LOS MUCHACHOS DE HUITZILOPOCHTLI, TERCERA PARTE DEL REGRESO DEL POCHTECATL

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    TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPCHTLI

    TERCERA PARTELOS MUCHACHOS DE HUITZILOPOCHTLI

    I. NOCHE Y VIENTO-CANTO Y FLOR (Yohualli in Ehcatl - Xochitl in Cuictl)

    La noche, limbo plomizo, se ciernecubriendo la regin de sombras,

    salva de recuerdos fuertes, tu nombre,a la cordura que de m quiere escapar en alas.

    Alborada con viento fresco los besos que me distey que hoy al espritu rescatan del tormento,

    borrascas, fuego, breas, llegas a la mente,amainando el spero rigor del sentimiento.

    Santidad hecha mujer, Qu hiciste?Que por la noche eres viento,En el da flor, y en la fiesta canto.

    Eres exhalacin de Dios, y te cit su hlito celeste.

    Autor:Comitl Acatzn, tlacatecatl (general) del imperio azteca.TraduccinClementina Mendoza Carrillo.

    folio:ticaquedel llamado escrito deIztapalapa.

    Durante cinco soles la indomable voluntad humana enfrent prolongada lucha mortal contra los elementos terrestres: tierra,viento, agua y fuego, conjugados en bellas combinacionesletales, listas para alterar el verbo de la vida. Paisajesextraordinarios manando agua y miel. Mentiras! trampasincidiosas de Natura, esencia ldica que se complace causandodaos a la esperanza humana. Y a pesar de que las calamidadeshan sido una constante que no gusta de la vida, generacin trasgeneracin la humanidad se aferr a la existencia arriesgndose asufrir las prdidas materiales que, en cada ocasin, la arrojaban a

    morar en la miseria. Sobre escenografa tan cruel se despleg laactividad del hombre; desdichado! siempre acosado y- 209 -

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    perseguido por eventualidades que lo obligaban a diversificarse,adversidades que lo empujaban a vagar por tierras y mares dondelas Seducciones, con su abanico de ilimitadas posibilidades,encontraban la ocasin de atraerlos a la flama, facinaciones quelos invitaban a establecerse bajo la consabida promesa de unavida diferente. Quimeras fementidas y perniciosas de la madretierra, ofrecimientos vacuos que despiertan la codicia y sujetan

    con yugo la voluntad de los blandengues. Insensatos! Con lariqueza vendran las pavorosas guerras, en fin que la humananecesidad al ir en seguimiento de un futuro mejor, inicia por ensima ocasin el drama de la vida. Espectadores mudos de lacontienda, tierra ihuic (contra) hombres, despojos deinnumerables civilizaciones, ruinas esparcidas por doquier;ciudades abandonadas, derruidas y olvidadas, donde habitaronesos pueblos, de cuya magnfica memoria slo se recuerda en lasnarraciones que hace el quilmach (dicen que dizque), en loscuentos para nios.

    Al interior del campamento rega una infernal rutina matutina,que empezaba a desarrollarse cuando se alzaban los gritos en

    rdenes, u rdenes a gritos, revueltos con los epitetos msdescalificativos, coloridos e infamantes que pudiera idear lamente avispada del exasperante tlacatecatl Comitl Acatzin. Losguerreros, sin una pizca de voluntad, hacan de esos mandatos sunico propsito en la vida, y aunque desmaanados, iniciaban lafajina realizando las actividades que eran propias de sumantenimiento; todo lo ejecutaban de prisa, porque a los primeros rayos del sol, embarcados sobre sus frgiles cscaras demadera, apretaran animosos el remo dispuestos a trastocar consu bravura la rutina del caprichoso lquido salado. rduas jornadas que realizaban de sol a sol, acompasadas por losestrepitosos gritos del furibundo general: Remen, remen...!escassimo vocabulario martimo aunque suficiente para persuadirlos de batir con bro el remo.

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    El desgaste de la flexible musculatura, de por si ya mermada por las contingencias de la huida, al primer mes de navegacin sehizo notoria, aunque al parecer, la consumida apariencia de losguerreros no levant la mnima inquietud en Comitl, porque sindarles tregua los apremiaba a continuar con la rigurosa faena deabrirse camino en la mar: Seoritas! No decan que la distanciaera imposible de salvar? Pues ya ven que si se puede! As queno me vengan con ms lloriqueos y reeemen, reeemen!. Y as,con la presin de un desconsiderado lder, bogaron hasta que elresto de su recia complexin desapareci en esos deslizamientoscansinos que se llevaron contra las corrientes marinas, rutasacuticas que tanto insistan en desviarlos de ruta.

    Una de tantas tardes, frente al calor de la fogata, Teteme Ahuetl platicaba animadamente de los furtivos sueos tropicales quearrastraban a su mente las oscilaciones de las palmeras; futilezasvenidas quien sabe de donde; pero que aparecan comoarrastradas por la brisa. Ofrecimientos de la costa que madurabana la luz de la luna y que, en este caso, Teteme Ahuetl, haciendoeco de las promesas balads del entorno, arda en deseos dematerializar: tener una finca con huerta, pescar por las maanas.Deca que a sus hijos les encantara vivir en la playa. Laconversacin se desarrollaba entre animosos dilogos quesacaban a la luz los proyectos ms ntimos que cada uno de losaventureros pensaba realizar junto a las olas del ocano. Pobresromnticos, haban cado ante el embrujo de la madre tierra; pero

    no tardaran en despertar al drama. As sera cuando la tierra,amante cruel, soltara su estate quieto.

    II. EL RETORNO A XICALANCOFue en el da ome de tozontontli, cuando Comitl y sus hombresconcretaron el agnico viaje que los llev de regreso aXicalanco, provincia de la que salieron para destruir los sueosde gloria de los siete generales traidores al imperio azteca. Los

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    habitantes de la prspera ciudad comercial y el gobierno queadministraba los intereses de la isla, recibieron la noticia con jbilo.

    El gobernador Citlacohuatzin Ayocuactl, tlacatecatl de profesin, pero ms inclinado a los puestos administrativos, reaccion conasombro ante la noticia que le llev, de sopetn, Tecayehuatzin,

    un funcionario de su gobierno. Que Comitl y sus guerrerosestn vivos? No puede ser! No lo puedo creer! En verdad queese maldito de Comitl es indestructible, y Con cuntos hombresdices que viene? Con catorce? De verdad? Qu increble!No, no puede ser! Bien, bien, bien... Deca al tiempo quetrataba de ordenar sus ideas y continu: En Tenochtitlan sealegrarn al enterarse de que siguen vivos, mientras tanto, preprales el palacio del caracol y mndales lo necesario:comida, ropa y mujeres, rpido!, que no les falte nada ni aComitl ni a sus hombres.

    Sobre la prominencia de Teuculuacan, donde hacen la iztatl (sal),se levantaba el palacio del caracol, una ostentosa construccin de

    piedra y maderas finas, rodeada de selva, ubicada dos kilmetrosal oeste de Xicalanco. El gobernador Citlacohuatzin, al llegar a palacio, fue recibido en un ambiente clido y confortable, muyadecuado para una agradable reunin de amigos. Un grupo demujeres desentonaba del contexto, y sin cuidarse de protocolosrean ruidosamente. Citlacohuatzin, atrado por el alboroto, condiscrecin se fue arrimando; el escndalo se deba a las bufonadas que realizaba un oso; el animalote, obedeciendo lasrdenes de las damas, payaseaba parndose en una pata, dandovueltas para alcanzar su cola o girando como bailarina. Lasfminas, prendindose del brazo del gobernador, no tardaron endivertirse por partida doble. Citlacihuatzin, con la intencin de premiar al oso, alarg la mano; pero ms tard en extender el brazo, que ste en transfigurarse a su forma humana, para terror de Citlacohuatzin y algaraba de las mujeres. Ceti Miquini

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    Esta fecha del calendario Katun-ocho devast la moral de la poblacin, suscitando que destruyeran todo por lo que habanluchado a lo largo de los siglos. As que cuando estall la guerraentre Chichen-Itza y Mayapn, me vi precisado a improvisar.Los hombres fueron excelentes, pelearon como nunca, v hacerloa un guerrero y gracias a su valenta pudimos saldar cuentas conesas siete cabezas; aunque no traigo pruebas del ajuste de

    cuentas porque el collar de orejas me lo arrebataron los puumesmayas; en fin, fue un largo viaje lleno de miserias, y ahora,despus de dos aos de andanzas, anso entrevistarme conMoctezuma para que me asigne en otra misin que considero delo ms importante.

    Citlacohuatzin dijo: Caray Comitl!, no s que decir..., enverdad estoy contento de verte, sobre todo, sorprendido, porque para m que regresan de los brazos de la muerte. Pero djameconfiarte que cuando Moctezuma me envi a Xicalanco y meenter de lo sucedido, llegu a pensar que te mataran, puescomprend claramente que la empresa sobrepasaba la habilidadde cualquier comandante y aunque ya me conoces, sinceramente

    te digo, tem que Moctezuma me ordenara seguir tras tus pasos,orden que por supuesto hubiera cumplido... Pero..., bueno,dejemos eso y mejor cuntame como se perdi la vida delvaleroso Axayacaci, y de tantos otros excelentes compaeros.

    Dejmoslo para otra ocasin Citlacohuatzin..., pues fue unaexperiencia devastadora, imagnate, Axayacaci Xuchitototzinmuerto, ese hombre bien valia por diez de nosotros, adems demil quinientos guerreros perdidos, buenos amigos y compaerosque por aos me siguieron y no regresarn a la isla; figrate eldesamparo en que quedarn sus familias,... en verdad venimosdesolados, contentos de vivir; pero deshechos por dentro, ycreeme que he llegado a cansarme de este batallar continuo queno tiene para cuando acabar. Sabas que cuando cumpl doceaos entr al servicio de Chimalpopoca, y a su muerte, tres aos

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    despus, pele contra tecpanecas, xochimilcas, mixtecos,zapotecas, chalcas y mizquicas?. He vivido en el campo de batalla viendo morir multitud de gente, despernancados,decapitados, mutilados, en todas las condiciones horribles que unser humano pueda morir y el espritu lo resiente, a tal grado quela locura se apodera de uno por las noches, cuando losremordimientos agobian el alma. Es entonces que laintranquilidad te hace dar bandazos y te invita a pensar en laseductora idea del suicidio; y aunque tratas de salir a flote,repitiendo las palabras que dicen los sacerdotes o esforzndoteen comprender el significado del libro de los sueos, es inutil, porque la cordura no se repone, debido a que entre los conceptosno existe una justificacin para el dao que se ha gestado,

    entonces te aferras a las palabras del cihuacatl Tlacalel, quiendice que nuestra misin en la tierra es evitar que los poderes dela oscuridad y de la noche prevalezcan en este quinto sol; peroahora, que he visto caer ciudades como la populosa Chichen-Itza, ya no estoy seguro del contenido de esas palabras, debido aque he comprendido que la maldad se encuentra en nosotrosmismos y permanece activa en las ansias de poder, en lasinjusticias que se cometen contra el prjimo, adems de los otrosdefectos de carcter que salen de lo ms hondo del corazn, yasoman solo para acarrear la ruina. Y a eso smale el miedo deenfrentar los retos de una vida, donde simplemente no existe la bondad porque todo se ha reducido a un vergonzoso intercambio por inters. Eso me ha hecho dudar de los preceptos con que fui

    educado y te puedo asegurar que, individualmente, el hombre es proclive a la violencia, y la violencia engendra resentimiento, elresentimiento engendra odio, y este proceso sin fin acaba a lalarga con el orden, con las ciudades, con la gente misma, debidoa que en los hombres el rencor perdura encendido por muchotiempo; pues nadie quiere, ni sabe perdonar, y nosotros hemosusado mucha violencia para doblegar el orgullo de pueblosenteros y, si de algo estoy seguro, es que en la primera

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    oportunidad que tengan, esas multitudes, se levantarn en armas para arruinarnos y arruinarse. Esta idea fue la que me sac de lalocura en que ca en la selva y me dio el bro para guiar a estos bravos fuera del peligro, porque me dije: Ya que estamos aqu,hagamos algo, levanta los brazos y trabaja. As que heregresado con ganas de continuar trabajando.

