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Louis Miard FRANCISCO BILBAO Un discípulo de Lamennais en América del Sur Edición y notas Alvaro García San Martín Traducción Alejandro Madrid Zan

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Louis Miard

FRANCISCO BILBAO

Un discípulo de Lamennais en América del Sur

Edición y notasAlvaro García San Martín

TraducciónAlejandro Madrid Zan

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NOTICIA

FRANCISCO BILBAO: Un disciple de Lamennais, Michelet et Quinet en Amerique de Sud, por Louis Miard, profesor en l’Université d’Angers, fue publicado en mayo de 1982 en el Numéro spécial (14 — 15) des CA-HIERS MENNAISIENS (88 pags.), órgano editorial de la Société de Amis de Lamennais, presidida por Louis Le Guillou en Brest, con el apoyo del Centre National de la Recheche Scientifique (CNRS) de Francia.

La traducción fue realizada por Alejandro Madrid Zan, profesor en el Departamento de Filosofía de la Universidad Metropolitana de Cien-cias de la Educación (Santiago, Chile), primero en el marco de ejecución del proyecto de investigación FONDECYT Nº 1111041 (UMCE — 2011-2013), titulado “Francisco Bilbao y el proyecto latinoamericano”, y después como parte de la ejecución del proyecto de investigación DIUM-CE (2015—2016) titulado “Materiales para la enseñanza de la filosofía: Francisco Bilbao y La Servidumbre Voluntaria”

La edición y anotación al texto ha sido realizada por Alvaro García San Martín, profesor en el Departamento de Filosofía de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, en el marco de ejecución del proyecto de investigación “Materiales para la enseñanza de la filosofía: Francisco Bilbao y La Servidumbre Voluntaria”. Las notas llamadas en asterisco desde el cuerpo del texto, para no interferir la numeración con-secutiva de las notas del autor, incorporan algunas enmiendas o incluyen informaciones adicionales cuando pareció necesario, útil o novedoso. Los corchetes asimismo son siempre mios.

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Las citas de Miard traducidas por él al francés han sido retomadas de sus fuentes en español.

Hemos añadido al final a modo de Postfacio la reseña escrita por Jean-René Darré publicada en 1984 en la Revista de Historia Literaria de Francia.

Álvaro García

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INDICE

PREFACIO 697

Atmósfera política, ideológica y cultural en la América española del Sur, en tiempos de Bilbao 699

CAPÍTULO I

Antecedentes y formación de Francisco Bilbao 705

CAPÍTULO II

Francisco Bilbao en Europa 729

CAPÍTULO III

El retorno de Bilbao a Chile 759

CAPÍTULO IV

Nuevo viaje de Bilbao a Europa 785

CAPÍTULO V

Los grandes proyectos para América Latina 795

A MODO DE CONCLUSIÓN 817

POSTFACIO 823

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A Luois Le Guillou,con admiración y gratitud.

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PREFACIO

Che Guevara y Fidel Castro ¿tendrían un precursor en Lamennais? Me cuidaría de afirmarlo, sin embargo me pregunto si, después de un siglo, el la-mennaisiano Francisco Bilbao no reclamaría un lugar en sus filas… Curioso destino el de este racionalista chileno, amigo de la libertad, que vino a Euro-pa, cerca de Lamennais, Michelet y Quinet, a pulir su educación filosófica y religiosa.

La pequeña obra que le consagra mi colega Louis Miard es apasionante por más de una razón. Permite precisar el alcance de las ideas de Lamennais en América Latina; y hasta el presente, hay que confesarlo, no conocíamos casi nada, en Francia por lo menos, de Bilbao. ¿Quién hubiese sido capaz de situarlo en la historia de su país, quíen sabía que Lamennais y Quinet creían ver en él al ‘Washington del Sur’?*

Francisco Bilbao en Chile, Juan Montalvo en Ecuador, he ahí por lo menos dos figuras de la gran posteridad mennaisiana, infinitamente más vasta en el mundo de lo que yo mismo pensaba, todavía hace algunos años. Gracias Louis Miard, por habernos ilustrado de manera tan magistral.

Louis LE GUILLOU

* La expresión “el Washington del Sur” pertenece en realidad a Jules Michelet, en carta a Antoine Dessus a propósito de la muerte de Bilbao en 1865.

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INTRODUCCIÓN

Atmósfera política, ideológica y cultural

en la América española del sur, en los tiempos de Bilbao

En mayo de 1810, la población de la América española se entera de la toma de Sevilla por los ejércitos del mariscal Soult y la disolución de la junta que ejercía el poder sobre todo el imperio español en nombre del rey Fernando VII, exiliado en Valencay. Este vacío de poder marca, en las diversas colonias españolas de América, el comienzo del proceso político que poco a poco les permitió conquistar su independencia. Los modelos no les faltaban. Los Estados Unidos de América del Norte se habían emancipado en 1776. Haití en 1803. Entre tanto, la Revolución francesa había proclamado con fuerza su Declaración de derechos del hom-bre y del ciudadano. Entonces, en 1810, separada de Sevilla, Buenos Aires proclama su independencia definitiva. El año siguiente Venezuela, y lue-go el Paraguay hace otro tanto, mientras que en el Alto Perú un ejército “argentino” de liberación es rechazado por los españoles. En 1812, en Ve-nezuela, en Ecuador y en Chile, los “patriotas” que apoyan a España son derrotados. En 1813, Bolívar publica el Manifiesto de Cartagena, luego entra en Caracas, pero es derrotado, mientras que en Chile el desastre de Rancagua hace de los españoles los dueños del país, y en el Perú fracasa una rebelión indígena. La guerrilla se instala más o menos en todas partes. En 1816, las Provincias Unidas de La Plata proclaman su independencia. En 1817, en Chile, el ejército argentino, conducido por San Martín, de-rrota a los españoles en Chacabuco. San Martín entra en Santiago. Chile adquiere su independencia. En 1820, San Martín desembarca en Perú y entra en Lima, pero la capital vuelve a caer en poder de los españoles en 1823. La independencia peruana no llega sino hasta 1826, después de la

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capitulación de todas las tropas españolas en Callao. En 1830, la muerte de Bolívar cierra este período agitado de emancipación, guerras y consti-tuciones. Se necesitaron cerca de veinte años de lucha para liberar a toda la América española (con la excepción de Cuba y Puerto Rico).

Contrariamente a lo que se podría pensar, ese movimiento de eman-cipación fue, esencialmente, de origen aristocrático. Los criollos tomaron en un comienzo el poder sólo para afirmar su lealtad hacia Fernanado VII, destronado por Napoleón. El ejercicio del poder les proporciona con-ciencia de su fuerza. Por otra parte, esta aristocracia criolla detentaba el poder económico. En general, sólo declararon su independencia cuando el restablecimiento del absolutismo en España les quita toda esperanza de hacer admitir sus reivindicaciones. Por lo mismo, la emancipación no tuvo, en ningún nivel, el carácter de una revolución económica y social. La aristocracia criolla, compuesta en su mayoría por propietarios de tie-rras, funcionarios y juristas coloniales, muy impresionados por la cultura francesa, aumentó su poder apoderándose del poder político. La ideología de la Revolución francesa, en la que esta se inspiraba en gran medida, te-nía para ellos, ante nada, el valor de una pura abstracción. La libertad de la agricultura y el comercio, único principio conforme a los intereses de esta aristocracia criolla, sería el único en traducirse sin dificultades en los hechos. Al mismo tiempo, la emancipación de la América española fue un fenómeno continental: ningún rasgo realmente importante separa aún a las diferentes repúblicas que une; por el contrario, hay una evidente co-munidad de idioma, de cultura, de estructuras sociales, de origen, y sobre todo de pensamiento religioso y político.

La unidad histórica de esta época que enfrenta a los hombres a los mismos acontecimientos, inspirándoles las mismas esperanzas y las mis-mas pasiones e imponiéndoles los mismos combates, ha conducido a la producción de obras marcadas por un gran espíritu combativo. Por todas partes se forman círculos en los que se agrupan los hombres cultos y de

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* Véase Carta de Jamaica. Contestación de un Americano Meridional a un caballero de esta Isla. Kingston, 6 de septiembre de 1815.

espíritu innovador, medio literatos, medio políticos. ¿Cómo hubiese po-dido ser de otra manera? Son el relevo de las antiguas sociedades criollas constituidas hacia fines del siglo XVIII; pero, mientras que las primeras se limitaban al estudio apasionado de las realidades regionales, estas úl-timas son abierta y francamente patriotas. La literatura, la filosofía, el pensamiento, se encuentran indisolublemente mezclados con la política. La mayor parte de las veces, la pluma no es sino la auxiliar de la espada; ya sea porque conducen juntas a “la misma lucha”, o porque glorifica las armas o los símbolos de la libertad.

En todas partes se fundan periódicos o revistas, más o menos efí-meros; por todas partes aparecen panfletos, folletos u opúsculos escritos a la rápida, ya que su fin primordial es la propaganda o la polémica; en esas condiciones, el escritor no es un esteta sino, ante todo, un hombre de acción, un militante que, mucho después de las guerras de indepen-dencia, conservará el gusto por el riesgo, la costumbre de la conspiración, la pasión por las ideas no conformistas, la admiración incondicional por aquello que, en el dominio del pensamiento, los distancia de los modelos impuestos por la educación colonial. Desde el día en que la América es-pañola quiso la independencia de la metrópolis, se esforzó por definirse como americana. Bolívar declaraba que “no somos ni indios ni europeos, sino una especie media entre los legítimos propietarios del país y los usur-padores españoles”.* Si se expulsaba al “usurpador español”, era preciso reivindicar a “los legítimos propietarios del país”, es decir, a los indios. En la lucha que había opuesto a criollos y españoles, el indio se había con-vertido, aunque impropiamente, en el símbolo de América. Ahora bien, si el indio podía inspirar la poesía y algunas obras novelescas, no aportaba prácticamente nada al pensamiento filosófico, a la reflexión especulati-

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va. No existía una tradición filosófica americana, y aún menos indígena. Por lo mismo, en su búsqueda de identidad, los escritores, los pensadores hispanoamericanos, rechazando el pensamiento español, se inspiraron de la ideología francesa: en primer lugar, la que trasmiten los escritos de los filósofos, de los enciclopedistas y los ideólogos del siglo XVIII; enseguida, aquella de los escritores, de los pensadores, de los universitarios franceses del siglo XIX. En Buenos Aires, la edición del Contrato social en 1810 cobra un valor ejemplar.* Pero esa influencia es mucho más notable en el terreno político, o religioso, que sobre el campo literario: proporciona una filosofía, algunas tesis, ciertas directivas para la acción; sólo en escasa medida es materia de arte. No se trata tanto de seducir por la elegancia del estilo como de convencer por la fuerza de los argumentos y la solidez de los razonamientos.

Tal es el contexto histórico, tales son las condiciones políticas, socia-les y culturales que marcaron profundamente esta época del nacimiento, de la formación y de la madurez intelectual del primer y principal discí-pulo hispanoamericano de Lamennais: Francisco Bilbao.

* * *

Reconstituir la historia de este excepcional encuentro entre Fran-cisco Bilbao y su maestro; conocer la difusión y la puesta en práctica de algunos aspectos de la filosofía política y religiosa de Lamennais por parte de un fogoso revolucionario hispanoamericano, con posterioridad y en la continuidad de las guerras de la independencia y emancipación, en una época en la que la vocación histórica de las jóvenes repúblicas sud-americanas es aún muy incierta; evocar las dificultades, las querellas, las

* Referencia a la versión de Mariano Moreno. Véase Del contrato social o Principios del Derecho Político, de Jean-Jacques Rousseau. Edición facsimilar de la realizada por Mariano Moreno en 1810. Nota preliminar de Diego Tatián. Córdoba, Editorial de la Universidad Nacional de Córdoba, 2005.

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polémicas suscitadas o el éxito conseguido por este pensamiento nuevo, en un mundo nuevo, una sociedad nueva, receptiva pero también descon-fiada, ese es nuestro propósito. Dejaremos que hablen los protagonistas y los documentos que nos han legado; evitaremos así ceder a la presunción de tomar partido. Después de evocar sus orígenes sociales y ambiente fa-miliar —pues, como ocurre frecuentemente, entre los Bilbao el combate por las ideas es ¡un asunto de familia!— seguiremos a Francisco Bilbao en las múltiples peripecias de su accidentada existencia, en sus dos viajes a Europa, en su inolvidable viaje de estudios a París en el momento en que, alrededor de 1848, las “Escuelas” y el Barrio Latino estaban en plena efervescencia ideológica. Lo acompañaremos en sus visitas a Lamennais, como también donde Michelet y Edgar Quinet. Desenterraremos la co-rrespondencia intercambiada entre Bilbao y esos tres personajes.* Tra-duciremos los recuerdos e impresiones que Bilbao ha dejado sobre ellos en su Diario personal, que Manuel, su hermano, publicara luego de su muerte.** Lamennais, Quinet, Michelet, el trío parece inseparable en la mente de Bilbao: nosotros no intentaremos separarlos. Por otra parte, su pensamiento, en muchos aspectos, ¿acaso no es, si no común, bastante próximo?

Más allá del relato histórico, sin duda se querría evaluar qué parte de las ideas de Bilbao corresponde con cada uno de sus maestros. Sin duda sería interesante delimitar la originalidad personal de Bilbao. ¡Problema de gran complejidad! Esperando aportar algo a los especialistas en Lamen-

* Véase también nuestra edición de la correspondencia de Bilbao con Lamennais, Miche-let y Quinet, bastante más completa, en: Francisco Bilbao. Edición de las Obras Comple-tas Tomo 4, Iniciativa de la América. Escritos de filosofía de la historia latinoamericana. Santiago, El Desconcierto, 2014, pp. 345-405.

** El Diario de Francisco Bilbao nunca fue publicado como tal, sino sólo citado fragmen-tariamente por Manuel Bilbao en Vida de Francisco Bilbao, publicado como introduc-ción a su edición de las Obras Completas de Francisco Bilbao. Tomo I, pp. I-CCXIII, Buenos Aires, Imprenta de Buenos Aires, 1866.

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nais, Quinet o Michelet…, en esta investigación presentaremos, al térmi-no de nuestro estudio, una selección de los textos que nos han parecido más significativos, conscientes al mismo tiempo que toda elección es una mutilación de la que nos disculpamos por adelantado.1

Desconocida en Francia, esta influencia ideológica de Francia sobre América del Sur ¿no merece acaso ser conocida de mejor manera, no val-drá la pena salvar su recuerdo del olvido, especialmente en nuestro país?2

1 Estos textos han sido traducidos por el autor del presente estudio, y asimismo todas las citas de documentos en español.

[Las “Páginas escogidas” —que incluye fragmentos de “Sociabilidad chilena”, “La resu-rrección del Evangelio”, “El conflicto religioso”, “Prefacio a los Evangelios”, La América en peligro, Lamennais como representante del dualismo de la civilización moderna, “Edición de las Obras Completas de Edgar Quinet” y “Emancipación del espíritu en América” (pp. 65-87)—, traducidas al francés por Louis Miard, han sido omitidas en esta edición.]

2 En 1869, Mme. Quinet, en sus Memoires d’exil [Paris, Librarie International, 1868, pp. 285-292], ya subrayaba la influencia de Lamennais sobre Bilbao [El capítulo titulado “Un gran patriota americano” de esta obra fue publicado en el diario La República de Buenos Aires dirigido por Manuel Bilbao en enero de 1869, y reproducido por Pedro Pa-blo Figueroa como introducción a su edición de las Obras Completas de Francisco Bilbao (Santiago, 1897-1898), pp. 1-8]. En 1923, F. Duine, en Essai de bibliographie de Félicité Robert de Lamennais, destacó el nombre de Bilbao entre los discípulos de Lamennais [Paris, Librairie Garnier Frères, 1923, pp. 62, 89, 102, 103; asimismo, La Mennais: sa vie, ses idées, ses ouvrages, Paris, Librairie Garnier Frères, 1922, p. 335]. Según nuestro conocimiento, ningún estudio se ha publicado todavía en Francia sobre las relaciones entre Lamennais y su admirador sudamericano. Al otro lado del Atlántico, la bibliografía es también pobre. Una tesis reciente, defendida en Miami: Alberto J. Varona, Francisco Bilbao, revolucionario de América. Vida y pensamiento. Estudios de sus ensayos y trabajos periodísticos, Panamá, 1973, es de interés primordial sobre Bilbao y la ideología de la época en América del Sur. Se puede citar también: Armando Donoso, “La vida y la obra de Francisco Bilbao”, en El pensamiento vivo de Francisco Bilbao, Santiago, 1940, y El Evangelio americano y Páginas selectas de Francisco Bilbao, Barcelona, 1920; Pedro Pablo Figueroa, Historia de Francisco Bilbao, Santiago de Chile, 1894; y recientemente Frank Mac Donald Spindler, “Francisco Bilbao, Chilean Disciple of Lamennais”, en Journal of the History of Ideas, Philadelphia, New-York, 1980, pp. 487-496. Los escritos de Bilbao son evidentemente los documentos esenciales. Ellos han sido reunidos por P. P. Figueroa, Obras Completas de Francisco Bilbao, Santiago de Chile, 1897[-1898], 4 to-mos. (Nosotros designaremos esta obra con las iniciales O.C.); anteriormente, por Ma-nuel Bilbao (hermano de Francisco), Obras Completas de Francisco Bilbao, Buenos Aires, [1865-]1866, 2 tomos, donde el primero, de la página I a la CCVI, se intitula “Vida de Francisco Bilbao” [por Manuel Bilbao] (Nosotros designaremos esta obra por la iniciales M.B.). Un ejemplar de este último volumen se encuentra en la B.N. de París, así como

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CAPITULO PRIMERO

Antecedentes y formación de Francisco Bilbao.

Primeras lecturas de Lamennais.

Primeros escritos. Primeros escándalos.

Antecedentes y educación de Francisco Bilbao. Rafael Bilbao

Francisco Bilbao nació el 9 de febrero de 1823 en Santiago de Chile. Su padre, Rafael Bilbao, era chileno, pero su madre, Mercedes Barquín, había nacido en Buenos Aires, ciudad donde se casaron en 1816. Francis-co fue bautizado por su tío, el sacerdote D. Bernardino Bilbao.

Rafael y su esposa habían conocido, antes de su unión, una juventud agitada, muy ligada a las circunstancias de las luchas por la independen-cia. Probablemente, los azares de la conspiración y de la guerra abierta o clandestina, marcaron realmente el temperamento y el pensamiento de Francisco y de su hermano Manuel.

En efecto, don Rafael pertenecía a una familia de la aristocracia criolla establecida en Santiago. Hizo estudios de derecho, como era cos-tumbre en el medio donde nació, aunque no los terminó, pues un tío suyo lo llevó a Perú, iniciándolo en los negocios con España. El padre de Rafael era chileno, pero la madre, Josefa Beyner, era la hija de un ingeniero fran-cés residente en Chile y casado con una chilena. El bisabuelo, Antonio Beyner, se había distinguido en una increíble conspiración. Asociado a otro francés, de apellido Gramusset, y a un argentino, había urdido, en

de Francisco Bilbao, Lamennais como representante del dualismo de la civilización moder-na, París, 1856. Nosotros pudimos consultar las otras obras en la B. N. de Madrid, y sobre todo en la Biblioteca del Instituto de Cooperación Iberoamericana (Madrid), a cuyo personal nosotros agradecemos por su amable acogida.

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1780, una conspiración “para emancipar a Chile de España”.* Los pre-parativos estaban casi listos, y las municiones preparadas por Gramuset, pero el argentino, temeroso de la amplitud que tomaría el atentado, de-lató la conspiración. Los tres implicados fueron arrestados. Las autorida-des españolas, atemorizadas por tal descubrimiento, ordenaron guardar el más estricto silencio sobre el asunto y quemar las pruebas del proceso.3 Se hizo, al parecer, desaparecer a los conspiradores en un extraño e inex-plicable naufragio de un navío que debía transportarlos hasta la prisión de Cádiz. Ese antecedente transmitió, probablemente, el encanto de la sedición a los descendientes chilenos del francés Beyner.

Rafael Bilbao deja el Perú para ir a Buenos Aires, donde el negocio pasaba por ser más favorable. Después del desastre de Rancagua cerca de dos mil chilenos se refugiaron en Argentina. Muchos de ellos se beneficia-ron de la generosidad de Rafael Bilbao, hasta el día en que San Martín los llama para formar el ejército de Los Andes.

Con la independencia de Chile, Rafael Bilbao vuelve a su patria en 1822. El país estaba agotado por la guerra y la miseria. La independencia

* Se trata de la llamada “conspiración de los tres Antonios”, llevada a cabo por Juan Anto-nio Beyner, Antonio Gramusset y José Antonio de Rojas.

3 Sin embargo, los antecedentes del proceso no fueron quemados. Fueron reencontrados y ultilizados por M. L. Amunátegui, Una conspiración en Chile, Santiago, [Imprenta del Progreso,] 1853.

[El 30 de diciembre de 1852, mientras Miguel Luis Amunátegui redactaba el texto de su investigación, escribió a Francisco Bilbao, exiliado en Perú en ese momento: “Pancho, hemos hecho un descubrimiento histórico. En 1780, es decir, ocho antes de la Revo-lución francesa, se tramaba en Chile por varios franceses en unión de algunos chilenos una conspiración para alcanzar la independencia. Uno de los conspiradores era don Juan [Antonio] Beyner, tu bisabuelo. El parecernos el suceso en extremo interesante, y sobre todo el figurar en esa gloriosa empresa uno de tus antepasados, nos ha estimulado a escri-bir su relación. El trabajo está ya bastante adelantado, y pienso que pronto se publique. / Tienes una genealogía revolucionaria. La sangre sin duda vale algo”. Y en el texto mismo, Amunátegui dice que Beyner era “el bisabuelo de dos jóvenes chilenos, que han hecho un papel notable en las turbulencias civiles de 1851, y a quienes sin duda está reservada más de una página brillante en el libro del porvenir (D. Francisco y D. Manuel Bilbao” (op. cit., p. 95).]

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no había aportado la paz, y la rebelión parecía necesaria para derrocar la administración dictatorial del general O’Higgins. Parecía a Rafael Bilbao que la sombra de este hombre de guerra amparaba al partido de las ideas retrógradas, a los conservadores de la educación, a las leyes y la política espa-ñola. Estos propiciaban una sorda pero cruel persecución contra los revolu-cionarios e incluso contra los más valerosos defensores de la independencia.

Rafael Bilbao asumió sin tardar el partido de la oposición.La revolución popular de 1823 derrocó a O’Higgins y condujo al

poder al general Freire. Este último derroca la dictadura y convoca a una asamblea constituyente, la que fracasa en 1826. Freire fue reemplazado por Pinto. Una nueva asamblea constituyente da satisfacción al partido liberal para la constitución de 1828. Esta se esfuerza por borrar resuel-tamente toda traza de la antigua sociedad colonial, consiguiendo incluso expropiar los bienes de la Iglesia. Rafael Bilbao, miembro especialmente activo de ese gobierno, se distingue por sus ideas radicales.

En política, admitía la soberanía popular como único fundamento de todo poder y de toda ley. En religión, se declaraba más cristiano que católico. Admitía la creencia en los dogmas, pero se declaraba enemigo de los abusos del catolicismo. En la duda, consultaba el Evangelio, y en consecuencia atacaba todo aquello que en el catolicismo le parecía apar-tarse de él. Era partidario de la libertad de culto y de la libertad de pen-samiento. Era enemigo de la autoridad temporal de los papas, dudando de la infalibilidad pontificial. Enemigo de la vida monástica y de toda ostentación religiosa, admitía el catolicismo más por educación que por convicción. Estas ideas, comunes en los liberales de 1828, les hiciceron merecer el nombre de herejes*, es decir, de “heréticos”.

En 1829, Rafael Bilbao fue nombrado gobernador e intendente de Santiago. Su doble actividad a la cabeza de la capital chilena, fue

* “Herejes”, en español en el original.

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considerable: destruyó la Plaza Mayor para hacer desaparecer la antigua arquitectura colonial de la ciudad; abrió nuevas calles en el lugar de los monasterios expropiados; prosiguió con la incautación de los bienes ecle-siásticos; estableció cuerpos de vigilantes. Era un hombre autoritario y exigente, convencido del carácter obligatorio de las ideas liberales.

Una actitud tal le creó enemigos. El partido conservador hizo cam-paña contra él y fomentó conspiraciones, decidido a poner término a su acción política. Los conservadores creían, en efecto, que no había más que dos hombres enérgicos en el partido liberal, los únicos pilares del gobierno: el ministro del interior, Carlos Rodríguez, y el intendente, Rafael Bilbao. Intentaron, por ende, eliminarlos por medio del asesinato. El 6 de junio de 1829, un grupo de militares armados se había sublevado, invadiendo el do-micilio de Bilbao. Como éste consiguió huir, el golpe de Estado conserva-dor fracasó, aunque por poco tiempo, porque, poco después, el presidente Pinto renunció. El ejército chileno se dividió en dos facciones: una liberal, liderada por Lastra; la otra conservadora, a las órdenes de Portales. Bilbao y Lastra tomaron el poder. Estalló una guerra civil. Vencido el ejército liberal, es Portales quien se queda con el poder. Bilbao tuvo que refugiarse en Lima. La reacción, dirigida por Portales, fue radical e hizo promulgar la Constitu-ción de 1833. Después de un año de ausencia, Bilbao regresó a Chile, don-de conspira para reimplantar el régimen liberal de 1828. En 1834, después de seis meses de prisión, fue condenado a diez años de exilio.

Francisco Bilbao tenía entonces once años. Acompañó a sus padres al exilio. Se le hizo estudiar geografía, historia, religión, gramática castellana y la lengua francesa, de la que conocía ya los rudimentos por tradición familiar.* Sentía una gran admiración por la energía, la actividad y las con-vicciones de su padre.

* Según Pedro Pablo Figueroa, antes de 1834, año del exilio en Lima, Bilbao había hecho “sus primeros estudios en el colegio de las señoras Zorraquín” (Diccionario bio-

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En Lima, donde se habían refugiado una vez más, encontraron otros exiliados, los hombres de acción del partido liberal perseguidos por Por-tales, pero también a O’Higgins y sus colaboradores, depuestos por Freire en 1823. Conspiradores impenitentes, tramaron nuevos complots. Des-pués de algunos fracasos, Rafael Bilbao tomó una importante suma de su fortuna personal para armar dos naves y equipar una tropa de asalto. La expedición desembarcó en el sur de Chile, pero fracasó en su empresa. La tropa es encarcelada; los jefes, nuevamente proscritos; el poder de Portales resultó fortalecido.

Perú y Bolivia se habían unido en una confederación. Chile des-confiaba de esta nueva potencia. Declara la guerra al Perú. Durante la toma de Lima, el general chileno* convoca a Bilbao. Alaba su patrio-tismo y le confía la responsabilidad de los hospitales militares. Bilbao acepta este cargo, pero rechaza el pago correspondiente para cederlo al ejército chileno. Los chilenos se retiran del Perú y Bilbao es autorizado a volver a Chile en 1839. En el intertanto, el partido liberal se tomó el poder. Pinto vuelve a ser presidente de la República y, nuevamente, Bil-bao recibe un cargo en el gobierno chileno.** Durante todo ese tiempo, Francisco Bilbao había adquirido años y experiencia. Tiene ahora dieci-siete años. La vida difícil y agitada de su padre le proporciona experiencia en la política, la guerra y la lucha por las ideas. En Perú había comple-mentado su formación intelectual con el estudio de las matemáticas, la astronomía, la música y los deportes. La mejor enseñanza que recibió fue sin duda el ejemplo paterno.

gráfico de Chile, entrada BILBAO (Francisco). Cuarta edición, Santiago, Imprenta y Encuadernación Barcelona, 1897).

* Alusión a Manuel Bulnes.** Rafael Bilbao fue tesorero en la Municipalidad de Valparaíso.

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Estudios Superiores y primeros escritos de Bilbao

En 1839, Francisco Bilbao se matricula en el Instituto Nacional de Santiago, para hacer sus estudios de derecho, como es tradición en la fa-milia.* Estudia filosofía, latín, literatura, derecho público, constitucional y civil.** Realiza estudios brillantes y obtiene la mención “distinguido” en todos sus exámenes. Tiene, como principales maestros, a personalidades reputadas pertenecientes al mundo literario chileno: Andrés Bello, José Victorino Lastarria, Fidel López… Su influencia contribuye en gran me-dida a la orientación filosófica del discípulo.*** A los veinte años, Bilbao había ya leído las obras de Jean-Jacques Rousseau, Víctor Cousin, Gibbon, Dupin, Volney, Vico, así como la mayor parte de los enciclopedistas fran-ceses. Había estudiado diversas obras de historia, de crítica religiosa, de filosofía política, sin olvidar el Evangelio, que pretende por supuesto in-terpretar a su manera. Su sed intelectual parecía aumentar a medida que se cultivaba. Su hermano Manuel da cuenta de una frase que tenía costumbre decir: “Deseo la muerte para satisfacer en el seno del Eterno cuanto hoy ignoro”.4 Mientras proseguía sus estudios de derecho, comenzó a escribir.

* Bilbao se matriculó en el Instituto Nacional en 1840 y comenzó los estudios de derecho en 1842. A la inmedita vuelta de Lima, el año 1839, fue alumno del Colegio de los Sres. Zapatas. (En la “lista nominal de los alumnos que más se han distinguido en cada clase en el segundo trimestre del presente año escolar” en ese Colegio, Bilbao figura como sobresaliente “en la 1ª clase de Gramática latina”, según se lee en el diario El Mer-curio de Valparaíso los días 4, 5 y 6 de noviembre de 1839. Una información semejante relativa al final del año escolar se halla en el mismo diario el 30 de enero de 1840).

** En 1839 estudió latín con Domingo Tagle, de quien fue ayudante. En los años 1840 y 1841 siguió los cursos de filosofía que entonces dictaba Antonio Varas. (De acuerdo al plan de estudios sancionado en 1832, el plan común del Instituto Nacional se organi-zaba en seis años, en cuyos cuatro primeros años la clase principal era la de latín y en cuyos dos años últimos la clase principal era la de filosofía). En 1842 fue alumno de José Victorino Lastarria en las clases de derecho constitucional.

*** La influencia filosófica de Vicente Fidel López sobre Bilbao puede medirse por su carta publicada en el diario El Progreso de Santiago el 27 de diciembre de 1844.

4 Cf. M.B., p. XXXVIII, y de manera más general todo el capítulo III de esta obra: “Su vida como católico y su conversión al racionalismo”.

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Publica diversos artículos en diarios chilenos, cuyos títulos bastan para comprender su sentido ideológico: Guerra a la Tiranía y El Liberal.

