LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA. EL NACIONAL-POPULISMO Y LA ... · cuanto menos, indiferente, de la...

34
LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA. EL NACIONAL-POPULISMO Y LA EXTREMA DERECHA Ferrán Gallego Profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona. En el inicio del último libro que se ha publicado en Espa- ña, Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil, Zygmunt Bauman señala: “Las palabras tienen significado, pero algunas palabras producen, además, una ‘sensación’” Para el sociólogo de origen polaco, la palabra comunidad pro- duce una especie de sosiego, de estupefacción, de manse- dumbre. No sólo por nuestra parte, sino por la de todo lo que nos rodea. Es un ambiente cálido y acogedor, que sustituye en nuestras ansias de familiaridad la atmósfera hostil o, cuanto menos, indiferente, de la sociedad. La comunidad pa- rece ofrecernos, por sí misma, ese espacio de íntima solida- ridad inexplicable o que no necesita de explicación alguna. Es un sentimiento que perdería su calidad de contacto inmedia-

Transcript of LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA. EL NACIONAL-POPULISMO Y LA ... · cuanto menos, indiferente, de la...

LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA.

EL NACIONAL-POPULISMO

Y LA EXTREMA DERECHA

Ferrán Gallego

Profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de

Barcelona.

En el inicio del último libro que se ha publicado en Espa-

ña, Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil,

Zygmunt Bauman señala: “Las palabras tienen significado,

pero algunas palabras producen, además, una ‘sensación’”

Para el sociólogo de origen polaco, la palabra comunidad pro-

duce una especie de sosiego, de estupefacción, de manse-

dumbre. No sólo por nuestra parte, sino por la de todo lo que

nos rodea. Es un ambiente cálido y acogedor, que sustituye

en nuestras ansias de familiaridad la atmósfera hostil o,

cuanto menos, indiferente, de la sociedad. La comunidad pa-

rece ofrecernos, por sí misma, ese espacio de íntima solida-

ridad inexplicable o que no necesita de explicación alguna. Es

un sentimiento que perdería su calidad de contacto inmedia-

to con las emociones si de tradujera a un código racional. Es

una especie de solemne metáfora que perdería su sentido lí-

rico si tratáramos de narrarla en términos distintos. En todo

caso, esa “sensación” es un sobreentendido, un atributo que

esperamos hallar, que nos “suponemos” merecer por el me-

ro hecho de “estar aquí”. Es una manifestación de pertenen-

cia que parece emanar de la tierra misma, cuya apariencia in-

mutable nos la proporciona sin ademán alguno, sin necesitar

expresarse más que a través de la relación que establece con

nosotros. Esa expresión no nos aturde, sino que nos asimila

al resto de quienes participan de ese parentesco. Nos pro-

porciona una pluralidad extrañamente homogénea, una espe-

cie de gran Ser viscoso, moldeable, un organismo en cuyo

fluir constante nos reconocemos y fuera del que nada somos,

más que extraviados, exiliados, perplejos extranjeros sin

arraigo alguno, extrañados, alienados de la única forma posi-

ble de ser.

No es una casualidad que un pensador como Bauman se

preocupe por lo que a otros les podría resultar una magnífica

situación. En la multitud de trabajos que ha ido publicando

desde finales de los años ochenta su obsesión ha sido la

compleja articulación de la libertad y la igualdad, la insatis-

factoria manera en que ambas aspiraciones han ido relacio-

nándose, mutuamente necesarias, mutuamente peligrosas,

para acabar comprendiéndose como líneas que no pueden

yuxtaponerse o fundirse en una sola tonalidad social. En tex-

tos ejemplares como “Life in Fragments”, “La postmoderni-

dad y sus descontentos”, “Society under siege” o “La socie-

dad individualizada”, Bauman ha ido planteando los riesgos

del principio comunitario radical. Consiste éste, para decirlo

EN TORNO A EUROPA 122

desde el principio, en la creencia de la superación de un pro-

yecto moderno cuya característica básica habría sido la pre-

sentación del liberalismo como una atención básica, inicial y

finalista, a los derechos del individuo. La nostalgia de una co-

munidad homogénea de la que se habría sido expulsado, de

una comunidad de iguales destruida por la propiedad, de una

raza homogénea degenerada por la mezcla de sangres, de un

pueblo elegido por la Providencia víctima de los episodios de

secularización... En cualquier caso, todos los elementos de

avance de esa sociedad liberal se contemplarían como una

pérdida de derechos, de esencia, de naturaleza, corroída por

la historia, por la política moderna, por la democracia, por el

nuevo carácter de la ciudadanía.

No en vano, Bauman ha trabajado especialmente en la crí-

tica a los excesos de individualización, sugiriendo que en los

puede encontrarse la base de un pánico a la soledad, como

frente a la modernización puede existir el vértigo y el miedo a

la anomia. Sin embargo, el antiguo profesor de la universidad

de Leeds no se ha referido a estos sentimientos como un ar-

caísmo, latente en nuestras sociedades como un brillo ago-

nizante, un sueño residual que va cabeceando en los márge-

nes de la normalidad moderna. Por el contrario, Bauman ha

señalado la pertenencia de este sentimiento a algunos as-

pectos que se han incluido en el llamado proyecto de la mo-

dernidad. Y, a ojos de este intelectual, ha sido precisamente

ese lugar propio en el mundo contemporáneo el que le ha per-

mitido al comunitarismo presentarse como una alternativa

que se beneficia de los instrumentos de la nueva época, aun-

que parezca aprovechar solamente los miedos atávicos fren-

te a cualquier cambio, las resistencias y las inercias de quie-

LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA 123

nes se ven como perdedores de la modernización. Uno de

sus textos más importantes es, como se sabe, el que dedicó

a la relación entre la modernidad y el Holocausto, estable-

ciendo la forma en que la barbarie del nazismo podía expli-

carse tan sólo al contemplarla en la dinámica de una patolo-

gía de la modernidad, pero no como una simple resistencia a

la misma. Esa “otra vía” posible resultaría una explicación

más acertada que las visiones tradicionales del liberalismo,

que se empeñaron en descubrir en el fascismo y en el nazis-

mo solamente paréntesis morales, episodios de enloqueci-

miento temporal o infecciones culturales que invadían el sen-

tido común de la modernidad. Para conservar la metáfora

biológica, deberíamos hablar, más bien, de un tumor provo-

cado por la propia avidez de las células de la modernidad,

presas de una voluntad maligna y con extraordinaria capaci-

dad de multiplicación, aprovechando la forma en que pueden

neutralizar un sistema inmunológico poco atento a buscar los

adversarios en el interior del propio cuerpo.

