Los Errantes A6

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1 A modo de prólogo “La propaganda es una labor necesaria, pero la teoría, si no va acompañada de la acción, es letra muerta” Una constante recorre la existencia de anarquistas como Du- rruti, la necesidad de llevar las ideas a la práctica, propagándolas activamente en primera persona. La necesidad de la agitación nace con las ideas mismas y es a través de ellas que se transforma en algo vivo. La crítica a la profesionalización en el terreno anar- quista -tanto de la teoría, como de la práctica- aporta a la bús- queda constante de individuos integrales, que piensan y actúan por si mismos. La división de la realidad en diferentes campos ha hecho que las especializaciones conduzcan a transformar a las personas en entes que cumplen una función concreta en esta sociedad -quienes piensan y quienes actúan- pero general- mente no ambas cosas a la vez, con la consabida consecuencia nefasta del mandato y la obediencia. Estas contradicciones se trasladan muchas veces a terreno propio y en nuestros entornos se refleja a lo largo de la historia. ¿Cómo asumir el complejo de

Transcript of Los Errantes A6

  • 1A modo de prlogoLa propaganda es una labor necesaria, pero la teora,

    si no va acompaada de la accin, es letra muerta

    Una constante recorre la existencia de anarquistas como Du-rruti, la necesidad de llevar las ideas a la prctica, propagndolas activamente en primera persona. La necesidad de la agitacin nace con las ideas mismas y es a travs de ellas que se transforma en algo vivo. La crtica a la profesionalizacin en el terreno anar-quista -tanto de la teora, como de la prctica- aporta a la bs-queda constante de individuos integrales, que piensan y actan por si mismos. La divisin de la realidad en diferentes campos ha hecho que las especializaciones conduzcan a transformar a las personas en entes que cumplen una funcin concreta en esta sociedad -quienes piensan y quienes actan- pero general-mente no ambas cosas a la vez, con la consabida consecuencia nefasta del mandato y la obediencia. Estas contradicciones se trasladan muchas veces a terreno propio y en nuestros entornos se refleja a lo largo de la historia. Cmo asumir el complejo de

  • 2la prctica contra lo existente sin transformarlo unicamente en una folklrica repetidora de ideas heredadas o anquilosadas? Cmo superar las falsas distinciones provenientes de la ciencia, entre tericos e individuos de accin? En lo que respecta a la relacin entre las palabras y la actuacin algunos han inten-tado romper brechas considerando que la propaganda por los hechos saldara la cuestin, otros han credo que era preciso educar y fortalecer a los sujetos revolucionarios para lograr la ruptura con lo establecido, y a partir de ah lanzarse a la aventu-ra de la accin... Estas dos tensiones han atravesado a los anar-quistas a lo largo de las dcadas, y por supuesto, la poca que se describe a continuacin estaba plagada de ellas.

    Anarquistas de Prometeo. Barcelona 2014.

  • 3De Simn Radowitzky a Boris Wladimirovich

    Por circunstancias ajenas a la voluntad de Durruti y Ascaso, la ex-cursin americana iba a terminar por donde lgicamente deba ha-ber empezado. Y lo que era peor, llevando Los Errantes tras de s a los policas de tres Estados, persiguindoles por delitos que, por otra parte, en el Buenos Aires de 1925, mantenan dividido al anar-quismo argentino debido a la polmica originada en torno a los m-todos del activismo. Una fraccin era partidaria de la expropiacin de los bienes materiales y del atentado personal; mientras la otra era contraria a dichos procedimientos, por considerarlos impropios del anarquismo. Sin embargo, las causas bsicas de esas prcticas directas estaban ligadas a la naturaleza del propio poder en la Ar-gentina, el cual era altamente represivo sobre el movimiento obrero. Por esto, y por la gran afluencia de anarquistas entre los inmigrantes y los exiliados arribados a las tierras rioplatenses, en la Argentina y en el Uruguay, el anarquismo combativo tena numerosos adeptos. En agosto de 1905 se haba constituido la FORA (Federa-cin Obrera Regional Argentina) en el denominado V Congreso, prosiguiendo la lnea de los intentos de unificacin del movimiento

  • 4obrero, cuyo primer antecedente hay que buscarlo en la creacin de la Seccin de la Asociacin Internacional de los Trabajadores, o Primera Internacional, en 1872. Este, y los esfuerzos unitarios pos-teriores, se diluyeron por culpa de las interminables discusiones, se-mejantes a las de los europeos, mantenidas entre los socialdemcra-tas, los marxistas, los sindicalistas y los anarquistas. El predominio, en aquella poca, lo tenan estos ltimos -sobre todo en los gremios de composicin artesanal- y los anarcosindicalistas. Ello se hace evi-dente en el mencionado V Congreso, donde, por amplia mayora, se resuelve la adhesin al ideario del comunismo anarquista, como se le llamaba entonces, antes de que los bolcheviques se apropiaran del trmino comunista. Los socialdemcratas, por su lado, ya tenan organizado desde 1896 su Partido Socialista, inscrito en el cauce re-formista y parlamentario marcado por la Segunda Internacional. Una organizacin obrera no nace si no existe la razn obre-ra que le da vida, y la existencia obrera surge por la presencia de una burguesa, que es la que engendra el proletariado. Quiere decir esto que, si en la Argentina aparecieron organizaciones obreras hacia la dcada de 1880, era porque la evolucin econmica capitalista e in-dustrial del pas iba creando las bases de la sociedad burguesa y, por ende, la lucha de clases en medio de una situacin en que esa lucha iba a aparecer en su estado ms puro. Haba miedo al predominio obrero, y se pusieron en juego to-dos los recursos para debilitar al movimiento huelgustico desencadena-do por los panaderos de Buenos Aires en agosto de 1902. Fue en ocasin de esta huelga cuando el juez Navarro allan el local de la Federacin Obrera, sede de 18 gremios de la capital, en cuya oportunidad las nume-rosas fuerzas policacas que entraron en el local hicieron grandes destro-

