Los Tercios Durante El Imperio

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Los Tercios españoles en el Imperio. Los Tercios españoles. Organización. Uniformes y armamento. Piqueros. Arcabuceros. Ballesteros. Guardias imperiales. Oficiales. Pífanos y tambores. Banderas y estandartes. Reclutamiento. Protagonistas Campañas El camino español La milicia vista por Calderón de la Barca

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No es mío, pero está omnipresente por todo internet. Lo he puesto, para probar que tal sale. Además, la historia de los tercios españoles es poco conocida. Mucho marines, mucha wehrmacht, pero los mejores soldados del mundo, no son tan conocidos.

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Los Tercios españoles en elImperio.

Los Tercios españoles.Organización.Uniformes y armamento.Piqueros.Arcabuceros.Ballesteros.Guardias imperiales.Oficiales.Pífanos y tambores.Banderas y estandartes.Reclutamiento.ProtagonistasCampañasEl camino españolLa milicia vista por Calderón de la Barca

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Los Tercios españoles.Al finalizar la Edad Media el influjo de la antigüedad

clásica se deja sentir poderosamente en Europa promoviendo laaparición de profundas transformaciones políticas y socialesque marcan el nacimiento de los modernos Estados europeos.Como consecuencia de la superación de las estructurasmedievales se crean ejércitos permanentes en cuya concepcióny organización influyen no poco los principios constitutivos dela milicia romana. En España ese tipo de ejército de carácter

permanente se configura a finales del siglo XV con motivo de las guerrasentabladas con Francia en Italia por Fernando el Católico, quien en 1496 organizóla Infantería en unidades tácticas denominadas compañías que constaban dequinientos hombres. Sin embargo estas unidades no poseían suficiente capacidadde combate para operar aisladamente por lo que más adelante se creó una unidadsuperior denominada coronelía, que constaba de veinte compañías y contabaademás con elementos de caballería y de artillería. Tras las victorias del GranCapitán sobre los franceses en Italia, las afortunadas campañas del cardenalCisneros en África y la elevación de Carlos V al trono imperial de Alemania,España se convierte en pieza fundamental de la dinámica europea configurada porla expansión del protestantismo en el norte y por la amenaza turca en elMediterráneo. Para defender la unidad espiritual y política de Europa, el CésarCarlos convierte al ejército que le legara el cardenal Cisneros en una formidablemáquina de guerra, en la que la Infantería organizada en tercios asombrará enadelante a Europa por su eficacia y disciplina. Los primeros tercios creados enItalia a propuesta del Duque de Alba, fueron los de Lombardía, Sicilia y Nápoles.

En su génesis es preciso tener en cuenta tanto la doctrina y la prácticamilitares del Gran Capitán recogidas y asimiladas por sus oficiales y sucesorescomo la fusión del influjo de la antigüedad clásica con la tradición militar forjadaen España a lo largo de siglos de enfrentamiento con el Islam así como lastransformaciones en las tácticas de combate promovidas por la aparición de lasarmas de fuego portátiles.

La influencia de la antigüedad clásica se manifiesta sobre todo en la evidentefiliación grecorromana de los órdenes de marcha y combate, en la disposicióngenuinamente romana de los campamentos, y en la preponderancia de la Infanteríasobre la Caballería. Si durante el Medioevo la Caballería había constituido elelemento decisivo en las batallas quedando relegados los combatientes a pie a unpapel meramente auxiliar. Durante el siglo XV esta relación de fuerzas comienza acambiar de signo, convirtiéndose gradualmente la masa infante en la unidadfundamental de combate. El caballero se siente cada vez más impotente ante lasformaciones erizadas de picas entre las que se sitúan tropas armadas con arcabuces,

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y, en un esfuerzo desesperado por no perder la hegemonía conservada en el campode batalla durante siglos, se reviste de armaduras cada vez más pesadas que si bienle proporcionan cierta protección frente al impacto de los proyectiles, le vanrestando movilidad hasta el punto de dejarle inerme frente al enemigo cuando caede su cabalgadura.

La tradición militar hispanoárabe se advierte fácilmente en la existencia en laEspaña del Renacimiento de un ambiente belicoso propicio a fomentar la carrerade las armas. De esta forma, aunque Carlos V empleó el sistema de levas paraorganizar las tropas de Italia y las guarniciones de África, su ejército se nutrió engran medida de voluntarios. A fin de regular el alistamiento voluntario la RealHacienda hacía un contrato con un capitán cuya reputación garantizara sucapacidad para alistar a un cierto número de soldados, y los inspectores realesdeterminaban si se habían cumplido las condiciones establecidas en el contratoantes de pagar a aquél. Los que voluntariamente se alistaban, llamados guzmanes,eran con frecuencia hijos de familias nobles que preferían la carrera militar a lacortesana o eclesiástica y deseaban ponerse al servicio de los oficiales de mayorfama.

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Organización

Como ya se ha indicado, las compañías en que se articulaba la milicia entiempos de los Reyes Católicos no podían operar independientemente a causa de suescasa potencia y de su reducido número de efectivos, y por esta causa se crearonlas Coronelías primero y, más adelante, en la reforma de 1534, los Tercios, conobjeto de disponer de núcleos poderosos de combate relativamente autónomos y decaracterísticas apropiadas para satisfacer las necesidades de las campañas en lasque se hallaban comprometidas las tropas imperiales. Cada Tercio con una fuerzade tres mil hombres, se componía de tres Coronelías cada una de las cualescomprendía a su vez solamente cuatro compañías en lugar de las veinte iniciales,con el fin de simplificar su administración y gobierno interior. Cada Coronelíacontinuó mandada por un Coronel y el mando de las tres lo reasumió un Maestrede Campo, nueva categoría cuya creación data de esta época. De las docecompañías que formaban el Tercio unas eran de piqueros y otras de arcabuceros,destinándose a las primeras los hombres de mayor fortaleza y resistencia, puesyendo revestidos de armadura tenían que manejar una pica de grandesproporciones.

Por otro lado, es muy probable que en determinadas circunstancias seorganizaran compañías mixtas de piqueros y arcabuceros y que se emplearanballesteros como elementos auxiliares. La ballesta, en efecto, se continuóutilizando como arma de guerra (así como de caza) durante el siglo XVI.

Existen diversas opiniones acerca del origen del vocablo tercio. Segúnalgunos autores se dio este nombre a las tropas españolas de infantería del sigloXVI en recuerdo de la tercia legión romana, que estuvo destacada en la PenínsulaIbérica. Por su parte don Sancho de Londoño, militar distinguido que prestó susservicios a principios del siglo XVI, se expresa en estos términos en un informeque dirigió al Duque de Alba: "Los Tercios, aunque fueron instituidos a imitaciónde las tales legiones (romanas), en pocas cosas se pueden comparar a ellas, que elnúmero es la mitad y aunque antiguamente eran tres mil soldados, por lo cual sellamaban Tercios y legiones. Ya se dice así aunque no tengan más de mil hombres.Antiguamente había en cada tercio doce compañías, ya en unos hay más y en otrosmenos, había tres Coroneles que lo eran tres capitanes de las doce, cosa muynecesaria para excusar las diferencias que nacen cuando se envían de una compañíaarriba alguna facción o presidio". Por tanto, según este autor el nombre de tercioderiva del número de plazas que componían esta unidad. El Conde de Clonard ensu obra Historia de la Infantería y Caballería españolas, indica que la composicióny haberes mensuales de la plana mayor de los primeros Tercios era la siguiente:

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EmpleoEscudos al

mesMaestre de Campo 40Sargento Mayor 20Furriel Mayor 20Municionero 10Tambor General 10Capitán Barrichel de compañía. 12Teniente Barrichel de compañía 6Médico 10Cirujano 10Boticario 10Capellán 128 alabarderos alemanes de la guardia dehonor del Maestre de campo.

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Total Escudos 194

El Maestre de Campo era elegido por el rey en Consejo de Estado y gozaba delas consideraciones que hasta entonces se habían reservado casi exclusivamente alos capitanes generales. Era el superior jerárquico de todos los oficiales del tercio,y tenía poder para administrar justicia y reglamentar el comercio de víveres conobjeto de evitar fraudes. Disponía para su guardia personal de ocho alabarderosalemanes pagados por el rey que le acompañaban en todos los actos militares Ypolíticos y poseía las atribuciones de los antiguos mariscales de Castilla.

El Sargento Mayor, nombrado por el Capitán general era el segundo jefe deltercio como lo había sido anteriormente de la Coronelía. Estaba encargado de lainstrucción táctica del cuerpo, de su seguridad en los desplazamientos y delalojamiento de las tropas que lo componían. En un tercio solamente él podía "pasarla palabra" es decir transmitir verbalmente las órdenes del Maestre de campo oincluso del Capitán general a todos los oficiales del mismo.

Del Sargento Mayor dependía el Tambor General quien iba armado con unapequeña lanza de hierro. Tenia por misión suplir la transmisión oral de las órdenesy vigilar la actuación del resto de los tambores del tercio. Además de conocer todoslos toques: "arma furiosa", "batalla soberbia", "retirada presurosa" etc. debía sercapaz de interpretar y explicar las respuestas. Había de ser español pero estabaobligado a conocer los toques franceses, alemanes, ingleses, escoceses, walones,gascones, turcos y moriscos (los toques italianos eran los mismos que losespañoles). También era conveniente que pudiera actuar como intérprete.

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Cabe suponer que en medio del estruendo y confusión de la batalla latransmisión de órdenes por este sistema no resultase siempre eficaz. A esterespecto don Sancho de Londoño aconsejaba a los Maestres de Campo que con elfin de evitar la posible confusión entre los toques de Tambor General y los de losotros tambores del tercio tuvieran también a su servicio a un trompeta.

La misión del Furriel Mayor consistía en auxiliar al Sargento Mayor en laorganización de los alojamientos del tercio. Tenia a responsabilidad delalmacenamiento y de la redistribución de los bagajes que el tercio precisaba paracumplir sus cometidos y que constituían la Munición Real (víveres, armamento,vestidos, materiales de construcción, municiones, etc.). El municionero era unproveedor de las municiones y de todo el equipo necesario para las tropas.

El Capitán y el Teniente Barrichel eran oficiales jurídico-militares (su nombreen italiano significa alguacil) cuya misión principal consistía en velar por el ordeny el cumplimiento de la ley en el tercio, especialmente cuando las tropas sehallaban acampadas. Con tal fin tenían poder para castigar las infraccionescometidas contra los bandos publicados, y aunque el Capitán Barrichel podía enestricto derecho hacer ahorcar a un soldado sorprendido en flagrante delito, si talera la pena que le correspondía, su cometido se limitaba generalmente a supervisarlas ejecuciones. Para realizar sus funciones el Capitán Barrichel contaba con laasistencia de cuatro auxiliares a caballo. Ayudaba al Sargento Mayor en laoperación de cargamento de los bagajes y, en relación con la organización de losdesplazamientos del tercio, tenía la delicada misión de contratar y vigilar a guías eintérpretes cuando las tropas atravesaban territorios desconocidos.

El médico y el cirujano eran nombrados por los Capitanes Generales, siendoel primero responsable del hospital de la unidad en realidad un embrión de hospitaldonde debía contar con una farmacia provista de los medicamentos de empleo másfrecuente, que se compraban a los boticarios a los precios tasados por el Maestre decampo. El servicio de sanidad del tercio no se limitaba a la asistencia de soldadosheridos o enfermos, sino que de él se beneficiaban también todos aquellos que sedesplazaban con las tropas, familias, criados, mujeres. Hay que tener en cuenta queaunque la evaluación numérica de estos acompañantes no resulta fácil, es probableque contando con ellos, el efectivo del tercio fuera doble. Si a escala de tercio laasistencia médica era rudimentaria (¡con frecuencia los heridos se confiaban a losbarberos!), la estructura sanitaria contaba para el conjunto de la Infantería, convarios hospitales de campaña (enclavados tanto en el teatro de operaciones comoen los itinerarios logísticos) y un hospital general relativamente bien equipado yatendido. Aunque la asistencia médica prestada en estos establecimientos eragratuita, su funcionamiento dependía de aportaciones deducidas del sueldo de cadasoldado proporcionalmente a su salario. Tal contribución, especie de cuota deseguro, denominada "real de limosnas" era de diez reales para el Capitán, cincopara el Alférez, tres para el Sargento y uno para la tropa.

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Seguidamente, y siempre de acuerdo con la obra ya citada del Conde deClonard, se relacionan la composición y los haberes mensuales de una compañía dearcabuceros y otra de piqueros:

Sueldo en escudosPersonal

Arcabuceros PiquerosUn Capitán 15 15Un Paje 4 4Un Alférez 12 12Un Sargento 5 5Un Furriel 3 3Un Tambor 3 3Un Pífano 3 3Un Capellán 10 10Diez Cabos de escuadra 40 40Doscientos cuarentasoldados

1032 780

Total Escudos: 1127 875Resulta interesante constatar la diferencia existente entre los haberes de

piqueros y arcabuceros. Estos últimos recibían un escudo más para pólvora, cuerday munición, además de un tostón (treinta céntimos de escudo) para que pudieranproveerse de morrión (casco con los extremos curvados hacia arriba y una cresta enel centro. Ver cascos).

El grado de Capitán era el de mayor reputación y el más ambicionado. Enrelación con el prestigio de este grado resulta revelador el hecho de que durante elreinado de Carlos V se dieran casos de Sargentos mayores que preferían el mandode una compañía a su propio destino en el que tenían a sus órdenes comosubordinados a los capitanes de compañía, y gozaban de un sueldo superior al deéstos. En relación con el procedimiento para ascender a este grado existía una reglade antigüedad generalmente aceptada que se basaba en la permanencia en un gradodurante un cierto período de tiempo antes de acceder al grado superior. Segúnalgunos autores la regla de antigüedad más comúnmente aceptada era la siguiente:

Cinco años para ascender de soldado a Cabo, un año de Cabo a Sargento, dosaños de Sargento a Alférez, tres años de Alférez a Capitán.

En principio pues la elección de un nuevo Capitán se realizaba entre losalféreces de mayor mérito aunque no era infrecuente que, ignorándose los grados

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intermedios, se ascendiera a Capitán a un soldado a condición de que éste tuvieradiez años de antigüedad y reuniera los méritos suficientes. El Capitán había detener gran experiencia en las tácticas de combate y en el empleo de las distintasarmas especialmente de las de fuego, cuya importancia se revelaba cada vezmayor. Tenía la obligación de supervisar el entrenamiento de sus hombresorganizando para ello combates simulados en los que se empleara la pica, sedisparase el arcabuz, se maniobrara en distintas formaciones, etc. Entre suscometidos estaba también la elección de oficiales competentes capaces demantener un alto grado de disciplina y entrenamiento entre los soldados de sucompañía.

El Alférez era el lugarteniente del Capitán a quien sustituía cuando éste sehallaba enfermo, herido o ausente. Era responsable de la bandera, que debía portaren los combates y en las revistas. Teniendo en cuenta que las dimensiones de lasbanderas eran considerables y que durante los combates el Alférez tenía quesujetarla con una sola mano para poder manejar la espada con la otra, cabe suponerque sólo eran aptos para ostentar este grado hombres de gran fortaleza física.Aunque el Alférez no era directamente responsable del alojamiento de los soldadosde su compañía, tenía la obligación de visitarlos con frecuencia para conocer decerca sus problemas y ayudarles a resolverlos. Cuando no portaba la bandera, porejemplo en tales visitas, llevaba como distintivo una alabarda.

Otra de las obligaciones del Alférez consistía en escoger buenos músicos paracubrir los puestos de tambores y pífanos, a quienes se encomendaba la importantemisión de transmitir órdenes, publicar bandos, etc. Estos instrumentistas debíanconocer todos los toques del ejército que indicaban asambleas, marchas, avisos,retretas, desafíos, mensajes, asaltos, etc. además debían ser capaces de interpretar ytransmitir las respuestas.

El grado de Sargento fue creado a finales del siglo XV a petición de loscapitanes, que sentían la necesidad de contar con oficiales que se encargaranespecíficamente de mantener la disciplina y de velar por la ejecución de lasórdenes en sus compañías. El Sargento tenía que conocer en todo momento elnúmero de soldados disponibles para poder formar rápidamente la compañía deacuerdo con las órdenes recibidas. En lo relativo al mantenimiento de la disciplina,podía castigar las faltas al servicio sin que mediase proceso alguno, en caso deflagrante delito. Estaba también encargado del entrenamiento y de la instrucción desus soldados, enseñándoles el manejo y el cuidado de las armas y asignando a cadauno el puesto que más se ajustase a sus condiciones. Antes de emprender unamarcha, el Sargento se reunía con su Alférez y su Capitán para establecer elitinerario, determinar las características de los bagajes, etc. De acuerdo con lasdecisiones adoptadas en esta reunión tomaba las medidas necesarias para que latropa estuviese formada y los bagajes cargados antes del momento previsto para lapartida.

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El grado de Cabo es más antiguo que los de Sargento y Alférez.Esencialmente, el Cabo estaba encargado del buen estado de las armas y de laformación de los reclutas. También se ocupaba de los enfermos, transmitiendo alCapitán las solicitudes de hospitalización. Era asimismo responsable del puesto deguardia que se le asignara y debía permanecer en él con todos los soldados de suescuadra hasta que el Sargento le relevase.

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Uniformes y armamento.Aunque durante el reinado de Carlos V se

generalizó en el ejército el empleo de trajes de cortea la alemana con jubones y gregüescos amarillosacuchillados en rojo, sería inexacto hablar deverdadera uniformidad, puesto que a menudo lossoldados vestían de forma arbitraria, ya fuera pordificultades en los abastecimientos o porque losatrasos en las pagas se paliaran, al menos en parte,mediante la entrega de prendas civiles tomadas delas ciudades ocupadas. Las tropas solían protegersela cabeza con distintos tipos de cascos, tales comomorriones, celadas, borgoñotas, capacetes, almetes ycapelinas, y utilizaban, según los casos, mediaarmadura o golas, cotas de malla y chalecos decuero reforzados a veces con piezas metálicas. Lossoldados recibían armas proporcionadas por el rey(Munición Real) sin verse obligados a desembolsardinero en el momento ya que el precio de las

mismas se les descontaba de futuras pagas. No obstante, aquellos que lo desearanpodían adquirir y utilizar armas más de su agrado que las que les suministraba elejército.