Siempre me ha parecido que esta visión de Bauman venía

a corregir y a mejorar algunas afirmaciones de la Escuela de

Frankfurt sobre el nazismo que, de todas formas, pueden te-

ner aún elementos estimulantes para reflexionar sobre los

orígenes de la barbarie, en especial cuando consideramos la

barbarie del “progreso” y la “razón” en el lado opuesto, en la

presunta alternativa del estalinismo. Y las consideraciones

realizadas por los pensadores franceses antiheideggerianos,

en especial Ferry, Renault, Compte-Sponville, Taguieff: es de-

cir, todos esos que los bienpensantes llaman los “nuevos re-

accionarios” me han ayudado a considerar desde ángulos iné-

ditos las aproximaciones que los historiadores solemos hacer

EN TORNO A EUROPA 124

al fenómeno nazi, al alejarlo de su condición de algo mucho

más duradero de lo que podríamos pensar, tanto en su genea-

logía como en su proyección hacia el futuro: es decir, en lo

que podríamos llamar una tradición. Pues de esa constancia,

modificada en su aspecto, se trata. De ese riesgo perpetuo,

que vivió antes de la llegada del nazismo y le ha sobrevivido,

estamos hablando. Estamos hablando, si podemos decirlo ya

sin tapujos, sin escandalizarnos por los excesos del lengua-

je, sin tener miedo a asomarnos al interior de nuestro tiem-

po; estamos hablando del nacional-populismo, del comunita-

rismo identitario. De lo que Maffesoli ha llamado el tiempo de

las nuevas tribus. Creo que, en el día de hoy, ese es el ries-

go principal que acecha a la democracia. Pues ni siquiera apa-

rece el nombre de una profundización en la misma; ni siquie-

ra pretende llevar a la práctica derechos declarados y tantas

veces incumplidos. Desea, pura y simplemente, destruir el

edificio sobre el que se ha construido nuestra cultura. Pre-

tende eliminar las condiciones elementales, originarias, de

nuestro mundo moderno, haciéndolo con los recursos que le

ofrece nuestro tiempo y utilizando los defectos de nuestra so-

ciedad con una astucia deleznable. Esas condiciones ele-

mentales son: la consideración del individuo libre como ori-

gen y fin en sí mismo; la concepción de la sociedad como un

área de encuentro de intereses dispuestos racionalmente, un

espacio de conflicto interno y, por tanto, de reconocimiento

de la pluralidad íntima de cada sociedad; la defensa de redes

de solidaridad que vinculan a individuos libres, soberanos,

iguales pero nunca idénticos, que aspiran a conocerse en su

propia personalidad y en su carácter de especie universal.

Frente a ello, este nacional-populismo pretende instaurar la

falta de sentido del individuo y el significado único de la co-

LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA 125

munidad. Pretende considerar que el conflicto nunca se da en

el interior de los miembros de la comunidad, sino que la exis-

tencia misma de la pluralidad, indica la expresión de una ex-

trañeza, la falta de pertenencia del elemento conflicto a la co-

munidad homogénea Pretende, en nombre de la fraternidad,

acabar con la universalidad. Pretende, en nombre de la iden-

tidad, acabar con la pluralidad y con la equivalencia de las

personas; Pretende, en nombre del pueblo, acabar con la ciu-

dadanía; en nombre de la nación, acabar con sus individuos

dotados de derechos; en nombre de la autodeterminación,

eliminar la voluntad de cada uno; en nombre del destino aca-

bar con el futuro proyectado y construido voluntariamente.

Esta reflexión pretende plantear la forma en que se ha

normalizado un discurso cuya calidez es una falsificación. Es

un abrigo fabricado sobre la base de un principio antidemo-

crático, cuyos orígenes se encuentran en las formas iniciales

del rechazo de la herencia de la revolución liberal y cuyo de-

sarrollo ha ido adoptando las tallas adecuadas para sentarle

bien a cada época. Y me interesará, sobre todo, indicar la for-

ma en que el nacional-populismo ha podido instalarse en Eu-

ropa en el lugar que le corresponde, el de la extrema derecha,

indicando con ello que no está en el sector más conservador

de nuestra sociedad, sino fuera de los esquemas clásicos de

la izquierda y la derecha, cuya aceptación se inspira ya en el

reconocimiento de la legitimidad de esta separación y, por

tanto, en la evidencia de la pluralidad. Este discurso, aparen-

temente nuevo por su extraordinaria capacidad de arraigar en

las incertidumbres de una época de cambios no siempre bien

gestionados, se ha propuesto desde hace más de dos siglos

golpear la base misma del edificio de la democracia. Golpear

EN TORNO A EUROPA 126

donde más duele: en el principio crítico, en el fundamento ar-

gumentativo de nuestras creencias, en la necesidad de arti-

cularlas en principios elaborados, en la convicción de que la

historia se construye por los hombres y no viene dada ni por

la Tradición, ni por la Providencia, ni por la Tierra impávida ni

la Mitología nuevamente instalada en el lugar donde debería

hallarse el Logos.

Fuera de esos esquemas, la extrema derecha nacional-po-

pulista puede llegar a calificar de fascistas a sus adversarios,

en una expropiación del lenguaje que en cualquier parte re-

sultaría desalentador. Solamente los herederos de ese fluido

nacional-populista comunitario, solamente esa guardia preto-

riana de las identidades inmutables, solamente esos celado-

res de la Tradición pueden llegar a verse como lo contrario de

lo que en verdad son: cuando se llaman los “verdaderos de-

mócratas”, nos recuerdan a aquellos nacionalsocialistas a

los que les gustaba llamarse los “verdaderos socialistas”. El

abuso de su lenguaje es deplorable solo en la medida en que

alguien se lo tome en serio, de que alguien oiga palabras don-

de solo hay ruido. En toda Europa, siempre más al norte,

“donde dicen que la gente es libre, limpia, rica y feliz”, para

usar las palabras de un excelso poeta de mi tierra, puede

pensarse en ese nacional-populismo convertido al etnicismo

como en un engendro que se relaciona inmediatamente con

las experiencias más aterradoras de la historia del siglo XX.

Solamente en esa vieja Europa se contempla a quienes de-

sean apropiarse de las costumbres, del territorio, de la len-

gua y de la historia como unos usurpadores, como unos sal-

teadores dispuestos a saquear a los viajeros para fundir sus

joyas diversas en una sola pieza, homogénea, cuyo valor de -

LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA 127

riva de la insoportable unanimidad de su brillo, de su jactan-

cia, de su orgullosa soledad. Solamente la vieja y digna Eu-

ropa ha sabido asignar un lugar adecuado a esos pequeños

seres que creen que tenemos que pertenecer a una tierra, en

lugar de ser poseedores de ella; que tenemos que ser muñe-

cos a través de los que habla el invisible ventrílocuo de la

esencia nacional; que tenemos que identificar a nuestros ve-

cinos para decidir quiénes no son dignos de ser nuestros

compatriotas; que tenemos que vivir sobre el recelo y el mie-

do, para que la protección de la comunidad nos permita olvi-

darnos de nuestra condición de individuos libres; para que la

búsqueda de la seguridad nos invite a olvidarnos de algo tan

secundario como una libertad que descienda de los altares

laicos del nacionalismo para regresar a la experiencia diaria

de los ciudadanos.

Entre todos los movimientos de este tipo existentes en

Europa, tomaré el ejemplo de uno que me resulta especial-

mente destacable: el Frente Nacional de Jean Marie Le Pen.

Lo es, en primer lugar, por darse en el país que relaciona de

una forma más explícita sus instituciones con una democra-

cia iniciada en la gran Declaración de Derechos de 1789, y

que por ello entiende una cultura republicana. Lo es, también,

porque actúa en una nación de extraordinaria potencia en el

continente y en el proceso de construcción europea. Lo es,

por fin, porque ha conseguido establecer un área consisten-

te, de larga duración y de extensión tan notable como para

haber sido votada, al menos una vez, por una tercera parte

de sus ciudadanos. Es de suponer, sin embargo, que la aten-

ción prestada a este movimiento no nos alejará de una visión

más general, sino que nos dará la adecuada modulación de

EN TORNO A EUROPA 128

un rumor que se manifiesta de una forma generalizada en el

continente europeo y también en nuestro país. Que aquí se le

haya otorgado otro carácter, que haya logrado seducir a quie-

nes dicen combatir su existencia en Francia, no hace más

que arrojar más cascotes a determinados escombros de

nuestra diezmada moral, tan amante de convertir los vicios

privados en virtudes públicas.

