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    pacio Abiertoociacin Venezolana de Sociologa

    [email protected]

    SN (Versin impresa): 1315-0006

    ENEZUELA

    2006

    Michel Maffesoli

    POSTMODERNIDAD. LAS CRIPTAS DE LA VIDA

    Espacio Abierto, enero-junio, ao/vol. 15, nmero 1 y 2

    Asociacin Venezolana de Sociologa

    Maracaibo, Venezuela

    pp. 391-402

    Red de Revistas Cientficas de Amrica Latina y el Caribe, Espaa y Portugal

    Universidad Autnoma del Estado de Mxico

    mailto:[email protected]://redalyc.uaemex.mx/mailto:[email protected]
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    Espacio AbiertoCuaderno Venezolano de Sociologa

    ISSN 1315-0006 / Depsito legal pp 199202ZU44Vol. 15 Nos. 1 y 2 (enero-junio, 2006): 391 - 402

    Postmodernidad. Las criptas de la vida*

    Michel Maffesoli**

    Resumen

    La resistenciade la sociologa oficial dificulta muchoel anlisis se-reno de la posmodernidad. En efecto, por referencia a la lgicadeldeber ser, los sistemas de pensamiento, que se reproducen ennuestras universidades, siguen obnubilados por los valoresuniver-salistas elaborados en el siglo XIX, valores de trabajo, de fe en elporvenir y de prevalencia de la razn. Quirase o no, sin distingosde izquierda y de derecha, estos sistemas oficiales se apoyanen laconcepcin de un individuo racional, dueo de s, y que contraevnculos con otros individuos racionales para construir la socie-dad. Empricamente, se observa que otros elementos son los queentran en juego, en particular en lasprcticas juveniles, elementosque radican al mismo tiempo en un hedonismo latente, en una im-portancia del cuerpo y en el nfasis en el presente. All estn lasgrandes caractersticas de la posmodernidad que requieren serpensadas. Es posible analizar, sin que el intelecto tenga que abdi-car, las comunidadesemocionales,aquelloque llamo el tribalismocontemporneo y la culturadelsentimiento que tiendea prevale-cer en nuestras sociedades.

    Palabras clave: Postmodernismo, razn, tribalismo,emociones.

    Recibido: 28-05-04 / Aceptado: 15-06-04

    Traducido del francs por Madeleine Richer y Daniela Triay. Centro de Estudios sobre lo Actual y la Cotidianidad,La Sorbonna,UniversidaddePars V. Fran-

    cia. E-mail: [email protected]

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    Postmodernism: The Crypts of Life

    Abstract

    The resistance of official sociology makes the serene analysis ofpostmodernity very difficult. In fact, when referring to the logic ofwhat should be, our thought systems, which are reproduced in ouruniversities, continue to be clouded over byuniversal values elabo-

    rated in the XIXth Century, values related to work, to faith in the fu-ture, and the prevalence of reason. Whether they want to or not,whether leftist or rightist, these official systems are based on theconception of a rational individual, self-made, andwho relateswithother rational individuals in order to conform society. Empirically,we observe that other elements come into play, in particular in ju-venile practices, elements thatare found in latenthedonism, in theimportance of the body and the emphasis on the present. Theseare themoreimportantcharacteristics of postmodernismwhichre-quire reflection. It is possible to analyze, without having to re-nounce intellect, these emotional communities, those which calltribalism contemporary and the culture of feelings which tends toprevail in our societies.

    Key words: Postmodernism, reason, tribalism, emotions.

    Para apreciar la separacin que existe entre teoray vida, es til buscarla raz misma del mito del progreso que haprevalecido en el mundoocciden-tal, puesto que la Modernidad que est feneciendo tiene orgenesmuy remo-tos. Es un estado mental que va paulatinamente a poner al margen la vitacontemplativapara privilegiar la vita activa.

    Recordemos brevemente el nfasis que progresivamente se ha ido ha-ciendo en las ideas de produccin, construccin y activismo; en resumen,enel trabajo como realizacin del individuo y de la sociedad.El compromisocon las cosas de este mundo cuyas premisasvemos en San Agustn, va a ter-minaren loque Hannah Arendt (1983) llamar intervencin sobrelanatura-leza expresin que resume el aspecto depredador delhombre dueo y po-seedor del entorno social y natural, que pretende dominar lo que lo rodea.Todo debe estar a la mano, todo puede ser manipulado: los dems miem-

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    bros de la sociedad, con la poltica; la naturaleza, con la economa; el Otroque es la deidad, con diversas teoras legtimas de lo sagrado: teologas yteodiceas.