    Citlacohuatzin dijo: Caray Comitl has hablado bien y creemeque estoy contento al ver que esa energa vital que poseesalimentar con su ejemplo a los jvenes tenochcas, aunque paraser sincero no creo que tus ideas sean muy bien aceptadas en laisla, sobre todo despus de lo que pas con esos mil quinientosguerreros, as que te sugiero slo las compartas con quienes teapreciamos, y sumndome a tus palabras, como tambin deseoque el orden prevalezca, ahorita que estabas hablando me acordede las palabras que Quequecholtzin Tlaqce dice en susceremonias y las quiero repetir por si te sirven de algo: Para queno te sientas atormentado espiritualmente refrena los apetitos,deseos y malos pensamientos que se alojan en tu corazn, porqueeso y un corazon humilde dependen de t, no de Dios, de esa

    manera te sentirs mejor y podrs realizar con maestra los proyectos que estn a tu alcance .

    Eso precisamente intento hacer Citlacohuatzin, aunque deboconfesarte que seguir la receta me resulta de lo ms dificil, a pesar de que Quequecholtzin Tlaqce y Ceti Miquini digan locontrario; pero cambiando de tema, como estoy enterado de queMxico tiene muchos enemigos en activo, emprenderemos elcamino a Tenochtitlan, cuanto antes.

    Querido Comitl, el ms insigne de los capitanes, aunqueentiendo que te veas precisado a partir, no me pidas que est deacuerdo con tu decisin, pues me hubiera gustado gozar de tucompaa por mas tiempo; pero ya que me revelas tus verdaderos

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    pensamientos, no entorpecer tu camino y dejar que te marchescuando gustes.

    Por algunos das Comitl y sus hombres disfrutaron de lahospitalidad de Citlacohuatzin. Cuando el general consider quehaban tenido suficiente descanso se dirigi a las bodegas deXicalanco. El tesorero, antiguo amigo suyo, de nombrePoztecqui, obedeciendo las instrucciones del gobernador, le dio paso franco a los almacenes y registr las salidas con laminuciosidad de costumbre. Comitl, con prodigalidad, provey asus hombres de cuanto les haca falta: calzado, mantas dealgodn, armas, ropas, colguijes, dinero, etc. y prepar el regresoa casa.

    III. LA CUEVA DE LOS CHANEQUESA su regreso a Xicalanco, el comerciante Otlica Eilhuitl esperabaencontrarse con el cargador Ocelopan; pero los das transcurrany del tameme (cargador) no haba noticias. Mortificado por taldesaparicin, sali a buscarlo. Dentro y fuera de la ciudad pregunt por l, pero nadie recordaba haberlo visto, parecacomo si la tierra se lo hubiera tragado vivo. Cuando se convencide que no lo encontrara, resolvi encaminarse a la cueva de loschaneques.

    Ni modo, tendr que ir a sacarlo de las entraas de la tierracomo se lo promet, pens. Y de regreso, en el palacio delcaracol alist su exiguo equipaje y cuando estuvo listo se

    despidi de sus compaeros de viaje.Comitl, asombrado por el exabrupto del viejo, dijo: OtlicaQu significa eso de que te vas?, por favor, pens queregresaramos juntos a Tenochtitlan y ahora sales con esaocurrencia de ir a rescatar a Ocelopan, permite que me desocupey entonces iremos por el tameme.

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    Otlica respondi: Disclpame, pero no puedo esperar, ha pasado ms de un ao desde nuestra salida de Xicalanco y hastaahora Ocelopan no aparece por ningn lado; tal vez, en este preciso instante, el cargador necesite de mi ayuda y lo peor esque no estoy ah para auxiliarlo. Si, si,si, no me digas nada, ya seque no debera ir solo; pero lo promet y no voy a faltar a mi palabra; aunque si quieres, en cuanto termines con tus negocios,

    alcnzanos, porque lo ms seguro es que necesitemos de tuayuda.

    Comitl, que conoca el voluntarioso carcter del viejo, paraevitarse la discusin, mejor lo dej partir, discurriendo en sumente que tal vez podra alcanzarlo ms tarde.

    El viejo llevaba un buen tiempo de haberse marchado, cuando unmal presentimiento asalt a Comitl, y pese a su conviccin derespetar las decisiones de la gente, comenz a preocuparse. Deseguro se meter en problemas graves y entonces voy a lamentar el no haberlo acompaado.

    Y sin esperar a que transcurriera ms tiempo, se acerc a CetiMiquini para pedirle se fuera tras el viejo; pero el sacerdote, untanto escamado, contest: Sabes lo que har Mictlantecutli sillega a pescarme en sus dominios? Sobre todo ahora querecibimos la postal en el templo de Quetzalcatl; vamos Comitl, pinsalo, la verdad preferira no desafiar al Seor delInframundo, por lo menos no hasta hablar con el temachtli(maestro) Quequecholtzin Tlaqce, y te sugiero hagas lo mismo.Si Otlica quiere hacerla de hroe, djalo, all l, tal vezencuentre a tu primo Ah Yax y ste le brinde ayuda.

    Comitl, bastante ofendido, le dijo: Djate de estupideces!, biensabes que Otlica no sabe en lo que se anda metiendo, porque si losupiera, se olvidara del holgazn de Ocelopan y regresara connosotros a la isla; pero ya conoces al viejo, nunca miente y es

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    leal hasta mas no poder; si fuera otro no me importara, pero a lno lo podemos abandonar a su suerte.

    Ceti Miquini, en una franca actitud de indiferencia, respondi: Pues v t, yo no tengo necesidad de bajar al Inframundo arescatar a nadie; adems, debiste disuadirlo antes de que, muymacho, se largara a contender contra fuerzas que no comprende;ese es su problema y si lo quieres hacer tuyo, bueno, allustedes!; pero a m no me inmiscuyas en tus negocios.

    No se march muy macho, se fue muy inconsciente y lo dej partir porque ya conoces lo aferrado que es, y aunque no creoque pueda encontrar la entrada al submundo, el viejo es tanobstinado que seguramente se quedar a vivir en el valle hastadar con la entrada, o que lo secuestren los chaneques; as quehazme el favor de acompaarlo; dale largas, mintele o lo quegustes, slo distrelo hasta que yo llegue.

    Ceti Miquini, dejndose convencer, en cuanto reuni losinstrumentos que utilizara para entrar al submundo de loschaneques, sali tras las huellas del anciano.

    Otlica se hallaba fascinado con el movimiento que se realizabaen ambos sentidos de la avenida principal, nombrada yectlalli(tierra buena), punto de convergencia de los cientos de proveedores que iban y venan con su mercanca cargada a lomo

    de hombre, invariablemente las cuadrillas transportaban sus productos de, y hacia lugares lejanos. La diversidad de lenguajesy vestimentas le hicieron recordar las historias que se contabansobre los sureos pueblos del sol, leyendas que por arcaicas sediluan en la mente al igual que los imaginarios valles ymontaas incas que les dieron origen; pero ahora, el colorido delos inslitos ropajes contribua a extender la ilusin, convirtiendo

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    a los pochtecas y sus tamemes en los personajes de esos relatos post-diluvio.La vasta experiencia acumulada en sus andanzas lo hacanreflexionar sobre el esfuerzo que realizaban las partidas decomerciantes por abastecer los centros comerciales, duras faenasque contribuan a estabilizar las turbulencias sociales

    dinamizadas por los tiempos de consolidacin del imperio.Aunque no todo era miel sobre ojuelas porque tambin existanlos riesgos derivados de andar sobre el camino, expuestos a losasaltos y latrocinios de los estafadores que no comprendan lacantidad de trabajo invertido para la produccin y transportacinde cada producto.

    En la cara de esos comerciantes vea gravada la determinacinque los aguijoneaba en sus afanes, todo esto la saba porque ltambin lleg a ser como uno de ellos, jvenes robustos, que batallaban en busca de su destino.

    Reflexionar sobre el pasado lo entristeca, pues consideraba que

    su vida era cual vieja nave carcomida por la polilla, y l surcabalas arcanas aguas de la edad provecta, en busca de un puertoseguro donde pudiera guarecer sus anhelos del agobio de latempestad, no es que estuviera derrotado, no, era simplementeque haba envejecido y ahora con la distancia de por medio temaque el bajel irreparable en que se haba convertido su vida,sirviera para alimentar la pira, slo esperaba que la luz quelevantara la hoguera sirviera para guiar los pasos de sus hijos. Elsentimiento le produca un nudo en la garganta. Sera que laedad lo haba sensibilizado al grado de valorar el cario familiar,a su equipo de trabajo y los negocios? Tal vez, y conforme seadentraba al interior de sus preocupaciones y se sala del camino para cortar por la selva, se fue acallando el trajn y la algarabade la calzada.