  • 5zos en muebles y en libros. (...)El procedimiento del juez Navarro produjo un efecto contrario al esperado, pues todos los trabajadores se indignaron y protestaron valientemente. En esa emergencia, los oradores socia-listas se unieron a los anarquistas en la condenacin de los atrope-llos cometidos, habindose realizado en conjunto el 17 de agosto un gran mitin al que concurrieron 20.000 obreros. En las etapas si-guientes, la combatividad obrera ir en aumento, zanjndose todos los conflictos huelgusticos por medio de la violencia: intervencin brutal de la polica por un lado, y sabotaje y boicot por parte de la clase obrera. Por principio de autoridad, el Gobierno se haba propues-to que el Da de los Trabajadores no se celebrara en la Argentina. Pero la Federacin Obrera convoc en Buenos Aires, para el 1 de mayo de 1904, una manifestacin que deba partir de la Plaza Lorea o del Congreso para congregarse en torno a la estatua de Mazzini, en el paseo de Julio. Acudieron a dicha manifestacin mas de 100.000 personas, segn los clculos de la prensa burguesa. Esa cifra era enorme, teniendo en cuenta que la capital argentina contaba por aquel entonces con un milln de habitantes. La polica, con pretex-tos o sin pretextos, atac a tiros de revlver a los concurrentes. Los obreros que disponan de algn arma replicaron a la agresin. Se en-tabl un intenso tiroteo y cay la primera vctima obrera, el marine-ro Juan Ocampo. Un grupo de unos trescientos manifestantes, entre los que haba algunos armados de revlveres, rodearon el cadver, lo tomaron a hombros y la caravana march resueltamente por las calles de la ciudad hasta el local de La Protesta, en la calle Crdoba. La polica intent varias veces interrumpir la manifestacin, pero

  • 6comprendi que esta vez no tropezaba con una muchedumbre des-armada, sino con un grupo de hombres decididos a enfrentarse a cualquier situacin, y se content con seguirla desde lejos. Desde el local del diario anarquista el cadver de Ocampo fue trasladado a la Federacin Obrera, en la calle Chile, donde fue depositado para ser velado por el pueblo trabajador de Buenos Aires. Una vez los obreros dentro del local, la polica concentr grandes fuerzas a su alrededor en despliegue de batalla. Los obreros comprendieron que sera estril una nueva masacre y abandonaron el edificio, lo que fue aprovechado por los guardias del orden para llevarse el muerto y en-terrarlo clandestinamente. Adems del marinero muerto, hubo ms de treinta obreros heridos de bala. Estos son los suceso conocidos como la masacre de la Plaza Mazzini. Pero esta cruenta represin no poda detener la marcha de la clase obrera; por el contrario, el movimiento obrero va incremen-tando sus actividades en todo el pas. Uno de sus sindicatos, el de Estibadores u Obreros del Puerto, tom la iniciativa en 1905, de convocar un congreso sudamericano, para constituir la Federacin de Transportes Martimos y Terrestres, de estibadores y afines y de todas las sociedades de Transporte de Sudamrica. En la circular donde se fundamenta esta iniciativa se lee: Por lo tanto, este Comit resuelve efectuar su IV Congreso en la ciudad de Montevideo, en la primera quincena de octubre del corrien-te ao, con carcter del Congreso Sudamrica de Transportes Martimos y Terrestres. Se resuelve que en este primer Congreso Sudamericano toma-rn parte todas las Sociedades de Transporte de las siguientes repbli-cas: Argentina, Brasil, Chile, Uruguay, Per, Paraguay, Ecuador, Vene-

  • 7zuela y Mxico, para celebrar un pacto sudamericano y deliberar sobre la mejor forma de contrarrestar los avances del absorbente capitalismo y entrar en relaciones con la Federacin Internacional de Transportes, que tiene asiento en Hamburgo, Alemania. Esta iniciativa encierra una gran importancia social y po-ltica. Se trata de un considerable paso del sindicalismo obrero, de cara a estrechar lazos internacionales, en un pas que es parte de un continente formado por un mosaico de estados artificialmente frag-mentados por los intereses de las clases dominantes; herencia, a su vez, del dominio espaol y, despus, de los vnculos neocoloniales establecidos por las nuevas potencias imperialistas: Gran Bretaa y los Estados Unidos de Amrica. Por esto, se comprende la reaccin opresora de las clases dominantes y los gobernantes en la Argentina, con la contribucin imperialista. El ascenso de la clase trabajadora y su organizacin independiente, venan a poner en peligro la con-juncin de la clase burguesa nativa y las fuerzas imperialistas; sobre todo si el impulso proletario unificaba los movimientos obreros de Amrica Latina, replanteando la integracin liberadora de los di-versos pases de habla hispana. No es extrao pues, que el aparato estatal arremetiera persistentemente con energa brutal sobre las re-beldas obreras, los sindicatos y su central, que por aquel entonces era la FORA. Concretamente, a partir de ese 1 de mayo de 1904, teido de sangre trabajadora, todos los siguientes fueron de tanta o mayor intensidad social. Y las razones son obvias: podemos hallarlas en las terribles condiciones a las que estaba sometida la clase trabajado-ra. En 1905, la respuesta programtica la di el ya mencionado V Congreso de la FORA, a partir del cual la lucha obrera se radicaliz

  • 8an ms. Solamente en 1906 hubo en Buenos Aires 39 huelgas, en las que participaron 137.000 trabajadores. Las estadsticas seala-ban que un promedio de 600 obreros estaban constantemente en conflicto con la burguesa. Esta situacin de antagonismo social permanente pona los nervios de punta a los gobernantes. El coro-nel Falcn, jefe de polica de la Capital Federal, irritado por la im-portancia que tomaba la lucha obrera y la propaganda anarquista, juraba que acabara con los libertarios. Para conseguirlo llev a cabo no slo continuos atropellos a la libertad individual y de asociacin, sino que tambin aplic leyes restrictivas y decretos dictatoriales, a la par que practicaba a diario procedimientos de excepcin. Entre el movimiento anarquista y forista por un lado, y el estado argentino y sus fuerzas represivas por el otro, qued planteado un claro desafo. En 1902 se aplicaba, por primera vez, el llamado Estado de sitio, verdadero Estado de excepcin que barra los muy respeta-dos derechos constitucionales e individuales. A partir de entonces, sera impuesto por largos perodos y por casi todos los gobiernos constitucionales -o sea, resultantes de elecciones nacionales- o de facto -es decir, de hecho-. En consecuencia, la excepcin era, en rea-lidad el vivir bajo el imperio constitucional. Ese mismo ao de 1902 se dict, adems, una de las leyes ms represivas y ms combatidas de la Argentina, que perdur durante ms de medio siglo; se trata de la denominada Ley de Residencia (nmero 4.144). La misma per-mita a la oficialidad la deportacin de todo extranjero indeseable a sus intereses. Teniendo en cuenta que la Argentina tena una po-blacin formada el alto grado por sucesivas olas migratorias de los pueblos europeos iniciadas desde el ltimo cuarto de siglo pasado y continuadas hasta la Primera Guerra Mundial (1875-1914), que

