Los Sofistas y La Teoría del Significado

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Los sofistas y la teoría del significado (Carlos Béjar ) Todos hemos experimentado la molestia que provoca aquel que defiende una postura evidentemente falsa auxiliándose de una mezcla de argumentos tramposos y palabras elocuentes. Debió haber sido la misma molestia que Platón y Aristóteles experimentaban frente a los sofistas, esos hábiles maestros de la palabra que con su solo discurso podían hacer parecer verdadero lo que era falso, y falso lo que era verdadero. Las críticas contra los sofistas de parte de estos dos filósofos griegos están ampliamente documentadas, críticas que no sólo contaban con excelentes argumentos para rebatirlos sino que tampoco escatimaban en burlas y sarcasmos bastante mordientes. Y es que los sofistas creían poder hablar de todo con autoridad. Presumían poseer una «polimatía» (“polímata”, en griego πολυμαθής, quiere decir «que conoce, comprende o sabe de muchos campos»), una especie de cultura general que fue preconizada por sofistas como Gorgias o Isócrates y que para Sócrates -según nos cuenta Platón- ocultaba en realidad una enorme ignorancia. Pero los sofistas hacían poco caso de las críticas pues creían firmemente en la omnipotencia del discurso, considerándolo «un poderoso señor que, bajo las apariencias más tenues e invisibles, produce las obras más divinas». Así lo dice el sofista Gorgias en su Elogio de Elena, título por demás elocuente y paradójico por cuanto que, siendo Elena la principal causante de la cruenta y prolongada Guerra de Troya, pocas razones había para elogiarla. Ante la omnipotencia del discurso sostenida por retóricos y sofistas reaccionan Platón y Aristóteles, pero sobre todo este último, pues es el Estagirita quien se toma más en serio las tesis de sus enemigos. Esta reacción vendrá marcada por una fundamental «desconfianza hacia el lenguaje», lo cual es perfectamente comprensible dada la excesiva confianza en él por parte de los sofistas. Así, Platón y Aristóteles enfatizarán la importancia de ocuparse de la «ciencia de la cosa» y no meramente de la de las palabras, crítica muy parecida, por cierto, a la que adoptó

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Carlos Béjar analiza el problema histórico

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Los sofistas y la teoría del significado (Carlos Béjar)

Todos hemos experimentado la molestia que provoca aquel que defiende una postura evidentemente falsa auxiliándose de una mezcla de argumentos tramposos y palabras elocuentes. Debió haber sido la misma molestia que Platón y Aristóteles experimentaban frente a los sofistas, esos hábiles maestros de la palabra que  con su solo discurso podían hacer parecer verdadero lo que era falso, y falso lo que era verdadero. Las críticas contra los sofistas de parte de estos dos filósofos griegos están ampliamente documentadas, críticas que no sólo contaban con excelentes argumentos para rebatirlos sino que tampoco escatimaban en burlas y sarcasmos bastante mordientes. Y es que los sofistas creían poder hablar de todo con autoridad. Presumían poseer una «polimatía» (“polímata”, en griego πολυμαθής, quiere decir «que conoce, comprende o sabe de muchos campos»), una especie de cultura general que fue preconizada por sofistas como Gorgias o Isócrates y que para Sócrates -según nos cuenta Platón- ocultaba en realidad una enorme ignorancia. Pero los sofistas hacían poco caso de las críticas pues creían firmemente en la omnipotencia del discurso, considerándolo  «un poderoso señor que, bajo las apariencias más tenues e invisibles, produce las obras más divinas». Así lo dice el sofista Gorgias en su Elogio de Elena, título por demás elocuente y paradójico por cuanto que, siendo Elena la principal causante de la cruenta y prolongada Guerra de Troya, pocas razones había para elogiarla. Ante la omnipotencia del discurso sostenida por retóricos y sofistas reaccionan Platón y Aristóteles, pero sobre todo este último, pues es el Estagirita quien se toma más en serio las tesis de sus enemigos. Esta reacción vendrá marcada por una fundamental «desconfianza hacia el lenguaje», lo cual es perfectamente comprensible dada la excesiva confianza en él por parte de los sofistas. Así, Platón y Aristóteles enfatizarán la importancia de ocuparse de la «ciencia de la cosa» y no meramente de la de las palabras, crítica muy parecida, por cierto, a la que adoptó en nuestros días el filósofo francés Alain Badiou para tomar posición en contra de algunos de sus compatriotas (Derrida, Foucault y Deleuze por ejemplo) a quienes acusa de desatender a la cosa por mirar únicamente en dirección al lenguaje. Badiou de hecho cita y adopta como slogan un pequeño fragmento del Cratilo de Platón en dónde Sócrates afirma, más o menos con estas palabras: «Nosotros los filósofos no tomamos como punto de partida las palabras, sino las cosas». Pero ya llegaremos a esto, el asunto aquí es ver cómo Aristóteles es el primero en elaborar una teoría de la significación que nace de su esfuerzo por rebatir de una vez y para siempre las teorías sofísticas del lenguaje. ¿Qué podemos entender por “significación”? Bueno, principalmente la separación entre el lenguaje en tanto que signo y el ser en tanto que significado, separación que al mismo tiempo es una puesta en relación entre los dos. La distinción y relación entre el signo y el significado habría sido para Aristóteles la respuesta a los sofistas, quienes no concebían al lenguaje como remitiendo a una realidad distinta de sí misma. Es en este sentido que podemos decir que sus teorías son teorías inmanentistas del lenguaje, y hay que prestar mucha atención aquí porque esto ya suena efectivamente a neoestructuralismo francés.

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Para los sofistas el lenguaje constituye una realidad en sí, una realidad que es una misma cosa con lo que expresa, y no un signo que hubiera que rebasar en dirección a un significado que en principio es absolutamente distinto que el signo.6 Para nosotros la teoría de la significación es bastante fácil de comprender y algo también muy obvio. Cuando alguien dice “carro” no hay ningún carro pasando por la boca del hablante sino que la palabra (o signo o significante) “carro” refiere a algo que está allende el lenguaje que este hablante usa. Este “algo-allende-el-lenguaje” es precisamente el significado, en este caso el carro real del que se habla y que por ende poca cosa tiene que ver con el lenguaje (hacemos aquí caso omiso de aquellas teorías de la significación distintas o más complejas que se han elaborado en tiempos más recientes). Los sofistas no conocen nada de eso; para ellos no hay una distancia entre la palabra y el ser y esto los llevaba a defender consecuencias extremas como la que afirmaba que «No es posible contradecir», pues si dos interlocutores dicen cosas diferentes, estarían hablando también de cosas diferentes, y si hablan de la misma cosa, no podrían sino decir la misma cosa. O aquella otra que sostenía que «No es posible mentir o equivocarse». En efecto, si la palabra es una misma cosa con lo que expresa, hablar significa siempre decir algo, es decir, algo que es, y lo que no es, nadie puede decirlo. No habría, entonces, diferencia entre «decir algo» y «decir verdad». O se dice algo, o no se dice nada: en ninguno de los casos se podría decir algo falso. Esto implicaría que «todo discurso está en lo cierto», como decía Antístenes. Por otras pero quizá no muy alejadas razones, Deleuze dirá dos siglos y medio después que la filosofía crea conceptos incuestionables y que las discusiones le repugnan porque en ellas nunca se habla de la misma cosa. Como se ve, tenemos aquí ya mucha madeja de donde tomar para nuestras reflexiones en lo que toca a nuestro tema principal.