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1 LOS PADRES DE LA IGLESIA Ambrosio. El mosaico se considera el retrato más antiguo (siglo V), y tal vez verdadero, del gran obispo de Milán. (Basílica de san Ambrosio, Milán, Italia) Fascículo XXVI San Ambrosio de Milán Parroquia Inmaculada Concepción Monte Grande www.inmaculadamg.org.ar

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LOS PADRES DE LA IGLESIA

Ambrosio. El mosaico se considera el retrato más antiguo (siglo V),

y tal vez verdadero, del gran obispo de Milán. (Basílica de san Ambrosio, Milán, Italia)

F a s c í c u l o X X V I S a n A m b r o s i o d e M i l á n

P a r r o q u i a I n m a c u l a d a C o n c e p c i ó n

M o n t e G r a n d e

www.inmaculadamg.org.ar

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Su vida San Ambrosio, cuyo nombre significa “Inmortal”, es uno de los más famosos doctores que la

Iglesia de Occidente tuvo en la antigüedad, junto con san Agustín de Hipona (�430), san Jerónimo de Estridón (�420) y san León Magno (�461).

Nació en Tréveris1 hacia el año 340, hijo de una de las familias más ricas e influyentes del Imperio. Su padre era prefecto de pretorio de las Galias.

Tras la muerte de su progenitor, siendo aún un muchacho, su madre le llevó a Roma junto a sus hermanos Sátiro y Marcelina. Allí cursó estudios humanísticos y jurídicos, ejerciendo posteriormente la abogacía. En el año 370, a la edad de 30 años, fue nombrado Consular de Liguria-Emilia2 con residencia en Milán. En el año 374, siendo catecúmeno en esta última ciudad, tuvo que mediar en la disputa entre arrianos y católicos para pacificar los espíritus. El enfrentamiento se produjo tras la muerte del obispo arriano Ausencio (quien ocupaba la sede ilegítimamente; San Dionisio, obispo legítimo, había muerto en el destierro), y en el transcurso de su intervención fue proclamado por el pueblo para ocupar la sede episcopal.

En el espacio de pocos días, recibió el Bautismo —pues aún era catecúmeno— la Confirmación y la consagra-ción episcopal. Al momento de su ordenación entregó a la Iglesia y a los pobres todo el oro y la plata que tenía, traspasando la propiedad de sus haciendas a la Iglesia. Tras su elección como obispo de Milán, se dedica fervorosa-mente al estudio de las Sagradas Escrituras y los Padres durante un lapso de tres años, siendo guiado en esta empresa por el presbítero Simpliciano. Aunque, por prudencia, no procedió a la destitución del clero arriano, sí manifestó su oposición a esta herejía.

Su labor al frente de la diócesis de Milán fue muy fecunda. Tuvo que hacer frente a tres asuntos principales: la herejía arriana, la expansión del cristianismo entre los paganos del norte de Italia, y la intromisión del poder temporal en materia religiosa. Ambrosio contribuye activamente a demoler los últimos bastiones del arrianismo después del primer Concilio de Constantinopla (381).

En el año 381 participó del Sínodo de Aquilea, en el cual se destituyeron a varios obispos arrianos; luego se reunió con los obispos del Vicariato de Italia para condenar el apolinarismo3; y en el Concilio de

1 Ciudad ubicada a orillas del río Mosela. Es considerada la ciudad más antigua de Alemania. En 1986 fue declarada Patrimonio de

la Humanidad por la UNESCO. 2 Región ubicada en el norte de Italia. 3 Esta doctrina afirmaba que en Cristo, el espíritu o intelecto no era humano sino divino al encarnarse en un cuerpo sin alma que

era sustituida por el mismo Verbo. Con este presupuesto la naturaleza humana del Redentor quedaba mutilada, ya que, al negarle un alma humana, su figura quedaba reducida a una especie de marioneta manipulada por Dios.

San Ambrosio. Museo de Châlons en Champagne, Francia. Esmalte sobre cobre por Jacques Laudin (1627-1695)

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Roma del año 382 jugó un papel preponderante, lo que podemos constatar al comprobar que su nombre figura en las actas inmediatamente después del nombre del Papa san Dámaso (�384).

Pila bautismal donde Ambrosio bautizó a san Agustín el 24 de Abril del año 387.

(Duomo de Milán, excavación)

La llamada guerra de las estatuas enfrentaba desde Constantino a las diversas religiones con representación en el senado. En el año 384, siendo el imperio oficialmente cristiano, el partido pagano aprovechó la debilidad de Valentiniano II4 para volver a ubicar la estatua pagana de “La Victoria” en el senado romano. Esto provocó la ira de Ambrosio e hizo todo lo posible para proceder a su remoción, lo que finalmente logró. A raíz de ello, Ambrosio hizo declarar a Valentiniano II que los emperadores tenían que estar a las órdenes de Dios, al igual que los ciudadanos tenían que estar a las órdenes del emperador como soldados. A partir de aquí, Ambrosio consigue hacer efectiva una demanda por la que la Iglesia ostenta un poder superior, no sólo al Estado Romano, sino a todos los Estados.

