distingue substancialmente de las terrazasvecinas de menor elevación en dos formas principales. Primero, sudistribución es asimétrica con respecto a los ríos Pedregal y Tupure.La máxima extensión se puede apreciar en el sector de drenaje dela Quebrada de El Jobo, con áreas menores a lo largo de la Quebra-da Paso del Jobo y del Río Tupure (ver figura 39). En otras partesde la cuenca, la Terraza III queda reducida a pequeñas áreasdiscontinuas. Segundo, la sección de El Jobo de la Terraza III es elresultado de la erosión y deposición aluvial acarreada por la Que-brada de El Jobo y no por el Río Pedregal o Tupure. El Río Pedregal,sin embargo, sirvió de nivel base para la Quebrada de El Jobo du-rante la formación de la Terraza III.

Hemos identificado cuatro tipos de evidencia para apoyar larelación de la Quebrada de El Jobo y el Río Pedregal. (1) Gradiente:por una gran parte de su existencia, la superficie de la Terraza III-El Jobo exhibió una pronunciada inclinación hacia el norte (varia-ble entre 3-5% gradiente), hacia la Quebrada de El Jobo, congradientes de menor inclinación hacia los drenajes tributarios; (2)Distribución de grava: las áreas de depósitos de gravas y barras(‘point bars’) fluviales que han sobrevivido la erosión subsecuente asu deposición son mucho más anchas y frecuentes a los bordes dela actual Quebrada El Jobo (figuras 55 y 56). (3) Geología: Estasáreas de gravas y rocas descansan disconformemente sobre depó-sitos de pizarra ricos en carbonatos los cuales presentaninterestratificaciones de capas delgadas de areniscas-cuarcíticas(ver figura 43); y, por último, (4) Tamaño de las gravas: las partícu-las que constituyen las zonas de gravas (ver figura 60: pozo C) no

Page 185: maguare17.pdf

#!)

���%�&'�������������

alcanzan las dimensiones de las de los depósitos relacionados alRío Pedregal. De hecho, las mediciones aleatorias de gravas de LaQuebrada de El Jobo indican que ambos conjuntos son práctica-mente idénticos a los de la Terraza III, todo lo cual demuestra ade-más que la Terraza III del sector El Jobo fue formada por la acciónde la Quebrada de El Jobo y no por la del Río Tupure, como había-mos pensado originalmente.

En este respecto la Quebrada de El Jobo no es un caso único.Quebradas tributarias pueden haber sido responsables por la for-mación de Terrazas III en por lo menos otros dos sectores. El seg-mento erosionado Terraza III en Las Veritas, a lo largo de la Quebra-da El Limoncillo (ver figura 39), está separado del valle del Río Tupurepor una serie de colinas de baja elevación (v.gr., Cerro Las Galletas).Dada esta localización, es evidente que esta sección de la Terraza III(Las Veritas) se formó mediante procesos relacionados a la Quebra-da El Limoncillo, y sólo indirectamente se relaciona al Río Tupure.El segundo ejemplo lo encontramos en el segmento de la Terraza IIIubicado cerca de la boca de la Quebrada Paso del Jobo (figura 39).En esta localidad una buena parte de la superficie fluvial está prote-gida o resguardada por una mesa o montaña que en realidad repre-senta el resto de una Terraza IV (‘sin diferenciar’). El perfil deltransecto NO-SO de la superficie de esta Terraza III es ligeramentecóncavo e inclinado hacia el noreste. Tanto la Quebrada de El Jobocomo el Río Pedregal son candidatos para la formación de la terraza.

Todos los segmentos de Terrazas III hasta ahora discutidos tie-nen un elemento en común: están protegidos o resguardados porlas faldas de las montañas, colinas y mesetas ubicadas al oeste ynorte de la Cuenca de El Jobo. Es muy probable que la proximidada las faldas de los montes es un factor primordial en la preserva-ción de estas terrazas. Por otro lado, son muy pocas y altamenteerosionadas las superficies de Terrazas III que han sobrevivido enla región de estudio. Y es en aquellos sectores en los cuales no hayla protección de colinas o montañas donde la mayoría de estasterrazas han sido destruidas por las subsecuentes actividades deerosión fluvial. La desigualdad en la distribución de colinas protec-toras es la causa por la cual la distribución de terrazas (III) esasimétrica, tanto en los valles del Río Pedregal como del Tupure.

Page 186: maguare17.pdf

#!�

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

Hacia el lado oriental del Río Pedregal solamente se han pre-servado remanentes de la Terraza III entre San José Leal y La Vuel-ta de Juan Rodríguez (ver Figura 39). Las gravas y rocas erosionadaspor acción fluvial solamente se han detectado en un pequeño sec-tor al norte de La Vuelta. Aunque las elevaciones de ambos seg-mentos de la Terraza III presentan elevaciones relativamente com-parables con las vecinas Terrazas II (sección de San José; ver figura35), esto es más aparente que real. La evidencia rescatada de lasTerrazas I a II sugiere que la inclinación máxima de la Terraza II nose extiende río arriba desde el sector de San José hacia La Vuelta.

Contamos con dos fechas de C14 y una de TL obtenidas del sondeoSSP-2 excavado en el sector El Jobo, en el sitio arqueológico Piedra deChispa (Cx-342) (ver Cuadro 2). El Dr. Vaz (comunicación personal12/febrero/87) procesó la fecha TL de una muestra de calicheerosionado, obteniendo una fecha de 12,800 ± 1500 años A.P. Las dosfechas de radiocarbono, su fracción orgánica e inorgánica, produjeronresultados equívocos de 7680 ± 80 y 4190 ± 130 años A.P. En vista delas fechas confiables obtenidas para las Terrazas I y IA, y consideran-do los comentarios de las edades posibles para las Terrazas IB y II,estas tres fechas pueden rechazarse. De nuevo recalcamos que la con-taminación de la fracción de carbonatos muy probablemente ocurriópor la adición de carbonatos más recientes durante la solución y re-precipitación de horizonte de caliche. Y, ademas, según Birkeland (1984:150), el “carbón como partículas abundantes en la atmósfera añadi-das al suelo pueden ser de cualquier edad” (“carbon in the atmospheric-rich dust added to the soil can be of any age”).

Si nuestros estimados previos para el inicio de Terraza IA es de>15,700 años A.P. y, en consecuencia, las Terrazas IB-II han de sermucho más antigüas (incluyendo la dudosa fecha ~19,150 añosA.P.), entonces la Terraza III ya supera la fecha más temprana acep-tada de la presencia humana en Falcón (~13,400 años A.P.). En lasección 2.10 examinaremos algunos de los resultados de las inves-tigaciones arqueológicas adelantadas en el sector de El Jobo.

7�0�<� ���� ���A��� �#� H� �� E���� � ILas superficies de origen fluvial de mayor elevación se les asig-

nó como Terraza IV ‘sin diferenciar’ (figura 39). Sin embargo, even-

Page 187: maguare17.pdf

#!

���%�&'�������������

tualmente éstas se podrán diferenciar en varias terrazas de distin-tos niveles y de geocronología diferente. Estas se encuentran des-parramadas sobre los topes de algunos de los cerros y mesas de lazona de estudio. Los perfiles de las fachadas dejan claro la natura-leza y origen fluvial de estos depósitos, tal como se observa en lafachada del Cerro Tío Pacho (figuras 28 y 53).

Sin embargo, no todas las superficies planas de los topes decerros son producto de depósitos fluviales. La serie de cerros (LosCerritos) bajos ubicados al lado este de Curaidal y otros al esteentre San José Leal y El Yabalito son de hecho depósitos de gravassin diferenciar y formaciones de cuesta sobrepuestas a una cama-da inclinada (‘tilted bed’) de cuarcita. Sobre el tope de uno de LosCerritos (sitio Eusebio Alvarado) Cruxent detectó en 1984 un am-plio yacimiento paleo-arqueológico con indudables artefactos líticos(ver figura 3a y 3f). El contexto arqueológico se caracteriza por lapresencia abundante, pero dispersa, de artefactos en la superficiede un ‘pavimento de desierto’ (‘desert pavement’), producto de unasevera erosión laminar que ha rebajado la superficie hasta dar conla camada resistente de roca cuarcítica. Las relaciones de estasformaciones con los paisajes fluviales aún están por determinar.Los artefactos en Los Cerritos carecen de un contexto estratigráfico,por lo cual por ahora no se pueden fechar.

En resumen, las terrazas fluviales (IV) de mayor elevación en lacuenca no fueron estudiadas en detalle. Son tan antigüas que yaestaban accesibles antes de la llegada de los primerospaleoamericanos. Si mal no recuerdo (Oliver), el Dr. Alexander co-mentó de forma informal que localidades como Tío Pacho debíanfácilmente sobrepasar los cien mil años, quizá de fechas tempra-nas del Pleistoceno y anteriores al Plio-Pleistoceno.

7�/C� ���� �����@���� �J����6: ���� �� ��� +��:��%>#$>#�;�������?������4��������������������1������������

Podemos determinar que los sitios de Peñasquito (Cx-1010) yLa Pelona (Cx-1009), visitados por nosotros en 1984-85 en la ve-cindad de El Camare (figura 54a y b), son formaciones de cuesta, yde desplazamiento de rocas falda abajo, resultado de plegamiento,inclinación y levantamiento tectónico local. Estos paisajes no fue-

Page 188: maguare17.pdf

#!!

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

����������-�/���$����$����0������� ����������4 �,�������&�����������$���& ��*�������..�-��@�?�0����%����� �8���������������/���8���������������6��� �������-&/�)��0� �8������ ������� ���$������G�H���G&H��-�/�������@������ ������������ ���� ���>�������� �������-�������/�4 �)�7��6�����-,:���"�"/�������� ������������,:2�"��%����,� ��������

Page 189: maguare17.pdf

#!"

���%�&'�������������

ron formados por acción fluvial. Sin dudas, esas “las terrazas al-tas” que Cruxent relacionaba al complejo cultural de El Camare,no se pueden fechar relativamente en términos de la secuencia deprocesos fluvio-geomorfológicos. Ahora bien, Cruxent, al hablar de“terrazas altas” se refería también a una serie de terrazas fluvialesen El Camare que desde 1976 han quedado bajo la represa. Lasterrazas, suponía Cruxent, eran de mayor elevación que las encon-tradas, por ejemplo, en el sector de los alrededores de La Vuelta deJuan Rodríguez. Desgraciadamente esto ya no se puede compro-bar en el campo, pues las “terrazas altas” están bajo la represa. Sinembargo, podemos aseverar que las terrazas en esa zona de mean-dro (figura 31) y bajo la represa de El Camare pertenecían a otracuenca hidráulica y unidad fluvio-geomorfológica distinta a la Cuen-ca de El Jobo. La elevación de las terrazas y los procesos de suformación no pueden correlacionarse con los discutidos para laCuenca de El Jobo. Cruxent, sin embargo, aparentemente, incluyóen ese complejo de “terrazas altas” junto con los sitios de la Fila deLa Guacoa y de los cerros que rodean a El Camare, tal como el sitioCerro de Fidel (sitio Cx-1157; ver figura 8). Y en esto Cruxent noestá en lo correcto.

Nuestras investigaciones arqueológicas en El Camare fueronlimitadas y muy informales, no solamente por la falta de tiempo yrecursos, sino que además el enfoque del proyecto era hacia lageocronología de terrazas aluviales. El Peñasquito (figuras 54a, 54by 6h) se ubica sobre una cresta (‘ridgetop’) al extremo más occiden-tal de la Fila La Guacoa (ver figura 54c) y cuyos materiales rocososde cuarcita se desparraman hacia la falda media-alta del lado sur.En la falda misma se ubicaron varios de los llamados choppers obifaces crudos y casi sobre la cresta se ubicaron dos áreas difusasde trabajo (lascado de desecho), que casi podrían llamarse ‘talle-res’. En general todo este sitio parece ser principalmente un áreade cantera para la extracción de materia prima.

Desde un punto de vista puramente morfo-tipológico los artefac-tos encontrados en 1985 no difieren de los miles de artefactos colec-tados por Cruxent desde 1956, hoy depositados en el Instituto Vene-zolano de Investigaciones Científicas (IVIC). Una inspecciónmacroscópica (ocular y lupa 10x) de los filos de los artefactos del

Page 190: maguare17.pdf

#"$

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

IVIC no permitió una distinción clara entre los supuestos bifacespara machacar (choppers) y las presuntas preformas. Un estudiomás detallado y microscópico de las señales de uso/desgaste en ma-terial de cuarcita será necesario. Nuestra impresión es que hay deambos, con los filos activos de los choppers mostrando mayores se-ñales de atrición y quiebres (ya viejos, protegidos por patina), mien-tras que en las preformas los filos de las muescas permanecen rela-tivamente agudos. Pero, de haber tabulado los cientos de choppers ybifaces (ver figuras 6-8) del IVIC, estamos casi seguros que la mayo-ría de los ejemplos caería en medio de estos dos extremos. El segun-do dato de interés es que en toda la Fila de La Guacoa, solamente unfragmento aislado de punta de proyectil (El Jobo) ha sido informadohasta 1985. Al menos este dato sí concuerda con la ausencia detalleres bien definidos de lascado fino (en donde haya evidencias deretoques a presión, núcleos preparados tipo levalloisiense, etc. [con-sultar Cruxent 1983]). En casi 30 años de reconocerse la zona, deser sujeta a recolecciones por los baquianos de Cruxent y por colec-cionistas como Szabaidcs (1997), es realmente extraordinario quesolamente una sola punta de proyectil (aislada) haya sido rescatada.La excepción confirma la regla: no hay puntas de proyectil, ni mu-cho menos talleres de producción de puntas en esta zona. En fin,Peñasquito, La Pelona, Cerro Fidel y otros sitios de canteras podíanhaber sido explotadas por cualquier grupo y en cualquier períodoprecerámico.

Esta información no constituye un rechazo tajante al postula-do de Cruxent, que los litos sean instrumentos (choppers y hand-axes, raspadores plano convexos, racloires de gran tamaño), másantigüos y, en fin, que formen un complejo cultural (El Camare).Pero la información tampoco rechaza la proposición que estos si-tios de actividad difusos y las canteras fuesen áreas de extraccióny para la preparación de preformas in situ para luego ser transpor-tadas a otros lugares (campamentos) en donde se continuaba laelaboración de artefactos acabados (i.e., las etapas finales de re-ducción).

Otras “terrazas intermedias-altas” asociadas por Cruxent alcomplejo cultural Las Lagunas presentan problemas similares a ElCamare. La localidad tipo de Las Lagunas queda en el sector de

Page 191: maguare17.pdf

#"#

���%�&'�������������

Ciénaga Grande, fuera también de la cuenca fluvio-morfológica deEl Jobo. Las Lagunas, visitado por Alexander en 1984 (pero no porOliver), está ubicado sobre la cresta de una montaña en cuya super-ficie están expuestos grandes bloques tabulares de lo que parece seruna piedra caliza de gran dureza. El sitio arqueológico Las Lagunasno está relacionado a depósitos y/o superficies fluviales. Todos losmateriales son superficiales y parece que muchos de éstos son elresultado de transportación y redeposición por medio de abanicosaluviales, o de derrumbes y deslizamientos de las laderas.

En conclusión, Peñasquito, La Pelona y Las Lagunas, mientrasque se conforman con la definición tipológica de Cruxent, no pue-den ser fechados por medio de correlaciones con terrazas fluviales.Dado a que nuestros conocimientos de las etapas de reducción enla producción de tipos de artefactos líticos es sumamente incom-pleto no es posible determinar en estos momentos cuáles de lasdiferencias entre tipos diagnósticos de forma/tamaño, y de sus fre-cuencias, son el resultado de función, o tiempo, o ambos.7�/C�7���� � � ��+ ����� > �����@-4<7� B� ���A�� ���� ����� ��=�

El sitio piedra de Chispa (Figura 39: SSP-2) es el paradero ar-queológico que más atención se le dió en nuestra investigación, yfue uno de los 6 ó 7 sitios en esta zona primero investigados porCruxent en 1956. En retrospecto, hubiera sido mucho más pro-ductivo haber enfocado nuestra atención a la arqueología de lasterrazas más recientes y mejor fechadas (los talleres sitio PotreritoViejo, por ejemplo). De todos modos, los resultados que se presen-tan a continuación dan lugar a una serie de inferencias que segu-ramente serán útiles para trabajos más intensivos en un futuro.

El sitio Piedra de Chispa (Cx-342) se ubica a unos 250 metrosal oeste del cauce principal de la Quebrada El Jobo (figura 55). Lamayor parte de la superficie actual presenta un severo grado deerosión, exponiendo los horizontes de caliche (B, B2), áreas quecontrastan con las zonas de concentración de gravas y cantos ro-dados que aun preservan elementos fluviales y las cuales preser-van un suelo escarlata (Munsell: marrón rojizo) típico del Horizon-te A (figura 51a-b). Sobre la grava y Horizonte A reposa unavegetación de matorral desértico espinoso (Opuntia spp. y Prosopisjuliflora), mientras que sobre el caliche erosionado la vegetación es

Page 192: maguare17.pdf

#"%

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

rala y escasa, limitándose a un tipo de ‘pajonal’ seco, localmenteconocido como ‘conejal’. Las manchas de gravas son irregulares,pero con mayor concentración hacia la Quebrada El Jobo. Es casiseguro que estas manchas de gravas son restos de depósitos flu-viales (‘apron, point bar’) que la quebrada depositó en su migracióna través del tiempo hasta alcanzar su posición actual.

Hacia los bordes de esas manchas de gravas y suelo marrónrojizo, en donde la erosión está en proceso, se encontraron más deseis elementos culturales, que clara y directamente están asocia-dos a la capa de gravas y suelos escarlatas (figura 51a). Estos ele-mentos son clara e inequívocamente talleres de lascado. Estos hanquedado expuestos gracias a la erosión laminar del estrato de arci-lla marrón rojiza y gravas (ver figuras 56, 58 y 59). En el sitio, máshacia la periferia oeste, ya sobre el caliche (Horizonte B), se obser-varon también otra serie de talleres, como por ejemplo el ilustradoen la figura 56. Los talleres se designan como T1, T2, T3, etc. en elmapa de la figura 57a. Sobre toda la superficie de CX-342 también

����������������@������ �9294���� ��*�������...�-4 �1�&�/�����������&����� �$��������)���������,@��$�����6��&����������� ������-���/%�� �������,:2����6�������&��� ����������8���������������8��J���� �����������+������������& �������� ����$��0��������� ��@�%��0 ������$����������� ��������4 �0����%� �������$���������������)��2)������� ����6������%�� ����������>� ����

Page 193: maguare17.pdf

#"-

���%�&'�������������

����������*� ���A������� ��$���0������� �������,:2����-� �0����/%�*�������...������������� �C���������3����� ��������� ��@���������������� ������ �8����$����������� ������%��������������&��� �������������@������ ��� ��@��C���������5��A������� ���$ �����������������0������� �&�������6��������� ��� �������� ��%��������������$ ���������� �8��@������������2���� ���������+�

����������-�/�) ������� ��$������������������ �������,:2���%�)���������,@��$�%�*�������...;

Page 194: maguare17.pdf

#"+

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

se encontraron artefactos dispersos, incluyendo fragmentos de pun-ta de tipo El Jobo, raspadores plano convexos, raspadoresunifaciales, punzones y otros considerados por Cruxent (comuni-cación personal, 1985, 1989) como diagnósticos del complejo ElJobo.

La configuración de los talleres es altamente regular: son casicirculares, variando entre 1.5 metros y no más de 2.5 metros dediámetro (figuras 56, 58, 59). Además de los cinco talleres ubica-dos, se ubicaron otros dos (T6 y T7). Los talleres T1, T2 y T3 teníanuna circunferencia entre 2.4 y 2.5 metros, mientras que los límitesde T4 á T7 (T4 y T5: ~1.5-2.0 m) ya presentaban efectos de erosiónlaminar que alteraron la configuración. El Taller 1 (T1) era el queestaba en mejor estado de conservación en 1985 (figura 57a, 58,59), mostrando una alta concentración de lascados de desecho re-lativamente finos, tanto de lascas primarias como secundarias, ade-más de incluir tres raspadores unifaciales, al menos dos lascasutilizadas y algunas lascas triangulares con claras señales de bul-bos de percusión —éstos ubicados dentro de los límites del ele-mento (figura 59). Aunque no se encontraron puntas de tipo ElJobo dentro de T1, un total de 11 fragmentos se ubicaron en elárea general (figura 57a), el más cercano a 4.20 m al sur de estetaller. Como se aprecia en la foto de 1985, T1 está directamenteasociado a un estrato mancha de gravas/cantos rodados y de sue-los arcillosos marrón rojizos (Horizonte A), cuya parte superior (su-perficial) ha sido erosionada. El corte del cuadrante sudeste indicóque el lascado profundiza entre 05 y 10 ó 15 cm por debajo de la

���������-&/�9�������8������ ������� ���$������3���<%������������������� �C���������3������ ��0������������������� ��������+���������8������$���������$������� �-:/�������������0��������������������������������� ��������8��

Page 195: maguare17.pdf

#")

���%�&'�������������

superficie del terreno (en 1985). Todo indica que este taller ha sidoexpuesto (parcialmente) muy recientemente.

Una consulta de las notas de campo de Cruxent de (19/marzo/1956) depositadas en el IVIC, indica que T1 no existía para esaépoca. El plano de Cruxent ofrece el rumbo (azimut) y distancia(cinta métrica) entre varios talleres y artefactos aislados dentro dela zona Piedra de Chispa y El Conejal (sitios marcados Cx-349, Cx-342, Cx-343 y Cx-390, Terraza III de El Jobo) y dividida en 19‘secciones’ o tramos, marcados a partir (datum) del campamentode Cruxent (que pudimos ubicar en 1985). Estamos bastante segu-ros que ninguno de los talleres ubicados en 1956 existía en 1985,algunos por haber sido totalmente recolectados por Cruxent. Perootros talleres se dejaron in situ (recogiendo sólo artefactos acaba-dos o diagnósticos). Este detalle junto con el estado ‘emergente’ deT1 cobrará importancia más adelante.

Además del sondeo SSP-2 ya discutido (ver figura 50) seexcavaron varios sondeos para tratar de aclarar el contextoestratigráfico general del taller T1 (ver figuras 57a, 60 y 61). Losprimeros 40-50 cm del sondeo SSP-2 presentan un suelo francoarcilloso (‘silty clay’) marrón rojizo típico del Horizonte A, con unacasi total ausencia de gravas/cantos rodados. Este estrato estásobrepuesto a un horizonte de caliche (limoso) que alcanza unaprofundidad de 110 cm. A su vez, el horizonte de caliche está so-brepuesto a un estrato de caliche erosionado que incluye concre-ciones de limonita. El espesor de esta capa base es indeterminado,pero indudablemente está sobrepuesto al estrato madre de piza-rra/lutita que subyace toda esta zona. No se observaron materia-les arqueológicos, aunque la excavación fue dedicada solamente ala recolección de muestras de suelos.

La segunda prueba Sondeo A (4 m2) (figura 57a), fue ubicada casial borde de una mancha de grava. El sondeo A fue excavado hasta 60-65 cm BS (figura 61). Presenta características de perfil similares alsondeo SSP-2 , mostrando un estrato superior de Horizonte A conmuy poca grava hasta 50 cm BS, seguido por la capa de caliche delHorizonte B (>60 cm BS). No se recuperaron artefactos líticos ni seobservaron otras señales de alteración/presencia humana.

Page 196: maguare17.pdf

#"�

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

El Sondeo B (figura 57a) (una trinchera), cerca del Taller 1,presentó una secuencia estratigráfica similar a la obtenida en elcorte del cuadrante SE de T1 (ver figura 61). El Horizonte A, desuelo marrón rojizo alcanzó hasta 40 cm BS y, al igual que T1, unarelativa alta abundancia de grava/cantos rodados aparece comoparte de la matriz de ese estrato. En los primeros 5-10 cm se colec-taron 2 lascas de desecho y un fragmento distal de raspador (simi-lar a la figura 9b-c). El corte del Taller 1 (T1) claramente indica quela base del elemento cultural no baja mucho más de 10 cm bajo lasuperficie, aunque la grava (litos naturales) continúan hasta 30-35 cm BS. Es sumamente curioso que los artefactos/elementosocurren generalmente en los cortes cuyo Horizonte A se caracterizapor la presencia de una mayor densidad de gravas en la matrizarcillosa.

Finalmente, el Sondeo C (1x1 m) (figura 57a) presenta un perfilsimilar a SSP-2 y al Sondeo A, en donde el Horizonte A presentauna muy baja densidad de gravas. Sin embargo, a los 60 cm deprofundidad, asociado a la parte superior del estrato de caliche, seobservó una concentración de gravas (figura 60).

¿Qué inferencias podemos hacer con respecto al elemento deltaller (T1) y los varios cortes estratigráficos? La grava/cantos roda-dos no tienen una distribución homogénea entre los sondeos, locual parece indicar que existen alternaciones de sedimentos flu-viales (arcillas) depositados por suspensión con las barras de gra-vas depositadas durante los procesos de inundación (de alta ener-gía) de la quebrada y de su migración lateral. El tamaño y forma delas gravas de la terraza son virtualmente idénticos a los de la camade la Quebrada de El Jobo. Un proceso similar lo podemos obser-var hoy día en la cama del Río Pedregal. La presencia de artefactosy, más importante, de un elemento de taller (T1) en excelentes con-diciones de preservación asociados a las zonas de grava hacen pen-sar que existe una correlación de contemporaneidad entre el ele-mento cultural y el proceso de migración de la quebrada, que dejóuna ‘alfombra’ de cantos rodados —alternada con pozas o áreas dearcilla expansible, con pocos depósitos de gravas. En otras pala-bras, todo parece indicar que existe una correlación positiva entreT1 y una antigua vega inundable, que con el tiempo se abandonó

Page 197: maguare17.pdf

#"

���%�&'�������������

para conformarse la Terraza III de El Jobo. Nuestra percepción esque, en escala menor, esta localidad de talleres (y en especial T1)estaba ubicada en un paisaje muy similar al de la Figura 41 (detrásdel individuo en la foto), sólo que en un segmento ribereño queademás incluía pozas o zonas de deposición de arcillas.

Tal como lo estipuló Alan Bryan, parece que T1 (y los sondeosasociados) es la prueba que “demuestra” una asociación de arte-factos con antigüas vegas. Es imposible que los artefactos hayansido redepositados de forma tal que por pura casualidad hayanformado un ‘taller’ circular con bordes bien definidos; T1 es untaller, un rasgo, con alta integridad horizontal. De haber sido elresultado de una redeposición de ‘sobre-banco’, la configuracióncircular del elemento se hubiera perdido. En fin, nuestra hipótesises que T1 era un taller ubicado en lo que era una barra de grava/cantos rodados en un momento en que la quebrada estaba activa-mente erosionando su banco izquierdo. ¿Es esta correlación sufi-ciente prueba de confirmación de nuestra inferencia? Francamen-te, no estamos del todo satisfechos, pues si se acepta estainterpretación, entonces hay que aceptar que este taller sobre laTerraza III es mucho más viejo que los >15,700 años estimadospara el inicio de la Terraza IA y los posibles ~19,870 años A.P.(?)de la Terraza II (figura 40b). Es más, una especulación conserva-dora para la formación de la Terraza III ha de exceder los 25,000-30,000 años. Una fecha de esta magnitud nos parece altamenteimprobable para asociares al complejo cultural de El Jobo.

La explicación alternativa es que el taller (T1), y los demás en lazona de Piedra de Chispa, ha preservado su integridad horizontal,pero ha sido desplazado in situ verticalmente por erosión laminar.Esta explicación tiene lógica, pero tampoco cuadra con todos losdatos de campo. Examinémoslo brevemente. De haber habido unproceso de erosión laminar iniciado quizá hace 10,000 años (perociertamente desde 3,000 A.P.), todos los talleres precerámicos de-positados en distintos tiempos a partir de aproximadamente 13,000-13,400 años A.P. (contemporáneos con Taima-taima; una presu-posición razonable) teóricamente pueden haberse desplazadoverticalmente sin haber perdido su configuración circular hastadar con un nivel y “barrera” más impermeable de antigüas gravas.

Page 198: maguare17.pdf

#"!

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

Esta es una de las preocupaciones y críticas de Lynch y muchosotros acerca de El Pedregal. La ‘compresión’ estratigráfica-culturalbajo este proceso de erosión laminar resultaría en la exposición derasgos/elementos de taller en un mismo plano pero siendo los ele-mentos de tiempos diferentes. También ya mencionamos la posibi-lidad de bioturbación que podría dar resultados bastante pareci-dos (pero no por erosión si no por desplazamiento de tierra). Posibleevidencia de bioturbación prehistórica aparece en el sondeo SSP-6y SSP-8 en donde se detectó una capa (‘biomantle’) posiblementeproducto de actividad biológica —el inesperado aumento de partí-culas de arena a unos 100 cm de profundidad.

Pero los datos de campo también contradicen algunos aspectosde esta hipótesis alterna. Por ejemplo, aún en un contexto de unaerosión laminar de baja energía, con el tiempo uno esperaría que lagran parte de las micro-muescas y debitage bien fino hayan sidolavadas y dispersadas. El taller T1, por ejemplo, incluye una buenacantidad de éstos. Además, hay la sospecha que este taller sólo hasido expuesto a la superficie recientemente, en contraste a, porejemplo, el Taller 5. Y ni uno ni el otro estuvieron expuestos a lasuperficie en 1956, pues Cruxent los habría ubicado en su mapa.Es decir, estos talleres surgieron después de 1956 años de nuestraera. Es una tasa relativamente alta y rápida de desintegración deelementos culturales, la cual tendría vigencia siempre y cuando lascondiciones ambientales del pasado se asemejan a las de ahora. Ysabemos que como mínimo estas condiciones estaban dadas hace3,000 años A.P. y posiblemente la semi aridez ya existía hace~10,000 años A.P. Dicho de otro modo, por un espacio de ~8,000(máxime) á ~2,000 (mínimo) años, bajo condiciones ambientalessimilares, los procesos de erosión de la Terraza III han ido expo-niendo y destruyendo la integridad de los elementos culturales.

¿Pero hay alguna evidencia que refute la posibilidad de un des-plazamiento vertical por erosión (posdeposicional) de un elementocultural (taller) sin pérdida de su integridad horizontal? La pruebase nos presentó en bandeja de plata por puro accidente. En 1984-85 el taller T1 estaba en condiciones prístinas. En 1988 la región deEl Pedregal sufrió un período prolongado e intenso de lluvias muypoco usual en el área —quizá relacionado a un evento La Niña. Esto

Page 199: maguare17.pdf

#""

���%�&'�������������

resultó en un incremento en la fuerza y acción de la erosión. Unavisita en enero de 1989 a la Cuenca de El Jobo y a Cx-342 porOliver y Johnson ofreció un marcado contraste entre la integridadde los talleres antes (1985) y después (1989) de las intensas lluvias.El taller T4, ya en malas condiciones en 1984, había desaparecidototalmente y sus materiales habían sido desplazados en forma li-neal hacia un incipiente mini-canal de desagüe. La única excepciónfue el par de rocas cuarcitas de mayor tamaño que permanecieronin situ y atraparon algunas de las lascas. El elemento T2, además deuna roca grande (parecida a la de T5, figura 56), y sólo algunaspocas lascas permanecieron en una pequeña área de concentra-ción. El resto se dispersó sobre el terreno lavado y calichoso. Elelemento T1 había perdido parte de su matriz de suelo superficial(solución y dispersión del Horizonte A), comenzando a exponer elsubsuelo de gravas. Calculamos que unos 10-15 cm de sedimentoshabían sido removidos. Otra temporada de lluvias y este taller tam-bién sucumbe a la erosión. Las lascas de mayor tamaño permane-cieron más o menos in situ, agrupados por las dos rocas que se venen la foto de 1985 (Figura 58). Una parte del lascado fino fue des-plazado hacia el NE. Finalmente, entre el sondeo SSP-2 y el C (figu-ra 57a), al borde del suelo rojizo de gravas y la superficie de caliche,

�������� �������� �*� ���A���%�������,:2���%�*�������...���! �

Page 200: maguare17.pdf

%$$

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

afloró otro nuevo taller (no está indicado en el mapa) que no existíaen 1985.

Esta evidencia sencillamente refuta la proposición que los ele-mentos (features) culturales puedan desplazarse verticalmente eíntegramente al correr del tiempo, bajo las condiciones climáticas/ambientales actuales, las cuales creemos que pueden extendersehasta por lo menos la invasión de cabras durante el siglo XVI y casiseguro hasta >3,000 años A.P. Siendo este el caso, entonces todotaller o elemento que se hubiera ubicado en distintos niveles delsedimento de ‘sobre-banco’ ( ‘overbank’) ya ha sucumbido. Y esmás que probable que los talleres formados en épocas más tardías(después de la formación de la Terraza III) ya no existen, aunquelos artefactos sí persisten en forma dispersa o como conjuntos conevidentes distribuciones posdeposicionales recientes (abanico y,muy frecuentemente, en forma sinuosa y lineal, siguiendo un pa-trón de drenaje).

Los talleres que se observaron en 1985 en Cx-342 fueronerosionados a la superficie después de 1956, y probablemente lasupervivencia de los talleres como elementos con integridad, noperdurarían mucho más de 5 á 10 años. Por ende, los siete talleresde Cx-342 son muy probablemente elementos contemporáneos.

La otra alternativa que explicaría una preservación de elemen-tos (features) de diferentes edades desplazados in toto hacia un con-texto de gravas/arcillas (depositadas antes de la llegada de gruposjoboides) sería por causa de bioturbación, que ya no se puede refu-tar ni tampoco comprobar hoy día. La explicación que aún quedaen ‘pie de guerra’ es que el T1 es contemporáneo con la formaciónde gravas/arcillas que la Quebrada de El Jobo dejó atrás en supaso de migración lateral, en un período en que la localidad de T1(y buena parte de Cx-342) se ubicaba en una vega recién abando-nada, en proceso de convertirse en una terraza.

La cronología absoluta de la Terraza III no se ha podido obtener.Ninguna de la unidades excavadas produjo materiales adecuadospara fechar. Las fechas de carbonatos del sondeo SSP-2 han sufridoevidentemente contaminación (Cuadro 2). La fracción CO

2 orgánica

e inorgánica deben ser rechazadas por ser extremadamente recien-tes, la fecha de TL (12,800 ± 1500 años A.P.) obtenida de una mues-

Page 201: maguare17.pdf

%$#

���%�&'�������������

tra de caliche erosionado tampoco inspira ninguna confianza y con-tradice los resultados de los estudios geomorfológicos. Si nuestroscálculos de fechamiento son para la Terraza IA/IB (>15,700 añosA.P.) y Terraza II (>19,500 años A.P.) entonces, la edad de la TerrazaIII debería ser mucho más antigüa, por lo cual presenta un proble-ma de sincronización con respecto a la interpretación de T1 y sucorrelación con la barra de grava/arcilla fluvial depositada por laQuebrada de El Jobo.

Hay que recordar, sin embargo, que solamente tenemos fechasseguras hasta 10,000 años A.P. (Terraza IA) y que los estimadosilustrados en la figura 40b asumen que la transgresión cronológicade cada terraza tuvo un lapso temporal similar; es decir, que lasvariables geo-climáticas se mantuvieron constantes en la forma-ción de cada terraza. Es posible, y quizá probable, que las TerrazasII y III, aunque anteriores a las Terrazas I, IA y IB, se hubieranformado en intervalos de tiempo relativamente cortos. Esto sola-mente se podrá resolver mediante más sondeos y, sobre todo, con

��������!�) ������ �*� ���A���%�������,:2���%�*�������...���! �

Page 202: maguare17.pdf

%$%

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

la búsqueda asidua de restos de materiales orgánicos en las Terra-zas, a lo largo de las cárcavas y quebradas recientes que disectanestas superficies. Y, esto requiere mucha suerte y visitas constan-tes a la zona, sobre todo después de aguaceros y lluvias fuertes.

7�//� ��� �� �K�� � 6�� G�=� �� ��� ��� ��� ����� ��#���A����Se ha demostrado que una de las muchas actividades de los

primeros paleoamericanos en Venezuela involucraba la caza degrandes mamíferos en zonas de manantiales ascendentes (Muaco,Taima-taima) y que esta actividad tecno-económica estabadesarrollada hacia ~13,000 años A.P. mínimos. En Taima-taima,así como Muaco, se utilizaron puntas líticas tipo El Jobo y elinstrumental asociado con el proceso de descuartizamiento eraprimordialmente caracterizado por instrumentos de fortuna. Sinembargo, si consideramos todos los distintos tipos de artefactos deTaima-taima, Muaco y Cucuruchú, en conjunto éstos representanuna mínima fracción de la diversidad de tipos identificados en lazona de El Pedregal. La mayoría de los artefactos líticos en ElPedregal, más fácilmente reconocidos por ser formas estandarizadas,son instrumentos para machacar, cortar, raspar y perforar. Muchosde estos instrumentos seguramente se utilizaron para la elaboraciónde otros artefactos perecederos (huesos, madera, cordaje vegetal).

La ausencia de estudios detallados de los distintos tipos dereducción lítica, de las etapas de manufactura y sus residuos, pre-paración de núcleos, y de otros detalles tecnológicos, aunados alproblema de la escala crono-cultural adecuada para establecer com-plejos culturales, no permite hacer inferencias válidas acerca delos patrones de conducta de las ‘gentes’ joboides. Por otro lado,cualquiera que haya manejado las más de 2,000 colecciones depuntos específicos de El Pedregal (colección Cruxent en el IVIC)estará en total acuerdo que toda la gama, a macro-escala, presentarasgos compartidos de tecnología y morfología lítica en toda la re-gión. Nadie confundiría cualquiera de las colecciones de El Pedre-gal (por Ejemplo Cx-350 [Las Casitas] o Cx-2012 [Los Coloraditos])con los materiales de otras tradiciones, como la abriense otequendamiense de la vecina Colombia. En fin, la serie o tradiciónjoboide no es producto de la imaginación del arqueólogo y repre-

Page 203: maguare17.pdf

%$-

���%�&'�������������

senta una tradición que ha venido desarrollándose localmente des-de antes de los ~13,000 años A.P. Las puntas El Jobo son muyprobablemente una innovación local, que persistió desde esa épo-ca y que fue acompañada y eventualmente sustituida por puntasde proyectil triangulares con pedúnculos —pero con la mayoría delos demás tipos de instrumentos líticos joboides persistiendo hastapor lo menos el Holoceno temprano. Si nos dejamos guiar por lapresencia de talleres de lascados presentes en las terrazas fluvialesjóvenes (Terrazas I/IA) de El Pedregal con fechas de ~10,000-6,700años A.P., y que estos talleres son de carácter y tecnología virtual-mente idéntica a la de muchos otros talleres de lascado en la re-gión (las Casitas, El Jobo, Conejal, Clavellinas), entonces es indu-dable que la tradición joboide persistió hasta ya bien entrado elHoloceno.

La serie/tradición joboide está bien representada en otras colec-ciones fuera de la Cuenca de El Jobo (Pedregal). La tradición obvia-mente se extiende hacia la costa en los alrededores de Coro (figuras1a, 1b: ‘Área 1’). Se han detectado numerosos sitios aflorados en laCuenca Baja de El Pedregal, también en contextos de terrazas flu-viales. En el Valle del Río Eroíta y en los alrededores del Llano deVilla Bolivia (en superficies no fluviales) se encontraron en 1982artefactos unifaciales y bifaciales, y típicas puntas El Jobo, inclu-yendo la variedad “filo aserrado” (figura 10: 7), aunque ninguno deestos formaba parte de un elemento o conjunto. En 1981 Cruxentlocalizó otra zona de terrazas fluviales con igual frecuencia de sitios(talleres, canteras, etc.) en la Cuenca del Río Pecaya, al este de ElPedregal, con la diferencia que ahí los artefactos son de un tamañopromedio menor. Y en Paraguaná (figura 1a, 1B: ‘Área 2) la presen-cia de sitios joboides —con puntas de proyectil El Jobo— es igual-mente abundante. Nos atrevemos a predecir que dondequiera quehayan expuestas formaciones del Pleistoceno terminal en Falcón elmaterial lítico estará relacionado a la serie joboide.

