los huéspedes reales

59
1 LOS HUÉSPEDES REALES obra en diez cuadros de Luisa Josefina Hernández

Transcript of los huéspedes reales

Page 1: los huéspedes reales

1

LOS HUÉSPEDES REALES

obra en diez cuadros de

Luisa Josefina Hernández

Page 2: los huéspedes reales

2

LOS HUÉSPEDES REALES

obra en diez cuadros de

Luisa Josefina Hernández

PERSONAJES:

Cecilia

Isabel

Elena

Juan Manuel

Ernesto

Bernardo

CUADRO I

Sala de casa de Cecilia. Dos puertas: una lleva a la calle y otra al interior

de la casa. Los muebles más esenciales de una sala de clase media

acomodada, sin ninguna peculiaridad en el estilo. Hay teléfono.

Empieza a oscurecer y salen del interior de la casa Cecilia e Isabel. Isabel

viene agitada, parece que quiere irse y no se atreve; Cecilia mientras

aparentemente razona con ella, se divierte.

CECILIA: Bueno, Isabel… ¿Por qué te molesta?

ISABEL: A ti debería molestarte, no a mí.

CECILIA: Pero… ¿por qué? (Pausa, se miran) Yo hago todo lo que quiero,

como si él no fuera mi novio.

ISABEL: Después de todo es asunto tuyo.

CECILIA: ¿Por qué lo discutimos tan a menudo? Si fuera sólo asunto

mío…

Page 3: los huéspedes reales

3

ISABEL: (Con pasión) ¡No sé por qué! De hoy en adelante no lo

discutiremos más.

CECILIA: Tú insistes en hacerme ver que mis relaciones con Juan Manuel

son absurdas.

ISABEL: ¿Cuáles relaciones? No las veo por ninguna parte.

CECILIA: (Pícara) Muy bien. Si no existen, no sé que cosa discutimos.

ISABEL: (Enojada) Cecilia, es lo que acabo de decirte. Estamos de acuerdo,

¿me entiendes? No hay nada que discutir.

CECILIA: Ya otra vez estuvimos de acuerdo y no sirvió de nada. Lo

hacemos de nuevo y no alcanzo a…

ISABEL: (Perdiendo los estribos) ¡Es ridículo tener un novio invisible! Mejor

no tener nada.

CECILIA: (Inesperadamente furiosa) ¿Y qué? Tú, por lo pronto sales

ganando. ¿No es así? Tú que no tienes ni amigos, ni amigas, que no

quieres quedarte en casa con tu madre porque te fastidias… Gracias

a que yo tengo el novio invisible puedes salir conmigo: vamos al cine

juntas, juntas vamos a la escuela, comes aquí; cuando vamos a una

fiesta también duermes aquí… ¿No te perjudicaría que yo tuviera un

novio invisible? (Isabel la mira ofendida. Va a llorar y no puede,

tiembla. Recoge sus libros y se dirige a la puerta de la calle. Cecilia

está impasible, pero con algún esfuerzo, logra reaccionar a tiempo)

Isabel. Perdóname. Quédate a cenar con nosotros. (Isabel se detiene

sin dar un paso atrás. Cecilia hace un nuevo esfuerzo, va hasta la

puerta y le pasa el brazo sobre el hombro) Perdóname. (Isabel, esta

vez, va a sentarse muy sería sin soltar los libros. Cecilia se siente

dueña de la situación, habla en tono convincente) Lo que en realidad

sucede es que yo no quiero a Juan Manuel. Es una de esas cosas

que suceden así, sin que una sepa cómo. Sabes muy bien que mamá

le tiene afecto a Juan Manuel. (Se sonríe con cierta burla) Siempre le

fue simpático. Piensa que es la persona apropiada. (Ahora, con burla

más acentuada) Claro, para ella lo hubiera sido. Yo… no lo quiero.

Page 4: los huéspedes reales

4

(Se avergüenza un poco del tono mundano que ha querido darle a sus

palabras) Es decir, no hay que darle importancia, no la tiene…

Terminaremos un día de estos sin que en realidad haya pasado

nada; ninguno de los dos tiene motivos para lamentarlo. (Isabel la

mira con desagrado y Cecilia se avergüenza un poco más) No me

gusta ser como soy; cuando me enojo me cuesta trabajo actuar con

naturalidad. Tenme un poco de paciencia, Isabel.

ISABEL: (Con la vez empequeñecida) Es verdad que no tengo amigos.

Siento afecto por ti, Cecilia. Lamento que a veces…

CECILIA: (Conmovida esta vez) No tiene que pasar de nuevo. La verdad es

que nada ha cambiado. Ya lo ves, aquí estamos.

ISABEL: (Sonriente, pone sus libros a un lado, se han reconciliado) Claro,

aquí estamos. Mira... (Suena el teléfono. Cecilia hace un irrefrenable

gesto de júbilo. Mira a Isabel y ésta se muerde los labios. Cecilia

vacila un momento y luego corre a contestar.)

CECILIA: Bueno... Sí, habla Cecilia... (Con el rostro desencajado) ¿Quién?

(Cecilia escucha, está pálida, paralizada, cuando habla de nuevo, su

voz ha cambiado de tono) Y yo ¿en qué puedo servirle?... Ah no, de

ninguna manera, yo no hago esas cosas... usted disculpe... lo creo,

no tengo necesidad de verlo.

(Cuelgan el teléfono del otro lado y Cecilia se queda con el auricular en la

mano, mirándolo, luego lo pone en su lugar. Se mira la mano sudorosa y se

la limpia en la falda. Isabel la mira con alarma pero no se atreve a

preguntarle. Entra Elena del interior. Es la madre de Cecilia; tiene cincuenta

años pero trata de conservarse joven.)

ELENA: ¿A quién le hablaron por teléfono? (De una rápida mirada abarca

los rostros de las dos muchachas. Luego, a Cecilia) ¿Quién te habló

por teléfono?

Page 5: los huéspedes reales

5

CECILIA: (Quedó pensando todavía en lo que le han dicho) Sí, me hablaron

a mí. (Luego, con una invencible agresividad hacia su madre) ¿Y

sabes quién era? ¡La amante de Juan Manuel! Una mujer que dice

que va a matarse si él la deja para casarse conmigo. Me dijo que

fuera a verlos, que en ese momento estaban en una casa... de esas

que se usan para ciertas cosas. (La expresión de la madre es altiva

más que asombrada) Pero yo le dije que me bastaba con su palabra,

que no necesitaba verlos. ¿En qué piensas? ¿Te sientes orgullosa de

mi futuro esposo? (Es obvio que Elena piensa con rapidez, la ironía no

la toca).

ELENA: (Sabiendo que miente) Es tal vez una mujer que quiso darte celos.

Tal vez ha mentido.

CECILIA: Celos ¿de qué? ¿De un amor que no siento? ¿De una compañía

que no tengo? ¡Celos! Celos les dan a las otras amantes, no a las

futuras esposas. Nosotras, las futuras esposas, sabemos que a la

larga hemos de salir ganando. ¿De qué va a darnos celos?

ELENA: (Sentándose) Vas a despertar a tu padre.

ISABEL: Si no lo quieres, todo es absurdo. Termina con él y basta.

ELENA: (Con irritación, pero conservando el dominio) Basta... ¿de qué?

Ustedes saben muy poco de la vida. Voy a preguntarles algo. Y tú,

Isabel, no se lo digas a tu madre porque te prohibiría volver a esta

casa. ¿Han pensado alguna vez lo que es un hombre?, ¿no? (Cecilia

no presta atención, podría decirse que ha cerrado los oídos) Pues un

hombre es un ser de mujeres, de todas las mujeres. Con ellas vive,

por ellas se doblega, a ellas se entrega. Su trabajo, su humor y sus

necesidades están relacionados con ellas. El hombre que no tiene

mujeres, es menos hombre. Cecilia, ¿habías pensado casarte con un

hombre casto?

CECILIA: (Sin oír) Supe conservar la compostura, ¿verdad, Isabel? ¿Verdad

que no temblé ni lloré?

ISABEL: No.

Page 6: los huéspedes reales

6

ELENA: Juan Manuel no es un niño, es un hombre de treinta años. Tu

padre mismo, Cecilia...

CECILIA: ¿Verdad que supe portarme como una dama?

ISABEL: Sí.

ELENA: Las damas se ocupan de sus propias virtudes, no de los vicios de

sus hombres.

CECILIA: (Queriendo tomarlo a la ligera) Al fin y al cabo, pensaba terminar

con él.

ELENA: Si haces eco, tendré que hablarle para pedirle que te disculpe por

tu inexperiencia.

CECILIA: (Después de una pausa, quedo) ¿Por qué quieres que me case

tan pronto? ¿Estorbo?

ISABEL: Cecilia, no digas eso.

(Elena saca un pañuelo, se lo pasa por la mejilla como para secarse una

lágrima que no ha llorado. Se acerca a Cecilia y le pone una mano sobre la

cabeza)

ELENA: ¿Es eso todo lo que se te ocurre?

CECILIA: (Después de pensar un momento) No me conmuevas, mamá. No

me gusta llorar.

ELENA: Prométeme algo.

ISABEL: (Sin poder contenerse) ¡No le prometas nada!

(Elena se vuelve a Isabel, sus ojos están llenos de disgusto que ella suaviza

con habilidad).

ELENA: Isabel, hija, siempre te había creído tan educada... (Isabel baja la

cabeza y Elena se vuelve a su hija, sin dejar de acariciarla) Quiero

que me prometas no decidir nada sin haber hablado antes con él.

CECILIA: (Orgullosa) No tengo miedo de hablar con él.

Page 7: los huéspedes reales

7

ELENA: (Con rapidez sospechosa) Y que no se lo dirás a tu padre.

CECILIA: (En tono de protesta sospechoso también) ¡Mi padre no tiene

nada que ver con esto!

(Isabel toma sus libros de nuevo y va a la puerta de salida).

ELENA: ¿No vas a cenar con nosotros, Isabel?

ISABEL: No tengo hambre, señora. Hasta mañana, Cecilia.

CECILIA: Hasta mañana.

(Sale Isabel)

ELENA: (Acercándose a su hija) ¿Puedo abrazarte, Cecilia?

CECILIA: (Después de una larga vacilación en que mira a su madre) Sí...

pero no me hables.

(Elena se sienta en el sofá con los brazos alrededor de su hija. Mientras

Cecilia cierra los ojos, su madre mira al frente.)

CUADRO II

Sala de casa de Cecilia. Al día siguiente, por la tarde. Tocan la puerta y

aparece Cecilia desde el interior. Abre y entra Juan Manuel.

CECILIA: (Sonriente, con la intención de ser muy cortés) Pasa Juan Manuel.

Buenas tardes.

JUAN MANUEL: Buenas tardes.

(Quiere besarla en la frente y ella lo elude sin brusquedad)

Page 8: los huéspedes reales

8

CECILIA: (Al darse cuenta de que él la mira extrañado) ¿Me ibas a besar?

Siéntate por favor. (Juan Manuel se sienta en silencio, espera que ella

hable.) ¿Cómo has estado?

JUAN MANUEL: Bien... ocupado; he trabajado mucho en estos últimos

días.

CECILIA: Me lo imagino. Te ves cansado.

JUAN MANUEL: ¿Si? (Pausa) ¿Y tú?

CECILIA: Yo he estudiado, también ha salido mucho. Tal vez me he

divertido en exceso. ¿Cómo está tu madre?

JUAN MANUEL: Bien. (Preparándose para decir algo importante) Cecilia,

voy a darte una sorpresa.

CECILIA: No lo creo. (Se corrige) Bueno, dímela. O no, ya lo sé. Va a

invitarme a alguna parte.

JUAN MANUEL: (Que da la noticia de su vida) Voy a invitarte a un lugar

lejano y para siempre.

CECILIA: ¿Adónde? ¿Vamos a hacer una tentativa de suicidio juntos?

JUAN MANUEL: (piensa que esto es un destello de inteligencia) Cecilia.

CECILIA: Perdón. Dímelo.

JUAN MANUEL: La compañía me manda por un año a los Estados

Unidos... (Espera una reacción, como ésta no viene, le parece que es

necesario ser más preciso) A los Ángeles. Quieren que yo tome un

curso de especialización.

CECILIA: Qué bueno. Me parece muy bien. Yo mientras podré graduarme.

JUAN MANUEL: (Sincero y contento) No me entiendes. Quiero que vayamos

los dos, casados. (Cecilia lo mira con intensidad. Su cortesía va

disminuyendo a grandes pasos) ¡He deseado tanto este momento! He

soñado con poder venir a decirte: Cecilia, vamos a hacer un hogar

juntos, a tener varios hijos, a educarlos... ¡Y nunca he podido pensar

en nadie que no fueras tú! (Se ríe) No podría casarme con ninguna

otra. Eres tan... sencilla.

CECILIA: ¿Desde cuándo sabes que te vas?

Page 9: los huéspedes reales

9

JUAN MANUEL: (Que no esperaba la pregunta) Pues... desde hace mes y

medio.

CECILIA: ¿Por qué no me lo habías dicho? (Con intensidad, pero en tono de

broma) ¿Pensabas llevar contigo a alguna otra que fuera menos...

sencilla?

(Juan Manuel se pone de pie y camina. Es evidente que pensaba pasar por

alto la explicación)

JUAN MANUEL: Estoy ofreciéndote todo lo que tengo. Mi vida y mi futuro.

(Serio) ¿Por qué no lo recibes sin complicaciones?

CECILIA: Tal vez no soy tan sencilla como tú me piensas.

