Luna Felix - El 45

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Historia

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El 45

Por qu el 45? Porque fue un ao decisivo, en cuyo transcurso se determin el sentido que tendra la prxima dcada argentina. Y no solamente porque el entonces coronel Pern haya llegado al poder e iniciado su hegemona, sino porque el pas entero decidi entonces adquirir un determinado estilo poltico y asumir una determinada conciencia. Ciertos valores cayeron para siempre y otros quedaron afirmados, tambin para siempre, en 1945. Probablemente no haya ao alguno del siglo XX que seale una transicin nacional con caracteres tan claros y netos. Adems, el 45 estuvo lleno de hechos singulares, quizs irrepetibles, que adquirieron una fecunda perspectiva histrica en la medida que se los analice tratando de llegar al fondo del asunto.

Flix Luna reconstruy en este libro la inslita y apasionante experiencia poltica que deriv en la clausura del tradicional rgimen de partidos y abri paso a una nueva perspectiva histrica.

El 45 es por su amenidad y su fundamentacin documental un clsico de la literatura poltica argentina.

Flix Luna

El 45

Crnica de un ao decisivo

Ttulo original: El 45Flix Luna, 1968

Diseode cubierta: Diseador

Editor digital: Ariblack

ePub base r1.2

A Florencia,

porque alguna vez

me preguntar

cmo fue todo aquello.

EXPLICACIN

Por qu el 45? Por dos rdenes de razones. En primer lugar, porque 1945 fue un ao decisivo, en cuyo transcurso se determin el sentido que tendra la prxima dcada argentina. Y no solamente porque Pern haya llegado al poder e iniciado su hegemona, sino porque el pas entero decidi entonces adquirir un determinado estilo poltico y asumir una determinada conciencia. Ciertos valores cayeron para siempre y ciertos valores quedaron afirmados, tambin para siempre, en 1945. Probablemente no haya ao alguno, en el ltimo medio siglo, que seale una transicin nacional con caracteres tan claros y netos. Adems, 1945 estuvo lleno de hechos singulares, quizs irrepetibles, que adquieren una fecunda perspectiva histrica en la medida que se los analice tratando de llegar al fondo del asunto. Son estos hechos los que hay que extraer del frrago de una historia casi olvidada o (peor an) deformada por recuerdos personales limitados o comprometidos. En los ltimos aos se ha escrito un buen nmero de ensayos sobre el peronismo y sus orgenes pero se ha omitido la etapa previa, consistente en la exposicin de los hechos concretos: aquellos que deben ser la sustancia de las eventuales interpretaciones y que en estas pginas intentaremos reconstruir.

Desde un punto de vista puramente objetivo, 1945 es un ao, pues, que merece un estudio detenido.

Pero hay tambin razones personales que me han llevado a regresar a un cuarto de siglo atrs. En 1945, mucha gente joven yo tambin fue catapultada hacia la poltica. Ese ao, con su tensin emocional, con la presentacin directa de un rostro nuevo de la Nacin, nos marc para siempre con el signo de la preocupacin poltica y su trajinar. Fue para muchos un tiempo inaugural, inolvidable, cargado de motivaciones, de fervor y ansiedad. Esto ocurri a la mayora de los argentinos de los dos bandos, pero muy especialmente a los ms jvenes. A los que hoy como me sucede a m vuelven su espritu a aquel ao y con un poco de melancola evocan esas jornadas exaltadas y gritonas, populosas y conversadas, aorando su magia y hasta sus equivocaciones.

En cierto sentido ste es un libro de memorias. Pero no individual (mis recuerdos personales son insignificantes) sino de memoria colectiva. Lo cual exige una actitud mental que tiende a superar los enfrentamientos que entonces protagonizamos para tratar de asumir la comprensin posible de las razones y sinrazones de cada bando. Esta actitud mental, adoptada retrospectivamente, me ayuda a entender lo que en el 45 no entend y me permite revivir esas jornadas de una manera ms amplia y generosa. En alguna medida es recuperar el pasado ennoblecindolo. No deformndolo ni idealizndolo sino haciendo un esfuerzo para rescatar lo que hubo de legtimo y autntico en las dos maneras de concebir el pas que ese ao se confrontaron.

Los pueblos pueden perecer por muchas causas. Pero acaso la ms trgica de todas es la divisin que en algn momento incomunica totalmente a la comunidad. Y la divisin puede nacer tanto de los enfrentamientos presentes como del recuerdo que se tiene de los enfrentamientos pasados. En 1945 la divisin de los argentinos fue abrupta y la incomunicacin de los dos frentes de lucha tuvo caractersticas totales. A casi un cuarto de siglo y sta es la tercera justificacin de este libro es conveniente intentar una crnica que establezca si el recuerdo del 45 puede contribuir a unir a los argentinos, en el reconocimiento de errores recprocos y afinidades ocultas que en ese momento no pudieron expresarse pero que acaso ahora se puedan certificar.

Con estas intenciones retorno a esa poca y me miro y miro a mi pas a travs de una larga bruma. Nosotros ramos todos parecidos. Buscbamos desesperadamente la verdad y la justicia y ramos simples, puros, rigurosos El tiempo y sus mudanzas ha convertido la simpleza en complejidad, la pureza en complicidad y el rigor en un abanico de matices: pero hemos seguido persiguiendo la verdad y la justicia. Y esa terquedad me parece nos ha salvado de caer en las cosas peores.

Por eso se puede dedicar este libro a quienes, como Florencia, viven en la condicin rigurosa, simple y pura de la niez.

Agosto de 1971

PRLOGO HACIA EL AO DECISIVO

I

El 1 de enero de 1945 los diarios traan en sus primeras pginas las noticias de la guerra, como lo venan haciendo desde cinco aos y medio atrs. Ese da anunciaban que prosegua el avance de los ejrcitos aliados en Blgica y Luxemburgo y que las tropas soviticas estaban ocupando barrios de Budapest. La ofensiva de las Ardenas, el ltimo contraataque masivo del Reich, no haba logrado detener la marcha de las fuerzas aliadas hacia el territorio alemn; por su parte, los rusos haban deshecho el inmenso frente oriental y ahora no tenan otro problema que el de elegir las zonas de sus ofensivas sectoriales, invariablemente victoriosas. En el Extremo Oriente, en cambio, la guerra no segua un ritmo tan acelerado aunque Mac Arthur estaba en vsperas de conquistar Manila. Pero ya la conferencia de Yalta haba creado la sensacin de que el triunfo aliado era cuestin de tiempo. Hitler mismo, en un sombro discurso de fin de ao, haba asegurado: El Reich no capitular. Y los tres grandes ratificaban en alguna medida esta afirmacin comprometindose a aceptar solamente la rendicin incondicional de Alemania.

Era lgica la importancia que se daba a estas novedades. El conflicto mundial era el marco obligado de lo que ocurra en nuestro pas, la materia habitual de todas las conversaciones, la discusin de sobremesa, la charla de caf. Y mucho ms, por supuesto. Porque la guerra era una referencia a la que inevitablemente deba ajustarse el gobierno de facto surgido de la revolucin del 4 de junio de 1943, altivo y desenfadado en sus primeros tiempos, cuando el Eje dominaba toda Europa y aparentemente marchaba hacia una victoria incontrastable; ms humilde y preocupado a medida que los aliados asestaban golpe tras golpe a sus enemigos.

La guerra era, adems, el barmetro de los negocios. Su ritmo marcaba un tempo inexorable. Los argentinos tenan la experiencia de la rpida prosperidad que poda depararles una guerra mundial, pero tambin conocan la vertical recesin que aparejaba la paz. Las exportaciones de 1944 haban aumentado ms de 30% respecto de las de 1942. Pero qu ocurrira cuando terminara el conflicto?

No eran solamente problemas polticos y comerciales los que la guerra aparejaba. En otro orden de cosas, el conflicto nacional era el gran territorio sobre el cual los argentinos se dividan en aliadfilos y pronazis; en aquellos que se embelesaban con la V de la Victoria y los que todava hacan el saludo fascista. Salvo unos pocos aliadfilos fanticos, nadie haba querido que la Argentina se mezclara en la guerra. se haba sido el gran acierto del presidente Castillo; el gobierno de facto, al continuar con esa poltica, no haba hecho otra cosa que interpretar un sentimiento generalizado. Mas la neutralidad de la Argentina, mantenida con tanto esfuerzo desde 1939, era puramente jurdica; no rega en los espritus. Todos los argentinos tenan su corazoncito haciendo fuerza por uno u otro bando

Los diarios del primer da de 1945 anotaban tambin noticias locales. Por ejemplo, el discurso pronunciado el 31 de diciembre por el vicepresidente de la Nacin, ministro de Guerra y secretario de Trabajo y Previsin, coronel Juan Pern. En una alocucin difundida por Radio del Estado sealaba Pern la iniciacin de un ao que deba ser decisivo. Fue en esa oportunidad cuando acu uno de sus eslganes ms felices: La era del fraude ha terminado. El orador subrayaba que la extincin del fraude electoral y la afirmacin de un rgimen de justicia social eran los grandes objetivos de la Revolucin del 4 de junio. Haba formulado largas consideraciones sobre la Argentina del futuro, sealando, entre otras cosas, la necesidad de que el pas consolidara sus relaciones con los pueblos hermanos de Amrica. Era un verdadero programa que significativamente se difundi por boca de Pern, como si el gobierno de facto le hubiera encomendado su representacin. Y si alguno pregunta qu derecho tengo para hacerlo deca al final, le respondo desde ya: los mismos derechos de todo buen argentino. Ninguno ms pero ninguno menos.

Sin embargo, era evidente que Pern usaba de algunos derechos ms. Disponer de la radio oficial, que llevaba su voz a todos los confines del pas, era uno de ellos. Y otro era el de mover algunas de las piezas del ajedrez poltico. Porque en esos das se acentuaba la cruda defenestracin de los equipos nacionalistas que haban acompaado al gobierno de facto desde el comienzo de la revolucin.

El 9 de enero renunciaba el general Orlando Peluffo, ministro de Relaciones Exteriores. La dimisin era una consecuencia directa del fracaso de la poltica internacional orientada por los elementos nacionalistas[1] que lo rodeaban en la Cancillera. Habase reunido la Unin Panamericana en Washington y el organismo resolvi no considerar una nota argentina presentada tres meses antes, en la que solicitaba que se reuniera una conferencia interamericana especial para considerar la situacin de nuestro pas. La resolucin era un desaire tan notorio y subrayaba de manera tan inocultable el aislamiento de la Argentina en el concierto continental que Peluffo, artfice formal de la poltica exterior desde principios de 1944, haba tenido que irse. En realidad, su dimisin era un triunfo secreto de Pern, que ya estaba presionando hacia una modificacin sustancial de la posicin argentina. La renuncia de Peluffo le permitira facilitar la salida de algunos elementos nacionalistas de ciertos puestos importantes, para colocar en su lugar a sus propios amigos.

