Lugones Leopoldo 1916 El Linaje de Hercules

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El linaje de Hrculespor Leopoldo Lugones(En El Payador. Captulo X. Buenos Aires, 1916)

Monumento, ya se lo erigi el poeta en esa perpetuidad de la fama con que el verso del otro dio parangn al metal. Mas el pueblo le debe todava aquella prenda de su gratitud. Martn Fierro necesita su bronce. Este ser la carne heroica en la cual hemos de encerrar su espritu para que as rehabite entre nosotros una materia, al fin, anloga. Porque, efectivamente, l mismo habasela formado. De tierra pampeana y de sol nuestro, de trabajo y de dolor que nos pertenecen, estaba construido aquel antecesor. Como en la aleacin donde se combinan la rojura y la palidez de los sendos metales, el furor de la llama original ennobleca su raza. Y de arder as, habase puesto moreno. Mas la substancia de ese sol y de esa pena refundidos en su ser, comunicbanle aquella sensibilidad musical que da el oro al timbre de la campana. Adentro estaba el gran corazn, expandindose a badajadas que dolan de golpear el propio pecho, para resonar en palabras armoniosas el lenguaje del alma. Y ste era, a su vez, la anunciacin de la aurora. El metal an denso de terrquea pesadumbre parece que va dilatando el cielo en vibraciones de luminosa sonoridad, como el busto del nadador sobre las aguas concntricas; su canto de gloria promueve las innmeras voces del aire, que con alegra infantil, parece rer, granizado en perlas; pero la gravedad de su tenor, comuncale al mismo tiempo elocuencia de vocablo rotundo; la ndole mineral estalla en resonancia de combate; el tono heroico emana de su fortaleza, bien que pronto conmovido en voces de cancin o exaltado en alegre intrepidez de gorjeo; all muy lejos, sobre las montaas y las arboledas, que son las costas del aire, desmenzase el son en cristales de agua explayada; y de este modo la tierra y el cielo unen sus voces en la vibracin de aquel pedazo de materia cuya facultad maravillosa es, sin embargo, la ms elemental de las propiedades.As la poesa en el alma de ese gaucho; la poesa de la raza, que bien merece, a mi ver, una caracterizacin monumental. Inconsciente de su mrito, como la pampa cantada de su belleza, esta ingenuidad nativa es otra razn para decretarle el triunfo pstumo que ni siquiera sospech. El hombre del campo encontrar en ello una enseanza. Cuando colg de un horcn de su rancho el cuaderno ordinario junto con la guitarra compaera, hizo como aquellas aves que adornan con flores sus nidos. Y entonces la estatua de la ciudad, realzar la delicadeza de sus sentimientos como un certificado ilustre. Por ella sabr que el autor de los versos amados, si habla como l, es tambin un grande entre los hombres. Vinculado a la vida superior del espritu con los habitantes de la ciudad, esta unin de todos en el mismo noble culto, dar un concepto superior al sentimiento fraternal de la ciudadana. No slo con smbolos generales del trabajo campestre, hemos de realzar dicho esfuerzo. Poca es la influencia que ellos tienen sobre el alma del pueblo, escasamente inclinado a generalizar. La individualizacin de la estatua con que celebramos al poeta y al hroe, ofrcele, en cambio, una prolongacin objetiva de aquellas vidas excelentes, con las cuales sintese contemporneo, o sea naturalmente inclinado a concebir la idea de la inmortalidad. No es lo mismo decir a un labriego, este monumento representa el trabajo de la agricultura o de la ganadera, que llevarlo ante la estatua de un hombre y hacerle ver en ella al general San Martn que nos dio libertad, o al poeta Hernndez que compuso los versos de Martn Fierro. Mejor todava si la efigie es sencilla y su actitud natural; si no est el personaje encaramado en esos decorativos corceles, o envuelto en esos mantos teatrales con que la impotencia retrica disimula una irremediable incapacidad de grandeza. Mejor, porque en vez de un dolo habremos representado un hombre, es decir, el elemento que necesitamos valorar. As proceda el arte ejemplar de los griegos; pues aquellos sus dioses de mrmol proponan a la raza modelos superiores de su propio tipo, en la plenitud de una vida superior que ennobleca la materia por medio del espritu. Las estatuas dispuestas en actitud extraordinaria, que es decir, sugestiva de seres originariamente superiores a los mortales, fueron creaciones del despotismo oriental introducidas por su congnere romano, cuando la expansin de la conquista comunic aquel vicio, por contacto, a los jefes de las legiones. Ellas representaban el derecho divino, la naturaleza predestinada de los reyes que lo encarnan, resultando, as, distintos de sus sbditos por razn de calidad. La estatua fue smbolo de aquella pretensin que sujeta la condicin humana a la fatalidad del nacimiento, y con ello organiza el mundo en un sistema inconmovible de servidumbre: arriba los amos; abajo los siervos. Y esto, sin esperanza de cambio, desde que ambas posiciones son, para unos y otros, resultados de sus distintas naturalezas.El cristianismo, religin oriental a su vez, robusteci aquel principio, no bien su alianza con los emperadores indjole a renegar el helenismo en el cual primero habase injertado para poder prosperar. Y los pontfices cubiertos de mitras asiticas, envueltos en oro hasta disimular completamente la forma humana como las momias de los faraones, sometidos al rigor de movimientos hierticos que repetan las actitudes sobrehumanas de los dioses tanto ms temibles cuanto eran ms diversos de la triste humanidad, ms lejanos en su misterio encarnaron el dogma de obediencia con terrible perfeccin. Para mejor dominar los espritus, impusieron, so pena de condenacin irrevocable, creencias que ellos mismos declaraban absurdas, como lo es la naturaleza distinta atribuida a los reyes; pues slo cuando el hombre abdica su razn, que es el mvil de la libertad, resulta perfecta la obediencia. Y as qued interrumpido en el mundo el desarrollo normal de la civilizacin helnica.Pero sta era un producto natural de cierta regin y de cierta raza, predestinadas por causas que ignoramos, a realizarla sobre la tierra; y seguro que no bien se hallara en condiciones de reaccionar, tomara otra vez la direccin interrumpida.