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PiquerosLos piqueros iban provistos generalmente de

capacete, peto, espaldar, escarcela o falzete (especie defaldas metálicas que formaban un ángulo de 45 gradoscon el cuerpo para permitir al soldado libertad demovimientos), brazales, guarda-brazos y manoplas.Llevaban por tanto media armadura o coselete; suvestimenta se completaba a veces con gregüescosamarillos acuchillados en rojo, calzas rojas y zapatos decordobán. Como arma defensiva utilizaban también unescudo metálico ovalado o rodela en cuyo anverso serepresentaban dos columnas enlazadas por una banda conla inscripción "Non Plus Ultra". Este escudo llevaba ensu reverso un gancho que permitía al soldado sujetarlo asu cinturón.

Sus armas defensivas eran la pica y la espada. Del examen de las piezas quehan llegado hasta nosotros y de la iconografía de la época se deduce que el tamañode las picas variaba entre amplios márgenes. Así, mientras que en el Museo delEjército de Madrid se conservan piezas que tienen una longitud aproximada de dosmetros y medio, en grabados y tapices que representan las campañas de Túnez, seaprecian picas de hasta cinco metros. Aunque las grandes picas eran armas pesadasy de difícil manejo, sus ventajas en el plano defensivo eran notorias pues permitíanguarnecer el frente de los escuadrones manteniendo controlado al enemigo con elmínimo riesgo. El empleo de la pica en formaciones cerradas requería granentrenamiento y disciplina. Es preciso tener en cuenta que a causa de su granlongitud siempre existía el peligro de que los piqueros situados en posicionesretrasadas hirieran a los que formaban las primeras filas.

En las formaciones defensivas los piqueros de la primera línea se agachabandoblando una rodilla, con la pica apoyada en el suelo, y los de las líneas siguientesmantenían la pica en posiciones progresivamente más verticales. Durante lasmarchas es probable que las picas se transportaran en los carros de munición, yaque llevarlas sobre el hombro había de resultar fatigoso a causa de la vibración delasta, las picas estaban hechas con madera resistente para evitar que se quebraran.

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Cuando no se utilizaban en combate la punta de hierro se protegía por una vaina.La espada no solía medir más de un metro con objeto de que pudiera desenvainarsecon facilidad. Sin embargo muchos soldados preferían espadas de mayor longitudque resultaban más convenientes en los duelos. Este arma se sujetaba por encimade la cadera con una correa ajustada para evitar que se bamboleara durante lamarcha, el combate, etc. Los soldados españoles se hicieron famosos en todaEuropa por su destreza en el manejo de la espada. No en vano era Toledo uno delos centros de manufactura de espadas más apreciados en el continente. Lasespadas toledanas tenían doble filo y punta cortante, generalmente iban provistasde una guarnición en forma de S, con uno de los brazos curvado hacia laempuñadura con objeto de proteger la mano. Las hojas se sometían a controlesmuy rigurosos antes de considerarlas aptas para la venta, y se distinguían por estarafiladas como cuchillas y ser resistentes al tiempo que flexibles y ligeras. Tambiénson características de esta época las grandes espadas o mandobles, de más de metroy medio de longitud, que se manejaban con ambas manos.

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ArcabucerosLa indumentaria de los arcabuceros era mucho más liviana

que la de los piqueros. Consistía habitualmente en un morrión,una gola de malla de acero y un coleto (vestidura hecha de piel,por lo común de ante, con mangas o sin ellas, que cubre elcuerpo, ciñéndolo hasta la cintura; en lo antiguo tenía unosfaldones que no pasaban de las caderas) o chaleco de cuero. Alos arcabuceros se les consideraba, en efecto, soldados ligerosrespecto de los piqueros, cuyas compañías constituían el núcleobásico del tercio. Durante el combate las compañías dearcabuceros se caracterizaban por su gran movilidad,desplegándose rápidamente para situarse en las alas de loscuadros formados por los piqueros y tratar de envolver alenemigo hostigando sus flancos. El arcabuz se utilizó consucesivas innovaciones desde el siglo XV al XVIII. El vocablo quizá derive delalemán hakenbüchss (haken: gancho o garfio. büchss, arma de fuego), aunquetambién podría ser una deformación del árabe al káduz (el tubo). Este armaconsistía en un cañón montado en un fuste de madera de un metroaproximadamente, aligerado hacia la boca y reforzado hacia la cámara de fuego. Lalongitud del ánima oscilaba entre 0,80 y 1,60 metros. Al evolucionar el arcabuzhacia el mosquete, aumentando de tamaño y peso, fue preciso apoyarlo en unahorquilla para poder hacer fuego. El equipo adicional de los arcabuceros consistíaen una bandolera de la que pendían las sartas o cargas de pólvora en doce estuchesde cobre o de madera (a los que se conocía como los doce apóstoles), un polvorínde reserva y una mochila en la que se guardaban las balas, la mecha y el mecheropara prenderla. Iban también armados con una espada semejante a la que solíanusar los piqueros. Cada arcabucero recibía una cierta cantidad de plomo o estañopara fundir sus propias balas en un molde que se les entregaba junto con su arma.Como cada pedido de armas incluía los moldes para fabricar la munición, el calibrede las balas fundidas tendría que coincidir con el del cañón. Sin embargo, esto nosiempre ocurría en la práctica debido a imprecisiones en la manipulación de losmoldes. Por otro lado, hay que tener en cuenta que muchos soldados empleabanarmas que no eran normalizadas y que la dosificación de la pólvora se realizaba deforma subjetiva y más bien exagerada una vez que se habían utilizado los estuchespredosificados de la bandolera, Esto ocurría con frecuencia cuando lascircunstancias obligaban a mantener una cadencia de fuego rápida y el tirador notenía tiempo de volver a llenar los estuches para dosificar sus cargas y vertía lapólvora en el bacinete directamente con el polvorín de reserva. De todo elloresultaba una considerable desigualdad de tiro.

En los primeros arcabuces se utilizaba el sistema de encendido por mecha quefue sustituido más adelante por el de rueda. El sistema de encendido por mecha se

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basaba en el empleo de un dispositivo denominado serpentín que inicialmente erauna simple palanca en forma de Z montada a un lado del fuste de madera: si seoprimía su parte inferior, la superior se movía hacia delante. En el extremo delserpentín se fijaba un trozo de mecha de combustión lenta para provocar laignición de la pólvora. Estas mechas se confeccionaban con cuerda de lino o decáñamo empapada en una solución de salitre y puesta a secar. Más adelante seperfeccionó el modelo de serpentín simple incorporándose un resorte de maneraque al aflojar la presión sobre éste el serpentín se separaba inmediatamente de larecámara. En las armas equipadas con el sistema de rueda, ésta accionaba unpercutor con forma de quijada provisto de una pieza de ágata que al golpear a otrade pedernal inflamaba el cebo con la chispa producida.

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BallesterosLas tropas armadas con ballestas, que tan eficaces

habían resultado como fuerza de apoyo y cobertura durantela Edad Media, continuaron empleándose durante el SigloXVI. El ballestero iba protegido con casco, armadura paramedia pierna y una cota de malla con un chaleco de cuerosuperpuesto este último reforzado con piezas metálicas. Enla parte trasera es visible el cranequín, sistema para tensarla cuerda de la yerga. Existía también el denominado"armatoste", formado por un conjunto d e poleas. Al tensarla cuerda, ésta quedaba enganchada en un resalte llamadonuez del que se soltaba bruscamente cuando se oprimía lallave.

Las ballestas se fabricaban a veces con piezas de huesoy de madera ensambladas. Cuando la verga era de madera,la ballesta se llamaba "de palo". Estos materiales se fueronsustituyendo progresivamente por el acero a partir del sigloXVI.

En la figura de la derecha podemos observar, arriba:Ballesta provista de armatoste. En el centro: flechas ovirotes de ballesta. Abajo: Ballesta con cranequín.

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Guardias imperialesEstaban integradas por los alabarderos de la Guardia Española, los archeros

de Borgoña y los alabarderos de la Guardia Alemana. Los alabarderos de laGuardia Española iban vestidos con jubones y gregüescos acuchillados de coloresamarillo y rojo, calzas rojas y zapatos negros. Se tocaban con una parlota (gorraancha y casi plana) negra adornada con plumas blancas, completando suvestimenta un capotillo amarillo forrado en rojo dispuesto de través sobre elhombro izquierdo. Los archeros de Borgoña procedían de la Guardia de arquerosde Borgoña, introducida en España por Felipe el Hermoso, y sus componentesprestaban servicio a pie en el interior de las estancias reales y a caballo en elexterior. En el servicio a pie vestían jubones y gregüescos acuchillados de coloresamarillo y rojo, calzas amarillas, parlota negra, capotillo de igual forma y coloridoque los alabarderos de la Guardia Española y zapatos negros con grandes lazosrojos. Su arma principal era el archa, especie de lanza con hoja en forma decuchillo de gran tamaño. Los alabarderos de la Guardia Alemana vinieron deAlemania en 1519, rigiéndose siempre por fueros especiales. Acerca de suindumentaria existen varias versiones. Así, según Giménez llevaban parlota blancay capotillo, mientras que el Conde de Clonard los representa sin capotillo y con elcolor de las medias (blanca una y amarilla la otra) alternando con el del Jubón y losgregüescos.

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OficialesLos oficiales vestían de forma similar a la de la tropa aunque gustaban de

utilizar prendas más suntuosas, de acuerdo con su grado o con su propiadisponibilidad de fortuna. Los generales se distinguían por el empleo de una anchabanda de color carmesí que les cruzaba el pecho. Entre los jefes y oficiales erafrecuente el empleo de borgoñota, adornada con plumas rojas y blancas, mediaarmadura o armadura completa. Durante el reinado de Carlos V tuvo considerableauge la armadura denominada "Maximiliana", que se caracterizaba por poseermultitud de estrías o acanaladuras muy próximas entre sí que imitaban los plieguesde las prendas de la época y cubrían toda su superficie a excepción de las grebas oparte inferior de las defensas de las piernas. Los zapatos metálicos, con bordesrectangulares, estaban inspirados también en el estilo civil del momento conocidocomo "pata de oso".

Las estrías, aparte de su función decorativa, se introdujeron para reforzar laarmadura y tratar de desviar de las zonas vulnerables el impacto de los proyectileso de las armas blancas. Carlos V vestía una armadura a la romana que se conservaen la Real Armería de Madrid. Fue labrada por Bartolomeo Campi, platero dePesaro, y está compuesta por siete piezas de acero pavonado con adornos debronce dorado, de plata y de oro. Se inspira en las armaduras grecorromanas,puestas de moda durante el Renacimiento. El casco es una borgoñota con yugularesa la romana, adornada con una diadema de hojas de encina en oro. La coraza seadapta a la musculatura del cuerpo, a la manera de las que utilizaban losemperadores romanos.

Además de la espada y la daga, de uso general entre los oficiales, loscapitanes utilizaban pica y rodela o arcabuz al entrar en combate. Su distintivo de

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grado era una jineta sin punta acerada y guarnecida con "flecos galanes" queportaban durante las marchas o en las estancias en los campamentos.

Los sargentos mayores llevaban coleto de ante, musequíes o mangas de mallay morrión (prenda militar, a manera de sombrero de copa sin alas y con visera), eiban armados con espada y corcesca (arma semejante a la alabarda, rematada enuna sola punta como las lanzas); la corcesca constituía también, junto con subastón de mando, un distintivo de grado.

Los alféreces y los sargentos de compañía llevaban una alabarda comodistintivo de grado, y en los combates solían utilizar, además de la espada, un grandardo con punta de hierro fabricado con madera muy resistente (generalmentefresno). Con frecuencia los generales tenían a su servicio a un heraldo para queactuara como enlace entre las diversas unidades a su mando y transmitieramensajes al enemigo. Los heraldos del Emperador vestían una dalmática de sedaen la que iban bordados los emblemas imperiales, y portaban un bastón de mandoblanco como signo de su misión de paz.

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Pífanos y tambores

No iban armados sino con una pequeña daga y nousaban ningún tipo de casco ni de armadura. Como prendade cabeza empleaban una parlota de paño amarilloadornada con un plumero rojo. Sus jubones y gregüescossolían ser amarillos acuchillados en rojo, las calzas rojas ylos zapatos negros.

Los tambores, o "cajas de guerra" como entonces sellamaban, eran muy altos y voluminosos. La caja solíaestar pintada en azul con dos bandas rojas en los extremossuperior e inferior, aunque algunos autores opinan que,con frecuencia estas bandas eran del color de la librea delos maestres de campo, coroneles o capitanes. También esprobable que en algunos casos se pintaran en la caja lasarmas imperiales.

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Banderas y estandartesEn las banderas de las compañías figuraba generalmente

la cruz de San Andrés o de Borgoña, unas veces con nudos,lisa otras, con el aspa dispuesta de extremo a extremo de latela. Esta bandera representada, blanca con la cruz de Borgoñaen rojo, ondeó quizá por primera vez en la batalla de Pavía, yes la más característica de las utilizadas por las tropas deInfantería española durante los siglos XVI y XVII.

Si bien en las banderas de compañía la cruz de San Andrés figuraba sobrefondos de muy diversa forma y colorido (en los que a veces se incluían jeroglíficoso motivos heráldicos del oficial que estaba al mando), el color blanco es el queauténticamente representaba al poder real.

La figura de la derecharepresenta el estandarte de CarlosV Emperador, reproducción delque contiene el InventarioIluminado que se conserva en laReal Armería de Madrid. En elmismo se distingue, en el extremosuperio r izquierdo, la figura deDios Padre sobre SantiagoMatamoros:

en el centro se encuentranlas columnas de Hérculesrodeando al escudo imperial, y el extremo derecho lo ocupa San Andrés con la cruzde Borgoña y la inscripción "Plus Oultre" (en otros estandartes imperiales lainscripción figuraba en alemán: "Noch Weiter"),

Esta otra figura de la izquierda muestra las armasimperiales: las de Castilla y León (castillos y leones),de Aragón (barras), de Sicilia (águilas y barras) y lagranada de España: de Austria (fajas), de Borgoñamoderna (flores de lis) y antigua (bandas), deBrabante (león en oro) y, en escudete superpuesto, lasde Flandes (león en negro o de sable) y Tirol (águilaroja o de gules).

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La figura de la izquierda representa un estandarte imperial enel que el escudo con las armas descritas aparece sostenido sobre elpecho del águila bicéfala.

Finalmente, la figura de la derecha muestra unpendón de la Santa Hermandad de Toledo que llevó CarlosV en la expedición a Túnez en 1535.

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Reclutamiento

La primera necesidad que se sentíapara formar un Tercio era reclutar a loshombres que habían de formarlo. Parareclutar a las tropas, se otorgaba a lapersona que trataba de levantarlas unreal despacho o permiso que recibía elnombre de conducta , a la que se añadíauna instrucción que servía de normapara llevar a cabo estas operaciones. Noresultaba fácil la selección de loscapitanes que habían de formar lasnuevas compañías.

En el momento en que se tenían noticias de que se iba a producir un nuevoreclutamiento, una legión de pretendientes trataba de llegar a la Corte y exponer supretensión, llevando sus hojas de servicios más o menos brillantes y, a veces, hastasupuestas.

El duque de Alba, con el enorme prestigio que su figura llevaba consigo,soslayó los inconvenientes de los "pretendientes" y al necesitar una nueva leva parasus Tercios, escribió al rey pidiéndole los soldados, añadiendo que él mismomandaría a los hombres apropiados para hacerse cargo de los reclutas.

El compromiso siempre era voluntario, excepción hecha de ciertoscondenados que venían forzosamente a servir al rey. Una vez firmado el contratode alistamiento -que no tenía límite de tiempo establecido- el soldado podía serdestinado a cualquier parte y a cualquier país. El aprendizaje, la instrucción, quediríamos ahora, era algo que en los Tercios se cuidaba con esmero. Estabadeterminado que ningún soldado formara en las filas de los Tercios antes de saberbien su oficio. El período de recluta, cuyo tiempo era variable según lascircunstancias, se pasaba, normalmente, en los Tercios de Italia, en servicio deguarnición y aprendiendo de los veteranos a ser soldados. Entonces recibían elnombre de pajes de rodela, encargados de llevar las armas de los veteranos a losque estaban adscritos. Así se ejercitaban en el dominio y manejo de sus armas eincluso de las que no eran de su especialización, de los movimientos tácticos y delas evoluciones precisas en el campo de batalla y recibían una esmeradapreparación física que incluía -en el siglo XVI- prácticas de salto, natación,equitación y juego de pelota, aparte otras prácticas y juegos que se realizabanaprovechando cualquier rato de ocio o descanso, porque "es preciso que el infanteno caiga nunca en la ociosidad para que así no caiga nunca en la pereza".

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Protagonistas

La personalidad militar de Carlos I

Carlos I fue un rey-emperador soldado, a ejemplo desus abuelos los Reyes Católicos durante la campaña deGranada. El último de la historia de España durante elperíodo de la Casa de Austria, salvo la fugaz aparición deFelipe II en San Quintín; después Felipe V y Carlos III deBorbón -y durante la campaña del Norte en 1876 AlfonsoXII- también vivieron junto a sus tropas en el campo debatalla. La principal ocupación de Carlos V en Europa fuela dirección personal de sus ejércitos y decidió retirarsecuando ya le faltaron las fuerzas para la actividad militar.

"En la historia de las guerras europeas habidas en el siglo XVI -resume el mariscalMontgomery- la nación más destacada fue España, que alcanzó la cima de supoderío en 1550". Es el fruto militar del reinado de Carlos V. Ese resultado sedebió de forma importante al perfeccionamiento de la táctica y de la tecnologíamilitar y naval "en las que también -dice el mariscal historiador de la guerra-estuvo España a la cabeza". El factor moral era decisivo: el ímpetu y el valor delcombatiente hispano, la voluntad de vencer, la seguridad en la causa propia, elnuevo sentido de la patria y de su misión en el mundo, la presencia y actividad delos capellanes militares. "Santiago y cierra España" era el grito de ataque queinauguraron en Italia las tropas de Gonzalo Fernández de Córdoba.

Carlos I adoptó y perfeccionó la gran innovación del Gran Capitán, el usopreponderante de las armas de fuego portátiles y la maestría en la combinación delas diversas armas y cuerpos.

La estructuración de los Tercios, nacidos también en las campañas de Italia;unidades móviles que actuaban con disciplina colectiva pero dejando campo libre ala iniciativa individual, como en la tradición militar ibérica de la Antigüedad.