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    El viejo aguzaba los sentidos para tratar de mantener laorientacin, avanzaba con agilidad, la experiencia le permitaseparar maquinalmente la enramada, pero en su rostro se advertala lucha interna que libraba para no pensar en Ocelopan, porque bien visto, el pretendido rescate era una locura que principi conuna pesadilla, una fantasa que en esta aplastante realidad nosignificaba absolutamente nada. La mente con sus

    razonamientos, poco a poco le iba ganando terreno al corazn;an as, Otlica no poda decidirse entre seguir adelante o desistir y regresar a Xicalanco; entrando con esta indecisin a un estadode ansiedad, que le mortificaba el alma; aunque algo en suinterior le indicaba que no estaba tan fuera de la realidad, comosus cavilaciones le sugeran, porque: no es verdad que elhombre es materia y espritu? y tal vez su espritu habadescendido al submundo, de los chaneques, por eso la confianzaen sus actos reapareca, sobre todo al recordar los poderes de precognicin que posea su madre. Adems, las terriblesimgenes, el mal olor, la humedad, los lamentos que proferanlos niitos y la sensacin de peligro, le aseguraban que no habasido una ilusin y para demostrarlo tendra que regresar alinframundo de los chaneques. Pero como Otlica tena lacostumbre de preocuparse por cualquier cosa que tentativamente pudiera alterar el curso de su vida, no tard en darse a la tarea deconstruir miles de hiptesis con finales de todo tipo. Por ltimoexclam en voz alta: Huitzilopochtli! Ojal me encontrara conOcelopn... La ltima slaba fue acompaada por un terrible

    rugido que acall la selva. El viejo, presintiendo el peligro, serepeg a un rbol, el latido de su corazn resonaba con vigor enlas sienes, la fiera estaba cerca, lo perciba porque sus rugidos seescuchaban cada vez ms brutales y secos, los minutos parecandeslizarse con dificultad convirtiendo la trampa en una torturainterminable, la angustia y el calor le empaparon el rostro; por experiencia saba que encontrarse con estos animales resultabaen un peligro mortal, y ahora, con la fiera merodeando por los

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    alrededores, casi daba por concluido el crculo de su vida;entonces, de la espesura sali un jabal, la colmilluda bestia sincuidarse de l pas con prisa a su lado. Otlica, que siempre sehaba distinguido por su sagacidad, sin querer averiguar a quehora saltara el jaguar, sali huyendo detrs del animal, y apenashaba dado unas zancadas cuando de la enramada sali el ocelote(jaguar). El viejo lanz un grito de terror, pero sin querer darse

    por muerto ampli el tranco, y ya se internaba en la selva a todocorrer, cuando escuch que lo llamaban a gritos. Era CetiMiquini, que en traje de ocelote lo andaba buscando; el nagual,regresando a su forma humana, con una sonrisa de oreja a oreja,se acerc a Otlica; vesta a la usanza de la orden de la madretierra y llevaba un morral repleto de aditamentos, que dijo,serviran para efectuar el rescate. Otlica sin hacerlo delconocimiento de Ceti Miquini, se sinti aliviado por su presencia, porque quin ms cualificado que el sacerdote de lamadre tierra para entrar en los parajes infames del inframundo?Durante el recorrido Ceti Miquini coment que no saba que tipode rescate efectuaran, si sera espiritual, chocarrero, demoniaco,fsico, trascendental, combinacin de todos, etc., lo que era un

    problema ya que tendran que iniciar la investigacinidentificando el tipo de entes involucrados en los secuestros, dednde obtenan sus fuerzas, y lo ms importante, cmo seentraba en sus dominios. Otlica escuchaba sin atreverse aformular preguntas, pues, al parecer, Ceti Miquini se encontrabams angustiado que l Qu fcil le resulta al hombre ordinario juzgar o tergiversar las palabras o acciones del estudioso! porque Ceti Miquini, con su elocuencia, lo que pretenda eratransmitirle lo delicado de la situacin.

    Por varios das caminaron entre la extica vegetacin tropical,agredidos por una inclemente ecologa que no era apta para sereshumanos, sin embargo, Ceti Miquini, fascinado por la diversidad

    de flora, de lo ms tranquilo, se detena ante cualquier nuevohallazgo, situacin que desesper a Otlica, sobre todo por la- 222 -

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    pachorra con que el sacerdote abord el in tlilli in tlapalli(estudio de las plantas) y se olvid del motivo del viaje. Elsacerdote, entusiasmado por sus descubrimientos botnicos,haba atiborrado un canasto con muestras y segua recogiendo plantas. Otlica, de muy mal humor, insista en que no recolectarams yerbas, porque deca no le ayudara a cargarlas, empezaba acreer que la dinmica del viaje sera as de lenta cuando por la

    madrugada, sucedi que al viejo lo despertaron los gritosdesaforados que pegaba Ceti Miquini, el miedo lo oblig a brincar de las mantas, y al ponerse de pie, lo primero queobserv fue al sacerdote corriendo de un lado a otro con lasmanos en la oreja izquierda, el escndalo se deba a que uninsecto se le haba metido en el odo. Otlica salt sobre l parainmovilizarlo, y aunque el enloquecido nagual porfiaba por escabullirse, el viejo no se lo permiti y concentrado en lacuracin, estirndose tom de la hoguera un puo de ardientescenizas, mismas que vaci en el dolorido odo del nagual. CetiMiquini patale, buf, se revolc, espum por la boca y por ltimo, se desmay. La frente perlada de sudor indicaba quearda en fiebre.

    A la maana siguiente, gracias a los cuidados de Otlica, CetiMiquini se encontraba mejor, cansado, pero bien, y el bichohaba salido de su odo. Otlica, ensendole la manochamuscada, le pidi que evitara ponerse de almohada las plantas que recolectaba, porque contenan insectos y no estaba

    dispuesto a seguir tomando carbones al rojo vivo para curarlo. Elzumbido de los bichos resonaba con fuerza en la cabeza delmaltrecho botnico. Otlica, para disminuirle el sufrimiento,decidi distraerlo apurando el paso.

    El esplendoroso sol de medioda ocupaba su puesto en el apogeodel ter, cuando el do ingres al estril valle de los chaneques.Las tierras resecas y agobiadas por energas malditas, que

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    gustaban de vivir en la miseria, mantenan una raquticavegetacin compuesta, principalmente de lechuguillas. El calor abrasivo que se concentraba como en una olla, los oblig a buscar un refugio, y no anduvieron por mucho trecho cuandodescubrieron junto a la gran roca el campamento de Ocelopn.En la tienda se hallaban sus pertenencias, sin embargo, de l noencontraron rastros.

    En el valle, la cueva y sus alrededores, tampoco haba sealesque hicieran suponer que alguna vez se encontr ah. Otlica,despus de vagar por los alrededores, regres con la intencin deregistrar en las pertenencias del tameme, deseaba sentir algntipo de percepcin que le indicara donde buscar; pero, realmente,ese tipo de apreciaciones estn reservadas para individuos concaractersticas muy definidas. Desanimado por la falta de rastros,el viejo acept la sugerencia de Ceti Miquini y volvi a salir dela tienda para continuar buscando. Al caer la tarde, mientras preparaban la cena, analizaron el contenido de sus conjeturas, ydespus de una ardua valoracin, concluyeron que Ocelopan,muy posiblemente, se haba introducido en la cueva de la que no

    volvi a salir con vida. Ceti Miquini, verdaderamente enfadado, porfiaba: Cmo es posible, que un hombre del pueblo, uncargador sin educacin ni conocimientos, tenga el atrevimientode inmiscuirse en eventos que no conoce ni comprende? esinadmisible Otlica! creeme que si lo vuelves a ver en sus cincosentidos, ser un milagro; pero lo dudo, y si regresa lo harconvertido en un estpido; aunque para m ya es un verdaderoestpido. Al da siguiente Ceti Miquini, en un intento descarado por darlelargas al asunto, insisti en seguir rebuscando por los mismossitios. Otlica, sin sospechar de los propsitos del sacerdote, de buena fe se dejaba guiar, pensando que el hombre santo deseaba

    lo mejor para ellos, por eso, sin chistar palabra realizaba con prontitud los encargos que le solicitaba. Sin embargo, dos das- 224 -

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    ms tarde se hallaban como al principio. Los rayos del sol caana plomo calcinando las escasas tentativas de vida que seaventuraban a profanar con su esperanza el suelo de esa tierramaldita. Otlica, consternado por los nulos resultados de lainvestigacin, se retir al campamento, dejando el campo libre para que el colrico nagual siguiera desarrollando sus enredadas pesquisas.

    El viejo sufra de mala gana los calores de medioda cuandoescuch que lo llamaba Ceti Miquini; debido a lo abrasivo delsol, pens en ignorar el llamado y continuar echado a la sombra, pero como el nagual siguiera perturbando su tranquilidad agritos, no tuvo ms remedio que ir a su encuentro.

    El jadeante Otlica lleg hasta la cima empapado en sudor, de su boca reseca, escapaba un vaho caliente, la esperanza de ver alsacerdote con la lengua de fuera hiz que la subida bien valierala pena pero no sucedi como esperaba y Ceti Miquini ajeno atan mala voluntad, luca tan fresco como una lechuga, elsacerdote examinaba un aro de piedra. La rueda semejante a lasdel juego de pelota tambien estaba labrada, aunque las imgenesen bajo relieve es mejor no intentar ni referirlas, para nomancillar con la terrible descripcin, las letras de este relato; pues bien, que el aro en cuestin estaba diseado, paraconfundirse con el entorno.

    Ceti Miquini, triunfante le mostr la piedra, y dijo: Mira Otlica,esta es la llave que abre la ergstula (crcel) de los chaneques.

    Otlica con natural expectacin pregunt: Y cmo funciona?.

    Ceti Miquini acostumbrado a dar esas abstrusas explicacionesque rayaban en la cientifico con aires de maestro dijo:

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    Otlica, perturbado por las razonamientos del sacerdote, hasta esemomento comprendi la envergadura de la aventura que estabana punto de emprender, y reconoci, demasiado tarde, que noestaba preparado para enfrentar eventos de este gnero, de losque por cierto, no saba nada, inexplicablemente se le vino a lamente la noche en que el mariguano de Ah Yax, aprendiz de

    sacerdote de la orden de Tlaloc, la limpida agua de manantial,le pidi una trajinera prestada, porque, segn dijo, iba a cerrar elacceso que un temblor abri haca el Inframundo y del queestaban escapando los hombres caracol. El jovencito Comitl, enese entonces de doce aos de edad, lo acompaaba. El viejo,despus de tanto tiempo, comprendi el misterio en torno a la personalidad de Comitl, quien de seguro, tambin deba ser unnagual, de hecho, slo as se poda explicar que el tlatoani (rey)Chimalpopoca permitiera que el nio acompaara al demente deAh Yax y que el sacerdote supremo, Quequecholtzin Tlaqce yCeti Miquini, se le subordinaran con tanta docilidad.

    Sin decir palabra Otlica dio media vuelta y se retir alcampamento, donde de mal humor empez a preparar suequipaje. Todo haca pensar que se olvidara de Ocelopn yregresara a Xicalanco. Sin embargo, Otlica trataba deautoexaminarse en busca de algn argumento que validara lo queno quera hacer; aunque siempre regresaban a su mente las palabras con que anim a su hijo Macce Ocotl el da que se

    march a la guerra: Debes aprender a amar todo lo que te rodeay una vez que lo consigas, vendr a ti una paz interior que notiene precio, despus, viene el segundo principio que es igual dedifcil que el primero y consiste en luchar por conservar lo que seama. Confrontando estas ideas con las del mundo egosta que sehaba construido, decidi que, si estaba en sus manos resolver el problema planteado por los chaneques, debera por lo menosintentarlo. Ahora el inconveniente se centraba en el hecho de, si

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    tendra el valor suficiente para cumplir con la palabra que

    empeara a Ocelopn. Despus de una ardua instrospeccin y para complacencia de Ceti Miquini, que en todo ese tiempo semantuvo al margen y nunca dijo esta boca es ma, el viejoaccedi a entrar en la cueva.