I. EL REGRESO DE LA INSIGNIFICANCIA

Cornelius Castoriadis se refirió, en una entrevista que le

hizo Olivier Morel en junio de 1993, al “ascenso de la insig-

nificancia”, como una forma de describir la carencia no tanto

de veracidad, sino de percepción de significado que para los

habitantes de la sociedad europea de finales del siglo XX te-

nía el mundo en que vivían. Literalmente, indicaba: “No vivi-

mos una fase de krisis en el verdadero sentido del término,

es decir, un momento de decisión. Vivimos una fase de des-

composición. La descomposición se aprecia sobre todo en la

desaparición de las significaciones.” No era más que un com-

plemento a lo que había señalado en 1982: “No puede haber

una sociedad que no sea algo para sí misma; que no se re-

presente como algo. Para sí misma, la sociedad no es nunca

una colección de individuos perecederos y sustituibles que vi-

ven en tal territorio, hablan tal lengua o practican ‘exterior-

mente’ tales costumbres. Al contrario, estos individuos ‘per-

tenecen’ a esta sociedad porque participan de sus

significaciones imaginarias sociales, de sus ‘normas’, ‘valo-

res’, ‘mitos’, ‘representaciones’, ‘proyectos, ‘tradiciones’,

LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA 129

etc. y porque comparten la voluntad de ser de esta sociedad

y de hacerla ser continuamente. Los individuos son sus úni-

cos portadores reales o concretos. Esto equivale a decir que

todo individuo ha de ser portador ‘suficientemente en cuanto

a la necesidad/uso’ de esta representación de sí de la so-

ciedad. Es ésta una condición vital de la existencia psíquica

del individuo. Pero (lo que es mucho más importante en este

contexto) se trata también de una condición vital de la exis-

tencia de la misma sociedad.”

Por su parte, Michel Maffesoli, un curioso indagador de

las condiciones culturales de nuestro tiempo que se entu-

siasma por la quiebra de la tradición de la modernidad y veri-

fica el entusiasmo de unos momentos que califica como trá-

gicos, frente a la aburrida argumentación dramática de

antaño, establece el retorno de la idea de destino como equi-

valente a la libertad de la comunidad. El “instante eterno” al

que se refiere este sociólogo francés en el título de una de

sus obras, indica el momento alegremente dionisíaco que ha

venido a sustituir al taciturno espacio de razón, debates y

temporalidad de los seres sociales. El subjetivismo entendi-

do como individualismo, la fuerza del instante que arde en su

propia intensidad, la capacidad de dejarse llevar por la fuerza

de las cosas como si fuera un acto de voluntad, pero que es

de entrega a lo que marca el destino, la dotación de valor a

la pura actividad frente al pensamiento, el elogio del riesgo y

de la pérdida del sentido de la historia, el presente constan-

te, el momento iluminado por su propia incineración, consu-

miendo nuestra vida en una pausa heroica entre dos instan-

tes. Todo ello, que podría plantear la fijación de un nuevo

hedonismo, de una placentera estancia privada que se gota

EN TORNO A EUROPA 130

en su propio aislamiento, en sus experiencias puramente es-

peculares, nos arroja el dorso de su propia contradicción. El

propio Maffesoli se ha especializado en señalar, frente a esa

vida sin objetivo, que él exalta frente a la preocupación de los

modernos, el retorno de la tribalización, de la comunidad de

destino. La fuerza individual solo averigua su autenticidad en

un ser comunitario. La experiencia sólo es comunicación. La

voluntad de poder solo puede ejercerse en contacto con los

demás. La vida es, ciertamente, una puesta en escena. Pero

esa reclamación estetizante de nuestro tiempo necesita ac-

tores, que acompañen al protagonista cuando declama su re-

pertorio de materiales comunitarios, oficiando los recursos

de una nueva religión en un espacio sacrificado.

Las palabras de Maffesoli, brillantes, aunque descriptivas

de algo bastante obvio, podrían haberse escrito cien años an-

tes, cuando Nietzsche recomponía la tradición dionisíaca, el

principio de la acción, la insensata dulzura de la liberación de

los instintos, la búsqueda de la lucha y el desprecio a la ar-

gumentación. La reivindicación de la comunidad de destino,

ese cortocircuito entre el espacio y el tiempo, como lo ha lla-

mado Maffesoli, ha sido proclamada ya por quien venía a

transmutar todos los valores. Lo que nos importa son las car-

tas marcadas de los novísimos, la vetusta genealogía que cu-

bre su ascendencia, las oxidadas armas donde velan su com-

bate de apariencia tan joven. Lo que importa es señalar de

dónde arrancan esos esquemas de rechazo del espíritu críti-

co, de la libertad individual, del proyecto de futuro, del valor

del sentido de la vida, de los fundamentos de una sociedad.

Castoriadis indicaba la necesidad de recobrar el ser social pa-

ra conectar con una tradición como la marxista, fundada tam-

LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA 131

bién en una lectura del progreso y duramente asociada a la

mecánica de la historia. Frente a él se alzaba la visión de un

momento inmutable o de un eterno retorno. Un paisaje impa-

sible, donde el tiempo parece contemplarse conteniendo el

aliento, aguantando la respiración. Un territorio inmóvil donde

los acontecimientos humanos son meros accidentes de su-

perficie, donde los individuos son una contingencia. Y, sin

embargo, el discurso para por ser el discurso del individua-

lismo, de la rebeldía, del rescate del Yo. Para mostrar su es-

casa consistencia, no hay más que señalar dónde acaba ese

principio: en la reclamación insistente de la primacía de la co-

munidad, en el rechazo que hace del individuo su verdadero

dueño: el pensamiento, para sumirlo en una libertad que se

refiere a los actos; unos actos que lo realizan a condición de

que los elija bien, es decir, a condición de que el individuo se

deje llevar por el destino de la comunidad. Ese encuentro es

la verdadera libertad individual: ese es el verdadero sentido

de la vida. Es decir, ésa es su auténtica insignificancia.

II. LA GENEALOGÍA DE UNA DESMORALIZACIÓN

Si es cierto que hay que buscar unos orígenes es, preci-

samente, para burlar las trampas que nos acechan, tendidas

por quienes quieren continuar el proceso de encantamiento,

de simulación mágica en la que todo proceso que desvele es-

ta prohibido, en que todo proceso que revele está censurado.

La única forma de defender con vigor una tradición democrá-

tica es oponerle otra tradición, pues lo único que se consigue

en caso contrario —y precisamente en el momento de presti -

EN TORNO A EUROPA 132

gio de “lo nuevo”—, es la defensa de un pensamiento arcai-

co frente a la saludable juventud que proclama la destrucción

de lo antiguo. Hay que desvelar su edad, desmantelando las

capas de maquillaje sobre las que oculta su vejez. Pues ésta

es la forma de defender la auténtica novedad de la democra-

cia y de la libertad de las personas, frente al asalto a la ra-

zón propiciado desde la exaltación emotiva del nacional-po-

pulismo. Hay que defender, en definitiva, la actualidad de la

democracia, sea cual sea la opción de los ciudadanos en el

seno de unos principios de modernidad. Y expulsar de nues-

tro tiempo a este espectro que no ha sido invitado. No es el

esbozo aún poco preciso de un mundo que llega, sino el es-

combro desfigurado de un edificio extinguido. El recuerdo se

disfraza de anticipación, la memoria se camufla bajo los sig-

nos del futuro.