    La lgica de la dominacin se hace notar al comienzo del texto bblicoen el cual Dios le otorga al hombre un Edn para cultivar; se vuelve a encon-trar en la fisin del tomo, la procreacin artificial, la prolongacin artificialde la vida o en la clonacin humana. De forma subrepticia la creacinpru-dente, plural, que mezcla en ella elementos onricos o ldicos, la creacinque le deja espacio al cuerpo gozoso, al lado oscuro y a lo desconocido essuplantada porun trabajo muchoms brutal, que transformael cuerpo, pro-ductivo y reproductivo, en un instrumento operador que acta sobre esecuerpo medioambiental que es la naturaleza o la sociedad.

    La historia de ese progresismo es bien conocida; existe un hilo rojoque conecta laeconomade la salvacin cristiana con la economamoder-na stricto sensu. En cada uno de estos casos lo que prevalece es la preocu-pacin por la perfeccin, por el bien; bien celestial o bien terrestre. Lo llamomito del progreso. Vifredo Pareto por su parte hablaba del mito virtuista(1971). Esta expresin es adecuada porque subraya el vnculo del saberconel poder que puede ser representado en forma de silogismo: la esencia delhombreesel bien, el dominio (de s, del mundo)es la manerade llegar a esebien, y el saber es lo que lo permite.

    Desde Scrates hasta las teoras de la emancipacin del siglo XIX, pa-sando por San Agustn y la Ilustracin del siglo XVIII, se trata de pasar de lanecesidad a la libertad gracias al intelecto. Esunasensibilidad de titanes, un

    imaginario fustico segregando una teora agonal. Es un combate internopara llegar a la visin verdadera, a la ortodoxia y un combate externo paraasentar un poder justo, la ortocracia. Este horizonte agonal se encuentra enlo que Gabriel Tarde denominaba sociomaquia y lo que bellamente MichelFoucault llama voluntad de saber. Todo esto se desvanece cuando se con-sidera a la sociologa como un deporte de combate.

    Estamos frente a un saber belicoso en esencia, intolerante en sus for-mas banales pero que piensa actuar para el mayor bien de la humanidad.Bsquedadel Bieny de lo Verdaderoque resumemuy bien el espritu de sa-cerdocio de muchos observadoreso actores sociales, a saber: no se puedepensar o actuar sino para aliviar los males individuales o colectivos, sinopara indicar el sentido ltimo y el camino a seguir; parahacerlo hay que pen-sar y actuar en lugardeaquellos de loscuales nos creemos responsables (Pa-

    lente, 1085). Esto constituye la violencia totalitaria, legtima, institucional,buscando siempre de manera fantstica una hipottica ciudad de Dios uotra sociedad perfecta.

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    Las teoras sobre el Hombre en general as como las que postulan laPerfeccin desembocan en un callejn sin salida. Esto lo testimonianel sen-timiento difuso de crisis y la saturacin de los grandes relatos de referen-cia. El totalitarismo economicista, el de la economa de la salvacin indivi-dual o el del todo econmico, desemboca en una verdaderaalienacin, a sa-ber: el Hombre y losvalores universales de loscualessera actor, transformaal hombre plural de lo cotidiano en un extrao de s mismo. De all provienela deshumanizacin galopante que ya no oculta ni siquiera los patticos lla-mados al humanismo que suenan como ociosos encantamientos. El vnculodel saberconel poderhace triunfar una semi-cultura meditica, lo que la Es-cuela de Francfort llamaba muy justamente la industria cultural, que puedeser consideradacomo una perfecta ilustracin de unaantfrasisque designa

    todo lo contrariode lo que se dice. Es una irona curiosa la historia que hacedel saber instrumentalizado una verdadera ignorancia.