    Otlica Eilhuitl segua detrs de Ceti Miquini, con una expresinde profunda reverencia marcada en el rostro, pues reconoca queestaba pisando los terrenos profesionales del sacerdote nagual dela orden de Coatlicue (la madre tierra) a quien ya consideraba sumaestro. Por indicaciones del sacerdote exploraron palmo a palmo el interior de la cueva; no era profunda, acaso diez metrosde fondo, con un declive negativo de quince grados hacia elinterior; las paredes se prolongaban en lnea recta para despus,cortar en zig zag hacia la derecha. Palparon paredes, removieron piedras y urgaron por los resquicios que parecan sospechosos, pero no encontraron nada. Definitivamente no son de estemundo, susurr el sacerdote y con pose teatral extendi un petatesobre el que descarg sus cachivaches mefistoflicos. Delincensario escapaban espirales aromticas que suban hasta una

    altura determinada por la densidad, las volutas de humoconcentradas en capas, ondulaban cual jirones de bandera en elcampo de batalla. Ceti Miquini inici la ceremonia con uncntico, el argumento de la composicin revelaba el motivo quelos haba conducido hasta ah, lo reiterado de los estribillosgeneraba un efecto soporfero que amenazaba con hacer dormir aOtlica, y sin embargo, la repeticin era necesaria porque se tenaque convencer a las Esencias Divinas que se porfiaba por unacausa honesta. La monotona del bisbiseo se rompi cuando elsacerdote ata la sonaja e inici la danza. Otlica, para nodormirse, tom del altar un tlaquimilolli (bulto con las cenizas dealguna deidad, talismn) y con pases amplios, limpi el espaciode las malas vibraciones. El carcter secuenciado del ritual llev

    a los devotos a encender la pipa ceremonial, el humo del tabacoera el agente encargado de establecer el contacto con el poder - 228 -

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    omnipresente del inmencionable Tloque Nahuaque, el seor dueo del cerca y del junto, y con el Moyocoyatzin (seor de loscorazones), el que se inventa as mismo, el supremo Dios dualOmetetl.

    Ta momac manis in matlalatl in toxpalatl in ipapacoa, iniahatiloca in cuitlapilli, in atlapalli..., Quinmacuilia in tloque

    Nahuaque in inchoquiz... in imelcicihuiliz, in intlatlauhtiliz...,Auh in iauiltiloca in Tloque Nahuaque in itlaitlanililoca, initlatoltemoloca... Las peticiones trascendentales demandaban alas esencias divinas abrieran el portn y consintieran el ingresofranco al submundo de los chaneques, in apochquiiaoaiocan inatlecalocan. En un pasaje determinado de la ceremonia, CetiMiquini extrajo de su morral a unos pequeos seres de formacuasi humana, llamados sirriliks; conforme los dejaba en libertadlas bestiezuelas corran a urgar en las paredes. Otlica,aterrorizado de verlos correr de aqu para all, sin aguantarse lasganas le pregunt a Ceti Miquini si deberitas tena pleno controlsobre las criaturitas, porque ya haba escuchado hablar de ellas yla gente deca que eran sumamente peligrosas. El chamn lotranquiliz dicindole que los brutuelos eran buenos amigossuyos y que ya en otras ocasiones lo haban auxiliado; y aadique la misin de los sirriliks no tena retorno a casa, porque sehaban ofrecido a permanecer dentro de la cueva para exterminar el nido de chaneques.

    El tiempo pasaba y Ceti Miquini prosegua con los cnticos:izcatqui inic tonquicaz in uncan tepetl imonamiquia. Auhizcatqui ic itla tonquicaz in utli quipia in coatl. Auh izcatqui iquitlan tonquicaz, in xoxouhqui cuetzpalin in xochitonal. Auhizcatqui ynic tocontocaz chicuey ixtlaoatl. Auh izcatqui ictonquicaz in chicue tiliuhcan. Yzcatqui ic tonquicaz initzehecaian. Nauhcampa quiyahua in tlemaitl ic niman ocontemain tlecuazco...

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    Uno de los sirriliks chill cuando una parte del muro dej aldescubierto un hueco. Otlica y Ceti Miquini, alertados por elchillido, recogieron sus pertenencias y corrieron a echar unvistazo, una breve inspeccin fue suficiente para que decidieranintroducirse en la hendidura. Los sirriliks con una bastaexperiencia en los mtodos de trabajo del chamn, sabiendo queno se detendra por ellos, corrieron a encaramarse en el morralque llevaba arrastrando. La variacin en el dimetro del corredor dificultaba el avance, golpes y contusiones resultaban deestrellarse contra las puntiagudas salientes que asomaban de las paredes y que por la oscuridad no alcanzaban a detectar; el prescindir de sopetn de algn sentido, era incmodo, y ms sise trataba del sentido de la vista; pero peor que gatear a ciegas,fue la molestia provocada por el agua helada que se filtraba entrelas vetas, la escalofriante sensacin de los chorros cayendo sobresus espaldas, les hizo lamentar el haber entrado en la angosturaque funcionaba como recolector natural de agua. Entre chapaleosdesembocaron en la bveda de una galera. Ceti Miquini,soltando una luz, determin que podan descolgarse con la ayuda

    de cuerdas. La galera se defendi de la invasin, sofocndoloscon su enrarecido vaho, mismo que no tard en hacerlos vomitar.

    Ceti Miquini jalaba de las ropas a un Otlica agobiado por el olor,y slo haban dado unos cuantos pasos cuando el viejo se hundien el piso. El nagual, en un acto de tejemaneje, apareci unaantorcha, y lo que vio no le agrad nadita. Otlica haba resbalado por una pendiente y se hunda en un socavn anegado en guano,sangre, entraas y carne ptrida. En ese caldo sanguinolento elviejo manoteaba tratando de mantenerse a flote; sobre loscadveres corrompidos de los nios asesinados, gusanos y larvas,se formaba una pestilente nata. Otlica gorgoteando se suma sinremedio, para desesperacin de Ceti Miquini que no encontraba

    la forma de ayudarlo, entonces se le ocurri la idea de atar unacuerda en la cintura de Srlikik, uno de los sirriliks, y lo arroj- 230 -

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    haca Otlica, pero el brutuelo cay lejos del objetivo. Srlikik,comprendiendo el motivo de su misin, chapoteaba sobre losdesperdicios tratando de dirigirse hacia donde vea que selevantaban las braceadas que daba el viejo, pero cuando lleghasta donde deba estar Otlica, no encontr nada. Ceti Miquini, agritos, le indic que el viejo se haba hundido. Srlikik,asintiendo, tom aire y se sumergi en la asquerosidad. Los

    instantes se sucedan con rapidez, pero no haba seas ni delsirrilik ni del viejo. Un retortijn provocado por la angustia hizoque Ceti Miquini se arrodillara, y ya los daba por desaparecidoscuando sinti un leve tirn en la cuerda, el nagual, apoyando las piernas sobre una piedra, jal y jal hasta que logr sacarlos. La bestiezuela, relamindose el cuerpecito con piel de rata, en su jerga ssirksls,srrikskkkskllis, ssirrikkkll, liiskslriliks, de donde por onomatopeya se les haba dado el nombre de sirriliks, le platicaba a Ceti Miquini lo difcil que haba sido encontrar elcuerpo de Otlica entre los despojos. El sacerdote rea acarcajadas con las ocurrencias del monstruelo. El pestielnteOtlica despert, se hallaba recostado junto al dolo de unchaneque, cuyo rostro arrugado sonrea con irona. Sobre el

    fetiche los chaneques haban embarrado la materia gris queextrajeron de los crneos de sus vctimas, los huesos fracturadosformaban un montn en la base de la estatua. Ceti Miquini,acercndose con expresin umbra, le dijo que tal vez deberansalir en busca de ayuda. Otlica, incorporndose, se sacuda loscuajarones de sangre, trozos de carne y grasa, cuando lerespondi que l no dejara sin castigo a esas bestias y que nohaba entrado a ese submundo para fracasar, porque l, al igualque los guerreros aztecas, nunca haba conocido la derrota y nola poda aceptar, y arrebatndole la antorcha dijo: Si me vas aayudar, sgueme, y aprende de lo que es capaz un viejo.

    La buena voluntad con que Otlica emprendi la marcha sedesvaneci cuando al cabo de un tiempo tuvo que reconocer que

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    estaban perdidos. El sacerdote, exhausto por el calor, se tumb

    sobre una roca, se hallaba tranquilo porque saba que notardaran en recibir ayuda de las deidades que les permitieron elacceso, y al levantar la vista para apreciar el tamao de unaestalagmita, descubri unas marcas de color verde fosforescente,embarradas en lo alto de los muros, seales que al parecer indicaban la ruta a seguir; guindose por ellas atravesaronlaberintos, galeras, conductos y oquedades umbrosas; losminerales despedian lucecitas de colores que solo contribuan aaumentar su temor, debido a que en esas regiones la soledadreinaba sobre el silencio y la oscuridad sobre el abandono; aptolugar para criaturas como los chaneques, pensaba Ceti Miquini,entonces, se rompi el silencio, una queja imperceptible seinsinuaba e iba subiendo de tono: Mamita, mamita aydennos,squenos de aqu, ya nos vamos a portar bien... Mamita, papito,vengan por nosotros, no nos dejen... Aydennos, ya no queremosestar aqu, por favor, por favor, squennos de aqu El fantasmallamento, adems de sorprenderlos, les puso la carne de guajolote.

    Pero las vocecitas no era el nico sonido que se propagaba por

    las cavernas umbrosas, tambin se escuchaban gritos y fragoresconfusos como los de una pelea en desarrollo que, al parecer, provenan del fondo del ducto. En ese momento, a Otlica no lecupo la menor duda que se trataba de Ocelopn, y jalando a CetiMiquini de las ropas grit: Bajemos, bajemos rpido, esOcelopn que necesita ayuda! Ceti Miquini, transfigurado enoso, sigui detrs de Otlica. El tunel desembocaba en una gruta,dentro corra Ocelopn. El viejo estaba a punto de llamarlocuando descubri que hua de tres enormes tencualactlis: Opic,Ezzo y Tepilolo, los bubosillos, hombres caracol, se divertanhostigando al indefenso Ocelopn; durante la persecucin sehaban estado mofaban de l : Ja, ja, ja T vas a rescatar a losniitos? Dnos! Cmo lo vas a hacer? Atrpalo, atrpalo

    Tepilolo (horca), rpido que va para all.- 232 -

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    Ocelopan, con una agilidad inusual en los cargadores, saltaba,trepaba, suba y bajaba entre las rocas, esforzndose por escabullir el cuerpo de las garras de los bubosillos. Con un hachasin filo y un escudo a punto de reventarse de las correas, se habadefendido con xito hasta ese momento, aunque estaba claro quecon esas armas no salvara el pellejo. Las bestias, por su parte,no haban dado cuenta de l porque deseaban seguir olisqueando

    el tufillo a miedo que desprendan sus entraas; lo que era unhecho, es que no soltaran la presa y solo era cuestion de tiempoantes de que los hambrientos bubosillos se arrojaran adespedezarlo. El alicado tameme, no encontraba la forma deescapar del embrollo en que su necedad lo haba metido, y paradarse nimos se autoengaaba pensando que: siempre hay unasalida cuando se usa la inteligencia. Aunque para ser sinceros,no tena ni la ms leve idea de cmo salir del atolladero.

