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REVISTA DE CRÍTICA LITERARIA LATINOAMERICANA Año XXX, Nº 60. Lima-Hanover, 2do. Semestre de 2004, pp. 71-98 LOS PRIMEROS ENCUENTROS ENTRE LAS HUESTES DE PIZARRO Y LOS INDÍGENAS: APUNTES PARA UNA TIPOLOGÍA Lydia Fossa University of Arizona Los primeros encuentros de Francisco Pizarro 1 y su gente con los nativos de las costas del oeste de Colombia, Ecuador y Perú nos los narra Pedro de Cieza de León casi veinte años después que ocurren, a principios de la década de 1550. Este autor recoge una interesante versión de los viajes de exploración de la costa sur del Pacífico gracias a su informante, Niculás de Rivera 2 , quien parti- cipó como tesorero desde la primera expedición de Francisco Piza- rro (1989:23). A mediados del mes de noviembre de 1523 zarparon en un navío los 80 españoles, los cuatro caballos (1989:11), las vi- tuallas y los esclavos, africanos 3 e indígenas 4 , que no se nombran sino rara vez 5 . Pizarro, vecino de Panamá, “dio muestras a sus compañeros tener deseo de aventurar su persona y hazienda en hazer aquella jornada” (9) 6 y organizó esta expedición. Tenían, los de Panamá, “grande esperança de hallar tierra rica” (9) yendo por la mar del Sur. Pizarro se asoció primero con Diego de Almagro y Hernando de Luque, y después incluyeron a Pedrarias Dávila 7 , el Gobernador de Tierra Firme, a exigencia de este último: “Pedra- rias se lo concedio [la demanda de aquel descubrimiento] con tanto que hiziesen con el compañia para que tuviese parte en el provecho que se oviese” (Cieza, 1989:9). Acordaron, también, que “sacando los gastos que se hiziesen todo el oro y plata y otros despojos 8 se partiesen entre ellos por yguales partes …” (9-10). Sólo entonces el Gobernador Dávila autorizó a Francisco Pizarro para que, en nombre del Emperador, hiciese el descubrimiento de las tierras que quedaban al sur de Panamá. Es importante mencionar que ya en 1522 el gobernador Pedra- rias Dávila 9 le había dado una “licencia para ir a descubrir” (Fernández de Navarrete, 1944:44) a Pascual de Andagoya, vecino de Panamá. Este personaje “descubrió por el mar del sur el golfo de S. Miguel … y el río de San Juan … Visitó la provincia de Co- chamá, a cuyos naturales hacían la guerra otros muy belicosos de la de Birú, y por lo interior de ella continuó sus descubrimientos,

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REVISTA DE CRÍTICA LITERARIA LATINOAMERICANA Año XXX, Nº 60. Lima-Hanover, 2do. Semestre de 2004, pp. 71-98

LOS PRIMEROS ENCUENTROS ENTRE LAS HUESTES DE PIZARRO Y LOS INDÍGENAS:

APUNTES PARA UNA TIPOLOGÍA

Lydia Fossa University of Arizona

Los primeros encuentros de Francisco Pizarro1 y su gente con los nativos de las costas del oeste de Colombia, Ecuador y Perú nos los narra Pedro de Cieza de León casi veinte años después que ocurren, a principios de la década de 1550. Este autor recoge una interesante versión de los viajes de exploración de la costa sur del Pacífico gracias a su informante, Niculás de Rivera2, quien parti-cipó como tesorero desde la primera expedición de Francisco Piza-rro (1989:23). A mediados del mes de noviembre de 1523 zarparon en un navío los 80 españoles, los cuatro caballos (1989:11), las vi-tuallas y los esclavos, africanos3 e indígenas4, que no se nombran sino rara vez5. Pizarro, vecino de Panamá, “dio muestras a sus compañeros tener deseo de aventurar su persona y hazienda en hazer aquella jornada” (9)6 y organizó esta expedición. Tenían, los de Panamá, “grande esperança de hallar tierra rica” (9) yendo por la mar del Sur. Pizarro se asoció primero con Diego de Almagro y Hernando de Luque, y después incluyeron a Pedrarias Dávila7, el Gobernador de Tierra Firme, a exigencia de este último: “Pedra-rias se lo concedio [la demanda de aquel descubrimiento] con tanto que hiziesen con el compañia para que tuviese parte en el provecho que se oviese” (Cieza, 1989:9). Acordaron, también, que “sacando los gastos que se hiziesen todo el oro y plata y otros despojos8 se partiesen entre ellos por yguales partes …” (9-10). Sólo entonces el Gobernador Dávila autorizó a Francisco Pizarro para que, en nombre del Emperador, hiciese el descubrimiento de las tierras que quedaban al sur de Panamá.

Es importante mencionar que ya en 1522 el gobernador Pedra-rias Dávila9 le había dado una “licencia para ir a descubrir” (Fernández de Navarrete, 1944:44) a Pascual de Andagoya, vecino de Panamá. Este personaje “descubrió por el mar del sur el golfo de S. Miguel … y el río de San Juan … Visitó la provincia de Co-chamá, a cuyos naturales hacían la guerra otros muy belicosos de la de Birú, y por lo interior de ella continuó sus descubrimientos,

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subiendo por un río cerca de 20 leguas, donde halló muchos pue-blos con sus señores o caciques. Peleó con éstos y pacificó siete que dieron su obediencia al rey de Castilla”. (1944:44). Andagoya re-gresó muy maltrecho de esta expedición, y dejó la empresa que luego tomaron Pizarro y Almagro. Pero, Andagoya no había sido el primero: lo habían antecedido la expedición de Vasco Núñez de Balboa que incluía a Francisco Pizarro, que llegó hasta el golfo de San Miguel; y la frustrada de un tal Basurto, quien falleció “antes de darse a la vela” (Vargas Ugarte, 1953:97).

Pizarro y sus seguidores se dedicaron a recorrer las costas del Pacífico que ya habían “descubierto” sus antecesores, navegando siempre “la costa a la mano”. Llegaron hasta un lugar conocido que habían denominado las Islas de las Perlas, “donde tomaron puerto y se proveyeron10 de agua y leña y de yerva para los caballos” (Cie-za, 11). Arribaron a un lugar que denominaron “Piñas” por la abundancia de esta fruta, y desembarcaron para ir en busca de “un cacique a quien llamavan Beruquete o Peruquete” (Cieza, 11), ca-cique de “Birú”, de quien Andagoya ya había dado noticia (Fernández de Navarrete 44, Vargas Ugarte 97). Lo buscaban para que ordenara a sus súbditos les dieran alimentos, agua y oro. Esta es la primera vez que van a tierra para explorarla, pero su fama los precedía: “… por la nueva que ya tenian de otros dellos de que heran muy crueles no quisieron aguardarlos antes desamparando sus casas hechas de madera y paja o hojas de palma se metieron entre la espesura de la montaña donde estaban seguros” (Cieza, 11-12). La crueldad a la que alude Cieza tiene visos horrorosos: grupos de indígenas quemados vivos, otros víctimas de los perros carniceros, otros encadenados en cuadrillas para cargar las vitua-llas de los expedicionarios y otros capturados para ser vendidos o trocados por mercaderías como vino, aceite y otros (Sherman, 1979:46).

La fuga de los indígenas de Peruquete desanimó bastante a la gente de Pizarro, ya que no pudieron comer otra cosa que maíz y “raíces” y no encontraron lo que habían imaginado: metales precio-sos y esclavos. Dice Cieza que “Los cristianos … estavan muy tris-tes y espantados de ver tan mala tierra” (12). En este estado llega-ron a su siguiente parada, el puerto del Hambre, bautizado así por razones obvias: nadie les había dado de comer. Aunque Andagoya había andado por esos parajes, no los había bautizado a todos11. Este explorador y comerciante se lamenta de que Pizarro no haya seguido sus consejos; de haberlo hecho, asegura que no le hubiera ido tan mal (Vargas Ugarte, 98)12. Pizarro sólo encuentra desola-ción donde Andagoya afirma haber dejado pacificada parte de la región.

Cada vez que desembarcan las huestes pizarristas, uno de sus principales intentos era examinar de cerca el territorio en busca de oro o de sus vestigios y otro era “tomar indios” (Cieza, 15) que les

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informaran sobre la localidad. Siempre estaban examinando la costa y las desembocaduras de los ríos “… para ver si davan en al-gun poblado para tomar algunos yndios de quien pudiesen tomar lengua de la tierra en que estavan”. (1989:19).

Estas “cacerías” de informantes e intérpretes no eran capricho-sas ni como podría pensarse, dependían de la voluntad del líder de la expedición. Esta actividad era imperativa y urgente y fue regu-lada por la corona en 1526, reglamentando que en cada expedición de descubrimiento y conquista “se lleven intérpretes que puedan explicar a los indios la calidad política y religiosa de la empresa española”, según las Ordenanzas dadas en Granada el 17 de no-viembre, 1526 (Solano, 1991:16), Don Carlos, el Rey de España di-ce:

mandamos que la primera y principal cosa que después de salidos en tierra los dichos capitanes y nuestros oficiales, y otras cualesquier gen-tes hubieren de hacer sea procurar, por lenguas de intérpretes que en-tiendan los indios y moradores de la tal tierra o isla les digan y declaren cómo Nos les enviamos para los enseñar buenas costumbres y apartarlos de vicios y de comer carne humana y a instruirles en nuestra santa fe y predicársela, para que se salven; y a atraerlos a nuestro servicio para que sean tratados muy mejor que lo son, y favorecidos y muy mirados con los otros nuestros súbditos cristianos. AGI. Indiferente general 421, libro 11, fol 332. (Solano, 1991:16)

Para llevar esos intérpretes a cada poblado, primero había que contar con ellos, y no se ofrecían voluntarios. Además, Pizarro y sus hombres necesitaban quién les informara sobre la existencia de oro y otros productos de primera necesidad: comida, agua y mu-jeres y no buscaban intérpretes para fines misioneros. A otros indígenas los necesitaban como mano de obra: “… el capitan [Piza-rro] mando … fuese a buscar algunos yndios por entre el monte… para que fuesen en el navio [a] ayudar con la bonba … porque avia pocos marineros y el navio hazia agua”. (Cieza, 1989:20). A otros se les captivaba para que sirvieran como cargadores.