JUAN MANUEL: (Decidiéndose de mala gana) ¿Lo que quieres es una

explicación de lo que sucedió ayer?

CECILIA: (Flaqueando, pero todavía dueña de sí) ¿No te parece necesaria?

JUAN MANUEL: No. (Cecilia se sonríe) Hay algo que las mujeres no

comprenden... la vida de un hombre tiene dos aspectos...

CECILIA: (Rápida) El presente y el futuro. ¿Ves cómo si lo comprendo?

JUAN MANUEL: (Impaciente) No entiendes nada. (Con emoción ahora) La

mujer que te habló ayer es... una pobre mujer. Alguien que no

merece de ti sino tu compasión.

CECILIA: ¿Qué es lo que merezco yo?

JUAN MANUEL: Todo, sin excepciones. (Hace un esfuerzo, quiere por fin

hablar sinceramente) La conozco desde hace cinco años. No he

podido separarme porque me necesita demasiado. Es alguien que ha

sufrido mucho. Ayer quise decirle que me iba, quise que

comprendiera que ya no era posible... Le hablé de ti.

CECILIA: ¿Quién le dio mi teléfono?

JUAN MANUEL: (Después de una vacilación) Tuve que dárselo. Tú no

sabes que hay personas insistentes, violentas, a las que no se puede

resistir.

Page 10: los huéspedes reales

10

CECILIA: (Después de mirarlo con ojos críticos) ¿Por qué no le habías dicho

que te ibas?

JUAN MANUEL: No había podido decidirme. Sabía que para decirlo tendría

que herirla mucho. (Cecilia lo mira, con desprecio) Cecilia, quiero

contártelo todo. Eres tan tranquila... Yo... la quise mucho; además

es culpa mía que se encuentre como ahora, casi enloquecida. Es...

una mujer casada.

CECILIA: (Entre dientes) Una mujer que traicionó al futuro.

JUAN MANUEL: (Pasa por alto el contenido de la frase) Si quieres decirlo

así... y fui yo quien la invitó a ello. Antes de conocerme, su vida era

infeliz, pero sin escándalos. Ahora no es nada. Ella se ha convertido

en una mujer que grita, que se desmaya, que se arrastra... ya no es

una persona.

CECILIA: ¿Y hace todo eso porque quisiera ser ella quien se casa contigo?

JUAN MANUEL: (Sincero, está convencido) Sí.

CECILIA: Y ¿se te ha ocurrido que lo que yo haría si tú no te casaras

conmigo?

JUAN MANUEL: (Sobresaltado) ¿Qué?

CECILIA: ¿Qué crees?

JUAN MANUEL: (Acercándosele, tomándole las manos) No sé. ¿Qué harías?

CECILIA: (Quitando las manos) Absolutamente nada.

JUAN MANUEL: (Por primera vez se le ocurre) ¿No? (Pero encuentra la

disculpa en seguida) Es que las mujeres como tú no pueden hacer

nada.

CECILIA: ¿Por qué?

JUAN MANUEL: Por... su dignidad, creo. (Cecilia lo ve con dureza) ¿Te he

ofendido? (Cecilia no contesta, baja los ojos) Perdóname. Sé que debí

haber empezado por pedirte perdón.

CECILIA: El futuro no perdona nunca. (Ha perdido el dominio) Quiero que

te vayas. No quiero ser tu cómplice en las desgracias de la señora

Page 11: los huéspedes reales

11

que tantas consideraciones te merece. Es ridículo hacer el mal sin

intención y en compañía.

JUAN MANUEL: (Le habla como a una niña) ¿Qué palabras son esas?

CECILIA: ¡Las mías! ¿O crees que tampoco tengo palabras?

(Esta furia no hace impresión en él que la revisa con los ojos y se siente

halagado.)

JUAN MANUEL: (Después de una pausa) Estás enamorada de mí. (A

Cecilia que se la cae la actitud. Ha sido inútil lo que ha dicho. Se

vuelve de espaldas.) Seremos muy felices, te lo prometo. Te daré

todos los momentos de mi vida. No dejaré de pensar en ti ni de día ni

de noche. Vas a ser la única mujer en mi vida.

CECILIA: (Irónica, sin moverse) ¿Por primera vez?

JUAN MANUEL: (Complacido) Sí.

CECILIA: (Se vuelve, su rostro es duro) ¿Estás seguro?

JUAN MANUEL: (Generoso) Sí, quiero dártelo todo. (En broma) ¿Sabrás

administrarlo?

CECILIA: (Que está loca de rabia) Le daré la administración más justa que

hayas recibido nunca. (Juan Manuel se alarma ligeramente, no es tan

duro de tacto, ella se suaviza en seguida, pero sin perder intensidad)

Podemos empezar ahora. Anda, ven bésame en la frente, ¿qué

esperas? (Juan Manuel la besa en la frente, colocándole las manos

sobre los hombros. Ella ríe) Son los besos de la pureza ¿no es eso?

Bésame más. (Juan Manuel le levanta la barba para besarla en los

labios) ¡No! ¡Eso no! Ahora los cabellos, como si yo fuera un ángel .

Soy un ángel.

(Mientras la besa en los cabellos se escucha una puerta que se abre. Cecilia

se sobresalta exageradamente.)

Page 12: los huéspedes reales

12

CECILIA: Déjame.

(Entra de la calle Ernesto. Es el padre de Cecilia, tiene cincuenta años y se

ve más joven que su mujer, pero hay en él un deseo consciente de actuar

como un anciano. Cecilia corre a abrazarlo y le cubre de besos la mejilla. Él

la deja hacer.)

ERNESTO: (Muy frío) Buenas tardes, Juan Manuel.

JUAN MANUEL: (Muy cortés) Buenas tardes, señor.

CECILIA: (Del brazo de su padre) Juan Manuel está despidiéndose, papá.

ERNESTO: (Contento con la noticia) Que le vaya a usted bien.

JUAN MANUEL: (Desconcertado) Gracias. Hasta luego, Cecilia.

CECILIA: (Le tiende la mano con la cabeza sobre el hombro de su padre)

Hasta luego.

(Juan Manuel abre la puerta y sale con cierta brusquedad. Ernesto y Cecilia

se miran a los ojos y ríen, como de una broma secreta)

CECILIA: Lo asustaste, papá. (Ernesto quiere dirigirse hacia la otra puerta)

No, no te vayas. Hay que aprovechar que llegaste temprano para

conversar un rato. (De pronto se le abraza al cuello, como si estuviera

atemorizada) ¡Papá!

ERNESTO: (Muy suave, muy anciano) ¿Qué sucede?

CECILIA: (Sonriente, tal vez, es la primera vez que la vemos sincera)

Siéntate. (Se sientan en el sofá) Ponme el brazo en el hombre y de vez

en cuando acaríciame la cabeza... Sabes... no me sucede nada, son

ocasiones de la sinceridad del alma, como tú dices. Cuéntame algo...

¿no? Algo inventado, si quieres. ¿Listo?

ERNESTO: (Con calma, cómodo) Había una vez un hombre muy viejo y

muy cansado. Había trabajado toda su vida sin parar y no quería

otra cosa en el mundo que una calma perfecta. Tenía tres hijos, no

Page 13: los huéspedes reales

13

una sola como yo. Y esos hijos empezaron a crecer deseos como los

árboles van echando ramas y el padre no sabía si cortarlos antes de

que crecieran o esperar a que secaran por sí mismos. Todos los días,

por encima de sus cansancios y de sus trabajos, debía enfrentar este

dilema. Hasta que una mañana tomó la decisión que le pareció mas

conveniente...

CECILIA: (Emocionada) ¿Qué decidió?

ERNESTO: Dejar que las ramas crecieran. No quiso intervenir. Desde

entonces, fue condenado a observar este fenómeno de sus tres

árboles con una expresión no muy alejada de la perplejidad.

(Cecilia y Ernesto se miran, serios, luego quedan un momento así,

entendiéndose, con las cabezas juntas. Se abre la puerta que da al interior y

entre Elena, con su costurero.)

ELENA: ¡Cuánto silencio! ¿Qué les pasa? (Los dos se vuelven a ella al

mismo tiempo. Dos miradas iguales ante un intruso) Cecilia, ¿dónde

esta tu novio?

CECILIA: (Descuidada) No sé... se fue.

ELENA: (De buen modo) Me gustaría conversar con tu padre a solas. ¿Por

qué no vas a tu cuarto? Ya te llamaré.

CECILIA: (Está satisfecha, no le importa) Está bien. (V a la puerta que da al

interior, allí se vuelve) Papá... me gustó lo que me contaste.

ELENA: (Sentándose en una silla cercana) ¿Qué dijo?

ERNESTO: (Tocándose la frente) No sé. (Pausa. Elena saca su costura)

Estoy haciéndome viejo. Cada vez más. (Pausa) ¿De qué querías

hablarme?

ELENA: Si te sientes cansado tal vez sería bueno irnos de México. A una

provincia, tal vez. Ya tenemos de qué vivir.

ERNESTO: ¿Y los estudios de Cecilia? (Elena está a punto de decir algo,

pero decide no hacerlo) ¿De qué querías hablarme?

Page 14: los huéspedes reales

14

ELENA: Soy tu esposa. Ernesto. Hemos vivido juntos más de veinte años,

hemos sido felices, creo. A veces, la vida pasa sin sentirla. Sólo

quería que estuviéramos juntos y solos.

(Ernesto se acoda en el sofá con la mano en la frente y Elena sigue

cosiendo.)

OSCURO

CUADRO III

La calle. Frente a casa de Cecilia. La puerta y tres escalones. Es el

atardecer. Cecilia y Bernardo.

CECILIA: Ya llegamos, dame mis libros.

BERNARDO: No entres todavía.

CECILIA: Es tarde. Además...

BERNARDO: Es que quería... quiero...

CECILIA: ¿Qué te pasa? Has estado silencioso (Con burla) Seguramente

pensando en lo mal que hemos actuado con Isabel.

BERNARDO: Te aseguro que no estaba pensando en ella. Pero si la

dejamos sentada en ese banco debe haber sido para algo...

CECILIA: ¿Para algo?

BERNARDO: Si era para venir así, hubiera sido igual que ella nos

acompañara...

CECILIA: No importa, dentro de un rato, vendrá a cenar de todas

maneras. Es de esas personas que... no se ofenden.

BERNARDO: No quiero hablar de ella ahora.

CECILIA: Bueno, dame mis libros. (Hace ademán de alejarse. Bernardo la

detiene)

Page 15: los huéspedes reales

15

BERNARDO: Cecilia... quería verte hoy especialmente. Nunca tengo

oportunidad de hablar contigo, siempre estás con esa muchacha, o

tienes que irte y a veces...

CECILIA: A veces estoy con mi novio. ¿Lo habías pensado? (Lo mira con

agresividad hasta que él baja los ojos) Adiós. (Bernardo la detiene de

nuevo.)

BERNARDO: (A una mirada interrogatoria de Cecilia) Te quiero, estoy

enamorado de ti.

(Cecilia le pone la mano en la boca, primero es para impedir que hable, luego

es una caricia)

CECILIA: (Muy suave) Bernardo, ¿cuántos años tienes?

BERNARDO: Veinte.

CECILIA: Bernardo...

(Bernardo se inclina y la besa en los labios. Ella se retira y se queda muy

quieta, ahora con la mano sobre su propia boca)

BERNARDO: ¿Qué te pasa?

CECILIA: Si te digo que nunca me había besado ¿lo creerías?

BERNARDO: Sí.

CECILIA: Bernardo, nunca me habían besado. (Se sonríen)

BERNARDO: Estoy contento. Tenía ganas de decírtelo.

CECILIA: (Repentinamente con rudeza) ¿Por qué estás contento?

BERNARDO: Te he besado. Nunca nadie podrá besarte por primera vez, ni

yo mismo. ¿Y tú?

(Empieza a escucharse una música rápida y violenta, es un vals)

Page 16: los huéspedes reales

16

CECILIA: ¿Yo? Oye... es mi madre, en el piano. Está contenta... ¡y yo me

siento feliz! (Parece arrebatada por un verdadero júbilo ) Los dos

tenemos veinte años. ¿Puede pedirse más?

BERNARDO: (Un poco sorprendido) No... no.

CECILIA: Es hermoso saberse igual el uno al otro. Yo sé lo que tú sabes,

pienso lo que tú piensas... (Da una vuelta completa girando sobre los

pies. Luego, juguetona, como si no supiera la que dice) Bernardo, ¿tú

tienes una amante?

BERNARDO: No.

CECILIA: Yo tampoco. Pero... (Se detiene la música bruscamente) hay gente

que sí. (De nuevo toma empuje, está vez más superficial) Siento que

estamos en un bosque los dos solos, llovizna y nos guarecemos

debajo de unas frondas, sale el sol para que nos sequemos...

BERNARDO: (Que no la escucha) ¡Qué bonita eres!

CECILIA: (Haciendo caravana) Gracias, gracias. ¿Es eso todo lo que

piensas de mi?

BERNARDO: Que estás llena de gracia y que te quiero y que siempre había

querido besarte.

CECILIA: Gracias, mil veces gracias, eso es lo que siempre he querido que

pensaran de mí. Bernardo, tengo ganas de... tocarte. ¿Puedo tocarte?

(Bernardo se le acerca tembloroso, sumiso, con una media sonrisa)

BERNARDO: Eres tan...

(Ella empieza a tocarle la cara, las orejas, el cuello, como si lo dibujara, con

extremo deleite.)

