Los Nueve Libros de La Historia-Libro III-Talia

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LOS NUEVE LIBROS DE LA HISTORIA

HERODOTO

LIBRO III-TALIA

1

As pues, contra ese Amasis dirigi Cambises, hijo de Ciro, una expedicin (en la cual llevaba consigo, entre otros sbditos suyos, a los griegos de Jonia y Eolia), por el siguiente motivo. Cambises haba despachado a Egipto un heraldo pardir a Amasis una hija, y la pidi por consejo de cierto egipcio, quien procedi as enfadado contra Amasis, porque ste le escogi entre todos los mdicos egipcios, le arranc de su mujer e hijos y le entreg a los persas cuando Ciro envi a pedir a Amasis un oculista, el mejor que hubiese en Egipto. Enfadado por este motivo el egipcio, incitaba con su consejo a Cambises, exhortndole a que pidiera una hija a Amasis, para que se afligiese si la daba y si no la daba incurriese en el odio de Cambises. Amasis, afligido y temeroso por el poder de Persia, ni poda darle su hija ni negrsela, pues bien saba que no la haba de tener Cambises por esposa, sino por concubina. Con este pensamiento, hizo as. Haba una hija del rey anterior, Apries, muy alta y hermosa, la nica que haba quedado de su casa; su nombre era Nitetis. Amasis adorn a esta joven con vestiduras y joyas y la envi a Persia, como hija suya. Al cabo de un tiempo, como Cambises la saludara llamndola con el nombre de su padre, la joven le respondi: Rey, no adviertes que te ha burlado Amasis, quien me cubri de adornos y me envi como si te entregara su hija, pero en verdad soy hija de Apries, a quien Arnasis, sublevado con los egipcios, di muerte, aunque era su propio seor. Esta palabra y este motivo llevaron contra Egipto, muy irritado, a Cambises, hijo de Ciro.

2

As cuentan los persas; pero los egipcios se apropian a Cambises, pretenden que naci cabalmente de esta hija de Apries, porque fue Ciro quien pidi una hija a Amasis, y no Cambises. Pero al decir esto no dicen bien; y de ningn modo ignoran (pues si algn pueblo conoce las costumbres de los persas, ese pueblo es el egipcio) primero, que no es costumbre entre ellos reinar el bastardo existiendo un hijo legtimo; y en segundo lugar, que Cambises era hijo de Casandana, hija de Famaspes, varn Aquemnida, y no de la egipcia. Los egipcios, por fingirse parientes de la casa de Ciro, trastornan la historia. Tales son sus pretensiones.

3

Tambin se cuenta la historia siguiente, para m no verosmil. Cierta mujer persa fue a visitar las esposas de Ciro, y viendo alrededor de Casandana hijos hermosos y crecidos, llena de admiracin, los colm de alabanzas. Y Casandana, que era mujer de Ciro, replic as: Aunque soy madre de tales hijos, Ciro me afrenta, y tiene en estima a la esclava de Egipto. As dijo, irritada contra Nitetis, y Cambises, el mayor de sus hijos, repuso: Pues bien, madre, cuando yo sea hombre pondr en Egipto lo de arriba abajo y lo de abajo arriba. Tales palabras dijo Cambises, nio de unos diez aos, con admiracin de las mujeres; y como recordara su promesa; cuando lleg a la edad varonil, y tom posesin del reino, emprendi la expedicin contra Egipto.

4

Acaeci tambin este otro suceso que contribuy a esa expedicin. Serva entre los auxiliares de Amasis un hombre originario de Halicarnaso de nombre Fanes, de buen entendimiento y bravo en la guerra. Este Fanes, enojado contra Amasis, por cierto motivo, escap de Egipto en un barco con nimo de hablar con Cambises. Como tena no poco crdito entre los auxiliares, y conoca con mucha exactitud las cosas de Egipto, Amasis envi en su seguimiento, empeado en cogerle. Envi en su seguimiento despachando tras l en una trirreme al ms fiel de sus eunucos; ste le cogi en Licia, pero no le trajo a Egipto, pues Fanes le burl con astucia: embriag a sus guardias y escap a Persia. Cuando Cambises, resuelto a marchar contra el Egipto, no vea cmo hacer la travesa y cruzar el desierto, se present Fanes y le di cuenta de la situacin de Amasis, y entre otras cosas le explic la travesa, exhortndole a que despachase mensajeros al rey de los rabes, para pedirle que le proporcionase pasaje segur.

5

Slo por all hay entrada abierta para Egipto. Porque desde Fenicia hasta las lindes de la ciudad de Caditis la tierra es de los sirios llamados palestinos; desde la ciudad de Caditis, no mucho menor a mi parecer que la de Sardes, desde all, los emporios de la costa hasta Yeniso, son del rey rabe; desde Yeniso es otra vez de los sirios hasta el lago Serbnide, cerca del cual corre hasta el mar el monte Casio; y, desde el lago Serbnide, donde es fama que Tifn se ocult, desde all ya es Egipto. El espacio entre la ciudad de Yeniso y el monte Casio y lago Serbnide, que es un territorio no pequeo sino de tres das de camino, es atrozmente rido.

6

Voy a decir algo en que han pensado pocos de los que acuden por mar a Egipto. Cada ao se importa en el Egipto de toda Grecia y tambin de Fenicia, tinajas llenas de vino, y no es posible ver ni una sola tinaja vaca, por decirlo as. Dnde s emplean, pues?, podra preguntarse. Yo lo explicar. Cada gobernador debe recoger todas las tinajas de su ciudad y llevarIas a Menfis, y los de Menfis deben transportarlas llenas de agua a esos desiertos de Siria. As, las tinajas que llegan a Egipto y se vacan all, son transportadas a Siria, donde se agregan a las antiguas.

7

Los persas fueron quienes, apoderados apenas de Egipto, aparejaron la entrada proveyndola de agua, segn he referido. Mas como no exista entonces provisin de agua, Cambises, instrudo por su husped halicarnasio, envi mensajeros al rabe para pedirle seguridad y la obtuvo empeando su fe y recibiendo la de aqul.

8

Respetan los rabes la fe prometida como los que ms y la empean del siguiente modo. En medio de las dos personas que quieren empearla, se coloca otro hombre que con una piedra aguda les hace una incisin en la palma de la mano cerca del pulgar; toma luego pelusa del vestido de entrambos, y unge con la sangre siete piedras puestas en medio, y al hacerlo invoca a Dioniso y a Urania. Cuando el tercero ha concludo esta ceremonia, el que ha empeado su fe recomienda a sus amigos el extranjero, o el ciudadano, si la empea con un ciudadano; y los amigos, por su parte, miran como deber respetar la fe prometida. De los dioses, los rabes reconocen slo a Dioniso y a Urania, y dicen que se cortan el pelo de igual modo que el mismo Dioniso; y se lo cortan a la redonda, rapndose las sienes. Llaman a Dioniso, Urotalt, y a Urana, Alilat.

9

As, pues, luego que el rabe empe su fe a los enviados de Cambises, discurri lo que sigue: llen de agua odres de cuero de camellos, y carg con ellos a todos sus camellos; tras esto. avanz al desierto Y aguard all al ejrcito de Cambises. sta es la ms verosfmil de las relaciones, pero preciso es contar tambin la menos verosmil, ya que al fin corre. Hay en la Arabia un gran ro, por nombre Cora, que desemboca en el mar Eritreo. Cuntase, pues, que el rey de los rabes, form un cao cosiendo cueros de bueyes y de otros animales, de tal largo que desde ese ro llegaba al desierto, que por ese medio trajo el agua, y en el desierto cav grandes cisternas para que recibieran y guardaran el agua. Hay camino de doce jornadas desde el ro hasta el desierto y dicen que el rabe condujo el agua por tres caos a tres parajes distintos.

10

En la boca del Nilo llamada Pelusia acampaba Psamnito, hijo de Amasis, en espera de Cambises. Porque cuando Cambiaes march contra Egipto, no encontr vivo a Amasis; despus de reinar cuarenta y cuatro dos, muri Amasis sin que le sucediera en ellos ningn gran desastre. Muerto y embalsamado, fue sepultado en la sepultura del santuario que l mismo se haba hecho fabricar. Reinando en Egipto Psamnito, hijo de Amasis, sucedi un portento, el mayor del mundo para los egipcios, pues llovi en Tebas, donde jams haba llovido antes ni despus, hasta nuestros das, segn los mismos tebanos aseguran. Pues en verdad no llueve en absoluto en el alto Egipto, y aun entonces slo llovizn en Tebas.

11

Los Persas, una vez atravesado el desierto, plantaron sus reales cerca de los egipcios para venir a las manos con ellos. All los auxiliares del egipcio, que eran griegos y carios, irritados contra Fanes porque haba trado contra Egipto un ejrcito de lengua extraa, tramaron contra l semejante venganza: tena Fanes hijos que haba dejado en Egipto; los condujeron al campamento, a la vista de su padre, colocaron en medio de entrambos reales un cntaro y trayendo uno a uno los nios los degollaron sobre l. Cuando acabaron con todos los nios, echaron en el cntaro vino y agua, y habiendo bebido de la aangre, todos los auxiliares vinieron a las manos. La batalla fue reida: gran nmero cay de una y otra parte, hasta que los egipcios volvieron la espalda.

12

Instruido por los egipcios, observ una gran maravilla. Los huesos de los que cayeron en esta batalla estn en montones, aparte unos de otros (pues los huesos de los persas estn aparte, tal como fueron apartados en un comienzo, y en el otro lado estn los de los egipcios). Los crneos de los persas son tan endebles que si quieres tirarles un guijarro, los pasars de parte a parte; pero los de los egipcios son tan recios que golpendolos con una piedra apenas podrs romperlos. Daban de esto la siguiente causa, y me persuadieron fcilmente: que, desde muy nios, los egipcios se rapan la cabeza, con lo cual el hueso se espesa al sol. Y esto mismo es la causa de que no sean calvos, ya que en Egipto se ven menos calvos que en ninguna parte; y sta es la causa tambin de tener recio el crneo. En cambio la causa de tener los persas endeble el crneo el sta: porque desde un comienzo lo tienen a la sombra, cubierto con el bonete de fieltro llamado tiara. Tal es lo que observ, e idntica observacin hice en Papremis, a propsito de los que, junto con Aqumenes, hijo de Daro, perecieron a manos de Inaro el libio.

13

Los egipcios que volvieron la espalda en la batalla, huyeron en desorden. Acorralados en Menfis, Cambises envi ro arriba una nave de Mitilena que llevaba un heraldo persa para invitarlos a un acuerdo. Pero ellos apenas vieron que la nave entraba en Menfis, salieron en tropel de la plaza, destruyeron la nave, despedazaron a los hombres, y trajeron los miembros destrozados a la plaza. Despus de esto, sufrieron sitio y se entregaron al cabo de un tiempo. Pero los libios comarcanos, temerosos de lo que haba sucedido en Egipto, se entregaron sin combate a los persas, imponindose tributo y enviando regalos a Cambises. Los de Cirene y de Barca, con igual temor que los libios, hicieron otro tanto. Cambises recibi benvolamente los dones de los libios; pero se enfad con los que haban llegado de Cirene, porque, a mi parecer, eran mezquinos. En efecto, los cireneos le enviaron quinientas minas de plata, las que cogi y desparram entre las tropas por su misma mano.

