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Luis Miguel González LAS MEJORES ANÉCDOTAS DEL ATLÉTICO DE MADRID

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Luis Miguel González

Las mejores anécdotasdeL atLético de madrid

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Introducción

El origen del Atlético de Madrid bien podría calificarse como una extraordinaria anécdota. Cuando alguien

escucha por primera vez que el club nació, a principios del siglo xx, como una «sucursal» del Athletic de Bilbao, tarda en salir de su asombro. La «filial» fue concebida para que es- tudiantes vizcaínos, alumnos de universidades de la capital de España, pudieran compaginar su actividad académica con su pasión por el fútbol.

Lejos de evolucionar como una mera imitación del club vasco, el primigenio Athletic Club de Madrid fue forjando una identidad propia, inconfundible, en la que se conjugan la ambición para alcanzar las más altas metas con la sencillez de un carácter que se adapta a las más variopintas circunstancias. Esa indefinible forma de ser impregna a una afición de una fidelidad granítica en las derrotas y capaz de empujar al equipo de su alma hacia el triunfo en los mayores desafíos.

Ese incomparable sentimiento atlético se proyecta en mul-titud de anécdotas, historias, vivencias, sucesos que recoge esta obra, que serpentea, ignorando la cronología, a lo largo de una trayectoria que se encamina a sus primeros ciento diez años de existencia.

A lo largo de las décadas se han multiplicado los episodios que han causado sorpresa, perplejidad, asombro, alegría, triste-

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za... En numerosas ocasiones, estos peculiares acontecimientos se han producido en momentos de adversidad o se han tradu-cido en consecuencias negativas para la entidad rojiblanca. Se trata de esa mala fortuna que, por razones muchas veces difí-cilmente explicables, ha condicionado el devenir de la entidad madrileña en muchos tramos de su historia.

No obstante, no son pocas las oportunidades en las que los reveses sufridos también han encontrado compensación. Es cierto que el Atlético de Madrid es el único equipo de la his-toria que ha visto cómo se escapaba de sus manos una Copa de Europa en unos segundos fatídicos.

Esa final de la máxima competición continental de 1974, capítulo insoslayable de la historia rojiblanca, representa un caso extraordinario en el deporte rey. Como contrapartida, el Atlético de Madrid figura como el único equipo campeón del mundo de clubes, al conquistar la extinta Copa Intercontinental en 1975, sin haber ganado previamente la Copa de Europa.

La renuncia del campeón continental en ejercicio, el Bayern Múnich, abrió las puertas a la participación del Atlético en un doble duelo con el Independiente de Avellaneda argentino, al que terminó imponiéndose para culminar un curioso episodio, único en el universo futbolístico.

Tanto en las penas como en las alegrías, desafortunadamente menos abundantes, los jugadores, técnicos, directivos y seguido-res atléticos han sabido aceptar tanto los vientos favorables como los que han soplado en su contra. Su actitud frente a las conse-cuencias negativas se ha caracterizado por no caer nunca en la resignación, haciendo gala siempre de un indesmayable espíritu de lucha ante las situaciones adversas, fruto en demasiadas ocasio-nes de injustas decisiones. Respecto a estas últimas, el anecdotario que fluye por las páginas de esta obra incluye goles anulados de forma absurda, expulsiones inexplicables, decisiones federativas parciales... Una catarata de mazazos contra el Atlético de Madrid que, de una u otra forma, han dejado cicatrices en su historia.

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Aunque esta realidad sea innegable, no es propio de los atléticos recrearse en el infortunio. A medida que fue cimentan-do su estructura como sociedad, el club supo hacerse un lugar entre los grandes, aspirando siempre a lo máximo en cualquier competición, exhibiendo un orgullo bien entendido. Un grande que, por sus peculiaridades, siempre ha contado con el apoyo de las clases populares (a las que pertenecen muchos de sus incondi- cionales, si bien personas de todo tipo de ideología y condición se enorgullecen de su sentir atlético), que le han arropado tanto en los días de máximo apogeo como cuando era difícil divisar algún resquicio de luz en las profundidades del túnel.

Así, en otro curioso y gratamente recordado episodio de su historia, el futuro Atlético de Madrid cambió su fundacional denominación de Athletic por el nombre, bien conocido por los aficionados al fútbol, de Atlético Aviación. Aún desangrada por la Guerra Civil, España asistió a la resurrección del Campeonato Nacional de Liga que, en sus dos primeras ediciones, se desarro-lló bajo el dominio del club rojiblanco, hermanado temporal-mente con el Arma de Aviación del Ejército Español.

