Luis Alberto Romero_ Los Sectores Populares Urbanos como Sujetos Históricos

13
Última Década Centro de Investigación y Difusión Poblacional de Achupallas [email protected] ISSN: 0717-4691 CHILE 1997 Luis Alberto Romero LOS SECTORES POPULARES URBANOS COMO SUJETOS HISTÓRICOS Última Década, número 007 Centro de Investigación y Difusión Poblacional de Achupallas Viña del Mar, Chile

description

Luis Alberto Romero_ Los Sectores Populares Urbanos como Sujetos Históricos

Transcript of Luis Alberto Romero_ Los Sectores Populares Urbanos como Sujetos Históricos

  • ltima DcadaCentro de Investigacin y Difusin Poblacional de Achupallas [email protected]: 0717-4691 CHILE

    1997 Luis Alberto Romero

    LOS SECTORES POPULARES URBANOS COMO SUJETOS HISTRICOS ltima Dcada, nmero 007

    Centro de Investigacin y Difusin Poblacional de Achupallas Via del Mar, Chile

    mailto:[email protected]

  • 1

    LOS SECTORES POPULARES URBANOS COMO SUJETOSHISTORICOS*

    LUIS ALBERTO ROMERO**

    LA CUESTIN DE QUINES SON LOS SUJETOS HISTRICOS y cules son sus modos de existencia ha sidocentral en la ciencia histrica, y sin duda todava plantea numerosos problemas. Tradicionalmente laciencia histrica respondi, sencillamente, que eran los hombres: Julio Csar, Carlomagno, Luis XI oRobespierre; de ellos se predicaba cuando se escriba la historia, y la explicacin de sus acciones podareferirse a algunas nociones bsicas de tipo psicolgico: ambicin de poder, crueldad, abnegacin (si eranhroes patrios). En el siglo XIX se dio forma a un segundo gran sujeto: el pueblo o la nacin, en torno alcual se constituy la historiografa romntica: un conjunto social homogneo e indiferenciado, siempreigual a s mismo, de existencia tan enraizada en la tradicin y tan poco marcado por el devenir que casisala de la historia. Posteriormente, y hace no mucho, la Historia se nutri del contacto con CienciasSociales ms jvenes que, sin la carga del viejo oficio, pudieron elaborar ms libremente sus categorasconceptuales. As, los historiadores empezaron a pensar sus problemas en trminos de sujetos colectivos:las clases en primer lugar, pero tambin los estamentos o aun grupos de ndole ms diversa. Laantropologa ense a pensar en trminos de etnias o comunidades, y la ciencia poltica ayud a entenderque el propio Estado tiene una lgica y una autonoma tal que puede convertirse en sujeto histrico.

    Pero esto no resolvi todos los problemas del historiador. No se trata slo de saber quines sonlos que (segn la clsica pregunta para determinar el sujeto gramatical), sino qu tipo de definicin estil o adecuada para el anlisis histrico. En qu lugar de la realidad social, en qu nivel o instancia seconstituyen los sujetos? En una o en varias? En todas a la vez y simultneamente, o hay algunasmanifestaciones que son derivadas de las otras? Ms especficamente: qu relacin hay, en esaconstitucin, entre los aspectos que suelen llamarse objetivos (por ejemplo, su insercin en la estructurasocioeconmica, o en la estructura poltica) y lo que, impropiamente quiz se denominan aspectossubjetivos, es decir, la percepcin que esos sujetos, y los otros, tiene de esa situacin? Si estos problemas,en cuyo anlisis se manifiesta hoy un importante impulso renovador, son comunes a la Historia y a lasrestantes Ciencias Sociales, hay uno que es propio de ella y que hace a su diferencia especfica: hasta qupunto es adecuado utilizar, para un proceso cuyo devenir permanente se afirma, categoras fijas,principalmente estticas, como las que habitualmente elaboran las Ciencias Sociales. Como ha sealadoJos Luis Romero, la diferencia entre unas y otras pasa por el hecho de que las Ciencias Sociales apuntanpreferentemente a la sistematizacin (y de all su gusto por categoras definibles y fijas), mientras que laHistoria apunta a percibir los procesos.1

    Este problema, presente desde Parmnides y Herclito en las formas de conocimiento de nuestracultura occidental, tiene una clara referencia para la cuestin del sujeto; como Herclito, podra decirse:no encontrars dos veces la misma clase; o ms exactamente, una clase no es de un cierto modo, sino queest siendo, es decir, se est haciendo, deshacindose y rehacindose permanentemente, de modo que unaforma de conocimiento centralmente esttica, como la que proponen las Ciencias Sociales, ayuda poco acaptar la naturaleza histrica de los sujetos sociales.

    Las implicaciones de esta cuestin se advierten en los estudios sobre la clase obrera y los sectorespopulares urbanos.2 Es indudable que los estudios histricos sobre la clase obrera progresaron mucho; * Artculo publicado originalmente en Proposiciones N19: Chile, historia y bajo pueblo. Ediciones SUR, Santiago,

    1990, pp. 268-278. [N del E].** Universidad de Buenos Aires. Consejo Nacional de Investigaciones Cientficas y Tcnicas.1 Indudablemente, esto era mucho ms cierto en la dcada del sesenta que hoy, cuando la crisis de muchos paradigmas ha

    volcado, en ocasiones, a los cientistas sociales hacia la perspectiva histrica; pero creo que, en el fondo, las diferenciasse mantienen. Vase Jos Luis Romero, La especificidad del objeto, en La vida histrica (Buenos Aires, poraparecer), y en general, todos los textos de este volumen.

    2 Elijo este campo porque he estudiado el tema en relacin con Santiago de Chile en el siglo XIX, y Buenos Aires entre

  • 2

    pudieron hacerlo apoyndose en algunas firmes nociones provenientes tanto del marxismo tradicionalcomo de la Sociologa o la Economa. En primer lugar, poda encontrarse a este sujeto ubicado en laestructura productiva: su existencia surga ntidamente del anlisis de las relaciones de produccin msbsicas de una sociedad. Mejor an, se lo encontraba con igual claridad en los censos y estadsticas: podadecirse con exactitud cuntos eran, en qu ramas se ubicaban, cmo se distribuan segn la dimensin delas unidades de produccin, segn los ingresos, segn su productividad y su grado de explotacin. Se lospoda medir y pesar, con lo que todas las exigencias del conocimiento ms positivo quedaban satisfechas.Igualmente clara es su ubicacin en otros niveles de la realidad: all estaban las organizaciones sindicales,los partidos polticos que representaban sus intereses, las ideologas que expresaban esos intereses y suvisin del mundo. Era fcil postular una relacin unvoca entre todos los niveles: eran as, se comportabanas y pensaban as. Ms an, eran sustancialmente iguales a s mismos, salvo los cambios provocados porlos grandes quiebres en la estructura productiva, como por ejemplo el pasaje de la etapa de las empresasindividuales a la de los grandes monopolios. Si luego el anlisis histrico concreto revelaba anomalas oconductas no explicables, como por ejemplo su apoyo a partidos conservadores, esto se deba afenmenos de falsa conciencia, o a que an no se haban desarrollado todas las etapas del camino delautoconocimiento: lo ideolgico funcionaba as como la variable de ajuste, con la cual la historia (lo querealmente pas, segn la frmula rankeana) se reconciliaba con las categoras ms bsicas, que de algnmodo se sacaban, si no de ella, al menos de sus contingencias.

