Los vehículos tirados por mulas eran el transporte...

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TRÁFICO Y SEGURIDAD VIAL Nº 215 / 2012 47 Viajar a lo “¡Viva la Pepa!” Hace 200 años, diputados de toda España viajaron a Cádiz, donde aprobaron y promulgaron la Constitución de 1812 que celebra su bicentenario. Pero ¿cómo eran los viajes y cómo eran los vehículos? La voz de tres viajeros ilustres de la época (José María Blanco- White, Alejandro Dumas y Hans Christian Andersen) le cuenta algunos detalles. J. M. MENÉNDEZ TRES VIAJEROS ILUSTRES (ANDERSEN, BLANCO-WHITE Y DUMAS) DESCRIBEN CÓMO SE VIAJABA HACE DOSCIENTOS AÑOS E l 19 de marzo de 1812, en Cádiz, se promulgó en España la primera Constitución liberal. Por la festividad del día, se la llamó popu- larmente “la Pepa” y el grito de “¡Vi- va la Pepa!” pasó a ser sinónimo de vitorear la libertad. Este viaje “a lo viva la Pepa” comienza con José Ma- ría Blanco-White que, en sus “Cartas de España”, contaba que “el viaje de Sevilla a Madrid, de unas 260 millas inglesas, se suele hacer en pesados ca- rruajes tirados por seis mulas y dura de diez a doce días”. El mayoral se encargaba de todo: “Forma una parti- da de cuatro personas, y él mismo fija el día y hora de la salida, dispone la longitud de las etapas, señala la hora de levantarse por la mañana e incluso cuida de que los viajeros oigan misa los domingos y fiestas de guardar”. Sin embargo, Blanco y su acompa- ñante escogieron “el procedimiento más caro de la posta y, provistos de pasaporte, emprendimos el viaje en una silla abierta y medio desmantela- Los vehículos tirados por mulas eran el transporte habitual para mercancías y personas.

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Viajar a lo“¡Viva la Pepa!”Hace 200 años, diputados de toda España viajaron aCádiz, donde aprobaron y promulgaron la Constituciónde 1812 que celebra su bicentenario. Pero ¿cómo eranlos viajes y cómo eranlos vehículos? La vozde tres viajerosilustres de la época(José María Blanco-White, AlejandroDumas y HansChristian Andersen) lecuenta algunosdetalles.

J. M. MENÉNDEZTRES VIAJEROS ILUSTRES (ANDERSEN, BLANCO-WHITE YDUMAS) DESCRIBEN CÓMO SE VIAJABA HACE DOSCIENTOS AÑOS

El 19 de marzo de 1812,en Cádiz, se promulgóen España la primeraConstitución liberal.Por la festividad deldía, se la llamó popu-

larmente “la Pepa” y el grito de “¡Vi-va la Pepa!” pasó a ser sinónimo devitorear la libertad. Este viaje “a loviva la Pepa” comienza con José Ma-ría Blanco-White que, en sus “Cartasde España”, contaba que “el viaje deSevilla a Madrid, de unas 260 millasinglesas, se suele hacer en pesados ca-rruajes tirados por seis mulas y durade diez a doce días”. El mayoral seencargaba de todo: “Forma una parti-da de cuatro personas, y él mismo fijael día y hora de la salida, dispone lalongitud de las etapas, señala la horade levantarse por la mañana e inclusocuida de que los viajeros oigan misalos domingos y fiestas de guardar”.Sin embargo, Blanco y su acompa-ñante escogieron “el procedimientomás caro de la posta y, provistos depasaporte, emprendimos el viaje enuna silla abierta y medio desmantela-

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ger –que también visitó el autor–,donde “no podía pensarse ir en co-che, pues aquí no había tal. Las ca-lles de Tánger evocan el cauce secode un río cuyo fondo estuviese cubier-to de piedras, escombros y basuras” yla carretera “si es que podía llamár-sele tal, evocaba la estrecha senda deun páramo”.