En efecto, Juan Atilio Bramuglia asuma por esos das la Intervencin de la provincia de Buenos Aires. En el acto de asuncin del mando estaba presente Pern, que a pedido del pblico pronunci breves palabras destacando que Bramuglia era un funcionario humilde, laborioso y eficaz. Como un hecho contrario y correlativo, casi contemporneamente renunciaba el interventor federal de Corrientes, un nacionalista notorio[2], cuya nota de dimisin fue devuelta dado los trminos que contena. La renuncia acusaba al gobierno de facto de ir preparando las futuras elecciones para entregar el poder a un partido poltico, lo que, a juicio del renunciante, era traicionar los objetivos de la revolucin del 4 de junio.

No se equivocaba. En realidad, las preocupaciones del gobierno de facto, en esos primeros meses de 1945, se dirigan en primer lugar a solucionar la difcil situacin internacional de la Argentina, acosada por el Departamento de Estado de Washington, y en segundo lugar a ir hacia la normalizacin constitucional de una manera que apareciera honorable. Para conseguir esos dos objetivos era indispensable sacarse de encima a los elencos nacionalistas de la primera hora; gran parte se haba ido en ocasin de la ruptura de relaciones con el Eje, en enero de 1944. Pero subsistan todava algunos, en ciertas intervenciones federales, en las intervenciones de las universidades y en reparticiones estatales vinculadas con la Educacin. Pern comprenda que los nacionalistas iban a mantenerse en una posicin dura respecto del cambio de orientacin que l postulaba. Como comprenda tambin que a los nacionalistas no les interesaba una convocatoria a elecciones. El proceso de sacrselos de encima caminaba aceleradamente a partir de la renuncia de Peluffo y se acentuara con la normalizacin de las universidades, que a mediados de febrero se entregaron a magistrados judiciales para que presidieran el proceso de elecciones de los claustros, con vistas a una definitiva integracin.

Y ms todava. En este proceso de deshielo, haba algunas palabras y algunos hechos que deban servir magnficamente. Por ejemplo la reincorporacin de los profesores y funcionarios cesanteados en octubre de 1943 por haber firmado un manifiesto pidiendo el cumplimiento de los compromisos con los pases de Amrica y el pronto retorno a la democracia. En ese momento, la sancin impuesta a los firmantes fue el primer indicio del endurecimiento de las posiciones del gobierno de facto que entonces presida el general Pedro Pablo Ramrez. Ahora, el anuncio de la incorporacin de los cesantes indicaba una actitud muy diferente. Y a mediados de febrero de ese bochornoso verano de 1945 en el que falt agua en Buenos Aires toda la prensa, indudablemente por sugestiones oficiales, dio enorme importancia a un incidente de menor cuanta sucedido en torno a la devolucin de nuestros diplomticos acreditados en Berln. El gobierno argentino se quejaba de las injustas represalias que ejerca sobre nuestros representantes el gobierno nazi y tomaba medidas para embargar fondos alemanes en nuestro pas. Haba que preparar el ambiente para el paso ms duro y ms amargo: declarar la guerra a un pas ya vencido. Un paso que tal vez mejorara las relaciones del gobierno argentino con Estados Unidos pero que era mirado con desprecio por toda la opinin pblica, aun la ms decididamente aliadfila. Y sin embargo, Pern estaba resuelto a dar el paso. En declaraciones formuladas a un diario uruguayo, el vicepresidente de la Nacin sealaba que la declaracin de guerra a Alemania, en momentos en que la derrota final del Reich era cuestin de semanas, no producira sino desprestigio. Ningn argentino aprobara esa medida afirmaba. Pero tambin hablaba de la necesidad de normalizar el pas y de la urgencia de restablecer las relaciones con los pases americanos y aseguraba que habra elecciones muy pronto. Y agregaba: Nuestro pequeo pas no es un punto suspendido en el espacio, como nuestros nacionalistas dan la impresin de creer, sino parte integral de ese mundo que sufre estas transformaciones. Debemos avanzar con la marea si no queremos naufragar.

Y si algo supo hacer Pern, fue avanzar con la marea. Estas declaraciones fueron desmentidas parcialmente. Pero a fines de febrero de 1945 todo el pas tena la sensacin de que el gobierno de facto buscaba desesperadamente una oportunidad para declarar la guerra a Alemania, antes que el conflicto terminara por su propia dinmica[3]II

Para entender lo que pas en 1945 habra que aclarar muchos antecedentes que en ese ao adquiriran significacin explosiva.

En primer lugar, el proceso poltico que culmin con la revolucin de 1943. Habra que explicar cmo a partir de 1930 se instal en el pas un rgimen poltico basado en la falsificacin de la voluntad electoral. Los gobernantes de la Concordancia Justo, Ortiz, Castillo fundamentaron su poder en un fraude que hacia 1943 pareca formar parte indisoluble de las costumbres cvicas del pas y que, a esa altura de la evolucin, haba llegado a corromper profundamente sus bases polticas, tanto en el gobierno como en la oposicin. El sistema del fraude electoral[4] se ejerca en beneficio de un rgimen al que sostenan formalmente los conservadores, el antipersonalismo y el socialismo independiente (Concordancia) pero que en realidad tena apoyos mucho ms slidos y menos visibles, formados por los intereses econmicos que prosperaban en torno a una estructura estrechamente conectada con las inversiones y el comercio britnicos.

La corrupcin derivada del fraude electoral quit representatividad y prestigio a los cuerpos colegiados, comprometi a todos los partidos en una suerte de pacto tcito que supona la repartija del pas en feudos electorales, provoc el descreimiento de vastos sectores de la opinin pblica en el sistema democrtico y acostumbr al espectculo de una permanente estafa en cada comicio. Pero tuvo tambin otras consecuencias. No fue la menor de ellas la vigencia del mito radical.

La Unin Cvica Radical, principal damnificada del fraude, mantena sobre cada derrota electoral la leyenda de su condicin mayoritaria, que a su juicio slo poda falsearse mediante recursos violentos y tramposos. Esta certeza afirmaba en el oficialismo la necesidad de cerrarle el paso del poder y en el radicalismo la desesperacin por conquistarlo a travs de cualquier recurso. As, el viejo partido de Yrigoyen que condujo Alvear en la dcada del 30 se fue complicando cada vez ms con el establishment, renunci a denunciar un rgimen que haba llevado al pas a un estado de dependencia colonial, abandon gradualmente sus posiciones populares y emancipadoras, pact con otras fuerzas y busc apoyos militares. Cualquier recurso pareca lcito para llegar al gobierno, puesto que el radicalismo era, de todos modos, la mayora incuestionable

As se lleg a 1943. La UCR, que haba estado a punto de apoyar la candidatura de Justo para una segunda presidencia, acept una unin con los partidos Socialista, Demcrata Progresista y Comunista para formar un Frente Democrtico que pudiera oponerse al candidato que el anciano presidente Castillo quera imponer. Se hicieron sondeos al ministro de Guerra para que aceptara ser el candidato del conjunto opositor; enterse el presidente, pidi aclaraciones a su colaborador, ste las formul muy vagamente, insisti Castillo y al otro da lo derrocaron (4 de junio de 1943).

Del episodio que culmina con el proceso iniciado en 1930 salan enroados y disminuidos todos los partidos polticos. Nadie lament la disolucin con que el Poder Ejecutivo de facto los fulmin en diciembre de 1943. Ni pareci inoportuna esta Hora de la Espada que llegaba quince aos despus que Lugones la vaticinara. El sablazo era el nico gesto limpio y rotundo que poda clausurar un ciclo que la historia conoce con el drstico rtulo de Dcada infame.

Pero, estaban las Fuerzas Armadas exentas de toda mcula, como para poder dar el cerrojazo al rgimen con autoridad moral suficiente? Ellas participaban de la condicin general del pas y por lo tanto no podan escapar totalmente al deterioro gradual de sus valores morales. Un oscuro proceso de traicin a la Patria[5] que afect a un jefe del ejrcito, el negociado de El Palomar[6] en el que estuvo complicado, sin culpa, el ministro de Guerra, un escndalo que comprometi en 1942 a algunos cadetes militares, fueron episodios que salpicaron el prestigio de miembros de las Fuerzas Armadas pero no alcanzaron a invalidarlas entre la opinin pblica. En cambio, la pasividad castrense frente al reiterado fraude sola enardecer a los opositores y los llevaba a situarse en una actitud mental de indiscriminado antimilitarismo que hara eclosin en 1945, como ya veremos.

De todos modos, en 1943 las Fuerzas Armadas constituan la nica institucin del pas que poda ostentar cierta pureza sustancial, cierta desvinculacin con la infamia de la dcada. Contribua a salvarlas la circunstancia de su aislamiento social, como apuntara aos despus el ex embajador britnico Sir David Kelly, en la Argentina, los oficiales del Ejrcito no tenan lugar en la sociedad y no provenan de la clase gobernante de los estancieros, los profesionales prsperos y los grandes comerciantes. Llevaban una vida aparte y en realidad no tenan contacto social con los grupos que haban administrado a todos los gobiernos del pasado

Los infortunios que haban afectado a las Fuerzas Armadas en esos aos anteriores al 43 eran episodios infantiles en comparacin con otros casos que fueron revelando, a su turno, una alucinante descomposicin de las instituciones ms respetadas. Porque esa dcada fue testigo de inusitados escndalos. El affaire del millonario Garca, por ejemplo, enlodaba a varios magistrados judiciales; de un distinguido sacerdote se supo, cuando muri, que haba hecho vida marital durante aos con su ama de llaves; en el Consejo Deliberante metropolitano la suciedad haba alcanzado a buen nmero de sus miembros en ocasin de la prrroga de la concesin de la CHADE[7] y con el asunto de los colectivos; el Congreso de la Nacin no sali mejor parado cuando la investigacin del negociado de El Palomar revel que el propio presidente de la Cmara de Diputados, entre otros legisladores, haba recibido coimas. Y la votacin de la Corporacin de Transportes haba dejado anteriormente la sensacin de que la presteza de algunos diputados (uno de ellos viaj desde Chile para hacer nmero) responda a motivos inconfesables. Era digmoslo de paso el mismo Congreso donde se haca la apologa del fraude patritico y en cuyo recinto un legislador se jact de ser el diputado ms fraudulento del pas. El debate promovido por Lisandro de la Torre sobre el problema de las carnes evidenciaba la complicidad interesada de ministros y altos funcionarios con los grandes frigorficos ingleses en la explotacin de los productores nacionales. Y as podra seguir una triste enumeracin de episodios que van desde el crimen de Martita Stutz hasta el caso de los Nios Cantores, en un catlogo vergonzoso que abarc por entonces todo el perfil nacional. A veces estos hechos daban la sensacin de que todo estaba podrido en la Argentina. Donde se apretaba el absceso, all saltaba el pus. En realidad no era as. Era la crisis de una clase dirigente que no haba encontrado frmulas polticas decorosas para mantenerse en el poder y careca de imaginacin para controlar las clases econmicas sin entregar a sus socios britnicos partes importantes del comando. Pero debajo de ese escenario, cuya pompa era impotente para ocultar las miserias que lo sostenan, un pas pujante quera abrirse camino sin encontrar todava la manera de hacerse presente.