    En las ltimas cuatro dcadas, los estudios han tendido a mostrar fisuras en ese paradigma, que haterminado casi totalmente cuestionado. La exploracin de otras esferas de la vida de los trabajadores principalmente a partir de la cuestin del nivel de vida revel que haba distintas posibilidades deencarar el problema de la constitucin de los sujetos, no slo centrada en su vida laboral. Los estudiossobre la formacin de la clase obrera dieron cuenta de una transicin muy matizada y muy larga, y de unaserie de formas intermedias no exactamente homologables al viejo paradigma de la clase obrera, aunquetampoco incompatibles.3 Por otra parte, en el caso especfico de las sociedades latinoamericanas se pusoen evidencia el carcter insular de su clase obrera (por lo menos de aquella que satisfaciera el viejoparadigma) y la amplitud de otros grupos que no se confunden con ella, pero que tampoco pueden serseparados completamente, y por los cuales pasan algunos de los procesos sociales ms significativos.4

    As hoy, en el caso de los sociedades urbanas, los estudios sobre lo que Gramsci llam las clasessubalternas parecen no centrarse exclusivamente en los trabajadores industriales, sino en un conjunto msamplio, genricamente denominado sectores populares urbanos. Por otra parte, del estudio excluyente delo laboral se ha pasado a un intento de integrar las distintas esferas de su vida; de su accin y conflictoscomo trabajadores, a travs de las organizaciones sindicales, a todas las manifestaciones conflictivas desu existencia. Finalmente, del anlisis de las ideologas, esto es, las formulaciones sistemticas,provenientes de intelectuales que ensean a la clase cules son sus ideas (tal la versin extrema ycaricaturesca del planteo mucho ms profundo de Lenin, que ha dominado los estudios en este campo), auna consideracin ms general de lo que se denomina su cultura.5

    1880 y 1940. Parte de los trabajos sobre Buenos Aires ha sido realizada conjuntamente con Leandro H. Gutirrez. Eltema de los sectores populares y su cultura ha sido una preocupacin comn de los miembros del PEHESA, de modo quemuchas de estas ideas son el fruto de una elaboracin colectiva.

    3 Entre los clsicos, E. J. Hobsbawm, Trabajadores. Estudios de historia de la clase obrera (Barcelona, 1979); E. P.Thompson, La formacin histrica de la clase obrera (Barcelona, 1977), y Tradicin, revuelta y conciencia de clase(Barcelona, 1979); G. Rud, La multitud en la historia (Buenos Aires, 1971) y Protesta popular y revolucin en el sigloXVIII (Barcelona, 1978); G. Stedman Jones, Outcast London. A study in the relationship between classes in Victoriansociety (Oxford, 1971).

    4 Sobre esta reconsideracin de la historia del movimiento obrero latinoamericano, vase Ch. Bergquist, What is beingdone? Some recent studies of de working-class and organized labour in Latin America, Latin American ResearchReview 16, N2 (1981); tambin el intercambio entre Bergquist, Sofer, Erikson, Peppe y Spalding en esa misma revista,Vol. 15, N1 (1980).

    5 Un ejemplo de la ampliacin del inters por los conflictos sociales centrados exclusivamente en el mundo del trabajoson los estudios sobre los llamados movimientos sociales, muy comunes hoy. Nstor Garca Canclini ha subrayadorecientemente el conflicto social inherente a la puja por el consumo, extendiendo considerablemente la tradicional

  • 3

    Esto no significa que el viejo paradigma haya sido reemplazado por otro que ofrezca las mismasseguridades, que permita presentar dibujos tan claros y orgnicos como los de la historia del movimientoobrero. Por el contrario, quienes han abandonado las viejas seguridades son conscientes de estar enterreno movedizo y de que, en realidad, carecen de respuestas categricas para preguntas ycuestionamientos. El principal problema es que se han propuesto estudiar un sujeto elusivo, que no slono puede medirse y pesarse sino que, en rigor, no puede definirse con precisin. Quines son estossectores populares de las ciudades de que se habla? Qu arco de la sociedad cubren? Son todo, o afuerza de no querer dejar nada fuera, terminan no siendo nada? Por otra parte, la relativizacin del estudiode objetos tangibles, como son las organizaciones sindicales y los textos polticos, plantea la segundacuestin: es posible conocerlos? Extremando la perspectiva antropolgica (que indudablemente haenriquecido mucho estos estudios), salta inevitablemente el caveat spenglereano: nunca se llegarealmente a entender a ese otro, que no slo es distinto, sino que carece de formas de expresinpropias; que cada vez que habla o acta lo hace a travs de canales prestados, de voces y plumas ajenas,con palabras e ideas de otros.

    El texto que sigue pretende, ms que dar respuesta a cuestiones que todava no las tienen (y quiznunca las tengan), precisar y delimitar los interrogantes para evitar que, de incitaciones a la revisin delas ideas establecidas, stos devengan en el paralizante esto no se puede estudiar. Intentar en segundolugar mostrar que, poniendo precisin en las cuestiones y acotndolas, pueden abrirse algunas vas deconocimiento nuevas. Finalmente procurar plantear algunas ideas sobre la naturaleza de los sujetossociales, vistos desde la perspectiva de la Historia, que giran en torno de la constitucin de su identidad.En mi opinin, las tres cuestiones estn entrelazadas.

    DNDE SE CONSTITUYEN LOS SUJETOS SOCIALES?

    La primera cuestin por dilucidar es el lugar, nivel o instancia de la realidad en que se constituyenlos sujetos histricos. Aqu el marxismo ha marcado un hito en las Ciencias Sociales, reconozcan o no sufiliacin. Los sujetos principales del proceso histrico se constituyen en el nivel de la estructurasocioeconmica, en torno de las relaciones sociales de produccin, lo cual es creo sustancialmentecorrecto, aunque no lo es, en cambio, dar por terminada la indagacin all, donde en realidad empieza.Esa certidumbre, por otra parte, ofreca tambin una seguridad cognoscitiva: sobre esa estructura y esasrelaciones era posible fundar un conocimiento slido, objetivo, duro. Esa seguridad, en cambio, impusolimitaciones a la inquisicin. Minimiz la indagacin sobre sujetos que se constituyen en otras estructurasde la realidad (o en otros planos de la realidad fctica, segn los trminos de Jos Luis Romero) y que,aunque en el largo plazo pueden ser de una importancia secundaria respecto de los primeros, en el anlisishistrico propiamente dicho son eventualmente importantes o decisivos: tal el caso de los que seconstituyen en la esfera poltica, como partidos o facciones, o los que son parte del Estado, como lasFuerzas Armadas, o los que actan en el plano ideolgico, como las formaciones o grupos deintelectuales. Por otra parte, esa seguridad tendi a suprimir las diferencias o peculiaridades de los niveleso planos de la realidad, subsumindolos todos en el primero y reduciendo los restantes a epifenmenos deaqul. As, de la insercin del sujeto en la estructura productiva se derivaban sus intereses, tan