14

Al dcimo da de rendida la plaza de Menfis, Cambises hizo sentar en el arrabal, para afrentarle, a Psamnito, rey de Egipto, que haba reinado seis meses; le hizo sentar con otros egipcios; y prob su nimo del siguiente modo. Visti a su hija con ropa de esclava y la envi con su cntaro por agua; y envi con ella, otras doncellas, escogidas entre las hijas de los varones principales, ataviadas de igual modo que la hija del rey. Cuando pasaron las doncellas, con grito y lloro delante de sus padres, todos los dems gritaron y lloraron tambin al ver maltratadas sus hijas; pero, Psamnito divis a su hija, la reconoci y fij los ojos en tierra. Despus que pasaron las aguadoras, Cambises le envi su hijo con otros dos mil egipcios de la misma edad, con dogal al cuello y mordaza en la boca. Iban a expiar la muerte de los mitileneos que en Menfis haban perecido en su nave, pues los jueces regios haban sentenciado as, que por cada uno murieran diez egipcios principales. Psamnito, vindolos pasar y sabiendo que su hijo era llevado a la muerte, mientras los egipcios sentados a su alrededor lloraban y hacan gran duelo, hizo lo mismo que con la hija. Despus que pasaron tambin los condenados, sucedi que uno de sus comensales, hombre de edad avanzada, despojado de todos sus bienes y que no posea nada sino lo que puede tener un mendigo, peda limosna al ejrcito, y pas junto a Psamnito, hijo de Amasis, y junto a los egipcios sentados en el arrabal. As que le vi Psamnito, prorrumpi en gran llanto, y llamando por su nombre al amigo, empez a darse de puadas en la cabeza. Haba all guardias que daban cuenta a Cambises de cuanto haca Psamnito ante cada procesin. Admirado Cambises de sus actos, le envi un mensajero y le interrog en estos trminos: Psamnito, pregunta Cambises, tu seor, por qu al ver maltratada tu hija, y marchando a la muerte tu hijo no clamaste ni lloraste, y concediste este honor al mendigo, quien, segn se le ha informado, en nada te atae. As pregunt ste y del siguiente modo respondi aqul: Hijo de Ciro, mis males domsticos eran demasiado grandes para llorarlos, pero la desgracia de mi compaero es digna de llanto, pues cay de gran riqueza en indigencia al llegar al umbral de la vejez. Llevada esta respuesta por el mensajero, la tuvieron por discreta; y, segn dicen los egipcios, llor Creso (que tambin haba seguido a Cambises en la expedicin contra Egipto), y lloraron los persas que se hallaban presentes: y el mismo Cambises se enterneci y al punto di orden de que salvasen al hijo de entre los condenados a muerte, que retirasen a Psamnito del arrabal y le trajesen a su presencia.

15

Los que fueron en su busca no hallaron ya vivo al hijo, que haba sido decapitado el primero. A Psamnito lo retiraron y condujeron ante Cambises: all vivi en adelante sin sufrir ninguna violencia. Y si hubiera sabido quedarse tranquilo hubiera recobrado el Egipto para ser su gobernador; pues acostumbran los persas conceder honores a los hijos de los reyes, y aunque stos se les hayan sublevado, devuelven no obstante el mando a los hijos. Por otros muchos puede probarse que as acostumbran a proceder, y entre ellos por Taniras, hijo de Inaro el libio, el cual recobr el dominio que haba tenido su padre; y por Pausiris, hijo de Amirteo; pues tambin l recobr el dominio de su padre, aun cuando nadie todava haya causado a los persas mayores males que Inaro y Amirteo. Pero, no dejando Psamnito de maquinar maldades, recibi su pago; pues fue convicto de querer sublevar a los egipcios y, cuando se enter de ello Cambises, Psamnito bebi sangre de un toro y muri en el acto. As termin este rey.

16

Cambises lleg de Menfis a Sais con nimo de hacer lo que en efecto hizo. Apenas entr en el palacio de Amasis, mand sacar su cadver de la sepultura; cuando se cumpli esta orden, mand azotar el cadver, arrancarle las barbas y los cabellos, punzarle y ultrajarle en toda forma. Cansados de ejecutar el mandato (pues como el cadver estaba embalsamado, se mantena sin deshacerse) Cambises orden quemarlo; orden impa porque los persas creen que el fuego es un dios. En efecto, ninguno de los dos pueblos acostumbra quemar sus cadveres; los persas por la razn indicada, pues dicen que no es justo ofrecer a un dios el cadver de un hombre; los egipcios, por estimar que el fuego es una fiera animada que devora cuanto coge y, harta de comer, muere juntamente con lo que devora; por eso no acostumbran en absoluto echar los cadveres a las fieras, y los embalsaman a fin de impedir que, cuando estn enterrados, los coman los gusanos. As, la orden de Cambises era contraria a las costumbres de ambos pueblos. Segn dicen los egipcios, empero, no fue Amasis quien tal padeci, sino otro egipcio que tena la misma estatura que Amasis, a quien ultrajaron los persas creyendo ultrajar a Amasis. Pues cuentan que enterado Amasis merced a un orculo de lo que haba de sucederle despus de muerto, y tratando de remediar lo que le aguardaba, sepult a aquel muerto, que fue azotado, dentro de su cmara funeraria y orden a su hijo que le colocase en el rincn ms retirado de la cmara. Pero en verdad, estos encargos de Amasis sobre su sepultura y sobre el otro hombre me parece que nunca se hicieron, y que sin fundamento los egipcios hermosean el caso.

17

Despus de esto, Cambises proyect tres expediciones: contra los cartagineses, contra los ammonios y contra los etopes de larga vida, que moran en Libia, junto al mar del Sur. Tom acuerdo y decidi enviar contra los cartagineses su armada, contra los amonios parte escogida de su tropa, y contra los etopes, primeramente unos exploradores que, so pretexto de llevar regalos a su rey, viesen si exista de veras la mesa del Sol que se deca existir entre los etopes, y observasen asimismo todo lo dems.

18

Dcese que la mesa del Sol es as: hay en el arrabal un prado lleno de carne cocida de toda suerte de cuadrpedos; de noche, los ciudadanos que tienen un cargo pblico, se esmeran en colocar all la carne, y de da viene a comer el que quiere; los del pas pretenden que la tierra misma produce cada vez los manjares. Dcese que tal es la llamada mesa del Sol.

19

Cambises, no bien decidi enviar exploradores, hizo venir de la ciudad de Elefantina aquellos ictifagos que saban la lengua etipica. Y en tanto que los buscaban, di orden a su armada de hacerse a la vela para Cartago. Los fenicios se negaron a ello, por estar ligados, segn decan, por grandes juras y por ser accin impa llevar la guerra contra sus propios hijos. Rehusando los fenicios, los restantes no estaban en condiciones de combate. As escaparon los cartagineses de la esclavitud persa, ya que no consider justo Cambises forzar a los fenicios, porque se haban entregado a los persas de suyo y porque toda la armada dependa de los fenicios. Tambin los cipriotas se haban entregado de suyo a los persas y tomaban parte en la expedicin contra el Egipto.

20

Luego que los ictifagos llegaron a Elefantina a presencia de Cambises, les envi ste a Etiopa, encargndoles lo que deban decir, y confindoles regalos: una ropa de prpura, un collar de oro trenzado, unos brazaletes, un vaso de alabastro lleno de ungento, y un tonel de vino fenicio. Los etopes a quienes les enviaba Cambises son, segn cuentan, los ms altos y hermosos de todos los hombres. Dcese que entre otras leyes por las que se apartan de los dems hombres, observan en especial sta que mira a la realeza: consideran digno de reinar a aquel de los ciudadanos que juzgan ser ms alto y tener fuerza conforme a su talla.

21

Cuando los ictifagos llegaron a ese pueblo, al presentar los regalos al rey, dijeron as: Cambises, rey de los persas, deseoso de ser tu amigo y husped, nos envi con orden de entablar relacin contigo, y te da estos regalos que son aquellos cuyo uso ms le complace. El etope, advirtiendo que venan como espas, les dijo: Ni el rey de los persas os envi con regalos porque tenga en mucho ser mi husped, ni vosotros decs la verdad ya que pues vens por espas de mi reino, ni es aqul varn justo; que si lo fuera, no deseara ms pas que el suyo, ni reducira a servidumbre a hombres que en nada le han ofendido. Ahora, pues, entregadle este arco y decidle estas palabras: El rey de los etopes aconseja al rey de los persas que cuando los persas tiendan arcos de este tamao con tanta facilidad como yo, marche entonces con tropas superiores en nmero contra los etopes de larga vida; hasta ese momento, d gracias a los dioses porque no inspiran a los hijos de los etopes el deseo de agregar otra tierra a la propia.

22

As dijo, y aflojando el arco lo entreg a los enviados. Tom despus la ropa de prpura y pregunt qu era y cmo estaba hecha; y cuando los ictifagos le dijeron la verdad acerca de la prpura y su tinte, l les replic que eran hombres engaosos y engaosas sus ropas. Segunda vez pregunt por las joyas de oro, el collar trenzado y los brazaletes; y como los ictifagos le explicaran cmo adornarse con ellos, se ech a rer el rey, y pensando que eran grillos, dijo que entre los suyos haba grillos ms fuertes que sos. Tercera vez pregunt por el ungento; y luego que le hablaron de su confeccin y empleo, dijo la misma palabra que haba dicho sobre la ropa de prpura. Pero cuando lleg al vino, y se enter de su confeccin, regocijado con la bebida, pregunt de qu se alimentaba el rey y cul era el ms largo tiempo que viva un persa. Ellos respondieron que el rey se alimentaba de pan, explicndole qu cosa era el trigo; y que el trmino ms largo de la vida de un hombre era ochenta aos. A lo cual repuso el etope que no se extraaba de que hombres alimentados de estircol vivieran pocos aos y que ni aun podran vivir tan corto tiempo si no se repusieran con su bebida (e indicaba a los ictifagos el vino); en ello les hacan ventaja los persas.

23

Los ictifagos preguntaron a su vez al rey sobre la duracin y rgimen de vida de los etopes; y l les respondi que los ms de ellos llegaban a los ciento vinte aos, y algunos aun pasaban de este trmino; la carne cocida era su alimento y la leche su bebida. Y como los exploradores se maravillaban del nmero de aos, los condujo -segn cuentan- a una fuente tal que quienes se baaban en ella salan ms relucientes, como si fuese de aceite, y que exhalaba aroma como de violetas. Decan los exploradores que el agua de esta fuente era tan sutil que nada poda sobrenadar en ella, ni madera, ni nada de lo que es ms liviano que la madera, sino que todo se iba al fondo. Y si en verdad tienen esa agua y es cual dicen, quiz por ella, usndola siempre, gocen de larga vida. Dejaron la fuente, y los llev a la crcel donde todos los prisioneros estaban atados con grillos de oro, pues entre los etopes el bronce es lo ms raro y apreciado. Despus de contemplar la crcel, contemplaron asimismo la llamada mesa del Sol.

24

Tras ella contemplaron por ltimo sus sepulturas, hechas de cristal, segn se dice, y en la siguiente forma: despus de desecar el cadver, ya como los egipcios, ya de otro modo, le dan una mano de yeso y lo adornan todo con pintura, imitando en lo posible su aspecto; y luego le rodean de una columna hueca de cristal, pues se saca de sus minas cristal abundante y fcil de labrar. Encerrado dentro de la columna, se transparenta el cadver, sin echar mal olor y sin ningn otro inconveniente, con apariencia en todo semejante a la del muerto. Por un ao los deudos ms cercanos tienen en su casa la columna, ofrecindole las primicias de todo, y hacindole sacrificios; luego la sacan y colocan esas columnas alrededor de la ciudad.