  • 9registr una aportacin masiva de trabajadores, sobre todo italianos y espaoles-, se ve claro a quienes iba dirigida dicha ley. Esta se con-verta en una excelente arma del rgimen oligrquico y reaccionario, para deshacerse de los hombres de ideas avanzadas y de los militan-tes que luchaban por la libertad. La FORA reaccion ante la prepotencia del rgimen, ex-hortando la rebelda obrera y estimulando la lucha por la liberacin de la opresin clasista. El ao 1909 sera un ao decisivo en esa dura guerra social, donde por un lado estaba la oligarqua o alta burgue-sa cerrada, -satlite y cmplice del imperialismo capitalista inter-nacional- y por el otro, un pueblo nativo marginado o condenado a las peores condiciones laborales, que comparta la explotacin y las miserias de las masas inmigrantes incorporadas como mano de obra barata. La oligarqua, los representante imperialistas y los gober-nantes argentinos se preparaban para celebrar la magnfica conme-moracin del primer centenario del 25 de mayo de 1810, da en que los criollos se dieron el primer gobierno patrio que, despus de intensas luchas, culmin con la declaracin de la Independencia Nacional el 9 de julio de 1816, separndose de Espaa las entonces llamadas Provincias Unidas del Ro de la Plata, hoy convertidas en Argentina, Bolivia, Uruguay y Paraguay. Pero la toma de conciencia y las luchas del movimiento obrero -que se organizaba y planteaba sus demandas- son tomadas, por los herederos de aquellas luchas de principios del siglo pasado por la liberacin nacional, como una cuestin social extraa o aje-na al suelo rioplatense. Resulta no solo ridculo, sino hasta curioso, comprobar como las clases dominantes de todos los tiempos y de

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    todos los pases generan ideologas justificatorias de sus privilegios, las cuales funcionan como falsa conciencia. La clase alta y los go-bernantes argentinos no podan entender que si el pas se moder-nizaba, y a la vez, se incorporaba al mercado mundial capitalista, como ellos mismos lo aceptaban bajo estructuras propias de una semi-colonia, tenan inevitablemente que brotar y desarrollarse en sus formas contemporneas la lucha de clases. El crecimiento de un capitalismo subordinado a la nueva metrpoli econmica, Gran Bretaa, engendraba una clase trabajadora que planteaba la lucha revolucionaria del proletariado de nuestros das. Las clases domi-nantes y sus representantes en el Gobierno slo saban responder a esto con el odio y la ira de los privilegiados y los explotadores, tra-tando de acallar toda voz de protesta y dignificacin humanas me-diante la represin sistemtica, la clausura de los locales sindicales, el silencio de la prensa combativa, el allanamiento y destrozo de los centros de reunin, ateneos y bibliotecas proletarias, y encarcelan-do y deportando a todo activista o militante que se alzaba. No obstante, los trabajadores, por su lado, no se acobarda-ban ni retrocedan. As fue como llegamos al 1909, ao que empieza con huelgas generales, mtines y concentraciones obreras. Entre los motivos de indignacin y protesta figuraba la repulsa unnime por el fusilamiento en Espaa del pedagogo Francisco Ferrer. El primero de mayo de aquel ao, como casi siempre, se cele-braban dos manifestaciones: la de los socialistas y la de los anarquistas. El punto de concentracin de la ltima era en la plaza Lorea, hoy Con-greso; la de los socialistas se encontraba en a plaza de la Constitucin. Alrededor de unos 30.000 asistentes contaba la primera. Al ponerse en marcha, el escuadrn de seguridad carga bestialmente a tiro limpio so-

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    bre las personas. Fue imposible hacer frente al ataque imprevisto, y la enorme muchedumbre se desband, sin que algunos combatientes indivi-duales lograsen detener la masacre. El Gobierno del presidente Figueroa Alcorta se cubri de gloria. Hubo ocho muertos y ciento cinco heridos. En esa manifestacin obrera haba un joven ruso llamado Simn Ra-dowitzky. En respuesta al citado atropello, los socialistas de la UGT y los anarquistas de la FORA declararon la huelga general por tiempo indeterminado, y hasta tanto se consiga la libertad de los compaeros detenidos y la apertura de los sindicatos obreros. La huelga se prolon-g, imponente y unnime, una semana, a pesar de la represin que se vivi durante aquellos siete das, la cual agreg nuevas vctimas a la lista. Ante la envergadura de los acontecimientos, el Gobier-no tuvo que ceder poniendo en libertad 800 presos, derogando el cdigo municipal de penalidades y permitiendo reabrir los locales sindicales. Pero el instigador y jefe de la represin, el coronel Fal-cn, segua al frente de la polica, significando esto una burla y una provocacin a la clase obrera. Aquel muchacho ruso, Radowitzky -recin llegado al pas, hondamente herido en su idealismo y su sensibilidad, contando apenas dieciocho aos- guindose por su propio impulso y asu-miendo el destino de liberar a los trabajadores y oprimidos de aquel sanguinario, decidi eliminar a tan siniestro personaje. Estudi la oportunidad, y fue as como el 14 de noviembre de 1909, mediante una bomba y actuando completamente solo, puso fin a la vida del coronel Falcn. Haba transcurrido justamente un mes desde el da en el que el rey Alfonso XIII decidiera el fusilamiento de Francisco Ferrer.

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    Como era de suponer, al atentado surgi una represin enorme. La Protesta, que haba sido suprimida por el gobierno, pu-blic un boletn clandestino aplaudiendo al joven ruso. Por su par-te, la FORA, a travs de un peridico tambin clandestino, titulado Nuestra Defensa, se solidarizaba y reivindicaba el acto justiciero de Simn Radowitzky. En estas circunstancias, llega el 25 de mayo de 1910, cen-tenario de la Independencia Argentina, fiesta patritica, nacional y burguesa. La FORA quiso transformarla en fiesta obrera, revolucio-naria e internacional, tomando la iniciativa de convocar al Congreso Obrero Sudamericano para el 30 de abril de aquel ao. Todas las asociaciones obreras afines a las teoras de la FORA correspondie-ron a la llamada anunciando su presencia. Para la burguesa de toda Latinomerica aquello signific demasiado atrevimiento, y, desde todos los pases, empujaron a Argentina para que metiera de una vez en cintura a los dscolos anarquistas. La dura represin comen-z el 13 de mayo, declarndose el Estado de guerra e imponiendo el terror policaco por doquier. Los primeros detenidos fueron los redactores de La Protesta, de La Batalla y los componentes del Con-sejo Federal de la FORA y de la CORA (Confederacin Obrera Re-gional Argentina escindida de la FORA en 1909 y de inspiracin sindicalista y economicista). A estas detenciones siguieron muchas ms de significados militantes obreros, entre ellos muchos extranje-ros. Adems, bandas de patoteros de la burguesa, protegidas por las autoridades y la polica, organizaron manifestaciones, lan-zndose a las calles, invadiendo, destrozando e incendiando centros sindicales y poltico-proletarios, tales como los locales del semana-