Los naturales que “tomaban” y con los que se podía establecer una comunicación, explicaban su incomprensión de la actitud es-pañola frente a ellos: “… y dis que dezian que por que no roçavan y senbravan y comian dello [los españoles] sin querer buscar lo que ellos [los indios] tenian para tomarselo por fuerza”. (Cieza, 1989:16). Los que apresan y pueden expresarse sobre los españo-les, lo hacen en forma despectiva, especialmente por comerse el alimento que ellos habían sembrado: “… tratando mal dellos [de los españoles] que heran bagamundos, pues por no travajar anda-van de tierra en tierra; y mas questo dezian, como despues lo con-feçaron algunos que dellos ovieron de venir a ser presos por los es-pañoles.” (Cieza, 1989:20). Aunque a posteriori, Cieza nos explica cómo se supo lo que opinaban los capturados de sus captores: “Es-

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tas cosas que los yndios dizen y otras sabese dellos mismos quando eran tomados por los españoles …” (Cieza, 1989:16).

Los pueblos indígenas conocidos en estos primeros “encuentros” se comunicaban entre ellos y conocían la crueldad española. La re-chazaban siempre y, cuando no la podían combatir, la evitaban. Así, los primeros encuentros de Pizarro son, más bien, desencuen-tros: pueblos abandonados y pequeños grupos que habían sido per-seguidos por Andagoya. Pizarro se limitó a capturar algunos indí-genas para que le sirvieran de informantes, para que cargaran las vituallas, para que laboraran en el navío, para que obtuvieran co-mida y mujeres. Los indígenas, por su parte, desprecian a los es-pañoles por no trabajar la tierra y por ser crueles y ladrones.

Se describe la tierra montañosa y de tupida vegetación, como si se tratara de selvas tropicales cerradas, atravesadas por ríos que desembocan en el mar. Las casas que se ven son de madera y paja u hojas de palma. Los pueblos están cerca de la costa o a la ribera de los ríos. Se alimentan de maíz y raíces (probablemente yuca), productos de regiones cálidas. Se dedican a la agricultura y a la pesca. Son hábiles en el manejo de la canoa y en el nadar. Para los españoles, ésta era “mala tierra”.

Ante esta desolación continúan viajando más al sur donde sí encuentran pueblos habitados que proceden a saquear, dando lu-gar a los encuentros del segundo tipo:

… y dizen que saltaron en tierra algunos españoles con sus rodelas y es-padas en las canoas que llevavan y quedando de supito en un pueblo de yndios que estava a la orilla del rio de San Juan tomaron cantidad de quinze mill castellanos pocos mas o menos de oro baxo y hallaron basti-mento y prendieronse algunos cativos, con que dieron buelta a las naves muy alegres y contentos en ver que començavan a dar en tierra rica de oro y con mantenimiento. (Cieza, 1989:31)

Estos segundos contactos están también signados por la violen-

cia. Los españoles salen a buscar en pie de guerra, con sus rodelas, ballestas y espadas, a caballo cuando el terreno lo permite, y así acometen a los indígenas. En esta región el terreno es tan fragoso que “ni se puede andar si no es por agua, y asi lo acostumbran los naturales en canoas” (Cieza, 31). Imitando a los naturales, los es-pañoles se hacen de canoas para remontar los ríos y para embar-car y desembarcar. Los de Pizarro atacan, persiguen, capturan. Repiten lo que habían hecho los expedicionarios anteriores: sem-brar el terror13.

Ante el ataque español, los indígenas: “salieron a los nuestros llenos los rostros y cuerpos –porque ellos andan desnudos– de la mistura quellos se ponen que llamamos bixa ques como el almagre [rojo] y de otra que tiene color amarilla y otros se untavan con bixa ques como trementina14” (Cieza, 20). La descripción de la pintura corporal es significativa. De acuerdo a Turner (1993) la decoración

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corporal como pintura, tatuado, vestimenta u otros es universal. En general, esta decoración es parte de la socialización del indivi-duo, que establece diferenciaciones a nivel individual y uniformi-dades a nivel grupal. Así, relaciona al individuo con su sociedad estableciendo vínculos con el grupo y limitando o modelando la in-dividualidad15.

Aunque Cieza informa que “andan todos desnudos”, para el ataque los indígenas se habian cubierto de pintura roja16; no sólo las caras, sino también los cuerpos. Es decir, se habían preparado ritualmente, como lo indica la pintura corporal. Interesa destacar la aclaración de Cieza de que los indígenas andan “desnudos”, que es una percepción exclusivamente occidental ya que para los indí-genas la decoración corporal implica cubrirse con una protección especial para los enfrentamientos guerreros. De acuerdo a Turner (25), muchos de los dibujos corporales tienen nombres de animales porque los representan. La asociación pintura-animal representa-do tiene una especial connotación en un contexto guerrero, espe-cialmente cuando se observa lo que dice Cieza sobre el uso especí-fico de la voz en los ataques, probablemente imitando los rugidos de los animales: “Pareçian demonios y davan grandes alaridos a su uso porque asi pelean …” (20). “Con grande estruendo y alaridos llegaron [los indígenas] (22). Asimilados los rasgos animales a los humanos, los indígenas participan con la fuerza del leopardo o del puma en esa contienda con el invasor, en la que necesitarán de las características de los poderosos animales, reales o míticos para sa-lir vencedores. Hay que adquirir rasgos zoomórficos para guerrear, no es ésta una actividad “humana”. Una vez vencidos, los indíge-nas son descritos como fieras heridas; se retiran “dando aullidos y jemidos” (Cieza, 23).

En una ocasión, los indígenas impostados como fieros animales lograron su objetivo de amedrentar al anemigo: “fue tan grande la grita y estruendo que los yndios hizieron y las bozes que davan, que afirma ... çiertos españoles se espantaron y amedrentaron tan-to [de] las fieras cataduras de los yndios y la grita que davan que estuvieron de volver las espaldas de puro temor” (Cieza, 26). Las “fieras cataduras” que espantan a los españoles son una muestra del objetivo y su efectividad de pintarse cuerpos y caras con colores determinados y utilizar la voz para representar a los animales con cuyos atributos guerreaban. En otra oportunidad, estos artificios bélicos indígenas no tienen el efecto esperado: “Los españoles te-niendo en poco sus amenazas y grita dieron en ellos con el çilençio que suelen tener quando pelean …” (Cieza, 26). En este punto, queda claro que los indígenas son considerados como “demonios” (20) y como “enemigos” por los españoles (22), a pesar de que Cieza reconoce que peleaban por defenderse de los invasores: “… todos se juntaron con determinaçion de procurar la muerte a quien por los

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robar y echar de sus casas y cativalles sus mugeres e hijos se la venian a dar a ellos” (26).

Dentro de este segundo tipo de encuentros armados, Cieza re-fiere un caso en el que habían capturado a dos indígenas en unas ciénagas: “Estos yndios trayan arcos y flechas con yerva tan mala que hiriendo a un yndio de los mismos con una flecha murio dentro de tres o quatro horas” (16). Al parecer, los españoles hirieron al cautivo para observar el efecto del veneno, frente al otro cautivo. Sin ninguna transición, Cieza dice: “En este alcançe hallaron los españoles cantidad de una hanega de mayz …” (16). Sabemos que a estos cautivos los forzaban a que les dijeran dónde había comida y que se la trajeran. Así que no sorprende que después de relatar la tortura, el autor informe lo que se obtuvo con ella. Después de la comida, exigían se les diera noticia del oro, y se les entregara el que tuvieran. En estas primeras páginas sólo se menciona el oro bajo que obtuvieron como “despojo”, al asaltar y saquear pueblos pero Cieza relata que su informante Niculás de Ribera, en su cali-dad de tesorero, fue a Panamá “con el oro que avian avido a dar cuenta al governador como tenian buena notiçia de adelante” (24).

Los encuentros que he llamado del segundo tipo y que pueden designarse más propiamente como asaltos, se dan cuando cambia la geografía. La hueste de Pizarro cambia también algo de su acti-tud porque ha obtenido más experiencia para desplazarse en esa región. Tienen ahora canoas, que han visto utilizar a los indígenas y que seguramente les han arrebatado. Además, tienen informa-ción de lo que verán más adelante pues habian apresado a “algu-nos de aquellos honbres y mujeres de quien sabian lo que avia por donde andavan” (Cieza, 1989:30). Esta información les tiene que haber llegado a través de gestos o ademanes: “davan a entender” (31), pues no había posibilidad de intercambios lingüísticos en ese momento.

Comunicarse por gestos significa hacer y comprender indica-ciones con manos, brazos, pies, piernas, cabeza, cara, ojos, cejas, narices, labios, bocas17. El objetivo de esta gestualidad, en general, es confirmar o enfatizar lo que se expresa oralmente; en este caso, la gestualidad se utiliza para darse a entender a falta de medios lingüísticos de intercomunicación. El conjunto de gestos que se pueden hacer está regulado por una gramática tan estricta como la lingüística. La gestualidad está íntimamente ligada a la cultura que la expresa. Cada señal o gesto es un símbolo de un hecho cul-tural y una representación de un hecho social. Los gestos han sido, por definición, socializados para poder tener valor de símbolos y expresar ideas y conceptos. El grado de arbitrariedad puede va-riar, pero no el del consenso que el otorga valor de uso dentro de un grupo social determinado y que lo hace válido intracultural-mente18. Esta condición de consensualidad que le otorga valor co-municativo al signo gestual es también, irónicamente, su mayor

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limitación para lograr una comunicación intercultural. Será muy difícil, si no imposible, que miembros de culturas diferentes pue-dan comunicarse exitosamente contando únicamente con recursos gestuales. No se trata de que la humanidad no tenga necesidades y recursos expresivos comunes sino que las formas que estos recur-sos toman tienen una variación prácticamente infinita. El gesto como extender un brazo y un dedo hacia un punto en el horizonte puede significar un lugar específico o un rumbo a seguir, pero ¿a qué pregunta gestual responde ese brazo?

