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LOST 7x06: La vuelta a casa Carlos y Ana Belén Guionista Invitado: Ruben http://proyectounfinaldignoparalost.blogspot.com/

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LOST 7x06: La vuelta a casa

Carlos y Ana BelénGuionista Invitado: Ruben

http://proyectounfinaldignoparalost.blogspot.com/

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Fecha de Publicación: 30 de septiembre de 2010

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7x06: La vuelta a casa

Carlos permanecía de pie apoyado en la barandilla del barco. Tenía lamirada clavada en el horizonte. Estaba solo. En sus ojos se podía leer unsentimiento de melancolía. En su mano un manojo de papeles se agitabanpor el viento.

— ¿Qué haces?

Una voz familiar le despertó de su ensoñación. Era Zoe, que se presentóante él con una cálida sonrisa en la boca. Carlos intentó sonreir, pero sólopudo esbozar una tímida sonrisa.

— Nada. Miro al mar — Contestó él

— Te veo muy melancólico últimamente. — Dijo Zoe preocupada por él— ¿Te pasa algo?

Carlos se tomó su tiempo en contestar

— Tranquila. No me pasa nada, sólo que tengo muchas cosas en lacabeza

— Pues tienes que disfrutar, estamos de crucero — Zoe dirigió su manoa los papeles que Carlos tenía en su mano — ¡Trae acá! A ver qué estáshaciendo.

Carlos hizo ademán de impedir que los cogiera, pero, tras un momentode duda, se lo enseñó . Zoe abrió el papel y quedó extrañada. En él podíanverse cientos de ecuaciones, algunas de ellas con extraños símbolos queella nunca había visto. Seis números se repetían continuamente en esasecuaciones: 4, 8, 15, 16, 23 y 42.

— ¿Qué narices es esto? — Dijo Zoe

— Es un juego. Nada importante.

— Mira que eres friki — Dijo ella con una sonrisa en la boca —Y. . . ¿cómo se juega a esto? No parece que sea fácil.

Carlos se quedó pensativo. Zoe creyó notar algo de recelo en Carlos. Loque fuera, pareció ser descartado por él y, divertido, se puso a explicar loque había en esas páginas.

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— La idea principal del juego es encontrar algo

— Encontrar algo — Zoe empezó a reír — Sí, esto es como buscar a Wally— Dijo ella señalando la cantidad de fórmulas y numeros que habíaen el papel

— ¡Jajaja! Bueno, Es algo más complicado — Intento explicar Carlos conuna sonrisa— Se trata de encontrar un punto móvil que tiene unalocalización espacio-temporal aparentemente incierta.

Zoe miró a Carlos con la boca abierta.

— ¿Me estás hablando en serio? Estás peor de lo que creía ¿Qué son estasfórmulas tan raras?

— ¿Has oído hablar de la ecuación de Schrödinger? — Zoe puso cara depoker y no respondió — Pues describe la evolución temporal de unapartícula. Utilizando esa idea en modelos mayores podemos calcularla posición exacta en el espacio y en el tiempo. . .

De repente una voz llamó la atención de ambos

— Ya estás intentando engañar a la chiquilla

Alejandro se había acercado al oír la conversación. Él a menudo discutíacon Carlos sobre física. Tenían teorías diferentes de cómo se movía elmundo. Carlos y Zoe le recibieron con una sonrisa.

— Que no te engañe, Zoe — Empezó a hablar Alejandro — No sepuede calcular la posición exacta de un punto utilizando la ecuaciónde Schrödinger — Alejandro dirigió su mirada hacia Carlos — Laecuación de Schrödinger sólo permite calcular la probabilidad de queesté en un sitio en un tiempo determinado, nada más.

— Eso es porque todavía no se tiene la ciencia necesaria. . . todo sigue unpatrón que se puede calcular — replicó con una sonrisa cómplice — Eldestino está escrito. Hasta el movimiento de una minúscula partícula,y eso no lo puede cambiar nadie.

— ¡Ya habló el científico determinista! — Volvió a replicar Alejandro —Las teorías de Laplace son del siglo XVIII; vuelve al siglo XXI.

Zoe miraba a ambos sin creerse lo que estaba oyendo.

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— Que sean antiguas no significa que no sean correctas, ni lógicas —Contestó Carlos — El azar no existe. Ya lo dijo Einstein , Dios no juegaa los dados.

— Si quieres te digo lo que le contestó Bohr a esa frase. . . No le digas aDios lo que tiene que hacer — Volvió a rebatir Alejandro.

— Tú no sabes lo que Dios ha decidido — Sentenció Carlos

— ¡Ah! ¿y tú sí? — Alejandro no contuvo la risa

— Pues. . . a lo mejor. . .

Carlos zanjó la conversación con una enigmática sonrisa.

— o —

Carlos sujetaba firmemente el cuello de Ben, que le miraba con los ojosinyectados en sangre.

— No puede ser. . . tú. . . ¿Quién o Qué eres?

— No puedo contestar a tus preguntas. . . , No ahora — Dijo Carlos a Benmirando a Zoe desangrándose en el suelo — no tengo más tiempo queperder contigo. Vete. Ya arreglaré cuentas contigo más tarde.

El resplandor de la mano de Carlos aumentó de intensidad. El humocomenzó a moverse con virulencia. De repente, la cabeza de Ben, y conella el humo, salió disparada como arrojada por Carlos por encima de losárboles .

Carlos no se lo pensó dos veces y corrió al auxilio de Zoe, que seencontraba en el suelo sobre un charco de sangre. Una rama del árbolhabía atravesado su hombro tras el violento golpe de Ben. La rama sehabía partido, hacía de tampón y la sangre salía despacio pero de formaconstante. Aquello les daba tiempo, pero la herida no tenía buena pinta.

— Carlos. . . Eres tú. . . ¿Qué era eso? — preguntaba Zoe que se encontra-ba débil

— ¡Shhh! No hables, has perdido mucha sangre. Si no hago algo rápi-do. . . — Carlos miró hacia el sitio desde donde había salido a defend-er a Zoe — ¡Mierda! ya casi había llegado.

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— Llegar. . . ¿A dónde? — Zoe preguntó casi sin fuerzas. Él no respondió.

Sin mirar atrás, Carlos cogió a Zoe en sus brazos y salió corriendo de allítan rápido como pudo en dirección contraria a donde su mente apuntaba.

— o —

(Escena escrita por Rubén)

Cuando el despertador marcó por fin las 7:00, éste hizo un intento deempezar a zumbar que fue rápidamente contenido por la mano furibundade Rubén, lo que desembocó en un sonido sordo y apagado.

— ¡Puta mierda! — Su voz sonaba ronca — Otra maldita noche en blanco

Rubén llevaba varias noches sin dormir. Demasiadas pensaba él. Sobretodo desde que ella se había ido. Aquella noche la vio por última vez.Estaba acostumbrado a dormir más bien poco pero esta situación era yaexcesiva.

Lentamente se levantó de la cama y empezó a toser violentamente.

— Me cago en vida. Debería dejar el tabaco, me vendría mejor lamaría. . .

Miró alrededor. La habitación era un caos: había ropa por el suelo, uncenicero rebosante de negras cenizas y el ambiente que se respiraba en ellaera, cuanto menos, insalubre. Todo el cuarto permanecía en un estado desemioscuridad que le daba cierto aire trágico a la escena, como si fuera unapelícula en blanco y negro. Como si no hubiera lugar para el color allí.

Poco a poco su cabeza iba recobrando la conciencia de un nuevo día,lo cual le producía una gran desazón. Tambaleándose consiguió llegar ala ventana del cuarto. Haciendo un esfuerzo sobrehumano para aguantarlas nauseas y el dolor de cabeza provocado por la resaca, tiró de lacuerda de la persiana y la tímida luz del alba se abrió paso, llenando dematices la habitación. Los ojos de Rubén quedaron fijos en un punto queahora quedaba perfectamente visible: junto a la mesa de su cuarto variospaquetes no más grandes que una tableta de turrón en los que se podía verclaramente: C-4 Manejar con precaución y gran montón de billetes de diversacuantía.

Sin tiempo para detenerse a meditar mucho sobre ello salió corriendo alcuarto de baño a realizar su, ya habitual, vómito matutino. Tras las arcadas

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y la horrible tos se levantó haciendo acopio de la poca dignidad que aún lequedaba y se lavó la cara y los dientes.

— ¡Joder! — Se dijo mirándose en el espejo — Si en lugar de feo hubierasnacido listo. . .

Cuando hubo terminado volvió a la habitación, tomó un cigarro delpaquete que había encima de los explosivos, lo cual le provocó una levesonrisa torcida en el rostro.

— Ojalá reventara esto de una puñetera vez — encendió el cigarro y sequedó mirando un segundo los explosivos — Nada, no ha habidosuerte.— Se dijo para sí con cierta cara de desilusión.

Se dio media vuelta y se acercó al escritorio donde reposaba un solitariosobre en blanco. Rubén lo abrió esperando que su contenido hubieracambiado de alguna forma desde la última vez, pero no fue así. El gestode Rubén se tornó duro, apretó los dientes y frunció el ceño mientrascontemplaba la firma de la carta: Penélope Widmore.

— Vamos, Rubén. — Su gesto se relajó con una divertida mueca —Tenemos que tomar un barco. . .

— o —

Aaron, en contra de lo esperado, trasladó a Guillermo a otra de lascasas del poblado, donde pudo reencontrarse con sus compañeros Claudio,Jesús, María M. y José Enrique. Los encontró en perfectas condiciones,liberados de la celda y realojados en una amplia casa de una planta,amueblada con todas las comodidades de una vivienda. Aaron dejó aGuillermo en el recibidor y se marchó no sin antes cruzar con él unamirada de advertencia, señal de que estuviese quieto en aquella casa y nointentara volver a buscar a Emily. María M. salió al encuentro de Guillermo,abrazándole.