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    rio anarquista La Protesta y del rgano de los socialistas, La Van-guardia. Ushuaia, el clebre penal de Tierra del Fuego, en el sur ar-gentino, mejor conocido por el cementerio de hombres vivos, se vio repleto de presos, a la par que muchos extranjeros fueron deporta-dos. Pero aunque resulte increble, en Buenos Aires los trabajadores declararon la huelga general como protesta al centenario y al terror policaco-burgus. Despus de 1910, sucedieron tres aos de clandestinidad para la FORA. En 1913, aprovechando un momento propicio, se pas a la reorganizacin de los gremios, ante el asombro de ver en-tre las filas obreras a nuevos elementos jvenes que se haban inicia-do en la lucha durante ese duro perodo histrico. Los aos que siguieron a la Primera Guerra Mundial, sin dejar de hacerse sentir la lucha de clases, sta fue menos cruenta. Y quiz una de las causas de ello fuera la importante escisin que se produjo en la FORA con ocasin de su IX Congreso en abril de 1915: una fraccin comenz a llamarse FORA del IX Congreso, adoptando una lnea sindicalista. El otro sector, el del V Congreso, continu manteniendo la posicin ms radical, es decir, anarquis-ta. Entre ambas fracciones se entabl una agria polmica, y sabido es que cuando el movimiento obrero polemiza consigo mismo, las energas que deben emplearse combatiendo a la burguesa se mal-gastan en combatirse los militantes entre s. Y de tal lucha, lamenta-blemente, saca partido y ganancias la burguesa. Con la entrada del ao 1917, la burguesa arremeti de nuevo, pues la FORA -que a partir de ahora la entenderemos como resultante del V Congreso- continuaba siendo una organizacin

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    determinante en la vida obrera del pas. De tal modo que en dicho ao se registra la muerte por la polica de 26 obreros. Sin embargo, tambin se registra un nuevo auge de la orga-nizacin obrera, como consecuencia de la revolucin rusa y la agitacin revolucionaria que se desencaden en los aos 1919 y 1920: ocupacin de fbricas en Turn, consejos obre-ros en Baviera, revolucin en Hungra y la subversin social en Espaa. Todos estos hechos repercutieron fuertemente en la Argentina, y provoc en la juventud de aquel pas una clara politizacin que se canaliz a travs de la FORA y otros grupos extremistas. De todos modos, y por primera vez, aconteci en la Argentina un hecho singular: la toma espontnea de con-ciencia revolucionaria, que por ser espontnea e imprevis-ta, necesitaba una mnima preparacin que fuera capaz de sostener un proceso pre-revolucionario que condujera a una autntica revolucin. La Semana Trgica de enero de 1919, fue el desenlace de todas aquellas pasiones. Se cre una situacin que aparentaba ser revolucionaria, pero que, en realidad, precisaba para ello de bases ms slidas. El anar-quismo no poda hacer milagros, y tampoco poda pretender asaltar el poder al estilo bolchevique. El espontanesmo re-volucionario dio de s todo lo que poda dar y entr en colap-so despus de sus primeras embestidas. La Semana Trgica dejaba como leccin la necesidad imperiosa de organizar la revolucin. El proletariado iba a pagar duramente esa falta

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    de preparacin; pero, igualmente, sus impulsos haban llena-do de terror a las clases dirigentes. Ese fue el pretexto princi-pal para que la burguesa desatara la tremenda represin que sigui al feroz combate de la huelga insurreccional de enero de 1919: 55.000 fueron los presos o los pasados por comisa-ras en todo el pas. La isla de Martn Garca se convirti en prisin. Pero dentro de tal represin, y eso es lo asombroso de aquel movimiento, la FORA y sus gremios, los grupos obreros y sus peridicos, aunque clandestinos, continuaron existiendo y publicndose; incluso, poco tiempo despus, se vieron enriquecidas las publicaciones con un cotidiano: Tri-buna Proletaria. En este nuevo renacer, que situamos en 1920, al igual que en otros lugares del mundo, tambin en la Argenti-na la cuestin de la revolucin rusa tuvo sus repercusiones, y la FORA no poda salvarse de ellas. En el interior de la FORA se plante la cuestin de adherirse o no al proyecto sovi-tico. El mismo entusiasmo que rein en Espaa durante el congreso de la CNT en 1919, gan a algunos militantes de la FORA argentina, los cuales se empecinaron en aceptar la teora de la dictadura del proletariado a lo bolchevique. Esa disidencia -escribe Abad de Santilln- debilit a la FORA, jus-tamente en el perodo en el que estaba por absorber en su seno a todo el movimiento obrero del pas. La corriente anarco-bolchevique fue aprovechada como ancla de salvacin, por la FORA del IX Congreso,

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    derivando ya plenamente en el reformismo socialdemcrata que financiara incluso sus peridicos pro-bolcheviques para atacar a la FORA del V Congreso. En marzo de 1922, la corriente pro-bol-chevique y los restos de la FORA del IX Congreso se fusionaron para formar una nueva central obrera: la Unin Sindical Argentina. Entre los aos 1920 y 1922, es decir, los aos de polmica y los aos en que ya aparecieron los agentes de Mosc en Buenos Aires, tratando de dividir el movimiento obrero, y que en parte lo consiguieron -como lo haba intentado en Espaa el grupo Mau-rn-Nin, aunque sin xito- ocurrieron en la Argentina hechos la-mentables de abandono proletario, cosa que anteriormente habra sido inconcebible. Por esa poca -reproducimos textos de Santilln (agosto de 1921)- comienza el movimiento de la Patagonia a preocupar a la atencin pblica. Fue al comienzo un simple movimiento de reivindica-ciones modestas, pero la persecucin policial y el odio de los hacendados hicieron de l un acontecimiento histrico. Abarc millares de obreros de las estancias y se mantuvo casi un ao, hasta que fue salvajemente aniquilado por el Ejrcito Nacional. Se calcula en millares los obreros muertos y heridos en el movimiento de la Patagonia. El hroe de aquellas jornadas brillantes fue el teniente coronel Varela, el pacificador... La divisin obrera asuma su responsabilidad en este y otros hechos acaecidos durante aquel perodo. Y no sin razn, los foristas del V Congreso cortaron la polmica para no perder mas energas y se entregaron a reconstituir el movimiento obrero. Pero el mal ya estaba hecho, y era de esperar, tal y como se presentaban las cosas en una Argentina en plena ebullicin de pasiones, que se hiciera un frente nico, pero contra el anarquismo. Y, contra ese

