Los recuerdos del porvenir

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Novela de Elena Garro, escritora mexicana.

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  • 2 Los reuuerdos = del porvenir

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  • Julia resume en su vida la paradoja de las mujeres de Elena Garro: es victima, prisionera de un hombre poderoso y, a la vez, detentora de un poder que, por magico y misterioso, aniquila toda forma de poder humano.

    FABIENNE BRADU

    Un realismo que anula el tiempo y el espacio, que salta de la 16gica al absurdo, de la vigilia a la ensofiaci6n yal suefio.

    EMMANUEL CARBALLO

    En su interpretacion del pasado reciente de Mexico, Elena Garro es aiin mas amargamente critica de la revoluci6n en conjunto, que contemporaneos suyos como Mojarro, Galindo, Fuentes, Rosario Castellanos yotros.

    JOSEPH SOMMERS

    En Elena Garro no hay ideolcgia; la historia aparece despojada de movimiento, la revoluci6n mexicana ysus secuelas abatidas como referencia hist6rica.

    CHRISTOPHER DOMiNGUEZ

    Una de las creaciones mas perfectas de la literatura hispanoamericana contemporanea,

    OCTAVIO PAZ

    40-425 -006I III 00 9 789682 70567~ ~I

  • ELENA GARRO naci6 en Puebla, estudio Letras Espanolas en la UNAM y uabaj6 como core6grafa con Julio Bracho. Se dio a conocer como dramaturga en 1957 con tres piezas: AndaTSe pot IIJS ramIJS, Los pilam de dona Blanca y Un hogar s6lido. En 1963 fue representada otra obra suya, La senora en su bak6n, y ese mismo ano public6 su primera novela, Los recuerdos del porvenir, que gan6 el premio Xavier Villaurtutia 1963. Posteriormente escribi6 dos obras de teatro, La dama bob (1964) y Felipe Angeles (1979). Es aurora de las siguientes novelas: Andamos huyendo Lola (1980), Testimonios sabre Mariana (Premio Grijalbo, 1981), Reencuentro de personajes (1982), La casa junto at no (1983), Y Matarazo no Ilam6 (1991), dellibro de cuentos La semana de colores (1964), y de Memorias de Espana 1937 (1992). Clasica de la literatura mexicana contemponnea y pionera del realismo magico, Los recuerdos del porvenir ha sido traducida a varios idiomas.

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    ELENA CARRO: LOS RECUERDOS DEL PORVENIR

    Los aiios y las generaciones han pa sado sobre eI pueblo de Ixt epec , qu e un dia decide recordarse y nos cuenta su historia. Cestos, voces, anhelos, desengaiios quedan intactos en el tiempo; sus pobladores son pe rsonajes sin futuro, recu e rd os de sf mismos, so lo vivientes en el proceso devastador de la memoria. En esc re troceder veloz ha cia la muerte que co ns tituye eI porvenir, la evocac ion de 10 oc urrido es fin almente irrcal: la verda dera rcalidad es 10 qu e no OCUlTio .

    Con un a rte maestro d e sus propios recursos, Elena Carro ha esc rito un a novela qu e co nfia su eficacia a dos elementos, poesia e imaginacion, raras veces empleados tan diest ramente en la nar rativa mexicana. Desprendido de la geografia 0 la cronica inmediata, Ixtepec evoca los d ias petrificados que eI estallido revolucionari o vino a romper y subs tituyo pOl' un o rden de te rr o r. En esc mar co vernos surgir EJ

    I una galeria extraordinaria de se res qu e cercan la co tragedia de amor y desam or del ge ne ra l Fran cisco I e Rosas. Mientras se urde eI juego de Ia muerte, o tros p son capaces de detencr un ticmpo que al Iluir

    muestra y esco nde aJulia y a Felipe Hurtado, fusila a Nicolas Moncada... Extraviado en 10 real, en 10 imposible, Francisco Rosas se hunde co mo en los pIan os de un espejo; Isabel permanece ente rrada co n su amor como recu erdo del porvenir mientras

    durcn los siglos . ~

  • joaquin Mortiz

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  • A J ose Antonio Garro

    Primera edici6n [Novelistas Contemponi neosi , noviembre de 1963

    Segunda edicion, Laurel, agosto de 1993 Elena Garro, 1963

    D.R. Editorial Joaquin Mortiz, S.A. de c.v. Grup o Editorial Planela

    Insurgentes Sur 1162-30. , Col. del Valle Deleg. Benito Juarez, 03100 , D. F.

    ISBN 968-27-0567 -3

    Ilustracion de la portada: Saul Villa Fotograffa de la autora: Rogelio Cuellar

  • A J ose A ntonio Garro

    Primera edicion [Novelisras Contemporaneosi , noviembre de 1963

    Segunda edicion, Laurel , agosto de 1993 e Elena Garro , 1963

    D.R. e Editorial Joaqufn Mortiz, S.A. de C.V. Grupo Editorial Planeta

    Insurgentes Sur 1162-30., Col. del Valle Dd eg. Benito Juarez, 03100, D. F.

    ISBN 968-27-0567-3

    Ilustracion de la portada : Saul Villa Fotograffa de la aurora: Rogelio Cuellar

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  • Recuerdo todavia los caballos cruzando alucinados mis calles y mis plazas, y los gritos aterrados de las mujeres llevadas en vilo por los jinetes. Cuando ellos desaparecieron y las llamas quedaron convertidas en cenizas, las jovenes hurafias empezaron a salir por los brocales de los pozos, palidas y enojadas por no haber participado en el desorden.

    Mi gente es morena de piel. Viste de manta blanca y calza huaraches. Se adorna con collares de oro 0 se ata al cuello un pafiuelito de seda rosa. Se mueve despacio, habla poco y contempla el cielo. En las tardes, al caer el sol, canta.

    Los sabados cl atrio de la iglesia, sembrado de almendros, se llena de compradores y mercaderes. Brillan al sol los refrescos pintados, las cintas de colores, las cuentas de oro y las telas rosas y azules. El aire se impregna de vapores de fritangas, de sacos de carbon oloroso todavia a madera, de bocas babeando alcohol y de majadas de burros. Por las noches estallan los cohetes y las rifias: rclucen los machetes junto a las pilas de maiz y los mecheros de petrolco. Los lunes, muy de manana, se retiran los ruidosos invasores dejandome algunos muertos que el Ayuntamiento recoge. Y esto pasa desde que yo tengo memoria.

    Mis calles principales convergen a una plaza sembrada de tamarindos. Una de elIas se alarga y desciende hasta perderse en la salida de Cocula; lejos del centro su empedrado se hace escaso; a medida que la calle se hunde, las casas crecen a sus costados sobre terraplenes de dos y tres metros de alto.

    En esta calle hay una casa grande, de piedra, con un corredor en forma de escuadra y un jardin lleno de plantas y de polvo. AlIi no corre el tiempo: el aire quedo inmovil dcspues de tantas Iagrimas. El dia que sacaron el cuerpo de la senora de Moncada, alguien que no recuerdo cerro el porton y despidio a los criados. Desde entonces las magnolias florecen sin nadie que las mire y las hierbas feroces

    cubren las losas del patio; hay arafias que dan largos paseos a traves de los cuadros y del piano. Hace ya mucho que murieron las palmas de sombra y que ninguna voz irrumpe en las arcadas del corredor. Los murcielaqos anidan en las guirnaldas doradas de los espejos, y "Rorna" y "Cartago", frente a frente, siguen cargados de frutos que se caen de maduros. Solo olvido y silencio. Y sin embargo en la memoria hay un jardin iluminado por el sol, radiante de pajaros, poblado de carreras, y de gritos. Una cocina humeante y tendida a la sombra morada de los jacarandaes, una mesa en la que desayunan los criados de los Moncada.

    El grito atraviesa la manana: -iTe sernbrare de sal! -Yo, en lugar de la senora, mandaria tirar esos arboles

    -opina Felix el mas viejo de la servidumbre. Nicolas Moncada, de pie en la rama mas alta de "Roma",

    observa a su hermana Isabel, a horcajadas en una horqueta de "Cartago", que se contempla las manos. La nina sabe que a "Roma" se le vence con silencio. -iDegollare a tus hijos! En "Cartago" hay trozos de cielo que se cuclan a traves

    de la enramada. Nicolas baja del arbol, se dirige a la cocina en busca de una hacha y vuelve corriendo al pic del arbol de su hermana. Isabel contempla la escena desde 10 alto y se descuelga sin prisa de rama en rama hasta llegar al suelo; luego mira con fijeza a Nicolas y este, sin saber que hacer, se queda con el arma en la mano. Juan, cl mas chico de los tres hermanos, rompe a llorar. -iNico, no la degiielles! Isabel se aparta despacio, cruza el jardin y desaparece. -Mama, ~has visto a Isabel? -iDcjala, es muy mala! -iDesaparecio! ... Tiene poderes. -Esta escondida, tonto. -No, mama, tiene poderes -repite Nicolas.

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  • Recuerdo todavia los caballos cruzando alucinados mis calles y mis plazas, y los gritos aterrados de las mujeres llevadas en vilo por los jinetes. Cuando ellos desaparecieron y las llamas quedaron convertidas en cenizas, las j6venes hurafias empezaron a salir por los brocales de los pozos, palidas y enojadas por no haber participado en el desorden.

    Mi gente es morena de piel. Viste de manta blanca y calza huaraches. Se adorna con collares de oro 0 se ata al cuello un pafiuelito de seda rosa. Se mueve despacio, habla poco y conternpla el cielo. En las tardes, al caer el sol, canta.

    Los sabados el atrio de la iglesia, sembrado de almendros, se llena de compradores y mercaderes. Brillan al sol los refrescos pintados, las cintas de colores, las cuentas de oro y las telas rosas y azules. EI aire se impregna de vapores de fritangas, de sacos de carb6n oloroso todavia a madera, de bocas babeando alcohol y de majadas de burros. Por las noches estallan los cohetes y las rifias: relucen los machetes junto a las pilas de maiz y los mecheros de petr6leo. Los lunes, muy de manana, se retiran los ruidosos invasores dejandome algunos muertos que el Ayuntamiento recoge. Y esto pasa desde que yo tengo memoria.

    Mis calles principales convergen a una plaza sembrada de tamarindos. Una de elIas se alarga y desciende hasta perderse en la salida de Cocula; lejos del centro su empedrado se hace escaso; a medida que la calle se hunde, las casas crecen a sus costados sobre terraplenes de dos y tres metros de alto.

    En esta calle hay una casa grande, de piedra, con un corredor en forma de escuadra y un jardin lleno de plantas y de polvo. Alli no corre el tiempo: el aire qued6 inm6vil despues de tantas lagrimas. EI dia que sacaron el cuerpo de la senora de Moncada, alguien que no recuerdo cerr6 el part6n y despidi6 a los criados. Desde entonces las magnolias florecen sin nadie que las mire y las hierbas feroces

    cubren las losas del patio; hay arafias que dan largos paseos a traves de los cuadros y del piano. Hace ya mucho que murieron las palmas de sombra y que ninguna voz irrumpe en las arcadas del corredor. Los murcielagos anidan en las guirnaldas doradas de los espejos, y "Roma" y "Cartago", frente a frente, siguen cargados de frutos que se caen de maduros. S610 olvido y silencio, Y sin embargo en la memoria hay unjardfn iluminado por el sol, radiante de pajaros, poblado de carreras, y de gritos. Una cocina humeante y tendida a la sombra morada de los jacarandaes, una mesa en la que desayunan los criados de los Moncada.

