Luciano Lamberti - Lecturas de Un Recolector de Papas « Eterna Cadencia

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:: COLABORACIONES :: Lecturas de un recolector de papas 20022015 | Italo Calvino, Ricardo Piglia Leer con ganas de vivir. Por Luciano Lamberti. A veces pienso con algo de tristeza en todos esos libros que no voy a leer, que superan con creces a los que leí y que todavía me esperan, en algún lugar del futuro, como promesas resplandecientes. Todavía no leí, por ejemplo, Guerra y Paz de Tolstoi, aunque tengo un ejemplar a mano y en cualquier momento le hinco el diente (habría que hacer una historia de los libros postergados). También tengo un par de Dostoievski, que –sospecho– es un escritor que se lee en la adolescencia y después solo se recuerda. La obra de Jane Austen, por nombrar a otro clásico, espera por mí, y estoy feliz de que así sea. A otros, en cambio, elijo no leerlos. Quizás mi incapacidad me impida disfrutar de la belleza que, me dicen, deben tener. Quizás hay libros que me causan un rechazo tan inexplicable como el de ciertas personas, como si no fuera otra cosa que cuestión de piel. Pero prometo firmemente no leer un maldita línea deEn busca del tiempo perdido, de Proust, o de cualquier libro que apueste a la “morosidad en la descripción” o algo semejante. Ojo: no me acobardo ante libros experimentales. Leí varias veces el Ulises entero y a veces releo algún capítulo, solo para recordar cómo era, sin entender una garompa, dejándome llevar por esa prosa alucinatoria (en cuyo pasado están las hermosas frases larguísimas de Conrad) y asistiendo a la cualidad única de ese libro que es la de representar el rumor indescifrable de la vida, que no tiene sentido, que no tiene por qué tenerlo. Tampoco pienso leer (o releer): a Goethe, majestuoso, artístico y aburridísimo. Les dejo Henry James a todos ustedes para que pasen el rato. Sebald me aburre de forma sobrehumaba. A Thomas Mann no lo quiero ver ni en figuritas. No me acerco a un libro de Clarice Lispector ni que me saquen las uñas con

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A veces pienso con algo de tristeza en todos esos libros que no voy a leer, que superan con creces a los que leí y que todavía me esperan, en algún lugar del futuro, como promesas resplandecientes. Todavía no leí, por ejemplo, Guerra y Paz de Tolstoi, aunque tengo un ejemplar a mano y en cualquier momento le hinco el diente (habría que hacer una historia de los libros postergados). También tengo un par de Dostoievski, que –sospecho– es un escritor que se lee en la adolescencia y después solo se recuerda. La obra de Jane Austen, por nombrar a otro clásico, espera por mí, y estoy feliz de que así sea.

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:: COLABORACIONES ::

Lecturas de un recolector de papas20­02­2015 | Italo Calvino, Ricardo Piglia

Leer con ganas de vivir.

Por Luciano Lamberti.

A veces pienso con algo de tristeza en todos esos libros que no voy a leer, que superan con creces a losque leí y que todavía me esperan, en algún lugar del futuro, como promesas resplandecientes. Todavíano leí, por ejemplo, Guerra y Paz de Tolstoi, aunque tengo un ejemplar a mano y en cualquier momentole hinco el diente (habría que hacer una historia de los libros postergados). También tengo un par deDostoievski, que –sospecho– es un escritor que se lee en la adolescencia y después solo se recuerda. Laobra de Jane Austen, por nombrar a otro clásico, espera por mí, y estoy feliz de que así sea.

A otros, en cambio, elijo no leerlos. Quizás mi incapacidad me impida disfrutar de la belleza que, medicen, deben tener. Quizás hay libros que me causan un rechazo tan inexplicable como el de ciertaspersonas, como si no fuera otra cosa que cuestión de piel. Pero prometo firmemente no leer un malditalínea deEn busca del tiempo perdido, de Proust, o de cualquier libro que apueste a la “morosidad en ladescripción” o algo semejante. Ojo: no me acobardo ante libros experimentales. Leí varias vecesel Ulises entero y a veces releo algún capítulo, solo para recordar cómo era, sin entender una garompa,dejándome llevar por esa prosa alucinatoria (en cuyo pasado están las hermosas frases larguísimas deConrad) y asistiendo a la cualidad única de ese libro que es la de representar el rumor indescifrable de lavida, que no tiene sentido, que no tiene por qué tenerlo.

Tampoco pienso leer (o releer): a Goethe, majestuoso, artístico y aburridísimo. Les dejo Henry James atodos ustedes para que pasen el rato. Sebald me aburre de forma sobrehumaba. A Thomas Mann no loquiero ver ni en figuritas. No me acerco a un libro de Clarice Lispector ni que me saquen las uñas con

ardientes tenazas.