— ¡Guillermo! Cómo me alegro de que estés bien. Estábamos muy pre-ocupados por vosotros. Nos han soltado, no entiendo qué ocurre conesta gente — María turbó el gesto cuando vio la cara descompuestade su amigo — ¿Qué pasa?

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— María. . . Todo esto es muy extraño. . . Estamos en el futuro. . .

— No me digas. . . ¿Tú crees? — apuntó María con ironía al tiempo quele daba paso con la mano para que alcanzase a ver al resto de susamigos.

Entonces Guillermo avanzó unos metros hasta el salón donde se encon-traban Jesús, J. Enrique y Claudio, parados en mitad de la sala, llevandounos extraños y aparatosos cascos de color oscuro que les cubrían cabezay rostro, moviendo los brazos como si quisieran coger cosas en el aire.Guillermo les observaba sorprendido.

— ¿Qué es esto? — preguntó el joven

— Son reproductores de realidad virtual — aclaró María M. — Tienesque verlo, proyectan unas imágenes increíbles. Jamás había visto algoparecido.

Guillermo no conseguía salir de su asombro. Claudio se despojó delcasco y se acercó a abrazar a su amigo. Segundos después, los demáshicieron lo propio.

— Guillermo tío. . . estoy alucinando — Claudio se mostraba afectuosopor volver a verle al tiempo que le narraba lo que habían descubierto— Esta tecnología es bestial, no sabes lo realista que llega a ser

— Acabo de ver imágenes de Máriam en un visor 3D supermoderno —Guillermo les explicó mientras examinaba curioso uno de los cascos— ¡Hemos viajado años en el tiempo!

— ¿¿Máriam?? — interrumpió María M. — ¿Está aquí? ¿Está bien?

— Está viva. . . — Guillermo no sabía cómo explicarles — Pero aho-ra. . . no sé cómo lo han hecho. . . ella es otra persona. . . es otra mujer.La llaman Emily, ha vivido en esta isla toda su vida, aunque tienenuestra misma edad. . . tiene el mismo rostro que Máriam, pero no re-cuerda nada de su vida. . . no se acuerda de nosotros. . . no se acuerdade mí. . .

— A ver a ver, espera un momento — Jesús quería poner cordura — Estáclaro que le han lavado el cerebro, estará drogada quillo

— ¡¿Y yo también estoy drogado?! — replicó Guillermo alterado — ¡Hevisto su vida joder! — todos atendían impactados — La he vistocuando era pequeña y también adolescente. . . ¡y estaba en esta putaisla! Ahora es otra persona.

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— ¿Qué coño está pasando? — Jose Enrique buscaba una explicación— Naufragamos en una isla tropical donde viven osos polares, noscapturan unos dementes, primero nos encierran, y luego nos liberanen uno de sus chalets repleto de aparatos y una tecnología de la ostia,porque ahora resulta que estamos en el futuro. . . ¿Nos hemos vueltolocos o qué?

— ¿Dónde están los demás? — preguntó María M. a Guillermo

— Carlos, Zoe y Alejandro han escapado ayudados por un tal Charlie —informó Guillermo — Es uno de los hostiles, pero tenía mucho interésen ayudarnos. Yo quise quedarme para buscar a Máriam. . . Carlos medijo que volvería a por vosotros.

— ¿Lo habrán conseguido? — se preguntó José Enrique

— No tengo ni idea — respondió Guillermo — Y aún no os he contado lode Ana Belén. . . De repente cree saber un montón sobre la isla, hablade cosas sin sentido, dice que ha vivido aquí antes. Ahora está ahífuera, con los hostiles; se relacionan como si nada. . . aunque también,no hace ni dos días se cargó a uno de ellos — los chicos atendíanboquiabiertos — Está totalmente despreocupada de nosotros. . . diceque la isla le habla

— Es curioso. . . la psicóloga ha sido la primera de nosotros en perder lacordura — Claudio apuntilló con tímido humor

— ¿Qué vamos a hacer ahora? — preguntó un inquieto Jesús — ¿Esper-amos a que esta gente nos cuente qué ostias pasa aquí?, ¿intentamosescapar como Carlos y Zoe? Si nos quedamos, puede que nos haganlo mismo que a Máriam.

— Yo estoy aturdido — Opinó Guillermo — Primero nos apresan comoanimales. . . luego nos dejan en libertad como si no pasase nada. . . A lomejor ya nos están lavando el cerebro como han hecho con Máriam.Yo quiero irme de aquí. Este sitio no me gusta nada. La sonrisa delque dice ser el padre de Máriam. . . ese tal Linus. Me da escalofríos. . .

— ¿¿Cómo?? — María agarró el brazo de Guillermo pidiendo aclaración—¿Cómo has dicho que se llama?

— Benjamin Linus — contestó Guillermo

El rostro de María cambió en un segundo al estupor. De repenterecordó algo, se llevó la mano a la cara mientras dejaba la mirada perdida,intentando comprender cómo era posible que Guillermo hubiese conocido

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a un individuo cuyo nombre ella había visto grabado unos días antes enuna de las tumbas de la playa, que encontró junto a Carlos.

Los chicos la miraban intrigados esperando respuesta, cuando de re-pente un ruido en la entrada de la casa desvió su atención. Todos volvieronla vista hacia la puerta, que se abrió dando paso a Ana Belén. Entró sola, ensilencio, cerró la puerta despacio y se dirigió a sus compañeros con gestofrío y voz templada.

— Tenemos que hablar. . .

— o —

El atardecer pintaba de rojo el cielo que rodeaba a aquel barco. AnaBelén estaba sola. Paseaba melancólica por la cubierta de la piscina, comolos días anteriores, de proa a popa y de popa a proa. Aquel día se encontróa Carlos también solo. Apoyado en la barandilla y mirando al horizonte.Un enorme sol era engullido por las tranquilas aguas de aquella tarde.

— Es bonito, ¿no? — Ana Belén se apoyó en la barandilla al lado deCarlos

— Hace mucho tiempo. . . todos los días me quedaba observando elatardecer. — Dijo Carlos melancólico

— Y. . . ¿Por qué dejaste de hacerlo? — Preguntó Ana

— Perdí la ilusión. . . Perdí a alguien importante para mí. . . Alguien quesiempre estaba a mi lado mientras el sol se escondía. — Contestó él.

— ¿Te dejó? — Ana intuyó que se trataba de una antigua novia

— Fue algo más complicado. . . simplemente la perdí— Carlos no cambióel gesto y continuó mirando al horizonte.

— Si quieres puedo sustituir hoy a ese alguien — Ana dedicó a Carlosuna media sonrisa

— ¿Sabes?. . . Te pareces mucho a ella — Carlos dirigió su mirada a Ana,pero continuó con su rictus serio. — En tu forma de ser, tu forma desentir la vida. Creo que te hubiese caído bien.

— Se me hace raro verte solo y tan melancólico — Ana cambió el tema.

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— No sé a qué te refieres. — Carlos frunció el ceño

— Últimamente. . . no te despegas de. . . bueno. . . — Ana se puso colora-da.

— ¿Zoe? — Carlos preguntó extrañado

— Sí, ella

— ¿Piensas que tengo algo con Zoe?

— Yo. . . no lo sé. . . pero más de uno en el barco lo cree. . . — Ana bajó lacabeza.

Carlos se giró hacia ella y con su mano derecha levantó su rostrosuavemente,

— ¿Estás celosa? — Carlos le clavó la mirada

El rubor inundó las mejillas de Ana que se quedó paralizada

— ¡No! ¡No, No, No! — Ana Belén sobreactuó su respuesta — ¿Por quéiba a estarlo?

— Porque llevas intentando decirme algo desde hace varios días, perotodavía no has encontrado la ocasión

Ana Belén se quedó petrificada

— ¿Me equivoco en algo? — Ana no habló, confirmando las sospechasde Carlos — Creo que te pasa algo y por eso te he buscado aquí, yosolo.

— ¿Y qué le has dicho a Zoe? — Preguntó Ana

— No le he dicho nada. . . No tengo que darle explicaciones. . . no ten-emos nada, únicamente lo pasamos bien juntos. . . además, ella tienenovio.

— Yo creo que ella va trás de ti — Dijo Ana segura de sí

— No te preocupes. . . que en ese caso tengo para las dos — Dijo Carlosdivertido acercándose para abrazar a Ana — Déjate de tonterías ydime qué es lo que te pasa.

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Ana abrió la boca para hablar, pero no salió ningún sonido de ella. Ensu lugar, las lágrimas empezaron a recorrer sus mejillas. Carlos la abrazómás fuerte y le besó en la frente.

— ¡¿Qué pasa, Cariño?! — Carlos estaba empezando a preocuparse

— Algo me está pasando Carlos. . . Algo horrible. . . y no sé lo que es —confesó una atormentada Ana

Carlos la miró fijamente, intrigado .

— ¿Qué ocurre ? — preguntó Carlos con interés

— Es. . . algo en mi cabeza. Nadie sabe qué es . . . pero está dentro delhipocampo y está acabando con todas las neuronas. Cada día quepasa voy perdiendo memoria. He empezado a olvidar cosas. . . nombres. . . hastapersonas. ¡Es horrible porque no puedo hacer nada para detenerlo!. . . Y los médicos temen que se extenderá al resto del lóbulo temporal,y tal vez a otras zonas.

— ¡¿ por qué no me lo habías contado?! — Carlos se quedó de piedra

— ¿Y qué hubieses podido hacer? — Ana estaba hundida

— Al menos no estarías sola — Carlos la abrazaba mientras Ana llorabacon amargura

— Tranquila. . . — Dijo Carlos — Seguro que hay una manera de parar elproceso. Confía en los médicos. . .