    EI grito atraviesa la manana: -iTe sernbrare de sal! -Yo, en lugar de la senora, mandarfa tirar esos arboles

    -opina Felix el mas viejo de la servidumbre. Nicolas Moncada, de pie en la rama mas alta de "Roma",

    observa a su hermana Isabel, a horcajadas en una horqueta de "Cartago", que se contempla las manos. La nina sabe que a "Roma" se le vence con silencio. -iDegollare a tus hijos! En "Cartago" hay trozos de cielo que se cuelan a traves

    de la enramada. Nicolas baja del arbol, se dirige a la cocina en busca de una hacha y vuelve corriendo al pie del arbol de su hermana. Isabel contempla la escena desde 10 alto y se descuelga sin prisa de rama en rama hasta llegar al suelo; luego mira con fijeza a Nicolas y este, sin saber que hacer, se queda con el arma en la mano.Juan, el mas chico de los tres hermanos, rompe a llorar. -iNico, no la deguellesl Isabel se aparta despacio, cruza el jardin y desaparece. -Mama, (has visto a Isabel? -iDejala, es muy mala! -iDesapareci6!. .. Tiene poderes. -Esta escondida, tonto. -No, mama, tiene poderes -repite Nicolas.

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  • Ya se que todo esto es anterior al general Francisco Rosas y al hecho que me entristece ahora del ante de esta piedra aparente. Y como la memoria contiene todos los tiempos y su orden es imprevisible, ahora estoy frente a la geometrfa de luces que invent6 a esta ilusoria colina como una premonici6n de mi nacimiento. Un punto luminoso determina un valle. Ese instante geometrico se une al momento de esta piedra y de la superposicion de espacios que forman el mundo imaginario, la memoria me devuelve intactos aquellos dias; y ahora Isabel esta otra vez ahi, bailando con su hermano Nicolas, en el corredor iluminado por linternas anaranjadas, girando sobre sus tacones, con los rizos en desorden y una sonrisa encandilada en los labios. Un coro de j6venes vestidas de claro los rodea. Su madre la mira con reproche. Los criados estan bebiendo alcohol en la cocina. -No van a acabar bien -sentencian las gentes sentadas

    alrededor del brasero. -ilsabel! ~Para quien bailas? iPareces una local

    II

    Cuando el general Francisco Rosas lleg6 a poner orden me vi invadido por el miedo y olvide el arte de las fiestas. Mis gentes no bailaron mas delante de aquellos militares extranjeros y taciturnos. Los quinques se apagaron a las diez de la noche y esta se volvi6 sombria y temible.

    EI general Francisco Rosas, jefe de la Guarnici6n de la Plaza, andaba triste. Se paseaba por mis calles golpeandose las botas federicas con un fuete, no daba a nadie el saludo y nos miraba sin afecto como 10 hacen los fuerenos. Era alto y violento. Su mirada amarilla acusaba a los tigres que 10 habitaban. Lo acompafiaba su segundo, el coronel Justo Corona, tambien sombrio, con un paliacate rojo atado al cuello y un sombrero tejano bien ladeado.

    Se dedan gente del Norte. Cada uno llevaba dos pistolas. Las del general tenfan sus nombres en letritas de oro rodeadas de aguilillas y palomas: Los ojos que le vieron y La Consenlida.

    Su presencia no nos era grata. Eran gobiernistas que habian entrado por la fuerza y por la fuerza permanedan. Formaba parte del mismo ejercito que me habia olvidado en este lugar sin lluvias y sin esperanzas. Por su culpa los zapatistas se habian ido a un lugar invisible para nuestros ojos y desde entonces esperabamos su aparici6n, su clamor de caballos, de tambores y de antorchas humeantes. En esos dias aiin creiamos en la noche sobresaltada de cantos y en el despertar gozoso del regreso. Esa noche luminosa permaneda intacta en el tiernpo, los militares nos la habian escamoteado, pero el gesto mas inocente 0 una palabra inesperada podia rescatarla. Por eso nosotros la aguardabamos en silencio. En la espera yo cstaba triste, vigilado de cerca por esos hombres taciturnos que surtian a los arboles de ahorcados. Habia miedo. EI paso del general nos produda temor. Los borrachos tambien andaban tristes y de cuando en cuando anunciaban su pena con un grito alargado y roto que retumbaba en la luz huidiza de la tarde. A oscuras su borrachera terminaba en muerte. Un circulo se cerraba sobre mi. Quiza la opresi6n se debiera al abandono en que me encontraba y a la extrafia sensaci6n de haber perdido mi destino. Me pesaban los dias y estaba inquieto y zozobrante esperando el milagro.

    Tambien el general, incapaz de dibujar sus dias, vivia fuera del tiempo, sin pasado y sin futuro, y para olvidar su presente enganoso organizaba serenatas aJulia, su querida, y deambulaba en la noche seguido de sus asistentes y de la Banda Militar. Yo call aba, detras de los balcones cerrados y el Gallo pasaba con su cauda de cantos y balazos. Temprano en la manana aparedan algunos colgados en los arboles de las trancas de Cocula. Los veiamos al pasar, haciendo como si no los vieramos, con su trozo de lengua

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  • Se decfan gente del Norte. Cada uno llevaba dos pistolas. Las del general tenian sus nombres en letritas de oro rodeadas de aguilillas y palomas: Los ojos que te vieron y La Consentida.

    Su presencia no nos era grata. Eran gobiernistas que habian entrado por la fuerza y por la fuerza permanecfan. Formaba parte del mismo ejercito que me habia olvidado en este lugar sin lluvias y sin esperanzas. Por su culpa los zapatistas se habian ido a un lugar invisible para nuestros ojos y desde entonces esperabamos su aparicion, su clamor de caballos, de tambores y de antorchas humeantes. En esos dias aun crefamos en la noche sobresaltada de cantos y en el despertar gozoso del regreso. Esa noche luminosa permanecfa intacta en el tiempo, los militares nos la habian escamoteado, pero el gesto mas inocente 0 una palabra inesperada podia rescatarla. Por eso nosotros la aguardabamos en silencio. En la espera yo estaba triste, vigilado de cerca por esos hombres taciturnos que surtian a los arboles de ahorcados. Habia miedo. El paso del general nos producfa temor. Los borrachos tambien andaban tristes y de cuando en cuando anunciaban su pena con un grito alargado y roto que retumbaba en la luz huidiza de la tarde. A oscuras su borrachera terminaba en muerte. Un cfrculo se cerraba sobre mf. Quiza la opresion se debiera al abandono en que me encontraba y a la extrana sensacion de haber perdido mi destino. Me pesaban los dias y estaba inquieto y zozobrame esperando el milagro.

    Tambien el general, incapaz de dibujar sus dias, vivia fuera del tiempo, sin pasado y sin futuro, y para olvidar su presente enganoso organizaba serenatas aJulia, su querida, y deambulaba en la noche seguido de sus asistentes y de la Banda Militar. Yo callaba, detras de los balcones cerrados y el Gallo pasaba con su cauda de cantos y balazos. Temprano en la manana aparecfan algunos colgados en los arboles de las trancas de Cocula. Los vefamos al pasar, haciendo como si no los vieramos, con su trozo de lengua

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  • al aire, la cab eza colgante y las piernas largas y flacas. Eran abigeos 0 rebeldes, segun decian los par tes militares. -Mas pecados paraJulia - se deda Dorotea cuando muy

    temprano pasaba cerca de las trancas de Cocula para ir a beber su vaso de leche al pie de la vaca. -iDios los tenga en su Santa Gloria! -agregaba mi rando

    a los ahorcados, descalzos y vestidos de manta, qu e paredan indiferentes a la piedad de Dorotea. "De los humildes sera el Reino de los Cielos " recordab a la viej a, y la Gloria rcsplandeciente de rayos de oro y nubes blanqufsimas aparecia ante sus ojos. Bastab a extender la mano para tocar ese morn ento int acto. Pcro Dorotea se guardaba de hace r el adernan: sabia que una fracci6n minima de tie mpo contenia al abismo enorme de sus pecados y la separaba del presente ete rno. Los indios colgados obededan a un o rden perfecto y es taban ya dentro del tiempo que ella nunca alcanzarfa . "Estan ahi por pobres." Vio sus palabras desprenderse de su lengua y llegar hasta los pi es de los ahorcados sin tocarlos. Su muerte nunca serfa como la de ellos. "No todos los hombres alcanzan la perfecci6n de morir; hay muertos y hay cadaveres, y yo sere un cadave r", se dijo con tri steza; el muerto era un yo descalzo, un acto puro que alcanza el orden de la Gloria; el cadaver vive alimentado por las herencias, las usuras, y las rentas. Dorotea no tenia a quien decirl e sus pen samientos, pues vivia sola en una casa medio en minas , detras de las tapias de la casa de dona Matilde. Sus pad res fueron los propietari os de las minas La Alhaja y La Encontrada, alla en Tetela. Cuando ellos murieron, Dorotea vend i6 su casa grande y compr6 la que hab ia sido de los Cortina y en ella vivi6 hasta el d ia de su muer te. Una vez sola en el mundo, se dedic6 a tej er puntill as para el altar, bordar ropones para el Nino J esus y encargar alhajas para la Virgen. "Es una alma de Dios", ded amos de ella . Cuando llegab an las fiestas, Dorotea y dona Matilde se encargaban de vest ir las imageries. Las dos muj eres encerradas en la iglesia cu rnplian su come

    tido co n reverencia. Don Roqu e, el sac ris tan, despues de bajar a los santos se alejaba respetuoso y las dejab a solas . -iQuerem os vcr a la Virge n desnuda! - g ri tab an Isab el

    y sus hermanos al entrar a la igIesia corriendo y por sorpresa. Las muj eres cubrian con rapidez las imageries.

    - iPor Dios, nifi os, estas cosas no las deb en ver sus ojos! - iVayan se de aquf! - suplicaba su tia Matilde. -iTia, por favor, s610 una vez! De buena gana Dorotea se hubiera reido de la cur iosi

    dad y la carrera de los ni fios, ll.astima que re irse hubier a sido un sac r ilegio !

    - Vengan a mi casa; les voy a conta r un cuento y veran por que los curiosos viven poco - prometfa Dorotea.

    La amistad de la vieja con los Moncada duro siempre. Los nifi os le limpiab an el jard in, le bajaban los panales de abeja y le co rtaban las gufas de las buganvili as y las flores de las magnolias, pues Dorotea, cuando el dinero se acab6, sus t ituy6 el oro por las fl ores y se dedico a teje r guirnaldas para engalanar los alta res . En los dias a que ahora me refiero , Doro tea era ya tan vieja qu e se olvidaba de 10 qu e dej aba en la lumbre y sus tacos tenian gus to a qu emado. Cuando Isabel , Nicolas y Juan llegaban a visitarla, le gritaban:

    - iHuele a quemado! -~Ah ? Desde que los zapatistas me quem aron la casa se

    me queman los frijoles.. . -respondfa ella, sin levant arse de su sillita baj a.

    - Pero tu eres zapatista - Ie decian los j 6venes riendo. - Eran muy pobres y nosot ro s les escond famos la corni

    da y el dinero. Por eso Dios nos mand6 a Rosas , para que los echaramos de menos. Hay que ser pobre para entender al pobre -ded a sin levantar la vista de sus fl ores.

    Los muchachos se acercaban a besarl a y ella los mirab a con asombro, como si de dia en dia cambiaran tanto que Ie fuera imposible reconocerlos. -iC6mo crecen! iVa vayan entrando en orden ! iNo se

    c1ejen llevar por el rab o del demonio!

