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LOS ESTUDIOS DE CASO HISTÓRICOS Y SU CONTRIBUCIÓN AL ESTUDIO ARQUEOLÓGICO DE LOS “SISTEMAS POLÍTICOS” Christopher S. Beekman GLENN BLACK LABORATORIES RELACIONES 82, PRIMAVERA 2000, VOL. XXI

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LOS ESTUDIOS DE CASO HISTÓRICOSY SU CONTR IBUC IÓN AL ESTUDIO ARQUEOLÓGICO

DE LOS “S ISTEMAS POL Í T ICOS”

C h r i s t o p h e r S . B e e k m a nG L E N N B L A C K L A B O R A T O R I E S

R E L A C I O N E S 8 2 , P R I M A V E R A 2 0 0 0 , V O L . X X I

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a arqueología, en tanto que estudio de las sociedadesdel pasado a partir de sus restos materiales, siempre haenfrentado una tarea desoladora. Es bastante difícil re-construir un sistema social con apoyo en los documen-tos o los estudios del comportamiento, pero lo es aún

más cuando los sujetos ya no tienen voz. Desafortunadamente, muchosarqueólogos se han limitado a los detalles de la descripción y clasificaciónde artefactos en vez de desarrollar un mejor entendimiento del vínculoentre las civilizaciones históricamente documentadas y los datos arqueo-lógicos. Quiero presentar aquí un ejemplo de cómo un análisis crítico delos estudios históricos de los sistemas políticos y sus límites puede me-jorar nuestro entendimiento de la arqueología del campo; en parte al so-cavar las definiciones occidentales de los conceptos de “sistema políti-co” y de “límites”. En el presente artículo trato de los límites políticosdesde el punto de vista de la antropología política y mediante una rese-ña comparativa de trabajos históricos sobre regiones circunscritas cono-cidas. Propongo que es posible sintetizar un modelo de las relacionesentre los límites y los sistemas políticos que nos permita un mejor en-tendimiento de las distinciones en las estrategias de control que se uti-lizan al interior de un sistema político. Esto, por su parte, puede elevarel nivel de nuestra interpretación de la arqueología del campo por en-cima de la simple descripción de artefactos y su distribución.

Los arqueólogos han intentado ingeniar varios métodos para deli-near e interpretar los límites, pero son ciertos estudios de naturalezacuantitativa los que han sido más creativos. En su estudio del valle deOaxaca en el sur de México en el periodo precolombino, Kowalewski ysus colegas (Kowalewski et al., 1983) propusieron una serie de medidasfincadas en la distribución de los asentamientos y en la cantidad de ma-teriales importados, a fin de evaluar la relación entre un límite y su sis-tema. El principal problema de su intento, así como de otros intentos dedefinir los territorios políticos a partir de las estadísticas del espacio, esque no logran coordinar sus relaciones cuantificadas con los modelossociales. Estudios como éstos representaron intentos de desarrollar unateoría estrictamente arqueológica, independientemente de los datos his-tóricos. Sin embargo, si bien los arqueólogos pueden identificar y cuan-tificar ciertos patrones en la cultura material, siempre debemos recurrir

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demostración que tiene la finalidad de dejar una impresión duradera enlos centros subsidiarios. Tanto Luttwak como Hassig consideran que elénfasis en el poder es más eficiente en el sentido de que intenta minimi-zar la inversión de esfuerzo en la conquista y administración (por ejem-plo, Hassig 1988: 18-19), pero el sistema es inherentemente menos esta-ble y está sujeto a más frecuentes desafíos de su autoridad.

El imperio hegemónico, que según Luttwak caracterizó al estado ro-mano a partir del primer siglo a.C. y hasta el primer siglo d.C., dependede la percepción de la capacidad de mantener a los otros centros en unarelación subsidiaria respecto del núcleo. Además, el centro primario nose involucra realmente en la administración de esos centros subsidia-rios. En el caso romano, un área nuclear en el centro de Italia muy exten-sa y administrada más de cerca estuvo rodeada por una zona de estadosclientes que –si bien podían manejar en buena medida sus propiosasuntos– se encontraron de cualquier manera bajo la autoridad romana(Luttwak 1976: 7-50). Mattingly ha señalado que se manifestaba esa au-toridad de varios maneras, incluida la investidura ceremonial de los go-bernantes locales por el poder hegemónico, o mediante el pago de tri-buto de parte de los centros secundarios, y aun puede incluir algunascorrelaciones arqueológicas útiles, tales como la emulación en los centrossecundarios de la arquitectura del centro principal (1992: 45, 54-55, 58).

El segundo periodo que identifica Luttwak va del primer siglo d.C.hasta fines del segundo (1976: 51-126), cuando la estructura administra-tiva territorial puesta en práctica anteriormente en el área nuclear deRoma se extendió a las otras provincias como parte de un proceso de con-solidación. La estrategia territorial enfatiza el uso de la fuerza, con gran-des inversiones en la absorción y administración de las provincias con-quistadas. Los estados clientes fueron anexados e incorporados, nuevosterritorios llegaron a administrarse en forma directa y se construyó unazona de fortificaciones y muros a lo largo de la orilla exterior de granparte de ese territorio.

Las reacciones al estudio de Luttwak por parte de los especialistasromanos han sido mixtas (por ejemplo Whittaker 1994, Kennedy y Riley1990: 237-238). Más significativamente, varios estudiosos han observa-do que los muros, las fuertes y los caminos asociados con el límite deli-nearon la extensión de la administración territorial, pero no representa-

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a casos documentados, histórica o etnográficamente, para su interpre-tación.

LOS LÍMITES EN LAS CIVILIZACIONES ANTIGUAS

Para mejor entender el papel de los límites en los sistemas políticos, nobastan por sí solos los datos arqueológicos. Se requiere de informaciónmás detallada, en la forma de ricos relatos históricos o bien de datos et-nográficos. Siempre que sea posible, estos datos deben complementarsecon los ejemplos arqueológicos, de manera que las correlaciones mate-riales de ciertos sistemas y estrategias políticos puedan ser comparadoscon mayor exactitud. He seleccionado dos ejemplos de la política, unodel Viejo Mundo y otro del Nuevo, con tecnología de comunicaciones ytransporte relativamente simple, para no distorsionar las funciones úni-cas de las orillas de un sistema político.

El imperio romano

El sistema de límites políticos más minuciosamente estudiado hasta lafecha es, sin duda, el del imperio romano, donde investigaciones arqueo-lógicas extensivas y una documentación histórica relativamente buenaproporcionan abundante material de interpretación. Un intento de sín-tesis algo controvertido fue presentado por un reconocido estratega res-ponsable de múltiples estudios de la guerra moderna (Luttwak 1976).Aunque la discusión estructural y de procesos de Luttwak (1976) relati-va al desarrollo y decadencia del imperio romano generó controversias,ha sido extendida por otros académicos (por ejemplo, Mattingly 1992).

Luttwak divide la historia del imperio romano en largos periodosdistinguidos por diferentes estrategias militares y administrativas. Co-mienza su estudio con una definición de la distinción entre los conceptosde fuerza y poder. Mientras la fuerza está fincada en el uso activo de tro-pas u otros medios para lograr las metas políticas, el poder depende dela percepción de la influencia del sistema político central y de su habili-dad para imponer su voluntad (Luttwak 1976: 195-200). Si bien el poderincluye ocasionalmente el uso de la fuerza, esto es en buena medida una

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demostración que tiene la finalidad de dejar una impresión duradera enlos centros subsidiarios. Tanto Luttwak como Hassig consideran que elénfasis en el poder es más eficiente en el sentido de que intenta minimi-zar la inversión de esfuerzo en la conquista y administración (por ejem-plo, Hassig 1988: 18-19), pero el sistema es inherentemente menos esta-ble y está sujeto a más frecuentes desafíos de su autoridad.

El imperio hegemónico, que según Luttwak caracterizó al estado ro-mano a partir del primer siglo a.C. y hasta el primer siglo d.C., dependede la percepción de la capacidad de mantener a los otros centros en unarelación subsidiaria respecto del núcleo. Además, el centro primario nose involucra realmente en la administración de esos centros subsidia-rios. En el caso romano, un área nuclear en el centro de Italia muy exten-sa y administrada más de cerca estuvo rodeada por una zona de estadosclientes que –si bien podían manejar en buena medida sus propiosasuntos– se encontraron de cualquier manera bajo la autoridad romana(Luttwak 1976: 7-50). Mattingly ha señalado que se manifestaba esa au-toridad de varios maneras, incluida la investidura ceremonial de los go-bernantes locales por el poder hegemónico, o mediante el pago de tri-buto de parte de los centros secundarios, y aun puede incluir algunascorrelaciones arqueológicas útiles, tales como la emulación en los centrossecundarios de la arquitectura del centro principal (1992: 45, 54-55, 58).

El segundo periodo que identifica Luttwak va del primer siglo d.C.hasta fines del segundo (1976: 51-126), cuando la estructura administra-tiva territorial puesta en práctica anteriormente en el área nuclear deRoma se extendió a las otras provincias como parte de un proceso de con-solidación. La estrategia territorial enfatiza el uso de la fuerza, con gran-des inversiones en la absorción y administración de las provincias con-quistadas. Los estados clientes fueron anexados e incorporados, nuevosterritorios llegaron a administrarse en forma directa y se construyó unazona de fortificaciones y muros a lo largo de la orilla exterior de granparte de ese territorio.