“Dar a entender” significa que entre quien se expresa y quien interpreta ese gesto ha habido una mínima comprensión tanto de la pregunta gestualizada como de la respuesta. Esa fase interme-dia entre el concepto y su interpretación corresponde a la repre-sentación corporal de lo que se quiere expresar. La interpretación adecuada de esa gestualidad requiere contrastar lo comprendido con lo expresado: exige una relación de preguntas y repreguntas entre los participantes en el intercambio. Si no se comparte el código lingüístico, este intercambio de preguntas estará aún más limitado, reduciéndose a la gestualidad, que era lo que se quería comprender originalmente.

Es difícil hablar de “comunicación” cuando es sólo una de las partes del intercambio la que quiere expresarse. No se busca, en este contexto de exploración y conquista, la comunicación sino la comprensión de preguntas y de órdenes, y su consiguiente respues-ta y acatamiento. Resulta obvio que la comunicación que se quiere entablar es vertical, lo que anula el diálogo y privilegia el ejercicio del poder de quien da lugar al acto ilocutorio bajo estos paráme-tros. Quien inicia la cadena comunicativa establece los lineamien-tos que estos intercambios van a tener; cuando los interlocutores pertenecen a la misma cultura y comparten una lengua, una ges-tualidad y una pragmática lingüística, las reglas del intercambio se comparten y se realiza la comunicación como transmisión de mensajes de un polo a otro. Pero, cuando no se pertenece a una misma cultura, cuando no se habla la misma lengua y no se cono-cen los convencionalismos del intercambio sígnico, lingüístico, la transmisión de la información de un enunciador a otro es prácti-camente imposible.

La gestualidad que acompaña la expresión lingüística es de suma importancia: hechos como dónde se fija la mirada (si se fija), cómo se inclina la cabeza, cómo se utilizan las manos y los brazos para resaltar, afirmar o negar algo. Todo este complejo sígnico que enmarca el acto ilocutorio tiene validez dentro de una cultura y no es necesariamente compartido por otras.

Ante esta situación, el recurso a la violencia es la única salida para forzar a unos a que hagan lo que quieren los otros. Es posible observar el proceso por el que se llega de la incomunicación a la violencia: primero se obliga a un sujeto a ocupar la posición del in-

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terlocutor, se fuerza la creación de un espacio para producir actos de habla (ininteligible) y actos de comunicación gestual (más inin-teligible). Ante la falta de respuesta esperada o adecuada, se recu-rre e infligir dolor o terror al sujeto a través de la comisión de ac-tos violentos para que no quede duda de sus intenciones de contro-lar. Este ejercicio inicial de la violencia tiene objetivos ejemplifica-dores, es decir, los actos violentos se realizan para mostrar con hechos las consecuencias de la desobediencia de órdenes incom-prensibles o inaceptables.

El cambio en el tipo de encuentro que he asociado a la geografía radica en que ahora caen de sorpresa en pueblos habitados que se ubican a las orillas de aquellos ríos que desembocan en las costas. Esto significa que los indígenas de esta zona no se comunicaban con los que habían dejado más atrás y que pertenecerían a grupos étnicos y lingüísticos diferentes. No sabían que había españoles desplazándose por el mar. Por su parte, lo que los españoles hab-ían tomado: oro, alimentos y cautivos, los alegra y los anima a con-tinuar. Obtienen información sobre el tipo de terreno que hay más al sur de los indígenas capturados: “los yndios davan a entender ser aquella comarca montañosa como vian mas que bien adelante avia otra tierra y otra gente” (Cieza, 31). Estos ataques sí son co-municados a otros grupos en su área de influencia, posiblemente por vía marítima.

Como parte de este segundo tipo de encuentros tenemos las ex-ploraciones que hizo el piloto Bartolomé Ruiz, siguiendo órdenes de Pizarro. Llegó primero a la Isla del Gallo, donde halló “los yn-dios a punto de guerra por el aviso que fue de unos a otros de cómo andavan los españoles por sus tierras” (32). La infamia de los es-pañoles había llegado primero que ellos: todos les tenían pavor. Después llegó Ruiz a la bahía que llamó de San Mateo y, a orillas del río que allí desembocaba vio “un pueblo grande lleno de jente que, espantados de ver la nao la estavan mirando creyendo que era cosa cayda del çielo sin poder atinar qué fuese” (32). El azoramien-to que causan los europeos en los indígenas es la única consecuen-cia reportada en estas circunstancias. Ese sentimiento de asombro indígena ha sido explicado por Mary Helms en su libro Ancient Panama (1971) y en su artículo “Caribbean and Circum-Caribbean Indians at the End of the Fifteenth Century” (1984). Indica Helms que existe, para estas poblaciones, una relación entre la distancia geográfica y la distancia sobrenatural: a más lejanía geográfica más sacralidad (1984:40). De acuerdo a Cieza, esta admiración por los habitantes de tierras lejanas, nunca vistas y, por lo tanto, mis-teriosas y sacralizadas, se troca en agresión cuando los ven acer-carse:

Los yndios vieronlas venir y como se avia de las otras canoas adelantado la que estava en seco y muy alegres bien almagrados y enjaezados

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abaxaron mas de treynta canoas pequeñas al rio abaxo para matar los que estavan en la grande. Los yndios con la grita y alarido que ellos sue-len dar se juntaron con ellos y los sercaron por todas partes y les tiravan flechas las que podian y como el tiro era çierto y no estava lexos açerta-van donde apuntaban. La fortuna de los españoles fue ynfeliçe … fueron todos [14] muertos. Y con plazer grande que los yndios tenian los desnu-daron hasta los dexar en carnes. (Cieza, 1989:34-35)

En mi opinión, más que asombro los indígenas mostraban es-panto. Estas expresiones que reporta el autor tienen que haber si-do generadas por alguna acción previa española contra ellos o co-ntra sus vecinos pues estaban preparados para la batalla. Los indígenas tienen dardos y tiraderas (varas), además de arcos y fle-chas, que utilizan con éxito cuando están cerca.

Esta cita describe el ataque que se hace desde las canoas, re-montando los ríos desde su desembocadura. Pero también detalla el atuendo indígena basado en la pintura corporal (“almagrados”) y en los adornos de plumas (“enjaezados”)19.. El que Cieza indique que los indígenas están “bien almagrados”, puede significar dos co-sas: que tienen la cara muy decorada principalmente de rojo o que han utilizado la pintura facial cubriéndose la cara, como dis-frazándose o disimulando sus rasgos tras una “careta”. En cuanto a estar “bien enjaezados”, opino que tenían adornos plumarios en los brazos, tocados de plumas, collares, peinados y cortes de cabe-llo especiales. De acuerdo a Turner (29), el atuendo ritual consiste en tocados de plumas, pendientes o adornos en las orejas, nariz o labios, collares, brazaletes, cinturones y tobilleras. Muchos de es-tos implementos, que utilizan plumas de un cierto pájaro o de con-chas de un cierto color, pasan de generación en generación como algo muy apreciado. A estos objetos rituales los Kayapó los deno-minan, y consideran, riquezas (Turner, 30).

A los jefes locales les interesa vincularse con las personas que vienen de lejos ya que esa relación les transmite parte de la sacra-lidad que otorga la distancia, la diferencia, ya que los seres sagra-dos –visibles o invisibles pero siempre perceptibles– viven en re-giones inalcanzables. Los lugares de habitación de estas personas están, por consiguiente, también cargados de sacralidad. Muchos de los adornos de estos jefes provenían de regiones lejanas de don-de eran difíciles de obtener y transportar. Esa dificultad, lejanía y exotismo le conferían también a los adornos de concha, piedra, pluma el mismo carácter sagrado.

A pesar de la eventual resistencia indígena al asalto español, éstos últimos se las arreglaban para “tomar el bastimento que qui-sieron en los pueblos que toparon” (Cieza, 35). Los españoles no se detienen ante nada: en Panamá sólo tenían deudas y no podían volver atrás (Cieza, 27). Siguieron por la costa, en Tacamez, terri-torio más árido y más accesible tanto a los caballos por tierra, lide-rados por Pizarro, como a los navíos por mar, bajo las órdenes de

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Ruiz, que ahora avanzaban en paralelo. Buscaban lenguas, pero “un yndio … espantado de los cavallos puso pies en huyda … y con temor de no quedar cativo en poder de los españoles cuya fama se estendia de su crueldad …” (38). Hasta que logran su objetivo y “tomaron tres o quatro yndios [quienes] dixeron medio por señas lo que avia en aquella tierra” (39). Querían saber dónde había oro y lo había más al sur. Además, no había otro sitio dónde ir que no fuera seguir explorando al sur. Al norte quedaba Panamá y lo que ya conocían. Estas nuevas y la comida que tenían puso a “los es-pañoles alegres” (39). Pero, “de los naturales se avian juntado poco mas de dozientos para dar guerra a los españoles porque sin razon ni justicia andavan por su tierra contra la boluntad dellos” (40). Ante esto y la esperanza de encontrar oro más al sur, los españoles salieron de allí a los pocos días. Mientras tanto, los indígenas de la Isla del Gallo “no quisieron tales vezinos [Pizarro y su gente que esperaban el regreso de Ruiz] y tuvieron por mejor dexalles sus ca-sas y tierra que no estar entre ellos y pasaron a tierra firme quere-llandose de aquellos advenedizos …” (43).

Según Sámano, hasta la bahía de San Mateo los indígenas eran como los de Panamá: “… hally no avia diferençia de la manera de los yndios mas de cómo los de panama …” (1968:10). La “manera” se refería a modos de habitación, producción, atuendo, adorno cor-poral y actitud. Para los españoles, los indígenas no han variado; los siguen percibiendo como los indios desnudos, temerosos, que han venido encontrando en las Antillas y pueblos costeros de Cen-tro América.