El polvo es un tema recurrente enlos viajeros. Andersen cuenta que ladiligencia de Barcelona “venía llenade barro y polvo; parecía el fantasmadel coche que habíamos visto dos díasantes. Los caballos chorreaban aguay la carrocería venía macadamizadade polvo. Los pasajeros descendíancomo pacientes de un hospital, el pol-vo colgándoles del cabello...”.

da, el vehículo normal hasta 30 millasantes de llegar a Madrid”.

Por la guerra –cuenta Blanco–, “elúnico camino para ir a Andalucía eraa través de Extremadura”. Tambiénhabía tramos que se evitaban porlos bandoleros. Hans Christian An-dersen atravesó España en 1866 ydejó sus impresiones en el libro“Viaje por España”. Andersencuenta que “La zona, desde Alicantehasta Murcia y desde allí hasta Car-tagena, tenía tan mala fama como losmontes de Sierra Morena”.

Por ello, en tramos como de Má-laga a Granada, a la diligencia seunían soldados armados para “velarpor nuestra seguridad, por el trechomás solitario”. ¿El motivo? “Aún nohabía transcurrido un año desde queaconteciera el último asalto, actual-mente no se hablaba de otra cosa”.

CARRETERAS POLVORIENTAS.En época de Felipe V, Carlos III yFernando VI se proyectaron la ma-yoría de las carreteras generales. Yde 1814 a 1829 se construyó, mejoróy completó gran parte de la actualred de carreteras, invirtiendo cercade 63 millones de reales de vellón(96.000 €). Pese a ello, caminos y ca-rreteras presentan un estado des-igual. Según Andersen, la carreterahacia Elche (Alicante) “era tan an-cha que diez diligencias, una junto aotra, podrían correr por ella; pero atrechos estaba empedrada y lisa y, atrechos, sumamente accidentada. Elcamino iba de mal en peor; concorda-ba con las peores descripciones queuno hubiese leído acerca de las carre-teras españolas. Era exactamente co-mo rodar sobre millas de pantano de-secado”. Y describe la que llegaba aValencia desde Barcelona como “or-lada de zanjas”.

Por no hablar de zonas como Tán-

¡Qué precios!¡Cómo han cambiado los precios! An-dersen cuenta que, en Cartagena (Mur-cia), “por todo, comida y alojamiento,pagábamos dieciséis reales diarios (4pesetas): unos nueve marcos dane-ses”. Dumas, por su parte, cuentacuánto costaba una cena en Ocaña yde qué se componía: “La cena de Oca-ña (…) componíase de una sopa aza-franada, un poco de vaca, y un pollo tí-sico, a cuya derecha brillaba uno deesos platos de garbanzos, de los queya he tenido el honor de hablaros; a cu-ya izquierda humeaba un plato de co-les, de las que no os hablaré cierta-mente. La cena terminaba con una deesas ensaladas imposibles y que nadanen el agua; cuando estos diferentes ob-jetos hubieron desaparecido, yo mevolví hacia el mozo.–¿Con que es decir que no hay más?...pregunté.–Nada, señores, nada, respondió.–¿Y cuánto importa esta excelente ce-na?...–Tres pesetas, señor, respondió Jocris-se”.

LOS VIAJES SEHACÍAN ENDILIGENCIA Y SETARDABA DOCEDÍAS DE MADRID ASEVILLA

Esta diligencia, del tipo galera, transportaba viajeros. La tartana era un tipo de transporte para recorridos más cortos.

Las carreteras eran polvorientas y los viajes, largos y pesados.

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ballos –en la costa, también en bar-co– y en torno a 1850 existen ya tra-mos de ferrocarril. Andersen descri-be un local donde se tomaban las di-ligencias: “Un local lóbrego y grande,semejante a un establo, situado en uncallejón. Una vela sobre un barril da-ba luz permitiéndonos ver una mediadocena de coches apiñados; apenashabía sitio para la multitud de genteque esperaba para salir”.