— No. . . no hay nada que hacer. . . los médicos están Desconcertados.No es Alzheimer, tampoco es un tumor. . . nadie sabe qué es — Anamostraba mucha rabia .

— Pero. . . tiene que haber una solución — Carlos se negaba a aceptaraquella realidad

— No te preocupes Carlos. . . — Dijo Ana enjugándose las lágrimas yrecomponiéndose mientras se separaba de Carlos — Te lo he dichoporque sentía la necesidad de contártelo. No puedes hacer nada paracambiarlo. . .

— No. . . Eso no es cierto. . . — Carlos habló serio y rotundo — Es seguroque muy pronto estarás curada. . .

— Carlos, no necesito esperanzas. . . ya no. . . — Ana hablaba abatida.

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Carlos dio un paso hacia Ana la tomó de la barbilla y la obligó a mirarlea los ojos. La mirada de Carlos era profunda, casi hipnótica.

— Sé que no es fácil que me entiendas. Pero todo esto pasará pronto.

— Pero. . . — Replicó tímidamente ella.

— Confía en mi

Las palabras de él resonaron con fuerza en su cabeza. No tenia sentidopero, de repente, se sintió reconfortada por las palabras de Carlos. Comen-zó a notar una sensación extraña en su cuerpo, como un calor intenso. Enun momento, la esperanza pareció volver de nuevo a ella.

— No sé cómo lo has hecho. . . pero gracias. — Ana sonrío a su amigo—Muchísimas gracias.

— Yo no he hecho nada. Únicamente te digo lo que sé. Estoy seguro deque esto va a pasar. Tu enfermedad remitirá y volverás a estar bien —Ana no pudo encontrar ningún tipo de inseguridad en las palabrasde Carlos. Aquello le dio más ánimos todavía.

— Eres un cielo

Ana le miró intensamente, después le abrazó con ternura y, antes deirse, le regaló un fugaz beso en los labios.

Acto seguido, ella tomó la dirección de los camarotes, y dejó a Carlossolo, incapaz de reaccionar,con sentimientos contradictorios en su interior,Pero con una idea muy clara de cuáles iban a ser sus siguientes pasos. Todoestaba predefinido. El destino estaba escrito.

— o —

Carlos apenas llevaba 30 minutos corriendo cuando avistó su destino.Un extraño templo construido en mitad de la selva aguardaba su llegada.No aminoró la marcha ni daba muestras de cansancio, estaba seguro de loque iba a hacer. Zoe se había desmayado. Se encontraba en los límites de lasupervivencia. Su corazón latía muy débil, y la sangre no paraba de brotarde su herida.

Carlos pasó por la puerta del templo y cruzó un patio interior. El lugarparecía abandonado, la maleza se había adueñado de él. Sin pensarlo,

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Siguió corriendo hasta cruzar el arco interno del templo. Dentro del edificiouna gran sala se abrió ante él, presidida por lo que parecía un burbujeantey claro manantial de agua de forma rectangular.

Sin pensárselo dos veces, Carlos se acercó con Zoe. Unas escaleras querodeaban el manantial permitían un fácil acceso al agua. Carlos, con Zoeen sus brazos, se introdujo en el agua. parecía saber perfectamente lo queestaba haciendo

— Espero no haber llegado demasiado tarde— Dijo Carlos en voz altacon gesto serio, mientras sumergía completamente el cuerpo de ladébil mujer en aquel extraño manantial.

Carlos tenía el gesto turbado. Una mueca de preocupación pintaba surostro mientras observaba la impasible cara de la joven a través del agua.Mientras la sujetaba con un brazo, con el otro arrancó de un estirón el trozode rama que la atravesaba. La sangre de ella pronto comenzó a enturbiar elagua del manantial. Tras unos eternos segundos bajo el agua, el reflejo de larespiración del cuerpo de Zoe se puso en marcha e hizo que ella despertara.Una desagradable sensación de ahogo le recorrió el cuerpo. La falta derespiración y la mirada de terror de la mujer contrastaba con la ahoratranquila mirada y la satisfecha sonrisa de Carlos, que mantenía el cuerpode su amiga bajo el agua permitiendo su asfixia. Zoe pedía ayuda a Carlos,que no hacía nada por impedir que se ahogase en aquel manantial. Ella,con el terror en sus ojos, utilizó las pocas fuerzas que tenía para patalear eintentar escaparse de él, pero le agarró aún con más fuerza para evitar quese soltase.

Aun con los ojos abiertos, Zoe dejó de respirar bajo el agua. Carlos laaguantó unos segundos más, tras los cuales sacó su cuerpo del agua. Acontinuación giró su cabeza y presionó su pecho y abdomen para expulsaruna buena cantidad de agua de su cuerpo, que aún continuaba sin respirar.

Con una sonrisa en la boca. Carlos besó la frente de Zoe, y la volvióa levantar entre sus brazos para dirigirse lentamente con ella a una de lashabitaciones interiores del templo.

— o —

(Escena escrita por Rubén)

Situada cerca del monasterio de Eddington en Escocia, donde su dueñopasó algunos años de su vida, la mansión Hume era una enorme casavictoriana situada en mitad de un inmenso y verde prado que abarcaba

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hasta donde alcanzaba la vista. El musgo y los estragos del tiempo le dabanel toque de una novela de Edgar Allan Poe pero aún así conservaba unacierta dignidad intemporal. Afuera llovía a cantaros.

El último relámpago irrumpió en las cuatro paredes de la lujosahabitación de la mansión Hume, dejando entrever, durante unos brevesinstantes, todos los detalles de la misma. Entre ellos destacaba, por encimade cualquier otro, un retrato familiar en el que se podía apreciar a unabella mujer de intensos ojos abrazada al que parecía ser su marido, unhombre de larga melena castaña que sostenía en sus brazos un rubito bebé.El matrimonio sonreía feliz sobre la cubierta de un pequeño barco velero.Tras el fugaz resplandor, la habitación quedó de nuevo en penumbra.

Un Desmond Hume canoso y arrugado contemplaba el retrato desdesu recargado sofá con cierta nostalgia pero sin llegar a la melancolía. Debíarondar los 60 años, pero el tiempo no había sido muy generoso con él. Conun gesto mohíno y lleno de desgana alargó el brazo para alcanzar la copade güisqui de marca MacCutcheon. Desmond se quedó mirando la botellaque reposaba en la mesilla adjunta y no pudo evitar rememorar la cantidadde problemas que aquella marca de güisqui había traído a su vida.

De repente, el teléfono empezó a sonar insistentemente. Desmonddescolgó sin más.

— Dígame — En cuanto escuchó la voz al otro lado su gesto cambióradicalmente. Algo de miedo creció en su interior mientras oía hablara su interlocutor — ¿Que? — Los nervios se transformaron en ira,sus ojos, antes tranquilos y relajados, amenazaban con salirse desus cuencas y sus manos comenzaron a agitarse mientras sosteníanviolentamente el aparato. — ¡Eso no es cierto. Se podía haber evitado.Tu eres el responsable! — Continuaba Desmond. Su interlocutorseguía hablando — yo creía en tí ¡Yo confiaba en tí! — Su voz sequebraba con cada sílaba

Sin mediar una palabra, Desmond colgó con fuerza tirando la basedel aparato al suelo. Se levantó furioso y en un arranque de ira arremetiócontra todo lo que encontró a su paso. Tiró la mesilla cercana al sofá, lo queprovocó la caída de la carísima botella de güisqui y su consecuente roturaen mil pedazos. Acto seguido, ya gritando y abandonado completamente asu furioso delirio, se lanzó contra la chimenea destruyendo cualquier objetode valor que se hallara en su camino.

Sólo paró cuando sus ojos se posaron repentinamente en el cuadro desu amada Penny junto a él y a su pequeño Charlie. La irá se tornó amarguray poco a poco fue doblegando su espíritu, haciendo aflorar las lágrimas ensus ojos y, finalmente, postrándolo de rodillas frente al retrato.

El llanto de Desmond se detuvo poco a poco. Tras algunos sollozos más,levantó la vista. Sabía exactamente lo que había que hacer.

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— o —

La cálida luz del amanecer despertó a Emily, que abrió los ojos lenta-mente, dando paso al nuevo día. Tumbada en la cama, desnuda y cubiertaúnicamente por la sábana, se desperezaba mientras buscaba con la mirada.Se incorporó ligeramente dejando al descubierto los hombros, apartó de lacara su indomable y rizada melena al tiempo que inquirió

— ¿Cariño. . . ?

Aaron acudió a su llamada, entrando en el dormitorio, taza de café enmano. Ya estaba vestido y terminaba su desayuno. Se acercó a la camadejando el café sobre la mesilla.

— Buenos días — saludó Aaron regalando a Emily un dulce beso en loslabios.

— Buenos días — respondió la joven agarrándole para que se tumbarajunto a ella

— No me entretengas — dijo un cariñoso Aaron — Hoy es un díacomplicado. Tenemos mucho trabajo.

Emily se hacía la remolona e intentaba retenerle con apasionadosbesos. Forcejearon un poco con cariñosos arrumacos, y después Aaron seincorporó, despidiéndose de su novia

— Tengo que irme, tu padre me ha encargado coordinar la búsqueda delos fugados. He de hablar con el grupo.

— Te llamaré desde la Flecha —apuntó Emily— Voy a revisar el sistema;Cliwe me dijo que hay problemas. Creo que tendré que arreglar laantena. . . , otra vez. Estaré todo el día allí. Pediré a Maggie que meacompañe.