Los que seguían con Bartolomé Ruiz por el mar llegaron hasta Coaque “y andando mas adelante por la derrota del poniente reco-noçieron en alta mar venia una vela latina de tan gran bulto que creyeron ser caravela cosa que tuvieron por muy estraña y como no parase el navio se conoçio ser valça y arribando sobre ella la toma-ron …” (Cieza, 32-33). Se trata del primer acto de piratería repor-tado en el Pacífico, en 1526 o 1527 (cf. Xerez, 1985:62-65):

... y venian dentro çinco yndios e dos muchachos con tres mugeres, los quales quedaron presos en la nave. Y preguntavanles por señas [de] donde heran y adelante que tierra avian; y con las mismas señas res-pondian ser naturales de Tunbez como hera la verdad. … Bartolomé Ruiz, el piloto, les hizo buen tratamiento holgandose por llevar tal jente de buena razon y que andavan vestidos para que Piçarro tomase lengua. Y andando mas adelante descubrio hasta punta de Pasao de donde de-termino de dar la buelta a donde el capitan [Pizarro] avia quedado. Y llegando salto en tierra con los yndios … fue alegria para los españoles que con Piçarro estavan verlos y oyrlos [a los yndios]. (Cieza, 1989:32-3)

Este encuentro, que también llamo del segundo tipo porque los españoles asaltan o abordan a un grupo de indígenas y los cauti-van, fue la ocasión que les permitió vislumbrar lo que vendría más adelante. La impresión que les causó no sólo toparse con la nave,

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sino observar la tecnología con que estaba hecha, fue mayúscula. Sámano le dedica bastante espacio a la descripción de cada uno de los elementos que constituían la balsa, y se admira de cada una de ellas. Pero lo más importante fueron los objetos que encontraron sobre ella: “muchas pieças de plata y de oro para el adorno de sus personas para hazer rescate con aquellas con quyen yban a contra-tar en que yntervenyan coronas y dyademas y cintos y puñetes y armaduras como de piernas y petos y tenaçuelas y cascaveles y sartas y maços de quentas y rosecleres y espejos guarnecidos de la dicha plata y taças y otras vasijas para veber…” (Sámano, 1968:11). Además del oro y la plata, observaron el trabajo de orfe-brería y el interés por el adorno que mostraban los que los confec-cionaban y adquirían. No sólo llevaban artículos de metal; también había “muchas mantas de lana y de algodón y camisas y aljulas20 y alcaceres21 y alaremes22 y otras muchas ropas todo lo mas dello muy labrado de labores muy ricas de colores de grana y carmesy y hazul y hamarillo y de todas otras colores de diversas maneras de labores e figuras de aves y anymales y pescados y arboledas …” (1968:11). Nótese el detalle de la descripción, que destaca no sólo la variedad de piezas de vestir, sino que se detiene en su confec-ción y en la belleza de sus diseños y la riqueza de sus colores. Les llamó la atención el que llevaran “unos pesos chiquitos de pesar oro como hechura de romana”. Esto y la apreciación anterior de que era una nave de comercio les indicó también que se trataba de gente de una organización social y económica compleja.

Los comerciantes llevaban también piedras preciosas: “en al-gunas sartas de quentas venian algunas piedras pequeñas de es-meraldas y caçadonias y otras piedras y pedaços de cristal …” (11). Confirma Sámano el objetivo del viaje de la embarcación cuando indica que “anyme todo esto trayan para rescatar por unas con-chas de pescado de que ellos hazen quentas coloradas como corales y blancas que trayan casy el navio cargado de ellas” (11). La carga que calcularon llevaba esta balsa era de “hasta treynta toneles” (10), realmente voluminosa. Cieza indica que llevaban lana hilada y por hilar, lo que llevó a los indígenas a explicar la existencia de las “ovejas”, “las quales señalavan del arte que son y dezian que avian tantas que cubrian los canpos” (Cieza, 33). Las muestras de “algodón hilado” les interesaron mucho a las españolas (Cieza, 43).

Como también lo destaca Cieza, la información que les dieron fue preciosa. Ya era obvio que tenían a representantes de una gran civilización por delante, pero dónde estaba, cómo llegaban hasta allí. Por señas, característica de los encuentros del segundo tipo, se comunican con los cautivos de la balsa y les preguntan de donde son (Cieza, 33). Los indígenas “nonbraron muchas vezes a Guay-nacapa y al Cuzco donde avia mucho oro y plata” (1989:33). Todo esto sucedía en el viaje de regreso de Ruiz a la Isla del Gallo, don-de había dejado a Pizarro. No sólo decían esto los indígenas, sino

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que eran tantas noticias fabulosas que “los cristianos … lo tenian por burla porque siempre mienten en muchas cosas destas que quentan los yndios mas estos en todo dezian verdad” (Cieza, 33). Lo importante es el gozo que despertaron estas noticias en los ma-rineros y, especialmente, en el piloto quien “les hizo buen trata-miento holgandose por llevar tal jente de buena razon y que anda-van vestidos para que Piçarro tomase lengua” (Cieza, 33). Destaco aquí el hecho de que estuvieran vestidos, que lo observen los espa-ñoles y lo consignen así. Contrastan claramente con los anteriores, que andaban desnudos y tenían arcos, flechas, y se defendían. El que tuvieran “buena razon” sugiere que colaboran con los españo-les y responden por señas, hasta donde es posible, lo que ellos quieren saber. Opino que la aclaración de Cieza “para que Piçarro tomase lengua” es una manera sutil, de él o de Ribera, de informar que estas personas estaban cautivas y su carga decomisada. Como se ha visto, la corona permitía las capturas para este fin, no para la venta (Sherman, 10)23.

Con esta valiosa información, que llenaba sus expectativas y cumplía con sus más ambiciosos sueños, y con los refuerzos y vi-tuallas que trajo Almagro de Panamá, Pizarro y los suyos prosi-guieron con las exploraciones sureñas. Como habían observado que los tripulantes de la balsa capturada eran de “buena razon” se dis-pusieron a enseñarles la lengua castellana “para que supiesen res-ponder a lo que les preguntasen y fuesen interpretes” (Cieza, 38). Lo que querían saber era dónde quedaba la fuente del oro y cuán-tos habitantes tenía esa tierra, querían ver satisfecha su ansia de “descubrir tierra rica y muy poblada” (36).

A pesar de las noticias de futura bonanza, lo que tenían a la mano no podía ser más desalentador: manglares inhóspitos, indí-genas amenazantes, escasez de comida y de agua una vez que se hubo acabado lo que trajera Almagro de Panamá. Los españoles estaban, además, enfermos, y muchos morían a manos de los indi-os, de los mosquitos, de hambre y ahogados en accidentes maríti-mos. Todo esto los tenía deprimidos y casi todos querían regresar a Panamá. Quien los animaba a permanecer y avanzar era Almagro. Finalmente, Pizarro se queda con los famosos Trece de la Isla del Gallo. Obsérvese que en realidad sólo se trata de “trece españoles”, porque aunque también estaban “algunos yndios e yndias” (Cieza, 48) a éstos últimos no los mencionan: no cuentan. La carta de “los soldados de Pizarro al Gobernador de Panamá” del 5 de agosto de 1527, es muy gráfica al respecto:

... questamos muy caxcados desta ipidemia que ha tres años que no pa-ramos trayendo el maiz que hemos de comer a cuestas porque se nos han muerto mas de quinientas piezas de indios mansos que de alla tra-jimos de cuya cabsa se han muerto muchos crisptianos por no tener quien les sirviese e moliese… (Porras, 1959:9-10)

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Juan Tafur, que había ido al encuentro de los españoles para llevar a Panamá a los que quisiesen regresar, quería también lle-varse a los indígenas capturados de la balsa tripulada24. Pero Piza-rro insistió en que a ellos no los llevara, que él los necesitaba como lenguas. Para Tafur tendrían el mismo valor que todos los demás indígenas: esclavos que vendería o trocaría, pero para Pizarro es-tos cautivos eran preciosos: “mas al fin los dio [Tafur] yendo Ribe-ra por ellos al navio donde estavan” (Cieza, 48). Tafur regresa a Panamá llevando las muestras de la carga, un informante indíge-na y la carta de Francisco Pizarro a Pedro de los Ríos, Gobernador de Panamá, fechada el 2 de junio de 1527, redactada en la Isla del Gallo.

Las nuevas de la buena tierra descubierta no dire aquy en particulari-dad [sino] de haçer saber a vuestra señoria que es la mas rica e abundo-sa e apaçible para poblalla xptianos que se ha visto fasta oy e gente de mucha razon y cuenta y biben todos por tratos y contrataçiones asy en nabios por la mar como por tierra y tratan por pesso tienen oro muy fino todo quanto tienen y plata y todos los metales que ay en españa syn te-nerlos mesclados unos con otros salbo cada metal por sy el oro por oro y la plata por plata y el cobre por cobre y ropa de diversas maneras de la-na y algodón lo qual vuestra señoria alla vera y por la relaçion e ynfor-maçion que vuestra señoria tomara dese yndio que se lleva lo sabra todo lo de la tierra complydamente … (Lohmann, 1986:35)

Al poco tiempo, Almagro y Luque le proporcionaron un navío a Bartolomé Ruiz, quien retornó por Pizarro, “los yndios de Tunbez” y los que habían quedado en la Isla de la Gorgona, considerada más segura que la del Gallo, para continuar con la exploración que los llevaría a la tierra del oro. Los pasajeros más importantes eran “Los yndios de Tunbez … porque ya sabian hablar y convenia no yr sin ellos para tenellos por lenguas” (53)25. Habían estado con los españoles desde aproximadamente febrero de 1527 hasta noviem-bre de ese mismo año (Del Busto, 2001:180 y 204).

No sólo eran útiles como lenguas, sino que principalmente sir-vieron de guías: “Los yndios de Tunbez … como vieron la isleta [Santa Clara] reconociendola y con alegria dezian al capitan quan serca estavan de su tierra”. Los guiaban también, aunque no haya sido su intención, hacia los “tesoros” que trastornaban a los espa-ñoles:

… fueron a ella [Santa Clara] … e toparon la guaca donde adoravan que hera su ydolo de piedra poco mayor que la cabeça del honbre ahusada con punta aguda. Vieron la gran muestra de la riqueza de la tierra que tenian por delante porque hallaron muchas pieças de oro e plata peque-ñas a manera de figura de manos e tetas de muger e cabeças e un canta-ro de plata que fue el primero que se tomo en que cavia una arroba de agua y algunas pieças de lana que son sus mantas a maravilla ricas e vistosas… (Cieza, 1989:53-54)

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A pesar del entusiasmo de los españoles, los cautivos dijeron “que no hera nada aquello que havian hallado en aquella ysla para lo que avia en los pueblos grandes de su tierra” (54).