A través de los milenios los grupos joboides han dejado huellasde una ocupación persistente y bastante bien definidaterritorialmente: las zonas de El Pedregal y valles adyacentes deEroíta y Pecaya, la costa central de Falcón (Taima-taima-Muaco) yla Península de Paraguaná. Esta persistencia a largo plazo, a nues-

Page 204: maguare17.pdf

%$+

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

tro modo de ver, no apoya mucho la idea que la gente joboide fuesepropensa a desplazarse más allá de estos limites; que los movi-mientos de las micro- y macro-bandas joboides al correr del tiempose mantuvieron dentro de esos confines. Esto no quiere decir queno haya habido segmentación y migración a otros lugares más dis-tantes, pero creemos que si los hubo, estos sacrificaron su tecnolo-gía lítica joboide por otra, puesto que ‘lo joboide’ no ocurre fuera deesos confines (figura 1b: Áreas 1-3).

En las colecciones del IVIC, existe una serie de conjuntos líticosde indudable corte joboide que Cruxent ubicó en las sierras al su-doeste del Valle de Quíbor, en localidades como Chabasquén y ElCatalán. Otra decena de colecciones extienden el perímetro de estatradición hacia el Estado de Lara y su colindacia con los Andes enTrujillo (figura 1b: ‘Área 3’). A estos se podría añadir el sitio de ElVano ubicado en la Sierra de Barbacoas. Según Jaimes (1998) ElVano es un matadero de megaterio asociado(?) con varios raspado-res unifaciales y dos fragmentos de punta El Jobo. Otro sitio, LasTres Cruces (Jaimes 1989), con restos de megafuana y posiblesasociaciones con instrumental joboide está ubicado en la falda sur

���������"�9������,�-�:���/%�*�������...24 �1�&���! �

Page 205: maguare17.pdf

%$)

���%�&'�������������

de la Sierra de Baragua, colindante con el Estado Falcón y al surde El Pedregal. Un examen comparado entre estos materiales deLara y los de El Pedregal no dejan dudas que ambos exhiben unamisma tradición tecnológica y una misma gama de formas líticas:son joboides. Fuera de las áreas 1, 2 y 3 (figura 1b) no se hanreportado sitios/colecciones con instrumental de tradición joboide.

Lo curioso de la presencia de puntas triangulares conpedúnculos (tipo Las Casitas) en las tres regiones (figura 1b: Áreas1, 2, 3) es que son muy poco frecuentes en comparación a las pun-tas tipo El Jobo. Es nuestra impresión que esta baja frecuenciaindica una adopción e incorporación tardía de este tipo de punta(en respuesta a cambios en los tipos y gama de presas de caza) eincorporada a un ajuar esencialmente joboide; y, que éstas puntaspueden haber sido derivadas por contactos con otros grupos pro-venientes de Colombia (donde también son raras) o, más probable-mente, de la zona guayanesa (v.gr., Canaima; figura 1b: Área 5) eincluso del Brasil (tradiciones Caverna do Pedra Pintada/Tapajos,Itaparica y Vinitu, por ejemplo) donde son de distribución geográfi-ca amplia y fechadas entre ~11,000-7000 años de antigüedad(Schmidtz 1987, Rodríguez 1992, Roosevelt et al. 1996). Lo impor-tante es que la tradición/serie joboide tiene una distribución con-centrada en Lara-Pedregal-Paraguaná (figura 1b: áreas 1, 2 y 3).

Desafortunadamente, muy poco se puede decir acerca de el/los modos de vida y cómo cambiaron las gentes joboides en el tiem-po. Es de suponer que el forrajeo y la recolección y (foraging/gathering) tuvieron un lugar predominante en la economía. Peroexactamente qué se recolectaba, qué porcentaje contribuía la reco-lección a la dieta en relación a la obtención de proteínas (caza) y dequé formas éstas regulaban el itineriario de sus actvidades diarias—más la producción de artefactos— y los micro-/macro-movimien-tos, no se sabe. Estos datos están más allá de las posibilidadestécnicas de recuperación arqueológica en esta región de erosión.

La alta cantidad y densidad de talleres —algunos conjuntos loscuales debían reflejar campamentos— y de canteras da la impre-sión (creemos falsa) que hubo una alta densidad de familias y ban-das, y quizá de campamentos semi-permanentes en el área de ElPedregal. Sin embargo, la ausencia de un control sobre escalas

Page 206: maguare17.pdf

%$�

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

temporales adecuadas para inferir organización y tecno-economíasa nivel de bandas es un factor limitante clave. La función, contex-to, relaciones de/entre los elementos y sus artefactos requiere an-tes que nada determinar —con una escala de resolución apropia-da— la contemporaneidad entre todos estos elementos yensamblajes. La aparente alta densidad puede ser sencillamenteuna ilusión que resulta al examinar la interrogante de demografíaa nivel (escala analítica) de macro-tradición (joboide) que cubre unaunidad temporal de al menos ~10,000 años (escala temporal). Aesta escala no se puede hablar de una gente o grupos, a lo más sepuede decir algo acerca de una tradición a macro-escala. Sin em-bargo, es innegable que la acumulación total y combinada de acti-vidades (lítica) a lo largo de esos >10,000 años produce una distri-bución geográfica máxima y con límites conocidos. Aunque en parteesto se debe a que las formaciones y paisajes del Pleistoceno termi-nal son más amplias, de mayor exposición superficial, en las áreas1 á 3 (figura 1b), no es ésta la única razón por la cual ‘lo joboide’tenga tales límites de distribución.

����������)��0� �����6������������� ����������J$�����3%�5%�,����*��-9D�J�/%�*�������...

Page 207: maguare17.pdf

%$

���%�&'�������������

El estudio geocronológico de las terrazas de la Cuenca de ElJobo aunque ha aclarado nuestros conocimientos de las escalastemporales que pueden ser determinadas para las formaciones deestos paisajes, éstas son escalas muy amplias. La cronología de lasterrazas solamente sirve para ubicar el límite aproximado de cuán-do una terraza dada quedó “habilitada” para el tránsito, explota-ción y/o ocupación humana. Las fechas y estimados son los si-guientes (ver figura 40b):

Terraza IV: Sin determinarTerraza III: Sin determinarTerraza II: ~19, 510±180 años A.P. (¿dudosa?)Terraza IB: >15,700 años cerca del borde con la terraza IATerraza IA: cal. 10,000-9,500 y 9060-8140 años A.P.Terraza I Curaidal: cal. (?) 6670-6390 años A.P.Terraza I barranca: cal. (?) 1420-1060 años A.P.Esta escala cronológica, aunque muy lejos de ser ideal, es una

considerable mejora sobre la cronología sugerida por Cruxent yPetzal (figura 3) tres décadas atrás. Esto indica que los materialesy elementos culturales sobre y enterrados en la Terraza I, en susegmento próximo a la barranca (figuras 39 y 40b), no pueden sermás antigüos de ~1420-1060 años A.P. Aquellos elementos cultu-rales ubicados en el segmento cercano a Curaidal no pueden sermás viejos de ~6700 años A.P. y, desde luego, en teoría pueden sertan recientes como 1420-1060 años A.P. Los talleres del sitioPotrerito Viejo, incluyendo los artefactos dispersos, por lo tanto,pueden haber sido depositados en cualquier momento o momentosentre ~6,700 y 1060 años A.P. Ineludiblemente, cualquier elemen-to cultural es del Holoceno y relacionado a grupos del Arcaico quecontinuaron una tecnología lítica derivada de la tradición joboide.Los elementos culturales ubicados en la porción más joven de laTerraza IA no pudieron haber sido depositados antes de 10,900-9500 años A.P. y, con toda seguridad, no antes de 8140 años A.P.Estimamos que la porción o segmento más viejo de la Terraza IA, alborde de la Terraza II, podría superar los 15,700 años A.P. En teo-ría, elementos culturales tan recientes como los ubicados en laTerraza I (~6,700 y 1060 años A.P.) pudieron haber sido también

Page 208: maguare17.pdf

%$!

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

depositados en la Terraza IA, puesto que todas las terrazas ya esta-ban accesibles a grupos humanos.

El resto de las terrazas (II á IV) ya eran espacios y paisajes acce-sibles a grupos humanos desde ~15,700 años A.P. hasta el presen-te. Los grupos joboides contemporáneos a los cazadores Taima-tai-ma tenían a su disposición todas los paisajes fluviales, con laexcepción de las Terrazas I y IA. La probabilidad que tanto en lasTerrazas II y III así como en los topes de cerros y las altísimas Terra-zas IV hayan elementos de distintos períodos líticos es alta. No ha deolvidarse que en la misma Terraza III, ya en épocas agroalfareras,existían ocupaciones y cementerios dabajuroides y criollas. Incluso,los grupos dabajuroides habían recolectado (y frecuentementereutilizado, con modificaciones) artefactos y puntas joboides. En elpresente los lugareños siguen recogiendo los artefactos joboides, perono para una reutilización práctica, sino como curiosidades.

¿Qué tanto más antigüas eran las Terrazas II y III?, es todavíauna pregunta que no hemos podido responder satisfactoriamente.Los trabajos en Piedra de Chispa parecen indicar que los talleres soncontemporáneos entre sí y que al menos el taller T1 está relacionadocon la antigüa vega de la Quebrada de El Jobo, todo lo cual sugeriríaque debería tener más de los >15,700 años estimados para la TerrazaIA y que los >19,500 años A.P. para la Terraza II. Por ahora no pode-mos reconciliar satisfactoriamente la información cronológica basa-da en interpretaciones de la fluvio-geomorfología con las expectativasde la antigüedad máxima o “razonable” de la presencia inicial huma-na en Venezuela —cuya fecha máxima (pero que pocos aceptan) seríade unos ~16,000 años A.P. (obtenida en Muaco), pero cuya fechainicial más razonable giraría alrededor de los ~14,000 á 13,000 añosA.P. (según las investigaciones en Taima-taima).

+����� ������"� ������+��������� �����������+�����!���"��+���$!��*

4�/� ��� 9�� �� �� �� � ����� ������8� ������ ��� +��:���FLa Península de Paraguaná es una excepción al dominio abso-

luto de la tradición joboide en el occidente de Venezuela. Presentaun contraste notable a la amplia tecnología lítica e incluso de ma-

Page 209: maguare17.pdf

%$"

���%�&'�������������

terial primo de cuarcita y arensicas cuarcíticas que predominan enla costa e interior de Falcón y Lara. ¿Por qué es precisamente eneste contexto peninsular que observamos una diversidad de tradi-ciones? ¿ De dónde provienen? ¿ Qué relaciones se pueden obser-var entre los sitios joboides y los no joboides? Estas y otrasinterrogantes las abordamos en esta última parte.

Paraguaná (figuras 1 y 62) es una región poco conocida fuerade Venezuela y sin embargo en términos de la variedad litológica y

������������$����� ������������6��� ����������� �����������94���� ��)��(��� �����)��������

Page 210: maguare17.pdf

%#$

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

de artefactos paleoamericanos es una de las más ricas en todo elnorte de Sudamérica. Por ejemplo, es exclusivamente en esta sub-región del occidente venezolano donde existe abundante y concretaevidencia de una concentración de múltiples tradiciones de puntasde proyectil distintas a la joboide. Una de estas tradiciones presen-ta fuertes similitudes con las puntas clovisoides (acanaladas) nor-teamericanas, que según Tom Dillehay (comunicación personal,1990) se asemeja al tipo Swanee de la región peninsular de Florida,

����������3�8���������8������������$�����0� ������� �8���������������� �����0�2���2 ��@�/��9�����4 �,������-A���"�/������B �8����,� �������$��8����9��&������'���

Page 211: maguare17.pdf

%##

���%�&'�������������

����������)��������$���� �����$������;�-�/��@������������������ �����& �����%�9�����4 �,������-A���"�/;�-&/���������������������$��8�����������������������B �8���,� �������$��8����9��&������'���

����������)��������$������� �0� ��������������� �������-�@�������8���������������������/��4����$����������$����� ������������������ ��$������������ %����$������@�&�������������@��������������������� ��&����9�����4 �,������-A���"�/�����B �8���,� �������$��8����9��&������'���

EE. UU (figuras 63 y 64). Y estas puntas no son casos aislados,sino de alta frecuencia (figura 66). Otra tradición de puntas deproyectil presentan características de la amplia tradición sudame-ricana de puntas de tipo ‘cola de pescado’ (figura 65), como las deEl Inga (Ecuador), o Palli Aike (Patagonia). Otro tipo de proyectilguarda similitudes formales con las puntas tipo Dalton del medio-oeste y sudeste norteamericano. A estas tradiciones de puntas, claroestá, se suman las ya conocidas de tipo El Jobo y Las Casitas.

Page 212: maguare17.pdf

%#%

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

Existe además un complejo (pero sin proyectiles) ubicado enel sitio El Pizarral cuyos materiales están tipológicamente relacio-nados con un sitio o sitios de la zona de Tupuquén o Tupukén(figura 1b: Área 5) en la Guayana venezolana (ver Cruxent 1972) yla posibilidad de otro yacimiento paleoamericano cuyos artefac-tos están elaborados en ostras marinas fosilizadas (Cruxent 1982).Aparte de este último, los artefactos de los sitios de Paraguanáestán elaborados en una variedad de materias primas, desde cherty calcedonia, a cuarzo cristalino y lechoso; desde pizarras esquistoshasta gabro.

4�7� ���E���� :���6: ��� �� +��:���FDado a la historia geológica de la península y su disposición

geográfica, Paraguaná es un recurso de diversos materiales líticosque no se encuentran en la tierra firme de Falcón (Feo-Codecido1971). Comparte muchos rasgos geológicos con la Península de LaGuajira y, en algunos aspectos, con la historia geológica de las islasde Aruba y Cuaraçao (Graf 1968:61). Durante el Pleistoceno Supe-rior temprano (interestadio Yarmouth [~700-300 k años A.P.]) tantoParaguaná como La Guajira eran islas, mientras que para elPleistoceno Superior tardío (equivalente al estadio de Wisconsin ~Glaciación de Mérida) durante los períodos de máxima glaciación(~19,000 años A.P. [ver Schubert y Vivas 1993:75-85]), existe evi-dencia que había una masa de tierra firme entre Paraguaná y LaGuajira —hoy Golfo de Venezuela— aunque el terreno era de carác-ter pantanoso (Graf 1968: 168-ss.; y su figura 25), posiblemente unpaisaje similar a las ciénagas caribeñas colombianas, como el bajoSan Jorge y Magdalena. Los cambios de isla, a península y a ‘conti-nente’ (Guajira-Golfo-Paraguaná) debió oscilar en concordancia conlos máximos de los ciclos de regresión (estadios, glaciares) y trans-gresión (interstadios, interglaciales) marina durante el PleistocenoSuperior.

Sin embargo, es difícil de determinar los cambios de situaciónisla vs península durante la parte terminal del Pleistoceno —haciael final del último avance del Glacial de Mérida (13,000 años A.P.)—puesto que aquí también entran factores de levantamientos y fallastectónicas que renovaron su actividad a partir del período de tran-

Page 213: maguare17.pdf

%#-

���%�&'�������������

sición hacia el Holoceno temprano. De nuevo, nos enfrentamos aun problema de escala cronológica. La clave es el Istmo de Médanos,una delgada franja N-S de arenas, areniscas cementadas y médanos(Graf 1968:102). Este istmo es el actual puente de conexión deParaguaná con el continente. Según Graf, el istmo se formó en elHoloceno (Graf 1968:129, 173), pero de hecho que el inicio de suformación depende de una serie factores relacionados, uno de loscuales debe recalcarse: (1) el nivel de transgresión marina (2) encontrapeso al levantamiento tectónico del istmo, el cual parcial-mente se registra en la gradiente de 4o inclinada hacia el este de lasareniscas cementadas (Graf 1968:105). El surtimiento del istmopuede haber sucedido en cualquier momento a partir del Tardiglacial(>13,000 años A.P.) cuyo proceso quizá culminó antes de los~10,000-8000 años A.P.

En resumidas cuentas desde ~19,000 años A.P. hasta ~14,000-13,000 años A.P. Paraguaná podría haber estado conectada con elcontinente, pero en el período de máxima transgresión marina, co-menzando durante la transición al Holoceno (>13,000 años A.P.),pudo haber sido una isla o una península, dependiendo de cuándotuvo lugar y qué tan rápido fue el levantamiento tectónico (fallageológica) del istmo (y/o la subsidencia de la costa). Evidentemen-te esto tiene implicaciones con respecto al tránsito terrestre huma-no entre Paraguaná y el continente. Sabemos, por ejemplo, que lasislas de Aruba, Curaçao y Bonaire nunca estuvieron conectadas alcontinente, por lo cual su primera colonización humana requeríael conocimiento de navegación de ‘caboteo’ (las islas están cerca deParaguaná y no son estrictamente oceánicas). Las ocupaciones mástempranas en estas islas no sobrepasan los ~4000-3800 años A.P.(Versteeg y Ruíz 1995:17; Versteeg et al. 1990:32; Haviser 1985).Más aún hay una total ausencia de componentes precerámicos delArcaico en las islas frente a la Costa Central de Venezuela, dondesí se requiere la destreza y tecnología para la navegación oceánica(ver Antczak 1998:49). El Archipiélago Los Roques, Las Aves y otrasislas oceánicas vecinas no fueron colonizadas hasta ya períodosagroalfareros de las series ocumaroide, dabajuroide, y valencioide—todos relativamente tardíos (Antczak, 1998). En resumen, es po-sible que Paraguaná no estuviera habitada durante los ciclos en

Page 214: maguare17.pdf

%#+

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

que Paraguaná fue isla, puesto que el conocimiento de navegaciónpor ‘caboteo’ (bordeando costas), aparentemente, no se desarrollóhasta ~4000 años A.P.

Viejas plataformas (‘benches’)con escarpas que marcan los pe-ríodos de mayor transgreción marina durante el Pleistoceno Supe-rior se observaron a 70 m SNM, entre 30-40 m SNM y entre 18-25m SNM (ver figura 62), ubicadas al sur y al oeste de Paraguaná(Graf 1968:26). La más reciente escarpa se ubica entre 2 y 4 mSNM. Las plataformas por encima de los 30 m SNM, y probable-mente por encima de los 18-25 m SNM, son del Pleistoceno Supe-rior, mientras que la más reciente es pre-moderna, del Holoceno.Lamentablemente no existen fechas absolutas para estas forma-ciones. Sin embargo, tanto las prospecciones arqueológicas de Oliver(1989) como las investigaciones de Klaus Graf (1968) confirman laausencia de componentes y elementos de carácter paleoamericano.Concheros de carácter precerámico y de probable afiliación Arcai-ca se han ubicado sobre la cota de 2-4 m SNM; por otro lado todoslos sitios paleoindios solamente ocurren en formaciones de antigüasterrazas y otros paisajes ubicados por encima de la isoyeta de 40metros (figura 62). En la barra del Istmo de Médanos solamentehemos ubicado pequeños basureros cerámicos dabajuroides y crio-llos, sin haber firmemente constatado la presencia de artefactos oecofactos que sugieran períodos precerámicos.

Sea como fuere, los recursos de litología peninsular son muchomás variados que en la Cuenca de Falcón (figura 1b: Área 1), ofre-ciendo una diversidad de oportunidades para la selección de re-cursos litológicos. La pregunta realmente intrigante es, ¿por qué lamanufactura (y presunto uso) de los proyectiles de las tradicionesclovisoide (tipo El Cayude), cola de pescado y otras como la relacio-nada a Dalton, permanecieron restringidas al área circundante alCerro de Santa Ana? ¿Por qué nunca “penetraron” o “desplazaron”la costa continental e interior del occidente de Venezuela? Más aún,artefactos de morfología joboide manufacturados con piedras ígneas,chert, etc. de Paraguaná fueron muy poco utilizados en tierra fir-me: el caso de unas pocas lascas/raspadores de chert (¿calcedoniay/o jaspe?) ubicados en la Unidad I inferior de Taima-taima, esuna excepción a la regla. El contraste entre la heterogeneidad en

Page 215: maguare17.pdf

%#)

���%�&'�������������

Paraguaná y la homogeneidad de Falcón-Lara (figura 1b: Áreas 1 y3) no puede ser más llamativo.

4�4� (�9�� ���8��� �� ���� � � ��� ����� � ��� �� +��:���F� .>����� /0315Desde mediados de la década de 1970 hasta 1981, J. M. Cruxent

y P. Gallagher, realizaron una prospección preliminar de Paraguaná,ubicando un mínimo de 10 sitios paleoamericanos de importancia.Se constató la presencia de artefactos líticos que se relacionan alos descritos para la Cuenca de El Jobo y los mataderos de la costacoriana. Sitios de cantera, de gran extensión, se ubicaron en lasfaldas alrededor del Cerro Santa Ana (figura 62). En todos estossitios (Pilancón, Bariara, Misaray, Las Cruces-1, -2 y -3) se recolec-taron bifaces de gran tamaño (choppers y preformas), choppersunifaciales, raspadores de varios tipos (plano convexos incluidos),navajas, así como puntas de proyectil. Ninguno de éstos ha sidoinvestigado a fondo. El material primo predominante es el gabro yotras especies ígneas que solamente están expuestas en el Cerrode Santa Ana. En el actual pueblo de Moruy también se han reco-lectado artefactos líticos que representan una gama de variaciónsimilar a la de las colecciones del cerro, pero la situación de Moruyse complica. Los litos provienen de canteras ubicadas en el CerroSanta Ana. Moruy fue un asiento importante dabajuroide (~1000-1550 d.C.), y entre los basureros y áreas de residuarios Oliver (1989)recolectó una amplia muestra de litos, muchos de los cuales sontípicos de los artefactos neolíticos dabajuroides. Pero además ob-servamos la presencia de una cantidad de choppers, bifaces ypreformas —de morfología joboide en asociación a la ocupacióncerámica. Los bifaces crudos (idénticos a los del tipo El Camare)manufacturados en gabro y asociados al componente dabajuroidelocal, hacia la parte distal ofrecen señales de retoques y lascado másreciente, y en las formas más modificadas, pulimento. En fin, hay dosposibilidades que no son mutuamente exclusivas: (a) los dabajuroidesrecolectaron bifaces de manufactura paleolítica y los modificaron parala producción de hachas semi-pulidas (celts) y ‘azadas’ (adze/hoe), y/o (b) otros aparentes bifaces son preformas manufacturadas por losdabajuroides y probablemente obtenidas de las mismas canteras uti-lizadas por los paleoamericanos de Paraguaná.

Page 216: maguare17.pdf

%#�

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

Algunos de los sitios de Santa Ana, como los del área de LosCerritos, eran exclusivamente canteras, con la presencia de mu-chas preformas (‘blanks’), lascas de desecho y materiales semi-tra-bajados. Otros, como Pilancón, presentan materiales ya trabaja-dos y acabados, instrumentos tales como choppers y hand axes deestilo El Camare, así como raspadores de uno y dos filos activos(side scrapers). Según las notas de campo de Cruxent (sin publi-car), este es uno de los que más promete en cuanto a la posibilidadde depósitos estratificados, pero todavía no ha sido excavado rigu-rosamente. Puntas de proyectil tipo El Jobo se han ubicado enterrazas/plataformas adyacentes a Santa Ana. En Moruy, por ejem-plo, algunos de los proyectiles tipo El Jobo, con fragmentación distalo proximal, fueron modificados y reutilizados como puntas de “dar-do” en contextos cerámicos.

Hacia el norte de Santa Ana, sobre la Mesa de San José deCocodite, al este de la Fila de Montecano, hay varias áreas de can-tera y manufactura. En esta amplia zona afloran bloques de cuarzolechoso (algunos translucentes) de la Formación El Amparo (Feo-Codecido 1971). Entre los materiales recolectados hay puntas detipo El Jobo y Las Casitas, manufacturados de ese material de cuar-zo, cuarzo cristalino, así como de rocas ígneas provenientes delCerro Santa Ana. Este sitio fue investigado por A. Morgantti en1982, para su tesis de Licenciatura en la Universidad Central deVenezuela (que no hemos podido consultar; pero ver Sanoja yMorgantti [1985]). Existen muchas dudas respecto a la naturalezade muchos de los artefactos (si son preformas o no, o si son formasnaturales) puesto que el plano de fractura del cuarzo es difícil decontrolar regularmente y señales de desgaste/uso igualmente elu-den una discriminación tajante (el problema es muy parecido alenfrentado en Pedra Furada por Guidon y Parenti). Sin embargo lapresencia de puntas de proyectil dejan sentado el hecho que lospaleoamericanos joboides era sumamente diestros en su controlsobre esta materia prima. Curiosamente, se desconocen yacimien-tos paleontológicos de megamamíferos del Pleistoceno en Paraguaná;quizá tal ausencia esté relacionada a su anterior estatus de ‘isla’,lo cual impone una barrera natural para estos animales, a la au-

Page 217: maguare17.pdf

%#

���%�&'�������������

sencia de condiciones de preservación fósil y/o a una falta demuestreo sistemático.

En 1982, Cruxent (1982) descubrió lo que parece ser un com-plejo “a-lítico” y acerámico en la localidad de El Pesquero (figura1a), en la costa del extremo norte de Paraguaná (ver Szabadics1997: Foto 8). El sitio consiste de concentraciones de ostras (cf.Ostrea spp.[?]) fosilizadas a semi-fosilizadas, presumiblemente delTerciario final, que estaban distribuidas en forma de pequeños mon-tículos. Estos montículos parecen ser artificiales (a menos que seandepósitos secundarios) ya que las camas estratificadas de Ostrease ubican a cierta distancia de El Pesquero. De acuerdo a Cruxent(1982), algunas de las ostras muestran muescas y fracturasintencionales, hechas por el hombre. No todas muestran tales se-ñales. Una fecha (DIC-2511) de 28,250 ± 920/1020 años A.P. seobtuvo de una de las ostras semi-fosilizadas (Cruxent, correspon-dencia de 1985). Sabemos que existen otras dos fechas más, sinembargo sólo tenemos información que ambas son de edad compa-rable a la de la muestra DIC-2511. Cruxent (1982) insiste que lasmuescas y desgastes, así como ciertos patrones regulares de quie-bre del labio, son indudablemente hechas por el hombre. Oliverexaminó algunos de los presuntos artefactos y, aunque sí se obser-vó muescas y ciertos patrones, no esta convencido de la posibilidadque éstos no sean el resultado de otros agentes naturales. De todosmodos, no por esto deja de ser una localidad que merece ser inves-tigada más a fondo, pues de demostrarse (hipótesis nula) que talesfracturas/muescas y desgastes no pueden haber sido el resultadode procesos naturales, El Pesquero sería el más antigüo del nortede Suramérica y, además, confirmaría la hipótesis y predicción deCruxent (1971) de la existencia de una tradición y estadio tecnoló-gico pre-lítico.

Por último, en los alrededores del caserío El Pizarral, Cruxentdescubrió un sitio de cantera cuyos (posibles) artefactos líticos sonsimilares a los que él reportó en uno de los sitios de la región deTupuquén en la Guayana Venezolana. El material primo es la piza-rra, que tiene un solo plano de fractura (cleavage plane), dandolugar —según Cruxent (comunicaciones personales 1981-85)— auna morfología de artefactos peculiar a El Pizarral. Precisamente,

Page 218: maguare17.pdf

%#!

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

los artefactos de Tupuquén (ver Cruxent 1972), por ser de materialmica-esquistoso, presentan limitaciones y soluciones similares enel proceso de reducción. Las similitudes, nos explicó Cruxent, sedeben al material primo más que a contactos o derivaciones histó-rico-culturales (el caso de paralelismo convergente). Los posiblesartefactos de mayor frecuencia tienen formas ovaladas y alarga-das, planas, con uno o dos filos activos (raspadores) y otros decontorno similar, pero que terminan en una o dos puntas agudas.Al igual que El Pesquero, hay la sospecha y posibilidad de la “manodel hombre”, pero con una notable ausencia de análisis y publica-ción de las evidencias de apoyo. De nuevo, vale la pena investigar afondo esta localidad. Oliver visitó El Pizarral en 1982 junto a Cruxenty N. Matheus. Una actividad que Oliver observó fue la explotaciónde la cantera por los habitantes de El Pizarral, por lo cual al menosparte del desecho acumulado es moderno.

Este breve resumen solamente indica la diversidad queParaguaná presenta y su potencial para la investigación de los pri-meros paleoamericanos. Esta diversidad en parte se debe a la ma-yor oportunidad de seleccionar litos de una gama geológica muchomás diversa, pero a su vez esa diversidad no se debe exclusivamen-te a factores limitantes o condicionantes que imponen distintostipos de rocas en la manufactura de artefactos. Esta es más queuna sospecha, como veremos a continuación para las dos localida-des de El Cayude.

4�<����;�� 8 ���������� �;��En 1980, un ávido colector interesado en el paleoindio venezo-

lano, Miklos Szabadics Roca, descubrió un rico yacimiento sobreuna “terraza” inmediatamente al norte del pueblo de Santa Ana, enun sector conocido como El Cayude, adyacente a la falda sur delCerro de Santa Ana (figura 62).12 La terraza está disectada por laQuebrada El Cayude. En 1981 Szabadics trajo los materiales co-lectados a la Universidad Francisco de Miranda, en donde Cruxenty Oliver tuvieron la oportunidad de examinar una serie de puntas12

Utilizamos el término de ‘terraza’ en forma general, sin haber determinado su forma-

ción y carácter geomrofológico. Sencillamente son áreas o superficies planas, amplias,

formadas por procesos de erosión indeterminados.

Page 219: maguare17.pdf

%#"

���%�&'�������������

de proyectil acanaladas, reconociendo inmediatamente en éllas suafinidad clovisoide (figuras 63, 64, 66). Fue la primera (y única)evidencia de artefactos cuyo origen ha de ser centro-norteamerica-no. La colección además incluía dos puntas típicas de cola de pes-cado (figura 65). La existencia de estas puntas las informamos enla Conferencia Cumbre de los Primeros Paleoamericanos (en 1989).Luego se ilustraron por primera vez en el artículo de Ardila y Politis(1990). En 1997, Szabadics publica un libro popular ilustrando atodo lujo (y a color) su extraordinaria colección lítica de la regiónfalconiana, incluyendo la de El Cayude (Szabadics 1997: Fotos 56-66 y pp. 102-108).

La colección de Szabadics de 1980, según N. Matheus (comu-nicación personal, 1990) provenía de una localidad my cercana aEl Cayude, conocida hoy como El Sabilar (N 11º 47' 58" Latitud yO 69º 56' 20" Longitud), a ~1.0 Km al norte del pueblo de SantaAna. Luego Szabadics (1997: ibid.) reporta la presencia no de unsitio sino de dos, ambos ubicados en la vecindad de la QuebradaEl Cayude, también cerca del pueblo de Santa Ana: el sitio No.104 (nomeclatura de Szabadics) con coordenadas N 11º 47' 834" -O 69º 56' 637 y el sitio No. 106 con coordenadas N 11º 48' 024" -O 69º 56' 621. Las puntas foliáceas clovisoides que ilustra en suFoto 58 del sitio No. 106 son las mismas que nos mostró y foto-grafiamos en 1981, y que ubicamos (aparentemente por error) enEl Sabilar. Asumiremos que la ubicación reportada por Szabadics(1997) para el sitio No. 106 es la correcta. De este sitio, Szabadicsinforma que:

...está ubicado a media falda del cerro [Santa Ana], a 170 msobre el nivel del mar, en una pequeña terraza que bordea elRío Cayude en el lado oeste. El diámetro del sitio es de unos50 metros y estaba muy erosionado, con fondo rocoso y de[sic.] muy poca vegetación. La materia prima más utilizada esel sílex [léase chert], gabro y granito. El chert y el gabro sonmateriales exóticos en este lugar (Szabadics 1997:111; nues-tras aclaraciones en rejillas).

Los artefactos hechos de chert y calcedonia ciertamente son losmás abundantes en la colección del sitio No. 106, aunque como

Page 220: maguare17.pdf

%%$

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

Szabadics indica, también hay artefactos de “granito” (de hecho, elmaterial es de la familia del gabro). Estos incluyen navajas prismá-ticas, raspadores bifaciales de contorno ojival y oval (Szabadics 1997:Foto 63), raspadores plano-convexos, raspadores de un filo (sidescrapers; figura 66g) y otros. Sin embargo, todas las puntas foliáceasclovisoides (que llamaremos tipo El Cayude) solamente ocurren enmaterial de chert (figura 66a-d, f). Las puntas clovisoides El Cayudemiden entre 50 y 98 mm de largo por 30-38 mm de ancho máximo;son relativamerte cortas en comparación a las variedades clásicasClovis en Norteamérica (figuras 63, 66a-f). Algunos especímenesmuestran el clásico acanalamiento (‘fluting’) en ambas caras (figu-ras 64, 66a), otras en una sola cara (Figura 66h) y aún otras sinacanalar (figura 64). Estos son verdaderos acanalmientos (fluting) yno una mera reducción de la base (basal thinning). La punta seme-jante al tipo Dalton norteamericano (figura 66e) igualmente estámanufacturada en chert, y este tipo parece ser un caso único. Jun-to a estos la colección incluyó además tres puntas tipo cola de pes-cado (figura 65b; ver Szabadics 1997: Gráfico 39), ninguna de lascuales sobrepasa los 5.0 cm de largo. Una cuarta punta cola depescado se sale de la norma al estar hecha de roca cuarcita (figura65b). Szabadics nos confesó en 1985 que no tenía absoluta seguri-dad que ésta provenía de este sitio. La gran abundancia de dese-chos de la preparación de núcleos de chert con el córtex presente,indican una manufacturta local.

El material plutónico (gabro) de los artefactos de El Cayude(sitio No. 106) casi seguramente procede de las canteras alrededordel Cerro Santa Ana (por ejemplo, Las Cruces); pero el chert o “sí-lex” sólo ocurre en abundancia como nódulos en las faldas de laFila de Tausabana, al este de El Cayude (figura 65). Vetas de cherty/o calcedonia han sido reportadas para la misma zona (Matheus,comunicación personal, 1989-90). En el sitio (No. 106) también secolectaron puntas de tipo El Jobo de sección casi cilíndrica(Szabadics 1997: Foto 62), todas están manufacturadas en mate-rial plutónico. Otros tipos de bifaces El Jobo, de sección más oval yaplanada (‘puntas de azagaya’ o ‘cuchillos/navajas’) también estánpresentes y manufacturados en chert o cuarcita.

Page 221: maguare17.pdf

%%#

���%�&'�������������

El otro sitio No. 104 (que antes desconocíamos) en el sector ElCayude está ubicado en una “terraza” inferior, a 80 m SNM y,según Szabadics (1997:110), “está mejor conservado, conestratigrafía intacta”, por lo cual parece tener más potencial ar-queológico que el No. 106 (ver Sazabdics 1997: Foto 68). Szabadicsno ilustró artefactos provenientes del sitio No. 104 y el texto nodeja en claro si éste también arrojó muestras de puntas clovisoidesde chert, pero estamos bajo la impresión que su contenido es si-milar al sitio No. 106. Este último fue revisitado por Cruxent ySzabadics en donde recolectaron >200 Kg de artefactos aflorados,y luego en repetidas ocasiones por Szabadics (1997:112), quiéncomenta que “notamos que por las fuertes lluvias que a vecesazotan en la zona, ha podido florar nuevamente material pertene-ciente a este mismo complejo”.

En resumen, por lo menos el sitio El Cayude-106 indica unaclara presencia de grupos cazadores probablemente de origen nor-teamericano (Clovis), vía Centro América. Algunas de las puntas yfragmentos de puntas recuperadas en Santa Isabel de Iztapán (Va-lle de México), Turrialba (Costa Rica), Los Tapiales (Guatemala) yLago Madden/La Mula (Panamá) son de tecnología y estilo similaral tipo El Cayude (ver Bird y Cooke 1977: figura 3; Cooke y Ranere1996: figuras 3.2:f, 3.3:e-i; Cooke i.p. [1996]; L. Mirambel 1974:66-67). Sin embargo, en Colombia, las puntas de proyectil conpedúnculos y acanaladuras (tipo Restrepo) no son, a nuestro modode ver, clovisoides. La única punta con fuertes similtudes a una delas variantes del tipo Lago Madden es la de Bahía Gloria (Golfo deUrabá), pero es precisamente la que menos similitud guarda conlas puntas clovisoides de El Cayude (comparar Ardila y Politis [1990:Lámina 2:1] con Bird y Cooke [1977: figuras 6 y 8]).

Vale la pena insertar aquí un comentario acerca de la famosapunta “clovisoide” de La Hundición, lugar ubicado en el Estado deLara, no lejos del Valle de Quíbor (figura 1b: Área 3), reportada porC. A. Martín (1989).13 Esa misma pieza fue anteriormente descritapor Sanoja y Morgantti (1985) como un proyectil de tipo “cola de

13No pudimos dar con el informe original Martín, contando solamente con un resumen

para la Convención Anual de AsoVAC.

Page 222: maguare17.pdf

%%%

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

pescado”. Ardila visitó el sitio de La Hundición y obtuvo diapositivasde la presunta punta. Tras mostrar a Oliver (en 1999) las diapositivasy de discutir su significado, llegamos a la conclusión que no esclovisoide ni tampoco cola de pescado; es un biface que fue encon-trado al azar y aislado, en un contexto estratigráfico muy dudosoque parece sugerir redeposición. En los alrededores inmediatos noexiste ningún otro indicio cultural paleoamericano. Por lo tanto,podemos descartar la presencia de puntas clovisoides y de colas depescado en la región occidental de Venezuela, siendo la excepciónParaguaná. Esta región, como ya lo indicamos, está dominada porartefactos joboides.

Las puntas de proyectil El Cayude, claro está, carecen de con-textos que permitan inferir su posición cronológica y su asocia-ción a otros artefactos. La presencia de más de una tradición depuntas de proyectil, de tipos diferentes y hechas en materialesdistintos, sugiere sin embargo que el sitio El Cayude (No. 106) seamulticomponente. Podemos proponer que las puntas clovisoidesacanaladas tipo El Cayude no pueden ser anteriores a las fechascalibradas reportadas para el Clovis norteamericano (ver Tayloret al. 1996). Las fechas calibradas Clovis tienden a centrarse en-tre cal. 13,000-12,000 años A.P. (ver Taylor et al 1996: Figura 7;pero también consultar a Feidel 1999). En otras palabras, laspuntas clovisoides (excluyendo la cola de pescado) de CentroAmérica y Paraguaná, deberían ser posteriores a cal. ~12,500 añosA.P. (que sin calibrar están cerca de los 11,500 años A.P.). Laspuntas cola de pescado, cuyo lugar de origen en Sufamérica esmuy discutible, se inicia en fechas relativamente tempranas decerca ~11,000 años A.P. (sin calibrar) en el extremo sur, enPatagonia (ver Borrero y McEwan 1997). Es posible, entonces,que las puntas cola de pescado en Paraguaná sean más o menoscontemporáneas con las clovisoides, pero esto no se puede deter-minar aún. En general, estamos bajo la impresión que las puntasclovisoides y cola de pescado se introdujeron al ámbito peninsu-lar después de los ~11,000 años A.P. Las puntas El Jobo tienenun inicio más temprano, de al menos 13,000 años A.P., pero no sesabe si perduraron en el tiempo hasta llegar a co-existir con las

Page 223: maguare17.pdf

%%-

���%�&'�������������

puntas de El Cayude (asumiendo ~11,000 años para la presenciaclovisoide y cola de pescado en Paraguaná).