La selección de los mandos en todos su grados, desde el capitán al maestre decampo, apoyados en un excelente plantel de mandos intermedios y sargentos.

La presencia personal del rey-emperador en las campañas, como si parecieradecidido a vengar las derrotas, no bien explicadas para sus contemporáneos, de subisabuelo Carlos el Temerario en el corazón de Europa frente a los piqueros suizos.

Los perfeccionamientos europeos (asimilados bien por España) y españolesdel armamento individual de la infantería, la artillería y la ingeniería militar, de laque nació en gran parte la ciencia moderna; las fábricas españolas y las de Europa

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al servicio de España lograron hacia 1520 perfeccionar el arcabuz, cuyo alcanceútil subió de 80 a 200 metros. La gran apertura de España a Europa en la primeraépoca de Carlos V hizo que los fabricantes españoles de armamento captaseninmediatamente cualquier idea de mejora que surgiera, sobre todo en Italia. Y lacompenetración entre españoles e italianos sería uno de los factores decisivos en laestrategia de Carlos V.

El rey de España y emperador de Alemania poseía, según el conjunto de losespecialistas en su época, un admirable sentido estratégico, con rasgos muymodernos dentro de su enraizamiento medieval en el fecho del Imperio, y quepodemos resumir en los puntos siguientes:

• Su firmeza profunda, ante todo, para la guerra ideológica que entonces sedesencadenó en Europa desde los comienzos de la tercera década del siglo XVI,y su captación asombrosa de la Reforma como desafío estratégico para laCristiandad, que saltó hecha pedazos. Pero que se mantuvo como ideal y comoposibilidad mientras vivió Carlos V, para diluirse después inevitablemente.

• La idea de cruzada, típicamente medieval, pero trasplantada con todo vigor alos comienzos de la Edad Moderna y desplegada en tres frentes de resistencia yacción:

(1) El frente centroeuropeo, sometido a la doble amenaza de los protestantes yde los turcos.

(2) La recuperación del horizonte norteafricano, abandonado después de losprimeros intentos Fernando el Católico.

(3) La defensa del Mediterráneo central, con bases en Italia y Sicilia, parafrenar las amenazas turcas y con la idea, nunca abandonada, de organizaruna nueva cruzada a Tierra Santa.

• Afianzamiento del gran conjunto de Estados hereditarios sobre los dos polos deEspaña y de Austria, y con un sistema de enlace y comunicación entre estospolos y todos los demás Estados, con los que, gracias al ejército permanentefinanciado con los extraordinarios recursos de Castilla, podía el emperadorasegurar su hegemonía sobre Europa. España sería, desde el retorno delemperador en 1522, centro para esta estrategia.

• El cerco a Francia, la cual, vista desde España y Austria, era esa porción díscolade la Cristiandad que no dudaba en aliarse con el turco para satisfacer suorgullo y sus pretensiones. Es lógico que ante esta actitud, y ante lafragmentación de la Cristiandad por las convulsiones de la Reforma, Españaapareciese ante los designios estratégicos de Carlos V como un bastión deunidad y de lealtad en cuanto los españoles en conjunto aceptasen, tras la

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prueba de la guerra civil de 1520- 1522, la idea del Imperio y una posiciónpreeminente para realizarla.

• La idea de Europa. Esta idea estaba inicialmente identificada con la deCristiandad y constituía por tanto una herencia medieval evidente, destinada aenfrentarse con la Modernidad secularizadora. Pero incluso cuando la divisiónde las religiones y las conciencias hizo entrar en crisis el concepto deCristiandad y Carlos fue muy consciente de esa crisis, el emperador mantuvo elideal de la unidad europea, pese a tan grave obstáculo, y no consideró canceladasu misión imperial unitaria.

• El horizonte América. Durante el reinado de Carlos V los españoles consiguenen esos veinte años milagrosos que van de 1520 a 1540 la conquista deAmérica, nada menos. Pero también hemos dicho que América constituía, en laestrategia imperial de Carlos V un horizonte, una retaguardia y una reservasegura, indisputada en lo esencial, más que un adelantamiento y unavanguardia.

La conjunción concreta de estos seis factores en una estrategia coherente esuna prueba de la genialidad de Carlos I de España y V de Alemania. Y comoafirma el profesor Fernández Álvarez, uno de los grandes conocedores de CarlosV, el rey-emperador, además de concebir este grandioso designio quiere contribuirpersonalmente a realizarlo.

"Va vestido de soldado, -cita el embajador Salinas, un testigo próximo-Quiere pasar los puertos en compañía de los soldados, y a la causa va de esteatavío. Es muy gran placer de verle tan sano y alegre en estos trabajos, y no es elque menos parte dellos toma... Sé decir a V.M. que va la gente de guerra y la queno lo es la más alegre del mundo, como si fuesen a jubileo."

Ser soldado: ésa fue la gran vocación de Carlos V como hombre. y, sinembargo, el estadista comprende que necesita la paz y la busca sinceramente.

Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán (1453-1515).

Militar español al servicio de los Reyes Católicos. Nacióen Montilla (Córdoba) el 1 de septiembre de 1453. Miembrode la nobleza andaluza (perteneciente a la Casa de Aguilar),siendo niño fue incorporado al servicio del príncipe Alfonsocomo paje y, a la muerte de éste, pasó al séquito de la princesaIsabel. Fiel a la causa isabelina, inició la carrera militar que lecorrespondía a un segundón de la nobleza en la Guerra Civilcastellana y en la de Granada, donde sobresalió como soldado

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(sitio de Tájara y conquista de Illora), espía y negociador, se hizo cargo de lasúltimas negociaciones con el monarca nazarí Boabdil para la rendición de laciudad. En recompensa por sus destacados servicios, recibió una encomienda de laOrden de Santiago, el señorío de Orjiva y determinadas rentas sobre la producciónde seda granadina, lo cual contribuyó a engrandecer su fortuna.

En 1495 fue requerido para una nueva empresa militar de sus soberanos, laintervención en la península Italiana. Desembarcó en Calabria al mando de unreducido ejército para enfrentarse a las tropas francesas que habían ocupado elreino de Nápoles, sobre el que Fernando de Aragón tenía aspiraciones.Maniobrando con gran habilidad y tras varios éxitos entre los que se incluyen lalarga marcha a Atella que le permitió llegar oportunamente a combatir y queculminaron con la derrota y expulsión de los franceses, regresó a España en 1498,donde sus triunfos le valieron el sobrenombre de Gran Capitán y el título de duquede Santángelo. En 1500 fue enviado a Italia por segunda vez con el encargo deaplicar, por parte española, el Tratado de Chambord-Granada (1500) que implicabael reparto del reino de Nápoles entre los Reyes Católicos y Luis XII de Francia.Desde el principio se produjeron roces entre españoles y franceses por el reparto deNápoles, que desembocaron en la reapertura de las hostilidades. La superioridadnumérica francesa obligó a Fernández de Córdoba a utilizar su genio comoestratega, concentrándose en la defensa de plazas fuertes a la espera de refuerzos.

El Gran Capitán derrotó en Ceriñola al ejército alemandado por el duque de Nemours, que murió en el combate(1503), y se apoderó de todo el reino. Mando Luis XII unnuevo ejército, que fue igualmente vencido a orillas delGarellano (1504), y los franceses hubieron de rendir a la plazafuerte de Gaeta y dejar libre el campo a los españoles.Terminada la guerra, Fernández de Córdoba gobernó comovirrey en Nápoles durante cuatro años, con toda la autoridadde un soberano; pero, muerta ya Isabel, se hizo el Rey eco de los envidiosos delgeneral y, temeroso de que se hiciese independiente, le quitó el mando, aunque noestá demostrado que le pidiese cuentas. Si es cierto, en cambio, que no cumplió atan ilustre caudillo los ofrecimientos que le había hecho. Pese a sus deseos devolver a Italia, Gonzalo, entonces, se retiró a Loja, donde murió en 1515.

El Gran capitán fue un genio militar excepcionalmente dotado que porprimera vez manejó combinadamente la Infantería, la Caballería y la Artillería.Supo mover hábilmente a sus tropas y llevar al enemigo al terreno que habíaelegido como más favorable. Revolucionó la técnica militar mediante lareorganización de la infantería en coronelías (embrión de los futuros tercios).Idolatrado por sus soldados y admirado por todos, tuvo en su popularidad su mayorenemigo.

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Campañas

La Batalla de Pavía. (24 de febrero de 1525)

Por Juan Eslava Galán

En la aldea europea dos poderosas familias se odiaban a muerte, los Borgoña-Austria y los Valois-Angulema. Sus vástagos respectivos, Carlos I de España yFrancisco I de Francia, parecían nacidos para llevar aquella rivalidad a sus últimasconsecuencias. Ambos eran orgullosos y testarudos, ambos habían heredado viejoslitigios de lindes (en el Milanesado, en Nápoles, en Luxemburgo, en Navarra...) ycada uno de ellos deseaba humillar al otro. Además, Francisco no perdonaba aCarlos que se hubiese alzado con el título de Emperador del Sacro Imperio al quetambién él aspiraba.

Carlos, el de la mandíbula prognática, y Francisco, el de la luenga narizota,sostuvieron cuatro guerras. La primera duró cinco años, entre 1521 y 1526, y sedesarrolló en el ducado de Milán.

El primer asalto lo ganó Carlos tras una breve y brillante campaña cuyabatalla más importante se dio en Bicoca, un lugarejo en las proximidades deMonza.

Los españoles alcanzaron la victoria tan fácilmente que el topónimo seincorporó al castellano como sinónimo de cosa fácil, ganga o prebenda que seconsigue con poco coste. En descargo del perdedor, el general francés Lautrec, hayque apuntar que dio la batalla contra su voluntad, forzado por sus mercenariossuizos a los que debía muchas pagas atrasadas.

Después de Bicoca, los púgiles se concedieron un respiro para alistar nuevastropas antes de volver a la carga. Los ejércitos de la época estaban compuestos desoldados profesionales que combatían por la paga y eran en una alta proporciónextranjeros. En el ejército de Carlos, además de españoles militaba una grancantidad de alemanes, italianos y suizos; en el de Francisco, además de franceses,abundaban igualmente los mercenarios europeos.

En el segundo asalto Francisco besó nuevamente la lona. El almiranteBonnivet invadió el Milanesado con un ejército de cuarenta mil hombres perofracasó en su empeño de expulsar a los españoles, El tercer asalto fue el másespectacular. Francisco I en persona pasó los Alpes, el 25 de octubre de 1524, alfrente de un gran ejército en el que lo acompañaba toda la nobleza de Francia.Once días después los franceses entraban en Milán y avanzaban por doquierarrinconando a las guarniciones españolas en sus plazas y castillos. Las fuerzas de

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Carlos, el llamado ejército de Milán, unos diez mil hombres escasos de pertrechos,cedieron terreno y se replegaron a Lodi.

Uno de sus generales, el navarro Antonio de Leiva, se encerró en la ciudadfortificada de Pavía con dos mil españoles y cinco mil alemanes Parecía queFrancisco había vencido antes de combatir. No obstante no podía considerarconquistado el territorio hasta que hubiese expulsado de él a las fuerzas españolas,Por lo tanto puso sitio a Pavía y comenzó a batir la ciudad. Pero su defensorAntonio de Leiva, organizó muy bien la defensa y rechazó los asaltos francesesrespondiendo a sus minas con contraminas. Los franceses se las habían con uno delos generales más veteranos de Europa. A sus cuarenta y cinco años, el de Leivahabía hecho la guerra de las Alpujarras contra los moriscos y había acompañado alGran Capitán en sus campañas italianas contra los franceses.

Si Pavía no se conquistaba por las armas perecería por hambre. Era sólocuestión de tiempo, pero mientras el ejército francés estaba inmovilizado delantede sus muros, los imperiales se reponían y consolidaban posiciones en otroslugares.

Al campamento de Francisco comenzaron a llegar noticias preocupantes. Losimperiales habían reclutado doce mil lansquenetes en Alemania; Fernando deAustria les enviaba otros dos mil hombres...

Francisco I celebró consejo y decidió batir al enemigo antes de que serobusteciera. Puesto que Pavía sería rendida por hambre podían permitirse el lujode dividir sus fuerzas: dejarían una parte en el cerco de la ciudad y enviarían alresto en sendas expediciones contra Génova y Nápoles.

Mientras tanto los imperiales estaban en apurada situación. Las arcas de susregimientos estaban exhaustas y era presumible que los lansquenetes alemanes ylos mercenarios suizos, faltos de pagas, no tardarían en amotinarse o simplementeen ponerse en huelga, en dejar de combatir. Los generales salieron del pasoempeñando sus fortunas personales para obtener créditos con los que pagar a lastropas, pero ni siquiera así obtuvieron el dinero necesario para sostener unacampaña tan prolongada como la que se avecinaba. El marqués de Pescara pulsóhábilmente la íntima fibra del orgullo nacional de sus compatriotas: expuso laapurada situación a los arcabuceros españoles y consiguió no sólo que combatierande fiado sino que le adelantaran sus ahorros para pagar a los alemanes. Es evidenteque los soldados adoraban al vencedor de Bicoca.

La guerra en invierno era muy dura, con el tiempo lluvioso, los caminosembarrados y las nieblas traicioneras ocultando celadas en valles y malos pasos,pero tampoco quedaba otra opción. A mediados de enero, los generales de Carlos,

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el contestable de Borbón, Lannoy y Pescara marcharon sobre Pavía para forzar alrey de Francia a levantar el cerco.

El enfrentamiento se produjo el 24 de febrero de 1525. En todas las academiasmilitares del mundo ponen la batalla de Pavía como ejemplo de ejecución perfectade un plan de ataque.

Después de la llegada de los refuerzos españoles, los ejércitos estabanequilibrados numéricamente, unos veinticinco mil hombres por cada bando, perolos franceses superaban a los españoles en caballería y artillería. Francisco, con sustropas resguardadas por la muralla del parque, dejaba pasar los días sin mover undedo. Sabía que las arcas del enemigo estaban casi exhaustas y esperaba que suejército se disolviera por falta de pagas. Además los sitiados no tardarían enrendirse por hambre.

En efecto. A los quince días comenzaron a escasear los víveres en el ejércitoimperial y algunos oficiales aconsejaron a Pescara que se retirara hacia Milán.Pescara, tan excelente psicólogo como general, hizo nuevamente de la necesidadvirtud y se ganó a sus hambrientas tropas con la siguiente arenga: "Hijos míos,todo el poder del emperador no basta para darnos mañana un solo pan. ¿Sabéis elúnico sitio donde podemos encontrarlo en abundancia? En el campamento de losfranceses que allí veis." No era lerdo el de Pescara. Desde que acampó ante Pavíano pasó día en que no fingiera un ataque nocturno contra los franceses. De estemodo los acostumbró a las falsas alarmas y se aseguró que los cogeríadesprevenidos cuando desencadenase el ataque verdadero. Es una argucia deguerra muy antigua que suele dar resultado.

El 23 de febrero, los imperiales salieron a dar la batalla definitiva. Pescaraenvió dos compañías de encamisados a abrir una brecha en el muro del parque queprotegía a los franceses. Los encamisados, así llamados porque llevaban lascamisas blancas encima de las armaduras, como camuflaje para la nieve. Tambiénera uniforme de guerra nocturna que les permitía reconocerse de noche. Losencamisados abrieron tres brechas por las que al amanecer se coló Pescara al frentede los imperiales. Los españoles avanzaban en formación, sus escuadrones depiqueros flanqueados por la caballería. En el campo francés los caballeros seprepararon para el combate en sus relucientes armaduras. Las instrucciones eran nodejar a un español con vida. Pescara formó su columna y arremetió contra la líneafrancesa en ángulo agudo, siguiendo el orden oblicuo que tan buen resultado dio algriego Epaminondas en la clásica batalla de Mantinea. Durante el siglo y picosiguiente todos los ejércitos de Europa, y especialmente el de Federico el Grande,adoptarían el orden oblicuo. Consiste en chocar contra el enemigo no de frente sinoformando un ángulo agudo de modo que se trabe el combate en un único punto,dejando el resto de la tropa retrasado. Así se consigue fijar al enemigo sobre elterreno y evitar que refuerce el punto atacado, donde se hace la mayor presión.

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El ejército francés se caracterizaba por un elemento moderno, su artillería, yun elemento evidentemente desfasado, su caballería feudal, hombres de armascubiertos de brillantes armaduras sobre robustos caballos igualmente acorazados.Frente a ellos las tropas imperiales se componían principalmente de infantería, losfamosos tercios españoles que muy pronto serían considerados invencibles enterreno llano. Los tercios constituían una tropa sufrida, valiente y experimentada.Sus largas picas debidamente concentradas en formación cerrada formaban unaespecie de puerco espín que se movía cansinamente a golpe de tambor y formabauna barrera infranqueable para la caballería. Además sus cuadros iban festoneadospor escuadrones de expertos arcabuceros capaces de acertar al caballero a cienpasos, traspasando la coraza. Comenzaba a dictar su dura ley la tan denostadapólvora que dio al traste con la guerra noble y lúdica, casi deportiva, de la Edadmedia. Otra vez, como en Crécy y en Aljubarrota, el arma que mata a distancia ycasi anónimamente, sea arco largo inglés o arcabuz de mecha español, venciendo ala espada y la lanza del caballero. El contraataque francés desbarató la líneaimperial. Las cuatro piezas de artillería que el de Pescara llevaba en retaguardia,sin escolta de caballería, fueron presa fácil de los franceses, que se lanzaron porellas y las arrebataron a los alemanes que las servían. Pero al hacerlo dejaron aldescubierto su retaguardia y las tropas imperiales del marqués del Vasto se colaronpor la brecha y pusieron en fuga a los suizos de Francisco.