Las reacciones al estudio de Luttwak por parte de los especialistasromanos han sido mixtas (por ejemplo Whittaker 1994, Kennedy y Riley1990: 237-238). Más significativamente, varios estudiosos han observa-do que los muros, las fuertes y los caminos asociados con el límite deli-nearon la extensión de la administración territorial, pero no representa-

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a casos documentados, histórica o etnográficamente, para su interpre-tación.

LOS LÍMITES EN LAS CIVILIZACIONES ANTIGUAS

Para mejor entender el papel de los límites en los sistemas políticos, nobastan por sí solos los datos arqueológicos. Se requiere de informaciónmás detallada, en la forma de ricos relatos históricos o bien de datos et-nográficos. Siempre que sea posible, estos datos deben complementarsecon los ejemplos arqueológicos, de manera que las correlaciones mate-riales de ciertos sistemas y estrategias políticos puedan ser comparadoscon mayor exactitud. He seleccionado dos ejemplos de la política, unodel Viejo Mundo y otro del Nuevo, con tecnología de comunicaciones ytransporte relativamente simple, para no distorsionar las funciones úni-cas de las orillas de un sistema político.

El imperio romano

El sistema de límites políticos más minuciosamente estudiado hasta lafecha es, sin duda, el del imperio romano, donde investigaciones arqueo-lógicas extensivas y una documentación histórica relativamente buenaproporcionan abundante material de interpretación. Un intento de sín-tesis algo controvertido fue presentado por un reconocido estratega res-ponsable de múltiples estudios de la guerra moderna (Luttwak 1976).Aunque la discusión estructural y de procesos de Luttwak (1976) relati-va al desarrollo y decadencia del imperio romano generó controversias,ha sido extendida por otros académicos (por ejemplo, Mattingly 1992).

Luttwak divide la historia del imperio romano en largos periodosdistinguidos por diferentes estrategias militares y administrativas. Co-mienza su estudio con una definición de la distinción entre los conceptosde fuerza y poder. Mientras la fuerza está fincada en el uso activo de tro-pas u otros medios para lograr las metas políticas, el poder depende dela percepción de la influencia del sistema político central y de su habili-dad para imponer su voluntad (Luttwak 1976: 195-200). Si bien el poderincluye ocasionalmente el uso de la fuerza, esto es en buena medida una

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ron los límites de la autoridad hegemónica de Roma, ni de su actividadmilitar o diplomática (Mattingly 1992, Whittaker 1994: 43-48, 54-57, 71-72, 81-83, figura 32). Las estrategias hegemónica y territorial, por lo tan-to, no son “tipos” secuenciales en el campo de la política, sino verdade-ras estrategias, capaces de ser aprovechadas en el mismo momento peroen diferentes lugares. No obstante, esto no dio lugar a un mosaico indis-ciplinado de estrategias a lo ancho del imperio. Más bien, en los dos pe-riodos que señala Luttwak, ambas estrategias son usadas simultánea-mente, con un núcleo territorial y una periferia más bien hegemónica,dividida por una zona de instalaciones y muros militares, caminos yríos que permitieron un mayor control del acceso al territorio.

El imperio azteca

Ross Hassig (1985, 1988) ha aprovechado bien las distinciones de po-der/fuerza y territorial/hegemónica de Luttwak en su propio trabajosobre la organización política y la guerra en Mesoamérica y particular-mente en su análisis del imperio azteca.

De acuerdo con Hassig (1985-1988), el imperio azteca de los siglosXV-XVI era claramente hegemónico en el México central. Los pueblos quese rindieron ante los aztecas tuvieron que pagar tributo de acuerdo conprogramas establecidos, pero no fueron anexados y no se dio la imposi-ción de gobernantes fuereños. Así, los aztecas evitaron una inversiónburocrática, pero al costo de frecuentes rebeliones contra su autoridad.Smith (1986) ha argüido efectivamente que los arreglos negociados entrelas élites constituyeron el verdadero mecanismo integrador del imperioazteca y que la administración impuesta nunca reemplazó a la autono-mía local, a pesar de las conquistas militares. Los territorios derrotadostambién fueron en muchos casos discontinuos y dejaron a enemigos pe-ligrosos, como el estado tlaxcalteca, en el interior del imperio. Además,no se establecieron fortificaciones ni cuarteles. Como resultado, arqueo-lógicamente ha resultado difícil delinear los límites de ese imperio.

Hay excepciones a este sistema hegemónico, pero son planeadas ysiguen ciertos patrones. Fuera de la cuenca central de México los esta-dos de Tolocan y Cuetlachtlan fueron conquistados muy temprano en elperiodo de la expansión azteca y sus gobernantes locales fueron reem-

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plazados por gobernantes aztecas. De hecho, Tolocan fue anexado en1479 (Hassig 1988: 170, 186, 259). No es coincidencia que cada una deesas zonas colindara con un estado hostil: Tolocan con el imperio tarascoy Cuetlachtlan con el estado tlaxcalteca. Los aztecas construyeron unaserie de fortificaciones a lo largo de la frontera con el imperio tarasco enTeloloapan, Alahuiztlan, Oztomán y otros sitios (por ejemplo Lister,1941, Hassig 1988: 207-208, 211, 343 n. 32). Aparte de las fortificaciones,esa área se distingue arqueológicamente por una distribución sustan-cialmente más amplia de la cerámica azteca de color negro sobre naran-ja (Umberger y Klein 1993: 298-302), a pesar del hecho de que el gobier-no azteca no controlaba el comercio de esos materiales (M. Smith 1990).Los aztecas también establecieron muros y fortificaciones contra lostlaxcaltecas (Palerm 1956: 196). Parece ser que los límites controladosfueron de una administración más directa (y con una mayor visibilidadarqueológica) en las zonas donde resultaba ventajosa una mayor pre-sencia política.

UN MODELO DE LA RELACIÓN LÍMITE/ESTADO

Los límites controlados aquí analizados pueden describirse mejor comolas líneas divisorias entre la administración y la autoridad; o más senci-llo aún, como la división entre las estrategias de control territorial y he-gemónico. Esa línea de ninguna manera denota los límites del poder ode la influencia del sistema político, pero sí separa las áreas reconocidascomo sujetas al dominio directo de los centros o regiones en que el go-bernante central debía negociar con los gobernantes secundarios.

Por lo tanto, la forma que adopta un límite político tiende a depen-der mayormente de las formas de dominación empleadas por el sistemapolítico que lo intenta establecer (Beekman y Houston 1993). Los esta-dos territoriales o, más correctamente, las zonas de un sistema políticoque siguen la estrategia territorial de la administración y el control bu-rocráticos, tienden a asociarse con límites marcados. Pueden ser marca-dos mediante elementos como las fortificaciones, los muros, los terra-plenes o los caminos, pero éstos no deben concebirse como poseedoresde una función exclusivamente militar. Más bien, un elemento definiti-

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ron los límites de la autoridad hegemónica de Roma, ni de su actividadmilitar o diplomática (Mattingly 1992, Whittaker 1994: 43-48, 54-57, 71-72, 81-83, figura 32). Las estrategias hegemónica y territorial, por lo tan-to, no son “tipos” secuenciales en el campo de la política, sino verdade-ras estrategias, capaces de ser aprovechadas en el mismo momento peroen diferentes lugares. No obstante, esto no dio lugar a un mosaico indis-ciplinado de estrategias a lo ancho del imperio. Más bien, en los dos pe-riodos que señala Luttwak, ambas estrategias son usadas simultánea-mente, con un núcleo territorial y una periferia más bien hegemónica,dividida por una zona de instalaciones y muros militares, caminos yríos que permitieron un mayor control del acceso al territorio.

El imperio azteca

Ross Hassig (1985, 1988) ha aprovechado bien las distinciones de po-der/fuerza y territorial/hegemónica de Luttwak en su propio trabajosobre la organización política y la guerra en Mesoamérica y particular-mente en su análisis del imperio azteca.

De acuerdo con Hassig (1985-1988), el imperio azteca de los siglosXV-XVI era claramente hegemónico en el México central. Los pueblos quese rindieron ante los aztecas tuvieron que pagar tributo de acuerdo conprogramas establecidos, pero no fueron anexados y no se dio la imposi-ción de gobernantes fuereños. Así, los aztecas evitaron una inversiónburocrática, pero al costo de frecuentes rebeliones contra su autoridad.Smith (1986) ha argüido efectivamente que los arreglos negociados entrelas élites constituyeron el verdadero mecanismo integrador del imperioazteca y que la administración impuesta nunca reemplazó a la autono-mía local, a pesar de las conquistas militares. Los territorios derrotadostambién fueron en muchos casos discontinuos y dejaron a enemigos pe-ligrosos, como el estado tlaxcalteca, en el interior del imperio. Además,no se establecieron fortificaciones ni cuarteles. Como resultado, arqueo-lógicamente ha resultado difícil delinear los límites de ese imperio.

Hay excepciones a este sistema hegemónico, pero son planeadas ysiguen ciertos patrones. Fuera de la cuenca central de México los esta-dos de Tolocan y Cuetlachtlan fueron conquistados muy temprano en elperiodo de la expansión azteca y sus gobernantes locales fueron reem-

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plazados por gobernantes aztecas. De hecho, Tolocan fue anexado en1479 (Hassig 1988: 170, 186, 259). No es coincidencia que cada una deesas zonas colindara con un estado hostil: Tolocan con el imperio tarascoy Cuetlachtlan con el estado tlaxcalteca. Los aztecas construyeron unaserie de fortificaciones a lo largo de la frontera con el imperio tarasco enTeloloapan, Alahuiztlan, Oztomán y otros sitios (por ejemplo Lister,1941, Hassig 1988: 207-208, 211, 343 n. 32). Aparte de las fortificaciones,esa área se distingue arqueológicamente por una distribución sustan-cialmente más amplia de la cerámica azteca de color negro sobre naran-ja (Umberger y Klein 1993: 298-302), a pesar del hecho de que el gobier-no azteca no controlaba el comercio de esos materiales (M. Smith 1990).Los aztecas también establecieron muros y fortificaciones contra lostlaxcaltecas (Palerm 1956: 196). Parece ser que los límites controladosfueron de una administración más directa (y con una mayor visibilidadarqueológica) en las zonas donde resultaba ventajosa una mayor pre-sencia política.