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    al aire, la cabeza colgante y las piernas largas y flacas. Eran abigeos 0 rebeldes, segun decian los partes militares. -Mas pecados paraJulia -se decia Dorotea cuando muy

    temprano pasaba cerca de las trancas de Cocula para ir a beber su vaso de leche al pie de la vaca . -iDios los tenga en su Santa Gloria! -agregaba mirando

    a los ahorcados, descalzos y vestidos de manta, que paredan indiferentes a la piedad de Dorotea. "De los humildes sera eI Reino de los Cielos" recordaba la vieja, y la Gloria resplandeciente de rayos de oro y nubes blanquisimas apareda ante sus ojos. Bastaba extender la mano para tocar ese momento intacto. Pero Dorotea se guardaba de hacer el ademan; sabia que una fracci6n minima de tiempo contenia al abismo enorme de sus pecados y la separaba del presente eterno. Los indios colgados obedecian a un orden perfecto y estaban ya dentro del tiempo que ella nunca alcanzaria. "Estan ahi por pobres." Vio sus palabras desprenderse de su lengua y lIegar hasta los pies de los ahorcados sin tocarlos. Su muerte nunca seria como la de ellos. "No todos los hombres alcanzan la perfecci6n de morir; hay muertos y hay cadaveres, y yo sere un cadaver", se dijo con tristeza; el muerto era un yo descalzo, un acto puro que alcanza eI orden de la Gloria; eI cadaver vive alimentado por las herencias, las usuras, y las rentas. Dorotea no tenia a quien decirle sus pensamientos, pues vivia sola en una casa medio en ruinas, detras de las tapias de la casa de dona Matilde. Sus padres fueron los propietarios de las minas La Alhaja y La Encontrada, alia en Tetela. Cuando ellos murieron, Dorotea vendi6 su casa grande y compr6 la que habfa sido de los Cortina y en ella vivio hasta eI dia de su muerte. Una vez sola en eI mundo, se dedic6 a tejer puntillas para el altar, bordar ropones para eI Nino Jesus y encargar alhajas para la Virgen. "Es una alma de Dios", deciamos de ella. Cuando lIegaban las fiestas, Dorotea y dona Matilde se encargaban de vestir las imageries. Las dos mujeres encerradas en la iglesia cumplian su come

    tido con reverencia. Don Roque, el sacristan, despues de bajar a los santos se alejaba respetuoso y las dejaba solas. -iQueremos ver a la Virgen desnuda! -gritaban Isabel

    y sus hermanos al entrar a la iglesia corriendo y por sorpresa. Las mujeres cubrian con rapidez las imageries. -iPor Dios, nifios, estas cosas no las deben ver sus ojos! -iVayanse de aqui! -suplicaba su tfa Matilde. -iTia, por favor, s610 una vez! De buena gana Dorotea se hubiera reido de la curiosi

    dad y la carrera de los nifios. il.astima que reirse hubiera sido un sacrilegio! -Vengan ami casa; les voy a contar un cuento y veran

    por que los curiosos viven poco -prometia Dorotea. La amistad de la vieja con los Moncada dur6 siempre.

    Los nifios Ie limpiaban eIjardin, Ie bajaban los panales de abeja y Ie cortaban las guias de las buganvilias y las flores de las magnolias, pues Dorotea, cuando eI dinero se acab6, sustituy6 eI oro por las flores y se dedic6 a tejer guirnaldas para engalanar los altares. En los dias a que ahora me refiero, Dorotea era ya tan vieja que se olvidaba de 10que dejaba en la lumbre y sus tacos tenian gusto a quemado. Cuando Isabel, Nicolas yJuan lIegaban a visitarla, Ie gritaban: -iHuele a quemado!

    -~Ah? Desde que los zapatistas me quemaron la casa se me queman los frijoles ... -respondia ella, sin levantarse de su sillita baja. -Pero tu eres zapatista -Ie dedan los j6venes riendo. -Eran muy pobres y nosotros les escondfamos la comi

    da y eI dinero. Por eso Dios nos mand6 a Rosas, para que los echaramos de menos. Hay que ser pobre para entender al pobre -deda sin levantar la vista de sus f'lores.

    Los muchachos se acercaban a besarla y ella los miraba con asombro, como si de dia en dia cambiaran tanto que Ie fuera imposible reconocerlos. -iC6mo crecen! iYa vayan entrando en orden! iNo se

    dejen lIevar por el rabo del demonio! 16 17

  • Los j6venes se reian mostrando sus dientes parejos y blancos. -Doro, ~me dejas ver tu cuarto? -pedia Isabel. La {mica habitaci6n que ocupaba Dorotea tenia las pa

    redes tapizadas de abanicos que habian pertenecido a su madre. Habia tambien imagenes santas y un olor a pabi10 y a cera quemada. A Isabel le asombraba aquel cuarto siempre recogido en la penumbra. Le gustaba contemplar los abanicos con sus paisajes menudos iluminados por la luna, las terrazas oscuras en las que parejas desvanecidas y minusculas se besaban. Eran imagenes de un amor irreal, minucioso y pequeiilsimo, encerrado en aquellas prendas guardadas en la oscuridad. Permaneda largo rato mirando esas escenas intrincadas e invariables a traves de los afios. Los demas cuartos eran muros negros por los que pasaban gatos furtivos y entraban las guias de los mantos azules.

    -iNicolas, cuando yo sea muy vieja tendre un cuarto asi!

    -iCallate, muchacha, tu no estas hecha para quedarte sola... !Ya sabes que cuando te cases te llevas los abanicos que mas te gusten.

    Nicolas se ensombreda, el pelo negro y los ojos se le enturbiaban.

    -~Te vas a casar, Isabel? Apoyado en un pilar del corredor, Nicolas vela salir a

    Isabel del cuarto de Dorotea con el rostro transfigurado, perdida en un mundo desconocido para el, Lo traicionaba, 10dejaba solo, rompia ellazo que los unia desde nifios. Y el sabia que tenian que ser los dos: huirian de Ixtepec; los esperaban los caminos con su aureola de polvo reluciente, el campo tendido para ganar la batalla... ~Cual? Los dos debian descubrirla para que no se les fuera por alguna grieta. Despues se encontrarian con los heroes que los llamaban desde un mundo glorioso de darines. Ello s, los Moncada, no morirfan en su cama, en el sudor de unas

    sabanas humedas, pegandose a la vida como sanguijuelas. El damor de la calle los llamaba. EI estruendo lejano de la Revoluci6n estaba tan cerca de ellos que bastaba abrir la puerta de su casa para entrar en los dias sobresaltados de unos afios antes. -Prefiero morir en mitad de la calle 0 en un pleito de

    cantina -dijo Nicolas con rencor. -Siempre estas hablando de tu muerte, muchacho -res

    pondi6 Dorotea. Nicolas ocupado en mirar a su hermana, no contest6.

    Era verdad que habia cambiado; sus palabras no le hicieran ningun efecto. Isabel pensaba irse, pera no con el,

    "~C6mo sera su marido?", se pregunt6 asustado. Isabel pensaba 10 mismo. -Nico, ~crees que en este momento ya naci6? -iNo seas cstupida l -exdam6. Su hermana 10 irritaba. -En este momento debe estar en algun lugar, respondi6

    ella sin inmutarse. Y se fue a buscarlo a lugares desconocidos y encontr6 a una figura que la ensombreci6 y que pas6 junto a ella sin mirarla. -No, no creo que yo me case.. . -No se imaginen cosas que no existen, que no van a

    acabar bien -les recomend6 la vieja cuando los j6venes se disponian a irse. -Dora, 10 unico que hay que imaginar es 10 que no

    cxiste -Ie contest6 Isabel desde cl zaguan, ~Que quieres decir con esa tonteria? -Que hay que imaginar a los angeles -grit6 la joven

    y bes6 a la vieja que se qued6 pensativa en su puerta, mirando como se alejaban, en la calle empedrada, los tres ultimos amigos que le quedaban en el mundo.

    III

    - No se que hacer con ustedes. . .

    18 19

  • I .os j o vcncs sc rcian m ost rand o sus clicntcs parc.Jos Y h lanco s.

    - Do ro , cll1e d ej as vcr tu cuar to? -pedia Isab el. La uni ca habitacion que o cu paha Dorot ea tenia la s pa

    rc dcs tapi zada s d e ahan icos que habfan pcrtcnccido a su madre. Habia t amb icn im.igcncs sa n tas y un o lor a pab i10 y a cer a qucrn ada . 1\ Isabel lc a somb raba aqucl cua r to sicmprc rccogido en la penumbra. Le g us taha co ntem p la r lo s ahani cos co n sus paisajcs mcnudos iluminaclo s pOI la luna , !a s tc rrazas oscu ras e n la s q ue parcjas d csvanccidas y mimisculas sc bcs aban . Eran im .igcncs d e 1111 amor ir rcal , minucioso y pcquc fiisim o, c nc crrad o e n aqucllas p rcncla s g lla rdadas e n Ia oscu ridad . Pcrruanccia largo r.uo m irand o csas csccnas inuincadas c in va r iab le s a I raves d e lo s a i-lOS . Los dennis cu.ui os c ran muros ncg ros pOI' lo s que pnsabau g a lo s 1"111'1 ivos y c ut rabun la s g ufas d e lo s m.uu os .izu lcs.

    - iN ico !'ls, CII;IlHlo yo sea lIlu y vic ja tcudrc Ull cua rt o axi!

    - ic! rln d c cI zag ll;'lil. -(Que q\l ic l'cs d ccil' COil e sa to nl c rla? - (Lu e !Jay la jo\'cn

    y b es{l a la \' i,:j" (Ille sc q Ul'

  • Don Martin Moncada interrumpio su lectura y miro perplejo a sus hijos. Sus palabras cayeron en el despacho a esa hora apacible y se perdieron sin eco por los rincones. Los jovenes, inclinados sobre el tablero de un juego de damas, no se movieron. Hada ya tiempo que su padre repetia la misma frase. Los drculos de luz repartidos en la habitacion continuaron intactos. De cuando en cuando el ruido leve de una dama corriendo en el tablero abria y cerraba una puerta minuscula por la que huia vencida. Dona Ana dejo caer su libro, subio con delicadeza la mecha del quinque y exclamo en respuesta a las palabras de su marido: -iEs diffcil tener hijos! Son otras personas... En el tablero blanco y negro Nicolas movie una pieza,

    Isabel se incline a estudiar el juego y Juan chasqueo la lengua varias veces para conjurar un pleito entre los dos mayores. El reloj martilleaba los segundos des de su caja de caoba. -Cuanto ruido haces en la noche -Ie dijo don Martin,

    mirandolo con severidad y amenazandolo con el dedo in-dice. -Son las nueve -respondio Felix desde su rincon; obe

    deciendo a una vieja costumbre de la casa, se levanto de su escabel, se dirigio al reloj, abri6 la puertecilla de vidrio y despreridio el pendulo. El reloj qued6 mudo. Felix coloco la pieza de bronce sobre el escritorio de su amo y volvio a ocupar su sitio,

    _ Ya por hoy no nos vas a corretear -coment6 Martin mirando las manecillas inmoviles sobre la caratula de porcelana blanca.

    Sin el tictac, la habitaci6n y sus ocupantes entraron en un tiempo nuevo y melancolico donde los gestos y las voces se movian en el pasado. Dona Ana, su marido, los j6venes y Felix se convirtieron en recuerdos de ellos mismos, sin futuro, perdidos en una luz amarilla e individual que los separaba de la realidad para volverlos s610 personajes de la memoria. Asi los veo ahora, cada uno inclinado sobre

    20

    su circulo de luz, atareados en el olvido, fuera de ellos mismos y de la pesadumbre que por las noches cafa sobre mi cuando las casas cerraban sus persianas. -iEl porvenir! iEl porvenir. .. ! 2Que es el porvenir?