Esto sucedi cuando la Iglesia, creyendo poseer el Occidente como dominio propio en el cual eran feudatarios los reyes, empez a maniobrar para apoderarse del Oriente cuya infidelidad contrariaba sus pretensiones al imperio universal. Empeada en este propsito, descuid por cerca de tres siglos su dominio europeo, al paso que ocupaba y empobreca en lejanas guerras sus ms fieles campeones. Al mismo tiempo, su unidad tradicional con el cesarismo habase roto por la base, al volvrsele enemigos los emperadores germnicos. Por ltimo, una corrupcin sin precedentes, haca del pontificado la corte ms disoluta de Europa. Grecia no exista por entonces en la antigua pennsula, ni en las tierras del Asia Menor, ni en aquella Sicilia de los filsofos, pues las tres eran posesiones musulmanas. Slo quedaba la antigua zona de Provenza, donde los ltimos herejes conservaban a ocultas la protesta viva del helenismo. Maniqueos y carpocracianos, seguan representando all la expansin extrema de aquel fenmeno, o sea el ideal racionalista y comunista de la sociedad sin gobierno poltico, adaptado a las formas cristianas: el mismo que los gnsticos del siglo II haban formulado en Egipto para conciliar la nueva religin con el paganismo expirante, en un comn propsito de civilizacin progresiva. Y tan poderosa era aquella raz, que apenas Sicilia cay en poder de Federico II de Hohenstaufen, volvieron a florecer en ella la cultura y el racionalismo paganos, bajo el estmulo de aquel emperador enemigo de los papas cuya figura fue el prototipo precoz de los grandes soberanos del Renacimiento.

La Provenza empez a restaurar aquella civilizacin helnica, tipificndola a su vez en dos personajes de ralea herclea: el trovador y el paladn. Ambos representaron el ideal de justicia reasumida como un bien personal, inherente a la condicin humana, o sea lo contrario de la gracia bajo cuyo concepto el dios del papa formulaba dicha justicia en mandamientos penales emanados de su divina superioridad; y el culto de la mujer, a quien la Iglesia consideraba como la representacin de uno de los enemigos del alma.