    nocin de la lucha de clases. Vase, entre otros textos donde hace un planteo similar, De qu estamos hablandocuando hablamos de lo popular?, Punto de Vista (Buenos Aires) 7, N20 (mayo de 1984). Sobre el tema de la culturade los sectores populares y la clase obrera, vase por ejemplo P. Burke, Popular Culture in Early Modern Europe(Londres, 1978); E. Muchembled, Culture populaire et culture des lites dans la France moderne (Paris, 1979); J.Clarke, Ch. Chrichter and R. Johnson, Working-Class, Culture. Studies in history and theory (Birmingham, 1979); G.Stedman Jones, Languages of Class. Studies in an English working-class history, 1932-1982 (Cambridge, 1983), yparticularmente el artculo, all incluido y traducido al castellano, Cultura y poltica obrera en Londres, 1870-1900:notas sobre la reconstruccin de una clase obrera, Teora (Madrid) 8-9 (1981-1982); R. Hoggart, The Uses of Litteracy(London, 1977); R. Rosenzweig, Eight Hours for What We Will. Workers and leisure in an industrial city, 1870-1920(Cambridge, 1983); R. Samuel and G. Stedman Jones, eds., Culture, Ideology and Politics. History Workshop Series(London, 1982).

  • 4

    objetivos como aqullos, que a su vez derivaban en acciones, unidas a las anteriores por una cadena dergidas determinaciones, lo que culminaba en la visin e interpretaciones de unos y otros: las ideologas.Si la clase obrera era un objeto de conocimiento duro, tambin lo eran sus intereses, modos de accin yobjetivos, previsibles y unvocos. Si luego se descubra que no actuaban ni pensaban tal como susintereses deban determinarlo, eso podra explicarse por distintos tipos de desviaciones, falta deconciencia o fenmenos de falsa conciencia (lo que secundariamente supona que alguien un grupopoltico era el depositario de esa conciencia real, y eventualmente poda sustituir la accin de losdesviados, concepcin de una trascendencia poltica muy grande).

    Pero la pregunta de un historiador no puede ser por qu un sujeto terico ms una categoraanaltica que una realidad observaba en el anlisis no acta como debera actuar. El oficio delhistoriador es explicar cmo actan los sujetos histricos reales, y esa accin no slo es el resultado decompulsiones de la realidad fctica, sino tambin el producto de un acto de conciencia, sea sta plena,falsa o velada, la que luego, confrontada con aquella realidad, se traduce en efectos diferentes a losproyectados, e incluso no queridos. As, explicar las acciones de los sujetos, y a partir de ellas a lossujetos mismos, implica considerar, adems de las situaciones sociales en que estn incluidas lasestructuras del orden fctico, la conciencia que los sujetos tienen de ellas, porque es en el cruce deambos planos, el de las situaciones y el de su conciencia, donde se constituyen los sujetos histricos.6

    Es sta, por otra parte, una contraposicin clsica: la del ser social y la conciencia social, resueltahabitualmente en trminos de ideologa, es decir, visin parcial, velada, deformada, intencionalmentedeformada u ocultante de la realidad. Se dira: la realidad existe y la ideologa un ncleo deconcepciones lgicamente articuladas y rigurosamente armadas la encubre. Esta contraposicin se nosaparece hoy esquemtica e insuficiente. Para el enfoque que proponemos, parece ms pertinente elconcepto de cultura, tal como lo utilizan actualmente muchos estudiosos: un conjunto amplio derepresentaciones simblicas, de valores, actitudes, opiniones, habitualmente fragmentarios, heterogneos,incoherentes quiz, y junto con ellos, los procesos sociales de su produccin, circulacin y consumo, cuyaconsideracin permite superar la idea tradicional de las representaciones como reflejo y las ubica en sudoble carcter de constituyentes del proceso social y constituidas por l.7 As caracterizada la cultura, esposible relacionar con ella, en un lugar importante pero no ya en el centro, a la ideologa, ncleoconceptual duro, con formas especficas de produccin, circulacin y consumo, que en parte esproducto decantado de aquel conjunto de representaciones y en parte opera desde fuera de l,moldendolo, ordenndolo, dndole coherencia.

    La cuestin es cmo relacionar ambas dimensiones del proceso social. Habitualmente, dentro deaquella tradicin ms clsica, eran consideradas dos esferas absolutamente diferentes: una de ellasdeterminaba a la otra, que era apenas un reflejo de la primera, un fantasma casi, que no mereca estudiosespecficos. Esta opinin era compartida por quienes desde el otro lado, vean la historia de las ideascomo un campo autnomo, cuyo estudio no requera mayores precisiones desde el campo de lasrealidades materiales. La percepcin de los elementos materiales implcitos en los procesos culturales, yde los elementos simblicos que necesariamente informan los procesos sociales, el estudio de lasinteracciones e influencias recprocas, lleva en un extremo a Raymond Williams a hablar de un procesosocial nico y de la inescindibilidad de sus dos dimensiones, material y simblica. Algo similar proponeJos Luis Romero con su concepto de vida histrica. Williams rescata la idea bsica de la tradicinmarxista de la determinacin en ltima instancia de las estructuras materiales y la traduce en trminos delmites dentro de los cuales pueden constituirse diversos universos culturales e incitaciones,elementos necesarios pero no suficientes, a partir de los cuales los sujetos conforman su mundo cultural.

    Si aceptamos la idea de que en la esfera cultural se constituye la forma mentis de los sujetos, quees valorativa y operativa, es decir, que les permite juzgar y actuar; si admitimos que su accin es un

    6 Jos Luis Romero, Reflexiones sobre la historia de la cultura, en La vida histrica, cit.7 Seguimos aqu el planteo de Raymond Williams: Marxismo y literatura (Barcelona, 1980) y Cultura. Sociologa de la

    comunicacin y el arte (Barcelona, 1981).

  • 5

    producto tanto de las incitaciones y lmites de la estructura como de los impulsos de esa forma mentis,que opera como filtro y como retcula de las incitaciones de la realidad, se plantea entonces uno de losproblemas centrales del anlisis histrico: por qu camino esas determinaciones de la estructura seconvierten en formas culturales. Es sin duda el concepto de experiencia, elaborado aunque no demasiadoteorizado por E. P. Thompson, el que ms ayuda a encarar estos procesos, en tanto permite explicarsimultneamente el modo como se constituyen representaciones sociales a partir de experienciasindividuales primarias, y a la vez el modo cmo esas experiencias primarias son vividas e interpretadaspor sus protagonistas a la luz de las experiencias acumuladas, decantadas y convertidas enrepresentaciones simblicas. He aqu un camino por el cual, continuamente y sin rupturas, se pasa delproceso social a su representacin simblica y de ella nuevamente al proceso social, por la va de laconciencia de los sujetos.8 Se complementa con otro que ha sido mucho ms estudiado: aquel por el quela experiencia social constituida se incorpora a los sujetos individuales que, en trminos de Bourdieu, seapropian de distintas porciones del capital social acumulado. De este doble proceso surge eso que, entrminos clsicos, se ha llamado la conciencia de clase, y que quiz convendra denominar con un trminomenos cargado de connotaciones.9

