Los Origenes Del Romanticismo

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F. Garrido Pallardó los orígenes del romanticismo nueva colección labor

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Garrido Pallardo, Fernando

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  • F. Garrido Pallard

    los orgenes del romanticismo

    nueva coleccin labor

  • Editorial Labor. SA. Calabria. 235-239 Barcelona 15 1968 Depsito legal B. 7391-68 Printed in Spain Compuesto, impreso y encuadernado por Printer. industria grlica sa. Molins de Rey Barcelona

  • Indice de materias

    Introduccin 7

    1Primera antitesis 13

    2El complejo francs 19

    3El complejo britnico 29

    4La crisis del jansenismo 35

    5Hacia el pantesmo cientfico 47

    6La revolucin esttica 53

    7Un rebelde fundamental 71

    8Accin y reaccin 81

  • De Gotinga al Laocoonte 89

    10De la Sturm und Drang al magnetismo 99

    11La culminacin del antinacionalismo 111

    12El florecimiento 121

    13El escollo revolucionario 137

    14El Curso de literatura dramtica 145

    15Las consecuencias 153

    Indice de nombres 179

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  • Introduccin

    El trmino romanticismo, por circunstancias que ya se vern, concluy finalmente por no significar nada y ha sido el responsable de las ambigedades con que todava se distingue esta escuela. Cuando Victor Hugo dijo de l, en 1869, mot vide de sens, impos par nos ennemis et ddaigneusement accept par nous, exagera, segn su sistema, pero tambin acierta, puesto que, en puridad, romnticos debieran serlo cuantos practican las lenguas romances, o bien, peyorativamente, los noveleros, como as se entendi a partir del siglo xvi por romanesques, trmino entonces sinnimo del carcter espaol.1

    Guillermo Schlegel fue, si no el creador del vocablo, al menos el responsable de su poco afortunado contenido.

    Ello importa, porque el escollo mayor con que se tropieza en un estudio dedicado a definir y acotar el contenido preciso de lo romntico es, justamente, su nombre, inepto para incorporar esos estados del espritu particulares, no a una generacin, sino al hombre de todas las pocas. No obstante, Federico de Hardenberg, llamado Novalis, intent dar a ese trmino una significacin taxativa con poca fortuna, bien es verdad, pues nunca ha existido un movimiento tan sometido como ste a las interpretaciones.

    Los hombres siempre intentaron desenvolverse en la normalidad, lo que significa ley imperativa y obligatoria dictada por el hecho de que vivimos juntos. Con ello, a los medios difusivos de cultura siempre se les aplic un mdulo valedero para actividades econmicas o polticas, y as resulta muy difcil decir lo que se siente como se siente. Debemos constreimos. Aceptar las coincidencias con el

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  • exterior, acallar entusiasmos que nos parecen en exceso incongruentes y reservarlos para el ensueo. La vida del hombre se manifiesta entonces partida por la mitad. De un lado, lo que se dice y lo que se hace, ese mecanismo consuetudinario y compuesto, ese juicio de opinin capaz de catalogarnos y medirnos el status, segn neologismo sociolgico y de otro, una suma interna de fracasos y renunciaciones.

    Por supuesto, casi todos se adaptan y consuelan, se deforman, por as decir, y escogen la categora de valores prctica que la vida de relacin establece. Los movimientos de la mquina social deben estar previstos. Sus resultados, tambin. Las codificaciones son estrechas, pero lgicas y necesarias, puesto que son perfectibles, y adems, como aptas para todos, reposan sobre una base de mediocridad o justo medio. Y no es que esto sea malo. Sin ello no habra forma de vivir. Pero otros prefieren la utopa, el resultado de una mente en marcha sin cortapisas ni silogismos.

    Esta ltima postura ha sido histrica a travs de las pocas. Los hetefodoxos intranquilizaron el antiguo Egipto y Scrates sac de sus casillas a la vieja Atenas. El diablo carg con demasiadas responsabilidades* durante el Medievo, sin duda porque los propios interesados estaban convencidos de la prepotencia de Satans, y es que el hombre suele asustarse de s mismo, sin necesidad de miedos externos, creyendo a pies juntillas en la certeza infalible de la ley. Mas llega un instante en el cual estos reglamentos se examinan y disecan. En el interior de muchos slo se hall su buena parte de intereses creados, y ya pudo surgir el romanticismo, excesivo, claro est, atronador y recamado de vaguedades, pero tambin de sugestiones y certezas.

    Veremos a lo largo de estas pginas las causas que determinaron el movimiento que nos ocupa. Desde el siglo xvi se establece una guerra contra lo maravilloso y se reduce la naturaleza a sujeto de estudio y el individuo a ente apropiado para recibir las influencias del sistema social propuesto. Ello supone la bsqueda de un orden racional, tanto poltico como econmico, en el cual el arte debe regirse tambin racionalmente. Si el exterior es sujeto de estudio para naturalistas, fsicos y astrnomos, y el interior nadie sabe nada de psicologa un intelecto capaz de absorber la lgica, el resto de nuestra personalidad queda por completo anulado, negado, que es peor, y reducido a trincheras en las cuales sufre asaltos diversos. Cualquiera veleidad de ensueo o autosugestin se considera ridicula. Se intenta imitar a Grecia y nadie entiende el porqu de los centauros, sirenas, harpas y nyades.

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  • Entonces se produjo la explosin. Los romnticos, que mejor fueron anticlsicos a veces deformados por el sectarismo, ignoraron mucho de lo que dijeron, pero estas carencias fueron las de su poca. Este es un proceso que se prolonga a lo largo de tres siglos. Aqu se tratar de centrar las causas y condiciones que llevaron al estallido romntico, y como muchos de los fenmenos que estudiamos cabalgan unos sobre otros, el orden cronolgico no es a veces riguroso, de modo que debe el lector aceptar desde ahora nuestras excusas. Es ste un pasar ms bien rpido a travs de circunstancias de una extraa diversidad que pediran monografas especiales, de suerte que tambin habr carencias, de lo que nos excusamos de nuevo.

    Notas

    1. Brantme: Vies. Parece que fue l quien us por vez primera el trmino romanesque aplicado al hombre espaol. Montesquieu lo aplica con el mismo sentido de fantstico o fantasioso en su Carta persa LXXVI.

  • 1. Cuadro de Oanhauser, pintado en 1840, en el que aparecen diversas celebridades de la poca romntica

    Tocando el piano, el joven compositor Franz Llszt

    Sentada detrs de l, George Sand, y a su lado Alejandro Dumas

    Detrs, de pie, con el antebrazo apoyado en el respaldo del silln, Vctor Hugo, y luego el violinista Paganini y el compositor Ros- sini

    Reclinada a la vera de Listz, la condesa Marie dAgoult

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  • 1Primera anttesis

    En 1517, Lutero escribe, en La cautividad de Babilonia: Dios obra en nosotros sin nosotros (in nobis et sine nobis), sentando con ello la doctrina de la predestinacin y las subsiguientes reacciones. Pese a todo, la metafsica, a la que Kant denegara ms tarde la categora de ciencia, es el motor de los cambios peridicos de rumbo en que se mete la humanidad. El no saber adnde vamos ni de dnde venimos sigue aventajando cualquiera otra consideracin, aun cuando por debajo o por encima de aquella inicial incgnita aparezca la vida social y el resto de sus imbricaciones.

    Lo que a partir de entonces se va a discutir en Europa comporta una mentalidad distinta para cada uno de los territorios an no hay naciones en que se ha dividido el Imperio romano y, por consiguiente, una disparidad de criterios estticos.

    Lutero, en un principio, se alza contra Aristteles, de quien llega a decir que es un cadver insepulto.1 Le molesta santo Toms con su aceptacin del motor inmvil, porque ello lleva implcita, polticamente, una delegacin de poderes o de movimiento inicial, cuyo pinculo es el vicario de Dios sobre la tierra, primer impulsado o movido y nico en el cual se legitiman los poderes humanos mediante el rito de la consagracin. Hay, adems, otra cosa. Santo Toms niega que el espritu sea materia y afirma que es una forma pura y separada, con lo cual se opone al pantesmo.

    Lutero, entonces, se afirma platnico. Asegura que las almas, cada una de las almas, deben buscar a Dios en un esfuerzo propio, ascender al mundo de las ideas escaln por escaln, y destruye la jerarqua, porque, segn esto, no resultan necesarios los andadores

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  • espirituales ni los modos de operar sealados por la ciencia o la experiencia. 1 hombre est solo frente a Dios y el problema de buscarlo le compete en exclusiva. Tambin el de gobernarse en el camino de perfeccin hacia la meta, de modo que en cada individuo est la Iglesia.

    Pero esto as, el problema vuelve a ser el mismo. En la bsqueda del Seor caben mdulos y normas, porque no todos disponen de idntica potencia espiritual y algunos pueden ms que otros. Y aqu se produce la nueva orientacin. En sus Resoluciones de 1519 escribe Lutero:

    La libertad tan slo pertenece a Dios. Quien la atribuye a los hombres comete el peor de los sacrilegios.

    Y ms tarde, en 1525 y en De Servo Arbitrio:

    Nuestra voluntad no hace nada. Lo que realizamos, cuanto pasa, incluso cuando nos parece contingente, ocurre de un modo necesario y sin posibilidades de ser de otra manera, a causa de la voluntad de Dios.

    Naturalmente, para llegar a este predeterminismo lo que se requiere es no dar a los espritus naturaleza distinta de la materia, porque si el hombre no goza de autonoma en el interior del universo creado, aparece regido por fuerzas tan irreversibles como las que determinan el movimiento de las mareas. Esto ya no es platonismo, sino aristotelismo completo. Segn el motor inmvil, teora mecnica del universo que Platn ni siquiera intuy, no puede concebirse una fsica distinta o inoperante para una de tes unidades componentes del total, de modo que los hombres tambin estn sujetos a 1a ley inmutable desde un origen, y ello significa que nacemos salvados o condenados, marchando desde un principio en una sote direccin, como el rbol, el agua o 1a piedra; el platonismo luterano o comunicacin individual con la Divinidad queda reducido a una angustiosa bsqueda de nuestro destino propio, a una interrogacin oscura de todos los das para saber si estamos entre los elegidos o entre los rprobos. Ello determina una psicosis de agona y cierto lirismo, en cuanto todo resulta del juicio de cada uno frente a tes cosas y fenmenos y a te interpretacin que se les ha de dar. Tambin, naturalmente, un fundirse y confundirse con 1a naturaleza.

    Las tesis de Calvino, lgicas segn su luteranismo inicial, importan mucho por el aspecto sociopoltico que aadieron a las doctrinas predeterministas alemanas. Referido a los hombres, as escribir el reformador francs en su Institucin de la religin cristiana:

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  • Dios no los crea a todos en condicin pareja, sino que ordena unos hacia la vida eterna y otros hacia la sempiterna condenacin.

    De un modo al parecer arbitrario, puesto que el Seor suscita a los rprobos para exaltar en ellos su gloria.