A poco andar le vino la idea de consagrar su ocio a una actividad de mayor envergadura. Una vez instaurada la paz en Chile, bajo la presiden-cia del general Bulnes, terminaron las luchas políticas. Gracias a mejoras y extensión de la explotación de minas, el país conoció cierta prosperidad financiera, mercantil e industrial. La población, sobre todo en la capital, Santiago, y en ciudades como Valparaíso, Concepción y Copiapó, co-mienzan a beneficiarse de cierta bonanaza económica. Los jóvenes sueñan en otras cosas, no en fomentar la conspiración. Desde un punto de vista religioso, se asiste a una transición desde una sociedad eminentemente católica para la cual la tolerancia equivalía a la cobardía o el error doctri-nal, hacia otra sociedad, más liberal, menos intolerante e intelectualmente más dispuesta a reconocer tímidamente el derecho al error filosófico o religioso. Este cambio de mentalidad se realiza bajo la influencia de algu-nos políticos destacados en la reforma de la enseñanza, como José Miguel Infante, Bernardo O’Higgins y Camilo Henríquez.5 Este conjunto de cir-cunstancias nuevas pareciera haber tenido como efecto la creación de la Sociedad literaria de Santiago, un círculo de intelectuales de vanguardia que se interesaron en la literatura y en las ideas filosóficas nuevas. Los ór-ganos de ese movimiento literario, conocido hoy como “la generación de 1842”, se llamaron El Semanario de Santiago6 y El Crepúsculo.7

Francisco Bilbao, a pesar de su juventud, devino uno de los miem-bros más activos de esta sociedad fundada en 1842 fuertemente marcada

5 Cf. Varona, op. cit., pp. 45-51.6 Ibid., pp. 60-70. El Semanario apareció desde julio de 1842 hasta febrero de 1843. Sirvió

sobre todo de tribuna para vivas polémicas, favorables u hostiles al movimiento literario romántico.

7 Ibid, pp. 70-73. El Crepúsculo era una revista mensual que comienza a aparecer en junio de 1843 y, tanto más interesante, debe desaparecer en 1844, a consecuencia del escánda-lo provocado en sus columnas por Bilbao.

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por el romanticismo europeo. El discurso inaugural de la Sociedad litera-ria de Santiago, pronunciado por Lastarria, dará el tono:

Hay en Chile una literatura que nos ha sido legada por España, al mismo tiem-po que su religión divina, sus penosas e indigestas leyes, así como sus preocu-paciones funestas y antisociales. Pero esa literatura no debe ser la nuestra, pues cuando se rompieron las viejas cadenas que nos ligaban a la península, nues-tra nacionalidad ha comenzado a tomar un tinte bien diferente. […] España está dominada por la ignorancia y sufre del pesado yugo de lo absoluto tanto en política como en religión. […] Es preciso que seamos originales; poseemos al interior de nuestra sociedad todos los elementos necesarios para serlo, para convertir nuestra literatura en la expresión auténtica de nuestra nacionalidad.8

El único bien de la herencia española que merece ser conservado es el uso de la lengua castellana. No hay que tocarla de manera alguna, a pesar de la opinión de algunos: “Ah! no: éste es uno de los pocos dones preciosos que nos hicieron sin pensarlo”.

Esta sociedad literaria de Santiago acoge en su seno a la mayor par-te de los escritores y de los poetas románticos chilenos. Son convocados por el francés Carlos Ambrosio Lozier, el español José Joaquín de Mora, el venezolano Andrés Bello. Simultáneamente, la llegada y la actividad de los proscritos argentinos, entre los cuales se encuentran Domingo F. Sarmiento,9 Vicente Fidel López, [Juan Bautista] Alberdi, [Bartolomé] Mitre, [Juan María] Gutiérrez… contribuyen junto a la Sociedad litera-ria a difundir las nuevas ideas, a renovar el mundo intelectual chileno, a estimular los espíritus de la juventud de Chile. Domingo F. Sarmiento establece en Santiago una Escuela Normal de educadores. Andrés Bello dirige la Universidad de Chile, recientemente fundada.

8 Lastarria, J. V., Recuerdos Literarios. Santiago, 1885, p. 85.9 Ver la tesis de P. Verdevoye, Sarmiento, educador y publicista, Paris, 1964. Se encuentran

ahí también algunas informaciones sobre Bilbao.

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Tal es la atmósfera intelectual en Santiago, en la época en que Fran-cisco Bilbao estudia derecho y publica sus primeros artículos.

Manuel Blanco Cuartín, un condiscípulo suyo, lo describe como “un buen estudiante, disputador como pocos y tenaz como ninguno”. Idealis-ta en su pensamiento filosófico, él mismo se definía como “un filósofo espiritualista alemán”. Se encontraba siempre “dispuesto a romper con cualquiera una réplica metafísica en favor de Dios y la inmortalidad del alma”. “No había probado vino” y “si se hablaba de amores, enrojecía”.*

Manuel Bilbao, su hermano, evoca los años que pasara Francisco en el Instituto Nacional y destaca la revolución que se opera en el centro de sus creencias religiosas:

Perdido el temor al catolicismo se atrevió a leer obras prohibidas. Hasta enton-ces sus lecturas se habían concretado a la de libros que oprimían el alma, ahora se corría el telón y encontraba las irradiaciones de la libertad, nacidas del libre ejercicio de la razón. Su espíritu recibió el alimento de la luz. Lamennais abrió las puestas a sus meditaciones nuevas. Gibbon, el historiador de la ‘Decadencia del imperio romano’ le mostró el origen del cristianismo, la alianza del Imperio con la divinización del absolutismo católico; Voltaire, el azote de los esclavos del absurdo, le manifestó el imperio del buen sentido; Rousseau, Volney, las ba-ses indestructibles del derecho primitivo; Dupin el origen irrisorio de los cultos que dominan a la humanidad. Herder, Vico y Cousin le hicieron comprender que en la historia había algo de más importancia que la de narrar, examinar los elementos de la vida y manifestar la combinación que de ellos resulta.10

José Victorino Lastarria, su maestro y amigo, consigna en sus Re-cuerdos Literarios la profunda crisis religiosa que en esa época atormentaba al joven Bilbao:

* Se trata de la carta de Manuel Blanco Cuartín dirigida a Zorobabel Rodríguez, a propó-sito de su libro recientemente publicado: Francisco Bilbao, su vida y sus doctrinas (San-tiago, 1872), carta publicada en el diario El Mercurio de Valparaíso el 31 de agosto de 1872. Véase nuestra edición en La Cañada. Revista del pensamiento filosófico chileno (www.revistalacañada.cl), nº 5, 2014, pp. 380-389.

10 M. B., pp. XXXVI-XXXVII.

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Jamás pudimos apartarle, a lo menos en aquel tiempo, de ser fatalista en his-toria como Herder y Vico, de tomar como criterio de la verdad y de la justicia el sentido común a la manera de Michelet, o el asentimiento universal según Lamennais; ni de ser en filosofía ecléctico con Cousin, aunque poco después en Europa se hizo su adversario. Quería que la ciencia llenara el vacío que en su espíritu dejaba la ausencia del catolicismo, y ávido de creencias, buscaba una religión científica, y se hacía a cada paso la pregunta de Voltaire: — Que suis-je, où vais-je et d’où suis-je tire?11

Transido de inquietud religiosa, influido por la atmósfera ideológica de su tiempo, marcado por sus lecturas, Francisco Bilbao era, pues, a la vez, estudiante del Instituto Nacional y miembro entusiasta de la Sociedad lite-raria de Santiago, cuando descubrió los escritos de Félicité de Lamennais.

Primeras lecturas de Lamennais

Fue por azar que Francisco Bilbao tuvo ocasión de leer las obras de Lamennais. Las circunstancias intelectuales y familiares en las que vivía favorecían sin duda el interés que iba a descubrir. Relata él mismo el acon-tecimiento que iba a marcar su existencia y su pensamiento:

Salía del colegio, en una tarde de verano, hora de quietud y silencio en la ciu-dad, abrasada por un cielo refulgente. Me encaminaba a ver a Pascual Cuevas,12

11 Lastarria, J. V., op. cit., p. 278.12 Pascual Cuevas, proscrito peruano, se hallaba refugiado en Chile. Pertenecía a un mo-

vimiento de reformadores sociales deseosos de mejorar las condiciones miserables en que vivían ciertos sectores de la población. Era de alguna manera un “socialista utópico romántico”, para usar la terminolgía marxista. Su influencia sobre Bilbao fue bastante considerable, por lo menos al comienzo.

[Pascual Cuevas era “filósofo y revolucionario”, dice Pedro Pablo Figueroa (Diccionario Biográfico de Chile. Cuarta edición, Santiago, Imprenta y Encuadernación Barcelona, 1897, entrada CUEVAS (Pascual)), y añade: “Había nacido a principios de siglo, y con una educación superior a su tiempo, fue desde su más temprana juventud un pro-

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pagandista liberal. Era una especie de poeta de la democracia, que vivía soñando en la libertad del pueblo y en la república igualitaria para su patria. Fue el verdadero maestro en filosofía del ilustre reformador Francisco Bilbao, a quien conoció niño en Lima, estando desterrado en 1836 por sus ideas políticas. […] Pascual Cuevas, el proscrito de Lima en 1836, el perseguido de su patria, que vivía oculto y perseguido, guardando en el santuario de su pecho el ideal de libertad que tanto amaba y por el cual padecía, adivinó el porvenir de Bilbao y su juvenil impetuosidad para los combates de la idea y le puso en las manos aquel libro santo que debía ungir con el óleo de la inspiración su conciencia de predestinado de la emancipación del pueblo”. En otro lugar (Diccionario biográfico de extranjeros en Chile. Imprenta Moderna, Santiago, 1900, pp. 73-4), Figueroa dice: “Des-terrado de Chile en 1851, Pascual Cuevas volvió al Perú y debe haber muerto en Lima, o proscrito como vivió toda su juventud. Pascual Cuevas alentó a todos los revolucionarios que se esforzaban por emancipar al pueblo de las oligarquías sociales y políticas. Era un reformador, visionario si se quiere, pero que previó el porvenir de estas nacionalidades de América”. El 29 de enero de 1838 había sido “condenado a muerte D. Pascual Cuevas y D. Juan Ramón Argomedo, como reos de conspiración en la causa del mes de noviembre de ochocientos treinta y seis”, según se lee en El Mercurio de Valparaíso el 28 de marzo de 1838. El 8 de octubre de 1841 en El Comercio de Lima se anuncia que Pascual Cuevas se embarca hacia Valparaíso. Debe ser en fecha posterior a esta llegada a Chile y hacia fines de 1841 entonces la visita de Bilbao a Cuevas. En 1846 Cuevas reparte gratuitamente a los artesanos de Santiago los ejemplares sobrantes de un libro de Lamennais, De la escla-vitud moderna, según dice Santiago Ramos en El Pueblo de Santiago los días 21, 23 y 24 de febrero de 1846. Seguramente se trata de la traducción de Bilbao publicada en 1843 por la Imprenta liberal, y que éste tal vez al partir a Europa en 1844 dejó a su cargo. No es correcto, sin embargo, que Cuevas haya regresado a Lima después, en 1851, donde “su huella se ha perdido”, como dice Jorge Basadre dejándose llevar por Figueroa, pues, si nos dejamos llevar por el testimonio de Benjamín Vicuña Mackenna, Cuevas murió el 5 de enero de 1848 y en Santiago. El 28 de octubre de 1850 los igualitarios desfila-ban por la Alameda y en esa ocasión, dice Vicuña, algunas señoritas “nos tiraron flores al pasar, y entre las más entusiastas se distinguía la malograda novia del republicano y caballeroso Pascual Cuevas, muerto el 5 de enero de 1848, Mercedes Muñoz Gamero” (Diario de don Benjamín Vicuña Mackenna desde el 28 de octubre de 1850 hasta el 15 de abril de 1851, en: Revista Chilena de Historia y Geografía, Año I, no 2, segundo trimestre de 1911, p. 164). Y había muerto, dice en otro lugar, acompañado de Manuel Guerrero, “su amigo inseparable hasta esos propios días en que en sus brazos rindiera la vida, bajo su propio techo” (Historia de la jornada del 20 de Abril de 1851. Una batalla en las calles de Santiago. Rafael Jover ed., Santiago-Lima-Valparaíso, 1878, p. 76). Muerto el 5 de enero de 1848, sus funerales se realizaron el 7 de enero y el día 8 se lee en El Mercu-rio de Valparaíso la siguiente nota necrológica: “A LA MEMORIA DE D. PASCUAL CUEVAS. / Una alma noble y generosa nunca deja de tener fuertes convicciones y estas deciden siempre de la suerte de nuestra vida. D. Pascual Cuevas apareció en una de estas épocas en que los pueblos combaten. De un lado están los peligros y los sufrimientos, y del otro las perspectivas gratas y risueñas; la elección depende siempre de la vehemencia de nuestros sentimientos. Cuevas no vaciló en el partido que debía tomar, y su corta y honrosa vida ha sido un tejido de infortunios sebrellevados con heroísmo, y con una filosofía que indican la fuerza y la bondad de su alma. […] La última prisión de D. Pascual Cuevas por esta sola causa duró 16 meses, saliendo absuelto después de tan largo

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que vivía oculto y perseguido. Estaba leyendo una obrita, y al verme me dijo: he aquí, Francisco, lo que te conviene; era el libro del pueblo, de Lamennais. Me leyó un fragmento, le pedí la obra, y desde entonces la luz primitiva que fecundó la Araucana de Ercilla,13 recibió en mi infancia la confirmación o la revelación científica del republicanismo eterno, que recibí en mi patria inde-pendiente y con la palabra de mi padre.14

Quizás no fuese la primera vez que Bilbao escuchaba hablar de La-mennais.

Al parecer Lamennais no era desconocido para los maestros que Bil-bao escuchaba en el Instituto Nacional. Entre ellos Vicente Fidel López, que enseñaba Filosofía de la Historia inspirándose de muchos de los pen-sadores franceses de la época, y tenía la costumbre, según dice el historia-dor José Ingenieros,15 de citar frecuentemente los escritos de Lamennais.*

periodo probando así su inagotable filosofía y bondad. Tantas desgracias jamás irritaron a este apreciable joven, dotado de un valor y de una energía fría y tranquila, en que su idea y convicciones sólo impulsaban un corazón tocado siempre de todo lo que era su-blime y patrótico. / Sin duda alguna D. Pascual Cuevas era llamado a representar en su país un papel apropiado a sus virtudes y a esa calma que la experiencia ilustraba de día en día. Sus talentos nada comunes lo hacían capaz de servir a su patria en cualesquiera situación que se le colocase, pero la muerte lo ha arrebatado a sus amigos y a esta patria a la que tanto anhelaba servir. Una prueba que jamás falta para explicar los sentimientos más finos, es la multitud de amistades que don Pascual Cuevas se había granjeado entre todos sus contemporáneos. Los jóvenes de todos los colores políticos simpatizaban con aquel carácter atractivo y lleno de bondad; nosotros que le concimos y que pudimos penetrar en el fondo de su alma, nunca hallaríamos expresiones bastantes significantes para pintar al vivo la pérdida de este joven que causa nuestro dolor. Sirva al menos este ligero recuerdo de tributo a la amistad que le tuvimos, y la expresión de nuestros senti-mientos, mitigando nuestro pesar, sirva también a delinear el sencillo bosquejo de una alma candorosa y noble, que siempre recordarán los que le conocieron. / Un amigo”.]

13 La Araucana, poema épico en treinta y siete cantos, de Alonso de Ercilla, tiene como tema la obstinada resistencia de los araucanos (pueblo chileno) contra los españoles que Felipe II había enviado a someterlos. Se ha querido ubicar a Ercilla en el mismo nivel que Homero y Ariosto, por su talento de poeta y de narrador. El poema es considerado por los chilenos como su epopeya nacional.

14 O.C., t. IV, p. 53.15 José Ingenieros, La evolución de las ideas argentinas. Buenos Aires, 1951; cf. t. II, pp.

507-512.* Vicente Fidel López fue profesor de Filosofía de la Historia en el Liceo de Santiago, un

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Todo parece indicar que el nombre y las obras de Lamennais habían comenzado a llegar a América Latina junto a los emigrantes franceses que llegaron luego de la revolución de 1830. Por otra parte, el “viaje a Europa” de los intelectuales sudamericanos se había convertido en una moda. El poeta argentino Esteban Echeverría, por ejemplo, había traído de París, aparte del pensamiento sansimoniano de Pierre Leroux, buena parte de las inquietudes y preocupaciones sociales y cristianas del abate Lamennais, e igualmente sus principios estéticos.16 Las Palabras de un creyente, publica-das en 1834, fueron conocidas al año siguiente por la joven generación poética de La Plata gracias a la traducción hecha por el español Mariano José de Larra en 1836 bajo el título El dogma de los hombres libres. En 1839, el diario El Iniciador de Montevideo había publicado, en forma de entrega por fascículos, varios capítulos completos de las Palabras de un Creyente.17 En esa misma época, el diario El Nacional editaba interesantes trabajos titulados: “Lamennais en un libro consagrado a la instrucción y defensa del pueblo”18 y “Filosofía política”.19 En cuanto al Libro del Pueblo aparecido en 1837, había sido traducido por Juan Bautista Alberdi y pu-blicado íntegramente en El Nacional en el curso del año 1839.20

colegio fundado en 1843 por él mismo junto con D. F. Sarmiento, donde Bilbao era también profesor de filosofía. López se integró a la Universidad de Chile sólo a partir de octubre de 1845. La relación de Bilbao y López está acreditada por Manuel Blanco Cuartín en la carta publicada en El Mercurio de Valparaíso el 31 de agosto de 1872 (una carta que escribe a Zorobabel Rodríguez a propósito del libro de éste titulado Francisco Bilbao, su vida y sus doctrina, publicado hacía poco tiempo). Véase esta carta en La Caña-da. Revista del pensamiento filosófico chileno, nº 5, 2014, pp. 380-389. Y véase asimismo la carta de López a Marcial González publicada en el diario El Progreso de Santiago el 27 de diciembre de 1844. No hay, sin embargo, en estas referencias, indicación de media-ción de López sobre Bilbao en relación a Lamennais en particular.

16 Ibid., p. 507. Véase también Celina Ester Casullo de Carilla, “Lamennais y el Río de la Plata”, Revista de Historia de las Ideas, Universidad de Tucumán, n° 1 (1950) , pp. 70, 78-80.

17 Ingenieros, op. cit., t. II, p. 512. Casullo de Carilla, op. cit., pp. 68, 75-76.18 El Nacional, 22 de noviembre de 1838.19 Ibid., 22 de mayo de 1839. Referencias dadas por Ingenieros.20 Ingenieros, op. cit., t. II, pp. 510-512; Casullo de Carilla, op. cit., p. 68.

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Estaba preparado el terreno, entonces, en la América española, para que Francisco Bilbao pudiera convertirse fácilmente en el discípulo por excelencia del pensamiento social, democrático y cristiano de Felicité de Lamennais.

Entusiasmado por la lectura del Libro del Pueblo, alentado por la ad-miración hacia Lamennais que tenían sus amigos Pascual Cuevas, Vicente Fidel López y los intelectuales argentinos entonces exiliados en Chile, Francisco Bilbao no tardó en procurarse las otras publicaciones de La-mennais. Encandilado por el fuego de las palabras del abate Féli, Bilbao se consagra totalmente al estudio y al conocimiento de sus obras, así como a la traducción y a la difusión de sus escritos, pensando en popularizar sus doctrinas en América Latina. Algunos meses después de su visita a Pascual Cuevas, traduce y publica De la esclavitud moderna y Del pasado y porvenir del pueblo, que Lamennais había publicado en París, respectivamente en 1839 y 1841.21 El primero de estos dos opúsculos es aumentado por Bil-bao con un breve prólogo que contiene ya en germen algunas de las pre-ocupaciones e ideas que después constituirán el nudo de su pensamiento social, religioso y reformador.

Las ideas de Lamennais llegaban justo para reemplazar en el espíritu de Bilbao el vacío que había dejado la pérdida de la fe católica. Al publicar los trabajos de Lamennais y difundir sus doctrinas de redención social en

21 De la esclavitud moderna, traducida y reimpresa por F. Bilbao, Santiago de Chile, Im-prenta Liberal, 1843, VI-27 p. (Probablemente dos ediciones el mismo año); Sobre el pa-sado y el porvenir del pueblo de F. Lamennais, trad. por F. Bilbao. Santiago, Imp. Liberal, 1843.

[Véase nuestra edición de la traducción de Bilbao y el prólogo, como la breve polémica que suscita su publicación, en La Cañada. Revista del pensamiento filosófico chileno, nº3, 2012, pp. 369-408. La traducción, sin variantes significativas, Bilbao vuelve a publicar-la en el diario La Barra de Santiago entre el 19 y el 28 de marzo de 1851. En cuanto a la traducción de Sobre el pasado y porvenir del pueblo, no hemos localizado ningún ejemplar, y probablemente se trate de un error en la fuente utilizada por Miard, a saber, Alberto Varona, op. cit., donde a su vez se cita al respecto el Manual del librero hispano-americano de Antonio Palau y Dulcet (vol. VIII, Barcelona, 1954).]

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el seno del cristianismo, Bilbao respondía a cierta necesidad intelectual de las juventudes liberales hispanoamericanas, fuertemente interesadas por el destino de la sociedad e inquietas ante los complejos problemas econó-micos y sociales planteados con creciente intensidad por el progreso de la industrialización europea.

Desde ese momento, el pensamiento y la doctrina de Lamennais no se alejarán del espíritu de Bilbao. Inspirarán en gran parte su acción política y social, toda su vida y hasta sus últimos instantes.

Dentro de poco, ellas le conducirán a provocar un escándalo en Santiago, durante los funerales de un personaje político y luego durante un proceso que hizo mucho ruido. La cálida quietud de la capital chi-lena fue remecida. Aunque el nombre de Lamennais no fuera citado, su pensamiento y sus doctrinas no fueron para nada ajenos a este doble escándalo. ¡Al contrario!

Primer acto público de Bilbao. Las exequias de Infante

En 1844, un incidente, que hoy pasaría inadvertido, hizo mucho ruido en Santiago. Una de las figuras más destacadas de la guerra de la independencia chilena acababa de morir: don José Miguel Infante. Este hombre, considerado enemigo declarado del clero, reputado como volte-riano y tachado por la opinión pública de “hereje o ateo”, lo que, precisa Manuel Bilbao, debía significar lo mismo, no era solamente un personaje político hostil a España y a toda traza de la antigua presencia española en Chile, sino también un hombre de letras y un poeta de renombre, uno de los principales impulsores de la poesía romántica en América Latina. Había enriquecido la literatura chilena con muy bellos poemas inspira-dos por Víctor Hugo. Sus tomas de posición, muchas veces extremas en materia de cultura y de pedagogía, habían suscitado terribles polémicas.

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Por ejemplo, a Andrés Bello, que quería introducir la gramática latina y el derecho romano en el programa de estudios superiores, había respondido que esos estudios eran “adecuados solamente para crear generaciones de esclavos y godos (sobrenombre aplicado a los españoles) por contumacia”. Como político anticlerical, mientras se encontraba a la cabeza del poder ejecutivo, Infante había logrado expulsar de Santiago al obispo de la dió-cesis, a pesar de la gran firmeza con que los católicos le hicieron oposición. El clero y el partido católico no habían olvidado tal afrenta. Cuando el antiguo ministro estaba moribundo, algunas personas quisieron obligarlo a confesarse y reconciliarse con Dios y la Iglesia. Algunos presentaron esta iniciativa como una venganza de los católicos y del clero. Infante rehúsa con todas sus fuerzas y termina sus días como el volteriano que había sido siempre. En el momento de las exequias, las autoridades gubernamentales le rindieron los más altos honores.

Francisco Bilbao se desliza hasta el frente del cortejo fúnebre y, por primera vez en público, toma la palabra. Con una voz estentórea, lanza a la multitud un grito que la deja muda:

Antes de pasar los umbrales de la muerte, Infante, recibid el bautismo de la inmortalidad.22

Este incidente, completamente inesperado, así como las biografías de Infante que se publicaron y las manifestaciones que le siguieron, pro-vocaron gran revuelo entre la juventud que defendía la memoria de In-fante y el clero que lanzaba su anatema sobre esta. La querella provocó un gran revuelo. Los católicos chilenos se dividieron. Permanecerían así y el joven Bilbao se convirtió de alguna manera, a partir de esta fecha, en el jefe de fila del cristianismo liberal en Chile. El entierro de Infante le había dado la ocasión de hacerse conocer, pues tenía justamente la intención de proseguir la difusión de sus ideas.

22 M. B., pp. XXIII-XXV.

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La sociabilidad chilena

Hasta entonces, los que se hacían llamar liberales en materia reli-giosa no transgredían los límites marcados por las creencias católicas. Los dogmas eran respetados y nadie soñaba con poner en cuestión los funda-mentos del catolicismo. Los liberales atacaban sobre todo los abusos del clero en la práctica de su ministerio.

Bilbao creyó llegado “el momento de lanzarse en la vía pública pre-sentándose como el iniciador de la reforma racionalista, es decir, remover los cimientos de la vieja sociedad, presentando el dualismo de la civili-zación moderna, la incompatibilidad del catolicismo con la libertad, y aplicando este análisis a la historia política de Chile”. Pensamiento audaz, seguramente, pues por primera vez en un país considerado el más católico de América se atacaba de frente lo que Bilbao consideraba la causa de su retraso: “No se puede ocultar a nadie, dice, la situación real del país: la sociedad fanatizada hasta le médula de los huesos, un clero dueño abso-luto de las conciencias, una masa compacta de intolerancia basada en la estupidez más crasa”.

Bilbao sabía lo que le esperaba y a qué dificultades se enfrentaría. No lo dudó un instante: “Una voz interior le decía: posees la verdad y tu deber es decirla”. En junio de 1884 publica en El Crepúsculo un largo y virulento artículo: Sociabilidad Chilena.

Este panfleto constituía un violentísimo ataque contra los dogmas fundamentales de la religión católica y contra la educación religiosa de la juventud. Terminaba con un llamado urgente al Presidente de la república chilena para que pusiera término a la fuerte influencia de las ideas católi-cas en la sociedad chilena. Desde el punto de vista literario y filosófico, el manifiesto no tiene mucho mérito. El estilo es falto de elegancia; el razo-namiento es tosco. Las ideas provienen de los enciclopedistas franceses del siglo precedente y también, en buena parte, de los escritos de Lamennais.

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La inspiración francesa, por otra parte, se delata evidentemente por la abundancia de galicismos en que cae. Lo que confiere a la obra cierta ori-ginalidad, más sorprendente que agradable, es el dogmatismo de las ideas y la exaltación del estilo. La argumentación y el énfasis frisan a veces con la incoherencia. En resumen, Sociabilidad chilena no merece el interés que ha despertado.

Ahora bien, Sociabilidad chilena ha tenido el efecto de una bomba. Los ejemplares impresos pasaron de mano en mano. Algunas personas co-piaron el texto a mano para asegurar una difusión más amplia. Pero su éxi-to se debe al escándalo. El artículo de Bilbao era un desafío a las creencias casi unánimes de la población de Chile. Ésta no se encontraba preparada verdaderamente para tal estallido. El asunto tuvo un inmenso impacto. Si se cree a Manuel Bilbao, panegirista de su hermano, el opúsculo produjo en todo Chile el efecto de un “cataclismo volcánico”.23

Todo el mundo se conmovió: el público, el clero, el poder político, la justicia.

El público, escandalizado, condena al joven escritor al sacrificio. El clero fulmina contra él el anatema. ¡¡¡El poder civil lo entrega a la justicia, la que le aplica leyes de inspiración católica!!!

La prensa se desata, emplea calumnias e incita al fanatismo. Se crean publicaciones especiales. Un solo diario osa defender a Bilbao: El Siglo.* Tanto en las iglesias como en las plazas y en las calles, la propaganda se vuelca contra “el hereje, el ateo, el corrompido, el inmoral […] a quien

23 M. B., pp. XXV-XXVI.* El diario El Siglo de Santiago comenzó a circular el 2 de septiembre de 1843. En el ma-

nuscrito de su fundación se lee: “El Siglo, periódico semanal, que se obligan a publicar los abajo firmados, [igualmente se obligan] a guardar religiosamente el sigilo de la pu-blicación y a contribuir, en cuanto esté al alcance de cada uno, a verificar este proyecto”. Siguen los nombres y las firmas: Francisco Solano Astaburuaga, Juan Bello, Santiago Lindsay, Cristóbal Valdez, Juan Nepomuceno Espejo, Aníbal Pinto, Francisco de Paula Matta y Francisco Bilbao.

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la sociedad sólo debía alzar el arma del exterminio como una ofrenda a Dios”. Ese es el tema de algunos sermones. Los ánimos están tan caldea-dos que las autoridades eclesiásticas se ven obligadas a prohibir a los curas de las parroquias que continúen lanzando anatemas contra Bilbao.

Los políticos liberales temieron perjudicar su causa si guardaban en-tre sus filas a aquel que atacaba tan duramente los dogmas. Publicaron un Manifiesto, en el cual renegaron de su aliado y declararon que su actitud era ¡una lamentable calamidad! Los conservadores fueron más consisten-tes. Lo declararon simplemente “excomulgado ante la patria”.*

Las almas simples estaban tan conmovidas, según se dice, que ciertas personas se persignaban o atravesaban la calle cuando debían pasar delan-te de las ventanas de la casa de Francisco Bilbao.

Sólo faltaba que el joven, que se veía abandonado hasta de sus ami-gos, fuera rechazado por sus padres. No fue así. Desde Valparaíso, D. Rafael le recomienda consultar el artículo 12 de la Constitución, referido a la libertad de imprenta, y lo exhorta a comportarse con valor y la más alta nobleza:

No vas a comparecer como un criminal, sino como un hombre que no ha crei-do ofender a nadie, sino al contrario, favorecer a la humanidad oprimida. […] Oh! si pudiera, me sentaría a tu lado en el banco del acusado!24

Antes de presentarse ante los jueces, Francisco Bilbao fue abando-nado incluso por quienes lo habían defendido con su pluma y le habían prometido venir a testimoniar en su favor ante el tribunal. Irá solo a de-fenderse. Antes fortifica su reflexión a través de algunas lecturas. Medita

* Referencias a M.B., p. XXVI. En nota, Manuel Bilbao precisa que se trata de “el mani-fiesto que el señor Don Pedro Félix Vicuña publicó en Lima en 1846, a nombre de la oposición liberal”.

24 M.B., pp. XXV-XXVI.

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algunas páginas de Lamennais. Lee las vidas de Juan Huss, de Galileo, de Jesús.

El día del juicio, los católicos convocan a la población a una gran manifestación azuzada por el clero. La sala del tribunal y la plaza central de Santiago están repletas por una multitud de amigos y partidarios in-esperados de Bilbao: una cincuentena de jóvenes, la mayoría miembros de la Sociedad literaria, y el resto artesanos, obreros, pobres. Al paso del acusado una ovación de simpatía se levanta desde la multitud.

La audiencia dura cuatro horas. En el exterior, el partido católico, fanatizado por el clero, erige en las calles y sobre las plazas tribunas impro-visadas desde las que se declara la “guerra al hereje”. Entre los curas más hostiles a Bilbao se encuentra el llamado Juan Ugarte, autor de representa-ciones escénicas en las iglesias e inventor del “buzón de cartas a la Virgen”, una especie de alcancía para la limosna donde las mujeres santiaguinas depositan sus súplicas a la Virgen o a los santos, cartas para los curas y, muchas veces, se dice, cartas de amor. El tal Juan Ugarte combatirá las ideas de Bilbao durante largo tiempo, incluso después de la muerte de su autor. El día del juicio reclamaba la pena de muerte para el herético.

En la sala de audiencia, Bilbao enfrenta con valentía a sus acusado-res. Seguro de la simpatía de una parte del auditorio, lanza su defensa. La lectura de la Biblia y de las obras de Lamennais le han enseñado el arte de escribir y hablar a través de aforismos o sentencias breves y lapidarias, parecidas a los versículos de la Escritura.