Ardila, en 1989, nos había sugerido una hipótesis que explica-ba la presencia de un conjunto de puntas clovisoides y colas depescado en Paraguaná, las cuales se difundieron (migración) desdela zona del Istmo de Panamá (y que podría incluir el Chocó y Ecua-dor con respecto a las colas de pescado) por la costa caribeña ysiguiendo una vía al oriente que hoy está sumergida y forma partede la plataforma continental de baja o menor profundidad entre LaGuajira y Paraguaná. Esto explicaría la baja ocurrencia de puntascola de pescado (y ausencia de verdaderas puntas clovisoides) en elCaribe colombiano y en la tierra firme venezolana. La hipótesis,aunque difícil de comprobar por razones obvias, nos parece la úni-ca explicación de por qué es en Paraguaná y no en la zona de tierrafirme del Golfo de Venezuela, donde se concentran exclusivamenteambos tipos de proyectil. Para reforzar esta hipótesis se necesita-rá, entre otras cosas, revisar más afondo la literatura geológicamás reciente (que la citada por Graf [1968]), particularmente delGolfo de Venezuela, para ver si en efecto hay evidencia (de niveleseustáticos y tectonismo local) de las distintas posiciones de la pla-ya durante el período crítico entre ~12,000 y 10,000 años A.P.

Dado este hipotético escenario, podemos sugerir que los gru-pos que tradicionalmente producían puntas El Jobo-Las Casitas,cuya presencia comenzó un par de milenios antes y que domina-ban tanto el paisaje peninsular como el de tierra firme, debieronentrar en contacto con estos grupos de origen panameño que sedifundieron por la costa de Colombia hasta Venezuela. Especula-mos que la ausencia de una difusión de puntas clovisoides y decolas de pescado hacia el interior del occidente venezolano se debea que la materia prima por excelencia (chert, calcedonia) para fa-bricar estas puntas acanaladas sólo se encuentra en Paraguaná(de La Guajira no sabemos nada). Quizá la relativa preferencia por,y selección de, puntas triangulares con pedúnculos (cuyas formasestándar sí pueden fabricarse sin problemas en cuarcita, cuarzo yotras piedras) fue otro factor (cultural) que impidió la difusión deesta tecnología.

Page 224: maguare17.pdf

%%+

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

����������� )������

Mucho queda aún por trabajar en el paleoindio venezolano. Sihay algo que esperamos haber contribuido en este estudio es nues-tro énfasis en la importancia que tiene una discusión a fondo delos contextos arqueológicos en relación a la formación y deforma-ción (evolución) de los paisajes. Una segunda área de discusiónimportante se refiere al problema de ‘cuadrar’ las escalas, no sólocronológicas, sino también analíticas y del espacio. El estudio deEl Pedregal, en particular, presenta soluciones a una escala quepermite el ordenamiento de los paisajes fluviales y los períodos enque éstos quedaron accesibles para el uso, tránsito y ocupaciónhumana. Pero es una escala que provee límites cronológicos deuna amplitud tal que cuando se analiza el Taller 1—un micro-con-texto de una escala de resolución muy diferente a la escalacronológica de las terrazas— nos enfrentamos a problemas desincronización y coordinación.

Así y todo la secuencia cronológica y geomorfológica de paisa-jes fluviales propuesta aquí, junto con las interpretaciones de losprocesos de formación y de modificación, forman la base elementale imprescindible sobre la cual erigir futuros proyectos (‘problem-oriented’) arqueológicos. Para nosotros, en esta coyuntura de laarqueología “paleo” de Falcón, era mucho más vital el enfoquegeocronológico que, por ejemplo, pasarnos dos o tres meses reco-lectando sistemáticamente los artefactos superficiales de los talle-res y canteras, incluso los artefactos aislados a lo largo y ancho dela cuenca. Creemos que no es imposible que estudios adicionalesen la cuenca, y con una mayor participación del componente ar-queológico, puedan establecer grupos significativos de industrias ytecnologías líticas asociados en forma más directa con procesosespecíficos de la formación de terrazas. No es este el lugar paratratar sobre los diseños de tales proyectos, pero los datos elemen-tales y necesarios para hacerlo están contenidos en este estudio.

Ante la magnitud de los problemas de escalas, asociación ycontexto, cierto es que hemos —en más de una ocasión— especu-lado y ‘empujado’ las posibilidades interpretativas más allá de loque los datos empíricos justifican. Pero no pediremos excusas: queda

Page 225: maguare17.pdf

%%)

���%�&'�������������

bien claro dónde se especula y dónde la interpretación es razona-ble y justificada.

Por otro lado, nuestra síntesis y comentarios de otros sitios ycomplejos en la costa de Falcón y Maracaibo, cuando son contras-tados con los sitios de la Cuenca de El Jobo y Paraguaná,ineludiblemente nos llevan a cuestionar seriamente el sobre-énfa-sis que se le da a los sitios de mataderos. Es más, el instrumentalde sitios como Taima-taima, en contraste al Pedregal, parecen serpobres y aberrantes. La diversidad de conjuntos de materialesjoboides, tipos de artefactos (aun cuando los haya que no todo elmundo los considere como tales) y variedades de contextos, sugie-ren que aunque la caza de megamamíferos fue una actividad asi-dua, e incluso importante (y quizá, ¿oportunista?), sería un errorcatalogar a los joboide como grupos cuyo estilo de vida giraba ex-clusivamente en torno a la persecución de la carne y hamburgue-sas. Al menos por el momento, sospechamos que las actividadeseconómicas eran mucho más diversas. Y a todo esto hemos de aña-dir la compleja situación de Paraguaná. Incluso hemos entretenidola idea que grupos (familias, bandas) utilizando una misma tradi-ción tecnológica (joboide), probablemente dedicaban diferentes én-fasis de tiempo y dedicación a distintas actividades económicas —unos más dados a la caza y a la alta movilidad, otros más dados ala explotación de recursos vegetales y a movimientos más restrin-gidos. En fin, estamos inclinados a pensar que las gentes joboidesdurante su larga historia cumulativa (circa 13,400 hasta quizá 7,000años A.P.) demuestran un radio de acción circunscrito en el espa-cio —parecían ser, por así decirlo, poco ‘aventureros’.

Finalmente, queremos recalcar la importancia del papel queParaguaná juega en la historia y desarrollo de los primerossuramericanos al norte del continente. Los descubrimientos en lapenínsula —en el Cayude— presentan una rara oportunidad pararesolver el problema de las migraciones de grupos clovisoides, asícomo de grupos utilizando puntas cola de pescado, en contraste alos desarrollos de carácter local (joboide).

El campo de investigación paleoindia en Venezuela —aparte deocasionales noticias de Arturo Jaimes, está prácticamente parali-zada y, de hecho, moribunda. Esperemos que este estudio —las

Page 226: maguare17.pdf

%%�

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

muchas preguntas que no hemos podido siquiera responder, asícomo las que hemos podido iluminar— sirva de aliciente para unrenovado y vigoroso interés, primeramente por nuestros colegasvenezolanos, pero igualmente para otros interesados y estudiososde los primeros y más antigüos habitantes de América del Sur. Quesepan que aun sin las condiciones de alta preservación e integri-dad —como por ejemplo, Monte Verde o Caverna do Pedra Pinta-da— la historia de los primeros paleoamericanos en el occidentevenezolano amerita su rescate y es rescatable.

�$��"� ��������

Las investigaciones en el Valle de El Pedregal fueron posiblesgracias a una beca de la National Geographic Society (N.G.S. grant#2994-84). Igualmente debemos agradecer la participación entu-siasta de José M. Cruxent en el proyecto de El Pedregal y, en espe-cial, por las muchas horas de discusión y de clarificaciones acercade sus conocimientos del paleoindio venezolano. Nos abriódesinteresadamente las puertas a sus datos, colecciones y notasde campo, sin los cuales este ensayo habría sido imposible. Agra-decemos al personal del ya casi (sino del todo) difunto Centro deInvestigaciones Antropológicas, Arqueológicas y Paleontológicas dela Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda(UENFM) por su participación en distintas facetas del trabajo decampo, en especial F. E. Durán Márquez y Víctor Hernández.Temistos Figueroa, aide-de-camp y baquiano de Cruxent desde 1956,nos acogió en El Pedregal y nos reveló todos sus “secretos”. El Dr.Petzal también compartió no sólo sus conocimientos de la regiónsino también sus memorias. La colección de El Cayude la pudimosexaminar y fotografiar gracias a Miklos Szabadiks Roca, quién ade-más participó en nuestras prospecciones junto con su esposa. Elcolega y amigo, D. J. Johnson (Departamento de Geografía, Uni-versidad de Illinois, EE. UU.) quién tras la inesperada muerte deAlexander (en 1988), nos brindó sus valiosos consejos e inclusocotejó en el campo (1989) algunas de las interpretaciones prelimi-nares que hicimos en 1985. Los estudios de las colecciones del

Page 227: maguare17.pdf

%%

���%�&'�������������

depósito arqueológico del Departamento de Antropología del Insti-tuto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) en Caracas(1985 y 1989) fueron posibles gracias a la generosa asistencia ycolaboración de los arqueólogos Erika Wagner, Alberta Zucchi yLilliam Arvelo. Carlos Schubert, que en paz descanse, fue una fuentede inspiración y conocimientos sin igual sobre el cuaternario vene-zolano; las múltiples discusiones sostenidas sobre temas de geolo-gía y arqueología esperamos que se hayan reflejado a lo largo deeste trabajo. Ben Rouse (Universitdad de Yale) y Tom Dillehay (Uni-versidad de Kentucky) revisaron versiones anteriores; sus valiososcomentarios contribuyeron a una notable mejora del ensayo.

Finalmente, esta versión ampliada y —esperamos— más acerta-da se debe a la contribución que Gerardo Ardila hizo a raíz de discu-siones realizadas tanto en su casa en Bogotá como en el seminariollevado a cabo en la Universidad Nacional de Colombia (abril 1999).A Gerardo y a los estudiantes de arqueología de la UNC y de Medellín,les agradezco sinceramente el input positivo y críticas constructivasque motivaron esta re-examinación de mis ideas.

Las debilidades y fallas de este ensayo son únicamente respon-sabilidad del autor principal —quien ha querido, con justicia, darel crédito que se merece Charles Alexander, pero que asume cual-quier error de interpretación de sus notas y datos.

��)���� ���

Antczak, A. 1998. “Late Prehistoric Economy and Society of the Islands off

the Coast of Venezuela: A Contextual Interpretation of the Non-Ceramic

Evidence”. Tesis PhD inédita. Institute of Archaeology, University College

London. Londres, Inglaterra.

Ardila Calderón, G. 1987. Reseña de “A Late Pleistocene Paleo-Indian Kill Site

in Northernmost South America, editado por C. Ochsenius y R. Gruhn”.

Boletín del Museo del Oro No.18: 81-85.

_________1991“The Peopling of Northern South America”, en Clovis: Origins

and Adaptations. Editado por R. Bonnichsen y K. Turnmire, pp. 261-282.

Page 228: maguare17.pdf

%%!

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

Peopling of the Americas Publications, Center for the Study of the First

Americans. Oregon State University.

Ardila Calderón, G. y G. G. Politis. 1989. Nuevos datos para un viejo proble-

ma: investigaciones y discusiones en torno del poblamiento de América.

Boletín del Museo del Oro.

Arvelo, L. y J. R. Oliver. i.p. [1999]. “El Noroccidente de Venezuela”, en El Arte

Prehispánico de Venezuela. Editado por M. Arroyo, L. Blanco y E. Wagner,

pp. 120-135. Caracas: Fundación Galería de Arte Nacional. En imprenta.

Bate, L.F. 1983. “Comunidades primitivas de cazadores y recolectores en

Sudamérica”, en Historia General de America: Periodo Indígena, tomo 2,

vol. 1, pp. 99-127. Editado por G. Morón. Caracas: Academia Nacional

de la Historia de Venezuela.

Begley, S. y A. Murr (reporteros). 1997. The First Americans. Newsweek, Vol.

CXXXIII (23): 57-71.

Bird, J. y R. Cooke. 1977. Los artefactos más antiguos de Panamá. Revista

Nacional de Cultura No. 6:7-31. Panamá.

Birkeland, P. W. 1984. Soils & Geomorphology . Oxford-New York: Oxford

University Press.

Bradbury, Platt J., B. Leyden, M. Salgado-Laboriau, W. M. Lewis Jr., C.

Schubert, M. W. Windford, D. G. Freu, D. R. Whitehead y F. H. Weibezahn.

1981. Late Quaternary Environmental History of Lake Valencia, Vene-

zuela. Science 214(4527):1299-1305

Borrero, L. A. y C. McEwan. 1997. “The Peopling of Patagonia: The First Human

Occupation”, en Patagonia: Natural History, Prehistory and Ethnography

at the Uttermost End of the Earth. Editado por C. McEwan, L. A. Borrero y

A. Prieto, pp. 30-45. Londres: British Museum Press.

Bruhns, K. Olsen. 1994. Ancient South Americans. Cambridge: Cambridge

University Press.

Bryan, A.L. 1973. Paleoenvironmental Diversity in Late Pleistocene South

America. Quaternary Research, 3:237-256.

___________ 1983. “South America”, en Early Man in the New World. Editado

por S. Richard Jr. pp.137-147, Sage Publications, Inc.

Page 229: maguare17.pdf

%%"

���%�&'�������������

___________[1979] 1986a. “The Stratigraphy of Taima-taima”, en Taima-taima.

A Late Paleo-Indian Kill Site in Northernmost South America—Final

Reports of the 1976 Excavations. Editado por C. Ochsenius y R. Gruhn,

pp.41-52. Federal Republic of Germany: CIPICS/South American

Quaternary Documentation Program. [Originalmente preparado en 1979;

impreso en 1986].

___________1986b. “Paleoamerican Prehistory as Seen From South America”,

en New Evidence for the Pleistocene Peopling of the Americas. Editado por

A.L. Bryan, pp.1-14. Orono, Maine: Center for the Study of Early

Americans. University of Maine.

Bryan, A.L., R.M. Casimiquiela, J.M. Cruxent, R. Gruhn y C. Ochsenius. 1978.

An El Jobo Mastodon Kill at Taima-taima. Science 200:1275-1277.

Chauchat, C. 1988. “Early Hunter-Gatherers on the Peruvian Coast”, en

Peruvian Prehistory. Editado por R. W. Keatinge, pp. 41-66. Cambridge:

Cambridge University Press.

Curtis, J.H., M. Brenner, y D.A. Hoddel. 1997. Climate Change in the Lake

Valencia Basin: ~12,600 yr B.P. to Present. Ms sometido a publicación

en The Holocene. Department of Geology, University of Florida, Gainseville.

Cooke, R. i.p. [1996]. Human Settlement of Central America and Northern

South America. Ms sometido a publicación en Quaternary International.

Ms. 1996, 49 pp. + 5 figures.

Cooke, R. y A. Ranere. 1996. “Stone Tools and Cultural Boundaries in

Prehistoric Panamá: An Initial Assessment”, en Paths to Central American

Prehistory. Editado por F. W. Lange, pp.49-77. Niwot, Colorado: University

Press of Colorado.

COPLANARH (Comisión del Plan Nacional de Aprovechamiento de Recursos

Hidráulicos). 1975. Inventario de Tierras. Estudio Geomorfologico de las

Regiones Costa Noroccidental, Centro Occidental y Central—Sistema Mon-

tañoso Noroccidental, Regiones 2, 3 y 6. Publicación No. 44. Caracas:

Comisión del Plan Nacional de Aprovechamiento de Recursos Hidráuli-

cos (COPLANARH). República de Venezuela, Ministerio de Agricultura y

Cría, Centro Nacional de Investigaciones Agropecuarias.

Cruxent, J.M. 1958. Una industria lítica de tipo paleoindio en Venezuela.

Proceedings of the 32nd International Congress of Americanists.

Page 230: maguare17.pdf

%-$

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

Copenhagen 1956, pp.412-413. Munksgaard, Copenhagen. [Versión en

español de Cruxent y Rouse 1957].

___________ 1961a Neuer Bericht über die Foresetzung de Archäologischen

Arbeiten im Gebiet von El Jobo, Bundesstaat Falcon, Venezuela. V

Kongress für Vor- und Frugeschichte, Essay 64: p. 215 (Plates 13-15).

Alemania.

___________ 1961b Huesos Quemados en el Yacimiento Prehistórico de Muaco,

Estado Falcón, Venezuela. Boletín Informativo I.V.I.C. 2:20. Instituto Ve-

nezolano de Investigaciones Científicas, Depto. de Antropología, Cara-

cas.

___________ 1962 Recent Discovery of Paleoindian Artifacts in Manzanillo,

Estado Zulia, Venezuela. American Antiquity 27(4):576-579.

___________1963 “Noticias sobre tres estaciones con artefactos Líticos de

tipo paleoindio en Venezuela”, en Origens do Homen Americano. II Encontros

Intelectuais , pp.275-294. São Paulo. Instituto de Prehistoria da

Universidade de São Paulo.

___________ 1967 El Paleoindio en Taima-taima, Estado Falcón, Venezuela.

Acta Científica Venezolana Supl. 3:3-17. Caracas.

___________1968 Theses for Meditation on the Origin y Distribution of Man

in South America. Biomedical Challenges Presented by the American Indian.

Scientific Publication No. 165, pp. 11-16. Pan American Health

Organization, Washington D.C.

___________ 1969 Projectile points with Pleistocene Mammals in Venezuela.

Antiquity 49(175): 223-225. Cambridge.

___________ 1970 “Apuntes sobre la arqueología Venezolana”, en Arte

Prehispánico de Venezuela, editado por M.G. Arroyo, J.M. Cruxent y S.

Pérez Soto de Atencio, pp. 19-60. Caracas, Fundación Eugenio

Mendoza.

___________ 1971 Tupuquén: Un yacimiento con lítica de tipo Paleoindio.

Acta Científica Venezolana, 23, Supl. 1: 17. Caracas.

___________ 1982 Descubrimiento en Paraguaná (El Pesquero). Hoja Univer-

sitaria, Año II (21): 3. Coro, Universidad Nacional Experimental Francis-

co de Miranda.

Page 231: maguare17.pdf

%-#

���%�&'�������������

___________ 1983 “La técnica de talla levalloisiense en Panamá y Venezue-

la”. en Proceedings of the Ninth International Congress for the Study of

the Pre-Columbian Cultures of the Lesser Antilles, editado por L. Allaire y

F-M. Mayer, pp.249-256. Centre de Recherches Caraibes, Universite de

Montreal, Canada.

___________ 1986 “Stone and Bone Artifacts from Taima-Taima”. en Taima-

taima. A Late Paleo-Indian Kill Site in Northernmost South America Final

Reports of the 1976 Excavations, editado por C. Ochsenius y R. Gruhn,

pp. 41-52. CIPICS/South American Quaternary Documentation Program.

Federal Republic of Germany [Originalmente preparado en 1979; publi-

cado en 1986].

___________ s.f. Catálogo tentativo sobre la lítica de acabado escamoso en el

bloque oriental de Venezuela. Manuscrito inédito. Caracas-Coro. 56 pági-

nas. (circa 1975).

Cruxent, J.M. e I. Rouse. 1957. A lithic Industry of Paleoindian Type in Vene-

zuela. American Antiquity 22(2):172-179. With comments by H.M.

Wormington, E.M. Davis y A.D. Krieger.

___________ 1958 [1961]. Arqueología cronológica de Venezuela. Washington,

D.C.: Unión Panamericana. 2 Vols. (Versión inglesa, 1958)

Dillehay, T. D. 1989. Monte Verde: A Late Pleistocene Settlement in Chile:

Paleoenvironment and Site Context. Vol. I. Washington D.C.: Smithsonian

Institution Press.

Dillehay, T. D. (con contribuciones de varios autores). 1997. Monte Verde: A

Late Pleistocene Settlement in Chile: The Archaeological Context. Vol. II.

Washington D.C.: Smithsonian Institution Press.

Dillehay, T.D., G. Ardila Calderón, G. Politis, y M da C. Coutinho Beltrão.

1992. Earliest Hunters and Gatherers of South America. Journal of World

Prehistory 6:145-204.

Dinacuze. D. 1984. An Archaeological Evaluation for the Case of Pre-Clovis

Occupations. Advances in New World Archaeology 3:275-323.

Donelly, T.W. 1995. Memorial to Carlos Schubert 1938-1994. Geographical

Society of America Memorials , 26:51-54.

Page 232: maguare17.pdf

%-%

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

Fagan, B. M. 1987. The Great Journey: The People of Ancient America. London:

Thames & Hudson.

Feidel, S.J. 1992. Prehistory of the Americas. Cambridge: Cambridge University

Press.

___________ 1996 Paleoindians in the Brazilian Amazon. Science 274:1821-

1822.

___________ 1999 Older Than We Thought: Implications of Corrected

Radiocarbon Dates for Paleoindians. American Antiquity 64(1):95-115.

Feo-Codecido, G. 1971. Geología y recursos naturales de la Península de

Paraguaná. Symposium on Investigations and Resources of the Caribbean

Sea and Adjacent Regions, pp. 231-240. París: UNESCO.

Ferrer Velíz, E. 1980. El clima en la Región Centro-Occidental de Venezuela.

Barquisimeto: Fundación para el Desarrollo de la Región Centro-Occi-

dental de Venezuela (FUDECO).

Forbis, R.G. 1974. “The Paleoamericans”, en Prehispanic America. Editado

por S. Gorenstein. New York: St. Martin’s Press.

Frey, J.C., H.D. Glass, A.B. Leonard, y D.D. Coleman. 1974. Caliche and

Clay Mineral Zonation of the Ogallala Formation, Central-Eastern New

Mexico. New Mexico Bureau of Mines and Mine Research Circular No.144.

Gallardo, C. 1985. “Esquisse sismotectonique de la region Centro-Occidentale

du Venezuela et sa relation avec la geodynamique dès Caraïbes”. pp.133-

141. Tesis de Ph.D, Universite des Sciences et Techniques du Languedoc.

Academie Montpellier. Francia

Gould, S.J. 1989. Wonderful Life. New York: W. W. Norton y Company.

Graf. C. 1968. “Quaternary Geology of Northwestern Venezuela: Coastal Plains

of Falcon-Zulia”. Tesis de Ph.D, Rice University. University Microfilms

International (#68-15624). Ann Arbor.

Gruhn, R. y A. L. Bryan. 1987. Points of Order. Excavations in Venezuela and

Colombia put the Ice Age Hunters of North America in a New Perspective.

Natural History 6:6-10.

Page 233: maguare17.pdf

%--

���%�&'�������������

Guidon, N., A.-M. Pessis, F. Parenti, M. Fontugue y C. Guérin. 1996. Nature

and Age of the Deposits in Pedra Furada, Brazil: Reply to Meltzer, Adovasio

and Dillehay. Antiquity 70 (268):408-421.

Hammen, T. van der. 1981. “The Pleistocene Changes of Vegetation and the

Climate in the Northern Andes”, en The Glaciation of the Ecuadorian An-

des. Editado por S. Hastenrath, Appendix IV:125-145. Rotterdam, Ho-

landa: A.A. Balkema.

Haynes, C.V. 1974. Paleoenvironments and Cultural Diversity in the Late

Pleistocene South America. A Reply to A.L. Bryan. Quaternary Research

4: 378-382.

Haviser, J. 1985. The St. Michelsberg Site: Preliminary Archaeological

Observations of an Archaic Settlement on Curaçao. Willemstad, Curaçao:

Institute of Archaeology and Anthropology of the Netherlands Antilles,

Report No. 2. + Supplement to Repport No. 2 (10/06/85).

Hooghiemstra, y T. van der Hammen. 1998. Neogene and Quaternary

Development of the Neotropical Rainforest: The Forest Refugia Hypothesis,

and a Literature Overview. Earth-Science Reviews 44:147-183. Elsevier.

Jaimes Queros, A. 1989. “Áreas de actividad de un sitio Paleoindio del Estado

Lara: Los Tres Cruces”. Tesis de Licenciatura inédita. Universidad Cen-

tral de Venezuela, Caracas.

___________ 1998 El Vano, Venezuela: El Jobo Traditions in a Megathere

Kill Site. Current Research in the Pleistocene 15:25-27.

Jelambi, O. 1995. Cuatroscientos cuarenta y siete años del Lago de Valencia.

Vol. XXXII. Biblioteca de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y

Naturales. Caracas.

Johnson, D.L. 1989. Subsurface Stone Lines, Stone Zones, Manuport Layers

and Biomantles Produced by Bioturbation via Pocket Gophers (Thmomys

bottae). American Antiquity 54(2): 370-389.

Lahey, J.F. 1958. On the Origin of the Dry Climate in Northern South America

and the Southern Caribbean. Tesis Ph.D. Scientific Reports #10. University

of Wisconsin, Department of Metereology, Wisconsin.

___________ 1972. “On the Origin of the Dry Climate in Northern South America

and the Southern Caribbean”, en Coastal Deserts and Their Natural

Page 234: maguare17.pdf

%-+

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

Environments. Editado por D.H.K. Amiran y A.W. Wilson, pp.75-90.

Tucson: Univeristy of Arizona Press.

Lanning, E.P. 1967. Peru Before the Incas. New Jersey: Prentice Hall, Inc.

Englewood Cliffs.

Leopold, L. B., M. G. Wolman y J. P. Miller. 1995. Fluvial Processes in

Geomorphology. New York: Dover Publications Inc., Mineola.

Leyden, B. W. 1985 Late Quaternary Aridity and Holocene Moisture Fluctuations

in the Lake Valencia Basin, Venezuela. Ecology 66 (4):1279-1295

Lynch, T.F. 1974. The Antiquity of Man in South America. Quaternary Research,

4:356-377.

___________ 1983 “The Paleoindians”, en Ancient South Americans. Editado por

J.D. Jennings, pp. 87-137. 2nd. ed. San Francisco: W.H. Freeman Press.

___________ 1990 Glacial-Age Man in South America? A Critical Review.

American Antiquity 55 (1):12-36.

Martín, C. A. 1989. Un fragmento de punta Clovis en la Arqueología del Estado

Lara, Venezuela. Paper read at the XXXIV Convención Anual de la Socie-

dad Venezolana para el Avanze de la Ciencia (ASOVAC). Universidad

Central de Venezuela, Caracas.

Mateucci, S.D., A. Colma y L.E. Pla. 1979. Análisis regional de la vegetación

y del ambiente del Estado Falcón. La Vegetación. Coro: Instituto Universi-

tario de Tecnología “Alonso Gamero”. Ministerio de Educación.

___________ 1980 La desertificación en el Estado Falcón. Síntesis Geográfica

Año 4 (8): 11-20 Universidad Central de Venezuela, Caracas.

___________ 1981 Análisis Ecológico Regional del Estado Falcón. Acta Cientí-

fica Venezolana, 33: 78-87. Caracas.

Meltzer, D. J., J. M. Adovasio, y T. D. Dillehay. 1994. On a Pleistocene Human

Occupation at Pedra Furada, Brazil. Antiquity 68 (261):695-714).

Meltzer, D. J., D. K. Greyson, G. Ardila, A. W. Barker, D. F. Dinacuse, C. V.

Haynes, F. Mena, L. Núñez y D. J. Stanford. 1997. On the Pleistocene Antiquity

of Monte Verde, Southern Chile. American Antiquity 62 (4):659-663.

Mirambel, L. 1974. “La etapa lítica”, en Historia de México, Vol I. Fascículo 3,

pp55-76. Barcelona: Salvat Editores, S.A.

Page 235: maguare17.pdf

%-)

���%�&'�������������

National Geographic. 1979. Search for the First Americans, por T. Canby,

National Geographic Vol.156 (3): 330-363. Washington, D.C.

___________ 1997 The Most Ancient Americans, por R. Gore. National

Geographic Vol.192 (4): 93-99. Washington, D.C.

Newsweek (edición internacional-Europa) 1997 The First Americans, por S.

Begley y A. Murr. Newsweek, Vol. CXXXIII (23): 57-71. Newsweek Inc.,

Intenrational edition-Europe.

Oliver, J.R. 1989. The Archaeological, Linguistic and Ethnohistorical Evidence

for the Expansion of Arawakan into Northwestern Venezuela and

Northeastern Colombia. Unpublished Ph.D. dissertation. University of

Illinois at Urbana-Champaign. University Microfilms International, Ann

Arbor.

___________ 1991. “Reflexiones Sobre los Posibles Orígenes del Wayú (Guajiro)”,

en La Guajira: de la Memoria al Porvenir. Una Visión Antropológica. Edita-

do por G. Ardila Calderón, pp. 83-135. Santa Fé de Bogotá: Universidad

Nacional de Colombia. Centro Editorial Fondo FEN.

___________ 1997. “Dabajuroid Archaeology, Settlements and House

Structures: An Overview from Mainland Western Venezuela”, en The

Archaeology of Aruba: The Tanki Flip Site. Editado por A. Versteeg and

S. Rostain, pp. 363-428. Oranjestad, Aruba Archaeological Museum of

Aruba, Monograph #8.

Oliver, J.R., B. Bray, P. Drewett, A. Antczak, y M. Antczak. Ms 1998. “The

Tacarigua Archaeological Project Proposal: The Archaeology of North-

Central Venezuela”. Propuesta suometida a Petróleos de Venezuela, S.A.

e Institute of Archeology. Ms inédito, Londres.

Ochsenius, C. y R. Gruhn (editores). [1979] 1986. Taima-taima. A Late Paleo-

Indian Kill Site in Northernmost South America -Final Reports of the 1976

Excavations. Federal Republic of Germany: CIPICS/South American

Quaternary Documentation Program. [Originalmente preparado en 1979;

impreso en 1986].

Owen, R.C. 1984. “The Americas: The Case Against an Ice-Age Human

Population”, en The Origins of Modern Humans: A World Survey of Fossil

Page 236: maguare17.pdf

%-�

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

Evidence. Editado por F.H. Smith y F. Spencer, pp.517-563. Alan R.

Liss, Inc.

Rinaldi, M. 1993. “Paleoecología Cuaternaria”, en El Cuaternario de la Cordi-

llera de Mérida, Andes Venezolanos. Editado por C. Schubert y L. Vivas,

pp. 199-221. Mérida, Venezuela: Universidad de Los Andes-Fundación

Polar..

Rodríguez, J. A. 1992. “Arqueología del Sudeste de Sudamérica”, en Prehisto-

ria Sudamericana: nuevas perspectivas. Editado por B. J. Meggers, pp.

177-209. Washington D.C.: Taraxcum.

Roosevelt, Anna C., M. Lima da Costa, C. Lopes Machado, M. Michab, N.

Mercier, H. Valladas, J. Feathers, W. Barnett, M. Imazio da Silveira, A.

Henderson, J. Silva, B. Chernoff, D. S. Reese, J. A. Holman, N. Toth, y K.

Schick. 1996. Paleoindian Cave Dwellers in the Amazon: The Peopling of

the Americas. Science 272:373-384

Rouse, I. y J.M. Cruxent. 1963. Venezuelan Archaeology. Yale Caribbean Se-

ries #6, S.W. Mintz, general editor. New Haven: Yale University Press.

Salgado-Labouriau, M. L. 1980. A Pollen Diagram of the Pleistocene-Holocene

Boundary of Lake Valencia, Venezuela. Reviews of Paleobotany and

Palynology 30:297-312.

Sanoja, M. y A. Morgantti. 1985. La formación cazadora-recolectora del no-

roeste de Venezuela. Gens 1 (4). Boletín De La Sociedad Venezolana de

Arqueólogos. Caracas.

Page 237: maguare17.pdf

%-

���%�&'�������������

Cuadro 1Resultados del análisis de la proporción promedio de arci-

lla de las muestras de sedimentos fluviales de las terrazas de lacuenca de El Jobo, Pedregal

Terraza I Terraza IA Terraza IB Terraza II Terraza III Profundidad (cm)

16.62 12.42 27.90 32.98 30.28 10

26.78 15.83 32.61 39.26 42.01 20

19.60 7.94 36.20 38.49 43.64 30

25.69 7.86 34.15 39.42 46.97 40

27.48 39.17 37.45 47.94 46.38 50

29.63 33.02 33.35 40.40 42.99 60

26.36 35.18 ———- 40.24 40.83 70

27.40 ———- 34.10 39.68 42.17 80

25.66 32.84 32.01 35.35 38.38 90

27.60 33.76 30.69 33.64 ———- 100

27.00 32.99 31.64 32.55 ———- 110

24.43 29.93 33.25 35.70 ———- 120

26.76 31.63 34.39 34.37 ———- 130

28.86 28.49 34.55 ———- ———- 140

26.08 ———- 34.19 33.72 ———- 150

37.64 ———- 33.03 42.82 ———- 160

28.46 ———- ———- ———- ———- 170

24.16 ———- ———- ———- ———- 180

26.45 26.23 33.30 37.77 41.52 Promedios

������4 ��� �� �������&���������� �$���������� �$���������-M/�������� ������������8� �����"������� ��������� ���$����������������������$ �+������������������$������������������������� �������������L

�������� 99)2����99)2���������� 99)2��������� � 99)2���������� 99)2�%�99)2�%�99)2�%��99)2�"%��99)2�����99)2������������������� 99)2 %�99)2!�-������ ����������������� �� ��/���������� 99)2����99)2��

NNN 2 L A������&��8����0���������$���$?��������� �������������� ���� �������� �&��������%�$�������@�&�������� ���������$��������%���$�����$��������������8� ����$��0��������6������0����:��8�����,���� �����$?������������

Page 238: maguare17.pdf

%-!

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

Cuadro 2Fechas absolutas C14 y TL de las terrazas de la cuenca de El

Jobo, Pedregal

ISGS # Material Terraza Ubicación Profun- años A.P. años A.P. (2 sigma)

/fracción didad (cm) sin calibrar calibradas**

1371 carbón Terraza I SSP-1 102 3300 ± 70 3640-3380

1356 carbón Terraza I barranca 153 1290 ± 70 1310-1050

1353 carbón Terraza I barranca 182 1330 ± 90 1410-1050

1362 carbón Terraza I barranca 250 1370 ± 90 1420-1060

1370 carbón Terraza I barranca 272 1450 ± 70 1420-1260

Σ de las muestras ISGS-1356, 1353, 1362, 1370 1420-1060

1414 carbón Terraza I SSP-5 150 5740 ± 70 6710-6400

1414B carbón Terraza I SSP-5 150 5680 ± 70 6640-6390

Σ de las muestras ISGS-1414 y 1414B 6670-6390

1441 carbón Terraza IA SSP-7 145 8800 ± 140 10,000-9500

1439 orgánica Terraza IA SSP-7 145 7810 ± 210 9060-8140

1465 inorgánica Terraza II SSP-3 10-25 10,460 ± 110 12,660-11,940

1466 orgánica Terraza II SSP-3 10-25 moderna ———————

IVIC TL sedimento* Terraza II SSP-3 10-25 11, 200 ± 1300 ———————

1451 inorgánica Terraza II SSP-3 65-75 19,510 ± 180 ———————

1452 orgánica Terraza II SSP-3 65-75 7540 ± 170 ———————

1440 inorgánica Terraza III SSP-2 90-100 7680 ± 80 ———————

1442 orgánica Terraza III SSP-2 90-100 4190 ± 130 ———————

IVIC TL sedimento* Terraza III SSP-2 110-120 12,800 ± 1500 ———————

O�G*����������H�P��������� ��������������:���(�����������������$����0��@����*

OO����0��@���0�������� �&����������� �$�����������������������������������'4���"�3����*������������Q��&����������9���8�����)�1�'������-'�������&����� ���L����2��"%��!!�/��9��$��������� ���0��@������=��� ��������������������-!��M���0��&� ����/�����0��@����� �&������@���������������������� ���?����������������

��������*����� ���0��@��� ��,������:��$�������� ����� �.�.,O�0��������� �������$���<������,� ������� �. ������9����>�� ����� �9��8���-.9>9/�����0��@���0��������&8���������������0�������� �������������������� ���������� ���������!����" ���0��@���.�.,�0������$�������������������� ��?������������� �������������-*/���$����������$���� �<��1�4����������-.�.,/�����0��@���*�����������(���� �.��������������� �������.�8�������������,����(0����%�,������%�������� �

������ �������,����0��@������ ���0���������������������������������� �#��������������$��$��8�������������������������������%������ ����������� ��@�

Page 239: maguare17.pdf

%-"

���%�&'�������������

Apendice 1:Analisis pedologico de las muestras de sedimentos fluvia-

les Cuenca de El Jobo-valle de El Pedregal, edo. FalconParticle Size Analsis/Análsis del Tamaño de Partículas

Fe libre Terraza

SSP/nivel Prof. cm % arena % limo % arcilla CaCO3 Fe de CaCo3 asociada1,01 10 16,28 57,79 25,94 0,85 119,8 120,1 TERRAZA I

1,02 20 22,16 47,01 30,83 0,74 129,8 130,7 Río Pedregal1,03 30 1,84 130,4 132,8

1,04 40 23,47 43,80 32,73 0,85 130,5 131,61,05 50 27,59 43,31 29,10 0,22 138,7 139,0

1,06 60 30,22 44,23 25,55 3,67 138,0 143,31,07 70 27,42 45,74 26,84 2,69 137,8 141,6

1,08 80 31,14 41,93 26,92 1,86 147,6 150,41,09 90 34,34 41,27 24,39 1,05 150,5 152,1

1,10 100 34,85 42,54 22,60 2,07 138,6 141,51,11 110 42,00 36,72 21,88 3,28 157,5 162,8

1,12 120 26,60 45,79 27,61 2,61 146,0 149,91,13 130 23,55 50,22 26,23 2,39 147,9 151,5

PROMEDIO SSP-1 28,30 45,03 26,72 1,86 139,5 142,12,01 10 5,64 53,90 40,47 3,08 110,6 114,1 TERRAZA-III

2,02 20 3,17 48,86 47,97 5,08 107,7 113,5 ‘EL Jobo’2,03 30 6,48 106,7 114,5

2,04 40 2,99 46,98 50,03 10,98 99,0 111,22,05 50 3,47 48,36 48,18 13,44 80,1 92,5

2,06 60 3,66 55,48 40,86 11,45 67,0 75,72,07 70 12,92 57,9 66,5

2,08 80 17,37 65,2 78,92,09 90 14,35 69,3 80,9

2,10 100 13,06 70,8 81,42,11 110 7,62 75,8 82,1

2,12 120 8,57 68,8 75,22,13 130 12,84 66,8 76,6

2,14 140 13,03 68,4 78,6PROMEDIO SSP-2 3,79 50,72 45,50 10,73 79,6 88,7

3,01 10 15,87 56,39 27,73 12,89 62,9 72,2 TERRAZA II3,02 20 14,34 58,86 26,80 16,93 79,3 95,5 ‘Las Casitas’

3,03 30 21,89 63,65 14,46 18,30 78,3 95,83,04 40 14,75 72,76 12,99 13,13 100,7 115,9

3,05 50 12,15 69,98 17,87 12,12 99,7 113,53,06 60 18,96 48,92 32,12 6,87 113,9 122,3

3,07 70 19,34 51,48 29,18 6,88 112,0 120,33,08 80 16,27 51,96 31,77 6,51 115,8 123,9

3,09 90 21,75 49,03 29,22 6,71 110,0 117,93,10 100 18,74 56,19 25,07 6,97 104,7 112,5

3,11 110 17,89 57,95 24,16 7,10 96,5 103,9

Page 240: maguare17.pdf

%+$

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

3,12 120 7,23 73,3 79,03,13 130 1,25 62,74 36,01 5,38 70,0 74,0

3,14 140 7,23 58,2 62,73,15 150 3,25 63,03 33,72 8,19 70,4 76,7

3,16 160 6,89 50,79 42,82 6,71 82,2 88,13,17 170 7,00 88,2 94,8

3,18 180 6,04 113,3 120,63,19 190 6,04 119,5 127,2

PROMEDIO SSP-3 15,64 62,59 29,53 8,85 92,0 100,9SSP/nivel Prof. cm % arena % limo % arcilla CaCO3 Fe Fe libre Terraza

de CaCo3 asociada

4,01 10 32,49 40,49 27,02 0,95 185,1 186,9 TERRAZA II

4,02 20 28,21 34,89 36,91 0,00 195,8 195,8 ‘La Meseta’4,03 30 24,19 38,56 37,25 2,06 195,0 199,1

