los rasgos geológicos resalten”, La Guajiray el ...

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2 .6 Martes 24 de abril de 2018 A fondo La Guajira y el Mediterráneo estuvieron conectados Los geólogos buscan evidencias del pasado para reconstruir la historia del territorio. Constatan que, efectivamente, el departamento de La Guajira fue un mar semitropical que estaba en conexión con el Mediterráneo hace 125 millones de años. E n uno de los lugares más calurosos de Co- lombia, donde el sol no da tregua, los fuertes vientos han torcido los pocos árboles, como el trupillo y el marúa; las caminatas se hacen pesadas por la dureza y la canti- dad de rocas en el suelo, por la arena, por los cactus, especial- mente el yosu. Allí en la alta Guaji- ra, hace 125 millones de años, el paisaje era otro. Las olas y las corrientes de un in- menso océano, el de Tetis, les da- ban rumbo a animales marinos via- jeros que los paleontólogos califi- can como fauna cosmopolita, es decir que se distribuyen en regio- nes muy grandes; hoy se encuen- tran como fósiles incrustados en rocas sedimentarias, muy sólidas, en varias zonas del país. Esos orga- nismos vueltos roca, parecidos a los actuales caracoles, ostras y pe- ces, divagaban libremente y hoy se encuentran también en países mediterráneos como España, Francia e Italia, así como en el nor- te de África, en México y probable- mente en Perú. Hace unas semanas, el paleontó- logo Pedro Patarroyo, profesor in- vestigador de la Universidad Nacio- nal de Colombia en Bogotá, estuvo buscando evidencias de aquellos fósiles del Barremiano, una de las divisiones del tiempo geológico perteneciente al Cretácico tempra- no, que data de hace 129 a 125 millo- nes de años. Esos fósiles en la alta Guajira colombiana demuestran que el Tetis se extendía más allá del actual Mediterráneo, en una zona semitropical. En 1838, el paleontólogo ale- mán Leopold von Buch lo mencio- nó cuando estudió las muestras que llevó Alexander von Humbol- dt a Europa a comienzos del siglo XIX y que hoy reposan en el Mu- seo de Historia Natural de Berlín. Luego, en la década de los años cincuenta, Hans Bürgl dejó litera- tura al respecto. Ahora Patarroyo busca demostrar, fósil en mano, que estas amonitas –moluscos con concha en los cuales es un experto– son la mejor herramien- ta para relacionar regiones de Co- lombia con las de otros continen- tes. La alta Guajira es un lugar ideal para adelantar estas investi- gaciones porque a los geólogos les encanta trabajar en lugares de- sérticos donde las montañas es- tán desnudas y pueden ver mejor las rocas que estudian. Además, porque poco se sabe de su geolo- gía y porque se piensa que fue allí donde alguna vez estuvimos uni- dos a otros continentes. Durante cinco días, acompaña- do por María Fernanda Almanza, geóloga del Servicio Geológico Colombiano (SGC), el profesor Pa- tarroyo fue subiendo los doscien- tos metros del cerro Yuruma, una montaña que parece una taja- da de ponqué con capas, pero en el que, en lugar de estar relleno de chocolate, las franjas de rocas representan diferentes momen- tos geológicos de la antigüedad. El ritual de los geólogos en la salida de campo Las jornadas comenzaban tem- prano en la mañana y terminaban a las cuatro y media de la tarde, no por cansancio, sino porque había que aprovechar la luz del día para terminar de registrar lo encontra- do o lo visto durante el día. En la ranchería Watchuali, donde Pata- rroyo guindó hamaca y Almanza montó su carpa, seguían dándoles vueltas a posibles interpretacio- nes de las rocas del cerro Yuruma, una montaña escarpada y empina- da, todo un reto para turistas, pero un bocado de cardenal para los geólogos porque la ven como un libro: allí leen el pasado y pue- den describir la historia geológica del territorio. “Tenemos el ojo adiestrado para distinguir