Su elocuencia y su prestigio se ganaron la confianza y vencieron las últimas vacilaciones para unirse a Cristo, de un joven retórico recién instalado en Milán: Agustín, quien habría de ser obispo de Hipona y el mayor de los Padres Occidentales, correspondiéndole a san Ambrosio el honor de administrarle el Bautismo en el año 387. Le tocó en suerte también ser amigo y consejero de tres emperadores (Graciano5, Valentiniano II y Teodosio6) y excomulgar temporalmente a uno de ellos —Teodosio el Grande— por la matanza de Tesalónica7 en el año 390; pero a su muerte hizo de él un impresionante elogio fúnebre, tan sentido como la oración que pronunciara años antes en memoria de su antecesor Valentiniano II. La fama e influencia de Ambrosio trascendió a su sede episcopal, cuyo prestigio se acrecentó considerablemente, no sólo en Italia del norte, sino también en otras regiones del

4 Flavius Valentinianus (371 - 392) fue Emperador Romano de Occidente desde 375 hasta 392. 5 Flavius Gracianus Augustus, conocido como Graciano o Graciano el Joven para diferenciarlo de su abuelo Graciano el Viejo, fue

emperador de Occidente entre 378 y 383, gobernó asociado a su hermano Valentiniano II. 6 Flavio Teodosio, emperador de los romanos asociado al trono por Graciano el Joven en el año 378 hasta su muerte, acaecida en

el año 395. Se convirtió al catolicismo en el 380. 7 Para castigar una sedición que había estallado en esta ciudad, Teodosio hizo matar por sus soldados a 7.000 personas, sin

distinguir inocentes y culpables. Cuando regresó a Milán. queriendo entrar en la Iglesia, San Ambrosio le detuvo en el umbral, diciéndole: «Ya que has imitado a David en el crimen, imítalo también en la penitencia», y no quiso admitirle en la Iglesia hasta que hubo cumplido una penitencia pública, que duró unos ocho meses.

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occidente latino. Una demostración de ello lo podemos ver en el año 393, cuando el emperador Teodosio I prohibió los Juegos Olímpicos por consejo de Ambrosio, al ser considerados paganos por éste último.

Ambrosio murió en la ciudad de Milán al alba del Sábado Santo del año 397, a la edad de 57 años. El día anterior, hacia las cinco de la tarde, se había puesto a rezar, postrado en el lecho, con los brazos abiertos en forma de cruz. De este modo participaba en el solemne triduo pascual, en la muerte y en la resurrección del Señor. Sus restos descansan en la Catedral de Milán. Su fiesta se celebra el 7 de diciembre.

En los momentos previos a su descanso eterno en el Reino de Dios, una legación de la corte y del pueblo llega hasta él para rogarle que pida a Dios que no le saque de este mundo, y él contesta con estas humildes y nobles palabras, que San Agustín no se cansaba de admirar: “No he vivido de tal modo que tenga vergüenza de seguir viviendo; pero no tengo miedo a morir porque tenemos un Señor bueno”.

Esta es la última enseñanza de aquel hombre, que fue un compuesto maravilloso de suavidad y de energía, el más humilde y el más altivo de los cristianos. Fue inflexible con la tiranía omnipotente, con las legiones de la emperatriz, con el paganismo, con la herejía y con la hipocresía; pero fue condescendiente con los pobres, con los pecadores, con Agustín convertido, con Teodosio arrepentido. Gran ciudadano y obispo incomparable, amó a la patria como un antiguo romano, y a la Iglesia como un confesor de la fe; aquella Iglesia que le considera como uno de sus más grandes héroes, y de la cual él dijo aquellas palabras famosas: “Donde está Pedro, allí está la Iglesia; y donde está la Iglesia, allí no reina la muerte, sino la vida eterna”.

Representación de Cristo como el “Buen Pastor”, arte paleocristiano del siglo IV.

Museo Epigráfico, Termas de Diocleciano, Roma, Italia.

Si los grandes hombres son aquellos que extienden las fronteras de la verdad y del amor, pocos como San Ambrosio tienen derecho a entrar en esa gloriosa aristocracia. Su vida y sus obras son un esfuerzo gigantesco para hacer triunfar el amor y la verdad entre los hombres, y en ese esfuerzo está el germen de la nueva sociedad, el código que regirá en el mundo cristiano que se avecina, la legislación, el

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programa de la generación futura. Ambrosio fue uno de los grandes Padres de la Iglesia: todo un mundo procede de él.

Su obra y pensamiento A pesar de la actividad pastoral incesante del obispo Ambrosio, éste escribió muchas obras.

Podemos comprobar que muchas de ellas son sermones predicados para la edificación de los fieles y publicados como tales o, después de corregidos, como tratados.

Esto ocurre especialmente con sus obras sobre la Escritura, que ocupan la mitad de su producción literaria. Ambrosio sigue el método alegórico de Orígenes, en busca del sentido espiritual, y con la intención de edificar al pueblo. La mayor parte de sus tratados y sermones son sobre escenas o personajes del Antiguo Testamento, y entre ellos destacan sus seis libros «Sobre el Hexamerón», la obra de la creación, en la que sigue de cerca la del mismo nombre de San Basilio. Sobre el Nuevo Testamento tiene sólo un escrito, el «Comentario al evangelio de San Lucas», que es el más largo de los suyos y comprende unas 25 homilías y algunos tratados breves.