En el principio fue la Reacción. El sagaz sociólogo Pierre

André Taguieff, cuya sutileza a la hora de descubrir el racismo

en la coartada de la identidad, el aristocratismo en la excusa

de la diversidad, ha desmentido también la “novedad” del

pensamiento de Nietzsche, su carácter rupturista, su exigen-

te voluntad de nihilismo como punto de partida de construc-

ción de valores auténticos. Frente a lo que ha venido hacién-

dose en la cultura nietzschiana francesa, Taguieff propone un

examen de la contemporaneidad de la reacción frente al libe-

ralismo. Y lo hace tomando al principal referente de quien pa-

rece saltar sobre una época de mediocridad para exigir el re-

torno del individuo. Dedica al gran filósofo, en el libro ¿Por

qué no somos nietzschianos? un capítulo extenso, con un tí-

tulo de deliberada extensión: “El paradigma tradicionalista:

horror a la modernidad y antiliberalismo. Nietzsche en la re-

LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA 133

tórica reaccionaria”. Para Taguieff —y, de hecho, para lo que

nos interesa señalar en este ensayo—, Nietzsche no es tan-

to el hombre de la búsqueda de un nuevo comienzo como el

que engarza con quienes lo han rechazado desde el principio

mismo. No es el ángel exterminador de todo aquello que se

opone a la liberación del individuo, sino el ángel de la guarda

retórico de quienes vienen proclamando, de la mano de Bo-

nald, de Maistre, de Donoso Cortés, de Bourget, de Barbey

d’Aurevilly, la negación a aceptar el principio de argumenta-

ción. Para los autores citados, el liberalismo es un lugar de

permanente debate, de incomprensible juego de palabras pa-

ra hablar de lo que necesita el recurso de la palabra. La en-

trada del argumento, de la Razón, en el jardín de las cosas

sagradas, del silencio funerario de la Eternidad, ha violado el

verdadero principio de la comunidad, la seguridad de su exis-

tencia. Todos ellos tienen la impresión de que la revolución li-

beral ha supuesto una pérdida del tiempo. Ahora, el uso de la

discusión es una pérdida de tiempo.

Para Taguieff, ese es el principal drama del debate del si-

glo XIX: la penosa oposición a que se discuta, la oposición a

la crítica, la supresión de la autonomía de la razón y, por tan-

to, del sentido primario de la libertad. Lo demás viene por

añadidura: entre otras cosas, la insufrible pluralidad, frente a

la tranquilizadora homogeneidad de los silenciosos cemente-

rios donde yacen los despojos de la razón. En las jambas de

las puertas de hierro que dan paso a ese recinto fúnebre, los

tradicionalistas querrían colocar los ángeles custodios, advir -

tiendo con sus espadas en alto: “aquí duerme el pensamien -

to, porque somos los celadores del mundo de la fe, de las

creencias absolutas y sin duda, de la esperanza ciega, de la

EN TORNO A EUROPA 134

emoción que expulsa de la vida a quien no la siente”. Esa Uni-

dad se moldea con un material callado, porque la manera en

que los símbolos vociferan no es la palabra, sino solamente

las formas excitadas del silencio. Luc Ferry y Alain Renaut, en

el mismo texto, señalan el principio de la antimodernidad

nietzschiana arrojando a la cara de los nietzschianos del 68

una frase que debía resultar grata a los grandes asamblea-

rios del Odéon: “Lo que tiene necesidad de ser demostrado

no vale gran cosa”. Para los estudiantes de aquel Mayo ra-

diante, la frecuencia del debate no era más que una exalta-

ción de la actividad, no era una sustitución de la acción, sino

su forma de expresarse. La necesidad de hablar, en una so-

ciedad en la que la palabra y el convencimiento ha recupera-

do su prestigio frente al mito de la acción de los años de en-

treguerras, hace que esos estudiantes se encuentren en un

estado de permanente movilización verbal, en la que encuen-

tran un territorio a la vez familiar y rupturista. Se trata, para

ellos, de una forma de libertad de expresión que nada tiene

que ver con la comunicación, con el escuchar al tiempo que

se dice. Tiene que ver con una voluntad de hablar que es una

gesticulación, que es una escenificación del nuevo poder, de

la reciente transgresión. Hablar sin escuchar no es hablar. Es

emitir actos que tienen la solidez de los códigos convencio-

nales, pero no poseen su principal objetivo: el hallazgo de al-

guien que escucha y que se convertirá en emisor. ¿No asisti-

mos en nuestros días a la verborrea constante, a la exigencia

de esa libertad de expresión que no se contempla como lugar

de encuentro de opiniones, sino espacio para emitir la propia,

escenario donde se vive fingiendo la comunicación?

LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA 135

Taguieff encontrará esa genealogía nietzschiana en las po-

siciones contrarrevolucionarias, antimodernistas, antilibera-

les, de la primera mitad del siglo XIX. Pero su interés es de-

tectar esa segunda oleada que procede del vitalismo, que

aparece con la máscara de una fractura, que intenta hacerse

pasar por la venganza del desengañado. Los nuevos antilibe-

rales señalan a los incautos demócratas como víctimas de

una estafa del pensamiento, de un sueño de la razón. Su cau-

tiverio idealista, materialista o positivista les aleja de la pro-

fundidad del pensamiento auténtico, que hay que ir a resca-

tar mediante la destrucción de la metafísica. El “Dios ha

muerto” se convierte en la denuncia de la larga sombra de

las ideas que continúan atestando los salones de la cultura

europea. El intento de localizar en el heroísmo de los guerre-

ros amorales de la Ilíada, en las balbuceantes experiencias

de las fiestas de Dionisios, en las aproximaciones metafóri-

cas de los presocráticos, el verdadero encuentro con dos co-

sas al mismo tiempo: el Ser oculto bajo los escombros del ra-

cionalismo y la Existencia negada por la veneración a las

ideas. El atractivo de Nietzsche puede residir, además de en

la potencia de su lenguaje, en todo aquello que brilla en las

épocas de crisis: la nostalgia de la intensidad, cuando lo que

debería ser la normalidad se contempla como decadencia, co-

mo aburrida comodidad, como una confortable mediocridad

en la que vegetan los menos aptos, como la búsqueda de la

sustancia de los actos definitivos y los héroes impunes.

Pero, además, la nostalgia de una comunidad. El nacio-

nalismo integral de Barrès, de Bourget, de Maurras, de Berth,

de Daudet o de Maurras se construye en Francia, precisa-

mente, como una respuesta a la nación de los ciudadanos

EN TORNO A EUROPA 136

convocados por la primera de las grandes revoluciones de la

modernidad en el continente. Debía ser en ese país, justa-

mente, donde el ataque resultara más agudo, a pesar de te-

ner que engullir la amarga sustancia de la filosofía alemana,

de Schopenhauer y de Nietzsche. El germanismo de estos au-

tores, después de la guerra franco-prusiana, podría haber si-

do un elemento de repudio, pero solo lo es para quienes, co-

mo Zola o Jaurés, despiertan el sentido de la patria de los

hombres libres frente a la sombría complacencia de la Tierra

y los Muertos. Los nacionalistas integrales utilizarán el tér-

mino de una novela de Barrès para designar a sus adversa-

rios: los desarraigados. El término es oportunista, porque la

palabra “desarraigado” contiene ya una negación, un prefijo

que indica pérdida. Y no cualquier pérdida: la pérdida de las

“raíces”. Lo cual, si bien se mira, debería indicar la libertad

para caminar, o la superación del reino vegetal para ingresar,

por lo menos, en la zoología. Quienes se instalan en el recin-

to sereno de la botánica, esos nacional-vegetarianos de fines

del XIX, tan preocupados por los valores nutritivos del estiér-

col ideológico, tienen especies carnívoras, que aspiran a ali-

mentarse también con todo animal que puedan exterminar

entre sus atractivas y multicolores zonas de aterrizaje senti-

mental. Con todo, los liberal-demócratas de comienzos del si-

glo XX no se dejan amedrentar, y su Liga de los Derechos del

Hombre recuerda, por si hacía falta, que no existe nación don-

de no existe constitución. Que no hay república donde no hay

pluralidad. Que no hay sociedad donde no hay ciudadanía.

