Los hijos de Don Juan de Austria

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1 LOS HIJOS DE DON JUAN DE AUSTRIA La figura de Don Juan de Austria (1547-1578), es una de las más fascinantes y, hasta cierto punto desconocida, del siglo XVI. Todo alrededor suyo, desde el mismo día de su nacimiento hasta su temprana muerte, queda sujeto al dominio de la leyenda, con lo que se consigue desdibujar o falsear muchos puntos de su vida hoy claramente desentrañados y definitivamente aclarados por eminentes historiadores. La primera pregunta que nos haríamos es quién fue verdaderamente su madre. Hijo natural del emperador Carlos V, nunca ha habido constancia exacta de la auténtica figura de la madre, aunque en un codicilo a su testamento de 6 de junio de 1553, Carlos V admitía que por quanto estando yo en Alemania, después que embiudé, huve un hijo natural de una muger soltera, al que se llama Gerónimo. Los documentos contemporáneos señalan como su madre a Bárbara Blomberg, una jovencísima y guapa muchacha, perteneciente a la burguesía alemana quien después del nacimiento del niño sería desposada con Jerôme Pyramus Kegel, comisario en la corte de María de Hungría en Bruselas, hermana del emperador y seguramente, la primera mujer que estuvo a cargo del niño que atendería al nombre de Jeromín.

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La figura de Don Juan de Austria (1547-1578), es una de las más fascinantes y, hasta cierto punto desconocida, del siglo XVI. Todo alrededor suyo, desde el mismo día de su nacimiento hasta su temprana muerte, queda sujeto al dominio de la leyenda, con lo que se consigue desdibujar o falsear muchos puntos de su vida hoy claramente desentrañados y definitivamente aclarados por eminentes historiadores.

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LOS HIJOS DE DON JUAN DE AUSTRIA

La figura de Don Juan de Austria (1547-1578), es una de las más

fascinantes y, hasta cierto punto desconocida, del siglo XVI. Todo

alrededor suyo, desde el mismo día de su nacimiento hasta su temprana

muerte, queda sujeto al dominio de la leyenda, con lo que se consigue

desdibujar o falsear muchos puntos de su vida hoy claramente

desentrañados y definitivamente aclarados por eminentes historiadores.

La primera pregunta que nos haríamos es quién fue verdaderamente

su madre. Hijo natural del emperador Carlos V, nunca ha habido constancia

exacta de la auténtica figura de la madre, aunque en un codicilo a su

testamento de 6 de junio de 1553, Carlos V admitía que por quanto estando

yo en Alemania, después que embiudé, huve un hijo natural de una muger

soltera, al que se llama Gerónimo. Los documentos contemporáneos

señalan como su madre a Bárbara Blomberg, una jovencísima y guapa

muchacha, perteneciente a la burguesía alemana quien después del

nacimiento del niño sería desposada con Jerôme Pyramus Kegel, comisario

en la corte de María de Hungría en Bruselas, hermana del emperador y

seguramente, la primera mujer que estuvo a cargo del niño que atendería al

nombre de Jeromín.

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Sabido es que en aquellos tiempos los hijos nacidos fuera del

matrimonio pocas veces eran reconocidos por sus padres, siendo su triste

destino, sin su consentimiento y sin posibilidad de contradecir a sus

progenitores, las tapias de un convento de clausura, principalmente si eran

mujeres, con lo que cínicamente se pretendía por parte de sus progenitores

hacer responsables directos de sus pecados de la carne al fruto de sus

amores y entregarlos a Dios (previa dote económica según el rango del

padre), para borrarlos definitivamente del mundo, mientras que sus madres

(sus amantes) eran casadas ventajosamente con personajes del entorno del

amante.

El convencimiento de que Bárbara Blomberg pudiera ser realmente

la madre nos lo da el hecho de que a la muerte de Kegel y de uno de sus

hijos en 1569, la dama empezaría a recibir una pensión por parte del

emperador, como madre de Don Juan. Después de unos años de vida

bastante escandalosa, la dama moriría en Colindres, Santander, en 1598 a

donde la había traido su propio hijo a petición de su padre, el rey.

Los primeros años de vida de don Juan están marcados por un

completo abandono por parte de su padre, quien tardaría muchos años en

querer conocerlo, seguramente a consecuencia de sus remordimientos con

motivo de una grave enfermedad que lo puso al borde de la muerte. El

emperador, hombre muy religioso, pretendería con este acto suavizar su

conciencia frente a un fruto de su sangre.