la mor- fología o los cambios de material”, explica Patarroyo. El balance de ese martes fueron muchos bivalvos, grupo de molus- cos con caparazón, como las con- chas que contienen perlas. Precio- sos, pero eso no es lo que buscan; con la lupa encuentran foraminífe- ros, otro tipo de fósil, pero ese tam- poco es el que quieren. No impor- ta. Ambos escriben en sus cuader- nos de notas, dibujan en planillas los diferentes estratos de rocas en- contradas en la columna estratigrá- fica, aquella que muestra la secuen- cia de capas en una montaña, y re- visan conjuntamente los mapas. El camino de rocas planas, rotas, pe- queñas y grandes, corrugadas y li- sas es monótono, excepto por una serpiente plateada, una cazadora, que se desliza rápidamente al paso de la geóloga; tras un grito silencio- so, la enfoca con su cámara y logra dejar testimonio de su huida. Ya van a ser las 12 de ese primer día, y los dos geólogos siguen su ca- mino mirando hacia abajo, buscan- do, revisando, tomando muestras y marcando cada una de ellas. Aún están en la parte baja de la monta- ña. Frente a ella, alzan su mirada y empiezan a marcar alturas. Lo ha- cen con el bastón de Jacob, una vara de metro y medio pintada con franjas negras y blancas; en su par- te superior tiene un disco metálico y un nivel que permite medir el es- pesor y la inclinación de las capas y, con base en esa inclinación, mar- car cada metro y medio hacia arri- ba, lo cual facilita la comprensión de la columna estratigráfica. El primer día terminan en el bastón 22, lo que equivale a 33 metros de altura. Regresan a la ranchería con unas pocas mues- tras de amonitas de los géneros Nicklesia y Pulchellia , correspon- dientes al Barremiano inferior. “Lo sabemos por la bioestratigra- fía, por la correlación con las zo- nas patrón del Mediterráneo”, dice el profesor. A las nueve de la mañana o a las cuatro de la tarde, explica, es la mejor hora para buscar sus amo- nitas, “cuando la incidencia de la luz solar hace que los relieves y los rasgos geológicos resalten”, lo que no ocurre al mediodía. Tru- cos de los geólogos. El primero no fue un buen día; el profesor dice estar “descorazo- nado” porque no encuentra lo que está buscando. Al día siguien- te será necesario subir más. Durante el segundo día usan su brújula y, ya conociendo las ro- cas sedimentarias, buscan las mis- mas capas, pero en otro lado del cerro. Primero es necesario ubi- carse bien; luego, calibrar sus ins- trumentos y continuar cerro arri- ba. El viento produce un ruido que se lleva las conversaciones; pero cuando deja de correr, el si- lencio es total. Con martillo y cin- cel van rompiendo rocas, desen- trañando lo que contienen. Ya estamos en el tercer día, y se aproximan a la cima del cerro. Van en el bastón 70 y no se can- san de mirar las capas, buscando evidencias. Hoy han encontrado Gerhardtia otro género de amoni- tas; ya le volvió el alma al cuerpo al profesor Patarroyo. En la cuarta jornada resuelven iniciar el día contándoles a los po- cos estudiantes que llegan al Aula de Watchuali sobre lo que están haciendo en el cerro Yuruma. Tranquilina, la profesora, de 56 años, les traduce al wayunaiki las diferencias entre las eras geológi- cas y los fósiles. El profesor Pata- rroyo deja como material pedagó- gico algunos fósiles; pero son po- cos los alumnos que lo pudieron escuchar porque las distancias en esta desértica región no permi- ten que los niños lleguen hasta la escuela. Además, algunos no han vuelto por estar trabajando en una mina recién abierta en la zona. Eso cuentan los habitantes de la ranchería. De nuevo en el cerro, los geólo- gos se concentran en sus medicio- nes para ir trabajando de acuer- do con sus parámetros de estu- dio. A veces los encuentra uno, entre roca y roca, hablando de la vida, la familia, lo cotidiano. Van subiendo y