En otro encuentro marítimo del segundo tipo, los españoles apresan otra balsa “tan grande que pareçia navio” (54). La toman, capturando a sus ocupantes que eran unos “quinze o veynte”. Lo interesante es que no sólo estaban vestidos “con mantas, camise-tas” (54), sino que además traían “avito de guerra” (54). A esta balsa se le suman otras cuatro. ¿Cómo reconocieron los españoles la indumentaria guerrera? Porque “asi lo afirmaron los lenguas que trayan” (54). Lo curioso es que éstos también declaran ser de Tumbes y afirman que están en guerra con los de La Puná. Todos los tripulantes de las balsas quedaron cautivos, pero Pizarro, cam-biando su actitud, se apresuró a indicarles que no lo eran:

… haziendoles entender [Pizarro] que no los detenian para los tener ca-tivos ni para los detener sino para que fuesen juntos con el a Tunbez. Holgaronse de oyr esto y estavan admirados de ver el navio y sus ys-trumentos y a los españoles como heran blancos y barvados. (Cieza, 1989:54)

El asunto de las barbas es más interesante de lo que parece. Las sociedades indígenas americanas siempre han tenido mucho cuidado en erradicar todo viso de pilosidad facial. Para el caso an-dino, la carta de Cristóbal Vaca de Castro (1542) a su esposa es muy elocuente: “dizen aca que quitan las indias todo el vello por delgado que sea y los indios las barbas que les nacen porque tienen por gentileza no las tener …” (Porras, 1959:513). Para ello conta-ban con “tenaçuelas” de diversas formas, materiales26 y tamaños, como se puede observar en los museos. Turner, en sus estudios de los Kayapó del Brasil27, indica que la presencia del vello facial tie-ne un efecto negativo. La barba, bigotes y cualquier otra pilosidad son considerados elementos antisociales. Atentan contra el sentido de pertenencia del individuo a su propio grupo étnico, comunitario. El mantener una piel facial lisa y exenta de pelos es indicativa de que la persona ejerce control sobre sí misma y sobre sus impulsos básicos. Se considera que este control es elemental para la sociali-zación intra e intergrupal. Desde esta perspectiva se explica fácil-mente no sólo el asombro sino también el desconcierto que los es-pañoles provocaban en los indígenas. Estas reacciones iniciales pueden haberse debido a que la apariencia de los españoles era claramente antisocial, a tal punto que les hacía dudar si pertenec-ían al mundo de los vivos o si estaban regresando de un lugar más remoto, el de los muertos28. Una vez superado este primer impacto visual y de constatar la concreta humanidad de los visitantes, la tensión se relaja y se puede establecer una interacción.

Como Pizarro ya contaba con lenguas, la combinación de señas y de traducción lingüística permite una intercomprensión más fe-

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liz. Este factor es tan decisivo que marca el paso de los encuentros del segundo tipo a los del tercero.

Poco después retornan con el navio español al sitio de donde habían salido los indígenas en sus balsas. La gente se reúne en la playa para verlos y recibe primero a los que habían estado “casi” cautivos. Luego que intercambian información los recién llegados con su señor (Cieza, 55) aparece lo que tanto querían los españoles y que, justamente, es característico de los encuentros del tercer ti-po: “luego se aderezaron diez o doze balças llenas de comida y de fruta con muchos cantaros de agua y de chicha y pescado y un cor-dero… Con todo esto fueron yndios al navio sin ningun engaño ni maliçia antes con alegria y plazer de ver tal jente.” (Cieza, 55). No sólo están alegres los indígenas, sino los españoles también, espe-cialmente “quando entre lo que les trayan vieron el cordero” (Cie-za, 55).

Entre el grupo de indígenas que subió al navío, los españoles observaron que venía alguien especial, de más categoría o jerarqu-ía que los demás. Cieza lo describe como “un orejón”, utilizando el genérico con que se describió después a los jefes que tenían las ore-jas horadadas y utilizaban unos adornos que les agrandaban los lóbulos de las orejas. Siguiendo a Turner, cabe destacar el valor metafórico del adorno que “abre los oídos” de quienes lo portan29. Estos adornos eran muy elaborados, generalmente de metales pre-ciosos y con incrustaciones de turquesas, nácar, coral y otros mate-riales formando figuras, como mosaicos en miniatura. Eran de unos cinco centímetros de diámetro, bien evidentes, especialmente para quien andaba a la caza de joyas. El “orejón” logra una amplia comprensión porque puede comunicarse oralmente a través de los intérpretes indígenas que traen los españoles, los de la primera balsa de tumbesinos. Así: “mediante los yndios que servian de len-guas pregunto al capitan que donde heran y de que tierra avian venido que buscaban o que hera su pretençion de andar por la mar y por la tierra sin parar” (56). Pizarro le responde y aprovecha pa-ra introducir la idea del cambio de religión que deben hacer los indígenas, una versión sui generis del Requerimiento. Este “orejón” les ofrece garantías y les indica, a través de señas y las lenguas “que siguramente podian saltar en tierra sin que ningund daño reçibiesen y proveerse de agua y de lo que les faltara” (Cieza, 55). Cieza reconoce en este personaje a un representante Inka: “e porque le convenia enviar relaçion çierta a Quito al rey Guaynaca-pa su señor de aquellas jentes despues de aver visto el navio y los adereços del y tanto mirava y preguntava que los españoles se es-pantavan de ver tan avisado y entendido yndio” (56). Obsérvese que la interlocución es entre el “orejón” y el capitán, interacción que confirma el mutuo reconocimiento como líderes de cada uno de los bandos. Es importante destacar también que sólo los líderes hablan entre sí; es decir, los líderes o responsables de los grupos se

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identifican como interlocutores hábiles. El líder indígena inquiere sobre el origen de los españoles, el motivo de su venida y sus obje-tivos. El líder español solicita ir a tierra, agua y comida. Hacen es-to, es cierto, mediando la intervención de los lenguas, pero el in-tercambio comunicativo se hace entre las dos personas principales. En este punto de los encuentros, los lenguas vienen a ser unos siervos especializados en el conocimiento de por lo menos dos len-guas, siendo una de ellas la del conquistador y la otra el quechua general, comprendido por los funcionarios Inka.

En este contexto se puede hablar ya de un acto ilocutorio, es decir, de una situación en la que dos sujetos se comunican trans-formándose en interlocutores. De acuerdo a Ducrot (1972:4), la lengua es el vehículo que pone en relación de comunicación a dos o más personas y que, además y a partir de ella, se puede hablar de una amplia gama de relaciones interpersonales. Para que la co-municación fluya entre dos personas que recién se conocen y que pertenecen a culturas diferentes, hay que partir de los presupues-tos30. Se presupone, por ejemplo, que cada persona tiene un nom-bre y que las importantes tienen un cargo. Ésta puede ser la pri-mera solicitud de información que se presenta: la identificación. Acto seguido, los visitantes informan, a través de sus intérpretes, de sus necesidades urgentes: información, comida y agua. En ge-neral, en este tipo de encuentros los anfitriones responden siempre enviando una gran cantidad de alimentos. En el presente caso, además de los alimentos y bebidas que les han llevado para con-sumo inmediato, les ofrecen vituallas para el viaje de regreso.

Es de notar que todos estos indígenas están vestidos; es decir, son civilizados. Tienen jerarquías evidentes y curiosidad por los vi-sitantes. En reciprocidad, el capitán le entrega regalos para el ca-cique, reconociendo que quien ha subido al navío tiene un jefe en tierra. Le regala varias cosas para él, y le da animales españoles vivos para el cacique: “una puerca y un berraco e quatro gallinas y un gallo” (56)31. Es decir, se dan grandes muestras de cordialidad de ambas partes. “El capitan respondio que de jente de tanta razon como ellos pareçia no tenia ningund reçelo de fiarse dellos” (55-56).

Con este “orejón” bajan varios españoles a tierra: “El capitan mando [a] Alonso de Molina y a un negro que fuesen” (Cieza, 1989:57). Mucha gente se acercaba a ver a los dos, especialmente al negro, que llamaba mucho la atención: piel negra sin necesidad de pintura. Destaca acá el efecto que causa Molina entre las muje-res indígenas:

Venian a hablar con el [Molina] muchas yndias muy hermosas y gala-nas, vestidas a su modo todas le davan frutas y de lo que tenian para que llevasen al navio preguntavanle por señas que adonde yvan y de donde venian. El respondia de la misma manera [por señas]. Y entre aquellas yndias que le hablaron estava una señora muy hermosa y dixo-le que se quedase con ellos y que le darian por mujer una dellas la qual

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quisiese… (Cieza, 1989:57)

Aquí no se observa violencia alguna; más bien, una relación de amabilidad y coquetería. No hay raptos ni violaciones; sólo invita-ciones a tener una mujer del lugar, en caso de quedarse con ellos.

Mi caracterización de los encuentros del tercer tipo está, pues, marcada por la comunicación que da lugar a muestras de cortesía de ambas partes. Los indígenas como anfitriones están en el deber de ser amables; los visitantes, lo mismo, especialmente cuando, como ahora, son pocos y quieren ver lo que hay más allá, no que-darse ni malograr lo de acá. Los españoles ya saben que las comu-nicaciones internas de los indígenas son muy eficientes: no quieren que, una vez más, su mala fama llegue antes que ellos. En este ti-po de encuentros los indígenas se sienten seguros y confiadamente suben a los navíos. Algunos españoles bajan a tierra. Hay que des-tacar, también, el tipo de alimentos que reciben los españoles de estos grupos: se trata de alimentos cocidos y elaborados: “carnero” asado y chicha, además de frutas y agua. Aquí se observa que los españoles recurren a la retribución, pues Pizarro le envía al caci-que alimentos crudos, en pie, a cambio de los que les han propor-cionado los indígenas.

En cuanto a los metales preciosos que exhiben los indígenas, ya no sólo lo observan en el adorno personal sino en su vajilla, cata-logándola por su calidad, capacidad y cantidad. Cambia también el medio de transporte indígena: hemos visto a los primeros grupos viajar por mar y río en canoas; ahora viajan en balsas por el mar. Se ha pasado del remo a la vela y al timón. La actitud hacia la cap-tura de indígenas también ha variado: los primeros se cazaban pa-ra servicio, venta y para lenguas; los segundos y terceros se captu-ran para que sirvan como lenguas e informantes. Pero, sobre todo se les utiliza como “embajadores” o “adelantados”, que bajan a tie-rra antes que los españoles para avisar de su venida y para infor-mar de sus intenciones. A las mujeres “desnudas” no se les secues-tra y viola; ahora se realiza una observación de las mujeres vesti-das y se comportan con mesura.