    Al privilegiar el activismo del homo fabero el racionalismo del homosapiens,se llega, como si de un accidente en la mecnica humana se trata-ra, a una increble inversin que hace que las cosas dominen a los que debe-ransersus propietarios, es deciralgo as como el mito delGolem, revisitadopor decirlo as. Lo es demuestra Max Scheler (1970) en el ltimocaptulo delHombre del resentimiento. Cuando el valorde vida deja el lugaral valordeutilidad, seasistimos al triunfode unadegeneracin,queescondidabajoelmoralismo esdehechouna negacin o una denegacin de laexistenciaensu sentido pleno.

    Teniendo esto presente, se puede apreciar por medio de un saber de-sinteresado, sin compromiso, las mltiples reacciones frente a la unidimen-sionalidad econmico-tecnocrtica. Las rebeliones, revueltas, indiferenciaspolticas, importancia de la proxmica,valoracin del territorio, sensibilidadecolgica, regreso a las tradiciones culturales y a los remedios naturales,todo esto y muchoms, traduce la continuidad, la tenacidad de un querer-vi-vir, individual y colectivo, que no ha podido ser totalmente erradicado. Es laexpresin de una irreprimible salud popular, el surgimiento de una tcticaexistencial alternativa, de alguna manera un ejercicio de reconciliacin, re-conciliacin con los otros y con este mundo que compartimos con ellos.

    Enefecto, si hay momentos en los que el sentido se expande llevndo-se sueos lejanos, momentos politistas y universales, momentos de ten-sin en los que el alma se exalta por el por-venir, hay otros en que por elcontrario se dedica a recogerse en s mismo y en lo que tiene alrededor, ah

    en donde valora lo que es dado. Retorno a la tierra, inmaginario del senti-do. A partir de ah, para retomar un anlisis de Merleau-Ponty (1945), la con-ciencia es un hueco donde se crea tiempo. Podemosproseguir diciendo quela conciencia colectiva busca sus races, sepoliteiza, hace resurgir sus dio-

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    ses como abreviaturas de la parte fenomenal delmundo (Nietzsche, 1961)y reinvierte los mitos resumidos que cuentan un mundo que compartimoscon los otros.

    Esto constituye una fuerte seal de un cambio de imaginario. Todoesto es la marca de la postmodernidad. La elaboracin de una coherenciasocialvivida, de manera paradjica, en lo ms cercano pero con ayuda desueos inmemoriales; esos que han arrullado la infancia de todos y que ac-tualizan la juventud del mundo.

    Es esto lo que nos extraa en muchos fenmenos sociales contempo-rneos, en particular, en las prcticas juveniles. Es lo que se presenta en lacreacin artstica y en la vida diaria. Hay que pensar en la profundasignifica-cin del no sentido de la vida. Una significanciaque no se proyecta, un po-der societal que no se reconoce en el mito progresista o en las teoras de laemancipacin que lo expresan, sino que toma su sustanciosa mdula desus races, de una naturaleza que le sirve a la vez de matriz y de estuche.

    Esta significanciaque noseproyectay viveel da a da con los mitos ar-caicos recuerda intuiciones como la de Gabriel Tarde sobre la repeticinuniversal (Miller, 1970), y claro est la iluminacin nietzscheana sobre eleterno retorno. Estas seencarnanconcretamente en las figuras de la publici-dad o enel tempo lancinantede lamsicatecno.Las conversacionescotidia-nas en las que la repetitividad de las noticias de laspginasrojas de los peri-dicos son ilustraciones esclarecedoras.

    Enesos casos seest lejos dela via rectade la demostracin y cercade la rumiadura primitiva de algunos enigmas propios de la naturaleza hu-

    mana. Hay redundancia en todos los fenmenos sociales constitutivos de lavida cotidiana as como en las diversas lecciones de una misma historiaque los historiadores de las religiones encuentran en los mitos. De all la im-posibilidad de analizarlos buscando sus causas, o apreciarlos en funcin deuna finalidad simplemente racional, lo que trae serias consecuencias paranuestra comprensin de esos mismos fenmenos.

    As como lo indiqu en relacin con Wittgenstein, la explicacin no esoperatoria en este caso. El porqu se torna una pregunta abstracta, nica-mente el cmo, la descripcin fenomenolgica puede sernos de utilidad.La vida cotidiana no es tributaria de la simple razn o, digamos ms bien,questa noes la llave universal puesto quehay que adjuntarle el rol de lapa-sin y la importancia de los sentimientos compartidos. Es conveniente inte-grarle, implicarle el juegode losafectos, la imprevisibilidaddelhumor, inclu-

    so el aspecto factual de los ambientes, sin olvidar el xito que no deja de te-ner a largo plazo la memoria colectiva, la de las gracias y las desgracias que,por sedimentaciones sucesivas han constituido el sentimiento de pertenen-cia propio del hecho comunitario.

