m J Unligerotemblor: Gabriel Celayaa Gabriel, no recuerdo por qué, como siélfuese su hijo, yluego...

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_2 EL SOL, Domingo, 28 de abril de 1991 :T SEGUNDA PLANA l)niversitat Autónoma de Barcelona Biblioteca d'Humanitats .................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................. ;¡*k& ¡...s m J OSE-AGUSTIN GOYTISOLO ' Un ligero temblor: Gabriel Celaya A SÍ es que conocí perso- nalmente a Gabriel Cela- ya poco tiempo después de que él y su compañera Amparo Gastón tomaran un pequeño apartamento en Madrid, en la calle Nieremberg. Di- go que le conocí personalmente ya que, como escritor, le conocía desde mucho antes, pues había leído alguno' de sus libros como Tranquilamente hablando, Las cosas como son o Las cartas boca arriba. Además, mis compañeros de Barcelona y yo nos habíamos carteado con él y también enviado nuestros pri- meros libros. Me acompañó a su casa Ángel Gon- zález. A Ángel le conocí en Barcelona de un modo algo rocambolesco, pues apareció en una reunión muy nutrida que teníamos en el ático de Carlos Ba- rral en la calle San Elías, y al principio creíamos que era un soplón o un po- licía, pero como él había invocado su amistad con Vicente Aleixandre, creo que fue Jaime Gil el que llamó a Ve- lintonia, y Vicente nos tranquilizó ase- gurando que era un buen amigo y un buen peeta, cosa-s ambas que muy pronto pudimos constatar. Bien, ya estamos Ángel y yo en la casa de Amparo y Gabriel. Había li- bros PQr todas partes, hasta en el techo casi, tantos como para llenar cuatro apartamentos como aquél; en el come- dor-estar, en un hueco entre los ago- biados estantes, una mesa bajita era el apoyo en el que descansaba una vie- ja máquina de escribir; la silla, tam- bién baja, era como de costurera o de artesano cestero. Me gustó aquel am- biente vivo, abigarrado y limpísimo. Las cosas siempre tienen algo que ver con la personalidad de los que las ha- bitan. Amparo lucía bien, era muy cari- ñosa y alegre, y de tanto en tanto reñía a Gabriel, no recuerdo por qué, como si él fuese su hijo, y luego entendí que, en parte, esto era verdad: Celaya tenía mucho de niño, a veces caprichoso. Es- taba en mangas de camisa, una camisa vasca de ésas a cuadros de colores, nos hablaba y miraba sonriendo mientras despejábamos la mesa de comer. Sus ojos eran claros y chispeantes como los dé un pillastre. Cuando Amparo trajo unos vasos y un frasco de vino, nos sentamos y empezamos a charlar. Ángel González le contó de mis amigos y de mí, cómo nos conoció, qué carácter tenía cada uno de nosotros, cómo y sobre qué es- cribíamos y lo que bebíamos. Celaya dijo que escribíamos bien, pero que éramos unos señoritos, rojetes pero señoritos, y que eso de ser un grupo de amigos estaba muy bien. Amparo cortó para decir que más señoritos que Gabriel, aunque no tuviese un duro, imposible; pero que a ella le gustaban los señoritos así, los que metían bulla contra el Gobierno. Al terminarse el frasco de vino, ya estaba Gabriel en la calle para que lo rellenaran en una bodega que estaba cerca de su casa. Cuando volvió, se- guimos hablando, y de la poesía nos pasamos a la política, a la situación del país. Gabriel era el más optimista: la dictadura no podía durar mucho más tiempo. Amparo, más radical y realista, decía que teníamos que actuar en todos los frentes, pero pensando que la broma podía prolongarse, y que la solución iba a darla el pueblo español y no sólo los políticos y los escritores. Muchas veces volví a su casa: solo, con mi mujer o con algún amigo. Ga- , briel era un hombre perfectamente se- rio cuando hablaba de 'poesía y de su poesía. Había dejado atrás su inicial surrealismo, y más tarde abandonó el angustiado sentir de la existencia per- sonal en medio de un mundo absurdo, sin destino. La dictadura, la injusticia y la falta de libertad individual y co- lectiva le llevaron a escribir una poesía de denuncia y de crítica social, de cla- rísimo talante antifranquista. Creía en la posibilidad de que el hombre cambiara la sociedad: era su fe elegida. Yo sabía que militaba en el partido comunista desde hacía más de diez años, pero también sabía que no es- cribía jamás al dictado o por consignas recibidas. Celaya creía en un marxis- mo democrático, con rostro humano, capaz de liberar a los oprimidos, de dar sentido al sinsentido de la historia y de iluminar a los hombres, a todos, ha- cía un futuro mejor. Era un marxista utópico, un artista, un soñador; y la vastedad de sus anhelos y de su obra no cabían en los rígidos y estrechos esquemas ideológicos de un partido político. Como ciudadano y como militante no eludió riesgo alguno: ofrecía ayuda y casa a clandestinos o perseguidos, y siempre apoyó toda actitud indivi- dual o colectiva contra la dictadura, aunque tal actitud no surgiera del par- tido en el que militaba Si tuvo miedo, cosa nada estraña, ya que miedo lo te- níamos todos, nunca lo demostró, y tampoco demostró temor a la censura oficial del régimen franquista ni se de- jó pillar por la censura interior, la pe- nosísima autocensura que atenazó a otros escritores. ¡Dios, tantos años! Vuelvo a ver a Amparo y a Gabriel en Barcelona, en mi casa, y también en congresos, en reuniones literarias que acababan siendo mítines políticos, en cafés de altas noches, en casas de comidas ba- ratas y hasta en restaurantes de lujo, como en Formentor, vigilando que Dá- maso Alonso, en su fervor poético y etílico, no escapase haeía Palma en ta- xi, casi de madrugada, para hacer de las suyas, para pecar, decía. .. Y Gabriel siempre alegre, sonriendo al escuchar sus poemas en voz de Paco lbáñez o al explicarle historias a mi hija, y tam- bién siempre a punto de desatar su ri- sa ingenua y convulsiva, como el Oía que fuimos a ver a Gloria Fuertes, in- vitada en un pueblo de la sierra de Ma- drid por tres o cuatro amigas, asom- brosas como ella, y hubo duchas y vino y amores instantáneos, y música de júbilo y de risas que Gabriel dirigía, libre y muy felizmente, como él quería el mundo. Cuando un hombre como Gabriel Celaya muere y la mujer que amó es- parce sus cenizas, como él quiso, desde un pequeño cerro de su país natal, pa- ra que caigan sobre una pradera, algo o mucho de este hombre sígue vivien- do en los que le conocimos y entre lQS que, sin conocerle, han leído o escu- chado sus poemas hechos canción: es la voz amiga de un escritor que' vivió, amó y sufrió, por él y por los otros. y un ligero temblor, parecido al del heno cuando el aire abanica la prade- ra, nos conmueve, nos une, nos alienta. .;.José Agustín Goytisolo es escritor.