    -exclamo Martin Moncada con impaciencia. Felix movi6 la cabeza, y su mujer y sus hijos guardaron

    silencio. Cuando pensaba en el porvenir una avalancha de dias apretujados los unos contra los otros se le venia encirna y se venia encima de su casa y de sus hijos. Para el los dias no contaban de la misma manera que contaban para los dernas. Nunca se deda: "el lunes hare tal cosa" porque entre ese lunes y el, habia una multitud de recuerdos no vividos que 10 separaba de la necesidad de hacer "tal cosa ese lunes". Luchaba entre varias memorias y la memoria de 10 sucedido era la unica irreal para el, De nino pasaba largas horas recordando 10 que no habia visto ni ofdo nunca. Lo sorprendia mucho mas la presencia de una buganvilia en el patio de su casa gue el oir que existian unos pafses cubiertos por la nieve. El recordaba la nieve como una forma del silencio. Sentado al pie de la buganvilia se sentia posefdo pur un misterio blanco, tan cierto para sus ojos oscuros como el cielo de su casa. -2En que piensa, Martin? -Ie pregunt6 su madre, sor

    prendida ante su actitud concentrada. -Me acuerdo de la nieve -contest6 el desde la memoria

    de sus cinco afios. A medida que creci6, su memoria reflej6 sombras y colores del pasado no vivido que se confundieron con imagenes y actos del futuro, y Martin Moncada vivio siempre entre esas dos luces que en el se volvieron una sola. Esa manana su madre se ech6 a reir sin consideracion para aquellos recuerdos suyos que se abrian paso muy adentro de el mismo, mientras contemplaba incredulola violencia de la buganvilia. Habia olores ignorados en Ixtepec que solo el percibia. Si las criadas encendian la lumbre en la cocina, el olor del ocote quemado abrfa en sus otros recuerdos, unas visiones de pinos y el olor

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  • Don Martin Moncada interrumpi6 su lectura y mir6 perplejo a sus hijos. Sus palabras cayeron en el despacho a esa hora apacible y se perdieron sin eco por los rincones. Los j6venes, inclinados sobre el tablero de un juego de damas, no se movieron. Hacia ya tiempo que su padre repetfa la misma frase. Los cfrculos de luz repartidos en la habitaci6n continuaron intactos. De cuando en cuando el ruido leve de una dama corriendo en el tablero abria y cerraba una puerta minuscula por la que huia vencida. Dona Ana dej6 caer su libro, subi6 con delicadeza la mecha del quinque y exclam6 en respuesta a las palabras de su marido: -iEs diffcil tener hijos! Son otras personas... En el tablero blanco y negro Nicolas movi6 una pieza,

    Isabel se inclin6 a estudiar el juego y Juan chasque6 la lengua varias veces para conjurar un pleito entre los dos mayores. El reloj martilleaba los segundos desde su caja de caoba. -Cuanto ruido haces en la noche -Ie dijo don Martin,

    mirandolo con severidad y amenazandolo con el dedo in-dice. -Son las nueve -respondi6 Felix desde su rinc6n; obe

    deciendo a una vieja costumbre de la casa, se levant6 de su escabel, se dirigi6 al reloj, abri6 la puertecilla de vidrio y desprendi6 el pendulo. El reloj qued6 mudo. Felix coloc6 la pieza de bronce sobre el escritorio de su amo y volvi6 a ocupar su sitio. -Va por hoy no nos vas a corretear -coment6 Martin

    mirando las manecillas inm6viles sobre la caratula de porcelana blanca.

    Sin el tictac, la habitaci6n y sus ocupantes entraron en un tiempo nuevo y melanc6lico donde los gestos y las voces se movian en el pasado. Dona Ana, su marido, los j6venes y Felix se convirtieron en recuerdos de ellos mismos, sin futuro, perdidos en una luz amarilla e individual que los separaba de la realidad para volverlos s610 personajes de la memoria. Asi los yeo ahora, cada uno inclinado sobre

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    su circulo de luz, atareados en el olvido, fuera de ellos mismos y de la pesadumbre que por las naches caia sobre mi cuando las casas cerraban sus persianas. -iEI porvenir! iEI porvenir. .. ! ~Que es el porvenir?

    -exclam6 Martin Moncada con impaciencia. Felix movi6 la cabeza, y su mujer y sus hijos guardaron

    silencio. Cuando pensaba en el porvenir una avalancha de dias apretujados los unos contra los otros se le venia encirna y se venia encima de su casa y de sus hijos. Para el los dias no contaban de la misma manera que contaban para los dernas. Nunca se decia: "el lunes hare tal cosa" porque entre ese lunes y el, habia una multitud de recuerdos no vividos que 10 separaba de la necesidad de hacer "tal cosa ese lunes". Luchaba entre varias memorias y la memoria de 10 sucedido era la unica irreal para el. De nino pasaba largas horas recordando 10 que no habia visto ni ofdo nunca. Lo sorprendia mucho mas la presencia de una buganvilia en el patio de su casa gue el oir que existfan unos paises cubiertos por la nieve. El recordaba la nieve como una forma del silencio. Sentado al pie de la buganvilia se sentia poseido por un misterio blanco, tan cierto para sus ojos oscuros como el cielo de su casa. -2En que piensa, Martin? -Ie pregunt6 su madre, sor

    prendida ante su actitud concentrada. -Me acuerdo de la nieve -contest6 el desde la memoria

    de sus cinco afios, A medida que crecio, su memoria reflej6 sombras y colores del pasado no vivido que se confundieron con imageries y actos del futuro, y Martin Moncada vivi6 siempre entre esas dos luces que en el se volvieron una sola. Esa manana su madre se ech6 a reir sin consideraci6n para aquellos recuerdos suyos que se abrian paso muy adentro de el mismo, mientras contemplaba incredulola violencia de la buganvilia. Habia olores ignorados en Ixtepec que s610 el percibia. Si las criadas encendian la lumbre en la cocina, el olor del ocote quemado abrfa en sus otros recuerdos, unas visiones de pinos y el olor

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  • de un viento frio y resinoso subia por su cuerpo hasta hacerse consciente en su memoria. Sorprendido miraba a su alrededor y se encontraba cerca del brasero caliente respirando un aire cargado de olores pantanosos que lIegaban del jardfn. Y la impresi6n extrafia de no saber d6nde se encontraba, de hallarse en un lugar hostil, Ie hada desconocer las voces y las caras de sus nanas. La buganvilia que lIameaba a traves de la puerta abierta de la cocina Ie produda espanto y se ponia a llorar al sentirse extraviado en un paraje desconocido. "iNo llores, Martin, no llores!", Ie apuraban las criadas acercando a su rostro sus trenzas oscuras. Y el, mas solo que nunca entre aquellas caras extrafias, lloraba con mas desconsuelo. "iQuien sabe que tiene!", decian las criadas volviendole la espalda. Yel poco a poco se reconoda en Martin, sentado en una silla de tule y esperando el desayuno en la cocina de su casa.

    Despues de la cena, cuando Felix detenfa los relojes, corrfa con libertad a su memoria no vivida. El calendario tambien 10 encarcelaba en un tiempo anecd6tico y 10 privaba del otro tiempo que vivia dentro de el. En ese tiempo un lunes era todos los lunes, las palabras se volvian magicas, las gentes se desdoblaban en personajes incorp6reos y los paisajes se transmutaban en colores. Le gustaban los dias festivos. La gente deambulaba por la plaza hechizada por el recuerdo olvidado de la fiesta; de ese olvido provenia la tristeza de esos dias. "Algun dia recordaremos, recordaremos", se deda con la seguridad de que el origen de la fiesta, como todos los gestos del hombre, existia intacto en el tiempo y que bastaba un esfuerzo, un querer ver, para leer en el tiempo la historia del tiempo. -Hoy fui aver al doctor Arrieta y Ie hable de los mu

    chachos -oy6 decir a Felix. -~AI doctor? -pregunt6 Martin Moncada. ~Que serfa

    de el sin Felix? Felix era su memoria de todos los dias. "~Que vamos a hacer hoy?" "mn que pagina me quede anoche?" "mn que fecha muri6 Justina?" Felix recorda

    22

    ba todo 10 que el olvidaba y contestaba sin equivocarse a sus preguntas. Era su segundo yo y la {mica persona ante la cual no se sentia extrafio ni Ie resultaba extrana. Sus padres habian sido personajes enigrnaticos. Le parecia increfble, no que hubieran muerto, sino que hubieran nacido en una fecha tan cercana a la fecha de su propio nacimiento, y sin embargo mas remota en su memoria que el nacimiento de Ciro 0 de Cleopatra. Era asombroso que no hubieran estado siempre en el mundo. De pequefio, cuando Ie leyeron la Historia Sagrada y 10 enfrentaron a Moises, a Isaac y al Mar Rojo, le pareci6 que s610 sus padres eran comparables al misterio de los Profetas. A esa sensaci6n de antiguedad debia el respeto que habfa sentido por ellos. De muy pequefio, cuando su padre 10sentaba en sus rodillas, 10 inquietaba ofr los latidos de su coraz6n, y el recuerdo de una tristeza infinita, la memoria tenaz de la fragilidad del hombre, aun antes de que Ie hubieran contado la muerte, 10 dejaba transido de pena, sin habla. -Di algo, no seas tontito -Ie pedfan. Y el no encontraba

    la palabra desconocida que dijera su profunda desdicha. La compasi6n aboli6 al tiempo remoto que eran sus padres, 10volvi6 cuidadoso con sus semejantes y Ie quito la ultima posibilidad de eficacia. Por eso estaba arruinado. Sus diversos trabajos apenas Ie daban losuficiente para vivir. -Le explique el estado de nuestras cuentas y estuvo

    muy de acuerdo en emplear a los muchachos en sus minas -concluy6 Felix.

    Los quinques parpadearon y soltaron un humo negro. Habia que renovarles el petr6leo. Los j6venes guardaron el tablero de damas. -No te preocupes, papa, nosotros nos vamos a ir de

    Ixtepec -dijo Nicolas sonriente. -Asi se sabra si son tigres con dientes 0 sin dientes, pues

    corderos hay muy pocos -respondi6 Felix desde su rincon. -A mi me gustaria que Isabel se casara -intervino la

    madre.

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  • de un viento frio y resinoso subia por su cuerpo hasta hacerse consciente en su memoria. Sorprendido miraba a su alrededor y se encontraba cerca del brasero caliente respirando un aire cargado de olores pantanosos que lIegaban del jardin. Y la impresion extrafia de no saber donde se encontraba, de hallarse en un lugar hostiI, Ie hacia desconocer las voces y las caras de sus nanas. La buganvilia que lIameaba a traves de la puerta abierta de la cocina Ie producia espanto y se ponia a lIorar al sentirse extraviado en un paraje desconocido. "iNo lIores, Martin, no lIores!", Ie apuraban las criadas acercando a su rostro sus trenzas oscuras. Y el, mas solo que nunca entre aquellas caras extrafias, lIoraba con mas desconsuelo. "iQuien sabe que tiene! ", decian las criadas volviendole la espalda. Yel poco a poco se reconocia en Martin, sentado en una siIIa de tule y esperando el desayuno en la cocina de su casa.

    Despues de la cena, cuando Felix detenia los relojes, corria con libertad a su memoria no vivida. EI calendario tambien 10 encarcelaba en un tiempo anecdotico y 10privaba del otro tiempo que vivia dentro de el, En ese tiempo un Junes era todos los lunes, las palabras se volvian magicas, las gentes se desdoblaban en personajes incorporeos y los paisajes se transmutaban en colores. Le gustaban los dias festivos. La gente deambulaba por la plaza hechizada por el recuerdo olvidado de la fiesta; de ese olvido provenia la tristeza de esos dias, "Algun dia recordaremos, recordaremos", se decia con la seguridad de que el origen de la fiesta, como todos los gestos del hombre, existia intacto en el tiempo y que bastaba un esfuerzo, un querer ver, para leer en el tiempo la historia del tiempo. -Hoy fui aver al doctor Arrieta y Ie hable de los mu

    chachos -oyo decir a Felix. ~AI doctor? -pregunto Martin Moncada. 2Que seria

    de el sin Felix? Felix era su memoria de todos los dias. "2Que vamos a hacer hoy?" "mn que pagina me quede anoche?" "mn que fecha murio Justina?" Felix recorda

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    ba todo 10 que el olvidaba y contestaba sin equivocarse a sus preguntas. Era su segundo yo y la (mica persona ante la cual no se sentia extrafio ni Ie resuItaba extrafia. Sus padres habian sido personajes enigmaticos, Le parecia increible, no que hubieran muerto, sino que hubieran nacido en una fecha tan cercana a la fecha de su propio nacimiento, y sin embargo mas remota en su memoria que el nacimiento de Ciro 0 de Cleopatra. Era asombroso que no hubieran estado siempre en el mundo. De pequefio, cuando Ie leyeron la Historia Sagrada y 10 enfrentaron a Moises, a Isaac y al Mar Rojo, Ie parecio que solo sus padres eran comparables al misterio de los Profetas. A esa sensacion de antiguedad debia el respeto que habia sentido por ellos. De muy pequefio, cuando su padre 10 sentaba en sus rodiIIas, 10 inquietaba oir los latidos de su corazon, y el recuerdo de una tristeza infinita, la memoria tenaz de la fragilidad del hombre, aun antes de que le hubieran contado la muerte, 10 dejaba transido de pena, sin habla. -Di algo, no seas tontito -Ie pedian. Y el no encontraba

    la palabra desconocida que dijera su profunda desdicha. La compasion abolio al tiempo remoto que eran sus padres, 10volvio cuidadoso con sus semejantes y Ie quito la ultima posibilidad de eficacia. Por eso estaba arruinado. Sus diversos trabajos apenas Ie daban losuficiente para vivir. -Le explique el estado de nuestras cuentas y estuvo

    muy de acuerdo en emplear a los muchachos en sus minas -concluyo Felix.

