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HOFFMANN Los mundos de EDICIONES UNIVERSITARIAS DE VALPARAíSO Pontificia Universidad Católica de Valparaíso Jorge Muñoz Peralta

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HOFFMANNLos mundos de

EdicionEs UnivErsitarias dE valparaísopontificia Universidad católica de valparaíso

Jorge Muñoz Peralta

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© Jorge Muñoz Peralta, 2007Inscripción Nº 167.682ISBN 978-956-17-0417-6

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Prólogo

RODOLFO HOFFMANN Y SUS MUNDOS

Ediciones Universitarias de Valparaíso me ha solicitado una presentación para el libro: “Los mundo de Hoffmann” escrito por Jorge Muñoz Peralta. Creo, además, que podré aportar un modesto testimonio en relación a Rodolfo, ya que tuve la oportunidad de diseñar su primer libro: “Las muy notables aventuras de Gorrito y Chuvino”.Este libro de Jorge, que estoy presentando, me parece muy válido y oportuno tanto como memorial de Rodolfo, que sin duda le estábamos debiendo, como por su contenido que registra lo más significativo de sus principales obras. Rodolfo sin duda pertenecía a la cofradía de Leonardo por su curiosidad universal. Sintetizando sus vocaciones podemos concluir que: fue arquitecto, constructor, estudioso de los tipos estructurales, ilustrador siempre magnífico, tanto en el campo de la ficción como en el mundo de la naturaleza, profesor, estudioso y visualizador eximio de la ciencia, incursionó en la literatura, reflexionó con los filósofos y profundizó con los místicos el misterio del mundo.Primero, descubro que se ha dado una prolijidad editorial en la obra, tenemos la voz conductora del autor, quien conoció tan profundamente a Rodolfo, como también otras voces convocadas que tienen mucho que decir: Rodrigo Ramírez, diseñador, quien fue su colaborador y que le conoció bien y Manuel Peña Muñoz, el escritor del Valparaíso íntimo y nostálgico, con quien compartían su amor por la literatura infantil. Debo agregar la calidad de una puesta en página, en que una profusa colección de imágenes se conjuga, armoniosamente, con los textos. Reitero entonces que este libro es un reflejo de la obra polifacética de Rodolfo en la medida que un libro puede expresar la vida y múltiples tareas de un hombre tan versátil y productivo como Rodolfo Hoffmann.Tal como lo he expresado, en la década del 70 Rodolfo llegaba a esta misma Editorial donde yo trabajaba entonces, con el propósito de editar un hermoso librito de cuentos infantiles ilustrados, se trataba de “Las muy notables aventuras de Gorrito y Chuvino” que, entiendo, es la semilla de “Los hijos del bosque”.Conocer a Rodolfo y realizar el diseño gráfico editorial, fue para mí una experiencia enriquecedora. Lo que me llamaba la atención en Rodolfo era su registro tan amplio que oscilaba entre el interés por la ciencia hasta la creación artística y poética.Cuando el diseño de “Gorrito y Chuvino” estaba concluido fuimos a una imprenta en Santiago para controlar los colores de las ilustraciones en la misma prensa, rito que cultivábamos los diseñadores en la época pre-electrónica.La verdad que para mí era una obligación hacerlo, pero Rodolfo podría haberse quedado en su casa, sin embargo, estuvo al lado mío y del prensista ajustando los matices con la mayor acuciosidad.En uno de esos días de trabajo Rodolfo me invitó a comer a la casa de sus padres, don Otto Hoffmann y la señora Albertina. Don Otto era el modelo del científico alemán clásico: un hombre a quien todo le inquietaba, que quería saberlo todo y compartir sus descubrimientos y disquisiciones en una conversación muy amigable. La madre de Rodolfo era más bien reservada y sensible. Terminada la comida, don Otto nos convidó al Sancto Santorum, su biblioteca. Los anaqueles acogían libros de todas las disciplinas: literatura, pintura, música, poesía y, por cierto, numerosos volúmenes de ciencia.