25

Despus de contemplarlo todo, los exploradores se volvieron. Cuando dieron cuenta de su embajada, Cambises, lleno de enojo march inmediatamente contra Etiopa, sin ordenar provisin alguna de vveres ni pensar que iba a llevar sus armas al extremo de la tierra; como loco que era y sin juicio, as que oy a los ictifagos, parti a la guerra, dando orden a los griegos que formaban parte de su ejrcito de aguardarle, y llevando consigo toda su tropa de tierra. Cuando en su marcha lleg a Tebas, escogi del ejrcito unos cincuenta hombres, les encarg que redujeran a esclavitud a los ammonios y prendiesen fuego al orculo de Zeus; y l al frente del resto del ejrcito, se dirigi hacia los etopes. Antes que el ejrcito hubiese andado la quinta parte del camino, ya se haban acabado todos los vveres que tena, y despus de los vveres se acabaron las acmilas que devoraban. Si al ver esto hubiese Cambises desistido y llevado de vuelta su ejrcito, se hubiera mostrado sabio despus de su error del principio; pero, sin parar mientes en nada, marchaba siempre adelante. Los soldados, mientras podan sacar algo de la tierra, se mantenan con hierbas, pero cuando llegaron al arenal, algunos de ellos cometieron una accin terrible: de cada diez sortearon uno y le devoraron. Informado Cambises de lo que suceda, y temeroso de que se devoraran unos a otros, dej la expedicin contra los etopes, emprendi la vuelta y lleg a Tebas con gran prdida de su ejrcito. De Tebas baj a Menfis y licenci a los griegos, para que se embarcaran.

26

Tal fue la suerte de la expedicin contra los etopes. Las tropas destacadas para la campaa contra los ammonios, partieron de Tebas y marcharon con sus guas; consta que llegaron hasta la ciudad de Oasis (que ocupan los samios, originarios, segn se dice, de la tribu escrionia), distante de Tebas siete jornadas de camino a travs del arenal; esta regin se llama en lengua griega Isla de los Bienaventurados. Hasta este paraje es fama que lleg el ejrcito; pero desde aqu, como no sean los mismos ammonios o los que de ellos lo oyeron, ningn otro lo sabe: pues ni lleg a los ammonios ni regres. Los mismos ammonios cuentan lo que sigue: una vez partidos de esa ciudad de Oasis avanzaban contra su pas por el arenal; y al llegar a medio camino, ms o menos, entre su tierra y Oasis, mientras tomaban el desayuno, sopl un viento Sur, fuerte y repentino que, arrastrando remolinos de arena, les sepult, y de este modo desaparecieron. As cuentan los ammonios que pas con este ejrcito.

27

Despus que Cambises lleg a Menfis, se apareci a los egipcios Apis, al cual los griegos llaman pafo; y al aparecerse, los egipcios vistieron sus mejores ropas y estuvieron de fiesta. Cuando Cambises vi que tal hacan los egipcios, totalmente persuadido de que celebraban estos regocijos por el mal xito de su empresa, llam a los magistrados de Menfis; cuando estuvieron en su presencia, les pregunt por qu antes, mientras estaba en Menfis, no haban dado los egipcios muestra alguna de alegra, y la daban ahora, que volva con gran prdida de su ejrcito. Los magistrados le explicaron que se les habla aparecido, un dios que sola aparecerse muy de tarde en tarde, y que en cuanto apareca hacan fiesta gozosos todos los egipcios. Al or esto, Cambises dijo que mentan y les condena a muerte por embusteros.

28

Despus de matar a los magistrados, llam Cambises segunda vez a los sacerdotes; como stos le dijeron lo mismo, replic Cambises que no se le haba de ocultar si era un dios manso el que les haba llegado a los egipcios. Y sin agregar ms mand a los sacerdotes que le trajeran a Apis; ellos fueron a trarselo. Este Apis o pafo es un novillo nacido de una vaca que despus ya no puede concebir otra cra; dicen los egipcios que baja del cielo un resplandor sobre la vaca, por el cual concibe a Apis. Este novillo llamado Apis tiene tales seas: es negro con un tringulo blanco en la frente, la semejanza de un guila en el lomo, los pelos de la cola dobles y un escarabajo bajo la lengua.

29

Cuando los sacerdotes trajeron a Apis, Cambises, como que era alocado, desenvain la daga, y queriendo dar a Apis en el vientre, le hiri en un muslo; y echndose a rer dijo a los sacerdotes: Malas cabezas, as son los dioses, de carne y hueso, y sensibles al hierro? Digno de los egipcios, por cierto, es el dios; pero vosotros no os regocijaris de haber hecho mofa de m. Dicho esto, mand a sus ejecutores que azotaran a los sacerdotes y que mataran a los dems egipcios que sorprendiesen celebrando la fiesta. Qued deshecha la festividad de los egipcios, los sacerdotes fueron castigados, y Apis, herido en un muslo, expiraba tendido en su santuario. Cuando muri, a consecuencia de la herida, los sacerdotes le sepultaron a escondidas de Cambises.

30

A causa de esta iniquidad, segn cuentan los egipcios, Cambises enloqueci al punto, si bien ya antes no estaba en su juicio. En primer trmino asesin a Esmerdis, que era hermano suyo de padre y madre, y a quien haba despachado de Egipto a Persia, por envidia, pues haba sido el nico que lleg a tender como dos dedos el arco que haban trado los ictifagos del etope, de lo que ningn otro persa haba sido capaz. Cuando Esmerdis hubo partido para Persia, Cambises vi en sueos esta visin: le pareci que vena de Persia un mensajero y le anunciaba que Esmerdis, sentado sobre el trono regio, tocaba el cielo con la cabeza. Receloso por su sueo de que su hermano le asesinase y se apoderase del reino, envi a Persia a Prexaspes, que le era el ms fiel de los persas, para que le matase. ste subi a Susa y mat a Esmerdis, segn unos sacndole a caza, segn otros, llevndole al mar Eritreo y ahogndole all.

31

ste, dicen, fue el primero de los crmenes de Cambises. En segundo lugar asesin a su hermana, que le haba seguido a Egipto, y era su esposa y hermana de padre y madre. He aqu cmo se cas con ella: antes nunca haban acostumbrado los persas casarse con sus hermanas. Cambises se prend de una de sus hermanas y quiso casar con ella; como pensaba hacer una cosa inusitada, convoc a los jueces llamados regios y les pregunt si haba alguna ley que autorizase, a quien lo quisiera, a casar con su hermana. Estos jueces regios son entre los persas ciertos varones escogidos basta la muerte o hasta que se les descubre alguna injusticia. Juzgan los pleitos de los persas y son intrpretes de las leyes patrias y todo est en sus manos. A la pregunta de Cambises respondieron a la vez justa y cautamente, diciendo que ninguna ley hallaban que autorizase al hermano a casar con la hermana, pero s haban hallado otra ley que autorizaba al rey de los persas para hacer cuanto quisiese. As, no abrogaron la ley por temor de Cambises, y, para no parecer en defensa de la ley, descubrieron otra en favor del que quera casar con sus hermanas. Casse entonces Cambises con su amada, y sin que pasara mucho tiempo, tom tambin a otra hermana. La que mat era la ms joven de las dos, que le haba seguido a Egipto.

32

Su muerte, como la de Esmerdis, se cuenta de dos maneras. Los griegos cuentan que Cambises haba azuzado un cachorro de len contra un cachorro de perro, y que tambin su mujer miraba la ria. Llevaba el perrillo la peor parte; pero otro perrillo, su hermano, rompi su atadura, corri a su socorro, y siendo dos vencieron al leoncillo. Cambises miraba con mucho agrado, pero su esposa, sentada a su lado, lloraba; al notarlo Cambises le pregunt por qu lloraba, y ella respondi que, viendo el cachorro volver por su hermano, haba llorado acordndose de Esmerdis, y pensando que Cambises no tena quin volviese por l. A causa de esta palabra dicen los griegos que muri a manos de Cambises. Pero los egipcios refieren que, estando a la mesa, la mujer tom una lechuga, la deshoj, y pregunt a su marido cmo le pareca mejor la lechuga, deshojada o llena de hojas, y respondindole Cambises que llena de hojas, replic: Pues t imitaste una vez esta lechuga, y despojaste la casa de Ciro. Enfurecido Cambises se lanz sobre ella, que estaba encinta, y ella abort y muri.

33

Tales locuras cometi Cambises contra sus ms cercanos deudos, ora fuese verdaderamente a causa de Apis, ora por otra razn, pues suelen ser muchas las desventuras que caen sobre los hombres. Se dice, en efecto, que Cambises padeci de nacimiento una grave enfermedad que llaman algunos mal sagrado; ciertamente no es increble que, padeciendo el cuerpo grave enfermedad, tampoco estuviese sana la mente.

34

Contra los dems persas cometi las siguientes locuras. Cuentan que dijo a Prexaspes, a quien entre todos honraba (era quien le traa los recados, y su hijo era copero de Cambises, lo que no era poca honra). Cuentan, pues, que le dijo: Prexaspes: cmo me juzgan los persas? Qu dicen de m? Prexaspes respondi: Seor, en todo te alaban mucho, sino que dicen que te inclinas al vino ms de lo debido. Eso dijo de los persas, y Cambises, encolerizado, replic en estos trminos: Ahora, pues, dicen de m los persas que me entrego al vino y he perdido la razn? Entonces tampoco lo que decan antes era verdad. Porque hallndose una vez antes en consejo con los persas y con Creso, pregunt Cambises cmo le juzgaban comparado con su padre Ciro. Respondieron ellos que era mejor que su padre, pues no slo posea todos sus dominios, sino que les haba aadido el Egipto y el mar. As dijeron los persas, pero Creso, que estaba presente, descontento de la sentencia, dijo a Cambises: Pues a m, hijo de Ciro, no me pareces semejante a tu padre, pues no tienes todava un hijo como el que l dej en ti. Se agrad Cambises de lo que haba odo y celebr la sentencia de Creso.

35

Haciendo memoria de este suceso, Cambises, airado, dijo a Prexaspes: Mira, pues, si los persas dicen la verdad o si son ellos los que desatinan al censurarme. Si disparo contra tu hijo, que est de pie en la antesala, y le acierto en medio del corazn, quedar claro que lo que dicen los persas nada vale; pero si yerro, quedar claro que los persas dicen la verdad y yo no estoy en mi juicio. Al decir esto tendi el arco -segn cuentan- y tir contra el mancebo; cay ste y Cambises le mand abrir para examinar el tiro; y al hallarse la flecha clavada en el corazn, se ech a rer y, lleno de gozo, dijo al padre del mancebo: Prexaspes, manifiesto ha quedado que no soy yo el loco, sino los persas los que desatinan. Dime ahora: viste jams entre todos los hombres alguien que tan certeramente disparase? Prexaspes, viendo a un hombre que no estaba en su juicio, y temiendo por s mismo, respondi: Seor, a mi me parece que ni Dios mismo tira tan bien. Tal fue lo que cometi entonces; en otra ocasin, sin ninguna causa seria, mand enterrar vivos y cabeza abajo a doce persas de la primera nobleza.