Pero los tiempos son propicios para los cánticos de la de-

cadencia que reciben, en su ayuda inesperada, los avances

mismos de una ciencia cuyo aprovechamiento político se rea-

LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA 137

liza en los esquemas de esa trama de crisis cultural. El bio-

logismo político será el principal de estos artefactos y el ra-

cismo la más deleznable de sus excrecencias. Tan leales a la

fuerza del instinto y a la crítica del racionalismo, los vitalistas

que anuncian la esencia del fascismo se plantean usar las

ventajas de un titubeo científico, de un mejor conocimiento de

la realidad íntima de la naturaleza, para lanzar sobre ella un

sentido de apropiación, una nueva vuelta de tuerca de la vo-

luntad de poder. El saber es poder, aunque no siempre nos

hace libres de uno en uno. Peter Sloterdijk ha podido ir mar-

cando, en su ensayo Crítica de la razón cínica, el avance de

un “desvelamiento” de la realidad que actúa en ventaja de los

nuevos guerreros, de los nuevos nihilistas, de los nuevos an-

timodernos ataviados con los recursos tecnológicos. “Sola-

mente métodos refinados y a menudo incluso sospechosos,

conducen a aclaraciones sobre el campo secreto difícilmente

penetrable. Por otra parte, la más reciente investigación de

los cuerpos se retrae cada vez menos ante choques agresi-

vos y directos. Esporádicamente se borra la frontera entre el

diagnóstico y la intervención: materias extrañas se introducen

en el cuerpo. La medicina es, aún más que todas sus prede-

cesoras, una empiria negra. Se funda en el apriori de que en-

tre el sujeto y su enfermedad no puede existir ninguna otra

relación que la de la enemistad. La representación de que la

enfermedad pudiera ser una autoexpresión original y en cier-

to sentido “verdadera” del sujeto está excluida ya por la in-

troducción del moderno proceder médico. La enfermedad tie-

ne que ser pensada como lo otro y extraño. En el fondo, la

medicina de una sociedad latentemente paranoica considera

el cuerpo como un riesgo de subversión.” Más adelante, el

autor de Karlsruhe añade: “Dado que ningún pensamiento

EN TORNO A EUROPA 138

moderno postmetafísico e categoría científica es capaz de

comprender la muerte propia, se producen dos posiciones

aparentemente omnipresentes: la muerte no pertenece a la

vida, sino que se enfrenta irreconciliablemente, es más, sin

relación, como una aniquilación absoluta de ésta; y como no

hay ninguna muerte de la que pueda decir que sea ‘la mía’,

el pensamiento se atiene a la única muerte que sigue siendo

pensable objetualmente: la de los otros. Si el sujeto es lo que

no puede morir, entonces transforma el mundo rigurosamen-

te en un campo para sus luchas de supervivencia. Lo que me

estorba es mi enemigo; el que es mi enemigo debe ser es-

torbado para que no estorbe. En última consecuencia, esta

voluntad de protección significa la disposición a aniquilar a

los otros o a ‘lo otro’”. Las palabras son demasiado familia-

res para tener que subrayarlas. Pues el periodo que siguió a

la Gran Guerra, alimentado por los sueños nacionalistas anti-

democráticos, vertebrados en los discursos de la decaden-

cia, justificados por el temor a la degeneración, concluyeron

en una solemne exaltación de un ritual comunitario paralelo

al juego biológico más elemental, aunque pertrechado de las

sutilezas de la nueva biología.

En aquel momento, el principio nacionalista no pretendió

organizar de una forma determinada la sociedad. Pretendió la

supresión de la política y su sustitución por un pálpito comu-

nitario, por una escenificación donde los sujetos pasaban a

ser actores, donde el argumento pasaba a ser una declama-

ción, donde el objetivo pasaba a ser una “obra”. Y el tema de

la obra no era más que el encuentro de ese Ser sumergido en

siglos de metafísica y, sobre todo, en un siglo y medio de de-

mocracia. El encuentro de la comunidad con su destino se

LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA 139

realizaba a través de un movimiento esencialista que, en sus

formas más radicales, se llamó nazismo. Heidegger habló de

la “grandeza” del movimiento refiriéndose al encuentro entre

la técnica y el hombre moderno. El mundo en estado de dis-

ponibilidad no era la sociedad abierta encontrándose a sí

misma en la pluralidad creativa. Era la comunidad cerrada

avanzando sobre sus enemigos, desplegando su voluntad

destructiva a la espera de que llegara el momento paligenéti-

co de una nueva creación. La adopción de un destino es, en

buena medida, el descubrimiento de que uno es el pueblo ele-

gido. No existe más autodeterminación que la obediencia a

ese principio. La máxima libertad engalana lo que, en reali-

dad, es un síntoma atroz de servidumbre. Solo queda el ritual

de la búsqueda de los agentes infecciosos que impiden la sa-

lud de la comunidad, y cuya conducta se interpreta como una

malformación de la misma o el ingreso subrepticio de extran-

jeros, de materia bacteriana, de escoria viral que aturde la hi-

giene pública. La exclusión es la primera forma de afirmar la

inclusión. El exterminio, la muerte —siempre la del otro, co-

mo señalaba Sloterdijk— es la forma de manifestar la vida —

siempre la propia. La lógica del genocidio se encuentra en

ese punto en que coincide con la liberación. El horror tiene

ese rostro. Es el que sigue teniendo.