Por eso, cuando lo castrense impuso su estilo en el pas, esa condicin drstica, simple, limpia y hasta ingenuamente patritica del militar fue acogida con una sensacin de alivio. Era una transicin que marcaba por contraste el retorcido y maoso, el hipcrita y ficticio mundo que se haba vivido hasta entonces.

Para sealar la ubicacin de las Fuerzas Armadas hacia 1943 no puede omitirse como elemento de juicio la simpata pro nazi que exista en sus cuadros[8], especialmente los del Ejrcito. Los militares que formaban el GOU, la logia castrense que sera base operativa de Pern, eran pronazis; pero no nazis. La distincin puede parecer sutil pero tiene su importancia.

Ellos alimentaban por el Eje una simpata que estaba nutrida de muchas motivaciones. En primer lugar, la vieja admiracin de los militares sudamericanos por la eficiencia profesional de la Wehrmacht. El orden, ese valor que siempre embelesa a los hombres de armas, haba sustituido al caos en Italia y Alemania, y este hecho los impresionaba profundamente. Adems, la lucha armada contra la Rusia comunista les inspiraba cierto fervor. Y finalmente hay que recordar que en 1943, ni los militares ni ciudadano alguno podan sentirse conmovidos por la democracia que se practicaba en la Argentina, puesto que la democracia de la Concordancia era una farsa.

Pero hay tambin otras explicaciones para el pronazismo militar del 43. La labor de esclarecimiento doctrinario de FORJA[9], algunos ncleos nacionalistas y escritores independientes haban demostrado con crudeza la situacin dependiente en que se encontraba nuestro pas; historiadores revisionistas empezaban a realizar una tarea desordenada pero eficaz, tendiente a evidenciar hasta qu punto haba sido falsificado nuestro pasado y de qu modo haba pesado la influencia poltica y econmica de Gran Bretaa en nuestros avatares histricos; algunos diarios como El Pampero y Cabildo golpeaban incesantemente los flancos dbiles de las relaciones angloargentinas y acuaban palabras como vendepatria, cipayos y otras que tendran prspera carrera en el lenguaje poltico.

Con esta carga de ideas muchas de ellas perfectamente correctas pero lanzadas tendenciosamente y al servicio de un inters extranjero en muchos casos poda concluirse que ser enemigo de Gran Bretaa significaba automticamente ser amigo de la Argentina. Con un razonamiento simplista pero no del todo equivocado, se pensaba que una eventual derrota britnica frente a Hitler poda representar lo que haba representado en 1810 la derrota espaola frente a Napolen: la liberacin de la metrpolis. La cada del poder imperial ingls, la humillacin de Estados Unidos, podan ser la inauguracin de una nueva emancipacin. O, por lo menos, la devolucin de las Malvinas Todos los lricos sueos que suean los habitantes de un pas colonial se convertan en los casinos de oficiales del 43 en excitantes realidades cuando se examinaba la posibilidad de una derrota de los aliados.

Y algo ms para terminar con este tema. No podemos ver el nazismo del 43 con el criterio de hoy. Las bestialidades hitlerianas, los campos de concentracin, las masacres de judos, toda la vesania increble de esos aos se conocieron cabalmente recin despus de 1945. Hacia 1943 la guerra pareca, para aquellos militares argentinos que usaban gorras altas al estilo germnico, una fascinante confrontacin de fuerzas, una de cuyas alternativas poda ser beneficiosa para el pas. Adems, eran tan fastidiosas esas seoras de la Junta de la Victoria y tan insufribles esos figurones de Accin Democrtica! Slo por no estar en su misma trinchera daban ganas de ser pronazi

Hay que insistir en la importancia de lo que pasaba en el mundo como una de las claves fundamentales de lo que ocurri en nuestro pas en 1945. Como ya se ha dicho, Castillo haba defendido tercamente la neutralidad: en la Conferencia de Ro de Janeiro (1942) su canciller Enrique Ruiz Guiaz haba mantenido gallardamente una posicin muy diferente del rendido satelismo de las restantes naciones latinoamericanas. Como consecuencia de la recomendacin final aprobada por la reunin, veinte de las veintiuna naciones del continente haban roto relaciones con los pases del Eje y siete de ellas declararon la guerra. Posteriormente este nmero aument. Para Estados Unidos, la posicin argentina (que naturalmente careca de consecuencias prcticas que pudieran afectar el esfuerzo blico aliado) era un inaceptable desafo, un reto que quebraba la virtual unanimidad conseguida en el hemisferio.

Pero en nuestro pas, la neutralidad enardeca a la gente joven y a los sectores polticos, a quienes enorgulleca esta muestra de independencia. Lo curioso es que como puede comprobarse compulsando las memorias escritas por estadistas y diplomticos ingleses y norteamericanos Gran Bretaa vea con buenos ojos la neutralidad argentina, que garantizaba la pacfica afluencia de abastecimientos a la isla: las carnes argentinas representaban el 60% de lo que consuma el pueblo britnico. Washington, en cambio, no poda admitir el mal ejemplo de la Argentina, nio dscolo dentro de la docilidad latinoamericana. As, cuando Churchill pens enviar un mensaje amistoso al pueblo argentino a travs del nuevo embajador britnico (1942), el Departamento de Estado se opuso airadamente y el saludo del primer ministro ingls no alcanz a formularse. Y cuando David Kelly lleg a nuestro pas, pudo comprobar como lo dice en su conocido libro que Castillo y la oligarqua, cada uno por motivos diversos, eran neutralistas, mientras que la oposicin y especialmente el radicalismo eran rupturistas y proyanquis.

Estas lneas se mantuvieron invariables despus de la revolucin del 43. El autor material de la revolucin, general Arturo Rawson, era aliadfilo y estaba decidido a seguir el ejemplo de las naciones latinoamericanas, rompiendo relaciones con el Eje a breve plazo. No alcanz siquiera a hacerse cargo de la presidencia. El general Ramrez slo formul vagas declaraciones al respecto, y mientras aumentaban las presiones, la incorporacin de elementos nacionalistas al gobierno de facto fortificaba la posicin neutralista. En setiembre de 1943 el canciller argentino Segundo Storni envi una carta personal a su colega norteamericano, Cordell Hull, explicando los motivos de la posicin del pas y pidiendo a Estados Unidos, como prueba de buena voluntad, armamento y equipos que restablecieran el equilibrio del continente. La respuesta de Hull fue demoledora. Nunca nuestro pas sufri una humillacin como sta. Storni asumi noblemente la responsabilidad de la gaffe aunque la carta haba sido redactada[10] por el coronel Enrique Gonzlez, secretario de la Presidencia, y corregida por el propio Ramrez renunciando de inmediato. Todo el pas qued sensibilizado con el episodio. Fue el momento culminante de la hegemona nacionalista, cuando se sancion a un centenar de ciudadanos que, encabezados por Bernardo Houssay, solicitaron el cumplimiento de los compromisos interamericanos y el retorno a la democracia; poco despus se decretaban la disolucin de los partidos polticos y la imposicin de la enseanza religiosa obligatoria.

En enero de 1944 la situacin internacional de nuestro pas haba llegado a un punto de aislamiento insostenible y las amenazas de sanciones econmicas parecan inminentes. Ramrez opt entonces por romper relaciones con el Eje. La medida fue recibida burlonamente por los sectores aliadfilos y rest al gobierno de facto el apoyo de gran parte del nacionalismo. Y tampoco arregl nada en el orden internacional; en lo interno provoc el alejamiento de Ramrez, cuyo desgaste no pudo resistir la presin de los coroneles de la guarnicin de Buenos Aires, liderados ya por Pern.

Hacia junio de ese ao haban cesado de hecho las relaciones diplomticas entre nuestro pas y el resto del continente: incluso el embajador de Gran Bretaa debi alejarse ostensiblemente de la Argentina. Un invisible pero real cordn sanitario creaba a nuestro alrededor un vaco que no poda salvarse con palabras altisonantes. El desembarco aliado en Normanda certificaba ya el fin de la guerra. En setiembre, una dura declaracin del presidente Roosevelt llev las relaciones argentino-norteamericanas a un punto de congelamiento. El pas ya sufra, de hecho, algunas sanciones econmicas y toda la oposicin se regocijaba silenciosamente ante el callejn sin salida en que se haba colocado el gobierno de facto.

Empez entonces una embrollada tramitacin diplomtica para abrir una solucin. El gobierno argentino pidi la reunin de una conferencia interamericana especial para que se considerara su situacin: la nota no tuvo una respuesta definida pero en la Conferencia Interamericana sobre los Problemas de la Paz y la Guerra (febrero/marzo de 1945) se abri un resquicio, posibilitando la adhesin de nuestro pas a sus resoluciones. En realidad, a instancias de Summer Welles se haban iniciado en Buenos Aires conversaciones secretas entre representantes del Departamento de Estado y el gobierno argentino: era lo mximo que poda hacer Washington. La misin norteamericana desarroll rpidas y esotricas gestiones y en pocos das qued arreglado todo. Se convino en levantar el virtual bloqueo econmico que pesaba sobre la Argentina a cambio de la declaracin de guerra. El acuerdo demostraba que no haba problemas de fondo entre Estados Unidos y nuestro pas y que bastaba un cambio de criterio en el Departamento de Estado (ayudado, en este caso, por la enfermedad que oblig a Hull a retirarse) para que los conflictos tuvieran solucin.

La condicin previa e indispensable era la declaracin de guerra a Alemania y Japn. De no hacerlo, la Argentina no podra participar en la Conferencia de San Francisco en la que se constituira la Organizacin de las Naciones Unidas: seramos outsiders dentro del concierto mundial.

Era un trago dursimo para un gobierno cuyos sostenedores haban lanzado la consigna Soberana o Muerte.

Pero ya Pern haba hablado recordmoslo de la necesidad de avanzar con la marea: un eufemismo que asociaba, tal vez sin quererlo, con la verdadera marea de tanques que haba cruzado el Rin por un lado y se acercaba, por el otro, a los suburbios de Berln

En la ltima semana de marzo (1945) el gabinete empez a reunirse diariamente. La renuncia del ministro de Instruccin Pblica[11] fue el claro indicio de que el gobierno de facto ya haba resuelto apurar el cliz. Dos das ms tarde, los muchachos nacionalistas hacen manifestaciones por el centro de Buenos Aires gritando Patria s, guerra no; la polica reprime violentamente. Esas renuncias, esas manifestaciones callejeras y un artculo del semanario La Vspera, titulado General Farrell, queremos morir aqu[12], eran los ltimos esfuerzos para detener la vergenza de un acto que, de todos modos, resultaba ya inevitable.

El 27 de marzo de 1945 el gobierno de facto decret el estado de guerra entre la Argentina con Alemania y Japn, en adhesin al Acta de Chapultepec. Probablemente, lo que ms molest a la opinin pblica fue la ancha sonrisa de Pern en la fotografa del acuerdo de gabinete, destacada entre los rostros serios, preocupados, del presidente y los ministros.