Recuerdo con algo de (propia) vergüenza ajena mis días de estudiantes de Letras, donde leer aescritores difíciles estaba de moda y yo tenía que esconderme en rincones llenos de pelusa con mis librosde Entrenimiento, sintiéndome culpable por el solo hecho de tenerlos. Uno de ellos fue Ítalo Calvino. Allado de las páginas depresivas de Pavese (de quién era amigo y discípulo y a quién prologó), Calvino esun italiano divertido, de esos que uno invitaría a comer asado y a salir de copas (con Pavese uno selimitaría a fumar en silencio). Sin tomar de estúpido al lector, sin ofrecerle fórmulas ni lugares comunesde la moral, los libros de Calvino se leen rápido, son ligeros y profundos al mismo tiempo, son casiinfantiles, lúdicos y a la vez adultos y serios. Demuestran con creces que no para conmover e instruir noson necesarios las poses intelectuales ni el cinismo desmedido ni los golpes de efecto o la oscuridadimpostada de la mayoría de los escritores que prefieren tirarte por la cabeza sus daddy issues que pagar300 pesos por sesión a un buen sicoanalista lacaniano.

En los libros de Calvino la angustia ha sido superada por las ganas de vivir. Recuerden sino la trilogíacompuesta por obras de caballería: El barón rampante, El caballero inexistente, El Vizconde Desmediado.Tres novelas cortas, ágiles y graciosas que plantean problemas filosóficos sin convertirse por eso enbodrios insoportables. En la última, un noble italiano es partido a la mitad por una bala de cañón, ambasmitades siguen viviendo, como distintos aspectos de una misma persona. En El barón rampante, unhombre afecto a la vida de la nobleza decide vivir encima de los árboles sin bajarse nunca. Un placersimilar otorgan los cuentos, y ese libro maravilloso que son Las ciudades invisibles, donde un imaginarioMarco Polo describe las imaginarias ciudades que fue descubriendo en sus imaginarias exploraciones.

Pero quizás su mejor libro es uno de los más desconocidos. Se llama Si una noche de invierno un viajero,y todavía recuerdo la extraña emoción que me produjo al leerlo en mis earlys 20, cuando tenía el pelolargo (!), cursaba las materias de Letras y era probablemente la persona del mundo que más tiempopasaba en la maravillosa biblioteca de la Facultad de Humanidades, hurgando cual ratoncillo miope lasestanterías más recónditas. En el afán de leer todos sus libros encontré ese y lo comencé en el mismobar de la facultad, tomando interminables cortados en jarrito y fumando interminables cigarrillosarmados.

Si una noche de invierno… es un libro experimental en el mejor sentido de la palabra. Dialoga con Borges,con Cortázar, con Macedonio Fernández. Si este último escribió un libro hecho exclusivamente deprólogos, el de Calvino es uno compuesto exclusivamente de principios de novela: uno policial, otro deaventuras, etc. Una novela llena de links, una novela juego, una novela como una series de cajas chinas,como la larga disquisición de un antiguo lector de novelas. Porque es la lectura la reina del libro, suprotagonista, tanto en el aspecto intelectual como en el material. Vean sino el primer párrafo:

Estás a punto de empezar a leer la nueva novela de Italo Calvino, Si una noche de invierno unviajero. Relájate. Recógete. Aleja de ti cualquier otra idea. Deja que el mundo que te rodea seesfume en lo indistinto. La puerta es mejor cerrarla; al otro lado siempre está la televisiónencendida. Dilo en seguida, a los demás: «¡No, no quiero ver la televisión!» Alza la voz, si no teoyen: «¡Estoy leyendo! ¡No quiero que me molesten!» Quizá no te han oído, con todo eseestruendo; dilo más fuerte, grita: «¡Estoy empezando a leer la nueva novela de Italo Calvino!»O no lo digas si no quieres; esperemos que te dejen en paz.

Y hablando de lo mismo, el último libro que dejé pasar cuando fue novedad para atacar después es Elúltimo lector, de Piglia, una maravilla que devoré en 48 hs acostado en un sillón de la Clínica y MaternidadSuizo Argentina. Creo que lo más interesante de Piglia es cierta forma de leer que no proviene de Letras,aunque su formación sea igual o mayor a la de cualquier licenciado en ídem. Piglia lee como si estuvierabuscando una conspiración, como si hubiera un crimen detrás de cada libro. Sus hipótesis sondescabellas y sensuales (recordar una de las centrales de Respiración Artificial: la obra completa deKafka es un desprendimiento de un encuentro del escritor con un joven Hitler). En esta serie de ensayoslleva ese procedimiento a un paroxismo maravilloso. En cada libro, parece decirnos, en cada autor, hayun Secreto Terrible, y la tarea del lector es descorrer ese velo.

¿Porqué me gustó tanto, si tiendo cada vez más a leer como un recolector de papas? ¿Porqué el libro seme iba a las manos solo, en cada minutito libre, si soy cada vez más bruto y todo lo que huela a diez

metros a intelectual me provoca sarna? No lo sé, probablemente sea, también, una cuestión de piel.