4,04 40 23,96 36,54 39,50 2,38 198,9 203,74,05 50 21,39 38,97 39,65 1,33 183,6 186,1

4,06 60 31,96 34,42 33,63 1,38 181,1 183,64,07 70 21,49 41,40 36,71 1,70 174,2 177,2

4,08 80 43,37 28,61 28,02 0,59 200,7 201,94,09 90 48,36 25,25 26,40 1,51 174,7 177,4

4,10 100 52,38 22,65 24,97 0,73 187,4 188,8PROMEDIO SSP-4 32,78 34,18 33,01 1,26 187,7 190,1

5,01 10 24,38 68,32 7,30 5,91 127,8 135,8 TERRAZA I5,02 20 5,60 71,66 22,73 8,72 111,2 121,8 ‘Curaidal’

5,03 30 4,57 75,83 19,60 7,42 108,5 117,25,04 40 3,00 78,35 18,65 7,04 107,1 115,2

5,05 50 5,49 68,65 25,86 5,98 127,7 135,85,06 60 2,91 63,39 33,70 5,77 127,7 135,5

5,07 70 3,31 70,81 25,88 5,86 129,1 137,15,08 80 2,32 69,80 27,88 5,16 131,6 138,8

5,09 90 2,99 70,08 26,93 4,77 129,0 135,55,10 100 1,93 65,47 32,60 5,69 125,7 133,3

5,11 110 2,04 65,84 32,12 6,53 122,7 131,35,12 120 5,20 73,57 21,24 4,19 129,3 135,0

5,13 130 1,85 70,87 27,28 5,01 131,1 138,05,14 140 2,27 68,87 28,86 5,11 124,8 131,5

5,15 150 2,58 71,34 26,08 4,64 125,0 131,15,16 160 2,02 60,34 37,64 5,60 115,0 121,8

5,17 170 2,56 68,98 28,46 6,25 119,2 127,15,18 180 4,94 70,90 24,16 4,77 118,5 124,4

PROMEDIO SSP-5 4,44 69,62 25,94 5,80 122,83 130,346,01 10 22,78 52,59 24,63 0,57 157,3 158,2 TERRAZA II

6,02 20 22,31 47,80 29,89 0,43 176,4 177,2 ‘San José Leal’

6,03 30 27,36 39,37 33,27 1,79 212,8 216,76,04 40 26,71 34,38 38,91 2,83 198,5 204,3

6,05 50 26,43 33,65 39,92 2,71 193,9 199,36,06 60 26,74 33,37 39,89 2,52 198,2 203,3

6,07 70 25,27 34,23 40,50 3,11 213,1 219,9

Page 241: maguare17.pdf

%+#

���%�&'�������������

6,08 80 26,26 32,82 40,93 1,95 200,8 204,86,09 90 28,51 34,70 36,78 10,10 141,8 157,7

6,10 100 25,29 36,56 38,15 10,20 121,6 135,4PROMEDIO SSP-6 25,77 37,95 36,29 3,62 181,4 187,7

7,01 10 21,44 50,66 27,90 0,38 193,8 194,5 TERRAZA IB7,02 20 19,78 47,61 32,61 1,63 183,7 186,7 ‘San José Leal’

7,03 30 17,95 45,85 36,20 2,10 145,5 148,6

7,04 40 17,23 48,62 34,15 0,97 145,8 147,27,05 50 16,70 45,86 37,45 2,39 137,9 141,3

7,06 60 17,53 49,11 33,35 4,44 123,0 128,77,07 70

7,08 80 20,22 45,68 34,10 9,33 68,8 75,97,09 90 22,11 45,88 32,01 9,58 61,5 68,0

7,10 100 18,09 51,21 30,69 9,36 57,6 63,57,11 110 16,93 51,43 31,64 6,50 64,2 68,7

7,12 120 14,36 52,38 33,25 7,04 70,6 75,97,13 130 13,25 52,36 34,39 6,02 75,2 80,0

7,14 140 13,12 52,33 34,55 6,56 82,4 88,27,15 150 15,08 50,73 34,19 7,13 72,9 78,5

7,16 160 15,17 51,79 33,03 6,88 78,8 84,0PROMEDIO SSP-7 17,26 49,43 33,30 5,35 104,1 108,6

SSP/nivel Prof. cm % arena % limo % arcilla CaCO3 Fe Fe libre Terrazade CaCo3 asociada

8,01 10 33,89 34,11 32,01 0,00 162,5 162,5 Terraza Huérfa-na 8,02 20 23,92 30,77 45,31 3,21 166,3 171,8 [asoc. T-

II?]8,03 30 21,14 28,22 50,64 3,96 169,1 176,1 Río Tupure

8,04 40 20,51 29,29 50,20 3,95 173,3 180,48,05 50 2,82 190,4 195,9

8,06 60 21,10 28,68 50,22 2,35 177,0 181,38,07 70 23,59 25,63 50,78 1,45 211,5 214,6

8,08 80 27,20 24,00 48,80 2,15 226,1 231,1PROMEDIO SSP-8 24,48 28,67 46,85 2,49 184,5 189,2

9,01 10 23,01 32,91 44,08 0,67 158,7 159,8 Terraza Huérfa-na 9,02 20 20,16 31,95 47,89 1,67 167,3 170,1 [asoc. T-

II?]9,03 30 21,09 29,36 49,55 2,07 173,8 177,5 Río Tupure

9,04 40 20,95 31,98 47,07 2,53 163,4 167,69,05 50 21,14 32,49 46,37 1,93 168,3 171,6

9,06 60 19,48 34,38 46,14 2,66 167,4 172,09,07 70 19,88 36,07 44,05 2,55 170,9 175,4

9,08 80 19,52 36,48 44,01 3,10 164,4 169,79,09 90 19,98 36,32 43,70 3,38 160,6 166,2

9,10 100 20,27 37,53 42,21 2,48 162,8 166,99,11 110 23,21 38,86 37,93 2,78 165,0 169,7

9,12 120 28,63 36,08 35,29 1,81 165,1 168,19,13 130 31,77 36,98 31,25 1,21 168,1 170,2

PROMEDIO SSP-9 22,24 34,72 43,04 2,22 165,8 169,6

Page 242: maguare17.pdf

%+%

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

10,01 10 15,45 42,09 42,46 3,98 189,0 196,8 TERRAZA II10,02 20 14,81 37,46 47,73 2,69 194,5 199,9 Este de

Cardonal 10,03 30 13,11 41,14 45,76 3,54 203,8 211,3

10,04 40 13,77 38,39 47,85 4,29 184,1 192,410,05 50 4,37 187,5 196,1

10,06 60 5,80 177,0 187,910,07 70 7,13 183,0 197,0

10,08 80 17,59 37,90 44,52 8,00 177,8 193,310,09 90 18,85 41,18 40,67 11,41 111,0 125,3

10,10 100 13,22 49,00 37,79 10,71 99,8 111,810,11 110 13,27 51,16 35,57 13,59 115,5 133,7

10,12 120 15,18 48,71 36,11 10,85 118,4 132,810,13 130 17,00 46,16 36,84 13,46 121,3 140,2

PROMEDIOSSP-10 15,23 43,32 41,53 7,68 158,7 170,711,01 10 12,50 42,66 44,84 2,39 161,0 164,9 TERRAZA II

11,02 20 10,19 41,67 48,13 1,96 160,1 163,3 ‘Tupure’11,03 30 10,87 39,64 49,49 2,43 161,8 165,8

11,04 40 9,88 41,37 48,75 2,92 161,1 165,911,05 50 2,80 155,4 159,9

11,06 60 10,25 44,55 45,20 3,29 156,7 162,011,07 70 13,42 47,37 39,21 2,11 147,6 150,8

11,08 80 10,58 51,92 37,50 1,96 143,9 146,811,09 90 7,11 59,45 33,64 3,23 137,7 142,3

11,10 100 10,70 53,23 36,07 4,22 134,2 140,111,11 110 10,98 54,57 34,05 3,95 133,0 138,5

11,12 120 9,36 54,76 35,89 4,78 131,3 137,911,13 130 4,09 62,41 33,51 3,78 127,2 132,2

11,14 140 4,34 61,58 34,08 5,21 126,8 135,911,15 150 6,63 57,93 35,44 3,44 135,1 139,9

11,16 160 10,58 55,70 33,72 2,81 141,1 145,211,17 170 19,46 50,88 29,66 10,20 94,3 105,0

PROMEDIO SSP-11 10,06 51,23 38,70 3,62 141,7 146,8SSP/nivel Prof. cm % arena % limo % arcilla CaCO3 Fe Fe libre Terraza

de CaCo3 asociada12,01 10 7,33 80,24 12,42 4,30 120,9 126,3 TERRAZA IA

12,02 20 15,80 68,38 15,83 3,66 100,1 103,9 ‘San José Leal’

12,03 30 10,83 81,23 7,94 6,42 86,5 92,412,04 40 7,99 84,15 7,86 7,82 90,1 97,7

12,05 50 3,39 57,44 39,17 9,38 86,7 95,712,06 60 4,37 62,61 33,02 8,38 85,5 93,3

12,07 70 3,64 61,19 35,18 6,51 83,6 89,412,08 80 7,92 85,1 92,4

12,09 90 4,66 62,50 32,84 6,96 83,1 89,312,10 100 5,53 60,72 33,76 5,24 89,2 94,1

12,11 110 8,53 58,48 32,99 5,90 74,4 79,412,12 120 11,45 58,61 29,93 6,45 80,0 85,5

12,13 130 5,32 63,05 31,63 7,20 87,7 94,5

Page 243: maguare17.pdf

%+-

���%�&'�������������

12,14 140 3,17 68,34 28,49 3,27 95,4 98,6PROMEDIO SSP-12 7,08 66,69 26,24 6,39 89,2 95,2

13,01 10 45,61 34,31 20,08 0,38 221,5 222,3 TERRAZA-III13,02 20 30,35 33,16 36,50 0,92 198,0 199,8 ‘Tupure’

13,03 30 24,75 31,61 43,64 3,31 199,8 206,613,04 40 25,61 30,48 43,91 2,12 187,2 191,3

13,05 50 24,37 31,05 44,58 2,04 201,0 205,213,06 60 23,76 31,13 45,11 1,64 184,6 187,7

13,07 70 28,17 31,00 40,83 1,60 197,5 200,713,08 80 31,54 26,29 42,17 1,71 190,2 193,5

13,09 90 33,16 28,46 38,38 2,31 187,5 191,9PROMEDIO SSP-13 29,70 30,83 39,47 1,78 196,4 199,9

14,01 10 9,07 75,1 82,6 TERRAZA-II14,02 20 11,06 84,3 94,8 ‘Tupure’

14,03 30 8,03 104,5 113,614,04 40 9,06 105,6 116,1

14,05 50 8,69 103,4 113,214,06 60 6,01 101,2 107,7

14,07 70 5,45 97,2 102,814,08 80 6,11 102,6 109,3

14,09 90 7,64 108,0 116,914,10 100 7,79 110,9 120,3

14,11 110 6,32 107,7 115,014,12 120 8,26 110,5 120,4

14,13 130 4,71 33,81 61,48 5,16 124,6 131,414,14 140 4,46 37,02 58,53 5,24 116,9 123,4

14,15 150 5,74 36,58 57,68 3,06 128,0 132,0PROMEDIO SSP-14 1,66 11,93 19,74 6,11 111,8 119,1

Análisis realizado en la Universidad de Illinois Urbana-Champaign

Departmento de Geografía1985

Page 244: maguare17.pdf

%++

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

Apendice 2Analisis pedológico de las muestras de sedimentos fluvia-

les cuenca de El Jobo-valle de El Pedregal, edo. FalconPromedio por nivel y terraza*

Terraza cm Fe libreasociada BS % arena % limo % arcilla CaCO3 Fe de CaCo3

TERRAZA 1 10 20,33 63,06 16,62 3,38 123,8 127,95TERRAZA IA 10 7,33 80,24 12,42 4,30 120,9 126,3TERRAZA IB 10 21,44 50,66 27,90 0,38 193,8 194,5

TERRAZA II 10 20,53 48,02 31,45 3,52 146,6 150,47TERRAZA III 10 25,63 44,11 30,28 1,73 166,1 168,20TERRAZA 1 20 13,88 59,34 26,78 4,73 120,5 126,25TERRAZA IA 20 15,80 68,38 15,83 3,66 100,1 103,9TERRAZA IB 20 19,78 47,61 32,61 1,63 183,7 186,7TERRAZA II 20 19,13 40,49 40,38 4,74 153,0 32,26TERRAZA III 20 16,76 41,01 42,24 3,00 152,9 156,65TERRAZA 1 30 4,57 75,83 19,60 4,63 119,5 125,00TERRAZA IA 30 10,83 81,23 7,94 6,42 86,5 92,4TERRAZA IB 30 17,95 45,85 36,20 2,10 145,5 148,6

TERRAZA II 30 19,95 39,99 40,06 5,27 162,4 169,49TERRAZA III 30 24,75 31,61 43,64 4,90 153,3 160,55TERRAZA 1 40 13,24 61,08 25,69 3,95 118,8 123,40TERRAZA IA 40 7,99 84,15 7,86 7,82 90,1 97,7TERRAZA IB 40 17,23 48,62 34,15 0,97 145,8 147,2TERRAZA II 40 18,65 40,67 40,75 5,14 160,7 168,29TERRAZA III 40 17,37 38,40 44,24 4,96 161,9 169,15TERRAZA 1 50 16,54 55,98 27,48 3,10 133,2 137,40TERRAZA IA 50 3,39 57,44 39,17 9,38 86,7 95,7TERRAZA IB 50 16,70 45,86 37,45 2,39 137,9 141,3

TERRAZA II 50 20,28 43,77 35,95 4,60 160,3 166,95TERRAZA III 50 13,71 27,97 29,75 5,00 158,1 164,91TERRAZA 1 60 16,57 53,81 29,63 4,72 132,9 139,40TERRAZA IA 60 4,37 62,61 33,02 8,38 85,5 93,3TERRAZA IB 60 17,53 49,11 33,35 4,44 123,0 128,7TERRAZA II 60 21,42 37,39 41,20 3,11 146,4 151,55TERRAZA III 60 13,71 43,31 42,99 6,55 125,8 131,70TERRAZA 1 70 15,37 58,28 26,36 4,28 133,5 139,35TERRAZA IA 70 3,64 61,19 35,18 6,51 83,6 89,4TERRAZA IB 70 no data no data no data no data no data no data

TERRAZA II 70 20,50 39,36 40,07 3,80 163,7 169,75TERRAZA III 70 14,09 15,50 20,42 7,26 127,7 133,60TERRAZA 1 80 16,73 55,87 27,40 3,51 139,6 144,60TERRAZA IA 80 no data no data no data 7,92 85,1 92,4TERRAZA IB 80 20,22 45,68 34,10 9,33 68,8 75,9TERRAZA II 80 22,97 37,67 39,36 3,80 166,5 172,60TERRAZA III 80 31,54 26,29 42,17 9,54 127,7 136,20

*Nota: Las Terrazas huérfanas (SSP-8 y -9) se promediaron junto con la Terraza II.

Page 245: maguare17.pdf

%+)

���%�&'�������������

APENDICE 2 (cont.)*

Terraza cm Fe libreasociada BS % arena % limo % arcilla CaCO3 Fe de CaCo3

TERRAZA 1 90 18,67 55,68 25,66 2,91 139,8 143,80

TERRAZA IA 90 4,66 62,50 32,84 6,96 83,1 89,3TERRAZA IB 90 22,11 45,88 32,01 9,58 61,5 68,0

TERRAZA II 90 24,09 40,99 35,07 6,28 134,8 143,39TERRAZA III 90 33,16 28,46 38,38 8,33 128,4 136,40

TERRAZA 1 100 18,39 54,01 27,60 3,88 132,2 137,40TERRAZA IA100 5,53 60,72 33,76 5,24 89,2 94,1

TERRAZA IB100 18,09 51,21 30,69 9,36 57,6 63,5TERRAZA II 100 23,43 42,53 34,04 6,16 131,6 139,40

TERRAZA III100 no data no data no data 13,06 70,8 81,4TERRAZA 1 110 22,02 51,28 27,00 4,91 140,1 147,05

TERRAZA IA110 8,53 58,48 32,99 5,90 74,4 79,4TERRAZA IB110 16,93 51,43 31,64 6,50 64,2 68,7

TERRAZA II 110 16,34 50,64 32,93 6,75 123,5 132,16TERRAZA III110 no data no data no data 7,62 75,8 82,1

TERRAZA 1 120 15,90 59,68 24,43 3,40 137,7 142,45TERRAZA IA120 11,45 58,61 29,93 6,45 80,0 85,5

TERRAZA IB120 14,36 52,38 33,25 7,04 70,6 75,9TERRAZA II 120 17,72 46,52 35,76 6,59 119,7 127,64

TERRAZA III120 no data no data no data 8,57 68,8 75,2TERRAZA 1 130 12,70 60,55 26,76 3,70 139,5 144,75

TERRAZA IA130 5,32 63,05 31,63 7,20 87,7 94,5TERRAZA IB130 13,25 52,36 34,39 6,02 75,2 80,0

TERRAZA II 130 11,76 48,42 39,82 5,80 122,2 129,60TERRAZA III130 no data no data no data 12,84 66,8 76,6

TERRAZA 1 140 2,27 68,87 28,86 5,11 124,8 131,5TERRAZA IA140 3,17 68,34 28,49 3,27 95,4 98,6

TERRAZA IB140 13,12 52,33 34,55 6,56 82,4 88,2TERRAZA II 140 4,40 49,30 46,31 5,89 100,6 101,76

TERRAZA III140 no data no data no data 13,03 68,4 78,6TERRAZA I 150 2,58 71,34 26,08 4,64 125,0 131,1

TERRAZA IB150 15,08 50,73 34,19 7,13 72,9 78,5TERRAZA II 150 5,21 52,51 42,28 4,90 111,2 116,20

TERRAZA I 160 2,02 60,34 37,64 5,60 115,0 121,8TERRAZA IB160 15,17 51,79 33,03 6,88 78,8 84,0

TERRAZA II 160 8,74 53,25 38,27 4,76 111,7 116,65TERRAZA I 170 2,56 68,98 28,46 6,25 119,2 127,1

TERRAZA II 170 19,46 50,88 29,66 8,60 91,3 99,90TERRAZA I 180 4,94 70,90 24,16 4,77 118,5 124,4

TERRAZA II 180 no data no data no data 6,04 116,4 123,90

*Nota: Las Terrazas huérfanas (SSP-8 y -9) se promediaron junto con la Terraza II.

Page 246: maguare17.pdf

%+�

=������������������������������>>> �����&��()���� ������*����+�#���

Terraza PROMEDIO DE TODOS LOS NIVELES POR SONDEO Fe libreasociada SSP % arena % limo % arcilla CaCO3 Fe de CaCo3

TERRAZA I SSP-1 28,30 45,03 26,72 1,86 139,5 142,1TERRAZA I SSP-5 4,44 69,62 25,94 5,80 122,8 130,3

TERRAZA IB SSP-7 17,26 49,43 33,30 5,35 104,1 108,6TERRAZA H SSP-9 22,24 34,72 43,04 2,22 165,8 169,6

TERRAZA H SSP-8 24,48 28,67 46,85 2,49 184,5 189,2TERRAZA II SSP-10 15,23 43,32 41,53 7,68 158,7 170,7

TERRAZA II SSP-11 10,06 51,23 38,70 3,62 141,7 146,8TERRAZA II SSP-14 1,66 11,93 19,74 6,11 111,8 119,1

TERRAZA II SSP-3 15,64 62,59 29,53 8,85 92,0 100,9TERRAZA II SSP-4 32,78 34,18 33,01 1,26 187,7 190,1

TERRAZA II SSP-6 25,77 37,95 36,29 3,62 181,4 187,7TERRAZA IA SSP-12 7,08 66,69 26,24 6,39 89,2 95,2

TERRAZA III SSP-13 29,70 30,83 39,47 1,78 196,4 199,9TERRAZA III SSP-2 3,79 50,72 45,50 10,73 79,6 88,7

Page 247: maguare17.pdf

�����"! �'�

En relación con los estudios arqueológicos del tercer autor enel área del valle de Mullumica, se planeó un estudio palinológico -paleoecológico en esta zona, y realizamos una excursión conjuntaa este sitio, con una sonda Dachnowsky para la colección de unasección de sedimentos en el pantano del fondo del valle. Esta ex-cursión se realizó en Julio de 1986; y en esta ocasión se pudocoleccionar una sección de 9.5 m de profundidad. El sedimentoera, especialmente en la parte superior, muy poco consolidado ycon alto contenido de agua; además había, debajo de la capa vege-tal superficial, un intervalo de aproximadamente 1 m de profundi-dad de agua (o material muy acuoso), que no era posible coleccio-nar. A las 9.25 m se encontró arena gruesa, que era difícil depenetrar con la sonda.

El Valle de Mullumica es un antiguo valle glaciar que se en-cuentra a unos 50 km. al Este de Quito, en la Cordillera Oriental(fig. 1). La parte pantanosa, donde se realizó el sondeo, se halla auna altura entre 3800 y 3820 m. Hacia el sur, esta parte del valle

�������)�#������-����#���/�����'����

�������������@�������������������

;������������������7���6����������������������,�������.

.�#�����*��/������������������������� �

������������������������������

&�����'�# (�%+ *%)"�,%$$-.

&����� �����������������������

'����(�)���������*������

Page 248: maguare17.pdf

%+!

!��" �:�8�� �� +���� �������)�#�����-����#����������������.�#�����*��/��

está limitada por un flujo de lava y obsidiana, presentando escarpecon abrigos rocosos (Salazar, 1980 & 1985), que fueron habitadosdurante parte del Holoceno.

Las investigaciones arqueológicas realizadas indican que losabrigos rocosos del flujo de obsidiana fueron habitados temporal-mente por grupos del bosque montano que explotaron dicha mate-ria prima a lo largo de la época aborigen del Ecuador. En el periodoprecerámico, el uso de ese material parece confinado a sitios ar-queológicos de la Sierra Norte, pero a partir del periodo formativohasta la llegada de los Incas, la distribución de obsidiana arqueo-lógica se expande notablemente a sitios costeros y de la regiónamazónica, indicando una red de intercambio de gran envergadu-ra en la que la obsidiana es el elemento mas conspicuo. Análisis deXRF y NAA han demostrado que buena parte de la obsidiana “ex-portada” provenía del flujo de Mullumica.

En este contexto, cobra relevancia el estudio de las fluctuacio-nes climáticas, al menos en lo revelado por la palinología del Vallede Mullumica, a fin de evaluar los recursos bióticos y las condicio-nes ecológicas disponibles para los grupos precolombinos que ac-cedieron al páramo.

La cabecera de la quebrada principal se encuentra a más de4400 m, en las faldas de la montaña Yaragala, que alcanza casi los4500 m. La parte pantanosa del valle y sus cabeceras se encuen-tran en una extensa zona de páramo con alturas mayores de 3800m, y en gran parte mayor de 4000 m.

Una descripción global de la vegetación de los páramos andinosdel Ecuador se encuentra en Acosta Solis (1984), mientras queuna descripción resumida del páramo de los alrededores deMullumica se encuentra en Salazar, 1984.

El bosque andino parece encontrarse en la zona hasta una altu-ra de aprox. 3400 m en el Valle del Huambi, a una distancia de porlo menos 5 km. al oeste del sitio de perforación. El árbol Polylepis seencuentra en la zona hasta aprox. 3800 m. Chaparro paramuno sehalla en el Valle del Huambi y más arriba en sitios protegidos, comoen la base de los escarpes del flujo de obsidiana, hasta alturas de4200 m y más. El pajonal de páramo se encuentra entre el límite delbosque y aproximadamente 4100-4250 m. De estas alturas hacia

Page 249: maguare17.pdf

%+"

���%�&'�������������

���������4 ����������� ���������� ������������8������������ �� ��� ���������� ��������$���� ���������������������$� ��� ��������������-5��������������9� ����%��! �/

Page 250: maguare17.pdf

%)$

!��" �:�8�� �� +���� �������)�#�����-����#����������������.�#�����*��/��

arriba se encuentra vegetación de super - páramo, con cobertura in-completa del suelo. Como especies del chaparro paramuno Salazar(1984) menciona Gynoxis oleifolia, Hypericum laricifolium y Weinmannia.En el pajonal de páramo se encuentran, fuera de las Gramíneas,muchas especies de Compuestas, Valeriana, Geranium, Ranunculus,Lupinus, Gentiana, Halena, Puya, Vaccinium, Lycopodium, etc. En lospantanos de la zona paramuna se encuentran frecuentemente ade-más Cyperaceae, Plantago rigida, Isoetes (especialmente también enlagunas) etc. En el superpáramo se encuentran frecuentemente plan-tas de cojín, como Distichia y Azorella y especies de Compuestas entreellas Senecio nivale y Loricaria thujoides.

��� �� �'�B� �!�"��$����� +�������$� �� �� �!� �"�"�

Parece que la superficie actual del pantano del Valle deMullumica en parte forma una capa vegetal con raíces, flotantesobre una capa de agua o sedimento muy acuoso, de aproximada-mente 1 m, que fue imposible de coleccionar con la sonda. Proba-blemente la capa vegetal superior flotante, sube y baja a medidaque entra más o menos agua en el pantano. A 100 cm de profundi-dad ya principia sedimento algo más consistente, aunque todavíacon alto contenido de agua. Hacia abajo el material se vuelve pro-gresivamente más consistente, lo que demuestra una compactacióngradual hacia abajo. El material, hasta una profundidad de aproxi-madamente 825 cm, se puede describir como turba o detrito turboso,con colores claros hasta oscuros y en general conteniendo algo dematerial minerógeno como arena. A una profundidad de 825 cmhay una transición hacia arcilla de color gris (oscuro y más claro),que a 925 cm reposa sobre arena con gravilla fina, probablementede origen fluvioglacial. La abundante presencia de Diatomeas enalgunos intervalos, parece indicar la existencia de agua abierta,mientras la presencia de abundantes hongos en ciertos intervalosindica la presencia local de un pantano o turbera.

De cada núcleo de 25 cm de largo cada uno, tomados con lasonda, se tomaron en el laboratorio 2 muestras; así quedó la sec-ción muestreada con distancias de 12.5 cm; solo en la parte infe-

Page 251: maguare17.pdf

%)#

���%�&'�������������

rior se tomaron las muestras con distancias de 6.25 cm. Esas mues-tras fueron preparadas con KOH, acetolysis y separación de mate-rial minerógeno con líquido pesado (mezcla de bromoformo y alco-hol). Del residuo de esos tratamientos se prepararon las placasmicroscópicas para el estudio de polen, esporas y algas. Despuésdel análisis microscópico, se procedió a construir el diagramapalinológico de la sección (fig. 2). Para cada espectro polínico (co-rrespondiendo a una muestra), se calcularon los porcentajes de lostipos de polen con base en la suma de los elementos atribuidosprincipalmente a uno de cuatro grupos: elementos predominante-mente de páramo, de sub-páramo, de la zona del bosque andina yde la zona de bosque subandina. En base de esa suma de polen serealizaron todos los cálculos de porcentajes de los diferentes ele-mentos (polen de familias, géneros o especies), de los grupos men-cionados, y de todos los otros elementos (polen, esporas, algas,hongos). Como los sedimentos son en buena parte de pantano,puede haber mucha influencia de polen creciendo localmente en elpantano (producción de polen local), aunque el pantano recibe igual-mente la lluvia de polen regional, proviniendo de la vegetación enuna zona amplia alrededor del pantano. Como muchos de los ele-mentos de la vegetación zonal de páramo pueden crecer tambiénen el pantano, es muy difícil diferenciar cuales elementos son localy cuales regional.

Este problema era especialmente problemático con el polen dela familia de las Compuestas (Asteraceae). En el caso de sedimen-tos de laguna, este grupo de polen se puede con confianza incluircomo con los elementos de subpáramo (hasta de páramo). En elcaso nuestro eso es inseguro, y hay claras evidencias que en algu-nos intervalos del diagrama son locales. Por esta razón hicimos dosdiagramas generales con la variación porcentual de los cuatro gran-des grupos, uno incluyendo las Compositae en la suma (y en elgrupo de subpáramo), y otro dejando las Compositae fuera de estasuma (y del grupo de subpáramo). Algunos elementos que no fue-ron incluidos en la suma, pueden llegar a tener porcentajes enrelación a esta suma de más del 100%; en este caso una curva deescala reducida es dibujado debajo, con tinte más oscuro.

Los siguientes elementos fueron incluidos en los grupos.

Page 252: maguare17.pdf

%)%

!��" �:�8�� �� +���� �������)�#�����-����#����������������.�#�����*��/��

Grupo de elementos subandinos:Alchornea y AcalyphaGrupo de elementos andinos:Alnus , Podocarpus , Hedyosmum, Myrica, Weinmannia,Urticales, Melastomataceae,Solanaceae, Clusia, Viburnum, Salix, Clethra, Dodonaea, Drimysy Ilex.Grupo de subpáramoAcaena-Polylepis, Ericaceae; Compositae (en el calculo de sumade uno de los diagramas gencralcs no se incluyó).Grupo de páramoGramineae

Un número de elementos de páramo y subpáramo que no sonanemófilas y que pueden haber crecido en el pantano no fueron inclui-dos en ninguna de las dos sumas (Umbelliferae, Geraniurn, Valeriana,Cruciferae, Ranunculaceae, Caryophyllaceae, Gentianaceae, Gunnera,Plantago; tampoco fueron incluidas esporas ni algas.

Dos muestras fueron fechadas por análisis de radiocarbono(C14) en el Centro de isótopos de Groningen, bajo la dirección delprofesor W.G. Mook, con los siguientes resultados:

Mullumica l; turba entre 805 y 830 cm de profundidad.No laboratorio GrN-16091 Edad: 9620+- 90 años AP.Mullumica 2; n turba entre 760 y 775 de profundidadNo laboratorio GrN-16092 Edad: 7850 +- 90 años AP.

La rata de sedimentación entre esas dos muestras fue entoncesde aproximadamente 1 cm en 34.4 años, mientras que la rata desedimentación promedia entre la muestra Mullumica 2 y el tope dela sección es de aproximadamente 1 cm. en 11.75 años, es decirmucho más rápido. En vista de la progresiva compactación con laprofundidad es de esperar que la rata de sedimentación disminuyaaceleradamente de abajo hacia arriba. Una evaluación aproximada(saliendo de los promedios dados), llega a una estimación de rata desedimentación promedia para cada intervalo de un metro de la sec-ción, de 1 cm. en 34.5 años a 8 m hasta de 1 cm. en 3 años a 1 m deprofundidad. Utilizando esos valores estimados, llegamos a las si-guientes estimaciones aproximadas de edad:

Page 253: maguare17.pdf

%)-

���%�&'�������������

250 años AP a 150 cm. de profundidad700 ” “ a 250 cm. “ “1400 ” “ a 350 cm. “ “2300 ” “ a 450 cm. “ “3600 ” “ a 550 cm. “ “5300 ” “ a 650 cm. “ “7600 ” “ a 750 cm. “ “11050” “ a 850 cm. “ “

Extrapolación hacia los 950 cm., la base de la sección, es másinseguro por el cambio fundamental del tipo de sedimento (minerógeno:arcilla y arena); pero debe estar entre 12000 y 14000 años AP.

��������� 6�� ��� �:�8�� .E : � � 75Para poder interpretar adecuadamente el diagrama de polen,

sería necesario un estudio detallado de las comunidades vegetalesy su ecología en una zona amplia alrededor de y en el Valle deMullumica, y especialmente en el pantano del fondo del valle. Mien-tras que se obtienen estos datos, trataremos de dar una interpreta-ción global, con base en datos globales existentes del Ecuador y delmismo valle (Acosta Soler, 1984; Salazar, 1985), y de datos sobrela vegetación y su historia de los Andes Colombianos (e.g. Cleef,1981; Van der Hammen & González, 1960; Van der Hammen, 1981;Melief, 1985; Kuhry, 1988).

Para facilitar la descripción e interpretación del diagrama, in-dicamos zonas palinológicas, con números latinos II hasta VIII, enedad correspondiendo aproximadamente con las zonas palinológicasnorte andinas (e.g. Van der Hamrner & González, 1960; Melief,1985 y Kuhry,1988).

����� .�� ;5� ��� .04C-317� �8�5La arena y gravilla fina en la base de este intervalo, debe co-

rresponder a la zona I, anterior a 12.600 AP. y parece reflejar lapresencia en la parte alta del Valle de Mullumica, de una lenguaglaciar. En el principio de la zona II, el sedimento cambia haciaarcilla relativamente oscura, y se establece un pajonal de páramoen los alrededores (el glaciar debe haber desaparecido completa-mente o haberse reducido a la parte más alta del valle). Compositae

Page 254: maguare17.pdf

%)+

!��" �:�8�� �� +���� �������)�#�����-����#����������������.�#�����*��/��

son relativamente frecuentes (10-) 20 (-30)%; como tambiénGunnera. Diatomeas son abundantes, y parece que existía una la-guna en el sitio. La zona II parece corresponder al interestadialTardiglacial de Guantíva (aproximadamente 12.600 - 11.000 AP);las temperaturas en este tiempo subieron bastante en compara-ción a la época glacial precedente.

����� ���� .317-371� �8�5El sedimento continúa siendo arcilla. En esta zona llegan a

dominar completamente las Gramíneas, y desaparecen lasCompositae (y también los elementos de bosque andino). Esa des-aparición parece indicar que ambos el bosque andino y la vegeta-ción, de tipo sub-páramo, (resp. el chaparro paramuno) desapare-cieron completamente de la zona; probablemente el valle esta ahoraen la parte alta de la zona del pajonal. El clima entonces se enfrióconsiderablemente; en edad esta zona corresponde aproximada-mente a la del estadial Tardiglacial de El Abra (aproximadamente11.000 - 10.000 años AP).

������ �#�;�#� .371-D47��8�5La base de esta zona corresponde a la transición de arcilla a

turba, las diatomeas disminuyen y hasta desaparecen, lo que po-dría indicar también un descenso relativo del nivel del agua (aun-que también podría indicar un descenso del aporte de ceniza volcá-nica). Se inicia el desarrollo del pantano. Hay una disminuciónrelativa (del polen) de Gramineas, y aumento de Compositae. Pare-ce que nuevamente entra chaparral de páramo. Además suben ele-mentos del bosque andino (hasta unos 15-20% de polen). Hay unaumento notorio en o cerca al límite III - IV al polen de Valeriana,Cruciferae, Ranunculaceae, Caryophyllaceae, Gentianaceae. Ya quetodos son insectófilos, eso podría indicar su presencia cercana enel pantano, o si no en el propio pajonal de páramo en los alrededo-res. El aumento temporal y local de polen de Plantago, parece indi-car el inicio de turbera de P. rigida en la zona. Las temperaturasdeben haber sido más altas que en la zona III. La base debe corres-ponder al principio del Holoceno (aprox. 10.000 AP), y todo el inter-valo IV + V aproximadamente al periodo 10.000-7.500 AP.

Page 255: maguare17.pdf

%))

���%�&'�������������

����� #�� .D47-2<C� �� 2C1� �85Durante esta zona el polen de Compuestas aumenta en propor-

ción, aunque con fuertes altos y bajos. En el segundo diagrama ge-neral (sin Compuestas) aumenta considerablemente el porcentajede polen del bosque andino (hasta 30 y 50%), y en la segunda parteaparecen los elementos de bosque subandino en porcentajes apre-ciables (hasta más de 10%). Todo eso parece indicar un aumento delchaparral paramuno en la zona, y un acercamiento (subida) consi-derable del propio límite del bosque andino (y del límite superior delbosque subandino). Especialmente notable son los porcentajes (hastade 13 y 17%) de polen del type de Polylepis, lo que indica la presen-cia abundante de este árbol en el valle medio de Mullumica. Todoesto parece indicar un incremento considerable de la temperaturamedia anual. Esta zona debe tener una edad comprendida entreaproximadamente 7500 y 5000 años AP.

Durante la zona VI (hasta los comienzos de la VII), se presentauna clara sucesión en la turbera local. Mientras bajan las Diatomeasa cero, vemos que después de un máximo de Hymenophyllum tipo yun violento máximo de Isoetes, se presentan máximos fuertes dePlantago, Lachemilla - tipo y Compositae, seguido por un máximode Ophioglossum - tipo y de esporas de Fungi, y uno muy notorio deCypcraceae y luego de Umbclliferae. Esta suceción reflejada tanclaramente en el diagrama de polen, se podrá interpretar más pre-ciso en términos de vegetación y ecología, una vez que los panta-nos de la zona hayan sido estudiados en más detalle.

�����#���.2<C���2C1��8�-�1CC��85En esta zona los valores de polen del bosque andino llegan a

máximos considerables, hasta de más de 50%, Polylepis es todavíaalto, especialmente en la primera parte. También se presenta unmáximo de Gramineas entre los dos máximos de elementos del bos-que andino, que parece indicar algún descenso temporal del límitesuperior del bosque. Las diatomeas son ausentes en la mayor par-te de esta zona, que además muestra una descomposición másfuerte del material turboso y altos porcentajes de esporas de hon-gos y por consiguiente todo parece indicar la presencia local deturbera (con abundantes Cypraceae) de tipo menos húmedo. Posi-

Page 256: maguare17.pdf

%)�

!��" �:�8�� �� +���� �������)�#�����-����#����������������.�#�����*��/��

blemente el Lycopodium, que muestra porcentajes altos de espo-ras, crecía también en este pantano. Las temperaturas medias anua-les durante esta zona deben haber sido relativamente altas, comoen la anterior, pero probablemente hay un intervalo con tempera-turas algo más bajas. La precipitación efectiva, que probablementevenía descendiendo ya durante la zona VI debe haber sido relativa-mente baja. La zona VII debe estar comprendida entre aproxima-damente 5000 y 3000 años AP.

�����#����.1CC��8��-�/CC���C��8�5Al principiar esta zona, aparecen nuevamente diatomeas que

poco después vuelven a desaparecer, cuando hay un máximo deFungi, en el tope de la turba relativamente descompuesta. Luegovuelven a aparecer las Diatomeas, coincidiendo su máximo con losvalores más altos de polen de elementos de bosque andino ysubandino. Durante esta zona, el promedio del porcentaje deGramineas es más alto que durante las 2 zonas anteriores, aunquelas curvas muestran fuertes máximos y mínimos. El clima en gene-ral parece haber sido de temperaturas algo más bajas, y en partemás húmedo que en las 2 zonas anteriores, aunque hay aparente-mente variaciones relativamente marcadas de ambas, humedad ytemperatura En la zona VIII la curva de Chenopodiaceae muestravalores máximos; posiblemente en ella se refleja actividades huma-nas; volveremos a este tema en la discusión final. La edad de estazona está comprendida aproximadamente entre 3000 años AP y elpresente.

���!���� ��"�� !��'�

Aunque, por falta de datos fitosociológicos y sinecológicos de-tallados locales, la interpretación de los datos que presenta la sec-ción de Mullumica y su diagrama palinológico no pueda ser sinoglobal, parece evidente que grosso modo se conforma a la secuen-cia de vegetación y clima conocida de los Andes septentrionales.Parece posible aplicar una zonación que se ajusta aproximadamentea las zonas establecidas en Colombia; estimaciones de edad basa-

Page 257: maguare17.pdf

%)

���%�&'�������������

das en las fechas de C14 y de evaluación de incremento de rata desedimentación y de compactación progresiva, nos llevan a edadescomparables con las ya mencionadas.