— Ah es verdad, lo olvidaba. . . Ahora tienes una becaria -Aaron sonrióy dio a Emily un último beso — Te quiero — después salió deldormitorio

Emily, desde la cama, escuchó cómo la puerta de la casa se cerraba.Después, respiró profundamente tomando fuerzas para levantarse e iniciarel día.

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— o —

En el bosque cercano a la playa, Mari Carmen, Pili Y María Entraigasse encontraban recogiendo leña para la hoguera de la noche. Los últi-mos acontecimientos que habían ocurrido al grupo habían enrarecido lasituación hasta tal punto que los nervios de todo el mundo estaban a florde piel.

— La verdad, no sé qué es lo que nos está pasando últimamente — MaríaE. negaba con la cabeza — Parece que nos estemos volviendo locos

— No lo sé, quizá han pasado muchas cosas — Intentó explicar Carmen— Esta situación puede con cualquiera.

— Como sigamos así, vamos a terminar matándonos los unos a los otros— Continuó María.

— Es extraño — dijo Pili casi imperceptiblemente — ¿Os acordáis delcabreo que se pilló Pablo ? . . . Fue algo sin sentido. . .

— Llevamos días esperando, y nadie ha venido a rescatarnos — apuntóCarmen — Todos estamos alterados. Pero supongo que algunoscontrolamos los nervios mejor que otros

— Es que su reacción no tiene justificación alguna —insistió María E. —A no ser que tenga algo personal con Héctor. . . . Porque únicamentepor una caña de pescar, no lo entiendo. . . En fin De todas formas, noson los únicos que están raros, ¿Qué creéis que les ha pasado a Chusy Rubén? — Dijo María

— Sí, es verdad. Esos dos me tienen intrigada — Dijo Carmen —¿Vosotras pensáis que se han liado?

— ¿Rubén y Chus? — María torció el gesto — Tú estás loca. . . si se llevana matar

— A lo mejor a Rubén le gusta Chus. . . y ella le ha dado calabazas —Propuso Pili

— Eso quizá me cuadra más — Dijo María

— Yo no lo creo . . . Conozco a Chus. . . y está más rara que eso. — DijoCarmen — Quizá han descubierto algo que nosotros no sabemos.

— Ya. . . pero. . . ¿Qué podrían haber descubierto? — Se preguntaba MaríaE.

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— No lo sé. . . tal vez les ha poseído uno de los monstruos de la isla. —Pensaba Carmen — O quizá han encontrado a alguno de nuestrosamigos

— Eso no tendría sentido. . . — Interrumpió Pili — Si fuera así sería unabuena noticia.

— No, si lo que han encontrado es un cadáver — Carmen se puso en lopeor.

Las tres amigas quedaron en silencio. Ninguna quería pensar en ello,Pero no pudieron evitarlo

— No tiene sentido. . . por qué querrían ocultarlo — Dijo María E.

De repente Pili tuvo un flash. Sintió como si algo no fuera bien. Laimagen de Máriam le vino a la cabeza.

— Un momento, ¿Y Máriam? ¿Dónde está? hace tiempo que no la hevisto — Exclamó Pili — Desde que desaparecieron Chus y Rubén.

— ¿Máriam? — Carmen intentaba recordar cuándo la vio por última vez

— Tranquilas, tranquilas. . . Máriam está bien — Dijo María tranquilizan-do a las chicas — Miradla allí, en la playa— ¡Máriam! — Gritó MaríaE.

A lo lejos, se podía ver la silueta de una mujer joven jugueteando conlas olas. Parecía Máriam. Al oír la voz de María, la joven se giró y miróhacia ellas.

— ¡Hola chicas!

La inconfundible voz de Máriam llegó hasta los oídos de las tres, quesonreían al verla. Y hacia la voz se dirigieron sin ahondar más en laspreocupaciones que asaltaban al grupo.

— o —

En el barco todo estaba listo para Carlos. Era el momento. Aquellatarde hacía un calor terrible, con un denso y caliente viento desértico.

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Un ambiente demasiado cálido para lo que podían aguantar los chicos,que permanecían encerrados en sus camarotes dando buena cuenta de laagradable temperatura que el aparato de aire acondicionado dejaba paraellos.

El margen de error era muy corto. Demasiado corto. Si confiaba ensus cálculos, volvería a casa en apenas un par de días. Carlos tenía unaextraña sensación de nerviosismo que hacía tiempo que no sentía. Volveríaa ver los árboles y los ríos. Volvería a ver el amanecer desde la playa.Volvería a recorrer el tiempo y el espacio. Volvería para quedarse. Paraliberar la isla de aquéllos que la mantenían presa, de aquéllos que no laentendían, de aquéllos que se negaban a usarla para lo que fue creada.Pero para conseguirlo no podía fallar. Tenía que cazarla y sólo había unaoportunidad. La ventana espacio-temporal era muy limitada.

Los movimientos de Carlos eran precisos. Había de cumplir su plan alsegundo. El barco estaba a dos días del lugar preciso, pero el rumbo queel capitán le había dado al navío no era el adecuado. Apenas unos gradoshacia el Este bastarían. Si no corregía el rumbo con apenas unas décimas desegundo de tolerancia en el momento preciso, con apenas 4 o 5 segundosde grado de error, corría el riesgo de perder la ventana y, con ello, perderla oportunidad de acceder a la isla. Ya había perdido esa oportunidad enalgunas ocasiones. El acceso a la isla es imposible cuando no se sabe dondeestá, a no ser que se controle la ventana de entrada o se tenga la capacidadpara predecir cuándo y dónde va a producirse el salto, que ocurría deforma aparentemente aleatoria. Carlos conocía perfectamente los métodospara predecir cuando iba a hacerse visible la isla. Aún así no era fácilconseguirlo.

Carlos subió por la escalerilla que llevaba al puente para ejecutar suplan. Lo primero que debía hacer era cortar las comunicaciones, para loque se dirigió a la sala dedicada a tal efecto. La comunicación del barcocon el exterior en alta mar únicamente podía realizarse a través del centrode comunicaciones. Unos días antes, Carlos había preparado el terrenoinutilizando el módulo que conectaba las habitaciones con el centro decontrol. Gracias a este hecho, los tripulantes se acostumbraron a ser másautónomos y no tener comunicación periódica con tierra. Esto permitíapoder desconectar el sistema un par de días sin que nadie lo echara enfalta, lo suficiente para que el plan de Carlos se cumpliese.

La sala estaba vacía. Como las comunicaciones estaban restringidas allamadas de emergencia, solo estaban permitidas las llamadas desde elpuente, donde el capitán las aprobaba. El recorte presupuestario de laagencia de viajes hacía que el personal estuviera bajo mínimos, con locual habían trasladado al tripulante encargado de la radio a labores masnecesarias que cuidar una radio que nadie utilizaba. Carlos se agachó bajola mesa del sistema de comunicación y estiró del cable que proporcionabaalimentación al aparato. Nadie podría entonces comunicarse con tierra.

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Ahora sólo le quedaba cambiar el rumbo del barco para seguir con su plan.Se dirigió al puente que se encontraba en la misma cubierta. Allí estaban elcapitán y los dos timoneles, los cuales alternaban turnos de 12 horas. Carloshabía aprovechado la hora exacta del cambio de turno para poder controlara las tres únicas personas con poder para estar en el puente. Durante 2días normales, nadie les echaría de menos, siempre que no ocurriese nadaextraño. Todos los tripulantes tenían demasiadas tareas que hacer.

Carlos irrumpió en el puente donde el cambio de turno se estaballevando a cabo.

— Lo siento señor, pero no puede estar aquí — Dijo el Capitán amable-mente

Sin mediar palabra Carlos se acercó al Capitán sin cambiar el paso.Mientras se acercaba, la mano derecha del extraño pasajero comenzó abrillar de forma inusual. El brillo fue creciendo hasta rodear toda la manocon una esfera blanca, formando un poderoso campo de fuerza.

— ¿Qué diablos es eso? — Los tres tripulantes quedaron paralizadosante tal visión

Carlos golpeó con su mano al Capitán, que cayó fulminado al suelo.

— ¡Dios mío! ¡Huyamos! — Los otros dos tripulantes se miraron eintentaron escapar.

Ya era demasiado tarde. Las dos brillantes manos de Carlos golpearona los timoneles antes de que pudiesen emprender la huída , Cayendoinconscientes al suelo. Carlos amordazó y ató a los tres tripulantes tras locual los encerró en uno de los armarios del puente.

— Lo siento mucho. — Dijo Carlos a sabiendas que ellos no podían oírles— Siento que os haya tocado a vosotros. Espero que cuando todoocurra tengáis alguna oportunidad

Carlos terminó de cerrar la puerta del armario y se dirigió al timónelectrónico. Contaba con unos minutos de tiempo antes de modificar elrumbo. Mientras esperaba el momento adecuado, dibujó en el mapa deruta el nuevo rumbo que debía seguir el barco, utilizando una regla y unlápiz. Luego sonrió y escribió 6 números en el mapa: 4, 8, 15, 16, 23 y 42.Los seis números que le habían llevado hasta ahí. La llamada constantehexadimensional que tan bien conocía Carlos.

Llegado el momento Carlos introdujo el nuevo rumbo en el timón.

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— 9 grados, 20 segundos, 6 décimas — Se repitió Carlos mientrascambiaba los valores — Ahora sólo falta esperar

Carlos salió tranquilo del puente hacia su habitación. Nadie le habíavisto. Nadie sospechaba de él. Pronto todos conocerían la tierra donde élcreció, donde él vivía, a la sombra de la estatua.

— o —

En uno de los almacenes del poblado, los habitantes de Dharmavillecomenzaban su rutina diaria. Un grupo de tres personas hacían inventario,ordenando y clasificando cajas. Sam apareció en la zona de la armeríasaludando a sus compañeros.