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Cuento esta experiencia, pues tengo la impresión que el espíritu de Rodolfo, soñador y vehemente se fraguó en este ámbito cálido y lleno de infinitas sugestiones. Tal vez fue el lugar donde en su niñez y adolescencia incubó sus sueños y proyectos.En muchas obras de Rodolfo veo esa influencia del padre que viene en los genes, pero que también se transmite a través del dialogo culto de un hombre de la estatura intelectual de don Otto.Esta afirmación se confirma si observamos la influencia de la cultura alemana en toda la obra de Hoffmann. En este libro, por ejemplo, se reproduce un paisaje pintado por Rodolfo llamado “Noumeno” en el que uno percibe la influencia del expresionismo alemán y en particular del personalísimo pintor Oskar Kokoschka.Encontramos en ciertas ilustraciones de “Los hijos del bosque” reminiscencias de leyendas europeas y ese encuentro de algunos personajes barbudos en la casa del bosque, que tienen un innegable carácter fáustico.Una opinión actual, la de Constanza Rome coincide con esta apreciación: “este autor (Rodolfo Hoffmann) despliega una riqueza plástica y visual llena de colorido y remembranza clásica de los cuentos antiguos.”Rodolfo no era un hombre que vivía sólo de los libros, por sobre todas las cosas era un hombre de terreno, que buscaba el aire libre en esa naturaleza chilena que él amaba tanto.Y esta apreciación mía la podemos encontrar en su libro: “Magna, Magíster, Mater, Natura,” que Jorge Muñoz incorpora como uno de los mundos de Hoffmann.Por ejemplo, refiriéndose al “mundo arbóreo”: “Sólo a vegetales existencias les es dado cumplir el milagro primordial, aquel de captar, fijar, atesorar, la generosa, pero exacta radiación solar…”Y así, continúa con numerosos fenómenos naturales muy diversos, como el “hidrodesplazamiento” de los peces, en la que su propia ondulación forma masas de agua inertes, que le permiten al pez apoyarse en ellas para impulsar su movimiento en el agua.O ese otro fenómeno fascinante que Rodolfo llama “bioseñalización” en que ciertas familias de peces o insectos generan fisonomías orgánicas, como los ojos falsos de la mariposa nocturna dispuestos en sus alas que produce el efecto de un rostro enorme y temible que asusta definitivamente a los depredadores.En todas estas observaciones que Hoffmann muestra a través de bellas figuras, en el fondo está buscando el orden que rige desde adentro la evolución de las especies, un orden que es variable y dinámico y que busca, esencialmente, la supervivencia de la vida.Pero más allá de este orden, Rodolfo parece buscar al Ordenador del Proceso. Apunta en una de sus páginas: “ese Ente que no nos gusta nombrar dado el ambiente adverso que reina en la mente colectiva del hombre contemporáneo”.Entonces, el autor del libro Jorge Muñoz, sitúa en un lugar estratégico del volumen la página que contiene la clave que puede dilucidar la vida y la obra de Rodolfo Hoffmann y que es un pensamiento del físico Heissenberg. Frase que por cierto no la voy a incluir aquí: encontrarla será tarea del lector.Al leer el pensamiento del científico, se me vino a la mente –en asociación espontánea– una reflexión ancestralmente religiosa: “Si tenemos la facultad de amar, es que Alguien nos amó antes.”Rodolfo, imaginamos tu ser en plenitud creativa, esa plenitud que con ardiente vehemencia buscaste durante toda tu vida. Gracias por el regalo de tus mundos.

Allan Browne EscobarArquitecto – DiseñadorUniversidad de Valparaíso

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Con Amor.Gaby

Un especial reconocimiento a Manuel Peña y Rodrigo Ramírez

por su entusiasta y desinteresado aporte a esta edición.Infinitas gracias también a Tenu, Jorge Muñoz, sin su ayuda este libro jamás hubiera existido.