36

Ante tales actos, Creso el lidio, juzg oportuno amonestarle en estos trminos: Rey, no sueltes en todo la rienda al bro juvenil, antes contente y reprmete. Bueno es ser previsor y sabia cosa la previsin. T das muerte, sin ninguna causa seria, a hombres que son tus compatriotas; das muerte a mancebos. Si haces muchos actos semejantes, mira que los persas no se te subleven. A mi tu padre me encarg encarecidamente que te amonestara y advirtiera lo que juzgase conveniente. As le aconsejaba Creso dndole muestras de amor; pero Cambises le contest en estos trminos: Y t te atreves a aconsejarme?; t que tan bien gobernaste tu propia patria, y tan bien aconsejaste a mi padre, exhortndole a pasar el Araxes y marchar contra los masgetas, cuando queran ellos pasar a nuestros dominios? A ti mismo te perdiste dirigiendo mal a tu patria, y perdiste a Ciro que te escuchaba. Pero no te alegrars, pues mucho hace que necesitaba tomar un pretexto cualquiera contra ti. As diciendo, empuaba su arco para dispararlo contra Creso, pero ste sali corriendo. Cambises, como no poda alcanzarle con sus flechas, orden a sus servidores que le cogieran y mataran. Los servidores, que conocan su humor, escondieron a Creso con este clculo: si se arrepenta Cambises y le echaba de menos, se lo presentaran y recibiran regalos por haberle salvado la vida; y si no se arrepenta ni le echaba de menos, entonces le mataran. Y en verdad, no mucho tiempo despus, Cambises ech de menos a Creso, y enterados de ello los servidores le anunciaron que Creso viva. Dijo Cambises que se alegraba de que estuviera vivo Creso, pero que los que le haban salvado lo pagaran con la muerte. Y as lo hizo.

37

Muchas locuras como sas cometi Cambises, as contra los persas como contra los aliados, mientras se detena en Menfs, donde abra los antiguos sepulcros y examinaba los cadveres. Entonces fue tambin cuando entr en el santuario de Hefesto e hizo gran burla de su estatua. Porque esta estatua de Hefesto es muy semejante a los patecos de Fenicia, que los fenicios llevan en la proa de sus trirremes. Para quien no los haya visto, har esta indicacin: es la imagen de un pigmeo. Asimismo Cambises entr en el santuario de los cabiros, donde no es lcito entrar a otro que el sacerdote, y hasta quem las estatuas despus de mucho mofarse. Esas estatuas tambin son semejantes a las de Hefesto, de quien, segn dicen, son hijos los cabiros.

38

Por todo esto es para m evidente que Cambises padeca gran locura; de otro modo, no hubiera intentado burlarse de las cosas santas y consagradas por la costumbre. Pues si a todos los hombres se propusiera escoger entre todas las costumbres las ms hermosas, despus de examinarlas, cada cual se quedara con las propias: a tal punto cada cual tiene por ms hermosas las costumbres propias. Por lo que parece que nadie sino un loco las pondra en ridculo. Y que tal opinen acerca de sus costumbres todos los hombres, por muchas pruebas puede juzgarse, y sealadamente por sta: Daro, durante su reinado, llam a los griegos que estaban con l y les pregunt cunto queran por comerse los cadveres de sus padres. Respondironle que por ningn precio lo haran, llam despus Daro a unos indios llamados calacias, los cuales comen a sus padres, y les pregunt en presencia de los griegos (que por medio de un intrprete comprendan lo que se deca) cunto queran por quemar los cadveres de sus padres, y ellos le suplicaron a grandes voces que no dijera tal blasfemia. Tanta es en estos casos la fuerza de la costumbre; y me parece que Pndaro escribi acertadamente cuando dijo que la costumbre es reina de todo.

39

Mientras Cambises haca su expedicin contra el Egipto, emprendieron los lacedemonios su campaa contra Samo y contra Polcrates, hijo de Eaces, que en una revolucin se haba apoderado de Samo. Al principio, dividi en tres partes el Estado y las distribuy entre sus hermanos, Pantagnoto y Silosonte; pero despus, como matara al uno y desterrara al ms joven, Silosonte, posey la isla entera. En posesin de ella, ajust un tratado de hospitalidad con Amasis, rey de Egipto, a quien envi presentes y de quien los recibi. En poco tiempo prosperaron de pronto los asuntos de PoHcrates, y andaban de boca en boca por Jonia y por el resto de Grecia, porque dondequiera dirigiese sus tropas, todo le suceda prsperamente. Tena cien naves de cincuenta remos y mil arqueros; pillaba y atropellaba a todo el mundo sin respetar a nadie porque, deca, ms favor se hacia a un amigo restituyndole lo que le haba quitado que no quitndoselo nunca. Se haba apoderado de muchas islas y de no pocas ciudades del continente y, particularmente, haba vencido en combate naval y tomado prisioneros a los lesbios (quienes ayudaban con todas sus tropas a los milesios), los cuales, encadenados, abrieron todo el foso que cie los muros de Samo.

40

Amasis no ignoraba la gran prosperidad de Polcrates, pero esa misma prosperidad le preocupaba. Y como siguiera creciendo mucho ms, escribi en un papiro estas palabras y las envi a Samo: Amasis dice as a Polcrates. Dulce es enterarse de la prosperidad de un husped y amigo; pero tus grandes fortunas no me agradan, porque s que la divinidad es envidiosa. En cierto modo, yo preferira para m, y para los que amo, triunfar en unas cosas y fracasar en otras, pasando la vida en tal vicisitud antes que ser dichoso en todo; porque de nadie o hablar que, siendo dichoso en todo no hubiese acabado miserablemente, en completa ruina. Obedceme, pues, y haz contra la fortuna lo que te dir. Piensa, y cuando halles la alhaja de ms valor, y por cuya prdida ms sufras, arrjala, de modo que nunca ms aparezca entre los hombres. Y si despus de esto tus fortunas no alternan con desastres, remdiate de la manera que te aconsejo.

41

Ley Polcrates la carta, y comprendiendo que Amasis le aconsejaba bien, busc cul sera la alhaja cuya prdida ms afligira su alma; y buscndolo hall que sera sta: tena un sello que sola llevar, engastado en un anillo de oro; era una piedra esmeralda, obra de Teodoro de Samo, hijo de Telecles. Resuelto, pues, a desprenderse de ella, hizo as: tripul una de sus naves de cincuenta remos, se embarc en ella, y luego orden entrar en alta mar; y cuando estuvo lejos de la isla, se quit el anillo a vista de toda la tripulacin, y lo arroj al mar. Despus de hecho, di la vuelta y lleg a su palacio lleno de pesadumbre.

42

Pero al quinto o sexto da le sucedi este caso. Un pescador cogi un pez grande y hermoso que le pareci digno de darse como regalo a Polcrates; fue con l a las puertas del palacio y dijo que quera llegar a presencia de Policrates, concedido lo cual, dijo al entregar el pez: Rey, cog este pescado y no juzgu justo llevarlo al mercado, aunque vivo del trabajo de mis manos, antes me pareci digno de ti y de tu majestad. Por eso lo traigo y te lo doy. Agradado Polcrates de sus palabras, le respondi as: Muy bien has hecho; doblemente te lo agradezco por tus palabras y por tu regalo, y te invitamos a comer. El pescador volvi a su casa muy ufano con el agasajo. Pero los criados de Polcrates al partir el pescado, hallaron en su vientre el sello de Polcrates. No bien lo vieron y lo tomaron a toda prisa, lo llevaron gozosos a Polcrates, y al entregarle el sello le contaron de qu modo lo hablan hallado. Como a l le pareci aquello cosa divina, escribi en un papiro cuanto habla hecho y cuanto le haba acontecido, y despus de escribir lo envi a Egipto.

43

Ley Amasis el papiro que llegaba de parte de Polcrates, y comprendi que era imposible para un hombre librar a otro de lo que le estaba por venir, y que Polcrates, en todo tan afortunado que aun lo que arrojaba encontraba, no haba de acabar bien. Envi un heraldo a Samo y declar que disolva el tratado de hospitalidad. Hizo esto por el siguiente motivo: para que, cuando una grande y terrible desdicha cayera sobre Polcrates, no tuviera que sufrir l por la suerte de su husped.

44

Contra este hombre, pues, dichoso en todo, hacan una expedicin los lacedemonios, llamados al socorro de los samios, que despus fundaron a Cidonia en Creta. Polcrates, a escondidas de los samios, despach un heraldo a Cambises, hijo de Ciro, que estaba reuniendo el ejrcito contra Egipto, y le pidi que enviara a Samo una embajada para pedirle tropa. Al or esto, Cambises envi de buena gana a Samo a pedir a Polcrates le mandase su flota contra el Egipto. Polcrates eligi de entre los ciudadanos los ms sospechosos de rebelda y los despach en cuarenta trirremes, encargando a Cambises no los enviara de vuelta.

45

Dicen unos que no llegaron a Egipto los samios despachados por Polcrates, sino que al acercarse en su navegacin a Crpato, cayeron en la cuenta y acordaron no pasar adelante. Dicen otros que llegaron a Egipto, y, aunque vigilados, desertaron de all. Al volver a Samo, Polcrates les sali al encuentro con sus naves y les present batalla; quedaron victoriosos los que regresaban y desembarcaron en la isla, pero fueron derrotados en un combate y entonces se hicieron a la vela para Lacedemonia. Hay quienes dicen que los fugitivos de Egipto tambin por tierra vencieron a Polcrates; pero, a mi parecer, no dicen bien: pues no tendran ninguna necesidad de llamar en su socorro a los lacedemonios, si ellos mismos se bastaban para someter a Polcrates. Adems, no es verosmil que un hombre que posea gran muchedumbre de auxiliares, mercenarios y arqueros del pas, fuera derrotado por los samios que regresaban, pocos en nmero. Polcrates haba juntado en los arsenales a los hijos y mujeres de los ciudadanos que estaban a su mando, y si stos se entregaban a los que regresaban, los tena listos para quemarlos con los mismos arsenales.

46

Cuando los samios expulsados por Polcrates llegaron a Esparta, se presentaron ante los magistrados y hablaron largamente, como muy necesitados. Respondieron los magistrados en la primera audiencia, que no recordaban el principio de la arenga ni haban entendido el fin. Luego, al presentarse por segunda vez; los samios trajeron una alforja y slo dijeron: la alforja necesita harina. Los magistrados les respondieron que la alforja estaba de ms, pero resolvieron socorrerles.

47

Luego que hicieron sus preparativos, emprendieron los lacedemonios la expedicin contra Samo, pagando un beneficio, segn dicen los samios, pues antes ellos les haban socorrido con sus naves contra los mesenios; aunque, segn dicen los lacedemonios, no emprendieron tanto la expedicin para vengar a los samios que les pedan ayuda, como para vengarse del robo de la copa que llevaban a Creso, y del coselete que les enviaba en don Amasis, rey de Egipto. Los samios, en efecto, haban arrebatado el coselete un ao antes que la copa. Era de lino, con muchas figuras entretejidas con oro y lana de rbol; pero lo que lo hace digno de admiracin es cada hilo ya que, con ser delgado, tiene en s trescientos sesenta hilos, todos visibles. Idntico a ste es asimismo el coselete que Amasis consagr a Atenea en Lindo.

48

Tambin los corintios colaboraron con empeo para que se efectuase la expedicin contra Samo. Porque tambin haban recibido de los samios un ultraje una generacin antes de esta expedicin, al mismo tiempo que el robo de la copa. Periandro, hijo de Cpselo, despach a Sardes al rey Alates trescientos nios de las primeras familias de Corcira, para que los hiciese eunucos. Cuando los corintios que condudan a los nios arribaron a Samo, informados los samios del motivo con que se los llevaba a Sardes, lo primero ensearon a los nios a no apartarse del santuario de rtemis, y luego no permitieron que se arrancase del santuario a los suplicantes, y como los corintios no dejaban pasar vveres para los nios, los samios instituyeron una festividad que se celebra todava del mismo modo. Al caer la noche, todo el tiempo que los nios se hallaban como suplicantes, formaban coros de doncellas y mancebos, y al formarlos establecieron la costumbre de que llevasen tortas de ssamo y miel para que los nios de Corcira se las quitasen y tuviesen alimento. As se hizo hasta que los guardias corintios de los nios se marcharon y los abandonaron. Los samios llevaron de vuelta los nios a Corcira.