III. EL RETORNO DE LOS BRUJOS

Como se indicaba antes, el modelo del Frente Nacional

tiene el interés de referirse a un lugar donde la democracia

se ha asentado, con una influencia decisiva en la construc-

EN TORNO A EUROPA 140

ción de la Unión Europea y donde se encuentran los orígenes

mismos del movimiento liberal del continente. Al darse en

Francia la existencia del partido de extrema derecha nacional-

populista de mayor duración e influencia social y electoral, la

paradoja adquiere rasgos contundentes, resultando de ella

un aviso para aquellas democracias más recientes que creen

no tener una demanda social para este comunitarismo o que

consideran, como ocurre en el caso de España, que los prin-

cipios, el estilo y la dinámica política de estas formaciones no

se están dando a través del espejo deformante de otra legiti-

midad, en buena parte debida a la indulgencia de la izquier-

da con el nacionalismo como ideología. Ello ha conducido a

que la renuncia general al debate sobre el nacional-populismo

haya llevado a la condena de un área de su actividad, mien-

tras permanece fuera del espacio de la crítica la ideología

misma. A salvo de cualquier análisis riguroso, que permita es-

tablecer la genealogía del nacionalismo, sectores que se ma-

nifiestan en los términos estrictos del nacionalismo integral,

del nacional-etnicismo, del diferencialismo radical en térmi-

nos lingüísticos o de cualquier otra preferencia simbólica es-

cogida por los movimientos nacionalista; a salvo de este aná-

lisis, decíamos, se encuentran aquellos partidos y sectores

de opinión que se han ido normalizando y han ido siendo

aceptados por su condición de partidos y gentes que no prac-

tican la violencia. Lo cual ha permitido la impunidad de su dis-

curso en los términos del debate, tolerándose que el nacio-

nalismo haya prendido como forma de ser ciudadano en

aquellos territorios que han establecido una identidad. Y po-

demos decir que la comunidad que necesita “exteriorizarse”,

que debe hacer explícita su existencia a través de una pro-

pagación de sus mitos, de sus recursos de identificación, es

LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA 141

una comunidad falsificada, para usar los mismos términos

que utiliza Bauman en el texto antes señalado. Precisamente

el hecho de que se realice una fabricación cultural naciona-

lista implica la negación de la comunidad en su sentido de

realidad reconocida espontáneamente, de familiaridad con

las cosas que no precisa de discurso. Al aparecer éste, se

plantea como una reivindicación y, por tanto, como una op-

ción de parte que pasa a convertirse en totalidad, en la úni-

ca manera de reconocer ese territorio que pasa a domesti-

carse para acudir solamente a la llamada de su nuevo dueño.

En la medida en que el discurso nacionalista triunfa, después

de un fatigoso ejercicio de repudio de todas aquellas tenden-

cias que plantean su negativa a aceptarlo como única mane-

ra de expresión del territorio, puede pasar a considerarse un

elemento natural, como si el esfuerzo cultural realizado no

hubiera sido una construcción, sino una excavación que de-

bía hundirse en el fondo sepultado de la conciencia para ha-

llar la autenticidad del ser nacional. Una vez sacado a la luz,

convertido en el suelo, identificado con la tierra y con quienes

la habitan, las diferencias solo pueden darse entre quienes

reconocen ese paisaje común.

En Francia, las cosas resultan algo más complicadas, por-

que la ideología nacionalista integral siempre ha debido en-

frentarse a un patriotismo constitucional, que procede de la

aparición de la idea de nación propiamente dicha al calor de

los movimientos liberales que acabaron con los criterios de

soberanía propios del Antiguo Régimen. Como en España,

donde los nacionalistas españoles del constitucionalismo li-

beral se enfrentaban a los defensores de la autoridad del Al-

tar y del Trono, refugiados en las entidades naturales de la

EN TORNO A EUROPA 142

pequeña comunidad, la tradición liberal francesa hubo de en-

frentarse a la resistencia de quienes no estaban dispuestos

a la identificación entre la nación y la república, para plantear

un reencuentro entre el nacionalismo y las entidades “pro-

pias” de “lo” francés, detectando aquellos elementos que no

pertenecían a una tradición que debía saltar por encima de la

experiencia de 1789.

La negativa a ver en Francia algo distinto a la tradición ja-

cobina, girondina o constitucionalista moderada ha calado

con hondura en la cultura hexagonal, que trata de expulsar la

presencia de su propia extrema derecha nacional-integralista,

de la misma forma que Maurras trataba de expulsar del ser

francés a quienes defendían la democracia. La identificación

del fascismo con la Colaboración y el nuevo mito de la Re-

sistencia permitió alejar aún más ese fantasma, de la misma

forma que el régimen rectificador de la V República salvó la

gran crisis de la década 1953-1962, evitando que la catás-

trofe colonial y la guerra de Argelia creara un movimiento na-

cionalista capaz de conectar con esa tradición antidemocráti-

ca. Ni siquiera el movimiento episódico de Poujade en 1956

ni las diversas organizaciones por la Argelia Francesa ni los

Comités Tixier-Vignancourt de 1965 pudieran reunir el sufi-

ciente apoyo para inquietar al sistema. Tampoco ocurrió en

las condiciones de la crisis del primer gaullismo en 1969-69,

a pesar de que en otras zonas de Europa, como en Alemania

o en Italia, el Partido Nacional-Demócrata de Adolf von Thad-

den o el Movimiento Social de Giorgio Almirante obtenían ex-

celentes resultados, jugando con la ambigüedad del descon-

tento ante las primeras señales de una recesión y la

expansión de los nuevos temas políticos después de una eta-

LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA 143

pa de”milagro económico”. Recordemos, a este respecto,

que en 1969 le faltó muy poco al NPD para entrar en el Bun-

destag, y que, en 1971-72, las elecciones administrativas y

las generales dieron el máximo impulso al MSI, que consiguió

resultados superiores al 25% de votos en algunas zonas del

sur, y casi un 9% a escala nacional.

En 1972, sin embargo, la organización Ordre Nouveau, un

pequeño pero prestigioso grupo de activistas del neofascis-

mo, tuvo la suficiente agilidad mental para plantearse la cons-

trucción de un movimiento unitario, capaz de agrupar todo el

campo nacional-populista, a la manera de lo que habían he-

cho sus colegas de Italia: es decir, creando una organización

flexible, en la que los elementos de identidad nostálgica fue-

ran capaces de arroparse con las propuestas de compromi-

so, y donde los sectores conservadores más duros pudieron

encontrarse con los elementos “antisistémicos” de las nue-

vas generaciones salidas de la crítica a la sociedad de con-

sumo. Por primera vez, la fundación del Frente Nacional —en-

tregado, simbólicamente, a un Jean Marie Le Pen que

procedía del campo menos “revolucionario” del neofascismo

francés— vino a plantear tres elementos claves: la unidad de

todo el sector de oposición nacionalista; la voluntad de man-

tener la cohesión para garantizar la duración de esta fuerza;

la necesidad de presentarse como algo nuevo y distinto, con-

gruente con las circunstancias de modernización que se es-

taban dando en el continente.

Este último elemento fue crucial para la consolidación del

grupo. Si, en sus primeros diez años, el Frente Nacional ob-

EN TORNO A EUROPA 144

tuvo una presencia marginal, dando un puro testimonio de su

existencia; si fracasó en las urnas y tuvo que recurrir a epi-

sodios tan pintorescos como solicitar el voto a Juana de Arco

en las presidenciales de 1981, cuando no se pudo obtener el

número de firmas necesarias para presentar una candidatu-

ra, no tardarían en darse las condiciones de una “divina sor-

presa”, para usar los términos con que Maurras saludó el ad-

venimiento de Vichy.

Recordemos los hechos: en 1983, el matrimonio Stirbois,

que había pasado varios años trabajando en Dreux, aprove-

chando las condiciones de inmigración, inseguridad y degra-

dación urbana, fueron premiados con un 17% de los votos en

las elecciones municipales, pasando a ser decisivos para que

la derecha pudiera gobernar. En 1984, Le Pen, que ha obte-

nido un buen resultado en las legislativas parciales del distri -

to XX de París, es invitado al programa “L’heure de la vérité”,

consiguiendo un éxito rotundo. Unas semanas más tarde, la

candidatura de la Europa de las Patrias consigue colocar on-

ce diputados en el parlamento de Estrasburgo. Elecciones se-

cundarias, comentan algunos: los franceses no están eligien-

do a quienes le gobierna. Las legislativas de 1986, realizadas

mediante el escrutinio proporcional, dan casi un diez por cien-

to de votos y 35 diputados al Frente Nacional. En las presi-

denciales de 1988, Le Pen el humillado de 1981, consigue el

14,41% de los sufragios. Aunque las legislativas, realizadas

de nuevo por sistema mayoritario, resulten una decepción,

los votos de la primera vuelta vuelven a situar al Frente Na-

cional por encima del 10%, y se consigue la retirada de algu-

nos candidatos de la derecha en la segunda vuelta. Gracias

a ello, Yann Plat se convierte en la única diputada del Frente,

LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA 145

mientras Mégret y Le Pen obtienen resultados próximos al

40% de los votos en el ballotage. Cuando concluye su segun-

da década de existencia, el Frente Nacional es una realidad

con voluntad de permanencia, no un episodio resignado a una

vida intensa y breve.