Los mismos soberanos pusironse a la cabeza de aquel vasto movimiento. Jaime II de Aragn reconoci a la sombra de la mujer el mismo derecho de asilo inviolable que a las iglesias; y con la sola excepcin de los asesinos, sus leyes prohiban prender bajo ningn otro pretexto a todo el que fuese acompaando una dama.

El trovador fue el consejero de los reyes y hasta el rival afortunado, como aquel Beltrn de Born que arrebat al conde de Tolosa, a Alfonso de Aragn y a Guillermo de Bretaa, los tres prncipes ms poderosos de la regin, el amor de Matilde de Montaac. Fue tambin el crtico a quien todo se permita, el postulante de nobleza que ganaba con sus versos; el fundador de una democracia intelectual donde todos los esfuerzos, sin excluir los del artesano y el comerciante, abran campo a los ms ilustres destinos.

Al mismo tiempo, la ciencia floreca en la persona de sabios tan eminentes como Raymundo Lulio. El latn transformbase en idiomas de genuina vitalidad como aquella fabla catalana, la ms antigua de todas sus congneres, que ya era corriente en Arles all por el siglo IX. Toda la costa del Mediterrneo, desde el Portugal hasta la Liguria, experimentaba su influencia; y aquellos trovadores que haban suscitado con las Cruzadas, cuyos agentes los ms activos fueron, la primera expansin intercontinental de la Europa cristiana, resultaron los antecesores de los grandes navegantes, cuya fama culminara en la empresa del ligur Cristbal Coln.

Los juegos florales y los tribunales de honor, instituciones civilizadoras, si las hay, establecironse en toda Europa. Bajo aquel impulso de cultura, la Universidad de Pars lleg a contar cuarenta mil alumnos. En la caballeresca y potica Borgoa, que era uno de los focos civilizadores, la famosa abada de Cluny alcanz esplendor sin igual en la ciencia y en el arte. Y como los trovadores eran cumplidsimos caballeros que abonaban en el combate la doctrina heroica elogiada por sus canciones, la caballera result fruto natural de aquel magnifico florecimiento. El torneo fue el tribunal del honor, correspondiente a la corte de amor donde sentenciaba la gracia. Aquellas dos formas superiores de la vida exaltada en belleza, restablecieron la palestra antigua, escuela de anlogas costumbres. El mundo entero reconoci su influencia. Hasta los sarracenos enemigos contra los cuales guerreaba en Palestina la Cristiandad, apreciaban como era debido semejantes instituciones; y as, Saladino pidi al rey de Inglaterra, su digno rival, que lo armase caballero.

Pues aquel clebre paladn del corazn de len, contemporneo por cierto, sintetiz en su persona los dones epnimos, siendo el representante invencible de la caballera y el poeta de las coplas durante varios siglos populares.

Los poemas picos de la Cristiandad nacieron, entonces, como deba suceder, al tratarse de la poca heroica por excelencia. Su poesa que formulaba, a la vez, el ideal dominante y los dechados de las costumbres, establece de una manera palmaria la vinculacin con el helenismo. Pues no fue sino la adaptacin cumplida de la Ilada y de la Odisea, que todava en el siglo XIV engendraba la Crnica Troyana conservada por el cdice gallego de la Biblioteca de Madrid.

As, los conceptos fundamentales de la civilizacin resultan ser supervivencia griega conservada por aquella poesa, y no principios cristianos; desde que las costumbre ms influyentes no estaban determinadas por los tales principios sino por aquellos conceptos: verbi gratia, el culto de la mujer libertada de la tirana matrimonial; el gobierno laico; la caballera; el desafo judicial; la tolerancia; la despreocupacin religiosa...

Dichos poemas, que resultan los principales de la civilizacin cristiana, fueron La Cancin de Rolando, Los Nibelungos, El Romancero, y hasta aquella Divina Comedia cuyo autor rimaba en lengua provenzal con acabada maestra.

Dos o quiz tres siglos antes que el resto de Europa, aquella comarca tuvo un idioma propio: vale decir, el fundamento de una civilizacin original, procedente, como este mismo fenmeno, del injerto latino en los antiguos vivaces troncos locales de origen especialmente cltico. Fue aquella, la lengua llamada romana, catalana, provenzal, lemocina u occitnica (lengua de oc) segn las regiones donde la hablaban; pero siempre el elemento comn, o agente prctico de fraternidad, que congregaba en una misma civilizacin aquellas comarcas despus enemigas. El comn origen pagano estaba, adems, patente, en la otra institucin congnere del desafo judicial que la Iglesia no haba podido suprimir. Civilizacin de paladines, su xito estuvo patente en el triunfo de las primeras Cruzadas. El Cid muri el mismo ao de la conquista de Jerusalem.