La Vanguardia, ducha en el arte del sarcasmo poltico, preguntaba ingenuamente: Soberana o Muerte. Cuntos muertos?

III

La declaracin de guerra haba sido una humillacin para el gobierno de Farrell y lo debilit ante la opinin pblica y frente a las Fuerzas Armadas. Equivocada o no, inoportuna o no, la posicin independiente de la Argentina era una compadrada criolla que se haba mantenido durante casi cinco aos contra los poderosos del mundo; y eso enorgulleca a un pas que estaba en acelerado proceso de crecimiento y maduracin. Ahora, la claudicacin del 27 de marzo slo poda tener una secuela lgica: el llamado a elecciones. El gobierno de facto haba perdido una de sus motivaciones ms estimulantes y una sensacin de fracaso reinaba en los crculos oficiales.

Sin embargo, aunque la poltica internacional haba sido conducida sobre premisas equivocadas el triunfo de Alemania, la subsecuente habilitacin de la Argentina como potencia rectora de Amrica y, en consecuencia, haba tenido que desembocar en un recurso humillante, el gobierno de facto no haba fracasado en otros aspectos. Ms an: en gran medida haba tutelado un proceso nacional de extraordinaria trascendencia.

Por primera vez en su historial, el valor de la produccin industrial haba superado en 1943 el de la tradicional produccin agropecuaria; este mismo ao, el sector industrial representaba el 46,7% del volumen fsico de la renta nacional, siendo la agricultura el 21,8% y la ganadera el 22%. Entre 1942 y 1946 se habran creado 25.000 nuevos establecimientos industriales, de diversa envergadura.[13] Estas realidades marcaban un cambio fundamental en la estructura econmica, cambio que vena apuntando desde 1935 y que se aceler desde el estallido de la guerra mundial.

En 1943 pudo observarse que el 20% de nuestras exportaciones era de tipo industrial, especialmente productos textiles, qumicos y medicinales: algo no soado hasta pocos aos antes, cuando los productos del agro, especialmente los ganaderos, componan la casi totalidad de nuestros rubros exportables. La Argentina haba dejado atrs su primitivo estado de inocencia y adquira ahora la complejidad de una nacin moderna.

Naturalmente este fenmeno se deba en gran parte al proteccionismo forzoso impuesto por la guerra. Y por supuesto, la explosin industrialista fue catica, imprevisora, a veces espuria y muchas veces antieconmica. Pero nunca el origen de una sociedad industrial fue limpio: Inglaterra mont su manufactura sobre la anemia y la tuberculosis de millones de nios; Alemania, sobre kartells y monopolios armamentistas; Estados Unidos, sobre una sangrienta guerra civil y la estafa a millones de ahorristas, vctimas de las feroces luchas y sbitos pactos de los barones del petrleo, el acero y los ferrocarriles; la URSS, sobre el exterminio fsico de millones de campesinos. En nuestro pas el tardo salto hacia la industrializacin no tuvo caractersticas tan odiosas. Es cierto que prosperaron industrias artificiales, se trabaj con altos costos debido a la obsolescencia de los equipos o la improvisacin de las mquinas, se quem maz o lea a falta de combustibles lquidos y se impusieron a un mercado indefenso productos caros y muchas veces de calidad inferior a la ofrecida. Todo esto ocurri. Pero lo concreto es que, mal o bien, a la criolla, con todos los defectos que se quieran, se estableci pacficamente una infraestructura industrial que hacia 1945 ya abarcaba casi todos los rubros livianos y aun se animaba a incursionar en algunos sectores de la industria pesada.

Los apologistas de Pern y del gobierno militar que posibilit su encumbramiento no han sealado que el momento ms glorioso de esa crnica ocurri el 11 de octubre de 1945, cuando la primera colada de hierro producida en el pas salt en el alto horno de Zapla, en Jujuy. El gobierno militar, precisamente por su extraccin, abrigaba una simpata instintiva por la naciente industria. Muchos militares podan llenarse la boca declamando la supuesta grandeza nacional o invocando el nombre de la Patria a cada rato: algunos pocos, los ms esclarecidos, como el general Manuel Savio, saban que la condicin de la grandeza argentina era la existencia de un apoyo industrial de base. Sin siderurgia, sin petrleo, no habra Argentina grande. Ajenos a los avatares palaciegos de esos aos pero con el apoyo del gobierno de facto, esos patriotas montaron lentamente, en el mayor silencio, los fundamentos de una industria bsica que tuvo su primera expresin ese da de octubre de 1945, en el extremo norte del pas, mientras en Buenos Aires las tensiones polticas estaban a punto de estallar.

El gobierno de facto no condujo al proceso de industrializacin, pero tampoco intent frenarlo y concret algunas iniciativas para estimularlo. F.J. Weil[14] afirma al referirse al proceso industrialista anterior a 1930: La actitud oficial argentina fue de manifiesta hostilidad o al menos de malvola neutralidad hacia la naciente industria. Aunque no se prohibi la industrializacin, se discrimin contra ella, con muy pocas excepciones, por medio de los impuestos aduaneros. Una vez que se instal el control de cambios en 1932, esta discriminacin se extendi tambin al manejo de divisas. La actitud del gobierno de facto fue muy diferente: cre el Banco de Crdito Industrial, dict algunas medidas para el fomento y defensa de la industria, promovi las fabricaciones militares, se preocup del problema de la formacin de aprendices y tcnicos, estableci una Secretara de Estado especfica e instaur el Da de la Industria. Lo dems corri por cuenta de los empresarios argentinos, de su ingenio, su espritu de aventura y su optimismo, y por supuesto, de la guerra. Lo importante no es tanto el saldo que qued en trminos estadsticos que fue mucho sino la conciencia que dej afirmada en el pas. Se haba roto un viejo tab cuidadosamente alimentado por las clases dirigentes vinculadas a la produccin agropecuaria. Ahora resultaba que los argentinos no solamente saban producir carne y cereales sino que tambin podan fabricar, pasablemente bien, telas, productos qumicos, manufacturas de toda clase, aparatos para el hogar, accesorios para automviles, camiones y tractores, elementos ferroviarios. Fue una conciencia que contribuy a hacer ms slida la nueva visin del hombre argentino sobre su pas; el pas que diez aos antes miraba la cara de la desocupacin, la mishiadura y la crisis, y ahora desbordaba de actividad, trabajo e iniciativa, en una euforia pocas veces conocida.

Este proceso ascendente no fue dirigido, como hemos sealado, por el gobierno de facto. Fue un producto coyuntural, que el rgimen militar encauz con bastante xito. Pero adems poda cargar en la cuenta de sus hechos positivos algunas realizaciones muy concretas.

La nacionalizacin de la Compaa Primitiva de Gas y de los elevadores de granos; la liquidacin del inmortal Instituto Movilizador, que haba servido para transferir los clavos que dej en los bancos la oligarqua ganadera golpeada por la crisis del 30; la disolucin de las Juntas Reguladoras que fueron en la dcada del 30 la expresin ms cruda del intervencionismo estatal de signo conservador; la designacin de una comisin tendiente a esclarecer el negociado de la CHADE y otra para investigar el Caso Bemberg, la intervencin de la odiada Corporacin de Transportes fueron medidas que sealaron a su tiempo una drstica rectificacin de la poltica seguida entre 1930 y 1943. No llegaron a constituir una poltica orgnica pero al menos significaron reacciones contra los peores abusos del rgimen anterior y, dentro de las incoherencias del gobierno de facto, marcaron una lnea de indiscutible sentido nacional.

Algunas medidas de gobierno rompan de manera espectacular la concepcin liberal predominante y, aunque discutibles a largo plazo, daban alivio inmediato a situaciones sociales cuya gravedad requera urgentes paliativos: tal, la rebaja de alquileres y su posterior congelacin y la de arrendamientos agrcolas. Esta ltima medida provoc un extraordinario incremento de la industria tambera y granjera en el sur de Santa Fe y norte de Buenos Aires, zonas inmovilizadas anteriormente por un sistema de arriendos casi feudal, que desalentaba las iniciativas progresistas de colonos y chacareros. En otros casos, las iniciativas del gobierno militar respondan a exigencias impostergables de la poca. Algunas estaban postuladas de aos atrs, en las plataformas de diversos partidos polticos o en proyectos de ley que nunca fueron tratados por el Congreso, como la creacin de la Polica Federal y la Secretara de Aeronutica. Y an hay que computar a favor de las autoridades de facto una transicin de aparente nivel municipal como el cambio de mano en el trnsito, que tuvo sin embargo la importancia de sacarlo del arcaico sistema britnico y estimular el armado nacional de automotores.

A travs de los 20.000 decretos[15] firmados por el Poder Ejecutivo de facto entre 1943 y 1946, y por encima de la mana legiferante que revela, se nota un sincero deseo de modernizar la estructura del Estado, salvar las dificultades derivadas de la guerra y promover la diversificacin de la produccin nacional. Pero la obra ms trascendente del gobierno revolucionario fue dada a travs de una serie de medidas adoptadas bajo la directa conduccin de Pern, en el orden social. El viejo Departamento Nacional del Trabajo se convirti en noviembre de 1943 en Secretara de Trabajo y Previsin Social: desde all se orient una poltica cuya intencin pudo estar nutrida de demagogia pero que, objetivamente, tenda a una mejor redistribucin de la riqueza nacional y al establecimiento de relaciones ms humanas entre el capital y el trabajo.

Con este espritu se extendi el rgimen jubilatorio, permitiendo una seguridad de futuro a dos millones de trabajadores que carecan de resguardos para la vejez: sta fue, probablemente, la iniciativa de beneficios ms positivos en el plano social. La creacin de los tribunales del trabajo fue otra concrecin que permiti una paridad de condiciones entre patronos y obreros enfrentados en el ambiente judicial. Y el decreto sobre asociaciones profesionales otorg a los sindicatos una importancia decisiva en la vida nacional, institucionalizando definitivamente al movimiento sindical. A estas tres medidas fundamentales adoptadas en diferentes momentos del rgimen militar deben agregarse otras de carcter circunstancial como la aprobacin de estatutos para diversos gremios, el pago de las vacaciones, institucin del aguinaldo, diversos aumentos de salarios, la prevencin de los accidentes de trabajo, etc.

Esta somera mencin no puede reflejar la intensidad de las tareas cumplidas por la Secretara de Trabajo y Previsin, cuyas delegaciones en las provincias estaban dirigidas por funcionarios ajenos al medio local y bien adiestrados sobre las tareas a cumplir. La elaboracin de los convenios colectivos de trabajo fue una nueva experiencia realizada en escala nacional, que afirm la conciencia obrera y modific radicalmente las relaciones del capital y el trabajo. En los dos aos en que Pern estuvo al frente del organismo (aunque no puede decirse que despus de su renuncia, en octubre de 1945, no haya seguido manejndolo a travs de sus personeros) se haba conseguido que los sectores obreros, que en 1943 estaban enfrentados al rgimen militar y a punto de desencadenar una huelga general, fueran su ms firme apoyo en retribucin de una poltica social desarrollada con energa y sensibilidad, cuyas iniciativas concretas, aun dentro de las exageraciones y de las utopas en que se incurri a veces, haban mejorado indiscutiblemente las condiciones de vida de los sectores ms modestos de la poblacin. Pues en abril de 1943, el Departamento Nacional del Trabajo informaba en su Memoria al Ministerio del Interior que en general, la situacin del obrero argentino se ha deteriorado, a pesar del auge industrial. En tanto se logran descomunales ganancias, la mayora de la poblacin se ve forzada a reducir su nivel de vida y la distancia entre ste y los salarios aumenta continuamente. En este aspecto, por lo menos, la situacin haba variado de manera drstica dos aos ms tarde.