Naturalmente, las condiciones políticas del país han ayu-

dado: desde 1981, Mitterrand es el presidente, la derecha li-

beral se encuentra desorientada, en proceso de recomposi-

ción. El primer gobierno reúne las condiciones de un

verdadero Frente Popular, con presencia de comunistas y rea-

lización de una política de gasto público, inflación y aumento

de la presión fiscal. Pero sucede algo más, pues estos ele-

mentos podían haber llevado al voto a la derecha liberal más

que a abandonar el territorio de la derecha para entrar en la

transversalidad del nacional-populismo. Lo que ha ocurrido es

que la crisis de fondo que se observa en la sociedad europea

forjada en la segunda posguerra mundial ha pasado a “perci-

birse”: es una crisis cultural, no una crisis de relaciones la-

borales, de crecimiento económico, de formas políticas, aun-

que sea todas estas cosas al mismo tiempo. O, para decirlo

de manera más tajante, aunque la crisis cultural “proceda”

de la conciencia de todas estas crisis. Se trata de una cons-

tatación de un proceso de fracturas, de quiebra de un mundo

que resulta ahora menos reconocible. Y ello afecta a todas

las condiciones de la existencia: desde la velocidad de la co-

municación de grandes volúmenes de información, hasta las

facilidades para la deslocalización industrial; desde la des-

confianza hacia las viejas ideologías en el que se inspiran los

partidos clásicos, hasta una nueva cultura del trabajo; desde

la fragmentación de las experiencias sociales hasta la uni-

EN TORNO A EUROPA 146

versalización de las actividades; desde la pérdida de sobera-

nía estatal real hasta la el hundimiento de los equilibrios de

poder entre los Estados.

Todos estos elementos hacen que la visión que el indivi-

duo tiene de su lugar en el mundo quede interceptado por el

riesgo de una pérdida de sentido. El reencuentro con la so-

ciedad y la opción por un Estado liviano no siempre se con-

templa como un elemento beneficioso, como una insurrec-

ción de la sociedad civil. Puede contemplarse, también, como

una irrupción de la anomia, con la angustia de la pérdida de

tutelas, con la invasión de la soberanía nacional por la llega-

da de competidores del bienestar en una época de recesión.

La quiebra de los elementos clásicos de socialización puede

dar la impresión de vacío cuando, al mismo tiempo, quedan

desprestigiadas las formas alternativas de la izquierda, que

sólo son capaces de ir incubando un movimiento social con

escaso interés para adquirir coherencia y para transitar los

caminos de la política.

Han sido éstas las condiciones en que ha podido pasar un

estado de “emergencia” lo que hasta entonces había perma-

necido latente, como una herencia repudiada de la cultura

francesa. El Frente Nacional puede verse, desde una posición

democrática, como un problema: para sus votantes es una

solución o, por lo menos, en aquel momento, la expresión de

una queja. El movimiento de protesta ha conocido todos los

escenarios electorales y ha salido airoso. Ha consolidado a

un líder. Se ha instalado en el paisaje político francés con la

suficiente duración como para no percibirse como un estado

LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA 147

febril. Y ha ganado no sólo a los viejos sectores del naciona-

lismo parafascista, sino a algunos núcleos de la llamada Nue-

va Derecha, que alimentan con un discurso comunitario de

inusitada dureza los vacíos teóricos de los lepenistas. A co-

mienzos de los años noventa, cuando podía pensarse en una

recuperación de la normalidad, esa situación incluye la pre-

sencia del Frente Nacional, que navegará en la última década

del siglo con la habilidad suficiente para sortear sus dificul-

tades, para esquivar los arrecifes de la marginalidad, los can-

tos de sirena del voto útil y la tempestad de la escisión.

Si las cosas podían resultar problemáticas a comienzos

de la nueva década, cuando la caída de la URSS —acompa-

ñada del desguace del PCF— deja a la extrema derecha sin

uno de sus factores de discurso más potentes, el Frente Na-

cional tendrá que mantenerse a flote mediante la estricta pro-

tección de su “diferencia”. Valéry Giscard d’Estaign, Edith

Crésson, Laurent Fabius o Jacques Chirac comenzarán a asu-

mir que la inmigración es un problema, con mayor o menor

fortuna en su lenguaje. La capacidad de contaminación con-

tiene el riesgo de la pérdida de todo el combustible que lleva

el Frente en sus bodegas. Por tanto, Le Pen tiene que marcar

a los conversos, para señalar que ellos han sido los primeros

en decir en voz alta lo que todos pensaban. Para el Frente,

mantener las fronteras entre el lepenismo y el resto de las

fuerzas políticas no es una cuestión de sectarismo, sino de

supervivencia. Las elecciones de 1994 al parlamento euro-

peo muestran esos riesgos, cuando la candidatura de Villiers

arrebata a Le Pen el liderazgo de la derecha radical. En 1995,

el líder del Frente obtiene un resultado que puede presentar-

se como preocupante: se ha alcanzado el mejor nivel de vo-

EN TORNO A EUROPA 148

to, el 15%, pero se están definiendo los límites de influencia

electoral de la formación, en el mejor de los escenarios, que

es la primera vuelta de unas presidenciales, cuando el voto

se confunde con una encuesta sin riesgos para los electores.

A partir de ahí, el debate interno conducirá a la escisión,

cuando Mégret, el número dos del Frente, comience a plan-

tear la necesidad de una sucesión que ofrezca la cara ama-

ble de la gestión y no el rostro crispado de la protesta. Obte-

nida una bolsa de votos apreciable, es la hora de la opción

Fini, no de la de Rauti, para expresarlo en los términos en que

se hace en el caso italiano. La identidad puede ser negocia-

da, a cambio de la posibilidad de influencia. El “todo o nada”

sólo conducirá a la incapacidad de mantener mucho tiempo el

voto antisistema.

Sin embargo, Le Pen se mantiene firme. Por intereses per-

sonales y por la necesidad de una estrategia que adivina la

importancia de ese espacio alternativo, que está desgastan-

do también de una forma impresionante a la derecha liberal,

como se demostrará en las elecciones legislativas de 1997,

y que hundirá a la izquierda más moderada, como habrá de

indicarse en las presidenciales del 2002. En 1998, la esci-

sión se consuma. Tras una breve disputa por las siglas, el

sector megretista acaba escogiendo el nombre de Movimien-

to Nacional Republicano. Le Pen se queda con el beneficio

inapreciable de las siglas. Pasada la prueba de las eleccio-

nes europeas de 1999, cuando el Frente obtiene por unos

cuantos decimales representación, mientras Mégret queda a

un 1,5% de conseguirla, sentencia la suerte de la partida en-

tre las dos caras de la extrema derecha nacional-populista. Le

Pen y su discurso antisistema ha triunfado. El “coup de ton-

LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA 149

nerre” de las presidenciales del 2002 lo magnifican. Con el

mismo resultado que en 1995, la caída y la división de la iz-

quierda, la emergencia de los tres millones de votos “anti-

globalización” permiten a Le Pen el sueño dorado de pasar a

la segunda vuelta, para competir en Chirac en una batalla en

la que no tiene absolutamente nada que perder. Sólo ganar

esa quinta parte de sufragios emitidos que parecen conde-

corar los méritos de una carrera política iniciada en enero de

1956, cuando Le Pen fue elegido el diputado más joven de la

cámara, en las listas de Pierre Poujade.