Aquella democracia hizo tambin la felicidad del pueblo. Honradas las artes, que como la pedagoga bajo el reinado de don Alfonso el Sabio, tuvieron por premio el ttulo de nobleza, trabajo y dinero abundaron con profusin inusitada desde los ms felices tiempos de la antigedad. Entonces fue cuando se organizaron las corporaciones obreras, bajo un carcter anlogo al de las collegia romanas, con el fin de resistir, como hoy, por medio de la huelga y del boycott, la imposicin de gravmenes excesivos o la depreciacin perjudicial de los jornales. El paganismo iba resucitando, como se ve, en aquellas justicieras instituciones. La misma proteccin a los herejes albigenses, causa de la guerra con el papado, era un acto de independencia laica y de amparo a la libertad de conciencia.

La democracia cuyo espritu dominaba sobre toda la costa europea del Mediterrneo, conquistada por aquella civilizacin de los trovadores, asumi formas polticas decididamente republicanas, en las ciudades libres que haban suprimido el feudalismo y que eran generalmente antipapistas: repblicas municipales, sin duda, pero con representacin exterior, que es decir, con tratados de paz, de guerra, de comercio, como verdaderas entidades nacionales. As alibanse con los monarcas posedos de anlogo espritu liberal, como lo hicieron a mediados del siglo XII, contra los moros de Espaa, Gnova, Pisa, Marsella, Narbona y Montpellier, con Raymundo Berenguel III, conde de Barcelona.

Fue, asimismo, esa poca famosa por sus grandes enamorados, a la vez que ilustres hroes, como el antiqusimo Marcabr, el Mambr de las coplas; o aquel Pedro Vidal, quien por el amor de su dama, Loba de Penautier, echse a correr los montes disfrazado de lobo, hasta morir como tal entre los colmillos de engaada jaura; o aquel Guillermo de Tours que hzose enterrar vivo al lado de su amada , difunta.La fidelidad constituyse, al mismo tiempo, en virtud especfica del paladn, casto, por lo mismo, como ninguno. En la primitiva Cancin de Rolando, para nada figura el amor. La primera divisa personal que la herldica recuerda, fue este verso mandado grabar por San Luis rey de Francia en su anillo nupcial:

Hors cet annel pourroins trouver amour.

La cortesa floreci como el gracioso dogma de ese culto de la mujer. Las ms dulces expresiones del amor, hasta hoy conservadas por nuestros idiomas, son invenciones de aquellos poetas. La boca de la mujer denominronla por su sonrisa, segn vemos en el Dante, buen trovador a su vez:

Quando leggemmo il disiato riso Esser bacciato da cotanto amante...

Ninguna otra literatura fue tan rica en creaciones mtricas y en obras prototpicas, desde el endecaslabo serventesio hasta los poemas picos cuyo tipo es el Romancero, y las primeras novelas cuyo modelo est en Amads de Gaula.

La msica enriquecise con docenas de instrumentos nuevos, entre los cuales la viola, madre del violn, engendr el maravilloso ser viviente que es este instrumento, convirtiendo, as, la voz del arte en palabra: vale decir, alcanzando uno de los resultados ms bellos, al consistir el objeto de aqul en la espiritualizacin de la materia. La tradicin greca-romana transformse enteramente, con la introduccin de las diafonas y la elevacin de las tercias naturales a consonantes; y al empezar el siglo XIV, el Ars Contrapuncti de Felipe Vitri formul en leyes vigentes hasta hoy, la tcnica de aquella construccin de la meloda. Guido d'Arezzo, el inventor del soneto, inici el sistema de la tonalidad. Por ltimo, la polifona naci con los motetes de los trovadores...

Pero esta civilizacin suscitada y organizada por medio de la msica, como aquella del helenismo cuya influencia restauraba, exige mayor detencin en el estudio de sus detalles.