CECILIA: Casi no tienes barba, tienes la cara suave, como de niño. Yo

también soy así, Bernardo. No me ha tocado nadie.

Page 17: los huéspedes reales

17

(Bernardo estira la mano y le toca un mechón de cabellos. De pronto cae en

la cuenta de que Cecilia ha crispado el rostro. Retira la mano.)

BERNARDO: ¡Cecilia!

CECILIA: (Con intensidad) Si fuera posible ser siempre así. Si pudiéramos

vivir un siglo en esta calle...

BERNARDO: No quieres volverme a ver ¿verdad? Lo sospechaba.

CECILIA: (Seca) He de verte muchas veces más ¿sabes? Tú eres el

presente. Lo demás...

BERNARDO: Lo demás... ¿es?

CECILIA: Lo de siempre. La interminable cosa que a todo el mundo le

sucede: lo que no puede evitarse.

BERNARDO: ¿Tu novio? (La cara de Cecilia es de piedra) ¿Quieres decir

que...? No sé cómo preguntártelo.

CECILIA: Yo no sé contestar.

BERNARDO: ¿Hay algún motivo especial?

CECILIA: Hay... (Confusa, sincera) ¡Es que no sé lo que hay! (Pausa) ¿Me

quieres?

BERNARDO: Mucho, Cecilia, mucho.

CECILIA: (Enloquecida de nuevo) ¡Alegrémonos, entonces! Aquí estoy, aquí

estás. Todavía podemos besarnos muchas veces.

(Se le acerca y lo besa apasionadamente, él se retira)

BERNARDO: ¿Y después, Cecilia?

CECILIA: Lo que viene después ya está dispuesto como un banquete para

huéspedes reales. Cubiertos de plata, vasos de oro, un clavel rojo

cerca de cada plato... ¡y las fuentes vacías! Pero eso no puede

esperar, nada cambiará por un pequeño retardo.

BERNARDO: No sé que estás diciendo.

Page 18: los huéspedes reales

18

CECILIA: Yo sí y podría jurar que es la primera vez que estoy alegre.

Abrázame. (Bernardo la abraza ligeramente)

BERNARDO: Cecilia, esto ya no es hermoso.

CECILIA: Si lo es, pero tú todavía no lo sabes. Vete, ahora, te veré

mañana. Y todos los días, hasta... no te olvides, mañana a las seis.

Dame mis libros. Adiós, Bernardo.

BERNARDO: (Sorprendido, triste) Hasta mañana, Cecilia.

(Se separan y cada uno camina lentamente en dirección opuesta. Cecilia

llega hasta los escalones de su casa y allí se sienta)

CECILIA: (Quedo, con sarcasmo) El primer invitado toca a la puerta.

(A poco, aparece el padre de Cecilia. Ella no lo ve hasta que no le habla)

ERNESTO: Buenas tardes señora.

(Cecilia le sonríe, es evidente que no está de humor para bromas. Él trata de

mirarla a la cara y ella persiste en inclinarse, por fin él se sienta a su lado

en la escalera)

ERNESTO: Veo que está usted sumida en los más insondables

pensamientos.

CECILIA: Sí, señor.

(Pausa, el padre mira el cielo, siente la calle)

ERNESTO: Estamos en primavera. Tú naciste en invierno... me dio alegría,

pero si hubiera sabido que iba a suceder...

CECILIA: (Sobresaltada) ¿Qué ha sucedido?

ERNESTO: Has crecido (Cecilia baja los ojos) ¿Te parece poco?

Page 19: los huéspedes reales

19

CECILIA: (Un poco ansiosa) No quiere decir nada.

ERNESTO: No te veo nunca. Dos veces a la hora de las comidas y es todo.

CECILIA: Pero eso sucede...

ERNESTO: Porque has crecido. ¿Ya lo ves?

CECILIA: (Conmovida de pronto) ¿Quieres que te diga un secreto que no le

he dicho a nadie? (El asiente) Yo nunca he crecido. La única imagen

que guardo de la felicidad es la de os momentos que hemos pasado

juntos. (Él la mira, no quiere alegrarse) Papá... no voy a crecer nunca.

ERNESTO: Hija... (Va a decir que no está bien, por fin se deja llevar por su

verdadero sentimiento.) Entonces... tendré que rejuvenecer.

CECILIA: (Encantada con la idea) Vamos a tener veinte años un momento.

¡Eso es! Vamos a hablar de un amor imposible. No hay nada más

profundo que un amor imposible. El que se tiene y no se tiene, el

que se bebe y no se agota porque apenas se prueba. ¿Qué me dirías

tú? (Empieza el vals de nuevo, rápido, parece que se desborda)

ERNESTO: Yo te diría: “La quiero a usted, señora.”

CECILIA: Yo te contestaría; “Y yo a usted, señor.”

ERNESTO: Pero la he querido siempre, desde antes que usted se

imaginara la palabra amor.

CECILIA: Yo lo he querido desde antes que supiera cómo se llamaba esa

palabra. (La música se detiene)

ERNESTO: ¿Queda usted entonces convencida de la antigüedad de

nuestro afecto?

CECILIA: (Muerta de risa) Papá, ¿de veras se decían esas cosas cuando tú

tenías veinte años? (El padre se desconcierta, se avergüenza. Pausa,

ella está a punto de disculparse. Aparece Isabel por la calle donde ha

venido Cecilia) Mira, allí viene Isabel. (Los dos cambian de actitud)

ISABEL: Buenas noches.

ERNESTO: Buenas noches, Isabel.

ISABEL: (A Cecilia) ¿Qué te pasó? Te estaba esperando sentada en una

banca.

Page 20: los huéspedes reales

20

ERNESTO: Siéntate ahora aquí.

(Se hacen a un lado y el padre queda en medio de las dos muchachas)

ISABEL: (Insistente) ¿Qué te pasó?

CECILIA: (Alegre) Tuve que venir de prosa porque tenía una cita con

papá, aquí en la calle, par hablar de la primavera.

ISABEL: (Irónica) ¿Estás segura?

(Cecilia sube los hombros y calla. Ernesto sonríe con melancolía. Pausa)

ERNESTO: Señoras: cuando estamos así, me parece que he tenido dos

hijas.

(Se quedan los tres quietos, callados, mirando hacia el frente)

OSCURO

CUADRO IV

La sala de casa de Cecilia. Juan Manuel está sentado en el sofá en actitud

de espera, lee un periódico. Después de un momento, aparece Elena. Son las

cuatro de la tarde.

ELENA: Usted disculpe, Juan Manuel. Estaba arreglándome un poco.

(Juan Manuel se pone en pie y se dan las manos)

JUAN MANUEL: No tenga cuidado, señora. Tal vez debí haberle anunciado

mi visita. ¿Y Cecilia?

ELENA: Debe de estar en su cuarto. ¿Quiere que...?

JUAN MANUEL: No. Deseo hablar a solas con usted. Después vendrá

Cecilia.

Page 21: los huéspedes reales

21

ELENA: Muy bien.

JUAN MANUEL: (Con solemnidad) Usted siempre ha comprendido mi

deseo de casarme con Cecilia y lo que ella significa para mí. Ella es...

todo lo que no he tenido nunca. Usted sabe, porque yo se lo dije

desde un principio que yo crecí en el más completo desorden, que mi

padre no supo ser un padre y mi madre no pudo resistirse a... tantas

cosas. Lo que soy me lo debo a mí mismo... (Elena lo mira con una

oculta impaciencia) La idea de tener un hogar, una casa decente con

una mujer virtuosa es lo que me ha dado fuerza para lograr terminar

mi carrera y... estoy orgulloso de ser aceptado por la única mujer

que considero digna de ser mi esposa.

ELENA: Ha tenido mucho de donde escoger, Juan Manuel, es usted un

hombre muy atractivo. (El la mira complacido, ella conserva su

naturalidad) Y es verdad que desde el principio fue sincero conmigo.

JUAN MANUEL: Desde que vi a Cecilia supe que era ella y no otra la que

había de ocupar ese lugar preparado tanto tiempo.

ELENA: (Sintiéndose muy suspicaz frente a él) ¿Por qué me dice todo esto

ahora?

JUAN MANUEL: Porque creo que ha llegado el momento.

ELENA: (Más para si que para él) Quiero que Cecilia se case pronto. Por

años, mi esposo y yo hemos vivido dedicados a ella. No éramos

demasiado jóvenes cuando nos casamos, yo, por lo menos, no me

sentía joven... (Se compone esperando un cumplido que no llega) Y le

hemos prodigado nuestros cuidados con cierta angustia, creyendo

que tal vez no nos daría tiempo de llegar al final. Tengo la sensación

que desde que ella nació no hemos estado juntos nunca aunque

hayamos luchado por la misma cosa. No hemos puesto atención en

nuestros sentimientos y en nuestros deseos sino en ella, siempre en

ella. Ella ha sido el objeto de nuestras conversaciones más íntimas,

el motivo de nuestros grandes disgustos. (De pronto, con más

Page 22: los huéspedes reales

22

violencia de la que se espera) ¿No le parece justo que después de

tantos años podamos ocuparnos de nosotros mismos?

JUAN MANUEL: (Sorprendido) Yo... supongo que sí.

ELENA: (Rápidamente) Por supuesto que le diría esto si no fuera porque es

usted la persona adecuada... (Se sonríe) afortunadamente sí lo es.

(Se sonríe de nuevo) Bueno, usted quiere casarse con Cecilia y yo

estoy de acuerdo.

JUAN MANUEL: ¿Y su esposo? Él nunca me ha demostrado mayores

simpatías. Un saludo, si acaso. Con frecuencia siento que le cuesta

trabajo estrecharme la mano.

ELENA: (Dura) Él estará de acuerdo. (Ve al duda en el rostro de Juan

Manuel) Juan Manuel... yo creo que usted es un hombre bueno, al

darle mi hija procedo con toda lealtad para con ella. También creo

que Cecilia es buena, así es que también soy honrada con usted...

(De pronto, con astucia) No me sentiría tranquila si antes no le dijera

algo, y eso es que mi esposo será durante mucho tiempo su peor

enemigo. (Se arrepiente, cree que ha dicho demasiado a quien

evidentemente no lo esperaba) No como persona, se lo aseguro... él

es un hombre comprensivo y humano; sino dentro del corazón de

Cecilia. ¿Me comprende?

JUAN MANUEL: (Se sonríe con alivio) Eso se le pasará a Cecilia a la

semana de casados. Son niñerías. (Cambia de expresión, hay algo

que sí tiene importancia) ¿Cree usted que Cecilia me guarda rencor

por aquella llamada telefónica?

ELENA: ¿Rencor? (Sonriendo) Y ¿qué otra cosa podría esperar Cecilia de

un hombre como usted? (Él se sobresalta, supone que en la frase va

implícito el desprecio) ¿Qué nunca hubiera conocido otra mujer o que

no lo hubiera amado ninguna antes que ella?

JUAN MANUEL: (Muy complacido) Es cierto. Pero siendo tan joven es

posible que lo resienta exageradamente.

Page 23: los huéspedes reales

23

ELENA: (De pronto cansada del juego) Esa es la vida, Juan Manuel. Los

hombres pueden herirnos de diferentes modos, nosotras, lo único

que podemos hacer es resentirlo.

JUAN MANUEL: (Con sinceridad falsa, buscando inconscientemente más

cumplidos) Me preocupo porque yo hubiera deseado que esto

empezara de otro modo. Que ella pensara en mí como el mejor de los

hombres, el más sincero. Como el hombre que viene con su vida sin

mancha y la entrega a quien más la merece. (Con vanidad) Debo

admitir que he sido descuidado. Sólo que no sé hasta que punto. Tal

vez en forma irreparable.

ELENA: Admitamos que ha habido descuidos. ¿No es todo una

interminable serie de descuidos? Además usted sabe que no hay

nada irreparable y menos tratándose de una muchacha de veinte

años frente a un hombre con experiencia de la vida. Tenga confianza

en usted mismo...

(Juan Manuel, de nuevo satisfecho empieza a sonreír; quisiera que se lo

siguiera diciendo, pero Elena se interrumpe porque se abre la puerta que da

al interior y entra Cecilia, va con sus libros bajo el brazo y al ver a Juan

Manuel finge una cómica sorpresa)

CECILIA: ¡Juan Manuel! ¿Desde cuando visitas a mamá?

JUAN MANUEL: (En galán cinematográfico) Vine a verte a ti.

CECILIA: A muy mala hora, no tengo tiempo de hablar contigo. Salgo para

la escuela.

JUAN MANUEL: (Igual) Es que muy pronto, ya no tendrás que ir a la

escuela.

CECILIA: Ya lo sé, tenemos vacaciones.

ELENA: (Cortante) Juan Manuel está diciéndote que muy pronto van a

casarse.

Page 24: los huéspedes reales

24

CECILIA: ¿Sí? Y a mí me gusta tanto ir a la escuela. Es una lástima. (Su

madre la mira con desagrado, Juan Manuel como el hombre que

trasciende, la situación y sabe muy bien que es una broma) Juan

Manuel ¿por qué no te vas a Estados Unidos sin mí? Podemos

casarnos cuando vuelvas?

ELENA: Para entonces es muy posible que Juan Manuel haya encontrado

alguna mejor que tú.

CECILIA: Es posible.

JUAN MANUEL: (De nuevo un galán) No hay en el mundo nadie mejor que

tú.

CECILIA: ¿Sí? ¿Estás seguro? (Hace una caravana) Gracias; su alteza.

JUAN MANUEL: (Pedante) ¿Ve usted, señora? Cecilia es una niña todavía.