    Los quinques parpadearon y soItaron un humo negro. Habia que renovarles el petroleo. Los jovenes guardaron el tablero de damas. -No te preocupes, papa, nosotros nos vamos a ir de

    Ixtepec -dijo Nicolas sonriente. -Asi se sabra si son tigres con dientes 0 sin dientes, pues

    corderos hay muy pocos -respondio Felix desde su rincon. -A mf me gustaria que Isabel se casara -intervino la

    madre.

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  • -No me voy a casar -contesto la hija. A Isabelle disgustaba que establecieran diferencias en

    tre ella y sus hermanos. Le humillaba la idea de que cl unico futuro para las mujeres fuera el matrimonio. Hablar del matrimonio como de una solucion la dejaba reducida a una mercancia a la que habia que dar salida a cualquier precio.

    -Si la nina se va y ellos se quedan, esta casa no sera la misma casa. Es mejor que se vayan los tres, como dijo el nino Nicolas -aseguro Felix, pues a el le disgustaba la idea de que la nina Isabel se fuera con un desconocido.

    Todavia oigo las palabras de Felix girar entre los muros del salon, rondando unos oidos que ya no existen y repitiendose en el tiempo solo para mi.

    -No se, no se que voya hacer con ustedes -repitio Martin Moncada.

    -Estamos cansados -aclaro Felix y desaparccio para volver al cabo de unos minutos con una bandeja en la que reposaban seis vasos y una jarra de agua de tamarindo. Los jovenes bebieron de prisa su refresco. A esa hora cl calor bajaba un poco y el perfume del huele de noche y de los jazmines inundaba de tibiezas la casa.

    - Pucde ser bueno para los muchachos -anadio Felix cuando rccogio los vasos vados. Don Martin agradecio sus palabras con una mirada.

    Mas tarde en su cama 10 asalto una duda: ty si enviar a sus hijos a las minas significaba violentar su voluntad? "iDios dira! iDios diral", se repitio inquieto. No podia dormir: habia presencias extrafias en torno a su casa, como si un maleficio lanzado contra el y su familia desde hacia muchos siglos hubiera empezado a tomar forma aquclla noche. Quiso recordar el dafio que rondaba a sus hijos y solo consiguio el terror que 10 invadia cada Viernes Santo. Intento rezar y se encontro solo e impotente para conjurar las tinicblas que 10 amenazaban.

    24

    IV

    Recuerdo la partida de Juan y Nicolas para las minas de Tetela. Un mes entero duraron los preparativos. Blandina, la costurera, llego una manana provista de sus lentes y su cesto de costura. Su cara morena y su cuerpo pcqueno reflexionaron unos momentos antes de entrar en cl cuarto de costura.

    -No me gustan las paredes; necesito ver hojas para recordar cl corte -aseguro con gravedad y se rehuso a entrar.

    Felix y Rutilio sacaron la maquina Singer y la mesa de trabajo al corredor. .

    -tAqui esta bien, dona Blandina? La costurera se sento con parsimonia ante la maquina,

    se ajusto los lentes, se incline e hizo como si trabajara; luego levanto la vista consternada.

    -iNo, no, no! Vamos alia, frente a los tulipanes... iEstos helechos son muy intrigantes... !

    Los criados colocaron la maquina de coser y la mesa frente a los macizos de tulipanes. Blandina movie la cabeza.

    -iMuy vistosos! iMuy vistosos! -dijo con disgusto. Felix y Rutilio se impacientaron con la mujer. -Si no les molesta prefiero estar frente a las magnolias

    -dijo con suavidad y avanzo con su trote menudo hacia los arboles, pero una vez frente a ellos exclamo desalentada:

    -Son muy solemnes y me dejan triste. La manana paso sin que Blandina encontrara el lugar

    apropiado para su trabajo. A mediodia se sento a la mesa meditando con gravedad sobre su problema. Comic sin ver 10 que le servian, abstraida e inrnovil como un idolo. Felix le cambiaba los platos.

    -iNo me mire asi, don Felix! ll'ongase en mi triste lugar, meter tijeras a telas caras, rodeada de paredes y de muebles ingratos... ! iNo me hallo!

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  • - No me voy a casar - contesto la hija. A Isab elle d isgustaba que establecie ran diferencias en

    tre ella y sus hermanos. Le humillab a la idea d e que el unico futuro para las muj eres fuera el matrimonio. Hablar del matrimonio como de una solucion la dejaba re duci da a una mcrcancia a la que habia que dar salida a cualquier preci o.

    -Si la ni na se va y ellos se quedan, esta casa no sera la mism a casa. Es mej or que se vayan los tres, como dij o el ni no Nicolas - aseguro Felix, pues a el le di sgustab a la idea de que la nina Isab el se fuera con un desconocido.

    Todavia oigo las palabras de Felix girar entre los muros del sa lon, ro ndando unos oidos que ya no existen y rcpitiendose en el tiempo solo para mi.

    -No se, no se que voy a hacer con ustedes -repitio Martin Moncada.

    -Estamos cansados - aclaro Felix y desap arecio para volver al cabo de unos minutos co n una bandeja en la que re posaban seis vasos y una jarra de agua d e tamarindo. Los j ovcnes bebi eron de prisa su refresco. A esa hora el ca lor bajab a un poco y el perfume del huele de noche y de los j azmines inundab a de tibiezas la casa.

    - Puede ser bue no para los muchachos - anadio Felix w ando rccogio los vasos vacio s. Don Martin agradccio sus palabras co n una mirada.

    Mas tarde en su cama 10 asalto una duda: (y si env iar a sus hijos a las minas significaba violentar su voluntad? "iDios di ra! iDios dira!", se repitio inquieto. No podia dormi r: hab ia presencias extrafias en torno a su casa, como si un maleficio lan zado co ntra el y su familia desde had a much os siglos hubiera empezado a tomar forma aquella noche. Quiso recordar el dafio que rondaba a sus hijos y solo co nsigu io el terro r que 10invadia cada Viernes Santo. Intcnto rezar y se cncontro solo e impotente para conj urar las tiniebl as qu e 10 amenazaban.

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    IV

    Recuerdo la partida de Juan y Nic olas para las minas de Tetela. Un mes en tero duraron los preparativos. Blandina, la co sture ra, llego una manana provista de sus lentes y su cesto de costura. Su cara morena y su cue rpo pequefio re fl exionaron unos momentos antes de entrar en el cuar to de cos tura.

    -No me gusta n las paredes; necesito ver hojas para reco rdar el co r te - aseguro co n gravedad y se rehuso a entr ar.

    Felix y Rutilio sacaron la maquina Singer y la mesa de tr ab ajo al co r redor. .

    - (Aqui cs ta bien, dona Blandina? La costure ra sc scnto con parsim onia ante la maquina,

    se aj usto los lentes, se in clin e e hi zo como si tr ab ajara; luego levanto la vista cons ternada.

    -iNo, no, no! Vamos alla, frente a los tulipanes. .. iEsto s helechos son muy intrigantes. . . !

    Los criados colocaron la maquina de coser y la mesa fre nte a los macizos de tulipanes. Blandina movie la cabeza.

    -iMuy vistosos! iMuy vistosos! -dijo co n di sgusto. Felix y Ru tilio se impacientaron co n la muj er. -Si no les molesta prefiero estar fre nte a las magnolias

    -dijo con suavidad y avanzo co n su trote menudo hacia los arboles, pero una vez fre nte a ellos cxclamo desalentada:

    -Son muy solem nes y me dejan tr iste . La manan a paso sin qu e Blandina encontrara el lugar

    apropiado para su tr ab ajo. A mediodia se sento a la mesa meditando co n g rave dad sobre su problema. Cornio sin ver 10 que le serv ian, abstraida e inmovil como un idolo. Felix le cambiaba los platos.

    -iNo me mire asi, don Felix! ll' ongase en mi triste lugar, meter tijeras a telas caras, rodeada de paredes y de muebles ingratos. . . ! iNo me hall o!

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  • Poria tarde Blandina "se ha1l6" en un angulo del corredol'. -Desde aqui solo veo el follaje; 10 ajeno se pierde entre

    10 verde. - Y sonriente empez6 su trabajo. Dona Ana vino a hacerle compafiia y de las manos de

    Blandina empezaron a salir camisas, mosquiteros, pantalones, fundas, sabanas. Durante varias sernanas cosi6 afanosa hasta las siete de la noche. La senora Moncada marcaba las prendas de ropa con las iniciales de sus hijos. De cuando en cuando la costurera levantaba la cabeza. -[Julia tiene la culpa de que los nifios se vayan tan le

    jos y solos en medio de los peligros de los hombres y las tentaciones del demonio!

    En aquellos dias Julia determinaba cl destino de todos nosotros y la culpabamos de la menor de nuestras desdichas. Ella pareda ignorarnos, escondida en su belleza.

    Tetela estaba en la sierra a s610 cuatro horas a caba/ llo de Ixtepec y sin embargo la distancia en el tiempo era enorme. Tetela pcrtenecia al pasado, estaba abandonada. De ella s610 quedaba el prestigio dorado de su nombre vibrando en la memoria como una sonaja y algunos palacios incendiados. Durante la Revoluci6n los duefios de los minerales desaparecieron y los habitantes pobrisimos desertaron las bocas de las minas. Quedaron unas cuantas familias dedicadas a la alfareria. Los sabados muy temprano las vefamos llegar descalzas y desgarradas a vender sus jarros en cl mercado de Ixtepec. El camino que cruzaba la sierra para llegar al mineral atravesaba "cuadrillas" de campesinos devorados pOl' el hambre y las fiebres malignas. Casi todos ellos se habian unido a la rebeli6n zapatista y dcspues de unos breves afios de lucha habian vuelto diezmados e igualmente pobres a ocupar su lugar en cl pasado.

    A los mestizos, cl campo les producia miedo. Era su

    26

    obra, la imagen de su pillaje. Habian establecido la violencia y se sentian en una tierra hostil, rodeados de fantasmas. El orden de terror establecido pOl' ellos los habia empobrecido. De ahi provenia mi deterioro. "iAh, si pudieramos extcrminar a todos los indios] iSon la verguenza de Mexico!" Los indios callaban. Los mestizos, antes de salir de Ixtepec, se armaban de comida, medicinas, ropa y "iPistolas, buenas pistolas, indios cabrones!" Cuando se reunian se miraban desconfiados, se scntian sin pais y sin cultura, sostenicndose en unas formas artificiales, alimentadas s610 por cl dinero mal habido. Por su culpa mi tiempo estaba inm6vil. -iVa saben, con los indios mana dura! -recomend6

    Tomas Segovia a los Moncada, en una de las reuniones que se hicieron para despedir a los j6venes-. Segovia se habia acostumbrado a la pedanteria de su botica y repartfa consejos con la misma voz que repartia los remedios: "Ya sabe, un papelito cada dos horas." -iSon tan traidores! -suspir6 dona Elvira, la viuda de

    donJustino Monuifar, - Todos los indios tienen la misma cara, pOl' eso son

    peligrosos -agreg6 sonriente Tomas Segovia. -Antes era mas facil lidiar con ellos. Nos tenian mas

    respeto. iQuc dirfa mi pobre padre, que en paz descanse, si viera a esta indiada sublevada, el que fue siempre tan digno! -replic6 dona Elvira. -Necesitan cuerda. Ustedes no se vayan despacio. Ten

    gan siempre la pistola en orden -insisti6 Segovia Felix, sentado en su escabcl, los escuchaba irnpavido. "Para nosotros, los indios, es cl tiempo infinito de ca

    lIar", y guard6 sus palabras. Nicolas 10 mir6 y se movi6 inquieto en su silla. Le avergonzaban las palabras de los amigos de su casa. -iNo hablen asf! iTodos somos medio indios! -iYo no tengo nada de india! -exclam6 sofocada la

    viuda.