    Otlica y Ceti Miquini, parados en la entrada, contemplaban boquiabiertos la formidable talla de los tencualactlis. CetiMiquini para no atraer su atencin jal en vilo a Otlica. Ungrupo de estalagmitas les sirvieron de refugio. El viejo se

    recarg en la piedra, temblaba incontrolablemente, y no era paramenos porque la lechosa constitucin de los tlatolyamanquis(habladores graciosos) era impactante. Ceti Miquini, conscientede que no podan hacer otra cosa mas que observar, espi ensilencio. Entonces Ezzo (sangriento) arroj a Ocelopn contra unmontculo; al impacto la pierna derecha se introdujo en el huecoque formaban dos rocas, el femur no resisti la palanca y sequebr; los tristes lamentos que profera Ocelopn despertaronalgo en el interior de Ceti Miquini, tal vez el pundonor de morir salvando la vida de quien, desinteresadamente, procurabarescatar a la chiquillera. Ceti Miquini pese al temor que senta bullir en lo mas superficial de su fuerte pecho, desenvain susdos gigantescos pedernales con empuadura de hueso, saba quese iba a arrepentir, an as le dijo a Otlica: Anciano de nobles

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    canas, corre por ayuda, hazme caso, ve, y no regreses! porque

    esto no tiene remedio Ceti Miquini el de corazn valiente,trago aire, positivamente saba que se iba a arrepentir, y sinvencer el temor, al grito de: Mixquic en guerra! se lanz alrescate. Los cuchillos en sus manos refulgan como tizones alrojo vivo, fue lo ltimo que se vio de l porque a unos pasos setransfigur en tencualactli. Ezzo estrujaba al indefensoOcelopn, cuando sinti que su cuerpo era mordido y lacerado.El tlatolyamanqui volte hacia su agresor con un dejo, mezcla deincredulidad y dolor marcado en el rostro, si se le puede llamar rostro a esas facciones. El bubosillo al verse atacado por uncompaero exclam: Quin eres t? Quin te dio la llave deeste submundo? Y sin esperar respuesta, se abalanz contra unCeti Miquini, que con los pedernales por delante caminaba haciaatrs, en un intento por alejar a Ezzo de Ocelopn. Cuando creyque la distancia era prudente se lanz de nueva cuenta al ataque;los filosos pedernales entraban despiadadamente en las carnes dela blanquecina bestia. Ezzo, con fuerza bruta, repela la agresin, pero la descomunal musculatura de Ceti Miquini, respondaliberando una cantidad exagerada de energa. De haber sido Ezzo

    el nico bubosillo dentro de la cueva, no hubiera sido rival parael quilmach (dicen que dizque). Opic (tlapictli, criatura) yTepilolo (horca), salibando copiosamente lubricaron su camino ydeslizndose sobre sus msculos locomotores fueron en auxiliode su compaero, pues crean que el recin llegado pretendarobarles el alimento; pero la escandalosa cantidad de sangre quemanaba a borbotones de Ezzo, los sac de su equivocacin. CetiMiquini, a pie firme, aguant la embestida de sus atacantes.Ezzo, Opic y Tepilolo, gritaban al unsono: Deja, vete de aqu,el humano es nuestro!.

    Ceti Miquini, a sabiendas de que era la nica esperanza delcargador, multiplicaba el ataque lanzando pualadas a diestra y

    siniestra, la famosa moralidad con que fue educado en Mixquic,tan propia del Anhuac, era la responsable de mantenerlo en pie- 234 -

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    de lucha. Ezzo, bastante lastimado, se repleg para tomar aire, pero ya no se anim ni a acercarse y dbilmente les gritaba aOpic y a Tepilolo, le quitaran al extrao los dientes de las manos.Los tencualactlis, refrenados por los mordiscos de los filososcuchillos, se retiraron hasta una distancia prudente y comenzarona tirarle rocas. Ezzo, a gritos maldeca la mala puntera de suscompaeros, y les reclamaba que los proyectiles estaban cayendo

    sobre l. Ceti Miquini, sin poder esquivar la lluvia de piedras,recibi una contusin en la cabeza, el golpe lo hizo caer decostado; la descalabrada necesitara puntadas. Opic y Tepilolo,con la celeridad caracterstica de los hombres caracol,aprovechando el desvanecimiento de su oponente, se echaronsobre l. Pero Ceti Miquini, sobreponindose al momentaneodesmayo, corri hacia el fondo de la gruta donde se transfiguren lagartija. Ocelopn, sin saber a ciencia cierta que estabasucediendo, aprovech la confusin para escabullirse y no tarden trepar por uno de los muros, para por ltimo encogerse en unasaliente. Ceti Miquini, pegado a la roca, observaba a los bubosillos, impasible suba y bajaba, bajaba y suba, comohaciendo ejercicio, el nagual a la expectativa se cuidaba de no

    perderlos de vista. Los hombres caracol, tambin llamadosiixtlactlis, bufando de coraje, se preguntaban qu haba sido delintruso. La lagartija, a la expectativa, suba y bajaba, bajaba ysuba, inmutable, sin apartar la vista de ellos; suba y bajaba, bajaba y suba, como haciendo ejercicio. Entonces, Tepilolo, percibiendo su olor, solt el coletazo. Ceti Miquini, cogido desorpresa, qued embarrado en la roca. Otlica, que no se haba idoy observaba detrs de las estalagmitas, con un nudo en lagarganta, se mordi la mano para no gritar, y enloquecido por laangustia entr a un estado de inconciencia del que despertcuando se escuch gritando: Tenochca ma ye cuel! Sin saber a que hora ni cuando tom la decisin, acortaba la distancia quelo separaba de Ceti Miquini, y en un segundo cay a golpessobre el babosillo. Sin embargo los golpes de la macana

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    rebotaban como las baquetas sobre un tambor. Tepilolo, girando

    en redondo, lanz el coletazo. Otlica inclinndose sinti la rfagade aire pasar sobre l, y aprovechando lo descompuesto delataque, guard la macana, empu el pedernal y se lanz sobrela cola del tencualactli. Tepilolo, regresando el coletazo, sedesembaraz de su agresor y previendo las intenciones delanciano, cuando ste se le iba de nueva cuenta encima, lo recibicon otro fuerte azote. El viejo, volando cual mueco de trapo, perdiendo su seoro y abolengo, se estrell contra las rocas.Ocelopn, que se hallaba encaramado en la saliente, gritimpactado: Nooooo!. Tepilolo (Horca), ubicando la procedencia del grito, de la formaque hara un gato meloso, solt la presa y corri en busca de

    Ocelopn. El cargador, con la pierna rota, se repegaba al murotratando de escabullir el cuerpo, arrepentido de no haber reprimido el grito, pues bien saba que no poda hacer nada por auxiliar a Otlica, ni para defenderse. Ceti Miquini, recobrado delimpacto, luchaba desesperadamente por la posesin del cuerpode su compaero. Ocelopn, recargndose en la pared, cerr losojos y pens: Todos vamos a morir.

    IV. COMITL ACATZIN AL RESCATEEl tlacatecatl Comitl Acatzin, al mando de una veintena dehombres, entr al maldito valle de los chaneques; las tierrasyermas, azotadas por fuerzas que gustaban de vivir en la miseria,mantenan una raqutica vegetacin semidesrtica, impropia delas tierras costeras, el calor se almacenaba en la arenisca como sifueran las brasas de un anafre. El cuahunochtli Teteme Ahuetl,despus de inspeccionar el terreno, seal hacia el lugar queconsider ms apropiado para levantar el campamento. Comitl,separndose del grupo, trep la pendiente en direccin a lacueva; laja suelta dificultaba el ascenso. A mitad de la pendiente

    apareca un caminito, suba o bajaba segn el punto de vista delobservador; bajando, se perda a mitad de la pendiente; subiendo,- 236 -

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    terminaba frente a las bocas de la cueva, tres entradas dabanacceso a una misma garganta. Comitl, repelido por la energanegativa que emanaba del lugar, se detuvo en seco; en losalrededores se olisqueaba un tenue olor a pudricin. El generalintua que el tufo provena de las vctimas de los chaneques, estaconsideracin lo hizo penetrar por el resquicio. En la oquedaddescubri los cuerpos en trance de Otlica y Ceti Miquini; a un

    lado de ellos yaca el cuerpo de quien deba ser Ocelopn. Lacantidad de humo que sala del incensario indicaba que acababande emprender el viaje. Comitl, msandose el cabello, lanz unamaldicin al recordar la bajada que consum al Inframundo. Aconsecuencia de la cual su primo Ah Yax, el aprendiz desacerdote, perteneciente a la orden de: La lmpida agua demanantial, qued atrapado espiritualmente del ladoseptentrional del ro icac atl patlaoac. Ah Yax, actualmente, eraun pobre anciano imbcil, todo loco, que por las noches suba ala azotea de su casa para aullarle a la luna. Comitl recordaba conclaridad la horrible sensacin que experiment durante elrecorrido nocturno por el bosque de Chapultepec, el infamedescenso al infierno, las cavernas hmedas y oscuras, los cuartos

    de tortura, las criaturas alimentndose de la desazn que traeimplcito el resentimiento, la llanura blanca donde se desvanecela conciencia, llanura de la que escap gracias al arrojo de TzaMitz, su querida esposa, a quien supuestamente iban a rescatar.Todava tena presente el nauseabundo olor de los tencualactlis(hombres caracol), aroma relacionado con la substanciaresbaladiza que segregaban las glndulas de sus rganoslocomotores, sus pieles lechosas y resistentes, su estatura y peligrosidad, en fin, ya no era tiempo de echarse para atrs, porqu entenda que, a pesar del drama que se desarrollaba enesos antros, estaba comprometido a bajar para apoyar a CetiMiquini. Resignado a la idea, se puso de pie y baj la cuesta endireccin al campamento. En la tienda se reunieron loscuahunochtlis: Teteme Ahuetl, guila Omometl y Taltezco

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    Ocelotl, para aclarar los puntos de la misin. Comitl, sin hacerse

    del rogar, contestaba a todas sus preguntas, explayandoelocuentemente hasta sus ms nimios recuerdos, pues deseabaevitar que cayeran en las trampas diseadas para someterlos. Losguerreros fumaban en pipas antropomorfas de madera, adornadascon borlas bicolores y plumera fina, el humo del tabaco lesayudaba a considerar las cosas con tranquilidad. Teteme Ahuetly guila Omometl, influenciados culturalmente por la necedadde Itzcatl, de no ceder al temor ni aceptar la derrota, no tuvieronms opcin que acceder a secundarlo. Taltezco Ocelotlaguardara en el campamento porque era el nico con lacapacidad de cumplir sus instrucciones. Comitl, dirigindose aTaltezco Ocelotl, dijo:

    Taltezco, como esta dicho, mantendrs una guardia en lacueva. Si no salimos en dos das subirs a ese extremo del valle,ah encontraras un aro de piedra, desde aqu es imposible verlo, pero ah se encuentra. Dijo sealando en direccin contraria alacceso de las cuevas. En su parte interna, el aro tiene joyasincrustradas, qutaselas y hazlas llegar a los sacerdotes deXochicalco, por ltimo, destruye el aro. Es importante que hagascomo te digo, sobre todo si no salimos en dos das, a menos quequieras vernos convertidos en retrasados, saca nuestros cuerposde la cueva y qumalos Est bien amigo?.