Bilbao: Ahora, Sr. Fiscal, ¿quién sois, vos que os hacéis el eco de la sociedad analizada; que os oponéis a la innovación, parapetado en las leyes españolas, qué crimen cometéis?El Juez (campanillazo): Señor, usted no viene a acriminar al Sr. Fiscal.Bilbao: No acrimino, Sr. Juez, clasifico solamente. La Filosofía tiene también su código, y este código es eterno. La filosofía os asigna el nombre de retrógrado. Eh, bien! innovador, he aquí lo que soy; retrógrado, he aquí lo que sois.

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Citemos algunos extractos de su autodefensa. Se advierte la valentía y el vigor de sus afirmaciones.

Señores Jueces, no he sido blasfemo, no lo soy. Reconozco la unidad de la creación y el principio eterno que la guía y ante ese ser siempre he postrado en adoración mi humilde inteligencia. ¿Yo blasfemo? ¿Yo, que me he dedicado a buscar ese Dios en todas partes y que he consagrado mis estudios a la indaga-ción de la verdad, es decir, a la indagación de Dios porque Dios es la Verdad absoluta? ¿Yo que le he invocado en mis dudas para que me envíe algunos de los resplandores luminosos de que se encuentra circundado? ¿Yo, que obedezco a las leyes de perfeccionamiento infinito y que procuro, en mis alcances, enlazar mi patria en esa marcha? ¿Yo, que lo considero el creador de esta grande y subli-me humanidad que atrae a su seno por medio de su perfección continua? […]No soy sedicioso. Me he reconocido grande por abrigar la libertad y he querido engrandecer a mis semejantes dándoles ese conocimiento con sus consecuencias sociales. He llorado con las lágrimas del pueblo por su estado y porvenir tene-broso; he querido señalarles las regiones felices de la igualdad; he obedecido a la voz sacrosanta de la fraternidad, que apaga el orgullo y ensalza la humanidad. Señores jurados, no soy blasfemo porque amo a Dios; no soy inmoral porque amo y busco el deber que se perfecciona; no soy sedicioso porque quiero evitar la exasperación de mis semejantes oprimidos.

(Profundo silencio)

Señores, he sondeado la fosa que se me abre; he tanteado la piedra sepulcral que se me arroja y vengo con mi conciencia tranquila a reflejar en mi frente la sentencia absolutoria o a resignarme al fallo que me condena. Pero también digo, señores jurados, que ya diviso el día en que mi patria impulsada por la actividad humana, arrojará una mirada sobre mí, su hijo perdido por ahora, y esa mirada iluminando mi nombre, lo estampará radiante en la memoria civilizada de mi patria.

(Aplausos numerosos y prolongados)25

25 O.C., t. I, pp. 51-57.

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Una vez terminada la audiencia, el presidente del tribunal ordenó al acusado salir a la plaza pública para esperar el veredicto. Se pensaba quizás que la multitud que se encontraba allí, desencadenada y fanatizada por ciertos curas, habría tomado al herético y le habría hecho pasar un mal momento. Nada de eso fue lo que ocurrió. Al momento de aparecer, la multitud lanzó un clamor impresionante, mil veces repetido ese mismo día: “¡Viva el Defensor del Pueblo!”. El entusiasmo popular es tal que la multitud se cierra alrededor del joven, hasta casi aplastarlo. Éste se desvanece. Es reanimado y reconfortado por un médico, profesor de la Universidad.*

El tribunal reabre sus puertas. El acusado entra para escuchar la sentencia. Esta es proclamada en medio de un impresionante silencio:

Francisco Bilbao, condenado en tercer grado, como blasfemo e inmoral.

Según la ley entonces en vigor en Chile, esta condena significaba o bien una multa de 1.200 pesos a pagar inmediatamente, o bien seis meses de prisión efectiva.

“No tengo el dinero”, dijo Bilbao. “Entonces irá usted a la cárcel”, le ordena el juez.“No! no! Jamás permitiremos la prisión”, grita la concurrencia.

Los amigos de Bilbao, e incluso, se dice, gente muy pobre, vacia-ron espontáneamente sus bolsillos. La multa fue saldada. Incluso sobró dinero.

Asustados, algunos magistrados huían del tribunal por salidas dis-cretas. Los que se quedaron pedían a Bilbao que los protegiera. Bilbao tomó la palabra y le pidió al pueblo que perdonara “a esta pobre gente”. La

* Guillermo Blest, profesor en la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile.

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multitud obedece. Bilbao es llevado en andas por las calles y las avenidas de Santiago.* Los gritos de “¡Viva la libertad del pensamiento! ¡Muera al fanatismo! ¡Viva el defensor del pueblo!”, lo acompañan en un recorrido interrumpido de tiempo en tiempo por discursos improvisados de Bilbao.

Con sólo veintiún años, Bilbao aparecía ya como un héroe. Su elo-cuencia, su coraje, su actitud resuelta frente a sus jueces le valían un con-siderable sentimiento de admiración y simpatía popular. La población comprendió que el verdadero motivo del proceso era la defensa de la li-bertad de opinión.

Al día siguiente de esta loca jornada, las autoridades civiles y ecle-siásticas se vengaron por haberse sentido burladas decretando la expulsión de Bilbao del Instituto Nacional, así como de cualquier establecimiento de enseñanza. Ordenaron decomisar y quemar todos los ejemplares de Sociabilidad chilena. Al mismo tiempo, el médico que había reconfortado al joven fue destituído de su cátedra en la Universidad.26

Sin ese estruendoso proceso y sin esas condenas, destinadas no tanto a corregir a un audaz escritor cuanto a sofocar el nacimiento y la difusión de ideas consideradas peligrosas para la tranquilidad del Estado, Socia-bilidad chilena habría tenido un éxito escaso y habría caído pronto en el olvido. Parece, sin embargo, que el liberalismo naciente en Chile le debe a Bilbao el haberse constituído en su precursor entusiasta y valiente. Los incidentes de junio de 1844 quedaron grabados en la memoria de la ju-ventud chilena. El verdadero mérito de Sociabilidad chilena reside en la valentía con la que Bilbao, a pesar de su juventud, osaba enfrentar los pre-

* Luciano Piña Borkoski dice que “el día más bello de su vida lo llevé en triunfo en mis hombros por las calles y plazas de Santiago para improvisarle en medio del pueblo una tribuna con mis brazos” (La estatua del proscripto, Santiago, Imp. de la Librería del Mer-curio, de A. y M. Echeverría, 1874. Véase nuestra edición en La Cañada. Revista del pensamiento filosófico chileno, nº 5, 2014, pp. 448-461).

26 M.B., pp. XXIX-XXXII.

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juicios de sus contemporáneos sobre los fundamentos de la sociedad y la política. Aparte de convencer a sus partidarios, logra entusiasmarlos con estilo apasionado, con sus frases para el bronce y sus alusiones paradójicas. Aunque nadie recuerde hoy en Chile las ideas de Sociabilidad chilena, per-manece el recuerdo de un Bilbao apóstol de la “reforma racionalista”, que denunciaba “la incompatibilidad del catolicismo con la libertad”, pues lo que parece atractivo no son tanto sus ideas filosóficas cuanto la imagen de un impetuoso joven romántico y algo iluminado provocando él solo a una tradición multisecular.

Aunque la calma hubo vuelto a Santiago, Francisco Bilbao tuvo que dejar la capital de Chile. Para tener tranquilidad, se trasladó a Valparaíso, donde se hace redactor de la Gaceta del Comercio, por lo menos hasta oc-tubre 1844, fecha en parte hacia Europa.

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CAPÍTULO II

Francisco Bilbao en Europa.

Sus visitas a Jules Michelet, Edgar Quinet y Félicité de Lamennais

Su llegada a París

El 6 de octubre 1844, Francisco Bilbao se embarca desde Valparaíso en compañía de dos amigos, los hermanos Francisco de Paula Matta y Manuel Antonio Matta. El primero era un escritor liberal ya reputado.* El segundo, dos años menor que Bilbao y como él, había comenzado su carrera literaria en la prensa de la juventud liberal. Los dos son de alguna manera seguidores de Francisco Bilbao.** Siguen la misma vía, tanto en sus principios políticos como en sus ideas patrióticas, aunque no posean ni el mismo talento ni la misma valentía. Los tres habían decidido hacer un viaje a Europa para instruirse allí, para adquirir conocimientos que se proponían difundir luego en Chile. Bilbao partía antes que nada con la intención de encontrar los escritores de los cuales conocía sus obras.

* Véase “Despedida” en el diario La Gaceta del Comercio de Valparaíso del 6 de octubre de 1844.

** Con ellos viaja efectivamente y con ellos vive en París. Antes, Francisco de Paula Matta había sido director del diario de El Siglo en 1843, desde donde apoyó a Bilbao duran-te el proceso judicial en su contra por Sociabilidad chilena, aunque finalmente debió desistir de hacer como abogado su defensa, pero en 1850 fue contrario al movimiento político generado por la Sociedad de la Igualdad; murió prematuramente en 1854. Manuel Antonio Matta se mantuvo al margen de movimiento igualitario en 1850, pero actuó políticamente hacia el segundo lustro de la década de 1850 como diputado liberal por Copiapó y posteriormente en el primer lustro de la década de 1860 como miembro fundador de las primeras asambleas radicales de Copiapó, Santiago y Valpa-raíso, originarias del Partido Radical.

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Después de una larga y accidentada travesía en un barco que hacía escalas en Montevideo y Río de Janeiro*, los tres amigos desembarcan en Francia, en Havre de Grâce, el 24 de febrero de 1845.

Bilbao se instala en París, en el Barrio Latino, “ciudadela de estu-diantes y hombres de letras que van a la capital de Francia en busca de esa tierra prometida que son la fortuna y la celebridad”. Recorre la ciudad, visita sus monumentos principales, asiste a los espectáculos, desea cono-cerlo todo, verlo todo; y antes que nada, quiere descubrir por sí mismo “esa vida que se siente en medio de la nueva Babilonia”. Visita los lugares de acontecimientos de la Revolución francesa. Escruta las plazas, las ca-lles, las iglesias, las piedras… “¡En Francia! ¡En la misma tierra de donde partían los rayos de la Convención que derrumbaban tronos, en la misma patria de Voltaire, en el suelo donde vive Lamennais!”27

En una carta que dirige a su madre, Bilbao explica sus impresiones:

Los monumentos son mi contemplación cuando me paseo solitario. Hay en la arquitectura gótica un misterio de elevación que no es fácil describirlo. Bajo las bóvedas, donde desde tanto tiempo remontan oraciones al eterno, yo siento el infinito y mi alma se eleva a las regiones celestiales. No es el ruido de la inmensa ciudad, no es su lujo, ni sus palacios ni el fausto lo que me conmueve, no; es el suelo, es el recuerdo, es el recinto de tanta historia y de tanta esperanza.28

En esa Francia de la segunda mitad del reino de Luis Felipe se podía observar un interesante movimiento de fermentación ideológica. Todas las ideas, todas las doctrinas y todos los sistemas filosóficos circulaban libremente y encontraban, sobre todo en París, muy brillantes defensores. Las teorías religiosas, económicas o sociales, por muy audaces o extrañas

* La partida desde Río de Janeiro hacia Francia se efectuó el 20 de diciembre de 1844, según la información publicada por el Jornal do Commercio el 22 de diciembre.

27 MB., pp. XLIII-XLIV.28 P. P. Figueroa, Historia de Francisco Bilbao, p. 131.

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que fuesen, eran difundidas por hombres que, conscientes del hecho de que las ideas conducen el mundo, intentaban ganarse las simpatías de la población con la intención de cambiar, a través de la política o la revolu-ción, los destinos de la humanidad.

Esta efervescencia intelectual es lo que había atraído a Bilbao a Pa-rís. Desde su llegada se consagra a los estudios. Había venido a buscar las últimas enseñanzas filosóficas y científicas de Francia para beneficiar a las inteligencias de su país. Irá a escuchar en Notre Dame las prédicas del Pa-dre Lacordaire. Irá a seguir en la Sorbona las conferencias que ofrece Jules Simon sobre El estoicismo de los romanos. Visita a los poetas de la libertad, Pierre Jean Bèranger, Adam Mickiewicz. Visita a Pierre Leroux y Victor Cousin. Se codea con Edouard Charton, Louis Reynaud, David d’Angers, Charles Didier, Claude Bernard… Estudia astronomía con Arago, geo-logía y química con Dumas, matemáticas, economía política…* Asiste al Collège de France. Es la época en que Quinet y Michelet ofrecían los cursos que los hicieron célebres. Edgar Quinet trataba El cristianismo y la Revolución francesa, Jules Michelet enseñaba Historia de Francia. Con sus argumentaciones, los dos tendían a probar el progreso de la humanidad a través de los siglos, a pesar de los crímenes y errores; que las socieda-des eran la expresión de sus dogmas; y, en consecuencia, la necesidad de nuevos dogmas para promover el progreso de esas sociedades, o mejor, la necesidad de reconstruir la sociedad según las creencias, las leyes y los principios fijados por Dios durante la creación, pues ésta se había desvia-do, en el curso de los siglos, y se había alejado del orden primitivo, de la luz histórica.

Bilbao no se contenta con seguir los cursos de esos profesores uni-versitarios; quiere entrar en un círculo en que encuentre lo que busca

* El profesor en la cátedra de Economía Política en el Collège de France desde 1841 y en este preciso año de 1845 es Michel Chevalier.

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su espíritu. De allí le viene la idea de presentarse donde Jules Michelet, Edgar Quinet y Felicité de Lamennais.

Bilbao en casa de Jules Michelet

Francisco Bilbao conocía ya muy bien la personalidad y las obras de Michelet, con las cuales se había familiarizado en el curso de sus estudios en el Instituto Nacional de Santiago. Las ideas de Michelet, profesor de Historia y de Moral en el Collège de France, respecto a la Filosofía de la Historia, habían sido divulgadas en Chile por los emigrantes argentinos. Vicente Fidel López, uno de los profesores de Bilbao, era un ferviente ad-mirador de Michelet.29 En 1845, la influencia intelectual del historiador-filósofo era muy grande. Junto a Quinet, éste se destacaba, sobre todo en Francia, pero también bastante más lejos, por su lucha contra el catoli-cismo, tanto con sus conferencias sobre Los Jesuitas (1843) como por la publicación de una obra que hizo mucho ruido en la época en que Bilbao llegó a París, Del sacerdote, de la mujer y de la familia. En ese libro, que fue inmediatamente condenado al INDEX, Michelet extendía sus ataques a la totalidad de la Iglesia católica, denunciando los efectos nocivos que producían, según él, sobre la conciencia individual y sobre la unidad de la familia, la práctica del sacramento de la confesión, la educación y la dirección espiritual de la mujer por el clero católico. En ese año de 1845, Michelet ofrecía su curso sobre El Espíritu de la Revolución, en paralelo, por otra parte, al curso que ofrecía Edgar Quinet sobre ese mismo tema. La juventud parisina se apretujaba en el Collège de France para escuchar-los. Las doctrinas de Michelet y de Quinet, que proclamaban en voz alta

29 Ingenieros, op. cit., t. II, pp. 507 y 512.

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su fe en la humanidad y en la Revolución francesa, preparaban los acon-tecimientos revolucionarios de 1848.

El interés de Bilbao por los cursos de Michelet contribuía en gran medida al desarrollo de su gusto por la filosofía de la historia, al aumento de su aprecio por Francia y la humanidad, y a reforzar sus opiniones an-ticlericales.30

En varias ocasiones Michelet recibió a Bilbao. Este tenía en alta esti-ma al joven chileno, incluso al punto de haber lamentado no haber tenido un hijo como él. Podemos juzgar la estima y simpatía recíproca que esta-blecieron los dos hombres por la correspondencia que Michelet mantuvo con Bilbao durante muchos años (1852-1860),31 y por la dedicatoria de Bilbao de La América en peligro.32 La carta de condolencia dirigida por Michelet a Manuel Bilbao, después de la muerte de Francisco, nos mues-tra igualmente la admiración que tenía por su discípulo sudamericano.33

Bilbao en casa de Edgar Quinet

Edgar Quinet parece haber inspirado mayor confianza a Bilbao que Michelet. El joven chileno le relata su pasado, los acontecimientos que acababa de provocar en su país. Le hizo entrega de un ejemplar de Socia-bilidad chilena. Entre los dos hombres se estableció una duradera amistad.

30 Varona, op. cit., pp. 99-100.31 M.B., op. cit., pp. LXII y CCXV. [La correspondencia de Bilbao y Michelet es más amplia que la referida. Ella remonta a

marzo de 1846 y llega por lo menos hasta diciembre de 1863. Véase esta corresponden-cia en: Francisco Bilbao. Edición de las Obras Completas. Tomo 4, Iniciativa de la América. Escritos de filosofía de la historia latinoamericana, Santiago, El Desconcierto, 2014, pp. 345-405.]

32 O.C., t. II, pp. 1-3.33 Cf. infra, p. 59.

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Madame Quinet, en sus Memorias del exilio, nos relata el nacimiento de esta amistad:

El joven proscrito llegó a París en el momento en que las enseñanzas en el Collège de France inflamaban a la juventud. La primera vez que éste asistió al curso de Edgar Quinet, escuchó estas palabras, que parecían dirigirse a él: Sólo Chile parece guardar el alma de los antiguos Araucanos. Al día siguiente, éste se presentó en la rue de Mont-Parnasse, 4; Edgar Quinet vería entrar a un hombre alto, algo espartano de aspecto y de palabra, que le entrega una carta y pronuncia sólo una palabra: Leedla. Era una profesión de fe ardiente de entu-siasmo, animada por el aire de las Cordilleras. La adopción moral estaba hecha, y duraría hasta la muerte.34

La impresión que tuvo Edgar Quinet al leer Sociabilidad chilena debió ser bastante grande, pues algunos días después él cita el escrito de Bilbao durante su curso en el Collège para ilustrar su teoría sobre la evo-lución histórica de la humanidad. Esa cita es consignada por Quinet, por otra parte, en su obra El Cristianismo y la Revolución francesa:

Tengo a la vista un pasaje lleno de elevación y de lógica sobre las relaciones de la Iglesia y el Estado en Chile, de Francisco Bilbao, Sociabilidad Chilena; es cierto que este escrito ha sido condenado como herético por los tribunales de Chile. Estas pocas páginas muestran por sí solas que a pesar de todas las trabas se comienza a pensar con fuerza al otro lado de las Cordilleras. El bautismo de la palabra nueva, he ahí palabras que han sin duda sorprendido en un folleto escrito en los confines de las Pampas.35

Bilbao volverá numerosas veces a la casa de Quinet. El 1º de enero de 1846, el escritor chileno escribe en su diario:

34 Mme. Quinet, Memorias del exilio, t. I, Paris, 1869, p. 286.35 E. Quinet, El cristianismo y la Revolución francesa, París, 1857, p. 197. [El año de publicación (1857) corresponde a la fecha de publicación de las Obras Com-

pletas de Edgar Quinet. La primera edición de la obra citada es de 1845.]

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He estado con Quinet. Me llevó a su cuarto y conversamos de las Vacaciones en España.36 — Ud. ha visto a la España como un poeta, le dije. — Es preciso animar a estos pueblos del mediodía, me contestó. Si Ud. supiera el desaliento que hay, creen que nada se puede hacer. Yo he vivido en los pue-blos del Norte y sé el desprecio que profesan a los países del mediodía. Larra37 ha muerto de desaliento y ha dicho que la América es la esperanza… Tengo que hablar de Chile también, y Ud. me traerá lo más importante y popular que tenga. — Sí, señor; yo tengo una idea que desarrollar respecto a mi país y su futura influencia en América considerando la nacionalidad que se forma. Hay una oposición y semejanza entre los Estados Unidos y mi país sobre el porvenir de la América. Chile por la estabilidad de su carácter, por la paz que ha tenido, por sus límites tan marcados, por su estrechez misma, por las tradiciones Arauca-nas; ha podido echar raíces de un carácter peculiar y de una fuerte nacionalidad. Los Estados Unidos por el protestantismo y Chile por la filósofía. Esta es la ventaja futura de mi pais. — Oh! si una filosofía penetrara. — Este es mi trabajo; la busco y mi cuidado es evitar las ideas de transición y la filosofía ecléctica ahora dominante en Francia. He tenido el placer de haber sido el primero en refutar en mi país el eclectismo. Por ahora se que en Bolivia lo aplauden. Hé ahí el peligro. — Sí, pues se cree que la filosofía de Cousin es la última palabra, la solución, y por eso la adoptan. — Sí, señor, yo me he arrancado de ella por la espontaneidad de la idea personal de la nacionalidad. Al ver el desenlace de la batalla de Waterloo y al ver a los franceses aplaudir, yo, que había leído a Napoleón y comprendía el sentimiento de la época, al momento sospeché.

36 E. Quinet, Mis vacaciones en España, en apéndice, Literatura e instituciones comparadas de España e Italia. Paris, 1846, IV-444 p.

37 Mariano José de Larra, escritor romántico español. Su traducción de Palabras de un creyente, bajo el título El dogma de los hombres libres. Palabras de un creyente, Madrid, 1836, 184 p., tuvo un gran éxito. Larra se suicidó en 1837, y sus funerales, ocasión de una manifestación, conmocionaron.

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— Eso prueba, y me alegro de oirlo, que Ud. tiene un buen corazón y eso lo ha librado a Ud. — ¡Y cuál sería mi placer al llegar aquí y leer su segunda lección contra él! La conversación siguió. — Hay mucho que hacer del mediodía, me dijo, y es preciso que el español tenga una lengua filosófica. — Yo alabo su objeto y hace Ud. muy bien en animar entonces. — Y uds. como buenos Araucanos también tienen algo de españoles.— Oh señor! y así como en la conquista dice Herder que fuimos los únicos que sostuvimos la libertad, así ahora conservaremos esa tradición.Hablamos de los asuntos del día, etc. Estuvo más familiar, nos separamos muy amigos, yo lleno de nobles sentimientos porque con su palabra doblegó mi odio tradicional a la España y que lo comprendió al momento que le dije: me parece que Ud. ha ido como ilusionado por Calderón.— Es que es preciso se levanten esos pueblos, me contestó, hay desaliento. Al momento la grandeza de su alma me dominó. Esto se lo agradezco porque salí de su casa más noble.38

Es alrededor de esta época que el ministro Guizot aleja a Edgar Qui-net de su cátedra en el Collège de France. Sus cursos sobre Los Jesuitas y sobre El Ultramontanismo habían molestado al gobierno de Luis Felipe. Se pensaba que las enseñanzas de Edgar Quinet adoctrinaban a esa juventud que más tarde depondría la frágil monarquía de 1830. Contra esa medida se realizó una manifestación de más de 4.000 estudiantes en París. Bilbao se encontraba entre ellos. Pero el día anterior había ido a ver a Quinet. Su domicilio estaba invadido por visitas que habían venido a manifestarle su simpatía. Quinet les presenta al joven Bilbao:

¡He aquí un joven que viene arrojado por el espíritu jesuítico. Se refugia en Francia y aquí nuestras instituciones acaban de dar un golpe a favor del mismo espíritu!

38 M.B., pp. LII-LIV.

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En marzo 1846 llega a Paris la noticia del levantamiento de la Gali-cia, en Polonia. El acontecimiento causa efecto en Francia. Ante los estu-diantes parisinos que se amontonaban en sus cursos, Michelet comienza una de sus conferencias con la afirmación: “El derecho es eterno”. Des-pués de haber estudiado las relaciones entre derecho y nacionalidad, no sin hacer alusiones a la situación polaca, concluía: “Y si este pueblo, por quien hacemos votos al cielo, llegase a sucumbir, su derecho es eterno!”. Por otra parte, la prensa oficial exponía doctrinas contrarias al deber de protección a Polonia. Perturbado por esta doble actitud, Bilbao dirige a Quinet la siguiente carta:

He leído la Época y siento la necesidad de escribir a usted. […] Un hombre cae al río, tiene el derecho de vivir, pero se ahoga, dice el diario. He aquí el pensamiento que se osa proclamar en la patria de los héroes, cuando la ocasión del heroísmo se presenta. Yo, muchacho de un rincón del mundo, me creo en Francia con derecho de ciudad; yo sé que sus glorias me tocan y que la muerte de su grande alma quizás haría pasar hasta mi espíritu las palabras de Bruto moribundo. En mi aflicción necesito apegarme a sus hijos que velan y escu-chan sus acentos, y sentirles lanzar el anatema a nombre de lo eterno contra la filosofía del impudor. Yo sé que usted no está tranquilo, he oído a M. Michelet en su cátedra de Moral, pero también espero su voz en el hecho presente, para proclamar que el hombre de fe puede detener al río y sacar al hermano que se ahoga. […] Pesa sobre la Europa una cadena, porque pesa sobre la Francia un sortilegio. Levantaos, pues, apóstoles de la palabra, lanzad el demonio, y escu-charemos el himno de los pueblos libertados. Deposito en su corazón mi voto de ciudad y mi grito de hombre: quería comunicar mi alma con usted.

Quinet le respondió:

Oui, mon cher Bilbao, tenéis el derecho de ciudad. Vuestra voz me hace bien y os agradezco este grito. Si aún nada he dicho, hablándoos con franqueza, es porque yo he estado más dispuesto a agitar, a hacer alguna cosa que a tomar una pluma. En los primeros momentos he estado tentado de escribir estas dos palabras: ¡a las armas! Veo bien que si la acción falta será necesaria la palabra y

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entonces escribiré. Procuremos, antes de todo, mi querido amigo, (permitidme os dé este nombre), no desesperar por algunos miserables; al contrario, es el momento de creer y de esperar.

Votre ami — E. Quinet39

Algunas semanas después, Quinet invita a Bilbao a una tertulia. He aquí lo que cuenta el escritor chileno en su Diario:

Entro, Quinet me sienta a su lado y me dice: el que tengo a mi lado es [Edo-uard] Charton, el que está a mi derecha es [Jean] Reynaud; el que sigue es David [D’Angers], y ese de cabellos blancos es Charles Didier. Me presentó a todos y con todos hablé, con David cuatro veces, con Reynaud dos, con Didier una. Reynaud me preguntó si los libros de ellos llegaban a América. Le hablé de su artículo sobre Bolívar.* Bella cara por lo abierta y musculosa, fuerte, risueño, tranquilo. Hablamos de las nacionalidades y me pronunció un discurso: «Todas las nacionalidades deben pronunciarse más y más y las naciones formarán una conversación entre sí».40

39 M.B., p. LVII.* Se trata del artículo de Jean Reynaud sobre Simón Bolívar publicado en la Encyclopedie

Nouvelle, ou Dictionnaire Philosophique, Scientifique, Littéraire et Industriel, offrant le tableau des connaissances humaines au dix-neuvième siècle, par une société de savants et de littérateurs, publiée sous la direction de MM. P. Leroux et J. Reynaud. Tome Duexième. ARI — BOS. Paris, Librairie de Charles Gosselin, 1836, pp. 762-773. Es el mismo artículo al que refiere D. F. Sarmiento en la Introducción al Facundo: “En la Enciclope-dia Nueva he leído un brillante trabajo sobre el general Bolívar, en el que hace a aquel caudillo americano toda la justicia que merece por sus talentos y por su genio; pero esta biografía, como en todas las otras que de él se han escrito, he visto al general europeo, los mariscales del imperio, un Napoleón menos colosal; pero no he visto al caudillo americano, al jefe de un levantamiento de las masas; veo el remedo de la Europa, y nada que me revele la América”.

40 Para la América del Sur, [la confederación] era ya la idea de Bolívar, en la cual la expe-riencia de la Gran Colombia había fracasado. Bilbao militará también a favor de esta idea que coincide bien con las perspectivas cosmopolitas de Quinet.

[Véase sobre la confederación latinoamericana de Bilbao su texto Iniciativa de la América (París, 1856), en: Francisco Bilbao. Edición de las Obras Completas. Tomo 4. Iniciativa de la América. Escritos de filosofía de la historia latinoamericana. Santiago, El Desconcierto, 2014.]

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David D’Angers me parecía Sócrates. Bajo, sencillo, feo, voz pausada y tranqui-la. «El arte debe ser casto, me dijo, la humanidad es muy inclinada al sensua-lismo. En todos los pueblos se encuentra a la escultura para expresar las ideas del pueblo. En la edad media se representaban los pecados, los pueblos salvajes en la proa de sus canoas pintaban lenguas, caras de combate. Monvoisin es un hombre distinguido.* Qué de poesía no debe haber entre Uds., entre los Araucanos».**B. — Hay mucho que trabajar, los bellos asuntos no faltan ni los hombres tampoco.Didier me habló de sus viajes y me preguntó algo sobre Chile. Cabello blanco, hombre tranquilo, bello porte.41

Más tarde, durante la Revolución del 48, Edgar Quinet dirigirá un regimiento de la guardia nacional, y Bilbao se unirá a él en las calles de París.

Francisco Bilbao en casa de Lamennais

La vida cotidiana de Bilbao en París fue tan regular como estudio-sa. Se levantaba de madrugada y se consagraba al estudio de tratados de metafísica. Seguía las lecciones de las celebridades científicas de la época.

* Raimundo Monvoisin llegó a Chile en 1843 y regresó a Francia en 1858.** El escultor Múller, que pudo pertenecer al círculo artístico de David d’Angers, realizó

en París en 1847 un medallón de mármol de 30 cms. de diámetro con el perfil de Francisco Bilbao, y es el que Nicanor Plaza en 1875 reprodujo y que Luis Álvarez Urquieta fotografió para José María Fernández Saldaña:

41 M.B., p. LVIII.

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Visitaba los museos, paseaba en los jardines de Luxemburgo mientras re-flexionaba sobre sus lecturas filosóficas.

Aplicaba esa reflexión a una crítica infatigable de las instituciones sociales, a una búsqueda del fundamento moral de las leyes, a la obser-vación del desarrollo político de las naciones, que estudiaba sobre todo a través del periodismo por ese entonces dirigido por Émile de Girardin. Su intención era descifrar la tendencia de la civilización que parecía querer modificar la antigua vida social sacudida por la Revolución francesa y destruída por el genio guerrero de Napoleón.

Visitaba a los filósofos, como Victor Cousin; a los pensadores popu-lares, como P. Bèranger, Adolphe Crémieux; a escritores eminentes, como Jules Simon, a quien consideraba como el monumento vivo del progreso intelectual del siglo. Asistía también a las conferencias y a los cursos que ofrecían esas personalidades.

Después de haber escuchado a Jules Simon tratar del Estoicismo romano, Francisco Bilbao consigna sus impresiones:

A la voz del deber, al aspecto del estoicismo, las fuerzas del alma se despiertan y quisieran al momento ejercerse en las dificultades de la vida, pero ¿dónde está la expresión práctica de ese deber? He aquí que es donde caemos. Yo me figuro tener en mi país una clase semejante y vivir en medio de la juventud, agitando la autoridad de la virtud.42

En Notre Dame, Lacordaire hacía revivir la antigua elocuencia re-ligiosa y, desde 1830, época de su colaboración con Lamennais en la re-dacción de L’Avenir, no dejaba de reclamar la separación de la Iglesia y del Estado. Francisco Bilbao iba entonces a escucharlo.