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    Hay que tomar en cuenta las criptas propiasdel inconsciente colecti-vo para aprehender las efervescencias, irrupciones, abstenciones, desamo-res o repentinas histerias que caracterizan a todos los fenmenos polticos,deportivos, festivos o cotidianos que la actualidad nos prodiga. Esas criptasestn pobladas de fantasmas, figuras maravillosas o terrorficas. Cosasirreales,pero llenasde sentido y, en todo caso, presentes en loscrmenes,en el paroxismo fantico, en la comunin deportiva o en el xtasis musical.Desdeentonces, lo fantsticoy el fantasmaformanpartede la fantasasocialcuyas consecuencias no se pueden negar.

    El dadasmo, el surrealismo u otras vanguardias literarias plantearonlas premisasdeuna relacincon la existenciaen lacual lo ldico y loonricotenan derechode ciudadana. Sin ser conscientes,constituyeuna escritura

    automtica y un desvo psico-geogrfico que se han infiltrado en el con-junto del cuerpo social, Gran juego colectivo en el que se difuminan las r-gidas barreras del sueo y la realidad, de lo serio y lo placentero. Lo nicoque importa son las situaciones, los buenos momentos que unas tribus,cuyo sitio puede ser real o virtual, comparten con intensidad en el vasto jue-go de la Divina Comedia.

    Es all donde el pensamiento moderno tropieza. Por estar demasiadoobsesionado en encontrar causalidades y finalidades mecnicas, resulta in-capaz de aprehender una vida social sin proyecto; es decir, el regreso de lonmada y otras formas de hombre salvaje. Aqu podemos escuchar al granpoeta surrealista Joseph Delteil: el gran combate, la gran revolucin es elenfrentamiento de la naturaleza contra la cultura (Drot, 1990; Mafessoli,1982, 1991), en todo caso, una cultura que se ha vuelto rgida, esclerosada,apartada de la vida de cada da. Tal sensibilidad paleoltica contamina mu-chos aspectos de la existencia colectiva y puede ser considerada como unapulsin de rejuvenecimiento, una preocupacin por el reencuentro, por lareconciliacin con el instinto natural.

    Los freness corporales, los meneos musicales, las contorsiones tea-trales, lashisteriaspropiasde la religiosidadcontemporneaestnah comootros indicios de una nueva coreografa social de carcter esencialmentesubterrneo.A semejanza de la imagen deDionisos, divinidad terrena,pode-mos interpretar esa bsqueda de goce salvaje de los mltiples freness delosconvulsionarios postmodernos. La significanciade estejuego (quierodecir el sentido inmanente que caracteriza este goce) es la vida que se repi-te constantemente con lo que asegura su permanencia intangible.

    El eterno retorno (Nietzsche), la repeticin universal (G. Tarde) sonconstitutivos de un ordensimblico manifestado pormedio de pequeos ri-tuales cotidianos; el tempomusical ambiente que esmslancinanteque me-ldico; las agregaciones tribales que se efectan en torno a figuras emble-

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    mticas, o ttems diversos (gures,estrellas musicales, deportivas o medi-ticas), todo esto puedeser considerado como signos que de manera sabiao trivial tratan de encarnarlo que nos une a lo indecible y a lo invisible. Sinembargo, esa unin es difcil. Es una adecuacin que nunca es segura y quedebe renovarse continuamente. Como lo dije, el sentido, en ese orden sim-blico, no se proyecta hacia una meta lejana, sino que se enraza en lo msprofundo. La comunin en torno a los arquetipos a los cuales ya aludimos,puedeserconsideradacomo una tctica inconsciente para vivir esa relacincon lo invisible. Y esto gracias a la superficialidad de lo visible, de los fen-menos por ms ostentosos que sean.