A partir de los encuentros del tercer tipo los españoles son ca-paces de identificar a los líderes por el atuendo y el adorno espe-cial que tienen y por la actitud de los demás indígenas hacia ellos. Ya saben los españoles que tienen casas y “fortalezas” de piedra, que tienen guardas y que utilizan vajilla de oro y plata (Cieza, 56-61). Los recién llegados quieren encontrar la fuente de donde sale el oro que ven con alegría y codicia. Como han visto las muestras, presumen que en algún lugar próximo estarán las minas que dese-an.

Interesa aquí notar que la presuposición tiene en este contexto una función eminentemente pragmática, ya que se constituye en el vínculo entre los interlocutores y da pie a la realización del diálogo

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y a su progresión (Caron, 101). Para lograr la intercomprensión en esta temprana comunicación tiene que darse la cooperación de to-dos los involucrados en el diálogo para que se puedan comprender (Caron, 104). Caron cita a Grice al afirmar una mínima coopera-ción en lo que respecta a tener una conversación en la que, por lo menos, la “dirección [sea] aceptada por todos” (Caron, 105).

Una vez que tanto españoles como indígenas se hacen invita-ciones formales para visitarse, hemos llegado a los encuentros del cuarto tipo:

“Un prencipal venia entre aquellos yndios [que llevaron alimentos en balsas hasta el navio] que dixo al capitan como una señora que estava en aquella tierra a quien llamavan la Capullana como oyese dezir lo que del y de sus conpañeros se contava [que heran blancos con barvas que no hazien mal ni robavan ni matavan antes davan de lo que trayan y eran muy piadosos y umanos] le avia dado gran deseo de los ver por tanto que le rogava saltase en tierra y que serian bien proveydos de lo que oviesen menester”. (Cieza, 62)

A pesar de que Francisco Pizarro aceptó la invitación de la Ca-pullana, cacica del norte de Tumbes, observando que “en ellos [los indios] no se conoçia tan buena boluntad y tan poca maliçia” (63), no pudo ir a tierra en esa oportunidad. Estuvo explorando más al sur, y al volver a recoger a Molina, la cacica lo vuelve a invitar. Molina informa que “no llovia y que por mucha parte de la costa con agua de regadio senbravan las tierras y que contavan mucho del Cuzco y de Guaynacapa” (65). La cacica “enbio a dezir al capi-tan que para que se fiasen de su palabra y sin reçelo saltasen en tierra que ella se queria fiar primero dellos y yr a su navio donde los veria a todos y les dexaria rehenes para que sin miedo estuvie-sen en tierra lo que ellos quisiesen” (65). Y efectivamente, subió al navío: “… el capitan la reçibio muy bien … mandando a los espa-ñoles que los tratasen con criança” (66)32. Una vez que insistió en su invitación a Pizarro y hubo visto el navío, regresó a tierra.

La confianza ha superado al recelo; los españoles confían en la palabra de una indígena, a pesar de haber declarado múltiples ve-ces que los indígenas eran mentirosos. ¿Cómo distinguir entre la verdad y la mentira en una situación de escasísima comunicación? Esta intención de veracidad se encuadra en lo que Grice33 describe como el “principio de cooperación”. Es necesario que los interlocu-tores se aboquen a satisfacer las necesidades mutuas, entre ellas la de veracidad en la comunicación, para que ésta pueda ser efecti-va. Grice no habla de una comunicación interlingüística o intercul-tural, como es el caso aquí, pero opino que se aplica su propuesta, sólo que bajo condiciones mucho más complejas. Aquí ha sido nece-sario hacer algo concreto: dejar rehenes para asegurar la confianza del interlocutor. Los hechos apoyan las palabras; los hechos son aún más comprensibles que los enunciados.

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Al día siguiente, dejando algunos principales indígenas en la nave, Pizarro bajó a tierra con miembros de su tripulación. Cuan-do llegaron se encontraron con una ceremonia de bienvenida:

“salieron a reçibirlos la cacica con muchos prençipales e yndios con ra-mos berdes y espigas de mayz con grande horden y tenian hecha una gran ramada donde avia asientos para todos los españoles juntos los yn-dios algo desviados dellos mirandose unos a otros. Y como estuviese la comida aparejada les dieron de comer mucho pescado y carne de diferen-tes maneras con muchas frutas y del vino y pan que ellos usan”. (Cieza, 1989:67)

Esto no era todo: “Como oviesen comido los prencipales yndios que alli estaban con sus mujeres por hazer mas fiesta al capitan vaylaron y cantaron a su costumbre” (67). Cieza añade lo que pa-saba por la cabeza de Pizarro mientras lo atendían: “deseava verse en Castilla del Oro para procurar la buelta con jente bastante para sojusgarlos y procurar su converçion”. (67). Este discurso de la do-blez nos recuerda el carácter teatral, fingido, que puede tener una alocución: “Hablar es cierta forma de actuación …” (Caron, 104). Cuando le tocó el turno de agradecer las atenciones, Pizarro

“les hablo con las lenguas que tenian diziendoles … [que] les queria avi-sar de lo que tanto les convenia que hera que olbidasen su creençia tan vana y los sacrifiçios que habian tan sin provecho pues a solo Dios con-venia onrar y servir con sacrifiçios de buenas obras y no con derramar sangre de honbres ni de animales, afirmandoles que el Sol a quien ado-ravan por dios, no hera mas que cosa criada para dar lunbre al mundo y para la conservaçion dél; que Dios todopoderoso tenia su asiento en el mas eminente lugar del çielo y que los cristianos adoravan a este Dios, a quien llaman Jesucristo y que si ellos hazian lo mismo les daria la gloria del çielo y no haziendolo los echaria en el ynfierno para siempre jamas”. (Cieza: 68)

Pizarro habló en castellano. ¿A qué lengua tradujeron los intérpretes? La Cacica y los “prinçipales” deben haber tenido como lengua materna alguna de la zona y todos conocerían el “quechua general”, que sería su segunda lengua.

Continuó Pizarro diciéndoles “que supiesen que todos ellos avian de reconocer por señor y rey al que lo hera de España y de otros muchos reynos y señorios …” (68). El grado de comprensión de lo que dijo no puede medirse a carta cabal, pero una indicación sobre la reacción de los anfitriones al pedido de Pizarro de que le-vantaran una bandera en señal de aceptación del Requerimiento, me hace pensar, así como a Cieza, en la profunda incomprensión que allí reinaba: “… la qual [vandera] los yndios la tomaron y la alçaron tres vezes riendose, teniendo por bulra todo quanto les avia dicho porque ellos no creyan que en el mundo oviese otro se-ñor tan grande y poderoso como Guaynacapa. Mas como lo que les pedia no les costava nada, conçidieron en todo con el capitan rien-

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dose de lo que les dezia”. (Cieza, 68). En este punto creo que la in-tención de cooperación comunicativa de Pizarro se ha transforma-do en intención coercionadora, lo que convierte el diálogo en monó-logo. Se observa un discurso pizarrista cada vez más dominador y menos respetuoso de las formas de cortesía de sus interlocutores, sin olvidar que se trata de un discurso del disimulo.

En su viaje de regreso al norte, los españoles “llegaron a otro puerto … donde hallaron muchos yndios en balças para reçibillos con mucha alegria … fueron a el [navío] con grandes presentes que los caciques enbiavan al capitan…” (Cieza, 69). Este recibimiento en el mar, característico del tercer y cuarto tipos de encuentros, se convierte en claro ejemplar del cuarto tipo cuando “los ricos hom-bres [sic] de aquella comarca con algunos caciques fueron al navio muy alegres de verlo surto en su puerto y hablaron con el capitan …” (69). Esta visita de los principales tiene como objetivo invitar al capitán a bajar a su tierra, así como lo había hecho en la de sus ve-cinos. Pizarro accede y los principales regresan a tierra para pre-parar el recibimiento, no sin antes haber impresionado al capitán: “Francisco Piçarro estava espantado quando via tanta razon en aquellas gentes y como andavan vestidos y los prencipales bien traydos” (69). Al día siguiente, “por la mañana fue a tierra donde fue reçibido de la manera que lo hizieron los otros [bajo una rama-da] y ansi le dieron de comer a el y a sus compañeros …” (69). No desaprovechó el momento Pizarro para cumplir con sus obligacio-nes de cristiano vasallo del Rey de España y de capitán de su hueste, al declarar el Requerimiento. Para ello “Y como estuviesen juntos muchos prençipales les hizo otro parlamento sobre que les convenia dexar sus ydolos y ritos que tenian y tomar nuestra fe … y que avian de entender que pronto serian sujetos del Emperador Carlos rey de España y les hiço alzar la vandera ni mas ni menos que a los otros. Mas tanbien lo tuvieron todo por bulra y se rian muy de gana de lo que le oyan” (Cieza, 69). El discurso anunciador de la conquista y la sujeción ya no es horizontal; Pizarro asume una posición de señor que le habla a sus vasallos en un discurso vertical.

Las barreras lingüísticas y culturales eran muy difíciles de sor-tear cuando las comunicaciones se hacían bajo presión y aún bajo amenaza. Por ello no llama la atención que no haya habido mayor reacción de los nativos ante lo que les decían porque aunque com-prendieran las traducciones no llegaban a captar el sentido de lo que consideraban inaudito. Así, se avenían a realizar los gestos que se les pedía: enarbolar banderas, intercambiar baratijas. Que esto fuera hecho en señal de acatamiento o en señal de amistad, les era totalmente ajeno. Es decir, el hecho concreto era compren-dido pero su simbolismo, no.

Dentro de los encuentros del cuarto tipo, la lectura del Reque-rimiento y su eventual traducción y explicación funcionaba real-

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mente como una “patente de corso”. Una vez hecho ese gesto, los invasores se sentían totalmente descargados de responsabilidad, tanto criminal como espiritual, y podían proceder a satisfacer sus más alocados propósitos sin cortapisas. Por ello se cuidaban mucho de llevar intérpretes, aunque fuera solamente para cumplir con su parte del gesto: hacer entender el Requerimiento que habían reci-bido del Rey de España, no fuera a ser que se les acusara de agre-sores.