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Page 1: m J Unligerotemblor: Gabriel Celayaa Gabriel, no recuerdo por qué, como siélfuese su hijo, yluego entendí que, en parte, esto era verdad: Celaya tenía mucho deniño, aveces caprichoso.

_2 EL SOL, Domingo, 28 de abril de 1991: T

SEGUNDA PLANAl)niversitat Autónoma de Barcelona

Biblioteca d'Humanitats

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JOSE-AGUSTIN GOYTISOLO '

Un ligero temblor: Gabriel Celaya

A SÍ es que conocí perso-nalmente a Gabriel Cela-ya poco tiempo despuésde que él y su compañeraAmparo Gastón tomaranun pequeño apartamento

en Madrid, en la calle Nieremberg. Di-go que le conocí personalmente ya que,como escritor, le conocía desde muchoantes, pues había leído alguno' de suslibros como Tranquilamente hablando,Las cosas como son o Las cartas bocaarriba. Además, mis compañeros deBarcelona y yo nos habíamos carteadocon él y también enviado nuestros pri-meros libros.

Me acompañó a su casa Ángel Gon-zález. A Ángel le conocí en Barcelonade un modo algo rocambolesco, puesapareció en una reunión muy nutridaque teníamos en el ático de Carlos Ba-rral en la calle San Elías, y al principiocreíamos que era un soplón o un po-licía, pero como él había invocado suamistad con Vicente Aleixandre, creoque fue Jaime Gil el que llamó a Ve-lintonia, y Vicente nos tranquilizó ase-gurando que era un buen amigo y unbuen peeta, cosa-s ambas que muypronto pudimos constatar.

Bien, ya estamos Ángel y yo en lacasa de Amparo y Gabriel. Había li-bros PQr todas partes, hasta en el techocasi, tantos como para llenar cuatroapartamentos como aquél; en el come-dor-estar, en un hueco entre los ago-biados estantes, una mesa bajita erael apoyo en el que descansaba una vie-ja máquina de escribir; la silla, tam-bién baja, era como de costurera o deartesano cestero. Me gustó aquel am-biente vivo, abigarrado y limpísimo.Las cosas siempre tienen algo que vercon la personalidad de los que las ha-bitan.

Amparo lucía bien, era muy cari-ñosa y alegre, y de tanto en tanto reñíaa Gabriel, no recuerdo por qué, comosi él fuese su hijo, y luego entendí que,en parte, esto era verdad: Celaya teníamucho de niño, a veces caprichoso. Es-taba en mangas de camisa, una camisavasca de ésas a cuadros de colores, noshablaba y miraba sonriendo mientrasdespejábamos la mesa de comer. Sus

ojos eran claros y chispeantes comolos dé un pillastre.