ELENA: (Que tiene otra opinión) Te agradecería que hablaras en serio.

CECILIA: ¿No hablo en serio? ¿No es el momento más solemne de mi

vida? Está la mesa puesta y ha llegado el primero de los invitados de

alta alcurnia: el señor Ingeniero Juan Manuel Heredia. Se supone

que soy yo la que ha de recibirlo.

ELENA: Tú y yo vamos a tener una conversación dentro de un rato.

JUAN MANUEL: Por favor no, señora. A mí me encanta ver a Cecilia así.

Está coqueteando.

CECILIA: (Rápida, sintiendo una hostilidad que va a desahogar con su

madre) ¿No te parece que habría que discutir esto con mi padre?

JUAN MANUEL: (Convencional) Desde luego. Nadie ha pensado ocultarle

nada a tu padre; no hay nadie tan bien dispuesto como yo.

ELENA: Yo hablaré con tu padre.

CECILIA: Por supuesto, tú eres su esposa, su secretaría, su planteadora

de problemas. Y yo ¿no puedo decir nada?

JUAN MANUEL: (Igual) Puedes decirle todo lo que quieras. Yo también

puedo hablar con él si te parece. (Cautivador) Tengo tantas ganas de

casarme contigo que me siento capaz de convencer a cualquiera.

Page 25: los huéspedes reales

25

ELENA: (Temerosa) No será necesario. Ernesto sabe tan bien como yo que

ya es tiempo de que Cecilia se case. Lo hemos discutido con

frecuencia, casi desde que Cecilia era una niña.

CECILIA: (Con ton equivoco) ¿Ya ves? Antes de nacer ya era tu esposa.

(Juan Manuel se siente halagado)

ELENA: (Saca su pañuelo como si fuera a llorar) Estás poniéndome muy

nerviosa. Eres muy ingrata.

(Cecilia se pone seria, le tiemblan los labios. Ahora quiere herirlos a los dos)

CECILIA: Perdón mamá. Lo mejor será entonces que hablemos de asuntos

extrafamiliares. Juan Manuel, me parece que pasamos por alto algo

de una importancia vital. Algo relacionado con esta complicidad

matrimonial que estamos tratando. A lo que me refiero es al suicidio

de la señora que me habló por teléfono. ¿Morirá inevitablemente?

JUAN MANUEL: (Le han hablado de algo que prefiere considerar sagrado,

además le parece que se pone en cuestión de autoridad de futuro

marido) Cecilia, todo tiene un límite. No tienes derecho a burlarte de

cosas tan serias.

CECILIA: No bromeo. Quiero saber la hondura de mis responsabilidades.

No me gusta herir a ciegas. (Con la suavidad de la víbora) Dímelo

¿morirá o no?

JUAN MANUEL: (Muy viril) Se ha convencido finalmente.

ELENA: No debe usted darle esas explicaciones. Olvidas tu posición,

Cecilia.

CECILIA: (Sin mirar a su madre) ¿Qué le dijiste para convencerla?

JUAN MANUEL: (Hombre recto y sincero) La verdad. Que mi matrimonio

era algo que debía suceder algún día, que era absurdo esperar que

Page 26: los huéspedes reales

26

no me casara nunca, que era algo previsto por ambos desde el

principio de nuestras relaciones...

CECILIA: En resumen, que ella desde un principio estaba excluida del

festín.

JUAN MANUEL: Si quieres decirlo de esa manera.

CECILIA: Muy bien. Ahora está todo perfectamente claro. Nos casaremos

como estaba previsto, pero nadie morirá. Así es mejor; todo quedará

entre nosotros. (Los mira, ninguno de los dos parece tener nada que

decir) Parece que hemos agotado el tema. El único problema que

había ha quedado resuelto en unos minutos. Ahora, me voy a la

escuela.

JUAN MANUEL: (Encantador) No te vayas, Cecilia. Vamos a salir, a hablar

un rato. Ya no tiene importancia que faltes a clases.

CECILIA: Tengo que irme. Quiero llevar hasta el fin todas las cosas que he

empezado... claro, en tanto que el tiempo me lo permita.

JUAN MANUEL: (Él no está para rogarle a nadie) Como quieras. Podría

acompañarte.

CECILIA: De ninguna manera. Quédate con mamá, acompáñala. (Se

sonríe) Hagan planes. (A Elena, que parece absorta) Adiós, mamá.

(Elena la mira con severidad, lo que enardece a Cecilia) ¿Puedes darle

un recado mío a Isabel?

ELENA: ¿No vienen juntas?

CECILIA: Tengo algo que hacer esta tarde, después de clases. ¿Puedes

darle un recado?

ELENA: Sí.

CECILIA: Dile de mi parte que se ponga a llorar. Obedecerá en seguida.

ELENA: ¿Adónde vas, Cecilia?

CECILIA: (Sonriendo) Adiós, Juan Manuel.

Page 27: los huéspedes reales

27

(Sale y rápidamente cierra la puerta detrás de ella, Juan Manuel que se ha

levantado un momento, vuelve a sentarse lo mas cómodamente posible y

saca un cigarro. Elena mira la puerta con los labios apretados.)

TELÓN

CUADRO V

El mismo día, media hora después.

El parque. Bernardo está sentado en una banca, cerca de una fuente. Lee

un libro, con frecuencia mira hacia los dos lados; por fin se pone de pie y

sonríe. Aparece Cecilia, se dan las manos.

CECILIA: Bernardo. (Lo mira) ¿Qué te pasa?

BERNARDO: No sé. Creí que no vendrías. (La abraza) No me hagas esperar

nunca, nunca. Porque entonces pienso que la última vez que te he

visto es realmente la última y que no te veré nunca más.

CECILIA: Eres un tonto.

BERNARDO: Es que tú no me quieres como yo a ti. Me paso las mañanas

enteras tendido en mi cama, sin hacer nada, sin saber hacer otra

cosa que pensar... ¿Por qué te siento tan lejos en las mañanas?

CECILIA: Porque verdaderamente estoy lejos.

BERNARDO: ¡Déjame hablarte por teléfono!

CECILIA: (Rápida) No.

BERNARDO: Está bien. (quiere olvidarse del motivo que se lo impide)

Cuéntame entonces qué es lo que haces. ¿Qué hiciste hoy?

CECILIA: Desperté...

BERNARDO: Claro. ¿Y luego?

CECILIA: ¿Sabes que a veces me da miedo decirte las cosas que hago?

Pero hoy te lo diré. Escribí un poema de amor. Un poema en que tú

Page 28: los huéspedes reales

28

eras un duende y yo tu amante. (Bernardo cambia de expresión; ha

dicho una palabra pensada por él) Bernardo, eso era en el poema.

BERNARDO: ¿Qué más hiciste?

CECILIA: Pensé en ti con intensidad. Me acordé de cada uno de los besos

que me has dado y... no podía arrancarme de las sábanas. (Bernardo

la besa apasionadamente)

BERNARDO: (Con ella en los brazos) Si supieras cuanto... cuanto te

pienso. (Se aparta, es evidente que no quiere llegar demasiado lejos)

¿Por qué te retardaste?

CECILIA: No quiero hablar de eso ahora. Quiero que estemos contentos.

Es bonito esto de poder decirnos todas las palabras que se nos

ocurren sin engañarnos, sin tener que fingir. Cuando estoy contigo...

(Lo mira, él está alejado, con las manos entrecruzadas, pensativo)

Bernardo. Bernardo por favor, no sufras.

BERNARDO: Es que la felicidad que tenemos viene y se va con la misma

rapidez. Llegas tú y parece que todo se abrillanta, pero hay siempre

un detalle, algo que me hiere. Estás llena de luz y de cuchillos,

Cecilia.

CECILIA: ¿Te he dicho alguna vez cuánto te quiero?

BERNARDO: No, no hay nada que reclamar. No me has engañado.

CECILIA: Pero te quiero.

(Bernardo tiene una pequeña esperanza)

BERNARDO: Eso quiere decir que...

CECILIA: No.

BERNARDO: Entonces ¿para qué me lo dices?

CECILIA: ¿Quieres que te diga por qué me retrasé?

BERNARDO: Ya lo sé. Porque llegó tu novio.

CECILIA: Hay algo más. (Bernardo la mira. No osa preguntar) Vamos a

decirlo de algún modo. No puede decirse simplemente, es

Page 29: los huéspedes reales

29

demasiado... Digamos que llegó un mensajero envuelto en una capa

de terciopelo y montado en un caballo blanco para anunciarme que

debo partir.

BERNARDO: (Indignado) ¡Qué asco! ¡Qué cosa más horrible! (Se pone de

pie) Quiero irme y dejarte, la gente honrada no hace estas cosas. Si

yo fuera una persona decente, nunca hubiera aceptado seguirte

viendo después de saber que estabas comprometida. Te lo digo ahora

aunque sea tarde. ¡Anda a casarte, Cecilia, y déjame solo! (Muy

nervioso, golpeando el suelo con el pie) ¡Anda! ¿Por qué no te vas?

¿Qué estás esperando? (Cecilia se levanta y lo agarra por el saco)

CECILIA: ¡Ya sé que tengo que casarme! ¡Pero no tengo prisa! ¡Y no eres tú

nadie para pedirme que me la dé! ¿Quieres saber algo? Voy a

casarme con la persona a quien más desprecio y no puedo evitarlo.

No puedo. Y ni siquiera sé por qué no puedo. (Luego, en tono más

bajo) Pero te he acariciado como nunca lo acaricié a él y lo he hecho

sinceramente... y nada de lo que te he dicho ha sido mentira. ¿Para

qué mentir si he de perderte de todos modos? ¿No sabes que lo que

tú tienes de mí no lo ha tenido él ni lo tendrá? ¿Qué mas quieres?

BERNARDO: Yo quería... (Violento) No quiero nada, ni esto ni nada.

CECILIA: ¿Por qué no eres generoso conmigo? Dices que me quieres y no

tienes amor para darme un mes de tu vida. Sólo un mes. Nunca

volveré a pedirte nada. Tú podrás seguir adelante y tener mujeres, y

casarte, y todo lo que quieras... pero ahora...

BERNARDO: Me repugna oír hablar de lo que voy hacer después.

CECILIA: Si dejas de verme ¿qué significado tendrá este mes para ti? En

cambio, para mí...

BERNARDO: Para ti... ¿qué?

CECILIA: Es... lo que debe ser. Una dádiva que tú me concedes: la de

demostrarme algo que de otro modo no habría de conocer jamás.

Hay algo difícil de explicar, Bernardo. No sé cómo, pero hay un

momento en que una descubre que se halla en el camino de lo que

Page 30: los huéspedes reales

30

no debe ser y no sabe cómo evitarlo. Hay fuerzas que le empujan a

una, como si le hubieran nacido alas a los pies... y yo... hace mucho

tiempo que estoy en ese camino (Casi está sollozando, es muy

sincera) tanto, que no me acuerdo de haber tenido un solo

sentimiento que yo hubiera podido reconocer como legitimo. Para mí,

todos los amores han sido robados o imposibles. (Solloza y extiende

las manos en gesto de suplica) Nada me pertenece más que tú y un

mes de mi vida...

BERNARDO: No quiero, Cecilia. Me pides un mes y yo siento que no son

treinta días con soles y con noches, sino treinta ocasiones de perder

para siempre la buena conciencia.

CECILIA: (Sin abandonar su tono de súplica) Sé bueno conmigo, Bernardo.

Haz como si me entendieras. Yo pasaré como pasan todos los

desórdenes y un día cuando yo me haya ido, volverán todas las

cosas a su justa medida y estarás a tus anchas. No me dejes ahora.

(Se sienta Bernardo, después de algunas vacilaciones parece ceder y en un

profundo desconsuelo pone la cabeza sobre las piernas de Cecilia.)

BERNARDO: No te cases, Cecilia.

CECILIA: No puedo evitarlo. No me dejes.

BERNARDO: Aquí estaré hasta que llegue el último día y tú me digas que

el mes ha terminado. Después me dedicaré a hacer la contabilidad

de lo se me haya perdido.

CECILIA: (Quedo) Gracias. ¿Cuántas veces te he dicho la palabra gracias?

(Pausa) Bernardo... ¿me deseas? (él se aprieta a ella) ¿Quieres...?

(Bernardo se incorpora para besarla con sensualidad)

BERNARDO: Cecilia... (Sólo pueden acariciarse. Se oye un ligerísimo ruido)

CECILIA: (muy asustada, rechazándolo) ¿Qué es eso?

BERNARDO: (Atontado) ¿Qué?

Page 31: los huéspedes reales

31

CECILIA: Un ruido como de hojas, como de pasos. (Tiembla) Tengo tanto

miedo. (Bernardo quiere acercarse, ella lo rechaza de nuevo) ¡No me

toques! ¡Qué miedo tengo! ¡Qué miedo tengo! ¿Sabes qué es,

Bernardo? Es el pecado que se ha vuelto sonoro. (Desesperada)

Tampoco puedo hacer eso que te he dicho, Bernardo. ¡No puedo

hacer nada! Ahora lo veo claro y sé lo que va a sucederme. ¡Nunca

podré decidirme a nada! Hay gente que camina siempre en las orillas

de todas las cosas... yo soy así.

BERNARDO: Perdóname. Es que yo no... (hace un gesto de amargura) Es

que en realidad yo tampoco quiero eso, ¿para qué?

CECILIA: No lo sé.

BERNARDO: Para nada. Aquí estamos, en esta banca cerca de una fuente.

Eso es todo.

CECILIA: Es verdad y sin embargo... ¿podremos olvidarnos de ello, como

si nunca se nos hubiera ocurrido?