    En sntesis, un sujeto social se constituye tanto en el plano de las situaciones reales o materialescomo en el de la cultura, sencillamente porque ambos son dos dimensiones de una nica realidad. Losestudios clsicos han partido de uno, y no se han molestado casi en llegar al otro, sustituido a lo sumo porel estudio de las ideologas que, se supona, eran aceptadas por los sujetos. En el caso de los estudiossobre la clase obrera, la mayora de las investigaciones ha puesto el acento en las situaciones reales:conocemos relativamente ms de su insercin en la estructura socioeconmica, de sus organizaciones y desu accin sindical y poltica. Por ello parece importante dar un impulso al estudio de la dimensinsimblica de esos fenmenos, lo que no supone descartar aqulla ni minimizarla, entre otras cosas porqueningn estudio de los procesos de constitucin del universo simblico puede hacerse separado de lasociedad o los mbitos sociales especficos en que ello ocurre. Este terreno de lo cultural, que hoy aparececomo fundamental para entender a los sectores populares, es sin duda mucho menos seguro y firme que elhasta ahora privilegiado. Es cierto que suelo ser el terreno propicio del ensayismo y la generalizacinfcil. Pero esas dificultades no pueden excusar su estudio; ms bien deben obrar como desafo paraencontrar metodologas aptas y categoras operacionales que permitan hacer pie en el pantano. Esaintencin tiene nuestra propuesta de considerar las identidades sociales y su proceso de constitucin.

    CMO CONOCER A LOS SECTORES POPULARES?

    La segunda cuestin tiene que ver con la posicin de los sectores populares urbanos en lasociedad y las implicaciones que ello tiene respecto de las posibilidades de conocerlos. Es sabido que laHistoria ha mirado preferente o exclusivamente a las lites, entre otras cosas porque ellas son las que sehacen escuchar plenamente. Tener voz es tener historia y quienes no la tienen, segn la frmula delhistoriador Prez de la Riva, son las gentes sin historia.

    Pero desde fines del siglo XVIII la presencia de los sectores populares en la escena histrica esinsoslayable, lo que oblig a abandonar la tradicional ignorancia de sus voces. Acerca de cmo acercarsea ellos, dos posiciones extremas han dominado hasta hace un tiempo la discusin, y todava hoy perdurancon fuerza. Unos, desde una perspectiva populista que tiene sus races en el historicismo romntico, hantendido a ver una suerte de identidad popular que recorre la historia, sustancialmente igual a s misma, oal menos lo suficientemente resistente a los cambios como para que pueda identificarse la presencia de un 8 Este planteo aparece en La formacin histrica de la clase obrera, y en Miseria de la teora (Barcelona, 1981), donde

    polemiza con Althusser. Tambin en La economa moral de la multitud en la Inglaterra del siglo XVIII, incluido enTradicin, revuelta y conciencia de clase, cit.

    9 P. Bourdieu, La reproduccin. Elementos para una teora del sistema de enseanza (Barcelona, 1973). E. J.Hobsbawm, La conciencia de clase en la historia, en Marxismo e historia social (Universidad Autnoma de Puebla,1983).

  • 6

    sujeto en perodos o circunstancias muy diferentes. Tal los planteos sobre lneas histricas, que sininconvenientes mayores suelen enlazar los comienzos del siglo XIX y los finales del XX en un nicomovimiento, por ejemplo la lucha por la liberacin.10 Tal planteo supone adems que ese sujeto esbsicamente impermeable a las influencias de los sectores dominantes, que la dominacin lograacatamiento pero nunca aceptacin ni mucho menos readecuacin del sujeto a los parmetros fijados porel sistema de dominacin. En el otro extremo, se ha supuesto que estos sectores populares carecencompletamente de toda identidad propia; todo lo que son es lo que les han dicho que tiene que ser; todo loque tienen es una variante degradada de la cultura de la lite, que a fuerza de vieja se ha hecho folk. Estaconcepcin se refuerza a partir de los estudios de los procesos de comunicacin de masas: el llamadoparadigma comunicacional hace del receptor un paciente, moldeable por el emisor, sobre todo si losmedios son enormemente poderosos.11

    Estas dos propuestas extremas acerca de si los sectores populares poseen existencia autnomaobservable tenan la ventaja de dar una respuesta coherente, si no convincente, acerca de un interroganteque habitualmente acosa a quienes estudian este tema: cmo conocer a estos sectores populares huidizos yhasta evanescentes. Desde la perspectiva populista, el camino pasa por la identificacin con el almapopular: al pueblo se lo siente, y luego se lo entiende. Por otra parte, cada cosa que se sepa, averige ointuya acerca de ellos puede ser ubicada ms o menos en cualquiera de los momentos de su devenir, puesen el fondo no cambian. Desde la perspectiva de la manipulacin, conociendo el mensaje se conoce aldestinatario.

    Quienes en cambio se ubican en la perspectiva de la ciencia histrica o la antropologa, y tienenen cuenta los recaudos para el conocimiento propio de esas disciplinas, suelen ser ms precavidos, lo quefrecuentemente los lleva a un callejn con salida. No hay de los sectores populares demasiadostestimonios directos: durante la mayor parte de su historia, esta gente sin historia no supo escribir, y alo sumo escriban por ellos. En todos los lugares donde se los ve actuar se constata que, en definitiva,siempre es una actuacin mediada por elementos, estructuras o instituciones de la sociedad establecida:sus creencias pasan por el filtro de las iglesias institucionales, su accin poltica a travs de direcciones oprogramas ajenos, sus ideas son expresadas por otros, aun en los casos de mayor simpata. Aplicando lasreglas del conocimiento positivo, se llega rpidamente a la conclusin de que, puesto que no haytestimonios puros, no hay conocimiento posible, con excepcin de los aspectos ms duros de surealidad. Podemos saber cuntos son, en qu trabajan, quiz cuntas caloras consume; pero recordando acontinuacin que all se encuentra en realidad una burocracia, o profesionales de la poltica, ointelectuales simpticos pero extraos. Los sectores populares permanecen sin embargo misteriosos,lejanos e inasibles. Quienes asumen la perspectiva antropolgica y abordan los problemas culturales, setopan en una segunda barrera: su cultura no es, en el fondo, tan ajena como la de una tribu polinsica.Tienen su propio mundo de valores, sus propias reglas de pensamiento, y esto que ni siquiera podemosanalizar a travs de testimonios directos nos es sustancialmente extrao, tal como lo planteaba Spenglerpara las culturas no occidentales. Juntos o separados, ambos razonamientos suelen servir para desalentarestos estudios, aun cuando se los reconozca importantes y valiosos.

    Las dos cuestiones planteadas suelen paralizar la discusin; es necesario enfocarlas desde otropunto de vista. En primer lugar, volver a las nociones bsicas sobre qu cosa es una sociedad: los sectorespopulares y la lite, o cualquier otro tipo de sectores que se identifiquen en ella, no existen antes o almargen de la sociedad. Son en el fondo distinciones analticas que se realizan para estudiar ese todo; y,como tales, su anlisis, es decir su estudio por separado y en s, tiene un lmite, que est dado por lossupuestos acerca del todo social. No se hace historia de los sectores populares o de la lite, sino de la 10 Esto es caracterstico del revisionismo, corriente historiogrfica argentina, de escasa densidad acadmica pero de gran

    impacto en el pblico.11 Nstor Garca Canclini ha caracterizado crticamente ambas concepciones en Las culturas populares en el capitalismo

    (Mxico, 1982). Igualmente, P. Burke, El descubrimiento de la cultura popular, en R. Samuel, ed., Historia populary teora socialista (Barcelona, 1981). Tambin el trabajo firmado por nuestro grupo, el PEHESA, La cultura de lossectores populares: manipulacin, inmanencia o creacin histrica, Punto de Vista 6, N18 (agosto de 1983).