Mientras tanto el condestable de Borbón, antiguo general francés que se habíaenemistado con Francisco y se había puesto al servicio de Carlos, cayó sobre lavanguardia francesa con el centro imperial. Fue entonces, en el momento másdecisivo del combate, cuando Francisco I, arrastrado por su vanidad caballeresca,quiso decidirlo todo en un santiamén con una vistosa carga de caballería y se lanzóalocadamente al combate. En este movimiento su galopada se interpuso frente a lasbocas de sus cuarenta cañones que estaban conteniendo a las fuerzas imperiales.Los artilleros se vieron obligados a suspender el fuego para evitar herir a los suyos.La caballería imperial contuvo la carga a duras penas pero mientras tanto elmarqués de Pescara, maniobrando hábilmente, dispuso a sus mil quinientosarcabuceros de modo que acribillaran a la caballería enemiga. En el momento máscrítico Leiva salió de Pavía con sus cinco mil hombres y después de romper elpuente sobre el Ticino para cortar la retirada a los franceses, cayó sobre el flancodel enemigo. Hombre animoso este Leiva que el día de la batalla estaba tanenfermo que no se sostenía sobre el caballo, pero así y todo quiso estar entre sushombres y se hizo llevar en silla de manos. La torpeza de Francisco I habíadecidido la batalla. No obstante todavía le quedaba casi intacta la infantería delcentro e izquierda, compuesta de mercenarios suizos y de lansquenetes alemanes.Los arcabuceros españoles hicieron una carnicería en ellos y los pusieron en fugapor el camino de Milán. Sobre el campo quedaban los cadáveres de los generalesLa Pacice y Diesbach que mandaban el ala derecha francesa y los suizos. Encuanto a Bonnivet, consejero militar del rey y más directo responsable del desastre,se suicidó.

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Desarticulados los franceses y perseguidos por los imperiales, la batalla seredujo a combates aislados. Francisco y sus caballeros de escolta fueron rodeados.El rey de Francia había perdido el caballo y estaba herido, aunque levemente, en elbrazo. Pugnaba por levantarse cuando un soldado vasco, Juan de Urbieta, le pusoel estoque al cuello y lo hizo preso. Con él estaban Alfonso Pita, gallego, y DiegoDávila, granadino. Los arcabuceros se disputaban aquel rehén de elevada estaturaque, por la riqueza de las armas que lucía y la altivez con que se conducía aun en laderrota, debía de ser de la más alta cuna. Fue La Motte, oficial del condestable deBorbón, el que lo reconoció y caballerosamente le prestó homenaje. Franciscoentregó a Lannoy su espada y una manopla, en señal de rendición.

Con la perspectiva del tiempo no deja de ser curiosa la supervivencia de esteconcepto medieval de la guerra en la que los propios reyes se juegan la vida alfrente de sus tropas, También Carlos I estuvo a punto de caer prisionero delenemigo en Innsbruck en 1552. Los monarcas actuales, sin embargo, aunquegusten de vestir uniforme y de lucir medallas y condecoraciones, hace tiempo quedejaron de ir a la guerra y se contentan con presidir desfiles. La batalla de Pavía sesaldó con más de ocho mil muertos franceses. Además, muchos nobles y caballerosprincipales cayeron prisioneros. Francisco fue trasladado a España y permanecióprisionero de Carlos por espacio de un año, hasta que se avino a firmar el tratadode Madrid en 1526. En virtud de este tratado, el francés reconocía los derechos deCarlos V sobre los ducados de Milán y Borgoña. Papel mojado. En cuantoFrancisco se vio al otro lado de los Pirineos, se olvidó de lo pactado y reanudó laguerra en Italia aliado al Papa y a Génova. Carlos en su nueva campaña le hizo laguerra al Papa y sus lansquenetes desmandados saquearon Roma en 1527 (ytrazaron graffiti con vivas a Lutero a punta de alabarda sobre los frescos de laCapilla Sixtina). Ésa es ya otra historia.

El Saqueo de Roma

El día 6 de mayo de 1527, el ejército Imperial de Carlos V, del que formabanparte unos dieciocho mil lansquenetes, muchos de ellos luteranos, toman al asaltoRoma y durante semanas someten a saqueo la Ciudad Eterna. El terrible episodio,que se inscribe en la segunda guerra entre el emperador Carlos V y el rey francésFrancisco I, marca el fin del papado renacentista en Italia. Los saqueos, cometidospor tropas que se habían quedado sin jefes, degeneraron en una orgía de sangre: semultiplicaban los episodios de pillaje, violaciones y torturas contra la poblacióncivil. Un texto veneciano de la época dice: "El Infierno no es nada si se lo comparacon la visión que ofrece la Roma actual." El humanista Erasmo de Rotterdam, porsu parte, escribe: "Roma no era sólo la fortaleza de la religión cristiana, lasustentadora de los espíritus nobles y el más sereno refugio de las musas; eratambién la madre de todos los pueblos. Porque para muchos Roma era más

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querida, más dulce, más bienhechora que sus propios países. En verdad, esteepisodio no constituyó sólo el ocaso de esta ciudad, sino el del mundo."

En este segundo duelo entre Francia y el Imperio se distinguen claramente dosetapas. En la primera, el conflicto adquiere las características de un enfrentamientoentre las dos cabezas supremas de la cristiandad, el máximo poder espiritual,Clemente VII, y el máximo poder temporal, Carlos V. Se combate en Italia. Lastropas francesas apenas intervienen. En la segunda parte, entra en lid nuevamenteFrancisco I. Se trata de dilucidar definitivamente quién va a ser el dueño de Italia.

Al comenzar las hostilidades, el ejército imperial con base en Italia seencuentra en condiciones de franca inferioridad. El duque de Milán ha arrojado dela ciudad a los imperiales. Lodi se pierde también. Frente a los 10.000 hombres quemanda el condestable de Borbón se aprestan las tropas mucho más numerosas delos aliados.

El 20 de septiembre las tropas españolas se presentan frente a los muros deRoma; finalmente entran en la ciudad. El Papa tiene que refugiarse en el castillo deSant'Angelo. Asustado ante el saqueo que llevaron a cabo los soldados en la mismaIglesia de San Pedro, Clemente VII accede a firmar una tregua de cuatro meses.

Hugo de Moncada, dándose por satisfecho, se retira de Roma, llevándosecomo rehenes a dos cardenales, sobrinos del Papa. Pero Clemente no respetó latregua.

Entretanto, las tropas del condestable de Borbón se encaminan hacia Roma.Borbón, como representante del emperador en Italia, iba dispuesto a obligar alPapa a cumplir las condiciones estipuladas. Con él iban el capitán Jorge deFrundsberg con sus tropas alemanas, los lansquenetes, unos 18.000 hombres, entrelos que no faltaban muchos luteranos, gentes para quienes el Papa era elmismísimo Anticristo. Junto a los 10.000 españoles, los 6.000 italianos, los 5.000suizos y los 6.500 jinetes que integraban las fuerzas de caballería, el ejército delcondestable de Borbón venía sobre la Ciudad Eterna como un nublado. Parte deellos quedaron con Leyva guarneciendo el Milanesado; mas el grueso del ejército(cerca de 30.000 hombres) ya estaba en marcha hacia el sur. Conforme avanzaban,se les iban uniendo gentes extrañas, aventureros, oportunistas, que acudían al olordel botín. Por eso se ha comparado la marcha de aquel ejército al avance de unabola de nieve que crece y crece conforme rueda.

El Papa, entretanto, hacía y deshacía las treguas con una inconscienciademencial. Apenas recibía noticias de que algún aliado proyectaba enviarlesocorro, rompía los pactos, para volver a rehacerlos al ver que los socorros nollegaban.

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"Quebrantando cien veces su palabra siempre que recibía alguna noticia esperanzadorade llegada de refuerzos franceses, parecía confiar, en último término, en detener con ungesto pacífico la marcha de sus enemigos."

A finales de marzo, los imperiales estaban acampados cerca de Bolonia. Latropa se desesperaba. Habían tenido que soportar los rigores de un crudo invierno;las soldadas tardaban en pagarse; la noticia de que se trataba de ajustar una tregua asus espaldas les exasperó. Estallaron los motines. Frundsberg, confiado entranquilizar a sus soldados con una arenga, tuvo que soportar una rechifla tanmonumental que murió del disgusto. La soldadesca quería resarcirse de laspenalidades sufridas con el botín que le esperaba en las ricas ciudades de Italia.Intentando frenar el alud, Clemente VII ofreció a Borbón 60.000 ducados. Borbón,presionado por las tropas, pidió 240.000 El Papa regateó y el condestablerespondió subiendo su propuesta a 300,000 ducados. Clemente no estaba encondiciones de ofrecer aquella suma, y el pueblo romano mucho menos aún,desconfiando más incluso que sus enemigos de la palabra del Papa. Se intentó unacolecta entre los romanos. El más rico de ellos no aportó más de 100 ducados.Presas del pánico, los patricios y los cardenales se apresuraron a ocultar sus tesorosy a huir de Roma. Señores hubo que reclutaron tropas privadas para poner guardiaa sus propios palacios, No era posible organizar una defensa conjunta. Renzo diCeri, encargado por el Papa de coordinar los esfuerzos y dirigir la defensa,demostró su incapacidad descuidando tomar las más elementales medidasdefensivas. NI siquiera se pensó en destruir los puentes del Tíber, operación quehabría impedido a los atacantes penetrar en el corazón de la ciudad. Sabiendo queel ejército imperial venía sin artillería y encontrándose ellos bien artillados,llegaron incluso a rechazar la ayuda que precipitadamente le ofrecieron algunos delos capitanes de la liga.

"En 1527 -escribe Gregorovius-, los descendientes de aquellos romanos que en untiempo habían rechazado desde sus murallas a poderosos emperadores, no conservabanya nada del amor por la libertad y de las viriles virtudes de sus progenitores. Aquellascuadrillas de siervos del clero, de delatores, de escribas y fariseos, la plebe nutrida en elocio, la burguesía refinada y corrompida, privada de vida política y de dignidad, lanobleza inerte y los millares de sacerdotes viciosos eran semejantes al pueblo romano delos tiempos en que Alarico había acampado ante Roma."

A primeros de mayo, el ejército imperial acampa frente a los muros cercanosal barrio del Vaticano, la llamada Ciudad Leonina, donde se hallaban los palaciospontificios la fortaleza de Sant'Angelo (unida al Vaticano por un pasadizoamurallado) y la basílica de San Pedro.

El 6 de mayo, durante la noche, cayó una espesa niebla sobre la ciudad.Apenas clareó, comenzó el ataque a la misma. La niebla Impedía ver a losasaltantes La artillería disparaba al azar desde Sant'Angelo, Los Imperialesadosaron sus escalas a los muros entre el estruendo de la arcabucería, Tiempo

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adelante, el famoso escultor y aventurero florentino Benvenuto Cellini, que poraquellos días se encontraba en Roma y participó en la defensa de la ciudad,contaría en su vida un incidente ocurrido en el sector donde luchaba él:

"Vuelto mi arcabuz donde yo veía un grupo de batalla más nutrido y cerrado, puse enmedio de la mira precisamente a uno que yo veía levantado entre los otros; la niebla nome dejaba comprobar si iba a caballo o a pie. Me volví inmediatamente a Lessandro y aCecchino, les dije que disparasen sus arcabuces... Hecho esto por dos veces cada uno, yome asomé a las murallas prestamente, y vi entre ellos un tumulto extraordinario. Fue queuno de nuestros golpes mató a Borbón; y fue aquel primero que yo veía elevado por losotros, según lo que después comprendí."

En efecto. el condestable de Borbón, mortalmente herido, había caído de unaescalera gritando:

"Ah, Virgen Santa, soy hombre muerto."

La noticia se difundió rápidamente tanto entre los asaltantes como entre losdefensores. Éstos, creyendo que habían conseguido ya la victoria, descuidaron demomento la defensa, Aquéllos, enfurecidos por la muerte de su general ydescontrolados al faltarles su jefe, se lanzaron con mayor brío aún al asalto deRoma. Los Alféreces españoles, con sus banderas a cuestas, fueron los primeros ensaltar el muro, a los gritos de "¡España!, ¡Imperio!".

"Que detrás de ellos -cuenta Pedro Mexía- las otras naciones hizieron lo mismo. Lavictoria es cosa cruel y desenfrenada; pero ésta fuelo más que otra, porque la indinaciónde la gente de guerra contra el papa y cardenales hera grande por las ligas pasadas, epor el quebrantamiento de la tregua de D. Hugo, por los grandes trabajos que en elcamino habían pasado, e sobre todo por faltarle el Capitán General, que pudieratemplar la furia de los soldados e poner orden en las cosas. De manera que, indignados ydesenfrenados, sin piedad matavan y herían a cuantos pudieron alcanzar, siguiendo elalcance hasta las puentes del río Tíber, que divide el burgo donde está el palacio sacro yla iglesia de San Pedro, de la cibdad, asta se apoderar de todo él; lo qual hizieron enmuy breve espacio. E lo saquearon e robaron todo."

El Papa, que estaba orando en San Pedro, escapó de la basílica en el momentojusto en que los imperiales hundían las puertas a hachazos y mataban a los guardiassuizos que lo defendían. Por el pasadizo anteriormente mencionado, Clemente VIIse refugió en Sant'Ángelo, junto a algunos cardenales y obispos que estaban con él.Renzo di Ceri también se refugió allá, con 500 guardias suizos. En adelante, laguardia suiza conmemoraría hasta nuestros días su defensa de Vaticano,celebrando cada 6 de mayo la jura de bandera de los nuevos miembros de laguardia.

El mediodía trajo un descanso a los asaltantes. El príncipe de Orange, que sehabía hecho cargo, entretanto, del mando supremo del ejército, dio la orden de

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continuar el asalto apenas terminaron de comer. Los puentes del Tíber fueronatravesados y continuó la lucha en el resto de la ciudad:

"Y tras esto, sin hacer diferencia de lo sagrado ni profano, fue toda la ciudad robada ysaqueada, sin quedar casa ni templo alguno que no fuese robado, ni hombre de ningúnestado ni orden que no fuese preso y rescatado. Duró esta obra seis o siete días, en quefueron hechas mayores fuerzas de insultos de lo que yo podía escribir. Y de esta manerafue tomada y tratada la ciudad de Roma, permitiéndolo Dios por sus secretos juicios;verdaderamente, sin lo querer ni mandar el Emperador, ni pasarle por el pensamientoque tal pudiera suceder. Y éste fue el fruto que sacó el papa Clemente, por la pertinenciay dureza que tuvo en ser su enemigo".(P.Mexía)

Durante el día 6 de mayo, el esfuerzo por conquistar la ciudad no permitió laorganización metódica del saqueo. Los mayores destrozos los causaron losincendios provocados para quebrantar la resistencia de los defensores. Pero aun asíse cometieron actos de extremada crueldad, que no se explican sino por el deseo deinfundir el terror al resto de la población. La soldadesca penetró en el hospital delEspíritu Santo y asesinó a los enfermos que en él se alojaban. Aquella noche, loscapitanes imperiales lograron reagrupar a sus hombres. Los españoles seconcentraron en la plaza Navona. Los alemanes, Campo del Fiori. El cuerpo delCondestable había sido trasladado, entretanto, a la capilla y colocado en uncatafalco. A media noche se dio la señal de romper filas. Entonces comenzó laorgía de sangre. De los cincuenta y cinco mil habitantes que Roma contaba, sóloquedó poco más de la mitad. El resto logró escapar o fue asesinado. El total de laspérdidas materiales sufridas alcanzó la cifra, astronómica en aquellos tiempos, dediez millones de ducados. Los palacios de los grandes fueron saqueados, tanto losde la nobleza como los de los eclesiásticos. Los que ofrecieron resistencia fueronborrados con minas o flanqueados a cañonazos. Algunos se salvaron del saqueopagando fortísimo su rescate. Pero los palacios respetados por los alemanes fueronsaqueados por los españoles, y viceversa. No se respetaron los de los prócerespartidarios del emperador, que habían permanecido en Roma pensando que nadieles molestaría. La iglesia nacional de los españoles (Santiago, en la plaza Navona)y la de los alemanes (Santa María del Ánima) fueron saqueadas. Se violaron lastumbas en busca de joyas. La de Julio II fue profanada. Las cabezas de losapóstoles San Andrés y San Juan, la lanza Santa, el sudario de la Verónica, la Cruzde Cristo, la multitud de reliquias que custodiaban las iglesias de Roma..., tododesapareció. Los eclesiásticos fueron sometidos a las más ultrajantes mascaradas.El cardenal Gaetano, vestido de mozo de cuerda, fue empujado por la ciudad apuntapiés y bofetadas. El cardenal Ponzetta, partidario del emperador, también fuerobado y escarnecido. Otro, Numalto, tuvo que hacer el papel de cadáver en elmacabro entierro que organizaron los lansquenetes. Las religiosas corrieron lamisma suerte de muchísimas otras mujeres, e incluso niñas de diez años, en manosde la soldadesca lasciva. Muchos sacerdotes, vestidos con ropas de mujer, fueronpasados y golpeados por toda la ciudad, mientras los soldados, vestidos con los

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ornamentos litúrgicos, jugaban a los dados sobre los altares o se emborrachaban enunión de las prostitutas de la ciudad.

"Algunos soldados borrachos -cuenta Gregoribus- pusieron a un asno unos ornamentossagrados y obligaron a un sacerdote a dar la comunión al animal, al que previamentehabían hecho arrodillarse. El desventurado sacerdote engulló todas las sagradas formasantes de que sus verdugos le dieran muerte mediante tormento."

Muchas iglesias y palacios (así la basílica de San Pedro y los palacios delVaticano) fueron convertidos en establos. Las bulas y los manuscritos de las ricasbibliotecas romanas fueron a parar a los presentes. Los soldados destrozaronmultitud de obras de arte. El famoso fresco de Rafael conocido como "la escuela deAtenas" quedó deteriorado por los lanzados de los lansquenetes. Uno de ellosgrabó sobre el una frase que expresaba perfectamente los ánimos de su autor:"vencedor el emperador Carlos y Lutero". Lutero, en efecto, fue proclamado papaen aquellos días por los soldados alemanes.