Cuando Amparo trajo unos vasosy un frasco de vino, nos sentamos yempezamos a charlar. Ángel Gonzálezle contó de mis amigos y de mí, cómonos conoció, qué carácter tenía cadauno de nosotros, cómo y sobre qué es-cribíamos y lo que bebíamos. Celayadijo que escribíamos bien, pero queéramos unos señoritos, rojetes peroseñoritos, y que eso de ser un grupode amigos estaba muy bien. Amparocortó para decir que más señoritos queGabriel, aunque no tuviese un duro,imposible; pero que a ella le gustabanlos señoritos así, los que metían bullacontra el Gobierno.

Al terminarse el frasco de vino, yaestaba Gabriel en la calle para que lorellenaran en una bodega que estabacerca de su casa. Cuando volvió, se-guimos hablando, y de la poesía nospasamos a la política, a la situacióndel país. Gabriel era el más optimista:la dictadura no podía durar muchomás tiempo. Amparo, más radical yrealista, decía que teníamos que actuar

en todos los frentes, pero pensando quela broma podía prolongarse, y que lasolución iba a darla el pueblo españoly no sólo los políticos y los escritores.

Muchas veces volví a su casa: solo,con mi mujer o con algún amigo. Ga-, briel era un hombre perfectamente se-rio cuando hablaba de 'poesía y de supoesía. Había dejado atrás su inicialsurrealismo, y más tarde abandonó elangustiado sentir de la existencia per-sonal en medio de un mundo absurdo,sin destino. La dictadura, la injusticiay la falta de libertad individual y co-lectiva le llevaron a escribir una poesíade denuncia y de crítica social, de cla-rísimo talante antifranquista. Creíaen la posibilidad de que el hombrecambiara la sociedad: era su fe elegida.

Yo sabía que militaba en el partidocomunista desde hacía más de diezaños, pero también sabía que no es-cribía jamás al dictado o por consignasrecibidas. Celaya creía en un marxis-mo democrático, con rostro humano,capaz de liberar a los oprimidos, de darsentido al sinsentido de la historia yde iluminar a los hombres, a todos, ha-

cía un futuro mejor. Era un marxistautópico, un artista, un soñador; y lavastedad de sus anhelos y de su obrano cabían en los rígidos y estrechosesquemas ideológicos de un partidopolítico.

Como ciudadano y como militanteno eludió riesgo alguno: ofrecía ayuday casa a clandestinos o perseguidos,y siempre apoyó toda actitud indivi-dual o colectiva contra la dictadura,aunque tal actitud no surgiera del par-tido en el que militaba Si tuvo miedo,cosa nada estraña, ya que miedo lo te-níamos todos, nunca lo demostró, ytampoco demostró temor a la censuraoficial del régimen franquista ni se de-jó pillar por la censura interior, la pe-nosísima autocensura que atenazó aotros escritores.

¡Dios, tantos años! Vuelvo a ver aAmparo y a Gabriel en Barcelona, enmi casa, y también en congresos, enreuniones literarias que acababansiendo mítines políticos, en cafés dealtas noches, en casas de comidas ba-ratas y hasta en restaurantes de lujo,como en Formentor, vigilando que Dá-maso Alonso, en su fervor poético yetílico, no escapase haeía Palma en ta-xi, casi de madrugada, para hacer delas suyas, para pecar, decía. .. Y Gabrielsiempre alegre, sonriendo al escucharsus poemas en voz de Paco lbáñez o alexplicarle historias a mi hija, y tam-bién siempre a punto de desatar su ri-sa ingenua y convulsiva, como el Oíaque fuimos a ver a Gloria Fuertes, in-vitada en un pueblo de la sierra de Ma-drid por tres o cuatro amigas, asom-brosas como ella, y hubo duchas y vinoy amores instantáneos, y música dejúbilo y de risas que Gabriel dirigía,libre y muy felizmente, como él queríael mundo.

Cuando un hombre como GabrielCelaya muere y la mujer que amó es-parce sus cenizas, como él quiso, desdeun pequeño cerro de su país natal, pa-ra que caigan sobre una pradera, algoo mucho de este hombre sígue vivien-do en los que le conocimos y entre lQSque, sin conocerle, han leído o escu-chado sus poemas hechos canción: esla voz amiga de un escritor que' vivió,amó y sufrió, por él y por los otros.y un ligero temblor, parecido al del

heno cuando el aire abanica la prade-ra, nos conmueve, nos une, nos alienta.

.;.José Agustín Goytisolo es escritor.