El templo estaba casi lleno. Al verlo derramar su voz estrepitosa bajo las bóvedas y llenar su energía por la iglesia, el pecho me palpitaba, pero no de fe sino de

42 M.B., p. LII.

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gloria, de ambición de servir a la causa de un modo semejante. Es poderoso el orador y su aliento es como el soplo que levanta tempestades.43

Bilbao intervenía frecuentemente en los debates filosóficos a los que asistía. Era, por otra parte, bastante buen orador y capaz de disertar con facilidad. Poseía también cierto talento para la improvisación. Un día, tomó la palabra en una conferencia de Adolphe Crémieux. He aquí lo que relata:

El orador católico44 habla de la unidad. Servian le dice que la unidad es la muerte. El orador replica: — ¡Ah! y la República se llama una e indivisible.El auditorio se conmueve.¿El señor interruptor no puede contestar?, interroga el presidente.Servian queda atolondrado. — ¿Quiere Ud. que yo responda?, le dice Bilbao. — Sí, hablad (muchas voces). Se levanta y dice:— Se habla de unidades prematuras. La unidad definitiva es la ciencia absoluta, esto es imposible. Luego toda unidad exclusiva lleva en sí el germen de la muer-te. El papado, por ejemplo.Servian: — Eso es. Dessus* dirigiéndose al orador: — Responded a lo que acaba de decir Mr. Bilbao.La concurrencia aplaude.El orador balbucea y pide tiempo para contestar.45

Pero el hombre con quien Bilbao más deseaba encontrarse, aquel quien, sin duda, le había impulsado más a viajar a Europa, aquel a quien conocía mejor por su obra, era, ciertamente, Félicité Robert de Lamennais.

43 M.B., p. LI-LII.44 “Orador católico”, error de Bilbao: Isaac-Moïse (llamado Adolphe) Crémieux pertenecía

al culto israelita. * Antoine Dessus, un amigo de Bilbao y estudiante de derecho en el Collège de France.45 M.B., p. LXIII-LXIV.

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El autor del Libro del Pueblo y de los Asuntos de Roma, trabajaba en ese entonces en terminar el cuarto volumen del Bosquejo de una filosofía, que será publicado en 1846, y en su traducción de los Evangelios. Desde la primera entrevista se estableció una fuerte corriente de simpatía entre el maestro y el discípulo. Bilbao estaba muy orgulloso de esta amistad completamente paternal que Lamennais dedicaba a aquel que llamaba “hijo mío”. Esa amistad duraría desde el 8 de mayo de 1845 hasta el 5 de diciembre de 1853, fecha de la última carta que escribió Lamennais a Bilbao, algunas semanas antes de morir.

En su diario, Bilbao nos relata las diferentes entrevistas que tuvo con él. Le dejamos la palabra:

París, 8 de Mayo de 1845. Hacia algunos días que me resolví a visitar a M. Lamennais. No sabia su casa y pregunté a su librero. Allí se me dijo que vivia Rue Tronchet número 13. Llego a la casa y pregunto al portero por M. Lamennais. El portero me dijo que no estaba, pero que podía escribirle porque era difícil encontrarlo. Entonces le deje el siguiente aviso : François Bilbao (chilien). Rue Martignac numero 7Este día fue el sábado. El lunes al entrar a casa encontré a Manuel Matta que me dice: ¡Buena noticia! — ¿Que noticia? — Adivina.— ¿Pero qué cosa?— Mira ese billete. Tomo el billete y leo en el sobre: Monsieur. Monsieur François Bilbao. Rue Martignac número 7. Abro el billete y mi sorpresa es grande al leer lo que sigue: Mr. Bilbao trouvera M. Lamennais chez luí, jeudi prochain, entre midí et une heure. Le portier, en voyant ce bíllet, saura qu’il est attendu. Lundi 5 maí.46

46 Esta anotación se reproduce en francés en el diario de Bilbao. M.B., p. XLVI.

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Gran gusto tuve al tener entre mis manos un momento por el que hacía tanto tiempo que había aspirado! Esperé los tres días y el día señalado a paso de carga y palpitante golpeo en el sexto piso de la puerta que todavía me separaba de un monumento vivo. Hacía frío — el día lluvioso — y yo sudaba. Una criada me abre, le pregunto por él y ella me pregunta mi nombre. Vuelve para adentro y después me dice que puedo entrar. La criada había dejado la puerta abierta y quise asomarme, pero me detuve como para penetrar en un templo. Mientras la criada venía procuraba serenarme. Paso una primera pieza y al entrar a la segunda del rincón de la derecha se levanta para responder a mi saludo — él! — el autor de las palabras de un creyente! Yo creo que tenía la vista fascinada. Habíamos tan sólo cambiado algunas palabras en francés, cuando me preguntó cuánto tiempo hacía que estaba en Francia.— Dos meses, señor. — Pues Ud. habla el francés como un francés. En seguida me preguntó por Chile y por nuestras relaciones con los indios. — Estamos en paz, señor, y se civilizan. — Pues es una raza notable. — Sí, señor, desde la conquista hasta ahora conservan cualidades peculiares que la hacen distinguirse de las razas primitivas que conocemos. — ¿No son los Araucanos? — Sí, señor —le respondí con un gran placer al saber que los conociese. Después de algunas palabras me dijo: — Pero yo vuelvo a lo que le he dicho. Ud. habla el francés como si estuviese muy acostumbrado. — Leemos algo la literatura francesa y tenemos excelentes maestros. — Ya lo veo, me dijo. En toda la conversación atendía extremamente a sus palabras para después re-cordarlas; pero analizaba tanto la expresion de sus facciones, me tenía muy sobre mí mismo y en todo ponía mi atención. Pero como la atención se parti-cularizaba demasiado, esto hacía que la apreciación general fuese débil. Por esto es que no puedo recordar con exactitud todo lo demás que pasó.

***27 de Mayo de 1845.

He visto por segunda vez a Mr. Lamennais. Nuestra conversacion cayó al mo-mento sobre Chile, la influencia de su clero y la moral. Me dijo: El pasado ha pasado y no resuscita jamás. Debe siempre combatírsele, pero es preciso dete-

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nerse en los límites de lo bueno, porque son necesarios. ¿Qué damos en lugar de la doctrina? Ahora el catolicismo se ha identificado con sus intereses personales, pero la moral que forma la creencia de los pueblos es preciso respetarla. Yo le dije: Señor, no hay duda, aquí estamos. Yo he sido católico, pero a la faz de esta creencia me he encontrado con la moral que proclaman las constituciones. La soberanía del pueblo es para mí una creencia y un criterio como Ud. lo ha dicho. Estas creencias las he visto opuestas, yo he seguido la soberanía y decla-rado la guerra a la otra. Pero después yo también me pregunto. ¿Qué damos al pueblo? ¿Cómo salvamos la transición? Hé aqui el conflicto, como Ud. dice. — No hay progreso posible mas allá del dogma proclamado por el Cristo: «Ama a Dios y a tu prójimo». Todos convenimos aquí, pero en las aplicaciones discordamos.— En las especialidades, le interrumpí. — Sí, me dijo. La inteligencia, continuó, tiene necesidad de ser satisfecha sobre el dogma. Todas las teorías que no están impregnadas del dogma del despren-dimiento, de la caridad, porque no se puede amar a su prójimo bien sin amar a Dios, caen como lo presenciamos, son jugetes de cartón. Este es el verdadero criterio. Sabemos que la Asociación es necesaria, pero actualmente el individuo expolia a su asociado para gozar, para dominar y abandonar el sentimiento ver-dadero de la caridad. (Aquí se agitaba y animaba hasta lo sublime). El mundo puede llegar a ser un paraíso, pero para llegar ahí es preciso pasar por aquí. Me leyó en seguida un trozo de sus comentarios a la Biblia sobre la muerte de Jesús. Su mirada era profunda, su acento sostenido y grave, su animación salía de sus entrañas.— Esto es lo más bello, me dijo, y es la historia de toda moral. Yo estaba en estos momentos en que la pureza del alma manifiesta y se revela conmovido ante el símbolo del hombre que toma la cruz y se somete a su des-tino. La humanidad me parecía una cosa severa y no de pasatiempo. Yo sentía la revelación del deber y del desprendimiento, asistía al despertamiento de mis fuerzas morales primitivas, y el deber y el desprendimiento y el sacrificio se me presentaban en su esencia pura. No es la gloría, no es la ambición, es el sen-timiento y conocimiento de la obra, del trabajo de la virtud. No era la calma del que cree en el progreso de la humanidad y en la existencia de Dios; pero sí la agitación de una cosa que hay que hacer por un mandato y por un impulso de nuestro ser. No era el rapto de la gloria en que uno siempre es hombre y egoísta; era la convicción del que debe estirar el brazo para levantar al caído,

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en que uno aunque individuo solo conserva su individualidad por el deber que uno debe ejercer, era en fin otra inspiración que la de la belleza, otro impulso que el de la gloría. La humanidad entonces me pareció en Dios como obra de Dios sentimental, llorando, invocando, necesitando de la ley, de la creencia, de la acción y del amor.Volvimos a hablar de Chile y le dije: — Chile es de costumbres sencillas, por eso es que quiero salvar a mi patria de la transición terrible. Debemos seguir el movimiento del progreso, seguir a la Francia, pero antes de que la Francia dé su última palabra, ella nos trasmite sus males. Esta es mi aflicción. — Ud. tiene una misión apostólica, me dijo, aprenda todo el bien con esa voluntad y entusiasmo, aquí encontrará un amigo sincero. Yo lo llamo Ud. mi hijo, y me abrazó. — Y yo a Ud. mi padre, le respondí. […]Salí de allí como el profeta, amando a mis semejantes, pero indiferente al mun-do. Mi alma renovada como en la esencia divina, en la contemplación del bien que quiero para todos, en el amor que deseo agrandar.47

El 20 de junio de 1845, día del aniversario del proceso de Sociabili-dad Chilena, Bilbao vuelve a ver a Lamennais, en casa del cual encuentra a Bèranguer. Lamennais conduce la coversación hacia la reciente suspen-sión del curso de Edgar Quinet en el Collège de France. Bilbao relata el proceso que le han hecho en Santiago el año anterior. El paralelismo entre los dos acontecimientos provoca las reflexiones que siguen:

Después de atravesar el océano, en el mismo día, a las horas mismas en que defendía la dignidad del pensamiento y de la libertad, me encuentro meditando sobre el mismo asunto con Lamennais.Así he santificado mi aniversario. […] Lamennais me habló de la citación de Quinet, y con este motivo le expliqué el asunto del 20 de junio. Mucho le sorprendió el que la juventud hubiese pagado por mí. Esto se lo hizo notar a Bèranger que habia entrado un poco después.

47 M.B., pp. XLVII-XLIX.

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Me habló del apostolado en general y me leyó sus comentarios a la Biblia. Me hizo esplicaciones sobre la fraternidad, leyes de la naturaleza, tiempo de transición. Me presentó a Bèranger.48

El 1º de enero de 1846, inmediatamente después de una visita a Edgar Quinet, Bilbao va a presentar su saludo a Lamennais. Lo encuentra rodeado de un círculo de personas a las que, como hace notar Bilbao, les habla de Dios y de otros temas espirituales. Entra una joven acompañada de un niño. Lamennais hace que el niño se siente cerca de él. Bilbao con-fiesa haberse encontrado impresionado al ver al autor de las Palabras de un creyente tan cerca de ese niño:

Estaba en un círculo hablando muy naturalmente de Dios y otras opiniones. Vino una señora con un niño. Ma encantó al verlo al lado del niño. El sabio, el anciano, parecía tan angelical con la inocencia.49

Después de algunas semanas, Francisco Bilbao había comenzado la traducción al español de los Evangelios, anotados y comentados por Lamennais. El trabajo dio lugar a largos encuentros, y a un intercambio de correspondencia entre el discípulo y su maestro. En su diario íntimo, Bilbao nos relata uno de esos encuentros:

Bilbao — Señor, he concluido hoy el Evangelio de San Mateo. Lamennais — Cree Ud. que el clero no haga oposición al libro? B. — Creo que no por dos razones. Qué le pueden decir y además el nombre de Ud. L. — Es la obra que personalmente me ha complacido más. Un inglés quería traducirla. La Inglaterra es el país más atrasado a este respecto. Están con las discusiones del tiempo de Bossuet. Aquí un cura dijo delante del Arzobispo que mi libro hacía amar al cristianismo y odiar al catolicismo.

48 M.B., p. L.49 M.B., p. LIV.

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B. — Yo creo, señor, pues, que la traducción ha venido para mí también per-fectamente. Es la base de todo, y sobre todo ahora que los dogmas caen y que el escepticismo cunde. Me hizo una explicacion de la invariabilidad de la ley y de la variedad de su aplicación, como sucede con el hombre físico. Debe respirar, vestirse, etc., pero con el progreso varía su modo. La ciencia no ha dado su última palabra. Los de la academia de ciencias que saben todo lo que hay que saber, ¿ahora son por eso más hermanos? Luego obedézcase a la ley y téngase aplicaciones diversas, no importa; en obedeciéndola está todo.Le manifesté la contradicción de Lerminier y me dijo que tenía cartas de él del tiempo de las Palabras de un creyente en que le decía que fuera más adelante. L. — Pedro Leroux es un hombre de instintos buenos, pero de bajos principios; no hay sino la tierra para él. B.— Su hermano es malo y ha influido sobre él. L. — Se acababa la columna de Julio y fueron varios a comer al Boulevard. La tarde era bella. Charton después de algún vino empezó a hablar de la belleza del espectáculo, de la naturaleza. Leroux dijo: «abajo las estrellas». Ya ve Ud., es un hombre material; de ahí sale su mentemsicosis. Raynaud es diferente; lo aprecio mucho, es más elevado y se disputa siempre con él. B. — Yo creo, señor, que el fatalismo inmoviliza; ¿cómo los mahometanos han hecho tanto poseyendo ese dogma?L.— El Mahometanismo fue un gran progreso. Salió de algunas sectas cristia-nas cuando el cristianismo estaba débil y triunfó sobre la idolatría. Engolfados en el uno fueron fatalistas. B.— Pero, ¿cómo obraron? L. — No es siempre práctico. B.— Eso sí. L.— Vea Ud. Hay aquí un escritor que me viene a ver y que ha disputado hace mucho tiempo conmigo. No cree en el mundo exterior; son ilusiones. Vino el otro día a discutir. Le dije: «Yo creo en el mundo exterior, tengo las creencias del género humano; si hay ilusión, ¿para qué me escribe Ud.? Yo no le podré a Ud. convencer».B.— ¿Y qué le respondió? L. — Des polítesses. — Il est des illussions chéres.*

* Con fórmulas de educación: Hay ilusiones a las que nos apegamos.

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Entablé la conversación sobre la visita que le hice con Rosales, Don Javier, ministro de Chile en París.* B. — Él es del mundo, un buen escéptico, cree que todas las religiones son buenas. Está desvanecido por la Europa, cree que nosotros debemos imitarla y me dice que yo pierdo mi tiempo, me aconseja me haga injeniero. Ud. ve que él no puede comprender el estado de duda, el peligro de las transiciones, la incubación del mal. La Europa nos envía de todo, una mezcla de bien y de mal. Es necesario mirar desde mayor altura, allí está el eclectismo, que odio porque justifica todo. Para él el hecho es la ley. L.— Hacéis bien. Seguid en vuestra misión. Tenéis los instintos inmortales de la humanidad. Vuestro deber es manifestaros a vuestro país, difundir la instruc-ción en las clases, acercarlas a la ley del derecho y del deber para todos. En seguida le hablé de la castidad. B.— ¿Es un deber absoluto y moral o un deber higiénico? Conocí el tacto con que me respondía, la experiencia, la indulgencia y la seve-ridad. L.— Yo en mi oficio de sacerdote he conocido algo de la debilidad humana, pero no creo que es tan difícil el practicarla como se dice. O se ofende a la mujer casada y entonces no hay familia, o se ataca a la soltera y entonces ese ser no es lo mismo que antes; se ha degradado. La castidad fortifica el alma y el cuerpo, hay que luchar. En vuestra edad yo concibo el poder y más rodeado del ejemplo y la ocasión, pero se puede vencer. Fatigad vuestro cuerpo, poco sueño, ocupaos. B. — ¿Y el pensamiento puro hace más? L. — Sin duda, y habréis ganado mucho. Se ve la prostitución, pero yo diré como dijo el Cristo: «El que esté sin pecado que tire la primer piedra», y a ella «id y no pecad más». Cristo conocía la debilidad humana y exhortaba a la virtud. Expresaba esto de un modo tan suave, la palabra del Cristo me pareció en ese momento tan sublime y verdadera, que las lágrimas me saltaron. B. — Oh! es sublime, es la verdad! 50

* Francisco Javier Rosales Larraín, Encargado de Negocios y Ministro Plenipotenciario de Chile en Francia.

50 M.B., pp. LIV-LVI.

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Como podemos darnos cuenta, las entrevistas de Bilbao con Felicité de Lamennais trataban de los temas más diversos. La traducción que Bil-bao había comenzado de la versión menasiana de los Evangelios ocupaba un lugar importante en sus actividades y en el sentimiento del traductor. Ese trabajo, que apasionaba a Bilbao, fue la ocasión, como se puede supo-ner, de largas conversaciones e intercambios epistolares.

Mon père.No he encontrado más que una sola cosa en la traducción que hago de los Evan-gelios en que difiero de vuestra opinión. Decís: «La oposición a los consejos de Dios y la resistencia a la salvación vienen siempre de lo alto [d’en haut]».No tengo necesidad de deciros cuál es mi objeción. Explicadme si estoy en el error o si interpreto mal vuestro pensamiento. […]

Lamennais respondió en abril 1846:

No se trata, mi querido hijo, de la salvación individual, en sentido teológico, sino de la salvación de la sociedad y de los consejos de Dios sobre ella, cuando quiere renovar el mundo, como lo he indicado más abajo hablando del bautis-mo del porvenir. He aquí mi pensamiento, lo creo verdadero, pero puede ser que no esté expresado con bastante claridad.

A vous de cœur. F. LAMENNAIS.

Adición. Olvidaba deciros que en el pasaje en cuestión d’en haut significa «ele-vadas condiciones», «altos rangos de la sociedad», y no de Dios, como creo que es como lo habéis entendido. 51

Esa traducción de los Evangelios no fue publicada sino en 1856, en Lima. Sin embargo, el editor no publicó el notable Prefacio que Bilbao ha-

51 M.B., p. LVIII-LIX. Cf. L. Le Guillou, Correspondencia General de Lamennais, t. IX, p. 426.

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bía redactado en París, diez años antes.52 El joven admirador de Lamen-nais parece haber sentido mucho aprecio por esta traducción. Escribió a su madre, en noviembre 1845:

Espero que pronto verá mi traducción de los Evangelios. Son mi consuelo, los leo diariamente, porque así es necesario para que su espíritu produzca efecto en nosotros, sobre todo cuando es preciso velar sobre las pasiones. Ojalá sea leído y el sentimiento de la fraternidad cunda entre nosotros, pues lo creo muy escaso, mucho más en este siglo de egoísmo. 53

Durante su estadía en París, Bilbao publica algunos artículos en La Réforme, un periódico fundado por Lamennais, en La Tribune des peuples, en Le Journal des Ecoles y la Revue Indépendente. Esta última, fundada por Viardot, Leroux y Georges Sand, recibe de Bilbao, y bajo recomenda-ción de Lamennais, un artículo que llama mucho la atención: Tableau de l’Amérique méridionale: les Araucans, leur foyer, leur moeurs et leur historie.54 El tema de los araucanos, pueblo indígena de Chile que había resistido a los españoles, como antes a los incas, y que no fue oficialmente asimilado a Chile sino a fines del siglo XIX, estaba en esa época de actualidad en Francia.55 Durante la primera entrevista de Bilbao y Lamennais, éste había

52 Nosotros reproducimos extractos, más adelante, en Anexo. [Hemos omitido los documentos anexos. El Prefacio a la traducción al español de los

Evangelios de Lamennais fue publicado por Manuel Bilbao en su edición de las Obras Completas de Francisco Bilbao, Tomo I, pp. 71-80. El Prefacio lleva como título “El Libro en América”. Véase nuestra edición en Francisco Bilbao. Edición de las Obras Completas. Tomo 4, Iniciativa de la América. Escritos de filosofía de la historia latinoamericana. San-tiago, El Desconcierto, 2014, pp. 37-46.]

53 P. P. Figueroa, Historia…, op. cit, p. 136.54 La Revista Independiente, t. VIII, marzo-abril, 1847, pp. 496-522. [Véase nuestra edición en Mapocho, nº 70, 2012, pp. 307-362.]55 Una traducción de Gillibert de Merlhiac de La Araucana de Ercilla, había sido publicada

en París en 1824, en una época en que los franceses tenían, sin duda, alguna afición por el género épico. Sobre los araucanos Bilbao escribirá a Quinet en 1856: “Sí, los arau-canos son; jamás los godos de Europa podrán enraizarse en nuestro continente liberado.

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preguntado a aquél sobre ese punto. En el Journal des Ecoles y la Tribune des Peuples, Bilbao milita a favor de la libertad de Polonia y se muestra hostil a la intervención francesa en Roma. Según él, una expedición como esa no podía más que ahogar el nacimiento de la República en Italia.

En agosto de 1847, Bilbao visita una vez más a Lamennais. Después de una corta espera, entra y se encuentra en presencia de Lamennais y un joven sacerdote al que es presentado. Sigue la conversación ya comenzada. El tono es muy vivo y Bilbao nos cuenta algunos pasajes. Es Lamennais el que habla:

Estáis muertos, le decía, sois 50.000, tenéis los seminarios, los catecismos, las cá-tedras, el confesionario, las donaciones, 30 millones de francos del presupuesto, prensa, libros, escuelas, casi toda la instrucción primaria, protección, recursos, etc. etc., y, sin embargo, ¿no avanzais? Es porque estais muertos. Si otra idea tu-viese a su servicio la cuarentava parte de lo que vosotros tenéis, ella desbordaría. ¡Y queréis arrastrar el resto con vosotros! 56

Bilbao confiesa en su Diario haberse sentido fuertemente impresio-nado por tal discusión, así como por la fuerza de los argumentos invo-cados por Lamennais. “Ustedes están muertos”, subraya varias veces en su cuaderno.

¡Ah! ¡Si yo pudiera tomar impulso en mi patria, cómo sería feliz! Hay probabilidades de amnistía para el mes de septiembre, por lo que yo estaría en Chile en 1857. Si no, haré mi obra como peregrino y mi proscripción será un hecho providencial. Yo pido diez años de vida para presentar la libertad como religión y gobierno en el Nuevo Mundo. Y no son los diez años de César en las Galias lo que pido. Si el Sur se adormece, si no quiere levantarse, yo me concentro en Esparta; y usted verá qué porvenir, qué nacionalidad se modelará en el mapa del Sur y en el pensamiento secreto de algunos de nosotros”. Ma-dame Quinet, Memorias del exilio, t, I, p. 290.

56 M.B., p. LXI.

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Bilbao escribe a Luis Felipe

Finalmente, durante su estadía en la capital francesa, Bilbao había conocido un buen número de personas y se había dado a conocer a la so-ciedad culta de la época por sus artículos y sus relaciones. Al parecer, fue acogido con benevolencia y simpatía. Sabía escuchar a las personas que visitaba y éstas estaban felices, aparentemente, de encontrar en ese joven extranjero tanto un discípulo ávido por conocer y comprender, como un apóstol infatigable y convencido de las ideas liberales, humanitarias y pa-trióticas. Bilbao amaba sincera y profundamente las ideas francesas, pero no olvidaba que era un sudamericano, y adaptaba la cultura francesa a la mentalidad de su patria. Su patriotismo no disminuía en nada en con-tacto con un pensamiento enteramente francés. Se presentó una ocasión, justamente, para que Bilbao manifestara su apego a su América natal. El 20 de noviembre de 1845 una escuadra anglo-francesa había obtenido la victoria en Obligado, Argentina, sobre las tropas de Rosas, dictador de La Plata. Un año y medio después, las banderas tomadas al enemigo eran expuestas en París, en los Inválidos. Bilbao, herido en su orgullo, protesta y escribe a Luis Felipe, el rey-ciudadano, la siguiente carta, que testimonia con elocuencia a favor de sus convicciones patrióticas:

Al Rey.Señor:Ya están en los Inválidos las banderas tomadas en el combate de Obligado.Señor: comprended el dolor de un pueblo que se levanta ensangrentado, al divi-sar esas banderas en el templo de la justicia de la Francia. Han sido tomadas al bárbaro, pero son los colores de una nación juvenil, evitad un odio, aumentad un amor hacia el pueblo que presides. Al lado de las banderas de Austerlitz, colocas las de un pueblo infantil y destrozado. Tenedlas en depósito sagrado, pero no las ostentes junto a las cifras gigantescas con que la Francia ha escrito su justicia y su poder.

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Pueblos de América, nacidos de ayer, sintiendo el porvenir templando en sus entrañas, ¿hemos de sentir el puñal en nuestras almas? ¿Será la Francia, la na-ción de la esperanza, la que abata a los soberbios, la que revuelva ese puñal entre sus manos? Rey: oye el grito del gran dolor, atiende al pudor de una nacionalidad naciente, abre el corazón de la Francia al amor de las Repúblicas Americanas. Buenos Aires y México son dos heridas que los americanos lleva-mos en lo íntimo.

Francisco Bilbao,estudiante chileno. 57

Ignoramos si la carta tuvo algún efecto. Ella ilumina sin embargo la personalidad de su autor.

Fin de la estadía de Bilbao en París. Su viaje por Europa

En octubre de 1847, Francisco Bilbao decide emprender un viaje de estudio por diferentes países de Europa, especialmente por Alemania e Italia. Antes de partir, hace una visita a Jules Michelet, con quien, por lo demás, se había encontrado en diferentes ocasiones. En casa de Michelet es invitado a cenar en compañía de Claude Bernard. La conversación es animada y, en algún momento, Claude Bernard interroga a Bilbao sobre el ave de los Andes: el cóndor.

En el momento de partir, Bilbao es retenido por su anfitrión, Mi-chelet, que desea entregarle dos cartas de recomendación: una para Carlos Luis Michelet, profesor [de filosofía] en Berlín, y la otra para un encuen-tro en Milán con Manzoni. La carta destinada a Michelet es la siguiente:

Permitidme el recomendaros a vuestra benevolencia un joven que Mr. Quinet y yo miramos cual si fuera nuestro hijo, el señor Francisco Bilbao, de Chile. Y

57 M.B., p. LXI.

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quiera el cielo que alguna vez tengamos un hijo tal... Es un genio aún envuelto, mas nosotros hemos penetrado en él y hemos encontrado un caracter fuerte y profundo, que desarrollado debe ser un grande hombre. 58

Bilbao deja París y se dirige hacia Alemania en compañía de va-rios amigos sudamericanos. No pasa por Berlín y, en consecuencia, no se encuentra con Carlos Luis Michelet. Se dirige hacia Polonia, Austria e Italia. Visita Dresde, Praga, Viena, el Danubio, Linz, Munich,59 los alpes del Tirol, Venecia, Padua, Milán, los Apeninos, Génova, Livornio, Pisa, Florencia, Civitta Vecchia y Roma. Deseaba intensamente llegar a esta última ciudad, sede de la cristiandad. En el camino, estudia los monu-mentos, visita los museos y los establecimientos científicos. Se esfuerza, nos cuenta, por hacer revivir los acontecimientos históricos en cada parte por la que pasa. Trata de explicar el presente por el pasado. Desea encon-trar una respuesta a la pregunta: ¿Tiene el mundo una vocación histórica? Al mismo tiempo, confronta sus ideas filosófocas con las de las personas que encuentra.

Su visita a Manzoni y su descubrimiento de Italia

En Milán no pierde la ocasión de visitar a Manzoni en su casa. Ha-bía escuchado hablar de él en París y había estudiado sus Observaciones sobre la moral católica.* En su diario, Bilbao relata su entrevista con el autor de los Promessi Sposi.**

58 M.B., p. LXII.59 En Munich, Francisco Bilbao mantuvo largos y apasionantes debates con un filósofo

húngaro cuyo nombre no he indicado; cf. MB, pp. LXIV-LXVII, en donde se encon-tararán detalles de su estancia en Praga.

* Alessandro Manzoni, Osservazioni sulla morale cattolica (1819).** Los novios (1842).

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En Milán fui presentado a Manzoni, lo cual agradecí, pues no recibe sino a las personas conocidas. Es poeta y uno de los primeros patriotas de la Italia. Tiene como 57 años, su físonomia es muy dulce, su perfil inspirado, su mirada angélica.Hablamos de Quinet y Michelet. «Todo lo que agita al mundo debe traducirse al francés, me dijo; es un signo de poder».Tratamos de filosofía, discutimos algo y me habló mucho de Rosmini*, abate tirolense, hombre muy hábil, joven cuyo retrato me mostró, diciéndome: «ten-go orgullo en ser su amigo. Se lo he recomendado a Cousin y ahora lo aprecia mejor».Discutimos las cuestiones más arduas de la metafísica y vi que era fuerte. Me hizo detener en ellas, diciéndome que le gustaba esa discusión.Es enemigo del idealismo subjetivo, pero yo le decía que toda filosofía debe empezar por el cogito de Descartes. «Él empieza por la existencia», me dijo.Pero la existencia es revelada en el yo, le respondí.Hablamos del catolicismo, le espuse mis argumentos. Es lo que llaman neo-católico. — ¿Ud. cree que la Iglesia se levante?, le pregunté. — Sí, me contestó. — ¿Con el papado? — Sí, es mi esperanza. Me hizo leer varios trozos de Rosmini. Sobre Alemania, me dijo, sus textos son causados por el protestantismo. 60

La visita de Venecia le encanta y provoca en él “una larga medita-ción lírica sobre su gloria pasada, el amor y la libertad”.61 ¡Y sin embargo! Venecia no es más que “un bello cadáver embalsamado con los perfumes del Oriente”:

Cayó tu gloria, pues eres esclava; cayó tu amor, pues eres una concubina del Austria. No tienes libertad y aún vives en apariencia, pero recibes tu castigo.

* Antonio Rosmini (1797-1855).60 M.B., p. LXVIII.61 M.B., pp. LXVIII-LXIX, a las que reenviamos al lector por falta de espacio.

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Nada vive y todo existe como era, pero el soplo de la muerte ha convertido tus armas y tus inscripciones en epitafios funerarios. En el frente de los templos y palacios, veo la mano desconocida que escribe sin cesar: Aquí fue Venecia.

En Roma, Bilbao se decepciona de su fe cristiana. Constata que la doctrina es rebajada por la Iglesia papal. En la Capilla Sixtina, muestra su indignación y exclama: “¡Miguel Ángel, tú me escuchas!”. Toma al prínci-pe de las artes como testigo de su esperanza frustrada.62 La verdad que sus ojos contemplaban no era la expresión de la religión que deseaba encon-trar. No era, según él, más que una ilusión cubierta por oropeles paganos.

Los acontecimientos precipìtaron un tanto la vuelta de Bilbao a París.

Su vuelta a París. 1848

En febrero de 1848, la monarquía de Luis Felipe es depuesta. Carlos Alberto, rey de Cerdeña, sigue el ejemplo y lidera una insurrección desti-nada a emancipar a Italia. Toscana, Lombardía y Roma se levantan al grito “Viva la independencia”. Bilbao prefiere volver a París. Encuentra una Francia en manos del Gobierno Provisorio. La Asamblea Constituyente busca la forma de gobierno que se debe dar al país. Lamennais y Quinet forman parte de esa Asamblea. Por otra parte, Quinet había sido nombra-do coronel de la 11º legión de la guardia nacional, compuesta por 11.000 hombres. El pueblo de París era trabajado por los políticos y los diferentes sistemas políticos que querían imponersele. Algunos partidos aprovecha-ban la ausencia de un verdadero gobierno para hacer triunfar sus ideas. Se trataba de eso, más que de la búsqueda del bien común.

Bilbao escribe por entonces:

62 Mme. Quinet, Memorias del exilio, t. I, p. 287.

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Medito sobre los primeros principios de la política y veo que la Francia está muy lejos de la libertad.