El emperador saldría vivo de este grave trance y en 1550 decide que

un músico flamenco y su mujer española, Ana de Medina, acojan en su

casa de Leganés al muchacho, comunicándole al matrimonio de que el niño

era hijo bastardo de un gran personaje de la Corte y que debían cuidarlo

como si fuera hijo suyo, a cambio de cincuenta ducados anuales.

Sin embargo, tal y como habíamos adelantado anteriormente, el

emperador tenía muy claro que el destino de aquel niño debía de ser el

convento para: que pudiéndose buenamente endereçar que de su libre y

spontánea voluntad él tomase hábito en alguna religión de frailes

reformados, á lo qual se encamine, sin hacerle para ello premio ni

extorsión alguna. Y no pudiendo esto guiar assí, y queriendo él más seguir

la vida y estado seglar, para lo cual le proveyó de treinta mil ducados en el

reyno de Nápoles.

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Pero algo se le removería en lo más dentro de su conciencia respecto

a este su hijo no reconocido, cuando en 1554 manda que el niño pase de las

manos de doña Ana de Medina, ahora viuda a las de la recta e intransigente

doña Magdalena de Ulloa, esposa de su consejero y confidente, Don Luis

de Quijada, con quien Jeromín pasaría los cinco años siguientes viviendo

en el castillo de Villagarcía de Campos. Sabemos, por documentos

posteriores que llegan hasta la hija de Don Juan, Ana María de Austria y

Mendoza, que doña Magdalena, aun siendo muy exigente en temas de

moral y de religión con el niño, llegó verdaderamente a quererlo como si

fuera su propio hijo, así como también sabemos el cariño y el respeto que

Don Juan mantuvo con Don Luis, su guía y maestro en su formación

militar, lamentando firmemente su muerto en lance de guerra en la villa

mora de Serón, en las alpujarras granadinas.

Muchas veces se ha hablado del por qué el hombre más poderoso del

mundo en el siglo XVI, había elegido para morir un olvidado lugar de la

provincia de Cáceres, sin tener en cuenta que Don Luis de Quijada, su

consejero y hombre muy poderoso en la comarca tenía muchos interese

económicos en la zona, siendo el dueño del castillo fortaleza de Jarandilla

(hoy Parador Nacional), lugar donde primeramente estuvo hospedado el

emperador hasta la finalización de las obras de acondicionamiento del

pequeño Monasterio de Yuste. Naturalmente, aunque el emperador traía sus

propios sirvientes, el alejamiento del lugar elegido y la propiedad de sus

términos hacían casi imposible el poder llegar hasta él sin contar con la

autorización del fiel e interesado servidor real.

Y a Yuste fue llamado el niño Jeromín, a la edad de once años, en el

año de 1558, sin que su padre hiciera ninguna señal especial para el

reconocimiento de su paternidad, aunque esta ya estaba en boca del pueblo,

e incluso, Felipe II, ya sabía que tenía un hermano de padre. Carlos V

moriría en septiembre de 1558, dejándole a su hijo la responsabilidad del

cumplimiento del testamento paterno.

El encuentro directo entre los dos hermanos no llegaría hasta 1559,

en Valladolid, causándole una grata impresión aquel guapo muchacho,

rubio y de ojos azules, de maneras corteses y de carácter abierto, que

contrastaba con la fría y estudiada actitud en la que se había criado el rey.

Lo primero que hizo el rey fue cambiarle el nombre a su medio hermano y

ponerle el de Juan, nombre de otro hermano suyo muerto en su infancia.

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Podríamos decir, aparte de los equívocos e intromisiones de sus

consejeros políticos que llevaron a un alejamiento de Don Juan de la Corte

madrileña, que las relaciones entre los dos medio hermanos estará siempre

marcada, principalmente por parte del rey Felipe II, por un sentimiento de

amor-odio como consecuencia de la gran diferencia de caracteres que

hacían de Don Juan un ejemplo de hombre galante y conquistador, muy

alejado del encorsetamiento moral de su hermano el rey. Su misma

formación en la corte y en la Universidad de Alcalá, junto a sus sobrinos

Don Carlos y Alessandro Farnese, hacen del muchacho, un personaje de

leyenda que le seguirá durante toda su vida. Hombre guapo, como podemos

ver por algunos retratos de la época, se hacía querer rápidamente por todos

aquellos que le conocían, sobre todos por parte de las mujeres, tema que

nos vamos al que nos vamos a referir a continuación, y motivo de estas

líneas.