    Taltezco meditabundo respondi: As lo har Comitl. Aunqueel capitn ya estaba pensando en un plan de ayuda.

    Armados hasta los dientes, Comitl y sus cuhuanochtlis sedirigieron a la cueva. En el interior persista el ftido aroma de lamuerte, aunque al parecer, tan slo l poda percibirlo. guilaOmometl y Teteme Ahuetl, un tanto escamados por la aventura,se acomodaron a un lado de Ceti Miquini, Otlica y Ocelopn, los

    cuerpos en trance parecan estatuas de cera. El general, sin soltar el arco, de un morralito sac un puado de resina y lo ech al- 238 -

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    incensario, la humareda se levant espesa ahuyentando el malolor. Comitl, tomando asiento, inici la ceremonia con unasplica al Tloque Nahuaque (Dios del cerca y del junto) y aOmeteotl (Dios dual), el Moyocoyatzin. El guerrero pedaautorizacin para acceder a los dominios de los chaneques; losestribillos producan vibratos en la cabeza. Teteme Ahuetl yguila Omometl entraron a un estado de relajacin y

    transcurrido un rato, dormitaron. Comitl dej que su poder nagual se deslizara delicadamente sobre las ondulacionesenergticas de sus compaeros, y modific los patrones de lamente hasta llevarlos al umbral del sueo profundo donde...

    guila Omometl despert al escuchar el ruido que se produjo enel interior de la cueva. El humo del incienso flotaba en capas,ondulaba inamovible hasta una altura determinada por ladensidad, los rayos del sol al chocar contra las molculas dehumo se hacan visibles. El jorobado Omometl, volviendo lavista, observ que Comitl y Teteme dorman a pierna suelta. Loscuerpos de Ceti Miquini, Ocelopn y Otlica haban desaparecido.guila Omometl, de un empujn, despert a Comitl y sin esperar

    a que lo acompaara se dirigi a revisar la abertura. Comitl, alcontrario de lo que esperaba el jorobado, se recost en el suelo.Omometl, un tanto neurtico, sealando el hueco le pidi que seincorporara, arguyendo que la puerta se poda cerrar. Comitl, deun puntapi despert a Teteme y, con sus maneras habituales, leexpres que no lo haba llevado para haraganear. El grupo,concentrndose en la misin, recogi su bagaje y se aventur alinterior. Teteme Ahuetl, extraviado en sus ideas, seal al suelo,y pregunt de donde diablos haba salido el charco de sangre.Comitl se acerc a revisar, pero no vio nada, y mirando el rostrode su cuahunochtli comprendi que Teteme estaba presenciandoun evento del pasado, alguien haba sido asesinado a la entradadel hueco y el charco de sangre era la imagen del remanenteenergtico que dej el movimiento de materia, es decir, estaban

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    presenciando la reproduccin de las condiciones fsicas

    imperantes a la hora del asesinato, por medio de las cuales seliberaban las ondas de materia que quedaron almacenadas en las paredes del antro, y por eso, Teteme, como buen receptor, podaver el charco de sangre. Para explicarlo de forma sencilla, dirque estaba viendo la sangre de un fantasma. Comitl, ponindoleuna mano al hombro, le pidi que no hiciera caso del evento, porque adentro encontraran ms acontecimientos de ese tipo.Uno a uno penetraron por la hendedura; se trataba de unagarganta cerrada que conduca abruptamente hacia abajo, lassalientes que asomaban de las paredes les ocasionaban lesionesen cabeza y hombros, porque en la oscuridad no podan evitar losdolorosos encontronazos. Hilos de agua se filtraban entre lasrocas, la humedad combinada con los gases estaba a punto de

    provocarles vmito; el ducto que serpenteaba por un buen trecho,desembocaba en una amplia galera. El grupo, totalmenteempapado, se descolg de una altura de tres metros, el recintoheda a putrefaccin. guila Omometl y Teteme Ahuetl setaparon boca y nariz para no olisquear el apestoso tufo de lamuerte. Los cuahunochtlis avanzaban bien pegaditos a Comitl,quien, al parecer, ya haba estado en ese lugar, pues adems deasegurar que el nido chaneque era maligno, se mova como siconociera la distribucin de la gruta. El general, con paso seguro,se encamin hacia uno de los muros, sac los pedernales, losgolpe y las chispas saltaron hacia una antorcha; la llama trajoconsigo una imagen repugnante, restos humanos y sangre, los pellejos sobre las rocas conferan a las piedras un aspectoaterrador; la masa enceflica de esos cuerpos se hallaba untadasobre una estatuilla de piedra rojiza, el amasijo blanqui-rojohaba sido extrado de decenas de crneos, los fragmentos seencontraban amontonados en la base del fetiche. Teteme yguila Omometl, auxiliados por la luz de la antorcha, vieron aComitl usando una mscara con la insignia de Quetzalcatl, tal

    vez era la causa de que pudiera ver en la oscuridad. El general,con rdenes rpidas, les indic que desenfundaran las armas y se- 240 -

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    prepararan para el combate. Los ojos de la mscara brillaban conintensidad. Comitl, trasladndose hasta la estatua, la sopes, y deun tirn la separ del pedestal. Sus miembros se tensaron cuandola alz por encima de su cabeza, y con un grito desgarrador,alimentado por el odio, la dej caer sobre una roca; la figura sedesintegr en mil pedazos. Aquello debi despertar la clera delas criaturas ocultas que cuidaban el recinto, porque hasta ellos

    lleg el aquelarre que escap de sus gargantas. Unestremecimiento recorri los cuerpos de Teteme Ahuetl y guilaOmometl. Comitl, a gritos y empujones les corri el espanto, ycomo saba que el tiempo era vital, les orden pegaran lasespaldas y aguantaran la cargada. Los acontecimientos en ese punto se iban desarrollando con celeridad asombrosa, y en unmomento, irrumpieron cientos de chaneques. guila Omometl yTeteme Ahuetl, en un acto reflejo, quisieron echarse a correr, pero el general, jalndolos de las ropas, los hizo reaccionar, yaunque hubieran deseado se les diera un tiempo fuera paraconsiderar las cosas con serenidad, se desat la pelea. Comitl,adelantndose, descargaba a matlacpa, descuajaringando elataque por su frente. Los chaneques chillaban de odio al ver

    desarticulada su iniciativa. Comitl, como un verdaderoenergmeno, pisaba los cuerpecitos de los chaneques cados,haciendo que la tronadera de huesos recordara el crepitar de lalea hmeda al fuego. guila Omometl y Teteme Ahuetl,sobrepasando el miedo, a cada golpe de hacha o macanadescabezaban a un enemigo. Los hombrecitos caanconvulsionados o con el intestino de fuera, el tripero, alrelajarse, dejaba escapar su contenido. El olor de las miasmas penetraba por todos sus poros; la pegajosa sensacin que produca la sangre enardeca a Comitl que, sin decoro, comenzcon sus actos de salvajismo, y arrebatando de una manotada auno de los hombrecitos, con una mordida lo pesc del cogote;con odio sangolote el cuerpecito en el aire, el pescuezo cruji y

    los chisguetes de sangre salieron a presin. Comitl, asqueado por - 241 -

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    el sabor, escupi al chaneque. La criaturita, liberada de sus

    garras, escap del saln como guajolote descabezado; la accin prendi miedo entre los hombrecitos y fue suficiente para que seretiraran. Los guerreros, empapados en sudor y sangre, tragaban bocanadas de aire; pero Comitl, realmente se encontrabamolesto, y sin darles tiempo para descansar, los inst a perseguirlos, y a paso rpido cruzaron el socavn. Algunos delos chaneques que yacan en agona, intentaron sujetarlos de lostobillos para hacerlos caer; pero los nahuas, sin detenerse, losapachurraban sin consideracin. Comitl, enseoreado de lacueva, vio cuando los entes se escabulleron por una grieta,seguido por sus hombres penetr en la oquedad; del otro lado seabra una mina; a treinta metros, un tiro ancho y profundoimpeda seguir adelante. En el lugar los aguardaban decenas de

    chaneques, en cuanto los vieron entrar se abalanzaron sobrellos; la lucha se desat cruenta; los guerreros, en cua, seabrieron paso, los golpes caan mecos sobre las criaturas, lascabezas explotaban como si fueran cocos bandolos de sangre ymateria gris. Comitl, al sentirse rebasado por la suma de fuerzas,grit a sus compaeros para que no se separaran; pero TetemeAhuetl haba sido empujado lejos de llos y se habadesplomado. Los chaneques, dando gritos de triunfo, seabatieron sobre el cado; los mordiscos y pualadas lo dejaronensangrentado en un instante. Comitl, a golpe de macana, seabra paso en un intento por auxiliar a Teteme, empujaba confuerza sobre la marejada creciente de enemigos, y aunque se lecolgaban en piernas, brazos y cuello, segua adelante. guilaOmometl tambien haba cado. Comitl, sin saber a quien auxiliar,se llev la mano izquierda al pecho, gir la tapa del artefacto queextrajo de la tumba de Quetzalcatl y desapareci.Inexplicablemente los chaneques seguan cayendo destrozados.Alguien entre los hombrecitos grit: Es el arma deQuetzalcatl!, huyan!, huyan!, Quetzalcatl se ha escapado del

    Mictln!. Los chaneques aterrados iniciaron la fuga porque positivamente observaban que alguna fuerza que no podan ver - 242 -