— Buenos días chicos —dijo Sam distendido— ¿me habéis llamado?

— Sí. . . aquí tenemos un problema —respondió uno de los operarios—Es posible que alguien haya cometido un error al clasificar las armas.

— ¿Error. . . ? —preguntó Sam extrañado

— Según esta lista faltan tres warriors y una deagle b3 —explicó elhombre— pero según el registro nadie ha sacado esas armas. ¿Esposible que Aaron y su equipo las cogieran pero olvidaran anotarestas cuatro? O tal vez alguien ha sumado de más. . .

Sam meditó durante unos segundos, intranquilo. Después, sin mediarpalabra, salió con decisión del almacén.

Fuera, en otra parte del poblado, Emily se disponía a entrar en sufurgoneta para marchar hacia la Estación La Flecha. Vestía ropa cómoda,vaqueros y camiseta de tirantes con un logo Dharma, y junto al bolsillo desu pantalón una pequeña identificación con su nombre. Subió al vehículopor el lado del conductor, y a su lado aguardaba sentada su acompañante,enfundada en un mono gris Dharma y con el rostro oculto bajo una gorrade beisbol.

— Buenos días Maggie — saludó mecánicamente Emily mientras activa-ba el motor pulsando una tarjeta diminuta que llevaba en la mano —¿lista para comenzar el día?

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Entonces su acompañante se giró y levantó tímidamente la cabeza,Emily la miró y, con gran sorpresa, encontró a otra persona sentada a sulado. Era María M.

— ¿Quién eres tú. . . ? ¿Qué. . . ? —Emily farfulló sobresaltada

Emily hizo amago de coger una pistola bajo su asiento, pero rápida-mente algo la detuvo

— Schh schh. . . Yo no haría eso — la voz de Claudio salió de debajode una lona que cubría la parte trasera de la furgoneta, junto a laboquilla de un rifle que apuntaba directamente a Emily — Ahora vasa tranquilizarte y a hacer lo que te digamos.

Emily asomó la cabeza despacio y alcanzó a ver varios bultos bajo lagran lona. Claudio se ayudó de su arma para levantar la lona un poco más ymostrar a la joven al resto de sus compañeros, Guillermo, Jesús y J. Enrique,igualmente tumbados, los dos últimos también armados y apuntándola.

— Máriam. . . quédate tranquila por favor —susurró María M. en tonoconciliador — estamos aquí para ayudarte.

— No sé cómo habéis logrado llegar hasta aquí. . . — Emily volvió lavista al frente, y habló intimidante — Está claro que han sido muypermisivos con vosotros dejándoos fuera de las celdas Más cuandovuestros compañeros se fugaron. No os conozco. . . lo repito una vezmás — Emily se mostraba fría y distante — Yo no soy la persona quebuscáis.

— Eso lo discutiremos luego — la voz de Guillermo se escuchó bajo lalona — Ahora arranca y sal del poblado sin llamar la atención. Mástarde nos darás las respuestas que necesitamos.

— Yo no voy a ningún lado — desafió Emily — y vosotros tampoco. Novais a obligarme, y no me siento amenazada por las armas. Si estáisconvencidos de que soy vuestra amiga Máriam, está claro que no meharéis daño — Emily tenía los nervios templados, muy segura de sí— No vais a dispararme.

— Tal vez nosotros no. . . — puntualizó Jesús asomando la cabeza — peroella sí podría hacerlo. . .

Jesús torció la cabeza señalándole a Emily una dirección. Frente aellos, a unos metros de distancia de la furgoneta, Ana Belén apuntaba

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amenazante con un rifle, medio oculta entre los árboles que custodiabanun pequeño parque cercano a la zona donde se encontraban. Fue entoncescuando Emily se alarmó de veras.

— A Ana no le temblará el pulso — dijo Claudio — Ya lo ha hechoantes. . . y ahora mismo no muestra gran estima por ninguno denosotros. Le da igual lo que pase contigo.

Emily trataba de pensar rápido, pero el grupo la presionaba para queactuara.

— No tenéis dónde ir — Emily intentaba ganar tiempo — Nos en-contrarán en cualquier parte de la isla. . . y entonces sí que tendréisproblemas. Pensadlo un poco, aquí en el poblado estáis a salvo. . .

— ¿A salvo? — replicó María — ¡Han matado a Alejandro! Y a puntoestuvieron de hacer lo mismo con Guillermo y Ana

— ¡Arranca de una vez! — ordenó José Enrique amenazante — Amí me importas una mierda, podría dispararte ahora mismo. Sólonecesitábamos tu llave para poner en marcha este trasto. . . o sales ya,o te vuelo la cabeza.

Emily accedió, terriblemente inquieta, y puso en marcha la furgoneta.Fue avanzando lentamente por la calle principal aproximándose a la zonaajardinada donde esperaba Ana Belén. Tras echar un vistazo y asegurarsede que nadie la viera, Ana bajó su arma y se apartó de los árboles,dirigiéndose al vehículo. De repente, vio cómo Sam llegaba corriendo paradetenerles, pistola en mano. Ana Belén alertó a sus compañeros

— ¡Marchaos! ¡Rápido!

Claudio clavó la boquilla del rifle en el costado de Emily forzándola aacelerar para escapar rápido antes de que Sam diese la voz de alarma. Altiempo que la furgoneta salía del poblado a gran velocidad, Ana echó acorrer dirección al bosque perseguida por Sam. Ambos iban armados, peroninguno abría fuego, únicamente corrían, una para escapar, el otro paradarle caza. Finalmente, tras unos minutos, Sam la alcanzó empujándolacontra un árbol. Ana Belén estaba agotada por la carrera, aunque pusoresistencia y trató de soltarse de las manos de Sam. Su esfuerzo fue inútil,él la tenía bien inmovilizada contra el árbol.

— ¡Déjame ir! — gritó Ana esperando su ayuda — ¡Suéltame!

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— ¿Por qué has tenido que hacerlo? — respondió Sam decepcionado —Has puesto tu vida en peligro. . . y acabas de matar a tus amigos

Ana no quería escucharle, sólo forcejeaba.

— Les has ayudado a escapar. . . llevándose a la hija de Ben — Samseguía reprochando — ¿Cómo has podido ayudarles a hacer esalocura? Es un suicidio. . . ¿O es que acaso lo has planeado tú?

— ¡Te dije que me marcharía! — replicó Ana — Te pedí que me llevarasjunto a Hugo. Con o sin tu ayuda voy a encontrarle. . . no puedesretenerme aquí, y menos a mis compañeros. . . después de ver cómo tuidolatrado Ben mataba a Alejandro. . . ¿piensas que estamos segurosen este poblado de locos? — Ana seguía revolviéndose para zafarsede Sam, pero era inútil — Habéis lavado el cerebro a Máriam, yos negáis a explicarme lo que pasa conmigo. ¡No quiero estar aquí!¡Déjame ir por favor!

— ¡No puedo, maldita sea! — le rebatió Sam igualmente alterado— Ahora tus amigos están expuestos. Van a perseguirles, van aencontrarles. . . y estarán perdidos. Pero aún no es tarde para ti. Puedeque nadie te haya visto robar esas armas y ayudarles en la fuga.Si vuelves conmigo al pueblo ahora trataré de cubrirte y dejartefuera del secuestro de Emily — Sam intentaba que Ana atendiera arazones, pero ella seguía luchando por escapar — Puede que piensesque te da igual si alguien descubre que lo planeaste con ellos. . . Perocréeme. . . por tu bien es mejor que nadie se entere. . . principalmenteBen.

Entonces Ana Belén cedió en su forcejeo, templando un poco los nervios

— Si hago caso, y vuelvo contigo. . . entonces. . . quien estará en peligroserás tú — el tono airado de Ana se rebajó un poco — Porque sialguien ha visto la huída, si se descubre que soy cómplice y quetú estás ayudando para no ser descubierta. . . No saldrá bien paraninguno de los dos, Sam — Ana intentaba convencerle — Déjameir por favor.

— Nunca encontrarás a Hugo tú sola, es imposible — Sam no aceptó supetición

Entonces Ana reaccionó sorprendiendo a Sam, girando su codo conrapidez y asestándole un violento golpe en la cara para intentar escapar.No le sirvió de mucho, porque el joven respondió de inmediato, un poco

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aturdido, agarrándola de nuevo con fuerza y bloqueando sus movimientos.Ana sentía deseos de gritar, terriblemente frustrada y también atemorizadapor la posible represalia de Sam a su agresión. Él parecía perder lapaciencia, visiblemente molesto por la actitud de Ana Belén. Presionó sucuerpo contra el de ella para inmovilizarla del todo, hecho que no rebajólos nervios de ninguno de los dos.

— Por favor, no me obligues a noquearte para llevarte de vuelta conmigo— advirtió Sam

La respiración entrecortada de ambos acompañaba al intenso forcejeo.Sam se tomó unos segundos para pensar cómo reducirla, entonces Ana lelanzó una mirada encendida, desafiante, y él respondió de una manera im-prevista. No lo pensó, acercó su rostro al de ella hasta encontrar sus labios.Fue un beso rápido pero intenso. Ana reaccionó con gran desconcierto.Sus pulsaciones aumentaban por momentos, pero ahora el motivo desu nerviosismo era otro. Muy confundidos, se miraron unos segundos,deteniendo el forcejeo para, a continuación, entregarse a un deseado yapasionado beso.

— o —

Zoe despertó y abrió los ojos con cuidado. Todo parecía borroso. Estabaconfusa, lo primero que observó fue un techo de piedra. Poco a poco suvista se fue acomodando, y empezó a intentar recordar lo que había pasado.Se recordaba atacada por un extraño monstruo de humo negro que leprovocó una herida en el hombro. Recordaba el resplandor en las manosde Carlos y cómo éste había intentado ahogarla . . . o todo había sido unsueño. . . lo cierto es que, aunque cansada, se sentía mejor que nunca.