La sedimentación debe haber comenzado con materialfluvioglacial, cuando aun había hielo glaciar en la parte alta delvalle. Cuando en el principio del Tardiglacial ya subieron las tem-peraturas, el sedimento cambió de arenoso-gravilloso a arcillosolagunar, aproximadamente hacia 12.600 AP o algo antes. Duranteel interestadial de Guantíva (12.600-aprox. 11.000 AP) el sitio seencontraba ya en zona de pajonal de páramo, con algo de chaparralparamuno. En seguida se enfrió el clima durante el estadial de ElAbra (aprox. 11.000-10.000 AP), y el sitio parece haberse encon-trado en la zona alta del pajonal de páramo. Hace unos 10.000años AP, principia el Holoceno y un mejoramiento progresivo delclima (temperatura ascendiente). La laguna principió a volverse pro-gresivamente un pantano. El límite de bosque andino se aproximadurante este intervalo, que correspondería a zonas IV V, y que du-raría hasta aproximadamente 7500 AP.

La zona VI (aproximadamente 7500-5000 AP) muestra ya máxi-mos considerables de los elementos de bosque; es probable quedurante esos máximos el límite de bosque andino se hallaba bas-tante cerca (más cerca que hoy día); hacia el final de esta zona,bosque de Polylepis debe haber invadido el valle medio de Mullumica.Durante esa zona VI se presenta en el pantano una sucesión detipos de vegetación de pantano, que inició aparentemente con unaespecie de Plantaginetum rigidae y termina con aparente dominiode Cyperaceae y Umbelliferae.

La zona VII parece representar un intervalo algo menos húme-do en el pantano, y además temperaturas relativamente altas, conlos valores más altos de polen del bosque andino.

Continúa el bosque de Polylepis, especialmente en la primeraparte de esta zona, que se puede fechar entre aproximadamente5000 y 3000 años AP.

La zona VII, entre aproximadamente 3000 AP y el presente,parece en general haber sido algo más húmeda y de temperaturasalgo más bajas, pero se presentan variaciones relativamente mar-cadas de ambas. Al principiar esta zona, Polylepis parece haber

Page 258: maguare17.pdf

%)!

!��" �:�8�� �� +���� �������)�#�����-����#����������������.�#�����*��/��

desaparecido del valle medio de Mullumica. Luego regresa (estima-do entre aproximadamente 1600 y 800 AP), para desaparecer luegocasi por completo hasta hoy día. Es posible que esa última desapa-rición, pero quizás también la anterior, sean producidas por utili-zación humana (leña, casas) de este árbol.

Una curva de polen que podría llegar a ser bien interesante es la delas Chenopodiáceas. Es un grupo que no parece ser abundante en lavegetación de páramo; como es anemófila, puede haber sido transpor-tada por el viento desde zonas más bajas, donde abunda. Una especiede Chenopodiaceas que fue cultivada ampliamente por los indígenas esChenopodium quinoa, la quinoa. Si la curva de Chenopodiaceae efecti-vamente representa los cultivos de quinoa en las zonas cercanas másbajas, podría dar una impresión de la extensión relativa de la presenciahumana con su cultivo de quinoa en estas zonas.

Aunque las fechas estimadas en la parte superior de la sección yano son muy confiables, parece que vale la pena tratar de estimar losintervalos de máximos y mínimos de la curva de Chenopodiaceae,para así poderles confrontar con datos arqueológicos:

Presencia baja 500 AP - presentePresencia alta (1100- ) 900 - 500 AP(Ausente 1400 - 1100 AP)Presente 2800-1400 AP(Ausente 3500-2800 AP)Presencia a valores bajas 4000-3500 AP(Ausente 6000-4000 AP) (zona VI

superior y VII inferior)Presencia con valores bajas 8000-6000 AP (zona V hasta

VI interior)Una posible hipótesis sería entonces que a fluctuaciones de

Polylepis durante el Holoceno superior serían causadas por habitan-tes locales o temporales del Valle medio de Mullumica (valores bajosentre aproximadamente 4000 y 1500 AP y entre aproximadamente800 AP y el presente), y las fluctuaciones de Chenopodiaceae serían elreflejo de la extensión de cultivos en la zona baja aledaña (hacia elOeste). Confrontación con datos arqueológicos (tomando en cuentaque las fechas son muy aproximadas) y nuevos diagramas palinológicosfechados podrían indicarnos si esta hipótesis es factible.

Page 259: maguare17.pdf

%)"

���%�&'�������������

�$��"� ��������

Agradecemos a la Señora Anita Malo de Van der Hammen porsu asistencia en el campo, con la ejecución del sondeo.

��)���� ���

Acosta-Solis, M.. 1984. Los páramos andinos del Ecuador. Publicación cientí-

fica MAS, Quito. 222 pp.

Cleef, A.M. 1981. The vegetation of the paramos of the Colombian Cordillera

Oriental. Dissertationes Botanicae 61 (Vaduz, T. Cramer). 320 pp. Tam-

bién en: El Cuatemario de Colombia, Vol. 9 Ámsterdam: T. Van der

Hammen, editor

Kuhry, P. 1988. Palaeobotanical-Palaeoecological Studies of Tropical High

Andean Peatbog Sections (Cordillera Oriental, Colombia). Dissertationes

Botanicae, Band 116, 241 pp. Berling-Stuttgart, J. Cramer. También en:

El Cuaternario de Colombia vol. 14 Amsterdam T. Van der Hammen, ed.

Melief, A.B.M. 1985. “Late Quaternary Paleoecology of the Parque Nacional

Natural los Nevados (Cordillera Central), and Sumapaz (Cordillera Orien-

tal) area, Colombia”. Thesis, Amsterdam, 162 pp. También en: El Cuaternario

de Colombia, vol. 12, Amsterdam: T. van der Hammen, editor.

Salazar, E. 1980. Talleres prehistóricos en los altos Andes del Ecuador .

133 pp. Ecuador: Publicación Departamento de Difusión Cultural, Uni-

versidad de Cuenca.

____________ 1985. Investigaciones arqueológicas en Mullumica (Prov. de Pichin-

cha). Informe preliminar. Museo del Banco Central, Departamento de In-

vestigaciones Antropológicas.

Van der Hammen, T. & E. González. 1960. Holocene and Late glacial climate

and vegetation of Páramo de Palacio (Eastern Cordillera, Colombia, South

America). Geol. & Mijnbouw 39(12): 737-746.

Van der Hammen, T. 1981.“The Pleistocene changes of vegetation and climate

in the Northern Andes”, en The glaciation of the Ecuadorian Andes. Edited

by S. Hastenrath, apendix IV: p. 125 145. Rotterdam: Balkema.

Page 260: maguare17.pdf

La organización espacial de las actividades humanas en el con-texto etnográfico o sistémico (sensu Michael Schiffer) provee el marcode referencia o la analogía para las interpretaciones de la organiza-ción de los desechos en el contexto arqueológico. Ya sea por la com-plejidad de las variables que determinaron la organización espacial delos sitios en cualquier sociedad, o por el amplio rango de factores queestán afectando las relaciones entre la posición espacial (localización)de los sitios, su contenido y los estudios de los desechos abandona-dos, enterrados o preservados, se hace muy difícil desarrollar mode-los que expliquen las relaciones entre el registro arqueológico y lasprácticas y reglas etnográficas de selección de un sitio y su estructu-ra. A pesar de esta dificultad los arqueólogos continuarán buscandomaneras de comprender mejor las relaciones que construyen nuestrapropia base de datos como una fuente adicional de conocimiento.

El presente trabajo corresponde a un avance en esta dirección.Esta investigación es un intento preliminar en la identificación dealgunas de las variables principales y de los patrones que subyacena la localización de actividades económicas marítimas en el contex-to etnográfico de la sociedad mapuche, y a la interpretación de

�+������"��(���������� ��� ���

�� �����(���� ������� ������������ �

��������%���

��������������������� ������ ����� ����� #�������

���� �� ���������������/����0�������1

��������1��/�2����31

�0��#����)�����-�����������������������0��

&�����'�# (�%�$*% -�,%$$-.

Page 261: maguare17.pdf

%�#

���%�&'�������������

estos patrones en un contexto arqueológico con especial referenciaa trabajos etnoarqueológicos y arqueológicos realizados reciente-mente entre Puerto Saavedra y Valdivia en la costa centro sur deChile (fig. 1). En la siguiente discusión examinaremos los patronesrelativos a las unidades sociales que intervienen en la apropiaciónde los recursos marinos en varias de estas playas: Puerto Saavedra,Queule, Cheuque, Pichicullín y Chan - Chan. Los datos de las dosprimeras áreas mencionadas fueron colectados por el primer au-tor, el segundo autor reunió la información de las áreas restantes.

���� �"������$���������� �� ��"������� ��"�"���+! &�

Los mapuches habitan la zona del bosque lluvioso frío en la zonaextremo meridional andina o centro sur (latitud 42oC). Aunque pocose conoce aún de su cultura en el último milenio, la evidenciaetnohistórica y arqueológica sugiere que vivieron en comunidadescon patrones residenciales dispersos organizados en sociedadestribales (Steward and Faron, 1989; Dillehay, 1981, 1990), variandoel tamaño de estas comunidades entre 500 a 800 miembros.

Desde por lo menos finales de 1400, los mapuches estuvieroncomprometidos en guerras esporádicas. Primero lucharon contra losIncas y después contra los españoles y el gobierno chileno. Al pasar alsiglo presente los mapuches fueron pacificados y desde entonces hansido progresivamente integrados a la República de Chile a través delestablecimiento de reservaciones territoriales. A pesar de estos dra-máticos contactos, en muchas áreas mantienen aún sus tradiciona-les formas de vida, especialmente sus prácticas religiosas y económi-cas. Aunque muchos cambios han tenido lugar, las característicasfundamentales de las familias y de las comunidades aún forman labase de las actitudes (tradiciones) de los mapuches de hoy en día.

������ ����(������

La costa de la IX región y del sector septentrional de la X regiónse caracteriza por tener una cordillera de la costa alta (hasta 500

Page 262: maguare17.pdf

%�%

?����������1������������������ ���� �� ������0��#����)�����-�

�����������$��,�����9������,@� �

Page 263: maguare17.pdf

%�-

���%�&'�������������

m.), que da origen a una línea costera accidentada por penínsulas,acantilados y roqueríos litorales, los cuales se encuentran separa-dos o interrumpidos por playas y bahías de distintos tamaños, yasean amplias o pequeñas. Cercana a estas playas y en las terrazascosteras contiguas a la línea costera se asientan los grupos huma-nos. Tanto en las playas de roqueríos como en playas arenosas ex-puestas o protegidas se encuentra presente una rica avifauna y unavariada fauna malacológica y de algas comestibles.

Los ríos más importantes en caudal como el Toltén y el Queuleforman amplios estuarios en donde se reproducen especies debivalvos de aguas salobres y peces. Además en los terrenos cerca-nos a la costa, en quebradas se mantienen renovales del bosqueValdiviano en donde crecen innumerables frutas silvestres comes-tibles (mirtáceas) y hongos, además de la fauna terrestre endémicade este tipo de ambiente.

La explotación de recursos intermareales por parte de la po-blación humana de este litoral ha sido realizada a través de milesde años dada justamente por la riqueza de fauna y flora existente.Estos grupos han aprovechado a lo largo del tiempo y de maneramuchas veces estacional los recursos específicos de áreas limita-das, de costa, de playas arenosas y de sectores rocosos así comode estuarios, constituyendo todos ellos micro-ambientes con es-tructuras y rasgos complejos y complementarios en oferta de re-cursos para la vida humana.

��$����� �'���� ���� �� ��+���"�� �L+���� �'�"�������� !������������

La apropiación (explotación) de recursos puede ser definida como“una multitud de derechos recíprocos y deberes que surgen en re-lación con la propiedad real" (Lundsgaarde, 1974). En el caso delos mapuches esta definición debe ser modificada levemente parareferirse a

1) los derechos de acceso hacia hábitats de recursos marinosespecíficos y a la regulación de los mismos por medio de las unida-des sociales (i.e. familias, linajes) y 2) la extensión de estas unida-

Page 264: maguare17.pdf

%�+

?����������1������������������ ���� �� ������0��#����)�����-�

des sociales y al grado en cómo las mismas utilizan este derechopara explotar recursos y emplearlos en relaciones recíprocas de in-tercambio. En este sentido los principios de apropiación de recur-sos dan lugar a un conjunto de redes sociales jerárquicas y relacio-nes económicas entre grupos costeros y del interior que se manifiestafundamentalmente a través de la explotación e intercambio de estosrecursos marinos y de otros.

Los patrones de apropiación de los recursos marinos varían deacuerdo a los rangos que poseen los derechos del usuario para ex-plotar trechos de playas y litoral rocosos en las familias mapuches através de un gran grupo social progresivo tal como linaje, probable-mente en el pasado en clanes, hasta las mismas comunidades yreservaciones dispersas. En las pequeñas caletas y playas tales comola lobería al norte de Puerto Saavedra, el derecho de recolección en lacosta y la pesca en sectores abiertos siguen hoy el linaje o parentescolocal o comunitarios. Pero en otro caso, el extremo de este, en unaplaya grande como Queule, la playa está abierta a la explotación másgeneralizada, pero los derechos de explotación en lo que se refiere ala pesca pertenecen a una patri-familia extendida.

En otras palabras los derechos a la recolección de moluscos ya la pesca en un área particular son controlados por un jefe local(lonko), familia o linaje, quienes regulan el acceso a ciertas zonas ya la explotación de determinados recursos. Para abreviar, las co-munidades en estudio han sido agrupadas en tres grandes catego-rías, basados en el lugar de la residencia y en el grado de acceso allitoral costero y al mar adyacente, en una gradiente que se extien-de desde la costa al interior.

Grupo 1 es el que explota grandes playas (Puerto Saavedra,Queule) donde las algas y moluscos son propiedad de los mapucheslocales y sus parientes del interior. Los derechos de recolecciónson regulados por el jefe local o líder comunitario. Las familiasindividuales que viven cerca de las playas tienen derecho a la ex-plotación a lo largo de toda esta área, es decir al derecho de reco-lección exclusiva en el sector inmediato a su residencia. Los dere-chos de pesca en sectores específicos de aguas abiertas de mar sonregulados por un jefe particular del linaje. Personas que no estánemparentadas y parientes lejanos deben intercambiar productos

Page 265: maguare17.pdf

%�)

���%�&'�������������

del interior (granos, madera, papas) para acceder a estas áreas.Los derechos de estos usuarios ocasionales dependerán del paren-tesco con el linaje y de la proximidad residencial a la playa.

Grupo 2 comprende comunidades costeras donde varios linajesespecíficos poseen derechos exclusivos para colectar los recursosmarinos cercanos a la orilla. Estas áreas corresponden a peque-ñas bahías con recursos limitados. En las áreas abiertas, los gru-pos foráneos relacionados con estas familias pueden también ex-plotar estos recursos. En contraste las aguas están abiertas paraser explotadas por todos. Esto ocurre, por ejemplo, específicamentecon la recolección de algas como el cochayullo.

Grupo 3 las comunidades de este grupo son linajes del interiore intentan acceder a los productos del mar a través de un tipo delazo y de relaciones recíprocas que permitan el comercio y el inter-cambio con personas de la comunidad que no son parientes. Oca-sionalmente algunos grupos del interior tienen derecho al accesode pequeños trechos de playa o a pequeñas bahías, dependiendode la disponibilidad de espacio existente, proximidad residencial,tipo de relación y valor de cambio del producto que se obtiene. Lamayoría de estos grupos viven entre 2 a 5 Km al interior, si bienalgunos de estos pueden provenir de otros pueblos ubicados varioskilómetros más al interior.

Aunque la información compilada hasta ahora acerca de lospatrones de recursos marinos en hábitats específicos tiene carác-ter preliminar podemos adelantar las siguientes:

1) La principal forma de explotación de recursos marinos en-tre las comunidades mapuches se produce por derechos sosteni-dos sobre los recursos de bahías y frentes de mar en virtud de sustatus como miembro de la comunidad local, o a través del tipo degrupo de residencia de la familia. Hasta ahora no comprendemosbien cómo se asocian u organizan estos tipos de grupos en tornoal sistema de apropiación de los recursos. En el pasado el sistematradicional estuvo basado en el rango de prestigio social que sus-tentaban los jefes guerreros locales (toqui); en los patrones deresidencia e importancia de las líneas de parentesco familiar. Sinembargo hoy un patrón es claro, sólo las comunidades localescosteras tienen la posibilidad de controlar y conservar los recur-

Page 266: maguare17.pdf

%��

?����������1������������������ ���� �� ������0��#����)�����-�

sos marinos. Las comunidades del interior deben negociar su de-recho al acceso y uso de estos recursos litorales y marinos a tra-vés de intercambios recíprocos de trabajo y productos. Las comu-nidades del interior que poseen o mantienen lazos de intercambiocon estos grupos locales tienen una posición más ventajosa paranegociar su acceso que otros grupos que no mantienen los men-cionados lazos.

2) Los patrones de acceso y utilización de las orillas de mar(bordemar), estuarios, sectores rocosos y aguas de mar abiertasdifieren de acuerdo al tamaño de la playa. En grandes bahías yestuarios desarrollados por ríos más caudalosos como el Cautín yel Toltén, que permiten sostener vinculaciones entre la costa y losgrupos del interior, las aguas abiertas son parceladas en territo-rios de pesca, los cuales son considerados por ser los más impor-tantes para la función de pesca. No encontramos aún evidenciaspara sostener que estas áreas son las reservas marinas más ricas.

En otras el tamaño de la bahía no necesariamente refleja lacantidad y la calidad de los recursos totales de sectores interiores yabiertos. El tamaño de la bahía es importante, sin embargo, enrelación al número de individuos locales, y al de familias del inte-rior, las cuales tienen acceso a los recursos del sector frente a lascaletas, esto es más familias y linajes compiten por recursos enuna playa grande simplemente porque hay más espacio y a la vezmás personas.

A partir de lo mismo, las grandes playas han sido importantesen el pasado también por otras razones, es decir, ellas debieron (yaún puede mantenerse esto) proveer un escenario para las relacio-nes sociales y económicas entre linajes de parentesco locales y nolocales y entre las familias. Comparado con litorales rocosos ypequeñas bahías, las aguas frontales abiertas y las playas no fue-ron utilizadas en igual grado por las familias locales. En otras pa-labras, en pequeñas bahías, especialmente las asociadas a litoralrocoso, los recursos fueron circunscritos, delimitados y reservadospara linajes de familias particulares, permitiendo algunos accesosa personas de fuera invitadas por los miembros. En estas aguas,sin embargo, las aguas abiertas y la línea litoral no debió proveeruna abundancia de recursos y entonces estos fueron abiertos a

Page 267: maguare17.pdf

%�

���%�&'�������������

todos. El resultado es una máxima explotación de recursos en aguasabiertas por varios grupos locales y no locales.

De lo anterior se infiere que la concentración discontinua deactividades humanas a lo largo de la costa está supeditada a ladiscontinuidad de los ambientes mismos. Esto es, que los ambien-tes de las grandes, pequeñas y estrechas bahías entre PuertoSaavedra y Chan - Chan fueron aprovechadas por los grupos en elpasado, tal como ocurre hoy en menor escala, según la oportuni-dad, para recolectar y pescar.

El incremento social y económico y el incremento de recurrenciaen el uso de la línea de costa y del mar en estas áreas debentraducirse en el contenido y estructura del registro arqueológico.

3) las zonas de recursos alimentarios litorales, de aguas some-ras y de mar abierto son de cierta manera similares a aquellas derecursos terrestres, y deben ser estudiadas de la misma manera,de acuerdo a la regulación de zonas de alta y baja productividad,derechos de usos y herencias, y reglas y creencias. Estas se inser-tan en el uso y explotación de los recursos marinos dentro del ampliomarco económico y social de la sociedad mapuche y chilena. Engeneral la tierra, especialmente los terrenos agrícolas, fueron tra-dicionalmente subdivididos en parcelas controladas, o al menosusadas, por linajes individuales y familias. Nuestros hallazgos pre-liminares sugieren que las aguas someras y la zona litoral de lasgrandes bahías son de propiedad común para todos los residenteslocales y el océano abierto adyacente es estrictamente dividido enfranjas para delimitar los derechos de uso entre grupos autóctonosy alóctonos. Para las pequeñas bahías parece ocurrir lo contrario,donde la playa y las aguas marinas someras están estrictamentedivididas y controladas por grupos emparentados entre sí mientrasel mar abierto es territorio común de pesca. Las razones históricasde esta diferencia no han sido entendidas hasta el presente y re-querirán de mayores investigaciones en el futuro. No obstante, ladicotomía de bahías grandes - pequeñas y océano abierto - aguassomeras parceladas y viceversa, es un patrón intrigante que posi-blemente tiene raíces explicativas en reglas del pasado acerca delos parentescos y la adquisición de recursos marinos.

Page 268: maguare17.pdf

%�!

?����������1������������������ ���� �� ������0��#����)�����-�

Aunque nosotros hemos ordenado los patrones de uso del marbasados en condiciones ecológicas y patrones de parentesco, noso-tros no hemos podido establecer relaciones seguras entre patronesde uso de recursos marinos y sistemas de contactos intergrupalesen el mundo moderno. Esto es, los principios de acceso a los recur-sos y la regulación de los mismos es bastante claro en términos deparentesco y residencia, pero el uso de estos recursos, ya sea paraconsumo local o para intercambio con otras comunidades mapuchesdel interior o con mercados en los pueblos chilenos no ha sidotodavía comprendido. Por lo tanto, los principios no contemporá-neos de adquisición de recursos marinos están lejos de haber sidoinfluenciados por solamente factores de productividad económicoso ecológicos.

Es necesario reconocer las transformaciones que estas comu-nidades han experimentado, o que están actualmente experimen-tando, como el resultado de la modernización y de la influencia apartir del contacto con pescadores chilenos. En algunas áreas, estecontacto ha conducido a incrementar las fricciones entre pescado-res mapuches y no-mapuches, y como resultado de la sobreexplo-tación de algunos recursos y pérdida de territorios tradicionales,se ha producido un patrón de apropiación de recursos marinosmás fragmentado.

4- Nuestros informantes reportan que una mayor cantidad defamilias y de linajes practicaban una economía especializada en elpasado, concentrándose en la extracción de un alga, pez o mariscoen particular. Aún hoy en día esta práctica se mantiene en áreasaisladas geográficamente, y da lugar a la oportunidad para un in-tercambio especializado con las comunidades del interior. Por mu-cho tiempo existieron, por ejemplo, especialistas en la recoleccióndel molusco loco (Concholepas - concholepas) debido a la pericia yentrenamiento que poseían para su extracción. Hoy este moluscoestá en veda y su extracción y venta autorizada está dirigida almercado internacional.

También los informantes reportan la existencia de especialis-tas que eran conocidos por obtener mariscos con mayor contenidode carne y por saber prepararlos mejor para su consumo fresco opara guardarlos secos. Estos individuos especialistas por su cono-

Page 269: maguare17.pdf

%�"

���%�&'�������������

cimiento, tenían acceso privilegiado a ciertas áreas de recursosespeciales, y ellos tenían además un status de nivel más alto den-tro de su sistema socioeconómico.

5- Existe un número de otras áreas ecológicas distintas, lascuales pueden estar sujetas a restricción. Pero ellas cumplen otrasfunciones, las de sitios sagrados, por ejemplo. Son usualmente su-perficies dedicadas a las ceremonias del “nguillatun”, accesiblessolamente para miembros del linaje o de la familia o para indivi-duos que acompañen a chamanes o “longos”.

��+�� � ������+���� �����,!����$%�

Hasta ahora el mensaje básico de esta exposición ha sido unabreve discusión y exploración para el reconocimiento de otros pa-trones nuevos de la economía tradicional marítima y de la estruc-tura social de los mapuches, producidos etnográficamente a lo lar-go de un sector limitado de la costa. La necesidad básica prioritariaahora será la de desarrollar formas para dar significado a ciertascaracterísticas específicas del sistema de adquisición de productosmarinos y la organización de la subsistencia descrita con anteriori-dad. Tales pasos deberían hacer posible distinguir arqueológica-mente entre, por ejemplo, estaciones de recolección especializadade recursos marinos y sitios residenciales más generalizados don-de múltiples recursos alimentarios fueron procesados y consumi-dos. Dentro de este marco de referencia nosotros podemos comen-zar a proyectar o comparar otras propiedades del registroarqueológico, el que puede comprenderse en términos generalespero independientes en orden de aislar las características de laorganización socioeconómica de los sistemas del pasado.

Más específicamente, los mapuches participan en un sistemaorganizado logísticamente, donde la pesca y la recolección de ma-riscos ocurren en variados contextos y con diferentes propósitos,mientras que los campesinos del interior representan una estrate-gia de organización in situ. La diferencia es exacerbada por grandescontrastes ambientales, donde el océano y la zona costera condi-cionan un conjunto diferente de estrategias de recolección y caza

Page 270: maguare17.pdf

% $

?����������1������������������ ���� �� ������0��#����)�����-�

con respecto a aquellas que ocurren en los asentamientos agríco-las. Existen también diferencias entre los grupos costeros que vi-ven cerca de grandes bahías y aquellos que residen en torno a laspequeñas ensenadas. Ambos se organizan diferentemente en tér-minos de acceso a los recursos marinos a través de reglas de inter-cambio entre parientes, derechos de residencia y así sucesivamen-te. Unido a tales diferencias existen otras en la manera de compartirlos trabajos en la familia y la organización de la vida en ambossistemas.

El desafío para los arqueólogos está en identificar el grado devariación de las diferencias cuantitativas y cualitativas en los dossistemas de bahías y los sistemas marítimos y agrícolas y cómotales sistemas estuvieron organizados en el pasado. Dentro de losmapuches debería ocurrir un registro distintivo en diferentes sitiosdentro de cada sistema, de desechos de la recolección marina, im-plementos tecnológicos, y estructuras de basuras tal como se refle-ja en los hallazgos arqueológicos preliminares reportados por am-bos autores en diferentes asentamientos costeros.

Si los aspectos de este modelo discutidos son verdaderos para losperíodos prehistórico tardío e histórico, y si nosotros somos cuidado-sos en intentar comprender y aplicar el registro etnográfico al estudioarqueológico, entonces nosotros deberíamos ser capaces de predeciraspectos del contenido y estructura de los recursos marinos en lossitios. Las bahías grandes ofrecen un contraste interesante en la or-ganización, tecnología y uso del espacio en un ambiente natural másproductivo y en un ambiente social más dinámico. Presumiblementelas playas más extendidas y los frentes de bahía en las áreas de es-tuario de río no sólo proveen una amplia variedad de alimento, sinoque también grandes oportunidades sociales y económicas entre fa-milias y linajes para redistribuirse los recursos. Las implicacionessociales y políticas de esta posesión común en el pasado son segura-mente importantes para nuestra comprensión de las alianzasintergrupales, particularmente en tiempos de conflicto.

Nosotros entonces podríamos preguntarnos, ¿cómo la organi-zación espacial y de parentesco afectan el registro arqueológico bajocondiciones cambiantes en las bahías y de las estructuras de losrecursos marinos? Sitios costeros localizados en bahías grandes

Page 271: maguare17.pdf

% #

���%�&'�������������

asociados con valles interiores deberían contener los restos de unaamplia variedad de mariscos y pescados, tanto como las tecnolo-gías requeridas para procurarse estos recursos. Esto no significaque estaciones especializadas en el procesamiento de algas y/o pes-cados y mariscos no estén presentes. Nosotros anticipamos que lossitios residenciales contienen más especies locales, aunque pue-den existir áreas de trabajo especializado y de almacenaje dentrode estos sitios. Estos sitios también podrían contener más recur-sos del interior dada la posibilidad de un mayor número de contac-tos y, por lo tanto, relaciones de comercio e intercambio con gru-pos del interior vis a vis con los tipos de relaciones de parentescodiscutidos anteriormente.

A la fecha, muy poco trabajo arqueológico ha sido llevado a caboen el área de estudio, pero algunas observaciones están disponiblesa través del trabajo preliminar de Dillehay y Navarro. Varios peque-ños sitios de conchales que contienen solamente una especie demarisco han sido descubiertos en ambos tipos de bahía. En el áreade Puerto Saavedra la mayor parte de estos sitios están localizadosen áreas marginales o aisladas y corresponden a los períodos pre-histórico tardío e histórico. Sitios mono-específicos y multi-específi-cos están presentes en las grandes bahías. También se observó lapresencia de lentes de conchas más variados y gruesos en los perío-dos cerámicos tardíos, los cuales podrían representar un mayor gra-do de confiabilidad de parte de los mapuches en las áreas de recur-sos costeros durante los períodos de guerras intensas.

Por otra parte, los sitios en las bahías pequeñas pueden sermás especializados, y pueden o no contener una amplia variedadde recursos costeros y del interior, aunque ellos estarían más limi-tados en variedad y cantidad de especies locales y tecnologías rela-cionadas.

Mayor trabajo arqueológico deberá ser llevado a cabo antes quepodamos unir estos hallazgos etnográficos y arqueológicos prelimi-nares. Sin embargo el curso de nuestros hallazgos de sitios resi-denciales y de conchales ha revelado un grado de consistencia ge-neral en los patrones en cuanto a localizaciones para propósitosespeciales que se extienden hacia el pasado reciente. Las similitu-des en estos patrones pueden sugerir que a pesar de las diferentes

Page 272: maguare17.pdf

% %

?����������1������������������ ���� �� ������0��#����)�����-�

tecnologías y circunstancias históricas, tanto los grupos mapuchesmarítimos presentes y pasados han practicado una forma de ad-quisición de recursos que es relativamente independiente de reglasculturales particulares y relativamente dependiente de variablesmenos permanentes como topografía y la manutención de tecnolo-gías tradicionales.

Estos grupos mapuches se encuentran en un momento detransición entre su sistema de apropiación de recursos a pequeñaescala (en parte destinada al consumo familiar y un pequeño ex-cedente para la venta) a uno de mercado, en el cual están entran-do rápidamente. Antes recolectaban indiferenciadamente los re-cursos a lo largo del año y se preocupaban a la vez también de suspequeñas siembras. Esto ha podido ser comprobado a través delos basurales de conchas antiguos y modernos encontrados en elsector de estudio. Sin embargo en esta área y desde hace 5 añoslos esfuerzos de estos grupos humanos están concentrados fun-damentalmente en el período estival a la extracción de la luga, oal pelillo. Anteriormente, a partir de 1982 el recurso loco fue elmás explotado y luego la macha. Hoy rápidamente están inician-do una recolección de Mlthylus, pero mediante el buceo dada ladisminución de este bivalvo que en el pasado se encontraba enlos roqueríos cercanos.

Si nos referimos a las formas de uso de estos micro-ambien-tes y a cómo se distribuye el tiempo anual puede sostenerse queaún persisten formas de actividades tradicionales del pasado. Esdecir todavía se destina parte de los terrenos y del esfuerzo entiempo y en energía humana para dedicarla, a la actividad agríco-la, pese a la mala calidad de los suelos, otra parte es para laactividad de madereo o "ramoneo" en las quebradas o sectoresmas altos cercanos a la costa y otra para la recolección marina yterrestre, de acuerdo a cómo se distribuyen estos recursosalimentarios en las cuatro estaciones del año. S in embargo la eco-nomía de mercado esta determinando por lo menos durante unatemporada del año una especialización en la explotación de unrecurso específico para ser vendido al mercado, especializaciónque antes no existió.

Page 273: maguare17.pdf

% -

���%�&'�������������

�� �!��'�

En este artículo, hemos revisado algunos trabajos recientes alo largo de la costa sur central de Chile, mostrando cómo los regis-tros etnográficos de un período corto pueden relacionarse con losregistros etnográficos de un período largo y con los arqueológicos.También hemos presentado algunas observaciones acerca de losprocesos de formación de sitios relacionados a economías maríti-mas y patrones de residencia - parentesco a escala regional y local,y sobre la subyacente restricción de la organización social y medioambiental. Tales restricciones pueden sin embargo ser mitigadaspor tecnologías y otros factores hasta la fecha no bien entendidos.Finalmente debemos enfatizar que estas observaciones y conjetu-ras permanecerán como hipótesis hasta que más investigacionesarqueológicas hayan sido llevadas a cabo para probarlas.

��)���� ���

Dillehay, T. 1981. Visión actual de estudios de Araucania pre-hispánica.

Boletín del Museo de Historia Natural 38:155-166. Santiago

_________.1990. Los Araucanos: El Pasado y Presente. Santiago: Editorial An-

drés Bello.

Lundsgarde, H. 1974. Land Tenure in Oceania. Honolulu: The University of

Hawaii Press.

Steward, J. y L. Faron. 1959. Native Peoples of South America. New York:

McGraw-Hill Book Co.

Page 274: maguare17.pdf

El presente trabajo sobre los Cuiba de Casanare adelanta lahipótesis que la forma de vida nómada de los grupos Cuiba,Sikuani, Macú, Maco-Piaroa, Macu-Puinave, y otros grupos deloriente de Colombia y el noroeste amazónico, responde más a suinserción en los sistemas regionales (donde predominan las cul-turas Arawak y Tukano) y a las condiciones creadas por la con-quista europea, que a una respuesta adaptativa optada por esosgrupos, para enfrentar como grupos aislados los retos del medioambiente.

&� &��� ����$�*)� ��

En diciembre de 1972, unos 50 cuibas en proveniencia de SanEsteban de Capanaparo aparecieron de improvisto en la margenizquierda del Casanare. Con sus rostros demacrados por la fatiga,y tremendas ojeras marcadas por el polvillo de carbón de las que-mas de la sabana, cruzaron rápidamente hasta el poblado de Mo-chuelo en dos o tres canoas que salieron a recibirlos.

,"����������� ����������-���������

������������������������� ��������

1��#$�$��(��2/��!��/A���������B�=;;��=6���������

&�����'�# (�% +*%!+�,%$$-.

Page 275: maguare17.pdf

% )

���%�&'�������������

Congregados alrededor de la casa de uno de los ancianos dellugar y mientras los visitantes sostenían amenazantes atados deflechas y machetes, todos escuchaban en silencio cómo su lídervociferaba toda suerte de reclamos sobre las vicisitudes del viaje,la falta de alimentos, la imposibilidad de traer nada, la hostilidadde las gentes a lo largo del camino.

El líder local replicó con el mismo tono airado, alegando faltade alimentos, dificultades, imposibilidad de atender visitantes, etc.

Ante mi inquietud fundada en la convicción que no faltaba nadapara pasar de las palabras a los hechos, mi vecino, en voz baja medecía, “tranquilo, que están conversando”.

Page 276: maguare17.pdf

% �

������������=��������������� 1��#$�$��(��2/��!��/

Efectivamente la inminente confrontación no era otra cosa sinoel inicio del ritual de intercambio, conocido como Mirray desde elsiglo XVII, procedimiento que formalizaba las relaciones comercia-les entre los diferentes grupos llaneros, y descrito en particularentre los Guahibo-Chiricoa y los Achagua.

Luego de las peroratas violentas por parte de los respectivos líde-res se ofreció bebida a los recién llegados y progresivamente el silen-cio y la tensión fue cediendo el paso a la algarabía del trueque deyopo, peramán, veradas y machetes no ya en guisa de temibles armassino de pacífica mercancía, por parte de los venezolanos, a cambio deperros, capi, ropa de segunda (tercera o cuarta habría que decir en elcaso de los Cuiba) etc. por parte de la gente de Mochuelo.

Entre los Cuiba, las reglas de intercambio operan tanto en lasrelaciones entre bandas, como al interior de los grupos según losmismos parámetros: el intercambio de mercancías se da entre cu-ñados, reales o virtuales, y tal era la relación entre los dos jefes que

���������.������,��&����@� �������$�

Page 277: maguare17.pdf

%

���%�&'�������������

protagonizaban el encuentro anterior. Cuñado, es el término amis-toso con que se habla a un desconocido con quien se negocia y conquien virtualmente se llega al intercambio de hermanas. El inter-cambio entre cuñados potenciales implica intercambiar mercan-cías propias de las diferentes zonas de proveniencia de cada uno,aspecto que constituye una de las bases del mercado, es decir ladiversidad de recursos regionales.

Entre sobrinos y tíos, yernos y suegros, se intercambian ali-mentos. Básicamente tubérculos, yuca, yopo a cambio de carne demonte, frutas y miel, es decir productos ribereños a cambio deproductos de las zonas alejadas de los poblados y provenientes enbuena medida de las cabeceras de los caños.

Ejemplos de normas semejantes encontramos entre loscurripacos. En el intercambio los clanes subalternos, Makuperiaportan carne muquiada y derivados de yuca contra sal, herra-mientas, armas, hamacas y mercancías de los criollos que pene-tran al territorio Curripaco desde la parte baja de los ríos ocupadospor los clanes de más estatus.

���������.�����������$��������$���������$������������&���

Page 278: maguare17.pdf

% !

������������=��������������� 1��#$�$��(��2/��!��/

Entre los Desana, dice Reichel, “el intercambio de alimentos secoordina con la pauta de intercambio de mujeres. Las fratrías quedan mujeres deben llevar pescado y a cambio reciben carne ahu-mada...” “la división en categorías femeninas y masculinas de ali-mentos de acuerdo con su procedencia de selva o río y de acuerdocon su forma de preparación es, indudablemente, un rasgo muyantiguo y debe pertenecer al horizonte arcaico de la cultura decazadores” (Reichel-Dolmatoff, 1977).

El sistema de intercambio integra pues mediante parentescogrupos, regiones y ambientes diferentes. Y aunque el sistema demercado no funciona hoy en día sino muy parcialmente, siguenlatentes las normas de parentesco que lo articulaban.

Las condiciones creadas por la conquista y en particular lacaída demográfica y el despoblamiento de los ríos, dieron al trastecon la especialización y condujeron paulatinamente a la diversifi-cación de estrategias de subsistencia. Los nómadas cazadores,recolectores y comerciantes poco a poco fueron ocupando las tie-rras fértiles de los ríos mayores y se dedicaron a la horticultura. Esel caso Guahibo, y probablemente Puinave, y más recientementeCuiba, Cacua y Macú. En el bando de los sedentarios el sistema defratrías y sibs especializados y jerarquizados pierde vigencia y per-dura solo como un modelo eventualmente presente en los rituales.Clara ilustración de este proceso es la paulatina adquisición de lahorticultura de los grupos de la familia Guahibo, observada desdeel siglo XVIII y cuyos últimos episodios son la sedentarización delos Cuiba y de los Sikuani del Tuparro en las últimas tres décadas.Entre los grupos Guahibo es preciso diferenciar la situación del ríoVichada cuyo aislamiento de la sociedad nacional permitió un pro-ceso de fusión de remanentes de los Achagua y Guahibo, mientrasque a lo largo del Meta y Casanare la presencia de ganaderos ycomerciantes determinó una frontera interétnica de violencia. Enesa zona conservar la movilidad significó una alternativa de super-vivencia.

Como en el caso Cuiba las condiciones de aislamiento de losgrupos nómadas son más explicable por las condiciones de la fron-tera de civilización, en términos de Darcy Ribeiro, las formas decontacto entre la “civilización” y las sociedades indígenas, que los

Page 279: maguare17.pdf

% "

���%�&'�������������

obligó en las zonas de ganadería o de extracción minera a replegar-se a zonas de refugio.

El tráfico de esclavos a lo largo de por lo menos dos siglos fueotro factor que produjo un efecto devastador sobre las poblacionesde la región. Los Caribe de la Guayana endeudados principalmentepor los holandeses, remontaban anualmente el Orinoco para ex-traer esclavos de los llanos.

Un ejemplo que ilustra la magnitud de este tráfico es el reportedel Padre Vega al rey de Portugal. Vega estima en unos 36000 elnúmero de indígenas llaneros esclavizados en un lapso de 8 añosen la zona del alto Orinoco (Morey N. 1975: 264)

De una forma particular de alianza practicada por los Caribeque consistía en incorporar como yernos llamados peito o ito (itoto)a jóvenes de otras etnias, se pasó a una extracción masiva de es-clavos para las plantaciones de los europeos de la Guayana.