La situación de los que se encerraron en Sant'Ángelo era bastantedesesperada. La carne de burro se reservó como bocado exquisito para los obisposy los cardenales. Los soldados sitiados colgaban niños, atados con cuerdas por losmuros para que se recogiese de los fosos las hierbas que allí crecían. Losimperiales, desde las trincheras que abrieron alrededor del Castillo, mataroncamuflados a muchos de ellos. Un capitán estranguló con sus manos a una viejaque llevaba al papa un poco de lechuga. El príncipe de Orange, a los tres días delasalto había dado la orden de interrumpir el saqueo, pero nadie le obedeció.Únicamente pudo evitar que no fuese saqueada la Biblioteca Vaticana, gracias aque se estableció en ella su residencia. La noticia de lo ocurrido llegó a España"precedida y desconectada de mil falsos rumores, creando una atmósferatempestuosa y revolucionaria" (Bataillon). Al año siguiente la Inquisición abrió unproceso contra el doctor Eugenio Torralba, acusado de hechicería. Según decíaTorralba, él había sido el primero en conocer lo ocurrido y en difundir lo porEspaña. Casi un siglo después, Cervantes recogería los ecos de este incidente en lasegunda parte del Quijote, capítulo XLI:

"No hagas tal -respondió don Quijote-, y acuérdate del verdadero cuento del licenciadoTorralba, a quien llevaron los diablos en volandas por el aire, caballero en una caña,cerrados los ojos, y en doce horas llegó a Roma, y se apeó Torre de Nona, que es unacalle de la ciudad, y vio todo el fracaso y asalto de muerte de Borbón, y por la mañanaya estaba de vuelta en Madrid, donde dio cuenta de todo lo que había visto."

Estas singulares "revelaciones", dentro de su evidente inverosimilitud, nodejan de tener valor como testimonio de un fenómeno de sugestión colectiva queacompañó al conocimiento de lo ocurrido en Roma. Carlos se encontraba poraquellos días ocupado en la preparación de las cortes que habían de reunirse enValladolid, de las que esperaba conseguir los créditos que necesitaba para acudir

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en ayuda de su hermano, amenazado por los turcos, y para proseguir su políticaimperial. Al conocer la noticia, Carlos se vistió de luto. Ordenó que sesuspendieran las fiestas con que se celebraban el nacimiento de su hijo Felipe.Dispuso unos solemnes funerales por el alma del condestable de Borbón. Escribiócartas explicativas a los demás soberanos de Europa. Aunque se alegró de lavictoria obtenida, "le pesó en el alma y mostró gran sentimiento de que hubiesesido con tanto daño de aquella ciudad y prisión del papa".

La opinión pública europea quedó perpleja. Entre los amigos de Carlos, nofaltaron quienes, como Luis Vives, manifestaron su opinión favorable a loocurrido:

"Cristo ha concedido a nuestro tiempo -escribía Vives en griego, para hacer másconfidenciales sus palabras y la más hermosa oportunidad para esta salvación, por lasvictorias tan brillantes del emperador y gracias al cautiverio del papa."

Otros, sin embargo, aún perteneciendo al círculo de colaboradores delemperador, no dejaron de mostrar su preocupación por lo ocurrido. El mismoAlfonso de Valdés, en una carta que escribió a su amigo Erasmo en aquellos días,se expresaba de la siguiente manera:

"De La toma de Roma no te escribiré nada. Sin embargo, me gustaría saber qué creesque debemos hacer nosotros en presencia de este gran acontecimiento, tan inesperado, ylas consecuencias que esperas de él."

La Liga Clementina reaccionó violentamente. Francia e Inglaterra enviaronembajadores exigiendo la liberación del Papa, la restitución del Milanesado y elcastigo de los responsables del saqueo de Roma. Al mismo tiempo un ejércitofrancés, mandado por Lautrec, penetraba en Italia. Lo componían cerca de 65.000hombres. Génova cayó en sus manos. Nápoles ya parecía al alcance de suspropósitos: los barones napolitanos, esperando la llegada de los franceses de unmomento a otro, se levantaron contra el poder imperial. En Roma se encontrabatodavía el ejército de Orange, diezmado por las deserciones, la peste y el hambre.Poco más de 15.000 hombres. La indisciplina de los soldados y la dispersión delmando en muchas cabezas hizo sumamente difícil levantar el campamento ymarchar sobre Nápoles, donde debían esperar a los franceses. El Papa, poco antes,se había rendido por fin al virrey de Nápoles, después de entregar varias fortalezasy 400.000 ducados para ejército.

En la primavera de 1528, las tropas imperiales se encontraban situadas enNápoles. La flota Genovés de los Doria impedía la llegada de abastecimientos yauxilios por mar. Ejército de Lautrec dominaba en tierra firme. Hugo de Moncada,virrey de Nápoles desde la muerte de Lannoy, intentó romper el bloqueo marítimo,con tan mala fortuna que halló la muerte en el intento. Mas de la noche a lamañana, la buena estrella de Carlos brilló de nuevo. Andrea Doria, convencido por

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el marqués de Vasto, abandonó a Francisco I y se unió al campo imperial. Dejandola bahía de Nápoles, se dirigió con su escuadra a Génova, la arrebató a losfranceses y la puso al servicio de Carlos. Entretanto, la peste se declaró en elejército de Lautrec. Cada día morían centenares de soldados. El propio Lautrec sesintió contagiado, si bien él afirmaba:

"Que no moría por estar herido de pertinencia, si no de puro enojo por ver cuán parcialse mostraba la fortuna con los del emperador y cuán contraria al ejército del Rey deFrancia" (Santa Cruz).

La victoria de los imperiales sobre los franceses fue rotunda. Cuando,afligidos por tantos contratiempos, se retiraban hacia el norte, el ejército de Orangecayó sobre ellos y los derrotó.

En julio de 1529 termina la guerra. El papa y el emperador se reconcilian porel tratado de Barcelona. Clemente VII aceptaba recibir a Carlos en Italia ycoronarle emperador. Francisco I, derrotado y abandonado, tuvo que aceptar lascondiciones que su adversario impuso. El 3 de agosto de 1529 se firmaba el tratadode Cambray, conocido también como "la Paz de las Damas", por haberla negociadola gobernadora de Flandes, Margarita de Borgoña, tía paterna de Carlos, y Luisa deSaboya, madre de Francisco I. Carlos, aun sin renunciar a sus derechos sobreBorgoña, se comprometía a no urgir su devolución. Francisco Sforza volviónuevamente a Milán como feudatario imperial. El Rey de Francia retiraba suspretensiones sobre Milán, Génova y Nápoles irreconocible a la completa soberaníade Carlos sobre Flandes y Artois. Francisco I había perdido todas las esperanzas deencontrar aliados en cualquier otro reino de la Cristiandad. No le quedaba más queun recurso: negociar una alianza con los turcos en contra del emperador. Al fin y alcabo, pensaba, no menos reprochable había sido el comportamiento de Carlosatacando al Papa y saqueando su ciudad. Esta nueva orientación de la políticafrancesa obligaría también a Carlos a un replanteamiento de la suya propia.

La cruzada de Túnez de 1535

Dominado el bastión de Rodas, que le aseguraba la posesión plena delMediterráneo oriental, Solimán el Magnífico reorganizó su ejército y su escuadra.Desde 1525 presionó sobre la cuenca del Danubio y el 29 de agosto de 1526 arrollóen la batalla de Mohacs a Luis II de Hungría, que sólo pudo oponer 35.000hombres a los setenta mil del sultán. Luego optó por retirarse de Viena para nomedirse con los Tercios, pero en 1531 tanteó una nueva invasión por el Danubio.En la primavera de 1532 hizo desfilar por Belgrado un formidable ejército de300.000 hombres, con abundante caballería y artillería bien entrenada. El ataque secombinó con otro muy fuerte y efectivo en el Mediterráneo. Dos piratas del Egeo,dos hermanos de los que el más famoso era conocido por el nombre de Barbarroja,entraron en contacto con los moriscos de España y se establecieron en dosimportantes plazas fuertes del norte de Africa: Horuc, rey de Argelia, en Tremecén,

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aunque pereció en lucha con el gobernador español de Orán. El más peligroso,Barbarroja, logró apoderarse de Túnez.

Carlos V había destinado a la defensa de Viena, desde donde Solimánpensaba tomar de revés la península italiana, importantes fuerzas hispanoitalianas,además de las imperiales, a las que animó contra el turco el propio Lutero. CarlosV concebía la cruzada contra el turco como un factor de unidad cristiana en mediode la pleamar de la Reforma. La unión de los príncipes del Imperio fue efectiva, ySolimán decidió suspender el ataque a Viena, salvada de nuevo por la presencia,esta vez personal, del emperador y rey de España. El enfrentamiento directo entreespañoles y turcos quedaría reservado para el hijo de Carlos V.

Entonces el emperador decidió emplear el ejército que había preparado para ladefensa de Viena en la conquista de Túnez, que le aseguraba el pleno dominio delMediterráneo central y occidental. Creía, con razón, conjurado el peligro turco enel frente centroeuropeo y decidió, ante el ejemplo de Escipión, llevar la guerra alÁfrica, donde Barbarroja actuaba como adelantado del poder turco. Salió de Vienaen octubre de 1532 con los Tercios Españoles que habían acudido a la defensa dela ciudad, que desde aquel momento quedó como responsabilidad de los príncipesalemanes y los lugartenientes imperiales de Carlos. Cruzó por el campo de Pavía yse hizo explicar detenidamente la gran victoria. Estaba en Barcelona en abril de1533. Entonces Francisco I, rey católico de Francia, entabló conversaciones con elGran Turco para oponerse al emperador. A fines de mayo de 1535, Carlos embarcóen Barcelona hacia Cerdeña para la empresa de Túnez. Esta importante acción, degran alcance estratégico, comenzó el 30 de mayo de 1535 en Barcelona, de dondeel emperador zarpó para Cagliari después de pasar revista a parte de su ejército.Hasta el mes de julio no pudo verificar la concentración de su fuerza multilateral,como la llama el historiador militar duque de la Torre, que constaba decuatrocientos bergantines y galeones, galeras y fragatas, urcas y fustas procedentesde España, Portugal, Italia y Holanda, para transportar a treinta y dos mil soldadosprofesionales y veinte mil aventureros y soldados de fortuna. El genovés AndreaDoria fue designado jefe de la escuadra combinada y don Álvaro de Bazán de laflota española. El duque de Alba, con un estado mayor multinacional, mandaba lastropas de reserva y todo el conjunto navegaba al mando personal del Emperador.

El desembarco se consiguió sin problemas en el emplazamiento de la antiguaCartago el 17 de junio de 1535. Carlos ordenó asaltar primero la fortaleza de LaGoleta, poderosamente fortificada. El 1 4 de julio se dio la orden de tomar la plaza,defendida por Barbarroja, pero el empuje de los expedicionarios, apoyados en laartillería y sobre todo en la arcabucería española, les dio la posesión de La Goletaaquella misma noche. Se capturaron trescientos cañones, muchos procedentes deFrancia, cuyo rey traicionaba por bajas miras partidistas a la Cristiandad unida enla cruzada. Barbarroja prefirió defender la ciudad de Túnez en campo abierto peronada pudo hacer ante la decisión y la acometividad de los Tercios. Cinco mil

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cristianos cautivos consiguieron salir a la desesperada de sus prisiones, seapoderaron de armas enemigas y contribuyeron desde dentro a la victoria delemperador. Barbarroja consiguió huir a duras penas y la mortandad de musulmanesfue espantosa. Todo el ejército quedó asombrado ante la actuación personal delemperador, que empuñando una pica combatió entre los soldados de Leiva.

La Batalla de Mühlberg 1547

Combate que tuvo lugar el 24 de abril de 1547 en esta ciudad alemana situadaa orillas del Elba. Las tropas imperiales dirigidas por el duque de Alba yencabezadas por el propio emperador Carlos V (Carlos I de España), junto conalgunos príncipes protestantes vencieron a los ejércitos de la Liga de Smalkaldamandados por Juan Federico de Sajonia. Aunque ambos contaban con fuerzassimilares, el factor sorpresa, los arcabuceros españoles y, en general, el arrojo delos imperiales les proporcionaron rápidamente la victoria. Como consecuencia deltriunfo, la Liga de Smalkalda se deshizo, a Mauricio de Sajonia le fue devuelto suelectorado y Carlos V logró una posición desde la que pudo imponer, por elmomento, su propio ajuste político y religioso en Alemania.

La Batalla de Lepanto

Antecedentes

Hacia 1550, la amenaza del turco pendía sobre la cerviz de la Cristiandadcomo la espada de Damocles. En menos de cien años, los otomanos habíanconquistado Constantinopla y habían extendido su dominios por los antiguosterritorios del imperio romano de Oriente. Y aún les quedaba cuerda: después deocupar Servia, Bosnia, Siria, Arabia y Egipto continuaban avanzando por Asia ypor Europa.

Si Polonia, Austria y Hungría lograban contenerlos a duras penas, la situaciónen el mar no era menos desesperada. Las escuadras otomanas señoreaban elMediterráneo. Rodas había caído en sus manos. Chipre y Creta estabanamenazadas y con ellas las rutas comerciales de las prósperas repúblicas italianas.Además el Mediterráneo estaba infestado de piratas turcos o berberiscos con baseen Túnez, Trípoli y Marruecos.

Parecía que los turcos estaban llamados a ocupar el lugar de la antigua Roma.De hecho sus temibles jenízaros, los mejores soldados de su tiempo, no teníannada que envidiar a las antiguas legiones de los Césares. La Cristiandad se sentíaamenazada y había desarrollado un evidente complejo de inferioridad. Ya lo diceCervantes: «Todas las naciones creían que los turcos eran invencibles por la mar.»

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Los más afectados por la expansión turca eran los venecianos. Venecia, «laciudad más triunfante que jamás se haya visto», era una próspera república decomerciantes y banqueros cuyo negocio consistía en importar a Occidenteproductos caros de Oriente. No estando sujeta como sus clientes a los vaivenesdinásticos propios de las monarquías, funcionaba como una multinacional regidapor un consejo de administración que no tenía más objetivo que aumentar losbeneficios, y para lograrlo desplegaba una diplomacia eficacísima y, si no quedabaotro recurso, hacía la guerra, como cualquier otro estado. En el siglo XV, losvenecianos habían llegado a la cima de su poder, y habían extendido por losarchipiélagos del mar Egeo una tupida red de sucursales en forma de prósperascolonias, puertos y puntos de apoyo para sus navíos.

Durante el siglo XV, el negocio había marchado viento en popa pero amediados del XVI las cosas comenzaban a torcerse. Por una parte la explotaciónportuguesa de la ruta comercial alternativa con Oriente, circunnavegando Africa,había dado al traste con el próspero monopolio veneciano. Por otra, la expansiónturca ponía en peligro sus rutas tradicionales.

El caso es que aquellos turcos llegados de las po1vorientas estepas de Asiaeran más jinetes que marinos, pero desde que se instalaron en el Mediterráneo, unsiglo atrás, habían aprendido a construir galeras, copiando modelos venecianos, yhabían formado marinos capaces de disputar a Venecia las vías comerciales.

En 1570 el sultán turco confiscó los buques venecianos fondeados en susdominios como represalia por los daños que recibía de los corsarios cristianos.Venecia comprendió que los turcos aspiraban a arrebatarles sus posesiones deChipre, Creta, Corfú y la costa de Dalmacia y aunque continuó negociando con elturco comenzó a construir a toda prisa cien galeras de guerra y entró en tratos conel Papa y España, sus posibles aliados en la guerra que se avecinaba. Existía unprecedente: aquella Liga antiturca formada treinta años atrás por España, el Papa,Génova y Venecia, pero más valía no invocarla. Los turcos los derrotaron y cadasocio culpó a los otros por el descalabro. Desde entonces Venecia había ido a losuyo, insolidariamente, pero ahora, de pronto, le interesaba coaligarse de nuevo.Sola no podía nada contra los turcos.

Mientras tanto, los otomanos desembarcaron en Chipre y emprendieron laconquista de la isla.

Así estaban las cosas cuando ascendió al trono de San Pedro el pontífice PíoV, un decidido partidario de frenar las ambiciones turcas. La expoliada Venecia nodeseaba otra cosa y España, preocupada por la expansión otomana, estabaigualmente interesada en la empresa. Se firmaron los pactos. Otra vez laCristiandad se iba a enfrentar al Islam en una batalla memorable.

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La galera

El diseño de la galera, el navío que armó las flotas otomana y cristiana enLepanto, se remontaba a la antigüedad. Grandes constructores de galeras fueronlos fenicios, los griegos y los romanos. En la Edad Media casi se dejaron deconstruir pero los venecianos la sacaron del olvido en el siglo XIII para emplearlaen su comercio de exquisiteces orientales en sustitución de las naves medievalespesadas y lentas.

La galera se impulsaba a remo y a vela. Era larga y estrecha como una

libélula, apenas sobresalía un metro y medio del agua, tenía una sola cubierta ydesplazaba unas trescientas toneladas. Era buena para el apacible Mediterráneo,pero cuando hacía mal tiempo no podía navegar, pues un golpe de mar podíapartirla en dos, o anegarla o romper los remos. En invierno, las galeraspermanecían inactivas, al resguardo de sus astilleros. Al comenzar la primavera sereparaban y aparejaban de nuevo y regresaban al mar, hasta principios del otoño.

No había gran diferencia de diseño entre las galeras mercantes y las deguerra, pues todas debían llevar fuerte escolta para prevenir los ataques de lospiratas. A proa y a popa montaban dos plataformas de combate unidas por unaestrecha pasarela central por la que discurrían los capataces o cómitres con suslátigos o rebenques vigilando a los remeros que bogaban a uno y otro lado.

Los remos de las galeras eran enormes, de hasta doce metros de longitud yciento treinta kilos de peso. Estaban hechos de madera de haya. Cada uno de ellosera accionado por cuatro o cinco galeotes. Cuando soplaba viento favorable, lagalera levantaba una o dos velas triangulares y los remeros podían descansar.

Las galeras estaban armadas con hasta diez piezas de artillería fijas,

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dispuestas en batería, cinco a proa y el resto a popa. Estos cañones disparabanparalelamente al eje de la galera. Aparte de esto la galera de guerra embarcaba unnúmero considerable de arcabuceros y hombres de armas cuyo cometido consistíaen abordar y conquistar la nave enemiga a la que se inmovilizaba embistiéndolacon el largo y poderoso espolón de proa.

Los remeros de las galeras turcas solían ser cautivos apresados por lospiratas, o prisioneros de guerra. Los de las cristianas eran delincuentes condenadosa trabajos forzados que iban encadenados al banco y pelados al cero (por razoneshigiénicas y para que fueran fácilmente identificables en caso de fuga). Además deremeros forzados, que recibían el nombre genérico de chusma, los habíavoluntarios o buenas boyas, que remaban a cambio de un sueldo. Solían serantiguos galeotes forzados incapaces de reinsertarse en la sociedad, que sereenganchaban después de cumplida su condena.