Había diferentes coches de caba-llos: diligencias, tartanas, galeras, on-mibuses… El escritor danés cuentacómo eran los que llevaban a Córdo-ba desde la estación de tren: “Todoslos pasajeros que deseaban ir al centro,sin excepción, fueron encajados en elúnico ómnibus que esperaba delante dela estación; solo Dios y el cochero sa-ben cómo consiguieron meterlos a to-dos. Los equipajes iban arriba, unamontaña increíble de bultos de mudan-za. El coche crujía y chirriaba con tan-ta carga. En el interior íbamos los pa-sajeros apiñados como sardinas en la-ta. No había luz alguna, ni en el cocheni en la carretera, que alumbrase el ca-

mino”.El clima también añadía

dureza al viaje. Andersenno cesa de quejarse del ca-lor y Blanco-White re-cuerda que, “en España, elverano es lo más duro paralos viajeros, y solo la nece-sidad hace que los españo-les se decidan atravesar lasardientes llanuras queabundan en el país. Paraevitar el castigo del sol, loscarruajes salen entre las 3y 4 de la madrugada, se pa-ran desde las 9 de la maña-na hasta las 4 de la tarde ycompletan la etapa del díacaminando hasta las 9 o las10 de la noche”. ◆

RÍOS SIN PUENTES. Existían otrosinconvenientes. “Sabía de antemano–cuenta Andersen– que en este paísfaltaba el puente cada vez que habíaque cruzar el río. Precisamente, en laruta de Barcelona a Valencia existíaun lugar determinado donde, a menu-do, los torrentes de la sierra se des-mandaban, siendo causa de más deuna desgracia. Hacía pocos años queuna diligencia abarrotada había des-aparecido sin dejar rastro, se suponíaque la corriente la había arrastradohasta el Mediterráneo”. Y, al llegar aBáscara, describe cómo se cruzabanríos como el Fluviá: “La corrienteera arrolladora, pero no había puentealguno. Una de las diligencias que noshabía adelantado avanzaba ya por enmedio de la corriente, otra esperabaen la margen; los pasajeros descendie-ron para ir a pie en busca de las bar-cas que les cruzasen, mientras el car-gado carruaje probaba suerte inten-tando alcanzar la orilla opuesta.Unos campesinos acudieron en nues-tra ayuda; unos empujaban el coche,otros tiraban de las mulas, y delantede ellos iba el que real-mente hacía de piloto,uno que conocía bienel fondo del río. Den-tro del coche tuvimosque levantar los piespara no mojarnos”.

Alejandro Dumas–que visitó España ydejó sus impresiones(“España y África.Cartas selectas”)– de-cía que “en un radio de10 a 15 leguas alrede-dor de Madrid, los ca-minos son transitables,fuera de los días en quela lluvia ha empapadoel suelo o el sol hendidola tierra reseca, y en

fin aquellos en que los canteros hantrabajado en su restauración; saliendoya de Aranjuez, como es natural quetanto el rey como la reina nunca ten-gan intención de ir más allá, el cante-ro descansa en la indulgencia”.

COMO SARDINAS EN LATA. Losviajes se realizaban en coches de ca-

Murcia-Cartagena, 6 horasLo que más contrasta de los viajes ‘a lo ¡viva la Pepa!’ y los dehoy es, sin duda, la duración. Un viaje Madrid-Sevilla, que elAVE realiza en dos horas y media, costaba en 1810 entre 10 y12 días. Andersen cuenta que, desde Córdoba, “la línea de fe-rrocarril a Madrid aún no está completa; hay que tomar la dili-gencia. Esta va tirada por diez mulas que, sin consideración alo accidentado del camino, corren a velocidad de vértigo. Hayque aguantar veintitrés horas dentro de ese carromato parallegar a Santa Cruz de Mudela”. Andersen también relata 6-7horas para ir de Bailén a Granada, de un día desde Valdepeñasa Bailén y de dos de Barcelona a Valencia. Claro que lo acci-dentado del camino podía alargar el viaje más. Alejandro Du-mas cuenta que “el mayoral nos había exigido siete horas paralas siete leguas que separan a Madrid del Escorial” (cada le-gua son 5.572,7 metros); y Andersen que, de Murcia a Cartage-na, “la diligencia salió a las diez de la mañana. Arribamos aCartagena a las cuatro de la tarde”. Sorprende, porque hoy endía esos trayectos se realizan en media hora.

Los bandoleros eran un peligro durante los viajes en el siglo XIX.

Mapa de España de la época de 1800.

Napoleón utilizaba este coche para desplazarse.

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