— ¿Cómo te encuentras? — La voz de Carlos irrumpió de repente en suspensamientos.

Zoe se sobresaltó y se incorporó rápidamente, mirando con recelo aCarlos.

— La verdad, . . . No es que me moleste, pero deberías taparte no sea quecojas frío. — exclamó él.

Al incorporarse, Zoe había dejado caer la manta que le tapaba, ysus pechos quedaban a la vista. Cuando se dio cuenta, Zoe se tapó deinmediato.

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— ¿Qué ha pasado? ¿Qué hago aquí? ¿Por qué estoy desnuda? — Zoeestaba confundida

— ¿No te acuerdas de nada? — Dijo Carlos mientras azuzaba el fuegode una chimenea que había en la habitación

— Sólo recuerdo retazos — exclamó ella rascándose la cabeza — No séqué parte de lo que recuerdo es real.

— Probablemente, todo lo que recuerdes lo sea — Carlos respondió serio

— Incluido el hecho de que intentaras matarme — Zoe clavó su miradaen los ojos de su amigo

— Yo no he intentado matarte. No podría hacerlo — Carlos bajó lamirada — Te he salvado la vida.

— Intentaste ahogarme

— ¿Sientes como si te hubiese ahogado? — La cara de Carlos mostrabauna enigmática sonrisa. — Aquello parece agua, sabe como agua, sesiente como agua, pero no es agua. Ese líquido es medicina pura.

— ¿A qué te refieres? — Zoe no entendía

— En ese líquido hay miles de microorganismos que son capaces dereparar tu cuerpo, eliminando todo aquello que no sea saludable parati. — Carlos levantó la mano hacia Zoe — No creo que hayas estadomás saludable en tu vida

— ¿ Y qué hago desnuda? — Dijo Zoe tapándose aún más

— Pues tu ropa está empapada. . . y llena de sangre. La he lavado ytendido. Yo también estoy desnudo. — En aquel momento Zoe se diocuenta que Carlos estaba tapado únicamente por una manta como laque ella tenía

— ¿Me has desnudado tú? — Zoe se sonrojó

— ¿Has visto a alguien más? — Carlos miró a los lados — Lo hice por tubien. No me digas que te ha molestado.

— No. . . pero no hemos hecho nada más, ¿verdad?

— ¡ja ja ja ja! no te preocupes — Carlos tenía una enorme sonrisa en laboca — seguimos siendo sólo amigos

— Lo que pasó con el monstruo de humo negro aquel. . . ¿También fuereal?

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Carlos torció el gesto. No solía hablar sin tapujos de sí mismo.

— Sí, lo fue.

Zoe mantuvo un tenso minuto de silencio

— Entonces. . . tú. . . — Zoe señaló la mano de Carlos, que levantó suave-mente para mostrársela

— Sí, como te he dicho, lo que viste fue real. — Carlos contestó con totalseriedad

— . . . Creo que tienes muchas cosas que contarme

— Me temo que así es. . . — Dijo Carlos mientras se acercaba a arropar aZoe — Pero no será ahora. Tienes que descansar un poco más paraterminar de recuperarte. Mientras tanto yo estaré fuera vigilandopara que nada malo vuelva a pasarte — Carlos acarició con ternurala cara de Zoe

Zoe no se atrevió a llevarle la contraria a Carlos y obedeció. A pesar delas muchas preguntas que se agolpaban en su cabeza, el cansancio hizo queno tardara en dormirse. Mientras lo hacía una pregunta no hacía más querondar por su cabeza. ¿Quién o qué era aquel ser?

— o —

Habían pasado dos días desde que Carlos había cambiado el rumbo delbarco. Hasta ese momento todo había ido según el plan previsto. Nadiehabía descubierto sus acciones, tal como él había pensado. Sólo deseabano haberse equivocado en los cálculos. El reloj parecía no dejar pasar eltiempo. Cada minuto parecía un siglo. Carlos aguardaba en popa, desdeallí esperaba que a la parte izquierda del barco pronto se divisara la isla.permanecía silencioso,tan expectante que no oyó llegar a Zoe a su lado.

— Siempre te encuentro aquí — Carlos sonrió al ver a Zoe — ¿No tienesotro sitio donde estar?

— Es una estrategia, si siempre estoy aquí, cuando quieras buscarmesabrás dónde hacerlo.

— ¡Jajajaja! ¡Uuuyyyy sí! — Contestó riendo Zoe — ¿y para qué querríabuscarte a ti?

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— Bueno. . . algún encanto he de tener

— Seguro que sí, El día que lo encuentre te lo digo ¡ja ja ja! — Zoe reíafuertemente — De momento busco el encanto de tus manos, creo quetengo una contractura en el cuello — habló ella mientras llevaba lamano de Carlos a su cuello

— Siéntate ahí — Carlos le mostró el camino hacia una de las tumbonasde la cubierta — Veré lo que puedo hacer

Carlos calentó sus manos y se puso a masajear el maltrecho cuello deZoe.

— ¡mmmm, qué bien! — Zoe se relajaba con el masaje de Carlos — ¿Quéhas echo estos dias que no se te veía el pelo?

— He estado por aquí, también he estado con Ana Belén. — ConfesóCarlos — Tiene ciertos problemillas, y he estado aconsejándole.

— ¡mmmm! así que aconsejándole — Dijo Zoe irónica — ¡Je je je!

— No seas mala, que lo está pasando mal. . .

— Bueno si tú lo dices. . . te creo — dijo Zoe — pero que vamos. . . tampocopasaría nada si. . .

— Sabes que sólo tengo ojos para tí — Carlos lucía una socarronasonrisa.

— ¡Ja ja ja! ¡Qué morro tienes! — Reía Zoe — entonces. . . ¿No tienes nadaque contarme?

— No que yo me haya enterado

— Entonces no te enteraste del beso que te dio el otro día — Zoe teníauna pérfida sonrisa

— Tú ¿Cómo sabes eso? — Carlos paró de masajear el cuello de Zoe y semantuvo expectante

— Porque. . . Lo vi

— Bueno. . . No es lo que parece — Carlos se excusó

— ¡Ja ja ja! si, si. . . la típica excusa. — Dijo Zoe — de verdad que a mí notienes que darme explicaciones

— De verdad te digo, no es lo que parece, sólo fue un beso

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— Fíjate que fue exactamente lo que me pareció. . . un beso ¡ja ja ja!

— Ya te dije que ella está un poco preocupadilla. . . le estuve dandoánimos. . .

— no me digas más, la historia de siempre. ¡Ja ja ja! — Zoe seguía en sustrece — ¡Qué morro tienes!

— Pero qué mala eres cuando quieres — Carlos sonreía — De verdadque no hay nada entre nosotros.

— ¡Claro, cla. . . !

En aquel momento Zoe calló. Ana Belén apareció ante ellos. Se man-tenía algo cabizbaja y melancólica. Se acercó despacio y saludóamigable-mente.

— !Hola Chicos! Carlos. . . ¿Tienes un segundo para mí?

— ¡A la cola! — Zoe sonrió alegre intentando hacerse la simpática — yovoy antes. Cuando termine conmigo empezará contigo.

— No te preocupes, sólo te lo quitaré un momento — Ana Belén estabaconfusa y no interpretó correctamente la ironía de Zoe, respondiómolesta — luego puedes quedártelo para ti solita.

— !Pero a ti que te pasa. . . ! — Dijo Zoe ligeramente enfadada — Que noaceptas una broma

— ¿Una broma? — exclamó Ana — A ti lo que te pasa es que estás celosa.

— Pero. . . ¿Qué me estas contando? — Zoe se levantó amenazante — Notienes ni puta idea

Ana Belén torció el gesto, se acercó a Zoe y le susurró al oido

— Espero que no hayas olvidado lo que tienes fuera. . .

A Zoe se le encendió el alma, Carlos fue a intentar mediar cuando,de repente, el momento llegó. Un potente silbido se coló en los oidosde los tres. Zoe y Ana Belén miraban anonadadas. Carlos miró hacia elhorizonte donde la isla comenzaba a aparecer. Una sonrisa se formó en suslabios. Había acertado plenamente sus cálculos. La esfera de luz comenzóa formarse rápidamente. La sonrisa de Carlos pronto se tornó en muecade preocupación. Había sido demasiado preciso. El barco había aparecidodemasiado cerca de la isla e iba a encallar. De repente, Carlos pensó en Zoe

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y Ana. Corrió hacia ellas para intentar agarrarlas y prevenirlas del golpe.Llegó justo a tiempo para cogerlas antes de que la isla impactara en la basedel barco e hiciese a éste deslizarse en dirección contraria y volcar. Conuna agarrada a cada lado, Carlos saltó hacia el agua. Ana Belén mirabaa Carlos petrificada por el miedo y Zoe se abrazaba a él con fuerza, peroambas confiaron para que encontrara la manera de salir vivos de allí. Untrozo de madera cayó sobre la cabeza de Ana, que quedó inconsciente. Zoese había desmayado. Carlos nadó como pudo hacia la playa y dejó a las doschicas a salvo . Un extraño sentimiento le recorrió el alma. Volvía a estar enconexión. Había vuelto a casa

— o —

(Escena escrita por Rubén)

El labio de Rubén sangraba profusamente y la cabeza le daba muchasvueltas. Estaba tirado boca abajo en mitad de un charco de algo que una vezfue agua. El ingenioso e hiriente comentario acerca de la madre de Dimitrique salió de la boca de Rubén, no debía haberle hecho mucha gracia alserbio de más de 2 metros que ahora se preparaba para rematar su faena.