Las enfermedades y epidemias traídas por los europeos fueronotro factor que determinó un descenso vertiginoso de la población,provocando la desbandada de los indígenas que huían ante la proxi-midad de los conquistadores. Su impacto fue muy temprano. Tam-bién debemos a los Morey el estudio de este tráfico y sus efectossobre la población llanera (Morey, R 1979).

Pero acabado el esclavismo, la tragedia de los indígenas llanerosprosiguió hasta nuestros días, en virtud de la colonización ganade-ra que estableció la tradición genocida de cuibar y guahibiar, comosinónimos de “civilizar”.

El genocidio de la Ribiera y el juicio llevado a cabo enVillavicencio establecieron claramente que para la población llanera,incluyendo diversos estamentos sociales y no solo campesinos“desinformados”, era válido el argumento que... “no se sabía quematar indios fuera prohibido”.

En esas condiciones el mantenerse lejos del criollo era obvia-mente una condición de supervivencia.

Pero en las últimas décadas la valencia de esta opción se in-vierte, y, en el contexto de la intervención proteccionista del esta-do, utilizando nuevamente un concepto de Ribeiro, lasedentarización en zonas de reserva o resguardo constituyó unaalternativa posible.

Page 280: maguare17.pdf

%!$

������������=��������������� 1��#$�$��(��2/��!��/

��� �������� �� ���� ��� ��� *���� ���M�N

El sistema comercial llanero juiciosamente reconstruido porMorey nos muestra una sociedad multiétnica integrada por un apre-tado tejido de relaciones exogámicas, normas de interacción eco-nómica, relaciones, complementariedad ecológica, especializaciónde la producción, comunidad de rituales, multilingüismo. Hoy endía el panorama social es muy diferente y solo después de pesqui-sas muy arduas es posible reconstruir el modelo de organizaciónsocial original.

Los Piapoco, por ejemplo, poseían un sistema social basado enla subdivisión en grupos de fratrías, sibs, linajes y comunidadeslocales. Fratrias y sibs eran grupos jerarquizados de acuerdo a suespecialización como Capitanes, Chamanes, Guerreros, Dueños deCantos y Bailes, Servidores.

Entre los Baniva actualmente dispersos en las poblaciones crio-llas de los ríos Guainía y Atabapo apenas se conserva el recuerdodel sistema social. Se sabe de la existencia de por lo menos tresfratrías jerarquizadas, correspondientes a las funciones de capita-nes, chamanes y dueños de cantos y servidores. Estas fratrías es-taban divididas en sibs y linajes.

Entre los Curripaco que han logrado mantener su integridadterritorial, se conserva un sistema de fratrías y clanes exogámicosy jerarquizados de acuerdo al mayorazgo. En particular en clanesopuestos como jefes menaka y servidores makuperri. La relación deservidumbre hoy no tiene expresión concreta. Para los Curripacolos clanes denominados makuperi, segmentos de clanes mayoresmás que clanes independientes se consideran como servidores, “ce-rrados de puerta, encendedores de cigarro”.

Este sistema estructurado de clanes exógamos ha sido recono-cido como un rasgo original de los grupos del noroeste amazónico,especialmente característico del Vaupés. En verdad creemos teníauna extensión mucho mayor y podríamos afirmar que es propio delas sociedades Arawak por lo menos del grupo Maipure. La situa-ción que encontraron los españoles en las Antillas según la cuallos caribes se habrían casado con las mujeres Arawak después dehaberse comido a los varones o haberlos exterminado, nos parece

Page 281: maguare17.pdf

%!#

���%�&'�������������

un poco caprichosa. Más inverosímil es pensar en un tipo de orga-nización social basado en la exogamia lingüística, cuya compren-sión hay que admitirlo no es tan fácil para un profano.

Ya hemos señalado el rol económico generalizado que juega elgrupo de los servidores o los segmentos sociales asociados al áreainterribereña. Desde el punto de vista social también se reconocela endogamia como una condición propia, característica de los seg-mentos subordinados y los grupos Macú.

���������.������� ����$���0��������������

Page 282: maguare17.pdf

%!%

������������=��������������� 1��#$�$��(��2/��!��/

En el sistema social regional las relaciones matrimoniales de-penden de la jerarquía social. El establecimiento de alianzas es unprivilegio de los grupos de estatus alto. La exogamia se da entregrupos de nivel superior pero se restringe alianza entre grupos deestatus bajo. Tampoco se concibe alianza entre sedentarios y nó-madas. Eventualmente los sedentarios pueden tomar mujeres deestatus inferior o pertenecientes a grupos Macu, no como esposassino como concubinas. Después de 25 años de amistosa conviven-cia, los Cuiba de Mochuelo no han establecido relaciones de alian-za con los Sikuani y Sáliva, mientras que estos últimos entre sí, sílo han hecho en múltiples ocasiones.

No obstante el etnocentrismo de los grupos horticultores esinteresante tomar en cuenta su visión de los nómadas. Esta vi-sión se puede resumir en las siguientes características que deter-minan y justifican su inserción en el sistema social en el estatusmás bajo:

- endogamia incestuosa- pobreza cultural- ignorancia de las técnicas hortícolas- carácter peligroso

Por supuesto estas características dicen más de los prejuiciosde los horticultores que de la realidad de los nómadas, o mejor delo que son los nómadas para quienes se acercan a su cultura yalcanzan el privilegio de su amistad. Lejos de ser incestuosos, prac-tican complejos sistemas de alianza como mitades exogámicas; supobreza cultural eventualmente se refiere a los modestos mediosmateriales que disponen pero en cambio sus conocimientos delmedio, su estética y su literatura son tan ricos y variados como losde cualquier cultura. Su ignorancia de la agricultura es relativapues existen ya diversos testimonios que indican prácticas hortícolasa pequeña escala. Finalmente sobre el carácter peligroso de losnómadas bastaría decir que pueden llegar a ser tan peligrosos comocualquier otro espécimen humano.

Si consideramos en su conjunto los factores históricos y el con-texto social en que han vivido los grupos nómadas en el norte de laAmazonía, cabe preguntarse cuál es la escala en la que se deben

Page 283: maguare17.pdf

%!-

���%�&'�������������

interpretar las determinantes de su modo de vida. Estamos tratan-do de conocer un elefante con una lupa, o bien debemos tomarcierta distancia para saber que estamos lidiando con unpaquidermo.

�������"�� ����$�*)� �

La perspectiva de entender lengua y el sistema simbólico de lacultura obliga a un enfoque “mono-étnico”. Sin embargo las condi-ciones de espacio tiempo de la observación etnográfica no debeneclipsar la realidad de una sociedad indígena multiétnica. La exis-tencia de redes comerciales, exogámicas, rituales, la complemen-tariedad ecológica, eventualmente no se observan en los estrechoslímites de tiempo y espacio del trabajo etnográfico.

Sin embargo el parentesco, la jerarquía, la especialización, elintercambio, la distribución territorial, la complementariedadecológica, etc., siguen pautas que se aplican tanto a la escala delas relaciones interétnicas como al interior de cada etnia y de susrespectivos segmentos. El hermano mayor de la familia será elmaloquero, así como el clan mayor será el de los maloqueros, etc.

Un sistema de este tipo pareciera no tener fronteras pues losmismos principios articulan desde las unidades más pequeñas hastalas más amplias. En estas condiciones una perspectiva del sistemasocial a escala regional es un complemento indispensable de laobservación etnográfica puntual, en la búsqueda de una interpre-tación que de cuenta de la complejidad de los hechos.

��)���� ���

Bautista, Efraín. 1991. Lengua y Cultura Puinave. Inírida.ms: Primer Semina-

rio Taller Binacional sobre Educación Indígena.

Camico, Hernán González o, Yuave r & Guajo f. 1991. Lengua y cultura Baniva.

Inírida.ms: Primer Seminario Taller Binacional sobre Educación Indígena.

Morey, Nancy. 1975. Ethnohistory of the Colombian and Venezuela Llanos.

University of Utah.

Page 284: maguare17.pdf

%!+

������������=��������������� 1��#$�$��(��2/��!��/

Morey, Nancy & Robert Morey. 1973. Foragers 5, Farmers 3 1/2. A Comparision

of the effects of Spanish contact on the Guahibo and Achagua Indians of

the Meta and Orinoco River drainage basins. Oklahoma: 21 Annual mee-

ting of the American Society for Ethnohistory.

Morey, Robert. 1979. A Joyful Harvest of Souls: Disease and the Destruction

of the Llanos Indians. Antropológica, 52. Caracas: Fundación La Salle

Ortiz, Francisco. 1979. Parentesco e intercambio Cuiba. Antropológica No. 2.

Bogotá: Sociedad Antropológica de Colombia

Reichel Dolmatoff, Gerardo. 1977. El simbolismo de caza y pesca y alimenta-

ción entre los desana. Bogotá: Estudios antropológicos. Colcultura.

Ribeiro, Darcy. 1971. Fronteras Indígenas de la Civilización. México 12 D.F.:

Siglo XXI.

Vidal, Silva. 1990. Consideraciones Etnográficas sobre la cerámica de los

Piapoco. Boletín Venezolano de Arqueología. 5:36-59.

Page 285: maguare17.pdf

�����"! �'�

La arqueología, la biología evolutiva y la ecología histórica pre-sentan evidencias de la coexistencia entre caza, recolección y acti-vidades de horticultura en selvas húmedas tropicales desde mu-cho antes de la aparición de la agricultura. La investigación sobreeste tema en los últimos años afirma que estos grupos nómades ensu adecuado manejo de los ambientes naturales mantienen la es-tructura y dinámica del bosque (cobertura, dominancia de espe-cies, fructificación, floración). Pero mucho más que una descrip-ción taxonómica o la lista de plantas y sus usos, los estudiosos decazadores-recolectores, en su mayoría antropólogos y otros biólo-gos tratando de entender la antropología, demuestran -a partir demuy serias investigaciones de campo- que los conceptos y accionesde los cazadores-recolectores para manipular especies naturalesnos ayudan a entender los procesos de regeneración del bosque, lafenología y la domesticación de las especies en estas áreas. Losgrupos humanos que viven de cazar y recolectar especies silvestrespractican formas de vida bastante complejas en sus mecanismos

!� �� ��� ������� ��

(���-��#��

&���� �������/C������

������������������������������&���� �������������� ��������������=?/���

&�����'�# (�%!)*-$-�,%$$-.

Page 286: maguare17.pdf

%!�

��8�����*����������1���C��4� &�����������/

de adaptación con una enorme capacidad de transformar y manipu-lar recursos naturales.

Los Nukak de la amazonía colombiana son sin duda un buenejemplo. Los estudios de Cabrera et al (1999), Politis (1996a, 1996b,2001), Cárdenas y Politis (2000) y algunas de mis observacionesafirman que la diaria selección de plantas y animales, el cuidadode sus viviendas, la movilidad y el gusto Nukak por la vida caza-dor-recolector afectan la distribución de la vegetación en el área.Muchas de las asociaciones vegetales de especies útiles en su terri-torio son el resultado de su apropiado manejo y lugares de ocupa-ción con abundantes residuos vegetales o semillas indican una for-ma de cultivar especies silvestres diferente al arreglo de la chagra.Los Nukak tienen un sofisticado interés por las relaciones ecológicasdel bosque y sobreviven en enclaves de alta diversidad de especiesdonde combinan la caza, recolección, pesca y entomofagia con elcultivo de especies domesticadas. Este extenso conocimiento delbosque y la especialización en sus formas de subsistencia permi-ten plantear de manera distinta las relaciones entre caza, recolec-ción y horticultura en esta área. Es difícil mantener una distinciónradical entre cazadores-recolectores que usan plantas silvestres yaquellos agricultores que usan plantas domesticadas porque en lapráctica coexisten de manera simultánea. Sería prudente empezara hablar como Harris (1989) lo propone de sistemas que cultivanplantas silvestres y sistemas agrícolas de cosecha (en lugar de usode plantas silvestres vs domesticadas) pues no existe una diferen-cia cualitativa entre la obtención de especies silvestres y la produc-ción de cosecha.

���"����-�� ��� ������ ��� �!������ �

La historia de la presencia de cazadores-recolectores en losbosques de Suramérica ha sido interpretada por algunos autorescomo el resultado la difusión de grupos a través de los Andes, comovestigios de culturas regresivas que poseían agricultura y que fue-ron expulsados por vecinos más fuertes y conducidos a la vida pri-mitiva nomádica de recolector y cazador de especies silvestres. Y

Page 287: maguare17.pdf

%!

���%�&'�������������

aunque adaptados a las condiciones del trópico, con un alto gradode especialización en sus formas de subsistencia (en especial enColombia y Brasil), han sido señalados como sobrevivientes margi-nales que retienen numerosos trazos culturales arcaicos: ausenciade tecnología compleja y de organización en cacicazgos, negandocualquier tipo de “complejidad” social.

Los grupos “foraging” en Suramérica fueron clasificados porSteward (1946) en cinco categorías: a) familias de recolectores decangrejos en el archipiélago chileno, b) bandas de cazadores-recolectores de sabanas y praderas, c) cazadores, recolectores, pes-cadores y agricultores del Gran Chaco, d) nómades por agua y e)“foot” nómades que incluía los Sioronó de Bolivia, Guayakí de Pa-raguay, Nambicuara de Mato Grosso, Purí colorado del Brasil y losMacú de Colombia. Algunos de estos “foot nomads” en el Handbookof South America se mencionan cambiando de horticultores margi-nales a agricultores. Esta difusa o general descripción de la adap-tación cultural en Suramérica se enlazó con ideas sobre la migra-ción por los andes y concomitantes hipótesis que afirmaron que elbosque tropical fue penetrado primero por agricultores1 . Una vi-sión evolutiva que presentó a los cazadores-recolectores como víc-timas de la expansión económica o tal vez como parientes regresadosde formas agrícolas andinas pero nunca como formas de vida inde-pendientes o únicas. Steward en 1959 reconocía que esta interpre-tación sobre cazadores-recolectores en Suramérica debería pensarno sólo en las condiciones ambientales como la pobreza de suelosaptos para la agricultura sino también en el contexto histórico deestas diversas formas de vida.

La mayor parte de la literatura sobre desarrollo cultural en los60s y 70s se dedicó a explicar la influencia de las variables ambien-tales en el desarrollo socio-cultural ignorando el pertinente acerca-miento histórico de Steward. Suelos pobres, baja disponibilidad de

1 Lathrap (1968) influenciado por Steward y sus colaboradores afirma que la migración

agrícola se originó por la competencia en la obtención de recursos: una presión por el

aumento en la densidad de población terminó en guerras o conflictos entre tribus

donde los cazadores-recolectores fueron exterminados. Lathrap (1968) y Levi-Strauss

(1968) también afirmaron que éstos cazadores-recolectores nunca existieron en

amazonía sino sólo como formas regresivas agrícolas.

Page 288: maguare17.pdf

%!!

��8�����*����������1���C��4� &�����������/

carbohidratos o proteína (fauna), fueron algunos de los temas bio-lógicos con más auge al argumentar a favor de la adaptabilidad o ladiversidad cultural en ambientes tropicales2 . Los estilos de vidanómade en el presente y pasado fueron vistos como mecanismossociales en busca de la disponibilidad de recursos base con unairresistible tendencia a enlazar demografía, condiciones ambienta-les y tecnología generando repetidas conjeturas donde éstos modosde vida indígenas fueron reducidos a simples datos biológicos parasuplir necesidades de proteína o carbohidratos. A comienzos de losochenta seguidores de la ecología evolutiva usaron modelos deriva-dos de la economía y los aplicaron a grupos cazadores-recolectoresy horticultores siempre con la idea preconcebida que sus numero-sos desplazamientos obedecían a la búsqueda de un nivel óptimode proteínas o calorías y que estos nómades suramericanos sólopodían ser el resultado histórico de un movimiento reciente de cul-turas agrarias. Y como no eran grupos indígenas primitivos en esesentido se descartó su estudio en los análisis comparativos al re-presentar un “falso arcaísmo”3 . Fue inapropiado mezclar los estu-dios de grupos cazadores-recolectores de Suramérica en particularlos que habitan la Amazonía, con los africanos. Por ejemplo, al noaportar los amazónicos ningún avance conceptual en la explora-ción de la vida evolutiva. A pesar de existir en Suramérica grupostan expertos en sus formas de subsistencia como los Nukak-Makuen Colombia o los Huaorani en Ecuador no fueron integrados eninvestigaciones de evolución socio-cultural a nivel internacional.

�������"��&!������ ���#������

Varios autores han mencionado que algunos claros omanchones de vegetación en el territorio Nukak y la regeneraciónde plantas resultan de sus prácticas de manejo (Politis 1995, 1996a,1996b, 2002; Cárdenas y Politis, 2000; Cabrera et al. 1999;2 Ver Meggers (1954, 1971); Carneiro (1956, 1995); Vickers (1983); Gross (1975) entre

otros.3 Lee Richard y Richard Daly. 1999(ed). The Cambridge Encyclopedia of Hunters and

Gatherers. Cambridge University Press.

Page 289: maguare17.pdf

%!"

���%�&'�������������

Gutiérrez 1996). Los Nukak tienen una alta movilidad y constru-yen con frecuencia campamentos residenciales, unos 69 por añosin ser ocupados por más de cinco días consecutivos en un área de10.000 km2 (Cabrera et al., 1999: 108). Aunque la oferta de ani-males y plantas influye en sus desplazamientos, los Nukak se mue-ven a otras áreas por razones distintas a optimizar recursos: en-cuentros sociales, rituales, intercambio de productos son motivospara moverse y pueden ser más importantes que las decisionesecológicas. En los numerosos traslados, los Nukak muy de vez encuando reocupan viejos campamentos. Hay una curiosidad de ob-servar sus antiguas viviendas o las plántulas que fueron dejadasuna vez en semilla y continuar su viaje.

Los sitios de ocupación Nukak son abiertos en verano y en épo-ca lluviosa son construidos a partir de hojas de platanillo o tarraigo.Una vez que ellos han observado cierta abundancia de comida a sualrededor y la cercanía de corrientes de agua, hipótesis comienzan alimpiar el terreno dejando el suelo limpio de cualquier capa vegetal.Los hombres buscan troncos firmes que se usan como postes parasostener un travesaño y comienzan a clavar en el suelo desde elcentro a los extremos tallos de hojas de tarraigo que se amarranentre sí con bejucos, intercaladas casi siempre con hojas de seje4 .Estas hojas forman un techo abovedado de unos dos metros de altu-ra donde se refugian las familias y se disponen hamacas de formaparalela donde en la parte superior duerme el esposo y en la inferiorsu esposa e hijos. Cuando hay cambio de asentamiento los Nukaksiempre conversan para preparar sus objetos personales (hamacas,ollas, cerbatanas, etc) y en cada familia se recogen las cosas en uncanasto que es transportado por las mujeres que se encargan ade-más de llevar los niños más pequeños utilizando un carguero en laespalda. Los niños se encargan de llevar también a sus hermanos ylos hombres llevan las cerbatanas, dardos y otras herramientas. Mien-tras se desplazan los Nukak van charlando y observando a su alre-dedor, si algún fruto o alguna presa está cerca se detienen, lo reco-gen o cazan y si quieren descansar también lo hacen.

4 Phenakospermum guyanense (tarraigo), Oenocarpus bataua (seje). Para una reciente des-

cripción de las plantas nukak y sus usos, ver Dairon Cárdenas y Gustavo Politis (2000).

Page 290: maguare17.pdf

%"$

��8�����*����������1���C��4� &�����������/

Cuando los Nukak deciden irse a otro lugar ya sea en inviernoo verano dejan muchos desperdicios acumulados entre ellos semi-llas, que reciben suficiente luz producto de una anterior tumbaselectiva de árboles o arbustos alrededor de su campamento parasu subsistencia. Una variedad de palmas y árboles aprovechan estacondición de luz y regeneran con facilidad; el caso de seje, tarraigo,juansoco entre otros es bien conocido (Cárdenas y Politis 2000;Cabrera et al, 1999; Gutiérrez, 1996). Varias de estas investigacio-nes insisten que los Nukak a través de esta movilidad funcionancomo dispersores de semillas y contribuyen a acelerar procesosque determinan el éxito para establecer plántulas que garantizanla supervivencia de especies vegetales y fauna asociada. No se des-carta que el aumento en la producción de semillas favorece la ofer-ta de alimentos para algunos frugívoros, entre ellos aves, roedoresy primates que son entre otros los que los Nukak más consumen5.Como los Nukak viajan por áreas distantes en su territorio permi-ten que la dinámica del bosque se reajuste de manera constante almantener invariable su estructura, composición y función –altadensidad y diversidad de especies útiles para ellos-. Además el efectosobre el bosque es moderado, la población es baja y hace parte desu vida transformar y preservar microhábitats que inducen a repro-ducir especies que ellos consumen – ej. palmas como criaderos deanimales, corte selectivo de frutos-. Es probable que si la poblacióncreciera y los efectos sobre el bosque cambiaran en intensidad yduración el impacto superaría la capacidad de autorregulación. Lossitios abandonados son depósitos adecuados para la germinación ydesarrollo de semillas que aumentan las rutas de dispersión de ani-males y permiten la concentración de ciertas plantas a través de unincipiente transplante y cultivo de sus especies silvestres con la in-tención de crear asociaciones. Plantas silvestres reconocidas por losNukak como útiles para su subsistencia son cultivadas en distintasáreas como reservas para el presente y futuro de sus generaciones.

Algunos biólogos discuten que esta inusitada asociación de es-pecies útiles para los Nukak puede ocurrir en cualquier parte del5 Las investigaciones reportan una diversidad de animales para el uso y consumo

Nukak. Las familias más representativas son los primates, aves y roedores. También

consumen insectos, peces y algunos productos acuáticos como cangrejos y anfibios.

Page 291: maguare17.pdf

%"#

���%�&'�������������

territorio sin derivar necesariamente de sus prácticas de manejo;la ecología de algunas especies muestra comportamientosalelopáticos en sus fases de reproducción y no se ofrece ningunaevidencia comparativa entre áreas “naturales” y “antropogénicas”.Se reclama la ausencia de un área de control donde aparentemen-te se demuestren los efectos de cambio en la estructura del bosqueo el aumento en los niveles de diversidad. Sin embargo, en esteextenso territorio parece difícil aplicar estas metodologías científi-cas pues se espera que los Nukak en sus distintas rutas de trashu-mancia lleven y traigan plantas de regiones distantes lo que hacemuy lógico suponer que la composición de especies de su territoriodifiera considerablemente de aquellas “asociaciones naturales” 6 .Esta explicación científica de los biólogos para argumentar en con-tra de las asociaciones vegetales descritas en este territorio lo úni-co que ilustra es que el modelo natural vs. domesticado es insufi-ciente para caracterizar las dinámicas del bosque tropical. LosNukak están haciendo una intervención en el caso de las plantascuyo resultado es el cuidado, la protección y el deseo de mantenersus plantas silvestres y esto puede ocurrir sin modificar las carac-terísticas fenotípicas o genotípicas7. Estas prácticas asociadas auna alta movilidad Nukak reflejan sin duda una larga interacción

6 William Balée (1998, 1989,1993,1994,1998), Darrell Posey (1988,1993) y Anderson &

Posey (1989) entre otros señalan que los ambientes tropicales en su mayor parte hansido construidos a través de prácticas indígenas: heterogeneidad, diversidad y otras

características de la selva se relacionan con el presente y pasado de las actividades hu-

manas. Además la ecología acepta que existen dificultades en caracterizar ambientes

intactos, especialmente en estados de sucesión: alta diversidad de especies, ausencia dedominancia en los estratos altos, amplio desconocimiento taxonómico limitan la tarea de

seguir distinguiendo ambientes naturales y transformados (Hartshorn, 1980).7 Muchas veces los términos domesticación, cultivo, horticultura y agricultura se usan

como sinónimos. Aquí se usa siguiendo a Harris (1989) en este sentido: cultivar se

refiere en el amplio sentido a las actividades humanas que involucran el cuidado de las

plantas (preparación, plantación, cosecha). Domesticar especies es el proceso de alte-rar la génetica si se compara con especies silvestres a través de selección humana

(artificial) y depende de la acción humana para la reproducción. Horticultura se refiere

a los huertos de pequeña escala que típicamente contienen un rango morfológico de

plantas desde lo silvestre a lo domesticado. Agricultura se refiere a los sistemas decosecha a una escala mayor. Ver Yen (1989) y Chase (1989) para otros casos

controversiales en domesticación.

Page 292: maguare17.pdf

%"%

��8�����*����������1���C��4� &�����������/

de plantas y animales en la composición del bosque y sugieren quegrupos cazadores-recolectores han intervenido en la biología y elcomportamiento de las plantas muchos siglos antes del adveni-miento de la domesticación.

Los Nukak pasan un buen tiempo de su vida viajando a travésdel bosque, cazando y recolectando antes de llegar a su campa-mento. Cabrera et al (1999) resaltan que algunos grupos Nukakpasan semanas sin ir a los huertos de especies domesticadas ovisitar colonos, hay poco aprovechamiento y no le invierten dema-siado tiempo a esta actividad. Y en mi modesta experiencia en 1996con grupos de Caño Hormiga, en el Guaviare, estos huertos pare-cen no causar tanto interés en los Nukak para su cuidado. Existenen su territorio tres tipos de huertos: uno donde el chontadurocrece en medio de la maleza y se mezcla con árboles de yarumo yalgunos tubérculos; un segundo muy metido en las rutas boscosascon presencia de varias especies de tubérculos (totumos, achiote,yarumo) y un tercero mucho más diverso que los anteriores, enparte por la cercanía a colonos y facilidad de intercambiar unavariedad de semillas (plátano, maíz, naranja, caña). Estos huertoshacen parte de su territorio, de su cosmovisión y son espacios don-de se encuentran otro tipo de alimentos. Muchas de estas plantasrequieren poca atención, poco desyerbe y se adaptan fácilmente asu original condición trashumante. Lo mismo pasa con las espe-cies silvestres donde los lugares de ocupación como otras partesdel territorio Nukak funcionan como sitios de acopio, plantas sil-vestres crecen y se desarrollan sin depender de la sedentarizacióno excesiva atención por parte de los Nukak8. Algunas plantas pue-den estar menos alteradas que otras, luego su territorio puede es-tar repleto de plantas que no son propiamente cultivadas pero al-tamente manejadas (ej. palmas); estados intermedios desemi-domesticación con varias adaptaciones ecológicas y un mo-saico de estados sucesionales en las tres unidades fisiográficas desu territorio (tierras firmes, llanuras aluviales y relieves montaño-sos). Estas habilidades Nukak conscientes e inconscientes de se-8 Kenneth Good (1993) en su estudio con los Yanomami afirma que las plantaciones de

banana fueron adoptadas en su territorio como el principal cultivo debido a su poco

cuidado y a que el riesgo de destrucción por predadores es mínimo.

Page 293: maguare17.pdf

%"-

���%�&'�������������

9 Ver relaciones entre los makú y sus vecinos (Silverwood-Cope (1972); Reid (1979);

Jackson (1983) entre otros. Para otro casos en suramérica; en los huaorani en Ecua-dor ver Rival (2002, 1998,1993); para los yagua del Perú ver Chaumeil (2001) y para

los matis del Brasil ver Erikson (2001).

lección y cuidado de sus sitios de propagación involucran un inci-piente transplante, siembra y aprovechamiento de especies silves-tres de formas no muy distintas a los agricultores.

El punto principal que las teorías antropológicas no han re-suelto es que los cazadores-recolectores del bosque tropical aúnestán viviendo como grupos pequeños, nómadas, de escasa tecno-logía que subsisten del uso de animales y plantas silvestres y encontinuo contacto con vecinos agricultores. Rival (2002) en su es-tudio con los cazadores-recolectores Huaorani concluye que la ne-cesidad de compartir en lugar de hacer transacciones comercialeses fundamental para entender cómo estos grupos difieren de susvecinos horticultores o agricultores. Cuando se intensifica la pro-ducción en horticultura y se decide comerciar con misioneros uotros inmigrantes es difícil escapar de la relación coerciva de deu-da- peonaje y mantener sus estructuras socio-económicas esta-bles. Los cazadores-recolectores modifican la naturaleza como susvecinos pero no producen en el mismo sentido; su entendimientode la horticultura corresponde a un sistema de valores distinto. Esprobable que nunca se sabrá si fueron o no los pobladores origina-rios de la amazonía colombiana o si realmente poseían o no agri-cultura antes del contacto – aunque la agricultura no es algo nue-vo para ellos-. Tampoco será posible saber si estas formas desubsistencia pertenecen a ambientes intactos o transformados. Loque si se puede observar a través de la investigación social y bioló-gica es que sus prácticas de manejo no son tan distintas, exceptoque los Nukak por ejemplo al usar numerosas plantas, cambiar desitio constantemente y mantener micro-hábitats fijos preservan lacobertura boscosa –propia del bosque húmedo tropical – que sinduda aumenta las poblaciones de aves y mamíferos- y subsistende la recolección, caza de especies silvestres y horticultura a pe-queña escala. También se conoce que sus vecinos Desana del Vaupéspor ejemplo cazan y recolectan pero no valoran estas prácticas comoparte de su identidad, ellos se consideran horticultores9. Para los

Page 294: maguare17.pdf

%"+

��8�����*����������1���C��4� &�����������/

Nukak hay un interés por proteger y manipular árboles, palmas,animales, tendencia que reafirma su identidad a través de estasprácticas. Si existe una diferencia entre agricultores y estas formasnómadas de manejar el ambiente está en el gusto por los estratosaltos de vegetación, en el variado y adecuado manejo de palmas, ensus formas de dispersar frutos y en el reconocimiento de las rela-ciones planta-animal a través de la percepción de procesos de flo-ración y fructificación de varias especies a su alrededor.

La presencia de conocimiento agrícola Nukak y su desinteréspor cambiar patrones de subsistencia tradicionales por uno de in-tenso horticultor sugiere no sólo una convicción propia por seguirsiendo cazador-recolector sino además una forma distinta de apre-ciar la naturaleza y transformarla. Que estas formas de manejo au-mentan la diversidad de especies y sistemas es algo que los modelosbiológicos están por definir a través de sus estudios comparativosdonde ojalá se transcienda la clásica división entre natural y domes-ticado pues no se aplica a la realidad biológica y cultural de estasáreas. Lo que importa realmente es que los Nukak y otras poblacio-nes nómadas amazónicas no tienen un enfoque tan distinto de agri-cultura al que predomina en el bosque húmedo tropical (tendenciasal policultivo) pero sí contrario al que se practica en el desierto o lasestepas donde el monocultivo es dominante. A lo largo de la historiade la agricultura y la domesticación se ha subrayado que las prácti-cas agrícolas en Amazonía tienen un origen andino, es muy proba-ble que al intensificar los estudios con cazadores-recolectores enselvas húmedas se llegue a la conclusión que el uso de sus sitios deocupación es el primer nivel para el desarrollo de la chagra enamazonía. Luego, habitantes de las selvas tropicales -a pesar de lapobreza en nutrientes- han creado formas únicas de cultivo y do-mesticación con una tendencia a preservar las relaciones ecológicas.

�����"���"����� � ���$%�

Los Nukak muchas veces son considerados por vecinos colo-nos como animales silvestres, monos, que pasan la vida caminan-do en el bosque sin el gusto por las casas, con enorme desinterés

Page 295: maguare17.pdf

%")

���%�&'�������������

por mantener largas cosechas o cultivos. Otros colonos parecenapreciar las formas Nukak de explotación de los recursos; habili-dades como trepar en los árboles y recoger frutos silvestres de lascopas se mencionan con frecuencia. Colonos que han empleadoNukak en sus chagras como obreros temporales o raspadores decoca, admiran su capacidad de trabajo y competencia en la recolec-ción de estas plantas. Algunos de estos colonos perciben a los Nukakmuy cercanos en su relación con el bosque y esta extraña cercaníatiene positivas y negativas connotaciones. De la misma manera losNukak reconocen habilidades en sus vecinos para mantener culti-vos o manejar distintas plantas e incluso realizan intercambios. Aunos pocos les gusta salir de caza con los Nukak porque aprecian sucapacidad y velocidad para encontrar presas, reconocen que las téc-nicas Nukak son efectivas para ubicar refugios de animales y la cer-batana es un instrumento sofisticado que atrapa animales inclusosin ser vistos. Valoran las habilidades sensoriales Nukak como oler,rastrear, oír que anticipan la presencia de animales o sus movi-mientos. Rastrear en los Nukak juega un papel muy importantepara la efectividad en la caza pues se sabe si el animal está solo oacompañado de sus crías, que está comiendo o el lugar donde duer-me. Al perseguir aves o micos, los Nukak exhiben un conocimientoprofundo de las armas y el bosque: imitan sonidos, observan losfrutos, rastrean huellas y se acercan con tanta seguridad que al-canzan en silencio absoluto mortalmente a más de una presa enpocos minutos, se aprende a observar la evidente conexión entreplantas y animales. Los niños Nukak aprenden desde muy tempra-na edad a observar el bosque en todas sus relaciones, se familiari-zan con el mundo vegetal y animal a través de las prácticas de losadultos y pasan horas explorando, jugando, buscando animales ydistinguiendo el progreso de los frutos u hojas en crecimiento talcomo los adultos lo hacen.

Los procesos de fructificación en plantas y muy especial depalmas advierten la presencia de animales, comida o fiestas. Se-gún las investigaciones, en la época seca varias familias Nukaksuelen reunirse en los rodales de chontaduro (pipirera) a festejarsu fructificación; son sitios que pueden llegar a tener unas cin-cuenta palmas y de una explotación particular: deben subir a un

Page 296: maguare17.pdf

%"�

��8�����*����������1���C��4� &�����������/

árbol cercano ante la imposibilidad de subirse al chontaduro por lapresencia de espinas, no cortan todos los racimos sino los necesa-rios y se evita derribar éstas palmas para criar insectos o larvas.Las que están en el piso sí se usan como criaderos. Los frutos dechontaduro se consumen crudos, asados o cocidos y rallados parapreparar una bebida. Es usual que hombres Nukak obtengan lamayoría de frutos subiéndose a los árboles o palmas sin espinas,poniéndose un bejuco entre sus piernas que les permite sostenersesobre el tronco y trepar con facilidad, destreza que sin duda desa-rrolla un entendimiento de los altos estratos del bosque.

Las relaciones de continuidad y congregación geográfica de gru-pos familiares por la aparición de frutos de árboles o de palmas escomún en otros pueblos. Los Yukuna que viven en el bajo Caquetáven las áreas de moriche o cananguche como espacios de encuen-tro con otros grupos locales y dotados de un inmenso poder simbó-lico: el ritual, el baile, el mito del origen del río Mirití señalancaracterísticas biológicas de esta palma. El cananguche crece enplanos de inundación que conecta largos ríos en períodos de altaslluvias enlazando el mundo acuático y terrestre de los Yukuna (vander Hammen, 1992:101). Cada grupo local tiene canciones asocia-das a sus variedades particulares de moriche: los Tukuna tieneniyana mawapuku cananguche, los Matapí tiene kanapé cananguchey los Tanimuka el makereyu cananguche y cada grupo en el ritualcanta las canciones de otro (van der Hammen, 1992: 102). Estosrituales muestran el vivo interés por la fertilidad y la integración.Para los indios Warao la palma de moriche es el árbol de la vida ysu fructificación es el enlace con su ancestro (kanobo) que da pro-tección y continuidad al pueblo Warao (Wilbert, 1976, 1995). Lascaracterísticas biológicas de las palmas, su patrón general de di-morfismo sexual (en algunas el mismo individuo produce órganosfemeninos y masculinos) y las variaciones de color son objeto tam-bién de continua observación en éste y otros pueblos indígenas. Elcrecimiento de árboles y palmas se usa además como modelo decrecimiento y desarrollo social. Laura Rival (1993) afirma que losHuaorani relacionan el incremento de su población con el aumen-to del dosel en el bosque: rápido y lento crecimiento de las plantasestablece patrones para entender la dinámica de la población

Page 297: maguare17.pdf

%"

���%�&'�������������

Huaorani y los árboles transfieren a los Huaorani vigor y fortalezadurante todo su crecimiento. Esta observación fisiológica del bos-que permite a los Huaorani saber cuáles grupos locales perpetúany cuáles desaparecen. Como otros grupos amazónicos ellos valoranla selva como signo de protección y perpetuidad.

Estas prácticas materiales y simbólicas asociadas con el uso ymanipulación de plantas y animales por cazadores-recolectorescomo los Huaorani y Nukak señalan que hasta el presente sonellos quienes mantienen todavía un conocimiento complejo de lasrelaciones ecológicas del bosque tropical. Desde luego que estesaber es esencial para su supervivencia pero no deja de sorpren-der dada su notoria vulnerabilidad frente a otros vecinos agricul-tores y la sociedad nacional. Los niveles de complejidad de losecosistemas en el trópico en temas como la regeneración, fructifi-cación, sucesión se perciben en estos grupos a través de la prácti-ca cotidiana: reconocen plantas en distintas unidades fisiográficasy con relación a otras plantas o animales, existe una profundaatracción por los ciclos de floración y fructificación de plantas queellos usan y aún no sabemos si de otras más, la clasificación natu-ral de la biología de sus animales y plantas incorpora historia y seinteresan por el cultivo de manejo de especies silvestres para pre-servar la cobertura natural del bosque y conservar los suelos fér-tiles. Todavía cuentan con suficientes recursos naturales para con-tinuar con su estilo de vida pero si no se valora su aporte en latransformación y estabilidad de las selvas húmedas no se avanza-rá en su conocimiento y protección.

�� �!������

Antes de definir a los “primitivos” cazadores-recolectores porsu ausencia de habilidades agrícolas, se debería aceptar que elmanejo y cultivo de especies silvestres es una característica gené-rica de éstos grupos, no un extraño factor externo. Lo que se debeprofundizar es cómo y bajo qué criterios biológicos o sociales ellosconocen sobre selección natural de especies ya que están transfor-mando el bosque dejando plantas bajo una presión selectiva y de

Page 298: maguare17.pdf

%"!

��8�����*����������1���C��4� &�����������/

control humano. La movilidad (la dispersión de semillas de un sitioa otro es un paso fundamental de control para el cultivo exitoso deestas plántulas), la poca densidad de población y el gusto por lasrelaciones planta-animal son factores decisivos para mantener es-tos recursos en experimentación. Micro-hábitats tan especializa-dos como los que construyen los Nukak en sus desplazamientosmuestran que estos pueblos exhiben no sólo un conocimiento com-plejo en el tema de domesticación (como estos sitios puedieron serel primer nivel de desarrollo para llegar a la chagra) sino que lafructificación, polinización, fenología de las especies es un dominioparticular de interés para ellos. Los estudios ecológicos de creci-miento y regeneración de plantas en el trópico deberían incluir laobservación minuciosa de estos sistemas sociales de manejo, en-tender estos procesos como el resultado de una forma particularde enlazar factores culturales con especialización en los medios desubsistencia y trascender la clásica investigación que ve estos fe-nómenos como comportamientos biológicos aislados.