    Es lo que puede hacernos comprender que los hroes postmodernosya no sean polticos o ideolgicos, sino a la imagen de los dioses premoder-

    nos: figuras que viven pasiones, amores, bajezas y exaltaciones comotodo el mundo. De ah la necesidad de establecer una hermenutica centra-daen la mitologa cotidiana que sepa reconocer en el juego de lasredundan-ciasrituales, visuales, acsticas, sensoriales, una funcin simblica que,como lo afirma Gilbert Durand (1992), corrija y complete, sin descanso, lainadecuacin con ese sentido profundo al que aspiramos.

    Existe intensidad en la superficialidad de los fenmenos. El sentidoque ya no tiende a ninguna meta lejana se tiende en (in tendere) lo que esvivido aqu y ahora, con los dems; el culto por el cuerpo, la importancia dela moda y de sus tops-models, la omnipresencia de lo sensorial, de lo emo-cional o de las vibraciones comunes as lo confirman. El vnculo social sehace ms carnal que cerebral. Es otra forma de coherencia. Una concordan-cia con otros y con el mundo que es supra-histrica, una cohesin de algu-namanera interna. El estar-juntono tiene la necesidad de darseunaraciona-lidad lejana, la del progreso social o del paraso celeste por venir, simple-mentesevive el instante.La repatriacindelgoce es el signo trgico y jubilo-sodel eterno retorno y le da loque Nietzsche (1961) llamaba un carcterdeeternidad y de estabilidad.

    Pues es sorprendente observar, ms all de lospensamientos conveni-dos sobre la supuesta morosidad ambiente, una innegable serenidad en elcorporesmo contemporneo, juegos del cuerpo, juegos sobre el cuerpo.Tatuajes,piercing, body building, barroquizacin de la vestimenta, cos-metizacin, exaltan un cuerpo cuya finitud se conoce, pero esto se hace enuna perspectiva mstica. Son rituales de unin, sacramentos que hacen vi-sible una fuerza invisible. La repeticin de los signos, colores del cabello,

    marcas cutneas, uniformes vestimentarios, leitmotivsdiscursivos, expre-sando una salud salvaje, natural, que, ms all o ms ac de las ideologastraduce un hedonismo tribal, donde la solidaridad, la ayuda mutua y la gene-rosidad tienen su parte.

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    Bien sea en las salidas a lugares nocturnos, en las asambleas religio-sas, en las diversas peregrinaciones exticas o en la multiplicacin de lasprcticas deportivas, lo que est en juego es en realidad la exaltacin de lavida en lo que tiene de sensible y afectivo. El ascetismo, la reserva, la coac -cin, propios de laeducacinjudeo-cristiana ya nosonaceptables. Slo pre-valece el consumo del instante. Alegras de los sentidos aliando espritu ycuerpo y celebrando as la integridad del ser.

    El imaginario que as se dibuja es, esencialmente, esttico, el de las vi-braciones comunes. Un estado mental que ya no tiene nada que ver con elmejorismodelprogreso, pero que hace hincapi en lo que Kierkegaard lla-maba la infinidad de los posibles. De all la importancia de la experiencia,de lasexperienciasdonde se prueba sucesivamente estas diversas potencia-

    lidades. Ya nose tratade ser unadulto serio y que tiendehacia la perfeccinde un estado estable, sino al contrario un nio eterno, en constante trans-formacin, y vido de lo que se presenta. Un tal juvenismo puede ser criti-cado desde un punto de vista moderno. No por eso contagia menos los mo-dos de vida, precarios, efmeros, las maneras de vestir, los cuidados delcuerpoy lasdiversas posturas intelectuales. Lo que se traduce en el rechazoexacerbado de cualquier proyecto (poltico o existencial).

    Si tratamos de captar el significado de ese estado de hecho, podemosver all una especie de cortocircuito entre losdiversos elementosde la tradatemporal. Focalizacin en el presente. Y esto en el sentido que Heidegger ledabaa este trmino: Gegenwart, unaesperacontra.Debiendoentender-se contra como lo que est cerca1. Estar en contradel otro, no oponindosepero cerquita de l, como estar contra loselementos naturales de su cuerpoy del mundo en general. Presente que une paradjicamente una dinmica yuna proximidad. Presente de la fuerza interna.