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    frente nico, cmo iba a reaccionar el anarquismo militante? La ms inmediata respuesta vino de obrero alemn que militaba en los grupos anarquistas de Buenos Aires, Kurt Wilkens, quien, el 23 de enero de 1923, arroj una bomba y dispar varios balazos al hroe de la Patagonia, dndole muerte. Actitudes como la de Simn Radowitzky y Kurt Wilkens repercutan fuertemente, era natural, en una juventud que se estaba formando al calor de las derrotas, de las masacres y de ese frente nico establecido contra el anarquismo. En la Argentina, como una gota de agua se parece a otra gota de agua, iba a producirse el mismo fenmeno que se produjo en Espaa en los aos de 1921 a 1923: la organizacin de la defensa revolucionaria frente al terror guber-namental. Y la expropiacin sera uno de esos mtodos, fatalmente necesario, para un movimiento que la burguesa y los aparatos esta-tales arrinconaban para aplastarlo mejor. El primer anarquista en emplear la expropiacin como m-todo de accin revolucionario fue un ruso: Boris Wladimirovich, de 43 aos, mdico, bilogo, escritor y pintor. A la edad de veinte aos milit en el partido de Lenin, pero se separ de los socialde-mcratas rusos -posteriormente de los bolcheviques y comunistas- despus del congreso de 1906. Desde entonces, Boris comenz a evolucionar hacia el anarquismo, hasta entrar plenamente a militar en la Internacional Anarquista. Viaj por Alemania, Suiza y Francia. Contrajo una enfermedad pulmonar y, por consejo de sus amigos, se instal en la Argentina, participando en la propaganda oral y es-crita. Pero Boris, al igual que Bakunin, con todo y ser anarquista, no dej de ser ruso y sentirse ruso. Su accin posterior a la Semana Trgica parte principalmente de ese precedente ruso.

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    Antes de la Semana Trgica funcionaba una organizacin compuesta por hijos de la burguesa argentina, de corte netamente fascista, denominada la Guardia Cvica, la cual evolucion pronto hacia la llamada Liga Patritica. Dicha organizacin contaba con un dirigente llamado Manuel Carls, doctor en medicina. Era un tipo influyente en los medios gubernamentales, y puso la Liga al servicio de la polica. Los elementos de esa Liga se comprometieron fuer-temente en la represin contra los obreros durante y despus de la Semana Trgica. El lema de la Liga Patritica era: Haga patria, mate a un judo. Pero en Buenos Aires esos judos eran de nacionalidad rusa, en su gran mayora. Para Carls y sus huestes, judo y ruso eran una misma cosa, y ms an cuando se trataba de combatir la revolucin rusa. Una degollina de rusos, propagaban los adictos a tales organizaciones derechistas -en gran medida parapoliciales -, al tiempo que la propaganda difundida era embrolladora por el sentido nacionalista y patritico que le daban. Poda prender en el pueblo argentino dicha propaganda anti-rusa y anti-juda, o mejor, antisemita? Desgraciadamente, la historia nos ofrece a menudo fe-nmenos lamentables de psicosis colectiva... Y Boris Wladimirovich era ruso, posiblemente judo. Por tanto, tena la suficiente experiencia para saber lo peligroso que eran estas persecuciones contra rusos y judos. Recordemos los constan-tes progroms llevados a trmino en la Rusia de los zares. Qu hacer, pues, para ilustrar al pueblo argentino sobre la realidad rusa y su revolucin? Boris Wladimirovich milita, junto con un compatriota, Juan Konovezuk, en el ala pro-bolchevique de la FORA del V Congreso. Ambos discuten la necesidad de fundar un peridico, con el objeto nico de informar al pueblo argentino

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    sobre el hecho ruso y la revolucin que se est desarrollando en aquel pas. Hay que evitar a toda costa, que la propaganda anti-rusa de la Liga Patritica afluya a los argentinos. Como no tienen medios econmicos, y Boris seguramente tiene la experiencia expropiadora de la Rusia de 1900, planea un robo a mano armada a un joyero. Y el golpe, sin fortuna, lo dieron el 19 de mayo de 1919. Juan Kono-vezuk -que luego result ser Andrs Babby, ruso blanco de 30 aos, residente en Buenos Aires desde haca seis aos-, mata de un tiro a un polica durante el hecho. Uno y otro sern detenidos; y la prensa del pas se ocup largamente del asunto. Cuando en el juicio que se les hizo, terminaron condenados a cadena perpetua, Boris declar : La vida de un propagandista de ideas como yo ser expuesta a estas contingencias. Lo mismo hoy que maana. Ya se que no ver el triunfo de mis ideas, pero otros vendrn detrs ms pronto o ms tarde. Boris y Babby fueron internados en Ushuaia, la Siberia argentina... Con la accin proyectada por Boris Wladimirovich y lleva-da a cabo por l y su compaero Babby, la cuestin de la expropia-cin como mtodo de lucha revolucionaria qued planteada en el movimiento anarquista argentino. Y ello fue motivo para que se re-lanzara la polmica en torno a la violencia, los atentados personales, etc. La Protesta, de Buenos Aires, quiso guardar la forma pura de la teora sin mcula, cuando en realidad resultaba difcil mantener esa posicin y defender -como defenda a Simn Radowitzky y como defendi al propio Boris- la sentencia venganza de clase, y como seguira defendiendo a Kurt Wilkens y Sacco y Vanzetti. Frente a la posicin ambigua y moderada de La Protesta se levantaba La Antor-cha, animada por una fuerte personalidad al estilo de Flores Magn, que sostena que la revolucin y, por ende, los revolucionarios, eran

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    ilegales por esencia. La figura sobresaliente de esta ltima hoja anar-quista era Rodolfo Gonzlez Pacheco, de pluma certera, incisiva y acerada, como lo demuestran, entre otros escritos, sus rpidas notas bajo el ttulo de Carteles. En 1923, la divisin entre La Protesta y La Antorcha que-d consumada. Entre los antorchistas figuraban dos personalidades destacadas: el clebre dirigente de los metalrgicos de Buenos Aires y secretario del Comit pro-presos y perseguidos, Miguel Arcngel Roscigna, y el maestro de escuela Severino di Giovanni, secretario del Comit Antifascista italiano, sentimental e idealista, a quien la fuerza brutal del Estado lo transformar en el idealista de la violen-cia. Germn Boris haba puesto en movimiento una maquina-ria que para marchar no necesitaba mas que se la engrasara. Hip-lito Irigoyen, siguiendo la pauta de los anteriores presidentes con-servadores de la Argentina, se encarg, con su metdica represin, y con sus encarcelamientos continuados, de untar la mquina para que no se parara. As transcurra la historia social de la Argentina cuando en agosto de 1925 llegaron Los Errantes a Buenos Aires.