49

Si a la muerte de Periandro los corintios hubiesen estado en buenas relaciones con los corcireos, no hubieran colaborado en la expedicin contra Samo a causa de ese motivo; el caso es que desde que colonizaron la isla, siempre estn en desacuerdo, aunque son de una misma sangre. Por esa causa los corintios guardaban rencor a los samios.

50

Periandro envi a Sardes los nios escogidos de entre los principales corcireos para que los hiciesen eunucos, en venganza: porque los corcireos fueron los que empezaron por cometer contra l un crimen inicuo. En efecto: despus que Periandro quit la vida a su misma esposa Melisa, aconteci que adems de la desgracia pasada le pas esta otra. Tena dos hijos habidos en Melisa, uno de diecisis y otro de dieciocho aos de edad. Su abuelo materno, Procles, que era tirano de Epidauro, envi por ellos y les agasaj como era natural, siendo hijos de su hija. Al tiempo de despedirles, les dijo mientras les acompaaba: Hijos mos, sabis acaso quin mat a vuestra madre? El mayor no tuvo en cuenta para nada esa palabra; pero el menor, cuyo nombre era Licofrn, se afligi de tal modo al orla que, vuelto a Corinto, no quiso hablar a su padre, porque era el asesino de su madre; cuando le hablaba no le responda, y si le interrogaba no le deda palabra. Al fin, Periandro, lleno de enojo, le ech de su palacio.

51

Despus de echarle, Periandro interrog al mayor sobre lo que le haba dicho su abuelo materno. El mozo le cont con qu agasajo les haba recibido, pero no record aquella palabra que Procles haba dicho al despedirles, como que no la haba comprendido; Periandro dijo que aqul no poda menos de haberles aconsejado algo, y porfiaba en la interrogacin; hizo memoria el mozo y lo refiri tambin. Comprendi Periandro, y resuelto a no mostrar flojedad alguna, envi un mensajero a aquellos con quienes moraba el hijo arrojado por l, prohibindoles que le recibieran en su casa; y cuando el joven, rechazado, iba a otra casa, era rechazado tambin de sa, porque Periandro amenazaba a los que le haban recibido y ordenaba que le arrojasen. As rechazado, se fue a casa de otros amigos, quienes, aunque llenos de temor, al cabo, por ser hijo de Periandro, le recibieron.

52

Al fin, Periandro ech un bando para que quien le acogiera en su casa o le hablara tuviera que pagar una multa dedicada a Apolo, y fijaba su importe. A consecuencia de este pregn nadie quera hablarle ni recibirle en su casa, y por lo dems l mismo no tena por bien intentar lo prohibido y, sin cejar en su proceder, andaba bajo los prticos. Al cuarto da, vindole Periandro sucio y hambriento, se apiad, y aflojando su clera, se le acerc y le dijo: Hijo, cul de estas dos cosas es preferible, el estado en que por tu voluntad te encuentras o ser dcil a tu padre y heredar el seoro y los bienes que hoy poseo? Siendo hijo mo y rey de la opulenta Corinto, has elegido una vida de pordiosero, por oponerte y encolerizarte contra quien menos debas. Si alguna desgracia hubo en aquello por lo cual me miras con recelo, para m la hubo y yo soy el que llevo la peor parte, pues soy el que lo comet. T que has podido ver cunto ms vale ser envidiado que compadecido, y a la vez, cun grave es enemistarte con tus padres y con tus superiores, vuelve a palacio. As quera aplacarle Periandro, pero el joven no di a su padre ms respuesta, que decirle que deba la multa dedicada al dios por haberle hablado. Vi Periandro que el mal de su hijo era irremediable e invencible, y le apart de su vista, envindole en una nave para Corcira, de donde era tambin soberano. Despus de enviarle, Periandro march contra su suegro Prodes, a quien tena por el principal autor de sus presentes desventuras; tom a Epidauro y tom a Prodes, a quien tuvo cautivo.

53

Andando el tiempo, como Periandro haba envejecido y reconoca que ya no era capaz de vigilar y despachar los negocios, envi a Corcira para invhar a Licofrn a la tirana: pues en el hijo mayor no vea capacidad y le tena por algo menguado. Pero Licofrn ni se dign responder al que llevaba el mensaje. Periandro, aferrado al joven, volvi a enviarle mensaje, esta vez con su hermana, e hija suya, pensando que escuchara a ella ms que a nadie. Cuando lleg, le habl as: Nio quieres que la tirana caiga en otras manos, y que la casa de tu padre se pierda, antes que partir de aqu y poseerla t mismo? Ve al palacio, no ms castigo contra ti mismo. Necio es el amor propio, no cures mal con mal. Muchos prefieren la equidad a la justicia. Ya muchos por reclamar la herencia materna han perdido la paterna. La tirana es resbaladiza y tiene muchos pretendientes: l est ya viejo y caduco. No entregues a los extraos tus propios bienes. Enseada por su padre, la hermana le propona las ms persuasivas razones; y con todo Licofrn respondi que mientras supiera que viva su padre, jams volvera a Corinto. Despus que la hija di cuenta de esa respuesta, Periandro, por tercera vez envi a su hijo un heraldo: pensaba ir l a Corcira, y le invitaba a venirse a Corinto, y sucederle en la tirana. Como convino el hijo en estos trminos, Periandro se dispona a pasar a Corcira, y el hijo a Corinto. Noticiosos los corcireas de estos particulares, dieron muerte al joven para impedir que Periandro viniese a su tierra. Por ese crimen Periandro quiso vengarse de los corcireos.

54

No bien llegaron los lacedemonios con una gran expedicin, pusieron sitio a Sama. Atacaron los muros y escalaron el baluarte que est junto al mar en el arrabal de la ciudad, pero luego acudi al socorro Polcrates en persona con mucha tropa, y fueron rechazados. Por el baluarte superior, que est en la cresta del monte, atacaron los auxiliares y muchos de los mismos samios, y despus de sostener por poco tiempo el ataque de los lacedemonios, se dieron a la fuga; aqullos les persiguieron y mataron.

55

Si ese da todos los lacedemonios presentes se hubieran portado como Arquias y Licopas, Sama habra cado. En efecto: Arquias y Licopas fueron los nicos que irrumpieron en la plaza con los samis que huan; y, cortada la retirada, murieron dentro de la ciudad de los samios. Yo mismo me encontr en Pitana (pues de este demo era) con un descendiente en tercer grado de ese Arquias: otro Arquias, hijo de Samio, hijo de Arquias; los forasteros a quienes ms honraba eran los samios; y deca que haban puesto a su padre el nombre de Samio porque el padre de ste, Arquias, haba muerto distinguindose en Samo; y deca que honraba a los samios porque pblicamente haban dado honrosa sepultura a su abuelo.

56

Pasados cuarenta das de sitio, viendo los lacedemonios que la empresa nada adelantaba, se volvieron al Peloponeso. Segn cuenta la historia menos juiciosa, pero difundida, Policrates acu gran cantidad de moneda del pas, de plomo, la dor y la di a los lacedemonios; stos la recibieron y entonces se volvieron. Esta expedicin fue la primera que hicieron contra el Asia los lacedemonios dorios.

57

Los samios que haban marchado contra Policrates, ya que los lacedemonios estaban por abandonarles, hicironse tambin a la vela rumbo a Sifno. Porque necesitaban dinero, y a la sazn la situacin de los sifnios se hallaba en auge y eran los ms ricos de todos los isleos, pues tenan en su isla minas de oro y plata; a tal punto, que del diezmo de las riquezas producidas en el pas consagraron en Delfos un tesoro que no cede a los ms ricos; y cada ao se repartan las riquezas producidas. Al tiempo, pues, de construir su tesoro, preguntaron al orculo si era posible que les durase mucho tiempo su presente prosperidad, y la Pitia les respondi as:

Pero cuando sea blanco el pritaneo de Sifno

y blanco el borde del gora, precisas un varn sabio

contra el pregonero rojo y la emboscada de leo.

Por entonces tenan los sifnios el foro y el pritaneo adornados con mrmol pario.

58

No fueron capaces de comprender ese orculo, ni entonces mismo ni cuando los samios llegaron. Pues los samios, apenas arribados a la isla, destacaron una de sus naves, que llevaba embajadores a la ciudad. Antiguamente todas las naves estaban pintadas de almagre, y esto era lo que la Pitia predeca a los sifnios: que se guardasen de la emboscada de leo y del pregonero rojo. Llegaron, pues, los mensajeros y rogaron a los sifnios les prestasen diez talentos. Como los sifnios se negaran a prestrselos, los samios empezaron a saquearles la tierra. Enterados los sifnios, acudieron inmediatamente al socorro; trabaron combate con ellos y fueron derrotados; a muchos cortaron los samios la retirada hacia la plaza; y, luego de esto, exigieron cien talentos.

59

Con esta suma compraron a los hermioneos la isla Hidrea, en la costa del Peloponeso, y la entregaron en depsito a los trecenios; ellos poblaron a Cidonia, en Creta, bien que no se haban embarcado con este fin, sino para arrojar a los zacintios de la isla. Permanecieron en sta con prspera fortuna cinco aos, de modo que ellos son los que edificaron los santuarios que hay ahora en Cidonia, y el templo de Dictina. Al sexto ao, les vencieron los eginetas en una batalla naval y les hicieron esclavos con ayuda de los cretenses; los vencedores cortaron los espolones de las galeras, hechos en forma de jabal, y los consagraron en el templo de Atenea en Egina. Tal hicieron los eginetas movidos de encono contra los samios. En efecto: los samios fueron los primeros, cuando Antcrates reinaba en Samo, en entrar en campaa contra Egina, causando y sufriendo grandes calamidades. Tal, pues, fue la causa.

60

Algo ms me he alargado al hablar de los samios porque han ejecutado las tres obras ms grandes entre todos los griegos. En su monte de ciento cincuenta brazas de altura, abrieron un tnel que comienza al pie, y de dos bocas. El tnel tiene siete estadios de largo y ocho pies de alto y de ancho. A lo largo est abierto otro conducto de veinte codos de profundidad y tres pies de ancho, por el cual llega hasta la ciudad el agua llevada en arcaduces y tomada desde una gran fuente. El arquitecto de este tnel fue Eupalino de Mgara, hijo de Nustrofo. Esa es una de las tres obras. La segunda es su muelle, alrededor del puerto y levantado dentro del mar, de veinte brazas y ms de hondo, y el largo del muelle es mayor de dos estadios. La tercera obra que han hecho es un templo, el mayor de todos los templos que hayamos visto, cuyo primer arquitecto fue Reco, natural de Samo e hijo de Fles. A causa de estas obras me he alargado ms al hablar de los samios.