UN MODELO DE LA RELACIÓN LÍMITE/ESTADO

Los límites controlados aquí analizados pueden describirse mejor comolas líneas divisorias entre la administración y la autoridad; o más senci-llo aún, como la división entre las estrategias de control territorial y he-gemónico. Esa línea de ninguna manera denota los límites del poder ode la influencia del sistema político, pero sí separa las áreas reconocidascomo sujetas al dominio directo de los centros o regiones en que el go-bernante central debía negociar con los gobernantes secundarios.

Por lo tanto, la forma que adopta un límite político tiende a depen-der mayormente de las formas de dominación empleadas por el sistemapolítico que lo intenta establecer (Beekman y Houston 1993). Los esta-dos territoriales o, más correctamente, las zonas de un sistema políticoque siguen la estrategia territorial de la administración y el control bu-rocráticos, tienden a asociarse con límites marcados. Pueden ser marca-dos mediante elementos como las fortificaciones, los muros, los terra-plenes o los caminos, pero éstos no deben concebirse como poseedoresde una función exclusivamente militar. Más bien, un elemento definiti-

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vo de la administración territorial es el grado de control más centraliza-do sobre los asuntos locales, y esas características de los límites permi-ten al sistema político controlar mejor el acceso a su territorio nuclear.Desde luego, sólo los casos extremadamente centralizados que cuentancon grandes recursos –como el estado romano– tienen la capacidad re-querida para llevar esto a cabo rigurosamente.

Aun cuando los métodos y estrategias de dominación aquí mencio-nados son diseñados, seleccionados y puestos en marcha por indivi-duos, esto no quiere decir que esos agentes políticos actúen sin constre-ñimientos. La administración territorial parece ser utilizada máscomúnmente en áreas caracterizadas por un bajo nivel anterior de com-plejidad política; ya que es menor el número de élites secundarias conque se debe negociar. El nivel de la tecnología de comunicaciones ytransporte es probablemente otro factor limitante en cuanto al tamañodel territorio que puede ser administrado en forma directa. El uso devehículos con ruedas y de bestias de carga debe expandir el alcance delestado y permitirle estabilizar su control a través de una área más exten-sa. La ausencia de estos elementos en Mesoamérica quizá explique eluso más restringido de la estrategia territorial.

Las formas de gobierno indirecto abarcadas por el término hegemó-nico varían ampliamente (véanse, por ejemplo Southall 1956, Houston1993, para una discusión del estado segmentado que es bastante pareci-do) y parecen ser mucho más comunes en el mundo antiguo que los sis-temas territoriales. La mayoría de las formas de dominio hegemónicotiende a tomar la forma de relaciones tipo patrón-cliente que son nego-ciadas individualmente por los gobernantes primarios con los secunda-rios y luego reafirmadas mediante las alianzas matrimoniales, los ritospúblicos, las cualidades personales o la investidura y legitimación cere-moniales de los gobernantes secundarios por el gobernante principal.Así, la presencia de los sistemas políticos preexistentes parece impulsarel uso de un sistema hegemónico. Debido a la naturaleza inestable deesta última autoridad, un poder hegemónico tiende a manifestar límitesfluctuantes que no son marcados por elementos de control, aunque suregión nuclear pueda ser definida de esta manera. La lógica es aquí cla-ra: mientras el gobernante primario de una potencia hegemónica bienpuede contar con la capacidad de movilizar la mano de obra y de deli-

mitar su territorio nuclear, carece de la autoridad –y de razones– paraincluir a los centros subsidiarios en un límite controlado cuando su mis-ma lealtad le es impredecible.

CORRELACIONES ARQUEOLÓGICAS

En algún momento debemos abordar la cuestión de la apariencia de lasregiones y sitios limítrofes en términos de su cultura material. Podemosbuscar marcadores específicos que coinciden comúnmente con los lími-tes, o adoptar una perspectiva más contextual y, creo yo, más ilumina-dora, que estudia más bien la lógica del patrón a la luz del entendimien-to de las funciones de los límites.

Ya que la distinción entre las estrategias territorial y hegemónica sig-nifica un cambio en el grado de la autonomía política local, quizá encon-tremos otras distinciones entre las áreas sujetas a estas dos diferentesformas de dominación. Si el control político se extiende hasta el sectoreconómico (que parece ser probable en los sistemas territoriales), enton-ces debemos encontrar evidencia de un más alto nivel de toma de deci-siones en el núcleo, tales como la intensificación de la agricultura conindicios de apoyo o de construcciones del gobierno, o de sistemas de ca-minos que precisan de mano de obra o de ingeniería no disponible en elnivel local. Conforme entramos en la periferia hegemónica de ese mis-mo sistema político, sería cada vez menos probable hallar esta clase deinversiones de parte del núcleo. En el caso romano, los límites coincidie-ron también con un cambio en la zona ambiental y con los modos desubsistencia (Whittaker 1994: 85-97), lo cual sugiere que esas áreas fue-ron blancos de incorporación de esos sistemas políticos, o bien una in-tensificación de la producción agrícola en aquellas áreas que ya se halla-ban dentro de los límites. Diferentes formas de control a menudo sonimpuestas sobre grupos con antecedentes culturales o étnicos muy dis-tintos y por esta razón es posible encontrar distintos indicadores de et-nicidad conforme uno penetra la periferia (por ejemplo, Hodder 1977).Es interesante que a menudo las actividades del núcleo impulsan unamayor centralización política en la periferia (Frankenstein y Rowlands1977), y así dan lugar a cambios en el balance del poder que a la larga

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vo de la administración territorial es el grado de control más centraliza-do sobre los asuntos locales, y esas características de los límites permi-ten al sistema político controlar mejor el acceso a su territorio nuclear.Desde luego, sólo los casos extremadamente centralizados que cuentancon grandes recursos –como el estado romano– tienen la capacidad re-querida para llevar esto a cabo rigurosamente.

Aun cuando los métodos y estrategias de dominación aquí mencio-nados son diseñados, seleccionados y puestos en marcha por indivi-duos, esto no quiere decir que esos agentes políticos actúen sin constre-ñimientos. La administración territorial parece ser utilizada máscomúnmente en áreas caracterizadas por un bajo nivel anterior de com-plejidad política; ya que es menor el número de élites secundarias conque se debe negociar. El nivel de la tecnología de comunicaciones ytransporte es probablemente otro factor limitante en cuanto al tamañodel territorio que puede ser administrado en forma directa. El uso devehículos con ruedas y de bestias de carga debe expandir el alcance delestado y permitirle estabilizar su control a través de una área más exten-sa. La ausencia de estos elementos en Mesoamérica quizá explique eluso más restringido de la estrategia territorial.

Las formas de gobierno indirecto abarcadas por el término hegemó-nico varían ampliamente (véanse, por ejemplo Southall 1956, Houston1993, para una discusión del estado segmentado que es bastante pareci-do) y parecen ser mucho más comunes en el mundo antiguo que los sis-temas territoriales. La mayoría de las formas de dominio hegemónicotiende a tomar la forma de relaciones tipo patrón-cliente que son nego-ciadas individualmente por los gobernantes primarios con los secunda-rios y luego reafirmadas mediante las alianzas matrimoniales, los ritospúblicos, las cualidades personales o la investidura y legitimación cere-moniales de los gobernantes secundarios por el gobernante principal.Así, la presencia de los sistemas políticos preexistentes parece impulsarel uso de un sistema hegemónico. Debido a la naturaleza inestable deesta última autoridad, un poder hegemónico tiende a manifestar límitesfluctuantes que no son marcados por elementos de control, aunque suregión nuclear pueda ser definida de esta manera. La lógica es aquí cla-ra: mientras el gobernante primario de una potencia hegemónica bienpuede contar con la capacidad de movilizar la mano de obra y de deli-

mitar su territorio nuclear, carece de la autoridad –y de razones– paraincluir a los centros subsidiarios en un límite controlado cuando su mis-ma lealtad le es impredecible.

CORRELACIONES ARQUEOLÓGICAS

En algún momento debemos abordar la cuestión de la apariencia de lasregiones y sitios limítrofes en términos de su cultura material. Podemosbuscar marcadores específicos que coinciden comúnmente con los lími-tes, o adoptar una perspectiva más contextual y, creo yo, más ilumina-dora, que estudia más bien la lógica del patrón a la luz del entendimien-to de las funciones de los límites.