Los msicos de los templos paganos destruidos por el cristianismo, dironse a vagar con su arte, propagndolo en el pueblo, tal como sucedi despus con los artistas de Bizancio tomada por los turcos; siendo, respectivamente, unos y otros, los agentes de la trova y del Renacimiento. Por otra parte, en Provenza, la liturgia fue durante los primeros tiempos cristianos una amalgama greco-latina; de manera que aquellos msicos hallaron empleo en los cantos corales que usaban las dos alternativamente. La modalidad del canto eclesistico, fue a su vez una ligera modificacin de la msica vocal pagana mezclada con melodas hebreas; de modo que el canto llano consisti en una aplicacin de las reglas de la prosa numrica enseada por los retricos romanos y que constituy el sistema fontico de la elocuencia latina. Nuestros cannigos salmodian algunos de sus oficios con el mismo tono que daba Cicern a sus discursos; y el acompaamiento de las primeras trovas, fue un comps de recitado, como el de la guitarra en las milongas campestres.Los maestros de msica usaban precisamente, un instrumento llamado monocordio cuyos sones estaban designados con las letras del alfabeto, continuando, as, el sistema de la notacin griega. El sonido ms grave, o proslambanmenos de los antiguos, corresponda al la grave de nuestra llave de fa y hallbase designado por la A mayscula. De aqu naci la primera escala moderna, atribuida a Odn, abad de Cluny, la ya citada famosa abada de Borgoa; pues en los comienzos del siglo X, o sea cuando estaba acabando de formarse la lengua provenzal, aquel monje habra designado los sonidos con los nombres convencionales de buc, re, scembs, caemar, neth, niche, assel. El canto litrgico enriquecise por su parte, agregando a las dos veces tradicionales de la antigua armonizacin vocal u organum, que haba sobrevivido intacta cinco siglos, el triplum y el cuadruplum, o sea una tercera y una cuarta partes.

Mas esa evolucin religiosa de la msica, enteramente natural entonces, al ser las iglesias los nicos teatros lricos, vamos al decir, no convirti en mstica la poesa trovadora. No solamente careca ella de sentimiento religioso, sino que satirizaba con frecuencia la relajacin del clero, llegando hasta celebrar los derechos del amor libre.

Y es que, pagana por sus orgenes greco-latinos, as como por las instituciones clticas del duelo judicial y del culto a la mujer, aquella civilizacin tuvo de agentes inmediatos a los rabes, exaltadsimos cuanto platnicos amadores, y autores directos del arte de trovar bajo sus formas caractersticas: el poeta errante, acompaado por su juglar; el amor, absolutamente desinteresado de sensualismo; hasta el instrumento clsico, o sea el rabel de tres cuerdas, y las justas en verso, fuentes de nuestras payadas. Todo fue, pues, pagano, en aquella civilizacin de los trovadores y los paladines.

Al mismo tiempo, la arquitectura, o sea el arte social por excelencia, transform a su vez la construccin latina en aquellos edificios romanos que dieron a la Europa gtica su primer tipo verdaderamente nacional, pronto llevado a la perfeccin por las gallardas iglesias ojivales. Y sta fue la nica arquitectura genuina que el Occidente cristiano tuvo y tendr.

Todo ello proceda de la libertad espiritual inherente a la civilizacin griega, as renacida. El Romancero va a decirnos cmo la entendan los paladines:

Ese buen rey don Alfonso El de la mano horadada, Despus que gan Toledo En l puso su morada.

.

Elegido ha un arzobispo,

Don Bernardo se llamaba, Hombre de muy santa vida,De letras y buena fama,Y de que lo hubo elegido

Por nombre le intitulaba Arzobispo de Toledo,

Primado de las Espaas: Todo cuanto el rey le dieraSe lo confirmara el papa. Desde ya tuvo el buen rey Esta tierra sosegada,

A la reina su muger

En gobernacin la daba.

Fuese a visitar su reino,

Fue a Galicia y su comarca. Despus de partido el rey,

La reina doa Constanza

Viendo su marido ausente Pensamientos la aquejaban

No de regalos de cuerpo,

Mas de salvacin del alma. Estando as pensativa

El arzobispo llegara,

En llegando el arzobispo

Desta manera le habla:

Don Bernardo, qu haremos,Que la conciencia me agrava De ver mezquita de moros

La que fue iglesia santa,Donde la reina del cielo

Sola ser bien honrada?