La tesis que señala a los cazadores-recolectores como gruposregresivos agrícolas o como sobrevivientes marginales (“footnomads”) limita la comprensión de estos sistemas sociales. Laselva húmeda no fue tan adversa para la ocupación de estos gru-pos humanos y la realidad que grupos Makú (hupdu, yuhup, dow,nadob, bará o kawka y nukak) todavía mantengan su estilo devida cazador-recolector demuestra que su adaptación a la flores-ta tropical ha sido muy dinámica y creativa con una visión deagricultura en la práctica muy similar a la de sus vecinos. El uso,cultivo y aprovechamiento de especies silvestres con tendenciasal policultivo evidencia que la región amazónica puede ser sinduda un centro particular para el desarrollo de la domesticación.Las investigaciones con estos grupos son muy limitadas y aun-que la literatura es insuficiente para entender sus sistemas cul-turales (incluyendo sus dominios biológicos, económicos, políti-cos) los pocos trabajos subrayan que éstos nómadescazador-recolector no viven en total aislamiento; son concientesde las diferencias y virtudes de sus estilos de vida – se reconocen,admiran o rechazan diferentes habilidades y destrezas- y en algu-nos casos los datos etnográficos reportan cooperación económica

Page 299: maguare17.pdf

%""

���%�&'�������������

individual y social entre ellos. Los nukak por ejemplo son admi-rados por sus habilidades técnicas en la fabricación de las cerba-tanas y la preparación del curare; los colonos reiteran una fuertecercanía de los Nukak con el bosque algunas veces bajo estereoti-pos de primitivo o salvaje. Algunos grupos incluso han cambiadoy se han adaptado a las nuevas circunstancias por el contactocon colonos y la progresiva visión externa, pero sin abandonar suautonomía e identidad (Franky, 2000). Lo que se sigue sin explo-rar es cómo sus prácticas de manejo y estos estereotipos de sil-vestre/primitivo funcionan en realidad, ¿cómo negocian las rela-ciones con sus vecinos? ¿Cómo han empezado a cultivar y porqué? ¿De todas las relaciones ecológicas que pueden manejarcuáles los hace distintos de sus vecinos horticultores-agriculto-res? Las teorías ecológicas han sugerido que estos niveles de adap-tación son simplemente respuestas a la oferta de recursos e igno-ran precisamente las acciones que estos grupos han tenido desdesiglos en la estructura del bosque. Los estudios etnobiológicos enSuramérica con cazadores-recolectores sólo muestran un listadode usos de plantas con muy pocas relaciones de los sistemas deconocimiento en su ecología y taxonomía de plantas o animales apesar de ser su especialidad cotidiana. No hay que olvidar queestos grupos humanos son los más vulnerables desde el punto devista ecológico y social, las fronteras agrícolas avanzan y son muysensitivos a la intervención, por esto es urgente su conocimientoy preservación.

��)���� ���

Anderson, Anthony and Darrell Posey. 1989. “Management of a Tropical Scrub

Savanna by the Gorotire Kayapo of Brazil.” Pp. 159-173 in D. Posey and

W. Balée (eds), Resource Management in Amazonia: Indigenous and Folk

Strategies. Advances in Economic Botany, Vol. 7. Bronx, New York: The

New York Botanical Garden.

Balée, William. 1988. “Indigenous Adaptation to Amazonian Palm Forests.”

Principes. Vol. 32 (2), pp. 47-54.

Page 300: maguare17.pdf

-$$

��8�����*����������1���C��4� &�����������/

______________ 1989. “The Culture of Amazonian Forests.” Pp. 1-22 in Darrell

Posey and William Balée (eds), Resource Management in Amazonia:

Indigenous and Folk Strategies-Advances. Advances in Economic Botany,

Vol. 7. New York: New York Botanical Garden.

______________ 1993. “Indigenous Transformation of Amazonian Forests: An

Example from Maranhao, Brazil.” L'Homme. 126-128, April – December,

XXXIII (2-4), pp. 231-254.

______________ 1994. Footprints of the Forest: Kaapor Ethnobotany the Historical

Ecology of Plant Utilization by an Amazonian People. New York: Colombia

University Press.

______________ (ed). 1998. Advances in Historical Ecology. New York: Colum-

bia University Press.

Cabrera, Gabriel, Carlos Frankly, Danny Mahecha. 1999. Los Nukak: Nómades

de la Amazonía Colombiana. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.

Cárdenas, Dairón and Gustavo Politis. 2000. Territorio, movilidad, ethnobotánica

y Manejo del bosque de los Nukak Orientales, Amazonía colombiana. Bo-

gotá: Ediciones Uniandes.

Carneiro, Robert. 1956. “Slash and Burn Agriculture: A Closer Look at Its

Implications for Settlement Patterns.” Pp. 229-234 in Anthony F. Wallace

(ed), Men and Cultures: Selected Papers on the Fifth International Congress

of Anthropological and Ethno-ecological Sciences. Philadelphia: University

of Pennsylvania Press.

______________. 1995. “The History of Ecological Interpretations of Amazonia:

Does Roosevelt Have it Right?" Pp. 45-70 in Leslie Sponsel (ed), Indigenous

People and the Future of Amazonia: An Ecological Anthropology of an

Endangered World. Tucson: University of Arizona Press.

Chaumeil, Jean-Pierre. 2001. “The Blowpipe Indians: Variation on the Theme

of Blowpipe and Tube among the Yagua Indians of the Peruvian Amazon.”

Pp. 80-99 in Laura Rival and Neil Whitehead (eds), Beyond the Visible

and the Material: The merindianization of Society in the Work of Peter Rivière.

London: Oxford University Press.

Chase, A. K. 1989. “Domestication and Domiculture in Northern Australia: A

Social Perspective.” Pp. 42-54 in David R. Harris and Gordon C. Hillman

Page 301: maguare17.pdf

-$#

���%�&'�������������

(eds), Foraging and Farming: The evolution of Plant Exploitation. London:

Unwin Hyman.

Erikson, Phillipe. 2001. “Myth and Material Culture: Matis Blowguns, Palm

Trees and Ancestors Spirits.” Pp. 101-12 in Laura Rival and Neil Whitehead

(eds), Beyond the Visible and the Material: the Amerindianization of Society

in the Work of Peter Riviere. London: Oxford University Press.

Franky, Carlos. 2000. “Mi Gente, la Otra Gente y los Otros: Identidad y Cam-

bio Cultural entre los Nukak de la Amazonía Colombiana.” Pp. 40-73 in

Revista de Antropología y Arqueología. Bogotá: Universidad de los Andes,

Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Antropología.

Good, Kenneth. 1993. Foraging and farming among the Yanomami: can you

have one without the other? Paper presented at the 7th conference on

Hunting and Gathering Societies.

Gross, Daniel. 1975. “Protein Capture and Cultural Development in the

Amazon Basin.” American Anthropologist. Vol. 77, pp. 526-549.

Gutiérrez, Ruth. 1996. “Manejo de Recursos Naturales, Fauna y Flora por los

Nukak del Noroccidente Amazónico.” Universidad Nacional de Colombia,

Thesis (B.Sc.).

Hames, Raymond, and William Vickers (eds). 1983. Adaptive Responses of

Native Amazonians. New York: Academic Press.

Harris, David. 1996. “Domesticatory Relationships of People, Plants and

Animals.” Pp. 437-463 in Roy F. Ellen and Katsuyoshi Fukui (eds),

Redefining Nature: Ecology, Culture and Domestication. Oxford: Berg.

Harris, David r. and Gordon c. Hillman (eds). 1989. Foraging and Farming:

The Evolution of Plant Exploitation. London: Unwin Hyman.

Hartshorn, Gary. 1980. “Neo-tropical Forest Dynamics,” en Biotropica. Vol.

12, No. 22, pp. 23-29.

Jackson, J. 1983. The Fish People: Linguistic Exogamy and Tukanoan Identity

in Northwest Amazonia. New York: Cambridge University Press.

Lathrap, Donald. 1968. “The Hunting Economies of the Tropical Forest Zone of

South America: An Attempt at Historical Perspective.” Pp. 23-29 in R. Lee

and I. Devore (eds), Man the Hunter. Chicago: Aldine Publishing Company.

Page 302: maguare17.pdf

-$%

��8�����*����������1���C��4� &�����������/

______________. 1970. The Upper Amazon. New York: Thames and Hudson.

Levi-Strauss. 1968. “The Concept of ‘Primitiveness’.” Pp. 349-352 in R. Lee

and I. Devore (eds), Man the Hunter. Chicago: Aldine Publishing Company.

Meggers, Betty. 1954. “Environmental Limitations on the Development of

Culture.” en American Anthropologist, Vol. 56 (4), pp. 801-841.

______________. 1971. Amazonia: Man and Culture in a Counterfeit Paradise.

Chicago: Aldine-Altherton.

Politis, Gustavo. 1995. Mundo de los Nukak. Amazonia Colombiana. Bogotá:

Fondo de Promoción de la Cultura.

Politis, Gustavo. 1996a. “Moving to Produce: Nukak Mobility and Settlement

Patterns in Amazonia.” World Archaeology, Vol. 27 (3), pp. 492-511.

Politis, Gustavo. 1996b. Nukak . Bogotá: Instituto Amazónico de Investigacio-

nes Científicas, SINCHI.

Politis, Gustavo. 2001. “Foragers of the Amazon: The Last Survivors or theFirst to Succeed?” Pp. 26-50 in Colin McEwan, Cristina Barreto and

Eduardo Neves (eds), Unknown Amazon: Studies in Visual and Material

Culture. London: British Museum Press.

Posey, Darrell A. 1988. “Kayapo Indian Natural-Resource Management.” In J.

S. Denslow and C. Padoch (eds), People of the Tropical Rainforest. Berkeley:University of California Press.

Posey, Darrell A. 1993. “The Importance of Semi-domesticated Species in Post-

contact Amazonia.” Pp. 63-72 in C. M. Hladik et al. (eds), Tropical Forest,

People and Food: Biocultural Interactions and Applications to Development.Paris: UNESCO.

Reid, Howard. 1979. “Some Aspects of Movement, Growth and Change among

the Hupdu Makú Indians of Brazil.” University of Cambridge, Thesis (PhD).

Rival, Laura. 1993. “The Growth of Family Trees: Understanding Huaronani

Perceptions of the Forest.” Man. Vol. 28 (4), pp. 635-652.

Rival, Laura. 1998. “Domestication as a Historical and Symbolic Process:

Wild Gardens and Cultivated Forests in the Ecuadorian Amazon.” Pp.232-250 in William Balée (ed), Advances in Historical Ecology. New York:

Columbia University Press.

Page 303: maguare17.pdf

-$-

���%�&'�������������

Rival, Laura. 1999. “Introduction: South America.” Pp. 77-104 in Richard

Lee and Richard Daly (eds), The Cambridge Encyclopaedia of Hunters and

Gatherers. Cambridge: University Press.

Rival, Laura. 2002. Trekking through History -- The Huaorani of Amazonian

Ecuador. New York: Columbia University Press.

Silverwood-Cope, Peter. 1972. “A Contribution to the Ethnography of the

Colombian Maku.” University of Cambridge, Thesis (PhD).

Steward, J. (1946-50). “Cultural areas of the tropical forests.” Pp. 669-772 in

J. Steward (ed), Handbook of South American Indians. Vol. III. Washing-

ton, D.C.: Smithsonian Institution.

Steward, Julian and Louis Faron. 1959. Native People from South America.

New York: McGraw-Hill.

Van Der Hammen, M. C. 1992. El Manejo del Mundo: Naturaleza y Sociedad

entre los Yukuna de la Amazonía Colombiana. Estudios en la Amazonía

Colombiana IV. Bogotá: Tropenbos- Colombia.

Vickers, William. 1983. “The Territorial Dimensions of Siona-Secoya and

Encabellado Adaptation.” Pp. 451-477 in Adaptive responses of native

Amazonians. Raymond Hames and William Vickers (eds). New York:

Academic Press.

Vickers, William. 1989. “Patterns of Foraging and Gardening in a Semi-

sedentary Amazonian Community.” Pp. 46-59 in S. Kent (ed), Farmers as

Hunters: The Implications of Sedentism. Cambridge: Cambridge University

Press.

Wilbert, Johannes. 1976. “La Manicaria saccifera y Su Significación Cultural

entre los Indios Warao.” Memoria. Vol. 35, (105) pp. 249-296.

Wilbert, Johannes. 1995. Mindful of famine. Religious climatology of the Warao

Indians. Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press.

Yen, D. E. 1989. “The Domestication of Environment.” Pp. 55-75 in David R.

Harris and Gordon C. Hillman (eds), Foraging and Farming: The Evolution

of Plant Exploitation. London: Unwin Hyman.

Page 304: maguare17.pdf

-$+

��8�����*����������1���C��4� &�����������/

Page 305: maguare17.pdf

��������������

Page 306: maguare17.pdf
Page 307: maguare17.pdf

Los peces constituyen uno de los grupos faunísticos más nu-merosos e importantes relacionados con el hombre a través de suhistoria. El estudio de sus vestigios hallados en sitios arqueológi-cos condujo el surgimiento de la arqueo-ictiología, disciplina queforma parte de la arqueozoología, en la cual confluyen intereses dearqueólogos e ictiólogos, quienes han desarrollado especialmentedurante las últimas dos décadas, diversos temas de investigacióncon objetivos, métodos y técnicas comunes (Morales & Rosello, 1998;Wheeler & Jones, 1989).

La presente investigación pretende contribuir al desarrollo dela arqueo-ictiología en Colombia y, particularmente espera aportaral conocimiento de los patrones estacionales de pesca, desarrolla-dos por los grupos humanos que habitaron en la zona de raudalesdel río Magdalena en tiempos prehispánicos. En esta área se ubi-can los rápidos o raudales originados por el afloramiento de la for-mación rocosa y el estrechamiento del cauce del río, cubriendo un

1Este proyecto cuenta con el apoyo financiero de la División de Investigaciones de la

sede Bogotá (DIB) Universidad Nacional de Colombia y con la colaboración de estu-

diantes de la carrera de Antropología de la Universidad Nacional de Colombia.

��������:�����������

�������� #���������"�������'��"����

������-���������� ������ �����

�� ���*�������

����3#����4�5��6�!#:���������������������������

������������������������������������C����D*

&�����'�# (�-$ *-##�,%$$-.

Page 308: maguare17.pdf

-$!

���������4��*����������� ����3#����4�5��6�!#

área aproximada de tres kilómetros. Dicha zona se localiza entre lacuenca alta y baja del río Magdalena donde se localizan las pobla-ciones de Puerto Bogotá (Cundinamarca) y Honda (Tolima).

Actualmente en zona de raudales de Honda, se ubican los prin-cipales sitios de pesca estacional que han representado en tiemposrecientes, aproximadamente el 54% de la producción anual de lacuenca. La pesca en esta región se relaciona directamente con losperiodos anuales de sequía, en los cuales varias especies de pecesrealizan intensas migraciones ocasionadas por el descenso en elnivel de las aguas, concentradas en ciénagas y en áreas inundables,localizadas en las zonas bajas tropicales (Lowe-McConnell, 1975).Las especies migratorias del río Magdalena inician su recorrido en-tre los meses de diciembre y enero que corresponden en estas lati-tudes con el comienzo de la estación seca. Los peces retoman elcurso principal del río y recorren grandes distancias en contra dela corriente en búsqueda de las aguas claras y oxigenadas del río yriachuelos tributarios. Este fenómeno se le conoce como “subienda”y constituye la principal temporada anual de pesca especialmenteen la zona de los raudales de Honda. En Colombia se presenta unacorta temporada seca durante el mes de agosto, lo cual originamigraciones en menor escala entre los meses de julio a septiembre,y se le conoce como “subienda de mitaca” (INDERENA, 1973).

En la zona de raudales de Honda las evidencias arqueológicasreportadas y las fuentes históricas conocidas, indican la presenciade los principales grupos de alfareros y agricultores que ocuparonla región del Magdalena medio y norte del alto Magdalena. Al res-pecto, la región fue habitada desde el siglo I a. C. por pueblos quepertenecen al periodo formativo tardío, cuya cerámica presenta re-laciones con los de la región del bajo Magdalena y la altiplaniciecundiboyacense, (Reichel –Dolmatoff, 1986; Cifuentes, 1991, 1993).En épocas posteriores la región fue habitada por otros grupos hu-manos, cuyas evidencias arqueológicas conforman la segunda ocu-pación conocida actualmente como período cerámico Tardío; esteperíodo se inicia en el siglo VII d.C. y culmina con la llegada de losconquistadores españoles quienes entraron en contacto con gru-pos de filiación lingüística Caribe (Castaño & Davila, 1984; Gómez& Hernández, 1996)

Page 309: maguare17.pdf

-$"

���%�&'�������������

Probablemente uno de los factores que incentivó la llegada dediversas poblaciones a la zona de raudales esté relacionado con elconocimiento ancestral de las migraciones, que realizan anualmentealgunas especies de peces, y la vulnerabilidad de las mismas en lazona de raudales ya que varias especies de peces se ven obligadasa buscar las orillas, única parte del río que les ofrece menos resis-tencia para continuar su proceso migratorio, siendo fácilmente cap-turados por los pescadores. Sin embargo, antes de iniciar esta in-vestigación se contaba con pocas evidencias directas que indicaranactividades de pesca estacional por parte de estas comunidades,debido principalmente a que no habían sido aplicadas técnicas derecuperación apropiadas, que permitan obtener estos vestigios.

Con este objeto se realizó un reconocimiento arqueológico de lazona y se efectuaron cortes arqueológicos en los sitios de“Arrancaplumas” y “La Sonrisa” correspondientes a los períodos For-mativo y Tardío respectivamente. En ambos sitios se delimitaron uni-dades de cuatro metros cuadrados, que fueron excavadas por nivelesarbitrarios y control estratigráfico. Simultáneamente, los suelos pro-cedentes de estos cortes fueron sometidos a procesos de cernido ylavado mediante una serie de tamices con apertura de 2 a 3 mm. Asímismo con el objeto de obtener restos vegetales, se flotaron series demuestras procedentes de cada uno de los niveles de excavación.

El sitio de Arrancaplumas constituye uno de los principalesyacimientos arqueológicos del período Formativo Tardío localizadoen la región. Se localiza en el barrio del mismo nombre cercano alantiguo puerto y bodega del río, sobre una terraza aluvial alta loca-lizada en la margen izquierda del río Magdalena. Este sitio fue re-señado por Gerardo Reichel Dolmatoff (1943, 1986), quien lo rela-ciona con la etapa Formativa Tardía de la costa Atlántica y sabanade Bogotá. En 1993, el arqueólogo Arturo Cifuentes realizaexcavaciones en este yacimiento, analiza la cerámica y obtiene unafecha de 90 + 90 a.C.

En la presente investigación se efectuaron dos cortes, el prime-ro de ellos se realizó en la pendiente occidental próxima a la terrazasobre una extensa área identificada como basurero (corte: I) y elsegundo corte se efectúo en la zona plana de la terraza (corte: II).Como resultado en el corte I, se obtuvo abundante material

Page 310: maguare17.pdf

-#$

���������4��*����������� ����3#����4�5��6�!#

cerámico, lítico y óseo, depositado en tres horizontes estratigráficosy se alcanza una profundidad de 170 cm. Por su parte en el corte II,se registra menor frecuencia de materiales culturales y su grado defragmentación y distribución sugieren que el área pudo estar rela-cionada con espacios de vivienda.

De otro lado, los resultados de la exploración realizada en elbarrio de La Sonrisa, localizado en el sector nor-occidental del mu-nicipio de Honda, permitieron la localización de un depósito arqueo-lógico que alcanzó una profundidad cercana a los cuatro metros.En este sitio se hallaron miles de vestigios óseos principalmente depeces, restos vegetales carbonizados, asociados con fragmentos decerámica y artefactos de piedra perteneciente a grupos del períodoTardío, distribuidos en cinco horizontes estratigráficos, dos de loscuales constituyen capas de suelo negro conocidas como paleosuelos.

Actualmente el análisis de los materiales arqueológicos obteni-dos en ambos sitios se realiza en el Laboratorio de Arqueología delInstituto de Ciencias Naturales. Al respecto los resultados prelimi-nares indican que tanto las grupos humanos del período FormativoTardío como los grupos Tardíos, realizaban intensas actividades depesca durante la migración anual o época de subienda,implementando artes que les permitió la captura tanto de especiesde tallas pequeñas como el nicuro (Pimelodus clarias), como de ejem-plares de otras especies de gran talla como el bagre pintado(Pseudoplatistoma fasciatum). El resultado de los estudios taxonómicosy anatómicos, así como los estimados de abundancia y diversidad delas especies identificadas en los dos sitios investigados, permitiránrealizar un análisis comparativo relativo a la explotación de este re-curso por parte de los grupos humanos mencionados.

(�(���$��)%�

Castaño U. C. & Dávila C. 1984: Investigaciones arqueológicas en el Magdalena

medio, sitios Colorados y Mayaca. N° 22. Bogotá:FIAN, Banco de la República.

Cifuentes, A. 1991: Dos períodos arqueológicos del valle del río Magdalena en la

región de Honda: Boletín de Arqueología 6 (2): 1-11 Bogotá: Fundación de

investigaciones Arqueológicas Nacionales del Banco de la República.

Page 311: maguare17.pdf

-##

���%�&'�������������

_____________. 1993: Arrancaplumas y Guataqui. Dos períodos arqueológi-

cos en el valle medio del río Magdalena. Boletín de Arqueología 8 (2): 3-

88. Bogotá: Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales del

Banco de la República

Gómez G., A. & Hernández J. B. 1996: Rescate arqueológico en el Municipio

de La Dorada (Caldas). Boletín de Arqueología 11 (1): 61-83. Bogotá :FIAN,

Banco de la República.

INDERENA, 1973: Operación subienda 1972, investigación pesquera. Divi-

sión de pesca. Bogotá.

Lowe-McConnell, R., 1975. Fishes communities in tropical freshwaters. Lon-

dres.

Morales, A & Rosello, E. 1988: Ictioarqueología: nuevas técnicas al servicio

de la reconstrucción prehistórica con algunos datos sobre el país Vasco..

Suplemento No 6 97 - 104 pp San Sebastián, España: MUNIBE (Antropo-

logía y Arqueología)

Reichel Dolmatoff, G. & Dussan, A. 1943: Urnas funerarias de la cuenca del

río Magdalena, en Revista del Instituto Etnológico Nacional. Vol. 1 No.1:

209-281. Bogotá.

_______________________1986. Arqueología de Colombia, un texto introductorio.

Bogotá: Fundación Segunda Expedición Botánica,

Wheeler, A, & Jones, A. K. 1989: Fishes. , Cambridge: Cambridge University

Press

Page 312: maguare17.pdf

El bosque húmedo tropical amazónico ha despertado interésen diferentes épocas y por diferentes especialistas, ya sean cronis-tas, misioneros, viajeros, etnógrafos o naturalistas. Estos han apor-tado una valiosa y gran información, ecológica, geológica,antropológica y arqueológica entre otras.

Desde 2001 se viene desarrollando investigaciones arqueológi-cas en la región interfluvial Putumayo- Amazonas, particularmen-te en la cuenca del rio Purité2. Este proyecto arqueobotánico3 hace

��-����������(�����.������������������ ����������������'�������/������(

����������� �����%������� �����-�������0 ������� '��������� ����������(��123�4�(���� ����

5!���-���6 ���7�

���7������$����&2��:���������������������������

�������������������������������*���C����D*:������������8��������:�������������:&��:

�������������������������������*����;�����*

1 Este proyecto cuenta con el apoyo financiero de la División de Investigaciones de la

Sede de Bogotá (DIB) -Universidad Nacional de Colombia.2 El rio Purité con una extensión aproximada de 270 km, es una cuenca que nace en la

selva amazónica y esta catalogado como un río de aguas negras, que se caracteriza por

la baja disponibilidad de nutrientes en sus aguas. Este rio toma diferentes nombres

en la literatura cartografica Purité, Purutú (Col) y Pureté, Purutá (Bra). El Purité es un

río sinuoso que fluye de occidente a oriente; en su cabecera y parte media (Colombia-

Brasil) tiene en época seca poca profundidad y poco caudal, se caracteriza por su alta

acidez y un bajo contenido en nutrientes, que para algunos investigadores hace que

haya escasa fauna acuática y terrestre.3 El estudio en la cuenca del Purité, pretende recuperar, analizar e interpretar infor-

mación paleoecológica (semillas, polen y fitolitos).

&�����'�# (�-#%*-#-�,%$$-.

Page 313: maguare17.pdf

-#-

���%�&'�������������

parte de un estudio arqueológico en la Amazonía colombiana y áreaslimítrofes de mas largo alcance que se encuentra inscrito dentrodel programa de Arqueología Ambiental del Instituto de CienciasNaturales de la Universidad Nacional y el grupo de investigación“Pueblos y Ambientes Amazónicos” del Instituto Imani. Universi-dad Nacional -Sede Leticia-. Donde uno de los objetivos funda-mentales es entender cual fue el manejo y el impacto de los gruposhumanos precolombinos en el bosque húmedo tropical

El énfasis del proyecto de investigación es aportar datos empí-ricos referentes a las plantas domesticadas o silvestres manipula-das por las sociedades precolombinas y las estrategias adaptativaspara el manejo de los diferentes ecosistemas y el impacto sobreellos por parte de grupos humanos antiguos.

Los datos arqueológicos hasta hoy conocidos en la cuencaamazónica, están evidenciando hacia finales del Pleistoceno y du-rante el Holoceno una intensa selección, manejo y domesticaciónde cultivares, palmas y frutales silvestres con altos contenidos decarbohidratos y grasas que son fundamentales para la vida huma-na en el bosque húmedo tropical. Esta selección y manejo de plan-tas que han realizado los grupos humanos en la selva durantemilenios ha ocasionado que los humanos hayan dispersado o con-centrado en la selva determinadas especies importantes para suvida. Estas acciones de alguna forma han alterado la composicióny estructura de parte de la selva amazónica, ejemplo de ello son losllamados bosques antropogénicos de palmas y de bambú entre otros.

Esta información es importante porque aporta datos que de-ben ser contrastados con los modelos existentes sobre poblamientoy manejo del bosque húmedo tropical amazónico y además puedegenerar algunas alternativas para la conservación y el manejo de lacuenca amazónica.

La investigación arqueológica que se viene realizando en el ríoPurité (Colombia-Brasil)) tiene varias fases que han abarcado: es-tudios fisiográficos de la región, inventario de flora, estudio de sue-los, prospecciones y excavaciones arqueológicas, donde se esta re-cuperando restos de fauna y flora arqueológica y vestigios de culturamaterial, que actualmente están en fase de estudio.

Page 314: maguare17.pdf

-#+

������������ ������������+���89 ��������� ����������:

��'������������(��'��%� ��� ��'�����' ��

� ��� ��������������!���-��;

1,���<��%���/�!%����%�=���/�>:??>4:

������������������������#/��� ������%��������/�������������

:���������������������������������������������������������

Es frecuente en nuestra era tecnológica desconocer el aportede quienes con esfuerzo y consagración abrieron el camino. La cien-cia avanza, pero es ético respetar lo que tiene validez, aunqueconstituya “investigación pretérita.” Si algo se amplía o rectifica,los términos deben guardar el respeto que la academia exige. Lasincongruencias y terminología de la publicación “Traces on tropi-cal tools”, me obligan a aclarar los siguientes contenidos:

1.- Cuando se iniciaron en Colombia trabajos sistemáticos re-lacionados con evidencias culturales estratificadas de los sitios delAbra y Tequendama en la década de los sesenta, solo se contabacon tipologías referidas a colecciones superficiales, o a hallazgosocasionales en sitios que fueron oportunamente investigados porel profesor Gerardo Reichel Dolmatoff, (1.965).

Las tipologías del Abra y Tequendama, consultaron para lasclasificaciones relacionadas con los artefactos que en estos textosse mencionan, a calificados profesionales de Estados Unidos, conamplios conocimientos y experiencia en sitios precerámicos de Amé-rica. Basta mencionar a investigadores de la talla de W. Hurt, D.Lathrap, R. Bell, J. Bird, Mc. Neish, M. Wormington, y en Colombiamaestros de la talla de G. Reichel Dolmatoff y Luis Duque Gómez.

2.- Se argumenta que estos textos basaron sus tipologías encriterios morfológicos y funcionales, cuando solo tiene validez el

Page 315: maguare17.pdf

-#)

��������������������

análisis de trazas de uso. Se afirma en el texto de la referencia, quelos artefactos “son clasificados a partir de características irrele-vantes” para un diagnóstico funcional por basarse en clasificacio-nes tipomorfológicas (pag. 149). Según Nieuwenhuis variables como“cóncavo”, “prismático” y otras mas, “son insignificantes en cuantoa función del artefacto” (pag.147), se afirma igualmente que“inferencias infuncionales implícitas como “cuchillo” o “raspador”deben ser evitadas: son inferencias que solo se pueden confirmardespués de un análisis microscópico”, (pag.150). En respuesta aestas afirmaciones, quiero señalar, en primer término que trabajoslíderes de reconocida aceptación internacional como los de AndreLeroi Gourhan (1.974: 154 – 185), F. Bordes, (1.961), Lavalleé, etal(1.985), Clark, (1.988), Lanning, (1.970), Mayer Oakes, (1.986),Febles, (1988), Dauvois, (1.976), Evans & Meggers, (1.977), Yung &Bonnichsen, (1.984), Davis & Greiser, (1.992), Bryan, (1.973-1.986),Cooke & Raniere, (1.984), (cf.: investigaciones compiladas y comen-tadas por Dillehay, 2.000, Bryan, 1.978, Stanford y Day, 1.992),usan categorías tipológicas de carácter morfológico y funcional (vgr:raspadores circulares, convexos, cóncavos, buriles), y siguen sien-do objeto de respetuosa consulta. Justo es recordar igualmenteque deben ser respetados los trabajos de todos los distinguidosarqueólogos que han investigado sobre artefactos precerámicos deAmérica del Sur y de Colombia, los cuales presentan en sus textos,hasta nuestra época actual, categorías tipológicas basadas en ras-gos morfológicos y /o funcionales. (cf.: investigaciones compiladasy comentarios por Bate, 1.983). En Colombia, se pueden mencio-nar entre otras, las rigurosas investigaciones de Ardila, (1.984),Cardale, (1.992), López, (1.989- 1.991-1.992) Rivera, (1.992), Groot,(1.992), Gneco & Illera, (1.991), Pinto, (1.992), Pinto & Llanos,(1.997), Salgado, (1.998).

Referencia bibliográfica mas amplia será publicada en poste-rior aclaración. Cabe señalar que algunos de estos textos estable-cen analogía entre complejos abrienses y los de otras latitudessuramericanas, baste señalar los trabajos de Cardich, (1.991: 43),quien compara algunos artefactos del Abra con los de la cueva deCumbe en Cajamarca, Perú, y los de Stothert, (1.977), quien esta-blece comparaciones con Las Vegas, Ecuador. ¿A partir de los arro-

Page 316: maguare17.pdf

-#�

gantes postulados de “Traces on tropical tools”, todos los trabajosa los que he hecho anterior referencia quedan invalidados por nopresentar determinación de microhuellas de uso?.

Un raspador, un cuchillo, un planoconvexo, una punta, unchooper y otra serie de artefactos, muestran en la mayoría de loscasos rasgos tan evidentes en su forma y función, que traducen sucarácter de tales, antes de practicarse en ellos estudio traceológico.

La traceología y el análisis de microhuellas pueden implementar,cuando es procedente criterios de interpretación funcional, peroello no implica que sea el único criterio que tiene validez para esta-blecer el uso de los artefactos.

3.- En trabajos referentes al Abra y Tequendama, (Correal, Vander Hammen, Hurt, 1.977: 87), se afirmó que la materia prima prefe-rida para herramientas desbastadas fue el chert; Nieuwenhuis, enforma confusa plantea discución sobre la clasificación mineralógica.Cuando usamos el termino lidita, lo empleamos de acuerdo con loestablecido por Hese,(1.988), referido a variedades gris oscuro o ne-gro; en ningún momento establecemos sinonimias entre “chert” y“flint”, no siendo procedente lo anotado en el texto de Nieuwenhuis(pag.23). Con la colaboración del Departamento de Geociencias de laUniversidad Nacional de Colombia, se practicaron rigurosos análisispetrográficos, secciones delgadas y microfotografías.

4.- Sostiene Nieuwenhuis, que no es correcta la caracteriza-ción abriense (pag.22); es muy lamentable que la autora haya igno-rado textos como los que aparecen en las páginas 88-89 de la pu-blicación “La Ecología y Tecnología de los abrigos rocosos en elAbra, Sabana de Bogotá, Colombia”, (Correal, Van der Hammen,Hurt, 1.988). Consideramos suficientemente clara esta categoriza-ción, como la que aparece por primera vez en la publicación “TheEl Abra Rockshelters, Sabana de Bogotá, Colombia, South Améri-ca”, (W.R. Hurt, Th. Van der Hammen & G. Correal Urrego 1.976:13-19).

5.- En la página 148 se afirma que el “tequendamiense” se de-sarrolló como... “equipo de herramientas especificadas para la cazade grandes mamíferos”. Debo aclarar que en ninguna parte del li-bro del Tequendama se menciona la cacería de grandes mamíferosasociada a artefactos tequendamienses, por el contrario, (G. Co-

Page 317: maguare17.pdf

-#

rreal & Van der Hammen, pag, 168), especifican la clase de peque-ños mamíferos asociados a la zona de ocupación I , donde se en-cuentran los artefactos que clasificamos como “Tequendamienses”.Las determinaciones taxonómicas correspondientes a la fauna fue-ron cuidadosamente ejecutadas por el Dr. Gerard Ijzereef del Ins-tituto de Pre y Protohistoria de la Universidad de Amsterdam.

6.- Contrariamente a lo que afirma Nieuwenhuis (pag. 148), enninguna parte de nuestra publicación se afirma que... “el trabajode madera era considerado una de las causas de la desaparición delos artefactos Tequendamienses”.

7.- Asombra la ligereza del escrito, según el cual, (pag. 148),“los grandes mamíferos habían desaparecido, y los artefactos detecnología compleja habían desaparecido con ellos”. “Supuestamen-te, la clase Tequendamiense habría sido completamente reempla-zada por la industria simple abriense, o edge trimmed tool tradition.”Esta lamentable suposición no es nuestra, proviene de la autora deTraces on tropical tools.

8.- Señala Nieuwenhuis (pag. 149), “gran parte de los artefac-tos se clasifican como “lascas atípicas” o “instrumentos amorfosmultifuncionales” y que en el sitio del Tequendama el 75% de losartefactos se clasifica dentro de estas categorías. El libro “Investi-gaciones Arqueológicas en los abrigos rocosos del tequendama” noes tan simplista, en él se establecen 24 categorías (Correal & Vander Hammen, 1.977:65). Debe subrayarse además que en nuestraclasificación, (pag. 24), no se mencionan “lascas atípicas ni instru-mentos amorfos multifuncionales”.

9.- La proposición (pág. 149), “los artefactos abrienses no debe-rían ser interpretados como instrumentos para la fabricación de ar-tefactos en materiales distintos, sino como un conjunto de herra-mientas adecuadas para cualquier trabajo doméstico”; esimprocedente, esta generalización no es planteada. En la obra no sehizo referencia a todos los artefactos abrienses, el texto se limita adecir que raspadores cóncavos indican un incremento del trabajo demadera. Existen amplias evidencias etnográficas del uso de artefac-tos de este tipo para preparar otros, como lanzas, jabalinas, etc.

10.- La afirmación (pag. 149) según la cual en el sitio del Neusa...“la madera es prácticamente inexistente”... no es correcta. Abun-

Page 318: maguare17.pdf

-#!

dan textos referentes a la vegetación de páramo, bástenos mencio-nar a Guhl, (1.975), Cuatrecasas, (1.934, 1.958), Van der Hammen&T & González, (1.960), Sturm & Rangel, (1.985). No hay que olvidarque en el Páramo de Guerrero, el límite superior del bosque pre-senta la forma asociativa de bosques de Galería que siguen latrayectoria de las corrientes de drenaje y micro ambientes.Encenillos (Weinmania), Miconias, Poly lepis y otras especiesarbustivas continúan presentes a pesar del desmonte. Debemosrecordar igualmente las cambiantes condiciones ocurridas al de-clinar el pleistocéno y comenzar el holoceno, las cuales se traducenen un ascenso de la vegetación arbustiva.

11.- De acuerdo con lo afirmado en la página 149, se encon-traron varias lascas de forma puntiaguda que posiblemente fueronutilizadas como punta de proyectil. ¿Es consecuente esta suposi-ción con el criterio según el cual solo conduce a certeza funcionalel análisis traceológico?.

12.- Según la publicación (pag.150), con base en los resultadosdel análisis traceológico... “ todos los artefactos que se clasificancomo posibles instrumentos en un conjunto abriense, apenas un50% y posiblemente menos, representarían huellas de utilización”.Esta afirmación no es consecuente, si se confronta con las funcio-nes presentadas en el libro “Investigaciones arqueológicas en losAbrigos Rocosos del Tequendama”.

13.- La autora afirma en su documento (pag. 151), “se suponeque la clase abriense representa una forma de subsistencia carac-terística de ambientes boscosos”. En diferentes textos hemos afir-mado la presencia de artefactos abriense en ambientes tropicalessecos hasta andinos y de páramo, (Correal, 1.984, 1.985, 1.989,1.990, 2.000).

14.- No existen evidencias que demuestren que los artefactosabrienses puedan haber sido un producto del desgaste de la pro-ducción de los implementos Tequendamienses, como se afirma enla pag. 151.

15.- Es completamente erróneo, sostener, (pag. 151), que “engeneral, el paisaje del pleistoceno tardío no parece haber sido muydistinto al del Holoceno Temprano”.

Page 319: maguare17.pdf

-#"

16.- Es bien sabido de todos los que se inician en la carrera deAntropología, que en los albores del Holoceno las condiciones declima y vegetación cambiaron fundamentalmente; ascendió la tem-peratura, el bosque andino, y el límite de páramo fue mas alto.Numerosas investigaciones publicadas por la serie El cuaternariode Colombia y los rigurosos estudios de autores como: T. Van derHammen, & E. González, (1.963); T van der Hammen, (1.973),(1.978), (1.992) (H. Hooghiemstra, 1.984), E. J. Schreve-Brinkman,(1.977), puntualizan sobre las marcadas diferencias de clima y ve-getación entre el pleistoceno tardío y el holoceno.

17.- Nieuwenhuis, (pag. 150), afirma, refiriéndose a la claseabriense ... “como los cazadores –recolectores enfocaban en otrosmateriales, habían perdido la capacidad de trabajo de piedra. Estaidea parece haber sido evidenciada por las secuencias tipológicaseuropeas del paleolítico (tardío), en las cuales prevalecen tipos deartefactos bién definidos, se basa en la suposición de que la ausen-cia de una innovación o un mejoramiento tecnológico significainvariablemente incapacidad física”.

Debo aclarar que en el texto del tequendama, (Correal & Vander Hammen 1.977: 169), solamente afirmamos, refiriéndonos a lazona de ocupación III que, “la desaparición de varios tipos de arte-factos y el aumento de la proporción de desperdicios, parece indi-car una degeneración (ó mejor) decadencia del trabajo de piedra”.En ningún momento hablamos de incapacidad física.

18.- De acuerdo con el contenido de la pág. 150, segúnNieuwenhuis , “cuando se desarrollaron estas teorías, la idea gene-ral era que los artefactos tequendamienses se fechaban exclusiva-mente en el pleistoceno tardío y que habían sido reemplazados porlos artefactos abrienses al comienzo del Holoceno, consideradoscomo una forma de adaptación a un medio ambiente diferente”.Todo lo contrario; hemos afirmado desde el comienzo de nuestrasinvestigaciones, que los artefactos abrienses han tenido continui-dad. Textualmente se enfatiza en que artefactos abrienses tienencontinuidad, desde la zona I del Tequendama fechada entre 11.000y 10.000 años hasta la zona IV fechada en 2.225 + - 35 A.P. esdecir desde el Pleistoceno tardio hasta tiempos agro-alfareros, (Co-rreal & Van der Hammen, 1.977:167, 170).

Page 320: maguare17.pdf

-%$

19.- Abriense en su totalidad no debe calificarse como claseexpedita (instrumentos elaborados para tareas inmediatas, paraluego ser abandonados). Esta afirmación no es respaldada con evi-dencias sólidas, debe recordarse que instrumentos con viejas frac-turas, muestran reutilización.