BERNARDO: Tal vez lo lamentaremos alguna vez.

CECILIA: Tal vez.

BERNARDO: Nos consolaremos pensando que hemos pecado igual.

CECILIA: No seremos malos por ello. No seré yo, porque la culpable soy yo

y no tú.

BERNARDO: (Excitado) ¡Eso no es verdad! ¿Crees que no he pensado en

eso? ¿Crees que era otra cosa que me detenía y no esta? Sé que soy

tu cómplice en todo lo que tú hagas y tengo la misma culpa que tú

tienes. (Amargamente) De manera que alegrémonos juntos. Te

casarás con él todavía virgen y te prometo que no será ese el

argumento que esgrima para justificarme si llegara el caso.

CECILIA: Eso es... es necesario pecar con elegancia. Herir con

profundidad y poca sangre. Alegrémonos.

Page 32: los huéspedes reales

32

(Se ponen en pie y se toman de la mano. Los siguientes parlamentos se

dicen mientras ellos avanzan lentamente, deteniéndose a veces, hasta salir

de escena.)

BERNARDO: Caminemos por el sendero de la sinrazón, sin pararnos a

averiguar las causas, como si los dos tuviéramos alas en los pies. Ya

sabemos que el orden, de algún modo, ha de restablecerse. No nos

impacientemos.

CECILIA: Vamos por un río que se mueve en dos sentidos al mismo

tiempo, por un viento que sopla de norte a sur y viceversa, por una

calle que declina y asciende.

BERNARDO: Es corto este camino después de todo. No requiere todo

nuestro esfuerzo, no ha de exigir todo nuestro cansancio.

CECILIA: Es corto, es corto, es corto.

(Han salido de escena. La banca, la fuente, el parque)

TELÓN

CUADRO VI

Sala de casa de Cecilia. El mismo día por la noche. Entra primero Ernesto,

luego Elena con su costura. Elena empieza a coser y luego de una pausa,

muy amable.

ELENA: Has estado muy callado durante la cena. (Pausa, no obtiene

respuesta) No has dicho una palabra.

ERNESTO: (Hosco) Y tú quieres que hable ¿verdad?

ELENA: (Ya decidida) Es cierto que necesito hablarte.

ERNESTO: No veo la necesidad de decir nada.

Page 33: los huéspedes reales

33

ELENA: ¿Qué te pasa, Ernesto? Nuestro matrimonio ha sido el mejor que

he conocido hasta los últimos meses. Ahora, parece que vives en otra

parte, vas y vienes sin hablar. Cuando estamos solos te sientes

incómodo, como si mi presencia te estorbara.

ERNESTO: Dime lo que quieres que te diga. Directamente, por favor. Te lo

agradecería mucho.

ELENA: (Dulce) Quiero saber si todavía ocupo mi lugar dentro de tu alma.

Que soy tu compañera como siempre lo he sido.

ERNESTO: No mientas, Elena. Ese es sólo el camino para llegar a algo.

Supongamos que lo he dicho. ¿Por dónde van ahora tus

pensamientos?

ELENA: Por allí. (Apasionada) Sólo eso quiero, Ernesto. No hay nada que

valore más en el mundo que ser amada por ti.

ERNESTO: No abuses de las palabras de la juventud. Somos un par de

viejos.

ELENA: (Dispuesta a ganar el punto, riendo) Todavía estamos vivos. Yo,

todavía siento, todavía tengo esperanzas, hago planes.

ERNESTO: (Fastidiado) Eso último es verdad.

ELENA: ¿Desde cuándo no me crees?

ERNESTO: ¿No te creo? Te creo al pie de la letra. Tú eres de esas personas

cuidadosas, tus pasos siempre se encaminan por un pasadizo de

verdades. No hay nadie en el mundo a quien crea más que a ti.

ELENA: (Con cierto orgullo) Tengo la cabeza llena de canas, ya no soy

hermosa, no ágil, no brillante, pero todavía me siento con derechos.

ERNESTO: Nadie te los discute.

ELENA: (Enojada de pronto, pero con cierta cautela) Tú me los niegas. ¿Me

casé contigo para que presenciaras cómo envejezco sola? Alguna vez

me dijiste que el único goce de la vejez era la compañía. ¿Es

compañía sentarse el uno frente al otro con las ideas lejos? ¿Es

compañía la que tú me das?

ERNESTO: (Como un eco) ¿Es compañía la que tú me das?

Page 34: los huéspedes reales

34

ELENA: (Violenta) ¡Sí! Durante veinte años no he pensado sino en ti, a

nadie he servido sino a ti, no he salido a la calle más que contigo...

Podría decirse que los últimos años de mi vida no han tenido otro

objeto que el de acompañarte.

ERNESTO: (Con una ligera maldad) En forma muy extraña. Es cierto que

tu tiempo ha estado dedicado a mí; pero tal vez las mujeres no

pueden concentrarse en un solo objeto sin caer en el exceso. No

pueden bordar en línea recta, todo se vuelve círculos, curvas,

recovecos: la diversión del que no avanza por no llegar al fin. Cuando

piso esta casa, pongo los pies en la más medida y calculada de las

urdimbres. ¿Imaginas que no tengo olfato? ¿Crees que no percibo un

ambiente de trampas y complicidades? Pues bien, ese es el resultado

de tus ocupaciones, demasiado densas para la vida de un solo

hombre.

ELENA: ¿He sido entonces una mala esposa? ¿Ha sido nuestro matrimonio

un fracaso?

ERNESTO: ¿Cómo voy a saberlo? La respuesta has de tenerla tú,

seguramente. No podría fallarte, dentro de tus verdades, la última

respuesta.

ELENA: (Orgullosa) La última respuesta la sabremos después, Ernesto, tú

y yo, aunque te parezca muy extraño, tenemos un futuro.

ERNESTO: ¿Necesito un futuro? ¿Lo quiero? ¿Me servirá de algo?

(Pausa. Elena recuerda que no puede perder esta oportunidad de hablar con

él y decide pasar por alto la discusión)

ELENA: (En otro tono, de otro asunto) Debemos pensar en Cecilia.

ERNESTO: (Rápido) Cecilia. ¿Lo ves? ¿Ves cómo no querías hablar de

nuestro amor de cincuenta años?

ELENA: Cecilia es nuestra hija.

Page 35: los huéspedes reales

35

ERNESTO: ¿Sabes a qué huele esta casa? Desde la puerta, desde la

escalera, se siente un olor a podrido. El olor a traición.

ELENA: (Como si acabara de descubrirlo) Ernesto, tú no quieres que

Cecilia se case.

ERNESTO: ¡Al fin! ¡Al fin! Por primera vez en veinte años, me has acusado

de algo. Antes te habías ingeniado para hallarme disculpas... ¿He

dicho que no quiero?

ELENA: No, pero te niegas a hablar de ello.

ERNESTO: ¿Para qué? ¿No tienes ya numeradas las razones de nuestros

argumentos? Puedo pasarlos por alto, si sé que al fin y al cabo

siempre habré de aceptarlos. Lo que tú deseabas es que te diera

oportunidad de tejer a mi alrededor como una araña, hasta

inmovilizarme. Pues bien, mírame, estoy atrapado e inmóvil. Puedes

ahorrarte la estrategia del sitio. ¡Qué se case Cecilia! (Pausa, con más

clama y con igual dureza) Ya lo he dicho. No podrías haber obtenido

un consentimiento más explícito.

ELENA: (De pronto, fingiéndose muy débil) Somos viejos, Ernesto.

ERNESTO: Somos viejos para afrontar la responsabilidad de una hija

soltera de veinte años, pero no somos lo suficientemente viejos para

no albergar sueños deformes de la felicidad...

ELENA: Me lastimas como nunca antes. Como nunca.

ERNESTO: Me señalas el mayor de mis errores. La mujer que no vive con

un hierro en el pecho siempre lo tiene demasiado a la mano y no

sabe qué hacer con él, hasta que al fin lo clava. (Elena está más

asombrada que adolorida, se ha salido con la suya) Quiero estar solo.

Ve a tu cuarto y trabaja y cuando yo entre en él, ten cuidado de que

el hilo de tus bordados no esté en suelo. No quiero sentirlo enredado

en los pies. (Elena vacila, está de pie cerca de la puerta) Vete. O

¿quieres oír de nuevo lo que ya te he dicho, para estar segura? ¡Qué

se case Cecilia! ¡Qué se case Cecilia!

Page 36: los huéspedes reales

36

(Elena juzga que es mejor irse, en otro momento se pondrá en mejores

términos con su marido. Ahora, es mejor ser discreta. Sale. Ernesto está

desesperado, no sabe que hacer con sus sentimientos. Poco después entra

Cecilia de la calle. Realmente ha emprendido el vuelo y no sabe detenerse.

Al entrar abre la puerta y se queda apoyada en ella, sin aliento. Se miran)

CECILIA: (Con una sonrisita) Vine corriendo. Parece como si hubiera

volado. Es porque el aire... (Se da cuenta del estado de su padre y

sabe la causa) Papá... háblame.

ERNESTO: (Haciendo un esfuerzo) Cecilia, hoy... no puedo.

CECILIA: Yo sí puedo hablar. Al entrar, sabía que estabas aquí y me

alegré, porque hoy sé tantas cosas...

ERNESTO: (Momentáneamente más tranquilo) Yo he descubierto algunas.

Pero temo que por esta vez sea inconveniente comunicárnoslas.

Porque las que yo sé van a la muerte y las que tú sabes van a la

vida. (Pausa, muy melancólico) A veces me pregunto: si nada esta en

mis manos, ¿por qué no he muerto ayer? ¿Por qué no tengo la

seguridad de que voy a morir mañana muy temprano, al amanecer,

antes de escuchar la primera palabra del día? Esa palabra que es

siempre la demostración de que debí haber muerto hace algún

tiempo.

CECILIA: No digas eso. Yo venía a decirte una cosa buena. A pedirte una

cosa. Yo a veces siento que me voy y no quiero irme, quiero

quedarme aquí, detenida, como para que no me pase nada. ¿Por qué

no me detienes?

ERNESTO: ¿Cómo?

(Cecilia se acerca, se arrodilla a su lado, le habla con el rostro muy cerca del

suyo)

Page 37: los huéspedes reales

37

CECILIA: Toda va tan de prisa que parece imposible interponerse y sin

embargo hay algo, una sola cosa que volvería mis pies como de

piedra. Tú ya sabes que es, ¿verdad?

ERNESTO: No. Quiero oírlo. Dímelo.

CECILIA: Una palabra tuya. Hay algo que puedes hacer todavía. Hazlo.

Detenme. Dime: “Cecilia, no te cases. Quédate aquí a mi lado”. Pero

no puedo hacerlo si tú no me lo dices, necesito escucharlo.

ERNESTO: (Amargamente) Como la mayor parte de las mujeres, sufres de

un desenfrenado amor a las palabras. Aquello que se calla es a veces

más fuerte que lo que se dice y hay alguna razón más fuerte todavía

para no decirlo; una razón oculta, indescifrable, confusa y bárbara.

Y no es eso lo peor, lo peor es que aunque aquello que se haya

escondido en lo más oculto del pecho, no es como un objeto que se

esconde y puede disimularse, es una enfermedad que corroe, que

sale por los ojos, que mancha las manos... y me contagia.

CECILIA: Es lo mismo de siempre. Donde voy y haga lo que haga siempre

hay algo que no puede explicarse. (Con rabia) Parece que desde que

nací no hago más que nadar en agua turbia.

ERNESTO: (Quisiera borrar lo que dicho) Hija.

CECILIA: Seamos malos, entonces. Tal vez con ese mal se eviten muchos

otros. Si me dices lo que pido, en vez de difundirla, podremos

encerrar la enfermedad en esta casa. Seré buena. Viviré a tu lado y

conversaremos todas las noches, no saldré a la calle. ¡Dime que no

me case!

ERNESTO: No puedo. El mal no es nuestra cercanía, es tratar de

confundir y detener el curso de las cosas. ¿Adónde vamos tú y yo

juntos? ¿Adónde va un viejo con una niña? Piensa que tú vivirás

años y años después de que yo desaparezca.

CECILIA: ¿No vas a decírmelo?

ERNESTO: No puedo.

CECILIA: ¿Te das cuenta de lo que implica tu negativa?

Page 38: los huéspedes reales

38

ERNESTO: Muy hondamente.

(Cecilia se pone de pie como enloquecida, camina por la sala)

CECILIA: Entonces, ¡que el mundo entero se llene de agua turbia!

Repartamos semillas, sembremos, veamos florecer. Iniciemos

cadenas de traiciones. Adelante. Caminemos por el mundo infestado.

Que se extienda la llaga y que se multiplique. ¡Tendré hijos, tendré

nietos, viviré mucho tiempo y podré demostrar que el origen de sus

desgracias fue una palabra que tú no te atreviste a decir!

(Ernesto se ha puesto de pie frente a ella y la mira casi con terror, ella

también lo mira sin aliento)

TELÓN

CUADRO VII

Un mes después por la mañana.

Recámara de Cecilia. Una cama, un tocador, sillas, biombo. El vestido de

novia está colgado de un gancho alto para que no arrastre. Detrás del

biombo se escucha la voz de Cecilia, en murmullos cortados.

CECILIA: Esto era... así se sentía... tenían razón todos menos yo... Isabel y

Bernardo tenían razón... Isabel y Bernardo... Isabel y Bernardo

tenían razón... eso era... esto era...