IV

A la luz de todos estos hechos, no es necesario aguzar la imaginacin para suponer los vertiginosos cambios que se daban en el contexto social. Un sector dirigente, el vinculado a la produccin agraria, se vea desplazado parcialmente del control de la economa del pas, ya que el rubro que manejaba haba dejado de ser el ms importante. Gran Bretaa cesaba de ser nuestro principal cliente y pasaba al tercer puesto, convirtindose, adems, en deudora nuestra. Entraba agresivamente por sus fueros otro grupo, el de los empresarios industriales, reclamando apoyo, crditos, proteccin para la posguerra. Grandes masas de trabajadores diseminadas en distintas regiones del pas en tareas rurales se concentraban ahora en el cinturn industrial de las grandes ciudades, especialmente Buenos Aires y Rosario, afirmaban una conciencia de clase, se sindicaban, adquiran hbitos consumidores, perdan el miedo al patrn, se familiarizaban con las tcnicas modernas y vivan en la eufrica atmsfera de la plena ocupacin.

De esta resea podra extraerse la imagen de una administracin rica en aciertos. Sin embargo, el gobierno de facto, en los primeros meses de 1945, pareca agonizar. Estaba hurfano de opinin. No haba logrado nuclear un movimiento popular a su alrededor ni mucho menos un partido poltico. Haban pasado las Horcas Caudinas de la declaracin de guerra y se haba visto obligado a mencionar las elecciones como un evento que ocurrira ms o menos pronto. El aparato represivo no poda impedir una creciente oposicin que se manifestaba en las universidades y en los crculos ms influyentes, cada vez con mayor osada.

Los hombres que dirigan el gobierno, sinceros patriotas en su mayora, crean intuir el sentido en que se mova el pas real pero no haban calado la dimensin de un proceso que los estaba desbordando. Estaban, sin duda, al borde del fracaso.

Dnde estaba la falla del gobierno de facto? En la inexperiencia de sus dirigentes, que los hizo caer a cada momento en la incoherencia y hasta en el ridculo. No se entenda, por ejemplo, qu razn los haba llevado a celebrar solemnemente, en setiembre de 1943, el aniversario de la revolucin de 1930: para grandes sectores de opinin, la revolucin del 4 de junio se justificaba slo por ser la rplica histrica de la revolucin del 6 de setiembre y esa celebracin absurda e inmotivada enfri a muchos que haban apoyado el movimiento de Ramrez. La carta de Storni a Hull fue otra iniciativa que dej estupefacto al pas cuando se public su texto junto con la arrasadora respuesta del secretario de Estado norteamericano. Por veces, los actos del gobierno revelaban una total carencia de mesura: tal, las exageradas honras fnebres que se tributaron al primer vicepresidente revolucionario, un honrado y desconocido marino que falleci a las pocas semanas de ejercer su cargo. O la ridcula intencin de purificar las letras de los tangos, convirtiendo El ciruja en El recolector o Qu vachach en Qu hemos de hacerle

Estas puerilidades, sumadas a las indiscreciones verbales de algunos nuevos funcionarios, hacan rer a todo el pas. Pero no tenan un efecto tan cmico, en cambio, las medidas que se adoptaron en niveles burocrticos intermedios por algunos funcionarios llenos de dogmatismo y prejuicios. En el Consejo de Educacin el interventor cesanteaba a los maestros divorciados. En una provincia del litoral, el interventor federal proclamaba estar en contra de los judos aunque aclaraba no era, por supuesto, antisemita En una provincia nortea, un jefe militar se hizo cargo del gobierno en las primeras semanas de la revolucin e hizo tantos desaguisados que sus sufridos sbditos optaron por llamarlo El Dao, mote con que todava se lo recuerda. A otro interventor se le ocurri modificar el histrico escudo de la provincia que le toc en suerte gobernar, agregndole elementos de significacin rosista. (Sealamos de paso que este funcionario cargaba una impresionante jettatura: era interventor en San Juan cuando se produjo el terremoto que destruy esta ciudad; transferido al litoral, el ro Paran sufri la bajante ms grande de su historia. Despus de su renuncia, sus amigos lo agasajaron con un banquete en un hotel de Buenos Aires: la araa se desplom sobre la mesa del gape Como deca un telogo jesuita, hay que creer o reventar!)

Hubo, previsiblemente, reiteradas campaas de moralidad que llegaron en algunos casos a lo risible. Hubo tambin descargas masivas de un nacionalismo elemental fundado en la exaltacin del mate, de Rosas, de un hispanismo y un criollismo vacos de contenido fecundo. No sabiendo cmo encauzar sus ansiedades patriticas, muchos funcionarios del gobierno de facto suponan que adobndose bigotes achinados a lo paisano, rechazando pblicamente el whisky y bailando zambas en las peas folclricas, hacan patria aceleradamente. Ellos intentaban traducir un orgulloso sentimiento nacional que se afirmaba silenciosamente en todo el pas merced al neutralismo, el rpido crecimiento de la economa, la reaccin natural frente a la hostilidad de los Estados Unidos y el desplazamiento de grandes sectores sociales que ahora frecuentaban una situacin ms desahogada e independiente. Pero ese sentimiento nacional era algo demasiado profundo y slido para agotarse en el formalismo verbal o el desplante criollista. Y por eso el gobierno caa a cada momento en el ridculo y a ello contribuan los inevitables loquitos que en los regmenes de fuerza suelen adquirir poder con sorprendente facilidad: aquellos que en su simpleza creen descubrir la fuente de todos los males en un hombre o en un grupo de hombres y emplean su entusiasmo en perseguirlos sin piedad, creyendo que su destruccin bastar para arreglar el pas

El pueblo argentino, formado en un marco espiritual de invariable libertad de expresin y dotado de un gil sentido del humor, tomaba a broma estas zonceras y acogi con regocijo el arsenal de ironas y chistes que pronto florecieron al conjunto de las extravagancias del rgimen militar. Al pobre Farrell se le descarg todo el peso del ingenio porteo. Los cuentos que protagoniz podran formar una nutrida antologa. Obviamente, todos tendan a certificarle una irredimible estupidez y hacan de su figura en verdad, un tanto simiesca el hazmerrer de todo el pas. Las usinas del chiste poltico funcionaban en los crculos intelectuales y de la alta sociedad, cuyo ingenio y disponibilidad de ocio los habilitaban de manera especial para producir esta clase de dardos, peligrosos a largo plazo. Porque en la valoracin popular, a veces las formas y las actitudes externas de los gobernantes tienen ms importancia que los procesos de fondo que protagonizan.

Y aqu tenemos que referirnos a la oposicin, que en los primeros meses de 1945 empezaba ya a moverse activamente, an sin disponer de los instrumentos sobre los que pesaba la disolucin decretada en diciembre de 1943. Dos circunstancias facilitaban la reaparicin de las voces opositoras: la rectificacin de la poltica internacional del gobierno de facto y los claros sntomas de ablandamiento en el estilo que hasta entonces lo haba caracterizado.

La primera significaba que la oposicin aliadfila estaba ahora amparada por la simpata de las naciones triunfantes en la guerra, especialmente de Estados Unidos. A su criterio, si la Argentina haba terminado por alinearse en el bando aliado desde su declaracin de guerra a Japn y Alemania y su adhesin al Acta de Chapultepec, la oposicin poda considerarse como un epgono de las potencias vencedoras en lucha frontal contra un rgimen que, en el fondo, segua siendo la nica expresin nazifascista subsistente en Amrica. Para alentar esta concepcin haba trascendido que Washington enviara muy pronto un embajador y hasta se saba que se trataba de Spruille Braden, especialista se anunciaba en asuntos latinoamericanos.

En cuanto al debilitamiento del estilo gubernativo, se manifestaba por la decisin de reincorporar a los profesores cesanteados por el manifiesto democrtico de octubre de 1943, la normalizacin de las universidades y el retorno de algunos dirigentes polticos que haban estado residiendo en Uruguay el primero de ellos, Amadeo Sabattini, que regres al pas el ltimo da de marzo de 1945.

Esta modificacin del estilo gubernativo marcaba una notoria diferencia con los meses anteriores. A pocos das de asumir el poder de facto, en junio de 1943, Ramrez dispuso prorrogar indefinidamente el estado de sitio que Castillo haba impuesto desde diciembre de 1941. Pronto empez a advertirse que el gobierno militar estaba decidido a silenciar las crticas que pudiera suscitar. Una tcita censura pesaba sobre los diarios muchos de los cuales, La Prensa y La Razn entre ellos, sufrieron breves clausuras punitorias en alguna oportunidad y la recin creada Secretara de Informaciones de la Presidencia comenz a centralizar el manipuleo de las noticias y la propaganda oficiales. Por primera vez empez a usarse la radio como instrumento de propaganda gubernativa, mediante emisiones en cadena difundidas con prlogo y eplogo de marchas militares. En octubre del 43, las drsticas cesantas de catedrticos fueron el prlogo de parciales purgas en la administracin pblica. Y desde fines de ese ao empezaron las detenciones y el confinamiento de dirigentes sindicales, casi todos comunistas, cuyo alejamiento de la conduccin de sus gremios era la condicin para su posterior copamiento por los elementos que respondan a Pern.

El gobierno militar no instaur, pese a lo que denunciaban las agencias noticiosas norteamericanas, un reinado del terror en el pas; aunque lo hubiera querido no dispona del tiempo ni de bases slidas para montar un aparato represivo que no fuera el heredado de Castillo, un poco acentuado en los aspectos de propaganda y la persecucin de comunistas. Pero la sola presencia castrense en mecanismos estatales, la falta de sutileza de sus mtodos, su carencia de preocupacin por las formalidades, crearon la sensacin de un rgimen policaco incontrastable, que tena bajo sus botas a toda la opinin independiente.

En realidad, bajo Uriburu se haba aplicado la pena de muerte; bajo Justo se haba torturado, desterrado y confinado; bajo Castillo se haba implantado el estado de sitio para que nadie hable mal de nadie, segn dijo el anciano presidente. Pero toda esa crnica vergonzosa pareca olvidada y bajo el rgimen militar se clamaba contra la Gestapo y la censura periodstica, se denunciaban campos de concentracin inexistentes y se haca mrito del exilio de dirigentes polticos residentes en el Uruguay, ninguno de los cuales haba sido molestado por el gobierno militar.