Para seguir con nuestro estudio, es preciso señalar que don Juan a

partir de 1560, fecha de su reconocimiento como hijo de Carlos V, vive

fascinado por los hombres y mujeres del marquesado de Santillana. Sus

íntimos amigos (don Rodrigo y el conde de Orgaz) pertenecen a la familia,

y otro tanto sucede con su mayordomo mayor, don Fernando, VII conde de

Priego, de Cuenca, quien le seguiría, junto a dos de sus hijos en la famosa

batalla de Lepanto.

Hemos escrito no hace mucho tiempo, con motivo del estudio de una

lápida en el Convento del Rosal de Priego, Cuenca, –feudo de una rama

principal de la poderosa familia de los Mendoza– con el nombre de María

(Teresa) de Mendoza, nombre homónimo de la primera amante conocida de

Don Juan y madre de dos de sus hijos reconocidos, Ana María de Austria y

Mendoza, y Francisco, sobre el comportamiento amoroso del vencedor de

las Alpujarras y de Lepanto, dejando un reguero de hijos, muchos de ellos

no reconocidos por el padre, y dando por excluida la duda de si aquella

dama que duerme su sueño eterno en aquel alejado lugar de la Alcarria

conquense era la bella y fantasmagórica señora que amó y fue amada por

tan importante señor, demostrando, según el propio testamento de doña

María de Mendoza, en la que se declara parroquiana de la Iglesia de San

Justo y pide enterrarse en la parte del Evangelio del Altar de Nuestra

Señora del convento de la Trinidad, de Madrid.

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Doña María de Mendoza, la primera amante del arrogante vencedor

de Lepanto, tuvo a una primera hija, Doña Ana de Jesús, metida a monja a

la edad de seis años y más tarde, ya muerto su padre, reconocida por su tío

el rey Felipe II, con lo que pasaría a formar parte de la familia real con el

nombre de Ana de Austria y Mendoza, pero sin permitirle salir del

convento. Para saber quién fue esta dama, la tragedia en la que vivió

durante parte de su vida, y los trágicos acontecimientos en los que se vio

envuelta como consecuencia de sus amores con un joven pastelero de

Madrigal que quería suplantar la figura del desaparecido don Sebastián, rey

de Portugal y sobrino de Felipe II, muerto en la descabellada aventura de la

batalla de Alcazarquivir (la desaparición del cadáver del rey don Sebastián

será motivo de leyendas que han llegado con todo su vigor hasta nuestros

días y motivo del Proceso del Pastelero de Madrigal en el que se vio

envuelta doña Ana de Austria), le remitimos a los bien documentados

estudios de la escritora Mercedes Fórmica, titulados: La Hija de don Juan

de Austria (Ana Jesús en el proceso del pastelero de Madrigal), Caro

Raggio, 1973, y María de Mendoza (solución a un enigma amoroso). Caro

Raggio, Madrid, 1979, o nuestro propio estudio, ya señalado titulado Doña

María de Mendoza, amante de Don Juan de Austria y su posible tumba en

el Convento de Santa María del Rosal de Priego, Cuenca.

La fecha de nacimiento de Doña Ana de Mendoza resulta interesante

de precisar por cuanto ella nos indica los primeros amores de nuestro

personaje. Dicha fecha queda en el más completo olvido en las primeras

biografías de Don Juan escritas por Lorenzo Van der Hammer y Baltasar de

Porreño, queriendo ambos silenciar este pasaje de su vida. Habrá que

esperar muchos años y después de los acontecimientos y proceso sufrido

contra el supuesto rey portugués, que tuvo resonancias internacionales, para

conocer la existencia de dicha dama. Fue el padre Strada, miembro de la

Compañía de Jesús y heredera de los papeles y bienes de doña Magdalena

de Ulloa, la rígida dama que crió y educó a padre y a la hija, quien alzara el

velo del misterio en un pasaje de su obra, anunciando que una joven de la

más alta nobleza, llamada María de Mendoza, hizo a don Juan padre de

una niña hacia 1570.