En efecto, una insurrección estalla el 23 de junio y dura hasta el 26. En esos tres días, mueren más de 15 mil hombres. Bilbao sigue al coronel Quinet y lo acompaña a todas partes en medio de la insurrección de París. Asiste a la toma de las barricadas y a múltiples actos de heroísmo. Se pro-mulga la constitución; se constituye la república.

Entretanto, se sabe de la expulsión del Papa y de la proclamación de la república en Roma, los disturbios estudiantiles en Viena, la sublevación de Hungría y la de Polonia. El gobierno francés rechaza toda ayuda a los insurgentes, contrariamente a lo que esperan los partidos liberales. “Deja perecer” a Hungría, “sucumbir” a Carlos Alberto, “asesinar” a Polonia, y termina, ¡oh ironía!, por votar una ayuda al Papa y enviar un ejército para reinstalarlo en Roma.

Desorientado por esa política que él trata de apostasía, Bilbao escri-be en su Diario:

La Francia va a faltar a su palabra. Francia va a mentir. La Francia se suicida para el porvenir. 63

Edgar Quinet renuncia a su comandancia: “No quiero ser un trai-dor”, dice; “La Francia debe pagar por su inmoralidad”.

Bilbao vuele a frecuentar los lugares públicos. Se relaciona con Du-mesnil y el poeta polaco Mickiewicz.

En la Sorbona, los cursos de Lerminier eran tumultuosos. O, más bien, se habían llenado porque los estudiantes se declaraban “indignados” por la conducta de ese profesor, que primero se había mostrado partidario

63 M.B., pp. LXX-LXXI.

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de la libertad y luego había “renegado” de ella para pasar a defender los gobiernos fuertes. Los espíritus estaban muy caldeados y algunos estu-diantes buscaban provocar un escándalo en torno al sabio. No faltaría la ocasión. Y un día las salas de La Sorbona estaban repletas de gente: tantos lo amigos como los enemigos de Lerminier se habían dado cita allí. Bilbao estaba entre ellos. En el momento en que aparece Lerminier y sube a su estrado, se produjo un silencio. Bilbao está en la primera fila. Se levanta, mira a Lerminier y en voz alta lo califica de “canalla”. A pesar del tumulto que causa el chileno, Lerminier comienza a hablar. Bilbao no puede contenerse y grita con todas sus fuerzas: “No hay derecho a la palabra cuando se ha faltado a ella”. El tumulto es tal que la policía debe intervenir. Arresta algunos estudiantes, pero “olvida” a Bilbao. Lerminier, una vez que regresó la calma, prosigue su curso y comienza a hablar de la libertad. Bilbao lo interrumpe una vez más: “¿cómo tenéis la audacia de atreveros a hablar de libertad, vos que la habéis escarnecido?”. La policía responde en lugar de Lerminier, arrestando a Bilbao. En la comisaría, se le hace un proceso verbal y se lo deja en libertad.

Ese fue el último acto de Bilbao en París. Al otro día, toma la de-cisión de volver a América. “Regresó a América, escribe Manuel Bilbao, con el alma enchida de esperanzas por el porvenir de Chile y repleta de desilusiones respecto a la Francia y a la Europa entera”.

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CAPÍTULO III

El regreso de Bilbao a Chile.

Una filosofía y una acción política inspiradas en Lamennais

Después de cinco años de ausencia, Francisco Bilbao desembarca en Valparaíso. Su retorno no pasa inadvertido. El partido liberal, en vistas de la elección presidencial de 1850, intenta ganarlo a su causa. Le ofrecen la redacción del diario El Progreso. Él la rechaza en razón de las condiciones que se le imponían: sostener al gobierno y no hablar de religión. Sin em-bargo, se encontraba sin recursos. “¿Qué pensais hacer entonces?”, le pre-guntan. “Pronto lo sabré”, respondió él, enigmáticamente. El presidente Bulnes convoca entonces a Rafael Bilbao y le dice: “Amigo, su hijo de Ud. puede ser muy útil a la patria. Yo quiero la felicidad de esta y nada más, y al llamarle es para manifestarle mis buenos deseos para con ud. y su hijo. Yo espero que un patriota como Ud. influirá en su hijo para que nos ayude. Es necesario que cada ciudadano contribuya con su grano de arena a afianzar el bien de Chile”. Rafael Bilbao dio gracias a Bulnes por su demostración de confianza, pero Francisco sólo aceptó un empleo secundario, lejos de la política. Se convirtió en empleado del Instituto Nacional de Estadísticas y, al mismo tiempo, en oficial de reserva de la guardia nacional. No deseaba suscribir a ninguno de los partidos de la época. Ninguno le satisfacía. Es-timaba que el fundamento de la república no depende del triunfo de tal o cual jefe de partido. Si no se obtiene previamente la regeneración social, pensaba, no se llegará jamás a la regeneración política, la cual debe ser el objetivo primordial. A ojos de Bilbao, los partidos derrochaban sus fuerzas en querellas ideológicas. El verdadero trabajo por realizar estaba en otra parte: era necesario enseñar la “ciencia republicana” a las masas, y esa era una tarea que no debía entregarse a los partidos.

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Tales eran las ideas que meditaba Bilbao durante su vuelta de Fran-cia. Son esas las ideas que van a guiar al discípulo de Lamennais en su nueva actividad intelectual y política. Esas ideas le inspirarán la creación de una asociación, la Sociedad de la Igualdad. Pero antes de detenernos en el estudio de esta influyente sociedad, conviene analizar el modo en que Francisco Bilbao, influido por las enseñanzas que había recibido de Quinet, Michelet y sobre todo de Lamennais, concebía la República.

La República según Francisco Bilbao

Bilbao estaba en desacuerdo con los miembros del partido liberal en cuanto al punto de partida que proporciona la filosofía al sistema demo-crático. De ese desacuerdo surge el rol excepcional que juega Bilbao, no solamente en Chile, sino en toda América Latina. Para Bilbao, la “Repú-blica”, es decir, el gobierno de un país, de todo país, tiene como base una filosofía e incluso una metafísica. Tal es la idea fundamental que lo separa claramente de los políticos latinoamericanos de su época.

Sin duda había encontrado esta filosofía de la política en el transcur-so de su estadía en Francia, después de sus diálogos con los filósofos que conoció, así como con Lamennais, que él consideraba como su “padre” espiritual. Desde ese punto de vista, Bilbao se constituye en una figura innovadora en América. Funda, en cierta manera, una nueva escuela polí-tica: lo que no es el menor de sus méritos.

Seguiremos su razonamiento, por lo menos la exposición que nos hace de éste su hermano Manuel. Encontraremos allí muchos de los prin-cipios sostenidos por Lamennais.

¿Qué es la República? Es el “yo soy”. Y ese “yo soy”, ¿de dónde pro-viene? De Dios. La República es entonces una emanación de Dios, puesto que el “yo soy” lo es.

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Al examinar qué es el “yo soy”, vemos que la existencia se reconoce en él. Ahora bien, ¿qué es la existencia? Es una creación, una formación, una emanación de aquel que me forma, Dios. Dios forma el ser que se abriga en una forma corporal llamada hombre. Ese ser que nace de un mismo autor debe ser igual a todos los seres que se abrigan en todos los hombres, pues el ser (el alma), siendo una emanación del creador y par-ticipando en la esencia en la que nos forma, es claro que tenemos todos una igual fuente de existencia. De esta fuente igual nace en el individuo la igualdad en los derechos, pues de la emanación de la unidad de Dios no pueden nacer derechos privilegiados. Suponer privilegios equivale a su-poner en el Creador contradicciones en su esencia y no una unidad. Esta emanación del ser creado muestra que ella no puede separarse de su esen-cia, destruirla, formar otra, pues eso equivaldría a acordar al individuo un poder superior al del Creador. Así, el “yo soy” significa “yo estoy en Dios, porque de allí salgo, soy un fruto suyo”. El hombre, siendo uno en Dios, y puesto que no hay poder más grande que el de Dios, es evidente que no pueden haber caracteres diferentes de aquellos que éste le acuerda. De allí proviene la igualdad absoluta. Y como consecuencia necesaria de esta igualdad, la independencia de cada uno; independencia absoluta en relación a los otros hombres, pero relativa en relación a Dios, pues Dios es en el universo el único soberano absoluto.

Siendo el alma reconocida como emanación del Creador, los atri-butos que ésta encierra deben participar en la naturaleza de aquel que la forma, extrayéndola de su existencia. Por ello, libertad e igualdad son dones divinos, como Dios mismo, del cual nacen. De allí, igualmente, se explica la inmortalidad del “yo soy” (el alma), porque aquello que parti-cipa de la existencia del Ser inmortal no puede perecer. Somos, entonces, emanaciones de los atributos de la divinidad.

Apoyados en esta creencia, y puesto que es una verdad revelada por la conciencia humana, única guía concedida por Dios al hombre, com-

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prendemos fácilmente que las religiones que se alejan de esos principios no pueden ser religiones divinas, sino anti-divinas. Desde el momento en que reconocemos un solo Dios, no puede haber sino una religión. Desde el momento en que reconocemos la igualdad como punto de partida en la creación del ser, vemos que no puede haber hombres privilegiados que se encarguen de dirigir a sus semejantes, ni hombres intermediarios que se encarguen por los otros de comunicar con Dios. Eso muestra el sacrilegio que cometen aquellos que se hacen llamar representantes exclusivos de Dios sobre la tierra, a causa de la usurpación que hacen del derecho de los otros.

Siendo el alma una, una debe ser la ley que regule su actuar; una su voluntad; uno su sentimiento. Es de esta unidad que proviene la conse-cuencia según la cual uno debe ser también su poder. De ahí la prueba de la única autoridad que debe existir sobre la Tierra, autoridad originada en el sufragio independiente, expresión de la soberanía. Pero como la so-beranía es uno de los atributos del hombre creado y como el hombre no puede destruir aquello que emana de un poder superior sin suicidarse, uno deduce que ésta, constituyendo una autoridad terrestre, no puede abdicar, renunciar, hacer desaparecer aquello que constituye su esencia. Así, la autoridad que nace de la soberanía debe atenerse al respeto, a la conservación, al desarrollo de los derechos constitutivos del “yo soy”. Esos derechos, que constituyen la igualdad porque la ley creadora es una, la libertad que es el ejercicio de las facultades y de los derechos creados, la voluntad o la soberanía que es el deber de ejercer esos derechos y esas facultades, constituyen el gobierno de sí mismo (el self-governement), la República. En consecuencia, la República es el gobierno del “yo soy” y, como tal, la emanación del gobierno de Dios, por intermedio de las leyes impresas en el corazón del individuo.

Vemos, entonces, que todo otro poder existente fuera de estos prin-cipios es un poder anti-divino, anti social, contrario a la organización

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del hombre. Así, la monarquía, la oligarquía, no son más que gobiernos usurpadores del derecho de otros hombres, y mientras existan y no se llegue a restablecer el imperio del “yo soy” habrá siempre despotismo y desorden social.64

Tales eran las teorías filosófico-políticas de Francisco Bilbao a su regreso en Chile. Cuando rechazaba la separación entre la política y la religión era consecuente con ese pensamiento: esas dos cosas no son dis-tintas, sino una, como el alma. La religión era para él la observación de las leyes prescritas por Dios para el ser creado. Sus dogmas eran, pues, la libertad, la igualdad y la fraternidad, dogmas que ponen directamente en comunicación al hombre con Dios.

Ahora bien, en Chile, como en todas partes, los liberales querían establecer su reforma liberal fundándola no en el alma de los ciudadanos sino en sus libros, en contradicción con sus creencias.

Si la libertad —en el sentido que los liberales dan a esa palabra— parecía haber ganado terreno en el continente americano, piensa Bilbao, no es por efecto de las leyes civiles, sino como resultado del descrédito sobre el catolicismo que ha provocado la razón. Para afianzar la libertad en Chile, Bilbao estima que se debe comenzar por liberar al hombre en sí, en su alma, despojarlo de sus dogmas “opresores”. Para ello, Bilbao se lanza en la arena política y milita a favor de la emancipación de sus actos y de su emancipación material.

Muchas personas, incapaces de comprender esta lógica del pensa-miento de Bilbao, fundada sobre la unidad fundamental del ser humano, consideran el ideal que éste defendía e intentaba difundir como “un siste-ma incomprensible de religión y de política”. Para evitar esta incompren-sión y difundir mejor sus ideas, Bilbao apoyó con fuerza la fundación de una nueva asociación, la Sociedad de la Igualdad.

64 M.B., pp. LXXVII-LXXXIII.

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La “Sociedad de la Igualdad”

Al ver que el partido liberal conseguía muy poca influencia entre el pueblo chileno y que el triunfo de la oposición al régimen no se obtendría sin el apoyo popular, algunos jóvenes intelectuales, instigados por Santiago Arcos, proyectaron formar una especie de corporación liberal de artesanos. La primera asamblea tuvo lugar el 10 de abril de 1850 y congregó a seis personas solamente, entre los cuales había sólo tres artesanos. Pero Bilbao expuso el programa de la asociación que se deseaba fundar y cada uno se comprometió a reclutar nuevos miembros. En la asamblea siguiente, el nú-mero de participantes había aumentado. Se examinó el programa, pero no causó mucho entusiasmo. Se rechazó el título que proponía Bilbao, “Socie-dad de la Resurrección”, y se prefirió llamarla “Sociedad de la Igualdad”.*

A petición de Bilbao, se decidió que todo nuevo socio debía jurar profesar los principios siguientes:

a) Reconocer la independencia de la razón como fundamento de toda autoridad.

b) Afirmar la soberanía del pueblo como origen de toda política y el amor de la fraternidad universal como principio de toda vida moral.

Los estatutos de la sociedad exigían la prestación de este juramen-to, preveían la formación de múltiples células, cada una de veinticuatro miembros como máximo; cuando se sobrepasaba esa cifra, se debía fundar una nueva célula. Ese mismo reglamento debía ser seguido por cada célu-la. Las células debían ser implantadas en los distintos barrios de la ciudad. Cada uno podía proponer una reforma política, social o administrativa. El secretario de la célula que proponía una reforma la daba a conocer a las otras células para que fuera discutida y votada por sus respectivos miembros. Si se obtenía una mayoría de votos individuales, la reforma era

* Tal como fue propuesto por Luciano Piña Borkoski.

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adoptada por la Sociedad y ésta influía por todos los medios permitidos por la ley para que fuera decretada por el poder legislativo y que la refor-ma así propuesta se convirtiera en ley.

Finalmente, la sociedad adopta como único trato entre los societa-rios el de “ciudadano”.

Tales eran los propósitos y las características de esta especie de franc-masonería dirigida por Francisco Bilbao.

La Sociedad de la Igualdad conoció un rápido éxito. Los artesanos, los miserables —esos que llamaban “los rotos”—, los jóvenes e incluso algunos viejos acudían a escuchar las discusiones sobre los principios or-gánicos de la República.

El público y los partidos fijaron su atención en esta asociación cada vez más numerosa y que hacía cada vez más hablar de ella. Inquietaba por los discursos que tenían lugar en ella.

El gobierno vio en ella un enemigo potencial y buscó desacreditarla a través de campañas de prensa o a través de la creación de sociedades rivales. Los políticos liberales buscaron también asfixiar el movimiento para desviarlo en la dirección de sus propósitos políticos. Bilbao subió el tono y gracias a su prestigio e inteligencia logró alejar a todos los partidos políticos de la Sociedad de la Igualdad.

El autor de Sociabilidad Chilena reencontró a los amigos que había dejado antes de partir a Europa y obtuvo un reconocimiento inmenso entre las clases populares de su país. Su éxito provocó la enemistad de algunos envidiosos que esperaban la ocasión de romper lanzas contra él y el movimiento que dirigía. Por otra parte, el clero no había olvidado el escándalo de Sociabilidad Chilena y el proceso que le siguió. El conflicto no tardó en llegar.

Eusebio Lillo, miembro de la Sociedad, publicó en el diario El Ami-go del Pueblo un capítulo de las Palabras de un creyente. El clero reaccionó inmediatamente, haciendo de la Sociedad de la Igualdad la responsable de

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la conducta de ese miembro. Vivas escaramuzas verbales estallaron en la prensa con opiniones muy firmes, redactadas por plumas muy mordaces. En plena batalla ideológica, Bilbao hizo publicar, para defender sus tesis, los Boletines del Espíritu, algo así como una serie de comunicados diarios, y en los cuales ofrecía “las emociones que su alma recibía en cada combate contra los enemigos de la libertad”. Esta publicación, que los lectores se arrancaban al salir de la imprenta, se convirtió pronto en una suerte de antorcha incendiaria. Se creyó haber reencontrado al Bilbao de 1844. La prensa hostil se desencadenó nuevamente contra él. Desde lo alto de los púlpitos, en la mayor parte de las iglesias, el clero tronaba una vez más contra él. El Arzobispo de Santiago prohibe a los fieles la lectura de los Boletines del Espíritu y condena a la excomunión a su autor. Se lanza el anatema contra la Sociedad de la Igualdad, pero sus miembros, que se llaman los “igualitarios”, se burlan de la condena. Los católicos recuerdan que cuando se pronuncia la excomunión contra alguien, ésta se extiende también a todos los partidarios de la persona condenada. Los “igualita-rios” reciben a Bilbao con entusiasmo, lo llevan en triunfo y declaran públicamente su deseo de “¡ir todos al infierno con él, si fuese cierto que existe un infierno para la virtud!”.65

El mismo día en que se publicó la excomunión, Bilbao asistió a la asamblea de la célula nº 2 de Santiago. Ésta estaba presidida por un sacerdote, el cura Ortiz. Delante de más de 600 personas, el sacerdote se levantó y entre las aclamaciones de todos dio un abrazo a aquel que el Arzobispo acababa de declarar herético. Esa misma tarde, el cura Ortiz es enviado a prisión, por orden del prelado.

Al día siguiente, Bilbao es invitado por los curas agustinos.* Cuando se aproxima, todos los curas de esta comunidad salen en un gran tumulto

65 M.B., p. LXXXIX.* Se trata de una invitación de Juan de Dios Silva, a nombre de la comunidad de los agus-

tinos.

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para acogerlo y festejarlo. Lo besan efusivamente, le lanzan vivas de todas partes. Un cortejo se forma y conduce a Bilbao a la sala capitular del con-vento, adornada con banderas chilenas y flores. Músicos y vituallas traídos expresamente acompañan la recepción, a la que habían sido invitada una numerosa multitud de amigos del convento. Se erige un estrado, coro-nado por un dosel. Bilbao sube a él y habla de religión, de Lamennais, y de su estadía en Francia. El público aplaude largamente. Cuando Bilbao vuelve a tomar la palabra y evoca la persona de Cristo, un cura agustino lo interrumpe y exclama a propósito de Jesucristo: “¡era verdaderamente un gran hombre!”. En nombre de toda la comunidad y de los invitados, el prior llena de felicitaciones y agradecimientos a Bilbao. En procesión, todo el convento acompañó a la visita hasta la puerta.66

Manuel Bilbao cuenta que ese éxito que lograba su hermano ha-bía provocado en Chile un “verdadero huracán”. ¡No sólo la mayoría del clero, no sólo la prensa oficial atacaban a Bilbao, sino también una gran parte de la prensa liberal! ¡Una vez más, Bilbao se sentía traicionado por aquellos que debían haberlo defendido! Todo el mundo, o casi, sentía que era un deber moral aniquilar al hombre que aspiraba a la emancipación moral y material del individuo. ¡Incluso los políticos liberales! La actitud de éstos últimos confirmaba la opinión de Bilbao según la cual el pueblo no tiene nada que esperar de esos personajes políticos que el fondo no buscan más que el triunfo de sus convicciones personales.

Al ataque de la prensa liberal contra el autor de los Boletines del Espíritu, que además no había cesado, se sumaba de manera sostenida y firme el ataque de una sociedad rival, el de la Sociedad de la Reforma, o de los “reformistas”. Cuando estos pensaron que su ataque había desacre-ditado suficientemente a su enemigo, intentaron darle el golpe de gracia: separarlo de la Sociedad de la Igualdad.

66 M.B., p. XC.

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Con este fin recurrieron a Manuel Guerrero, un joven enérgico, miembro de la sociedad “igualitaria”. Lo manipularon al punto de hacerle creer que hacía un favor a la Sociedad de la Igualdad al solicitar que expul-saran a Bilbao de sus filas durante el desarrollo de una asamblea general. La declaración de Guerrero pareció haber recibido el consentimiento de buena parte de los “igualitarios” reunidos. Sin embargo, luego de un fuer-te tumulto, un obrero, llamado López, interpela al jefe de su movimiento:

Ciudadano Bilbao, le dice, si la aristocracia os proscribe, nosotros os seguire-mos al desierto, cual los Israelitas a Moisés.

Bilbao improvisó entonces un vehemente discurso en el que estig-matiza la política de sus adversarios:

¿Es la política de la revolución, una política de alcoba, cambio de hombres, odios profundos, pequeñeces sin fin, preocupaciones personales, egoísmo y egoísmo?, les dice. ¡No! la política de la revolución se hace ante el cielo, bajo la luz del sol, ante el pueblo y la naturaleza. ¿Es el programa de la revolución, la retórica de un tal, o la de otro, el insulto, la calumnia, la pasión? ¡No! es la palabra del cristianismo y de la filosofia que debe palpitar en el seno de las multitudes, es la palabra de libertad y amor la que debe iluminar la raza embrutecida y alimentarla en la miseria de la vida con los resplandores de Dios. El programa de la revolución ¿sabéis donde está? No lo busquéis en las casas de los ricos y de las autoridades y poderes del estado, ni en el alma de los que no sienten la verdad al no sentirse pueblo soberano: el programa está a la vista, vedlo en los campos desiertos y áridos, vedlo en la usura que devora al trabajo; ved el programa de la revolución en el roto de nuestros ciudades, en el inquilino de nuestros campos, en la ignorancia de nuestros deberes y derechos, en la falta de amor de los fuertes para los débiles, en el imperio de las preocupaciones y del fanatismo, en nuestro olvido del Araucano, que hace tiempo espera la palabra de amor de una patria y sólo ha recibido la guerra y el desprecio de nuestro orgullo de civilizados; bello orgullo, bella civilización, ciudadanos. […]Y no hay otra política verdadera que aquella que tiene por divisa: «todo por

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el pueblo y para el pueblo». Entonces habrá medios de darle una educación gratuita, de darle trabajo sin que viva toda su vida explotado por los grandes propietarios. Esta es la política de la justicia y la política nacional y la política del mayor número. ¿Qué se opone, cuando tenemos la justicia y el número? Nuestras divisiones, la falta de asociaciones, la falta de amor, la falta de hombres precursores que sepan sacrificarse, vivir pobres, sin querer honores, que vivan en la contemplación de la justicia, del dolor de nuestros hermanos, porque es en el fondo del alma que medita y que ama donde se encuentran las revelaciones de la política de Dios, que es la política de la libertad y de la fraternidad. 67

Bilbao termina su discurso prometiendo al pueblo que jamás lo abandonaría. El triunfo fue completo y desde entonces Bilbao, que con esto había vencido a la oposición interna, pasó a ser considerado como el alma de la Sociedad de la Igualdad.

* * *

Sin embargo no se logró la paz. El gobierno chileno, así como el cle-ro, se hacían cada vez más sombríos a causa de los éxitos y de la influencia creciente de Bilbao y de la sociedad que dirigía. Un rumor comenzó a correr: los enemigos de Bilbao buscaban, se decía, eliminarlo asesinándo-lo. De ahí que, en todos sus desplazamientos, un grupo de “igualitarios” acompañaban desde entonces a su jefe para protegerlo. El rumor parecía precisarse. Muchos miembros de la asociación eran perseguidos. Bilbao exhorta a los societarios a no ceder a las persecusiones del enemigo.

Ciudadanos del pueblo chileno: Nada más nuevo entre nosotros que esta aso-ciación donde se encuentran reunidos individuos de todas las clases sociales, y nada más grandioso al mismo tiempo, porque esta asociación entraña la rege-neración y el porvenir de Chile. A causa de esta novedad, y de esta importan-cia misma, conviene que todos sus miembros estén alerta para no suministrar

67 M.B., pp. XCI-XCII.

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asidero a las asechanzas de los enemigos; sobre todo ahora que estos enemigos no reparan en medios para destruir la sociedad. Si obramos con prudencia, si no presamos oídos a la voz del egoismo, el triunfo es infalible. Un conjunto de hombres pueden ser aniquilados, pero una idea, nunca; uno de nosotros, todos aun, podemos caer bajo el puñal del asesino, pero nuestra causa triunfará. He visto en Europa caer los tronos bajo el mágico impulso de esas tres palabras, que veis inscritas ahí, y que nos sirve de divisa (señalando un cuadro): libertad, igualdad, fraternidad. 68

El gobierno, temiendo el impulso que cobraba la Sociedad de la Igualdad, imagina infiltrar la asamblea con una compañía de granade-ros disfrazados de mendigos fanatizados y armados de garrotes. Esa tar-de hubo, efectivamente, una gran trifulca: los “igualitarios” expulsaron a los indeseables. Hubo heridos. El violento incidente se volvió a favor de los partidarios de Bilbao. El número de societarios se dobló en pocos días. Por simpatía, diputados, “reformadores”, jóvenes hasta ese enton-ces indiferentes, vinieron a inscribirse. En diferentes ciudades chilenas, la sociedad se hacía igualmente floreciente. Importantes grupos se habían formado en La Serena, en Aconcagua y en otros lugares. En Valparaíso, es Manuel Bilbao el que representa a Francisco en la inauguración, pero, desde la primera asamblea, se intenta transformar la asamblea en club electoral. Manuel Bilbao protesta: el fin de la sociedad no es político sino social. Esa idea es la que va a prevalecer.

La Sociedad de la Igualdad había abierto escuelas gratuitas para la enseñanza primaria, había fundado fondos de ayuda para los obreros po-bres, había establecido casas de empeño, había obtenido la supresión de los impuestos sobre los metales, la madera de ebanistería, las máquinas agrícolas y ciertas herramientas utilizadas en la industria, la minería y el artesanado. Se enseñaba la constitución política y la ley electoral del país.

68 M.B., p. XCV.

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Se apuntaba a instruir al pueblo en sus derechos y deberes. Se proyectaba crear baños públicos para favorecer la higiene y teatros populares a bajo costo para difundir la cultura.

El gobierno chileno consideraba todo esto con inquietud. La So-ciedad de la Igualdad cobraba tanta importancia que parecía que luego devendría una especie de Estado dentro del Estado. Veía cómo se afiliaban a ella algunos diputados muy prominentes, y que en el Parlamento expre-saban siempre los puntos de vista de la oposición. El Poder no tardó en ver en esta influyente asociación a su enemigo más temible.

Varios “igualitarios” son enviados a prisión. Bilbao se esconde. Re-sultado: en todas partes se organizan clubes secretos para mantener el espíritu de la sociedad prohibida y poder reaparecer públicamente más tarde, cuando las circunstancias fueran más favorables.69

Bilbao y la revolución chilena de 1851

Las reuniones secretas tenían lugar por la noche, y Bilbao asistía a ellas. Viendo que el gobierno no respetaba la ley —entre otras la que es-tipula la libertad de asociación—, los “igualitarios”, a los cuales se habían sumado los “reformistas”, igualmente prohibidos, decidieron conspirar para derrocar el gobierno.

El general Cruz rechaza ponerse a la cabeza de la conspiración. Se dirigen entonces al general Urriola: él dirigirá el movimiento pero limi-tándolo a Santiago. Bilbao entra en el motín y se encarga de dirigir a los “igualitarios”.

69 Toda la historia de esta Sociedad de la Igualdad ocupa dos largos capítulo de M.B. (pp. LXXXV-CII).

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El domingo de Pascua, 20 de abril de 1851, es el día escogido, con insistencia de Bilbao, para la “resurrección de la libertad en Chile”. Una parte de la guarnición de la capital de Chile se subleva a las órdenes de Urriola, mientras que Bilbao lanza un Manifiesto al pueblo:

Chilenos:Hoy es el día de la regeneración de Chile. Hoy es el día de mostrar a la faz de la tierra que sabemos y podemos conquistar nuestros derechos. Hoy es el día de las obras, ciudadanos, hoy debemos probar que la justicia es una verdad y que la tierra de Chile no quiere ya por más tiempo ni tiranías hipócritas, ni alevosos usurpadores de la soberanía del pueblo.Ya no más esclavitud. El pecho al peligro, el corazón palpitante de libertad, evoquemos las tumbas de los héroes y pidamos la bendición de Dios para la victoria de la República inmortal. 70

Batallas, guerrillas, barricadas en las calles y en las cuales Francisco Bilbao se debate a la cabeza de los “igualitarios” —recordando lo que había hecho en París, tres años antes, en compañía del coronel Edgar Quinet—; motines, terror, ejecuciones sumarias, desórdenes múltiples se suceden.

La conspiración, en cuyos orígenes Bilbao había jugado el rol más importante, termina como un fracaso para los conjurados, después de una sucesión de catorce motines, la muerte de 10.000 personas, la huida de 6.000 proscritos, y el triunfo de Manuel Montt, elegido presidente de la República chilena.

Francisco Bilbao es condenado a muerte, como también sus her-manos Manuel y Luis. Se esconde y luego logra huir gracias a compli-cidades.* Para el discípulo de Lamennais comienza una nueva vida de

70 M.B., p. CXIX.* Se embarcó en Valparaíso hacia Perú el 18 de julio de 1851 y desembarcó en el Callao el

25 de julio.

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proscripción y exilio que no terminará sino al cabo de diez años durante los cuales Montt gobierna en Chile.71

Bilbao en Lima de 1851 a 1855

Nuevamente es en Lima donde se encuentran los proscritos de Chi-le. Desde su llegada a Perú, Francisco Bilbao sigue combatiendo con la pluma al régimen chileno. Los diarios peruanos publican violentos artí-culos de Bilbao contra el gobierno de Montt.* Lo que no es para nada del gusto del general Echenique, jefe del gobierno peruano y amigo de Montt. Bilbao, indomable, intenta repetir en Perú la acción que condujo en Chile a favor de la “regeneración” del país. Aboga por una cruzada para la emancipación del pueblo peruano. Reclama la abolición de la escla-vitud, que aún se practicaba. Funda en Lima una asociación de jóvenes adeptos a sus convicciones. Al mismo tiempo, Echenique no tarda en reaccionar. Bilbao encuentra asilo político en la legación francesa. Perma-nece ahí hasta 1852. Echenique lo convoca y le dice: “Soy enemigo del so-cialismo; yo no permitiré que tales doctrinas se alberguen en el Perú. Soy el poder, usted está en un país en que no es ciudadano; no puede ni debe mezclarse en los asuntos de él. Si usted quiere permanecer aquí, gozar de hospitalidad, debe darme su palabra de no mezclarse en la política. A esta condición concedo a usted la libertad”. Bilbao acepta. Echenique intenta, en vano, atraerlo a su causa. En 1854, Echenique tuvo que reprimir una

71 Esta revolución chilena de 1851, en el seno de la cual Bilbao juega un rol considerable, ocupa las pp. CV-CXXXI de M.B..

* La tribuna periodística de Bilbao en Lima es el diario El Comercio publicado por José María Monterola, y la Revista Independiente publicada por Manuel Bilbao entre fines de 1853 y comienzos de 1854.

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sublevación popular. Bilbao, que la había aprobado, fue expulsado defini-tivamente del Perú. Se refugia en Guayaquil, Ecuador.