Si los aficionados atléticos gozaron, a lo largo de diferentes etapas, de éxitos como los cosechados en aquella gris década de los años cuarenta, no dudaron en ofrecer el máximo apoyo cuando en los inicios del presente siglo, el Atlético se vio obli-gado a sufrir la penitencia de la Segunda División. Antes de que se consumara el descenso, las gradas del Vicente Calderón se abarrotaban con un grito jocoso, que ahuyentaba cualquier miedo: «¡Más emoción, con la promoción!». Ya en la categoría de plata, el recinto rojiblanco acogió en diversos encuentros a un mayor número de seguidores que en muchos partidos en Primera. Una muestra más de la particular simbiosis entre el club y su afición.

Muchas de las anécdotas, vivencias e historias que se desgra-nan en las páginas de este libro quizá puedan servir para ofrecer respuestas a ese directo interrogante que se pudo escuchar hace

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años en un anuncio promocional del club: «Papá, ¿por qué somos del Atleti?». O quizá no. Y esa pregunta, como le sucede al padre que se queda sin palabras ante la cuestión planteada por su hijo en el mensaje publicitario, no puede ser contestada. En cualquier caso, mientras alguien disfruta de la lectura de esta colección de singulares momentos, seguro que ya se han pro-ducido decenas de nuevas anécdotas con sello genuinamente atlético.

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Los aficionados, un estorbo

En el primer lustro del siglo xx, el fútbol ya brotaba con cierta fuerza en toda la geografía española. Los comentaristas, en sus informaciones o artículos de opinión, analizaban con ojo crítico la evolución de este deporte. De uno de aquellos contenidos, entresacamos estos párrafos:

En primer lugar sería conveniente estudiar el modo de separar a los jugadores del público, especialmente alrededor del porte-ro, pues llegan hasta a dificultar la defensa del goal. También, al rebasar mucho el límite del campo, son en muchos momentos un estorbo para los que juegan y un elemento perturbador que hace imposible seguir la jugada.

[...].Hay que ser inexorables con los jugadores que no se presen-

ten correctamente uniformados en un partido jugado en público. No habría que permitirles jugar, pues es de malísimo efecto y desacredita este hermoso sport esa falta de respeto a los aficiona-dos que han sido invitados a presenciar un match.

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Le quería quitar La media con La bota puesta

El 3 de abril de 1966, en el desaparecido campo de la carretera de Sarriá, el Atlético de Madrid se proclamó campeón de liga por quinta vez en su historia. La euforia, tras vencer al Español por 2-0, se desbordó entre los miles de seguidores rojiblancos. Un buen número de ellos invadió el terreno de juego. Embriagados de feli-cidad abrazaban o estrujaban a los jugadores de su equipo.

Un aficionado atlético se mezcló entre los campeones y consiguió llegar hasta el vestuario. En la caseta, enloquecido por el triunfo, intentó quitar una media a Adelardo, que aún no se había despojado de las botas. En la porfía con el jugador, el fanático hincha no logró su propósito. Le sacaron del vestuario, mientras se oían los gritos de «¡Campeones! ¡Campeones!».

eL LLanto de baLtazar

Hacia Bucarest, el 19 de septiembre de 1990, emprendió vuelo una expedición del Atlético. En la capital rumana le esperaba la Politécnica de Timisoara, un rival sin mucho cartel en el Viejo Continente con el que iba a medirse en la Copa de la UEFA. Días antes había estallado una revolución en Rumanía que resultó dramática en todo el país.

La grave situación que padecían los rumanos fue la causa principal por la que el equipo viajó con dos cocineros que, en un equipaje especial, cargaron 1.200 kilos de comida, que in- cluían carne, pescado, embutidos, botellas de vino y de agua, entre otras viandas. Al llegar a Timisoara el desánimo cundió en la expedición atlética, tras comprobar que, prácticamente, era una ciudad fantasma.