Posteriores investigaciones anulan la fecha del Padre Strada, así

como la que da el Padre Coloma, quien señala que Doña Ana nació

sietemesina en Madrid el 19 de octubre de 1567, para señalar como la más

verosímil la de 1569, fijando los meses de julio y octubre como los más

cercanos al momento de su nacimiento, coincidiendo con las vísperas de la

salida de don Juan para las Alpujarras, donde ante el peligro eminente que

se avecinaba, la joven María decidió jugarse el todo por el todo.

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Finalmente, para terminar con este asunto,

no fijaremos las palabras de la misma doña Ana en

la carta escrita a su tío el rey Felipe II, el 19 de

noviembre de 1594, justificando el no haberle

avisado de sus relaciones con Gabriel de Espinosa,

por no saber, era obligada, por haber entrado

aquí (en el convento), de seis años, o lo reflejado

en la Escritura de Entrada de doña Ana en el

convento de Nuestra Señora de Gracia, de

Madrigal, fechada el 28 de junio de 1575 que nos

dice: Conoscida cosa sea de todos los que la

presente vieran, como Nos, la Priora, monxas e

convento, del Monasterio de Nuestra Señora de

Gracia Real… recibimos, por monxa novicia, a la

señora doña Ana de Jesús, sobrina de la muy

Ilustre Sra. doña Magdalena de Ulloa, por

seiscientos ducados de lote… e luego que la dicha

Señora aya la edad de diez y seis años, que el

Santo Concilio manda, en queriendo quedar, en esta dicha casa la avremos

de dar el velo de la profesión…

Es posible que, de acuerdo D. Juan junto con Dª Catalina de

Mendoza su madre, decidieran desplazarse a Madrid, donde resultaría más

fácil dar a luz “sin ruido”. Doña Catalina, disponía de alguna hacienda y,

ya viuda, no estaba “sujeta” a nadie, lo que significaba poder moverse con

libertad.

La primera huella de Dª María de Mendoza en Madrid aparece en

julio de 1570, cuando Dª Catalina compra una casa para su hija (A.H.P.

Protocolo 389. Julio de 1570. Escritura de compraventa de una casa por Dª

Catalina de Mendoza).

Aunque cuenta la leyenda y queda recogido en el comadreo de las

monjas del convento, que en un momento indeterminado recibió en la

“grada” a una joven peregrina cubierta por un rebozo que nunca se quitó.

No sabemos quién pudo ser esta desconocida peregrina, pero, naturalmente

descartamos a doña María, su madre, muerta dos años antes del

fallecimiento de su padre don Juan de Austria.

Dicha leyenda de la visita de la peregrina, que iba acompañada por

don Juan de Mendoza, nos va a dejar el conocimiento de la existencia de

otro hijo de don Juan con doña María, llamado Francesco, que criado en

Ana de Austria y

Mendoza

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Xerez (Xerez del Marquesado, en las Alpujarras), había sido secuestrado

por los moriscos. La presencia de este nuevo hijo del vencedor de Lepanto

abre una nueva pregunta: ¿siguió la joven y apasionada María de Mendoza

a su amante en las luchas granadinas?

Tampoco puede descartarse que Dª María de Mendoza hubiese

seguido a su héroe a Granada, dejando a su hija Ana de Mendoza con su

abuela Dª Catalina y al cuidado de Pascuala, su criada, comprometida a

ciertos servicios a través de un severo contrato de asentamiento.

La existencia de este niño induce a pensar que doña María estuvo

con don Juan en Granada y que su segundo hijo nació en el feudo de los

Mendoza, pues no es concebible pensar que éste fuera llevado a tan

inhóspito como peligroso lugar, a no ser que viniera el mundo en aquellas

tierras.

La presencia de este niño. A diferencia de otros hijos de don Juan

(que se sepa a ciencia cierta, don Juan tuvo otra niña, Juana, de sus amores

con la sorrentina Diana Falangola, a quien conoció en una corrida de toros

celebrada en la residencia del virrey, cardenal Granvela, y a quien

siguiendo la costumbre de la época casó con Antonio Stambone, hidalgo

napolitano, y Jerónimo, de Zenobia Sarastrosio) queda borrada durante

muchos años para aparecer nuevamente cuando doña Ana, en un afán de

conocer su pasado, busque a Francesco y un soldado de aquellas guerras en

las alpujarras granadinas le asegure conocer su paradero.