Qu modo, dice, ternemosQue torne a ser consagrada,Que el rey no quiebre la feQue a los moros tiene dada?Cuando esto oy el arzobispoDe rodillas se hincaba:

Alz los ojos al cielo,

Las manos puestas hablaba: Gracias doy a Jesucristo

Y a su Madre Virgen santa,Que sals, reina, al camino

De lo que yo deseaba. Quitmosela a los moros Antes hoy que no maana,

No dejis el bien eterno

Por la temporal palabra.

Ya que el rey se ensae tanto Que venga a tomar venganza, Perdamos, reina, los cuerpos, Pues que se ganan las almas. Luego aquella misma noche Dentro en la mezquita entraba; Limpiando los falsos ritos

A Dios la redificaba, Diciendo misa este da

El arzobispo cantada.

Cuando los moros lo vieron Quejas al rey le enviaban Mas el rey cuando lo supo Gravemente se ensaaba:

A la reina y al perlado Malamente amenazaba;

Sin esperar ms consejo

A Toledo caminaba.

Los moros que lo supieron Luego consejo tomaban Slenselo a recibir

Hasta Olias y Cabaas, Llegados delante el Tey

De rodillas se hincaban: Mercedes, buen rey, mercedes, Dicen, las manos cruzadas Mas el rey que as los vido

Uno a uno levantaba: Calledes, buenos amigos, Que este hecho me tocaba, Quien a vos ha hecho tuerto A m quebr la palabra;Mas yo har tal castigo

Que aina habris la venganza. Los moros cuando esto oyeron En altas voces clamaban: Merced, buen seor, merced, La vuestra merced nos valga: Si tomis venganza desto

A nos constar bien cara, Quien matare hoy a la reina

Arrepentirse ha maana.La mezquita ya es iglesia, No nos puede ser tornada, Perdonedes a la reina

Y a los que nos la quitaran, Que nosotros desde agora

Os alzamos la palabra.

El buen rey cuando esto oyera Grandemente se holgara, Dndoles gracias por ello Perdido ha toda su saa.

El Cid, excomulgado por el papa, proceder de esta manera:

El papa cuando lo supo

Al Cid ha descomulgado;Sabindolo el de Vivar,

Ante el papa se ha postrado:

Absolvedme, dijo, papa,

Sino seros mal contado.

El papa, padre piadoso,Respondi muy mesurado:Yo te absuelvo, don Ruy Daz,Yo te absuelvo de buen grado,Con que seas en mi corte

Muy corts y mesurado.

Y esto, no una sola vez, sino de costumbre, a juzgar por estos reproches del monarca:

Cosas tenedes el Cid,

Que farn fablar las piedras, Pues por cualquier niera Faceis campaa la iglesia.La cruzada contra los albigenses fue el episodio mortal que arras por segunda vez la renacida cultura griega. Y es que eso representaba, propiamente hablando, el conflicto de dos civilizaciones.