(A la mitad del parlamento entra Isabel muy silenciosa, vestida como para la

boda, escucha lo que dice Cecilia y hace ademán de taparse los oídos, por

fin prefiere interrumpirla.)

Page 39: los huéspedes reales

39

ISABEL: ¡Cecilia! (Cecilia no contesta) ¿Qué estás haciendo?

CECILIA: (Con una desesperación que disfraza con impaciencia)

Poniéndome el fondo. Me aprieta.

ISABEL: ¿Ya estás peinada?

CECILIA: Sí. Ya vino una mujer a peinarme y a pintarme. Me dejó como...

debo estar.

ISABEL: (Después de una pausa) Es tarde. ¿Quieres que te ayude?

CECILIA: (De pronto como si hablara de otra persona muy distante) No,

Cecilia no necesita ayuda.

(Tarda todavía un momento, luego aparece. Lleva un fondo largo y ceñido a

la cintura, tiene el rostro más atemorizado de la tierra)

ISABEL: (Alarmada) No pongas esa cara... La gente está empezando a

llegar.

CECILIA: (Débil) tengo miedo. No tengo fuerza. (Se deja caer sobre la cama,

Isabel se acerca a consolarla) ¡No sé si podré! No he dormido en toda

la noche. A las dos de la mañana me sorprendí en la puerta de la

calle, con el abrigo puesto. Pero no me atreví. Vi los regalos

colocados sobre una mesa, las botellas de sidra y no me atreví a

hacer un nuevo fraude. Me dio vergüenza... ¿Es eso lo que hace todo

el mundo la noche anterior a su boda?

ISABEL: (Dura) Sabes muy bien que no.

CECILIA: Pero Cecilia está loca, ¿verdad? (Desesperada) ¿Por qué estoy

aquí con este traje? ¿Qué hace allí ese vestido? ¿Por qué llega gente

a mi casa? ¿Qué quieren?

ISABEL: Cálmate Cecilia. Tal vez no es demasiado tarde. (Como con una

idea luminosa) ¡Quítate eso y vámonos! Todos están demasiado

ocupados para darse cuenta. Vamos mi casa que es tu casa.

Tendrán que inventar alguna mentira para explicarlo.

Page 40: los huéspedes reales

40

CECILIA: (Violenta) ¡Es que yo no quiero volver! ¡Es que nadie quiere que

vuelva! ¿No has entendido que todos quieren que yo me vaya?

ISABEL: (Enérgica) No te das cuenta que hacer esto es peor que si te

matas. No te cases... ¿No sabes lo que eso significa?

CECILIA: (Calmada) ¿Qué significa?

ISABEL: Toda la vida. ¿Sabes que es eso? Toda la vida. Ya no podrás

escoger nada ni hacer nada. Todo estará ya decidido.

CECILIA: (De nuevo como si hablara de otra) Cecilia tiene que irse.

ISABEL: Nadie tiene que irse de su casa.

CECILIA: Estorbo... todos tienen que irse de su casa, Isabel, hasta Cecilia.

(Tocan a la puerta. Cecilia, aterrorizada de nuevo, se abraza a Isabel)

ISABEL: ¿Quién?

LA VOZ DE ELENA: Dile a Cecilia que se apresure, es casi la hora.

CECILIA: (Quedo) ¿Ves? No quiere perder el tiempo. Los minutos e le

hacen largos para que yo me vaya.

ISABEL: (En voz alta) Sí, señora. (A Cecilia) Vámonos.

CECILIA: No puedo irme.

ISABEL: (Rechazándola) Nunca creí que fueras tan cobarde. ¡Acuérdate,

toda tu vida! ¿No quiere decir eso nada?

CECILIA: ¡No! ¡No quiere decir nada! Yo nunca he planeado mi felicidad

porque nunca he creído en ella. ¡No me importa nada!

ISABEL: (Furiosa) ¡Vístete, entonces! ¿Por qué te echas a temblar en tu

cama en vez de salir, llena de orgullo, a empezar tu desgracia?

CECILIA: (Agotada) Porque Cecilia es débil, a pesa de todo. Porque su

orgullo se ha perdido y no puede encontrarlo en este momento. (Se

levanta, camina) ¿Dónde está todo? ¿Dónde están mis motivos?

¿Dónde está la violencia que me ha empujado todo este tiempo?

Parece que estoy tan cansada que no podré dar un paso más.

Page 41: los huéspedes reales

41

¿Quién me ha dado esta tregua en el momento más inoportuno?

¿Para qué me la ha dado?

ISABEL: Vístete. (Cecilia se dirige al vestido, va a descolgarlo pero retira la

mano como si hubiera tocado una serpiente)

CECILIA: No puedo.

(Entra Elena, elegantemente vestida)

ELENA: Cecilia ¿por qué no estás vestida? ¿Es este el momento de

conversas? Se han pasado años hablando, ¿no se han dicho

suficientes cosas?

CECILIA: (Temblorosa) Creo que voy a enfermarme.

ELENA: (Mirándola fijamente) No te creo. Isabel, trae un vaso de coñac.

Solo. (Isabel obedece inmediatamente. Elena, con los labios

apretados, descuelga el vestido)

ELENA: Acércate. (Cecilia, todavía temblando, obedece) Levanta los brazos.

(Cecilia se deja hacer. Elena, con rapidez y habilidad le pone el

vestido, se lo abrocha, etc. Entra Isabel con el caso, se lo da a Cecilia)

CECILIA: (Mirándolo) Es mucho.

ELENA: (Que le empuja el vaso) Tómatelo. (Cecilia se lo toma de un golpe.

Esta allí, de pie. Mareada) ¿Dónde está el velo?

CECILIA: Con mi inocencia.

ELENA: (Enojada) ¿Y el ramo?

CECILIA: (Consecuencia lógica) No sé... (Elena la mira con infinita paciencia

y sale dando un portazo)

ISABEL: ¿Cómo te sientes?

CECILIA: Mejor. (Pausa) Mucho mejor. ¿Dónde está la lista de invitados?

ISABEL: No hicimos lista. Tu madre y Juan Manuel rotularon las

invitaciones.

CECILIA: Tengo la seguridad de que falta una.

ISABEL: No lo creo. ¿Quién?

Page 42: los huéspedes reales

42

CECILIA: Una para Bernardo. (Se vuelve, observa el descompuesto rostro

de Isabel) O tal vez no. Él es un invitado que se adelantó un poco...

para ser exacta llegó un mes antes de la boda. Tenía prisa... es de

los que llegan con anticipación y se van antes de que la fiesta

termine.

ISABEL: (Nerviosa) Cállate, Cecilia.

CECILIA: Tú lo sabías...

ISABEL: No estoy ciega.

CECILIA: Y ¿qué piensas?

ISABEL: Pienso que fue una infamia.

CECILIA: No pienses nada. No pasó nada. ¿No es ridículo? ¿Por qué no...?

(Isabel se acerca con un gesto, para callarla)

ISABEL: Por favor, por favor.

CECILIA: ¿No tengo derecho a contar una historia inexistente? ¿Todas las

historias tienen que ser ciertas? (Tocan)

ISABEL: Cállate. (En voz alta) Adelante. (Entra Juan Manuel, vestido

también para la boda)

JUAN MANUEL: (Afectado, sintiéndose muy atractivo) Cecilia... estás muy

hermosa.

CECILIA: Cecilia está sencillamente lista para la fiesta.

ISABEL: Es de mala suerte que el novio vea a la novia antes de la boda,

eso no se hace.

JUAN MANUEL: Para nosotros no hay mala suerte posible. ¿Verdad

Cecilia? (Cecilia sonríe maligna, Isabel muy nerviosa)

ISABEL: Ya es la hora, pero falta el velo. (Saliendo) Vuelvo enseguida.

(Juan Manuel quiere besar a Cecilia. Ella le rehuye)

CECILIA: Tengo mal aliento. Alcohólico ¿sabes? (Señala el vaso)

Page 43: los huéspedes reales

43

JUAN MANUEL: (Ríe complacido) ¿Estabas muy nerviosa? Claro, era muy

lógico... (Antipático, quiere hacerse el malicioso) Pero cuéntamelo,

linda, ¿por qué estabas nerviosa? (Cecilia calla) ¿tienes miedo?

CECILIA: (Con desprecio) Es porque no entran el ramo.

JUAN MANUEL: (Gentil) ¿Quieres que vaya yo mismo a buscarlo?

CECILIA: No, Juan Manuel... (Va a llorar, logra contenerse) Falta un

invitado, se llama Bernardo... Un duende que me visita. Le escribo

cartas y poemas.

JUAN MANUEL: (Lo sabe todo) Me tienes miedo, por eso estás nerviosa.

Pero yo soy un hombre muy cariñoso, Cecilia. Seré muy delicado.

CECILIA: (Fastidiada) Te lo agradeceré mucho, pero por el momento te

agradecería mucho más que...

(Entran Elena e Isabel con el velo y el ramo respectivamente)

ELENA: Ven, voy a ponértelo. (Le cubre el rostro con el velo y le pone el

ramo entre los dedos)

JUAN MANUEL: (Muy gentil, una concesión) ¿Quieres que llame a tu padre

para que te vea?

CECILIA: (Haciéndose la distraída) Es de mala suerte que el novio vea a la

novia antes de la boda... ¿qué decías...? ¡Ah! No, me verá después.

ELENA: (Rápida, es mejor que lo diga de una vez) Ernesto salió un

momento, Juan Manuel. Lo veremos en la Iglesia, tuvo un asunto

urgente y...

CECILIA: Ernesto no quiere ver a Cecilia. Ahora resulta que no quiere

verla....

JUAN MANUEL: No hagas caso de esas cosas, no tienen importancia. Este

es un día muy especial.

CECILIA: Si me enojo debajo del velo, nadie se dará cuenta.

ISABEL: (Mirando hacia fuera) Ya llegó el coche. Está abajo, esperándolos.

CECILIA: ¿Es un coche forrado de blanco, adornado con azahares?

Page 44: los huéspedes reales

44

JUAN MANUEL: Es el más lujoso que pudo encontrarse.

CECILIA: ¿Y está listo el banquete? ¿Con un clave rojo cerca de cada plato

y las fuentes vacías?

JUAN MANUEL: No. Todo es abundancia y hay una flor blanca cerca de

cada vaso.

CECILIA: Vamos, entonces. (Salen)

(Isabel va a sentarse sobre la cama de Cecilia)

ELENA: Vamos, Isabel. Es la boda de tu mejor amiga. (Isabel no obedece y

se queda sentada, muy tiesa) No hay muchos días de estos.

(Después de todo, no le interesa. Le da la espalda, sale y cierra la puerta)

TELÓN

CUADRO VIII

Cuatro horas después, cuarto de Cecilia. Isabel está sentada donde la

dejamos, no se ha movido. Una música alegre de baile, que va y viene.

ISABEL: (En voz baja) No, Cecilia. No estuvo bien hecho. Aunque no

quisiste irte cuando te lo propuse, todavía puedes ser feliz. Juan

Manuel es el sueño de todas las mujeres, tendrás hijos, una casa

toda para ti... ¿Por qué no quieres tener nada, Cecilia? ¿Por qué no

aceptas que te quieran? Yo siempre te he querido mucho y nunca me

has prestado atención; he sido para ti como un títere que se baila a

voluntad y que no tiene sentimientos propios. Eso es malo. Si no

sabes querer a las personas, deberías por lo menos apreciar su

cariño. (Cecilia, muy quedo, aparece en la puerta y escucha) Vuelve

Page 45: los huéspedes reales

45

en ti, Cecilia, no estés loca. Cecilia, por favor, sé feliz. Cecilia,

preocúpate por tu felicidad.

CECILIA: ¿Por qué no esperas a que esté aquí para hablarme? (Isabel se

tapa la cara) ¿Qué te pasa?

ISABEL: No me gusta que me sorprendan.

CECILIA: Vine a traerte mi ramo. Te lo regalo.

ISABEL: (Con los ojos bajos) Gracias.

CECILIA: ¿De qué hablabas?

ISABEL: De... tu felicidad.

CECILIA: ¿Qué es eso? ¿qué quiere decir esa palabra? ¡Ah, sí! Ahora lo

recuerdo. La felicidad es haberme tomado todas las copas que me

han ofrecido, así de un solo trago, hasta el final. Y haber bailado

hasta el cansancio el día de mi boda (señalando la cola) y haber

arrastrado este trapo tanto como he podido por todos los suelos de

mi casa, por la calle, por la iglesia y haber reído enseñando todos los

dientes y haber gritado y haber recibido los abrazos de felicitación

entre sollozos. ¡Eso es! ¡Está detrás de esa puerta! La felicidad es el

ruido, es el pecado convertido en música, en palabras, en

borrachera. ¡No te equivoques, Isabel! ¡No te entristezcas! Me parece

mal que te hayas encerrado en mi cuarto para no contemplar mi

dicha. Por primera vez en tu vida has sido egoísta conmigo; debiste

haber venido a bailar al compás de mis zapatos, a sentir cómo entre

taconazo y taconazo se deslizaba el tiempo, ¿por qué no quisiste

venir a bailar conmigo la primera pieza? Vamos ahora, porque

pudiera no haber otra oportunidad. (La ligera intoxicación que

mostraba Cecilia en un principio se ha convertido en una borrachera

psicológica llena de violencia. Levanta a Isabel de la cama con fuerza

y quiere hacerla bailar)

ISABEL: (Resistiéndose) Cecilia. Has tomado demasiado.