61

Mientras Cambises, hijo de Ciro, se detena en Egipto cometiendo locuras, se sublevaron dos magos hermanos, a uno de los cuales haba dejado Cambises por guardin de su palacio. Este mago, pues, se sublev luego de observar que se mantena secreta la muerte de Esmerdis, que eran pocos los persas sabedores de ella, y que los ms le crean vivo. En consecuencia, atac a la casa reinante con el siguiente plan. Tenia un hermano mago (quien, como dije, se sublev con l), en extremo semejante en rostro a Esmerdis, hijo de Ciro, a quien haba muerto Cambises a pesar de ser su propio hermano. Y no slo era semejante en rostro a Esmerdis, sino tambin tena el mismo nombre: Esmerdis. El mago Paticites convenci a este hombre de que allanara todas las dificultades y le coloc en el trono real. Luego de esto despach correos, tanto a las dems partes, como asimismo al Egipto, para intimar al ejrcito que en adelante se haba de obedecer a Esmerdis, hijo de Ciro, y no a Cambises.

62

En efecto: no slo los dems heraldos hicieron esta proclama, sino tambin el enviado al Egipto (que hall a Cambises, con su ejrcito en Ecbtana, lugar de la Siria) se coloc en medio del campo y pregon lo que le haba encargado el mago. Oy Cambises el pregn de boca del heraldo, y pensando que deca verdad y que le haba traicionado Prexaspes (esto es, que enviado para dar muerte a Esmerdis, no lo haba hecho), mir a Prexaspes y dijo: Prexaspes, as cumpliste las rdenes que te di? Y aqul respondi: Seor, no es verdad que Esmerdis, tu hermano, se haya sublevado ni que te mueva querella, grande o pequea; pues yo mismo ejecut lo que me ordenaste y con mis propias manos le di sepultura. Si es verdad que los muertos resucitan, espera que aun el medo Astiages no se te subleve; pero si todo sigue como antes, no estallar ninguna rebelin, por lo menos de parte de Esmerdis. Por ahora me parece que persigamos al heraldo, le examinemos y le preguntemos de parte de quin viene a intimamos obediencia al rey Esmerdis.

63

As dijo Prexaspes; y como gust de ello Cambises, inmediatamente envi a buscar al heraldo, quien volvi y, una vez llegado le pregunt as Prexaspes: Heraldo, ya que dices venir como mensajero de Esmerdis, hijo de Ciro, di ahora la verdad y vete enhorabuena. Fue el mismo Esmerdis quien se mostr en tu presencia y te di esas rdenes, o fue alguno de sus criados? Y respondi aqul: Yo, desde que el rey Cambises parti para Egipto, nunca ms he visto a Esmerdis, hijo de Ciro. El mago a quien dej Cambises por encargado del palacio me di esas rdenes diciendo que era Esmerdis, hijo de Ciro, quien mandaba deciroslas. As les habl sin faltar en nada a la verdad, y Cambises dijo: Prexaspes, como hombre de bien cumpliste lo mandado y ests libre de culpa. Pero quin podr ser ese persa rebelde que se ha alzado con el nombre de Esmerdis? Aqul respondi: Me parece comprender lo que ha sucedido, rey. Los magos son los sublevados: Paticites, a quien dejaste por guardin del palacio, y su hermano Esmerdis.

64

Al or entonces Cambises el nombre de Esmerdis, le conmovi la verdad de las palabras, y de la visin en que le pareci que alguien le anunciaba en sueos que, sentado Esmerdis sobre el trono real, tocaba el cielo con la cabeza. Comprendiendo cun en balde haba hecho perecer a su hermano, llor a Esmerdis; y despus de llorar y lamentarse por todo el caso, salt a caballo, con la intencin de marchar a toda prisa a Susa contra el mago. Y al saltar a caballo, se desprendi de la vaina de la espada el pomo, y la espada desnuda le hiri en el muslo. Herido en la parte misma en que antes haba herido al dios de los egipcios, Apis, y parecindole mortal la herida, pregunt Cambises por el nombre de la ciudad, y le dijeron que era Ecbtana. Tiempo atrs, un orculo venido de la ciudad de Buto le haba profetizado que acabara su vida en Ecbtana. Cambises pensaba que morira viejo en Ecbtana de Media, donde tena toda su hacienda, pero el orculo se refera por lo visto a la Ecbtana de la Siria. Y entonces al preguntar y or el nombre de la ciudad, atormentado por el dolor que le causaba el caso del mago y la herida, recobr el juicio y comprendiendo el orculo dijo: Aqu quiere el destino que acabe Cambises, hijo de Ciro.

65

Nada ms dijo entonces; unos veinte das despus convoc a los persas ms principales que estaban con l y les habl en estos trminos: Persas, me veo obligado a descubriros lo que ms que cosa alguna esconda. Cuando yo estaba en Egipto tuve en sueos una visin, que ojal nunca hubiera tenido; me pareci que un mensajero venido de mi casa anunciaba que Esmerdis, sentado en el trono real, tocaba el cielo con la cabeza. Temeroso de verme privado del poder por mi hermano, obr con ms prisa que discrecin; pues sin duda no caba en la naturaleza humana impedir lo que haba de suceder; pero yo, insensato, envi a Susa a Prexaspes para matar a Esmerdis. Cometido tan gran crimen viva seguro, sin pensar en absoluto que, quitado de en medio Esmerdis, persona alguna se me sublevara. Pero me enga totalmente con lo que haba de suceder, me he hecho fratricida sin ninguna necesidad, y me veo con todo despojado de mi reino; porque era Esmerdis el mago, aquel que en mi visian la divinidad me previno que se sublevara. Lo que comet, cometido est; no contis ms con que existe Esmerdis, hijo de Ciro. Los magos se han apoderado del reino; el que dej por encargado de palacio, y su hermano Esmerdis. Aquel que ms que nadie debiera vengarme del ultraje que he recibido de los magos, muri de muerte impa por el ms allegado de sus parientes. Lo ms necesario de lo que resta es encargaros a vosotros, persas (en segundo trmino, ya que no vive mi hermano), lo que quiero se haga a mi muerte. Os conjuro, pues, a todos vosotros y en particular a los Aquemnidas presentes, invocando todos los dioses de la casa real, que no toleris que la supremaca vuelva a los medos: sino que si con engao, la han adquirido, con engao se la quitis; si con fuerza la usurparon, con fuerza, y por violencia la recobris. Si as lo hiciereis, ojal la tierra os d fruto, ojal sean fecundas vuestras mujeres y vuestras greyes, y seis siempre libres. Pero si no recobrareis el imperio ni acometiereis la empresa, ruego que os suceda todo lo contrario y, adems, que tenga cada persa un fin como el que yo he tenido. Y al decir estas palabras, lloraba Cambises su destino.

66

Los persas al ver llorar a su rey rasgaron todos las vestiduras que llevaban y prorrumpieron en infinitos lamentos. Poco despus, como se cariase el hueso y se pudriese en seguida el muslo, el mal se llev a Cambises, hijo de Ciro, despus de reinar siete aos y cinco meses, y sin dejar prole alguna, ni varn ni hembra. Fue muy duro de creer a los persas presentes que los magos poseyesen el mando; antes sospecharon que lo que Cambises haba dicho acerca de la muerte de Esmerdis era calumnia para denigrarle y enemistarles con todos los persas. Ellos pues, crean que Esmerdis, hijo de Ciro, era quien se haba constitudo en rey, porque Prexaspes, por su parte, negaba tenazmente haber dado muerte a Esmerdis, pues muerto Cambises, no era seguro para l confesar que haba hecho perecer con sus propias manos al hijo de Ciro.

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As, pues, a la muerte de Cambises, el mago, usurpando el nombre de Esmerdis, su tocayo, rein sin temor los siete meses que faltaban a Cambises para completar los ocho aos. En ellos hizo grandes mercedes a todos sus sbditos, de suerte que cuando muri todos los pueblos de Asia, excepto los persas, le echaron de menos, pues el mago envi emisarios a cada pueblo de sus dominios, para proclamar exencin de milicia y tributo por tres aos.

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Proclam esto, enseguida que subi al poder; pero al octavo mes fue descubierto del siguiente modo. Otanes, hijo de Farnaspes, figuraba entre los primeros persas en nobleza y en riqueza. Este Otanes fue el primero que entr en sospecha de que el mago no era Esmerdis, hijo de Ciro, sino quien verdaderamente era, fundndose en que no sala del alczar y en que no llamaba a su presencia a ninguno de los persas principales. Movido de esta sospecha, hizo como sigue: Cambises haba tenido por mujer una hija suya, de nombre Fedima, y la tena entonces el mago, quien viva con ella as como con todas las dems mujeres de Cambises. Mand, pues, Otanes a preguntar a su hija con qu hombre dorma, si con Esmerdis, hijo de Ciro, o con algn otro. Mand ella a contestar que lo ignoraba, puesto que nunca antes haba visto a Esmerdis, hijo de Ciro, ni saba quin era el que con ella viva. Envi Otanes por segunda vez y dijo: Si no conoces t misma a Esmerdis, hijo de Ciro, pregunta a Atosa con quin vivs, as ella como t, pues ella sin duda no puede menos de conocer a su propio hermano. Respondi a esto Fedima: Ni puedo abocarme con Atosa, ni verme con ninguna otra de las mujeres que moran conmigo. Apenas este hombre, sea quien quiera, tom posesin del reino, nos dispers alojndonos a cada una en otra parte.

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Al or esto, Otanes vi ms clara la impostura. Envi a su hija un tercer mensaje que deca as: Hija, t que eres bien nacida, debes acoger el peligro al que tu padre te ordena exponerte, pues si de veras no es Esmerdis, hijo de Ciro, sino quien yo presumo, es preciso que ese impostor que duerme contigo y detenta el imperio de los persas, no se retire contento, sino que lleve su castigo. Ahora, pues, haz lo que te digo: cuando se acueste contigo y le veas bien dormido, tintale las orejas. Si ves que tiene orejas, haz cuenta que eres mujer de Esmerdis, hijo de Ciro; pero si no las tuviere, lo eres del mago Esmerdis. Envi la respuesta Fedima diciendo que si as lo haca correra gran peligro; pues si llegaba a no tener orejas y la coga en el momento de tentarle, bien saba que acabara con ella; pero, no obstante, lo hara. As, prometi a su padre ejecutar sus rdenes. A este mago Esmerdis le haba cortado las orejas Ciro, hijo de Cambises, por algn delito sin duda no leve. Fedima, la hija de Otanes, cumpli todo lo que haba prometido a su padre. Cuando lleg su vez de presentarse al mago (pues las mujeres de Persia van por turno a estar con sus maridos), fue a acostarse con l; y cuando el mago estuvo profundamente dormido, le tent las orejas. Fcilmente y sin dificultad vi que el hombre no tena orejas. Apenas amaneci el da, envi recado a su padre dndole cuenta de lo sucedido.

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Otanes tom consigo a Aspatines y Gobrias, que eran los primeros entre los persas y los que le merecan mayor confianza, y les cont el asunto. Ellos mismos, por su parte, sospechaban que as era, y cuando Otanes refiri su historia, le dieron crdito. Decidieron que cada cual se asociara a otro persa, aquel en quien ms confiase. As, Otanes, escogi a Intafrenes, Cabrias a Megabizo, y Aspatines a Hidarnes. Siendo ya seis los conjurados, llega a Susa Daro, hijo de Histaspes, venido de Persia, pues de a1l1 era gobernador su padre, y cuando lleg ste, los seis persas decidieron asociarse tambin a Daro.