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  • Por la tarde Blandina "sc hallo" en un angulo del corredor. -Desde aqui solo yeo el follaje; 10ajeno se pierde entre

    10verde. - Y sonriente cmpezo su trabajo. Dona Ana vino a hacerle compafiia y de las manos de

    Blandina empezaron a salir camisas, mosquiteros, pantalones, fundas, sabanas, Durante varias sernanas cosio afanosa hasta las siete de la noche. La senora Moncada marcaba las prendas de ropa con las inicialcs de sus hijos. De cuando en cuando la costurera levantaba la cabeza. -ijulia tiene la culpa de que los nifios se vayan tan le

    jos y solos en medio de los peligros de los hombres y las tentaciones del demonio!

    En aquellos dias Julia determinaba el destino de todos nosotros y la culpabamos de la menor de nuestras desdichas. Ella parecfa ignorarnos, escondida en su belleza.

    Tetela estaba en la sierra a solo cuatro horas a cabaI llo de Ixtepec y sin embargo la distancia en el tiempo era enorme. Tetela pertenecfa al pasado, estaba abandonada. De ella solo quedaba el prestigio dorado de su nombre vibrando en la memoria como una sonaja y algunos palacios incendiados. Durante la Revolucion los duefios de los minerales desaparecieron y los habitantes pobrfsimos desertaron las bocas de las minas. Quedaron unas cuantas familias dedicadas a la alfareria. Los sabados muy temprano las vcfamos llegar descalzas y desgarradas a vender sus jarros en el mercado de Ixtepec. El camino que cruzaba la sierra para llegar al mineral atravesaba "cuadrillas" de campesinos devorados por el hambre y las fiebres malignas. Casi todos ellos se habfan unido a la rebelion zapatista y despues de unos breves afios de lucha habfan vuelto diezmados e igualmente pobres a ocupar su lugar en el pasado.

    A los mestizos, el campo les producfa miedo. Era su

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    obra, la imagen de su pillaje. Habian establecido la violencia y se sentfan en una tierra hostil, rodeados de fantasmas. El orden de terror establecido por ellos los habfa empobrecido. De ahf provenfa mi deterioro. "IAh, si pudieramos exterminar a todos los indios! iSon la vergiienza de Mexico!" Los indios callaban. Los mestizos, antes de salir de Ixtepec, se armaban de comida, medicinas, ropa y "iPistolas, buenas pistolas, indios cabrones!" Cuando se reunfan se miraban desconfiados, se sentfan sin pafs y sin cultura, sosteniendose en unas formas artificiales, alimentadas solo por el dinero mal habido. Por su culpa mi tiempo estaba inmovil, -iVa saben, con los indios mana dura! -recomendo

    Tomas Segovia a los Moncada, en una de las reuniones que se hicieron para despedir a los jovcnes->. Segovia se habfa acostumbrado a la pedanterfa de su botica y repartfa consejos con la misma voz que repartfa los remedios: "Ya sabe, un papelito cada dos horas." -iSon tan traidores! -suspiro dona Elvira, la viuda de

    donJustino Monuifar, - Todos los indios tienen la misma cara, por eso son

    peligrosos -agrego sonriente Tomas Segovia. -Antes era mas facil lidiar con ellos. Nos tenfan mas

    respeto. iQuc diria mi pobre padre, que en paz descanse, si viera a esta indiada sublevada, el que fue siempre tan digno! -replico dona Elvira. -Necesitan cuerda. Ustedes no se vayan despacio. Ten

    gan siempre la pistola en orden -insistio Segovia Felix, sentado en su escabcl, los escuchaba impavido. "Para nosotros, los indios, es el tiempo infinito de ca

    llar", y guardo sus palabras. Nicolas 10 miro y se movie inquieto en su silla. Le avergonzaban las palabras de los amigos de su casa. -iNo hablen asf! iTodos somos medio indios! -iYo no tengo nada de india! -exclamo sofocada la

    viuda.

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  • La violencia que sopla sobre mis piedras y mis gentes se agazapo debajo de las sillas y el aire se volvio viscoso. Las visitas sonrieron, hipocritas. Conchita, la hija de Elvira Montufar, conternplo a Nicolas con admiracion. "iQue dicha ser hombre y poder decir 10 que se piensa!", se dijo Icon melancolfa. Nunca tomaba parte en la platica; sentada con recato, ofa caer palabras y las aguantaba estoicamente como quien aguanta un aguacero. La conversacion se volvio diffcil.

    -~Saben queJulia se encargo una diadema? -pregunto Tomas y sonrio para disimular la ira provocada por las palabras de Nicolas Moncada.

    -~Una diadema? -exclamo sorprendida la viuda. El nombre de Julia disipo el tema escabroso de los indios

    y la conversacion se animo. Felix no habia detenido los relojes y sus manecillas tomaban al vuelo las palabras que salfan de los labios de dona Elvira y de Tomas Segovia y las transformaban en un ejercito de arafias que tejia y destejia sflabas imitiles. Ellos, ajenos a su propio ruido, se arrebataban excitados el nombre de Julia, la querida de Ixtepec.

    Lejanas llegaron las campanadas de la torre de la iglesia. EI reloj del salon de los Moncada repitio el gesto en voz mas baja y las visitas huyeron con la velocidad de los insectos.

    Tomas Segovia acompafio a dona Elvira y a Conchita a traves de mis calles oscuras. La viuda aprovecho las sombras para hablar del tema favorito del boticario: la poesia. -y digame, Tomas, ~que dice la poesia? -Olvidada por todos, dona Elvira; solo yo, de cuando

    en cuando, Ie dedico algunas horas. Este es un pais de analfabetos -contesto el hombre con amargura.

    "~Que se creera este?", penso enojada la senora, y guardo silencio. Aillegar a la casa de las Montufar, Segovia espero galan

    temente a que las mujeres echaran los cerrojos y las trancas

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    del porton; y luego, rernonto la calle solitario. Pensaba en Isabel y en su perfil de muchacho. "Es de natural esquivo" se dijo para consolarse de la indiferencia de la joven y sin querer rima "esquivo" con "altivo" y de pronto, en medio de la soledad nocturna de la calle, su vida se Ie aparecio como un enorme almacen de adjetivos. Sorprendido, apreto el paso; sus pies tambien marcaban sflabas. "Estoy escribiendo demasiado", se dijo perplejo, y aillegar a su casa escribio los dos primeros versos de la primera cuarteta de un soneto. -iTe deberfas fijar un poco mas en Segovia y no mirar

    como tonta a Nicolas! -exclamo Elvira Monuifar, sentada frente al espejo.

    Conchita no contesto; sabia que su madre hablaba por hablar. El silencio Ie daba miedo, le recordaba el malestar de los afios pasados junto a su marido. En ese tiempo oscuro la viuda se habia olvidado hasta de su propia imagen. "iQue curioso, no se que cara tenia de casada!" les confiaba a sus amigas. "iNifia, ya no te contemples mas el? el espejo! " Ie ordenaban los mayores cuando era pequena; peru no podia impedirlo: su propia imagen era la maner~ dereconocen al mundo. Por ella sabia los duelos y las fiestas, los amores y las fechas. Frente al espejo aprendio las palabras y las risas. Cuando se caso, Justino acaparo las palabras y los espejos y ella atraveso unos afios silenciosos y borrados en los que se movia.como una ciega, sin

    . entender 10 que sucedia a su alrededor. La unica memoria que tenia de esos afios era que no tenia ninguna. No habfa sido ella la que atraveso ese tiempo de temor y silencio. Ahora, aunque Ie recomendaba el matrimonio a su hija, estaba contenta al ver que Conchita no Ie hacfa ningiin caso. "No todas las mujeres pueden gozar de la decencia de quedarse viudas", se decfa en secreto.

    - Te advierto que si no te espabilas te quedas solterona. Conchita oyo el reproche de su madre y silenciosamente

    coloco debajo de la cama de dona Elvira la bandeja con

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  • ILa violencia que sopla sobre mis piedras y mis gentes

    se agazapo debajo de las sillas y el aire se volvio viscoso. Las visitas sonrieron, hipocritas, Conchita, la hija de Elvira Montufar, conternplo a Nicolas con admiracion, "iQue dicha ser hombre y poder decir 10 que se piensa!", se dijo con mclancolia. Nunca tomaba parte en la platica; sentada con recato, ofa caer palabras y las aguantaba estoicamente como quien aguanta un aguacero. La conversacion se volvio diffcil.

    -~Saben queJulia se encargo una diadema? -pregunto Tomas y sonrio para disimular la ira provocada por las palabras de Nicolas Moncada.

    -~Una diadema? -exclamo sorprendida la viuda. El nombre de Julia disipo el tema escabroso de los indios

    y la convcrsacion se animo. Felix no habia detenido los relojes y sus manecillas tomaban al vuelo las palabras que salfan de los labios de dona Elvira y de Tomas Segovia y las transformaban en un ejercito de arafias que tejia y destejia sflabas inutiles. Ellos, ajenos a su propio ruido, se arrebataban excitados el nombre de Julia, la querida de Ixtepec.

    Lejanas llegaron las campanadas de la torre de la iglesia. El rcloj del salon de los Moncada repitio el gesto en voz mas baja y las visitas huyeron con la velocidad de los insectos.

    Tomas Segovia acompafio a dona Elvira y a Conchita a traves de mis calles oscuras. La viuda aprovecho las sombras para hablar del tema favorito del boticario: la poesia.

    - Y digame, Tomas, ~que dice la poesia? -Olvidada por todos, dona Elvira; solo yo, de cuando

    en cuando, Ie dedico algunas horas. Este es un pais de analfabetos -contesto el hombre con amargura.

    "~Quc sc crcera este? ", penso enojada la senora, y guardo silencio.

    Aillegar a la casa de las Montufar, Segovia espero galan

    del porton; y luego, rernonto la calle solitario. Pensaba en Isabel y en su perfil de muchacho. "Es de natural esquivo" se dijo para consolarse de la indiferencia de la joven y sin querer rimo "esquivo" con "altivo" y de pronto, en medio de la soledad nocturna de la calle, su vida se le aparecio como un enorme almacen de adjetivos. Sorprendido, apreto el paso; sus pies tambien marcaban sflabas. "Estoy escribiendo demasiado", se dijo perplejo, y al llegar a su casa escribio los dos primeros versos de la primera cuarteta de un soneto. -iTe deberfas fijar un poco mas en Segovia y no mirar

    como tonta a Nicolas! -exclamo Elvira Montufar, sentada frente al espejo.

    Conchita no contesto; sabia que su madre hablaba por hablar. EI silencio Ie daba miedo, Ie recordaba el malestar de los afios pasados junto a su marido. En ese tiempo oscuro la viuda se habia olvidado hasta de su propia imagen. "iQue curioso, no se que cara tenia de casada!" les confiaba a sus amigas. "iNina, ya no te contemples mas en_ el e~pejo!" le ordenaban los mayores cuando era pequefia; pero no podia impedirlo: su propia imagen era la maneril_d~--!:.econoceflal mundo. Por ella sabia los duelos y las fiestas, los amores y las fechas. Frente al espejo aprendio las palabras y his risas. Cuando se caso, Justino acaparo las palabras y los espejos y ella atraveso unos afios silenciosos y borrados en los que se movia como una ciega, sin

    . entender 10que sucedia a su alrededor. La unica memoria que tenia de esos afios era que no tenia ninguna. No habia sido ella la que atraveso ese tiempo de temor y silencio. Ahora, aunque Ie recomendaba el matrimonio a su hija, estaba contenta al ver que Conchita no Ie hacia ningun caso. "No todas las mujeres pueden gozar de la decencia de quedarse viudas", se decia en secreto.