    Este es tambin un camino abierto a la psicosis, pero como de ello deduce el reformador francs su teora del gobierno de la tierra por los elegidos, marca la historia de Europa, particularmente en Inglaterra, en donde Pedro Mrtir de Basilea y Martn Bucer de Estrasburgo introducen el calvinismo hacia 1548. Aqu, Roberto Brown, el famoso congregacionista, organiza sus covenants puritanos, origen de una curiosa democracia. Todos los elegidos del Seor lo son igualmente, sin diferencias o categoras espirituales. El poder o facultad directiva no es una posesin, sino una delegacin susceptible de un contrato entre los miembros de la comunidad, autnticos poseedores de la soberana que delegan en sus ministros o mandatarios. La divisa de los congregacionistas ingleses fue Autoritas a Deo per populum y en ello se va a originar el otro aspecto de la lucha contra el mundo clsico. *

    Como se ve, el problema estriba en admitir si el hombre puede o no querer y si esta voluntad, opuesta a la de la Providencia, altera o no nuestro destino. Y vayamos a Descartes. Fue alumno de los jesutas en el colegio de La Flche, fundado por Enrique IV en 1603, y recibi en l la educacin propia de la Orden de Jess. Est, pues, imbuido de libre arbitrio, porque para los jesutas Dios permite la libertad de la criatura a fin de que merezca. Pero a Descartes le parece necesario sistematizar. Demostrar cientficamente la proposicin anterior, que fue la tesis de Trento, de modo que no se preste a los ataques del pantesmo luterano o calvinista, y dejar establecida de una vez la distincin entre materia y espritu. *

    En su sexta meditacin, comienza Descartes por reconocer que los sentidos pueden equivocarse y afirma que su papel no es el de mostrarnos la naturaleza de las cosas, sino por cules razones nos son tiles o nocivas, es decir, la cualidad, porque la cantidad y resto de circunstancias fsicas del objeto son algo propio de la ciencia.

    Esta distincin, evidentemente genial, presupone varias cosas. De una parte, sienta el principio de que aun sin saber qu sea de cierto el mundo circunstante y ni siquiera si existe, como sus efectos s nos son verificables e incluso calificables por los sentidos el fro,

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  • por ejemplo, no es el calor hay que conceder cierta razn al vulgo, es decir, a la experiencia, que vive en el suelo y del suelo, cuya naturaleza acaso ignora, pero no sus utilidades.

    Esto as, y justo porque la limitacin de nuestros sentidos, incapaces de verificaciones respecto de la sustancia, relacin y naturaleza de las cosas, parece conceder cierta beligerancia a los escpticos, que niegan, con Platn, la realidad del mundo aparente, llega Descartes al cogito ergo sum y as lo escribe:

    Verifiqu, cuando estaba pensando que todo era falso, cmo resultaba absolutamente necesario que yo, que lo pensaba, fuera algo. Y viendo que esta verdad, yo pienso, luego existo, era tan firme y segura que todas las ms extravagantes proposiciones de los escpticos no eran capaces de removerla, juzgu que podia recibirla sin escrpulos como el primer principio de la filosofa que buscaba. *

    A partir de ahora no hay dudas para Descartes. El principio de que la naturaleza se encuentra en una imposibilidad invencible de pensar y ese cogito ergo sum prueban la diferencia entre la materia y el espritu, y por ende, la inanidad del fatalismo, comprensible siempre y cuando se tome al hombre por una parte no distinta de la creacin. Si un tringulo cualquiera no puede escapar a su naturaleza propia, el hombre s lo puede dando rienda suelta a sus pasiones. Es la segunda vertiente del problema. Hay almas bajas y otras ms elevadas y grandes, pero, esto concluso, advierte Descartes que una educacin apropiada puede ayudar a constreir y modificar las pasiones y someterlas a la voluntad.

    Ya est dispuesta la trinchera que dividir al mundo.

    Notas

    1. Para el lector no muy ducho en historia de la filosofa, diremos que los sistemas de Platn y Aristteles se originaron en el anterior de Hcrdito, que haba negado la realidad de las cosas, fundamentndolo en que todo cambia y pasa, se altera, envejece y muere, de modo que, en definitiva, siendo lo presente un momento indefinible entre lo pasado y lo futuro, nada existe y nada es. Platn, aceptando a Herdito, colige que el mundo en que vivimos, cambiable y alterable, es slo un reflejo de otro mundo superior, inmvil, eterno y perfecto, de modo que vivir es recordar, porque el alma, que ya estuvo en aquel mundo, se envileci al unirse al cuerpo y perdi la memoria. Viviendo la recupera poco a poco, merced a lo cual y a los esfuerzos de la razn alcanza algn reflejo de aquel paraso de las ideas, de modo que sus obras son reproduccin imperfecta y aproximada de un modelo eterno y su-

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  • perior. Platn define a Dios como la idea suprema, y entiende por ello el bien y la belleza absolutos, identificados e inseparables.

    Aristteles, tambin de acuerdo con Herclito, afirma que el mundo en donde vivimos es muy existente y real, otorga a los sentidos la capacidad de verificar certeramente el exterior y explica el cambio y alteracin de lo existente por el movimiento, que es la vida, ya que el estatismo o permanencia en la inmovilidad presupondra una creacin inerte e inexpresiva. Dios, para 1 origen de todas las cosas, es el que todo lo mueve sin moverse, porque si se moviera tambin envejecera y morira (el Motor inmvil).

    Estos dos sistemas, o mejor, sus interpretaciones, alteradas ya fuere por la escuela de Alejandra, ya fuere por los rabes en lo que respecta a Aristteles, del que obtuvieron la justificacin de su tendencia al fatalismo, pasan a la escolstica o filosofa cristiana de la Edad Media. Platn pareca de acuerdo con el pecado original (la cada del hombre), pero su metafsica conduca de hecho al pantesmo, porque si Dios es la armona perfecta y el universo de las ideas, el nico existente y real, es armnico e imperfectible, entonces el universo es Dios. El concepto de Aristteles de un Creador exterior al universo salvaba estos escollos; tena, no obstante, el inconveniente de prestarse al determinismo absoluto, sin posibles alteraciones hijas de la voluntad, puesto que el Motor lo impulsaba todo, hombres incluidos. Este es el origen de las confusiones y de los intentos que los escolsticos y sus oponentes hicieron por acoplar ambos sistemas a sus tesis personales.

    2. Contrariamente, para el luterano alemn el poder de origen divino era patrimonio exclusivo del prncipe. De hecho, como es sabido, sta fue una oposicin poltica entre rey y nobleza feudal. Los ingleses lo resolvern confundiendo derecho poltico y derecho de propiedad, con lo cual los poseedores del campo y otros medios de fortuna se reservarn el Parlamento y el derecho a elegir y ser elegidos. En el fondo, en Alemania pasa lo mismo, pero sucede que dividido el territorio en una inverosmil multiplicidad de Estados, soberanos todos e independientes, ellos son en principio los que eligen al emperador, de modo que el sistema ofrece una apariencia democrtica. La diferencia, pues, consiste en que el ingls no conserva del feudalismo la soberana efectiva, en tanto que el alemn s. Esto explica los atractivos que el absolutismo borbnico ejercer en cada uno de los prncipillos alemanes y las contradicciones frecuentes en que incurrir la poltica de estos soberanos, protestantes en cuanto compete a la no aceptacin de la consagracin papal, pero clsicos en lo que se refiere a su sistema de gobierno puramente renacentista. De hecho, y como ya se ve, el Autoritas a Deo per populum queda en Alemania reducido al Autoritas a rege per Dcum sin intervenciones del vicario de Dios, y sin que el pueblo, ms o menos reducido, aparezca por parte alguna. Tampoco explic nadie entonces si estos prncipes lo eran por pertenecer al estamento de los salvados o si el mero suceso de que ya fueran soberanos en el tiempo de la Reforma los sealaba como ungidos del Seor.

    3. De nuevo para lectores poco al corriente de estos distingos, indispensables, no obstante, para desentraar el verdadero significado y contenido del romanticismo, diremos que independientemente de las disputas promovidas por la Reforma, existi una diferencia de apreciaciones entre dominicos y jesutas en lo que respecta a la voluntariedad del ser. Sostuvieron los primeros que Dios impulsa y mueve todo el universo y es el origen anterior a cualquiera manifestacin de vida orgnica o inorgnica. Pero el hombre puede, si quiere, pararse, no actuar segn el movimiento impulsor, inmutable y preestablecido, de modo que el mal, voluntario, es tan slo negativo, inmovilismo, en una palabra, y no se origina de Dios, cuyos actos son siempre buenos.

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  • Para los jesutas el mal es positivo. Los hombres gozamos de libre arbitrio y podemos actuar en un sentido o en otro. Dios nos hizo capaces de accin, para que merezcamos, y en ello estriba el concepto de justicia. Tal fue la tesis sostenida por Lanez en Trento, aunque advertiremos que las dos posturas son ortodoxas, pues el papa Paulo V determin en 1553 que ambas partes podan ensear y propagar sus sistemas, siempre que no calificasen de hertica la opinin contraria.

    Quien intente profundizar este captulo, tan interesante para nosotros los espaoles, debe consultar la edicin crtica de Federico de Ons a la Vida de Torres de Villarroel, hecha por Espasa Calpe en su coleccin de Clsicos Castellanos, o bien F. Garrido Pallard, edicin tambin crtica de la mentada obra de Torres.

    4. Discurso, cuarta parte, VI.

    Bibliografa

    Fritz Busser, Calvin Urte ilber sich selbst. R. Mousnier, Saint Bemard et Luther.

  • 2El complejo francs

    Tal es el movimiento de ideas en Europa al producirse el clasicismo francs. La supremaca poltica determina el influjo respecto de toda suerte de manifestaciones, y ahora se prepara el siglo de Luis XIV. Durante la guerra de los Treinta Aos acabar la hegemona espaola, con ella la imperial, y se establecer un modus vivendi entre los pueblos del continente. Los nrdicos y alemanes renuncian a intervenir en los destinos de Europa, se dedican los austracos a conservar unos dominios cada vez ms discutidos por cuestiones de lengua y raza, y los ingleses a dirimir cuestiones de religin y dinasta.

    En Francia, que tiende al absolutismo poltico, an estn vivas las catstrofes de que fue responsable la literatura en tiempos de los ltimos Valois. No se han olvidado los Discours de Ronsard, ni los furibundos poemas picos de Agrippa dAubign, catlico el uno y protestante el otro, y ahora se comprende que la publicidad decide de muchos movimientos de masa. Los hugonotes estn reducidos, luego de la poltica de Richelieu, pero significan una fuerza econmica. Son la primera burguesa continental. Burdeos, con su impulso, llega a ser una ciudad casi hansetica, y su comercio martimo rivaliza con el de Hamburgo.

    Hay que ser, pues, razonable. No se trata, desde luego, de cesiones polticas o doctrinales, porque el Gobierno de Pars es catlico; pero s, a lo menos, de no obstinarse en temas de actualidad, siquiera de un modo aparente.

    El clasicismo francs puede resumirse en la frmula de la soberana de la razn y el respeto de la Antigedad, lo cual no era nuevo.