marcando rocas con un plumón rojo, ya casi llegan a la cima. Pero no están seguros de si podrán subir, porque el camino está escarpado y esos últimos me- tros parecen una pared. Ayer vie- ron unos tres chivos lograrlo. Les tocará hacer como las cabras que ‘tiran al monte’. El último día llegan a la cima, y, aunque en ese último tramo los fó- siles son más escasos, hay algo que les llama la atención: “Con base en un fósil que encontramos hoy, una amonita que estaba en una caliza muy compacta, vamos a ver qué metodología utilizamos para sacar- la sin dañarla porque es un organis- mo bien diferente de lo que se pue- de encontrar en el Barremiano; existe una remota posibilidad de decir que evidentemente en el ce- rro Yuruma tenemos depósitos del Aptiano”, dice el profesor, “pero hasta que no se prepare la muestra no lo sabremos”. Concluye que sí encontraron fó- siles del Barremiano similares a los que hay en Villa de Leyva. Pero en realidad le quedan más dudas que respuestas. Así es la ciencia. “Ahora viene lo bueno porque la limpieza de los fósiles demanda un gran trabajo”. Y el reto será pu- blicar la experiencia en una revis- ta científica, un texto acompaña- do de ilustraciones y fotografías, que hasta ahora no existe. Esta salida de campo forma par- te de la producción del libro Geo- logía de Colombia , que produce el Servicio Geológico Colombiano y compila el estado actual del cono- cimiento de la geología del país. “Hemos querido viajar a diferen- tes puntos del país para hacer no solamente una toma de fotogra- fías que puedan publicarse como portadas de los tomos, sino que también nos ha servido para cola- borar con los diferentes autores para venir a campo y resolver al- gunas dudas puntuales que tie- nen los investigadores”, dice la geóloga Almanza. Durante el se- gundo semestre de 2018, el libro será distribuido gratuitamente en versión digital e impresa. LISBETH FOG* - PARA EL TIEMPO @lisbethfog El ‘profe’ Pedro Patarroyo El profesor Pedro Patarroyo va lento. Todo lo mira con cuidado, todo lo hace como si estuviera en un ceremonial. Piensa sus palabras antes de decidirse a pronunciarlas y no se permite ser categórico. “Esto puede haber sido así, pero aún nos falta evidencia para confirmarlo”, parece decir cada vez que habla. Ecuánime, silencioso, concentrado y tranquilo. Frecuentemente divierte a sus coequiperos con algún chiste cargado de humor irónico. Una vez terminada la jornada se echa en su hamaca, y lo ve uno con la mirada perdida, seguramente su cerebro maquinando diferentes hipótesis de lo que vivió y encontró durante el día. La noche le sirve para descansar, pero juraría que entre sueños sigue maquinando. En la mañana, cuando empieza a clarear, toma su cuaderno de notas, sus mapas geológicos y su portafolio, y empieza a anotar, a pintar, a dibujar, a ubicar, a describir. Manos le faltan para plasmar todos sus pensamientos en esos documentos. Es ahora o nunca. Patarroyo tiene doctorado y posdoctorado en ciencias naturales y paleontología en las universidades Justus Liebig Universitaet Giessen y la de Heidelberg en Alemania. Tiene más de 30 publicaciones científicas nacionales e internacionales indexadas. Desde hace 24 años es profesor en la Universidad Nacional, en donde ofrece clases como estratigrafía, paleontología, geología histórica o Campo IV. En esta última enseña a sus estudiantes de geología las técnicas básicas para hacer un levantamiento estratigráfico, justo como el que hizo en el cerro Yuruma. Es autor del capítulo sobre el Barremiano en Colombia que se publicará en el libro Geología de Colombia . Los geólogos trabajaron en el cerro Yuruma, cuyas franjas de rocas representan diferentes momentos geológicos de la antigüedad. FOTOS: SERVICIO GEOLÓGICO COLOMBIANO. ALEJANDRA CARDONA. Patarroyo lleva 24 años como profesor de la U. Nacional.