El cristianismo, al entenderse con los hombres del Norte, sus campeones naturales hasta hoy, haba tomado una direccin que constituye una tendencia de raza; pues aqu est el origen del irreducible antagonismo entre la civilizacin helnica y la gtica. La primera busca su satisfaccin espiritual por el camino de la belleza; la segunda, por el camino de la verdad. Ambas saben instintivamente, que sin ese estado de tranquilidad, tan necesario al espritu como el agua a la sed (por esto es que instintivamente lo saben y lo buscan) no hay civilizacin posible. Ambas lo han demostrado en la historia, con la creacin de civilizaciones cuyo xito y cuya firmeza dependieron de ese estado; pues solamente la serenidad del alma torna amable el ejercicio de la vida. La civilizacin, como forma de la actividad humana, es una marcha hacia el bien, materializado en mejoras fsicas y morales; mas la raza helnica, obedeciendo a sus inclinaciones naturales, crea que la educacin conducente a ese objeto, consista en la prctica y el descubrimiento de la belleza: al ser sta una emocin noble, un estado superior de la vida, induce por simpata a la verdad y al bien, prototipos de ese mismo estado. Y prefiere la belleza, porque los otros dos principios son inmateriales y mudables; es decir, menos eficaces sobre el espritu. Cada poca tiene su verdad y su bien, a veces contradictorios con los de otras pocas; al paso que, una vez alcanzada, la belleza es permanente. Ella constituye, adems, un resultado personalsimo de cada artista, y con esto erige la libertad ilimitada del pensamiento y de la conducta, en condicin esencial de xito.La raza gtica, ms metafsica y disciplinada, prefiere, como ya lo enunci, el camino de la verdad cuya investigacin exige un sistema de actividad colectiva; pero como la verdad es variable en las frmulas que de ella va encontrando la investigacin, dicha raza hall la seguridad necesaria a su espritu en el dogma que le ofreca un concepto definitivo de verdad, al ser una comunicacin divina. Por esto es que los pueblos protestantes son tambin los ms cristianos, al mismo tiempo que los ms jerrquicos y morales.Ambas tendencias concurren al mismo fin, desde que su objeto es dilucidar las leyes de la vida para aprovecharla mejor: una por el descubrimiento de la armona que esencialmente la constituye; otra por el de las causas que la determinan. Aqulla, revelando la vida superior latente en nosotros: que es decir, proponiendo modelos ms armoniosos y por lo tanto mejor acondicionados para subsistir; sta, esclareciendo la ley del fenmeno vital cuya lgica trascendente nos abre el secreto del porvenir, al darnos la clave del pasado y del presente. Su propsito es, como se ve, un ideal, y ste consiste a su vez en aquel triple arquetipo de bien; belleza y verdad, que es la razn suprema de nuestra vida. Pues todas nuestras actividades, estn determinadas por algunos de esos tres mviles. Los genios son los agentes de aquella razn en toda su integridad arquetpica; y por ello escapan a la ley de raza. Representan la vida integral de una humanidad futura en la cual habrn desaparecido las actuales causas de separacin. En ellos coinciden la belleza y la libertad, mviles caractersticos de la raza helnica, con la verdad y la disciplina peculiares a la raza gtica. As es como Wagner resulta un hermano de Eskilo.

Ahora bien, nosotros pertenecemos al helenismo; y entonces, la actividad que nos toca en el proceso de la civilizacin, ha de estar determinada por la belleza y por la libertad para alcanzar su mayor eficacia; puesto que ambas son nuestros mviles naturales. En la conformidad de los actos con la ndole de cada cual, estriba el xito de la vida. Cada hombre y cada raza nacen para algo que no pueden eludir sin anularse. Y as lo dicen las conocidas palabras de nuestro libertador: Sers lo que debes ser, y si no, no sers nada.

Entre las deidades helnicas, Hrcules, adems de ser el antecesor de los paladines, fue uno de los grandes lirforos del panten. Y con esto, el numen ms popular del helenismo. Ms directamente que cualesquiera otros, los hroes y los trovadores de Espaa fueron de su cepa; pues sabido es que las leyendas medioevales, con significativa simblica alusin al carcter de la raza, considerbanlo creador del estrecho de Gibraltar y fundador de vila. La herencia nos viene, pues, continua, explicando esto, mejor que ningn otro anlisis, la ndole caballeresca y las trascendencias de nuestra historia.

Arruinada en Provenza durante el siglo XIII, aquella civilizacin de los trovadores y de los paladines, estos ltimos siguieron subsistiendo en Espaa, donde eran necesarios mientras durase la guerra con el moro; de suerte que al concluir ella tuvieron en el sincrnico descubrimiento de Amrica, la inmediata y postrera razn de su actividad. As vinieron, trayendo en su carcter de tales, los conceptos y tendencias de la civilizacin que les fue peculiar y que rediviva en el gaucho, mantuvo siempre vivaz el linaje hercleo.