Gabriela Retteru de Hoffmann

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“…Tornó afuera el interior,y con la fuerza del sonidobrotaron alas del abismo.De mí, en vuelo suspendido ,nacía fiel y reposadaen síla trinidad alada,y con la vista elevadaos vivolar conmigo a la nada.y eso es todo lo que séporqué de todo me acordé,altivo padre que señalasmás alto aún que nuestras alas,amada madre que tan seriaseñalas hacia la materia.Y entendí que era yoa quien tu mano señalabaen la visión que así volaba.Tan cerca estuve de morirque atravesé mi vida,de ida y venida, y pude reconstruirla constelación humana:a través del sol, en nuestro padre, y de la noche, en nuestra madre,llegar al Yo, que solo emana.”

Fragmento de Cuerpo Alado, del escultor Tótila Albert.

La Tierra Escultura de Tótila Albert.

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NoumenoIlustración de Rodolfo Hoffmann para su libro “Magna Magistra Mater Natura”.

“Las partículas elementales gustan de ordenarse. Odian el Caos, lo informe. En infinitas situaciones diferentes, Algo, siempre, tiende a agruparlas o a combinarlas.En los espacios siderales o al corazón de estrellas o montañas, en atmósferas densas o sutiles, en océanos de agua, o en el magma ardiente de ignotos planetas, Algo, siempre, forma o transforma; por atracciones o repulsiones de partículas simples o de sus infinitas combinaciones posibles.

Para llegar a su plenitud evidente, una Forma ha debido cumplir algún proceso de crecimiento.”

Del libro “Magna Magistra Mater Natura”

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Un Caballero de la Nueva Trinidad

Quien conoció a Rodolfo Hoffmann Marechal con cierta intimidad, pudo tempranamente constatar que sus títulos y su oficio iban por rumbos paralelos, a veces divergentes.

De ascendencia franco alemana, nació el año 1934 en Santiago de Chile. La gran inteligencia y capacidad de análisis de su padre y la fina sensitividad de su madre, fueron los basamentos de su temprana capacidad para explorar en lo imperecedero, afán que nunca más abandonó.

Sus estudios de arquitectura en la Universidad de Chile le redituaron, según él mismo, el reconocimiento necesario para acallar las voces de la familia y la de su propio estómago, los obstáculos más evidentes al momento de definir, en su adolescencia, el rumbo desu vida pública.

Sus otras elecciones, las importantes, permanecieron siempre veladas bajo un obsesivo despliegue de virtudes intelectuales, artísticas y filosóficas que le permitían ocultar pudorosamente sus catacumbas íntimas, donde secretamente albergaba su versión emocional del universo. Constituían éstas, verdaderas catedrales de lo absoluto, telúricas algunas, oquedades de lo primitivo que le habrían acunado ya desde antes de su nacimiento, esculpiendo desde la matriz del mundo su ser bioquímico; metafísicas otras, que le conectaban directamente con la matemática divinidad del Cosmos.

Expedición hacia la Madre del MundoIlustración para el libro IV de “Los Hijos del Bosque”.

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Rama de zarzamoraLlico, febrero de 1952.

Gallinero de La QuiriguaLlico, febrero de 1946.

Paisaje de LlicoAproximadamente de 1952.

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Marcado desde su infancia por la experiencia de lo agreste, intensamente vivida en tierras de la costa curicana donde pasaba los veranos junto a su familia, sus primeros rudimentos en la pintura revelan ya la búsqueda de la elocuencia técnica como un instrumento para plasmar sus detalladas observaciones. Es evidente en sus bocetos aún torpes, la capacidad de reconocer con claridad los gestos y ritmos de sus geografías y sus botánicas.

La ingente necesidad de capturar lo profundo, la realidad inmanente por sobre la pura representación plástica, afinó aún más sus sentidos, logrando tempranamente una sorprendente madurez técnica que le llevaría entonces a incursionar más allá, en la búsqueda de los significados.

TenoAcuarela, marzo 1953.

Pelea de TorosLlico, 1954.