Ya que la distinción entre las estrategias territorial y hegemónica sig-nifica un cambio en el grado de la autonomía política local, quizá encon-tremos otras distinciones entre las áreas sujetas a estas dos diferentesformas de dominación. Si el control político se extiende hasta el sectoreconómico (que parece ser probable en los sistemas territoriales), enton-ces debemos encontrar evidencia de un más alto nivel de toma de deci-siones en el núcleo, tales como la intensificación de la agricultura conindicios de apoyo o de construcciones del gobierno, o de sistemas de ca-minos que precisan de mano de obra o de ingeniería no disponible en elnivel local. Conforme entramos en la periferia hegemónica de ese mis-mo sistema político, sería cada vez menos probable hallar esta clase deinversiones de parte del núcleo. En el caso romano, los límites coincidie-ron también con un cambio en la zona ambiental y con los modos desubsistencia (Whittaker 1994: 85-97), lo cual sugiere que esas áreas fue-ron blancos de incorporación de esos sistemas políticos, o bien una in-tensificación de la producción agrícola en aquellas áreas que ya se halla-ban dentro de los límites. Diferentes formas de control a menudo sonimpuestas sobre grupos con antecedentes culturales o étnicos muy dis-tintos y por esta razón es posible encontrar distintos indicadores de et-nicidad conforme uno penetra la periferia (por ejemplo, Hodder 1977).Es interesante que a menudo las actividades del núcleo impulsan unamayor centralización política en la periferia (Frankenstein y Rowlands1977), y así dan lugar a cambios en el balance del poder que a la larga

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pueden conducir al decaimiento o a la transformación del sistema (IbnKhaldun 1981, Chase-Dunn y Hall 1991).

Dado que el control del acceso al territorio es un aspecto tan impor-tante de un límite político, podríamos esperar encontrar los sitios limí-trofes ubicados en prominencias con muros alrededor de su perímetro.De hecho, muchas de las expectativas de lo que constituye un sitio es-tratégico han subestimado enormemente la frecuencia con que apareceprecisamente este tipo de asentamiento. Son ya varios los estudios quese han enfocado específicamente en los sitios con características defen-sivas (Elam 1989, J. Topic y T. Topic 1987) y han presentado una serie derequerimientos estrictos, usada luego para calificar o descalificar sitiosindividuales como instalaciones militares. Entre esos elementos están lapresencia de elaborados sistemas de muros, la ocupación de sitios ele-vados con ventajas defensivas y acceso restringido, así como una pobla-ción relativamente grande que rebasa arbitrariamente alguna cifra de-terminada.

Muchas de estos presupuestos se hallan seriamente viciados. Du-rante los primeros doscientos años del imperio romano fue común quese establecieran sus sitios militares en los llanos (véase Luttwak 1976:17-18); pues se pretendía que las tropas fueran móviles y contaran conla capacidad de tomar acciones ofensivas contra cualquier intruso, envez de defender algún sitio específico. Palerm (1956) describe un núme-ro de sitios en Mesoamérica que según los observadores españoles cum-plieron funciones militares de gran importancia o tuvieron elementosestratégicos, y que fueron concebidos de esta manera tanto por los nati-vos mismos como por los españoles. No obstante, hoy muchos de esossitios son poco impresionantes desde la perspectiva arqueológica o con-servan poco más que una ligera ventaja topográfica. Un proyecto crea-tivo organizado por Gorenstein (1985) localizó cinco diferentes sitiosposclásico tardíos que se comprobó formaron parte de un sistema regio-nal de fortificaciones altamente organizado, ubicado en los pasos estra-tégicos que conducían al imperio tarasco. Sin embargo los restos estruc-turales –si bien a menudo extensos– no parecen haber sido numerososy no se reportaron en ningún caso muros, trincheras u otros elementosdefensivos de construcción artificial (Gorenstein 1985: 10-17, 61-78). Sehallaron los cinco sitios en lo alto de colinas, pero la mayoría de éstas no

rebasó los 40 metros de altura. Lo que es más, las fuentes históricas indi-can que si bien las fortificaciones aztecas a lo largo de esa frontera fue-ron construidas con muros de piedra y trincheras arqueológicamenteidentificables (Herrejón Peredo 1978: 31-32, Acuña 1982: 286, 289-290),las fortificaciones tarascas frecuentemente hicieron uso de gruesas em-palizadas de encino (Herrejón Peredo 1978: 54). Con la excepción de lafortificación limítrofe tarasca en Acámbaro, tanto los sitios fronterizosaztecas como los tarascos fueron bastante pequeños y apenas reconoci-bles como instrumentos estratégicos de los dos estados más fuertes enla historia de Mesoamérica. Esto se debe más bien a que los analistashan querido encontrar una relación demasiado simplista entre la estra-tegia y la fuerza militar. Un criterio útil es el de Gorenstein (1966: 48),quien señala la distinción entre los sitios autónomos que podían defen-derse solos y los que tenían la tarea de defender alguna otra localidadmás allá. Es más probable que estos últimos fuesen pequeños, especiali-zados y bastante prescindibles en términos de tácticas regionales, puessu función era más bien la de acosar a las fuerzas atacantes y demorar-las mientras llegaban las fuerzas de apoyo. Así, su ubicación habría sidomás importante que su tamaño.

Otro error común consiste en los intentos mecanicistas de cuantifi-car la importancia de algún límite o la cantidad de tránsito que lo atra-vesaba. Si bien la meta de la cuantificación no es necesariamente impo-sible ni indeseable, tales métodos precisan de una comprensión bastantecompleta de los límites para poder decidir qué es lo que debe cuantifi-carse. Por ejemplo, un intento de determinar la importancia del mante-nimiento de límites en el valle de Oaxaca, en el sur de México, pusogran énfasis en el tamaño y número de los sitios fortificados a lo largodel perímetro de ese valle e interpretó el incremento en esas estadísticasfácilmente cuantificables como de alguna manera indicativo de un ma-yor control de la frontera (Elam 1989). Sin embargo, una reducción en eltamaño o en el número de los sitios establecidos a lo largo de una fron-tera quizá sea mejor interpretada como un indicador de una planeaciónmás centralizada mediante la eliminación de fortificaciones superfluasy peligrosamente independientes. La cuantificación, si bien deseable, nopuede servir como un sustituto de la evaluación del contexto de los si-tios estudiados que usa como guía los casos históricos reales.

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pueden conducir al decaimiento o a la transformación del sistema (IbnKhaldun 1981, Chase-Dunn y Hall 1991).

Dado que el control del acceso al territorio es un aspecto tan impor-tante de un límite político, podríamos esperar encontrar los sitios limí-trofes ubicados en prominencias con muros alrededor de su perímetro.De hecho, muchas de las expectativas de lo que constituye un sitio es-tratégico han subestimado enormemente la frecuencia con que apareceprecisamente este tipo de asentamiento. Son ya varios los estudios quese han enfocado específicamente en los sitios con características defen-sivas (Elam 1989, J. Topic y T. Topic 1987) y han presentado una serie derequerimientos estrictos, usada luego para calificar o descalificar sitiosindividuales como instalaciones militares. Entre esos elementos están lapresencia de elaborados sistemas de muros, la ocupación de sitios ele-vados con ventajas defensivas y acceso restringido, así como una pobla-ción relativamente grande que rebasa arbitrariamente alguna cifra de-terminada.

Muchas de estos presupuestos se hallan seriamente viciados. Du-rante los primeros doscientos años del imperio romano fue común quese establecieran sus sitios militares en los llanos (véase Luttwak 1976:17-18); pues se pretendía que las tropas fueran móviles y contaran conla capacidad de tomar acciones ofensivas contra cualquier intruso, envez de defender algún sitio específico. Palerm (1956) describe un núme-ro de sitios en Mesoamérica que según los observadores españoles cum-plieron funciones militares de gran importancia o tuvieron elementosestratégicos, y que fueron concebidos de esta manera tanto por los nati-vos mismos como por los españoles. No obstante, hoy muchos de esossitios son poco impresionantes desde la perspectiva arqueológica o con-servan poco más que una ligera ventaja topográfica. Un proyecto crea-tivo organizado por Gorenstein (1985) localizó cinco diferentes sitiosposclásico tardíos que se comprobó formaron parte de un sistema regio-nal de fortificaciones altamente organizado, ubicado en los pasos estra-tégicos que conducían al imperio tarasco. Sin embargo los restos estruc-turales –si bien a menudo extensos– no parecen haber sido numerososy no se reportaron en ningún caso muros, trincheras u otros elementosdefensivos de construcción artificial (Gorenstein 1985: 10-17, 61-78). Sehallaron los cinco sitios en lo alto de colinas, pero la mayoría de éstas no

rebasó los 40 metros de altura. Lo que es más, las fuentes históricas indi-can que si bien las fortificaciones aztecas a lo largo de esa frontera fue-ron construidas con muros de piedra y trincheras arqueológicamenteidentificables (Herrejón Peredo 1978: 31-32, Acuña 1982: 286, 289-290),las fortificaciones tarascas frecuentemente hicieron uso de gruesas em-palizadas de encino (Herrejón Peredo 1978: 54). Con la excepción de lafortificación limítrofe tarasca en Acámbaro, tanto los sitios fronterizosaztecas como los tarascos fueron bastante pequeños y apenas reconoci-bles como instrumentos estratégicos de los dos estados más fuertes enla historia de Mesoamérica. Esto se debe más bien a que los analistashan querido encontrar una relación demasiado simplista entre la estra-tegia y la fuerza militar. Un criterio útil es el de Gorenstein (1966: 48),quien señala la distinción entre los sitios autónomos que podían defen-derse solos y los que tenían la tarea de defender alguna otra localidadmás allá. Es más probable que estos últimos fuesen pequeños, especiali-zados y bastante prescindibles en términos de tácticas regionales, puessu función era más bien la de acosar a las fuerzas atacantes y demorar-las mientras llegaban las fuerzas de apoyo. Así, su ubicación habría sidomás importante que su tamaño.