Estas situaciones se van repitiendo a lo largo de la costa del Pacífico, a medida que Pizarro y sus huestes regresan hacia el nor-te. En Cabo Blanco, una vez dado a conocer el Requerimiento, Pi-zarro procede a incorporar esos territorios al reino español: “salto en tierra para tomar poseçion en nonbre del Emperador … Como se vio en la costa dixo en presençia de los que yvan con el “sedme testigo que tomo poseçion de esta tierra con todo lo demas que se a descubierto por nosotros por el Emperador nuestro señor y por la corona real de Castilla. Como esto dixo dio algunos golpes ponien-do su señal como se suele hacer” (Cieza, 70). En la playa de Tum-bes sucedió lo mismo: “… lo estavan aguardando muchos prençipa-les e caçiques fueron luego en balças algunos dellos llevando re-fresco … El capitan les hablo como habia hecho a los demas y les dixo que para que por ellos fuese conoçido que su amistad hera verdadera y de amigo quel queria dexarles un cristiano para que le mostrasen su lengua y lo tuviesen entre ellos” (Cieza, 70). A quien se refería es a Molina, quien se quedó en este lugar.

Este episodio se repite en Santa Elena: “fueron a la nao treynta y tantos prençipales y cada uno en señal de amor y de gran bolun-tad le dio una manta y le echo al cuello una çarta de la chaquira dicha y las mantas se las ponian junto a las espaldas porque asi es su costumbre …” (Cieza, 71). Pizarro les agradece el presente y les solicita “un muchacho para que aprendiese la lengua …” (72). Cie-za informa que este muchacho falleció en España (72). En Puerto Viejo salieron también las balsas con provisiones y “le dieron otro muchacho a quien pusieron por nombre don Juan” (Cieza, 72).

Los “lenguas” que Pizarro ha ido “tomando” (para seguir utili-zando el eufemismo de Cieza) provienen de zonas cuyas lenguas documentadas son el tallán (Torero, 1990:245) y el quechua. De-ben ser bilingües tallán-quechua y haber aprendido algo de caste-llano34 durante el tiempo que pasaron como cautivos de los españo-les. Pizarro ha estado solicitando niños lenguas a los principales. Este título genérico incluye por lo menos a dos tipos de personas: los señores locales, que eran bilingües en lengua particular y que-chua general, y los representantes de los Inkas, que hablarían la lengua administrativa (quechua general).

Con esto se concluye el cuarto tipo de encuentros. Como se ha visto, los ha caracterizado una especial cordialidad, y un inter-cambio de invitaciones a ingresar a sendos ámbitos culturales. Los

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indígenas les prodigan cuidados y comida, y organizan ceremonias para los españoles, quienes se apresuran a aprovecharlas para in-formar a los indígenas sobre los contenidos del Requerimiento y luego tomar posesión de los territorios y los pueblos sin que sus anfitriones realmente comprendan que han sido subyugados. Piza-rro anuncia que volverá, no con soldados para apresarlos y agre-dirlos, sino con sacerdotes para que les hagan conocer la religión cristiana. El capitán cumple, hasta ahora, casi todos los reglamen-tos de la corona para dominar territorios.

Se observa en esta parte una narrativa del engaño y la doblez. Cieza (y Ribera?) establece un paralelo entre lo que hace y dice Pi-zarro y lo que planea: nos refiere las dos instancias, dándonos una muestra de su insinceridad, de su hipocresía. Cieza nos hace saber lo que hacen y dicen los españoles; también da cuenta de lo que di-simulan o no dicen. Disimulan todos tanto su ambición como su lu-juria en estos encuentros “amistosos”, especialmente ante La Ca-pullana. Creo que con esto el autor nos indica que se trata de una situación coyuntural, pasajera, que es la cantidad de metal dorado que ven lo que los hace cuidarse para no perder el que no ven. Es decir, la codicia los ha vuelto personas con “buena criança”, respe-tuosos para con los indígenas. Además, Cieza aprovecha este mo-mento para compartir con los lectores su opinión sobre la mala fe de los cristianos y la confianza y buena disposición de los natura-les (71).

Es sintomático, también, que en cada pueblo pida muchachos para lenguas. Creo que se está preparando para el gran golpe. También es posible que ya se le hayan muerto o escapado algunos de los de Tumbes, que deben haber sido realmente de Chincha35, pues es acerca de ese lugar que le hablaban.

Pizarro regresa a Panamá con sus trofeos, que causan gran conmoción: “Espantavanse de las ovejas viendo su talle estimaron su lana pues con ella ropa tan fina se hazian loavan las colores de las pinturas de perfetas creian que pues hallaron aquel cantaro con la otra muestra en la ysleta que en la çibdades y pueblos gran-des avria mucha plata y oro. Y como suele aconteçer con semejan-tes novedades no se hablava en la çibdad en otra cosa que en el Peru” (Cieza, 73). Nótese que ya se utiliza el nombre “Perú” para referirse a todo ese territorio al sur de Panamá, nombre que, según este autor, se derivó del nombre “Beruquete o Peruquete” de uno de los caciques de la zona de los manglares (Cieza, 11)36. La llegada a Panamá y la preparación del viaje a España tienen lugar “mas de quatro años” después de iniciada la exploración, a fines de 1527 o principios de 1528. Pizarro se va a España sabiendo que esa tierra “hera la mejor del mundo y mas rica segund lo que vian por la muestra” (64), aunque sólo sabía que más allá de lo que había visto existía Chincha y Cuzco (65).

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La experiencia ha ido transformando el comportamiento de los españoles. Los encuentros del primer tipo han quedado caracteri-zados como desencuentros: Pizarro y sus hombres llegan a pueblos abandonados. Las interacciones que se dan son de cacería: búsqueda y captura. El objetivo es obtener comida, agua y mujeres y observar vanamente vestigios de riqueza. Los encuentros del se-gundo tipo son más bien, asaltos de los españoles en busca de co-mida, agua, oro, cautivos y mujeres. Estos asaltos se dieron tanto en tierra como en el mar. Cuando empezaban las presiones y las agresiones por saber dónde estaba el oro, para que les entregaran comida y para saber qué mujeres eran para ellos, cuando se les trataba como siervos o esclavos, reaccionaban los nativos, gene-ralmente con desagrado y en medio de la sorpresa de que dentro del protocolo del intercambio inicial las partes visitantes se mos-trasen tan violentas. En los encuentros restantes se percibe que han podido controlar la codicia y la lujuria iniciales y en lugar de atacar se muestran corteses y acomedidos. Opino que estos cam-bios se han debido, principalmente, a reacciones ante el hecho de que los indígenas estuvieran vestidos y, por lo tanto, fueran reco-nocidos como más civilizados con respecto a quienes no lo estaban. Este mayor grado de civilización invita a los españoles a reconocer una organización social jerarquizada, como la propia. Estas trans-formaciones en sus actitudes se basan en la mejor comunicación lograda a través de intérpretes, lo que permite el paso del hambre a la saciedad, de la escasez de alimentos a la abundancia. En cuanto a las agresiones sexuales, pasan de la violación y el rapto a la solicitud, más propia de su propio entorno social. Además, se acrecienta la certeza de estar cada vez más cerca a la fuente del oro porque tanto este metal como la plata aparecen con mucha más frecuencia. Ante experiencias extremas los españoles pierden todo barniz de socialización, eliminan sus propios sistemas de re-gulación social anclados en su fe religiosa. Al variar la intensidad de las experiencias y ante la perspectiva de que ciertas restriccio-nes inmediatas tendrán como fin último el enriquecimiento, los es-pañoles moderan su comportamiento y recuperan los límites de su propio actuar en sociedad.

Es evidente que, desde la captura de la balsa de tumbesinos, Pizarro planea regresar a conquistar. Esta intención se va plas-mando con mayor claridad en los encuentros de tercer y cuarto ti-po. El cumplir con los protocolos de la toma de posesión y de la lec-tura del Requerimiento corrobora sus propias intenciones de vol-ver, expresadas oralmente.

NOTAS

1. Pizarro era un experimentado “conquistador” de acuerdo a lo que le informa Hernando de Luque al gobernador Pedro de los Ríos en 1527-1528: “Piçarro

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y Almagro travajaron en el Darien y […] sienpre se avian mostrado servido-res del Rey aviendo sido lo mismo en la Tierra Firme […] en tienpo de Pe-drarias quien por conoçimiento que tenia de ser todo lo que dezian verdad les avia dado la demanda de la mar del Sur donde avian pasado los travajos quel savia y le constava …” (Cieza, 1989:74).

2. “Asi como lo e escrito me lo afirmo este Niculas de Ribera, que oy es bivo y esta en esta tierra y tiene yndios en la çibdad de los Reyes, donde es vezino” (Cieza, 1989:24).

3. “… si no fuera por un esclavo negro le mataran [a Almagro[” (Cieza, 1989:25).

4. “… que seria bien que en aquella ysla se quedasen todos los yndios e yndias que tenian de serviçio …” (Cieza, 1989:53). Algunos de ellos viajaron con los españoles y a otros los capturarían en el camino.

5. De acuerdo a Sherman “parece que la mayoría de españoles tenían por lo menos un par de esclavos [indígenas] a su servicio” (1979:63) (Mi traducción de: “… it appears that most Spaniards had at least a couple of slaves to ser-ve them …”). Sólo los muy ricos podían tener esclavos africanos, que eran más caros y escasos.

6. No incluyo los acentos ni la puntuación modernas en las citas del siglo XVI, siguiendo el uso de la época.

7. Pedrarias había sido uno de los primeros en secuestrar indígenas de Nica-ragua para esclavizarlos. Éste, “en la versión de Las Casas, entró como un ‘lobo hambriento’ a hacer presa de los ‘corderos’” (Mi traducción de: “in the version of Las Casas, entered like a ‘hungry wolf’ to prey on the ‘lambs’” (Sherman, 1979:54).

8. De no encontrar oro, plata, perlas, piedras preciosas, y a veces además de ello, el interés de los españoles era el de capturar indígenas para venderlos como esclavos. Sherman habla sobre este tema, considerándolo una práctica común en Centro América (1978:39-63).