  • 7

    sociedad, vista desde la perspectiva de uno de sus actores.La primera consecuencia de esta vuelta a las nociones bsicas tiene que ver con nuestra

    tradicional imagen de sujetos sociales clara y pulcramente recortados, si no impermeables, s al menosntidamente separados unos de otros. E. P. Thompson ha sealado, en un notable artculo, cmo lossujetos sociales se constituyen a partir de un conflicto social que les es previo. No se trata con esto deestablecer prelaciones, que llevaran otra vez al callejn sin salida de la ltima instancia, sino de buscarun modo de pensar distinto del que emana de la vieja tradicin: primero estn (y caractericemos a) losactores, y luego veamos las causas que llevan al conflicto. Tanto Raymond Williams como PierreBourdieu han partido de un punto de vista similar al estudiar los problemas culturales: antes que pensaren sujetos sociales que tienen distintas culturas, y establecer a partir de esto las relaciones, conviene partirde la existencia de una corriente cultural comn y estudiar las distintas formas de apropiacin o consumo,as como los mecanismos que las regulan. Aqu, como en el caso anterior, primero est el campo y luegolos sujetos. Pero en l, la configuracin de los sujetos es cambiante: como ha sealado Stuart Hall enrelacin con el campo cultural, se trata de un campo de lmites fluctuantes; entre sus polos el popular yel de lite, en este caso hay todo tipo de relaciones: imposicin, aceptacin, prstamo, apropiacin. Loque separa a lo popular de lo que no lo es no se define de una vez para siempre, sino que es el resultadoconcreto de una fase concreta de ese conflicto, y como tal se desplaza, avanza o retrocede. Es fcil pensarejemplos similares en la lucha social, la poltica...12 Las manifestaciones de lo popular que habitualmentepueden estudiar un historiador un partido, una forma de vida, un movimiento social, una creacincultural nunca son populares en trminos puros, y no porque los sectores populares, a diferencia de losde la lite, tengan esa capitis diminutio de la heteronoma o la subordinacin (la tienen, pero es unadiferencia de grado), sino porque esa mezcla es lo propio de todo el proceso social y cultural: el conflicto,la coexistencia, la impureza.

    La segunda consecuencia del retorno a las nociones bsicas tiene que ver con el problema delconocimiento de los sectores populares. Sabemos mucho sobre esas lites que escriben y piensan ms omenos como nosotros (aunque bien podramos aplicarles las mismas dudas acerca de la mediatizacin desus acciones o el recurso a voces ajenas). Es posible que ellas nos guen al conocimiento de los sectorespopulares, puesto que en realidad stos no son polinesios sino copartcipes de un nico mundo social ycultural. Para ello, podemos centrarnos en las acciones de diverso tipo que esa lite desarrolla paramoldear, adecuar, conducir, dominar a los sectores populares.13 En primer lugar los miran, y traducen suimpresin en multitud de testimonios: los sectores populares aparecen a veces como el reducto folk ypintoresco, o como las clases peligrosas, o como la barbarie, o como los extraos, o de muchas otrasformas, todas prejuiciosas, escasamente crticas, a menudo descalificadoras, que hablan mucho ms dequienes las piensan que del objeto de referencia. Pero en el proceso social, tambin operan sobre ste: lamirada del otro, del que est enfrente, es uno de los elementos constituyentes de la identidad social, yese elemento puede ser estudiado bastante bien.

    Por otra parte, el modo cmo esta lite organiza la sociedad constituye a los sectores populares dediversa forma: en trabajadores, en consumidores, en votantes, en aclitos. La adecuacin de este sujeto alos papeles que debe desempear requiere de diversos instrumentos, en parte coactivos y en parteeducativos. El Estado ensea, disciplina, vigila, castiga, como han sealado desde distintas perspectivasAlthusser y Foucault. En el mismo sentido operan otros actores, como la Iglesia y; ms recientemente, laindustria cultural y particularmente los medios masivos de comunicacin. Aunque los resultadosobtenidos no son nunca exactamente los buscados (y aqu es preciso apartarse de la visinreproduccionista de estos autores), indudablemente estas acciones son en parte (y a veces en gran medida)

    12 E. P. Thompson, La sociedad inglesa del siglo XVIII: lucha de clases sin clases?, en Tradicin revuelta y conciencia

    de clase, cit. Stuart Hall, Notas sobre la desconstruccin de lo popular, en R. Samuel, ed., Historia popular y teorasocialista.

    13 Tomo como referencia, naturalmente, el concepto de hegemona de Gramsci. Vase Notas sobre Maquiavelo, sobrepoltica y sobre el Estado moderno. (Buenos Aires, 1962).

  • 8

    eficaces; por lo tanto, a travs de ellas podremos saber mucho de quienes las reciben y soportan.14Si pensamos que el sujeto paciente no es exactamente igual a lo que quieren hacer de l, es

    porque en primer lugar subrayamos su capacidad de resistencia y, tambin, porque tenemos en cuenta loque suele llamarse la perspectiva del receptor: todo lo que se le dice a alguien es recibido e interpretadode un cierto modo; en trminos comunicacionales, es decodificado a partir de un cierto cdigo delreceptor, y luego resignificado. Este cdigo se ha formado ciertamente a partir de mensajes y enseanzasanteriores (tambin decodificadas y resignificadas), pero igualmente a partir de las experienciasincorporadas a eso que llambamos la forma mentis del sujeto, que opera como filtro y retcula. Es alldonde encontramos la herramienta que permite al receptor seleccionar, aceptar parcialmente, modificar,rechazar, cambiar de significado, ubicar en configuraciones de sentido diferentes. Es all tambin dondeel otro implanta, frontal o subrepticiamente, sus propios instrumentos, criterios, valores. Es all donde selibera uno de los combates por la hegemona.15

    La percepcin de ese ancho campo de maniobra, que transforma la tabula rasa en un sujetohistrico completo, es la que conduce al escepticismo acerca de la posibilidad de entender a ese sujetorebelde, extrao y en cierto modo mudo a fuerza de ser grafo. Sin embargo, si aceptamos que podemosconocer positivamente los mensajes de diversa ndole que se le dirigen a estos actores rebeldes eincgnitos, encontramos all una segunda va de conocimiento: todo mensaje y toda accin incluye dealguna manera al otro, al destinatario de la accin, al receptor, puesto que espera ser aceptado yreconocido por ste. Las marcas y seales del lector, el oyente o el recipiente, incluidas en ellos, agreganindicios para el conocimiento de ese sujeto huidizo.