Otro error común consiste en los intentos mecanicistas de cuantifi-car la importancia de algún límite o la cantidad de tránsito que lo atra-vesaba. Si bien la meta de la cuantificación no es necesariamente impo-sible ni indeseable, tales métodos precisan de una comprensión bastantecompleta de los límites para poder decidir qué es lo que debe cuantifi-carse. Por ejemplo, un intento de determinar la importancia del mante-nimiento de límites en el valle de Oaxaca, en el sur de México, pusogran énfasis en el tamaño y número de los sitios fortificados a lo largodel perímetro de ese valle e interpretó el incremento en esas estadísticasfácilmente cuantificables como de alguna manera indicativo de un ma-yor control de la frontera (Elam 1989). Sin embargo, una reducción en eltamaño o en el número de los sitios establecidos a lo largo de una fron-tera quizá sea mejor interpretada como un indicador de una planeaciónmás centralizada mediante la eliminación de fortificaciones superfluasy peligrosamente independientes. La cuantificación, si bien deseable, nopuede servir como un sustituto de la evaluación del contexto de los si-tios estudiados que usa como guía los casos históricos reales.

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UN ESTUDIO DE CASO: LA TRADICIÓN TEUCHITLÁN EN EL CENTRO DE JALISCO

La tradición Teuchitlán de los periodos Formativo Tardío (300 a.C.-200d.C.) y clásico (200-900 d.C.) en el occidente de México estuvo centradaen las cuencas de los lagos en el altiplano del centro del actual estado deJalisco y ha sido definida con referencia a su elaborada arquitectura ce-remonial en forma de círculos concéntricos, conocida como guachimon-tones (Weigand 1985). Un arco consistente en 240 km2 de asentamientoscontinuos con varios recintos ceremoniales-administrativos acomoda-dos alrededor de las lagunas Magdalena y la Vega y las chinampas ad-yacentes, constituyeron el núcleo de ese sistema en el valle de Tequiladurante el periodo Clásico. Las estimaciones conservadoras de la pobla-ción de ese núcleo giran alrededor de unas 50 000 personas (Weigand1996).

Este artículo parte del presupuesto de que la forma arquitectónicaguachimontón tuvo un significado sociopolítico. Los modelos arquitec-tónicos encontrados en esa región en general representan guachimon-tones tempranos, tales como los centros de la actividad ritual (Von Win-ning y Hammer 1972, Kelley 1974). Además, las excavaciones en los si-tios guachimontones tienden a confirmar su uso en ritos funerarios (Ke-lley 1971: 770-774, Ramos y López 1996) y posiblemente para propósitosde habitación (Cabrero G. 1989: 149-161, 187-195). En suma, esa arqui-tectura pública parece haber cumplido múltiples funciones sociales.

El problema actual consiste en examinar la(s) organización(es) polí-tica(s) representada(s) en la tradición Teuchitlán durante su apogeo cul-tural en las fases tabachines 2 y 3 (200-550 d.C.). Weigand (1985) sugiereque esa tradición se aglutinó en uno o más estados, basándose en la evi-dencia de un énfasis cambiante de las tumbas subterráneas a una arqui-tectura de superficie cada vez más monumental; la concentración de lapoblación de los valles circundantes en los sistemas de agricultura in-tensivos del núcleo (Weigand 1993); la jerarquía de asentamiento y laubicación estratégica de esos círculos fuera del centro y a lo largo de lasrutas de transporte (1985). La identificación de lo que parece ser unafrontera que delinea la orilla oriental del núcleo de la tradición Teuchi-tlán brindó una oportunidad única de proponer críticamente una prime-ra –y burda– hipótesis acerca del sistema político del periodo Clásico.

Se propuso la existencia de un claro límite político al oriente de losvalles de Tequila (Weigand 1992), donde la distribución de los guachi-montones se aminora muy rápidamente. Los valles de Tequila constitu-yeron el centro geográfico y cultural de la tradición Teuchitlán y los nu-merosos guachimontones ahí muestran una clara evolución indígenaque surge de la arquitectura del periodo Formativo Tardío. Durante elperiodo Clásico el valle sufrió transformaciones sociales y demográficassin precedente en el occidente de México y Weigand arguye en favor deun rápido aumento de población suscitado por los inmigrantes proce-dentes de los valles adyacentes de Magdalena y Amatitán (Weigand1985). Sin embargo el valle de Atemajac, también adyacente, sólo cuen-ta con dos sitios con esta forma de arquitectura, en Bugambilias de Aba-jo y en El Resumidero (Galván 1982, Beekman 1996).

Los dos valles están separados por la sierra La Primavera, una cade-na de colinas de hasta 2 270 metros sobre el nivel del mar, parcialmentecubiertas de bosque de pino y encino. En términos de elevación relati-va, la sierra tiene una altura máxima de 700 metros por encima de lospisos adyacentes de los dos valles. Debido a sus sistemas de arroyosprofundos, se puede tardar un día o más en atravesar la cadena a pie,pero la ruta más fácil y clara es a través del Corredor La Venta. La actualcarretera Guadalajara-Ameca corre a través de este paso y los informan-tes locales dicen que constituyó en tiempos pasados una ruta de trans-porte importante y un “puerto” natural (véase Hirth 1978).

Se llevaron a cabo excavaciones de sondeo y de prueba en el corre-dor de La Venta y en la sierra La Primavera en 1993 y 1994, a fin de exa-minar esta frontera entre los valles de Tequila y Atemajac y de vinculara éstos en una síntesis regional (Beekman 1996). La historia del patrónde asentamiento del Corredor de La Venta puede resumirse a continua-ción, con el propósito de orientar al lector. Durante la fase Tabachines 1,(1-200 d.C.), ese paso fue escasamente poblado y sólo se identificaronunas pocas aldeas. Hubo un rápido aumento de población durante la si-guiente fase, Tabachines 2 (200-400 d.C.), que se interpreta como el re-sultado de la inmigración proveniente de los valles de Tequila, puesvarios de los nuevos pueblos de ese periodo contaron con guachimonto-nes. Los sitios de El Resumidero y Bugambilias de Arriba, mencionadosanteriormente, fueron establecidos en las entradas a dos vías de acceso

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UN ESTUDIO DE CASO: LA TRADICIÓN TEUCHITLÁN EN EL CENTRO DE JALISCO

La tradición Teuchitlán de los periodos Formativo Tardío (300 a.C.-200d.C.) y clásico (200-900 d.C.) en el occidente de México estuvo centradaen las cuencas de los lagos en el altiplano del centro del actual estado deJalisco y ha sido definida con referencia a su elaborada arquitectura ce-remonial en forma de círculos concéntricos, conocida como guachimon-tones (Weigand 1985). Un arco consistente en 240 km2 de asentamientoscontinuos con varios recintos ceremoniales-administrativos acomoda-dos alrededor de las lagunas Magdalena y la Vega y las chinampas ad-yacentes, constituyeron el núcleo de ese sistema en el valle de Tequiladurante el periodo Clásico. Las estimaciones conservadoras de la pobla-ción de ese núcleo giran alrededor de unas 50 000 personas (Weigand1996).

Este artículo parte del presupuesto de que la forma arquitectónicaguachimontón tuvo un significado sociopolítico. Los modelos arquitec-tónicos encontrados en esa región en general representan guachimon-tones tempranos, tales como los centros de la actividad ritual (Von Win-ning y Hammer 1972, Kelley 1974). Además, las excavaciones en los si-tios guachimontones tienden a confirmar su uso en ritos funerarios (Ke-lley 1971: 770-774, Ramos y López 1996) y posiblemente para propósitosde habitación (Cabrero G. 1989: 149-161, 187-195). En suma, esa arqui-tectura pública parece haber cumplido múltiples funciones sociales.

El problema actual consiste en examinar la(s) organización(es) polí-tica(s) representada(s) en la tradición Teuchitlán durante su apogeo cul-tural en las fases tabachines 2 y 3 (200-550 d.C.). Weigand (1985) sugiereque esa tradición se aglutinó en uno o más estados, basándose en la evi-dencia de un énfasis cambiante de las tumbas subterráneas a una arqui-tectura de superficie cada vez más monumental; la concentración de lapoblación de los valles circundantes en los sistemas de agricultura in-tensivos del núcleo (Weigand 1993); la jerarquía de asentamiento y laubicación estratégica de esos círculos fuera del centro y a lo largo de lasrutas de transporte (1985). La identificación de lo que parece ser unafrontera que delinea la orilla oriental del núcleo de la tradición Teuchi-tlán brindó una oportunidad única de proponer críticamente una prime-ra –y burda– hipótesis acerca del sistema político del periodo Clásico.

Se propuso la existencia de un claro límite político al oriente de losvalles de Tequila (Weigand 1992), donde la distribución de los guachi-montones se aminora muy rápidamente. Los valles de Tequila constitu-yeron el centro geográfico y cultural de la tradición Teuchitlán y los nu-merosos guachimontones ahí muestran una clara evolución indígenaque surge de la arquitectura del periodo Formativo Tardío. Durante elperiodo Clásico el valle sufrió transformaciones sociales y demográficassin precedente en el occidente de México y Weigand arguye en favor deun rápido aumento de población suscitado por los inmigrantes proce-dentes de los valles adyacentes de Magdalena y Amatitán (Weigand1985). Sin embargo el valle de Atemajac, también adyacente, sólo cuen-ta con dos sitios con esta forma de arquitectura, en Bugambilias de Aba-jo y en El Resumidero (Galván 1982, Beekman 1996).