A diferencia de su hija Ana, cuyo destino ya estaba escrito desde el

momento de su nacimiento, Juana fue confiada a su media hermana

Margarita de Farnesio, duquesa de Parma, residente en Aquila y madre de

Alejandro Farnesio, quien mucho más mundana que la rígida y obediente

doña Magdalena, para quien todo hijo fuera del matrimonio era un pecado,

vivió otra vida mucho más acorde a su nacimiento, aun a despecho de los

deseos de su padre que: la verdad es, que si Dios se la llevase…, o más

tarde, con el deseo incumplido de verla profesar en un convento, para,

finalmente, ser reconocida e, incluso, valorada por su gracia y belleza:

Vuestra Alteza le diga que hasta me sepa escribir no la quiero enviar otro

recado, que en esto veré y en la priesa que se diera en aprenderlo, lo que

estima las nuevas de su padre… Este nombre de padre no acabo de

admitirlo, ni sé cómo puede venirme bien. Es mi hija, pero si no fuera más

de su Alteza, que mía y de su madre, más le valiere no haber nacido…

Creo que quiero más a esa niña, por lo que Vuestra Alteza hace por ella y

por lo que la ama, que por hija, ni por otra cosa… ¿Estaría –con estas

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palabras– acordándose don Juan de su propia infancia, donde fue

abandonado de su madre y olvidado de su padre?

En los primeros días de octubre del aciago año de 1578 (año de la

batalla de Alcazarquivir), muere en la ciudad flamenca de Namur don Juan

de Austria. Unos dicen que como consecuencia del tifus que asola la

comarca, los más malignos, como consecuencia de los efectos del veneno

encargado suministrar desde la corte madrileña. Sus enemigos más

cercanos, como lo fuera el ladino y libidinoso cardenal Granvela, como

consecuencia de sus desarreglos sexuales, es decir, por la acción de la

sífilis. Sea lo que fuere, la muerte de tan distinguido capitán militar fue un

mazazo que retumbó en todos los territorios de dominio español, y

principalmente, en la corte madrileña.

Esta muerte inesperada va a traer también consecuencias muy

importantes en la vida de unos seres hasta esos momentos condenados al

olvido, como era el caso de los hijos del fallecido don Juan de Austria.

Nada más llegar el cadáver con su comitiva a la ciudad de Namur,

Alejandro Farnesio, príncipe de Parma, nombrado por su primo como su

sucesor y nuevo capitán de las tropas en Flandes, cogerá la pluma para

escribirle a su tío el rey Felipe II, la siguiente nota: Señor: Vuestra

Majestad excuse que le importune con esta misiva, pero entiendo deber de

conciencia poner en conocimiento de Vuestra Majestad, que el Señor don

Juan de Austria, que esté en el cielo, tuvo hace nueve años una hija en

doña María de Mendoza…

El rey, hombre muy piadoso y de sentimientos mucho más nobles de

lo que la Historia nos ha querido dar a entender, amador él mismo de

damas cortesanas hoy bien conocidas, entiende que debe darle una solución

al problema planteado a la muerte del hermano, aunque siempre lento en su

resolución, tardaría cinco años en buscarle acomodo en la familia real al

nuevo miembro descubierto a la muerte del galante amador. En 1583, Ana

de Jesús, monja enclaustrada en el convento de Nuestra Señora de Gracia,

de Madrigal, pasa a llamarse con todo los merecimientos que el caso

merece, doña Ana de Austria y Mendoza, pero, y aquí sí que el rey es

consecuente con las normas y costumbres de su tiempo, sin salir de su

enclaustramiento monacal, al que se le sigue condenando de por vida, por

muchas que sean las quejas de la perjudicada y su declaración personal de

no querer profesar como monja porque le gustaría vestir trajes hermosos,

lucir joyeles deslumbrantes, atraer las miradas de los caballeros que

arriesgan la vida por “su dama” en torneos y juegos de caña, o susurran

palabras de amor, aprovechando el trenzado de la danzas. Con este

reconocimiento por parte del rey finaliza el gran secreto, firmemente

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guardado por cuantos lo conocían, de la existencia de las hijas de don Juan

de Austria.