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2.6Martes 24 de abril de 2018

A fondo

La Guajira y elMediterráneoestuvieronconectados

Los geólogos buscan evidenciasdel pasado para reconstruir lahistoria del territorio. Constatan

que, efectivamente, eldepartamento de La Guajira fueun mar semitropical que estabaen conexión con el Mediterráneo

hace 125 millones de años.

E n uno de los lugaresmás calurosos de Co-lombia, dondeel sol noda tregua, los fuertesvientos han torcido los

pocos árboles, como el trupillo yel marúa; las caminatas se hacenpesadas por la dureza y la canti-dad de rocas en el suelo, por laarena, por los cactus, especial-menteelyosu.Allí en laaltaGuaji-ra, hace 125 millones de años, elpaisaje era otro.Lasolas y las corrientesdeun in-

menso océano, el de Tetis, les da-banrumboaanimalesmarinosvia-jeros que los paleontólogos cali�-can como fauna cosmopolita, esdecir que se distribuyen en regio-nes muy grandes; hoy se encuen-tran como fósiles incrustados enrocas sedimentarias, muy sólidas,envarias zonasdel país. Esosorga-nismos vueltos roca, parecidos alos actuales caracoles, ostras y pe-ces, divagaban libremente y hoyse encuentran también en paísesmediterráneos como España,Francia e Italia, así comoenel nor-tedeÁfrica, enMéxico yprobable-mente en Perú.Haceunassemanas, elpaleontó-

logo Pedro Patarroyo, profesor in-vestigadorde laUniversidadNacio-nal deColombiaenBogotá, estuvobuscando evidencias de aquellosfósiles del Barremiano, una de lasdivisiones del tiempo geológicopertenecientealCretácicotempra-no,quedatadehace129a125millo-nes de años. Esos fósiles en la altaGuajira colombiana demuestranque el Tetis se extendía más alládel actual Mediterráneo, en unazona semitropical.En 1838, el paleontólogo ale-

mánLeopoldvonBuch lomencio-nó cuando estudió las muestrasque llevóAlexandervonHumbol-dt a Europa a comienzos del sigloXIX y que hoy reposan en el Mu-seo de Historia Natural de Berlín.Luego, en la década de los añoscincuenta,HansBürgldejó litera-turaal respecto.AhoraPatarroyobusca demostrar, fósil en mano,que estas amonitas –moluscos

con concha en los cuales es unexperto–son lamejorherramien-tapara relacionar regionesdeCo-lombia con las de otros continen-tes. La alta Guajira es un lugarideal para adelantar estas investi-gaciones porque a los geólogoslesencanta trabajaren lugaresde-sérticos donde las montañas es-tándesnudas y puedenvermejorlas rocas que estudian. Además,porque poco se sabe de su geolo-gía y porque sepiensa que fue allídonde alguna vez estuvimos uni-dos a otros continentes.Durante cinco días, acompaña-

doporMaría FernandaAlmanza,geóloga del Servicio GeológicoColombiano(SGC), elprofesorPa-tarroyo fue subiendo losdoscien-tos metros del cerro Yuruma,unamontañaquepareceunataja-da de ponqué con capas, pero enel que, en lugar de estar rellenode chocolate, las franjas de rocasrepresentan diferentes momen-tos geológicos de la antigüedad.

El ritual de los geólogosen la salida de campoLas jornadas comenzaban tem-

prano en la mañana y terminabana las cuatro ymedia de la tarde, nopor cansancio, sino porque habíaque aprovechar la luz del día paraterminar de registrar lo encontra-do o lo visto durante el día. En laranchería Watchuali, donde Pata-rroyo guindó hamaca y Almanzamontó su carpa, seguían dándolesvueltas a posibles interpretacio-nes de las rocas del cerro Yuruma,unamontañaescarpadayempina-da, todo un reto para turistas,pero un bocado de cardenal paralos geólogos porque la ven comoun libro: allí leen el pasado y pue-den describir la historia geológicadel territorio. “Tenemos el ojoadiestrado para distinguir la mor-fología o los cambios dematerial”,explica Patarroyo.El balance de ese martes fueron

muchos bivalvos, grupo demolus-cos con caparazón, como las con-chas que contienen perlas. Precio-sos, pero eso no es lo que buscan;