20.- Según la autora, (pag. 150 )... “la división estricta entre elabriense y el tequendamiense y las teorías relacionadas con la es-pecialización, las habilidades tecnológicas y la subsistencia en ge-neral, pueden ser consideradas demasiado simples”. El tratamien-to a estas clasificaciones provisionales, merece calificación masacadémica. Los resultados como han sido expuestos no solamenteen nuestras investigaciones, sino en la mayor parte de las de loscolegas que han trabajado sobre el estadio de cazadores recolectoresen Colombia, permiten vislumbrar varias tradiciones que no des-califican abriense y tequendamiense. En el texto de la referenciaexisten contradicciones: por un lado afirma que “No parece proba-ble que los productores de estos artefactos sean los mismos queprodujeron los implementos abrienses del abrigo” (pag. 150), ypor otro, sostiene que “se puede argumentar que estos podrían serproductos de mayor calidad dentro de la misma clase abriense.”(pag. 150). En estricta hermenéutica arqueológica es prudente afir-mar que existen tradiciones diferentes y que futuras investigacio-nes podrían ampliar su origen, coexistencia, autonomía y delimitarsus marcos cronológicos.

21.- Estoy en desacuerdo con la afirmación hecha en la página151, en cuyo texto se lee: “En parte, los artefactos abrienses pue-den haber sido un producto del desgaste de la producción de losimplementos tequendamienses”. Insistimos en que los artefactosabrienses guardan rasgos característicos que han sido definidoscon claridad desde los comienzos de las investigaciones, (Hurt.,Vander Hammen y Correal, 1.969).

22.- En el libro del Tequendama se habla de posibles movi-mientos ejercidos entre la altiplanicie y el valle del Magdalena,durante el estadial del Abra (11.000 – 10.000 años A.P.) se afirmaque todo parece indicar que se trata de pequeños grupos de caza-dores paleoindígenas mas o menos especializados, que conocíanlas puntas de proyectil de piedra y que es posible que habitaran

Page 321: maguare17.pdf

-%#

estacionalmente esta área que para entonces correspondía a la zonade subparamo bajo. (G.Correal & T. Van der Hammen, 1.977),contrario a lo que plantea Nieuwenhuis, refiriéndose a la categoríade estacionalidad. En sus palabras ...“Es sorprendente que esteconcepto sea utilizado con tanta frecuencia para una zona delmundo en que las estaciones prácticamente no existen”. Movi-mientos entre archipiélagos verticales, no necesariamente implicaestaciones en el término tradicional conocido. Hay claros ejemplosde ello en Colombia de movimientos estacionales, desde losTaironas de la Sierra Nevada de Santa Marta hasta nuestras co-munidades prehistóricas meridionales.

23.- Muchas otras observaciones pueden formularse al texto“Traces on Tropical Tools, a functional study of chert artefactsfrom preceramic sites in Colombia”; nos hemos limitado por razónde síntesis a aclarar algunos puntos del resumen final. Nos permi-timos convocar a los arqueólogos interesados en la investigacióndel Estadio de Cazadores Recolectores en Colombia, a un simposioen el cual la discusión será mas amplia.

24.- Consideramos que el texto “Traces on tropical Tools”, hu-biera sido mas afortunado si hubiera cumplido con el objetivo pro-puesto al Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacio-nal, Unidad de Arqueología. La propuesta original se acepto como“Análisis de microhuellas, como consta en archivo de correspon-dencia del ICNMHN. (correspondencia exterior, (1.992): LPLK/1.992/ 049/ Leiden 26- 02 92, LPLK/1.992/ 082, Leiden 30-03).Es lamentable que el texto de Nieuwenhuis se haya orientado adescalificar en términos peyorativos y erróneos, el trabajo de quie-nes colaboramos con el suministro de materiales de investigación ydesinteresada “asesoría ad honorem”, la cual en ningún momentofue tenida en cuenta.

25.- Quiero enfatizar nuevamente en que el método de análisis demicrohuellas contribuye al esclarecimiento de uso y función de arte-factos, pero no es procedimiento infalible. Desde 1.974, es sometido acontinuos ajustes y revisiones; bástenos mencionar los trabajos deLawrense H. Keely del Departamento Etnología y Prehistoria de launiversidad de Oxford, Technique and metodology in microwear studiesa critical review in world archeology, (1.974; 5: 323-338).

Page 322: maguare17.pdf

-%%

Finalmente, queremos recalcar en que no hay que olvidar lanorma que debe guiar y regir todo quehacer científico: “Veritasante omnia” (la verdad ante todo).

Bogota, 20 de septiembre de 2.003.

��)���� ���� (�(���$��)� ��

Archivo correspondencia exterior. Instituto de ciencias Naturales. Unidad de

arqueología. Universidad Nacional de Colombia. Comunicaciones Facul-

tad de Pre y Protohistoria. Universidad de Leiden LPLK / 1.992 /082

(30.03 1.992) y LPLK / 1.992 / 049 (26-01 1.992).

Ardila, Gerardo. 1984 Chia un sitio precerámico en la sabana de Bogotá. Fun-

dación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales del Banco de la Re-

p ú b l i c a .

Cardale, Marianne. 1992. Calima, diez mil años de Historia en el suroriente de

Colombia: 13-21 Fundación Pro Calima.

Cavelier,I., C. Rodríguez, Luisa F. Herrera, G. Morcote, & S. Mora. 1995. No

solo de caza vive el hombre. Ocupación del bosque amazónico Holoceno

Temprano en: Ámbito y ocupaciones tempranas de la América Tropical.:

26-44. Fundación Erigaie. Instituto Colombiano de antropología.

Cooke, Richard G. &Anthony Raniere. 1984. “Proyecto Santa María”, a multi-

disciplinary analisis of prehistoric adaptations to a tropical watershed in

Panamá. British Archaeological Reports, Oxford. (International series 212).

Bate, Felipe, 1983. Comunidades primitivas de Cazadores Recolectores en

Sudamérica. Período indígena. Italgráfica S.R.L. Caracas.

Bird, Junius. B., & R. Cooke. 1977. Los artefactos mas antiguos de Panamá.

Rev. Nacional de Cultura. 6: 19-31

Bordes, F. 1961. Typologie du Paleolithique ancien et moyen. Bordeaux, Delmas

1.975.

Bryan, A.L. 1978. Early Man in America from a circum Pacific Perspective.

Occasional papers No 1 of the Departament of Anthropology, University

of Alberta.

Page 323: maguare17.pdf

-%-

Bryan, A.L. 1986. New Evidence for the pleistocene peopling of the America.

Center for the Study of Early Man.

Bryan, A.L. & R. Gruhn, 1992. La discusión sobre el poblamiento de América

del Sur, Revista de Arqueología Americana. 5: 234-247.

Cardich, A. 1991. Descubrimientos de un complejo precerámico en Cajamarca,

Perú, Notas del Museo de la Plata. 21 (83): 39-50, Universidad de la Plata.

Castaño, Carlos. 1.999. Ocupaciones tempranas en las tierras bajas tropica-

les del Valle Medio del Río Magdalena, sitio 01 y 002, Yondó, Antioquia.

Fundación de Investigaciones arqueológicas Nacionales del Banco de la

República.

Clark, Grahame. 1967. Les chasseurs de L’age de la Pierre. Sequoia- Elsevier,

Bruxelles.

Correal, G., T. Van de Hammen & J. C. Lerman. 1969 Artefactos líticos de

Abrigos rocosos de El Abra. Rev. Col. De Antropología .14: 11- 46.

Correal, G., Th. Van der Hammen & W.R. Hurt, 1972 Preceramic Sequences

in El Abra Rock Shelters, Colombia. Science. 175 (4.026): 1.106 – 1.108

Correal, G., & T. Van der Hammen. 1976. Investigaciones arqueológicas en

los abrigos rocosos del Tequendama. Bogotá: Biblioteca Banco Popular.

Correal, G., Th. Van der Hammen & W. Hurt. 1977 La ecología y tecnología

de los abrigos rocosos en El Abra, Sabana de Bogotá, Colombia en Rev.

Universidad Nacional UN, 15: 77-99).

Correal, G. 1980. Estado actual sobre las Investigaciones de la etapa lítica en

Colombia. Antropológicas Rev. de la Sociedad Antropológica de Col. 2: 11

– 30 Ed. Tercer Mundo.

Cuatrecasas, J.V. 1934. Observaciones geobotánicas en Colombia. Trab. Museo

Nacional Ciencias Naturales. Serv. Bot. 27: 1-44, Madrid.

Cuatrecasas, J.V. 1958 Aspecto de la vegetación natural de Colombia. Rev.

Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, 10 (40): 221- 264,

Bogotá.

Dauvois, Michel. 1976. Precis De Dessin Dinamique et Structural, des Industries

Lithiques Prehistoriques. Falame A. Périgueux.

Page 324: maguare17.pdf

-%+

Dennis, J., Stanford, & James Day. 1992. Denver Museum of Natural History.

University Press. Colorado.

Dixon, E.James. 1999. Bones Boats & Bison. Archaeology and the first

Colonization of Western N. America.

Febles, J. 1988. Manual para el estudio de la piedra tallada de los aborígenes

de Cuba. Editorial Academia, cuba.

Gnneco, Cristobal., & Carlos Illera. 1991. La Elvira: Un sitio paleoindio en el

Valle de Popayán. Boletín de arqueología 4 (1): 19-28.

Groot de Maheca, Ana María. 1992. Checua, una referencia cultural entre 8.500

y 3.000 años antes del presente. Fundación de Investigaciones Arqueoló-

gicas Nacionales del Banco de la República, Bogotá.

Guhl, Ernesto. 1975. Colombia: Bosquejo de su Geografía Tropical 1 Instituto

Colombiano de Cultura, Bogotá.

Hooghiemstra, H. 1984. Vegetational and climatic history of the high plain of

Bogotá, Colombia: a continuos record of the last 3.5 millon years.

Hurt, W., Th Van der Hammen & G. Correal. 1976. The El Abra Rock Shelters,

Sabana de Bogotá, Col. S.A. Ocassional papers and Monographs Nº 2:

56. Indiana University, Bloomington.

Ijzereef, G.F. 1978. Faunal Remains from the El Abra Rock Shelters (Colom-

bia). Paleogeography, Paleoclimatology, Paleoecology 25: 163- 177.

Keeley, Laurence H. 1974. Technique and metodology in microwear studies:

a critical review. Archaeology 5: 323- 336.

Lanning, E.P. 1970. Pleistocene man in South America. World Archaeology,

Londres 12 (2).

Lavalle, Danielle, Julien Michele, Wheeler Jane & Karlin Claudine. 1985.

Telarmachay. Chasseurs et Pasteurs prehistoriques. Des Andes. Inst. Frane

D’ Etudes Andines, Paris.

Leroi Gourhan, Andre. Bailloud Górard, Laming Emperaire, Annette. 1974

La Prehistorie. Editorial Labor. Barcelona.

López, Carlos. 1989. Evidencias paleoindias en el valle medio del Magdalena

(Municipios de Puerto berrio, Yondó y Remedios). Boletín de arqueología.

4 (2): 3-24.

Page 325: maguare17.pdf

-%)

López, Carlos, 1991. Arqueología del Magdalena medio. Investigaciones ar-

queológicas en el río Carare. (Depto de Santander). Fundación de investi-

gaciones Arqueológicas nacionales. Bogotá.

Mayer-Oakes, William J. 1986 El Inga A. Paleo-indian Site. In the Sierra of

Northen Ecuador. Philadelphia.

Nieuwenhuis, José Channah. 2002. Traces on Tropical Tools, a funcional

study of chert artefacts from preceramic sites in Colombia.

Pinto, María. 1996. Recherches archéologiques dans le haut plateau de Bo-

gotá. (Colombie): le site Galindo. Tesis doctoral Nouveau Régine, Univer-

sidad de Paris I Pantheón Sorbonne, Paris. (M.S.)

Pinto, María., & Hector Llanos. 1997. Las industrias Líticas de San Agustín.

Fundación de Investigaciones arqueológicas Nacionales del Banco de la

República. Bogotá.

Reichel Dolmatoff, Gerardo. 1965. Colombia , Ancient Peoples and

Places,Thames and Hudson, London.

Rivera, Sergio. 1992. Neusa, 9.000 años de Presencia Humana en el Páramo.

Fundación de Investigaciones arqueológicas nacionales, Banco de la

República.

Salgado, Hector. 1989. Medio ambiente y asentamientos humanos prehispánicos

en el calima medio. Instituto Valle Caucano de Investigaciones Científi-

cas, Cali.

Schreve- Brinkman, Elizabeth. 1978. A palynological Study of the Upper

Quaternary Secuence in the El Abra Corridor and Rock Shelters (Colom-

bia). Paleography, Paleoclimatology, Paleoecology, 25: 1-109.

Semenov, S.A. 1981. Tecnología Prehistórica. Estudio de las herramientas y

objetos antiguos a través de las huellas de uso. Akal editor. Madrid.

Stothert, K.E. 1985. The preceramic Las Vegas Culture of Coastal, Ecuador,

American Antiquity 50 (3).

Sturm, H. & Orlando Rangel. Ecología de los Páramos andinos. Una visión

preliminar integrada. Instituto de Ciencias, Museo de Historia Natu-

ral, Biblioteca Jerónimo Triana, 9 Universidad nacional de Colombia,

Bogotá.

Page 326: maguare17.pdf

-%�

Tixier, J., Inizan, M.L., Roche, H. 1980. Préhistoire de la Pierre Taillée.

Terminologie et technologie. CNRS. Cercle de recherches et d’ etudes

préhistoriques.

Van der Hammen, Th., & Enrique González. 1963. Historia de clima y vege-

tación del Pleistoceno superior y del Holoceno de la Sabana de Bogotá.

Boletín geológico 11 (1-3): 189-260.

Van der Hammen, Th. 1974. The Pleistocene changes of vegetatation and

climate in tropical South america, Journal of Biogeography 1

Van der hammen Th. 1978. Stratigraphy and environments of the Upper

Quaternary of the El Abra corridor and rock shelter (Colombia),

Palaeography, Palaeoclimatology, Palaeoecology 25 .

Van der hammen, Th. 1992. Historia, Ecología y Vegetación . Corporación Co-

lombiana para la Amazonía- Araracuara.

Young, E., & Bonnichsen, Robson. 1984. “Understonding Stone Tools: A

Cognitive Approach”, in Peoplins of the Americas. Edited by Alan L. Bryan

and Ruth Gruhn. Center for Study of Early Man University at Orono.

Page 327: maguare17.pdf

-%

&���� �������������� ��������

La Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacionalofrece estudios de postgrado en Antropología dirigidos a egresadosuniversitarios de la especialidad y de áreas afines que necesitensistematizar y profundizar conocimientos teóricos y prácticos enesta disciplina. La Maestría en Antropología Social abrirá convo-catorias a finales del presente año para iniciar su cuarta promo-ción en el primer semestre de 2004.

�(����#��• Formar investigadores e investigadoras, profesionales y do-

centes con una sólida preparación teórica y metodológica en antro-pología social.

• Promover e incentivar la investigación antropológica sobrelas poblaciones indígenas, afrocolombianas, rurales y urbanas delpaís.

• Generar oportunidades para el desarrollo de programasinterdisciplinarios de investigación en diversos campos del ejerci-cio antropológico.

����! �!��� !��� !���El desarrollo del programa se llevará a cabo a través de la mo-

dalidad pedagógica del Seminario, la cual exige la activa participa-ción de los estudiantes. Cada seminario será orientado por espe-cialistas de amplia trayectoria en docencia e investigación enColombia y en el exterior.

���+��$����� ��+���"�������*�����"�����(����Teoría, Metodología e Investigación. A partir del segundo se-

mestre, los estudiantes se concentrarán en sus proyectos de inves-tigación y al finalizarlo, se vincularán con los tutores que guiaránsus trabajos. Sus conocimientos serán puestos a prueba en el La-boratorio de Investigación (III Semestre), durante el cual se recoge-rá la información que servirá de base para la elaboración de laTesis de Grado (IV semestre).

Page 328: maguare17.pdf

-%!

+��������"��� ��#�Director del Departamento de AntropologíaJosé Vicente Rodríguez

���"���"����"�����������%�Mara Viveros Vigoya

������ ������Francois CorreaAndrés SalcedoGerardo Ardila

��)�����Universidad Nacional de ColombiaFacultad de Ciencias HumanasDepartamento de AntropologíaEdificio 212 0ficina 312-302Ciudad Universitaria, BogotáTel. 316 54 35, Fax 316 51 01e-mail [email protected] /antropología/ maestría

Page 329: maguare17.pdf

-%"

������������������������������� �����

��)���� �'��$������

Maguaré acepta para publicación trabajos originales presen-tados por investigadores, tanto del Departamento de Antropologíacomo de cualquier otro centro de investigación, que contribuyan aampliar los conocimientos sobre antropología.

Todo material propuesto para publicación en Maguaré será re-visado por el Comité Editorial y sometido a evaluación por dos pa-res científicos. El editor les informará a los autores sobre la deci-sión final que se tome para su publicación.

Los autores son responsables directos de sus trabajos, por lotanto Maguaré no asume responsabilidad alguna en relación conlas ideas o tesis en ellos expresada.

Los trabajos aparecidos en Maguaré podrán reproducirse totalo parcialmente, siempre y cuando se de el crédito correspondiente.

Los artículos recibidos no serán devueltos a sus autores, salvoexpresa solicitud por parte de ellos.

Los artículos deben enviarse con una breve nota curricular delautor y su respectiva dirección a, la Revista Maguare, Departa-mento de Antropología, Universidad Nacional de Colombia, Bogo-tá, Colombia.

�����! �����

Maguaré sólo considerará para su publicación aquellos traba-jos que cumplan con los siguientes requisitos.

• Presentar un original y dos copias en papel.• Adjuntar el texto en medio magnético; procesador de pala-

bras Word o cualquiera compatible con Windows; en tipo de letraTimes New Roman, tamaño 12; a doble espacio.

• Presentar resumen en español e inglés con un máximo de200 palabras e incluir palabras claves (máximo 6). Igualmente eltítulo deberá ser traducido al inglés.

Page 330: maguare17.pdf

--$

• La extensión del artículo no debe sobrepasar 25 páginas in-cluyendo bibliografía, figuras o cuadros.

• Para referirse a fotos, gráficos y mapas se empleará el térmi-no figura.

• Las fotografías originales deben venir en blanco y negro enpapel brillante.

Referencias bibliográficas• Las citas dentro del texto siempre van en paréntesis y con el

apellidos completo del autor: harán: para un solo autor (Andrade,1989:54), para citar dos autores (Andrade y Pérez, 1998) y paramás de dos autores (Andrade et al. 1994). Para distinguir trabajosde un solo autor se emplearán las letras a,b,c ejemplo Pérez (1998a,1999b). No se emplearán abreviaturas como op. cit., ibid, etc. Si sehace referencia a una cita textual, debe incluirse siempre el núme-ro de la página de la cual se transcribe la cita.

• En la presentación de la bibliografía se seguirá el siguientemodelo:

LibrosBonfil, Guillermo.1981. Utopía y revolución. El pensamiento po-

lítico contemporáneo de los indios en América Latina. México: NuevaImagen.

Artículos dentro de librosBonzani, R. 1998. “Learning from the present : Constraints of

Plant Seasonality on Foragers and Collectors”, in Recent advancesin the Archaeology of the northern Andes. Edited by A.Oyuela–Caycedo y J.S. Raymond, pp 20-29. Los Angeles: The Institute ofArchaeology, University of California.

Tesis sin publicarCabrera, G., Franky, C.E y Mahecha, D. 1994. Aportes a la

etnografia de los Nukak y su lengua. Aspectos sobre fonologíasegmental. Tesis. Universidad Nacional de Colombia. Bogotá.

Page 331: maguare17.pdf

--#

Artículos publicados en revistasMora, S. 1995. La metáfora ecológica: simbolismo y conserva-

ción. Revista Colombiana de Antropología XXXII: 103-124.

Informes sin publicarMorcote, G.1995. Informe: análisis de macro restos del yaci-

miento de las Delicias. Bogotá: Fundación Erigaie. (Inédito)

Artículos en versión electrónicaMorse SS. Factors in the emergence of infections diseases. Emerg

Infect Dis (seriado en línea) 1995 Jan –Mar (citado 1996 jun 5);1(1): (24 pantallas). Disponible en URL: http://www.cdc.gov/ncidod/EID/.htm

Artículos de prensaArcila, Graciliano. Gran labor del Congreso de trabajadores de

educación. El Colombiano. Medellín, 3 de agosto de 1945.

Se adjuntarán los siguientes datos personales de los autores:

Nombre:Teléfonos:Correo electrónico:Ciudad:Grado académico e institución:Afiliación institucional (ejemplos: investigador, profesor):

Page 332: maguare17.pdf

--%

9�E���

���� !��!����"���+������ �������"%��"���!������ ����� ����� ����� ���� ������� ����� ������ ���� �

Tom Dillehay

ResumenLa comprensión de las señales arqueológicas sobre la adapta-

ción de grupos humanos es muy importante para el entendimientodel primer poblamiento de cualquier continente. Hasta hace muypoco, el registro arqueológico más temprano de Suramérica eravisto críticamente como un desarrollo uniforme y unilineal queimplicaba la intrusión de gente norteamericana quienes habríantraido una herencia cultural compuesta por la tecnología líticaacanalada Clovis y una tradición de cacería de grandes mamífe-ros al hemisferio sur entre 11.000 y 10.000 años. Los sesgos en lahistoria de la investigación han jugado un papel fundamental parala formación de esta perspectiva. Actualmente, en razón de diver-sos hallazgos en Suramérica con fechas anteriores a 12.000 añosantes del presente, se plantean nuevos modelos de interpretación.En este artículo se discute cómo los desarrollos culturales delPleistoceno tardío en Suramérica muestran un cambio constan-te, alejándose de la uniformidad, hacia el establecimiento de tra-diciones regionales distintas.

Palabras claves: arqueología, poblamiento, cazadores yrecolectores, pleistoceno, Suramérica.

AbstractThe understanding of the archaeological signs on human groups

adaptation is very important for the comprehension of anycontinent’s first settlement. In the last years, the earliestarchaeological record of South America was seen critically as auniform and unilineal development that involved the presence ofpeople from the north of the continent, who brought into theSouthern hemisphere a cultural heritage, the fluted lithical

Page 333: maguare17.pdf

---

technology Clovis and a tradition of great mammal hunting about11.000 to 10.000 years ago. The slants in the history of theinvestigation have played a fundamental role in the construction ofthis perspective. Recently, new models of interpretation are beingproposed for South America, based on a diversity of findings thathave provided dates prior to 12.000 years before present. In thisarticle I discuss the way in which cultural developments of the LatePleistocene in South America demonstrate a constant change,abandoning uniformity towards the establishment of diverse regio-nal traditions.

Key words: archaeology, settlement, hunters and gatherers,pleistocene, Southamerica.

���#�����!����!�#���� ���"�"�+����-��"������������ �"�����"��#����!����� ������ �� ���� ��������� � ���� �� ������������� ��������

Arturo Jaimes Quero

ResumenEn este trabajo se presenta un avance de las investigaciones

que se están llevando a cabo en la localidad arqueológica de ElVano (Municipio Morán, Edo. Lara Venezuela.) Las asociacionesencontradas corresponden a 3 fragmentos de puntas de proyectilfusiformes del tipo El Jobo, además de otros 7 artefactos en rela-ción con restos óseos de Eremotherium rusconni. El material óseoofrece información acerca del tiempo de exposición a la intemperieal que pudieron estar sometidos los restos óseos antes de quedarcompletamente enterrados. Según el estado de conservación, estospermitirán preservar marcas y huellas, producto tanto de la activi-dad humana como de otros agentes naturales. El Vano puede re-presentar el primer sitio de matanza de Megaterio para las Améri-cas. No se poseen fechas.

Palabras claves: arqueología, megaterio, tafonomia, puntasde proyectil, Venezuela.

Page 334: maguare17.pdf

--+

AbstractThis is a preliminary report of research carried out at EL Vano

(Municipality of Morán, Estado Lara, Venezuela). 3 fragments offusiform projectile points of the Jobo type are associated with 7other artifacts and related to Eremotherium rusconni bones andfragments. The osteological material provides information about timeof exposure before their complete burying. According to conservation,it will be posible to recognize marks and tracks preserved, whichare produced either as a result of human activity or natural agents.El Vano probably represents the first killing site of Megaterio in theAméricas. We have not dates at the present time.

Key words: archaeology, megatherium, taphonomy, proyectilpoints, early peopling, Venezuela.

�����������"! ��������� ��'$� ����������,!����$%��"� ���"����� �� �� ��� ������ ���+� ����������� � ��� �� ���� ������ �� ���� �� �������� ���� ���������

� � � ��� � � �

Cristóbal Gnecco

ResumenEl reduccionismo ecológico ha sido la posición dominante en los

estudios arqueológicos de cazadores-recolectores en el neotrópico y esel resultado de las tendencias teóricas centrales del procesualismo, laecología cultural y el materialismo cultural. La ecología, en esas posi-ciones reduccionistas, no es entendida como la red de relaciones tota-les que componen un crono-ecosistema, sino como las limitacionesimpuestas a la cultura por las variables del medioambiente. No sólocultura y naturaleza se separan, sino que la primera se reduce a lasegunda: la cultura es reducida a las estrategias que usan los sereshumanos para adaptarse a las variaciones medioambientales. Asíconcebido, el reduccionismo ecológico es parte del llamado “programaadaptacionista” (Bargatzky 1984). En este artículo quiero explorarcríticamente dos temas reduccionistas centrales a la arqueología decazadores-recolectores en el trópico, temas que reflejan la pasividad

Page 335: maguare17.pdf

--)

acordada a la cultura frente al medioambiente: el estereotipo de lacaza-recolección como una estrategia exclusivamente explotativa y notransformativa, y la concepción de la movilidad como función directade la distribución de los recursos.

Palabras claves: arqueología, cazadores y recolectores, territo-rio, líticos, Colombia

AbstractEcological reductionism has been the dominant position in

neotropical hunters and gatherers studies of procesualism, culturalecology and cultural materialism. These positions do not understandecology as a network of total relationships that form a chrono-ecosystem, but they concive it as limitations imposed byenvironmental conditions on culture. Culture and Nature areseparated and the first one is reduced to the second. The notion ofculture is reduced to adapting human strategies to environmentalvariations. In this way, ecological reductionism is a part of the socalled “adaptionist program” (Bargatzky 1984). The purpose of thispaper is to critically explore two reductionist subjects, central tohunter–gatherer archaeology in the Tropics. The first one: thestereotype of hunting-gathering as a strategy of mere explotationrather than one of transformation. The second one: the concept ofmobility as a direct function of resource distribution.

Key words: archaeology, hunters and gatherers, territory,lithics, Colombia

� !+� ������&!������"���+������ ������������������� �"�����"��#����!�������� ����� ���� ������ � �������� �� �������� ��������

José R. Oliver, Charles S. Alexander †

ResumenEn este estudio se discuten los resultados de las investiga-

ciones de campo realizadas en 1984-85 en la cuenca de El Jobo,

Page 336: maguare17.pdf

--�

en el Valle del Río Pedregal del Estado Falcón, en el occidentede Venezuela, región en donde la serie paleoindia joboide fueidentificada por J. M. Cruxent por primera vez. La investigaciónfue concebida como un primer acercamiento para comprobar orefutar la validez de las hipótesis propuestas por Cruxent: la co-rrelación entre cuatro etapas de terrazas aluviales y la secuen-cia crono-tipológica El Camare, Las Lagunas (etapas pre-proyec-til), El Jobo y Las Casitas (etapas con puntas de proyectil). Sedemuestra que las terrazas de la cuenca de El Jobo sí pueden sercorrelacionadas y fechadas y que, además, presentan transgre-sión cronológica por mas de 20,000 años A.P. También se de-muestra que el sitio cabecero El Camare no está ubicado en te-rrazas aluviales, mientras que Las lagunas se ubica en unabanico aluvial, por lo cual no pueden ser fechados por medio decorrelaciones con procesos aluviales. Este estudio incluye dis-cusiones acerca de la serie joboide y, rn particular, del recientedescubrimiento de puntas de tipo ‘clovisoide’ y ‘cola de pescado’en El Cayude, en la Península de Paraguaná. Parece que, mien-tras que en Paraguaná existe una mayor diversidad de comple-jos e industrias paleolíticas, en la tierra firme del occidente ve-nezolano hay una clara preponderancia de la serie joboide.

Palabras claves: arqueología, geocronología, geomorfología,tafonomia, Venezuela

AbstractThis paper discusses the results of research on fieldwork

conducted in 1984-85 in the El Jobo Basin section of the El PedregalValley, in the State of Falcón, at western Venezuela. The JoboidSeries of Paleoindian complexes were first identified there by J. M.Cruxent. This study was conceived as a first step in testing the validityof Cruxent’s four stage sequence of alluvial terraces that providedthe chronological and typological segregation of the El Camare, LasLagunas (pre-projectile), El Jobo, and Las Casitas (projectile) lithiccomplexes. It is demonstrated herein that the El Jobo Basin terracescan be cross-correlated, dated, and that they are time transgressiveformations. Finally, it is demonstrated here that El Camare type siteis not located on an alluvial terrace, while Las Lagunas is located on

Page 337: maguare17.pdf

--

an alluvial fan. Thus, neither can be dated by means of terracecorrelations. This study includes an overview and discussion ofthe Joboid Series and particularly focuses on the recent discoveryof Clovis-like and fish-tail projectile points at El Cayude site inthe Peninsula of Paraguaná. There appears to be a diversity oflithic complexes unique to the Peninsula of Paraguaná, whereasthe Joboid Series of complexes are clearly dominant in the rest ofthe western Venezuelan mainland.

Key words: archaeology, geochronology, geomorphology,taphonomy, Venezuela

!��"��$�����"��+�����"���+������ ����)�������&��� ����"��!��!�� ��� ����� ������� ����� ��� �� ����� ����� ���� ���� !�� ���

Thomas van der Hammen, Richard Noldus, Ernesto Salazar

ResumenEn relación con los estudios arqueológicos del tercer autor en

el área del valle de Mullumica, se planeó un estudio palinológico -paleoecológico en esta zona, y realizamos una excursión conjuntaa este sitio, con una sonda Dachnowsky para la colección de unasección de sedimentos en el pantano del fondo del valle. Esta ex-cursión se realizó en Julio de 1986; y en esta ocasión se pudocoleccionar una sección de 9.5 m de profundidad. El sedimentoera, especialmente en la parte superior, muy poco consolidado ycon alto contenido de agua; además había, debajo de la capa vege-tal superficial, un intervalo de aproximadamente 1 m de profundi-dad de agua (o material muy acuoso), que no era posible coleccio-nar. A las 9.25 m se encontró arena gruesa, que era difícil depenetrar con la sonda.El Valle de Mullumica es un antiguo valleglaciar que se encuentra a unos 50 km. al Este de Quito, en laCordillera Oriental (Fig. 1). La parte pantanosa, donde se realizó elsondeo, se halla a una altura entre 3800 y 3820 m. Hacia el sur,esta parte del valle está limitada por un flujo de lava y obsidiana,presentando escarpe con abrigos rocosos (Salazar, 1980 & 1985),que fueron habitados durante parte del Holoceno.Las investigacio-

Page 338: maguare17.pdf

--!

nes arqueológicas realizadas indican que los abrigos rocosos delflujo de obsidiana fueron habitados temporalmente por grupos delbosque montano que explotaron dicha materia prima a lo largo dela época aborigen del Ecuador. En el periodo precerámico, el usode ese material parece confinado a sitios arqueológicos de la SierraNorte, pero a partir del periodo formativo hasta la llegada de losIncas, la distribución de obsidiana arqueológica se expande nota-blemente a sitios costeros y de la región amazónica, indicando unared de intercambio de gran envergadura en la que la obsidiana esel elemento mas conspicuo. Análisis de XRF y NAA han demostra-do que buena parte de la obsidiana “exportada” provenía del flujode Mullumica.

Palabras claves: arqueología, obsidiana, pólen, intercambio,Ecuador.

AbstractA palinological and paleoecological study was carried out at the

Mullumica valley area, where the third author has been developingarchaeological studies. An excursion to this site was made in Julyof 1986, using a Dachnowsky auger to collect a sediment section of9,5 centimeters depth, in the valley swamp. The sediment was notcompact specially in the upper part. It had a high water content; inaddition, underneath the superficial organic layer, there was asection of 1meter of depth of water or a very aqueous material thatwas impossible to collect. The 9,25 meters level was full of heavysand that was difficult to penetrate with the auger. The MullumicaValley is an old glacial valley located 50 km east of Quito, in theEastern Mountain range.

The marshy part, where the core was took, is between 3800to 3820 meter high. To the south, the valley is limited by a flowof lava and obsidian which presents an escarpment with rockyshelters (Salazar, 1980 & 1985). These rockshelters were inhabitedduring a part of the Holocene. The archaeological investigationsindicate that rockshelters of the obsidian flow were temporarilyinhabited by groups of the montano forest who exploited thisraw material during aboriginal times of Ecuador. In thepreceramic period, the use of that material seems limited to

Page 339: maguare17.pdf

--"

archaeological sites of Sierra Norte, but from the formative periodto the arrival of the Incas, the archaeological obsidian distributionexpands remarkably to coastal sites and to the amazonian region.it is indicating a substancial exchange network in which obsidianis the most conspicuous element. Analyses of XRF and NAA havedemonstrated that a good part of the exported obsidian camefrom the Mullumica flow.

Key words: archaeology, obsidian, pollen, interchange, Ecuador

�L+���� �'����!���"�������� !���������������+��������"�����"�� ��������� ������+! &������$!���� ��+�� � �����+������������+���������,!����$%��"�������� ���� ���� ��� ������ ������ ��� ���� ��������� ��������

������ ��� ����� ��� ������ �� ������ ���� �� �������

Tom D. Dillehay, Ximena Navarro

ResumenLa organización espacial de las actividades humanas en el con-

texto etnográfico o sistémico (sensu Michael Schiffer) provee el marcode referencia o la analogía para las interpretaciones de la organiza-ción de los desechos en el contexto arqueológico. Ya sea por lacomplejidad de las variables que determinaron la organización es-pacial de los sitios en cualquier sociedad, o por el amplio rango defactores que están afectando las relaciones entre la posición espa-cial (localización) de los sitios, su contenido y los estudios de losdesechos abandonados, enterrados o preservados, se hace muy di-fícil desarrollar modelos que expliquen las relaciones entre el regis-tro arqueológico y las prácticas y reglas etnográficas de selecciónde un sitio y su estructura. A pesar de esta dificultad los arqueólogoscontinuarán buscando maneras de comprender mejor las relacio-nes que construyen nuestra propia base de datos como una fuenteadicional de conocimiento.

El presente trabajo corresponde a un avance en esta direc-ción. Esta investigación es un intento preliminar en la identifica-ción de algunas de las variables principales y de los patrones quesubyacen a la localización de actividades económicas marítimas

Page 340: maguare17.pdf

-+$

en el contexto etnográfico de la sociedad mapuche, y a la inter-pretación de estos patrones en un contexto arqueológico con es-pecial referencia a trabajos etnoarqueológicos y arqueológicosrealizados recientemente entre Puerto Saavedra y Valdivia en lacosta centro sur de Chile. En la siguiente discusión examinare-mos los patrones relativos a las unidades sociales que intervie-nen en la apropiación de los recursos marinos en varias de estasplayas: Puerto Saavedra, Queule, Cheuque, Pichicullín y Chan-Chan.

Palabras claves: etnoarqueología, pesca, territorio, mapuches,Chile.

AbstractThe understanding of spatial organization of human activities

in an ethnographical or systemical context provides the analyticalframework, or the analogy for, interpretations of the organizationof archaeological remains. It is hard to develop explicative modelson relationships between the archaeological record and theethnographic rules and practices that lead to a site’s selection andits structure. This is due either to the complexity of the facts thatdetermined the spatial organization of the places, or the wide rangeof facts that affected the relationships between site localization andcontent, and the studies of the abandoned, buried or preservedremains.

This paper is an improvement in that sense. It is a preliminaryeffort to identify in the ethnographic context some of the principalfacts and patterns that have to do with localization for the Mapuchemaritime economical activities. On the other hand, it pretends toreach an interpretation of those patterns in an archaeologicalcontext, giving particular attention to ethnoarchaeological andarchaeological research done recently between Puerto Saavedra andValdivia in the south central Chilean coast. Petterns related tosocial units that participate in the maritime resource appropriationare discussed. Puerto Saavedra, Queule, Cheuque, Pichicullín y Chan–Chan beaches are examined.

Key words: ethno-archaeology, fishing, territory, mapuches,Chile.

Page 341: maguare17.pdf

-+#

�'��"����������������� ����(������!������+!�����"�+����#��������������� ���������� �� �������� #���$��� � ��� ����������� ��������� ��� �� �

�� � � ���

Francisco OrtizResumenSe plantea la hipótesis de que la forma de vida nómada de los

grupos Cuiba, Sicuani, Macú, Maco-piaroa, Macú-puinave y otrosgrupos del oriente de Colombia y el noroeste amazónico, responde asu inserción en los sistemas regionales (donde predominan las cul-turas Arawak y Tukano) y a las condiciones creadas por la conquistaeuropea, mucho más que a una respuesta adaptativa optada poresos grupos para enfrentar los retos del medio ambiente.

Palabras claves: indígenas, nómadas, adaptación, cazadores yrecolectores, Colombia.

AbstractIt is hypothezised that nomadic way of life of Cuiba, Sikuani,

Macú, Maco-Piaroa, Macu-Puinave, and other groups of the east ofColombia and the Amazonian northwest, responds to their insertionin the regional systems (where the cultures Arawak and Tukanopredominate) and to the conditions created by the European conquest,more than to an adaptive response to face environmental changes.

Key words: indians, nomads, adaptation, hunters andgatherers, Colombia.

���"����� -� �� ��� ������ �� ��� (��,!�!������� %� ���������� ���� ���� ������

Ruth GutiérrezResumenLa arqueología, la biología evolutiva y la ecología histórica pre-

sentan evidencias de la coexistencia entre caza, recolección y acti-vidades de horticultura en selvas húmedas tropicales mucho an-tes de la aparición de la agricultura. La investigación sobre estetema en los últimos años afirma que estos grupos nómades en su

Page 342: maguare17.pdf

-+%

adecuado manejo de los ambientes naturales mantienen la es-tructura y dinámica del bosque (cobertura, dominancia de espe-cies, fructificación, floración). Más que una descripcióntaxonómica o la lista de plantas y sus usos, los estudiosos decazadores-recolectores, en su mayoría antropólogos y biólogos tra-tando de entender la antropología, demuestran que los conceptosy acciones de los cazadores-recolectores para manipular especiesnaturales ayudan a entender los procesos de regeneración delbosque, la fenología y la domesticación de las especies en estasáreas. Los grupos que viven de cazar y recolectar especies silves-tres desarrollan formas de vida complejas en sus mecanismos deadaptación, con una enorme capacidad de transformar y manipu-lar recursos naturales. Este articulo aborda el estudio de los nukakde la amazonia colombiana.

Palabras claves: indígenas, ecología, subsistencia, nukak,amazonia, Colombia.

AbstractArchaeology, evolutionary biology and historical ecology

presents evidences showing the coexistence of hunting, gatheringand horticulture activities in tropical humid forests long before theappearance of agriculture. Research on this subject affirms thatthese nomadic maintain the structure and dynamics of the forest(cover, domination of species, fruition, flowering). More than ataxonomic description or the list of plants and their utility, thescientifics interested in hunter-gatherers mostly anthropologistsor biologists trying to understand anthropology, demonstrate thatconcepts and actions used by hunter-gatherers to manipulate na-tural species help to understand processes of forest regeneration,fenology and species domestication in these areas. The groups li-ving from hunting and collecting wild species develop complexways of life in their adaptational mechanisms, with an enormouscapacity to transform and manipulate natural resources. Thisarticle studies nukak people of the Colombian Amazonia.

Key words: indians, ecology, subsistence, nukak, amazonia,Colombia.

Page 343: maguare17.pdf

-+-

Page 344: maguare17.pdf

-++