La dureza del trabajo de los galeotes combinada con las precarias condicioneshigiénicas en que vivían explica que casi nunca llegaran a viejos. Pasaban todo eldía a la intemperie, vestidos de pringosos harapos, con frío o calor, y «el sudorcontinuo que desprenden remando —leemos en un testimonio de la época—, y lafalta de ropa, producen todo tipo de parásitos; a pesar de todos los intentos que sehan hecho por limpiar las galeras, no se ha podido evitar que pululen los piojos ylos chinches que, metiéndose en la ropa de los forzados, toman de noche el puestode los verdugos que los matan a golpes durante el día (...) tienen la palma de lamano tan dura como la madera, a fuerza de remar».

Los galeotes dormían, comían y a menudo hacían sus necesidades en elpropio banco. Por este motivo las galeras apestaban y de noche, con vientofavorable, podían ser detectadas, por el olfato, a varios kilómetros de distancia.Los oficiales de galeras, aunque rudos hombres de guerra, procuraban mitigar elhedor que se colaba en sus camaretas quemando sustancias olorosas y respirando através de pañuelos perfumados.

Es que aquellas criaturas no comían gloria. La ración diaria del galeote erabastante monótona: mitad de cuarto de potaje de habas o garbanzos, un kilo debizcocho (pan horneado dos veces para evitar que se endureciera) y unos dos litrosde agua. Los buenos boyas recibían, además, algo de tocino y un litro de vino.Esta dieta se mejoraba y aumentaba en vísperas de la batalla, cuando se les iba aexigir un esfuerzo suplementario. En boga dura había que suministrar al remeropor lo menos un litro de agua por hora para evitar que se deshidratara.

El ritmo de la boga era marcado a trompeta o tambor por un cómitre asistidopor algunos vigilantes que recorrían la pasarela alta arreando latigazos a losremeros que flojeaban. Como es natural los cautivos odiaban a muerte a suscómitres y oficiales y, si la ocasión se presentaba, se amotinaban y los asesinaban.

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Cervantes, que conoció bien la vida de las galeras, cuenta un caso real: «soltarontodos a un tiempo los remos y asieron de su capitán, que estaba sobre el estanterolgritando que bogasen apriesa, y pasándole de banco en banco, de popa a proa, ledieron bocados, que a poco más que pasó del mástil ya había pasado su ánima alinfierno».

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El peligro turco

Regresemos ahora al Mediterráneo en vísperas de Lepanto.

Mientras Francia y Génova, tradicionales rivales dé España y de Veneciarespectivamente, andaban en tratos amistosos con los turcos (el enemigo de mienemigo es mi amigo), los españoles y los venecianos construían sendas flotas deguerra por lo que se veía venir.

1570 fue un año decisivo. Por un lado Felipe II había sofocado la rebeliónmorisca de las Alpujarras y podía nuevamente ocuparse del Mediterráneo; por otraparte Venecia, viendo peligrar Chipre, dejó de lado sus últimas prevenciones

contra una nueva Liga cristiana. Y Pío V, el Papa, nodeseaba otra cosa que alejar la amenaza turca de su rebaño.La Santa Liga se firmó el 1571: Venecia, España, el Papa,algunos estados italianos y la Orden de Malta, en cuya islahabían desembarcado los turcos años atrás, se unían para«destruir y arruinar la flota del turco».

La alianza militar se entendía por un período de tresaños prorrogable. España, Venecia y el Papa se obligaban areunir cada año una gran escuadra: la mitad la aportaba

España y de la otra mitad, un tercio el Papa y dos tercios Venecia.

El generalísimo de la escuadra sería don Juan de Austria, hermano bastardodel rey de España. Don Juan era un mozo de veinticuatro años, guapo, apuesto,ojos azules, y tan atlético que podía nadar con la armadura puesta. Había adquiridocierto prestigio militar en la reciente guerra de las Alpujarras, pero, a pesar de todo,su hermanastro el rey, como prudente que era, puso a su lado expertos marinos quelo asesoraran, entre ellos Luis de Requesens.

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Las fuerzas

Para su mayor empeño de aquel año, la conquista de Chipre, los turcos habíanmovilizado más de trescientas naves, de las cuales unas cien eran galeras de guerraal mando del almirante Alí Pachá y de los hábiles marinos Mohamed Bey y UluchAlí. Este último, por cierto, era un antiguo fraile italiano que había apostatado y sehabía metido a corsario en Argel.

La situación de la guarnición veneciana sitiada en Chipre era bastanteapurada, aislados como estaban y sin posibilidad de recibir refuerzos pues laescuadra turca señoreaba sus aguas e, incluso, devastaba las costas adriáticas. EnVenecia cundió el pánico. Más de la mitad de la población evacuó la ciudad. Losricos ponían tierra por medio y huían tierra adentro con el oro y la vajilla.

Mientras tanto la lenta maquinaria de la Liga se puso por fin en marcha. Elplan era simple: reunir las fuerzas, salir con ellas al mar, buscar la escuadra turca,enfrentarse a ella y destruirla.

Galeras y naves menores procedentes de Barcelona, Cartagena, Palma deMallorca, Venecia, Nápoles, Génova, Malta y Creta fueron concentrándose en elpuerto de Mesina. En total eran 208 galeras de guerra (90 españolas, 106venecianas; 12 pontificias) apoyadas por seis galeazas venecianas y unos ochentanavíos de servicio españoles (entre naos, fragatas y bergantines).

El 23 de agosto llegó don Juan de Austria y después de reunirse con Veniero,el comandante veneciano, revistó la flota. En conjunto las galeras españolasestaban bien equipadas, pero las venecianas, aunque dotadas de excelenteartillería, eran naves mediocres, algunas con el casco medio podrido por haberpermanecido largo tiempo en los arsenales, otras deficientemente construidas acausa de las prisas cuando se vio que la guerra contra el turco era inevitable. Todasen conjunto andaban cortas de dotación, un elemento que no se improvisa, asícomo de defensa. Don Juan de Austria las reforzó con cuatro mil soldados propiosy asignó quinientos arcabuceros a cada una de las seis galeazas. Cada galera de laflota llevaría cincuenta marineros y ciento cincuenta soldados.

En total los efectivos humanos reunidos por la Liga ascendían a 50.000marineros (en los que incluimos los galeotes), y 31.000 soldados (20.000españoles, 8.000 venecianos, 2.000 pontificios y mil voluntarios).

¿Y los turcos? Informados por sus espías de la concentración de Mesina,suspendieron las operaciones en el Adriático y concentraron su flota en el puertode Lepanto. Las órdenes de Selim II eran enfrentarse al enemigo.

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Alí Pachá, previendo un duro enfrentamiento, reclutó cuantos jenízaros pudoen las guarniciones otomanas repartidas por Grecia. Además confiscó provisionespor toda la costa y reforzó sus equipos de remeros con levas forzosas de civiles.

Entre los dos campos iban y venían espías con noticias del enemigo. AMesina había llegado el nuncio de Su Santidad con un cofre de preciosas reliquiasy astillas de la Vera Cruz, una para cada flotilla de la escuadra. A Lepanto habíallegado un estandarte o san-yac, de seda verde, adornado con la Media Luna yversículos del Corán, confeccionado en la propia Meca, el lugar más santo delIslam. También era Guerra Santa para los cristianos. Habían prohibido embarcarmujeres y habían decretado tres días de ayuno seguidos de comunión general.

El 16 de setiembre, el gran día de la partida, amaneció con repique general detodas las campanas de Mesina y salvas de despedida desde los castillos del puerto.Con viento favorable las galeras salieron del puerto y desfilaron ante el bergantíndel nuncio pontificio para recibir la bendición individual.

En el mar las galeras de distintas nacionalidades se mezclaron de manera quela suerte favorable o adversa quedara repartida armónicamente entre los tresmiembros de la Liga. La gigantesca armada, dividida en cuatro cuerpos, teníaforzosamente que navegar a la velocidad de sus naves más lentas. Además, lasgaleazas, cuando no soplaba viento favorable, que les permitiera usar las velas,habían de ser remolcadas por otras galeras que se iban alternando en este cometidopara no agotar a sus remeros.

Don Juan de Austria, aunque no tenía idea del paradero de la escuadra turca,se resistió a dar crédito al testimonio de varios pesqueros griegos que asegurabanhaberla visto huir rumbo a África. En realidad los turcos no habían salido deLepanto como confirmarían, días después, las galeras de reconocimiento de Gil deAndrada. Aquellos pescadores habían sido enviados por el propio Alí Pachá quepretendía agotar a la escuadra cristiana en navegaciones inútiles y ganar tiempopara ultimar sus preparativos.

El 27 de setiembre, después de capear algunos temporales, las galerascristianas llegaron a Corfú, que encontraron muy destruida de los ataques turcosdel mes anterior, con las iglesias incendiadas. Unos prisioneros turcos aseguraronque la escuadra del sultán alcanzaba las ciento sesenta galeras, pero el Consejo dela armada pensó que exageraban.

La escala siguiente fue en Gomeniza (Albania), territorio turco, donde los dela Liga hicieron aguada protegidos por algunas galeras fondeadas cerca de lacosta. Allí se demoraron unos días para dar tiempo a que las galeazas y las naos detransporte, que venían retrasadas, se les unieran.

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En Gomeniza ocurrió un incidente que puso de manifiesto las rivalidades quelatían soterradas en el campo cristiano. Juan de Austria, materialmenteimposibilitado para revistar cada una de las unidades de la flota, delegó estecometido en colaboradores suyos. A Andrea Doria, almirante al servicio deEspaña, le cupo visitar la nave capitana de Venecia, pero el comandanteveneciano, Veniero, enemistado con él, se lo prohibió taxativamente y le advirtióque lo haría ejecutar si pisaba su nave. Don Juan, conciliador, envió entonces aColonna, el comandante pontificio.

El incidente siguiente fue más grave. Uno de los capitanes que reforzaban lasgaleras venecianas, un napolitano al servicio de España llamado Mucio deCortona, tuvo una trifulca con el comandante de la nave y Veniero mandóprenderlo. Se resistió el napolitano argumentando que Veniero no tenía autoridadsobre él y Veniero, iracundo, lo mandó ahorcar junto con tres de sus hombres quelo apoyaban, sin ni siquiera permitirles que se confesaran previamente y sepusieran a bien con Dios. Don Juan, joven impulsivo, pensó en ahorcar también aVeniero, un acto que podría haber dado al traste con la Liga, pero se contuvo ydecidió templar gaitas hasta ver en qué acababa el asunto del turco.

La escuadra prosiguió su marcha y fondeó en Cefalonia. Allí una patrullaencontró a un bergantín que se dirigía a Venecia y supo que Famagusta se habíarendido a los turcos dos meses antes. Los turcos habían degollado a los oficiales ycondenado a la esclavitud a los soldados. En cuanto al general que dirigió ladefensa de la plaza, Marco Antonio Bragadino, le habían dado a escoger entreapostatar o morir. Bragadino se mantuvo fiel a su fe y fue bárbaramente torturado:le cortaron la nariz y las orejas, lo hicieron servir como esportillero y finalmente lodesollaron vivo y colgaron su piel rellena de paja en una yerga del navío insigniadel turco.

Una noche, mientras la escuadra permanecía fondeada en Famagusta, elcorsario turco Kara Kodja realizó la notable hazaña de infiltrarse, con dos fustaspintadas de negro, entre los navíos de la Liga y tomar nota de los efectivoscristianos. Kara Kodja, mejor soldado que contable, se equivocó en la suma yregresó con noticias fehacientes de que el número de galeras cristianas era bastantemenor que el real. Además confundió las galeazas venecianas, fuertementeartilladas, con pacíficas y panzudas naos de transporte y, por si fuera poco, apreséa unos soldados de la armada que habían salido a pescar y los interrogó con talhabilidad que lo reafirmaron en su errónea creencia de que el número de tropascristianas era aproximadamente la mitad del real.

A bordo de la galera Real se celebró un consejo de guerra. Andrea Doria yRequesens eran partidarios de rehuir el combate; don Juan de Austria, Alvaro deBazán y Alejandro Farnesio preferían salir al encuentro de los turcos. Finalmentedon Juan de Austria zanjó la discusión diciendo: «Señores, no es hora de deliberar

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sino de combatir.»

El plan de Álvaro de Bazán consistía en desplegar la escuadra a la entrada delgolfo de Patrás y esperar allí al enemigo. Si no aparecía en dos horas, la escuadraharía una descarga general de artillería y arcabucería en señal de desafío e izaríabanderas de combate. Si a pesar de ello no recibían respuesta del enemigo seretirarían.

También los generales turcos habían celebrado su consejo de guerra. Lasúltimas noticias sobre los efectivos reales de la escuadra cristiana, tan distintos alos que supuso Kara Kodja, habían desalentado a algunos. Por otra parte, lasituación de las fuerzas distaba mucho de ser satisfactoria: la escuadra cristiana lescortaba el acceso a mar abierto y limitaba su capacidad de maniobra a su centro yala derecha.

Pertau Pachá, general de las tropas, y Aluch Alí, lugarteniente general,recomendaban rehuir el combate y permanecer en Lepanto bajo la protección delos castillos pero Alí Pachá se negó. El sultán había rechazado días atrás aquelplan con cajas destempladas. Ensoberbecido por la racha de victorias de suarmada, el gran turco estaba convencido de que ningún poder cristiano era capazde vencerlo.

Al amanecer del día siguiente, 7 de octubre, domingo, salió la escuadra. Losvigías turcos apostados a lo largo de la costa dieron inmediatamente la alarma a laflotilla de observación del intrépido Kara Kodja, el cual partió a toda vela haciaLepanto para llevar la noticia a Alí Pachá. El almirante dio orden de levar anclas.Los turcos salían al encuentro de los cristianos.

A las siete de la mañana, cuando la escuadra de la Liga estaba doblando lapunta Escrofa, el horizonte se llenó de velas. Cundió la alarma: ¡el Turco! Losexpertos que rodeaban a don Juan torcieron el gesto. El enemigo tenía el viento asu favor. Esto suponía que podían navegar a vela, que sus remeros podríandescansar y llegarían más frescos a la batalla. No obstante el enemigo seencontraba todavía a más de quince millas de distancia y daba tiempo a completarel despliegue antes de trabar contacto con él.

Era la escuadra turca mayor que la cristiana, 275 naves frente a las 209 de laLiga, pero en términos reales la diferencia quedaba compensada por lasuperioridad artillera de los cristianos: 1 215 cañones frente a sólo 750 de losturcos (las galeazas, verdaderos castillos flotantes, iban muy artilladas).

Los efectivos humanos eran equivalentes: unos 34000 soldados turcos frentea los 31 000 de la Liga, y 13 000 marineros y 45 000 remeros turcos frente a 12000 y 43 000 de la Liga. De los veinte mil soldados aportados por el rey de

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España, solamente 8 160 eran españoles de nacimiento. Los restantes eranalemanes e italianos a sueldo de España.

La calidad de la tropa venía a estar igualmente equilibrada pues tanto unoscomo otros embarcaban a la mejor infantería del mundo: los cristianos a los terciosespañoles; los turcos a sus temibles jenízaros. De todos ellos cabía esperar quellegado el cuerpo a cuerpo se batieran como leones. Si nos atenemos al armamentoindividual, pudiera parecer que los turcos llevaban algo de ventaja pues, aunquecontaban con 2 500 jenízaros armados de arcabuces, fiaban su potencia ofensivaen sus arqueros que eran capaces de lanzar más de veinticinco flechas (muchas deellas envenenadas) en el tiempo que un arcabucero cristiano invertía en volver acargar su arma después de cada disparo. Pero en términos reales esa desproporciónentre la potencia de disparo de unos y otros no resultaba tan abrumadora. Lasflechas sólo eran efectivas a distancias cortas mientras que un disparo de arcabuzacertaba de lejos y, dado el hacinamiento en que se combatía, podía herir a variosindividuos. Por otra parte, las galeras cristianas iban provistas de empavesadas(según el Diccionario de Autoridades: «reparo y defensa hecho con redes espesasy también con lienzos») donde el personal podía guarecerse de la lluvia de flechas,mientras que las galeras turcas no llevaban parapeto alguno que protegiera de lasbalas.

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El combate

La batalla de Lepanto se celebró a la salida del golfo de Patrás, no lejos de lapunta Escrofa (Scropha), que los turcos luego llamarían cabo Ensangrentado. Lositalianos denominaban Lepanto a los golfos de Patrás y Corinto y al puertoactualmente llamado Naupacta, situado en el estrecho que existe entre los golfoscitados.

La escuadra cristiana desplegada en formación de combate ocupaba un frentede más de seis kilómetros de largo, dividido en cuatro cuerpos. En el centro lagalera Real de don Juan de Austria flanqueada a su diestra y siniestra por las doscapitanas pontificia y veneciana mandadas respectivamente por Marco AntonioColonna y Sebastián Veniero. Desplegadas a sus lados bogaban las otras 61galeras del cuerpo central, señaladas con gallardetes azules. El cuerpo de laizquierda, al mando de Agustín Barbarigo, estaba integrado por 53 galeras quelucían gallardetes amarillos. Barbarigo procuraba ceñirse a la costa para cortar elpaso del ala derecha turca cuando intentara envolverlo para atacarlo por laretaguardia. En el ala derecha, al mando de Andrea Doria, iban 54 galeras congallardetes verdes. Había además una escuadra de reserva, de 30 galeras congallardetes blancos, al mando de Alvaro de Bazán. Las seis galeazas venecianasnavegaban adelantadas, dos delante de cada cuerpo.

La formación turca era bastante parecida a la aliada. Al principio adoptaronuna forma de media luna, con los extremos adelantados, prestos para envolver lalínea enemiga, pero luego rectificaron y se atuvieron a la línea recta. En el centroturco navegaba la potente Sultana, la capitana de Ah Pachá, con 87 galeras. El alaizquierda, que se enfrentaría a Andrea Doria, alineaba 61 galeras y 32 galeotas yestaba mandada por Uluch Ahí, el renegado. En el ala derecha turca, mandada porChuluk Bey (llamado Mohamed Sirocco por los cristianos), navegaban 55 galerasy una galeota. Éstos se enfrentarían a la escuadra de Barbarigo. Si la escuadra decombate turca era más fuerte que la cristiana, la de reserva, mandada por AmaratDragut, era en cambio más débil, pues aunque estaba compuesta de 31 unidades,sólo ocho de ellas eran galeras.