    En sntesis, no se trata de sujetos sociales de entidad distinta, uno puro y otro impuro, unocognoscible y el otro no, sino de un nico campo cuyas zonas estn quiz mejor o peor iluminadas, peroque es inescindible. Y as como estudiar las zonas claras ayuda a entender las oscuras, mientras estaszonas oscuras existan las claras no sern totalmente entendidas. Veamos ahora qu implicaciones tieneesto para una conceptualizacin de los sujetos histricos, y particularmente del llamado sujeto popular.

    SON LOS SECTORES POPULARES URBANOS UN SUJETO HISTRICO?

    Cabe entonces preguntarse cunto se dice cuando se habla de sectores populares, y hasta qupunto ellos son cabalmente un sujeto histrico. En realidad se dice muy poco, casi nada, y en este sentidolas crticas al empleo de esta denominacin son justas. El trmino apenas sirve para delimitar un campode estudio, para recortar un rea de la realidad, pero fuera de eso no precisa mucho ms. Probablementeen esta ambigedad e indefinicin est su virtud, pues de manera mucho ms clara que cuando se empleantrminos aparentemente ms precisos, como clase obrera o burguesa, se manifiesta la imposibilidad dedefinir un sujeto a priori, fuera de un proceso histrico concreto. Frente a las definiciones ms bienestticas de las disciplinas sociales sistematizadoras, la Historia debe encontrar un modo especfico decaracterizar los sujetos, y probablemente deba apelar para ello a un modo diferente de razonar.

    14 L. Althusser, Ideologa y aparatos ideolgicos del Estado, en La filosofa como arma de la revolucin, Cuadernos de

    Pasado y Presente, N4, 9 ed. (Mxico, 1979); M. Foucault, Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisin (Mxico,1976). Sobre el papel de la escuela: E. J. Hobsbawm, Mass Producing Traditions: Europe, 1870-1914, en E. J.Hobsbawm, ed., The Invention of Tradition (Londres, 1984); M. Ozofud, LEcole, lEglise et la Republique, 1871-1914(Paris, 1963); P. Vilar, Enseanza primaria y cultura de los sectores populares en Francia durante la III Repblica, enBergern, comp., Niveles de cultura y grupos sociales (Madrid, 1977). Sobre el papel combinado de la Iglesia y elEstado, los textos citados de Muchembled y Burke, y R. Mandrou, Magistrats et sorcires en France au XVII sicle(Paris, 1968).

    15 Las teoras de la recepcin han sido particularmente desarrolladas, en el campo de la crtica literaria, por H. B. Jauns yla Escuela de Constanza. Vase al respecto C. Altamirano y B. Sarlo, Literatura/Sociedad (Buenos Aires, 1983). Sobrelos aspectos comunicacionales de la recepcin, vase Stuart Hall, Encoding-decoding, en Culture, Media, Lenguage(Birmingham, 1980) y O. Landi, Crisis y lenguajes polticos, Estudios CEDES 4, N4 (Buenos Aires, 1982). Elconcepto de sentido comn y su carcter fragmentario y contradictorio ha sido planteado por A. Gramsci; vase Losintelectuales y la organizacin de la cultura (Buenos Aires, 1960). Tambin: J. Nun, Elementos para una teora de lademocracia: Gramsci y el sentido comn, Punto de Vista 9, N27 (agosto de 1986).

  • 9

    Sealaremos al respecto tres cuestiones.El primer trmino: los sectores populares son lo que son, lo que ellos creen ser o lo que otros

    creen que son? Un siervo es un campesino oprimido por los nobles o es el labrador de un ordenternario integrado por defensores y oradores, como ensea la Iglesia? Un vendedor ambulante es uncomerciante por cuenta propia o la parte indiferenciada del bajo pueblo, como cree la gente decente?Un trabajador es un proletario, como piensan los socialistas, o un futuro cuentapropista, como a menudocree l? En todos estos casos se ve el cruce entre caracterizaciones que nosotros, analistas, encontramos apartir de la estructura de la sociedad, que ellos no alcanzan a comprender, junto con imgenes del otro.Como ya se seal, el sujeto histrico incluye, de alguna manera, esas distintas dimensiones. Hay en luna base, como un mrmol en bruto sobre el cual puede construirse un nmero limitado pero diverso deestatuas: tal la determinacin de la estructura; los escultores son los grupos dirigentes, el Estado, laIglesia, los grupos contestatarios, actuando conjunta o separadamente, y tambin el propio sujeto, queconstruye desde adentro su propia imagen, de modo que la resultante es una combinacin, nonecesariamente coherente, de todos esos impulsos.

    En segundo trmino: constituyen estos sectores populares un recorte preciso, homogneo yconstante de la realidad? La anterior conclusin indica que no puede resultar eso de la confluencia,necesariamente inestable y cambiante, de tantas fuerzas. Aqu, la percepcin del historiador se apartesustancialmente de la de quienes creen que es posible una caracterizacin precisa y unvoca, capaz dedeterminar los lmites exactos de este sujeto popular, con la precisin que tiene, por ejemplo, unacaracterizacin censal: tales categoras ocupacionales entran en la definicin y tales otras no, y deben serincluidas, por ejemplo, en la clase media (un trmino tan ambiguo como sectores populares, pero quesin embargo goza de ms respetabilidad) o, por otra parte, en los grupos marginales o de la mala vida,separados de los especficamente populares.

    Quiz debera partirse de la premisa contraria. Existen en los sectores populares yprobablemente en cualquier sujeto histrico fuerzas que llevan a su fragmentacin: hay una enormediversidad ocupacional y de condiciones en cuanto trabajadores; hay una gran diferencia en cuanto ariqueza, prestigio o poder, a partir de las cuales pueden establecerse capas; existen en ellos tradicionesculturales diferentes, que incluyen en muchos casos las nacionales; hay, finalmente, recortes ideolgicoso polticos que, en ocasiones, pueden establecer diferencias profundas. La enumeracin puede extendersems an. Todos esos segmentos que cortan el conjunto de diversas maneras, coexisten conflictivamente ylas diferencias pueden llegar a determinar hasta enfrentamientos profundos (para poner un caso extremo:huelguistas y esquiroles, o la clsica contraposicin entre proletariado y lumpen-proletariado). Ms an,podra decirse que sobre esas diferencias, acentundolas, suelen trabajar los mecanismos de dominacin.Pero simultneamente existen fuerzas que impulsan a la polarizacin: a su integracin a partir de grandesexperiencias unificadoras, que pueden encontrarse en los mismos campos donde se hallan las de lafragmentacin: una gran fbrica, que iguala condiciones laborales; el hacinamiento en la vivienda, lacomn extranjera frente a una sociedad excluyente o xenfoba, la participacin en acciones de luchaimportantes, una identificacin poltica, la represin.