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Reunironse, pues, los siete a deliberar y juramentarse. Cuando le toc a Daro dar su parecer, dijo as: Yo crea ser el nico en saber que era el mago quien reinaba y que Esmerdis, hijo de Ciro, estaba muerto, y por ese motivo vena a prisa para concertar la muerte del mago. Pero, puesto que ha sucedido que tambin vosotros lo sabis y no yo solo, mi parecer es que pongamos ahora mismo manos a la obra, sin demora, pues no redundara en provecho nuestro. Dijo a esto Otanes: Hijo de Histaspes, de buen padre eres, y no te muestras menos grande que el que te engendr. Pero no apresures tan sin consejo esta empresa; antes tmala con prudencia. Para acometerla debemos ser ms numerosos. Dice a esto Daro,: Varones presentes, sabed que si adoptis el modo que dice Otanes, pereceris miserablemente. Alguien os delatar al mago para lograr ventaja particular para s mismo. Lo mejor fuera que vosotros solos os hubieseis encargado de hacerlo. Pero ya que resolvisteis dar parte en la empresa a un mayor nmero y me la comunicasteis a m, o hagmosla hoy o sabed que si se os pasa el da de hoy, nadie ha de adelantarse a ser mi acusador, antes yo mismo os acusar ante el mago.

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Respondi as Otanes cuando vi el mpetu de Daro: Ya que nos obligas a apresurarnos y no nos permites demora, ea, explica t mismo de qu modo hemos de penetrar en palacio para acometerles. Creo que sabes, si no por haberlo visto, por haberlo odo, que hay guardias apostadas. De qu modo las atravesaremos? Responde Daro en estos trminos: Otanes, hay muchas cosas que no se pueden demostrar con palabras aunque s con obras, y otras hay fciles de palabra, pero ninguna obra esplndida sale de ellas. Sabed que no es nada dificil pasar por las guardias apostadas; ya, porque siendo nosotros de tal condicin nadie habr que no nos ceda el paso, unos quiz por respeto y otros quiz por miedo; ya, porque tengo un pretexto muy especioso con que pasar: dir que acabo de llegar de Persia y quiero, de parte de mi padre, decir al rey unas palabras. Porque donde es preciso mentir, mintamos, ya que una misma cosa ansiamos tanto los que mentimos como los que decimos la verdad. Mienten unos cuando persuadiendo con engaos han de ganar algo; dicen verdad otros para con la verdad sacar algn provecho y para que se confe ms en ellos. As, no practicando lo mismo, ambicionamos lo mismo y, si nada se hubiese de ganar, tanto le dara al que dice la verdad ser mentiroso, como al que miente ser veraz. El portero que nos ceda el paso de buen grado, sacar despus mejor partido; el que intente oponrsenos, quede ah mismo por enemigo; luego penetremos dentro y acometamos la empresa.

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Despus de esto, dice Gobrias: Amigos, cundo se nos ofrecer mejor ocasin de salvar el imperio o de morir si no fusemos capaces de recobrarlo puesto que siendo persas tenemos por rey a un mago medo que, por aadidura, no tiene orejas? Cuantos os hallasteis presentes junto al enfermo Cambises, no podis menos de acordaros, sin duda, de las maldiciones de que nos carg al acabar su vida, si no procurbamos recobrar el imperio. Nosotros no le prestamos odo entonces, y nos pareci que Cambises hablaba para denigrar a su hermano. Ahora voto por que obedezcamos a Dario y porque no nos levantemos de esta reunin sino para ir en derechura contra el mago. As dijo Gobrias, y todos aprobaron su parecer.

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Entretanto que deliberaban, sucedi por azar este caso. Los magos en consulta resolvieron atraerse a Prexaspes porque haba sufrido indignidades de parte de Cambises, quien haba dado muerte a su hijo a flechazos; por ser Prexaspes el nico que saba la muerte que con sus propias manos haba dado a Esmerdis, hijo de Ciro; y por ser adems uno de los que mayor reputacin tenan entre los persas. Por estos motivos, los magos le llamaron, procuraron ganar su amistad, y le obligaron a empear su fe y juramentos de que guardara secreto, y no revelara a nadie el engao que haban tramado contra los persas, prometindole dar todos los bienes del mundo. Prometi Prexaspes hacerlo y, cuando le hubieron convencido, le propusieron los magos este segundo partido: dijeron que ellos convocaran a todos los persas bajo el muro del palacio, y le ordenaron que subiese a una torre y proclamase que era su soberano Esmerdis, hijo de Ciro, y no otro ninguno. Esto le encargaban los magos por ser hombre de muchsimo crdito entre los persas, y porque muchas veces haba manifestado su opinin de que viva Esmerdis, hijo de Ciro, y haba negado su asesinato.

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Como Prexaspes dijo hallarse tambin pronto para ello los magos convocaron a los persas, le hicieron subir a una torre y le invitaron a hablar. Entonces Prexaspes, olvidndose de intento de lo que los magos le haban pedido, comenz a trazar en lnea masculina la genealoga de Ciro desde Aqumenes; luego, al llegar a ste, dijo para terminar cuntas bondades Ciro haba hecho a los persas. Despus de referir todo esto, revel la verdad y declar que antes la haba encubierto por no poder decir en salvo lo que haba pasado, pero que en la hora presente se vea forzado a revelarlo. Cont, en efecto, que, obligado por Cambises, l mismo haba dado muerte a Esmerdis, hijo de Ciro; y que quienes reinaban eran los magos. Luego de lanzar sobre los persas muchas imprecaciones, si no reconquistaban el poder y no castigaban a los magos, se arroj de cabeza desde lo alto de la torre. As muri Prexaspes que durante toda su vida fue varn principal.

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Entretanto los siete persas, decidido que hubieron ejecutar la obra al momento y no demorarla, se pusieron en marcha despus de haber implorado a los dioses, y sin saber nada de lo que haba pasado con Prexaspes. Se hallaban a la mitad del camino cuando oyeron lo que haba sucedido con Prexaspes. Se apartaron entonces del camino y entraron de nuevo en consulta: los del partido de Otanes exhortaban con todas veras a diferir la empresa y no acometerla durante tal efervescencia; y los del partido de Dado insistan en ir al momento, hacer lo resuelto y no demorarlo. Mientras disputaban, aparecieron siete pares de halcones dando caza a dos pares de buitres, arrancndoles las plumas y destrozndoles el cuerpo. Al verlos, los siete aprobaron todos la opinin de Daro, y marcharon a palacio animados por los ageros.

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Cuando se presentaron a las puertas les sucedi como se prometa Daro, pues los guardias, por respeto a tales varones, los primeros de Persia y por no sospechar que de ellos resultase nada semejante, les dieron paso, por dispensacin divina, y nadie les interrog. Cuando entraron luego en el patio, dieron con los eunucos que entraban los recados, quienes les preguntaron con qu fin haban venido, y mientras interrogaban a stos, amenazaban a los guardias por haberles dejado pasar, y se oponan a los siete que queran avanzar. stos, animndose mutuamente, desenvainaron sus dagas, traspasaron ah mismo a los que se les oponan, y se lanzaron a la carrera a la sala de los hombres.

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En ese instante los dos magos se hallaban dentro tomando consejo sobre el caso de Prexaspes. Apenas advirtieron el alboroto y gritera de los eunucos, volvieron a salir corriendo, y al ver lo que pasaba, acudieron a la violencia: el uno de ellos se adelant a coger su arco, y el otro recurri a su lanza. Y entonces vinieron a las manos. El mago que haba tomado el arco no poda servirse de l, pues sus enemigos le atacaban de cerca; el otro, se defenda con su lanza, e hiri a Aspatines en un muslo y a Intafrenes en un ojo, e Intafrenes perdi el ojo por la herida, aunque por lo menos no muri. Mientras uno de los magos hera a estos dos, el otro, ya que de nada le serva el arco, como haba un aposento que daba a la sala de los hombres, se refugi en ste, y quiso cerrar las puertas: pero dos de los siete, Daro y Gobrias, se precipitaron con l. Gobrias se abraz con el mago: Daro, que estaba al lado, no saba qu hacer (pues estabn a oscuras), por temor de herir a Gobrias. Vindole ocioso a su lado, Gobrias le pregunt por qu no empleaba las manos. Daro dijo: Por temor de herirte y Gobrias replic: Clava la espada, aunque sea por medio de los dos. Obedeci Dario, clav la daga y acert al mago.

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Despus de matar a los magos y de cortarles la cabeza, dejaron all a sus heridos, a causa de su debilidad y para guardar el alczar. Los otros cinco salieron corriendo, llevando las cabezas de los magos y, llenando todo de vocero y estrpito, llamaban a los dems persas, les contaban el acontecimiento, les mostraban las cabezas y al mismo tiempo mataban a todo mago que les saliera al encuentro. Los persas, enterados de lo que haban ejecutado los siete y de la impostura de los magos, consideraban que ellos deban hacer otro tanto; desenvainaron sus dagas y dondequiera hallaban un mago lo mataban. Y de no sobrevenir la noche y detenerles, no hubiesen dejado ningn mago. Los persas festejan en comn este da ms que todos los das y celebran en l una gran fiesta, la cual se llama Matanza de magos; en ella no est permitido a ningn mago comparecer en pblico: ese da se estn los magos en su casa.

80

Sosegado ya el tumulto, y pasados cinco das, los que se haban levantado contra los magos deliberaron sobre toda la situacin, y dijeron discursos increbles para algunos griegos, aunque los djeron, no obstante. Aconsejaba Otanes que los asuntos se dejasen en manos del pueblo, y les deca as: Es mi parecer que ya no sea ms soberano de nosotros un solo hombre, pues ni es agradable ni provechoso. Vosotras sabis a qu extremo lleg la insolencia de Cambises, y tambin os ha cabido la insolencia del mago. Cmo podra ser cosa bien concertada la monarqua, a la que le est permitido hacer lo que quiere sin rendir cuentas? En verdad, el mejor hombre, investido de este poder, saldra de sus ideas acostumbradas. Nace en l insolencia, a causa de los bienes de que goza, y la envidia es innata desde un principio en el hombre. Teniendo estos dos vicios tiene toda maldad. Saciado de todo, comete muchos crmenes, ya por insolencia, ya por envidia. Y aunque un tirano no deba ser envidioso, ya que posee todos los bienes, con todo, suele observar un proceder contrario para con sus sbditos: envidia a los hombres de mrito mientras duran y viven, se complace con los ciudadanos ms ruines y es el ms dispuesto para acoger calumnias. Y lo ms absurdo de todo: si eres parco en admirarle se ofende de que no se le celebre mucho; pero si se le celebra mucho, se ofende de que se le adule. Voy ahora a decir lo ms grave: trastorna las leyes de nuestros padres, fuerza a las mujeres y mata sin formar juicio; en cambio, el gobierno del pueblo ante todo tiene el nombre ms hermoso de todos, isonomia (igualdad de la ley); en segundo lugar, no hace nada de lo que hace el monarca: desempea las magistraturas por sorteo, rinde cuentas de su autoridad, somete al pblico todas las deliberaciones. Es, pues, mi opinin que abandonemos la monarqua y elevemos al pueblo al poder porque en el nmero est todo.

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Tal fue la opinin que di Otanes. Pero Megabizo les exhort a confiar los asuntos a la oligarqua y dijo as: Lo que ha dicho Otanes para abolir la tirana quede como dicho tambin por m; mas, en cuanto mandaba entregar el poder al pueblo, no ha acertado con la opinin ms sabia. Nada hay ms necio ni ms insolente que el vulgo intil. De ningn modo puede tolerarse que, huyendo de la insolencia de un tirano, caigamos en la insolencia del pueblo desenfrenado, pues si aqul hace algo, a sabiendas lo hace, pero el vulgo ni siquiera es capaz de saber nada. Y cmo podra saber nada, cuando ni ha aprendido nada bueno, ni de suyo lo ha visto y arremete precipitndose sin juicio contra las cosas, semejante a un ro torrentoso? Entreguen el gobierno al pueblo los que quieran mal a los persas. Nosotros escojamos un grupo de los ms excelentes varones, y confimosles el poder; por cierto, nosotros mismos estaremos entre ellos; y es de esperar que de los mejores hombres partan las mejores resoluciones.