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    Los Errantes en Buenos Aires durante el ao 1925

    En el captulo anterior hemos hecho referencia a Severino di Giovanni. Conviene que precisemos mejor su personalidad y su papel militante. Di Giovanni haba nacido en Italia el 17 de marzo de 1901, en la regin de los Abruzos, a 180 kilmetros al este de Roma. Hijo de familia acomodada, Severino se rebel pronto contra la autoridad paterna. Estudi para maestro de escuela y, en sus horas libres para tipgrafo. Se inici de joven en las ideas anarquistas con lecturas de Bakunin, Malatesta, Proudhon y Kropotkin. A la edad de 19 aos qued hurfano y en 1921 -a los veinte aos- se entreg por entero a la militancia anarquista. En 1922 se produce la marcha sobre Roma encabezada por Mussolini y, consecuentemente el fascismo se impone en Italia. Severino, como sus dos hermanos y muchos militantes obreros, huyen de Italia. Unos se radican en Francia y otros se exilian en la Argentina. Entre estos ltimos est Severino, quien llega a Buenos Aires en mayo de 1923, emplendose en seguida como obrero tipgrafo al mismo tiempo que se incorpora a la central obrera denominada FORA del V Congreso.

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    Cuando Di Giovanni llega a la Argentina, el pas est gobernado por el Partido Radical, es decir, la Unin Cvica Radical, cuya principal base social est formada por las nuevas clases medias que, relativamente enfrentadas a la vieja oligarqua terrateniente, ganadera y comercial, reclaman una mayor apertura para la democracia y el liberalismo que les favorece. El primer presidente argentino procedente del radicalismo haba sido Hiplito Irigoyen, su lder principal, quien gobern entre los aos 1916 y 1922, y fu reelegido en 1928 para terminar siendo derrocado por un golpe militar en 1930. Durante el primer mandato de Irigoyen, y a pesar de su democratismo populista, se producen dos grandes represiones contra los trabajadores: la primera, en enero de 1919, durante la llamada Semana Trgica de Buenos Aires; y la segunda sobre los peones rurales de la Patagonia (en el sur argentino), en los aos 1921 y 1922. Entre los aos 1922 y 1928, la presidencia del pas fue ocupada por otro dirigente radical, el doctor Marcelo Teodoro de Alvear, estrechamente ligado al viejo rgimen; ex-embajador en Pars, y cuya esposa, Regina Pacini, italiana y de la alta sociedad, evidenciaba simpatas por el autoritarismo mussoliniano. Ella, seguramente, instigaba a su esposo para que combatiera el antifascismo de los italianos residentes y exiliados en la Argentina. Di Giovanni, como italiano revolucionario, milit de entrada en los organismos y comits antifascistas creados en suelo argentino; y como escritor, fue corresponsal en Buenos Aires de LAdunata dei Refrattari, rgano del anarquismo italiano residente en los Estados Unidos. Sin embargo, pronto se convencera de que los crculos y entidades antifascistas no eran otra cosa que un pasatiempo para los polticos socialdemcratas, comunistas y

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    ciertos liberal-progresistas. Para Di Giovanni, el antifascismo organizado por todas las tendencias engaaba a las masas, y por eso inici la publicacin de un peridico libertario llamado Clmine. Lo escriba, lo compona y lo imprima l mismo en sus momentos libres, robando horas al sueo. Tal era el personaje que escandaliz, el da 6 de junio de 1925, a la flor y nata de la burguesa y a las clases polticas dirigentes de Buenos Aires por su intervencin en la representacin artstica organizada por la Embajada de Italia realizada en el Teatro Coln de la capital argentina. El embajador italiano en Buenos Aires, aristcrata que responda al nombre de Luigi Aldrovandi Marescotti, busc explotar en forma magnfica y polticamente la fecha del veinticinco aniversario del advenimiento al trono de Victor Manuel III. Y con ese propsito, organiz un festejo a lo grande. Con dicha gran fiesta pens afirmar su confianza ante Mussolini y demostrar al cuerpo diplomtico que el rgimen poltico de Italia gozaba de buena salud y prestigio. Hay que tener presente la existencia de la amplia comunidad italiana en la Argentina, resultado de la llegada de cientos de hombres y mujeres procedentes de la pennsula itlica durante dcadas y establecidos en las pampas rioplatenses. Muchos de estos italianos, o sus descendientes, habiendo hecho las Amricas y aburguesados hasta los huesos, simpatizaban con el fascismo mussoliniano. Las gestiones del embajador italiano consiguen que asista al a fiesta del Teatro Coln el mismo presidente de la Repblica, acompaado de su esposa. Asistiendo el presidente, es de rigor (burgus) la asistencia de los ministros, con el de Relaciones

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    Exteriores a la cabeza. Y tambin las altas personalidades y funcionarios oficiales, embajadores, cnsules, etc, concurriendo adems, los representantes -damas y caballeros- de la alta sociedad oligrquica y burguesa y los agentes de los monopolios internacionales. Por supuesto, igualmente asisten los jvenes hijos de la burguesa que actan en la Liga Patritica, haciendo causa comn con los camisas negras de la embajada italiana. En suma, la celebracin en el Teatro Coln de la llamada Reina del Plata, no tendra que envidiar ni a los actos fascistas llevados a cabo en Roma. La gran velada artstica del 6 de junio de 1925 comenz con la ejecucin del himno nacional argentino, a cargo de la Banda Municipal de Buenos Aires. Despus de los consabidos aplausos, los ejecutantes interpretan la Marcha Real de Italia. La colonia burguesa y fascista italiana se pone en pie, grita, bocifera y hasta el embajador canta a voz en grito en honor de la Italia fascista. Los camisas negras, que se haban distribuido estratgicamente para evitar hechos como el que precisamente est horrorizando al gran pblico, y que no han podido prever ni acallar de entrada, se lanzan rpidos contra ese desborde indito en los excelsos escenarios, con el fin de silenciar al grupo que ha venido a turbar la fiesta fascista. Entre los que alborotan y gritan condenaciones al fascismo italiano y los camisas negras, se inicia un forcejeo, una lucha en la que entran las cachiporras que los fascistas no haban olvidado por si acaso. Uno de los que ms grita es un muchacho alto, rubio, vestido de negro. Un camisa negra lo toma por el cuello y lo arrastra sobre las butacas. Pero ese muchacho tiene la fuerza de una bestia. De unas cuantas brazadas tira abajo a los que tratan de darle puetazos, cachiporrazos y patadas; se para en la