Uno de los más afectados por el desolador panorama fue Baltazar María de Morais, el extraordinario delantero brasileño

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que jugó dos temporadas en el Atlético de Madrid. Después del compartido almuerzo por directivos, técnicos y jugadores, Baltazar salía tristón del comedor, prácticamente llorando. Al preguntarle un reducido grupo de periodistas qué le ocurría, el brasileño, con voz tenue, dijo: «Lo que acabo de presenciar me ha entristecido mucho. La comida que hemos dejado en los pla-tos la estaban devorando los camareros que nos habían servido. ¡Esto no tiene nombre!».

se oLvidó de un reLoj vaLorado en 17.000 euros

En cuestión de segundos, José Antonio Reyes pasaba de ser idolatrado a vilipendiado por los aficionados rojiblancos. En el terreno de juego sorprendía con genialidades o, por el contra-rio, le invadía la apatía y pasaba inadvertido.

Reyes, lo mismo que el Kun Agüero, eran vigilados de cerca por dos empleados del club en los viajes, tanto a nivel nacional como internacional y, sobre todo, en los desplazamientos por vía aérea. La vigilancia se debía a que, en más de una ocasión, el utrerano y el argentino se olvidaban de recoger algunas de sus pertenencias personales al pasar el control de seguridad en los aeropuertos.

En uno de los habituales viajes, Reyes se dejó en la bandeja que había junto al escáner de seguridad un reloj valorado en 17.000 euros. En pleno vuelo, cuando el jugador se percató de semejante descuido, se levantó del asiento y clavó la mirada en sus compañeros. La respuesta fue unánime: «Yo no tengo tu reloj». Viendo que los nervios hacían mella en Reyes, uno de aquellos empleados que, con tanto celo se ocupaban de los valiosos objetos que poseía más de un jugador, se acercó a Reyes, le entregó el reloj y, ante las risas y bromas de sus com-pañeros, le dijo: «A veces, como en el campo, se despista en los

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aeropuertos». «Son los nervios de pasar el dichosito escáner», respondió el de Utrera.

penaLización de 7,50 pesetas por no LLevar baLón

En 1905 se organizó el Campeonato de Fútbol de Madrid. En las bases que se redactaron, entre otros apartados, había uno que estipulaba lo siguiente:

El club que presente un jugador o más sin uniforme completo, perderá los dos puntos. Los dos clubs deben presentar un balón cada uno en buen uso. El que no lo haga, pagará al contrario 7,50 pesetas en concepto de indemnización. El campo se rodeará de una cuerda para que el público no moleste. Los referées (árbitros) se elegirán de acuerdo entre los dos clubs.

abbiati desafió a paLop

Los enfrentamientos Atlético-Sevilla y viceversa han estado siempre aderezados con salsa picante. Como ejemplo, vaya el que se jugó en diciembre de 2007 en el estadio Vicente Calderón. La confrontación resultó tan enconada que, a veces, saltaron chispas. Al finalizar el partido, con triunfo de los roji-blancos por 4-3, a punto estuvieron de llegar a las manos los dos guardametas: Christian Abbiati, que por entonces defendía el portal atlético, y Andrés Palop, el portero del equipo andaluz.

Cuando camino de los vestuarios abandonaban el campo los protagonistas, los jugadores sevillistas no paraban de protestar. El que más levantaba la voz era Palop, que incluso perdió los ner-vios e intentó agredir a uno de los utilleros de la plantilla, tocayo del guardameta atlético. Abbiati se interpuso entre el cancerbero

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del Sevilla y el utillero y, desafiando a Palop, le dijo: «Si tocas a mi amigo Christian, te mato». Ahí se zanjó el incidente.

«¡se me ha puesto maLa La teLevisión!»

Llegó al Atlético de Madrid procedente del Vasco de Gama brasileño en 1988. A Donato Gama da Silva le costó adaptar-se a algunas de las tradicionales costumbres españolas, como, por ejemplo, echarse la siesta en las concentraciones. «Yo no entiendo por qué nos obligan a tener que acostarnos después de comer», les comentaba a sus nuevos compañeros.

Hombre bondadoso y de profundas raíces religiosas, perte-necía a los Atletas de Cristo y siempre llevaba la Biblia entre sus manos en los desplazamientos o cuando estaba en una concentra-ción. Un día, en su primera campaña en el Atlético, se acomodó en su casa para presenciar, a través del televisor, un partido de la liga española. De repente se apagó el receptor y Donato exclamó: «¡Se me ha puesto mala la televisión!». Lo que había sucedido era que una avería en la zona que vivía, de forma instantánea, dejó la pantalla del televisor con puntos blancos parpadeando.