CECILIA: Sí. ¿No era eso lo que todos querían? Una novia alegre. ¡Baila,

Isabel! ¡Nunca más te permitiré bailar conmigo! (Isabel se rehúsa,

Page 46: los huéspedes reales

46

terriblemente humillada y Cecilia va girando hasta la puerta que

justamente en ese momento se abre y deja entrar a Ernesto, Cecilia se

tropieza con él y lo abraza) Baila tú también. (Le hace dar unas

vueltas y luego Ernesto se separa. Pasa por un momento extraño, ha

perdido la conciencia de su conducta y no sabe qué hacer ante Cecilia)

Es lo menos que puedes hacer ahora, después de haber llegado tan

tarde. (Se ríe) Ese es el defecto principal de esta fiesta: unos llegaron

temprano, otros tarde y otros, tal vez los principales ¡No llegaron

nunca! (Cecilia, incapaz de detenerse, sigue bailando, ahora con los

brazos alrededor de un personaje imaginario. Mientras ella baila

Ernesto e Isabel van acercándose a la puerta.) Anda, Bernardo, baila

conmigo la danza del absurdo. No tropieces, amor mío, que absurda

y todo, esta música tiene un ritmo y compás. Anda, este es nuestro

último baile. ¿No será posible enloquecer juntos por última vez?

(Aprieta los brazos hasta cruzarlos sobre el pecho y se detiene)

¿Dónde estás? Aire. (Mueve los brazos hasta dejarlos caer a lo largo

del cuerpo) Aire. (Los mira. A Ernesto) Isabel se escondió en mi

cuarto. ¿En qué cuarto te escondiste tú? (Ernesto no puede hablar,

no quiere, además) ¿Necesitas consuelo? ¡Pues yo puedo dártelo!

(Señalando a Isabel) ¡Qué te consuele ella y que al mismo tiempo te

cuente sus penas! ¡Cuéntale tú las tuyas, si tienes! Anda si te hace

falta, ve a buscar la pureza donde está la pureza... y no la manches.

Hay algo en ti que no es bueno... (La mirada de Ernesto es digna,

impotente, Cecilia lo sabe) ¿Por qué has venido a verme? ¿No podías

haberte quedado un rato más en el lugar donde estabas? ¿Por qué

no dejas que me vaya sola? (La voz de Cecilia empieza a desafinar

peligrosamente, va a sollozar a gritos) Allí están los dos, como

testigos... ¿Podrían decirme bajo palabra, qué es lo que han visto?

¡Nada! ¡Los dos me abandonaron! (Rompe a llorar desesperadamente)

¿Qué me ven? ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Quiero estar sola!

Page 47: los huéspedes reales

47

(Salen. Cecilia va al espejo, se arranca el velo y lo tira. Empieza a quitarse el

vestido con rabia, como si quisiera romperlo. Por fin logra quitárselo y lo

echa al suelo. Va detrás del biombo y poco después se abre la puerta. Es

Juan Manuel.)

JUAN MANUEL: Soy yo, Cecilia. (Vemos volar el fondo que cae junto al

vestido. Juan Manuel se pasea y es obvio que trata de pensar algo

para justificarse.)

CECILIA: (Después de una pausa) ¿Qué se te ofrece?

JUAN MANUEL: Cecilia... (Empieza por actuar una indignación que luego se

vuelve sincera) Estoy furioso. Y lo peor es que ya sabía lo que iba a

pasar. Lo primero que vi cuando llegamos a la iglesia fue su cara.

Luego, el grito y el desmayo. Tenía que estar presente, tenía que ver

mi boda, seguirme hasta lo último. No comprendo por qué algo que

todos los hombres hacen, a mí me resulta tan molesto. ¡Es mi mala

suerte! A mi todo me sale mal... Es que nadie hubiera podido

imaginarse... yo, francamente, creí que a estas alturas ya se habría

tranquilizado... pero hay mujeres que no olvidan pronto. Claro, hay

cosas que tampoco pueden olvidarse con facilidad... pero hubiera

podido tenerme un poco de consideración. (Sale Cecilia vestida con

un traje sastre muy sencillo. Se apoya en la pared sin expresión en el

rostro) Si se matara esta noche... (Juan Manuel la mira y le parece

que está enojada, recuerda que su papel sería disculparse)

Comprendo que estés ofendida, Cecilia. Esa mujer te ha puesto en

ridículo. Merecería que la hubieran metido a la cárcel. Realmente...

no sé cómo se atrevió a hacerte una cosa así. Lo que pasa es que

todas esas son unas...

CECILIA: (Con voz baja) Casi no me di cuenta de lo que pasó. Ni siquiera

oí el grito.

JUAN MANUEL: (Presintiendo el enojo) Yo soy un hombre como cualquier

otro, no he hecho cosas peores que ninguno y sin embargo, ya ves...

Page 48: los huéspedes reales

48

Lo que quiero que pienses, antes de juzgarme, es que las situaciones

son a veces perfectamente inofensivas y de pronto quién sabe que

pasa... De todas maneras fue una falta de respeto para contigo y

quiero que sepas que yo también lo veo así.

CECILIA: (Pensando en otra cosa) Nada desaparece. Las personas se van,

se despiden, se besan en una calle oscura para decirse adiós, huyen

en diferentes direcciones... y luego resulta que ya se han ido.

JUAN MANUEL: Me alegra que lo tomes con esa calma. Pero yo no puedo

hacerlo así. (Con rabia verdadera) ¿Por qué tenía que echarme a

perder mi boda? Me parece que no había ninguna necesidad de

ponerme en boca de toda esa gente... ¡Cómo los odio, Cecilia! Esos

invitados se han vueltos mis enemigos en un segundo. He tenido que

ir de grupo a otros, repitiendo frases de compromiso, ahogado de

humillación, enfrentando las miradas de reproche de tu familia y las

frases de burla de mis amigos. ¿Por qué toda la gente tiene que ser

tan idiota? A veces me acercaba sin que se dieran cuenta y siempre

estaban comentando lo que sucedió. ¡Qué estúpidos! Estoy

asqueado...

CECILIA: Yo, en cambio, no oí nada.

JUAN MANUEL: Claro, porque contigo se portaban mejor, pensaban que

eras mi víctima. ¡Qué mujer tan imbécil!

CECILIA: No se hace por tontería... tal vez, la desesperación...

JUAN MANUEL: (Grosero) Tú no sabes de eso.

CECILIA: Yo sólo puedo hablar de cosas que no existen ¿verdad?

JUAN MANUEL: (En marido) Tú sólo puedes saber cosas que saben las

mujeres decentes. Además, es mi culpa, no debí haberte hablado de

esto. Lo que pasó ya no tiene remedio. Ahora eres mi mujer y basta.

CECILIA: Muy bien. Basta. No pierdas el tiempo en lamentaciones

inútiles. Si algo te molesta, olvídalo... Tienes razón en decir que no

hay para qué hablar de ello.

Page 49: los huéspedes reales

49

JUAN MANUEL: Bueno... nadie va a impedirme que yo hable de lo que yo

quiera.

CECILIA: ¿Estás peleándote conmigo?

JUAN MANUEL: Estoy hablando con mi esposa. (Cecilia cae en la cuenta

de lo que le espera. Para esas respuestas no tiene palabras, acude a

la ironía, descubre que acudirá a la violencia o a cualquier cosa...y no

está preparada. Por lo pronto quiere llorar.)

CECILIA: (Con la voz ronca en llanto) ¿Quieres que nos vayamos?

JUAN MANUEL: (Ahora se disculpa, pero no con mucho entusiasmo)

Perdóname, es que en casos así...

CECILIA: En casos así... Vámonos. (Toma fuerza de flaqueza) Vamos a

despedirnos de todos y anunciarles que ha empezado nuestra luna

de miel. (Quiere salir con prisa, pero Juan Manuel la detiene en la

puerta y la besa largamente en la boca)

JUAN MANUEL: (Con cierta autoridad) Bueno, ahora sí vamos.

(Salen, La toma del brazo con fuerza. Después de un rato, entra Elena,

recoge el vestido de novia, el fondo, los envuelve sin cuidado y se los

pone debajo del brazo)

TELÓN

CUADRO IX

Sala de casa de Cecilia. Dos horas después. Elena, todavía en traje de

fiesta, está terminando de poner en orden y de limpiar. Hay platos y

botellas vacíos, servilletas de papel tiradas, vasos, etcétera. Aparece

Ernesto silenciosamente por la puerta que da al interior. Elena cae en la

cuenta de que es observada, se vuelve y se sonríe, empieza a acercársele.

Page 50: los huéspedes reales

50

ELENA: (Con su voz más suave) Ernesto, estamos solos. (Pausa) Como un

día, hace mucho tiempo... ¿te acuerdas’ Se fueron los invitados y

quedamos solos. La fiesta fue aquí, era nuestra nueva casa. Yo subí

primero, a cambiarme de ropa... (Se ríe, su voz es inusitadamente

joven) Me puse aquella bata blanca de encajes y luego empecé a

llamarte... todavía la conservo. (Se ríe) Si quieres, hoy... (Calla al ver

que los ojos de Ernesto son duros, después con nuevos ímpetus)

Ernesto, háblame...

ERNESTO: (En voz baja, pero con maldad) Sigue diciendo obscenidades,

Elena. Lo he visto todo y supongo que ahora todo puedo oírlo.

ELENA: (Con un relámpago de ira) ¿Obscenidades?

ERNESTO: ¿Quieres que yo te haga el relato de lo que pasó después de

que bajaste con tu ridícula bata blanca? ¿Quieres que lo haga con

detalles y bajo mi punto de vista? ¿Quieres que te recuerde tus

rubores de mujer de treinta años que quiere garantizar su pureza?

(Calla para esperar que sus palabras hagan efecto) Dime, Elena

¿habías pensado en repetir hoy lo mismo, después de veintiún años,

la misma farsa? (Elena baja la cabeza, pero de ninguna manera está

derrotada) ¡A los cincuenta años! Te advierto que ya entonces fue

inaguantable...

ELENA: ¿Por qué no lo dijiste entonces? ¿Por qué lo dices ahora?

ERNESTO: Entonces, la ocasión era más o menos adecuada. Ahora, es un

poco extraña...

ELENA: ¿Por qué es extraña?

ERNESTO: No lo sabes, ¿verdad? ¿Realmente no lo sabes?

ELENA: No.

ERNESTO: Bueno. (Vacila un momento, parece confundirse un poco) Te

colocas en el lugar de tu hija. En este momento quieres ser Cecilia y

le tienes envidia. Crees tener sus veinte años y estar recién casada.

Has vivido con celos y con rabia de que ella era joven y bonita, por

eso...

Page 51: los huéspedes reales

51

ELENA: ¿No será ella la que vivía con celos de que yo fuera vieja y esposa

tuya?

ERNESTO: ¡Al fin lo has dicho! Me he pasado noches en vela tratando de

imaginarme hasta qué punto eras mal intencionada en tus manejos,

hasta que límite tenías conciencia de que actuabas como la más

vulgar de las rivales. De manera que quieres saborear tu venganza y

después de haber vencido sólo te falta posesionarte del hombre en

cuestión...

ELENA: ¡El hombre es mío y ha sido siempre mío!

ERNESTO: (Se ríe nerviosamente) El “hombre” nunca ha sido tuyo. No se

pelea así por lo que se posee. Tú no podrías poseer ni un árbol, le

chuparías toda la savia, hasta que se secara... o le crecieran piernas

para alejarse de ti.

ELENA: (Que no ve en esto más que el rechazo y el insulto) Le hablas a la

madre de tu hija.

ERNESTO: ¿Qué madre? No has visto en ella más que una competidora y

no has deseado más que destruirla. (De pronto, lo invade una ola de

lástima por Cecilia) La has casado y ella era lo único vivo de esta

casa y esta casa era lo único que ella tenía. Le has quitado todo sin

saber si le dabas algo a cambio. Hubieras querido hacerla pedazos si

hubiera sido lícito y le has... (Rompe a llorar. Pausa. Elena cree que

es su oportunidad)

ELENA: (Con voz dulce) Vida mía, no te pongas así. Ya sé que sientes

mucho la boda de Cecilia. Pero tenía que ser así. Debía serlo. Cecilia

tenía que hacer una nueva casa con un hombre, como todas las

mujeres. Tú no hubieras querido que se quedara sola, ¿verdad?

(Como quien bromea muy sutilmente) Porque entonces se volvería una

mujer de treinta años y al casarse... se comportaría con algo de

ridiculez. (Se ríe) No te hubiera gustado que a Cecilia le asara eso

¿verdad? Además, no debes culparme en esa forma, porque antes de

decidirlo yo te lo consulté... ¿Te acuerdas de aquella noche...? (Este

Page 52: los huéspedes reales

52

parlamento ha tenido la virtud de enfurecer a Ernesto, quien antes de

que Elena pueda adivinar sus intenciones, le de una bofetada. Ella

queda paralizada, no le han pegado nunca)

ERNESTO: Sigue hablando de aquella noche.

ELENA: (Aterrorizada por primera vez) Hablamos muy largo... en forma

muy clara me dijiste que no te oponías... luego, no sé por qué, no

quisiste interesarte en los preparativos, ni invitaste a ninguno de tus

amigos. Yo me sorprendí mucho cuando no te vi en la Iglesia, pensé

que... (Ernesto le da otra bofetada)

ERNESTO: Adelante. Cuéntame lo que pasó en la Iglesia.

ELENA: ¡Ernesto! Por favor... si estás enojado por lo que pasó en la

Iglesia... ¿Cómo lo supiste? (sin aliento) ¡Eso era cosa que no podía

preverse! ¿Quién iba a pensar que la mujer es iba a presentarse?