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  • Chapelain * reedita los argumentos de la Pliade, y como entonces, no slo por razones puramente estticas sino tambin polticas que piden un difcil equilibrio. Ana de Austria, esposa de Luis XIII, es espaola, y en Francia, que est en guerra con Espaa, existe un fuerte partido espaol. Este no entiende cmo Richelieu se ala con los luteranos en su lucha contra el rey catlico, y cmo busca y obtiene el apoyo de los ingleses, enemigos tradicionales.

    La poltica de Richelieu necesita consignas y no puede hallarlas en lo nacional. El pas todava no existe como un todo nico. Las corrientes estticas de la poca son an francamente ibricas. La As- trea, de D'Urf, se inspir en La Diana, de Jorge de Montemayor, y el teatro de Hardy est notablemente influido por el de Lope de Vega. Esto, desde luego, no resulta lgico para un ministro empeado en una lucha a muerte contra la casa de Austria, y de aqu se origina esa vuelta hacia lo antiguo, aun cuando hay en ello bastante ms. No es que los tericos de las tres unidades vivan un sueo comn, el de Jorge Manrique con su cualquiera tiempo pasado fue mejor, o bien, que ahora, en pleno siglo xvn, cuando ya han cambiado las condiciones y empiezan a dibujarse las vertientes que darn el resultado fisicrata, cierren los ojos a las apariencias y resuciten un mundo perecido. Adems, antes de dar paso en la escena francesa a los hroes griegos o romanos, se producir la querella de El Cid, tragedia ya clsica en la forma, pero cuyas intenciones son muy otras.

    Descartes, al que hemos de volver continuamente, ha escrito su Tratado de las pasiones. Ya se vio cmo al diferenciar el mundo fsico del espiritual dej aqul reducido al campo de la ciencia, en tanto que ste, propio de las almas, es el del arte y la psicologa.

    Para Descartes las pasiones son reflejos mentales de impresiones fsicas; impulsos del instinto que deben catalogarse segn su estar o no de acuerdo con la razn y con los consiguientes juicios determinados por nuestro conocimiento del bien y del mal. El hombre, entonces, debe atemperarse a una categora de valores de ndole colectiva, porque no sera lgico admitir para cierto estamento de seres humanos un baremo de pasiones distinto del de otros, y el arma que propone el filsofo en esta lucha contra las que l llama pasiones bajas es la voluntad.

    Esto no era sino expresin del mtodo pedaggico de los jesutas. La Orden educaba a la juventud en el combate contra le mauvais penchant y ejercitaba el criterio de los educandos a fin de permitirles distinguir entre tendencias morales o inmorales, lo cual convino a Richelieu por lo que tena de disciplina colectiva y selectiva, condiciones ambas necesarias al ideal absolutista del gran poltico.

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  • Complemento necesario de tal mtodo era la forma literaria ms adecuada a la expresin de este combate de pasiones. En su carta latina al seor de Balzac, de 1627, dice Descartes que la obra es un todo viviente subordinado al conjunto, donde los elementos y las partes han de concurrir a la demostracin de una verdad, y no es difcil ver en ello un razonamiento de matemtico, ms propio de las artes plsticas que de la literatura. * La obra, sigue el filsofo, ha de presentar una construccin regular; en ella el pensamiento debe ser metdico, y los encadenamientos, impecables; quiere decirse que no puede darse a la vida del hombre orden distinto del cronolgico, en definitiva el nico acontecer sistemtico de la existencia, tan llena, por otra parte, de saltos y variaciones. Ya se ve con ello, de nuevo, la confusin entre el razonamiento propio de la matemtica y el privativo de la esttica, lo que se pone de relieve todava con esta otra afirmacin de Descartes:

    Es preciso rechazar la variacin, lo incoherente, la debilidad en el razonamiento. *

    Hay otra consecuencia que ya hemos dicho. Adems de esta identidad de mtodos en lo que respecta a la geometra y a la poesa, el distingo entre el mundo espiritual y el material determina un centrar absoluto de la obra literaria en el hombre y en sus reacciones frente a los aconteceres sociales, mientras que la circunstancia fsica o naturaleza desciende a objeto exclusivo de la ciencia. Ello fue, desde luego, lgico, porque Descartes, y ya lo vimos, se bate contra el pantesmo, pero hemos de insistir. El tratado de las pasiones y el Discurso del mtodo apartan el decorado y limitan la posibilidad del escritor. Se abandonan el color y la forma. Los meteoros. Muere la vieja literatura dinmica del caballero o del picaro en movimiento, y entramos en el estatismo de la psicologa de saln, verdadera ciencia de las reacciones del individuo frente a conflictos tambin causados por el hombre. Es ahora cuando se usa ms el peyorativo romanesque aplicado a los espaoles y a quienes todava les imitan, porque se obstinan en mover al hroe, lo mismo en la escena que en la novela, a travs del espacio, y as, Segismundo habla de pjaros, rboles y peces, y Moreto, en La confusin de un jardn, encuadra a sus personajes, de noche, entre arbustos, flores y fuentes.

    Ahora resucita el problema de las tresx unidades, ya viejo. Las haba definido Aristteles en su Potica4 y fueron discutidas en Inglaterra por Sidney (1595) y por Lope y Cervantes en Espaa. Pero en Francia, un dramaturgo bastante mediocre, Mairet, formul de

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  • nuevo esta teora escnica en su prefacio a una tragicomedia. Silva- ire (1631), y en 1634 dio a la escena Sophonisbe, primera tragedia regular. *

    Con el idioma ocurri lo propio. Ya debe entenderse que el sistema cartesiano requera un vehculo eficaz adaptado a una demostracin, pero entindase tambin que desechadas las pasiones bajas o instintos primarios y abandonada la naturaleza cuya inercia y sujecin resultan intiles como ejemplo para el hombre activo, se logra una forma literaria sin reflejos de influencia popular, de modo que en la busca de un francs adecuado a la nueva esttica, se comienza por huir de la calle y por desechar multitud de trminos y aun de modismos. (Cf. Pellison y D'Olivier, Historia de la Academia Francesa.)

    Vaugelas produce sus Remarques sur la langue frangaise, en 1647, y all anota que la lengua est determinada por el uso, lo que es en buena parte cierto, pero para l aqul es tan slo la fa^on de par- ler de la plus sain partie de la cour. Ya se sobreentiende lo que significa esta restriccin denitiva. Esa parte ms sana de la corte excluy todo popularismo y la preocupacin por la vida de todos los das. Se recluye y enclaustra el idioma y la lengua literaria sirve como vehculo del concepto abstracto. Incluso en el juego del retrato escrito a que tanto se acion la poca, mejor se recorta que se caracteriza, y en una palabra, el clasicismo francs crea la literatura de cmara.

    Todo ello, pese a los aspectos retricos o metafsicos en que se encuadra, nada tiene de arbitrario. Es el resultado de un perodo sociolgico y poltico que se origina en el primer tercio del siglo xvn y en el cual, eliminada Espaa, Francia e Inglaterra van a significar los dos polos opuestos de aquel mundo en ebullicin.

    Cuando Comeille dio a la escena su Cid, en 1636, Richelieu interviene y hace intervenir a la Academia en una querella contra el autor, lo cual se atribuye a celos personales del cardenal, dramaturgo aficionado. Pero esto no parece muy lgico. Antes de la muerte del poderoso ministro, Corneille estrena su Horacio y tambin Cin- na, sin que entonces sugiriera nadie objecin alguna, pese al xito de ambas tragedias.

    Consideremos las circunstancias de la poca.En 1636, ao del estreno de Et Cid, los espaoles invaden la Pi

    carda y se aproximan peligrosamente a Pars, mucha de cuya pobla-

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  • cin huy aterrada. Ya hemos dicho que el partido de los imperiales era entonces poderoso en Francia, apoyado, sobre todo, en la nobleza, opuesta a los manejos de un ministro en exceso centralista, de modo que Comedle, enemigo poltico de Richelieu y amigo de Ana de Austria, no eligi su hroe arbitraria o artificiosamente. Al contrario. El Cid constitua un smbolo de los valores determinantes y adems un paradigma constitutivo de todo lo espaol. Ambas caractersticas eran subversivas y es entonces cuando se opera el diri- gismo literario respecto de los temas, asunto al cual ninguno se haba referido durante la querella de las tres unidades. Aparece el culto al hroe griego o romano, no por modo casual, pues con ello se logra la autonoma poltica de aquella literatura gala en exceso influida por Espaa, y un concepto hasta entonces desconocido, quiere decirse el de patria.

    Para entenderlo, conviene recordar que ya anteriormente hubo en Francia partidarios del tema literario llamado moderno, es decir, de actualidad (Cf. R igal, Le thdtre frangais avant la periode classique), que result impracticable a causa de las anteriores guerras entre catlicos y hugonotes. Ahora, el problema se plantea lo mismo. La actualidad es vidriosa. El cartesianismo conviene a las formas de expresin por cuanto encierra de autodisciplina aplicada al combate contra las pasiones, pero se requiere tambin determinar el sujeto de la tal lgica, inaplicable si su punto de partida se opone a los intereses generales del Estado. En El Cid es el honor la premisa determinante. Rodrigo mata en duelo al padre de Jimena, su novia, ofensor de su propio padre; cartesianismo puro, como se ve, porque la honra es pasin ms alta y definitiva que el amor a las personas, pero ste es un concepto que admite interpretaciones. Por ejemplo, siendo Richelieu cardenal y habiendo combatido a los protestantes rebeldes en La Rochela, aliados, adems, con los puritanos ingleses, parece grave contradiccin a sus creencias combatir ahora al catlico espaol y buscar para ello el apoyo de los britnicos. Dnde est el honor aqu?

    Ya se ve cmo la lucha contra los Austrias exiga mentalidades nuevas. Resultaba necesario crear el concepto moderno de la oportunidad, de la poltica, en una palabra, cuyos altos intereses son los del pas, con independencia de ideologas. Francia juega entonces su existencia como nacin. Subsisten en ella las formas feudales y, no obstante, el nacionalismo exige ejrcitos y gastos cada vez mayores y un nuevo sentido de la colectividad. Todava no hay masa. Lo importante es aunar y modificar el sentir de los poderosos. Admitir el derecho divino al gobierno de uno solo, ungido y no elegido, presu-

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  • pone el que la nobleza, ungida y no elegida tambin, absoluta en sus dominios como el rey lo es en Pars se le titula Premier gentil- homme de France, no sufra de obligaciones impuestas por la Administracin, sino por el concepto del bien comn, superior a todos los dems. Esta, claro est, resulta la tesis catlica referida a principios inmanentes. Pero ahora, y como ya lo hemos dicho, ese bien comn se circunstancializa y toma distinto aspecto. Los intereses del pas comienzan a sobreponerse a las ideas morales, y se requiere una inversin de valores segn la cual una colectividad cualquiera puesta frente al problema de subsistir use de su derecho a la defensa, siquiera esto contradiga otros deberes.