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    primera fila, y sigue gritando mueras a Mussolini y denunciando los horrores del fascismo y de sus clases dominantes. Por espacio de diez minutos, la docena de alborotadores imponen su ley, gritando y luchando cada uno a brazo partido con los que desean silenciarlos. Pero la lucha no daba para ms, y uno a uno fueron arrinconados y apresados. El joven vestido de negro fue el ltimo en caer, vctima por detrs de un cachiporrazo. Arrastrndolos, fueron sacados del teatro ante el gritero de la crema de la sociedad portea, descendida a niveles de grosera. Todos deseaban escupir y patear a los atrevidos que haban insultado lo que para muchos de los presentes era la madre patria, a su rey y a su predilecto Mussolini. Escoltados por militares italianos de alta graduacin, los revoltosos fueron entregados en la calle a la polica, que fue metindolos en un furgn celular. El ltimo en entrar fue el joven rubio, vestido de negro que escupi al rostro de un tieso militar italiano un E viva lanarchia. De todos los detenidos, el nico en responder sin evasivas a las preguntas de la polica fue el joven rubio, vestido de negro. El mismo se declara anarquista. Y firma su declaracin con letra segura: Severino di Giovanni. Uno de los lugares que Los Errantes visitaron a su llegada a Buenos Aires fue la redaccin de La Antorcha. El primero en atenderles fue el administrador del semanario anarquista, Donato Antonio Rizo. Donato les habl de la situacin poltica que se estaba viviendo en la Argentina. De la polmica viva entre los anarquistas en torno a procedimientos y mtodos para hacer frente al terrorismo gubernamental. Y de los compaeros que, segn La Antorcha,

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    afrontaban con decisin la crisis interna. Uno de ellos era Severino di Giovanni, joven apasionado que consideraba que la hora no era de palabras, sino de accin. Otro era Roscigna, destacado militante del gremio de metalrgicos, que asuma la tarea de atender las mltiples necesidades del Comit pro-presos y deportados. Se trataba de un hombre de accin, cerebral, planificador, que cuando hay que actuar no slo dirige y proyecta, sino que tambin ejecuta, es decir, arrima el hombro y no se queda en la retaguardia como los burcratas de los partidos polticos que se escudan tras sus hombres de mano. Es evidente que Durruti y Ascaso conocan, en particular por lecturas y referencias, a Diego Abad de Santilln y a Lpez Arango y la obra que stos realizaban en La Protesta. Conocan igualmente a otros compaeros que haban pasado por Espaa y que residan ahora en la Argentina, como Gastn Leval, y tambin por sus escritos, a Rodolfo Gonzlez Pacheco y a Teodoro Antilli. En conjunto, un puado de excelentes valores morales e intelectuales del anarquismo, pero, que, por las derivaciones que haba tomado la lucha en la Argentina estaban apasionadamente enfrentados. Lo que en Espaa se haba podido evitar, poniendo cada cual de su parte la mejor predisposicin posible, en la Argentina no se haba logrado. Entre los hombres de accin y los tericos, la divisin estaba clara, y esa divisin amenazaba con mermar la influencia que los anarquistas tenan en la clase obrera argentina. Ante tal situacin, Los Errantes decidieron abstenerse de realizar actos que pudieran envenenar an ms la ya suficientemente emponzoada polmica en torno a la cuestin de la mal llamada violencia revolucionaria. La actitud que se fijaron fue la de intentar suavizar las relaciones

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    y buscar un terreno de convivencia, acuerdo mnimo y dilogo sereno, aunque se tratara de temas espinosos entre los militantes de una y otra fraccin. Pero las condiciones contradictorias que se daban en la Argentina y los problemas a los que estaba enfrentado el anarquismo militante, haca ilusoria la posicin que Durruti y Ascaso determinaron adoptar. Esas contradicciones mostraran que si no se deseaba ir a la crcel como un imbcil, no quedaba otro remedio que defenderse de la violencia y el terror gubernamentales. Si el anarquismo prescinda de su cohesin y solidaridad entre anarquistas, entonces quedaba vaciado de su fuerza principal. Y La Protesta, a pesar de sus posiciones puras, no poda dejar de defender a Simn Radowitzky, Wilkens, Sacco y Vanzetti, etc. Estaba claro que, si bien los dos primeros haban eliminado a dos verdugos reaccionarios, o sea, que haban empleado la accin personal directa y la bomba para hacer justicia social, sobre los dos segundos pesaba la acusacin de haber recurrido a la expropiacin, es decir, al robo a mano armada. La Protesta encaraba la defensa en trminos burgueses, sosteniendo la inocencia de los implicados; pero el capitalismo yanqui no poda reconocer dicha inocencia, puesto que Sacco y Vanzetti, por ser anarquistas, eran considerados ya bandidos. Cmo salir de ese juego de enredos y equvocos?. Flores Magn lo resolvi. Considerndose en lucha contra el Estado, y sabiendo que era imposible combatirlo dentro de la ley, lo combata fuera de la misma, es decir, en la ilegalidad, en el terreno propio del revolucionario. Si los protestistas de Buenos Aires queran ser consecuentes consigo mismos, tenan que empalmar con las prcticas de Magn, si no, a base de ser puros terminaran en el evolucionismo o en el reformismo. En la Argentina de aquellos

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    aos no haba trmino medio. Y no haba trmino medio porque era la violencia gubernamental, y de arriba, la que impona y obligaba a la prctica. Ms o menos era as como razonaban Los Errantes con los amigos de La Antorcha. En poco tiempo, los escasos pesos que Los Errantes traan consigo se agotaron. Pero como ellos haban resuelto siempre sus problemas cotidianos sin llamar a las puertas de la solidaridad, utilizando las amistades, buscaron trabajo y se emplearon: Durruti como obrero portuario, Francisco como cocinero, y Jover de ebanista. Alejandro Ascaso, por razones que ignoramos, desapareci de Buenos Aires poco despus de llegar a esta ciudad. Los Errantes trabajaban y llevaban una vida discreta cuando, de pronto, se produjo un robo a mano armada el 18 de octubre de 1925. Segn el diario La Prensa, de Buenos Aires, el hecho ocurri de la siguiente manera: Tres individuos, a la manera del cinematgrafo, se introducen en la estacin de tranvas Las Heras, del Anglo, en pleno barrio de Palermo. Uno de ellos va enmascarado. Los tres sacan a relucir pistolas negras y amenazan a los recaudadores que en esa madrugada acababan de hacer el recuento general de la venta de boletos. Dicen arriba las manos en marcado acento espaol. Exigen el dinero. Los empleados balbucean que ya est en la caja de hierro. Exigen las llaves. No, las tiene el jefe, que ya se retir. Los asaltantes hablan entre ellos. Se retiran. Al pasar se llevan del mostrador una bolsita que acaba de dejar un guarda: contiene 38 pesos, en monedas de diez centavos. Fuera hay un campana y ms all un auto que los espera. Desaparecen sin poder ser perseguidos. Osvaldo Bayer, que es de quien tomamos la cita anterior, escribe: La polica portea est desorientada. Pistoleros