— ¡Maldito guilipollas! — el acento era marcadamente balcánico —Preparrate, bastarrdo.

— ¿Qué cojones vas a hacer? ¿Chuparme la sangre, Conde Drácula?— Rubén estaba claramente borracho - ¿Podrías intentar al menosmatarme sin cometer ninguna falta gramatical?

Dimitri le propinó una fuerte patada en el estómago. Rubén gimió dedolor.

— ¡Vale! Hagamos un trato, —se detuvo para toser — tu me dejas en pazy a cambio te enseño a leer. ¿Qué te parece?

La última apreciación acabó con la paciencia de Dimitri que se disponíaa pisar la cabeza de Rubén con su enorme bota militar.

— Tu te follen , maldito cabrron . . .

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— ¡Pum! — Un único disparo retumbó en aquel callejón de mala muerte.Dimitri cayó fulminado, produciendo un ruido seco.

Rubén se incorporó pesadamente mientras se limpiaba la sangre de laboca. Un hombre con traje, alto y de aspecto aseado lo miraba al otro ladode la callejuela desde sus oscuras gafas de sol, a pesar de ser noche cerrada.Se miraron un segundo. Por fin, el hombre del traje habló:

— ¿Señor Aguilar?

— Batman, ¿eres tu? — Rubén lo miró divertido

Acto seguido se desplomó. Estaba demasiado borracho.

— o —

En Dharmaville los ánimos estaban encendidos. La alerta había saltado,y todo el mundo buscaba a los recién fugados. La gente corría de un ladoa otro, organizándose en grupos. Aún no sabían que Emily había sidosecuestrada pues se suponía que estaría todo el día trabajando en La Flecha.Aaron y su grupo tampoco estaban, ya que habían salido al amanecer a labúsqueda de Carlos y Zoe. Uno de los hostiles se acercó corriendo hastadonde se encontraba Ji Yeon.

— ¡Ji Yeon! — gritó el hombre mientras llegaba a su altura — Hanconfirmado el robo de cuatro armas. . . — y añadió temeroso — entreellas una deagle. . .

El rostro de la joven koreana se desencajó al conocer este último dato

— ¿Una deagle? — dijo alarmada

Su compañero asintió con la cabeza. Entonces Ji Yeon sacó del bolsilloun minúsculo aparato de metal, accionó una pestaña que hizo abrirse unpequeño resorte lateral, y comenzó a hablar a través del mismo. Parecíauna especie de transmisor

— ¿Sam? —dijo la joven arrimando el aparato a su boca — ¿Sam merecibes? — nadie respondía- Aquí Ji Yeon desde la base. Contesta porfavor.

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A unos metros de ellos, se acercó comedida una joven vestida con unmono gris Dharma, en cuya identificación rezaba el nombre de Maggie.

— Disculpe señorita kwon. . . — dijo respetuosa — Mi nombre es Mag-gie. . . soy la nueva ayudante de Emily Linus.

— ¿Y bien? — respondió una intimidante Ji Yeon

— Verá. . . — prosiguió la muchacha — esta mañana debía acompañar aEmily a la Estación La Flecha, pero ha marchado sin mí. No me hacomunicado ningún cambio, y aún no he podido hablar con ella. Nosé qué debo hacer.

Ji Yeon atendía las explicaciones de la joven becaria mientras le dabavueltas a una idea inquietante. Sam seguía sin responder al otro lado deltrasmisor. Finalmente se dirigió a su subordinado

— ¿Dónde coño está Ford?

— o —

Los cálidos ojos azules de Sam fijaban la atención en un punto. Sumirada era limpia, parecía reconfortado. En mitad de la selva, parado juntoa unos matorrales, observaba con detenimiento una pequeña edificación. Setrataba de una cabaña de madera de una sola planta con tejado a dos aguas,custodiada por un pequeño porche en el que había una vieja mecedorablanca. La cabaña estaba enterrada entre la maleza del bosque. Sam avanzódos pasos, y tras él, una intrigada Ana Belén permanecía a la espera, a unoscuantos metros de distancia.

— Aquí es. . . — anunció Sam

— La verdad. . . no parece muy difícil de encontrar —dijo Ana— Estálejos del campamento, pero la ruta no se ve complicada.

Sam se giró hacia ella y le regaló una mueca

— Vuelve mañana y tal vez no la encuentres aquí. . . —respondió eljoven, enigmático

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Ana Belén le miró sorprendida. Sentía un gran interés por averiguarlos secretos de la isla, por descubrir qué era aquel insólito paraje y porqué estaba despertando en ella sensaciones y emociones tan extrañas.Sam permanecía quieto, concentrado en aquella pequeña casa. Parecíauna especie de santuario, algo sagrado por la forma en que el joven lacontemplaba.

— ¿Qué he de hacer ahora? — los nervios y expectación de Anaaumentaban por momentos

— Esperar —respondió Sam

De repente una voz de hombre irrumpió tras ellos

— Aún es pronto. . .

San y Ana se giraron sobresaltados buscando el origen, pero no encon-traron a nadie.

— ¿Por qué me has desobedecido? — espetó de nuevo la misteriosa voz

Entonces se volvieron hacia la cabaña y encontraron a un hombresentado en la mecedora donde segundos antes no había nadie. Era deconstitución robusta, con evidente sobrepeso, pelo castaño largo y rizado,y una poblada barba. Su aspecto se veía descuidado, pero aún así parecíajoven. Sam se acercó despacio, temeroso.

— Lo siento Hugo — se disculpó el joven

— ¿Cómo ha logrado convencerte? — preguntó Hugo con interés

Sam bajó la mirada, no quiso contestar. Se retiró prudencialmente y diopaso para que Ana Belén se acercara a aquel peculiar individuo.

— Acércate —solicitó Hugo— puedes sentarte aquí.

Ana obedeció y avanzó despacio, sentándose en uno de los escalonesdel porche mientras observaba con temor a Hugo, que se balanceabasuavemente en la mecedora. Sam comenzó a caminar alejándose de lacabaña para dejarlos a solas. Ana entonces se sintió desprotegida, queríaque Sam estuviese allí. Hugo lo advirtió

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— No debes temer Ana — dijo un Hugo sosegado — Él estará aquícuando terminemos de hablar

— Espero que no te enfades con él por traerme — se disculpó Ana —prácticamente le obligué. Y también espero que entiendas por qué nopodía esperar

— Nunca podría enfadarme con Sam — apostilló Hugo — Es como unhijo para mí — Ana atendía con interés mientras Hugo extraía deuno de los brazos de la hamaca un vaso grande de cartón con tapade plástico y pajita como recién sacado de un restaurante de comidarápida, y daba un gran sorbo a la bebida— Supongo que Sam hahecho lo que tenía que hacer. . . el único inconveniente es que lo hahecho antes de tiempo. Y eso. . . —apuntó con su vaso a Ana— se debea tu impaciencia.

Ana permaneció callada. Todo aquello la sobrepasaba, le parecía muyextraño, más aún cuando vio que, del otro brazo de la hamaca, Hugo sacabaun enorme cubo repleto de muslitos de pollo frito, tomaba uno con suvasta mano y le daba un buen mordisco. La joven se sentía cuando menosdesconcertada. Mientras masticaba, Hugo siguió con su diatriba.

— Pues bien. . . ahora estás aquí. Querías verme a toda costa. Es momen-to para las explicaciones. . . para tus explicaciones.

— ¿Mis explicaciones? — preguntó una confusa Ana Belén — He venidoporque necesito que alguien me explique qué estoy haciendo en estaisla. Quiero saber quiénes sois, a qué coño os dedicáis aquí y por quéparece que nos conozcáis a mí y a mis compañeros. ¿Quiénes sois yqué queréis de nosotros?

Hugo negaba con la cabeza mientras seguía engullendo el pollo ybebiendo su refresco.

— Tú no has venido hasta aquí, a mi casa, para hacerme esas preguntasAna Belén — el hombre hablaba con mucha templanza y seguridaden sí mismo, lo que contrastaba con la intranquilidad de ella— Hasvenido. . . para hablar de ti. . . de lo que te ocurre —Ana escuchaba coninterés— y es por ello que las explicaciones las debes dar tú.

— Lo siento, pero no puedo explicar aquello que no entiendo —replicóAna, ansiosa por saber— Lo que está ocurriendo desde que llegamosa la isla se escapa a mi comprensión. Aparte del hecho de que, derepente, hayamos viajado treinta años en el tiempo pero sigamos

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teniendo la misma edad, y de que tu gente haya abducido a una demis amigas hasta convertirla en otra persona, lo que está pasandoconmigo no tiene explicación lógica. En esta isla pasan cosas, no séqué es. . . pero ha hecho como si en mí se detonara algo, introduciendoideas e imágenes dentro de mi cabeza. . . cosas que antes no estabanahí.

— Comprendo. . . —asentía Hugo mientras engullía su comida— ¿Sabesuna cosa Ana Belén? Eres especial. . . pero tú no lo sabes. Voy acontarte algo —Ana escuchaba tremendamente intrigada— Nadiellega a esta isla sin mi permiso. . . nadie puede encontrarla sin miintervención. Pero vosotros. . . tú y tus amigos lo lograsteis. Y fuegracias a ti —Ana atendía las palabras de Hugo pensando que teníaante sí a un ermitaño chiflado que poco podía ayudarla— Ahora losé, eres la responsable. Sabías exactamente dónde estaría la isla.

Ana aguardó unos segundos para responder

— Sé con exactitud una cosa. . . que estás hasta el culo de hierba —elsarcasmo hizo al fin aparición— Vengo aquí con la esperanza deencontrar a una persona que pueda contarme lo que ocurre. . . y meencuentro con un colgao que en realidad no tiene idea de nada.