En medio de la clara mañana resonó el protocolario cañonazo de desafío de laSultana, al que inmediatamente respondió otro de la Real. Los navíos izaronbandera de combate, los turcos el verde sanyac de La Meca; los cristianos elestandarte azul adamascado de la Liga decorado con la Virgen de Guadalupe,Cristo crucificado y las armas respectivas de España, el Papa y Venecia.

Tomadas las últimas disposiciones, Don Juan de Austria transbordé a unafragata ligera y pasó revista a sus galeras. A los españoles les decía: «Hijos, amorir hemos venido. A vencer si el cielo así lo dispone.» Y a los venecianos:

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«Hoy es el día de la venganza. En las manos tenéis el remedio de vuestros males.»Por doquier se agolpaban a verlo y lo vitoreaban. Cuando llegó a la galera deVeniero, el general veneciano, tan primario y emotivo en la contrición como en laira, le rogó, llorando, que olvidara sus yerros e hizo promesa de esforzarse másque nadie en el combate que se avecinaba. Don Juan le respondió con palabras dealiento y reconciliación.

Las escuadras invirtieron toda la mañana en desplegarse y aproximarse.Mientras tanto cada cual se ocupaba en sus asuntos. Los frailes y sacerdotes(franciscanos, agustinos y jesuitas) daban la absolución a los combatientes, a losmarineros y a la chusma; los artilleros y los soldados preparaban y revisaban susarmas; los cirujanos, sus herramientas y remedios.

Los más ocupados eran, seguramente, los carpinteros. En cada galera elcarpintero se afanaba en cortar el espolón del navío. Esta sabia disposición fue ungran acierto pues, en un combate tan abigarrado como el que se avecinaba, esteaditamento iba a constituir más un estorbo que una ventaja y, por otra parte, alsuprimir el espolón, el espacio delantero o tamboreta quedaba perfectamentedespejado para que la batería ganara en capacidad de fuego. Don Juan de Austria,dando muestras de gran prudencia, había ordenado días atrás que los espolones seaserraran sólo parcialmente, para que las galeras los conservaran hasta el últimomomento, evitando así que los turcos copiaran la idea.

Hacia las once de la mañana, el viento cambió de pronto y comenzó a soplarde poniente. Los turcos arriaron las velas y tuvieron que impulsar sus naves aremo, mientras que los cristianos izaban las velas y dejaban descansar a susremeros. La mudanza fue interpretada de modo distinto en cada bando: en unopensaron que era señal del cielo de que Dios velaba por los intereses de los suyos;en el otro, que Alá los castigaba por sus pecados.

Ya las flotas se habían aproximado tanto que podían contarse las naves. Enestos momentos el astuto Uluch Alí separó las suyas del cuerpo principal turco, laclásica maniobra conducente a rodear la escuadra enemiga para atacarla por laretaguardia. Andrea Doria, al advertirlo, contramaniobró separando a su vez susnaves del cuerpo principal para cortar el paso a las de su oponente, pero al hacerlotuvo que alargar el espacio que ocupaba abriendo una peligrosa brecha entre su alay el cuerpo central.

Mientras tanto las enormes galeazas venecianas se habían adelantado, aremolque de algunas galeras, hasta situarse a un kilómetro delante de la líneacristiana y esperaban a que los turcos se les pusieran a tiro.

Se acercaba la hora del mediodía cuando las armadas llegaron tan cerca launa de la otra que ya podían distinguirse los soldados en sus puestos de combate

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tras las bordas, el flamear de los petos y el fragor de los remos al hendirrítmicamente el mar. El aire se había echado dejando un Mediterráneo calmocomo mancha de aceite. Los turcos comenzaron a proferir sus gritos de guerra y agolpear las armas sobre los escudos. A lo cual respondían los cristianos sonandotambores y trompetas. Desde antiguo esto de hacer ruido en los preliminares delcombate es reputado procedimiento de guerra psicológica que ahuyenta el miedopropio y amedrenta al adversario. Don Juan de Austria había hecho advertirpreviamente a las tripulaciones que no se dejaran asustar con la grita y gestualidaddel turco.

Cuando la armada turca se les puso a tiro, las galeazas adelantadascomenzaron a saludarla con el fuego graneado de sus 264 piezas. Los turcos, apesar de los estragos que hacían en ellos, continuaron la boga impertérritos yrebasaron la línea de las galeazas rehuyendo atacarlas para ir directamente contrala escuadra cristiana.

¿Por qué no atacaron los turcos a las galeazas? Por múltiples motivos. Enprimer lugar, los cañones de la galera eran fijos e iban montados en su proa. Seapuntaba con la galera misma, desviándola de su curso. Cualquier maniobra contralas galeazas habría alterado la línea turca cuando el choque con la cristiana erainminente. Por otra parte intentar asaltar las galeazas hubiera sido suicida: estabanbien defendidas de artillería y arcabuceros y tenían las bordas tan altas que eran,desde la bajísima perspectiva de una galera, como castillos inaccesibles ancladosen medio del mar. Las galeazas quedaron, pues, a retaguardia de los turcos ysiguieron haciendo fuego contra ellos mientras los tuvieron a tiro. Luego hubieronde contentarse con asistir de lejos a la batalla. Su intervención había sido brevepero efectiva, puesto que, además de hundir dos galeras, desordenaron la líneaotomana, le causaron daños en algunas embarcaciones y más daños aún en sumoral de combate. Además, el turco supersticioso no dejaría de tomar por auguriofunesto que uno de los cañonazos de la galeaza de Duodo acertara plenamente enel fanal de la capitana turca.

El fanal, o gran farol que las galeras llevaban en popa, era el adorno principalde aquellas embarcaciones y el símbolo denotador de su rango cuando navegabanen escuadra. La nave capitana era la única que montaba fanal y, si la escuadra eraconfederada, como la de la Santa Liga, y había por lo tanto varias capitanas, la demayor rango montaba tres fanales y las otras sólo uno. Por cierto, Andrea Doriahizo desmontar y guardar en la bodega el de su galera antes de entrar en combate.Era regalo de su esposa, una obra de arte de mucho precio en forma de globoterráqueo, y no quería que se lo estropearan. Esta decisión, y algunas otras quetomó durante la batalla, le fueron luego muy criticadas por los que lo acusaron depusilánime o de traidor.

Las escuadras cristiana y otomana se encontraron por fin frente a frente. La

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turca se adelantó a disparar sus piezas un tanto precipitadamente, cuando elenemigo estaba todavía demasiado lejos. Los proyectiles pasaron por encima delas naves sin hacer blanco. Por el contrario, los cristianos se abstuvieron dedisparar hasta que tuvieron a los turcos muy cerca y entonces descargaron suandanada con terrible efectividad.

Las galeras, lanzadas a toda velocidad, se embistieron con un chasquido demaderos astillados y remos quebrados. Las turcas clavaron sus espolones en lascristianas y éstas lo que quedaba de los suyos en las turcas. Así trabadas, laartillería de unas y otras hacía nuevas descargas, a quemarropa. Al propio tiempola infantería disparaba sus armas y se aprestaba para el abordaje. En cierto modo,después de descargar las piezas y de maniobrar hasta chocar con el enemigo, labatalla naval se transformaba en una batalla terrestre, fiada al vigor de la infanteríay a la fuerza de los tiradores de uno y otro bando.

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Duelo de titanes

La costumbre en las batallas navales era que las naves capitanas seenfrentaran en singular duelo pues, por lo general, el vencimiento de una u otradeterminaba la suerte de la batalla. Por consiguiente los almirantes procurabanembarcar en sus naves insignia más y mejores tropas que en las galeras comunes.En Lepanto, la Sultana de Alí Pachá estuvo apoyada por otras siete galeras queestratégicamente situadas a su popa le enviaban continuamente tropas de refresco.La Real de don Juan de Austria por su parte también estaba apoyada por otras dos.Además, llevaba a bordo hasta cuatrocientos veteranos, entre arcabuceros ehidalgos voluntarios, a los que se había dejado espacio de maniobra levantando losbancos de los remeros.

La Sultana y la Real se embistieron denodadamente. El espolón de la otomanapenetró hasta el cuarto banco de la galera cristiana. De este modo trincadasconstituían una única plataforma de nueve metros de anchura por unos ciento diezde longitud, como dos piezas trabadas en su parte central por una bisagra. La suertedel combate dependía de que una de ellas conquistase la otra y alzase en ella suestandarte.

La infantería española, después de descargar los arcabuces sobre los jenízarosturcos, se lanzó al asalto de la Sultana con lanzas y espadas. Dos veces estuvieron apunto de ganarla y por dos veces hubieron de ceder terreno ante los enérgicoscontraataques de los jenízaros reforzados con las tropas que sin cesar recibían porla popa. Hubo un momento, incluso, en que pareció que los jenízaros estaban apunto de inclinar la balanza a su favor pues se lanzaron al contraataque intentandoinvadir la Real. La matanza fue terrible: en torno a las galeras «la mar, estaba rojade sangre, y no había otra cosa que turbantes, remos, flechas y otros muchosdespojos de guerra. Y sobre todo, muchos cuerpos humanos, tanto cristianos comoturcos, unos muertos, otros heridos, otros hechos pedazos»,. Después de la batallase descubrió que uno de los soldados cristianos que más se había distinguido en loscombates entre la Real y la Sultana era en realidad una mujer disfrazada de varón.

Por el resto de la escuadra se sucedían los duelos mortales entre galerascristianas y turcas. Nubes de flechas caían sobre los cristianos y por doquiersilbaban las balas de los arcabuces. En algunas galeras turcas, la provisión deflechas se agotó, lo que en medio de tanta muerte, aún dio lugar a una situacióncómica (la comicidad y el heroísmo son siempre vecinos). Unos arqueros que sehabían quedado sin munición dieron en arrojar naranjas y limones a los cristianosde la galera vecina «y ellos se las devolvían para burlarse».

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La cabeza de Alí Pachá

Ya vimos que el viejo zorro Mohamed Sirocco intentaba rebasar la líneacristiana por su flanco izquierdo para atacarla por retaguardia y que Barbarigo,adivinando sus intenciones, había acercado sus galeras a la costa para cerrarle elpaso. A pesar de ello, algunas galeras turcas ligeras tripuladas por hábiles pilotosfamiliarizados con aquella costa lograron pasar casi rozando quillas por losbancales y escolleras, y consiguieron envolver a Barbarigo. El combate que siguiófue muy enconado y sangriento. A poco de entablado, Barbarigo recibió unflechazo en el ojo (del que fallecería horas después) y hubo de ceder el mando a susobrino Contarini (que también fallecería a causa de las heridas). La situación llegóa ser desesperada para los cristianos, pero por fortuna, cuando parecía que lasgaleras venecianas iban a caer en poder del turco, acudió en su ayuda el cuerpo dereserva cristiana mandado por Alvaro de Bazán, cuya oportuna intervencióncambió las tornas, arrinconó a los turcos y decidió el combate. Mohamed Siroccopereció defendiendo su nave. Después de la refriega lo encontraron agonizandoentre los restos del naufragio y lo remataron para ahorrarle sufrimientos. Sussubordinados, menos valerosos o más realistas, embarrancaron las otras galeras enla costa y se pusieron a salvo.

Cuando el combate en el ala izquierda se hubo resuelto, Alvaro de Bazánreagrupó sus naves y acudió en auxilio del centro donde la lucha en torno a lasgaleras insignias Real y Sultana se encontraba en su punto álgido. La situación delos cristianos era apurada pues el enemigo recibía refuerzos de al menos seis de susgaleras mientras que la Real sólo los recibía de dos. En el plan original se habíaprevisto que la Real sería auxiliada por las dos capitanas que la flanqueaban, peroéstas habían quedado a su vez trabadas en combate con otras. No obstante,Colonna procuraba echar una mano a la nave almiranta ordenando a susarcabuceros que dispararan sobre los asaltantes turcos. Además, en cuanto le fueposible, maniobró para embestir a la Sultana lateralmente. Casi al mismo tiempo elprovidencial Álvaro de Bazán la atacaba por la otra banda. La melée se completócon la adición de la galera de Partau Pachá que embistió a la de Colonna y otrasdos que cortaron el paso a la de Veniero cuando se precipitaba contra la capitanaturca. Reforzados con los nuevos socorros, los soldados de la Real se lanzaron altercer asalto y esta vez lograron conquistar la Sultana. Andrés Becerra, capitán delos tercios, natural de Marbella, arrebató al portaestandarte turco la bandera de AlíPachá, aquella sagrada insignia enviada desde La Meca. Alí Pachá pereciócombatiendo valientemente. Se dice, aunque no está confirmado, que el almiranteturco fue abatido por varios arcabuzazos y que un remero cristiano de los que donJuan de Austria había liberado, decapitó el cadáver con un hacha y presentó lacabeza a don Juan clavada en una pica, pero el almirante cristiano le ordenó,disgustado, que la arrojase al agua.

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La noticia de la conquista de la Sultana y la muerte del almirante turco corrióde una nave a otra como la pólvora. A los gritos de victoria, los cristianos, que encasi toda la línea prevalecían sobre sus adversarios, redoblaron el ímpetu de lalucha. La noticia produjo en los turcos el efecto contrario, algunos capitanes dieronpor perdida la batalla y procuraron huir hacia Lepanto, pensando en salvar losalvable. Partau Pachá, comprendiendo que su esfuerzo era inútil, se separó de lagalera de Colonna y viró hacia mar abierto, pero el animoso Juan de Cardona lecortó la huida. El almirante turco, con la espalda hecha una llaga por el impacto deuna piñata incendiaria, transbordó a una fragata y huyó a Lepanto. Otros se fueronrindiendo, entre ellos Mustafá Esdrí cuya nave no era sino la antigua galeracapitana de la escuadra pontificia que los turcos habían capturado diez años atrás.Fue quizá la mejor presa que hicieron los cristianos, puesto que en su bodegaviajaban los cofres de la tesorería otomana

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Andrea Doria en apuros

Habían transcurrido casi dos horas desde el comienzo del combate y losturcos habían sido batidos en el centro y en la izquierda, pero en la derecha todavíaconservaban su ventaja inicial. En este sector, mar abierto, el astuto renegadoUluch Alí había logrado su propósito de envolver el ala cristiana mandada porAndrea Doria. El almirante Doria había procurado estorbar la maniobra abriéndosea su vez, pero sólo había conseguido separarse excesivamente del cuerpo de labatalla. En manifiesta inferioridad de condiciones, dada la abrumadorasuperioridad turca (93 galeras contra unas 20), no pudo impedir que algunas navesotomanas lo rebasaran por la retaguardia. Diez galeras venecianas, dos del Papa,una de Saboya y otra de los Caballeros de Malta sucumbieron y fueron capturadaspor los turcos, que pasaron a cuchillo a todos sus hombres. Así estaban las cosascuando Alvaro de Bazán, después de haber actuado brillantemente en el socorrodel ala izquierda y luego en el del centro, apareció con sus naves en defensa del aladerecha. A buenas horas, mangas verdes, pensarían los difuntos que sangrabansobre las cubiertas de las galeras conquistadas. Uluch Ah que tan brillantementehabía rodeado a las naves de Doria se vio ahora cogido en su propia trampa, conlas de Álvaro de Bazán por un lado y las ocho galeras de Juan de Cardona por otro.Además, a lo lejos acudían las de don Juan de Austria que ya habían vencido en elcentro. Prudentemente, el renegado optó por huir abandonando las ocho galerascapturadas que llevaba a remolque. Cortó las amarras y puso pies en polvorosaperseguido por Bazán que, al final, hubo de desistir porque sus remeros estabanagotados. En cualquier caso Uluch Ahí tampoco escapaba indemne: había entradoen combate con 93 naves y sólo pudo salvar dieciséis. Y un trofeo: el estandarte delos caballeros de Malta, que había conquistado en la galera de la Orden.

Eran las cuatro de la tarde cuando dejó de tronar la pólvora y renació lacalma. La batalla había durado poco más de cuatro horas. Sobre el escenario sóloquedaban la victoriosa escuadra de la Liga y las 130 galeras turcas capturadas.Otras 94 se habían ido a pique y 33 galeras y galeotas habían huido. Casi todas serefugiaron en el puerto de Lepanto y allí fueron incendiadas por el propio UluchAlí para evitar que cayeran en manos cristianas. Los cristianos, por su parte, habíanperdido quince galeras y otras veinte o treinta (la Real entre ellas) habían sufridotales desperfectos que no compensaba repararlas y fueron desguazadas en suspuertos

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El manco de Lepanto

Miguel de Cervantes, el inmortal autor del Quijote, combatióen Lepanto a bordo de la galera Marquesa con la escuadra derefresco de don Álvaro de Bazán que tan brillantemente colaboróen el triunfo de las armas cristianas. El día de la batalla, Cervantesyacía en la enfermería, aquejado de malaria y mareado, pero, contodo, sobreponiéndose a sus males, abandonó el lecho y tomandosus armas se presentó ante su capitán. Este, al comprobar suestado enfebrecido, le ordenó que regresara bajo cubierta peroCervantes replicó «que más quería morir peleando por Dios é por su rey que nometerse so cubierta. E así (...) peleó como valiente soldado, con los dichos turcosen la dicha batalla en el lugar del esquife». El esquife era el punto más peligrosodel navío, a popa, por donde los abordajes eran más peligrosos. La Marquesacombatió en el ala izquierda cristiana y sufrió cuarenta muertos, entre ellos elcapitán, y más de ciento veinte heridos, entre ellos Cervantes, que recibió dos tirosde arc abuz en el pecho y otro en la mano izquierda. Por suerte para nosotros,ninguno de ellos fue mortal, pero el de la mano izquierda se la dejó inútil yencogida, «herida que puede parecer fea pero él la tiene por hermosa, por haberlacobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, niesperan ver los venideros».

Después de Lepanto, el soldado Cervantes sería ascendido a «soldadoaventajado» o de primera, y su sueldo aumentado a tres ducados mensuales.

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Las bajas

Regresemos a la batalla. En el horizonte aparecieron negros nubarrones. Elcielo amenazaba tormenta y muchas galeras estaban maltratadas y en peligro.Prudentemente, don Juan de Austria dio orden de acogerse a fondeadero seguro yla escuadra, llevando sus presas a remolque, fondeó aquella misma noche enPetala.

En los días siguientes se redactaron los informes que circularían por todas lascortes de Europa. Las pérdidas humanas sufridas por los turcos ascendían a 30000bajas, entre muertos y heridos, a los que cabría sumar 5000 prisioneros. Unos12000 galeotes cristianos habían recuperado la libertad.