Durante el viaje, escribe a Lamennais, sin saber que éste ha muerto el 27 de febrero:

30 de abril 1854.Le escribo a bordo del barco remontando el río Guayas en dirección a Guaya-quil.El gobierno del Perú nos ha exiliado a mis hermanos y a mí porque nosotros le contrariábamos. El Perú se encuentra en plena revolución. Nunca una revo-lución fue más necesaria. Este país era el punto de encuentro de todas la ini-quidades, era el chancro corrosivo de América; el fondo de la vida se encontraba amenazado.Hemos dejado a nuestro anciano padre en Lima, pero los otros compatriotas exiliados de Chile se han encargado de cuidarlo.He recibido vuestra carta enviada por mi amigo Dessus.Seguimos firme en la misma vía, padre mío; pero qué fuerza se recibe cuando llegamos a escuchar la palabra del maestro, observar la autoridad de nuestra vida, el resplandor científico de la palabra de Cristo desarrollado por vuestros trabajos, por vuestros actos y por vuestra esperanza eterna como la verdad.Cuente conmigo; yo no me canso; no pido reposo; yo no olvido aquella voz de la prisión: «Acuérdate de aquellos que recostándose en la tumba han puesto su espada bajo la cabeza: la espada, es la almohada de los fuertes».El pensamiento de vuestra carta llegó para conferir la autoridad de vuestra pa-labra a la obra que yo emprendo en este país.Yo espero vuestro folleto.Tengo la esperanza de verle antes de morir.Llámeme si Dios le llama antes que a mí, yo volaré para ir a recibir la última mirada del hombre que más amo en el mundo.Un abrazo, padre mío. Francisco Bilbao. 72

72 O. C., t. IV, pp. 52-53, n. 1. El original de esta carta se conserva en la Biblioteca Muni-cipal de Dinan. Cf. Le Guillou, Correspondencia General de Lamennais, t. VIII, p. 1135.

[El original francés de la carta aparece fechada el 30 de marzo. Manuel Bilbao fue en-

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Esta carta nos ofrece claramente la prueba de que, desde París, La-mennais alentaba a Bilbao a proseguir su obra en América del Sur. Para Bilbao la correspondencia enviada por Lamennais no sólo le es reconfor-tante y estimulante, sino su autoridad moral, intelectual y espiritual, y, más allá, esa autoridad, que no es otra que la del cristianismo, aporta a Bilbao fuerza, esperanza y grandeza de alma.

El pensamiento de Lamennais incita a Bilbao a la acción. En Ecua-dor, una vez más en exilio, prosigue su obra de propaganda.

Sin embargo, se entera luego que su padre, Rafael Bilbao, que se había quedado en Lima, adonde lo había acompañado durante la pros-cripción, se encuentra en prisión. Los tres hermanos Bilbao vuelven clan-destinamente a Perú: una vez más, asumen la vida de los conspiradores.*

El gobierno de Echenique pasaba por corrupto. Hubo varios inten-tos para sacarlo del poder. La única esperanza de éxito descansaba en la llegada a Lima del ejército revolucionario que venía del sur a las órdenes del general Castilla. Éste llegó pronto a la capital peruana. La ciudad es defendida por los veteranos de Echenique que habían imaginado una curiosa maniobra: salir de la ciudad para atacar a Castilla por el lado contrario. Este último se defiende tozudamente, y cuando las tropas de Echenique quieren entrar a Lima, la capital ya no les pertenece. ¿Qué había pasado?

Desde el primer disparo de cañón que se escucha en el campo de batalla, los Bilbao, ayudados por muchos de sus partidarios, salen de su

carcelado el 18 de marzo y dejado en libertad el día 25 de marzo por la noche para salir desterrado con Francisco y Luis Bilbao al día siguiente por la mañana. El 26 de marzo en el vapor inglés LIMA, según informa el diario El Comercio de Lima el día 27, salen con destino a Guayaquil.]

* El diario El Comercio de Lima del 30 de septiembre de 1854 anuncia la llegada del vapor inglés SANTIAGO procedente de Guayaquil con los pasajeros “D. Francisco Bilbao, D. Luis Bilbao, D. Manuel Bilbao”. No aparecen en la escena nacional sino hasta el 5 de enero de 1855.

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escondite, corren a las iglesias para tocar la alarma. El pueblo sale a la calle y bajo la conducción de Francisco Bilbao se apodera de un depósito de armas que distribuye enseguida a la multitud. Los insurgentes deciden atacar el palacio de gobierno, defendido por un regimiento de caballería y un batallón de infantería. Los rebeldes disparan sobre ellos: el regimiento huye y el batallón se rinde.

Se proclama la victoria de la revolución. La esclavitud es abolida. Se suprime el impuesto a los indios. Se decreta la libertad para los negros. El general Castilla, vencedor, convoca a una Asamblea Constituyente. Bil-bao escribe, frente a esos hechos, dos opúsculos en los que retoma las ideas que le son más caras, y que reflejan aún el pensamiento de Lamennais y de Quinet: El gobierno de la libertad y El mensaje del proscrito.* Esos dos escritos valen a su autor la siguiente carta de Edgar Quinet, fechada el 15 de julio de 1855:

Leo con profunda alegría vuestras dos obras. ¡Ah! Que poderoso grito habéis lanzado en las cordilleras. Yo le aseguro que no hay ningún poder en el mundo capaz de ahogar un grito semejante. No hay nada más reconfortante, conso-lador, que escuchar esa voz ardiente de Chile, que responde a todos nuestros esfuerzos. ¡No! No enterrarán nuestra palabra, puesto que usted la ha sembrado junto a la vuestra en medio de la naturaleza del Perú y de Chile que yo tanto deseaba ver y que usted me revela. Yo querría hacer traducir los escritos que usted me ha enviado; ellos darían calor a nuestro frío país. 73

* El Gobierno de la Libertad fue publicado en febrero de 1855 en Lima. Mientras el folleto se hallaba todavía en prensa, se publicó como adelanto el “Prólogo” en El Comercio el 15 de febrero, y su publicación efectiva se anuncia así el 21 de marzo en el mismo diario: “En esta imprenta acaba de publicar el Sr. D. Francisco Bilbao un folleto titulado El Go-bierno de la Libertad; nos proponíamos recomendar su lectura insertando en el número de hoy un fragmento de la obra, pero la falta de espacio nos obliga a dejarlo para maña-na, anunciando entretanto que se halla en venta en los puestos públicos”. El fragmento aludido es la “Introducción” que se publica el 27. El Mensaje del proscrito referido es el tercer mensaje y había sido publicado como folleto en Guayaquil en julio de 1854.

73 M.B., p. CXXXVII.

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Durante el interregno que separa la dictadura de Echeñique de la Asamblea Constituyente, la prensa se hace eco de todos los problemas que tenían que ser debatidos durante la reunión de esa Asamblea. Bilbao no desperdicia la ocasión. Se lanza al ataque de lo que él creía era el enemigo capital de la República: publica en la prensa El dualismo de la libertad y el catolicismo, obra que publica en 1856 en París en homenaje a Lamennais bajo el título Lamennais como representante del dualismo de la civilización moderna.*

El clero peruano pronuncia nuevas advertencias contra Bilbao. La Corte Suprema de Justicia, presidida por Francisco [Javier] Mariátegui, que se suponía era muy liberal en materia religiosa y que por otra parte era el jefe de la masonería en Lima, condena a Bilbao a la cárcel. Sin embargo, gracias a su hermano Manuel, que lo defendió ante el tribunal, Francisco escapa a la encarcelación. Sin embargo, la vida se hacía difícil en Lima para el escritor revolucionario. Sobre todo cuando supo que se abría una suscripción entre ciertos beatos para pagar hombres para eliminarlo. Bilbao, para escapar a esas maniobras, decide emprender un nuevo viaje a Europa. Se embarca en agosto de 1855.**

Lamennais había muerto el 27 de febrero del año anterior.

* La obra sobre Lamennais fue publicada en París en febrero de 1856, y los textos previos referidos son los que fueron publicados en El Comercio de Lima bajo el título “Catoli-cismo y libertad” los días 12, 16, 18 y 19 de mayo de 1855.

** Bilbao se embarcó en el vapor inglés BOLIVIA el 26 de mayo en dirección a Panamá, según se registra en El Comercio de ese día, desde donde a su vez cruzando el istmo se embarcó desde Cartagena, Colombia, hacia Southampton, Inglaterra. Tras una breve estadía en Londres, se embarcó con destino a Boulogne-sur-Mer, Francia, arribando a París la primera semana de julio de 1855.

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Francisco Bilbao y la muerte de Lamennais

Cerca de tres meses antes de la muerte de Lamennais, Bilbao recibió en Lima la siguiente carta, fechada en París el 5 de diciembre 1853. Era la última carta que Bilbao recibiría de Lamennais.

A Francisco Bilbao. El señor Dessus me avisa, mi querido hijo, que se le presenta una opor-tunidad segura para Lima. La aprovecho para renovaros la seguridad de mi tierna afección, y para daros las gracias por los varios escritos que me han sido entregados de vuestra parte. Penosamente me ha afectado lo que habéis tenido que sufrir desde la vuelta a vuestra patria, fuera de la cual la influencia de una corporación, doquier enemiga de las luces, del progreso y de la libertad, os tiene aún desterrado en este momento. Consolaos y alentaos: sois de aquellos cier-tamente que son más envidiables, de aquellos que están destinados a SUFRIR PERSECUCIÓN POR LA JUSTICIA. La Justicia triunfará, y al estrépito de las maldiciones de los pueblos despertando de su letargo, los perseguidores cae-rán tarde o temprano en una tumba infame...*Creed de seguro que nada hay que esperar de la América española, mientras permanezca enyugada a un clero imbuido en las doctrinas más detestables, cuya ignorancia traspasa todo límite, corrompido y corruptor. La Providencia la ha destinado (a la América meridional)** a formar el contrapeso a la raza anglo-sajona, que representa y representará siempre las fuerzas ciegas de la materia en el Nuevo Mundo. No llenará esta misión tan bella sino desprendiéndose de los vínculos de la teocracia, uniéndose y fundiéndose con las otras dos naciones la-tinas, la nación italiana y la nación francesa. Veréis, por el folleto que va adjunto a esta carta, de qué modo empieza a efectuarse esa unión. Esa unión está en la naturaleza, en la necesidad; luego será. Trabajad en esa grande obra, y que Dios bendiga vuestros esfuerzos. Vuestro de corazón, Lamennais. 74

* Hemos suprimido, conforme la cita de Miard, la frase añadida por Bilbao en su traduc-ción y que no se halla en el original francés.

** El paréntesis es añadido de Bilbao en su traducción.74 Carta citada en francés, traducción por F. B., en un capítulo intitulado “La muerte de

Lamennais”, agregado a su Lamennais como representante…, op. cit., pp. 55-56. Cf. L. Le Guillou, Correspondencia General de Lamennais, t. VIII, p. 829.

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Esta carta constituye un elocuente testimonio de las relaciones de estrecha simpatía que unían a los dos hombres. Francisco Bilbao parece haber estado muy afectado por la desaparición de aquel que él conside-raba como su “padre” y su consejero en materia de reflexión intelectual o espiritual. En la obra que publicó en París en 1856, con el título La-mennais como representante del dualismo de la civilización moderna, Bilbao relata las circunstancias en las cuales le llegó la noticia de la desaparición de Lamennais. Nos relata igualmente las circunstancias de la muerte de Lamennais. Los detalles se los había trasmitido, sobre todo, José Casimiro Ulloa, uno de sus amigos peruanos, discípulo también de Lamennais, y que se encontraba en París durante los funerales.* También aquí dejare-mos hablar a Bilbao:

Antes de morir me ha bendecido, me ha señalado el camino, y en nombre de Dios me ha dicho de perseverar en la obra. Sean cuales fueren mis esfuerzos, lo hecho y por hacer, lo padecido y lo que puede venir, tranquilo sigo mi vía, seguro en mi conciencia, satisfecho con la razón y colmado con las bendiciones de mis padres. Venga lo que viniere.Desterrado de Lima con mis hermanos Luis y Manuel por el gobierno que después fue derribado por el alzamiento de la nación peruana, y navegando al Ecuador, yo contesté a esa carta, pidiéndole que me avisase cuando sintiese venir la última hora. Mi carta no llegó. Habitando las riberas espléndidas del Guayas, recibí la noticia de su muerte. Personas que me aman, me escribieron y enviaron inmediatamente de Lima la noticia y detalles de su muerte.** Desde entonces perdí una de las más bellas esperanzas de mi vida, la de volverlo a ver […].

* José Casimiro Ulloa es autor de un texto fechado en París el 4 de marzo de 1854 sobre la muerte de Lamennais publicado por José María Monterola en el diario El Comercio de Lima el 4 de mayo. El texto de Ulloa fue después reproducido por Bilbao como Apéndice a su libro sobre Lamennais publicado en París en febrero de 1856.

** Puede tratarse del texto de J. C. Ulloa y publicado por J. M. Monterola en El Comercio y remitido por éste a Bilbao en Guayaquil.

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¿Por qué, amigos, no me permitís contaros algunas de mis impresiones, y des-haogar algún tanto mi afección para con el hombre que tanto amo y a quien tanto debo?Era niño, estaba en Santiago, cuando por primera vez supe quién era Lamen-nais. […]75 Vine a Europa, lo vi, y desde nuestra primera entrevista me llamó su hijo. Después fue mi consultor y me colmó de confianza. Un día fui a pedirle que me resolviera algunas dudas morales y, yo me acuerdo, la expresión estoica e inocente de su rostro, la emanación angelical que resplandecía en su fisonomía, fueron para mí la solución de las dudas, el principio viviente que buscaba. A mi vuelta de Italia, en 1848, encontré a este anciano, de 64 años, con la actividad infatigable del ciudadano. Llevaba un diario*, publicaba folletos para el pueblo**, asistía diariamente a la Asamblea, era miembro del Comité Consti-tucional. Creyendo volverme a América en ese momento, me dijo con lágrimas: «No olvide al buen viejo». Me leía fragmentos de sus obras, inéditas aún. Vive en mí ese recuerdo, cuando, enfermo, leyéndome el fragmento sobre la inmor-talidad del alma en el bosquejo de su filosofía***, sus ojos no eran de la tierra y reflejaban la aurora de la luz divina.¡Y no lo volví a ver! Enfermó gravemente en enero de 1854. Cartas de París en febrero, me anun-ciaban su restablecimiento****, y creía aún volverlo a ver cuando me llegó la noticia de su muerte. He hablado con algunas personas que asistieron a sus últimos momentos.Cuando se supo que su fin se acercaba, esos que llaman altos personajes, del cle-ro y de la aristocracia, lo acosaron, para que hiciese una declaración pública de arrepentimiento, según ellos, para que apostatase de sus ideas filosóficas, hiciese profesión de catolicismo y cumpliese con las últimas ceremonias de ese culto.

75 Cf. supra, visita de Bilbao a Pascual Cuevas.* Le Peuple Constituant, febrero-julio de 1848.** Au Peuple. Impr. Chaix, Paris, 17 de octubre de 1848, y Déclaration des représentants

de la Montagne, noviembre de 1848.*** De la société première et de ses lois ou de la religión, que es continuación de Esquisse

d’une philosophie.**** Desconocemos esa carta, pero puede ser correspondencia de J. C. Ulloa en París en

ese momento, a Bilbao todavía en Lima.

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Ellos quisieron turbar esos últimos momentos, quisieron explotar el miedo de la eternidad, para con ese ejemplo, clamorear y aturdirnos sobre la impiedad y falsedad de nuestras creencias. Lo mismo intentaron con Voltaire; pero en La-mennais se estrellaron con la luz diamantina de la personalidad incontrastable del héroe. “Atrás, blasfemadores”, y los blasfemadores se retiraron.Creer que Lamennais temblase, creer que ese hombre que había pasado todos los días de su vida faz a faz con el grande Espíritu, y que se avanzaba con su in-dividualidad conquistada e indestructible al encuentro de las regiones ignotas, tenebrosas para los ojos de la carne, luminosas para la mirada del pensamiento; creer que al afirmar su renacimiento y al tomar su vuelo al infinito, divisando la armonía de los cielos y recibiendo el bautismo de los bravos; creer que vol-viese atrás y se envolviese en las momias de la edad media para dormir aterrado bajo las pirámides de las osamentas temblorosas, eso solo es digno de los que jamás han palpitado en las ondulaciones heroicas de las almas puras. Lamennais apartando con su mano esos fantasmas del pavor tradicional, desechando con piedad y con sonrisa los sortilegios y encantamientos de los magos, atestiguó su fe, aterró a los paganos modernos y nos enseñó a morir.A pesar de los recuerdos, de tanto afecto, de tanto dolor por su ausencia, del dolor de su enfermedad; en medio del aumento de emociones que asaltan al alma al arrojar la despedida postrera a todo lo que amamos, a los amigos que lloran, a la familia desgarrada, a la patria muda, viendo su obra interrumpida, al mal triunfante, ese hombre dijo y fue su última palabra: “mis amigos: ESTOS SON LOS BELLOS MOMENTOS”.No podían ser esos momentos sino la visión de la inmortalidad y armonía de la creación que abría sus entrañas para precipitarlo en las sendas luminosas del amor sin fin, y el advenimiento prometido de la justicia.En esas esferas te sigue nuestro pensamiento, maestro amado. ¡Cómo seguirte sin sentir tu palabra y tu vida! Abiertos los misterios, has atravesado los espa-cios. Incorporado más de cerca en la atmósfera más pura del éter de las esencias vivas, revistiendo el cuerpo glorioso de una organización más elevada, estando tu palabra más inmediata a la luz, tu corazón nadando en los océanos que in-vocabas, tu fuerza más cercana a la potencia, tú llevas en esas regiones el mismo estandarte glorioso de la libertad, saludado por las legiones victoriosas. ¡Salve, salve, paz soberana, delicias conquistadas de la verdad!¡ Salve, salve, emanación, exteriorización de una centella omnipotente, que después de haber salvado las regiones del llanto, vuelves a pedir al Ser, no la recompensa, sino la autoridad

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de tu vida, y he ahí tu recompensa! ¡No hay adiós! Allí vives, allá iremos. ¡Salud, misterio de la evidencia! 76

Esas son las reflexiones que animaban el espíritu de Francisco Bilbao después de la muerte de Lamennais. Esta muerte no es un fin, sino el co-mienzo de una esperanza. Es también el inicio de una profundización de la filosofía religiosa y política de Bilbao. Después de 1854 escribirá mucho y no hay ninguna de sus obras que no se encuentre profundamente inspi-rada en el pensamiento mennasiano.

En Guayaquil, Bilbao escribe su Mensaje del proscrito a la nación chilena*, en el cual desarrolla, aplicándola al Nuevo Mundo, la idea de Lamennais según la cual la América española debe ser el contrapeso de la raza anglosajona “que representa y representará siempre las fuerzas ciegas de la materia en el Nuevo Mundo”.**

En Lima, en 1855, publica El Gobierno de la Libertad, en donde se encuentran algunas de las ideas más caras de Lamennais expresadas en El Libro del Pueblo o las Palabras de un creyente. Bilbao exalta allí el valor humano del trabajo, la función civilizadora de la industria, que estimula la extensión de la cultura en medio de las masas. Expresa las inquietudes de un pensamiento cristiano atento a “captar siempre el clamor de los

76 F. Bilbao, Lamennais como representante…, pp. 55-60. Esta pequeña obra termina, pp. 61-72, con un artículo del peruano J. C. Ulloa sobre los últimos instantes y el funeral de Lamennais, el cual incluye la traducción, realizada por Ulloa, del artículo de E. Pe-lletan sobre el mismo tema.

* Se trata del tercer Mensaje del proscrito, publicado en 1854. Los dos años anteriores, 1852 y 1853, había publicado en El Comercio de Lima otros dos Mensaje del proscrito, los dos que fueron reunidos en La revolución en Chile y los Mensajes del proscrito (Lima, 1853).

** Como se sabe, esta es la cuestión que da origen en Bilbao a la expresión “la América latina”. Al respecto, véase la introducción a Francisco Bilbao. Edición de las Obras Com-pletas. Tomo 4, Iniciativa de la América. Escritos de filosofía de la historia latinoamericana. Santiago, El Desconcierto, 2014, pp. 15-34.

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sacrificios consumados”, el “rumor de las masas”, la palabra “que abrirá los ojos de aquellos que viven sentados a la sombra de la muerte” o “que hará marchar a los pueblos paralizados acostados en su lecho de torturas”, en el momento de “la aurora de la vida nueva que aparece sobre el mundo americano”.

Bilbao escribe mucho, pero siente la necesidad de sumergirse nue-vamente en la atmósfera ideológica europea. Quiere volver a París, pro-bablemente para reencontrar el ambiente intelectual que había conocido hacía diez años antes y que había preparado la revolución de 1848. ¿Ha-brían cambiado los tiempos?

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CAPÍTULO IV

Nuevo viaje de Bilbao a Europa.

¿Dónde están los grandes espíritus?

Desilusión y promesa

En el momento de partir para Europa, Bilbao sentía el deseo de vol-ver a ver a sus antiguos maestros: particularmente a Edgar Quinet y a Jules Michelet. Ansiaba también contemplar el estado de Francia bajo el régimen imperial. Deseaba comprobar por sí mismo que efectivamente era Bonaparte quien gobernaba, que era cierto que la Francia de 1848, hija de aquella de 1793, estaba muda, sin palabras; no abatida, sino aplaudiendo a aquel que portaba el nombre de Napoleón III, emperador de los franceses.

Esos deseos eran naturales, pues su espíritu y su cuerpo tenían nece-sidad de alivio después de cinco años de agitación, inquietud y conspira-ción que acababa de conocer en Chile, Ecuador y Perú.

Hasta entonces, Bilbao nunca había criticado a Francia.* El viaje que emprendía iba a obligarlo a cambiar esta admiración que sentía desde su infancia por la nación y la cultura francesas. Vamos a seguir sus impre-siones de este viaje.77

* En realidad, la primera crítica y el distanciamiento de Bilbao respecto de Francia tuvo lugar con el artículo publicado el 4 de mayo de 1849 en la Tribune des Peuples, diario de París bajo la dirección de Adam Mickiewicz, reiterada en la carta de Bilbao a Andrés Bello del 31 de julio de 1849, y con posterioridad esta crítica es sistematica, como puede verse en los Boletines del espíritu de mayo de 1850 y en la Carta a Santiago Arcos de fines de 1853. Véase al respecto los dos artículos de Rafael Mondragón publicados en La Cañada. Revista del pensamiento filosófico chileno, nº 5, 2014: “Francisco Bilbao, la tormenta de 1848 y la fundación de La Tribune des Peuples: del liberalismo al anticolonialismo y el socialismo de las periferias” (pp. 10-62), y “1849: un pensamiento salvaje: Nota sobre el diálogo de Francisco Bilbao con las tradiciones radicales de la periferia de Europa” (pp. 65-103).

77 M.B., pp. CXL-CLV.

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París bajo el Segundo Imperio visto por Bilbao

Al llegar a París, después de un breve paso por Londres, Franciso Bilbao se enfrenta a un enorme contraste: venía de Gran Bretaña, país donde la prensa, las asambleas, el teatro, los tribunales, las asociaciones, le habían parecido libres. Llegaba de una nación donde no se veían soldados, donde el orden parecía reinar, donde no se exigía pasaporte, donde los delincuentes no huían según se decía. Desde que llega a Francia, Bilbao encuentra soldados: “la legión del sable” y la “legión negra”, cuenta, detie-nen a los viajeros para examinar sus pasaportes y examinar sus equipajes. ¡Medidas ridículas y vejatorias, escribe, reminiscencias feudales, conse-cuencias de los principios impíos del despotismo y de los más absurdos reglamentos!

Cuando desembarcan en Boulogne-sur-Mer, todos los viajeros son conducidos “como sospechosos” entre dos filas de soldados desde donde el barco atraca hasta el lugar de inspección. Sorprendido, Bilbao pregunta la razón. Le responden que el control de pasaporte y equipaje es obligatorio en Francia… Era la primera vez, después de Lima, Guayaquil, Panamá, Cartagena, Southampton y Londres, que debía mostrar un pasaporte, do-cumento abolido en Chile, en Perú, en Nueva Granada*, en casi toda América y en Inglaterra. Se había familiarizado con esta libertad y, en el momento de pisar “la patria de la gran revolución que proclamó todas las libertades”, debía sufrir un desengaño. ¡Comprendió que acababa de penentrar en “el Imperio”!

Por otra parte, las informaciones que le habían entregado en Lon-dres sobre la “temible” policía francesa, sobre la desconfianza de Bona-parte respecto a los exiliados, sobre los temores de los bonapartistas hacia todo lo que pudiera amenazar el régimen del 2 de Diciembre, todo eso,

* Colombia.

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agregado al hecho que llevaba consigo un ejemplar de los Châtiments de Víctor Hugo*, le indicaba la necesidad de llevar un pasaporte para entrar en Francia. Por fortuna, en el momento de embarcarse en el Callao el ge-neral Castilla le había procurado uno, que él sin embargo había olvidado hacer visar por el consulado de Francia.

— Usted no puede entrar a Francia.— ¿Por qué, señor?— Falta la visa del cónsul. Hágase a un lado y espere.Bilbao se ubica detrás de la barrera que separa a los gendarmes del

estrecho pasaje en que desfilaban los otros pasajeros, casi todos ingleses que iban a París para ver la exposición organizada en honor de la visita de la futura Reina Victoria. Una vez ahí, mantenido a distancia, contrariado por lo que le parecía una estupidez administrativa, reglamentaria y for-malista, característica de ese pueblo que tiene el vicio de la centralización y de las fórmulas —¡pues por doquier y dondequiera se perciben trabas, barreras, divisiones, distinciones, rejas, muros y bayonetas, en los buleva-res, en el teatro, en los ferrocarriles, por todos lados y a toda hora!—, y en ese momento él reflexionaba sobre la acogida que reserva al extranjero esta nación que pretende pasar por la más hospitalaria y la más cortés del mundo… Incluso las damas debían abrir y dejar controlar lo que trans-portaban en su equipaje. Finalmente, todo el mundo pasa, queda solo un momento con los policías y los soldados. Apareció luego un “alto perso-naje condecorado”, al que presenta su cuestionado pasaporte.

— ¿De dónde viene usted?— Del otro Mundo.— …?— Sí, del otro lado del océano.— …?

* Châtiments, par Victor Hugo. Bruxelles, Imprimerie Universelle, 1853.

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El funcionario imperial lo deja proseguir su viaje. Bilbao toma el tren a París, pensando que sería muy desagradable haber escapado de la cárcel de Lima para caer en los calabozos de Bonaparte.

En París reinaba el olvido, pero él recordaba siempre la sangre de los asesinatos del 2 de Diciembre. Recordaba siempre el juramento prestado, seguido del perjurio. Pero lo que le llenaba más el alma de dolor y a veces de desprecio era el recuerdo de los siete millones de votos, la tentativa más insólita de cubrir el abismo de todos los males.

A medida que observaba el estado político y literario se persuadía cada vez más que Francia había sido decapitada. Los más ilustres per-sonajes, aquellos que constituyen su gloria, en ciencia, en literatura, en poesía, en filosofía, en derecho, todos esos hombres que formaban una aureola de luz y fuego que iluminaba el mundo, estaban proscritos, exi-liados, destituidos, olvidados, anulados. Lamennais estaba muerto y no tenía sucesor. Arago también, sin haber prestado juramento al que jurara en falso. Michelet desterrado, por la misma razón. Víctor Hugo exiliado en Jersey concentraba toda su indignación y su desprecio para arrojárselos en la cara al perjuro. Edgar Quinet se encontraba exiliado en Bruselas, con la serenidad de los antiguos que muestran una estrella en medio de la tempestad. En resumen, Bilbao encontraba a Francia privada de su aura, vuelta muda, tímida, paralizada, no tanto por el espanto de los asesinatos y los exilios, cuanto por la conciencia de su complicidad moral.

Incluso la fisonomía de los habitantes le parecía que había cambia-do. Descubría una fealdad general, un aspecto que no era ni francés, ni inglés, ni alemán; [que era] el producto del adulterio de las invasiones, de la prostitución de las conciencias; una nación, una raza, que no tenía otro consuelo que decir: “¡Ved cuán bellos ejércitos, y qué valientes sol-dados!”

Bilbao visita el Barrio Latino, antes lugar de toda inteligencia, es-pacio de la juventud y la belleza, donde Michelet y Quinet difundían la

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atmósfera radiante y fecunda de la palabra más universal y heroica. ¡Y bien! El Barrio Latino estaba mudo.

“¡Triste espectáculo!”, deplora Bilbao. Ya no hay conferencias, estu-dios, discusiones. “¿Qué se hizo la audacia de tanta inteligencia? ¿adónde los latidos de tanto noble corazón? Nada, todo lo puro y todo lo grande vive en el destierro. El sofisma se extendía sobre los que quedaban, y la conformidad bizantina tranquilizaba a los que debieran vivir trabajando o sufriendo por la causa que habían ahogado”.

Bilbao no se siente bien en ese París, que en tan pocos años ha cambiado tanto. Se siente asfixiado. Cada día pasea por los lugares que antaño había frecuentado. No vuelve a encontrar a las personas que cono-cía. Desea intensamente ver a Quinet y confiarle sus impresiones, hacerle preguntas, escucharlo. Para hacerlo debe ir a Bruselas.

Antes de dejar París, Bilbao va a inclinarse ante la tumba de La-mennais. Una cruz de madera marca el lugar que éste ocupaba en la fosa común. Allí se arrodilla para rendir homenaje al hombre que ha amado y al que debe tanto.

En el momento de partir a Bruselas, entrega a la imprenta el texto de la obra que había escrito durante el exilio en el Perú: Lamennais como representante del dualismo de la civilización moderna.*

Visita a Edgar Quinet en Bruselas

Desde París, Bilbao había escrito a Edgar Quinet, que se encontraba en el exilio en Bélgica luego del golpe de Estado del 2 de Diciembre de

* Bilbao comenzó la redacción de su libro sobre Lamennais en Guayaquil y lo terminó de escribir en París, publicándolo al regreso de su estadía en Bruselas a comienzos de 1856. La “Dedicatoria” aparece fechada en París el 1º de febrero de 1856.