    - Te advierto que si no te espabilas te quedas solterona. Conchita oyo el reproche de su madre y silenciosamente

    coloco debajo de la cama de dona Elvira la bandeja contemente a que las mujeres echaran los cerrojos y las trancas

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  • agua para ahuyentar al espiritu del "Malo"; luego puso la Magnifica y el rosario entre las fundas de las almohadas. Desde nina, Elvira tomaba precauciones antes de irse a la cama: Ie daba miedo su cara dormida. "No se como soy con los ojos cerrados", y hundia la cabeza debajo de las sabanas para evitar que alguien viera su cara desconocida. Se sentia indefensa en su rostro dormido. -iQue fastidio vivir en un pais de indios! Se aprovechan

    del sueno para hacerle a una el dana -dijo avergonzada al ver que su hija, a esas horas de la noche, se ocupaba en tales menesteres en lugar de irse a la cama. Se cepillo los cabellos con energia y se miro asombrada en el espejo. -iDios mio! C:Esa soy yo? .. C:Esa vieja dentro del espe

    jo? .. C:Y asi me ve la gente? .. iNo volvere a salir a la calle, no quiero inspirar lastima! -No digas eso, mama. -A Dios gracias, tu pobre padre muriO. Imaginate su

    sorpresa si me viera ahora. .. C:Y tu, que esperas para casarte? Segovia es el mejor partido de Ixtepec. iClaro que es un pobre hombre! iQue castigo oido toda la vida!. .. Pero C:esa soy yo? -volvio a repetir fascinada ante su cara que gesticulaba en el espejo.

    Conchita aprovecho el estupor de su madre para irse a su cuarto. Querfa estar sola para pensar con libertad en Nicolas. En la frescura de su habitacion podia dibujar la cara del joven, recuperar su risa. iLastima que ella no se atreviera a decir nunca una palabra! En cambio, su madre hablaba demasiado, rompia el hechizo. iTomas Segovia de marido! C:Como se atrevia a decir semejante locura? Cuando Segovia hablaba, a Conchita se Ie llenaban los oidos de engrudo. Vio los cabellos de Tomas y se sinti6 tocada por la grasa. "Si manana mi mama Ie nombra, hare un berrinche." Sus berrinches asustaban a dona Elvira.

    Sonrio con malicia y acomodo la cabeza con beneplacito. Debajo de la almohada guardaba la risa de Nicolas.

    -iVa tengo ganas de que se vayan a Tetela! -grit6 colericamente Isabel cuando las visitas cruzaron el port6n de su casa. Pero apenas sus hermanos se fueron de Ixtepec, se arrepintio de sus palabras: la casa sin ellos se convirti6 en un cascaron deshabitado; la desconoda y desconoda las voces de sus padres y los criados. Se desprendia de ellos, retrocedia para convertirse en un punto perdido en el espacio y se llen6 de miedo. Babia dos Isabeles, una que deambulaba por los patios y las habitaciones y la otra que vivia en una esfera lejana, fija en el espacio. Supersticiosa tocaba los objetos para comunicarse con el mundo aparente y cogfa un libro 0 un salero como punto de apoyo para no caer en el vado. Asi estableda un fluido magico entre la Isabel real y la Isabel irreal y se sentia consolada. "iReza, ten virtud!", Ie dedan, y ella repetia las f6rmulas magicas de las oraciones hasta dividirlas en palabras sin sentido. Entre el poder de la oraci6n y las palabras que la contenian existia la misma distancia que entre las dos Isabeles: no lograba integrar las avemarias ni a ella misma. Y la Isabel suspendida podia desprenderse en cualquier instante, cruzar los espacios como un aerolito y caer en un tiempo desconocido. Su madre no sabia como abordarla. "Es mi hija Isabel", se repetia, incredula frente ala figura alta e interrogante de la joven. -Hay veces en que el papel nos hace gestos ... Su hija la mir6 sorprendida y ella se ruboriz6. Querfa

    decir que en la noche habia pensado una carta que abolfa la distancia que la separaba de la joven y que en la manana, frente a la insolente blancura del papel, las frases nocturnas se desvanecieron como se desvanece la bruma del jardin, dejandole s610 unas palabras inutiles. -iY anoche era yo tan inteligente! -suspir6. -En la noche todos somos inteligentes y en la manana

    nos encontramos tontos -dijo Martin Moncada mirando las manecillas quietas del reloj.

    Su mujer volvi6 a hundirse en la lectura. Martin la oy6

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  • agua para ahuyentar al espiritu del "Malo"; luego puso la Magnifica y el rosario entre las fundas de las almohadas. Desde nina, Elvira tomaba precauciones antes de irse a la cama: Ie daba miedo su cara dormida. "No se c6mo soy con los ojos cerrados", y hundia la cabeza debajo de las sabanas para evitar que alguien viera su cara desconocida. Se sentia indefensa en su rostro dormido. -iQue fastidio vivir en un pais de indios! Se aprovechan

    del sueno para hacerle a una el dano -dijo avergonzada al ver que su hija, a esas horas de la noche, se ocupaba en tales mcnesteres en lugar de irse a la cama. Se cepill6 los cabellos con energia y se mir6 asombrada en el espejo. -iDios mio! d,sa soy yo? .. msa vieja dentro del espe

    jo? .. ~Y asi me ve la gente? .. iNo volvere a salir a la calle, no quiero inspirar lastima! -No digas eso, mama. -A Dios gracias, tu pobre padre muri6. Imaginate su

    sorpresa si me viera ahora. .. ~Y til, que esperas para casarte? Segovia es el mejor partido de Ixtepec. iClaro que es un pobre hombre! iQue castigo oirlo toda la vida! ... Pero ~esa soy yo? -volvi6 a repetir fascinada ante su cara que gesticulaba en el espejo.

    Conchita aprovech6 el estupor de su madre para irse a su cuarto. Queria estar sola para pensar con libertad en Nicolas. En la frescura de su habitaci6n podia dibujar la cara del joven, recuperar su risa. iLastima que ella no se atreviera a decir nunca una palabrat En cambio, su madre hablaba demasiado, rompia el hechizo. iTomas Segovia de marido! ~C6mo se atrevia a decir semejante locura? Cuando Segovia hablaba, a Conchita se Ie llenaban los oidos de engrudo. Vio los cabellos de Tomas y se sinti6 tocada por la grasa. "Si manana mi mama Ie nombra, hare un berrinche." Sus berrinches asustaban a dona Elvira.

    Sonri6 con malicia y acomod6 la cabeza con beneplacito. Debajo de la almohada guardaba la risa de Nicolas.

    -iVa tengo ganas de que se vayan a Tetelat -grit6 colericamente Isabel cuando las visitas cruzaron el port6n de su casa. Pero apenas sus hermanos se fueron de Ixtepec, se arrepinti6 de sus palabras: la casa sin ellos se convirti6 en un cascar6n deshabitado; la desconocia y desconocia las voces de sus padres y los criados. Se desprendia de ellos, retrocedia para convertirse en un punto perdido en el espacio y se llen6 de miedo. Habia dos Isabeles, una que deambulaba por los patios y las habitaciones y la otra que vivia en una esfera lejana, fija en el espacio. Supersticiosa tocaba los objetos para comunicarse con el mundo aparente y cogia un libro 0 un salero como punto de apoyo para no caer en el vacio. Asi establecia un fluido magico entre la Isabel real y la Isabel irreal y se sentia consolada. "iReza, ten virtudt", Ie decian, y ella repetia las f6rmulas magicas de las oraciones hasta dividirlas en palabras sin sentido. Entre el poder de la oraci6n y las palabras que la contenian existfa la misma distancia que entre las dos Isabeles: no lograba integrar las avemarias ni a ella misma. Y la Isabel suspendida podia desprenderse en cualquier instante, cruzar los espacios como un aerolito y caer en un tiempo desconocido. Su madre no sabia c6mo abordarla. "Es mi hija Isabel", se repetia, incredula frente ala figura alta e interrogante de la joven. -Hay veces en que el papel nos hace gestos... Su hija la mir6 sorprendida y ella se ruborizo. Queria

    decir que en la noche habia pensado una carta que abolla la distancia que la separaba de la joven y que en la manana, frente a la insolente blancura del papel, las frases nocturnas se desvanecieron como se desvanece la bruma del jardin, dejandole s610 unas palabras iniltiles. -IY anoche era yo tan inteligente! -suspir6. -En la noche todos somos inteligentes y en la manana

    nos encontramos tontos -dijo Martin Moncada mirando las manecillas quietas del reloj.

    Su mujer volvi6 a hundirse en la lectura. Martin la oyo

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  • dar vuclta a la p ;igina d e su libro y la mi n ') co mo la vc ia sicm prc: co m o a un SCI' ex tr afi o y cncan tudor que compart fa la v ida co n c l p e ro que g uardaba cel o so un sc c rcto int r a smisibl c. I.c agradeci6 su pre sencia . N u n ca sabria co n qui cn h ahia viv ido, p e r n o ncccsii aba sa bcrlo; lc b a staha sa ber que hahia v iv ido con a lg u ie n. Mi ro d cspucs a Isabel, hundi rla e n un sillo u, co n la mi rada l"ija e n la llama d el quinque ; tampoC() sahia qu ic n e r a su h ija . A na acostumbrnli d cci r : " los hijos son ot ras personas" , asombrada d e que sus h Uos no Iucrun ella mi sma , Lc Ilcg{>cc r tc ra la a ngus t ia d e Isabel. Feli x y su mu]c r, obs t in ado s y quictos j u n to a sus quinqucs, p a rccian d e sconocer c l p eli g ro : lsahcl pod fa co n ve r t irse e n una cs trc lla l"uga /., hu ir y cac r e n c l cs pacio sin (iL:j ;lr hucllas v isih lcs d e ella mi sma , e n cs ic IIlIIIHlo dOJ1( !c s(')lo la g roserf;, d e lo s o l~ ie tos to mn forma . "Un acrolit o es la vo luu t: ! Iurios d e la hui cln" se di] o , y re cord{> Ia e xtr ;II-lel.a d e es as m o le s apag;Hlas, .ud idas e n xu p ropi ;\ ("( '> le ra y (,o IH!cn ad as a una p ri si('>11 m.is somb r ia d e la que h ahinu hu ido. "La vohuu ad d e se p ;lra rse d el Tod o es c l inficruo. "

    Isahcl sc le va lll(') de su si I1

  • dar vuelta ala pagina de su libro y la mir6 como la vela siempre: como a un ser extrano y encantador que compartia la vida con el pero que guardaba celoso un secreto intrasmisible. Le agradeci6 su presencia. Nunca sabria con quien habia vivido, pero no necesitaba saberlo; Ie bastaba saber que habia vivido con alguien. Mir6 despues a Isabel, hundida en un sill6n, con la mirada fija en la llama del quinque; tampoco sabia quien era su hija. Ana acostumbraba decir: "los hijos son otras personas", asombrada de que sus hijos no fueran ella misma. Le lleg6 certera la angustia de Isabel. Felix y su mujer, obstinados y quietos junto a sus quinques, parecian desconocer el peligro: Isabel podia convertirse en una estrella fugaz, huir y caer en el espacio sin dejar huellas visibles de ella misma, en este mundo donde s6lo la groseria de los objetos toma forma. "Un aerolito es la voluntad furiosa de la huida" se dijo, y record6la extraneza de esas moles apagadas, ardidas en su propia c6lera y condenadas a una prisi6n mas sombria de la que habian huido. "La voluntad de separarse del Todo es el infierno."

    Isabel se levant6 de su sill6n, 10 encontraba agresivo; a ella no s6lo el pape1, la casa entera Ie hacia gestos. Dio las buenas noches y sali6 de la habitaci6n. "Hace ya siete meses que se fueron." Olvidaba que sus hermanos venian a veces a Ixtepec, pasaban unos dias con ella y luego regresaban a las minas de Tetela. "Manana Ie pedire a mi padre que los traiga" y se ech6 la sabana encima de la cabeza para no ver la oscuridad caliente y las sombras que se integraban y se desintegraban en millares de puntos oscuros, haciendo un ruido ensordecedor.