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    derribaba a sus compaeros y sin aguardar a recibir ms pruebasdel escape de Quetzalcatl, huyeron en desbandada. En laconfusin un gran nmero de chaneques se desbarranc por eltiro; el espacio no tard en quedar vaco. Teteme Ahuetl, cortadoy mordido de todo el cuerpo, se levant a duras penas, el llantoescurra por sus mejillas. guila Omometl, desesperadamente sedesato de las ligaduras, y corri hacia Teteme, preguntando con

    ansiedad: Dnde est Comitl? dnde est Comitl?. Comitlapareci detrs de l y respondi: No se angustien, aquestoy. Teteme y guila Omometl se tumbaron en el piso yentre sollozos le pidieron que luego les explicara como haca eltruco. Dentro del tnel se perdan los gritos de los asustadoschaneques, decan que Quetzalcatl haba escapado delInframundo, lo cual no pas inadvertido para los militaresnahuas. Uno de los chaneques de nombre Nepoaliztli, que eraespecialmente rencoroso y vengativo, grit fuerte para que loescucharan: Sganme, vayamos a matar a los tres que estn enlas cavernas subterrneas!. Comitl, volteando hacia Teteme yOmometl, orden: Sigamos a se!. Y aunque se daba cuentade que podra tratarse de una trampa, sigui el rastro del

    hombrecito. Los chaneques, al percibir que bajaban tras ellos,descendieron ms de prisa, caan y rodaban sin saber quin losdefendera de la terrible arma que pensaban era de Quetzalcatl;los chaneques, en tropel, entraron chillando a la gruta donde lostencualactlis peleaban contra Ceti Miquini. Opic, olvidndose deOtlica, vir disgustado y arremeti contra las criaturitas,llevndose a la cavidad, que llaman boca, dos chaneques;despus de fuertes chupeteadas, escupi los cuerpecitosconvertidos en sacos deshidratados de piel, hueso y pelo.Tepilolo y Ezzo, lastimados por las armas de Ceti Miquini,cavilaron que sera bueno aplacar el hambre con alguna botana,ms tarde daran cuenta del nagual y sus acompaantes. Loschiquitines corran como conejos asustados. Comitl, Teteme y

    Omometl, en esos momentos llegaron a la gruta y se toparon de- 243 -

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    frente con los chaneques que ya no saban hacia donde huir.

    Teteme y guila se volcaron contra ellos. Comitl, valindose dela confusin, accion el arma de Quetzalcatl y desapareci. CetiMiquini, con los pedernales en las manos, escudaba el cuerpoinerte de Otlica. Ocelopn, encaramado en la saliente, llorabainconsolablemente.

    Antes de que otras fuerzas decidieran entrar en accin, Comitl,experto cazador de bubosillos, sac de su carcaj una flecha, el proyectil llevaba amarrado en la punta un saquito. El general,armando el arco, dispar contra Tepilolo (Horca), la sibilanteflecha penetr en el lomo de la bestia, al choque revent elsaquito, la lluvia de polvo blanco lo cubri. Tepilolo gimi dedolor cimbrando el recinto con sus chillidos; el animal se

    revolcaba lastimosamente en el suelo, la cola chasqueaba de unlado a otro sin control, mpulas reventaban en las partesexpuestas a la sustancia cristalina. Tepilolo senta que la sal se locoma vivo. Los chaneques, al percatarse del ataque con sal,gritaron alarmados: Siii, es Quetzalcatl que se ha fugado delMictln! y viene a acabar con nosotros. El frenes por escapar se apoder de llos, corran despavoridos y no alcanzaban adiscernir cual muerte sera la mejor, si morir por las armas de losaztecas o por los chupetes de los bubosillos. Opic y Ezzo,dejando las presas, se acercaron a su compaero. Tepilolo serevolcaba de dolor. Quin te hizo esto? Fue el nagual? PeroCeti Miquini, al fondo de la cueva, no poda ni moverse y permaneca jadeando, vindolos fijamente, esperando el final delataque. Los bubosillos no entendan cuando Tepilolo lescontestaba que nadie lo haba herido. Extraados, Opic y Ezzo levolvan a preguntar: Entonces, si nadie te lastim Qu fue loque te pas? Por qu ests ah revolcndote de dolor? Tepilololes contest: Vean mis heridas, fue nadie quien me lanz unaflecha cargada con sal. Y los dos bubosillos, Opic y Ezzo,

    curiosos, le volvan a preguntar: Cmo es posible que nadie tehaya lanzado una flecha cargada con sal? Acaso no estamos- 244 -

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    viendo la herida que te produjo el proyectil y esas quemaduras

    de sal?. Tepilolo, en agona, les contestaba: Entindanme, fuenadie quin me hiri y los herir a ustedes tambin si no lodetienen. Los bubosillos seguan sin entender y volvan ainterrogar a Tepilolo: Cmo? si nadie puede herirnos anosotros, nos pides que lo detengamos. Comitl, que ya sabaque estos seres se la podan llevar con esta cantaleta por horas,tom otra flecha, tens el arco y dispar contra Opic, lasmpulas que provocaba la sal surtieron el mismo efecto y de lamisma forma se revolcaba de dolor. Ezzo gritaba: Siii, esverdad, nadie est disparando flechas cargadas con sal!.Comitl, volviendo a disparar, hiri a Ezzo que cay al suelo, yahora, los tres gritaban: Nadie, por favor, no nos hagas dao! Las bestias, incorporndose, salieron precipitadamente de lagruta. El cargador Ocelopn se encontraba asombrado; pero por ms que aguzaba la vista, no alcanzaba a ver nada, entonces, dela nada apareci Comitl.

    Teteme y guila Omometl, junto con los chaneques huyendo delos tencualactlis, entraron a la gruta despavoridos. Ceti Miquini y

    Comitl, sin hacer caso de los compaeros, se abatieron furiososcontra los chaneques. Teteme y Omometl, reponindose delespanto, contribuyeron con gusto al exterminio de esos infameshombrecitos. Cuando completaron la extincin, Comitl,arrimndose al sacerdote, le dijo: Que bueno que ests bien,ahora s me tenas preocupado; pero el cielo quiso quellegramos a tiempo. Cmo se encuentra Ocelopn?. CetiMiquini, sealando hacia arriba, respondi: Creo que tiene una pierna rota; pero vivir.

    Ocelopn grit: Siii, estoy con vida y si alguien; aunque seanadie me ayuda a bajar, creo que estar mejor.

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    A todos les dio gracia la ocurrencia de Ocelopn. Teteme y

    guila Omometl, acomidindose, lo ayudaron a bajar. Otlica permaneca inconsciente y para cuando despert, el grupo platicaba sobre lo que convena hacer. Comitl, con rostro preocupado, les haba ordenado emprender la retirada. Ocelopncon la cabeza gacha, no se atreva ni a levantar el rostro; elrespeto que senta hacia el grupo de militares era absoluto. Otlicaescuch atribulado la orden; pero no dijo nada, consciente de suincapacidad para enfrentar eventos de esa naturaleza. Comitl,an cuando no saba dar explicaciones a sus subordinados, ledijo al anciano:

    Otlica, no te puedo explicar lo comprometido que estamos CetiMiquini y yo, en estos momentos, debido a que Mictlantecutli

    nos considera sus enemigos, espero te baste con escuchar quenuestras vidas peligran; de hecho, no se si podamos salir de aqucon vida, por eso te voy a suplicar que te olvides de los niitos,deja que algn otro, en el futuro, emprenda la tarea de venir arescatarlos...

    Comitl fue interrumpido por una vocesita infantil, la niita que lehablaba dijo:

    S saldrn con vida, porque yo los conducir a la salida.

    Una niita morenita, de largas trenzas y ojos vivaces, ataviadacon un vestido de color azul, haba salido de una cavidad y

    acercndose a Comitl, le dijo: Ven conmigo y te dir primeroen donde estn los niitos.

    El grupo se puso de pie. Comitl, hincndose frente a ella, laabraz fuertemente, tena los ojos rasados en lgrimas y la vozcortada por la emocin: De dnde vienes hijita? Cmoescapaste? La chiquilla contest: Vengo del Tlalocan (Cielo).

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    y agreg: Soy la encargada de poner a salvo a los nios

    raptados por los chaneques.Comitl respondi que el Tlalocan quedaba en el Mictln y no enese antro; la niita contest: Ya lo s; pero Huitzilopochtli,cre una extensin del Tlalocan hall abajo y es donde estamosviviendo; sganme y les mostrar donde estn los nios.

    Otlica, vivamente emocionado, fue el primero en introducirse por la depresin de donde haba surgido la nia, una cada librede tres metros lo oblig a flexionarse por completo, sus propiasrodillas le pegaron en la boca; para colmo, sali despedido haciaatrs como resorte, cayendo, indecorosamente, de nalgas. Antesde introducirse por el agujero, Ceti Miquini abri el morral ydej en libertad a los sirriliks, quienes, sin despedirse delmaestro sacerdote, se desperdigaron.

    Iteteu (ombligo de Dios), guiaba a Comitl de la mano, recorranun tnel largo y oscuro que, paulatinamente, se agrandaba; unaluminiscencia azul se insinu colmando el espacio de luz; al

    corredor desembocaban innumerables pasajes; aquello era unlaberinto. Iteteu se detuvo hablando con una seguridad inusual ennios de su edad: No teman porque el Tloque Nahuaque, cuidade estos pasajes, aguarden aqu la llegada de los niitos. Iteteu,adentrndose en la cmara, se perdi de vista. Frente a ellos, bajuna rampa de la que descendieron gritando los niitos, estabanfelices de saber que seran liberados; por unos instantes rodearona los rescatadores, despus, siguieron tneles arriba cantando ysaltando. Un grupo de chaneques bloqueaba la salida; los niitos,enfrentndolos, gritaron que ya no les podan hacer dao; loschaneques, sin decir palabra, se hicieron a un lado ymalencarados se escabulleron por un tnel lateral. Comitl y loshombres corran detrs de los nios. Iteteu los aguardaba en la

    entrada de la cueva, cuando llegaron a ella les dijo:- 247 -

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    Ahora ya estamos bien porque sabemos que s nos quieren; lesagradecemos que hayan venido a rescatar nuestras almas; ustedesse pueden ir tranquilos a casa, que nosotros nos encargaremos deesos chaneques, y estn seguros que ya no causaran ms dao enesta regin. Dicho lo cual, Iteteu se transform en una pequealucirnaga y sali volando de la cueva.