    No era nuevo en Francia. Ya Francisco I se haba aliado con los turcos, y por las mismas razones. Mas en el siglo xvn comienza la poca del mercantilismo y el nico valor de cambio es la moneda. Pero sta escasea, y de ah la diversidad de particularismos y de intereses contrapuestos para arrebatar al extranjero parte de aquel valor y disponer de l en beneficio propio. Rota, pues, la economa de consumo e inaugurada la era de mayores necesidades a la que coadyuvan los productos exticos de las colonias y una mejor tcnica y mayor produccin, slo un poder poltico centralizado se halla en condiciones de regular un balance econmico consistente, ahora, en imponer artculos a mercados extranjeros e impedir las compras excesivas. Es la otra vertiente del problema. De un lado, y segn factores comerciales, puede resultar un bien lo que en tica pura es un mal, y de otro, la coincidencia generalizada de intereses exige puntos de vista independientes del mero individuo. Como lo esencial en este juego de competencias vender mucho y comprar poco es la calidad de los artculos y el precio adecuado, se requieren intereses reducidos para el prstamo de capitales y salarios nfimos. Esta ltima condicin no ofrece dificultades. Las organizaciones gremiales europeas han convertido al obrero en un semiesclavo. Las jornadas son de diecisis horas, con treinta y cinco minutos para la comida. Se trabaja sometido a la vigilancia de los contramaestres, no muy distintos de los cmitres de las galeras, y se aplican al trabajador multas, apaleos, picota, potro, rueda y horca, por retrasos, ausencias, bajos rendimientos, desobediencia y frecuentacin de tabernas y otros lugares de diversin. Esto ltimo, porque supone gastos superfluos que originan peticiones de aumento en las pagas. Los asalariados no pueden reunirse en asambleas ni llevar armas ni hablar o moverse de sus puestos durante el trabajo. Los empresarios requieren a los oficiales de justicia cuando les parece conveniente y stos actan con eficacia y brutalidad. Tambin se introduce el truck-system,

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  • lo cual permite a los empresarios pagar los sueldos en productos y en gneros cuyos precios estiman a su conveniencia. (Cf. Cilleuls, His- toire et rgime de la grande industrie en France aux XVII et XVIII sicles. J. Bry, Histoire industrielle et economique de VAnglaterre.)

    La otra condicin a tal poltica econmica, o sea, la modicidad en el prstamo con inters a beneficio exclusivo del comerciante o del empresario, ya es ms complicada, pues la nobleza y el alto clero en Francia, nicos poseedores de capitales, con la excepcin de algunas ricas provincias o municipios, se muestran reacios a facilitar fondos a 6,25 de rdito anual fijado en una ordenanza de 1634. Ya vemos entonces el valor que la literatura ha de dar al concepto cartesiano de las pasiones y de la voluntad capaz de domearlas. La metafsica sirve para informar la vida prctica. No slo se requiere, como en el caso de El Cid, impedir temas de tragedia contrapuestos a la poltica exterior del Estado, sino referirlos a la necesidad interior, es decir, con arreglo a un smbolo que explique, entre otras cosas (el poderoso consume, justamente, los artculos que ms se le piden a Francia en el extranjero y lleva un tren de vida familiar incompatible con el drenaje de capitales hacia el establecimiento de factoras), las leyes suntuarias de la poca, minuciosas y severas. Es un captulo curioso de la cuestin. En 1629, firma Richelieu una ordenanza en la cual se dice:

    Prohibimos todo bordado, encaje, pasamanera en el cuello y en el puo de los vestidos, so pena de confiscacin en la persona misma. *

    Otra, en 1639:

    No pueden comprarse ni venderse sbanas ornadas de pasamanera, bordados o encajes.

    Otra, del mismo ao, legisla:

    Advirtiendo los enormes gastos a que se ven sometidos nuestros sbditos por culpa del lujo y de las inutilidades; considerando que nuestras buenas intenciones y advertencias no han dado resultado alguno, imponemos muy expresas prohibiciones a todos nuestros administrados de cualquiera clase o condicin, de llevar bandas, lazos, cintas y ligas.

    Sin faltar a esta ley, slo podan usarse encajes de dos dedos (entreds) y poner a los vestidos cuatro hileras de botones ordinarios o una sola, cuando se les forrara de seda. Los criados estaban autorizados a llevar dos galones en sus libreas y los sastres no podan sobrepasar en ningn caso el precio de trescientas libras (unos veinte mil francos actuales) en la confeccin de los trajes.

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  • El 26 de octubre de 1656 se prohbe el uso de sombreros de castor cuyo precio excediera de 40 libras (dos mil francos de ahora), y nadie suponga que ello era letra muerta, porque hay procesos de la poca en que se condena por infraccin a estas mentadas leyes a penas de trescientas libras, cantidad muy considerable para la poca, exigibles corporalmente, quiere decirse con prisin por deudas en caso de morosidad. La misma sancin se impona a los prenderos que alquilasen trajes de lujo, amn de afeitarles la cabeza. * (Para lo anterior: Recueil des lois frangaises, tomos XIX y XX.)

    El problema, pues, estriba en hacer comprender. Hay que buscar un ideal comn que no puede ser otro que el de la patria, pero para ello no parece haber base firme en aquella tierra dividida por regionalismos y jurisdicciones autnomas. Tampoco la ciencia ayuda. La historia de Francia no existe. Privados como estn aquellos hombres del siglo xvn de conocimientos, ni siquiera relativos, en lo que respecta a su propio pas, se acude al tiempo viejo, porque aun cuando la patria francesa no suene en parte alguna, en Plutarco, Suetonio y Tito Livio las alusiones a la nacionalidad romana y a sus instituciones son constantes y reiteradas. Para esto no puede servir el Ciclo de la Tabla Redonda ni el resto de crnicas o leyendas ya usadas profusamente en el siglo anterior (el Bradamante, por ejemplo, de Gamier, o La escocesa, de Montchrtien), pero s Ifigenia en Aulida, smbolo del ms alto sacrificio que un jefe puede ofrecer al Estado. En esta imitacin de lo antiguo, marca determinante del clasicismo francs, no slo hay razones estticas, bastante incongruentes adems, sino tambin un mdulo necesario para un pueblo no aislado y limitado por los Pirineos o el canal de la Mancha, lugares en los que todava se puede concebir una unidad geopoltica, siquiera no exista otra. Esta es la vitalidad del clasicismo y el secreto de que sobreviva durante la Revolucin y el posterior imperio napolenico. Constituye un complejo metafsico, poltico y social, que suscita, y no al revs, un movimiento artstico y literario. En l se plasman las caractersticas del racionalismo, de un concepto colectivo del deber o de la conciencia, independiente de la clase o estamento a que se pertenezca, y un estilo de vida. No tiene, desde luego, orgenes arbitrarios, y se relaciona poco con el Renacimiento, si no es en forma de resultado bastante original y tpicamente francs, pese a los cnones estticos que se suponen cientficos e indiscutibles.

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  • Notas

    1. Escritor amigo de Richelieu nacido en 1595 y muerto en 1674. Inspirado en la Potica de Scaligero, a su vez basada en la de Aristteles, introduce las tres reglas en el teatro.

    2. Es expresin de la llamada regla de oro de las proporciones, segn la cual en una superficie o volumen la parte menor debe estar con la mayor en la misma relacin que la mayor con el todo.

    3. Carta latina citada.4. Excepto la de lugar, de la que nada dijo el filsofo. Pero poda dedu

    cirse de la inmutabilidad de la escena antigua, construida en piedra.5. Consltese: Brunetire, Estudios crticos, tomo IV. Gustave Lanson, Le

    thdtre classique au temps d'Alexandre Hardy.6. Esta es la razn por la cual Moliere carga de cintas, encajes y abalorios a

    muchos de sus personajes, pues no slo los trataba de ridculos, sino de malos patriotas.

    Bibliografa

    P. Benichon, Morales du grand sicle.R. Bray, La formation de la doctrine classique en France.Paul De&jardins, Les dbuts de Pierre ComedleH. Hauser, La pense et Vaction conomique du Cardinal Richelieu.A. Keir, Trois legons sur Descartes.

  • El complejo britnico

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    En Inglaterra se est forjando otro gnero de vida y otro ideal de sociedad. La revolucin de 1688 1 parece establecer un nuevo concepto poltico de pacto entre el pueblo y el soberano, pero conviene aquilatar, puesto que lo que ocurre en realidad es que se imponen en las islas las tesis calvinistas de Brown. Ya se ha visto lo que ello significa. Los justos son la sola parte del pueblo provista de poder y averiguan su propia esencia de salvados refirindolo al xito. El fracaso y la pobreza son otros tantos signos de condenacin, y as, los cuqueros o temblorosos, nombrados de este modo porque en sus asambleas sufran de convulsiones causadas por el terror de no saberse elegidos, llegan a expulsar de su seno al comerciante o industrial en bancarrota. La democracia britnica, propiedad de quienes poseen, no es sino un ascenso de la burguesa hacia estamentos de clase reservados hasta entonces a la nobleza, pero cuyos estatutos no se cambian ni alteran.

    Una vez entronizada la nueva dinasta, se redacta en Inglaterra la Declaracin de Derechos de 1689, segn la cual no puede el monarca arrogarse el poder legislativo ni mantener ejrcito ni cobrar impuestos sin autorizacin directa del Parlamento, y adems, se reconoce slo al protestante la facultad de tener y usar armas. As constituyen una especie de guardia nacional. Obsrvese que en ese contrato o cesin al soberano de poderes delegados, lo que en verdad se estaba por entonces discutiendo era la doctrina de la propiedad considerada o no como servicio pblico. Para el absolutismo helio- centrista francs existen deberes comunes y nacionales a los que debe someterse el inters particular y para la oligarqua britnica tan

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  • slo hay intereses individuales que ceden algn tanto de sus derechos al inters general. Pero consideremos un punto curioso. Este contrato puritano establecido entre el rey y el sbdito triunfante no es ms que el viejo pacto feudal, algo modificado por la experiencia en cuanto al parlamentarismo se refiere. Con ello ya se perciben algunas razones no precisamente estticas de esa vuelta a la Edad Media con que pronto habremos de encontrarnos.

    Existe una carta de Fulberto, obispo de Chartres, dirigida al duque de Aquitania (1020) que consulta al prelado a propsito del contenido del Pacto Feudal, y en ella afirma el eclesistico la existencia de una entrega recproca, mediante la cual el feudatario y el infeu- dado se colocan sensiblemente al mismo nivel. As escribe el obispo:

    El seor debe corresponder en todo momento a la conducta de su fiel, y si no lo hace ser, a justo ttulo, acusado de mala fe y desposedo.

    Con ello est de acuerdo la Partida IX, de Alfonso el Sabio, en que se dice:

    E por todas estas cosas sobredichas por cada una de las que di- ximos en la ley ante desta por qu el vasallo debe perder el feudo, por esas mismas pierde el seor la propiedad del feudo, si ficiese alguna deltas contra la persona del vasallo, su mugier fijos 6 nietos nueras.

    Aade Fulberto ms adelante:

    Es necesario que el vasallo preste a su seor consejo y ayuda.