Algunas de sus obras dogmáticas están motivadas por los problemas que el arrianismo, aunque en franca disminución, seguía planteando en Milán; dos de ellas están dirigidas al emperador Graciano: «Sobre la fe», «A Graciano» y «Sobre el Espíritu Santo». Otra versa sobre el sacramento de la encarnación del Señor. Otras dos tratan sobre los sacramentos, en concreto sobre el bautismo, la confirmación y la Eucaristía; son «Sobre los Misterios» y «Sobre los Sacramentos», en el que además explica el Padrenuestro. En otra, «Sobre la Penitencia», insiste en que el poder de perdonar lo tiene sólo la Iglesia católica, y también en que el rigorismo de los novacianos está equivocado. La «Exposición de la fe» se conserva sólo en parte.

Obras morales y ascéticas son, por una parte, los tres libros «Sobre los deberes de los ministros», dirigidos a sus clérigos. Constituyen el primer tratado sistemático de ética cristiana, en el que sigue la pauta de la obra de Cicerón que lleva el mismo nombre. Por otra parte, tiene varios escritos dedicados a ensalzar la virginidad y el estado de las vírgenes y viudas consagradas a Dios.

Habría que añadir aún a esta lista varios sermones de circunstancias y un gran número de cartas: de entre las que él mismo publicó sobreviven unas 90; tienen un interés grande para la historia de la época. Además, Ambrosio compuso muchos himnos (aunque no todos los que se le atribuyen), que se comenzaron a utilizar entonces en la liturgia; para algunos de estos himnos, él mismo había compuesto la música.

La lectio divina en Occidente Ambrosio aprendió a conocer y a comentar la Biblia a través de las obras de Orígenes (�253), el

indiscutible maestro de la “Escuela de Alejandría”. De este modo, Ambrosio llevó al ambiente latino la meditación de las Escrituras comenzada por Orígenes, instaurando en Occidente la práctica de la “lectio divina”.

El método de la “lectio divina” llegó a guiar toda la predicación y los escritos de Ambrosio, que surgen precisamente de la escucha orante de la Palabra de Dios. Un célebre inicio de una catequesis ambrosiana muestra egregiamente la manera en que el santo obispo aplicaba el Antiguo Testamento a la vida cristiana: “Cuando hemos leído las historias de los Patriarcas y las máximas de los Proverbios, hemos afrontado cada día la moral —dice el obispo de Milán a sus catecúmenos y a los neófitos— para que, formados por ellos, os acostumbréis a entrar en la vida de los Padres y a seguir el camino de la obediencia a los preceptos divinos” («Los misterios» 1, 1).

Sobre los sacramentos A san Ambrosio debemos maravillosas precisiones concernientes a los Sacramentos: sobre el

Bautismo, por ejemplo, nos dice que es necesario, y únicamente el que es administrado por la Iglesia. Pero la eficacia del bautismo no depende de la virtud del ministro; por otra parte, en el caso de que sea imposible la recepción del sacramento, menciona que el martirio puede suplirlo, y aún el sólo deseo sincero. La Eucaristía no es solamente un sacramento sino un sacrificio en el cual el Divino Salvador renueva mediante las manos del sacerdote la inmolación que hizo de Si mismo en la Cruz. “Es el Señor Jesús quien proclama: —Esto es mi cuerpo—. Antes de estas palabras celestiales, existe otra substancia; después de la consagración, el cuerpo de Cristo está presente”. Ambrosio señala que la Penitencia se establece para la reconciliación de los pecadores, a condición de que éstos tengan la lealtad de confesar aún sus faltas secretas. Finalmente, aunque exaltando la Virginidad, el obispo de Milán subraya la alta

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dignidad del Matrimonio cristiano, cuya indisolubilidad recuerda, y aparta a sus fieles de enlaces con los paganos y con los herejes.

Unas últimas palabras de Benedicto XVI Ambrosio fue un excelente pastor de almas, que combinó la predicación e instrucción de los fieles con la defensa interna y externa de la fe. Al igual que el apóstol Juan, el obispo Ambrosio, que nunca se cansaba de repetir: «“Omnia Christus est nobis!”; ¡Cristo es todo para nosotros!», sigue siendo un auténtico testigo del Señor. Con sus mismas palabras, llenas de amor por Jesús, concluimos así nuestra catequesis: «“Omnia Christus est nobis!”. Si quieres curar una herida, él es el médico; si estás ardiendo de fiebre, él es la fuente; si estás oprimido por la iniquidad, él es la justicia; si tienes necesidad de ayuda, él es la fuerza; si tienes miedo de la muerte, él es la vida; si deseas el cielo, él es el camino; si estás en las tinieblas, él es la luz…Gustad y ved qué bueno es el Señor, ¡bienaventurado el hombre que espera en él!» («De virginitate» 16, 99). Nosotros también esperamos en Cristo. De este modo seremos bienaventurados y viviremos en la paz.