¿Desconocía Felipe II la existencia de estos vástagos del hijo

bastardo de su padre, el emperador? Puede que así sea. Pero lo que nadie

puede negar es que el rey conocía muy bien los trapicheos amorosos de su

hermano, cuando él mismo le escribe en una carta de 1575 la

recomendación de que cuide mucho no ofender en materia de amores a

familias principales. ¿Estaba enterado por aquellas fechas de sus amores

con doña María de Mendoza? No conocemos documentos que nos orienten

sobre las gestiones que se realizaron para el reconocimiento de doña Ana,

más que las que realizó la duquesa de Parma, y éstas, referidas a las muy

interesadas referidas a su protegida, doña Juana. Y una pregunta que nos

viene como encaje de esta triste historia: ¿Esperó el “rey prudente” a la

muerte de doña María y de doña Diana para reconocer a sus sobrinas,

metidas ambas en conventos de clausura?

Vamos nosotros, ahora, a volver al verdadero interés de nuestro

trabajo como era el de saber sobre la vida y milagros de don Francesco, el

segundo hijo de don Juan con doña María de Mendoza, protagonista

olvidado de todo estudio que sobre el tema se ha hecho.

Tenemos que recordar al lector

que los conventos de clausura en el

siglo XVI diferían bastante del

concepto que ahora se tiene de los

mismos. La misma Santa Teresa,

fundadora de los de su orden, los

quería cómodos y que las monjas, en

muchos casos familiares directos de la

nobleza española, estuvieran lo más

cómodas posibles y no añoraran lo que

dejaban atrás. Aunque eran convento

de “clausura”, los intercambios entre

el interior y el exterior eran bastante

frecuentes, y las monjas en ellos

encerradas, podían tener la compañía

de sus sirvientes o doncellas de compañía, según el grado de opulencia (la

dote) con la que hubieran entrado en el mismo. Doña Ana de Jesús, después

reconocida como Ana de Austria, vive en el convento con los privilegios

que le otorga el ser nieta e hija de reyes, e hija de uno de los hombres con

más fama en la historia guerrera de España, disfrutando de estancias y

servidumbre en consonancia con su apellido.

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En el año 1586 doña Ana va a recibir una visita que va a cambiar

para siempre el estrecho margen de la memoria familiar que tiene. Hacía

las cuatro de la tarde la hermana tornera viene a decirle que una mujer con

hábitos de peregrina, que se dirige a Santiago, pide verla con muchas

lágrimas, negándose a decir su nombre y los motivos de su visita. Doña

Ana, cansada de que desde el conocimiento de sus orígenes familiares se le

acerquen con el deseo de una recomendación, una merced o un traslado, se

niega a recibirla. Sin embargo, tanto insiste la mujer desconocida que ruega

a sus servidoras que asistan a la entrevista, mientras que ella la escuchará

entre bastidores.

La joven es una mujer de unos quince años, de muy lindos ojos,

cubierta de un rebozo que no se quitará y con las manos ocultas bajo unos

guanteçicos sin dedos. Cuenta que viene de Sevilla a pedir la salvación del

alma de don Juan. Asegura que se ha detenido con la sana curiosidad de

conocer a doña Ana y que ignora la existencia de un hermano de padre y

madre, el cual, cuando se criaba en Xerez, fue raptado por los moriscos,

aunque ha podido ser salvado y se le puede reconocer por una mancha

encarnada en forma de corazón, consecuencia de un “antojo” que tuvo su

madre estando de él preñada.

Monasterio de Santa María la Real de las Huelgas, Burgos

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La historia resulta apasionante.

Doña Luisa de Grado, una de las sirvientas o dama de compañía de

doña Ana insiste para que la mujer se quite el rebozo y descubra la cara.

Para que confiese su nombre. A lo que ella contesta que solo lo haría ante

su Excelencia.

La duda acecha a los oyentes que le preguntan lo extraño de que

siendo moça y tan linda vaya sola por los caminos llenos de ladrones y

bandidos, a lo que contesta que no voy sola, Señora. Me acompaña un

caballero anciano, don Juan de Mendoza y una mujer vieja, apellido que

pone en alerta a la mujer oculta tras los visillos, al escuchar el de su madre.