    Esto lo confirman las Asiras de Jerusaln, cdigo feudal que redactaron los seores de Europa luego del rescate de los Lugares Santos, en que se inserta: debe el vasallo aconsejar con lealtad, lo cual, ya se ve, es el germen del parlamentarismo privilegiado y reservado a las clases pudientes, el ingls, de raigambre germana. Es necesario puntualizar esto. Explicar las coincidencias del Reino Unido con Prusia en sus luchas contra el imperio napolenico y el clasicismo francs, no tan exclusivamente idealistas, como ya se ver luego. *

    Comparemos ahora las citas anteriores con el Acta de Independencia de las trece colonias norteamericanas, porque en ella, consecuencia de la Declaracin inglesa de 1689 y originada, precisamente, en que el rey ha desconocido esos derechos, * se exponen y aplican los principios que se hallaban contenidos en la Partida IX de Alfonso el Sabio.

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  • Los gobiernos son establecidos entre los hombres para garantizar los derechos, y su justo poder emana del consentimiento de los gobernados. Cada vez que una forma de gobierno se convierte en destructora de ese fin, el pueblo tiene derecho a cambiarla o suprimirla, y a elegir un nuevo gobierno.

    As, Jefferson, redactor del Acta, como antes los parlamentarios ingleses, no aporta puntos de vista originales, sino que revivifica el derecho medieval alemn, por arcaico que ello parezca. El problema, indudablemente, estriba en definir y acotar lo que los ingleses y norteamericanos entendan por derechos y por pueblo. De entre los primeros los ms importantes eran los mercantiles, y en cuanto al segundo, ya hemos visto cmo lo delimita la teologa puritana.

    El concepto de la enclosure britnica se opone al posterior sistema francs de reparto de la tierra entre los colonos y arrendatarios. Estas enclosures o acotamientos de propiedades comunales y privadas, se originaron en el industrialismo ingls, primero de Europa, y en los buenos precios a que lleg a pagarse la lana. La nobleza, puesta a la cra de ovejas y al cultivo de pastos, prescinde de obreros y colonos a los que expulsa de los fundos, siempre por fuerza. El problema se inici ya en tiempos de Enrique VIII. As dice una declaracin hecha por entonces en el Parlamento:

    [...] existan unos cuarenta arados en Oxforshire. Cada arado mantena a seis personas. Ahora no hay ms que ovejas. Estas doscientas cuarenta personas tienen que vivir, pero de qu? Algunas de ellas se lanzan a la mendicidad y otras al robo. *

    Toms Moro, en su Introduccin a la Utopa, escribe:

    Las ovejas, dciles, mansas y frugales, se han vuelto, segn me dicen, tan selvticas y voraces que pueden ahora engullirse incluso a los mismos hombres. Aniquilan, arruinan y devoran predios, cabaas y hasta ciudades. Y claro: all en donde se obtiene la mejor lana y la ms preciada, los nobles, los caballeros y algunos abades, probablemente santos, no satisfechos con las rentas y cnones que sus antepasados extraan de sus tierras, y no contentos tampoco con subsistir cmoda y holgadamente, se arrojan contra el inters pblico y no permiten cultivos y roturaciones. Todo lo reducen a pastos. Asolan las casas, arruinan las aldeas y nada dejan en pie, a no ser la iglesia, porque la convierten en cuadra.

    Toms Moro habla del inters general, que fue la tesis escols-

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  • tico-catlica, y la burguesa y nobleza anglicana, presbiteriana y calvinista, toma el camino que ya se anduvo en mucha parte de Europa durante el siglo xtv, aunque ahora, luego de haberlos convertido en pobres de solemnidad, una especial teologa ayuda a concluir en que los desdichados, faltos de armas y fuerzas con que oponerse a las expulsiones, sufran las consecuencias de haber nacido rprobos.

    Contrariamente, la prosperidad era una verdadera oracin, una disciplina asctica y un combate espiritual.s Dios bendice la riqueza identificada con la gracia, sobre todo porque esta casustica puritana proporciona mano de obra abundante y barata en las ciudades, esclavos, en fin de cuentas, y una serie de razones capaces de justificar el xodo del campesino hambriento a quien se paga en los centros fabriles salarios calculados segn el costo de manutencin de un recluido en las crceles. Es curioso observar cmo la organizacin econmica britnica aplica a la letra la Poltica de Aristteles. As escriba el viejo maestro:

    Hay hombres inferiores a los otros como el cuerpo lo es del alma. Estos son los esclavos por naturaleza. La naturaleza ha creado ciertos seres para mandar, como ha creado otros para obedecer. De aqu proceden la condicin del dueo y la del siervo.

    A la emancipacin originada en el ya no hay esclavos; de san Pablo (segunda epstola a los corintios) se opone una tesitura general al siglo xii y posteriores, quiere decirse la del infiel. Ello se origina en la cautividad que los mahometanos reservaban al cristiano, de modo que se responde con lo mismo, porque as, aun cuando Po II, Urbano VIII, Benedicto XIV y Gregorio XVI ordenen a los cristianos reiterada y enrgicamente que traten a todos los hombres segn la ley de Cristo, supuesto que algunos desconozcan o desprecien tal ley, no hay por qu aplicarles unos Evangelios que no admiten ni reverencian. En ello se origin la fortuna martima de las Repblicas mediterrneas. Se volvi entonces a las expediciones famosas en tiempos de Pericles, con la exclusiva finalidad de capturar infieles tiles para el campo, las minas o el remo. Los ingleses, reeditando esa tesitura medieval, las organizaron, en el siglo xvn, incluso en Espaa. (Cf. Cervantes, La espaola inglesa.)

    El burgus britnico necesita una buena masa de trabajadores indefensos y baratos, como complemento al mercantilismo y a la revolucin industrial, y as, pone de acuerdo, a imitacin de los viejos genoveses y venecianos, la teologa con las necesidades. Los seores territoriales usurpan y los patronos industrales crean impedimentos a la emancipacin de sus obreros. Despiden al viejo y al enfermo, y en

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  • el campo el labriego pasa de colono a desarraigado. Aumentan las rentas y bajan los salarios. Escribe Ramsay Macdonald en su volumen sobre el socialismo:

    La riqueza se divorci de toda responsabilidad social y fue meramente usada en calidad de posesin personal, como si la sociedad estuviera compartida en dos grandes grupos antagnicos de ricos y pobres, cada uno viviendo su existencia y ponindose raramente en contacto con el otro. Visitas domiciliarias, acciones caritativas, ingerencias patronales, aspiraron a sustituirse a las relaciones personales que solan existir entre la choza y el palacio, antes de que el sentido de la solidaridad social pereciese por culpa de las ingentes fbricas y grandes aglomeraciones urbanas, extraado el pueblo del suelo y cimentadas las diferencias de clase.

    Es una nueva Edad Media. La que amaneci a fines del siglo xm y produjo aquellas revueltas de obreros y campesinos, y aquellos Pedro de Connick en Flandes, Cola di Rienzi en Roma y Miguel de Lando en Florencia. En la Inglaterra de entonces, como en la Europa del 1300, slo podan vivir quienes vendiesen o produjesen o fijasen los salarios. El excesivo crecimiento de las ciudades, la economa de mercado y ruina de las organizaciones locales de consumo determinan un xodo de campesinos exhaustos, pero en aquellos tiempos oscuros slo fueron vctimas de la fuerza y nadie los supuso malditos por definicin. No hubo telogos capaces de suponer que Dios los hizo inferiores y desprovistos de la gracia. Supieron organizarse y as triunfaron en Gante y en Lieja. Incluso accedieron al poder municipal.

    Ahora bien. Tambin haba gremios en Inglaterra con sus privilegios de fabricacin correspondientes, y es curioso verificar que la nica de las disposiciones revolucionarias de Francia que parece convenir a la burguesa britnica tambin a la espaola, claro est es, justamente, la supresin de los gremios. Ello fue lgico. Digamos, para concluir, que a partir de Guillermo, estatder de Holanda y rey de Inglaterra,-se dibuja en la Europa del norte una suerte de confederacin protestante de tipo econmico, y ms tarde, cuando Jorge I de Hannover sube al trono en Gran Bretaa entran en la Pru- sia luterana las soluciones econmicas inglesas. Los seores de la tierra en Silesia, Pomerania y comarcas del Bltico acuden a la expulsin del colono y del arrendatario tal y como en Inglaterra se practica, y ello haba de chocar con la distinta tesitura francesa de accesin a la propiedad y venta o pago de rendimientos evaluados. Cuando los ejrcitos revolucionarios y despus imperiales invaden la Alemania occidental, impondrn en ella la legislacin agraria ya

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  • aplicada con xito en Francia, y as se marcar la oposicin entre esta zona de influencia y Prusia. Este es el aspecto prctico del pro* blema, como el del pantesmo el lrico, y por eso, frente al clasicismo francs, al que en Alemania se combatir con armas al parecer retricas, hay otras razones de mayor peso.

    Notas

    1. En ella fue destronado Jacobo II, Estuardo, y entronizado el estatder de Holanda, Guillermo de Orange.

    2. Tambin hay contradicciones. Ya nos hemos referido a las diferencias de interpretacin del feudalismo en Inglaterra y Alemania. En lo que respecta a Francia, la feudalidad que habr de combatir ms tarde la Revolucin es de tono distinto. El noble posee las tierras, pero ello no le otorga derecho poltico alguno. Cobra rentas y dimas y goza el privilegio de no pagar impuestos y otros muchos de ndole social o judicial, pero est sometido en un todo a las decisiones del soberano cuyo absolutismo no est mediatizado por parlamentarismos. La tendencia britnica, como se ve, inspirada en el poder econmico de la burguesa, es herencia directa del consejo municipal. La francesa tiende al cesarismo, ideal poltico renacentista.

    3. En lo que respecta a la imposicin de impuestos no votados en el Parlamento por representantes americanos. Como se sabe, ello se refiere a la tasa sobre el t.

    4. Cf. Green, History of the English people, Londres, 1922. Gross, The Gild Merchant. A contribution to British municipal history, Londres, 1890.

    5. Richard Steele es autor de libros cuyo solo ttulo es un informe: La economa de los campos espiritualizada. La vocacin del mercader, La navegacin espiritualizada.

    6. Ya vimos que en Francia tampoco la condicin del obrero resultaba con exceso brillante. Con todo, jams lleg al grado de inaudita miseria que la clase trabajadora sufri en Gran Bretaa, incluso hasta poca muy reciente.

    Bibliografa

    SXnchez Albornoz, En tomo a los orgenes del feudalismo.Delatouchb, Lagrictdture au Moyen Age, de la fin de VEmpire Romain

    au XVIme sicle.R. Mousnier, La dmographie europenne aux XVIlme et XVIlIme

    sicles.

  • La crisis del Jansenismo

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    Esquemticamente, tales son las condiciones. En este proceso teolgico y poltico las dos posturas parecen irreconciliables, de modo que los resultados tambin lo han de ser. El clsico, libre en cuanto al espritu, aspira a una regla de conducta tericamente igual para todos, siendo as que todos los hombres son iguales en cuanto respecta a la voluntariedad. No hay, pues, compartimentos referidos a la esencia del humano, y de ah que en el terreno del arte y como reflejo necesario a la poltica, se esfuerce en definir el procedimiento basndolo en axiomas generales o reglas de razn indiscutibles y colectivas, obligatorias tambin, pues son un mdulo seguro para evitar los errores del ente libre y poco sensato.