    Un tal presentesmo es conseguridad la dimensin ms importante delas maneras de ser contemporneas y del vnculo social que impulsan. Elmito del eterno nio, de sus potencialidades infinitas y el deseo de la expe-riencia que es su corolario, constituyen una lgica coherente cuyas conse-cuencias deben ser medidas. Para retomar aqu un anlisis de Georges Stei-ner (1973, 1981), esto nos obliga a concebir una teora de la cultura quepueda resistir en ausencia de todo dogma o de un imperativo metafrico de

    perfectibilidady de progreso.

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    1 Nota de la traductora: en francs, la palabra contre significa a la vezcontra y muy cerca.

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    Tarea difcil para la cual nuestros instrumentos corrientes de anlisis(polticos, sociales, econmicos) se presentan como inadecuados y obsole-tos. Perotarea urgentesi queremos, ms all de todas lasactitudeso norma-tivas, pegarnos de lo que es. Tarea en todo caso necesaria para aprehenderuna cultura en gestacin. Pues se trata de una cultura.Cultura, como ya lodije, salvaje, natural, desordenada, donde lo que es, es captado intuitiva-mente como habiendo sido. Cultura que retoma, aqu y ahora, estos ele-mentos arcaicos del estar juntos que son, por ejemplo, el tribalismo y elnomadismo.

    Redefinicin de la cultura que sea capaz de dar al presente y a la expe-riencia todo el espacio que le corresponde. Como sucedi en varios otrosmomentos fundadores en la historia de la humanidad. El apogeo de la civili-

    zacin griega, en el siglo V antes de nuestra era, la efervescencia esttica delo que se llam la decadencia romana, el Renacimiento y el Quatrocentoitaliano son, entre algunos ejemplos, manifestaciones siempre importantesen lamemoria colectiva, deunplacerde vivir que afirmauna cohesinsocialque norequieredeunobjetivoa largoplazo, o deunproyecto por realizar.

    Recuerdo que se tratade una tica de la esttica que tiene sus cartasde nobleza, y que slo a un espritu limitado por la supuesta superioridad delamarchareal del progreso le cuestaen concebir. El cortocircuitodel tiempopuede hacer cultura. Puede producir afectos que estn lejos de ser despre-ciables, y hacer de la creacin colectiva unaverdadera dimensinsocial. Ascomo lo notaba Georges Simmel (1978) a propsito de Roma, el pasado sevuelve presente, o a la inversa el presente es apacible, onrico, tan supra-subjetivocomo un pasado (Mafessoli, 1990, 1995).

    Sera necesario aplicar esta descripcin a ciertos ambientes urbanoscontemporneos donde, lejos de las preocupaciones polticas o econmi-cas, inclusolejos de las instituciones queregulanracionalmente la sociedad,se siente esta serenidad intemporal de la vida cotidiana. As, en estos mis-mos lugares, en lasefervescencias festivas que se multiplican, se tiene la im-presin de asistir a concentraciones inmemoriales que presentan figurasfantsticas que habamos credo superar, y que vuelven a decir, una y otravez, la fuerza de un presente eterno.

    En este presente, lo salvaje y el artificio se conjugan. La tecnologa ylos arquetipos conviven en buenos trminos.Culturizacinde la naturaleza,naturalizacin de la cultura. Todo nos recuerda que somos perpetuos ani-males (A. Breton) que siempre vuelven a representar papeles que no son en

    nada nuevos, y que no hacensino repetirnuestros antiguos instintos. Quizssea a la etologa a la se deba referir cuando hablamos de los hombres. Muyprecisamente cuando las pasiones, las emociones o los diversos afectos re-surgen, nos damos cuenta que los modelos que tenemos a nuestra disposi-

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    cin no son muy numerosos. Y, sobre todo, cuando revisten mscaras, pos-turas, maneras de ser profundamente arraigadas. El inconsciente colectivosera una suerte de cerebro primitivo que regularmente recobra fuerza y vi-gory asrecuerdaelhumus conl que est hechonuestroanimal humano.

    Para comprenderbienla saturacin delprogresismooccidental, consucortejo de fe en el futuro y de mejorismo que impulsa, insisto en el serenohedonismo de las tribus postmodernas, en su desinhibida apetencia por elpresente y, por cierto, en la salud salvaje de su culto por el cuerpo. All hayalgo reiterando una slida presencia al mundo, que hace del cosmos un n-cleo alrededor delcualnoscongregamos,un lugarde acogida y resguardo.