Y no se crea que esta afirmacin comporta un mero ejercicio del ingenio. Nuestra vida actual, la vida de cada uno de nosotros, demuestra la existencia continua de un ser que se ha transmitido a travs de una no interrumpida cadena de vidas semejantes. Nosotros somos por ahora este ser: el resumen formidable de las generaciones. La belleza prototpica que en nosotros llevamos, es la que esos innumerables antecesores percibieron; innumerables, porque slo en mil aos son ya decenas de millones, segn lo demuestra un clculo sencillo. Y de tal modo, cuando el prototipo de belleza revive, el alma de la raza palpita en cada uno de nosotros. As es como Martn Fierro procede verdaderamente de los paladines; como es un miembro de la casta herclea. Esta continuidad de la existencia, que es la definicin de la raza, resulta, as, un hecho real. Y es la belleza quien lo evidencia, al no constituir un concepto intelectual o moral; mudable con los tiempos, sino una emocin eterna, manifiesta en predilecciones constantes. Ella viene a ser, as, el vnculo fundamental de la raza.

El ideal de belleza, o sea la mxima expansin de vida espiritual (pues para esto, para que viva de una manera superior, espiritualizamos la materia por medio del arte), la libertad propiamente dicha, constituy la aspiracin de esos antecesores innumerables; y mientras lo sustentamos, dmosles con ello vida, somos los vehculos de la inmortalidad de la raza constituida por ellos en nosotros. El ideal de belleza, o segn queda dicho, la expansin mxima de la vida superior, as como la inmortalidad que es la perpetuacin de esa vida, libertan al ser humano de la fatalidad material, o ley de fuerza, fundamento de todo despotismo. Belleza, vida y libertad, son, positivamente, la misma cosa.

Ello nos pone al mismo tiempo en estado de misericordia, para realizar la obra ms til al mejoramiento del espritu: aquella justicia con los muertos que segn la ms misteriosa, y por lo tanto ms simblica leyenda cristiana, Jess realiz sin dilacin alguna, apenas libre de su envoltura corprea, bajando a consolarnos en el seno de Abraham. Son ellos, efectivamente, los que padecen el horror del silencio, sin otra esperanza que nuestra remisa equidad, y lo padecen dentro de nosotros mismos, ennegrecindonos el alma con su propia congoja inicua, hasta volvernos cobardes y ruines. La justicia que les hacemos es acto augusto con el cual ratificamos en el pasado la grandeza de la patria futura; pues esos muertos son como largos adobes que van reforzando el cimiento de la patria; y cuando procedemos as, no hacemos sino compensarles el trabajo que de tal modo siguen realizando en la sombra.

As se cumple con la civilizacin y con la patria. Movilizando ideas y expresiones, no escribiendo sistemticamente en gaucho. Estudiando la tradicin de la raza, no para incrustarse en ella, sino para descubrir la ley del progreso que nos revelar el ejercicio eficaz de la vida, en estados paulatinamente superiores. Exaltando las virtudes peculiares, no por razn de orgullo egosta, sino para hacer del mejor argentino de hoy el mejor hombre de maana. Ejercitndose en la belleza y en la libertad que son para nuestra raza los mviles de la vida heroica, porque vemos en ella el estado permanente de una humanidad superior. Luchando sin descanso hasta la muerte, porque la vida quieta no es tal vida, sino hueco y sombra de agujero abierto sin causa, que luego toman por madriguera las vboras.

Formar el idioma, es cultivar aquel robusto tronco de la selva para civilizarlo, vale decir, para convertirlo en planta frutal; no divertirse en esculpir sus astillas. Cuanto ms sabio y ms bello sea ese organismo, mejor nos entendern los hombres; y con ello habrse dilatado ms nuestro espritu. La belleza de la patria no debe ser como un saco de perlas; sino como el mar donde ellas nacen y que est abierto a todos los perleros. Detenerse en el propio vergel, por bello que sea, es abandonar el sitio a los otros de la columna en marcha. De ello nos da ejemplo el mismo cantor cuyas hazaas comentbamos. Penas, destierro, soledad, jams cortaron en sus labios el manantial de la poesa. Y hasta cuando en la serena noche alzaba la vista al cielo, era para pedirle el rumbo de la jornada prxima, junto con aquella inspiracin de sus versos que destilaba en gotas de poesa y de dolor la via de oro de las estrellas. Horacio, lib. III, od. XXX

Exeji monumentum aere perennius. (He alzado un monumento durable como el bronce.)

As en los ocho versos finales del Canto XXVI del Purgatorio, atribuidos por el poeta a Arnaldo Daniel, trovador del siglo XII.

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