    Por su parte, el determinismo individualista no parece requerir otros mdulos que el de cada cual frente a su destino, y por ello no admite conductas axiomticas y apriorsticas. Aqu se trata de una interrogacin seguida o no de una respuesta afirmativa y de un privilegio reservado a los elegidos, los cuales, una vez en posesin de la gracia particular, poseen el derecho a elegir y marcar la forma de vida a que debe acoplarse el resto de los hombres.

    Siendo esto as, el problema parecera resuelto. Si el clsico admite la lnea deducida y rectora, es decir, presta fe a quienes ocupados en cogitaciones religiosas, sociales y estticas demuestran mejor conocimiento de causa, el protestante, sin esta confianza inicial, debera desde ahora modificar tambin en un sentido particularista toda especie de manifestacin esttica, puesto que haba modificado las sociales y polticas, y dejar al individuo el cuidado de producirse aqu como mejor le parezca. Pero esto an no sucede y habremos de

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  • esperar a Locke y a sus conceptos metafsicos. Por ahora, las ideas innatas de Descartes son un artculo de fe, tanto para irnos como para otros, y el complejo es el siguiente. Segn aquel innatismo platnico, si el hombre, al nacer, ya lleva consigo una serie de conceptos, entre otros el de belleza, parece entonces lgico que siendo este bagaje idntico para todo el gnero humano, lo sean tambin los procedimientos mediante los cuales se exterioricen tales intuiciones. Como se ve, el problema del arte sigue siendo ideal. An no se admiten particularismos. Las apariencias carecen de la suficiente perfeccin, y entonces, transponiendo al dominio de la esttica el de la tica, se aplica el Tratado de las pasiones que aspira a un hombre puro e irreal. Las reglas literarias y plsticas tienden a la irreal pureza tambin, aun cuando tangible, por cuanto resulta sujeto de la obra de arte.

    Como se ve, las reglas de la proporcin ofrecen el sistema unitario de coincidencias a un mundo cuyos pareceres discrepan de modo tan fundamental, porque an no sabe nada de la circunstancia ni parece sta tener mayor intervencin, aparte de constituir un complemento necesario a la vida de todos los das. Por lo dems, el complejo axiomtico sobre el cual parece descansar al clasicismo ofrece garantas indiscutibles de solidez, de modo que, con mayor o menor oposicin, influye y se infiltra por todo y acaba por determinar un proceso de cultura homogneo y un internacionalismo continental. No obstante, ahora se produce una interferencia de importancia definitiva. Es el jansenismo. En l se manifiesta un brote lrico y personal, reflejo de un estado de espritu independiente de coincidencias generales; es decir, un yo fundamentado en juicios de valor para los cuales no sirve el axioma. Como la esencial diferencia entre el clsico y el que luego habr de ser romntico consisti en usar para las actividades propias del espritu mdulos colectivos o personales, intransferibles stos, en cuanto originados en un anlisis individual o libre examen, detengmonos en aquella hereja, no precisamente nueva, pero s la nica en cuyos adeptos se manifiesta una disconformidad referida al aspecto paradigmtico del clasicismo. Toma su nombre de un obispo de Yprs, Jansenius (1585-1638), autor de un libro curioso, el Augustinus, publicado en 1640. En l se admiten las tesis del ms rgido determinismo calvinista, pero con una variante, pues los adeptos a esta secta se afirman catlicos y obedientes al papado. No tratan de establecer una Iglesia y ni siquiera un culto separado, sino que aceptan la liturgia de Roma y el monasterio.

    Los jansenistas se congregan en la abada de Port-Royal y viven en ella una existencia de solitarios. Ello determina que la interro-

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  • gante al destino acerca de la propia salvacin adquiera relieves agnicos, sin el auxilio de colectividades operantes, como en el caso de los cuqueros o del covenant ingls. Por otra parte, el jansenista no identifica el xito con el estado de gracia. Su procedimiento es otro. Mstico de esencia y de naturaleza, practica un gnero de elevacin autosugestivo y obsesionante y sta es la noche terrible de que nos habla Pascal, jansenista, y tambin el corazn como fuente psicolgica de la fe. (Pensamientos, tercera parte.)

    Claro est que los discpulos de Jansenius son cartesianos. Ya lo hemos dicho. No discuten las ideas innatas y aunque no admitan que en el espritu exista la menor libertad, ello no interfiere en cuanto al resto, de modo que en la exterorizacin de sus angustias aceptan el mtodo aplicable por todos, valedero en cuanto deducible de postulados apriorsticos. No hay razn para que no sea as. Aun cuando ellos se consideren parte integrante y no distinta de la naturaleza, predestinados y sin libertad, el innatismo propio de la especie y referido a un Dios que parecemos sentir antes de conocer admite los postulados de Descartes, tanto metafsicos como estticos. No obstante insistimos, esta huella jansenista es para nuestro estudio de un inters primordial, porque en ella se advierten inquietudes incompatibles con el colectivismo. Racine, jansenista ilustre, asocial en el sentido de haber de resolver por propios medios el dilema de su salvacin, inaugura una forma brillante de individualismo esttico.1

    Comedle, como ya se sabe, escenific el Tratado de las pasiones, de Descartes. Para este autor todo drama se concreta en un elegir el valor superior, supuesta la colisin de deberes. Entonces, si bien existe un conflicto doloroso respecto al encuentro del amor y del honor, como en Horacio y El Cid, y adversidad originada en la circunstancia que los hace coincidentes en el proceso histrico de una misma persona, la tortura se deriva de aplicar o desconocer la regla moral, pero no de averiguar si a uno le sirven o no las tales reglas.

    Pero el determinismo raciniano s pide la lucha por un destino que nadie puede, de antemano, resolver. Desde el momento en que la Providencia ofrece marchamos distintos, ya hay una batalla del individuo contra la oscuridad, quiere decirse que ya no sirven las clasificaciones a priori ni conducta regulada antes de averiguar si estamos en la categora de salvados o en la de rprobos. Esto determina una lucha lrica, en cuanto el hombre, sin agarraderos, est confuso y perdido, pues lo esencial aqu es el aislarse y constreirse solitario, esa preocupacin del acierto o desacierto individuales, or- gullosa, claro est, en cuanto el hombre fa de s propio, y que lleva a conclusiones personalsimas iniciadas tambin en una personalsima

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  • forma de considerar. Y no es que Racine subvierta los trminos del cartesianismo establecido. Simplemente, la lucha contra las pasiones adquiere para l un valor positivo slo a partir de la posibilidad de perfeccin. Fedra, enamorada de su hijastro, calumniadora en un intento de defensa, conoce la ley, y hasta el final deja de obedecerla. Sabe del bien y practica el mal, pero no voluntariamente, lo cual resultara una anttesis del drama comeliano. Est incapacitada. Naci condenada y condenada ha de morir. Vive fuera del sistema y sin recursos exteriores. Es un filtro capaz de recibir y transformar a su modo las aportaciones del exterior, y sta es una postura anticlsica por naturaleza.

    En las tragedias de Racine hay una evidente identificacin del autor con sus personajes. Una autobiografa. Si bien para el clasicismo el problema esttico no estriba en incorporarse a la obra, sino en reflejar en formas aparentes los resultados de un canon universal, aceptable o no, segn voluntad propia, pero indiscutible y valedero para todos, aqu hay un bracear oscuro y una agona interior, y finalmente, la busca de un yo particular, sin el cual no puede haber cnones. A Pascal le pas lo propio. Obseso por su dilema, sufre durante un tiempo la peor de las angustias a que un hombre puede someterse, porque no acepta normas que lo resuelvan; es decir, no acepta el clasicismo. El grave asunto le pertenece. No sirven aqu directrices ni pesos o medidas apriorsticas, y est obligado a interrogar los signos, los aconteceres resueltos la noche del 23 de noviembre de 1654, fecha en la que el gran escritor se crey entre los escasos elegidos. A partir de entonces, ya no puede haber vacilaciones. Su yo existe y es ahora cuando el canon y el rigorismo racionalista cartesiano le pueden servir.

    Esta es, pues, la cuestin. Racine, como Pascal, es un clsico slo desde el instante en que puede serlo. Pero antes, sometido a la tortura de hallarse, ha de admitirse que sufri por obra del autoanlisis agonas originadas en la afirmacin de su personalidad y que sta fue una de las constantes romnticas. As, referido a este problema del jansenismo, Sainte-Beuve escribe en su Historia de Port-Royl, y refirindolo a la correspondencia de la hermana Anne-Eugnie, profesa en aquella abada:

    Esta es la materia misma de la cual se engendrar la melancola potica y la vaguedad de las pasiones. Aquf florecer la hermana de Ren.

    Y luego:

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  • Se advierte muy claramente en los solitarios de Port-Royal lo mismo que se nota en nuestros dias. Preocupaciones religiosas aparte, ya est entonces definida la ternura humana extraviada y ei orgullo inquieto e insatisfecho, dedicado a describirse y autoanalizarse interminablemente.

    La cita, evidentemente, es importante. La correspondencia de la monja a que nos hemos referido versa, justamente, sobre el proceso anterior a la seguridad en la propia salvacin, estado del espritu comn a toda la secta jansenista. Ha de admitirse, pues, que la inquietud y el individualismo sin recursos exteriores, es decir, el hombre frente a s mismo, ya tuvieron en Francia y en el siglo xvn manifestaciones notables.

    Descartes ha herido de muerte al predeterminismo, que encuentra en l un escollo infranqueable. Ese individuo distinto de la naturaleza plantea problemas que el determinista ya no puede resolver. Spinoza intenta revitalizar el pantesmo, como ya se sabe, pero el obstculo es que el hombre parece libre y que esta libertad, aun no siendo, acta. De ah que el filsofo de la sustancia abandone los aspectos teolgicos del problema y aborde tan slo el de la unidad de espritu y materia sin ocuparse de los resultados en cuanto competen al destino inmanente del uno y de la otra. Y ahora vendr Leibniz, filsofo ms espinosista que cartesiano. No acepta que el atributo capital de la materia sea la extensin y el del espritu el pensamiento, y concibe su teora de la mnada con objeto de unificar el mundo y hallarle una lgica al pantesmo. Leibniz afirma que la naturaleza es un conjunto de seres individuales de ndole espiritual, las mnadas constitutivas de todo cuanto existe, las cuales, merced a la fuerza de que disponen, se unen segn las reglas de una armona preestablecida para constituir las apariencias, trmino por el que se entiende cualquiera forma exterior. Desde luego, estas teoras, tendentes a destruir la dualidad cartesiana, es decir, clsica, tuvieron en Francia un xito ms bien relativo, pero no en Alemania. Son un intento de lgica natural predestinativa. (Cf. J ean Baruzi: Leibniz. La pen- se chretienne.)