Los dos valles están separados por la sierra La Primavera, una cade-na de colinas de hasta 2 270 metros sobre el nivel del mar, parcialmentecubiertas de bosque de pino y encino. En términos de elevación relati-va, la sierra tiene una altura máxima de 700 metros por encima de lospisos adyacentes de los dos valles. Debido a sus sistemas de arroyosprofundos, se puede tardar un día o más en atravesar la cadena a pie,pero la ruta más fácil y clara es a través del Corredor La Venta. La actualcarretera Guadalajara-Ameca corre a través de este paso y los informan-tes locales dicen que constituyó en tiempos pasados una ruta de trans-porte importante y un “puerto” natural (véase Hirth 1978).

Se llevaron a cabo excavaciones de sondeo y de prueba en el corre-dor de La Venta y en la sierra La Primavera en 1993 y 1994, a fin de exa-minar esta frontera entre los valles de Tequila y Atemajac y de vinculara éstos en una síntesis regional (Beekman 1996). La historia del patrónde asentamiento del Corredor de La Venta puede resumirse a continua-ción, con el propósito de orientar al lector. Durante la fase Tabachines 1,(1-200 d.C.), ese paso fue escasamente poblado y sólo se identificaronunas pocas aldeas. Hubo un rápido aumento de población durante la si-guiente fase, Tabachines 2 (200-400 d.C.), que se interpreta como el re-sultado de la inmigración proveniente de los valles de Tequila, puesvarios de los nuevos pueblos de ese periodo contaron con guachimonto-nes. Los sitios de El Resumidero y Bugambilias de Arriba, mencionadosanteriormente, fueron establecidos en las entradas a dos vías de acceso

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al valle de Atemajac y varios sitios en las cimas de las colinas fueron es-tablecidos en el Cerro Tepopote que marca la orilla septentrional delpaso de La Venta (analizado más adelante). Durante el siguiente periodo–Tabachines 3 (400-550 d.C.)– los asentamientos abandonan en buenamedida el corredor y dejan tras sí sólo los sitios en las cimas. La siguien-te fase de El Grillo (550-900 d.C.), constituye un rompimiento importan-te con el asentamiento anterior, ya que todos los sitios guachimontonesfueron abandonados al tiempo que el área nuclear declinó.

Son los sitios en las cimas durante las fases Tabachines 2 y 3 los queproporcionan la evidencia primaria de una frontera controlada y ambosestán ubicados en posiciones dominantes en el Cerro Tepopote, sobre laorilla norte del paso. Aun cuando la mayor parte de la montaña estuvoprácticamente deshabitada en todos los periodos, las laderas y los picosque colindan con el paso albergaron las principales concentraciones ar-quitectónicas y poblacionales en el corredor durante el periodo de latradición Teuchitlán.

En un rango de elevación de entre 90 y 150 metros en la montaña seencuentra el complejo Tepopote del suroeste. Uno de los sitios másgrandes de esta tradición se halla en el corredor y abarca 7.1 hectáreas.Consta de casi 100 montículos, terrazas y caminos de comunicación dis-persos sobre dos salientes separadas, así como de dos guachimontonesbien definidos y posiblemente un tercero, demasiado dañado por el sa-queo para poderlo identificar sin excavar. La ruta de acceso desde abajoestá muy empinada y parcialmente obstruida por un acantilado de pie-dra. Un muro de 250 metros de largo conecta con los barrancos natura-les para proteger el sitio contra intrusiones del interior de la montaña.

Aparte de estas características arquitectónicas y topográficas, elcomplejo Tepopote del suroeste también ocupa una posición estratégicarelativa al otro asentamiento. El sitio tiene vista no sólo de la mitad occi-dental del corredor de La Venta, sino también de la mayor parte de lospueblos primarios en los valles de Tequila. Aun más interesante desdela perspectiva estratégica es su vista de un segundo corredor que entraen los valles de Tequila desde el sudeste, cerca del pueblo de Navajas.Varios agrupamientos de pequeños semicírculos de piedra directamen-te arriba de la principal área de ocupación del sitio acaso sirvieron comopuestos de vigilancia o rompevientos para las señales de humo que se

enviaban al núcleo del corredor de Navajas. La frecuencia de los arte-factos en ese sitio es baja en general (en parte porque no puede ser ara-do), pero sus distintas distribuciones en la superficie se asocian con lasconcentraciones arquitectónicas de mayor tamaño. La cerámica de la su-perficie y la excavada pertenecen en proporciones iguales a las fases Ta-bachines 2 y 3.

En la orilla oriental de ese mismo cerro y a una elevación de 100-150metros respecto del paso se halla el Peñol de Tepopote, una vez más unode los sitios más grandes localizados en el sondeo y uno que cuenta conuna vista impresionante hacia ambos valles, el de Atemajac y el de Te-quila. Consiste en más de 120 construcciones con una superficie de 7.5hectáreas, rodeadas de una combinación de muros de piedra y escarpa-das caras de roca. Varias terrazas agrícolas dentro de los muros sugierenun cierto grado de autosuficiencia entre los habitantes de ese sitio quearguye en favor de su ocupación permanente. La cerámica de la superfi-cie y la excavada evidencian la ocupación del sitio en las fases Tabachi-nes 2 y 3, y luego un aumento sustancial de material más tarde en el pe-riodo Posclásico (900-1500 d. C.).

Los resultados del sondeo y de la excavación sugieren que el corre-dor de La Venta hacia el este del núcleo de Teuchitlán fue una ruta decomunicación cuidadosamente vigilada durante las fases Tabachines 2y 3. La evidencia indica que la razón de ser de los sitios de Tepopote fuela de observar el tráfico que atravesaba el paso desde una ubicacióndefensivamente fuerte y sugiere asimismo la participación en un siste-ma más amplio que funcionaba en forma concertada para controlar elacceso al núcleo. La presencia de zonas de desechos discernibles, de es-tructuras residenciales, de terrazas agrícolas y la posición estratégica delos sitios arriba del corredor de La Venta abogan por una ocupación per-manente en vez de un lugar de refugio temporal para los agricultoresque vivían abajo. Hay, después de todo, localidades más remotas y másaltas en el Cerro Tepopote, pero no tienen una vista muy buena del co-rredor ni suficiente proximidad para reaccionar al tráfico que pudieraentrar en esa vía de acceso.

Lo que es más, los pasajes occidental y noroccidental hacia los vallesde Tequila estuvieron vigilados en forma semejante durante ese perio-do desde los sitios altos de Cerro Pipiole y Santa Rosalía, y desde el sitio

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al valle de Atemajac y varios sitios en las cimas de las colinas fueron es-tablecidos en el Cerro Tepopote que marca la orilla septentrional delpaso de La Venta (analizado más adelante). Durante el siguiente periodo–Tabachines 3 (400-550 d.C.)– los asentamientos abandonan en buenamedida el corredor y dejan tras sí sólo los sitios en las cimas. La siguien-te fase de El Grillo (550-900 d.C.), constituye un rompimiento importan-te con el asentamiento anterior, ya que todos los sitios guachimontonesfueron abandonados al tiempo que el área nuclear declinó.

Son los sitios en las cimas durante las fases Tabachines 2 y 3 los queproporcionan la evidencia primaria de una frontera controlada y ambosestán ubicados en posiciones dominantes en el Cerro Tepopote, sobre laorilla norte del paso. Aun cuando la mayor parte de la montaña estuvoprácticamente deshabitada en todos los periodos, las laderas y los picosque colindan con el paso albergaron las principales concentraciones ar-quitectónicas y poblacionales en el corredor durante el periodo de latradición Teuchitlán.

En un rango de elevación de entre 90 y 150 metros en la montaña seencuentra el complejo Tepopote del suroeste. Uno de los sitios másgrandes de esta tradición se halla en el corredor y abarca 7.1 hectáreas.Consta de casi 100 montículos, terrazas y caminos de comunicación dis-persos sobre dos salientes separadas, así como de dos guachimontonesbien definidos y posiblemente un tercero, demasiado dañado por el sa-queo para poderlo identificar sin excavar. La ruta de acceso desde abajoestá muy empinada y parcialmente obstruida por un acantilado de pie-dra. Un muro de 250 metros de largo conecta con los barrancos natura-les para proteger el sitio contra intrusiones del interior de la montaña.

Aparte de estas características arquitectónicas y topográficas, elcomplejo Tepopote del suroeste también ocupa una posición estratégicarelativa al otro asentamiento. El sitio tiene vista no sólo de la mitad occi-dental del corredor de La Venta, sino también de la mayor parte de lospueblos primarios en los valles de Tequila. Aun más interesante desdela perspectiva estratégica es su vista de un segundo corredor que entraen los valles de Tequila desde el sudeste, cerca del pueblo de Navajas.Varios agrupamientos de pequeños semicírculos de piedra directamen-te arriba de la principal área de ocupación del sitio acaso sirvieron comopuestos de vigilancia o rompevientos para las señales de humo que se

enviaban al núcleo del corredor de Navajas. La frecuencia de los arte-factos en ese sitio es baja en general (en parte porque no puede ser ara-do), pero sus distintas distribuciones en la superficie se asocian con lasconcentraciones arquitectónicas de mayor tamaño. La cerámica de la su-perficie y la excavada pertenecen en proporciones iguales a las fases Ta-bachines 2 y 3.