Mas no cede a los ruegos de la pelegrina que se ha dado cuenta de que la

dama, o no quiere verla, o está retenida tras las rejas que las separa. Cuando

se aleja hacia la puerta cubierta la cara de amargas lágrimas, las damas

pueden observar que lleva medias de seda de agujas, encarnadas, y calzas

afolladas, lo que las hace sospechar que se trata de un mancebo disfrazado.

Las torneras contarán después que un joven de unos quince años, el mismo

que intentó sobornar al hortelano para que entregase una carta a doña

Ana, estuvo por el pueblo. El mozo tenía aun gran parecido con Su

Excelencia y se quejaba que en el convento no le dejaban ver a su

hermana.

¿Estamos ante la presencia de Francesco, el hijo olvidado de don

Juan de Austria y de doña María de Mendoza y por lo tanto hermano de

Doña Ana? Difícil es saberlo, aunque muchos son los datos que el

muchacho da y que coinciden punto por punto con los verdaderos de

Francesco, entre ellos y el más importante, el del lugar de su nacimiento:

Xerez, deudo del marquesado de Çenete, donde quedó el fruto de los

amores de sus padres.

La soledad y la repugnancia hacia la vida religiosa, hacen de ella una

mujer amargada y sedienta de aventuras, al mismo tiempo que añora la

llegada nuevamente de aquel jovencito al que ahora considera su hermano.

Cuando en 1589, con veinte años llega el momento de la toma del

velo, las encumbradas familias emparentadas con ella que asisten a la

ceremonia de don Pedro Termiño, obispo de Ávila, no se asombran al ver

cuajados de lágrimas los ojos de la novicia.

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En 1594 llega Gabriel de

Espinosa, más tarde conocido como el

Pastelero de Madrigal a la ciudad de

Valladolid acompañado de una niña,

llamada Clara-Eugenia y de una mujer

por nombre Inés Cid. Era hombre

menudo de cuerpo, flaco y de rostro

curtido, con una nube en su ojo

derecho, y tenía el pelo y la barba

encanecidos, dándole una apariencia

de más viejo de lo que él mismo

afirmaba, pues decía tener unos 40

años y con pinta de noble caballero

que habla varios idiomas.

Tres meses más tarde Gabriel de

Espinosa fue apresado en Valladolid

por don Rodrigo de Santillán, alcalde del crimen en la Chancillería.

Llevaba días mostrando joyas y hablando con poco respeto del rey. Pero el

mayor misterio fue el de las cuatro cartas que le tomaron. Dos eran de fray

Miguel de los Santos, agustino portugués, vicario del convento de Nuestra

Señora de Gracia el Real de Madrigal, y otras dos de doña Ana de Austria,

monja en el mismo convento y sobrina del rey don Felipe II, como hija

natural que era de don Juan de Austria, el héroe de Lepanto. En aquellas

cartas el fraile trataba de “Majestad” al pastelero, y las palabras de doña

Ana no sólo parecían las de una novia a su prometido, sino que además se

refería a la niña Clara Eugenia, llamándole “mi hija”. Para don Rodrigo,

con más deudas de las convenientes, aquélla era la oportunidad de alcanzar

el favor real y la encomienda con que tantos altos funcionarios soñaban, así

que, saltando jerarquías, escribió directamente a Su Majestad.

Recibido el encargo del caso, don Rodrigo y sus alguaciles viajaron

enseguida a Madrigal, entraron en la clausura del monasterio, hicieron

encerrar a doña Ana en sus aposentos y, tras un rápido registro, se llevaron

los escasos papeles que hallaron. Prendieron así mismo, entre otros, a fray

Miguel de los Santos y a Inés Cid.

La primera explicación del extraño comportamientos del pastelero la

dio fray Miguel con una fantástica revelación. Gabriel de Espinosa era

realmente el rey de Portugal don Sebastián, derrotado, desaparecido y dado

por muerto en 1578 en los campos africanos de Alcazarquivir, a donde

había ido al frente de 20.000 soldados para dar batalla al infiel.

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No era aquélla la primera reaparición de don Sebastián. Conseguida

la sucesión del trono portugués por Felipe II, tras la muerte del Infante don

Enrique y la expulsión de don Antonio, prior de Crato, también aspirante a

la corona, muchos portugueses añoraban un rey propio. Dos casos de

pretendidos don Sebastián habían sucedido diez años antes en Portugal,

acabando con la prisión y muerte de los impostores.