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    con pronunciacin espaola? No tiene registrado a ninguno de esas caractersticas. Interroga a elementos del hampa, y tampoco consigue nada. Nadie los conoce. Como el botn ha sido irrisorio, la polica sabe que pronto darn otro golpe. Y, en efecto, as fue: El 17 de noviembre de 1925, apenas un mes despus del asalto a la estacin Las Heras. Minutos antes de la medianoche, el boletero Durand, de la estacin del subterrneo Primera Junta, en Caballito, ha terminado de recontar el dinero de la recaudacin del da. Falta el ltimo servicio del subterrneo que viene desde el centro para finalizar la tarea. Se acerca de pronto un desconocido que saca despaciosamente una pistola y le dice con acento espaol: -Cllese la boca!-. Mientras, otro irrumpe en la boletera y se apodera de una caja de madera donde habitualmente se guarda la recaudacin. Todo apenas dura un instante. Los desconocidos se dan vuelta y van hacia la salida de la calle Centenera. Pero el boletero Durand comienza a gritar con todos sus pulmones: -Auxilio! Ladrones!-. Es entonces cuando uno de los asaltantes se da vuelta y hace un disparo al aire para amedrentarlo y que no inicie la persecucin. Esos gritos y ese disparo han sido odos por el agente que est de parada en Rivadavia y Centenera. Y ya corre para ver qu sucede mientras desenfunda el arma. Pero le dan de mano. Hay otros dos desconocidos haciendo de campanas en las dos entradas del subterrneo, y uno de ellos, cuando ve que el agente tiene el arma en la mano y va al encuentro de los otros dos que han realizado el asalto y ya salen por la escalera, le descerraja dos balazos que dan en el blanco. El agente cae al suelo como una plomada. Los cuatro asaltantes corren hacia un taxi que los espera en Rosario y Centenera.

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    Pero el chfer no lo puede poner en marcha y, despus de valiosos minutos de espera, los desconocidos se bajan del vehculo y echan a correr por la calle Rosario en direccin al este y desaparecen. El asalto ha sido en vano. Igual fracaso que en la estacin Las Heras. El dinero de la recaudacin no haba sido puesto, como ocurra habitualmente, en la caja de madera, sino en otra, de hierro, por debajo de la ventanilla. La caja de madera no contena ni siquiera una moneda de diez centavos. La polica argentina hace conjeturas y aproxima datos entre los dos hechos, destacando el de la cuestin de espaoles. Los asaltantes de uno y otro lugar son los mismos, concluye. Pero quienes son? Fue en aquellos momentos cuando la polica argentina recibi de la chilena el dossier que haba establecido, con apoyo de la polica espaola, que los citados asaltantes eran Durruti, Ascaso y Jover con los nombres falsos que usaban. Con las fotos en sus manos, la polica argentina cita a los asaltados de la estacin de Las Heras y de Primera Junta. S, no tienen ninguna duda, son ellos. Se inicia entonces una investigacin incansable. Se allanan pensiones, hoteles y casas que alquilan habitaciones, en busca de los extranjeros. Pero no hay resultado alguno. Interviene tambin Orden Social, que detiene a anarquistas de accin para obtener algn indicio. Pero no sacan nada en limpio. En todos los coches de subterrneos y en los tranvas son colocados carteles con fotos de los cuatro extranjeros. De la exhibicin de esos carteles, el poeta Ral Gonzlez Tun ha dejado unos versos magnficos sobre Durruti:

    Lo veo en el retrato del prontuariode frente, de costado, con un nmero,

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    con un cabello turbio, despeinado.Slo faltaba arriba una palomacon algo de furioso y delicado.

    Llegados a este punto, conviene que recapitulemos algunos acontecimientos antes de proseguir la narracin. Los hechos ms importantes en materia de expropiacin que conocemos de Durruti se relacionan con entidades bancarias y, en todos ellos, se evidenci cierta maestra. Al poner pie en la Argentina se propusieron no realizar acciones que pudieran perjudicar al movimiento anarquista. Cmo es posible, pues, que de golpe y porrazo abandonen su propsito y se lancen, no a un atraco bancario, sino a una accin que por todos los datos que se suministran se acredita de aprendices? Qu pruebas existen para ello? Que fueron reconocidos por los asaltados? Que eran espaoles porque tenan acento espaol? La verdad es que no haba prueba alguna y que la polica obr impulsada por sus colegas de Chile y Espaa, sobre todo la de este ltimo pas, que es la que suministra los datos correspondientes. De la fijacin de carteles en tranvas y subterrneos, de la divulgacin en la prensa, y de la persecucin de Los Errantes ya no poda salir otra cosa que una accin de gran estilo, como fue la que se produjo el da 19 de enero de 1926 en la sucursal del Banco Argentino de la Ciudad de San Martn. El relato lo tomamos de La Prensa de aquel da: Cuando los habitantes de la tranquila ciudad de San Martn se hallaban entregados al almuerzo unos, y otros refugiados en sus hogares a cubierto de las inclemencias del sol y del calor, un grupo de forajidos armados de carabinas se situ en la puerta de entrada de la

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    sucursal del Banco de Provincia, frente a la plaza principal. Hasta aqu el relato de La Prensa del da sobre el suceso demasiado largo para darlo in extenso. Lo resumimos con palabras de Osvaldo Bayer: Siete individuos (cuatro de ellos con antifaces) bajan de un doble Faetn en la esquina de Buenos Aires y Belgrano, a dos cuadras de la comisara. Cuatro se introducen en el Banco y los otros tres, con armas largas, se apostan en la entrada principal. Es un asalto muy curioso, con un matiz de bandoleros, porque los tres que se han quedado fuera, cuando ven que se aproxima algn peatn desprevenido, lo apuntan silenciosamente con sus armas largas. Los desprevenidos creen al principio que se trata de una broma, pero cuando ven que la cosa es seria salen disparados. Mientras tanto, los cuatro que han entrado, trabajan rpidamente. Sortean los mostradores, revisan los cajones de los pagadores y van juntando todo el dinero que encuentran. Ni se molestan en llegar a la caja de hierro. Recolectan 64.085 pesos. Los empleados bancarios, al ver entrar a los asaltantes, obedecen cuando una ronca voz espaola grita: -Al que se mueva... Cuatro tiros! (...) Con el dinero obtenido, escapan con el automvil. Los persiguen pero cubren su retirada a balazos...