— ¿Tienes problemas con tu memoria Ana? —saltó entonces Hugo ele-vando el tono y dejando paralizada a la joven— Sufres un problemade salud, ¿verdad? Tu cerebro se está friendo como este pollo —dijo al tiempo que mordía un trozo de muslito— Y no puedes hacernada para detenerlo. . . —Ana le miraba perpleja, con la boca abierta,Hugo por fin mostraba sus credenciales— Sabes que tu tiempo seacaba y vives atormentada por ello. Sin embargo. . . desde el momentoen que pusiste un pie en la isla. . . todo eso cambió —los nervios deAna Belén aumentaban por segundos. Hugo se mostraba tajante—De repente, tu cabeza comenzó a funcionar de nuevo, recobraste lamemoria perdida, y además empezaron a entrar en tu mente nuevosrecuerdos. . . imágenes y sensaciones que hasta entonces no habíasvivido.

— ¿Cómo sabes todo eso? —preguntó Ana

— La isla me lo ha contado. . . —respondió un misterioso Hugo— Y esla isla quien te mantiene sana —Ana Belén era incapaz de procesarlo que decía aquel ser esperpéntico, pero se le veía tan convincenteque no sabía qué pensar— Estás aquejada de una grave enfermedad,cosa que lamento. Y también lamento decirte que fuera de esta isla nohabrá futuro para ti. . . aunque eso también lo sabes tú —las palabras

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de Hugo caían como una losa en Ana Belén— Sin embargo, eresimportante para nosotros. Ana. . . —sentenció Hugo— te necesitamosaquí. Debes ayudarnos.

— o —

(Escena escrita por Rubén)

Cuando Rubén despertó en aquella lujosa habitación de hotel se encon-tró frente a él a una atractiva mujer de pelo rubio de unos 30 años que lemiraba fijamente.

— Buenas días, Rubén.- Era evidente que la mujer no era españolaprobablemente estadounidense.

— ¿Quién cojones eres? ¿Dónde coño estoy? Y lo más importante,¿cuánto te debo?

Penny Widmore hizo caso omiso a sus comentarios y continuó hablan-do.

— Me llamo Penélope Widmore. Tienes una extraña forma de jugarte lavida, Rubén. Ese tipo podría haberte matado.

— ¿Penélope Widmore? La hija de Charles Widmore, ¿el multimil-lonario desaparecido? — Rubén recobraba poco a poco el sentidocomún.

— Así es.— respondió ella con una amplia sonrisa — Y necesito tuayuda.

— Dudo que tengas algo que yo quiera — Rubén se incorporó ligera-mente sobre el cabecero de la cama dejando la mirada ligeramenteperdida — Hace tiempo que dejó de importarme cualquier cosa.

— Ella se ha ido, no deberías torturarte más por ello.

— ¿Cómo mierdas sabes. . . ? — Rubén estaba perplejo ante la cantidadde información acerca de él contenida en aquella simple frase.

— Digamos que eres importante para nuestros planes. Además puedoayudarte a vengarte de la gente que te ha llevado a esta situación.

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— ¿Planes?¿Vengarme? ¿Se puede saber de qué va todo esto? — Rubénbarajaba la posibilidad de golpear a Penny con el cenicero de lamesita y salir huyendo, pero reparó en el hombre de traje de la nocheanterior. Parecía ir armado.

— Lo que te está haciendo esa gente no está nada bien. Desprecian tutrabajo, te han negado el ascenso, te ningunean. Y para colmo te hanrobado tu idea. Yo puedo ofrecerte la posibilidad de recuperar tudignidad y devolverles el golpe. — Ahora Rubén parecía más atentoa sus palabras.— Además te pagaré bien, podrás empezar una nuevavida. Podrás incluso hacer que ella vuelva a tu lado.

— ¿Qué tengo que hacer?- Rubén no se podía creer que estuvierasiquiera planteándose aceptar la propuesta de aquella mujer.

— Dentro de 15 días partirá el crucero de tu empresa. Un aparente viajede placer para los empleados. Pero ese viaje esconde un secreto. Abordo de ese barco viaja un prototipo experimental muy importantepara su empresa y. . . altamente ilegal. Su misión será destruirlo.

— Quién crees que soy, ¿un espía o algo así? ¿Has visto estas lorzas?Rubén se agarró los michelines de la barriga.

— Lo único que deberás hacer es colocar una serie de explosivos en unazona concreta del barco.

— ¿EXPLOSIVOS? ¡Yo no quiero matar a mis compañeros!

— Y no lo hará. Al menos, no si sigue las instrucciones al pie de la letra.

— ¿Y si me niego? Podría contarlo todo. Podría ir a la prensa — Rubénse jugó el mayor órdago de su vida a una mano perdida.

— Entonces, te acusaríamos del asesinato de Dimitri. Tus huellas estánen el arma, y todo el mundo os vio discutir en el bar. Sería fácil. — Elgesto de Penny se tornó duro.

— Prométeme que nadie morirá.

— A deal is a deal. . . — Penny respondió en un perfecto inglés

— o —

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En la playa, Rubén seguía solo, sumido en sus más profundos pen-samientos y totalmente alejado de todos su amigos y enemigos que sehabía forjado a fuego aquellos días. Sin embargo, todo aquello parecía noimportarle lo más mínimo.

Las pocas palabras que Rubén había mantenido con todo el mundo eranpara incrementar el malestar del grupo hacia su persona. Nadie queríahablar con él y la indiferencia pronto se extendió hasta que a nadie leimportó lo que le pasara a Rubén. Chus le observaba a distancia con ciertoaire melancólico. No se les había visto juntos desde que ellos volvieron delencuentro con el humo negro. A pesar de haber sido interrogada en variasocasiones, Chus nunca dijo qué es lo que vieron en la selva, qué les hizocambiar, y por qué no querían compartirlo con sus compañeros.

Sólo una persona entre todos fue capaz de intentar hablar con Rubéndirectamente. Máriam se dirigió lenta pero segura hacia donde estabaRubén. Sus compañeros la miraban esperanzados de que ella pudieseconvencer a Rubén que terminase con su extraña hostilidad, y que porfin les contase lo que fuera que pasara en la selva. Sólo su dulzura podríaablandar el corazón de su hostil amigo.

Cuando llegó a la altura de Rubén, éste ni siguiera le dirigió lamirada. Seguía sentado, mirando al mar. La llegada de Máriam no pareciómolestarle, pero tampoco le cambió el gesto. Simplemente parecía ignorarla

— Rubén. . . ¿Qué pasa? — Dijo Máriam con gesto serio — Por qué estásasí con nosotros

Máriam esperó un buen rato, a que Rubén le contestara pero él continu-aba ignorándola.

— Al menos dime algo, estoy empezando a preocuparme — Máriam noentendía por qué la ignoraba

Rubén seguía sin dar señales de vida, parecía como si no la escuchara.Máriam probó a la desesperada y se puso delante de Rubén. Justo haciadonde él miraba

— ¡Por favor Rubén, soy yo, Máriam! — Sollozaba Máriam — Al menosdime que todo está bien.

Por fin, Rubén se dignó a dirigirle la mirada, pero no era la miradaa la que Máriam estaba acostumbrada. Rubén le miraba con los ojosencendidos. Se levantó y se encaró con ella. Finalmente habló.

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— ¡Tú no eres Máriam! — Dijo Rubén seguro de sí — Así que vete pordonde has venido y no vuelvas más

— ¿Qué? Rubén, me estas asustando. cómo no voy a ser Máriammírame, soy yo. . .

— Mira, seas quien seas. . . o lo que seas. . . tú no eres Máriam. No puedesengañarme, no ahora. . .

— ¿Qué puedo hacer para demostrarte que soy yo? — Máriam estabaasustada — Sé secretos de ti que nadie conoce, puedo contarte milesde cosas que nos han pasado juntos. . . yo soy, Máriam.

De repente Rubén dejó plantada a Máriam y se puso a andar rápida-mente por la playa en dirección contraria al campamento . Máriam quedóperpleja. Rubén, al ver que ella no le seguía, se giró y le habló duramente.

— Sígueme, voy a enseñarte una cosa.

Máriam le siguió expectante. Siguió durante unos minutos a Rubén porla playa. No se dirigieron una palabra en todo el recorrido, aunque llegaronpronto a su destino. Máriam y Rubén se encontraron de repente en uncementerio cercano a la playa. En él se encontraban una serie de tumbasdispuestas de forma perpendicular a la orilla, coronadas por unas crucesde madera toscamente grabadas.

— ¿Esto es lo que hemos venido a ver? ¿Un cementerio? No lo entiendo— Expresó Máriam

Rubén ando entre las tumbas hasta llegar al final. Parecían estarenterradas de derecha a izquierda, ordenadas por el orden en que susocupantes murieron. Máriam se dedicó a pasear entre las tumbas. Nombresde personas desconocidas para Máriam se encontraban tallados en lacruces: Scott Jackson, al que le seguían Boone Carlyle, Shannon Rutherford,Ana Lucía Cortez, Libby Smith, Nikki Fernández y Paolo, John Locke, JackShepard, Benjamin Linus. . . había tres tumbas más pero Máriam se quedóun segundo observando esta última tumba. El nombre le parecía curioso.

Rubén esperó impaciente entre las tres últimas tumbas. Máriam sequedó de piedra cuando vio los nombres de las últimas tumbas de Izquier-da a derecha los nombres que podían leerse en las cruces eran: Ana Belén,Guillermo y Máriam. Máriam levantó la mirada y la dirigió a Rubén que sedispuso a hablar con rictus serio.

— Tú no eres Máriam, porque Máriam está muerta.