Poco después de llegar Espinosa a Madrigal, fray Miguel creyó ver

en él a su rey deseado, y cuando se lo insinuó al pastelero, éste le respondió

ambiguamente.

Tras varios encuentros con Espinosa a través de la reja del convento,

doña Ana también se convenció. Aquel hombre era su primo, llegado

providencialmente cuando más lo necesitaba. Poco después ambos se

prometieron en matrimonio, condicionándolo ella a conseguir la dispensa

de voto, merced que el Papa no negaría a un rey. De ahí el llamar “hija” a

Clara Eugenia, y no por otras causas. Por cierto, el sábado 15 de abril de

1595, fue bautizado en Madrigal Gabriel, otro descendiente de la pareja,

“hijo de Inés, pastelera, y de su amo, que dijo ser suyo”, según un apunte

en el libro de bautismos de Santa María del Castillo, de Madrigal.

La relación del pastelero con la sobrina del Rey no podía quedar en

secreto. Y cuando las habladurías comenzaron, Gabriel de Espinosa marchó

a Valladolid con algunas joyas y dineros de doña Ana. Aunque había

prometido ir hacia el norte a encontrarse con un hermano que ella creía

tener, para volver con él a Madrigal, parece más cierto que por el momento

pensaba dejar aquella aventura.

Acusado de crimen de lesa majestad, Espinosa fue condenado a la

horca, cumpliéndose la sentencia en la tarde del 1 de agosto de 1595, en la

plaza pública de Madrigal, donde todos quedaron sorprendidos del orgullo

de su mirada, la cólera con que citó a don Rodrigo ante el Tribunal de Dios

y la tranquilidad que tuvo ajustándose la soga al cuello. Luego, su cuerpo

fue decapitado y hecho cuartos, siendo los despojos expuestos al pueblo.

Trasladado a Madrid fray Miguel de los Santos, y acusado del mismo

crimen que Espinosa, fue primero degradado al estado laico, y después, a

mediodía del jueves 19 de octubre, ahorcado en la plaza pública. Al pie del

cadalso insistió en su inocencia diciendo haber creído que Espinosa era don

Sebastián. También decapitado, su cabeza fue transportada hasta Madrigal

para acompañar por unas horas a la del Pastelero.

La culpa de doña Ana de Austria se saldó con un encierro en el

convento agustino de Ávila. Allí, desprovista de privilegios, pasó poco más

Page 14: Los hijos de Don Juan de Austria

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de 3 años, hasta que su primo Felipe III, a poco de suceder a su padre, la

hizo devolver al de Madrigal, donde, restituida su influencia y recobrada la

tranquilidad de espíritu, fue elegida priora. Ocupó aquel cargo hasta que en

1611, dejando la orden de San Agustín, pasó a ser abadesa del cisterciense

monasterio de las Huelgas de Burgos, la mayor dignidad eclesiástica a que

una mujer podía aspirar. Y por cierto que actuó como una magnífica

prelada, quizás la mejor que tuvo nunca aquel real sitio.

Este apoyo de su primo Felipe III, muerto en 1620, catapultó

nuevamente la figura de aquella dama tan firmemente arraigada a la familia

real. Doña Ana de Austria aparece en el testamento de su media hermana

de padre, la duquesa de Petrabona, Margarita, fallecida en 1629,

designándole la gran cantidad de trescientos ducados de renta cada año,

como señal del gran amor que siempre he tenido a mi queridísima

hermana, la Señora doña Ana de Austria…

Este mismo año de 1629, el rastro de doña Ana de Austria

desaparece para siempre a la edad de sesenta años, dejando para la leyenda

una incógnita tan grande como lo fue su nacimiento. Según algunos

rumores entre las monjas del Císter, doña Ana marchó a Sevilla, donde no

sabemos si abandonó la vida religiosa para dirigirse a Italia y le cogió la

muerte en la capital hispalense. Lo que sí sabemos es que su magnífico

sepulcro de la capilla de las Huelgas sigue desde entonces vacío.

Como vacío queda el recuerdo de Francesco, su hermano de madre y

padre (aunque no reconocido por ambos), que duerme en el mismo triste

silencio con que vino a la vida, y del que su último recuerdo es el fallido

intento de ver a su hermana en el convento de Madrigal.

Ricardo Hernández Megías

Arturo Culebras Mayordomo

Priego-Cuenca, agosto de 2014