    Remito aqu al bello texto deHeidegger (1992)sobre la isla deDelos: laAparente. Su meditacinsobreel parecerpenetrante o el resplandor lumi-noso delparecer, sobre estecampo donde permanece difuso todo ser queentreverdaderamenteenpresencia.A travs de los trminosque lesonpro-pios, el pensador puede ayudarnos a comprender la adhesin a lo que sepuede llamar la importancia de la estadaen la casa comn. En efecto, loque importa ahorayanosonlas representaciones, que remiten todasa unhi-pottico all, sino el juego, a veces teatral, de la presentacin.

    El juego del mundo, el mundo como juego. Aqu estamos en el centromismo del regreso de las figuras mticas en la festividad contempornea,una celebracin de las races, una bsqueda desenfrenada de los smbolos,el deseo de una relacin con la alteridad a travs de arquetipos que no se re-presentan sino que se viven aqu y ahora.

    Hay enesouna energaespecfica.Energaque nosedifundeen lopol-

    tico. Energa infusaen la banalidad intensa de la vida cotidiana. El imagina-rio colectivo, podramos decir el inconsciente, saca su fuerza de este tesoroarquetipal. Se trata de una realidad objetiva que, sin saberlo demasiado, enla imagen publicitaria, en la postura coreogrfica, incluso en la obscenidaddelosrealyshows,hace quesepresente loque seunea loque es, por na-turaleza, no representable.

    De all la necesidad, para dar cuenta de ello, de la aplicacin de la ana-loga, de la bsqueda de unvnculo no causal, de una descripcinque alineelos cuadros, de una construccin en mosaico. Todo esto, por concatenacio-nes sucesivas, hace resaltar un sentido no proyectivo, esencialmente pre-sente.

    En efecto, se puede leer una novela televisiva como la puesta en esce-nade figurasmitolgicasdel Pantengriego. Delmismomodo,enalgndes-file tecno o love, as como en los desfiles de la alta costura, se vuelvea en-contrar la expresin, paroxstica, de antiguos arqueotipos. Pero es una recu-peracin que los hace immanentes. Estamos lejos as de la trascendencia

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    occidental, bien seasta teolgicao poltica. En las figurasa las que nos refe-rimos, ser esser en elmundo.Pero la energa desplegada para ello, cercanaa lavoluntadnietzscheana,seconcentra, secristaliza, en lomscercano.

    Ser en el mundo sera entonces, sino la claveexplicativa, al menos elngulo de abordaje que permite, en su sentido estricto, la obscenidadcon-tempornea. No existe parte posterior, todo est puesto en la parte delante-ra de la escena. Pero entonces, todo es puntual, factual. Este ser es de uninstante. Lo que nos obliga, es cierto, a superar la concepcin del trminoser al cual tenemos tendencia a darle un sentido nominal: ser un hombre,una mujer, de izquierda, de derecha, en breve un ser con identidades. Encambio, el ser de la energa de la teatralidad post (y pre) moderno es un infi-nitivo,que englobamuchoms,yodirams matricial(Steiner, 1981). Seren

    el cual se participa casi demanera mgica. Es loque nos permite compren-der el sentimiento de pertenencia: se es de un grupo, se es de alguien, se esde un territorio, se es de un gusto sexual, musical, deportivo, religioso.

    Ser englobante que ya no es legitimado o racionalizado por un Ser su-premo sea ste Dios, el Estado, la Institucin,el Individuo, Ser supremoqueconfiere sentido. Pero ser englobante que hace que seamos alguien slo enlamedidaenque comulgamosconotros, as como lo indiqu,conuna figuraepnima: una star, ungur, un animal, un lugar. Enstricto sensu, esta figu-rada el nombre. Entonces lleva a la existencia. Es la revolucina la que asis-timos: existimos slo en relacin, en comunin con otros, y esta reutiliza-cin de lasfigurasmitolgicas, lasde losarquetipos, lasde las formas fants-ticas (brujos, hadas, hroes imaginarios), permite hacer visible esta rela-cin.

    Semejante interdependencia, a veces chocante para un pensamientomoderno habituado al individualismo, no es finalmente sino otra tctica,como Oriente la aplic, acentuando las correspondencias, las concordan-cias entre todoslos elementos, todoslos aspectos de una vida que no secomparte.

    Referencias Bibliogrficas

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