    Ceti Miquini les ataj la salida, recordndoles que para regresar tenan que respetar el protocolo de entrada y procedi a sentarlosen los mismos lugares en que iniciaron el viaje. El humo del copal ondeaba suavemente en capas, saturando consu esencia el interior de la cueva; la paz y la tranquilidad,

    verdaderas joyas que no tienen precio, imperaban de nuevacuenta en la entrada del que fuera el submundo de los chaneques.Poco a poco los viajeros recobraron la conciencia y,sorprendidos, vieron que sus heridas y magulladuras habandesaparecido; cuando salieron de la cueva era de madrugada.Taltezco diriga una ceremonia en su favor; los compaeros delcampamento participaban tomados de las manos, formando unacadena; la concentracin y buena voluntad de estos hombreshaba facilitado el salvamento. Taltezco, al ver a sus compaerossalir de la cueva, comunic a la cadena que haban triunfado, quedieran gracias y terminaran con la splica. Concluyeron el ritualcon un aplauso, para posteriormente darse un abrazo, al finalizar se aproximaron a los rescatadores. Taltezco deca:

    Ha sido lo ms increble que he visto en mi vida, llevbamosun buen tiempo con la cadena y cuando estbamos msconcentrados comenzaron a escucharse vocecitas, nos daban lasgracias por venir a rescatarlos; conforme el gritero seincrementaba algo sorprendente sucedi, miles de lucirnagas,apagando y prendiendo sus lucecitas, escaparon de la cueva. Fue

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    maravilloso, yo creo que este rescate se nos tomar en cuenta

    cuando vayamos al Tlalocan.Comitl y Ceti Miquini, separndose del grupo, subieron a dondese encontraba el anillo y removindolo de su base, procedieron aquitarle las piedras, despus, rodaron el aro cuesta abajo.

    A la maana siguiente, al despuntar el alba, los hombresmarcharon de regreso a la costa donde esperaban embarcarse enlas grandes canoas que tenan preparadas. El tameme Ocelopn se encontraba bien de la pierna; aunquecaminaba como si de verdad se la hubiera fracturado, no podahacerse a la idea de que todo aquello haba sido un viaje astral;an as, cargaba las pertenencias de su amo, el pochtecatl OtlicaEilhuitl, un anciano venerado. Ocelopn, con el paso de los aos,desvirtu un poco la historia, narrando a quien quisieraescucharlo, la ocasin en que el poderoso y gigantesco OtlicaEilhuitl, airado contra los chaneques, rompi las puertas delMictln con sus propias manos, emocionando a los escuchas con

    el episodio del sorpresivo ataque con sal, y slo, ocasionalmente,cuando la imaginacin se le agotaba, mencionaba la breve participacin de los soldados del ejrcito de Moctezuma.

    V. LA TORMENTAUn da que no logr fijarse en la memoria, un total de treinta ydos hombres, comandados por el tlacatecatl del imperio, ComitlAcatzin, embarcaron en dos canoas largas con direccin aCempoala. Quedaban en el recuerdo: las atenciones deCitlacohuatzin, el palacio del caracol, las fiestas y las cariosasatenciones de sus anfitrionas. Y aunque era tiempo de huracanes,la premura por regresar a casa los empuj a enfrentar el riesgo defranquear los agitados nimos del ocano. Los marinos, guiados

    por los gobernantes de las naves, libraron los invisibles peligros- 249 -

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    que acechaban a flor de agua (escollos, atolones y arrecifes).Como buenos conocedores de las arbitrariedades del clima, a la primera seal de perturbacin atmosfrica, los vigas, ordenabanconducir las embarcaciones a la costa, donde en ms de unaocasin, tuvieron que aguardar a que cediera el turbin, tiempoque aprovechaban para disfrutar cndidas noches de jolgorioentre los habitantes de los caseros y villorios, dondefortuitamente establecan el campamento.

    Finales de agosto, da calmoso con sol brillante y viento suave,los marinos, sintindose favorecidos por tan buen tiempo, sesolazaban con el agradable panorama, el confn del firmamentorevelaba, al buen observador, que la tierra era redonda. Laespumante agua marina, cortada por el veloz desplazamiento de

    los puntiagudos bajeles, salpicaba a los tripulantes con gotitas deagua templada. De improviso, una corriente marina detuvo lasnaves, las desvi de curso y ato mar adentro. Los marinos,minimizando el riesgo, creyeron que sera fcil retomar elrumbo, pero despus de un rato de aplicar con vigor el remo,comprendieron que no conseguiran evadirse del fenmeno.Entonces los rugientes vientos del norte liberandose de su prisin, sacudieron las naves con impetuosidad, y acallaron laselocuentes imprecaciones con que Comitl instaba a los hombresa vencer la resistencia del mar. El sol, velado por la cerradanubosidad que arrastraba el viento, palideci y no tard enocultarse, con lo que descendi la temperatura. Siguiendo con elvertiginoso proceso de las tormentas las lenguas refulgentes

    comenzaron a chicotear sobre los cmulos-nimbos, sus ardientesdedos, a velocidades lumnicas, chamuscaban las extensas capasatmosfricas, saturando los cielos con un fuerte olor a ozono. Eloscurecido escenario creado por Natura, para prender miedoentre las almas de los condenados, si cabe decirlo, funcion demaravilla, pues inequvocamente anteceda a la desgracia queestaba a punto de alcanzarlos. Y como imaginaban, las aguasdesatando la energa potencial que almacenaban en su volumen,

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    encresparon las olas, las frgiles embarcaciones a la deriva,

    cabriolaron indefensas sobre las amplias ondulaciones hdricas.Los rfagas energeticas siguiendo la comparsa de la tormenta,saltaban aguijoneadas por la diferencia de potencial, rajando consus destellantes explosiones las esponjosas vestiduras de losnegros nubarrones. Las marejadas en altamar haban cogido a losnahuas en una trampa de la que, definitivamente, no escaparancon vida.

    La Cihuacoatl Tonantzin, la morenita del tepeyac, al contemplar el estado de indefensin en que se encontraban sus hijitos, sintique la embargaba un profundo pesar, y suplicante incit al beodoTeoctli para que dejando de libar, se encaminar a cumplir laorden que le encomendo el atronador Tetzahuitl.

    Teteme Ahuetl, con tristeza observaba la furia ciega con queeran acometidas las naves, y pensaba: -bellos paisajes seductoresque la tierra cre para drnoslos en posesin- y burlndose desus sueos deca: Ja, ja, ja, vivir en la playa..., a mis hijos lesgustara..., distraerse viendo las olas romper en la arena..., ja, ja,

    ja, tontito, espera despertar del hechizo azotado por el rigor delas exterminadoras Furias.

    La divinal Xochitl Tazatli, la adorada seorcita, nombrada por sus sectarios Xochiquetzal (Flor Preciosa), entr angustiada al palacio-pirmide de Iicxitlan. En la sala de las pinturasHuitzilopochtli rea acaloradamente con las esencias divinas. Eltonante Tetzahuitl, enojado porfiaba:

    ...Y no voy a permitir que trastoquen los designios deldestino, esas instancias son sagradas y todos acordamos nocruzar por sus puertas!, as que, dganme: Quin de ustedestransgredi el mandato? .

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    EL REGRESO DEL POCHTECATL .

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    Tezcatlipoca, el negro, respondi: Fue Mictlantecutli.

    Flor Preciosa, asida del brazo del rey, vea angustiada losenigmaticos rostros de las divinidades y presenta que se tratabade una intriga. Huitzilopochtli, viendo su hermoso rostro surcadode arrugas, dijo: No temas querida, que ya envi a Teoctli en suauxilio. Flor Preciosa, al escuchar el nombre del rescatador, con un gestode sorpresa, abri desmesuradamente los ojos y suspirdesalentadoramente.

    Las tormentosas crestas del mar, de hasta cincuenta metros dealtura, y cientos de toneladas de peso, al caer pulverizaban las

    cadenas moleculares del lquido salino, expulsando de su senosendos espumajos que desaparecan bajo la torrencial lluvia. Lasolas secundarias de menor volumen, igualmente destructivas,embestan las cncavas naves amenazando con destrozar elmaderamen. Los hombres, con el terror pintado en el rostro,haban soltado los remos y hasta los ms descredos solicitaban alas esencias divinas disminuyeran en su rigor; como nicarespuesta reciban el azote de los elementos en la cara. Otlica, enangustia, observaba la furia ciega con que se agitaba Comitl buscando una salida. El general, como fiera herida, gritaba susrdenes a pleno pulmn. Teteme Ahuetl, con ese vozarrn tancaracterstico suyo y la autoridad que emanaba de su persona,forz a los hombres a empuar el remo, y a grito pelado repeta

    las elocuentes palabras de su tlacatecatl: Seores, una vez msla aventura viene inoportuna a tocar nuestra puerta, y aunquetenemos todas las de perder, la muerte nos encontrar luchando a brazo partido por huir de su fro abrazo, debido a eso, en ladesgracia no puedo mas que llamarlos afortunados! Por qu quehay mas de glorioso que escapar de la espantosa muerte?Queran paz? pues los elementos nos quieren despojar de suagradable compaia, as que con voluntarioso denuedo les

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    TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPCHTLI

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    arrebataremos nuestra paz. Queran larga vida? pues ya ven, las

    salinas aguas tratarn de aniquilarnos, pero de ninguna formaconsentiremos en ello. Queran ver a sus familias y a lashermosas aguas de la laguna salobra que lamen los pies de lasagrada isla de Tenochtitlan? pues tendremos que luchar por conseguirlo, debido a eso los llamo ms que bienaventurados, porque cuando al paso de los aos la fama cuente a nuestrosdescendientes la forma en que logramos escapar de la trampa quenos tendi el mar, se nos llamar: Agraciados hijos de lafortuna, as que no me decepcionen y por sus almas siemprevalientes reeeemen!, reeeeeemen! ... . Mientras esto suceda,la otra nave era alzada por un macizo de agua, ola que alalcanzar el mximo tamao, se desgaj estruendosamentedespedazando la concava madera y engullendo con turbulenta iraa sus tripulantes. Otlica lloraba la muerte del maestro CetiMiquini, uno de los tripulantes de la embarcacin, y mientras lacscara de madera, en que viajaba, sufra de la misma suerte, balbuce: Nos vemos en el ms all querido quilmach.Entonces la canoa, a pesar de los esfuerzos bizarros de latripulacin, entre bramidos se quebrant desapareciend en las

    profundas regiones abismales. Los nufragos, inmersos en elseno del mar, afectados en el equilibrio, no saban hacia donde bracear para salir a flote. Otlica, afianzado de una tabla, no podaver mas que ondulaciones. Totemoctzin, el gobernante de laembarcacin, grit: Qutense la ropa para que puedan nadar! . Obviamente, el bufido del temporal hizo inaudible susrecomendaciones.

    Otlica, debilitado y entumido a causa del agua helada, solt lamadera y mientras se hunda pens: Que fcil es morir ahogadoen pulque... Pulque? Este, este, querido lector te pidohumildemente disculpes este lapsus calami y con discrecin pases por alto el extraviado pensamiento, pues si me sigues

    estaras de acuerdo en que sin duda el viejo deliraba.- 253 -

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    De entre el portentoso batir de los elementos, Otlica fueregurgitado, su cuerpo viajaba sobre la cima de una ola, aunquelo increble de este hecho es que la espuma del mar, positivamente, ola a pulque. Y a pesar de que era revolcado por las olas, sin explicacin sus pulmones se llenaron de aire.

    El vidente Teoctli, prevenido por Tonantz