¡Pero la sacaron enseguida! Yo ni siquiera la vi... Yo pensé que era

una cosa de menor importancia, por eso no te lo dije... cuando lo

supe...

ERNESTO: Hubiera sido un pretexto demasiado bueno, no podías

dármelo. Engañaste a tu hija, la casaste con quien no la quería, pero

eso no tiene mayor importancia para ti... (Se le acerca como para

pegarle otra vez.)

ELENA: (Extendiendo los brazos) No, no la engañé, Ernesto. Ella tampoco

lo quiere, ella tampoco lo...

ERNESTO: Entonces, también lo engañaste a él. ¿Te das cuenta de lo que

has hecho? (Se le acerca más, ella está aterrorizada) ¿Qué has

hecho?

ELENA: ¡Nada! ¡Nada! Todos los matrimonios se hacen así. Hay una

conveniencia para las dos personas, ellas así lo comprenden y

luego...

ERNESTO: ¿Así fue el nuestro?

ELENA: No.

ERNESTO: ¿Te parece bien para tu hija lo que no quisiste para ti?

Page 53: los huéspedes reales

53

ELENA: No, Ernesto. No me entiendes, es que ellos son de ese modo...

ERNESTO: ¿Qué modo es ese? ¿El modo de la infelicidad y el engaño?

ELENA: ¡No! ¡No! ¡Es que ella no podía querer a nadie!

ERNESTO: ¿Por qué? (la sacude) ¿Por qué?

ELENA: ¡Porque nunca ha querido a nadie más que a ti!

ERNESTO: ¿Por qué? ¿Por qué ha sucedido eso?

ELENA: (A gritos, con miedo) ¡Porque tú has sido el único que la ha

querido!

ERNESTO: ¿Quién más debía de haberlo hecho?

ELENA: ¡Yo! ¡Yo!

ERNESTO: Y ¿por qué no lo hiciste?

ELENA: ¡No lo sé! ¡No pude! ¡Nunca pude! (Ernesto la suelta, está cansado

del juego, satisfecho de las respuestas. Elena, deshecha, va a sollozar

en el sofá. Pausa)

ERNESTO: (Con la suave maldad del principio, intensamente) ¿Qué haces

allí llorando? Va a ponerte la bata blanca... esa de encajes. Luego

bajas la escalera, lentamente, cuidadosa de que no se te vean los

tobillos y me llamas... yo iré en seguida, corriendo como un joven

atleta a quien se le ofrece el primer amor. (Pausa) ¿No me cree?

Contéstame.

ELENA: No.

ERNESTO: Haces bien. ¿qué piensas que de hoy en adelante puede haber

entre tú y yo? (Hace un ademán de acercarse)

ELENA: (Desfalleciente) Nada, nada.

ERNESTO: ¿Qué hubo antes?

ELENA: Nada.

ERNESTO: (Sonriendo apenas) Está bien. Puedes irte a tu cama.

Descansa, sueña. (Pausa) Yo no voy a dormir esta noche. ¡No volveré

a dormir ninguna noche! Tengo miedo de soñar, de despertar, de

preguntarme a cada instante: ¿por qué no he muerto ayer? ¿por qué

no muero ahora? (Se vuelve a Elena, que no se ha movido) Amor mío,

Page 54: los huéspedes reales

54

a tu cama. (Elena, aterrorizada, camina hacia la puerta) No te olvides

de la bata de encajes... pero no me llames... y no me esperes. Esa

habitación me trae malos recuerdos. En caso de que vuelva a

dormir, no dormiré contigo...

(Elena sale. Ernesto se mueve torpemente entre los muebles, por fin abre la

puerta de la calle, se apoya en el marco. Tiene el rostro crispado, luego, muy

tiernamente)

ERNESTO: Cecilia, esta noche... Señora, esta noche es... sólo una noche

de luna.

TELÓN

CUADRO X

Sala de casa de Cecilia. Han pasado dos días. Tocan a la puerta. Tocan de

nuevo. Aparece Ernesto muy pálido, muy vacilante, con el traje arrugado.

Abre. Entran Cecilia y Juan Manuel. Ernesto no tiene palabras. Verlos es la

realización de una catástrofe temida y querida, es el peso del mundo sobre

sus hombros. Ellos entran y él se queda de pie, dándoles la espalda. Cecilia

tiene el rostro bajo, pero decidido.

JUAN MANUEL: (Es evidente que trae el discurso preparado) La historia es

corta. Hemos pasado dos noches juntos. (Ernesto se vuelve como

para impedir que siga hablando, pero no se atreve) No he intentado

más que lo normal, lo que cualquier hombre haría. Cecilia me ha

mordido, me ha arañado como una loca. Por fin, anoche cedió

arrogantemente, muerta de repugnancia y lo hizo sólo para poder

decirme a gritos que me odia, que no me había querido nunca; me

Page 55: los huéspedes reales

55

ha gritado en la cara que me desprecia y finalmente me ha dicho que

la traiga a su casa. Aquí está. (Ernesto aprecia con ironía la rabia de

Juan Manuel. Mira a Cecilia de soslayo. Luego, ahogándose.)

ERNESTO: ¿No es suya? ¿No la quería usted? ¿No se casó con ella?

Llévesela ahora.

JUAN MANUEL: Ella me ha pedido que la trajera. No puedo tenerla a mi

lado por la fuerza... ni quiero.

ERNESTO: ¿Consultó usted su voluntad antes de casarse con ella?

JUAN MANUEL: (Sorprendido) ¿Qué? Claro. (Mira a Cecilia buscando apoyo

que ella no le presta)

ERNESTO: ¿O más bien se concretó usted a buscar el consentimiento de

su madre?

JUAN MANUEL: Lo acostumbrado es...

ERNESTO: ¿qué me importa a mí lo acostumbrado? ¿Le pregunto a ella, sí

o no?

JUAN MANUEL: Yo estaba seguro...

ERNESTO: ¿Por qué? ¿Por qué una infeliz enferma lo amenaza de

suicidarse creyó que mi hija estaba locamente enamorada de usted?

JUAN MANUEL: Yo...

ERNESTO: Llévesela. Llévesela inmediatamente.

JUAN MANUEL: (Pedante) Preferiría hablar con la señora Elena.

ERNESTO: Tiene usted preferencias. ¿No quisiera saber lo que yo

preferiría?

JUAN MANUEL: No tengo inconveniente.

ERNESTO: Preferiría que hubiera usted sido menos vanidoso y menos

estúpido... hace tres días. Ahora no es el momento de preferencias

sino de afrontar lo hecho.

JUAN MANUEL: (Esto también había pensado decirlo) Usted ha querido

apoderarse de la vida de Cecilia, impedir su matrimonio desde un

principio. (Brutal) ¿No quería usted a su hija? ¡Pues aquí la tiene!

Page 56: los huéspedes reales

56

(Ernesto salta sobre Juan Manuel con intención de pegarle, Juan

Manuel se contenta con eludirlo y bajarle los puños con fuerza.)

ERNESTO: (Humillado) Vaya usted a ver a Elena. Está en su cuarto... con

algunas mujeres es usted un éxito... (Juan Manuel sale con aire de

triunfo por la puerta que da al interior. La ira de Ernesto cae cuando

siente sobre sus hombros las manos de Cecilia.)

CECILIA: No está todo perdido. Todavía nos quedan muchos años.

Comeremos juntos y yo te iré a buscar a la oficina para regresar en

el mismo tren... En las tardes, tú me irás a buscar a la escuela.

Luego iremos al cine, con Isabel, si quieres. Los tres juntos. En las

noches leeremos y cuanto tú te canses yo leeré en voz alta... hasta

que te duermas. En las mañanas me levantaré antes que tú, a

hacerte el desayuno, te compondré la ropa, le pegaré los botones a

tus sacos y un buen día de sol, después de muchos años, nos

moriremos juntos, en el mismo momento, ni tú antes, ni yo antes.

(Ernesto se vuelve y estrecha a Cecilia, no tiene dominio de sí mismo)

ERNESTO: (Como si ya hubiera aceptado) Y ¿cuándo te enamores?

CECILIA: No llegará el momento porque yo ya estoy enamorada... de esta

casa, de mi cama donde duermo sola... todo volverá a ser como

antes, pero mejor que antes.

ERNESTO: Y, ¿si quieres tener un hijo?

CECILIA: No puedo quererlo si la hija soy yo. Yo soy la niña, la mimada, la

irresponsable, la que hace gracias y llora en secreto cuando la

castigan. La que lee libros sobre personas mayores sabiendo que

nada de eso sucederá a ella. Yo soy mi propia hija. (Ernesto la

estrecha y Cecilia ve su rostro lleno de dudas, piensa que puede

convencerlo. Muy suavemente) Perdóname.

ERNESTO: Estas dos noches han sido dos instrumentos de tortura para

mí. Temía que fueras feliz y no podía soportar la idea de que no lo

fueras. (Apartándola como si la conciencia real de la situación le

hubiera venido de golpe) Voy a hacer un esfuerzo, Cecilia y te juro

Page 57: los huéspedes reales

57

que será el último porque... no puedo más. Quiero hacerte entender

la diferencia que hay entre la salud y la enfermedad, entre la

felicidad falsa y la verdadera. Serías sana y tu felicidad de buena ley

si fueras a vivir con tu marido, a tener hijos, a sufrir por las razones

más sencillas y de acuerdo con la naturaleza. Podrías reír tranquila,

podrías llorar por congojas concretas. La dicha angustiada que

puedes tener a mi lado es como un cosquilleo que termina abriendo

una llaga, es el motivo ajeno a lo que somos que nos tuerce y nos

cambia. Eres una mujer y quieres ser una niña, eres mi hija y

quieres hacer papeles de esposa... y así como el motivo que te

impulsa es ajeno a lo que somos, los resultados serían también

distintos. Tu felicidad sería una fantasía, tus dolores un pecado de

vanidad o un deseo imposible... eso es todo lo que puedo decirte.

CECILIA: Ya lo he pensado. Además sé otras cosas. Todo lo que tú has

llamado falso y malo es algo que puede destruirse con una decisión,

es algo que yo llevo dentro y todas las soluciones constructivas se

convierte en aparato de fantasía y en deseos imposibles. La magia y

la imposibilidad es esa y no la que tú crees. Lo que tú has llamado

fraude es un fraude, pero es completamente real, es una

equivocación, pero una equivocación que existe u que yo no puedo

borrar.

ERNESTO: (Dulce, muy dulce) Lo hago por ti.

CECILIA: (Arrogante) ¿Y tú? ¿No sientes nada? (Ernesto la mira como un

hombre mira a una mujer. Cecilia quiere insistir) ¿Vas a echarme de

nuevo a la calle? ¿Vas a ser un cobarde de nuevo? ¿Vas a poner a tu

niña en manos de...? (Ernesto la abraza de nuevo, esta vez parece

que va a besarla, pero se detiene y la tira con fuerza sobre el sofá.

Cecilia entreabre los labios con una sonrisa)

CECILIA: No volverás a decirme que me vaya. Ha ganado yo. (Ernesto

mueve los labios sin voz) ¿Qué estás diciendo?

Page 58: los huéspedes reales

58

ERNESTO: Puta, decía yo. (Cecilia se le echa encima, furiosa. El la

contiene.)

CECILIA: (a gritos) ¡Tienes celos! ¡Estás celoso! ¡Estás celoso! (Una mirada

de Ernesto la hace callar. Él se cubre el rostro con las manos y

después, con voz queda y monótona.)

ERNESTO: Ya no soy esposo, ya no soy padre, ya no tengo honor, ni

dignidad, ni vejez siquiera, no sé cuál es mi lugar en el mundo, ni el

lugar de los que me rodean, ni cómo son; he sido escarnecido en los

sentimientos que siempre tuve por más altos, he arrastrado por el

lodo todo lo que he sido, he perdido todo. Ya no soy un hombre, ya

no... (No puede seguir, lo sacude un temblor nervioso. Se dirige a la

puerta que da al interior de la casa y sale. Antes que acabe de salir

Cecilia empieza a decir en el estado de excitación que le es peculiar en

esos casos.)

CECILIA: Viviremos y moriremos juntos, seremos de esos que se insultan

y se adoran, de esos que se muerden y se lamen los golpes y

moriremos juntos, moriremos juntos y... (Aparece Elena y la sigue

Juan Manuel. Al verlos, Cecilia se asusta como quien ha sido

sorprendida por sus peores enemigos)

ELENA: (Con voz cansada) Cecilia... ¿qué significa esto? (Cecilia hace un

esfuerzo por explicarse sin lograrlo, por fin, levanta el brazo

señalando la puerta por donde ha salido su padre; inmediatamente

después, se escucha un disparo. Cecilia deja caer el brazo, Elena y

Juan Manuel hacen el movimiento de ir hacia adentro.)

ELENA: (A Juan Manuel, enérgicamente de nuevo) Quédese aquí. (Sale.

Juan Manuel mira a Cecilia que no lo mira, quiere acercársele)

JUAN MANUEL: Cecilia... deja que...

CECILIA: (Con una voz que parece venir de lejos) Vete, ha sucedido la

primera atrocidad, junto a ésta, los Bernardos, las Isabeles y las

amantes desmayadas en las iglesias no valen nada. Este es asunto

de mi madre y mío, nada tienes tú que hacer aquí... ni quiero que

Page 59: los huéspedes reales

59

veas lo que sigue. Queremos estar solas. (Pausa, Juan Manuel sale

después de una vacilación.) Y esta vez, el camino es largo, largo,

largo...

TELÓN