IV. DULCE PÁJARO DE SENECTUD

La experiencia francesa sirve, además de su interés in-

trínseco, por su capacidad para haber agitado los elementos

básicos en los que la democracia se va a jugar su futuro. El

principal de ellos es el del miedo a un mundo desconocido, a

la constante renovación que no puede seguirse, al terror a

que todo carezca de sentido. Esa pérdida de norma y de lu-

gar, esa desorientación moral, conduce a la búsqueda de un

tranquilizante, de una cálida forma de acogida, de una zona

de descanso que permita huir del mundanal ruido para regre-

sar a los sonidos familiares del hogar.

A ese miedo se responde con la búsqueda de una identi-

dad. No con la búsqueda de identidades, de procesos de ve-

rificación de lo que uno es y quiere ser, sino al encuentro con

una identidad que, en buena medida, es un reencuentro, el

hallazgo de algo extraviado, el permiso para volver a entrar en

EN TORNO A EUROPA 150

el Paraíso. Frente a la libertad, la seguridad. O la seguridad

disfrazada de libertad. La identidad siempre se construye de-

finiendo quiénes son los otros, nunca quiénes somos noso-

tros y, desde luego, nunca quién soy yo. Eso significa que la

conjugación en plural es la condición, pero también lo es que

el plural deba conjugarse en segunda o tercera persona. El

“vosotros” y, sobre todo, el “ellos” verifica lo más importan-

te de una identidad: no es esto la caracterización de lo que

hay dentro, sino el trazado mismo de la línea de demarcación.

La reconstrucción de esa frontera invisible restituye la calma

cuando caen las fronteras, cuando se establece la porosidad

social, cuando la vida se hace provisional, arriesgada, inse-

gura. La misma fortificación cultural del diferencialismo esta-

blece una línea de seguridad, que no se entiende solo en los

términos de la lucha contra la delincuencia, sino en los mu-

cho más amplios de sentirse “a salvo”, en estado perma-

nente de protección, custodiado por quienes encarnan el so-

lemne “nosotros” frente a quienes se encaraman a un

amenazador “ellos”.

En este sentido, la identidad implica una opción clara por

una comunidad homogénea cuyos conflictos sólo pueden en-

tenderse como la irrupción de los otros, de los extraños, de

quienes no pueden comprender nuestra esencia. El conflicto

se hace exterior, se trata de una infección: los intrusos son

microbios portadores de un elemento letal para la cultura pro-

pia, son indiferentes a nuestra supervivencia o, peor aún, te-

nemos que matar nuestro “nosotros” para poder vivir, de la

misma forma que un virus destruye las células sanas tras ha-

ber utilizado y pervertido su material genético. La xenofobia

es la forma más caracterizada de esta actitud. Pero el ataque

LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA 151

a la inmigración queda rápidamente secuestrado, en otros ca-

sos —y en la propia elaboración de la Nueva Derecha france-

sa liderada por Benoist— a través de la defensa de la diver-

sidad, cuya valoración positiva, cuya norm a l i z a c i ó n

democrática de aprecio a lo distinto, pasa a degenerarse en

una defensa de la impermeabilidad de las culturas, en el re-

chazo del mestizaje y en la designación de quiénes son ciu-

dadanos propios y quiénes son los demás, los externos, los

que no son expresiones concretas del significado de la co-

munidad, para decirlo a la manera de Castoriadis. No hace

falta que se trate de inmigrantes: esa es la primera trampa

del nacionalismo populista. Se trata de que no reconozcan el

juego de exclusión y exclusión en que se basa el discurso.

Sus creencias, no su procedencia, les convierte en extraños.

El no nacionalista-comunitario pasa a no ser miembro del

p a í s , sin importar el color de su piel, que haya nacido en ese

territorio o que respete los principios constitucionales que lo

inspiran. La ideología se convierte en un criterio de selección.

Ese es un nuevo tipo de racismo que, procediendo de los ele-

mentos del biologismo de los años iniciales del siglo, ha pa-

sado a ocupar los paisajes de una afirmación culturalista.

Y, junto a ello, un derecho a la autodeterminación popular

que nada tiene que ver con su expresión en las urnas. No les

concierne a éstas decidir sobre las verdades esenciales, co-

mo indicaba alguien que lo tenía tan claro como José Antonio

Primo de Rivera en el discurso fundacional de Falange Espa-

ñola. En esta tradición de lo ir revocable —en su sentido más

literal, es decir, lo que no puede ser pronunciado de otra for-

ma—, la existencia misma del “pueblo soberano” pasa por

encima de la democracia “formal”. Curiosamente, quien más

EN TORNO A EUROPA 152

insiste en los elementos simbólicos es quien de manera más

atenta repudia las “manifestaciones” de la política, los “pro-

cedimientos” que son, además de cauces, signos, de la mis-

ma forma que la existencia de un río caudaloso no es solo su

propio curso, sino la referencia a la fertilidad que trae consi-

go. El punto más fuerte de la propaganda lepenista coincide

con lo que fue, en su tiempo, la denuncia del fascismo. La po-

lítica es “plutocracia”, “oligarquía”, “banda de los cuatro”. El

nacionalismo es un movimiento, no un partido. No asume nin-

guna de las condiciones clásicas del lenguaje político, como

la izquierda o la derecha, sino que se declara de todas y nin-

guna cosa al mismo tiempo. Es “lo francés” expresándose,

escenificándose, encarnándose. Es un espíritu que cobra for-

ma y se mueve al ritmo del Frente Nacional. Es, sobre todo,

el PUEBLO. Y ese pueblo homogéneo, sometido a la ley de la

gravedad de los partidos políticos que reposan sobre sus es-

paldas, debe sacudirse las formaciones caducas de encima,

para emprender su marcha. La existencia de una abstención

de más de una tercera parte de votantes, la suma de tres mi-

llones de votos de la izquierda trotskista, los más de cinco mi-

llones de votos de Le Pen, señalan hasta qué punto la des-

confianza ha alcanzado niveles preocupantes. El pueblo no

sólo se expresa en las urnas: mantiene sus derechos para la

discrepancia, para la circulación de opiniones, para las pre-

sentaciones de su constante existencia ciudadana. Pero so-

lamente las urnas deciden una representación.

Ese no es el discurso de quienes creen que su Autentici-

dad está muy por encima de los procedimientos de la demo-

cracia. Que su Verdad no tiene por qué argumentarse. Que la

corpulencia de su Fe no tiene por qué hallar razones. Pero

LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA 153

ese no es el vuelo de un ave joven, inexperta, que otea el ho-

rizonte y atraviesa la trama húmeda de la niebla. Es el vuelo

gallináceo de un ave envejecida, que mueve su rencor y su re-

celo en la pequeña estatura de su vuelo. No es el enérgico

trayecto de la edad más joven, sino un dulce pájaro de

senectud.

EN TORNO A EUROPA 154