    Nicolas tambien languidecia lejos de su hermana. En sus viajes de regreso a Ixtepec, al cruzar la sierra seca y arida, las piedras crecian bajo los cascos de su caballo y las montanas enormes Ie cerraban el paso. Cabalgaba callado. Sentia que s6lo la voluntad lograria abrirle un camino en aquel laberinto de piedra. Sin la ayuda de su imagina

    ci6n nunca llegaria a su casa, y quedaria aprisionado en las murallas de piedra que Ie hacian signos maleficos. Juan cabalgaba a su lado, contento de volver a la luz de su cuarto, a la tibieza de los ojos de su padre y a la mana ascetica de Felix. -Es bueno volver a la casa... -Cualquier dia no vuelvo mas -prometi6 Nicolas con

    rencor. No queria confesarse que en sus vueltas al pueblo temia encontrarse con la noticia del matrimonio de su hermana, y que ese temor inadmisible 10 atormentaba. Y pensaba que su padre los habia enviado a las minas, no por su creciente pobreza, sino para obligar a su hermana a aceptar un marido. -Isabel es traidora y mi padre es infame... -(Te acuerdas de cuando me ahogaban en la poza? Sen

    tia como ahora, con esta noche tan oscura encima de mi -contest6 Juan asustado con las palabras de su hermano.

    Nicolas sonri6; entre el y su hermana echaban aJuan a una poza de agua profunda y luego luchaban para salvar10. Lo rescataban a riesgo de sus propias vidas y volvian al pueblo con el "ahogado" a cuestas, mirando a las gentes desde la profundidad de su secreta heroismo. Eso pasaba cHando los tres compartian la sorpresa infinita de encontrarse en el mundo. En aquel tiempo hasta el dedal de su madre brillaba con una luz diferente mientras iba y venia construyendo abejas y margaritas. Algunos de esos dias habian quedado aparte, senalados para siempre en la memoria, colgados de un aire especial. Luego el mundo se volvi6 opaco, perdi6 sus olores penetrantes, la luz se suaviz6, los dias se hicieron iguales y las gentes adquirieron estaturas enanas. Quedaban todavia lugares intocados por el tiempo como la carbonera con su luz negra. Anos atras, sentados en montones de carb6n, oian estremecidos las balaceras de los zapatistas en sus entradas al pueblo. AlIi los encerraba Felix mientras duraba la invasi6n de los guerreros. (A d6nde se iban los zapatistas cuando deja

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  • han Ixi cp cc? Sc iban a 10 verde, a l ag ua, a co mer d ol es y a rcirsc a ca rca jadas d cspucs de j ugal' unas horas con los vccinos, A ho ra narlic venia a a leg rar lo s elias . EI t icmpo era la somhra de Francisco Rosas. No qucdaban sino "col gados" en lodo cl pais. Las ge ntes I rataban de acomodar sus vidas a lo s ca pr ichos del ge nera l. Isa bel tambicn buscaba acornodarsc, c nconirar un marido y un sillo n donrlc m cccr su tcdio.

    Mu y tarde e n la no ch e en tr a ro n e n Ixrcpcc, Isabel los ayuclo a d csm onrar. En c l corn cdor es ta ban sus padres cspcnindolos. Feli x les sirv io una cc na ca sc ra que los hi zo o lvid ar las tort illa s a zulcs y cI queso a ficjo d e Tctc la. ln clinados sohrc la mesa, lo s trcs hcrmanos sc miraron rcco nocicndosc. Nico l.is habl aba s610 para Isabel. Don Ma rl in los oia d csclc lojos.

    - Si no quic rcn no vuclvan a la m ina -d ~ j o cl padre e n VOl. b;~j a .

    - iMa r t ln , es t.is e n las nubcs l Sahcs que ncccsiuuuos esc di ne ro - co n test{) sob resa ltada su muj cr.

    I'] scfior guan({) silcncio, "Mar t in, est.is e n la s nubcs" e ra 11IIa [r a se (ue Ie repel Ian cada vel. que comcua UII c rror. ( Pe ro acaso vio lcn ta r la volunt ad d c sus h\j os no e ra un c r ro r m;ls g rave que el pcrder un poco d e dinero? No ente ndia la o pac idad d e 1111 mundo en cuyo c icio el (lIIico so l l'S e l dinero. "Te ng o VOGlcilJll de pobre" , decia COIIIO cxcusa para su ruina progrcsiva. Los dlas dcl hOlllbrc Ie pa red an d e lln a brcvcdad insoportabk para dedicar\os a l esfuerzo del dillero. Se sent ia a sf ixiado pOl' lo s "cucrpos opacos" como lIamaba a l d rcu lo que ()nllaba Ia socied ad de Ixtepec: sc desinl egraban en intcreses sin import ancia, ol vidaban su cOIHlici{JIl d c mort alcs, su c r ro r provcnia d el m icdo. EI sab ia que cI porvcnir era un re t ro ceder veloz hacia la muert c y la muertc cI cs tado perfecto, cI momento precioso en que cI hombre n:cupera plenamente su ot ra memoria. POl' eso olvidaba la memoria d e "el hmes hare tal co sa" y miraba a los e ficaces co n asombro. Pero "los

    inmor ta lcs " parccian s.uis fcchos en su er ro r y a vcccs pensaba ( IU C so lo e l re troccdia a aqucl c nc ucn tro as omb ros o.

    La nor.he sc dcslizaba sill cesar por la p ucrt a abie rt a a l j ard in . Ell la hahit ac ion sc in si nla ron insectos y perfumes oscuros. Un misi crioso rio Iluia implacable y comun icaba c l comcdo r d e lo s Mo ncada co n cI co razo u de las es t rcll as mas remoras. Felix rc ti rci lo s plates y doblo c l mant el. EI abs u rdo de comer y co nversa r cayo sobrc los habit a ntes d e la ca sa y lo s d cjo in mov ilcs [rent e a un p rc scnt c ind cciblc.

    - iYo no quepo CII cs tc cuc rpo! -eXcla IlH) Nicol as vcncido, y sc tap t) la cara co n las manos co mo si Iu cra a llo rar, -Estamos cnu s.u lo x - d ijo F{:I ix desd c su escabcl. Du

    rant c unos segundos la cas a cn tcra v i ,~jamos los peri l)di cos COli las not icia s d e Ia ciudad CO IllO si de el ias plldicra sl ilg ir c l milagro quc rompiera cI hcchi zo quict o cn el que hablamos ca id o. Pc10 s610 vdamos la s I()tog ralh s d e los ; ~ i us t iciados. Era cI I icmpo dc los Ilisilallliclllos. En to llccs crd:unos quc nada ih;\ a salvarnos. Lo s parcdolles, los I iros de g racia, las rc;lta s dc co lgar su rg ian e ll todo cI pa ls. Esta 1II1111iplicaci6n li:- horrorcs nos dej aba redll cidos al po!vo )' al ca lo r hasta LIS sci s dc la tarde del d fa sig uicnte . A vcccs cI Ircn no Ilc

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  • han Ixi cp cc? Sc iban a 10 verde, a l agua, a co mer c lo tcs y a rc ir sc a ca rca jadas d cspucs de jugar una s horas con lo s vcc inos, A hora n adic venia a a lcgra r lo s elias. EI t icmpo e ra la somhra d e Francis co Rosa s. No qucdaban sino "colgados" e n todo c l pais. Las gcnte s lra taban d e ac o modar sus vidas a los cap r ichos del ge neral. Isabel tambicn buscaha acornoda rsc, c ncon irar un m arido y un sillo n donrlc m cccr su icdio.

    Mu y tarde e n la nochc cntraron en Ixtcpcc. Isabel lo s ayuclo a d csmont a r. En c l comcdor cs tahan sus padres cs pcnindolos. Feli x lcs sirv io una cc na ca se ra bmos caido. Pero s610 vclamos la s {i )tog r;l('bs d e lo s ; ~ j u s t i c i ;ldos . Era eI Iicmpo de lo s fusi Ja lllie nlo s. El1 lo l1ces c rcl: \I110S que l1ada ih;\ a sa lva r nos . Los p;ll'edol1es, lo s Iiros d e g rac ia, la s re;II;lS de colgar surgiall CII todo eI pai s. Esta IIlllltiplic;lCi c)11 (i:- horrorcs n os d t;jaba rcdllcidos a l polvo y;l1ca lo r ha st a LIS se is d c la tarde d el ella sig llie ll(e. A vcces cI Ircn 110 lIe

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  • gaba en varios dias y corrfa la voz "iAhora si ya vienen!" Pero al otro dia el tren llegaba con sus noticias y la noche caia irremediable sobre mf.

    Desde su cama dona Ana oy6 los rumores de la noche y se sinti6 asfixiada por el tiempo quieto que vigilaba las puertas y las ventanas de su casa. La voz de su hijo Ie lleg6: "Yo no quepo en este cuerpo." Record6la turbulencia de su propia infancia en el Norte. Su casa de puertas de caoba que se abrfan y cerraban para dar paso a sus hermanos; sus nombres sonoros y salvajes que se repetian en las habitaciones altas, donde en invierno flotaba un olor a madera quemada. Vio la nieve acumularse en el alfeizar de las ventanas y oy6 la musica de las polkas en el vestIbulo donde circulaba un aire frio.

    Los gatos monteses bajaban de la sierra y los criados salfan a cazarlos, en medio de risas y tragos de "sotol". En la cocina asaban carnes y repartian pinones y el ruido de las voces inundaba la casa de palabras estridentes. La premonici6n de una alegria desbarataba uno a uno los dias petrificados. La Revoluci6n esta1l6 una manana y las puertas del tiempo se abrieron para nosotros. En ese instante de esplendor sus hermanos se fueron a la Sierra de Chihuahua y mas tarde entraron ruidosos en su casa, con botas y sombreros militares. Venian seguidos de oficiales y en la calle los soldados cantaban La Adelita.

    Que si Adelita se fuera con otro la seguiria por tierra y por mar, si por mar en un buque de guerra si por tierra en un tren militar. ..

    Antes de cumplir los veinticinco anos sus hermanos se fueron muriendo uno despues de otro, en Chihuahua, en Torre6n, en Zacatecas; y a Francisca, su madre, s610 Ie quedaron sus retratos y ella y sus hermanas enlutadas. Despues, las batallas ganadas por la Revoluci6n se deshi

    cieron entre las manos traidoras de Carranza y vinieron los asesinos a disputarse las ganancias,jugando al domin6 en los burdeles abiertos por ellos. Un silencio sombrfo se extendi6 del Norte al Sur y el tiempo se volvi6 otra vez de piedra. "iAh, si pudieramos cantar otra vez La Adelita!", se dijo la senora, y Ie dio gusto que hubieran volado el tren de Mexico. "Esas cosas dan ganas de vivir." Quiza aun podia suceder el milagro que cambiara la suerte de sangre que pesaba sobre nosotros.

    Por la tarde el tren anunci6 su llegada con un largo silbido de triunfo. Han pasado muchos anos, de los Moncada ya no queda nadie, s610 quedo yo como testigo de su derrota para escuchar todos los dias a las seis de la tarde la llegada del tren de Mexico. -iSi tuvieramos siquiera un buen temblor de tierra!

    -exclam6 dona Ana clavando con ira su aguja en el bordado. Ella, como todos nosotros, padecia una nostalgia de catastrofes. Su hija oy6 el silbido del tren y guard6 silencio. La senora se dirigi6 al balc6n a espiar detras de los visillos el paso del general Francisco Rosas, que a esa hora atravesaba el pueblo para ir a emborracharse a la cantina de Pando. -iQue joven es! iNo debe llegar a los treinta anos! -iY ya tan desgraciado! -agreg6 compasiva al ver pasar

    al general, alto, derecho y sin mirar a nadie. Un olor a frescura salfa de la cantina. Sonaba el cubile

    te, los dados corrian sobre la mesa y las monedas pasaban de una mana a la otra. EI general, buen jugador y protegido de la suerte