con la lupaencuentranforaminífe-ros,otro tipode fósil, peroese tam-poco es el que quieren. No impor-ta. Ambos escriben en sus cuader-nos de notas, dibujan en planillaslos diferentes estratos de rocas en-contradasen lacolumnaestratigrá-�ca,aquellaquemuestra lasecuen-cia de capas en unamontaña, y re-visanconjuntamente losmapas. Elcamino de rocas planas, rotas, pe-queñas y grandes, corrugadas y li-sas esmonótono, excepto por unaserpiente plateada, una cazadora,que sedesliza rápidamentealpasodelageóloga; trasungritosilencio-so, la enfoca con su cámara y logradejar testimonio de su huida.

Ya van a ser las 12 de ese primerdía, y losdosgeólogossiguensuca-minomirandohaciaabajo,buscan-do, revisando, tomando muestrasymarcandocadaunadeellas. Aúnestán en la parte baja de la monta-ña. Frente a ella, alzan sumirada yempiezan a marcar alturas. Lo ha-cen con el bastón de Jacob, unavarademetroymediopintadaconfranjasnegras yblancas; en supar-te superior tieneundiscometálicoy unnivel quepermitemedir el es-pesor y la inclinación de las capasy,conbaseenesa inclinación,mar-car cadametro ymedio hacia arri-ba, lo cual facilita la comprensiónde la columna estratigrá�ca.El primer día terminan en el

bastón 22, lo que equivale a 33metros de altura. Regresan a laranchería con unas pocas mues-tras de amonitas de los génerosNicklesia y Pulchellia , correspon-dientes al Barremiano inferior.“Lo sabemos por la bioestratigra-fía, por la correlación con las zo-nas patrón del Mediterráneo”,dice el profesor.A las nuevede lamañanaoa las

cuatro de la tarde, explica, es lamejor hora para buscar sus amo-nitas, “cuando la incidencia de laluz solar hace que los relieves y

los rasgos geológicos resalten”,loquenoocurrealmediodía.Tru-cos de los geólogos.El primero no fue un buen día;

elprofesordiceestar “descorazo-nado” porque no encuentra loqueestábuscando.Aldíasiguien-te será necesario subirmás.Durante el segundodía usan su

brújula y, ya conociendo las ro-cassedimentarias,buscan lasmis-mas capas, pero en otro lado delcerro. Primero es necesario ubi-carsebien; luego, calibrar sus ins-trumentos y continuar cerro arri-ba. El viento produce un ruidoque se lleva las conversaciones;pero cuando deja de correr, el si-lencio es total. Conmartillo y cin-cel van rompiendo rocas, desen-trañando lo que contienen.Yaestamosen el tercer día, y se

aproximan a la cima del cerro.Van en el bastón 70 y no se can-san demirar las capas, buscandoevidencias. Hoy han encontradoGerhardtia otrogénerodeamoni-tas; ya le volvió el alma al cuerpoal profesor Patarroyo.En la cuarta jornada resuelven

iniciarel día contándolesa lospo-cosestudiantes que lleganalAulade Watchuali sobre lo que estánhaciendo en el cerro Yuruma.Tranquilina, la profesora, de 56años, les traduce al wayunaiki lasdiferencias entre las eras geológi-cas y los fósiles. El profesor Pata-rroyodejacomomaterialpedagó-gico algunos fósiles; pero son po-cos los alumnos que lo pudieronescuchar porque las distanciasenestadesértica regiónnopermi-ten que los niños lleguen hasta laescuela. Además, algunos no hanvuelto por estar trabajando enuna mina recién abierta en lazona. Eso cuentan los habitantesde la ranchería.Denuevo en el cerro, los geólo-

gosseconcentranensusmedicio-nes para ir trabajando de acuer-do con sus parámetros de estu-dio. A veces los encuentra uno,entre roca y roca, hablando de lavida, la familia, lo cotidiano. Vansubiendo y marcando rocas conunplumónrojo, ya casi llegana lacima. Pero no están seguros de sipodrán subir, porque el caminoestáescarpadoyesosúltimosme-tros parecenunapared. Ayer vie-ron unos tres chivos lograrlo. Lestocará hacer como las cabras que‘tiran almonte’.El último día llegan a la cima, y,