    He aqu, entonces, dos fuerzas en tensin, una que lleva a la fragmentacin del universo popularen una multitud de universos y otra que tiende a unificar el campo; que operan en relacin con fuerzassimilares presentes en el otro extremo del campo social. En ocasiones, la polarizacin es tan fuerte que entorno del campo popular se aglutinan los que en otras circunstancias formaran parte de las llamadascapas medias; en otras, la tensin disminuye y queda entre los dos polos un campo indeciso y fluctuante;en otras, finalmente, estos sectores intermedios se agrupan en torno del polo dominante, como laslimaduras de hierro en un campo imantado, segn la imagen usada por Thompson. En fin, lasposibilidades son mltiples, y slo el anlisis concreto de una situacin puede revelarlas y mostrar cmoese sujeto, que ambiguamente hemos llamado sectores populares, incluye y no incluye a todos los gruposy capas habitualmente considerados dudosos (ya se trate de pequeos comerciantes o delincuentes).Pensar las cosas as constituye, de alguna manera, un desafo a la lgica que habitualmente usamos. Ensntesis, debemos pensar en un sujeto que, aun teniendo un polo constante, cuya caracterizacin nos

  • 10

    remite a la estructura, tiene lmites y densidades variables, de cuya naturaleza no nos dice nada unarespuesta genrica, y que remite al proceso histrico y sus coyunturas.

    Finalmente: se puede predicar algo constante y permanente de los sectores populares? Tenemoscasi la necesidad intelectual de encontrar una definicin de este sujeto lo suficientemente durable ypermanente como para ser adecuada a una estructura de larga duracin, al modo como clase obrera loes para capitalismo. Pero, por otro lado, la perspectiva historicista lleva a cuestionar la existencia deesas permanencias absolutas y a preguntarse si los cambios constantes, los cambiantes equilibrios, nohacen imposible esa continuidad y todo intento de definicin permanente.

    Los sectores populares, entre la fragmentacin y la polarizacin, no son en realidad, sino queestn siendo; es necesario encontrar la frmula que, en la definicin del sujeto, articule la continuidad enel cambio, o la transformacin en la permanencia, problema que por otra parte es central en cualquieranlisis histrico. Las fuerzas que operan alrededor de la polarizacin-fragmentacin son ms o menos lasmismas que operan en este caso. Un cambio en la estructura de la sociedad, o una modificacin de larelacin entre el sujeto popular y alguno de los otros, lleva a una nueva configuracin de ese sujeto, perola vieja configuracin no desaparece del todo: permanece en la imagen, en las representacionessimblicas, operando sobre la nueva realidad. As, los cambios situacionales se combinan con lasimgenes de los sujetos y la tradicin lo que han sido se integra en el presente, operando sobre l.Hay una serie de mecanismos sociales de conservacin de esa tradicin: los tienen las familias, lasasociaciones, como los sindicatos o los partidos, y tambin perdura en imgenes sociales acuadas yperpetuadas culturalmente. Pero la tradicin no es una fuerza ciega e indeterminada que ata el pasado conel presente. En buena medida, la tradicin se construye, mediante el olvido y el recurso selectivo, laresignificacin del pasado, y hasta el invento (como por ejemplo, la fundacin mtica de un movimientopoltico). Hay procesos sociales especficos de constitucin o destruccin de identidades, y hay agentessociales especializados en ello, como los historiadores o los periodistas. El pasado opera sobre el presentey asegura la continuidad de los sujetos histricos, pero a partir de la elaboracin que, desde el presente sehace de l. Por otra parte, esa tradicin constituye tambin un campo de conflicto cultural, y en laconstitucin de esa tradicin, en la determinacin de lo que debe ser recordado, olvidado y recuperado, yen la valoracin respectiva, operan las mismas fuerzas que juegan en el conflicto social.16

    Tenemos, pues, unos sujetos sociales que cambian y permanecen, son lo que son y lo que hansido. Tambin, en alguna medida, lo que van a ser. Los procesos de cambio comienzan conformandosituaciones sociales anunciadas, pero no maduras. Hay grupos, actitudes, ideas, que empiezan aconfigurarse pero que an no han crecido lo suficiente como para incorporarse a un sujeto histricodistinto, y actan dentro del existente, empujndolo en un sentido, para ser algo distinto, o prefigurandouna ruptura. Tal el caso, por ejemplo, del vasto movimiento de disconformismo propio de la sociedadburguesa, que aun hoy desafa algunos de los componentes de sta, aunque no termina de conformar unaalternativa. Son grupos o fuerzas emergentes que, sin haber roto todava con el sujeto, lo hacen empezar aser algo distinto de s mismo.17

    As, un sujeto social, que es un presente, tiene metido dentro de s el pasado y el futuro. Ningunadefinicin esttica puede dar cuenta de esa sustancial transitoriedad, o mejor dicho del carcter dinmicoy cambiante de su ser. Quienes han estudiado la conformacin de la nueva clase obrera en el marco de laRevolucin Industrial, a partir de distintos segmentos de sectores populares, se han encontrado con esarealidad: los nuevos obreros industriales son todava una minora en el mundo de jornaleros, artesanos,campesinos y lo que en general se ha denominado la multitud; ms an, lo que sern los rasgos propiosde los obreros industriales actitudes, formas de vida, formas de organizacin no alcanzan todava a 16 E. J. Hobsbawm, Tradiciones obreras, en Trabajadores. Estudios de historia de la clase obrera, y Mass producing

    traditions, cit.17 Raymond Williams ha propuesto esta idea de la coexistencia de elementos residuales y emergentes junto con los

    dominantes. Vase Marxismo y literatura, cit. Un anlisis de este tipo aparece en la obra historiogrfica de Jos LuisRomero, particularmente en Latinoamrica: las ciudades y las ideas (Buenos Aires, 1976), y en Estudio de lamentalidad burguesa (Buenos Aires, 1987).

  • 11

    diferenciarse de los propios de la vieja sociedad.18 Ninguna definicin de la clase obrera alcanza a darcuenta de esa compleja transicin y puede precisar el momento en que lo viejo ya no es ms y lo nuevo nolo es plenamente. Como en el caso anterior, tenemos aqu un desafo para una lgica habituada a lasdefiniciones categricas, fijas y excluyentes.

    IDENTIDADES

    En suma, los sectores populares no son un sujeto histrico, pero s un rea de la sociedad dondese constituyen sujetos. Su existencia es la resultante de un conjunto de procesos, objetivos y subjetivos,que confluyen en una cierta identidad, la que aparece en el momento en que, de un modo ms o menospreciso, puede hablarse de un nosotros, sea cual fuera esa identificacin. Estas identidades soncristalizaciones provisionales, que dan el tono, la lnea principal en una situacin, un perodorelativamente largo, asible, cognoscible, pero que no excluye tonos menores, lneas alternativas,diferentes o contradictorias, remanentes o anticipatorias. Las identidades se constituyen en el marco de uncampo social, en relacin con otras, o ms exactamente, contra otras identidades. Empujada por lastendencias a la fragmentacin, cada identidad es una y varias a la vez; empujadas por lo que fueron y loque van a ser, son iguales y distintas a s mismas. Por ambas razones, sus lmites y sus perfiles son fluidosy cambiantes, aunque puede identificarse en ellas un ncleo duro. Tal es la caracterizacin de un sujetohistrico, que si no ofrece las seguridades esperables para un conocimiento duro y positivo, al menosprobablemente sirva para explicar ms cosas que lo que permiten los recortes ms tradicionales.

    El fluir del proceso histrico hace provisionales a estas identidades. Pero esa provisionalidadtambin tiene que ve con los problemas apuntados del conocimiento. Las identidades, definidasprovisoriamente, constituyen una herramienta heurstica, una forma de acercarse al material emprico yorganizarlo, y simultneamente probar, combinar, evaluar hasta qu punto las lneas divergentes son esoo, ms an, definen identidades alternativas.