De todos modos hay que sealar que la libertad de expresin que en mayor o menor medida haba sido respetada por todos los regmenes desde la Organizacin Nacional fue gravemente vulnerada bajo el gobierno de facto y esa torpeza contribuy a afirmar una imagen dictatorial y odiosa que el examen objetivo de los hechos despus de 25 aos, tiende a disipar bastante.

Pero no fue tanto la represin como su especfico desprestigio lo que borr de la escena, en los primeros tiempos de la revolucin, a los partidos polticos. Eminentemente electoralistas, el alejamiento de toda posibilidad de elecciones aparej automticamente su desaparicin aparente, acentuada por la disolucin ordenada por decreto y la consecuente clausura de sus locales y secuestro de sus archivos y bienes. Los conservadores, damnificados directos de la revolucin, se sepultaron en un hosco resentimiento. Sus presuntos beneficiarios, los radicales, que en un primer momento saludaron con alborozo la cada de Castillo, fueron retrayndose en una erizada desconfianza a medida que el rgimen militar acentuaba su rigor y evidenciaba su escasa simpata por la causa aliada. En cuanto a los socialistas y demcratas progresistas, ellos fundaron sus agravios en la influencia que los nacionalistas ejercan sobre el gobierno y las medidas confesionales que se dictaron en el sector de la educacin pblica. Los comunistas, por su parte, que venan actuando en una clandestinidad relativa, olfatearon desde el primer momento que un rgimen militar les sera automticamente hostil: su diario La Hora fue clausurado pocos das despus de la revolucin, y las detenciones de sus dirigentes menudearon. No tardaron en enfrentar al gobierno de facto desde la clandestinidad.

As, pues, a los pocos meses de la revolucin, todos los partidos polticos, por uno u otro motivo, con mayor o menor encono, estaban tcitamente pronunciados contra el rgimen militar. Pero esto no preocupaba poco ni mucho al gobierno de facto. Pues lo cierto era que el pas real no estaba ya representado por los partidos polticos. El desprestigio de stos y su falta de representatividad venan de atrs y obedecan a muchos motivos. Algunos les eran propios: las fuerzas responsables de la Concordancia estaban abrumadas por los diez aos de fraude y peculados con que haban avergonzado al pas. El radicalismo, convertido bajo la conduccin alvearista en una mquina electoral, sin aportes juveniles, rgido y estratificado bajo el imperio de las trenzas que lo dominaban, haba perdido en 1942 las elecciones metropolitanas, desahuciado por un electorado que ya no senta la antigua emocin que Yrigoyen haba sabido suscitarle. Las restantes fuerzas, de vigencia puramente local metropolitano el socialismo, santafesina la democracia progresista o ajenas al estilo poltico tradicional la ultraderecha aliancista o el comunismo, carecan de representatividad nacional.

Pero si estas tachas caan especficamente sobre cada partido, haba tambin un escepticismo generalizado que afectaba a todos. Tanto tiempo se haba vivido bajo un rgimen de mentiras y estafas, haban sido tantas las suciedades que aparecan en la vida poltica e institucional, que el repudio, silencioso, sin entusiasmo, de un pas que estaba trabajando bien y ganando plata, era total e indiscriminado hacia la poltica y los polticos.

Es claro que era un sentimiento injusto. Pero lo real es que el hombre argentino, entre 1943 y 1945, no se sinti interpretado por ningn partido poltico. Ni siquiera por ese militar hablador y dinmico que iba apareciendo como una contrafigura de la vieja poltica y que se llamaba Juan Pern.

V

En el curso de estas pginas se ha mencionado varias veces a Pern.[16] Pero la sntesis que estamos haciendo de los elementos de comprensin ms importantes del ao 45 estara incompleta si omitiramos algunas referencias sobre su persona. En 1945 tena 49 aos aunque pareca de menos edad por su aspecto juvenil y su permanente sonrisa. Una psoriasis que lo molest siempre le obligaba a componerse el rostro con una pomada que funcionaba, a la vez, como maquillaje, permitindole ser fotografiado muy bien. Desde noviembre de 1943 el nombre de Pern apareca cada vez con mayor frecuencia en los diarios y en las conversaciones. Secretario de Trabajo y Previsin Social, ministro de Guerra, luego vicepresidente de la Nacin, el coronel Pern era sin duda la personalidad ms fuerte del gobierno de facto y dentro de su opaco elenco se destacaba netamente.

No soy un improvisado protest en un reportaje que le hizo un diario uruguayo en marzo de 1945. He sido profesor diez aos y estoy bien informado de todo lo que pasa.

Efectivamente, no era un improvisado. Haba nacido en la provincia de Buenos Aires, vivido en la Patagonia y sus destinos militares lo llevaron a la Capital Federal, a Rosario y a Mendoza. Fue agregado militar en Chile y estuvo en Italia, donde, ya iniciada la guerra mundial, asisti al espectculo fascista, recorriendo algunos pases de Europa. Fue profesor de historia militar, practic deportes con xito y comparti en su carrera castrense las tareas burocrticas del Estado Mayor y la conduccin directa de la tropa. Saba de conspiraciones: haba participado activamente en la conjura que culmin el 6 de setiembre de 1930[17] y desde meses antes de la revolucin del 43 se haba logiado con otros camaradas en el GOU, del que fue principal animador.[18]Locuaz, bromista, frecuentador del abrazo y el palmeo, este coronel viudo era dentro del Ejrcito una figura respetada.[19] Se lo tena por un intelectual y en bastante medida lo era; consagrado al Ejrcito, con muy poco contacto con gente ajena a la institucin, ajeno a farras y francachelas. Pern haba madurado dentro de un cerrado medio castrense, con poca experiencia de la vida civil. Tena ingenuidades sorprendentes y caa a veces en infantiles errores, sobre todo en la apreciacin de los hombres. Pero desde fines de 1943 estaba desarrollando aceleradamente su innata intuicin, su capacidad de decisin: todas las caractersticas del hombre de accin que luego usara al mximo.

Estos rasgos, sin embargo, no parecan demasiado diferentes del de cualquier oficial distinguido de las Fuerzas Armadas. Pero en el caso de Pern adquiran una significacin especial porque eran los jalones en una verdadera preparacin para el mando poltico. Pues lo que distingua a Pern de sus camaradas era una concreta y acuciante ambicin de conquistar el poder. En el alucinante desfile de generales y coroneles que pasaron por los diversos niveles del gobierno de facto entre 1943 y 1945 pueden advertirse actitudes personales muy diversas, desde la sensatez hasta el absurdo, desde la callada eficacia hasta la estrepitosa ineptitud; pero en ninguno de los figurantes principales de los dramas y comedias de esos aos se detectan la confianza en s mismo y la actitud belicosa ante el adversario que singulariz a Pern desde el principio. Esta caracterstica y un lenguaje que no era nuevo por su contenido pero que resultaba inslito por el origen y posicin de quien lo difunda, por la manera de decirlo, la agresividad y la claridad de su exposicin, permitan ubicarlo desde mediados de 1943 en la lnea de los hombres que aspiran a gobernar. Que aspiran a gobernar pronto y durante mucho tiempo.

En los medios civiles fueron los muchachos de FORJA los que primero descubrieron esta condicin del oscuro coronel cuyo nombre empezaba a trajinarse tanto. Poco despus de la revolucin del 4 de junio comisionaron a Arturo Jauretche para que tomara contacto con Pern, viera qu clase de hombre era, lo sondeara y midiera. Ellos quedaron esperando en un estudio jurdico cercano a Tribunales, mientras Jauretche marchaba a su entrevista.

Jauretche volvi eufrico, radiante. Y dijo:

Pern! Es el tipo ideal para que yo lo maneje![20]Cuando un hombre se postula como lder, el pueblo suele tardar en aceptarlo. Pero eso s: cuando lo acepta, es para siempre. A principios de 1945 Pern no era ni remotamente un lder popular. Era, a lo sumo, el ms movedizo funcionario del gobierno de facto. Fcilmente podan sealarse en Pern las notas que delinean al hombre con ambicin y posibilidades de triunfo, pero la masa no lo haba asumido an. Estaba todava en examen. En noviembre de 1944 se haba convocado a los trabajadores a celebrar el primer aniversario de la creacin de la Secretara de Trabajo y Previsin. Un masivo golpe de propaganda fue lanzado desde la Secretara de Informaciones de la Presidencia y desde el propio organismo cuyo cumpleaos deba festejarse: sin embargo, el resultado cuantitativo del esfuerzo fue decepcionante.

Si le hubiramos pagado cien pesos a cada uno de los asistentes al acto coment uno del entourage de Pern, nos hubiera salido ms barato que la publicidad que hicimos[21]Esa frialdad, esa tardanza en aproximarse a Pern no era otra cosa que el lento ritmo de un proceso que se daba en profundidad y necesitaba de un detonante para precipitarse. Pero a principios del 45 ya no poda haber dudas de que un proceso popular estaba en formacin. Los que lo advirtieron con ms claridad fueron, paradjicamente, los adversarios de Pern. No solamente los partidos polticos reducidos a silencio como se ha relatado sino las fuerzas que, sin estar adscriptas a los partidos, eran las que en ltima instancia decidan las cosas importantes del pas.

En primer trmino, la oligarqua. La palabra oligarqua no es muy precisa y ha sido demasiado manoseada. Pero no existe otra ms expresiva. Por consiguiente tendremos que referirnos a ella dando por entendido su significacin.

La oligarqua olfate desde el principio la peligrosidad de Pern. Aunque sus chistes trataron de poner en ridculo a Farrell y al rgimen militar, el destinatario real de estos ataques y otros menos jocosos era Pern. Con su probada perspicacia la oligarqua advirti que el rgimen militar era transitorio y sus exabruptos, fugaces; que los militares, individualmente y en especial los marinos, podan ser objeto de un trabajo de ablande. Que el manido pronazismo de las Fuerzas Armadas desaparecera fatalmente a medida que la guerra siguiera un curso triunfal para los aliados. Comprenda que el equipo nacionalista que rodeaba hasta principios de 1945 el rgimen militar no era temible, porque no aspiraba a modificar las estructuras tradicionales del pas y, adems, casi todos sus integrantes pertenecan a los mismos crculos de la oligarqua.

Nada de eso era demasiado alarmante. Molesto para su sensibilidad, tal vez, pero no temible. Lo peligroso era Pern y el proceso que estaba desencadenando. Cada uno de esos discursos desprolijos, demaggicos, sarcsticos, desenfadados, con que Pern iba jalonando su turbulenta gestin en la Secretara de Trabajo, cada uno de los estatutos que se sancionaban para distintos gremios, cada evidencia de la hegemona de Pern en el elenco gubernativo, erizaba de furia y temor a la oligarqua.