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1851. La respuesta llena de entusismo de Edgar Quinet no tarda en llegar a Francisco Bilbao:

Bruselas, 13 de julio 1855.Estimado amigo. ¡Bienvenido sea! ¡No poder darle un abrazo! Está usted, pues, nuevamente en el viejo mundo. ¡Cuántas cosas verá que han cambiado! Pero usted, usted no ha cambiado, ni yo tampoco, ni ninguno de aquellos que usted ha conocido. Nada de lo que ha ocurrido nos ha sorprendido; hemos padecido ciertos acontecimientos mucho antes que se produjeran. Hoy, cuando éstos se consuman y pesan sobre nosotros, el tiempo del dolor ha pasado. Hemos bebido nuestro cáliz hace seis años, durante eso que se suele llamar días felices. Actualmente tenemos de nuevo derecho a esperar que semejantes experiencias no sean pura pérdida para aquellos que las necesitaban. Así, querido amigo ¡adelante! Leo con profunda satisfacción vuestras dos obras. ¡Ah! ¡Qué enorme clamor habéis lanzado en las Cordilleras!Le aseguro que no hay potencia en el mundo capaz de ahogar un grito similar.Nada más vivificante, más fortalecedor, que escuchar esa voz ardiente de Chile que responde a todos mis acentos. No, no enterrarán nunca nuestra palabra, pues usted la ha sembrado junto a la vuestra en esa naturaleza del Perú y Chile que deseo tanto conocer y que usted me ha revelado. Desearía que se tradujeran todos los volúmenes que usted me ha enviado, calentarían nuestra fría tierra. ¡Adiós! ¡No! ¡Hasta pronto! Vuestro pensamiento me rejuvenece en siete años.Envío unas palabras para mi librero Chamerot. Deseo también que usted lea mi Filosofía de la Historia de Francia en la Revue des Deux Mondes, 1º de marzo de 1855. Así, habremos reanudado el hilo. Con afecto, un abrazo de todo corazón. ¡Cómo se alegrará Dessus! Vuestro EDGAR QUINET 78

Desde que llega a Bruselas, Bilbao se precipita a la casa de Edgar Quinet. Él mismo nos cuenta su visita:

Fue una sorpresa para él, pero no él para mí. Está fuerte, tranquilo, sus cabellos han encanecido y sigue trabajando sin cesar. Todos los días nos vemos y todos

78 E. Quinet, Cartas del exilio, t. I, p. 237.

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los días me siento a su mesa. Figuraos nuestras variadas conversaciones. Me ha presentado a los desterrados, sus amigos profesores, diputados, escritores, hombres todos de los bellos tiempos que soportan con dignidad y esperanza su destierro. En ellos vive la moralidad ahuyentada de la Francia. Reina entre ellos fraternidad de inteligencia, de corazón y de esperanza. Aquí me he impuesto de lo que trabaja la numerosa proscripción de Bonaparte. Pascal Duprat, antiguo representante del pueblo, ha organizado una revista que sirve de órgano a la li-bertad del mundo. En ella escriben los primeros hombres de Italia, de Hungría, de Polonia, de Bélgica, de Alemania. Es la revista del porvenir. En ella se salda su cuenta al pasado, se unifican las ideas, se dan a conocer las aspiraciones legí-timas de los pueblos, se sigue el movimiento científico y se despeja la incógnita futura que se precipita sobre el mundo. En Bélgica, gracias a la libertad de la prensa, se han hecho publicaciones republicanas: El 2 de diciembre y el código penal, por el representante Dufraine; el libro Las tablas de la proscripción, por P. Duprat. En Jersey, un diario republicano redactado por Ribeyrolles, de la antigua reforma. Quinet ha escrito cuatro obras magníficas. En fin, he vivido en la atmósfera de la honradez, porque la causa de los republicanos franceses se ha identificado con el honor proscrito, he vivido en la atmósfera de los grandes espíritus y de las grandes aspiraciones. En Bruselas he revivido, los proscritos me han hecho volver a tener fe. Las noticias de América que ha dado vuestro proscripto hermano, han regocijado a los proscritos de acá. Porque, a pesar de haberme expulsado por la causa de la libertad, toda la América camina, cada año es una conquista y lo que más los ha sorprendido es mi afirmación de que el mundo americano pertenece definitivamente a la República. 79

Bilbao había llegado a Bruselas a fines de septiembre, época del año en que se conmemoraba la independencia de Bélgica respecto a los Países Bajos adquirida en 1830. Se sorprendió bastante al ver desfilar a nume-rosas asociaciones libres detrás de sus banderas y constatar el entusiasmo tranquilo de los belgas. Su independencia la llevan en el corazón. Aman su nación. Se comprende ese deseo, piensa él, en un país que ha pasado por tantas manos y que ha servido de tránsito a todos los ejércitos de Europa.

79 M.B., pp. CLXIV-CLXV, reproducción de una carta de Francisco Bilbao a Manuel Bil-bao.

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La emancipación espiritual de América

Al volver a París, la reflexión de Bilbao sobre la situación de Europa y en particular de Francia lo lleva a pensar que América, para cumplir su vocación por la libertad universal, debería comenzar por “emancipar su espíritu” de la influencia europea que se dejaba sentir en sus costumbres, en su educación y en su cultura, que tenían como modelo.

Inspirado en esta idea, Francisco Bilbao convoca a una reunión de los hispanoamericanos que se encuentran en París. Los invita a volver a América, cada uno a su país, y hacer propaganda a favor de un “Congreso federal de las repúblicas hispanoamericanas”, destinado a establecer un núcleo para contener la influencia de las monarquías, a luchar contra las teorías absolutistas y a realizar la patria universal: la República… Con ese propósito, les leyó un discurso notable.* Este discurso suscita un autén-tico eco en el Nuevo Mundo.** Provoca igualmente la entusiasta apro-bación de los amigos franceses de Bilbao. Edgar Quinet, por ejemplo, le escribe poco después:

Spa, 8 julio 1856.Querido amigo. El discurso sobre El Congreso Normal es sin duda una de las mejores cosas que se hayan hecho en América; usted ha encontrado las palabras adecuadas para una idea de tal magnitud. Se percibe en cada página que una acción importante nacerá de vuestras palabras; hay acontecimientos en germen en vuestro discurso; es el clamor de los asuntos de todo un continente. Usted proporciona una formidable respuesta a la agresión de los Estados Unidos, les lanza el guante; ellos no olvidarán la barbarie demagógica. Ciertamente es útil mostrarles que no todo les está permitido y que los araucanos existen aún.

* La conferencia fue dictada el 22 de junio de 1856 y publicada el 24 de junio con el título Iniciativa de la América. Idea de un Congreso Federal de las repúblicas. París, Imp. D’Aubusson y Kugelman, 1856.

** Por ejemplo, fue reproducido en el diario El Siglo Diez y Nueve de México el 20 de noviembre de 1856.

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Pero no olvide, por otra parte, que el viejo mundo, curioso, crédulo, estéril, venenoso, le escucha, y espera sólo una oportunidad para aprovecharse de sus discordias: ¡hay que aplastar a los Estados Unidos, sin lo cual la libertad [no] estará a salvo, y con ella la esperanza y el honor de la especie humana!Quizás esta sería la manera de detener la ambición de los Estados Unidos: mos-trarles una Europa decrépita rumiando sus rencores, pero lista para lanzarse contra el Nuevo Mundo desde el momento en que lo vea dividido y armado contra sí mismo. No les quepa duda, a unos y a otros, que el ruido de la libertad americana es intolerable para toda nuestra sociedad esclava. Ellos se reunirán en cuanto vean una oportunidad. No sólo España espera aportar su parte a la esclavitud. Vigilad pues a los Estados Unidos, pero vigilad también a los godos80 de Europa.Los Estados Unidos se parecen hoy a la joven Grecia bárbara y floreciente frente al viejo Oriente sacerdotal y esclavo. Es Grecia la que terminó por conquistar la tierra de Isis y Osiris.¡Valor, querido Araucano! Luchad en libertad, pues aquí nosotros no podemos ya combatir y hablar sin nuestras cadenas. […]81

Cuando la obra de Bilbao Lamennais como representante del dualismo de la civilización moderna sale de las prensas de la imprenta de D’Abusson y Kugelmann, el autor se apresura en hacer llegar un ejemplar a su amigo en Bruselas. Edgar Quinet confiesa haber “devorado” la obra de Bilbao con inmenso interés:

Bruselas, marzo 4 de 1856.En estos momentos tan dolorosos, acompañados de tantas calamidades, he re-cibido vuestro libro y en el acto lo he devorado. Nuestro gran Lamennais se habría sentido feliz al verlo. Le habéis construido un noble sepulcro con rocas de las Cordilleras. Yo me figuro que en este mismo momento, él sonríe de gozo

80 En América Latina se llamaba godos a los europeos, por oposición a los indígenas. Hoy en día ese término despreciativo es utilizado de la misma manera en las Islas Canarias por la propaganda separatista, para designar a los españoles originarios de la España continental.

81 M.B., p. CLIII y E. Quinet, Cartas del exilio, t. I, pp. 283-284.

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al sentir este eco tan brillante de su pensamiento. Sí, debe sentirse revivir en esta tierra en las palabras que os ha inspirado. Esa mezcla de las almas que se agitan la una sobre la otra y se perpetúan en esta vida la una por medio de la otra, es evidentemente uno de los más grandes y más elevados misterios de nuestro destino.Continuad, querido amigo. Cada día veo irradiaros más y más, penetrar en la pura luz. Mis años, entre los cuales cuento algunos muy pesados, no me impi-den el seguiros. ¡Oh! hijo querido de la América, que respiráis en ese mundo un aire más fácil, el aire del porvenir. Acá, mientras tanto, todo es embarazante y cargado de sombras, todo está encadenado; no nos queda más libertad que la del corazón. Hijo querido de la libertad, amadnos, no nos olvidéis, aun cuando nos veáis sumergidos en el infierno de la esclavitud.Os recomiendo la segunda y última parte de mis Roumains. No busquéis en ellos un ideal, es quizás todo lo contario. Por lo demás, ¿a qué explicarme?, vos me habéis siempre adivinado.

Os amo y os abrazo E. Quinet. 82

Después de un nuevo viaje por Italia*, Francisco Bilbao decide vol-ver a América. Está convencido del rol político que piensa jugar a favor de los países de lengua española del continente sudamericano. Las palabras de Quinet no pueden más que estimularlo.

82 O.C., t. IV, p. 1.* El viaje a Italia es anterior a la lectura de Inciativa de la América el 22 de junio, entre

comienzos de marzo y fines de mayo de 1856.

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CAPÍTULO V

Grandes proyectos para América Latina,

o el testamento de un hijo espiritual de Lamennais,

Quinet y Michelet

Francisco Bilbao desembarca en Buenos Aires en abril de 1857, donde decide quedarse. No puede, por lo demás, ir a Chile, ni a Perú, pues permanece todavía proscrito.

Sobre el barco que lo llevaba al Nuevo Mundo, daba vueltas a esa idea de confederación americana que lo había entusiasmado tanto en Pa-rís. La idea no era nueva. Bolívar la había proclamado, sin éxito. Bil-bao pensaba hacerlo mejor. Estaba, antes que nada, resuelto a ponerse en campaña para difundir su proyecto. En su Diario íntimo regitró los sentimientos que lo embargaban:

Marinero en el océano, compañero del Dante en la nave de la amistad o en la caravela de Colón tras un mundo nuevo, ánimo en la inmensidad siempre inmensa, ánimo en medio de los horizontes que huyen, porque la palabra de la fe ha designado y describe los perfiles magníficos de la tierra que buscamos.Cada día, a la hora de la tarde, en medio de las soledades del océano, cuando la luz se despide del cielo y de las aguas, escucha la oración de vida; y los pasos del espíritu que preceden nuestra marcha.En ese horizonte que dejo a retaguardia me parece que veo sumergirse las men-tiras de la vieja Europa; y en ese horizonte que mi vista y corazón devoran a vanguardia, me parece que veo aparecer las torres, las montañas, las banderas victoriosas de los pueblos republicanos de la América. 83

83 M.B., p. CLIV.

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¡Establecer una República universal en la América española! Argen-tina quizás fuera el país más favorable para este proyecto. ¿Cuál era la situación política de la República Argentina en 1857? Parece necesario relatarlo a grandes trazos, para comprender mejor el rol que Bilbao quiere jugar.

Desde la independencia, la república Argentina, como todas las an-tiguas colonias españolas de América, se había enzarzado en una lucha originada por el choque de las ideas heredadas de la monarquía y aquellas que intentaban hacerlas desaparecer. Había así un enfrentamiento entre dos tendencias: conservadurismo y reforma. Dos partidos representaban a esas ideas: los “unitarios”, partidarios de un gobierno centralizador, y los “federales”, partidarios de una federación de gobiernos locales. Los primeros deseaban para la Argentina una república gobernada por las ins-tituciones de la capital; los otros, una república federal dotada de institu-ciones semejantes a aquellas de los Estados Unidos de América del Norte. El conflicto entre los dos partidos generaba naturalmente la anarquía. Ésta había conducido a la dictadura de Rosas. Representante del partido federal, Rosas había practicado una política a veces más unitaria que sus más feroces adversarios. Veinte años de despotismo, muchas veces san-griento, que muchas veces hizo desaparecer a los partidos y que explota el sentimiento federal, tuvo como consecuencia hacer de los “unitarios” los representantes más humanitarios de las víctimas causadas por la persona-lidad del dictador.

El régimen de Rosas —la mayor parte de los historiadores recono-cen que no fue solamente negativo— tuvo una consecuencia indirecta, confirió a los intelectuales y los escritores argentinos el sentimiento de poseer en su conjunto la misma causa que defender: el odio a la dictadura, el amor de la libertad, la liberación de las trabas morales, ideológicas y religiosas. Es una de las más brillantes épocas literarias de Argentina. Es el comienzo de la conciencia nacional.

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En 1852, los “unitarios” y los “federales” —éstos últimos cansados de verse traicionados por Rosas— se unen y se rebelan. El 3 de febrero, Rozas es vencido por un tránsfuga del rocismo, el general Urquiza. La dictadura desaparece, pero se ignora cuál de los dos partidos es el ven-cedor. Urquiza, que sucede a Rosas, da en 1853 una constitución libe-ral y federal a la Argentina. Esta constitución —que va a durar hasta el gobierno de Perón— respeta la autonomía de las provincias, mas deja al gobierno central la facultad de intervenir para rechazar alguna invasión extranjera, para restablecer el orden o para garantizar la forma republicana de gobierno. Esta constitución de 1853 se inspiraba en gran medida en la constitución de los Estados Unidos. En materia religiosa, adoptaba una especie de compromiso entre el principio de la libertad de cultos y aquel de la religión de Estado.

Sin embargo, en 1854 fue promulgada para las provincias una cons-titución contradictoria respecto a la de 1853, que se aplicaba al conjunto del país. La nueva constitución proclamaba la exclusividad del culto cató-lico. Había así dos constituciones, una de inspiración liberal y falsamente unitaria para Buenos Aires, la otra absolutista y falsamente federal para las provincias. La situación se hacía inextricable.

Tal era el ambiente político en Argentina en 1857, cuando desem-barca Bilbao. Frente a una situación así de compleja, Bilbao se lanza en una lucha ideológica. Para eso funda la Revista del Nuevo Mundo. Propone la emancipación de la razón como punto de partida de la “regeneración moral”. En política empuña la bandera del nacionalismo y proclama la unión de Buenos Aires al resto de la confederación argentina.

Desde Bruselas, Quinet aplaude el nacimiento de la nueva revista: Amigo querido,Vuestra carta y la Revista del Nuevo Mundo me llegan en el momento en que acabamos de recibir la noticia de la muerte del general Cavaignac. En todas circunstancias y en todo tiempo llegáis a propósito como un gran consuelo. En

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medio de nuestros reveses, me digo que vos existís, que vivís sobre la misma tierra que nosotros, y es un verdadero consuelo poder pensar que después de todo hay en el mundo una alma tal como la vuestra, con la cual conversamos, a pesar de las distancias, y que la tomamos de testigo en todas las grandes y solemnes ocasiones.La biografía que habéis hecho de mí es un ideal que yo debo esforzarme de al-canzar. A este título es que la acepto en todas sus partes. Debo querer que cada una de las palabras que habéis pronunciado sobre mí llegue a ser una verdad. Es así como un amigo puede empujar a un amigo hacia su destino y obligarle a llenarlo. […] Bruselas, noviembre 3 de 1857. 84

La unión de Buenos Aires al resto de la confederación argentina, preconizada por Bilbao, aparece como una tabla de salvación a los ojos del partido federal, pero provoca, al mismo tiempo, una nueva polémica. Se trataba de unir la República Argentina con una constitución única, federal y liberal. Bilbao tiene contra él a los católicos, partidarios de la unidad religiosa, y al partido unitario, hostil al federalismo y defensor de la libertad de culto inscrita en la constitución de 1853. Bilbao resiste a todos los ataques e invectivas, hace frente al desborde de los partidos y a la exaltación de las opiniones religiosas. Sigue a la cabeza de la Revista que ha fundado hasta diciembre de 1857.* Prosigue después su actividad en la redacción del diario El Orden, pero en agosto de 1858 renuncia pues el editor del periódico rehúsa publicar uno de sus artículos, titulado “El conflicto religioso”.**

Durante su colaboración con El Orden, Urquiza, siempre en el po-der, le propone una subvención mensual de 6.000 pesos destinada a sos-

84 M.B., p. CLX.* La Revista del Nuevo Mundo (Buenos Aires, Imp. y Lit. J. A. Bernheim) aparece quince-

nalmente entre julio y diciembre de 1857.** Bilbao tomó la redacción del diario El Orden de Buenos Aires el 7 de marzo de 1858 y

permanece en él hasta su renuncia el 7 de septiembre del mismo año.

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tener la publicación de ese diario que, en definitiva, defendería el punto de vista del gobierno. Bilbao la rechaza.

La agitación continúa en Argentina. Al mismo tiempo, Bilbao sigue haciéndose escuchar a través de la prensa. Se hace miembro del “Club li-terario” y orienta la tarea de ese “crisol de regeneradores” con un discurso que se hará célebre: La Ley de la Historia.* Su actividad es muy intensa: funda un “club racionalista”; se enrola en la francmasonería argentina; or-ganiza una asociación paraguaya encargada de actuar a favor de la libertad del Paraguay; lanza un llamado a la juventud de Brasil y a todos los jóve-nes partidarios de la “regeneración” de todos los países. Se esfuerza a través de su entusiasmo y sus convicciones de conducir todas esas asociaciones a lo que es para él la religión universal: la República, tal como él la entiende.

El general Urquiza busca aun ganarse la simpatía de Bilbao, ya que no su concurso ideológico. Insiste en que le conceda una entrevista. Bil-bao se hace de rogar, pero finalmente acepta. Urquiza le explica que su único propósito es lograr la unidad de Argentina, y que no tiene ningu-na ambición personal. Que comparte sus opiniones, que lo considera un brillante defensor del nacionalismo argentino, en resumen, que se cuenta entre sus admiradores. Le expone su plan de acción: unificar la República Argentina haciendo entrar a Buenos Aires en la confederación.

Bilbao se deja convencer. Urquiza le parece el hombre adecuado para la situación, capaz de realizar, más allá del problema argentino, la confederación americana con la que sueña Bilbao desde su segunda esta-día en París.

Poco tiempo después, Urquiza invita otra vez a Bilbao, al que de-sea pedir consejo. En efecto, han surgido algunos desacuerdos entre el

* Véase nuestra edicón en Francisco Bilbao. Edición de las Obras Completas. Tomo 4, Inicia-tiva de la América. Escritos de filosofía de la historia latinoamericana. Santiago, El Descon-cierto, 2014, pp. 136-167.

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Paraguay y los Estados Unidos. Urquiza debe servir de mediador. Bilbao le presta ayuda, y para eso viaja de Buenos Aires a la ciudad de Paraná, que es la sede de la confederación. Parece haber una buena relación entre ambos hombres. Llega el momento de la acción. Urquiza convierte a Bil-bao en su portavoz en las provincias de Argentina. En 1859 le encarga la dirección del periódico El Nacional Argentino.* Bilbao porta el estandarte de la unidad nacional en nombre de Urquiza. La guerra estalla. El general Urquiza encabeza las tropas de las provincias y marcha sobre la capital. Buenos Aires está defendida por el general Mitre. El 23 de octubre, Ur-quiza triunfa en Cepeda. Mitre se refugia en Buenos Aires, que Urquiza sitia de inmediato. Se firma la paz el 11 de noviembre de 1859. Buenos Aires se compromete a entrar en la confederación, después de una revi-sión de la constitución de 1853. Triunfa la unidad nacional. La Argentina se convierte en una república federal. Bilbao estima que es una primera victoria. El mismo se encuentra en la cúspide de su popularidad. La ciu-dad de Cepeda, Paraná, lo aclama como un héroe85 Por su parte, puede escribir a Quinet: “Empeñado en una gran causa, la de la integridad de la República Argentina, después de dos años de grandes trabajos, acabamos de triunfar. La República se ha salvado. Volveremos vencedores a Buenos Aires.** Estamos en días de alegría”.86

* Bilbao tuvo la redacción del diario El Nacional Argentino de Paraná entre el 15 de abril y el 22 de diciembre de 1859.

85 M.B., pp. CLVII-CLXIX.** En Buenos Aires está de regreso a los primeros días de 1860.86 Noviembre 1859, Mme. Quinet, Memorias del exilio, t. I, p. 291.

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El matrimonio de Francisco Bilbao

La fortuna política de Bilbao tenía siempre como contracara las di-ficultades con los hombres de Iglesia.

A pesar de que su salud se hacía cada vez más frágil, Bilbao se casó en Buenos Aires en diciembre de 1863. Excomulgado antes, se ve obli-gado a solicitar una autorización especial al Obispo. La carta que escribe explica las razones de su demanda y da luces sobre su opinión religiosa.

Reconozco como verdaderos los dogmas de la existencia de Dios y de la inmor-talidad del alma, o, para mayor claridad, no profeso ninguna de las religiones que se llaman positivas o reveladas. Mi religión es la natural. Pero como la legislación eclesiástica en lo relativo a matrimonio ha sido declarada ley del Estado, solicito…87

El Obispo le niega la autorización. Bilbao se dirige entonces al Nun-cio Apostólico. Éste entra en discusión y se esfuerza por reconciliar a Bil-bao con el catolicismo. Ambos discuten incluso acerca de la divinidad de Cristo. Como último recurso, el prelado le hace notar: “Piense ud. en que nació católico, en que pertenece a una familia noble…”. Bilbao le inte-rrumpe: “Sí, fui católico, cuando aún no reflexionaba, y en cuanto a lo de noble le diré que yo no lo soy, yo soy roto, hombre del pueblo”.

El Nuncio no obtiene nada de su cliente, pero escribe al Obispo: “¡cáselos Ud. como a protestantes!” El Obispo le hace notar que Bilbao no es protestante, que ha sido bautizado en la religión católica, que la joven es católica. El Nuncio insiste, indicándole que la palabra “protes-tante” debe ser entendida en el sentido según el cual Bilbao protesta del catolicismo y que el bautismo no impone de ninguna manera un carácter católico indeleble.

87 M.B., pp. CLXXV-CLXXVI.

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Luego de largas tergiversaciones, el Obispo termina por aceptar y autorizar el matrimonio. Sin embargo, exige que Bilbao se comprometa a respetar las tres condiciones habitualmente requeridas para los matrimo-nios mixtos: no impedir que su pareja católica practique su culto; bautizar a sus hijos y asegurarles una educación católica; no impedir que el consor-te católico convierta al que no lo es. En los hechos, no se trataba para nada de un matrimonio con disparidad de culto o de religión.

Aunque estaba convencido de que su futura esposa no era católica y que sus creencias concordaban con las suyas, Bilbao consulta con su pro-metida. Ella acepta las condiciones impuestas, a sabiendas de que ellas no podían aplicarse en su caso. El matrimonio se hizo. El sacerdote sólo jugó el rol de representante de la autoridad civil. No hubo ninguna ceremonia religiosa, ni una sola palabra litúrgica, ni la menor bendición. Los novios se mantenían de pie, el sacerdote les pregunta:

— Señorita, aceptáis por marido al Sr. D. Francisco Bilbao?— Sí.— Señor, aceptáis por esposa a la señorita doña Pilar Guido.— Sí.— Yo os uno en matrimonio.Eso fue todo. El sacerdote católico acababa de realizar un matrimonio

civil. Bilbao había logrado lo que se proponía: constituir un precedente en Argentina y laicizar un acto religioso. Esperaba que se siguiera el ejemplo.

Últimas actividades de Bilbao

La salud de Bilbao había empeorado ostensiblemente en los últimos años. Sufría, en efecto, de una enfermedad pulmonar. Los médicos le ordenan reposo. Había vuelto a Buenos Aires y abandonado un poco la actividad política. Se siente, por otra parte, decepcionado por los hombres

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y los partidos. Se arrepiente de haber ayudado a Urquiza cuando advierte el giro que asume la política de este hombre de Estado.

Condenado a la inacción por la enfermedad, se entera de la ocupa-ción de Santo Domingo por España y de la invasión de los franceses en México. Advierte que las monarquías atacan repúblicas hermanas. Esos graves atentados lo ponen fuera de sí. En un arrebato de energía, olvida las prescripciones médicas y se precipita para tomar su lugar en la vida pública del continente americano. Junto a Juan Chassaing, un hombre de acción, amigo suyo desde hacía mucho tiempo*, Bilbao inunda la pren-sa con sus artículos y fomenta nuevamente la creación de asociaciones que afirman que el pueblo argentino defiende como suya la causa de esas “naciones hermanas” agredidas, expresando su solidaridad con ellas y re-colectando subsidios para ellas. Se asiste al nacimiento de un sentimiento que une a las diferentes repúblicas hispanoamericanas. Es la primera vez que en Argentina se sienten solidarios con el pueblo mexicano. Bilbao se encuentra en la fundación de ese movimiento.** Le parece que la in-dependencia de América —que la generación precedente había luchado tanto por conquistar— se encuentra amenazada. El espíritu republicano, por el cual lucha con tanto empeño, le parece en peligro. Una vez más, la poderosa voz de Francisco Bilbao se levanta, con todo el ardor del ameri-canismo, contra los invasores:

Sin castas, sin nobles, sin privilegios, sin monarcas, sin mentiras, hicimos tabla rasa en un mundo que purificábamos para que recibiese la inscripción del eter-no y la animación inmortal de la libertad. Conciencia de justicia y de la fuerza

* Juan Chassaing es el director del diario El Pueblo de Buenos Aires y es a quien dedica La América en peligro en 1862. Muere prematuramente en 1864.

** Los textos de Bilbao en la prensa argentina sobre este punto en particular han sido reunidos en Francisco Bilbao. Edición de las obras Completas de Francisco Bilbao. Tomo 4, Iniciativa de la América. Escritos de filosofía de la historia latinoamericana. Santiago, El Desconcierto, 2014.

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del derecho, visiones sublimes de la humanidad libertada del terror religioso y de la obediencia servil, comunicación directa con el Ser-Supremo, la Revolu-ción de la Independencia y el establecimiento de la República fue la revelación del mundo Americano. Ese fue nuestro testamento. Tal ha sido la herencia que debemos conservar para transmitirla a nuestros hijos. Y es ese testamento de ideas y de porvenir con su herencia territorial que se ven hoy amenazados.88

En Europa, Edgar Quinet condena con fuerza la expedición fran-cesa a México.89 En América, Bilbao traduce y difunde el Manifiesto de Quinet.* En Argentina, Bilbao le reprocha a Urquiza su silencio culpable y denuncia la apatía de la Confederación.

Apesadumbrado al sentirse tan poco escuchado, tan incomprendi-do, Bilbao se niega a dejarse abatir. Desea proclamar bien alto en toda

88 “A los Argentinos”, M.B., pp. CLXIII-CLXVII.89 E. Quinet, L’Expedition du Mexique, Paris, 1862. El mismo Quinet escribe a Bilbao el

24 de febrero de 1862: “Querido amigo. ¡Qué fecha, y nosotros separados por estos abis-mos! Aniversarios como estos parecen hoy un juego y una ironía. Usted sabe si mi pen-samiento está con usted. Yo querría poder imaginar el campo en que se encuentra usted. Los saludos de tantos amigos, que le buscan en esa lejanía, deberían serle reconfortantes. Cada soplo de viento que pasa lleva de parte nuestra una amistad, un llamado, una pala-bra de corazón; y todo se resume así: «¡Recuperad la salud! ¡Dadnos una señal de que os sentís mejor! ¡Nos hace falta!». / No diré nada de lo que me pesa en este momento. ¡Esa expedición a México! Se necesitaron once años para que el Dos de Diciembre franqueara el océano. He ahí que intenta implantarse en América. El Nuevo Mundo ¿será asfixiado al nacer? ¿Se acabará de golpe con la cabeza del género humano? Se quiere alcanzar y ex-tirpar la esperanza y el porvenir mismo, no solamente de una nación, sino de un mundo entero. Se ha envilecido la Europa. Ahora toca a las dos Américas pasar bajo el mismo yugo. El Dos de Diciembre habrá dado así la vuelta al mundo. Ese es el proyecto. ¿Será la humanidad cesarista y decembrista? Es ella quien debe responder. / Querido amigo, vuestra fotografía está aquí, cerca nuestro. La miro y espero, a pesar de todo; es un deber de hombre, pese a que tenemos en este momento contra nosotros a los pueblos y sus jefes y, en suma, la tierra entera. La conciencia humana ha sido abolida. Guardémosla en no-sotros. Pero para eso es preciso, querido Pancho, que se mejore muy rápidamente y nos lo haga saber usted mismo. Mis saludos calurosos para vuestra hermana [Quiteria]. Un abrazo. Tuve el gusto de encontrar al Sr. [Guillermo] Matta. Recibirá luego mi volumen sobre la Campaña de 1815. Edgar Quinet”. Cartas del exilio, t. II, pp. 176-178.

* La expedición de México, por el señor Edgardo Quinet. Buenos Aires, Imprenta y Litografía a vapor de Bernheim y Boneo, 1862. Traducción y prólogo de Francisco Bilbao.

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América el peligro que la amenaza, proponer las medidas para salvarla de esa situación, que le parece dramática, y asegurar la permanencia de la República para el futuro. Publica, con ese propósito, un libro titulado La América en peligro. La obra comienza con una dedicatoria: “A los señores Edgar Quinet y Jules Michelet, ex profesores en el Collège de France”. Ex-traemos aquí algunas de sus líneas, llenas de entusiasmo y pasión:

Reflejo de esa antorcha que sobre la Europa sacudíais, eco de ese trueno que hacía estremecer las catedrales y los tronos, palabra de vuestra palabra con la que en el banquete de la revolución alimentábais a la Francia y a sus huéspedes, es esta obra que os dedico, maestros amados.Lejos de vosotros, con vosotros vivo. […]Al pie de vuestras cátedras nos encontrábamos reunidos, y elevados a la po-tencia del sublime, los hijos de Hungría, de Polonia, de Rumania, de Italia, de América. Casi todas las razas tenían allí representantes, y vosotros el corazón de la Francia para todas las razas, y la palabra inspirada para revelar a cada uno su destino, su deber, en la armonía de la fraternidad y de la justicia. Era una imagen de la federación del género humano. […]De allí partimos para Oriente y Occidente. Poco tiempo después, extraordina-rio movimiento agitaba a naciones sepultadas, despertaba a otras que dormían, iluminaba a algunas sentadas a la sombra de la muerte. Y en esa línea de batalla que coronó las alturas y encendió los fuegos que se reflejaron en los valles del Danubio y de los Andes, de los Apeninos y del Rhin, se concentraban discípu-los vuestros, que imponían la palabra de orden al tumulto y daban dirección al movimiento. ¡Y bendecíamos la Francia! Y hoy que vuestra patria nos hiere, hoy que la tremenda espada de la Francia atraviesa el corazón de mis hermanos de México, hoy vengo a pedir a mis maes-tros justicia contra la Francia.Tú lo has dicho Quinet: ‘Si la patria se muere, sé tú mismo el ideal de la nueva patria’.Tú lo has dicho Michelet: ‘El derecho es mi padre, y la justicia es mi madre’.Pues tu padre y tu madre maldicen a la Francia.Bien sabéis si he amado a vuestra patria. Ha habido un tiempo en que la juven-tud, y aun partidos en América, rivalizaban en amor y admiración para con ella. Hoy temo que el perjurio aceptado y aun glorificado por la enorme mayoría de

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la Francia, no la haga detestar del Universo. […] La República [en Francia,] se dejó pisotear por el pigmeo, calzado con las botas del gigante.No importa. Vosotros sois representantes del vínculo moral del universo. Tenéis la magistratura del genio y de la virtud. Hablad y juzgad, y si la Francia no escucha, las piedras escucharán y lapidarán a los perjuros y traidores. Vuestro discípulo, Francisco Bilbao.90

Algunos meses más tarde, Quinet le responde a Bilbao y lo felicita por sus trabajos:

He recibido vuestras dos cartas, así como La América en peligro y la preciosa traducción de mi obra. Todo me ha encantado. ¡Qué dicha he experimentado, al leer la América en peligro! Me parece que me siento vivir con vos en la otra extremidad del mundo. Pudiera decirse que existe entre nosotros una cadena eléctrica que nos pone en comunicación al través del océano. Jamás os habéis mostrado más enérgico. Cada palabra es una verdad y una fuerza. ¿Y qué os diré de la dedicatoria? Estábamos, a Dios gracias, unidos por todo lo que hay de más duradero; acabáis de agregar un nuevo lazo a tantos vínculos tan queridos y que datan de tan lejos.Vuestra América, y vuestro prefacio a la traducción deberían sin duda ser tradu-cidos; espero conseguirlo; pero vosotros por allá sois libres, y nosotros!...