82

Tal fue la opinin que di Megabizo. Daro, el tercero, expres s parecer con estas palabras: Lo que tocante al vulgo ha dicho Megabizo, me parece atinado pero no lo que mira a la oligarqua, porque de los tres gobiernos que se nos presentan, y suponiendo a cada cual el mejor en su gnero -la mejor democracia, la mejor oligarqua y la mejor monarqua-, sostengo que esta ltima les aventaja en mucho. Porque no podra haber nada mejor que un solo hombre excelente; con tales pensamientos velara irreprochablemente sobre el pueblo y guardara con el mximo secreto las decisiones contra los enemigos. En la oligarqua, como muchos ponen su mrito al servicio de la comunidad, suelen engendrarse fuertes odios particulares, pues queriendo cada cual ser cabeza e imponer su opinin, dan en grandes odios mutuos, de los cuales nacen los bandos, de los bandos el asesinato, y del asesinato se va a parar a la monarqua, y con ello se prueba hasta qu punto es ste el mejor gobierno. Cuando, a su vez, manda el pueblo, es imposible que no surja maldad, y cuando la maldad surge en la comunidad, no nacen entre los malvados odios, sino fuertes amistades, pues los que hacen dao a la comunidad son cmplices entre s. As sucede hasta que un hombre se pone al frente del pueblo y pone fin a sus manejos; por ello es admirado por el pueblo y, admirado, le alzan por rey; con lo cual tambin ste ensea que la monarqua es lo mejor. Y, para resumirlo todo en una palabra, de dnde nos vino la libertad y quin nos la di? Fue acaso el pueblo, la oligarqua o un monarca? En suma, mi parecer es que libertados por un solo hombre mantengamos el mismo sistema y, fuera de esto, no alteremos las leyes de nuestros padres que sean juiciosas; no redundara en nuestro provecho.

83

Tales fueron las tres opiniones propuestas; los cuatro que restaban de los siete se adhirieron a la ltima. Otanes, que ansiaba establecer la igualdad de derechos para los persas, al ver desechada su opinin, dijo en medio de ellos: Conjurados, est visto que uno de nosotros ha de ser rey, ya lo obtenga por suerte, ya lo elija la multitud de los persas a cuyo arbitrio lo dejemos, ya por cualquier otro medio. Yo no competir con vosotros porque ni quiero mandar ni ser mandado. Cedo mi derecho al reino a condicin de no estar yo ni mis descendientes a perpetuidad a las rdenes de ninguno de vosotros. As habl, y como convinieron los seis en la condicin, no entr en competencia con ellos Otanes sino que se quit de en medio; y, ahora esa casa contina siendo la nica libre entre los persas, y se le manda slo lo que ella quiere, sin transgredir las leyes de los persas.

84

Los restantes de los siete deliberaban sobre el ms justo modo para alzar rey y decidieron conceder como privilegio a Otanes y a sus descendientes a perpetuidad, si el reino recaa en algn otro de los siete, cada ao, una vestidura meda, y todos los regalos que se miran entre los persas como los ms honorficos. Resolvieron concederle tales dones por esta causa: por haber sido el primero en planear el golpe y porque los haba reunido. Tales, pues, fueron los privilegios de Otanes, y stos, los que otorgaron para todos ellos en comn: cualquiera de los siete podra entrar en palacio cuando quisiese sin introductor, a menos que el rey estuviese durmiendo con una mujer, y el rey no podra tomar esposa sino de la familia de los conjurados. Tocante al reino, resolvieron lo que sigue: montar los seis a caballo en el arrabal y que fuese rey aquel cuyo caballo relinchase primero al salir el sol.

85

Tena Dario como caballerizo un hombre discreto por nombre Ebares. Cuando se separaron, Daro dijo as a este hombre: Ebares, en cuanto al reino hemos decidido esto: montaremos a caballo, y ser rey aquel cuyo caballo relinche primero al nacer el sol. Ahora, pues, si alguna habilidad tienes, ingniate para que yo, y no otro alguno posea este honor. Responde Ebares en estos trminos: Si en verdad, seor, de eso depende que seas rey o no, sosigate y ten buen nimo, que nadie ser rey sino t: tales drogas poseo. Replicale Dario: Si algn ardid posees, tiempo es de usarlo sin demora, pues maana mismo ser nuestro certamen. Oido lo cual, Ebares hizo lo siguiente: cuando lleg la noche, tom una de las yeguas, la que ms amaba el caballo de Dario; la llev al arrabal, la at, y condujo all el caballo de Dario, le hizo dar mil vueltas cerca de la yegua, permitindole rozarla, hasta que al cabo le dej cubrirla.

86

Cuando ray el dia, los seis, conforme a lo convenido, comparecieron a caballo y atravesaban el arrabal, cuando al llegar al paraje donde la yegua habia estado atada la noche pasada, di una corrida el caballo de Dario y relinch. Al mismo tiempo que hacia esto el caballo, corri un rayo por el cielo sereno y retumb un trueno. Aadidos estos prodigios como un acuerdo en favor de Dario, le consagraron: los otros echaron pie a tierra y se prosternaron ante l.

87

De ese modo cuentan algunos el artificio de Ebares; otros de este otro (pues de ambos modos lo cuentan los persas): dicen que Ebares aplic antes su mano al vientre de la yegua y la tuvo escondida en sus bragas, pero al momento de salir el sol, cuando debian partir los caballos, Ebares sac esa mano y la llev a las narices del caballo, el cual, percibiendo el olor, resopl y relinch.

88

Dario, hijo de Histaspes, fue entonces proclamado rey y, salvo los rabes, fueron sus sbditos todos los pueblos del Asia, que habia sometido antes Ciro y despus Cambises. Los rabes nunca prestaron obediencia como esclavos a los persas, si bien se hicieron aliados al dar paso a Cambises para el Egipto, ya que, de oponerse los rabes, los persas no hubieran podido invadir el Egipto. Dario contrajo las ms altas bodas, a juicio de los persas, con dos hijas de Ciro, Atosa y Artistona (Atosa, casada primero con su hermano Cambises, y despus con el mago; Artistona, doncella). Cas asimismo con Parmis, hija de Esmerdis, hijo de Ciro y tuvo tambin a la hija de Otanes, que habia puesto en descubierto al mago. Todo estaba lleno de su podero. Mand lo primero labrar y erigir un bajorrelieve de piedra en el que estaba un jinete, e hizo grabar una inscripcin que deca: Daro, hijo de Histaspes, por el mrito de su caballo (y deca su nombre) y de su caballerizo Ebares, adquiri el reino de los persas.

89

Luego estableci entre los persas veinte gobiernos que ellos llaman satrapas; y despus de establecerlos y de nombrar sus gobernadores. fij los tributos que deba pagarle cada pueblo, anexando a los pueblos sus limtrofes y ms all de los colindantes, agrupando los pueblos ms alejados con unos u otros de los primeros. Dividi los gobiernos y la rendicin anual de los tributos de la siguiente manera: los pueblos que pagaban con plata tenan orden de pagar en talentos babilnicos; y los que pagaban con oro, en talentos euboicos: el talento babilnico equivale a sesenta minas euboicas. Pues en el reinado de Ciro y luego en el de Cambises, no se haba establecido nada acerca del tributo, y los pueblos contribuan con donativos. Por esta fijacin del tributo y por otras medidas semejantes, dicen los persas que Dara fue un mercader, Cambises un seor y Ciro un padre; aqul porque de todo hacia comercio; el otro porque era spero y desdeoso; y el ltimo porque era bondadoso y les haba procurado todos los bienes.

90

De los jonios, de los magnesios del Asia, de los eolios, de los carios, de los lidos, de los milias y de los panfilios (pues un solo tributo haba sido impuesto a todos ellos) le entraba cuatrocientos talentos de plata; sa era la primera de las provincias establecidas por l. De los misios, de los lidias, de los lasonios, de los cabaleos, y de los hiteneos, le entraban quinientos talentos: sa era la segunda. provincia. De los pueblos del Helesponto, que caen a la derecha del que entra en ese mar, de los frigios, de los tracios del Asia, de los paflagonios, de los mariandinos, de los sirios, era el tributo trescientos sesenta talentos: sa era la tercera provincia. Los cilicios proporcionaban trescientos sesenta caballos blancos, uno por da, y quinientos talentos de plata, de los cuales ciento cuarenta se gastaban en la caballera apostada en Cilicia, y los trescientos sesenta restantes iban a manos de Dara: sa era la cuarta provincia.

91

Desde la ciudad de Posideo, fundada por Anfloco, hijo de Anfiarao, en los confines de Cilicia y Siria, desde sta hasta Egipto (salvo la regin de los rabes, que era franca), el tributo era de trescientos talentos; esa provincia abarca toda Fenicia, la Siria llamada Palestina y Chipre: sa era la quinta provincia. Del Egipto, de los libios, confinantes con el Egipto, de Cirene y de Barca (que estaban alineadas con la provincia del Egipto), entraban setecientos talentos, aparte el dinero proveniente del lago Meris, el cual provena de la pesca; aparte, pues, este dinero y las cantidades de trigo, entraban setecientos talentos, porque los egipcios distribuyen ciento veinte mil medimnos de trigo entre los persas que estn de guarnicin en el Alczar Blanco de Menfis y entre sus auxiliares: sa era la sexta provincia. Los satagidas, los gandarios, los dadicas y los aparitas, reunidos en un mismo grupo, contribuan con ciento setenta talentos: sa era la sptima provincia. De Susa con lo dems del pas de los cisios, entraban trescientos talentos: sa era la octava provincia.

92

De Babilonia con lo restante de la Asiria, le entraban mil talentos de plata, y quinientos nios eunucos: sa era la novena provincia. De Ecbtana con el resto de la Media, de los paricanios y de los ortocoribancios, entraban cuatrocientos cincuenta talentos: sa era la dcima provincia. Los caspios, los pausicas, los pantimatos y los daritas, que pagaban tributo juntos, aportaban doscientos talentos: sa era la undcima provincia. Desde los bactrianos hasta los eglos, el tributo era de trescientos sesenta talentos: sa era la duodcima provincia.

93

De la Paccica, de la Armenia y pueblos comarcanos hasta el Ponto Euxino, era de cuatrocientos talentos: sa era la dcimo tercera provincia. De los sagarcios, de los sarangas, de los tamaneos, de los ucios, de los micos y de los habitantes de las islas del mar Eritreo, en las cuales confina el rey a los que llaman deportados, provenan seiscientos talentos de contribucin: sa era la dcimocuarta provincia. Los sacas y los caspios, pagaban doscientos cincuenta talentos: sa era la dcimoquinta provincia. Los partos, los corasmios, los sogdos y los arios, trescientos talentos: sa era la dcimosexta provincia.

94

Los paricanios y los etopes del Asia pagaban cuatrocientos talentos: sa era la dcimosptima provincia. A los macienos, saspires y alarodios, se les haba fijado doscientos talentos: sa era la dcimooctava provincia. A los moscos, a los tibarenos, macrones, mosinecos y mardos, se les haba impuesto trescientos talentos: sa era la dcimonona provincia. El nmero de los indios sobrepasa en mucho al de todos los pueblos que nosotros sepamos, y pagaban un tributo comparable al de todos los dems juntos, consistente en trescientos sesenta talentos de oro en polvo: sa era la vigsima