En la orilla oriental de ese mismo cerro y a una elevación de 100-150metros respecto del paso se halla el Peñol de Tepopote, una vez más unode los sitios más grandes localizados en el sondeo y uno que cuenta conuna vista impresionante hacia ambos valles, el de Atemajac y el de Te-quila. Consiste en más de 120 construcciones con una superficie de 7.5hectáreas, rodeadas de una combinación de muros de piedra y escarpa-das caras de roca. Varias terrazas agrícolas dentro de los muros sugierenun cierto grado de autosuficiencia entre los habitantes de ese sitio quearguye en favor de su ocupación permanente. La cerámica de la superfi-cie y la excavada evidencian la ocupación del sitio en las fases Tabachi-nes 2 y 3, y luego un aumento sustancial de material más tarde en el pe-riodo Posclásico (900-1500 d. C.).

Los resultados del sondeo y de la excavación sugieren que el corre-dor de La Venta hacia el este del núcleo de Teuchitlán fue una ruta decomunicación cuidadosamente vigilada durante las fases Tabachines 2y 3. La evidencia indica que la razón de ser de los sitios de Tepopote fuela de observar el tráfico que atravesaba el paso desde una ubicacióndefensivamente fuerte y sugiere asimismo la participación en un siste-ma más amplio que funcionaba en forma concertada para controlar elacceso al núcleo. La presencia de zonas de desechos discernibles, de es-tructuras residenciales, de terrazas agrícolas y la posición estratégica delos sitios arriba del corredor de La Venta abogan por una ocupación per-manente en vez de un lugar de refugio temporal para los agricultoresque vivían abajo. Hay, después de todo, localidades más remotas y másaltas en el Cerro Tepopote, pero no tienen una vista muy buena del co-rredor ni suficiente proximidad para reaccionar al tráfico que pudieraentrar en esa vía de acceso.

Lo que es más, los pasajes occidental y noroccidental hacia los vallesde Tequila estuvieron vigilados en forma semejante durante ese perio-do desde los sitios altos de Cerro Pipiole y Santa Rosalía, y desde el sitio

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con bardas de Llano Grande (Weigand 1985: 90). Podríamos quizá in-cluir el corredor de Navajas, ya que se halla también en un sitio de esepasaje, y se halló el sitio guachimontón en la cima de la colina de El Mo-lino, más allá de ese pasaje y rumbo al lago de Chapala. Aparte de CerroPipiole, que cuenta con un componente más primitivo, todos estos sitiosparecen haber sido fundados por la fase Tabachines 2 y quedaron aisla-dos posteriormente, cuando la población se concentró en el núcleo du-rante la fase Tabachines 3. Los círculos en estos sitios corresponden alnivel más bajo de la jerarquía regional del asentamiento (Ohnersorgeny Varien 1996), y parecen ser sitios pequeños de uso especial que difícil-mente pueden haber constituido los núcleos de sistemas políticos inde-pendientes de la región nuclear.

La relación entre el núcleo y los guachimontones que han sido iden-tificados en otras áreas de Jalisco (Galván 1982, Beekman 1996, JosephMountjoy, comunicación personal, 1994), en Nayarit (Weigand 1996), enColima (Rosalío Serna 1991), en Zacatecas (Cabrero G. 1989), en Guana-juato (Sánchez Correa y Marmolejo Morales 1989), y en Querétaro (Nal-da 1987: 181), precisa de esclarecimiento. El denominador común entreesos sitios parece ser su ocupación en los periodos Clásico Medio a Clá-sico Tardío (300-600 d.C., aunque hay asimismo indicaciones de fechasligeramente más tempranas o más tardías),y la presencia de pequeñasversiones de la arquitectura guachimontón (Kelley 1971:771, Cabrero G.1989, Sánchez Correa y Marmolejo Morales 1989: 272).

Los círculos en los valles centrales muestran un rango de tamañoconsiderablemente mayor, son de mejor construcción, son mucho másnumerosos y únicamente en el núcleo están acompañados de canchasde pelota (Weigand 1985). Además, esos círculos son la única forma dearquitectura cívico-ceremonial identificada en los valles centrales hastael epiclásico (550-900 d.C.). Además, los ejemplos más distantes resultana veces cercanos a otras formas de arquitectura pública (por ejemplo,Kelley 1971:770-774), Sánchez Correa y Marmolejo Morales 1989: Figu-ras 2, 4). Si bien los centros en el altiplano de Jalisco que ostentan estaforma de arquitectura se hallan típicamente en tierras planas o al pie delos montes, los que se encuentran en lo que llamamos la periferia estána menudo en posiciones que dominan las rutas de comunicación (porejemplo, Cabrero G. 1989). Por estas razones pienso que el uso de los

términos núcleo y periferia es aceptable y útil, sin ningún presupuestoa priori acerca de la existencia de una relación de dependencia entre ellos(véase, Beekman, en prensa, para una discusión más detallada).

La integración ocasional de los elementos arquitectónicos aparente-mente locales en el patrón concéntrico general y la concurrencia de lasotras formas de arquitectura en algunos de esos sitios periféricos (Ca-brero G. 1989:139, 142, 164, Sánchez Correa y Marmolejo Morales 1989:Figuras 2, 4, Rosalío Serna 1991:18) sugieren la adopción local del gua-chimontón y no su imposición desde afuera. Es más, los sitos periféricosde la tradición Teuchitlán se hallan a lo largo de los ríos y de otras rutas decomunicación que conectan el núcleo con las zonas de explotación de re-cursos. Esta observación mantiene su validez sin importar si se exami-nan los guachimontones hacia el norte (las minas de Chalchihuites[Weigand 1968]), el oeste (presumiblemente productos de la costa), elsur (la industria de la sal de Sayula [Valdéz et al., 1996] o la costa de Co-lima), y el este (posiblemente las minas de cinabrio de la Sierra Gorda[Secretaría de Patrimonio Nacional 1970]). Esto no implica que hubieraun intento de lograr el control directo de los recursos en sí, sino que ladistribución y el sabor local de los guachimontones periféricos me su-gieren una estrategia diseñada para asegurar las rutas comerciales me-diante el apoyo de las élites locales.

He propuesto (Beekman 1996) que los guachimontones más distan-tes quizá representen a las élites locales que adoptaron la arquitectura yel ceremonialismo que le era propio mediante su participación en unared económica más amplia. Tal relación entre el núcleo y la periferia nohabría implicado la administración directa desde el núcleo, el cual pro-bablemente habría ejercido su autoridad principalmente a través de suposición en la cima de la jerarquía ceremonial.

Así, mientras que se aduce que la tradición Teuchitlán tenía una es-tructura política al interior de su área nuclear, la periferia sigue más decerca el patrón relacionado con la administración hegemónica. Una con-clusión parecida es sugerida por los extensivos sistemas de chinampasen forma cuadricula que se encuentran dentro del área nuclear y que,según se afirma, datan del periodo Clásico (Weigand 1993). Esto sugierela organización de algunas actividades de subsistencia en una elevaciónsuperior. Durante ese mismo tiempo hay un reducido asentamiento en

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con bardas de Llano Grande (Weigand 1985: 90). Podríamos quizá in-cluir el corredor de Navajas, ya que se halla también en un sitio de esepasaje, y se halló el sitio guachimontón en la cima de la colina de El Mo-lino, más allá de ese pasaje y rumbo al lago de Chapala. Aparte de CerroPipiole, que cuenta con un componente más primitivo, todos estos sitiosparecen haber sido fundados por la fase Tabachines 2 y quedaron aisla-dos posteriormente, cuando la población se concentró en el núcleo du-rante la fase Tabachines 3. Los círculos en estos sitios corresponden alnivel más bajo de la jerarquía regional del asentamiento (Ohnersorgeny Varien 1996), y parecen ser sitios pequeños de uso especial que difícil-mente pueden haber constituido los núcleos de sistemas políticos inde-pendientes de la región nuclear.

La relación entre el núcleo y los guachimontones que han sido iden-tificados en otras áreas de Jalisco (Galván 1982, Beekman 1996, JosephMountjoy, comunicación personal, 1994), en Nayarit (Weigand 1996), enColima (Rosalío Serna 1991), en Zacatecas (Cabrero G. 1989), en Guana-juato (Sánchez Correa y Marmolejo Morales 1989), y en Querétaro (Nal-da 1987: 181), precisa de esclarecimiento. El denominador común entreesos sitios parece ser su ocupación en los periodos Clásico Medio a Clá-sico Tardío (300-600 d.C., aunque hay asimismo indicaciones de fechasligeramente más tempranas o más tardías),y la presencia de pequeñasversiones de la arquitectura guachimontón (Kelley 1971:771, Cabrero G.1989, Sánchez Correa y Marmolejo Morales 1989: 272).

Los círculos en los valles centrales muestran un rango de tamañoconsiderablemente mayor, son de mejor construcción, son mucho másnumerosos y únicamente en el núcleo están acompañados de canchasde pelota (Weigand 1985). Además, esos círculos son la única forma dearquitectura cívico-ceremonial identificada en los valles centrales hastael epiclásico (550-900 d.C.). Además, los ejemplos más distantes resultana veces cercanos a otras formas de arquitectura pública (por ejemplo,Kelley 1971:770-774), Sánchez Correa y Marmolejo Morales 1989: Figu-ras 2, 4). Si bien los centros en el altiplano de Jalisco que ostentan estaforma de arquitectura se hallan típicamente en tierras planas o al pie delos montes, los que se encuentran en lo que llamamos la periferia estána menudo en posiciones que dominan las rutas de comunicación (porejemplo, Cabrero G. 1989). Por estas razones pienso que el uso de los

términos núcleo y periferia es aceptable y útil, sin ningún presupuestoa priori acerca de la existencia de una relación de dependencia entre ellos(véase, Beekman, en prensa, para una discusión más detallada).