    Ya proliferan en Europa los indiferentes, destas y ateos, quienes slo encuentran como adversarios la desunin y disputas con que se despedazan en el campo del catolicismo motinistas, quie- tistas, pietistas y jansenistas, y en el del luteranismo, los tradicionales y racionales, despus socinianistas. Leibniz obtiene de su nocin

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  • de armona una teodicea y afirma en ella que Dios, aun cuando pueda verlo y preverlo todo, no siempre se sirve de tal facultad y deja ordinariamente a la criatura latitud de realizar obras independientes a fin de que merezca. Pero si el Seor quiere, fija con sus decretos la determinacin futura de los espritus, privndoles de la potencia de obrar que puede muy bien concederles.

    Armado de esta teora eclctica, todava ms confusa, porque entonces surge el nuevo problema de saber cules hombres son libres por designio de Dios y cules predestinados, Leibniz se mueve. Debi parecerle momento favorable para su posicin que el jansenismo y el galicanismo franceses estuvieran por entonces algo malquistados con Roma y que fuera la Orden de los jesutas la nica que defendiera en Francia las prerrogativas del papado.2 La Compaa de Jess segua significando el triunfo de la latinidad tomista frente a la Germa- nia supuestamente agustiniana.

    Pero Leibniz fracasa. Bossuet, con el que establece contacto, aunque galicano por cuestiones puramente administrativas, es ferviente catlico, y en cuanto a los jansenistas, a los que tambin visita, su xito no es mayor, puesto que, catlicos tambin en cierto modo, no admitan, como los protestantes, que en cada fiel hubiese un sacerdote y eran partidarios de las rdenes y de la consagracin.

    Son demasiados estos escollos. Las negociaciones cirnicas, o de paz entre catlicos y reformistas, fracasan. Para Bossuet no hay otra va que la conversin al catolicismo, lo que Leibniz, aun a pesar de su innegable buena voluntad, no acepta. Toda esta negociacin queda un tanto confusa. La corriente de Unin de las Iglesias, que Leibniz casi personifica, se inici en Hannover, en 1676, bajo la gida del duque Juan Federico, catlico que gobernaba un pueblo de protestantes, y tuvo el apoyo del obispo Espinla, protegido del emperador. Ello da como resultado reuniones de telogos de ambas confesiones, en 1683, que llegan a elaborar un Methodus reducendae unionis eclesiasticae nter Romanenses et Protestantes. Con este motivo compone Leibniz su Systema theologicum, en el cual, luego de examinar un cmulo de problemas doctrinales o de culto, concluye en que no ve obstculos mayores a la unin de las confesiones cristianas, siempre y cuando cedan unos y otros. Pero en qu han de ceder? Leibniz no ve que ha llegado tarde. Su pantesmo de la mnada idntica para el mineral y el animal presupone un principio reaccionario, el de la falta de libertad para los hombres, y los cientficos de entonces, no mucho ms tarde enciclopedistas, imbuidos de libre arbitrio catlico, no aceptan el determinismo de una Providencia pensante capaz de engendrar pensadores esclavos.

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  • En Francia, Leibniz no puede entenderse con nadie. Los librepensadores o libertinos as se les llamaba entonces si bien apartados de todo culto y en parte epicurestas, como Saint-Evremond,* coinciden con el catlico en sus juicios sobre la libertad, aun cuando disientan respecto de sus aplicaciones y mtodos. Los destas tipo Montesquieu, con quienes el filsofo alemn hubiera, quizs, hallado un terreno comn, todava no existen. Del resto de la sociedad francesa de entonces ya hemos hablado.

    Pero en Leibniz alienta otra cosa. En el fondo, se queja. El mundo le sugiere algo ms que un exterior cartesiano apto para ser catalogado y as como Racine, francs al cabo, no sale del hombre y sus problemas, l, alemn y tambin determinista, experimenta profunda ternura por la belleza del mundo exterior y une su necesidad de misterio y de sugestiones a la identificacin del hombre con cuanto le rodea. Cree en el fluido. Su ley de armona universal no es otra cosa. La sensacin que la circunstancia nos produce la interpreta como corriente simptica entre el todo y nosotros, constituidos de la misma sustancia espiritual. Escribe as en su Systema theologicum y como consecuencia de un viaje a Roma:

    El sonido de las msicas, los acordes amables de voces, la poesa de los salmos, la elocuencia sagrada, el brillo de las luminarias, los perfumes, vestidos lujosos, vasos recamados de piedras preciosas, las estatuas y las imgenes que mueven a devocin, las combinaciones de perspectivas, las solemnidades y procesiones pblicas, y los estandartes y colgaduras que cubren las calles y balcones, el son de las campanas y, finalmente, los honores que la piedad de los hombres prodiga, no son tan desdeables para Dios como para ciertos hombres tristes de nuestro tiempo.

    Esta ya es en parte la retrica romntica y la validez esttica de la sensacin, incluso olfativa, cuyo descubrimiento se atribuir ms tarde a Baudelaire. Leibniz, influido, desde luego, por Locke en cuanto a los sentidos compete, no los usa como fuente del mero conocimiento ni como artefactos al servicio de la verificacin. El genial filsofo no advierte las aportaciones psquicas que est incorporando al campo de la esttica, porque, repetimos, pantesta como es, mezcla su propio espritu al exterior material y lo supone valedero para todo ser animado o inanimado. Sus emociones le resultan colectivas, pero sta era la tesitura corriente en una poca de leyes generales. Por entonces la psicologa no existe ni el individuo representa nada. Se intenta influir sobre el grupo y reducirlo a denominador comn. Pero Leibniz, como Racine, cuenta en la historia del romanticismo, porque de l arrancan el inicial y ms serio intento

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  • alemn por romper el dique que viene separando a Europa y el sentimentalismo esttico germano referido a la belleza y sugestiones del exterior. El dramaturgo francs significa, y ya lo vimos, la lucha o angustia solitaria.

    Hay algo ms en esta cuestin. El ncleo jansenista ofrecer otra faceta de inters preponderante, pues seala la resistencia social a la prdida de lo maravilloso. Cada una de las conquistas cartesianas de por entonces las veremos en el captulo siguiente arrebata a la masa, bien un temblor potico frente a fuerzas ocultas, bien una esperanza de curacin milagrosa en caso de enfermedad o, finalmente, tradiciones colectivas de las que cuesta trabajo prescindir. Por entonces, la batalla entre el misterio y los cientficos se da en salones, iglesias y callejuelas, y los cartesianos catlicos, aplaudidos como astrnomos o gemetras, encuentran grave oposicin en otros terrenos.

    El 24 de marzo de 1654, Margarita Prier, sobrina de Pascal, afligida segn unos de una plaga asquerosa y que causaba horror, y segn otros de un simple aunque desarrollado flemn lagrimal, se cura al ser tocada en la parte enferma por el estuche de una reliquia de la Santa Espina, guardada en la abada jansenista de Port- Roy al. Desde luego, aquella secta explot un tanto ruidosamente el xito, e incluso el to de la muchacha, por entonces vacilante, hall en el supuesto milagro una razn complementaria de su fe, precisamente cuando compona contra los jesutas su quinta Carta provincial. El asunto fue importante. Lleg, incluso, a convencer a la propia reina, vistos los informes de su mdico, el famoso Flix, pues el hecho no tuvo entonces explicacin satisfactoria.4 En Port- Roya! se congregaron verdaderas multitudes vidas de curar males y achaques. Lleg el asunto a tal extremo, que tres aos despus el jesuta Regeois de Bretonvilliers proclam en el plpito de San Sulpicio que resultaba necesario tratar a los jansenistas como si fueran pupilos de Charenton, ya por entonces famoso manicomio parisiense.

    El milagro de la Santa Espina no tuvo consecuencias mayores, excepto las polmicas de plpito y calle que suscit, pero posteriormente la cosa ya fue muy otra. Ahora, en este primer tercio del siglo de los enciclopedistas, se pone en duda toda especie de hecho maravilloso y los cientficos se esfuerzan en normalizar cualquier fenmeno y en hallarles causas racionales a los aconteceres ms

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  • raros o misteriosos. Pero mucha parte de la sociedad no est contenta. Hay resistencia. No se pasa de concepciones medievales al siglo de las luces sin roces y sin derrumbamientos.

    Al curarse de unas hemorragias, el 31 de mayo de 1725, Ana Charlier, mujer de cuarenta y cinco aos, cuando se arrastraba literalmente tras la custodia llevada por el oficiante jansenista Juan Bautista Goy, se desencadena de nuevo la polmica, y Voltaire ridiculiza el suceso en una de sus cartas, el 20 de agosto del mismo ao. Los jansenistas se indignan con Arouet y con los jesutas, y logran una audiencia singular, principalmente entre las mujeres. Tambin entre la masa. Las brujeras y hechizos estaban saliendo malparados a manos de Newton, Bayle y Fontenelle, y no resulta necesario sealar lo poco populares que han sido siempre estos intentos de clarificar supersticiones.

    En 1727, y con pocos das de intervalo, murieron en Pars un presbtero y un dicono jansenistas, Gerardo Rousse y Francisco Pars, sobre cuyas tumbas comenzaron a operarse curaciones milagrosas. Aquello fue un tumulto. Los enfermos fueron transportados desde otros pueblos y ciudades, la concurrencia en el cementerio de Saint-Mdard, lugar de los enterramientos, excesiva, y pronto, bastantes de los all congregados por motivos teraputicos sufrieron convulsiones curativas, acompaadas de gritos y espumarajos. Como cundiese el ejemplo y fuese aqul un espectculo difcilmente admisible, una ordenanza real de 1732 prohibi el acceso al cementerio. Se produjeron verdaderos motines por causa de esta ley.

    Pero el fenmeno se propaga. Voltaire escribe que tales enormidades se daban dans les grniers et chez des nergumnes de la lie du peuple, opinin a la cual replica su propio hermano, convertido a su vez en convulsionista, lo que indigna sobremanera al escritor. (Cf. Revue des Deux Mondes, abril de 1906.) Montgeron, jansenista, se convierte en el apstol de las convulsiones, luego de cuatro horas de meditacin sobre la tumba de Francisco Pars, y ello dura hasta que Luis XV lo manda encerrar en la Bastilla.

    Entonces se desencadenan las pasiones. Se imprimen y distribuyen folletos y opsculos, aleluyas y caricaturas que no denuncian, precisamente, la mano de autores de calidad. Hay quien afirma que estas convulsiones escandalosas y milagreras se producen cuando los jansenistas andan amenazados de persecucin, y as o de otro modo, es lo cierto que sta fue una de las causas que explican la pervivencia de lo maravilloso popular frente a la razn triunfante, como en Espaa a propsito de la magia y almanaques de Diego Torres Villarroel.

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  • Y en realidad, qu fue este fenmeno? Desde luego dio pie a una serie de sectas secretas, ms o menos esotricas, los Caballeros Rosa Cruz, entre otras. (Cf. Ma thieu , Histoire des miraculs et des convulsionares de Saint-Mdard.)