La Liga había perdido solamente doce galeras (cuatro de Doria y ocho deVenecia) y tuvo 10000 muertos (unos 7600 en la batalla y el resto comoconsecuencia de las heridas, muchos de ellos por flecha envenenada) y 21000heridos.

El 24 de octubre, en Corfú, se repartió el botín: 117 galeras, 13 galeotas, 117cañones gruesos, 260 piezas menores y 3486 esclavos.

Don Juan de Austria dispuso que las galeras más rápidas partieraninmediatamente a llevar la noticia de la victoria a los Estados miembros de la Liga.Las nuevas llegaron a Felipe II veinticuatro días después de la batalla. El rey estabaasistiendo al rezo de las vísperas en la basílica de El Escorial, cuando un mensajerocompareció excitadísimo en su presencia. El rey le dijo: «Sosegaos. Vamos al coroy allí hablaremos mejor.» Luego, cuando supo la noticia, el monarca completó susrezos y encargó una misa por el alma de los que habían muerto en Lepanto.

La escuadra regresó a Mesina en cuyo puerto penetró entre salvas y cantosalborozados, arrastrando por el agua los trofeos y banderas conquistados alenemigo según era costumbre. La galera Real de don Juan estaba tan maltrecha queno volvió a hacerse a la mar. Allí acabó su breve y brillante carrera: sólo un viaje,sólo una batalla. En el interesante Museo Naval instalado en las antiguasatarazanas de Barcelona, donde se construyó la galera original, se puede hoyadmirar una excelente reproducción de la Real a tamaño natural realizada a partirde las detalladísimas descripciones de la época.

Todo terminó bien. La noticia del vencimiento del turco produjo una inmensaalegría en la Cristiandad. Calurosas felicitaciones llovieron sobre Felipe II y elPapa. Incluso Isabel de Inglaterra felicitó al rey de España. La batalla de Lepantofue, durante mucho tiempo, objeto de inspiración para pintores (Tiziano, Tintoretto

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y el Veronés entre otros) y para poetas. La Liga en cambio duró poco. Se disolvió ala muerte del papa Pío V, en 1572. Y Venecia perdió Chipre finalmente.

Los turcos no tardaron en recuperarse. Se dice que el sultán comentó alconocer la derrota: «Me han rapado las barbas: volverán a crecer con más fuerza.»Pero en adelante los turcos se mostraron menos agresivos y diez años más tarde sevolvieron contra Persia y perdieron interés en el Mediterráneo.

Felipe II, por su parte, hizo lo propio al interesarse más por Inglaterra. Fuecomo un acuerdo tácito: los turcos dominaban el Mediterráneo oriental y cedían asus rivales la hegemonía en el occidental.

Pero Cervantes, hombre de su tiempo, que llevaba a Lepanto en sumanquedad, nunca supo que la batalla había servido para poco. O quizá losospecha, adelantándose a los historiadores, cuando sugiere que el Turco sufriómás la derrota en su amor propio que en su hacienda: «Y aquel día, que fue para laCristiandad tan dichoso, porque en él se desengañó el mundo y todas las nacionesdel error en que estaban creyendo que los turcos eran invencibles por la mar, enaquel día, digo, donde quedó el orgullo y soberbia otomana quebrantada.»

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El camino español.

INTRODUCCIÓN

Los Países Bajos o Flandes, comprendían en el siglo XVI los actuales Estadosde Bélgica. Holanda, Luxemburgo y algunos de los departamentos franceses delNoroeste. Por su riqueza y situación, eran una de las bases de la potencia europeade los Austrias españoles. En la década de 1560 y en nombre de Felipe II,gobernaba allí Margarita de Parma (hija natural de Carlos I) asesorada por elministro español Cardenal Granvela. Los años 1560-1564 contemplaron laaparición de una oposición concertada a la política del gobierno de Felipe II,agravada por la propagación del calvinismo. La política de intransigencia religiosaimpuesta por el Cardenal motivó que los nobles flamencos solicitaran del Rey elrelevo del Ministro. La retirada de Granvela. que tuvo lugar en marzo de 1564,dejó el control de los asuntos de Flandes en manos del Consejo de Estado, cuerpodominado por la alta nobleza flamenca. En el año 1566 se informó a Felipe II deque la situación en los Países Bajos era tan grave que sólo admitía dos actitudespolíticas: concesión o represión. Habiendo fracasado abiertamente la primeraparecía muy clara la segunda alternativa. En el curso de los meses de octubre ynoviembre del mismo año, largas deliberaciones entre el Rey y su consejo españoldesembocaron en la decisión de enviar a Flandes tropas españolas al mando delDuque de Alba.

ANTECEDENTES

El dilema que se le presentaba al Rey era la elección de itinerarios segurospara el envío de tropas. Durante la década de 1540 y siguientes, España habíamandado hombres y dinero desde las costas cantábricas a los Países Bajos.Mientras estuvo en guerra con Francia, España dominaba el océano y gozaba de lahospitalidad de los puertos ingleses, incluido el profundo puerto de Calais, dondepodían refugiarse o desembarcar. A partir de 1558 se perdieron todas estasimportantísimas ventajas.

El primer revés en la posición marítima de España, fue la toma por Francia alos ingleses del puerto de Calais, en enero de 1558. La pérdida de dicho puertosupuso una profunda humillación para Inglaterra, y a España le correspondióinevitablemente parte de la culpa. En el año 1568 unos barcos españoles, que sedirigían hacia los Países Bajos, fueron arrastrados por una tormenta hastaSouthampton y la reina de Inglaterra ordenó su captura. A este acto siguió unacampaña de agresiones sordas por lo que los barcos españoles navegaban con eltemor de ser atacados desde allí.

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Ese mismo año contempló también la aparición de una segunda amenazamarítima para España: los hugonotes formaron una armada en La Rochelle,integrada por 70 bajeles para colaborar en la causa de los protestantes francesesmediante la piratería. Los piratas medraron principalmente a costa del botín quecapturaban a los mercaderes españoles en el Golfo de Vizcaya. Pronto se unieron aeste lucrativo negocio los "mendigos del mar", habitantes de los Países Bajos,desterrados por haber tomado parte en las revueltas de 1566-67, que estabanorganizados como flota regular al servicio del Príncipe de Orange. Con base en LaRochelle, Dover y en otros puertos que se lo permitieron, acosaron sin piedad a losbarcos españoles.

El envío de tropas o dinero desde España a los Países Bajos por mar seconvirtió de este modo, después de 1568, en un asunto extremadamente arriesgado.Unido esto a que la mayor parte del ejército se encontraba de guarnición en Italia,motivó que se tomaran en cuenta las rutas terrestres. El grueso de las tropas quellegó al ejército de Flandes, lo hizo por este medio, viajando principalmente por lafamosa ruta conocida entonces y aún en nuestros días en algunos lugares, como«LE CHEMIN DES ESPAGNOLS" (el camino español).

El "camino español" lo ideó por primera vez en 1563 el Cardenal Granvela:Cuando Felipe II pensaba visitar los Países Bajos, el cardenal apuntó como máscómoda y segura la ruta que, partiendo de España vía Génova, les llevaría aLombardía. Desde ese punto la ruta pasaría por Saboya, Franco Condado y Lorena;tal itinerario poseía una visible ventaja: se extendía casi enteramente por territoriospropios.

El Rey de España era Duque de Milán y gobernaba en el Franco Condadocomo Príncipe Soberano. Durante el período de los Habsburgo. España concertópacientemente estrechas alianzas con los gobernantes de los territorios queseparaban sus propios dominios. Desde 1528 España había sido el principal apoyodel patriciado que gobernaba en Génova. El Duque de Saboya era viejo aliado, elfundamento legal de la alianza de Saboya y España era el Tratado de Groenendal(26 marzo de 1559), pero la duradera "entente" de los Estados radicaba en el deseode Saboya de conseguir territorio francés (para lo que le era necesaria la ayudaespañola), y la necesidad que España tenía de un corredor militar entre Milán y elFranco Condado. El Ducado de Lorena vivía una situación de neutralidad quehabían acordado Francia y España en 1547 estas condiciones permitían el pasolibre a las tropas de todas las potencias con tal de que no permanecieran en elmismo lugar más de dos noches.

Después de atravesar Lorena, las tropas que se dirigían de Italia a los PaísesBajos, penetraban en los mismos por el Luxemburgo español. Si bien Españagozaba así de una firme amistad con todos los Estados que constituían los jalones

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de su camino hacia los Países Bajos, los Estados eran independientes bajo todos losaspectos y cada vez que las tropas habían de pasar por ellos, debían ser precedidosde respetuosas proposiciones diplomáticas.

EL CAMINO ESPAÑOL

El corredor militar conocido como "el camino español" no fue descubierto nimonopolizado por los españoles. Algunos tramos eran utilizados regularmente pormercaderes: los comerciantes que se trasladaban con sus mercancías desde Franciaa Italia utilizaban normalmente el monte Cenis y el Maurienne en invierno, y elPequeño San Bernardo y el Tarantaise en verano. En el año 1566 al ser designadoel Duque de Alba Gobernador General de los Países Bajos y jefe de la expediciónmilitar que debía reprimir la rebelión existente, con su acostumbrada minuciosidady la colaboración de su Comisario General, Francisco de Ibarra, se dedicó alestudio del itinerario que debían seguir las tropas. Una vez trazado el mismo en suslíneas generales, enviaron a un ingeniero especializado con 300 zapadores paraensanchar caminos en el empinado valle que sube desde Novalesa por Ferreirahasta el desfiladero de Monte Cenis. Por lo tanto, puede considerarse al Duque deAlba, como artífice del corredor militar denominado "camino español", vigentedesde 1567 a 1622.

El itinerario que seguía, no tenía nada de especial. Estaba constituido por unacadena de puntos fijos obligados: los puentes indispensables, los vados ytransbordadores que comunicaban las localidades con capacidad suficiente paraalojar a los viajeros decorosamente.

Una vez que el gobierno había decidido el itinerario de sus tropas, debíanhacerse mapas detallados sobre el terreno. La primera expedición realizada por elDuque de Alba en 1567, atravesó el Franco Condado con un mapa elaborado pordon Fernando de Lanoy.

Los jefes militares hacían uso de dichos mapas para cruzar los distintosEstados, pero cuando se carecía de ellos, se contrataban guías locales que eran losencargados de conducir a las tropas por su propia región. Solían preceder a lasexpediciones militares grupos de exploradores que comprobaban si todo estabadispuesto a lo largo de la ruta.

La preparación anticipada de caminos, provisiones y transporte aumentabalógicamente la rapidez en el traslado de las tropas al frente. Si todo estaba enorden, un regimiento podía hacer el viaje desde Milán a Namur (unas 700 millas)en seis semanas aproximadamente. En febrero de 1578 una expedición tardósolamente 32 días. en 1582 otra empleó 34. La duración por término medio de lasmarchas era de 48 días (ver cuadro).

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Un factor que influía en la rapidez del conjunto de una expedición, era elnúmero de grupos en que se dividía. Al parecer para que la unidad de marcha fueramanejable con comodidad. no debía tener más de 3.000 soldados.

Obviamente, la duración de la marcha a los Países Bajos estaba determinadapor la rapidez con que se desplazaban los soldados. La velocidad normal de losejércitos que utilizaban «el camino", parece haber sido de unas 12 millas por día.Si bien la expedición que en el año 1578 empleó solo 32 días en su marcha. habríasacado un promedio de 23 millas diarias.

Como anteriormente se ha expuesto, el uso de este corredor por el ejército deFlandes estuvo vigente hasta el año 1622 cuando el Duque de Saboya firmó untratado anti-español con Francia, en el cual se prohibía el tránsito de nuestrastropas por su territorio. y dio fin de este modo al uso del "camino español".

Su pérdida obligó al gobierno al estudio de otro corredor militar. Con talmotivo se iniciaron negociaciones diplomáticas con los cantones suizos, a fin deconseguir permiso de tránsito de tropas españolas por su territorio y el paso delRhin.

Este segundo corredor partía de Milán y por los valles de la Engadina y laValtelina llegaba a Landeck, en el Tirol, de ahí cruzando el Rhin por Breisach enAlsacia, se pasaba al Ducado de Lorena y a través de él hasta los Países Bajos.

La invasión francesa del valle de la Valtelina, la pérdida de Alsacia a manosde los franceses, fueron golpes mortales para los corredores militares españoles,empero, el más grave sin duda fue la ocupación del ducado de Lorena por LuisXIII en 1633. Todas las rutas por tierra que servían para el aprovisionamiento delas tropas del Imperio español en los Países Bajos, dependían del derecho de pasopor Lorena, por lo tanto, con esta ocupación quedaron fuera de uso por imposiciónfrancesa.

APROVISIONAMIENTO DEL EJÉRCITO DURANTE SU TRÁNSITOPOR EL "CAMINO ESPAÑOL"

El aumento del volumen de tropas y la escalada de las operaciones militaresdurante el siglo XVI intensificaron lógicamente el peso del aprovisionamiento delos ejércitos.

Alrededor de 1550 apareció una nueva institución: la "étape militaire". Laidea no era nueva, las staples o étapes hacía mucho que se usaban como centroscomerciales; eran lugares donde los comerciantes y sus clientes concurrían en la

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seguridad de que allí podrían encontrarse para hacer sus transacciones y donde sealmacenaban mercancías para su venta y distribución. En el siglo XVI lainstitución fue adaptada con fines militares. En el 1551, por ejemplo, para atenderel paso frecuente de grandes contingentes de tropas francesas por el valle deMaurienne con dirección a Italia, los franceses establecieron una cadenapermanente de étapes. Estas resultaron útiles, y así continuaron funcionando aundespués de que los franceses se retiraran en 1559. En 1567 el Duque de Alba pudoservirse de las étapes organizadas por los franceses, a su paso por el Maurienne,pero tuvo que ocuparse de disponer una nueva cadena para el resto de su viajehasta Bruselas.

En sistema de étapes era sencillo y razonable. Se establecía como centro lastaple o pueblo, al que se llevaban y desde el que se distribuían las provisiones alas tropas. Si había que darles cama, se recurría a las casas de la étape y de lospueblos circundantes. Los encargados de la étape, junto con los comisariosordenadores, responsables del alojamiento de los soldados emitían unos valesespeciales, llamados billets de logement que determinaban el número de personas ycaballos que habían de acomodarse en cada casa. Después de partir las tropas, losdueños de estas podían presentar los billets al recaudador local de contribuciones yexigir su pago contra obligaciones por impuestos, pasados o futuros.

Cada expedición que utilizaba el «camino español", era precedida de uncomisario especial, enviado desde Bruselas o Milán para determinar con losgobiernos de Luxemburgo, Lorena, Franco Condado y Saboya, el itinerario de lastropas, los lugares en que habían de detenerse, la cantidad de víveres que había deproporcionárseles y su precio. Normalmente cada gobierno provincial solicitabaofertas de aprovisionamiento para una o más étapes (las ofertas las hacía muyfrecuentemente, un robin -letrado- de uno de los tribunales provinciales de justicia,o un oficial del gobierno local).

Los asentistas cuya oferta era aceptada. debían firmar una "capitulación" quefijaba la cantidad de alimentos que habían de proporcionar y los precios que podíanexigir por ellos, así como el modo de pago.

Además de víveres, era frecuente que las étapes tuvieran que proporcionar alas tropas medios para transportar la impedimenta. En los valles alpinos eltransporte se hacia con acémilas, las mulas pequeñas llevaban entre 200 y 250libras y entre 300 y 400 las grandes. A cada compañía le eran necesarias para sutraslado entre 20 y 40 mulas en los pasos alpinos, o bien de dos a cuatro carretas enterreno llano, según la cantidad de equipaje.

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CONCLUSIÓN

Con el "camino español", España consiguió, a base de ingenio y tenacidad y apesar de la distancia reunir como por control remoto, un gran ejército a cientos dekilómetros del centro político de la monarquía.

Duración de las expediciones militares por tierra entre Lombardía y los PaísesBajos

Año Jefe Númeroaproximado

Fecha partida deMilán Llegada Namuz Total

días

15

67

Alba 10.00

0

20 de

junio

15 de

agosto

56

15

73

Acuña 5.000 4 de mayo 15 de

junio

42

15

78

Figuer

oa

5.000 22 de

febrero

27 de

marzo

32

15

78

Serbell

oni

3.000 2 de junio 22 de

julio

50

15

82

Paz 6.000 21 de

junio

30 de

julio

40

15

82

Cardui

ni

5.000 24 de

Julio

27 de

agosto

34

15

84

Passi 5.000 26 de

abril

18 de

junio

54

15

85

Bobadi

lla

2.000 18 de

Julio

29 de

agosto

42

15

87

Zúñiga 3.000 13 de

septiembre

1 de

noviembre

49

15

87

Queralt 2.000 7 de

octubre

7 de

diciembre

60

15

91

Toledo 3.000 1 de

agosto

26 de

septiembre

57

15

93

Mexic 3.000 2 de

noviembre

31 de

diciembre

60

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El soldado español de los Tercios.1 Este ejército que ves2 vago al yelo y al calor,3 la república mejor4 y más política es5 del mundo, en que nadie espere6 que ser preferido pueda7 por la nobleza que hereda,8 sino por la que el adquiere;9 porque aquí a la sangre excede10 el lugar que uno se hace11 y sin mirar cómo nace12 se mira como procede.

13 Aquí la necesidad14 no es infamia; y si es honrado,15 pobre y desnudo un soldado16 tiene mejor cualidad17 que el más galán y lucido;18 porque aquí a lo que sospecho19 no adorna el vestido el pecho20 que el pecho adorna al vestido.

21 Y así, de modestia llenos,22 a los más viejos verás23 tratando de ser lo más24 y de aparentar lo menos.

25 Aquí la más principal26 hazaña es obedecer,27 y el modo cómo ha de ser28 es ni pedir ni rehusar.

29 Aquí, en fin, la cortesía,30 el buen trato, la verdad,31 la firmeza, la lealtad,32 el honor, la bizarría,33 el crédito, la opinión,34 la constancia, la paciencia,35 la humildad y la obediencia,36 fama, honor y vida son37 caudal de pobres soldados;38 que en buena o mala fortuna39 la milicia no es más que una40 religión de hombres honrados.

Pedro Calderón de la Barca, soldado de Infantería Española