    Porque el problema mayor de quien quiere simultneamente estudiar a un sujeto huidizo como lossectores populares urbanos, y una esfera ms huidiza an, como la de la cultura, es cmo transformarestas ideas generales acerca de la naturaleza de los problemas en mecanismos operativos. Aqu es sinduda donde los trabajos sobre la cultura popular ofrecen a menudo un flanco dbil, donde ms fcil esdeslizarse del estudio riguroso al ensayo. En otros trabajos hemos propuesto la existencia, entre lossectores populares de Buenos Aires entre 1880 y 1940, de dos grandes identidades sucesivas: unatrabajadora y contestataria, fuertemente influida por el anarquismo, y otra popular, conformista yreformista, con influencias del socialismo.19 Tambin hemos propuesto un conjunto de vas queanalticamente pueden distinguirse al estudiar los procesos de constitucin de estas identidades. Enprimer lugar, el rea de las experiencias sociales, es decir, ese campo en que los impulsos estructurales seconvierten en circunstancias vividas, recordadas y trasmitidas, organizadas en una forma mentis a partirde la cual las propias experiencias son entendidas. Luego, el rea de las relaciones con los otros actoressociales, deseosos de un modo u otro de moldear esa identidad. Estos actores, y la naturaleza de suaccin, son diversos. Puede distinguirse entre ellos lo que es la mirada puramente prejuiciosa del otro,de las lites, habitualmente descalificadora, aunque a veces sea paternal, y que de alguna manera el sujetosocial incorpora, ya sea por la aceptacin, el rechazo o la reformulacin. Por otra parte, la accin mssinttica, y ms pretendidamente racional y universal, del Estado, con sus dos mecanismos (no siempre

    18 Vanse los trabajos de Thompson, Hobsbawm y Rud citados en la nota 3.19 Vase Sectores populares, participacin y democracia. Pensamiento Iberomericano (Madrid) 7 (enero-junio de

    1985), incluido en A. Rouqui y J. Schvarzer, Cmo renacen las democracias? (Buenos Aires, 1985); Una empresacultural para los sectores populares: editoriales y libros en Buenos Aires en la entreguerra, en D. Armus, comp.,Cultura poltica y modos de vida. Estudios de historia social argentina (Buenos Aires, por aparecer); La cultura de lossectores populares porteos (1920-1930), con Leandro H. Gutirrez, en Espacios de crtica y produccin (BuenosAires) 2 (julio-agosto de 1985), y Los sectores populares en las ciudades latinoamericanas: la cuestin de laidentidad, Desarrollo Econmico 27, N106 (julio-septiembre de 1987).

  • 12

    discernibles) de la coaccin y la educacin, que a partir de una imagen general de la sociedad asigna acada uno una posicin y una identidad y opera firmemente sobre las actitudes, creencias y valores delsujeto popular, reforzando unas, combatiendo o extirpando otras. Luego, el de instituciones tales como laIglesia, los medios masivos de comunicacin o, desde una perspectiva diferente, con intereses ypropsitos opuestos pero con similares mecanismos, los intelectuales y polticos contestatarios (muchasveces llamados de izquierda), cada uno de los cuales procura moldear esa forma mentis reorganizandosus contenidos, extirpando, implantando, subrayando, atenuando.20

    Tales las fuerzas, los escultores del bloque de mrmol. Es preciso penetrar luego en el procesosocial en que actan esas fuerzas, a lo largo del cual estas identidades se construyen y reconstruyenpermanentemente. Este es precisamente el punto en que el anlisis del historiador puede superar loslmites de los estudios habituales de los productos de la cultura popular su msica, sus creencias ysumergir a stos en el proceso social que los constituye. Estas identidades y en general todo el universocultural son el resultado de prcticas sociales, desarrolladas en espacios constituidos de la sociedad, enmbitos. Esta denominacin es lo suficientemente amplia como para incluir desde un sindicato, un comitpoltico o una sociedad de fomento barrial hasta una taberna o el mbito familiar. Ms o menosestructurados, a veces espontneos, a veces fuertemente institucionalizados, a veces durables y otrasefmeros, estn regidos por algn tipo de pautas que regulan su funcionamiento. Es en estos espaciossociales, estos mbitos, donde es posible percibir los dos procesos principales de constitucin de lasidentidades.

    El primero es la transformacin de la experiencia individual primaria en experiencia socialcompartida, decantada, traducida simblicamente, olvidada, recordada, trasmitida. El nico lugar dondeeste proceso, etreo e intangible, deja sus huellas es en estos mbitos sociales entre cuyas funciones seincluye, a veces, la conservacin de esa memoria colectiva (aunque sea a travs de un medio tan fro eimpersonal como las actas de una sociedad de fomento).

    El segundo es la imbricacin de estas experiencias individuales con los impulsos de los otros.Podemos denominar genricamente a stos usando de la metfora comunicacional mensajes: lo sonlo que dice el Estado a travs de la escuela, la Iglesia a travs del cura, o la televisin. Tambin lo es laopinin, menos articulada pero pesante, del otro. Todo mensaje supone una recepcin, parcial,modificada, con rechazos, aceptaciones y cambios de sentido. Nuevamente, no es una recepcinindividual, sino colectiva. En esos lugares de la sociedad que hemos denominado mbitos se reciben estosmensajes, se los elabora, se los comenta, discute, incorpora o deshecha, del mismo modo como se elaborala experiencia. En este proceso de recepcin y elaboracin ocupa un lugar singular un conjunto social quegenricamente puede denominarse mediadores. Son quienes, por razones profesionales, de educacin uotras, participan de dos mundos: son los maestros, los militantes polticos, los curas, los promotoresculturales, en general, los intelectuales. Participan de ambos mundos: traen, traducen y llevan, y dejansu huella en el proceso de conformacin cultural.

    mbitos, mensajes, mediadores... Sera pueril suponer que un esquema tan simple agote unproceso tan complejo. Pero ofrecen una va de acceso a l. Es posible estudiar una sociedad de fomento oun sindicato: hay actas, peridicos, panfletos. Es posible estudiar a algunos mediadores, pensarlos comoJanos bifrontes, como uno de sus rostros vuelto a lo popular y capaz de conducirnos a ellos. Es posibleestudiar el amplio universo de mensajes, buscando en ellos la imagen de lo popular, y tambin sudimensin moldeadora. Si insistimos en ellos es porque, en un campo tan difcil de atrapar y tansustancialmente inasible como el de las identidades populares, constituyen un lugar por donde empezar ahincar el diente y, as, soslayar las tentaciones de la duda esterilizante y el no se puede.

    MARZO, 1988 20 Sobre la accin de la Iglesia y el Estado, vase nota 14. Sobre la accin de la izquierda debe remitirse, en primer

    trmino, a los textos de Lenin (Qu hacer, Obras Escogidas, Tomo I, Buenos Aires, 1965) y Gramsci (sobre losintelectuales, en El materialismo histrico y la filosofa de Benedetto Croce, Buenos Aires, 1960). Un estudio histricodestacable, realizado desde esa perspectiva, es el de R. Johnson: Really useful knowledge: radical education andworking class culture, 1790-1848), en Clarke et al., Working-Class Culture.