    Citaremos ahora un interrogatorio de polica, publicado por Ga- zier en su Historia general del movimiento jansenista. Lo llev a cabo el teniente De Bertin y el interrogado fue Dubourg, mdico muy acreditado y testigo de aquellas maniobras. Segn este documento curioso, el tratamiento a que se sometan los pacientes, estticos luego de haber experimentado las convulsiones, consista en puetazos, pateaduras, bastonazos, estocadas, clavazones y, finalmente, crucifixin. Al preguntar De Bertin al mdico si tales aberraciones, soportadas entre espasmos y sin dar pruebas de sensibilidad, podan explicarse por causas meramente fsicas, responde Dubourg que algunas de aquellas maniobras no eran, para l, superiores a las fuerzas de la naturaleza; pero que habfa otras, por ejemplo, la curacin sbita y sin remedios de las heridas de espada y clavos, a las cuales no hallaba explicaciones. Adems, tambin le resultaba misteriosa la normalidad y paz de los visajes, luego de tan cruel tratamiento, as como el pulso de los pacientes, inalterado, incluso en el acto de la crucifixin.

    Esto, como Charcot demostrara ms tarde (cf. La foi qui gu- rit. Explication des miracles de Pars par la psycothrapi), fue prctica de hipnotismo, y el problema no estaba en que muchos de los convulsionistas fuesen simuladores. De todo hubo. Mas con ello, la ciencia de entonces, una vez desechados por absurdos los diablos o santos de la clase popular, abandona a los enfermos nerviosos o les aplica remedios inadecuados. No obstante, la poca abunda muchsimo, por causas que luego veremos, en esta suerte de males, y tanto, que llegaron a ser la enfermedad del siglo hasta bien entrado el siglo xix. De aqu que esta exacerbacin de supersticiones y de miedos vagos no constituya en el jansenismo un movimiento gratuito. Antes bien, arranca del fracaso de la medicina cuantitativa y de las inexplicadas influencias de la sugestin y estados atmosfricos o metericos sobre sistemas nerviosos enfermos. Luego hablaremos del magnetismo, en el cual se crey encontrar la explicacin cientfica que faltaba a las convulsiones, y aun cuando la cronologa hubiese quiz forzado a referirse antes a Locke y al mdico y poeta suizo Haller, como el milagro de la Santa Espina es anterior en casi cincuenta aos a la teora nerviosa del helvtico, hemos preferido aludir ahora a esta otra curiosa faceta del jansenismo. Diremos, no obstante, que esta milagrera era pantesta, y producto del fluido

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  • propio de Leibniz, punto de vista que adoptarn el ya mentado Hal- ler y los mdicos de la escuela de Gotinga. Aqu, pues, hay evolucin. De aquel primitivo e inexplicable milagro de la Santa Espina se ha pasado a una tesis al parecer cientfica, de modo que los anticartesianos esgrimen ahora armas que no dependen en exclusiva de la mera intuicin o de falsas interpretaciones de san Agustn en este su combate por la naturaleza.

    Notas

    1. Cf. Kierkcgaard. Precisamente su ruptura con Hegel se produce por una negativa a admitir el colectivismo metaffsico y un sumirse en su destino propio de individuo. Miguel de Unamuno llevara al paroxismo esta postura netamente romntica.

    2. En 1682 se publicaron los famosos cuatro puntos de la Iglesia galicana francesa, a propsito de las regalas.

    3. Charles de Saint-Denys de Saint-Evremond (1613-1703). Se hubo de refugiar en Inglaterra por un libelo contra Mazarino. Francamente incrdulo, viva ms seguro de tener un estmago que un alma. Sus obras, con el titulo de Oeuvres meles, se publicaron en Amsterdam, en 1706.

    4. Sainte-Beuve, en su Historia de Port-Royal, opina que el milagro fue tan slo la presin que la reliquia oper sobre la bolsa purulenta y que ello ocasionara el desbride. Quizs el gran crtico obtuvo estos informes de algn mdico contemporneo, pero no lo dice.

    Bibliografa

    Vctor Cousin, Revue des Deux Mondes, 15-1-1845; Les nouvelles clsias- tiques, 1728-1802.

    Voltaire, Captulo XXXVII del Siglo de Luis XIV.

  • Hacia el pantesmo cientfico

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    Como resultado inmediato del racionalismo francs, ya no se toman en serio aspectos que hasta entonces haban preocupado incluso a los tribunales de justicia. Desde 1680 a 1715, Bayle destruye el oculto poder astrolgico de los cometas con argumentos a los que nadie puede oponerse. (H enry Bayle, Lettre M. L. A. D. C. Doc- teur de Sorbonne, 1682; Penses diverses, 1683; Adition aux penses diverses, 1694; Continuation des penses, 1705.) Este escritor es buen argumentista. Cartesiano decidido, entiende y prueba que la astro- logia, que identifica al individuo con los cuerpos celestes, es una entelequia insostenible, y la brujera tambin, pues relaciona a los hombres con piedras, talismanes y amuletos y presupone identidades y contactos entre cuerpos heterogneos. Otra batalla contra el pantesmo.

    Bayle va ms lejos. Opina que el milagro repugna a la razn. Dios no viola sus propias leyes, sobre todo por causa tan mnima como lo es un hombre, y en ello comienzan a percibirse las desviaciones insospechadas de aquella duda metdica de Descartes. El materialismo, todava incipiente, pero ya muy vivo en Condillac, y el atesmo, que ya se presiente en Bayle, adquieren ahora categora de sistema.

    En 1688 arremete Fontenelle contra las sibilas, augures y adivinos, y su libro, no mal documentado ni falto de lgica, no puede ya discutirse. Tambin los brujos y brujas son reducidos en l a tontos o falsarios, y con ellos, los saludadores, curanderos, salmistas y otros que hasta entonces se han credo propietarios de poderes especiales. La batalla se inicia en todas partes contra los astrlogos y sus prcticas, y contra ciertos fenmenos admitidos hasta entonces

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  • como artculos de fe, duendes, aparecidos y fantasmas. En Holanda se distingue un telogo, Bekker, y en Alemania un jurista, Tho- masius, que razona sobre la crueldad de condenar a la hoguera a desdichados perfectamente irresponsables. En Espaa, Isla, Feijoo y el mdico Martn Martnez, forman una falange literaria y prctica contra la astrologa, y el padre De la Reguera, matemtico de la Compaa de Jess, prueba irrefutablemente la necedad de los horscopos.

    Frente a tales argumentos indiscutibles, buena parte de aquel siglo racionalista resulta de una credulidad y de un pantesmo ejemplares. El conde de Boulanvilliers escribe opsculos fumosos y profusos referentes a brujos y hechiceras, de los cuales sabemos por Eliphas Lev, nombre cabalstico del inefable abate Constant, autor de un curioso tratado de magia. Este asegura que la aeroman- cia se practic a todo lo largo del sigloxvm,y como el procedimiento consiste en preguntar el destino a las nubes, tempestades, resplandores de la aurora, lluvia, granizo y otros meteoros, si unimos esto a que en las tablas astrolgicas la luna representa la melancola, veremos cmo la identificacin de los estados de nimo con la naturaleza no fue una invencin precisamente romntica.

    La razn de todo ello, como ya lo advertimos respecto del con- vulsionismo, se encuentra en las carencias excesivas de la ciencia mdica. Por ms que ya se usen la quinina y la digital para las fiebres paldicas y afecciones cardacas, e incluso el arsnico en los casos de anemia, quedan lagunas enormes en esta parte de los conocimientos humanos que nadie colma o entiende. Ya se compensan y en cierto modo aminoran algunos males, pero se agravan otros, merced al crecimiento y promiscuidad de los centros urbanos. Las epidemias del siglo xvm revistieron caracteres de catstrofe. En 1719 causa la viruela ms de veinte mil muertos en un Pars que cuenta escasamente ciento ochenta mil habitantes. Europa sufri, en 1761, los efectos de una gripe seguida de congestin pulmonar y muerte en casi todos los casos, y aos ms tarde, en 1770, este mismo y temible mal asuela otra vez el continente. El tifus, endmico siempre, comienza a revestir caracteres de epidemia, y la tos ferina y difteria son el terror de la multitud.

    Durante el perodo inicial de la burguesa fabricante, la poblacin europea se acrecienta, por causas todava no bien estudiadas, pero deducibles de la promiscuidad, falta de diversiones baratas y ms frecuentes en el campo, y sobre todo, necesidad para el trabajador de inspirar lstima con familias numerosas, durante los perodos de paro forzoso. Por otra parte, a fines del siglo xvn y

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  • comienzos del xvin se da en casi todos los pases de Europa una verdadera psicosis de la repoblacin, originada en la necesidad de producir y en la falta de mquinas. Los intendentes de Luis XIV dirigen informes al soberano acucindole a promover la natalidad (Bois- guillebert, Le dtail de la France, 1695; Dissertation sur la naure des richesses, 1707), de modo que durante la administracin de Vauban se crean primas en metlico y otra suerte de protecciones para las familias. (Cf. J. Spengler, Economie et Population. Les doctrines frangaises avant 1800, PUF, 1954.) Ello dar lugar ms tarde, ya en pleno auge del maqumismo, a las teoras y lucubraciones de Malthus.

    Con ello, la alimentacin de la gente resulta inverosmil. Las avitaminosis debieron de ser generales, por exceso o por defecto. Los recetarios de cocina de la poca o los testimonios documentales muestran que las clases altas slo consuman caza, carnes o pescado semipodrido, y las bajas, gachas de avena, cereal recientemente introducido en Europa, y pan de centeno. Hoy resulta difcil explicarse la repulsin que sintieron entonces por la verdura y legumbes frescas las clases acomodadas de la sociedad, pero ello lleg a tal extremo que durante la Cuaresma se imitaban los alimentos vegetales con pescados diversos, habilidad muy estimada y bien pagada. (Cf. Tableau de Parts, Mercier, 1746. Tambin pueden consultarse para ello las memorias del duque de Saint-Simon, muy aficionado a estos detalles curiosos.) Si a esto aadimos los alojamientos precarios y muchas veces nauseabundos, tendremos un cuadro lamentable de la falta de defensas orgnicas de aquella sociedad, que pereca, incluso, por lacras sin demasiada gravedad especifica, como la sama.

    Adems, el desarrollo de la navegacin introduce el ron de las Antillas en Europa, y comienzan por entonces a fabricarse en gran escala licores alcohlicos y cerveza. Las transformaciones que en la economa opera el capitalismo incipiente, obran no slo sobre los textiles y la metalurgia, sino tambin sobre la produccin de espirituosos a base de remolacha, cereales y patata sur pied, es decir, en los mismos lugares en donde tales bebidas se consuman, y como ello suprimi en los productos el gasto de transportes y los impuestos de peajes y portazgo, se abarataron los excitantes y se popularizaron. Por otra parte, las condiciones econmicas en que el asalariado se desenvolva lo convirtieron en ebrio decidido. Escasean por entonces las estadsticas. No obstante, si se tiene en cuenta que en Londres, y a fines del siglo xvm, poda beberse un vaso de ron por un penique, en tanto que un simple trozo de carne costaba un cheln en una posada (D ickens, El hijo de la parroquia), y que en Francia

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  • leau de vie o aguardiente de o ru jo se pagaba tres sueldos (quince cntim os) la racin, y el pan cinco sueldos la m edia libra (V ctor H ugo, Los miserables), no es de ex tra ar en estas condiciones que a falta de com ida se d