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La década del 50 fue para él una época de profundo misticismo. Cualquier reflexión de mediana importancia era precedida por aquella visión de lo divino trazada tempranamente en los cerros de Llico, cuando en su infantil avidez por amarlo todo, había destilado de cada evento las bases de su especial cosmogonía. Renacía ahora desde su adolescencia a un mundo lleno de significados, impulsado ya por la pintura de Leonardo, las lecturas de Goethe o por la prístina elocuencia de su tía Lola Hoffmann, esposa de su tío Franz. Fisióloga y siquiatra, discípula de C.G.Jung, una mujer definitivamente revolucionaria para el pensamiento de la sociedad chilena a mediados del pasado siglo. Rodolfo mantuvo siempre muchas diferencias con su tía pero, ciertamente habría ella timbrado de salida su pasaporte al futuro.

Se hizo evidente en su pintura una particular concepción de la divinidad, influida por la guía de tía Lola y del escultor Tótila Albert, sus más cercanos

El árbol fue para Rodolfo, sin duda alguna, la evidencia más elocuente de la divinidad en la Tierra. Representarlo constituía para él un acto purificador, poderoso y necesario, una urgencia de lo sublime.

“Y a vosotros, árboles, briznas de hierba, hojas, flores, frutos y simientes que trascendéis el tiempo. ¡Infinitos agradecimientos os sean dados por quienes en justa medida os entienden y aprecian!”

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Las nudosas manos del árbol que se aferran al suelo o el sol imprimiendo sobre la tierra la estampa de la madre son más que símbolos, una suerte de oración, de primitiva religiosidad. La necesidad de mitificar con su mano todo lo que ve.

mentores, llevándole a sintetizar un mundo personal pleno de símbolos y una concepción de la vida regida por la tríada fundamental del universo, en la que el Padre, la Madre y el Hijo, son por igual objeto y fuente de amor. En otras palabras, la divinidad no es una manifestación de naturaleza patriarcal, con un Dios regente de todo, sino una comunión permanente entre lo telúrico y lo celeste, en que el Hijo, como un evento espacio temporal en permanente generación, es un sagrado efecto de la perpetua interacción entre lo físico, es decir, la Naturaleza o manifestación de la entidad femenina y, lo metafísico masculino, que podría entenderse como Dios.

A ese fenómeno Rodolfo llamaba la Vida.

Infierno en el CieloTémpera y tinta sobre papel(El hombre es un Dios que se olvidó de serlo. Platón).

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AutorretratoAcuarela sobre papel.

PlatónLápiz grafito sobre papel.

Su evolución pictórica se ve fecundada durante su juventud al alero de los maestros Camilo Mori, Luis Strozzi y los hermanos Vittorio y Claudio Di Girólamo, quienes cada uno en lo suyo contribuyeron a enriquecer su generoso acervo.El trazo depurado y vigoroso, la agilidad del pincel de agua o la justeza y armonía de la composición, tiene claro origen en el rigor y maestría de aquellos valiosos referentes.

En 1954 abandona temporalmente sus estudios de arquitectura, para retirarse a la contemplación de la naturaleza, a la lectura de los clásicos, a adquirir mayores destrezas en la pintura y el dibujo; en suma, a vivir en plenitud la rebelión idealista de la adolescencia.

Revolución que duraría poco ya que al verano siguiente la enérgica intervención de don Otto, su padre, un prestigioso médico santiaguino, pragmático, bastante agnóstico y de pocas palabras, le instó a retornar a la Universidad.

AutorretratoLápiz grafito sobre papel.

Arquitecto a Palos

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NápolesLápiz sobre papel.

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Hojas secasOleo sobre tela, 1952.

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“Deseo vivir en un planeta donde todo sea sagrado:la Luz, la Tierra Madre, el Aire, el Agua y el Fuego... y todas las criaturas que allí alienten sus afanes, sus alegrías o sus dolores.

Ningún otro modo de existir puede tener sentido.“

Esta declaración, tomada de alguno de sus escritos de ese periodo ascético, mantuvo su vigor hasta el final de su vida, la que consagró al respeto irrestricto de todo ser viviente en el planeta.

Sólo fantasmas, sólo fantasmasTémpera sobre papel.

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Iglesia Saint Chapelle de París1982.

Ceremonia chamánicaAcuarela sobre papel.