La integración ocasional de los elementos arquitectónicos aparente-mente locales en el patrón concéntrico general y la concurrencia de lasotras formas de arquitectura en algunos de esos sitios periféricos (Ca-brero G. 1989:139, 142, 164, Sánchez Correa y Marmolejo Morales 1989:Figuras 2, 4, Rosalío Serna 1991:18) sugieren la adopción local del gua-chimontón y no su imposición desde afuera. Es más, los sitos periféricosde la tradición Teuchitlán se hallan a lo largo de los ríos y de otras rutas decomunicación que conectan el núcleo con las zonas de explotación de re-cursos. Esta observación mantiene su validez sin importar si se exami-nan los guachimontones hacia el norte (las minas de Chalchihuites[Weigand 1968]), el oeste (presumiblemente productos de la costa), elsur (la industria de la sal de Sayula [Valdéz et al., 1996] o la costa de Co-lima), y el este (posiblemente las minas de cinabrio de la Sierra Gorda[Secretaría de Patrimonio Nacional 1970]). Esto no implica que hubieraun intento de lograr el control directo de los recursos en sí, sino que ladistribución y el sabor local de los guachimontones periféricos me su-gieren una estrategia diseñada para asegurar las rutas comerciales me-diante el apoyo de las élites locales.

He propuesto (Beekman 1996) que los guachimontones más distan-tes quizá representen a las élites locales que adoptaron la arquitectura yel ceremonialismo que le era propio mediante su participación en unared económica más amplia. Tal relación entre el núcleo y la periferia nohabría implicado la administración directa desde el núcleo, el cual pro-bablemente habría ejercido su autoridad principalmente a través de suposición en la cima de la jerarquía ceremonial.

Así, mientras que se aduce que la tradición Teuchitlán tenía una es-tructura política al interior de su área nuclear, la periferia sigue más decerca el patrón relacionado con la administración hegemónica. Una con-clusión parecida es sugerida por los extensivos sistemas de chinampasen forma cuadricula que se encuentran dentro del área nuclear y que,según se afirma, datan del periodo Clásico (Weigand 1993). Esto sugierela organización de algunas actividades de subsistencia en una elevaciónsuperior. Durante ese mismo tiempo hay un reducido asentamiento en

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el vecino valle de Atemajac (Galván 1991: 205-214), y esa área parece ha-ber sido periférica respecto de los procesos sociales, económicos y polí-ticos que tenían lugar hacia el oeste en el núcleo de Teuchitlán. Esto en-fatiza aún más el hecho de que el establecimiento de las fortificacionesalrededor de los valles de Tequila se vincula más de cerca con la deli-mitación del territorio político que con la defensa militar concreta con-tra alguna fuerza exterior.

CONCLUSIONES

A partir del examen de ambos, la literatura teórica relacionada con lossistemas políticos y las comparaciones de los patrones del espacio aso-ciados con los estados preindustriales, he sugerido que las fronterascontroladas corresponden a los límites del efectivo control político o dela administración territorial. Varias formas de autoridad hegemónicabien podrían darse más allá de este punto, pero representan formas dis-tintas y débiles del dominio político. He aplicado estos conceptos a uncaso arqueológico más tenuemente apoyado en la tradición Teuchitlánen el centro de Jalisco. Aun cuando los datos no son muy cuantiosos,son consistentes con la conclusión de que una estrategia centralizada demonitoreo de las fronteras fue llevada a cabo por el estado y estableci-da en los valles de Tequila durante parte de las fases Tabachines 2 y 3(200-550 d.C.). Posteriormente, esta red de límites fue abandonada enalgún momento antes del decaimiento gradual del núcleo de la tradi-ción Teuchitlán. Al aprovechar los datos históricos para elaborar gene-ralizaciones teóricas he llegado a la conclusión de que existió probable-mente una estructura política territorial en el valle nuclear de la tra-dición Teuchitlán durante su apogeo en el Clásico Medio. Además, siacaso el núcleo ejerció alguna autoridad sobre los otros sitios en el Mé-xico occidental provistos de guachimontones, fue, probablemente, a tra-vés de una estrategia hegemónica más débil.

Pero hay que hacer algunas aclaraciones. Primero, estas son estrate-gias políticas y no tipos, así que pueden ser aplicadas simultáneamenteen las mismas regiones o en regiones diferentes. Segundo, cada estrate-gia se define como el polo de una dicotomía. Los ejemplos reales se des-

criben mejor al ubicarse en un continuum o al atribuirles la utilización decualquiera de una selección de estrategias abarcadas por estas ampliascategorías. Por último, incluso el ejemplo del imperio romano descritocomo territorial en este artículo no alcanza las definiciones del Estadopresentadas por muchos teóricos políticos clásicos como Marx, Weber yotros. Todos los sistemas políticos tiene que enfrentar las divisiones in-ternas, el faccionalismo y los desafíos a su autoridad, y se espera que uncreciente reconocimiento de este hecho seguirá alentando el uso cadavez mayor de los modelos históricos actuales entre los arqueólogos.

Traducción de Paul C. Kersey y Óscar Mazín

BIBLIOGRAFÍA

BEEKMAN, Christopher S., “The Long-Term Evolution of a Political Boundary:Archaeological Research in Jalisco, Mexico,” en Ancient Mesoamerica 7(1),1996, pp. 135-147.

——, “The Correspondence of Regional Patterns and Local Strategies in Forma-tive to Classic Period West Mexico”, en Journal of Anthropological Archaeology(en prensa).

BEEKMAN, Christopher S. y Stephen D. HOUSTON, “Political Boundaries in An-cient Mesoamerica”, ponencia presentada en la 58° Congreso Anual de laSociety for American Archaeology, St. Louis, MI.

CABRERO GARCÍA, María Teresa, Civilización en el Norte de México: Arqueología dela Cañada del Río Bolaños (Zacatecas y Jalisco), México, UNAM, 1989.

CHASE-DUNN, Christopher y Thomas D. HALL (eds.), Core/Periphery Relations inPrecapitalist Worlds, Boulder: Westview Press, 1991.

ELAM, J. Michael, “Defensible and Fortified Sites”, en Kowaleski, Stephen A.,Gary M. Feniman, Laura Finsten, Richard E. Blanton y Linda M. Nicholas,Monte Alban’s Hinterland, Part II, Museum of Anthropology Memoir no. 23,University of Michigan, Ann Arbor, 1989, pp. 385-407.

FRANKENSTEIN, Susan y Michael J. ROWLANDS, “The Internal Structure and Re-gional Context of Early Iron Age Society in South-Western Germany”, enBulletin of the Institute of Archaeology of London 15, 1977, pp. 73-112.

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el vecino valle de Atemajac (Galván 1991: 205-214), y esa área parece ha-ber sido periférica respecto de los procesos sociales, económicos y polí-ticos que tenían lugar hacia el oeste en el núcleo de Teuchitlán. Esto en-fatiza aún más el hecho de que el establecimiento de las fortificacionesalrededor de los valles de Tequila se vincula más de cerca con la deli-mitación del territorio político que con la defensa militar concreta con-tra alguna fuerza exterior.

CONCLUSIONES

A partir del examen de ambos, la literatura teórica relacionada con lossistemas políticos y las comparaciones de los patrones del espacio aso-ciados con los estados preindustriales, he sugerido que las fronterascontroladas corresponden a los límites del efectivo control político o dela administración territorial. Varias formas de autoridad hegemónicabien podrían darse más allá de este punto, pero representan formas dis-tintas y débiles del dominio político. He aplicado estos conceptos a uncaso arqueológico más tenuemente apoyado en la tradición Teuchitlánen el centro de Jalisco. Aun cuando los datos no son muy cuantiosos,son consistentes con la conclusión de que una estrategia centralizada demonitoreo de las fronteras fue llevada a cabo por el estado y estableci-da en los valles de Tequila durante parte de las fases Tabachines 2 y 3(200-550 d.C.). Posteriormente, esta red de límites fue abandonada enalgún momento antes del decaimiento gradual del núcleo de la tradi-ción Teuchitlán. Al aprovechar los datos históricos para elaborar gene-ralizaciones teóricas he llegado a la conclusión de que existió probable-mente una estructura política territorial en el valle nuclear de la tra-dición Teuchitlán durante su apogeo en el Clásico Medio. Además, siacaso el núcleo ejerció alguna autoridad sobre los otros sitios en el Mé-xico occidental provistos de guachimontones, fue, probablemente, a tra-vés de una estrategia hegemónica más débil.

Pero hay que hacer algunas aclaraciones. Primero, estas son estrate-gias políticas y no tipos, así que pueden ser aplicadas simultáneamenteen las mismas regiones o en regiones diferentes. Segundo, cada estrate-gia se define como el polo de una dicotomía. Los ejemplos reales se des-

criben mejor al ubicarse en un continuum o al atribuirles la utilización decualquiera de una selección de estrategias abarcadas por estas ampliascategorías. Por último, incluso el ejemplo del imperio romano descritocomo territorial en este artículo no alcanza las definiciones del Estadopresentadas por muchos teóricos políticos clásicos como Marx, Weber yotros. Todos los sistemas políticos tiene que enfrentar las divisiones in-ternas, el faccionalismo y los desafíos a su autoridad, y se espera que uncreciente reconocimiento de este hecho seguirá alentando el uso cadavez mayor de los modelos históricos actuales entre los arqueólogos.

Traducción de Paul C. Kersey y Óscar Mazín

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