E. QUINETJulio 25 de 1863.91

La América en peligro despierta, una vez más, la acrimonia del clero contra Bilbao. El obispo de Buenos Aires se pone a la cabeza del movi-miento, publicando una carta pastoral en la que ataca a Bilbao, prohibe la lectura de su obra y pretende refutar su idea central según la cual cato-licismo y libertad se excluyen mutuamente.

90 O.C., t. II, pp. 1-3.91 M.B., p. CLXVII.

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Bilbao responde inmediatamente y refuta el documento episcopal publicando una Contrapastoral, en que ridiculiza al obispo. Tiene éxito, pues el prelado se mostró muy poco hábil. Satisfecho al verse reconocido por la mayor parte de los periódicos de Buenos Aires, Bilbao sale triun-fante de lo que él llama “la derrota clerical”. Las opiniones habían evolu-cionado mucho desde lo que fuera el escándalo de Sociabilidad Chilena.

En febrero de 1864, Francisco Bilbao publica en Buenos Aires una traducción realizada por él de La Vida de Jesús de Ernesto Renan. Agrega un largo prólogo92 que intitula La revolución religiosa.

En abril del mismo año un nuevo incidente sacude la opinión ame-ricana. Una escuadra española invade el archipiélago de las islas Chinchas, posesión peruana situada en el territorio marítimo del Perú. El ataque re-cuerda los tiempos heroicos de las guerras de independencia. Chassaing y

92 O.C., t. II, pp. 177-215. A fines de enero, Quinet le escribe: “Veytaux, 31 enero 1864. / Querido amigo. En este último día de enero, le envío mis saludos más sinceros. Me han llegado vuestros artículos sobre México. Usted sabe que cada palabra me llega al corazón. Gracias a usted, América [no] guarda silencio. El silencio de todo ese continen-te me aterraba. / No he recibido la traducción del Sr. [Guillermo] Matta. Para ese tipo de envíos políticos, hay que utilizar la vía de Bélgica. / Nuestras discusiones en Francia han mostrado lo que sabíamos: que todo principio ha sido arrancado de raíz. Las almas están absolutamente vacías. Las cuestiones de derecho ya no existen. Se habla sin decir nada. Hablar es la finalidad. Se iza la bandera como pretexto para tocar una fanfarria. / Sin embargo, la palabra, incluso vacía, molesta al despotismo. No puede siquiera tolerar la conversación aduladora de esas sombras. / Desde el Dos de Diciembre, moralmente hablando, la Francia ya no existe; y, sin embargo, ningún otro pueblo la reemplazará. / La conciencia parece haber muerto en el universo. Se trata de rehacer la conciencia y el alma que han desaparecido. / Me dedico por entero a mi obra sobre la revolución. Debe ser una filosofía, una historia y una crítica. ¡Pero cuántos prejuicios convencionales en-cuentro a cada paso! / Se ha hecho una gran alianza de todas las religiones, de todas las creencias, para cubrir la divinidad de Jesucristo. Ese es hoy el movimiento más aparente. / La más grande, la inmensa dificultad que han encontrado todas nuestras revoluciones es esta: formar una sociedad sin ninguna especie de religión. Francia ha fracasado y ha vuelto a la Edad Media. La filosofía pura y la práctica son cosas tan diferentes que apenas tienen algún punto en común; es necesario, sin embargo, asociarlas. / Lo que usted hará en ese sentido tendrá ciertamente resultados. Usted tiene a la vez la cabeza y el corazón, lo que es raro entre los hombres, incluso en los más fuertes. Hábleme de usted, de sus proyectos. Mi mujer le envía también sus saludos y yo un abrazo. Edgar Quinet”. Cartas del exilio, t. II, pp. 393-394.

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Bilbao, acompañados por la prensa de todos los partidos, protestan indig-nados y reclaman la unión de las naciones del continente iberoamericano para responder al desafío de España. Sólo un diario se opone, La Nación Argentina, eco del gobierno. Esta oposición, totalmente inesperada, pro-voca una intensa polémica en que Bilbao compromete sus últimas fuerzas físicas. Se arrastra, delgado como un esqueleto, entre los meetings en Reti-ro y el Teatro Colón, y toma la palabra haciendo esfuerzos sobrehumanos. Lo conducen, sin aliento, a su casa. Se lo cree acabado, pero recupera su fuerza. Escribe y publica su última obra, El Evangelio americano, que con-sidera como la expresión más pura de su alma, como el testamento que quiere dejar de su pensamiento.

Al terminar las últimas páginas, se retira definitivamente de la vida pública. Muere el 19 de febrero de 1865.

Los últimos instantes y la muerte de Francisco Bilbao

Francisco Bilbao muere por las consecuencias de una enfermedad contraída en 1858.* Habiéndose arrojado al agua en el puerto de Buenos Aires para intentar salvar a una mujer que se ahogaba, había sufrido una congestión pulmonar de la que no se recuperaría jamás. El mal había pro-gresado a pesar de la energía salvaje del enfermo.

Tenía sólo cuarenta y dos años. Su padre, Rafael Bilbao, había muer-to tres años antes. Algunas horas antes de morir, Francisco le encarga a Manuel algunas cosas, mínimas, que terminó con las palabras “Michelet, Quinet”, que pronuncia con insistencia.93

* A fines de 1857. Lo confirma la “Despedida” de La Revista del Nuevo Mundo, fechada el 29 de diciembre.

93 M.B., pp. CLXXIX-CLXXXI.

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Había deseado morir en Chile, su patria. Varios amigos chilenos, sus compañeros de lucha, vinieron a verlo, entre ellos el escritor Lastarria, uno de sus antiguos maestros.

Recomendó con insistencia a los que lo rodeaban impedir que los clérigos viniesen a importunarlo.

Mucho cuidado con que no incomoden los católicos. Cada vez siento más fuer-za en mis convicciones. Mi conciencia nada teme. Todo cuanto he hecho ha sido procurando el bien. Estoy muy tranquilo. 94

Cuando Manuel le aseguró que nadie vendría a perturbar la paz de su conciencia, y que moriría como deseaba hacerlo, le dijo, bromeando:

Y en el último caso, Manuel, mis pistolas están listas para hacer respetar mi voluntad. Tómalas.

Recordaba que habían intentado “reconciliar” a Lamennais con la Iglesia en el momento de su muerte. Recordaba también la actitud de los católicos con ocasión de la muerte de Infante, y sin duda de muchos otros casos.

Lamennais estaba presente en el espíritu del moribundo. En todo momento, repetía una de las últimas frases del autor de las Palabras de un creyente, que expresaban una especie de éxtasis ante la idea de ir pronto a reposar cerca de Dios:

“Estos son los bellos momentos”.95

94 M.B., p. CLXXXIII.95 M.B., pp. CLXXXIII-CLXXXIV.

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En otro momento, evocaba el último banquete de los Girondinos, que conociera en París a través del cuadro pintado por Paul Delaroche* y cuya historia había leído en la Historia de los Girondinos de Lamartine. Para despedirse de su familia y de sus amigos, para desafiar una vez más al clero y a los católicos, justo antes de morir, si hubiese tenido la fuerza, le habría gustado presidir un festín digno de aquel que la leyenda atribuye a los Girondinos antes de morir en el cadalso. Preguntó a sus médicos si le quedaban aún algunas horas de vida:

Si yo lo supiese, nos decía sonriendo, tendría una cena; pero si sobrevivo a esta, el efecto sería descolorido.

No le faltaba el humor.** Después de haber hablado por última vez de Lamennais y de la religión universal, falleció.

* Paul Delaroche, Los Girondinos (1846).

** Contrástese esta versión de Miard con la de Vicuña Mackenna en Los girondinos chi-lenos (1878), a propósito del cuadro de Monvoisin y de los igualitarios chilenos, que hemos publicado en La Cañada. Revista del pensamiento filosófico chileno, nº 5, 2014, pp. 469-497.

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Al día siguiente, 20 de febrero de 1865, una numerosa comitiva acompañaba sus restos hasta el cementerio. El ataúd estaba cubierto por la bandera chilena. Se pronunciaron algunos discursos. El último adiós de su patria fue pronunciado por don José Victorino Lastarria, escritor famo-so, amigo y antiguo profesor de Bilbao, por entonces plenipotenciario de Chile en la República Argentina.

La Iglesia no tuvo posibilidad de intervenir.

Condolencias y homenajes póstumos

La mayor parte de los diarios sudamericanos relataron las exequias del autor del Evangelio amerciano, publicaron los numerosos discursos pronunciados junto a su tumba y agregaron editoriales, artículos y diver-sos homenajes, algunos escritos en verso.

Una voz se elevó para condenar la memoria del desaparecido. Era la de Juan Ugarte, el eclesiástico chileno que durante toda su vida hizo campaña contra las ideas que sembrara Bilbao. Desde lo alto del púlpito, en la catedral de Santiago, Ugarte anunciaba a los fieles que Bilbao se en-contraba ahora ¡en el infierno! El escritor Eduardo de la Barra le responde con un muy bello artículo en La Patria de Valparaíso.96

En Francia, la noticia del deceso de Bilbao no fue conocida más que en mayo de 1865. Algunos diarios parisinos se refieren al hecho. L’Opinion Nationale del 18 de septiembre publicó un largo artículo necrológico, fir-mado por A. Dessus, un antiguo estudiante de Derecho, originario de Uzerche, que Bilbao había encontrado entre los cercanos a Lamennais y Michelet, en el Collège de France y en el Comité des Écoles. He aquí algunas líneas de esta nota necrológica:

96 M.B., pp. CLXXXVII y CXCVII-CC.

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Francia acaba de perder en los países lejanos uno de esos representantes más devotos a los principios e ideas que ella ha largo tiempo diseminado y enseñado por el mundo. Esta alma ardiente, puesta a prueba en las luchas de la política y las más duras necesidades de la existencia, nunca cesó de sentir por Francia, su patria de adopción, la más tierna de las piedades filiales.La regeneración de América fue la única ambición de su vida, así como en toda ocasión la confesión de su fe religiosa y política fue su única preocupación. En toda época, en todo momento, fue la suya una prédica por el ejemplo, una pro-paganda respetada por aquellos mismos que creyeron que debían combatirlo. 97

Desde Ginebra, Madame Quinet dirige una larga carta de condolen-cias a la viuda de Francisco Bilbao, esperando que su marido, por entonces enfermo, pudiese hacerlo también. La misiva es un documento particular-mente patético que nos permite apreciar la enorme estima que guardaban los Quinet hacia aquel que llamaban su “hijo de las Cordilleras”:

Lloraremos eternamente con vos al amigo, al hermano, al hijo amado que he-mos perdido, querida y desgraciada amiga, vos que sois también desde hoy nuestra hija, nuestro Bilbao! […]Ah! cuánto hemos amado, admirado, y comprendido a vuestro idolatrado bien! y qué fidelidad ha guardado él al sentimiento que había jurado desde 1844 a Edgar Quinet. Era su misma persona allende los mares y las cordilleras. Sí, yo he estado persuadida en lo más íntimo que después de mí, nadie ha amado tan-to a Edgar Quinet, tan ardientemente, tan piadosamente como nuestro Bilbao. ¿Y ya no lo volveremos a ver? […] Le escribíamos raras veces, pero nuestros pensamientos, todos los días, y veinte veces al día, volaban hacia Buenos Aires a encontrarse con los suyos. Cuando mi marido escribía alguna bella página o me comunicaba algún gran pensamiento, decía yo en el acto: Nuestro Bilbao va a estar contento. Es a él a quien teníamos presente antes que a todos los otros amigos y parientes. […] Y ahora dirigimos nuestras miradas, nuestros pensa-mientos hacia el cielo, donde la bella alma de vuestro amado bien, resplandece más brillante que la Cruz del Sur en el firmamento de Dios! En mis oraciones

97 L’Opinion Nationale, 18 de septiembre de 1865.

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invoco a ese testigo celeste, a ese corazón transfigurado que habita al lado de Dios! Que nos envíe la paz celeste, y la salud para Edgar y para vos querida hija […]. Mi querida hija, recibidnos como a los padres de vuestro Bilbao. Sed nuestro consuelo, y que Dios ayude en vuestra desgracia! Os abrazamos con toda el alma”. 98

Cuatro años mas tarde, en 1869, Madame Quinet publicaba, en el primer volumen de sus Memorias del exilio, un largo capítulo enteramente consagrado a Bilbao y titulado “Un gran patriota americano”. Sólo citare-mos algunas de sus frases:

Francisco Bilbao era la conexión de Edgar Quinet con América, el eco fiel de la voz del College de France a través del cual continuaba a predicar más allá de los océanos.Nunca hubo un maestro que tuviese un discípulo que se identificara más con la suya. Un día él pagará esa deuda con la memoria de ese hijo intelectual, pero por ahora nosotros evocaremos aquí la noble figura de uno de los más grandes patriotas de la América del Sur. ¡Él ha amado y servido tanto a Francia! Esta le debe un lugar en su memoria. Hombre de acción, pensador, escritor, Bilbao sumaba a la intrepidez del pensa-miento un ardiente amor por la verdad y la libertad. El heroísmo era el elemen-to natural de su alma. Tenía algo del Cid y del Araucano, la soberbia castellana unida a una naturaleza primitiva indomable. Al mismo tiempo, había en él un extraño reflejo de épocas antiguas: sin duda porque Homero y Platón eran, como lo decía, su arquetipo de acción y belleza. Su vida fue una lucha constante por la libertad: en Chile, en Perú, en las repú-blicas orientales, dondequiera se libraran los combates por la independencia. […]Grande era su autoridad sobre los jóvenes de las Escuelas; entre ellos suscitaba más respeto que ternura. Todos presentían el gran porvenir que esperaba a su condiscipulo. «La fuerza y la luz constituían el fondo de su naturaleza, que se conservaba primitiva, virginal y marcada con el sello de los grandes destinos. El erigía el ideal de la justicia y la verdad en ley de las naciones y los individuos.»

98 M.B., pp. CCXIII-CCV (Ginebra, 17 de mayo de 1865).

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Esos eran los sentimientos que Bilbao, aún adolescente, inspiraba entre sus jóvenes amigos franceses. […]Todos sus escritos se encontraban a tal punto en sintonía con el espíritu de su amigo, que se hubiera dicho que una corriente eléctrica pasaba entre el proscrito francés y el proscrito chileno. Muchas veces, antes de haber recibido una nueva obra de M. Quinet, Bilbao se ocupaba de una publicación sobre el mismo tema. Así, mientras que en Bruselas aparecía la Revolución religiosa, en Buenos Aires la Contrapastoral de Bilbao era condenada al Index. Más tarde, cuando Quinet publica La Expedición de México, el patriota americano lanzaba su América en Peligro: al mismo tiempo, tradujo el folleto de su amigo y la di-fundía, aprovechando todas las ocasiones para propagar el libre pensamiento y la fraternidad humana antaño trasmitidas por Francia. 99

Ese capítulo de las Memorias del exilio de Madame Quinet constitu-ye uno de los más hermosos homenajes póstumos publicados en Francia en memoria de Bilbao.

Jules Muchelet se sintió igualmente afectado por la prematura des-aparición de su discípulo latinoamericano. Desde París, escribió a Manuel Bilbao. Se percibe, igualmente, en su carta, la profunda y sincera simpatía que unía estos hombres animados del mismo e intenso deseo de hacer evolucionar a la humanidad:

Señor: He sido muy dolorosamente afectado con la triste noticia que me habéis hecho el honor de comunicarme. Hemos perdido a un amigo querido y una grande esperanza. Nadie mejor que él me parecía debía influir con felicidad en los destinos de vuestro país, por el cual hacemos votos. Yo le había dicho repetidas veces, y con una fe ardiente: Vos seréis un gran ciudadano. Lo fue y lo habría sido aún mayor si hubiera vivido.He trasmitido vuestra preciosa carta a los amigos conocidos, bastante interesa-dos en esta memoria querida. […]

99 Mme. Quinet, op. cit., pp. 285-292, passim.

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Si alguna vez volvéis a París, yo seré feliz de veros y de conversar con vos de nuestro amigo ausente. Recibid mis saludos cordiales y afectuosos.

J. MicheletParís, 26 mayo 1865. 100

Antes del artículo de L’Opinion Nationale, Dessus recibió una car-ta de Michelet que contenía un último y amistoso homenaje a quien se había convertido en el difusor de las ideas francesas en América del Sur:

¡Qué! ¡Ha terminado esta gran esperanza! ¡Tantos hombres, que esperaban de él las cosas más grandes, tenían los ojos puestos sobre él! Nosotros decíamos, Lamennais y yo con Quinet: ¡este será el gran ciudadano! Yo había soñado con un Washington del Sur… Miserae spes hominum. 101

Con la muerte de Bilbao, discípulo de Lamennais, de Quinet y de Michelet, desaparecía la esperanza que tenían algunos intelectuales fran-ceses, sobre todo bajo la influencia de Quinet, de ver a la América del Sur convertirse en una especie de Estados Unidos del Sur, de espíritu liberal, republicano, librepensador. Bilbao no fue el arquitecto soñado para esta evolución del continente sudamericano hacia la “gran nación” que más tarde habría constituido con el resto del mundo una única na-ción mundial que sería la consumación normal de cierta evolución de la humanidad.

De cualquier modo, se rinde un bello homenaje de reconocimiento a Francisco Bilbao, por su pensamiento y su acción, al desear ver en él una especie de “Washington del Sur”.

100 M.B., p. CCV.101 Cf. Michelet, Journal, ed. por P. Viallaneix, t. I (1828-1848), Paris, Gallimard, 1959,

n. pp. 912-913.

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A MODO DE CONCLUSIÓN

Suscribamos o no sus opiniones políticas, sus ideas religiosas, su acción social subversiva, aprobemos o no su veneración incondicional, sincera y durable hacia sus maestros, Lamennais, Quinet y, en menor gra-do, Michelet, estamos obligados a reconocer que Bilbao es un personaje atractivo e interesante. Si conquista la admiración, cuando no la estima, de sus auditores y lectores, es, probablemente, porque tenía la valentía de expresar clara y firmemente sus ideas, a favor o en contra de su tiempo. Utópico, herético, iluminado, profético, diabólico… son todos epítetos que le han sido atribuidos. Sus admiradores le elevan al Cielo, sus detrac-tores lo arrojan al infierno. Es la prueba de que no deja a nadie indiferen-te. ¡Mejor aún! Si uno no lo sigue hasta las últimas consecuencias de sus teorías filosóficas y teológicas, aceptamos con gusto, al parecer, acompa-ñarlo en un trecho de su camino, por lo menos por curiosidad. El calor de sus discursos y su inagotable sed de absoluto sin duda provocan cierta seducción en los que lo escuchan.

Taine hubiese reconocido en él la triple influencia de la raza, del medio y del momento. Criollo por su origen, muy influenciado por las luchas por la independencia americana, pareciera haber intentado exten-der esta “independencia” a dominos diferentes del político, como los del pensamiento, la filosofía y la religión. Se trataba de rechazar todo aquello que la colonización española había aportado. La conquista española había sido ante todo una conquista espiritual. Él quería librar a la América del Sur de la influencia de la educación religiosa, del poder del clero, esta-blecidos por la colonización. “Nuestro pasado es España”, decía. Quiere rechazar ese pasado a cualquier precio. La tarea no es fácil. Pero Bilbao no está solo, los miembros de la Sociedad Literaria, los de la Sociedad de la

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Igualdad, y muchos otros, luchan con él. Su actividad conoce cierto éxito y explica, hoy en día, algunos de los rasgos de la sociedad hispanoamerica-na. Francisco Bilbao, cuyo destino parecía ya inscrito en su ascendencia y su medio social, se destaca como una figura de primer orden en la historia del pensamiento sudamericano del siglo XIX, a causa de la dirección que otorga a su acción a favor del liberalismo y del americanismo antiespañol.

La importancia que ha adquirido en la Historia de las Ideas de Amé-rica del Sur no radica en la condición de víctima triunfante que había ganado con su ensayo sobre la Sociabilidad Chilena y el proceso que luego perdió, sino la naturaleza democrática, social, progresista y anticatólica de su apostolado. Sus lecturas de las obras de Lamennais, la traducción, la adaptación y la difusión de algunas de ellas, sus visitas en París a La-mennais, a Michelet y a Quinet, le han confirmado lo bien fundada de su acción, le han proporcionado un nuevo aliento, lo han estimulado a extender su “misión” a toda la América Latina.

“Usted tiene una misión que asumir… Trabaje en esta gran obra y que Dios bendiga vuestros esfuerzos”, le dice Lamennais. Esa enseñanza es probablemente lo que Bilbao ha retenido mejor del autor de Palabras de un creyente. El pueblo sudamericano no vive de acuerdo con el Evangelio. La historia americana no refleja para nada el espíritu evangélico, estima Bilbao. Se necesita, entonces, un Evangelio para los americanos. Apoyado en las enseñanzas de Lamennais, Bilbao publica una traducción de los Evangelios comentados por Lamennais y más tarde publicará El Evangelio americano, La tragedia divina*, La resurrección del Evangelio**, El conflicto

* La tragedia divina fue originalmente publicado en la Revista Independiente de Lima (Vol. I, Nº 2, pp. 18-20), a fines de diciembre de 1853. No hemos podido aún acce-der a la colección de la mencionada revista. Un texto de título semejante “La tragedia divina. (Fragmento literario)”, que puede ser reproducción del anterior, aparece en La Revista del Nuevo Mundo de Buenos Aires en 1857 (Vol. I, nº 10, pp. 298-302).

** La resurrección del Evangelio aparece fechado en “Lima 1853” y fue recuperado por Manuel Bilbao en su edición de las Obras Completas de Francisco Bilbao (Tomo I, pp.

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religioso***, Estudios religiosos****, Boletines del espíritu, Idea del Ensayo sobre la indiferencia*****… Todos esos ensayos se inspiran en el pensa-miento de Lamennais, y son otras tantas proclamaciones que difunden la religión de Lamennais a través del continente sudamericano e incluso más allá, pues los escritos de Bilbao alcanzan a veces a América Central y México. Aunque estimulaba a su discípulo, Lamennais parece que tuvo también una influencia moderadora sobre él: “Siempre se debe combatir el pasado, pero hay que detenerse en el límite de lo que es bueno”, le dice. “No hay progreso posible más allá del dogma proclamado por el Cristo: Ama a Dios y a tu prójimo”. Bilbao confiesa haberse emocionado profun-damente ante esta sabiduría.

De Michelet y de Quinet, Bilbao parece haber retenido sobre todo las razones intelectuales de su lucha contra el pasado, contra el catoli-cismo, contra los jesuítas y a favor “de una nueva patria”, de una “gran

195-203). Al parecer fue publicado originalmente como folleto, según puede des-prenderse de un artículo de Enrique Alvarado publicado en El Comercio de Lima el 19 de mayo de 1855: “Hemos visto su profesión de fe; es una documento célebre. […] Esa profesión de fe es ‘la resurrección del Evangelio’, libro divino destrozado por los fariseos del catolicismo”.

*** El conflicto religioso es el artículo que Luis Domínguez, propietario y director del diario El Orden de Buenos Aires, censuró a Francisco Bilbao en su calidad de redac-tor del mismo diario, y por lo cual éste renunció el 8 de septiembre de 1858. Fue recuperado por Manuel Bilbao en su edición de las Obras Completas de Francisco Bilbao (Tomo II, pp. 536-542).

**** Estudios religiosos es el texto de un manuscrito inconcluso que Bilbao preparaba en 1863 cuando dio comienzo a la traducción de la Vida de Jesús de Ernesto Renan: “Debiendo publicar un libro sobre el problema de la divinidad de Jesús, empezado antes de la aparición de la obra del señor Renan…”, dice Bilbao en el prólogo a su traducción, y que Manuel Bilbao publicó en calidad de inédito en su edición de las Obras Completas de Francisco Bilbao (Tomo II, pp. 65-104), donde anota: “En el prólogo que el autor puso a la traducción de la Vida de Jesús anunciaba que trabajaba una obra sobre el problema de la divinidad de Jesús. Los escritos preparatorios que el autor hacía sobre la materia nos fueron legados en un desorden notable y de ellos hemos podido desenmarañar el presente […]”.

***** “Idea del Ensayo sobre la indiferencia [de Lamennais]” es parte de Lamennais como representante del dualismo de la civilización moderna (pp. 29-54).

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nación” que una a todos los pueblos en la armonía, en la paz y en una misma visión del universo. Parece haber aprendido de ellos el culto a la humanidad, el sentido de la evolución histórica, la admiración por la Re-volución francesa y el deseo de producir una revolución parecida a favor de América, o mejor, de la “República universal”.

Después de la muerte de Lamennais, Edgar Quinet parece haberse convertido en una suerte de relevo intelectual que vino a llenar el vacío que dejó la desaparición de aquel que Bilbao prefería, con mucho, entre sus maestros. En efecto, Quinet es el que inspira La América en peligro, La expedición de México*, la Iniciativa de la América, El enemigo (los jesui-tas)**, Los soliloquios del proscrito***, A la juventud brasilera****, Eman-cipación del espíritu en América*****… Madame Quinet pretendía que había una tal comunidad de pensamiento entre su marido y Bilbao que, sin saberlo, separado a gran distancia, los dos amigos escribían a menudo al mismo tiempo sobre el mismo tema. En efecto, reaccionaban de la misma manera ante los acontecimientos. Lo que los unía también era, en gran medida, la similitud de su situación: ambos eran proscritos a causa de ideas y opiniones semejantes.

* La expedición de México es traducción del folleto de Quinet del mismo título publi-cado en Lausanne en 1862, precedido de un prólogo de Bilbao.

** El enemigo es un texto originalmente publicado en el diario El Comercio de Lima el 17 de enero de 1854 e incluido en La revolución en Chile y los Mensajes del proscrito (Lima, 1853), libro lanzado el 18 de febrero de 1854.

*** Los soliloquios del proscrito fue originalmente publicado en la Revista Independiente el 28 de enero de 1854 y también fue incluido en La revolución en Chile y los Mensajes del proscrito. Figura dedicado “A Edgar Quinet, hoy proscrito”.

**** A la juventud brasilera es un artículo originalmente fechado en “Buenos Aires, abril de 1863”, publicado primero al parecer en la prensa argentina y luego en el diario La Voz de Chile el 10 de junio de 1863, y reproducido por Manuel Bilbao en su edición de las Obras Completas de Francisco Bilbao (Tomo II, pp. 460-469).

***** Emancipación del espíritu en América es un artículo originalmente publicado en el diario El Nacional de Buenos Aires y luego en el diario La Voz de Chile el 29 de abril de 1863, después incluido por Manuel Bilbao en su edición de las Obras Completas de Francisco Bilbao (Tomo II, 545-551).

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Gran admirador de la Francia de 1848, Bilbao se decepcionó com-pletamente con aquella del Segundo Imperio. Había visto en Francia una especie de guía para América, pero luego de su segundo viaje a Europa se desengaña.* A partir de 1855, se convierte en apasionado defensor de una inmediata ruptura de los lazos entre América y Francia. ¿Cómo se podrían conservar los lazos culturales con la más esclava y la más falsa de todas las naciones? Aboga, desde entonces, por la independencia y la emancipación intelectual del continente americano. Quinet, expulsado de Francia, no puede sino aprobarlo. La emancipación de América constituye el testa-mento intelectual de Bilbao. Y en esto fue el más seguido y por ello Bilbao se constituyó en un precursor.

Bilbao murió demasiado joven. Instantes antes de morir, invocaba aún a aquellos que reivindicaba siempre: Lamennais, Quinet, Michelet. Como Lamennais diez años antes, decía en la cercanía de la muerte: “He aquí los buenos momentos”, seguro como estaba de la certeza de su fi-losofía, de lo justo de sus teorías, de la rectitud de su conducta y de la infalibilidad de sus concepciones religiosas.

* Como hemos advertido antes, el “desengaño” de Francia por parte de Bilbao remonta a 1849 en el contexto de la intervención francesa a Roma, y sobre la cual escribe en La Tribune des Peuples el 4 de mayo un artículo titulado “Al diario La Reforma”.

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POSTFACIO

Louis MIARD

Francisco Bilbao, Un discípulo de Lamennais en América del Sur.

Número especial de los Cahiers mennaisiens, 1982.

Un vol. 16 x 24 de 88 p.1

Esta pequeña obra, número especial de los Cahiers mennaisiens, re-sume el itinerario espiritual de Francisco Bilbao, demócrata chileno que se cuenta entre los fervientes discípulos de Quinet y Lamennais, después de que éste hubo roto con Roma. Tiene, en ese sentido, el mérito de poner en evidencia el considerable impacto de ciertas ideas francesas en América del Sur después de las guerras de independencia, hecho muchas veces desconocido o por lo menos olvidado.

Aun si se lo siente incómodo por la falta de espacio de que dispone para abordar una materia ciertamente compleja, el autor ha sabido expo-ner con precisión y claridad la accidentada vida de su héroe, un revolu-cionario confiado en el poder del verbo y estrechamente ligado, por sus escritos como por su actuar, a las agitaciones de la época. Del principio al fin de su breve existencia, Bilbao no dejó de testimoniar un fiel apego a los guías que había escogido en nuestro país, con los que mantuvo corres-pondencia y estrechó lazos de admirativa y confiada amistad en el curso de sus dos prolongadas estadías en Europa.

Auditor entusiasta de Michelet y de Quinet en el Collège de Fran-ce, compartió durante algún tiempo el exilio de este último en Bruselas. Pero es sobre todo en Lamennais, al parecer, que encontró el maestro

1 Esta reseña fue tomada de: Revue d’Histoire Littéraire de la France Nº 5, 84e année, París. Septiembre-octubre 1984, p. 809.

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que buscaba; sigue la inspiración de su combate político y no deja de referirse a sus ideas en las publicaciones que acompañan su carrera. Las abundantes citas que escoge M. Miard, como la pequeña antología que agrega a su texto, permiten mensurar la extensión de esa deuda. Algunas de sus fórmulas merecen nuestra atención, pues evocan de manera feliz el respeto, mezclado de admiración, que el Lamennais de los años 1840 suscitaba frecuentemente entre los que lo conocían. “Estaba emocionado ante el símbolo del hombre que abraza su cruz y se somete a su destino”, escribe Bilbao después de su segunda entrevista, el 27 de mayo de 1845; “sentía la revelación del deber y el desapego”. Pocos franceses, en esta épo-ca, nos han dejado impresiones tan fuertes y, podemos sin duda agregar, tan justas.

Jean-René Derré