El Estatuto del Pen, particularmente, era el objeto de sus iras. Sus normas no perjudicaban mayormente a los estancieros, pues los salarios mnimos que estableca no incidan sobre los costos previstos ni las condiciones de trabajo exigidas modificaban demasiado las que existan con anterioridad y que eran en general humanas y razonables. No era el Estatuto del Pen una norma arbitraria o incumplible. Pero atacaba las bases del tradicional trabajo rural y modificaba la relacin de dependencia del pen respecto de su patrn. Clausuraba el estilo paternalista del quehacer campero y estipulaba en artculos concretos los derechos y deberes de cada parte, normando lo que hasta entonces estaba slo determinado por la buena voluntad del patrn. Y esto era lo inadmisible, lo que creaba un precedente que no podan admitir todos los que haban visto en su estancia un recinto inviolable y exclusivo donde slo se haca lo que el dueo ordenaba. Lo peligroso no era el salario aumentado sino el nuevo concepto que ahora se afirmaba en la mentalidad del pen: que sobre la voluntad del patrn, antes omnmoda, ahora exista una voluntad superior que lo estaba protegiendo.

ste es slo un ejemplo. La suma de ejemplos como ste da la clave del odio de la oligarqua contra Pern, en quien vea al promotor de un proceso que poda ser incontrolable. A esto se sumaba otra motivacin no menos decisiva: el descubrimiento de lo inslito de un personaje que llegaba como un intruso al ruedo poltico, a romper todas las reglas de juego y plantear un nuevo envite con bases totalmente nuevas, sobre las cuales la oligarqua no se senta firme porque desbordaba lo que haba sido su especialidad poltica, es decir, la maniobra entre minoras.

Para atacar a Pern, la oligarqua se revesta de las ms albas vestiduras del liberalismo. El estado de sitio, la censura periodstica, el espionaje policial, la detencin y confinamiento de ciudadanos, las torturas, las intervenciones que pesaban sobre las universidades, el desacato a la Constitucin, eran temas constantes de sus agravios. Olvidaba que todas esas violaciones y desafueros, todos esos abusos y barbaridades haban sido inaugurados en 1930 con una revolucin militar hecha a su servicio. Y no confesaba que al atacar a Pern intentaba, en realidad, detener una transformacin del pas que ya estaba operando en los hechos y que el mismo Pern no poda promover mejor ni tampoco inmovilizar, puesto que l era slo el verbo de una evolucin indetenible, que en ese momento estaba acelerada por las especiales condiciones nacionales e internacionales.

No tuvo la oligarqua la inteligencia de sumarse a este proceso, renunciando a algunos de sus privilegios para conservar los ms importantes. Haba olvidado, tal vez, esa capacidad de negociacin que la hizo grande medio siglo atrs.

Pretenda llevar una lucha frontal contra un movimiento que pronto sera incontrastable porque estaba en los designios profundos de la poca. Ni por un momento pens dar paso a lo que no poda parar y frenar todo lo restante. Para una lucha como sta, la oligarqua era impotente, salvo que hubiera golpeado desde el principio, cosa que no pudo hacer. La nica alternativa que le quedaba era convocar a todas las fuerzas posibles para presentar un conjunto poderoso: un conglomerado que uniera a los comunistas con los oligarcas, los catlicos con los comecuras, los liberales clsicos con los renovadores. Naturalmente, juntar a todos contra el gobierno aparejaba, como accesorio, la tctica de separar a Pern de sus posibles aliados. Y a esa tarea se consagraron sus mejores hombres desde 1943.

Para entender esto hay que tener presente que la poltica social que cumpli Pern entre 1943 y 1945 no supona nada excesivo. Los aumentos de salarios, las mejoras en las condiciones de trabajo, la extensin de beneficios previsionales, la conquista de condiciones especiales para algunos gremios, la creacin del fuero sindical, eran, en conjunto, realizaciones que los tiempos imponan por su propia virtualidad y que la euforia econmica de esos aos haca perfectamente viables.

No era esto como ya se dijo al hablarse del Estatuto del Pen lo que molestaba a la oligarqua, que no haba sido, en su momento, insensible a reclamos como sos, sino el hecho de tener que negociar mano a mano con los dirigentes sindicales los nuevos convenios, reconocer a los delegados en sus fbricas, pleitear con los abogados de los sindicatos que demostraban tanta o mayor habilidad leguleya que sus propios abogados en igualdad de condiciones y en tribunales volcados a la causa obrera e imbuidos del principio del favor operaii. Todo esto, que pareca una subversin de valores y era, por lo menos, una transformacin sustancial en el orden de las jerarquas tradicionales, era lo que la vejaba profundamente. No era que la perjudicase demasiado: pero la reventaba. Y a veces se reacciona con ms rabia frente a lo que revienta que frente a lo que perjudica.

Era muy comprensible esa reaccin. La oligarqua haba gobernado siempre al pas, con el breve intervalo de Yrigoyen. Era gente de diverso origen patricio algunos, inmigratorio otros, se hallaba entrelazada por vnculos familiares, intereses econmicos, identidad de gustos, compadrazgos y complicidades polticas, aficiones, modos de vivir, de hablar, de comportarse. No poda jactarse, en general, de fuentes linajudas ni tampoco poda envanecerse de haber creado una estructura econmica slida y perdurable. Apenas si haban sabido sacar provecho de las tierras obtenidas durante las grandes repartijas de Rivadavia, Rosas y Roca, para crear una actividad que los convirti en socios menores de los grandes monopolios frigorficos o en partners (generalmente expoliados) de las grandes firmas exportadoras de cereales. Tampoco tena una lnea ideolgica definida: con gran sentido de la oportunidad haba sido crudamente liberal en la etapa de la consolidacin del Estado, cuando lo ms conveniente era que el gobierno cerrara los ojos y dejara actuar; pero cuando las formaciones econmicas que la sostenan tambalearon en 1930, se convirti al ms extremo dirigismo estatal y cre juntas reguladoras, institutos movilizadores y toda suerte de apoyos para sus intereses. Pragmtica, sinuosa, duea de muchos medios de seduccin, esa oligarqua beneficiaria del rgimen falaz y descredo llegaba ahora a la dcada del 40 agotada y espiritualmente empobrecida, despus de quemar sus ltimos cartuchos en los aos anteriores, cuando para conservar el poder debi apelar a extremos que nunca haba deseado: el fraude, la violencia.

Gracias a esos recursos la oligarqua haba podido controlar el poder poltico. Ni siquiera Yrigoyen haba logrado desplazarla del todo: pero lo que lleg despus del 43 la desconcertaba. Esas nminas oficiales llenas de patronmicos desconocidos, de militares provenientes de la clase media, sus parientes, sus amigos, alarmaban a la oligarqua. Ella haba sabido usar a los hombres inteligentes, vinieren de donde vinieren: por eso los ministros de la dcada del 30 pudieron llamarse Di Tomaso, Culaciatti, Fincatti o Tonazzi. Pero a partir del 43 era todo un sector nuevo el que tenda a ocupar el poder. Lo que no poda advertir la oligarqua era que ese sector, favorecido por el proteccionismo obligado de la guerra, comenzaba a montar las bases de un imperio industrial cuyos titulares ostentaran los apellidos ms exticos. Y stos s, seran los verdaderos enemigos de la oligarqua.[22] Los que en 1943, en 1945, montaban unos telares en San Martn, un tallercito en Avellaneda, una fundicin en Lans. Cuando la oligarqua quiso reaccionar, esos patrones improvisados, casi iguales a sus obreros en el aspecto, tenan en sus manos algunos puntos clave, de la economa del pas. Como no podan atacarlos, se limitaron a atacar a los titulares formales del poder poltico, sin advertir que ellos no hacan ms que traducir el vital y pujante proceso que se daba abajo, en los cinturones industriales de Buenos Aires y en los centenares de locales sindicales desparramados por todo el pas.

Pero no era slo en los crculos de la clase alta donde fermentaba una sorda oposicin al rgimen. En el Ejrcito y la Marina tambin hubo, desde el principio, algunos grupos que cautelosamente se fueron ubicando en una lnea ajena al apoyo a Pern. El espritu de la Marina, alimentada por las tradiciones navales britnicas y sensible a las formas aristocrticas, no poda ser afn a este coronel populachero que se diriga a las masas en un lenguaje chabacano y no demostraba la menor adhesin al fair play poltico. En el Ejrcito subsistan sobre todo en los niveles ms altos jefes que haban estado vinculados al general Justo y formaron parte de la conjura que ya estaba perfectamente montada cuando en enero de 1943 el ex presidente falleci repentinamente. Eran los amigos de Rawson, que haban tenido que ceder el paso a la marea pronazi de los coroneles y capitanes logiados en el GOU. Algunos haban tenido que retirarse y otros estaban cumpliendo funciones sin mando de tropa, pero de todos modos su fuerza, en conjunto, no era desdeable y sus vinculaciones con personalidades civiles y con los grandes diarios les permitan contar con eventuales apoyos de gran utilidad.

Ellos tambin odiaban a Pern. A su juicio haba traicionado la Revolucin llevndola a un callejn sin salida, cuando lo que hubieran deseado era el inmediato rompimiento con el Eje y elecciones a breve plazo, con un candidato liberal que reuniera las simpatas de todos los partidos tradicionales.

Tambin estaba la Iglesia, en cuyo seno se libraba una sorda lucha entre el clero de formacin tradicional, simpatizante de Franco y en consecuencia del Eje, agradecido al gobierno por la implantacin de la enseanza religiosa, y los sacerdotes que vean con inquietud los crecientes compromisos entre Pern y la Iglesia. Esta lucha trascendi a veces con las actitudes de algunos prrocos de Buenos Aires, netamente embanderados en los dos bandos: el de Belgrano, por Pern; el de Liniers, por la democracia. Y en un semanario poltico, una columna permanente anoticiaba de las pujas de sacrista que esta situacin provocaba.

La clase alta, vinculada a la jerarqua eclesistica, presionaba para restar apoyos al rgimen militar dentro de la Iglesia y consegua promover a monseor Miguel de Andrea a la virtual jefatura de los sectores religiosos aliados a la oposicin. Pero ni el cardenal primado[23] ni la mayora de los obispos ni mucho menos los niveles inferiores del clero del interior participaron de esta actitud. Por el contrario, adoptaron una neutralidad benvola que se acentu cuando Pern hizo pblicamente actos de fe en diferentes santuarios del pas y en ocasin de declarar Patrona del Ejrcito a Nuestra Seora de las Mercedes. Estas lneas polticas se definieron cuando el proceso estuvo ms avanzado: por ahora baste con saber que a principios de 1945 la institucin eclesistica argentina y los vastos sectores de poblacin a ella vinculada sentan tambin la presencia conflictiva de Pern.

Cuando se produjo la revolucin de 1943 existan cuatro centrales obreras antagnicas, dos de ellas de tendencia socialista y una anarquista. Las primeras medidas del rgimen militar fueron torpes en relacin con el mundo obrero: se clausuraron o intervinieron varios sindicatos, se promulg un estatuto de las organizaciones gremiales de corte totalitario y se reprimieron movimientos reivindicatorios con medidas policiales. La creacin de la Secretara de Trabajo y Previsin y la accin personal de Pern modificaron, a partir de noviembre de 1943, una situacin tensa que estaba a punto de estallar en una violenta huelga general.