aunqueen eseúltimo tramo los fó-siles sonmásescasos, hayalgoqueles llama la atención: “Conbase enunfósilqueencontramoshoy,unaamonita que estaba en una calizamuy compacta, vamos a ver quémetodologíautilizamosparasacar-lasindañarlaporqueesunorganis-mobiendiferentede loquesepue-de encontrar en el Barremiano;existe una remota posibilidad dedecir que evidentemente en el ce-rro Yuruma tenemos depósitosdel Aptiano”, dice el profesor,“pero hasta que no se prepare lamuestra no lo sabremos”.Concluye que sí encontraron fó-

siles del Barremiano similares alos quehay en Villa de Leyva. Peroen realidad le quedan más dudasque respuestas. Así es la ciencia.“Ahora viene lo bueno porque lalimpieza de los fósiles demandaun gran trabajo”. Y el reto será pu-blicar la experiencia en una revis-ta cientí�ca, un texto acompaña-do de ilustraciones y fotografías,quehasta ahora no existe.Estasalidadecampoformapar-

te de la producción del libro Geo-logíadeColombia , queproduceelServicioGeológico Colombiano ycompilaelestadoactualdel cono-cimiento de la geología del país.“Hemos querido viajar a diferen-tes puntos del país para hacer nosolamente una toma de fotogra-fías que puedan publicarse comoportadas de los tomos, sino quetambiénnosha servidoparacola-borar con los diferentes autorespara venir a campo y resolver al-gunas dudas puntuales que tie-nen los investigadores”, dice lageóloga Almanza. Durante el se-gundo semestre de 2018, el libroserá distribuido gratuitamenteen versión digital e impresa.

LISBETH FOG* - PARAEL TIEMPO @lisbethfog

El ‘profe’ PedroPatarroyo

El profesor Pedro Patarroyo va lento. Todo lo mira con cuidado,todo lo hace como si estuviera en un ceremonial. Piensa suspalabras antes de decidirse a pronunciarlas y no se permite sercategórico. “Esto puede haber sido así, pero aún nos falta evidenciapara con�rmarlo”, parece decir cada vez que habla.Ecuánime, silencioso, concentrado y tranquilo. Frecuentementedivierte a sus coequiperos con algún chiste cargado de humorirónico. Una vez terminada la jornada se echa en su hamaca, y lo veuno con la mirada perdida, seguramente su cerebro maquinandodiferentes hipótesis de lo que vivió y encontró durante el día.La noche le sirve para descansar, pero juraría que entre sueñossigue maquinando. En la mañana, cuando empieza a clarear, tomasu cuaderno de notas, sus mapas geológicos y su portafolio, yempieza a anotar, a pintar, a dibujar, a ubicar, a describir. Manos lefaltan para plasmar todos sus pensamientos en esos documentos.Es ahora o nunca. Patarroyo tiene doctorado y posdoctorado enciencias naturales y paleontología en las universidades JustusLiebig Universitaet Giessen y la de Heidelberg en Alemania. Tienemás de 30 publicaciones cientí�cas nacionales e internacionalesindexadas. Desde hace 24 años es profesor en la UniversidadNacional, en donde ofrece clases como estratigrafía, paleontología,geología histórica o Campo IV. En esta última enseña a susestudiantes de geología las técnicas básicas para hacer unlevantamiento estratigrá�co, justo como el que hizo en el cerroYuruma. Es autor del capítulo sobre el Barremiano en Colombiaque se publicará en el libroGeologíadeColombia.

Los geólogostrabajaron enel cerroYuruma,cuyas franjasde rocasrepresentandiferentesmomentosgeológicos dela antigüedad.FOTOS: SERVICIO GEOLÓGICO COLOMBIANO. ALEJANDRA CARDONA.

Patarroyo lleva 24 años como profesor de la U. Nacional.