9. “Durante los largos años de la gobernación de Pedrarias se tomaron muchos esclavos y los centros de León y de Granada se convirtieron en bases del tráfico. La trata de esclavos entre Nicaragua y Panamá y otros puntos más al sur era muy activa. El Gobernador estaba directamente involucrado en ella y, entre otros españoles prominentes que usufructuaban de él, estaba Hernando de Soto. En Panamá los indios se vendían en el mercado de escla-vos; algunos de ellos se destinaron para trabajar en el Perú. (Mi traducción de: During the long years of Pedrarias’ rule a great many slaves were made, and the centers of León and Granada became headquarters for the trade. The traffic between Nicaragua and Panama and points south was brisk. The governor was involved in the trade himself, and among other prominent Spaniards profiting was Hernando de Soto. In Panama the Indians were auctioned off at the slave market, some of them destined for labor in Peru.) (Sherman, 1979:54).

10. “Proveerse” es un término ambiguo y elegante elegido por Cieza a sabien-das, en lugar de “tomar”, como lo hace en la página 16.

11. Con estos nombres españoles se va enriqueciendo la cartografía europea de América del Sur, al quedar incorporados estos lugares a los mapas portula-nos del Pacífico.

12. “A los comienzos [del viaje de Pizarro], el resultado no fue halagador. Tanto por lo adverso de la estación como por la escasez del aviamiento y también, como advierte Andagoya en su Relación, por no haber seguido Pizarro sus consejos, las penalidades fueron muchas y poco el oro recogido” (Vargas Ugarte, 1953:98).

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13. “Un método usual de subyugar a los nativos era emplear despliegues dramáticos de violencia concentrada para atemorizarlos y convencerlos de la conveniencia de cooperar con las exigencias españolas. Las técnicas teatra-les y atemorizantes surgen una y otra vez en los registros de las expedicio-nes. conquistadoras”. (Mi traducción de: “A standard means of pursuing such subjugation was to employ dramatic displays of concentrated violence in order to terrorize a native group and convince them of the efficacy of coo-peration with Spanish demands. Theatrical and terrorizing techniques ap-pear again and again in the records of Conquest expeditions.”) (Restall, 2003:24)

14. “Trementina. Especie de resina liquida … del terebinto, arbol, aunque tam-bien hay resinas de otros arboles dichas por este nombre …” (Covarrubias, 1995:935).

15. “El vestido y el adorno corporal constituyen [tal] medio cultural, quizás el más especializado en la formación y la comunicación de la identidad perso-nal y social”. Mi traducción de: “Dress and bodily adornment constitute one such cultural medium, perhaps the one most specialized in the shaping and communication of personal and social identity” (Turner, 16).

16. “Almagre. Es una tierra colorada … El nombre es arabigo … el verbo signi-fica engañar o teñir de otra color, disfrazando la natural … Y porque anti-guamente los que representaban se teñian la cara con el almagre o berme-llon le dieron los arabes este nombre del que engaña …” (Covarrubias, 1995:68).

17. “La inoperancia inicial de palabras y frases de unos y otros la contrarresta-ba la ‘voz’ de los ojos, de manos, brazos y piernas” (Martinelli y Valles, 1993:30).

18. “Sus signos [de los gestos] no tienen valor universal; lo tienen estable, sí, y bastante duradero, pero sólo para los miembros de una misma cultura …” (Martinelli, 1992:132).

19. ”Enjaezar, adornar” (Covarrubias, 1995:676). 20. “Aljuba. Género de vestidura morisca. Dice Diego de Urrea que en su termi-

nación es guibbetun, y de allí se dixo 2. jubón y 3. jubetero. El italiano la llama giubba, veste como a la turchesca, longa et con maniche. También la llama giuppa Ariosto: Giuppe traponte, etc.” (Covarrubias, 66). Debe tratar-se de los unku.

21. Ropa de seda. Ver Covarrubias: Alcaicería, página 47. Debe tratarse de teji-dos kumpi.

22. Alhareme o alfareme; la primera palabra más usada entre los siglos XIII al XV: “Pieza de tela de lana usada como vestido” (Alonso, 239). La segunda, Alfareme, utilizada entre el XVII y el XX. “Toca semejante al almaizar con que los árabes se cubrían la cabeza” (Alonso, 241). El “almaizar” era una “toca de gasa usada por los moros” (Alonso, 248).

23. Las Leyes de Burgos de 1512 fueron las primeras que se aplicaron a los indígenas del Caribe y después Centroamérica. Se especificaba que no se había de esclavizar a los indígenas, ni utilizarlos para el transporte de car-ga. Se les debía dar condiciones apropiadas de vida, y se les debería pagar por sus servicios para que pudieran vestirse adecuadamente. Además, ningún español debía osar llamar a un indígena “perro”, sino utilizar siem-pre su nombre (Sherman, 10). “Royal edicts proclaiming that Indians were free men and not subject to servitude were given on at least six occasions between 1526 and 1542 –that is, from the early years of colonization in Cen-tral America up to the issuance of the celebrated New Laws. There were, furthermore, numerous less formal admonitions to royal officials on the sa-

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me subject, to little avail” (Sherman, 11). Mi traducción: “Entre 1526 y 1542, desde los primeros años de la colonización en Centroamérica hasta la dación de las celebradas Leyes Nuevas, se dieron por lo menos seis cédulas reales que proclamaban que los indígenas eran hombres libres y que no deb-ían estar sujetos a servidumbre. Se dieron, además, numerosas advertencias menos formales a los funcionarios reales sobre ese asunto, pero no tuvieron mucho efecto”.

24. Cieza los llama “yndios de Tunbez” (48). 25. Cieza dice más: “Y esto que se les dixo a los yndios y otras cosas bastava pa-

ra dezirlo y responder sus respuestas los yndios de Tunbez que avian tenido con ellos tantos dias que avian aprendido mucha parte de nuestra lengua” (54).

26. Las ocho que le envía Vaca de Castro a “doña Catalina” son cuatro de oro “no es muy fino porque sean mas reçias” y cuatro de plata (Porras, 1959:513).

27. “La limpieza, que implica la remoción de toda excrecencia natural de la su-perficie del cuerpo, es el primer paso, esencial, de la socialización en la in-terfase entre el individuo la sociedad, representada en términos concretos por la piel. La eliminación del vello facial y corporal tiene este mismo objeti-vo fundamental de transformar la piel de un simple envoltorio natural del cuerpo físico a una suerte de filtro social, capaz de contener dentro de una forma socialmente aceptable, las fuerzas biológicas y las energías libidinales que se encuentran bajo su superficie”. Mi traducción de: “Cleanliness, as the removal of all natural excrescence from the surface of the body, is thus the essential first step in socializing the interface between self and society, em-bodied in concrete terms by the skin. The removal of facial and bodily hair carries out this same fundamental objective of transforming the skin from a mere natural envelope of the physical body into a sort of social filter, able to contain within a social form the biological forces and libidinal energies that lie beneath” (Turner, 17-18).

28. Debo esta sugerencia a mi perspicaz alumna Kristen Curé (Febrero 2004). 29. Sobre la perforación de los lóbulos de las orejas, Turner dice de los Kayapó

“I suggest that the piercing and stretching of these secondary, social ‘holes-in-the-ear’ through the early use of earplugs for infants is a metaphor for the socialization of the understanding, the opening of the ears to language and all that that implies …” (Turner, 11). (Mi traducción: “Sugiero que la perforación y el estiramiento de estos ‘huecos-en-las-orejas’, secundarios pe-ro socialmente importantes, evidenciados por el uso de aditamentos para mantenerlos abiertos en los infantes es una metáfora de la socialización de la comprensión, de la apertura de los oídos a la lengua y todo lo que ello im-plica …”).

30. “… la presuposición no es una información transportada por el enunciado, es un acto ilocutorio. Para entender su naturaleza, es preciso volverla a co-locar en el funcionamiento del diálogo: ‘Presuponer cierto contenido es poner la aceptación de este contenido como condición del diálogo posterior’ (Du-crot, 1972, 91); al realizar ese acto, ‘se transforma al mismo tiempo las posi-bilidades de habla del interlocutor’, fijando de alguna manera ‘el precio que hay que pagar para que la conversación pueda seguir’. (Caron, 1988:91).

31. ¿Le estaría enviando también al Inka el virus de la viruela? De acuerdo a Newson (1991:90), estos primeros encuentros fueron los que infectaron a los indígenas: “It was not until 1526 to 1527 that Bartolomé Ruiz and Francisco Pizarro explored the Ecuadorian and Peruvian coasts as far south as the Santa River. The most obvious source of the first disease [smallpox] to stri-

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ke the Inca Empire were the latter [these] expeditions … It is possible that the virus was carried in clothing or dust, in which condition it may survive for up to eighteen months, but the spread of the disease by this means is not common … The normal channel of infection is direct, face-to-face contact” (Newson, 1991:90). (Mi traducción: No fue sino hasta 1526 a 1527 que Bar-tolomé Ruiz y Francisco Pizarro exploraron las costas ecuatoriana y perua-na, llegando por el sur hasta el río Santa. La fuente más obvia de la primera enfermedad [viruela] que asolara el imperio Inka fueron [estas] últimas ex-pediciones … Es posible que llevaran el virus en la ropa o en el polvo; en es-tas condiciones puede sobrevivir hasta dieciocho meses, pero el contagio de esta enfermedad por estas vías no es común … El canal normal de la infec-ción es el contacto directo, cara a cara).

32. “La organización de la preferencia en la conversación no es solamente un ‘hecho’ del comportamiento verbal; se basa en gran medida en modelos de expectación producidos tanto por la experiencia personal como socialmente, que están conectados a los tipos de desiderata afectivos que también guían la necesidad de deferencia y cortesía (reforzando así la conexión general-mente aceptada entre emoción y cognición)” (Verschueren, 2002:279).

33. Citado por Caron, 105. 34. “los yndios de Tunbez … ya savian hablar …” (Cieza de León, 1989: 53) 35. “… el capitan navego por su camino descubriendo hasta que llego a lo de

Santa con gran deseo de ver si podia descubrir la çibdad de Chincha de quien contavan los yndios grandes cosas …” (64).

36. Posiblemente Pascual de Andagoya o alguien de su tripulación recogió este nombre en sus viajes de exploración y rancheo que tuvieron lugar antes de que lo hiciera Pizarro. Ello explicaría también los motivos por los que los indígenas de esta zona de la actual costa pacífica colombiana fueran tan reacios a entablar relación amistosa alguna con Pizarro.

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