Al poco tiempo y por gestin directa de Pern, una de las centrales obreras la CGT N 1 empez a absorber a la otra CGT N 2 y adopt una actitud de amistosa colaboracin con el gobierno. La transformacin no fue difcil: bast cambiar algunos de los interventores de sindicatos entre ellos los poderosos ferroviarios, que solicitaron el envo del teniente coronel Domingo A. Mercante, derogar el decreto fascista y promover la formacin de nuevas organizaciones obreras.

La unidad sindical alrededor de la CGT ya sin aditamentos numerables se fue concretando rpidamente; los dirigentes comunistas fueron drsticamente radiados de la conduccin sindical, aunque en algunos casos como recuerda Juan Jos Real en Treinta aos de historia argentina Pern trat de tomar contacto con algunos de ellos, buscndolos en la clandestinidad, en el exilio y aun en la crcel. Algunos dirigentes socialistas, con vieja militancia sindical, prefirieron trabajar pacficamente con el rgimen militar y en la medida que obtenan victorias para sus gremios se iban desvinculando de su partido. Pero los elencos de dirigentes sindicales que trabajaron con Pern fueron generalmente improvisados sobre la marcha. Fueron lanzados desde los niveles inferiores de las organizaciones a las jerarquas ms altas a medida que Pern desplazaba a las viejas conducciones, o surgieron solos cuando empezaron a formarse docenas de sindicatos, para agremiar a trabajadores que antes no lo estaban.

As empez un proceso que puede sintetizarse en un solo dato: en 1943 haba en el pas 80.000 obreros sindicados. En 1945 se elevaban a medio milln. O este otro: la Unin Obrera Metalrgica tena, en 1942, 1.500 afiliados; en 1946 eran 200.000. Los nuevos sindicatos aparecieron con fuerza explosiva. La CGT promova la sindicacin obrera y la unificacin en su torno. As se fund en 1944 la FOTIA, que pronto se convirti en la organizacin ms poderosa del Norte argentino, y en Cuyo el Sindicato de la Industria Vitivincola, ms tarde convertido en Federacin. En Buenos Aires y el Litoral nacieron la Unin Obrera de la Industria Maderera, la Unin Obrera de la Construccin, la Federacin de la Industria de la Carne, la Unin Obrera Metalrgica, el Sindicato Portuario y otros no menos importantes. Algunos se constituan sobre los restos de antiguas asociaciones profesionales de origen anarquista o comunista; otros haban sido inoperantes sellos de goma que sbitamente, mediante el apoyo oficial y de la CGT, se convertan de un da para otro en formidables instrumentos de poder gremial. Luis B. Cerrutti Costa[24] recuerda que la CGT y la Secretara de Trabajo y Previsin les hacan los Estatutos, les orientaban en los primeros pasos, les facilitaban el local cuando no lo tenan, les acompaaban en los conflictos, les ponan asesores en la discusin de los convenios y les aportaban, a travs de sus viejos dirigentes, toda su experiencia.

Adems, les facilitaban dinero, rentaban a sus dirigentes y subvencionaban sus giras.

En estos nuevos sindicatos y en los ya existentes que ahora cobraban una nueva importancia, la adhesin a Pern era mayoritaria hacia 1945, aunque no tena todava expresiones concretas. Las minoras socialistas, comunistas o anarquistas eran relegadas de las direcciones; en algunos casos como el de la Unin Obrera Textil lograron separar a sus organismos de la CGT, pero no tardaron en crearse sindicatos paralelos que, con el apoyo oficial, arrasaron con los anteriores.

A principios de 1945, el movimiento obrero, institucionalizado y convertido en un instrumento incontrastable, era ya silenciosamente peronista. Esto no se adverta an y mucho menos en los crculos polticos e intelectuales. Pero ya se haba producido el fenmeno ms trascendental y fecundo ocurrido bajo el rgimen militar. Sus consecuencias golpearan muy pronto el rostro de quienes se resistan a creer en la realidad de ese cambio.

El panorama del pas, a principios de abril de 1945, presentaba en consecuencia a un gobierno que ya se haba desprendido del nico equipo poltico que lo sirviera con cierta continuidad y coherencia, aunque con psimos resultados. Aparentemente no se haba pensado en una alternativa de recambio. Las vinculaciones con los partidos polticos tradicionales seguan cortadas, mientras creca la hostilidad de stos contra el rgimen de facto, y la oligarqua, los medios intelectuales y los estudiantes, alentados por el vuelco de la poltica internacional del gobierno y las medidas de liberalizacin adoptadas, iban haciendo una verdadera escalada opositora. Adems, si bien el movimiento sindical creca y se afirmaba, pareca empeado en mantener cierta independencia del oficialismo o no estaba muy entusiasmado en apoyar a un gobierno cuya debilidad era ya inocultable.

Un rgimen que agonizaba? Aparentemente s, del mismo modo que el rgimen de Hitler entraba por esos das en su Untergang en los stanos de la Cancillera de Berln. El paralelo entre ambos procesos se haca gozoso en boca de la oposicin, harta ya de dos aos de gobierno militar. El anlisis de la situacin pareca evidenciar que la baraja final que quedaba al gobierno era la personalidad de Pern, nica figura que poda nuclear un movimiento popular capaz de apuntalarlo y abrir una salida decorosa hacia la normalizacin constitucional. Pero Pern (ya se saba) despertaba en las Fuerzas Armadas sordas oposiciones que en cualquier momento podran articularse peligrosamente.

A principios de abril de 1945, pues, todo pareca indicar un prximo derrumbamiento del rgimen de facto. Pero existan dos imponderables que nadie tena en cuenta y que seran, sin embargo, decisivos para la solucin definitiva del imbroglio.

Uno era la transformacin del pas, silenciosamente operada en esos aos, cuyos protagonistas todava no haban cobrado conciencia de su propio poder; ese revulsivo proceso que estaba modificando tanto el paisaje de los suburbios de Buenos Aires como la mentalidad de los sectores sociales que hasta entonces estaban resignados a quedar al margen de las grandes decisiones polticas. El otro elemento era la increble estupidez poltica de algunos adversarios del rgimen militar.

Esos dos factores aparecan, meses ms tarde, como ingredientes sorpresivos y tremendamente importantes en el complejo poltico de la Argentina.

Hay que recordar cmo era la Argentina de 1945. Un Buenos Aires que no conoca semforos ni radios a transistores ni TV. Tranvas haciendo barullo por las avenidas, automviles grandes (no existan los 600 ni los Citron) que podan estacionarse en todos lados. Mujeres con polleras largas y zapatos de plataforma. Argentina del 45: Crdoba sin industria automovilstica, Tucumn que era todava el Jardn de la Repblica, San Juan empezando a salir de su tragedia. Un pas de caminos polvorientos, sin trfico areo ni turismo popular, en el que palabras como industria nacional se asociaban con mal gusto, mala calidad y caresta. Donde un libro de autor argentino era casi una extravagancia y los nicos pintores conocidos se llamaban Quinquela Martn y Bernaldo de Quirs. Un pas sin la lacra contempornea de los ejecutivos, que simplemente cantaba Jattendrais y Vereda tropical, adoraba a Juan Jos Mguez y Pedro Lpez Lagar, se rea con Catita, Augusto Codec y Al Salem de Baraja, lloraba con Olga Casares Pearson, bailaba Ninguna y Verdemar, soaba el pas femenino con Robert Taylor, Charles Boyer y Errol Flynn o el pas masculino con Kay Francis, Rita Hayworth y Viviane Romance, se rompa la cara con Amelio Piceda, fumaba Clifton y American Club, repeta los boleros de Pedro Vargas, usaba corbata Tootal Junior y no conoca la Coca-Cola.

Hay que acordarse de aquella Argentina en que el jefe de los industriales era don Luis Colombo, el de los intelectuales era Enrique Larreta, el de los constitucionalistas Juan A. Gonzlez Caldern, la estrella de las vedettes era la Negra Bozn y en ftbol brillaban ngel Labruna y Severino Varela.S, hay que reconstruir ese estelar ao 45 y es inevitable que los recuerdos vayan hilndose a travs de esos das calcinados por el ardor poltico. Y aquellos domingos en que, con dos pesos moneda nacional, poda uno ir a la matin del Rex o el pera ($ 1,50 el pullman y diez centavos para el acomodador), tomar un Toddy fro con medialunas ($ 0,35) y todava con cinco centavos sobrantes para comprar un Kelito, volver a casa caminando despacio por Corrientes, echando una ojeada subrepticia a los libros de El Rebusque y aliviando el camino con una colada de tres o cuatro cuadras en la plataforma del 63 Ao 45, con los sueos de un sombrero Flexil y un traje Braudo con pantalones muy anchos, zapatos Elevantor (que tuve el decoro de no comprar) y el fervor repartido entre Santa Paula Serenaders, Carlos Di Sarli y el conjunto Cantos y Leyendas de Villar-Gigena

Y uno entrando a la Facultad de la calle Las Heras y calculando que si la asamblea declara la huelga dejamos para julio la ltima materia de ingreso

En el curso de este trabajo se han consultado permanentemente las siguientes colecciones de diarios: La Prensa y La Nacin de diciembre 1944/junio 1946 (en la Biblioteca del Congreso); Clarn de agosto 1945/junio 1946 (en la Biblioteca de Clarn); El Mundo, La Razn, Crtica y Noticias Grficas de diciembre 1944/marzo 1946 (en la Biblioteca Nacional); Democracia de enero 1946/marzo 1946 (en la Biblioteca Nacional); La poca de setiembre 1945/marzo 1946 y nmeros sueltos de 1944 y 1945 (en la Biblioteca Nacional); La Vanguardia de enero 1945/marzo 1946 (en la Biblioteca del Congreso); semanario Poltica (biblioteca de Jorge Faras Gmez). Adems, nmeros sueltos del diario Tribuna, y las revistas Ahora, Descamisada y Cascabel, de los aos 1945/1946.

I EL CAMINO DE LA OPOSICIN (abril-setiembre 1945)

I

El 5 de abril fue siempre una fecha cara a los corazones radicales. Ese da, en 1931, la UCR obtuvo su ms hermosa victoria electoral, cuando el pueblo de la provincia de Buenos Aires, a siete meses del derrocamiento de Yrigoyen, vot masivamente por la frmula Pueyrredn-Guido. Desde entonces los radicales hicieron del 5 de abril una de sus efemrides favoritas: un smbolo de la vigencia de su partido, aun bajo la presin de cualquier dictadura.

El 5 de abril de 1945 una nutrida peregrinacin desfil por la casa del doctor Honorio Pueyrredn. El motivo formal era saludar a quien fuera el protagonista de la hazaa electoral de catorce aos antes; por supuesto, el motivo real era hablar de poltica. Al caer la tarde eran tantos los visitantes y tenan tantas ganas de escuchar discursos, que algunas manos eficaces armaron un sistema de altoparlantes y comenz el torneo oratorio. Cuando le toc el turno al dueo de casa, lleg la polica y cortsmente pidi que se suspendiera el acto: la reunin contravena el edicto de reuniones pblicas. Hubo protestas y algn grito que Pueyrredn cort de inmediato.

Este caballero no hace ms que cumplir con su deber advirti.

La concurrencia se disgreg despus de entonar, obviamente, el