A la mañana siguiente, cuando llegó al vestuario para ini-ciar una de las sesiones de entrenamiento, hablando con Futre, Manolo y Juanito les dijo: «Mi televisión se ha puesto enferma y no he podido ver el partido de ayer».

Las carcajadas de los tres compañeros brotaron al unísono y a ellas se unieron las de otros jugadores que había en aquellos momentos en la caseta.

agüero, un equipaje más

Aún no había cumplido los dieciocho años cuando Sergio Agüero fichó por el Atlético. En los primeros días en su nuevo

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club se mostraba esquivo e introvertido. Cuando empezó a coger confianza se reveló como uno de los más bromistas y astutos de la plantilla. La primera extravagancia del argentino se puso de manifiesto en el aeropuerto de Barajas.

Tras regresar junto a sus compañeros de uno de los partidos que jugó el Atlético en la pretemporada 2006-2007, la expe-dición se hallaba esperando en la sala de recogida de equipajes. Lo que nadie esperaba es que, mezclado entre maletas y bolsas, apareciera el Kun Agüero sentado en la cinta transportadora. Las risotadas de los jugadores, incluida la del entrenador, Javier Aguirre, fueron estentóreas. El único que no celebró la trave-sura fue Leo Franco. Al guardameta argentino no le gustó la chanza de su paisano y, seriamente, le dijo: «No te admito estos desmanes cuando estemos representando a nuestro club».

«¡no me mire como Las vacas aL tren!»

Sebastián Losada Bestard (Madrid, 3-9-1967), dejó de perte-necer al Madrid para incorporarse al Atlético en el verano de 1991. La trayectoria del delantero madrileño resultó fugaz en el equipo rojiblanco. Solo permaneció en el club una temporada, en la que jugó nueve partidos y marcó un gol.

En la presentación del Atlético de Madrid con vistas a la temporada 1991-1992, el primer día en que Sebastián Losada conocía a sus nuevos compañeros y al entrenador, Luis Aragonés, al nuevo refuerzo de la plantilla rojiblanca le sorpren-dió la forma en la que le recibió el técnico del Atlético.

Luis llamó a Losada y le dijo: «Tengo el culo pelado de montar en moto». Al escuchar la frase, el jugador se quedó perplejo mirando al entrenador sin saber qué responderle. Unos segundos después, Luis añadió: «¡No me mire como las vacas al tren! Y le diré más: la moral no se compra en la segunda planta de los grandes almacenes».

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riqueLme, rojibLanco por un día

Decaía el mes de agosto de 2007 cuando estaba a punto de cerrarse el mercado veraniego de fichajes. El Atlético de Madrid intentó contratar a Juan Ramón Riquelme, el interior argenti-no que maravilló con su fútbol en el Villarreal y en la Selección Argentina. En aquellas fechas, Riquelme ya tenía un preacuerdo con el Boca Juniors para jugar en el equipo bonaerense y así poder regresar a su tierra natal.

Cuando estaba a punto de emprender el viaje a Buenos Aires, el jugador se reunió con Miguel Ángel Gil, consejero delegado del club, en casa de Javier Aguirre, el técnico mexi-cano que dirigía al Atlético por entonces y que tenía mucho interés en incorporar a Riquelme a su plantel. Al preguntarle Aguirre a Riquelme si estaría dispuesto a jugar en el Atlético, el argentino respondió: «No solo estoy dispuesto, sino que ofrecería mi mejor rendimiento al equipo». Tras escucharle, el entrenador apostilló: «No hay más hablar; en el próximo entre-namiento nos vemos».

El 30 de agosto de 2007 el Atlético viajó a Serbia para enfrentarse al Novi Sad, en el partido de vuelta de la fase previa de la Copa de la UEFA. La víspera del encuentro saltó la noti-cia de que Riquelme no ficharía por el Atlético y que se había marchado a Argentina. La tensión y los nervios afloraron en el hotel donde velaban armas los jugadores rojiblancos, mientras la mayoría de la prensa española culpaba a Javier Aguirre de que el argentino no hubiera sido contratado por el Atlético de Madrid. Sin embargo, el entrenador azteca juró y perjuró que él habría querido contar con Riquelme y que no sabía lo que podía haber sucedido. Lo cierto es que nadie del club quiso despejar la incógnita del fichaje. Riquelme fue jugador del Atlético por un día.

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