Los «episodios» del Guzmán de Alfarache y del Quijote · incurrir en el sermoneo o la prolija...

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CRITICÓN, 101, 2007, pp. 109-125. Los «episodios» del Guzmán de Alfarache y del Quijote Anthony Close Université de Cambridge Aunque se ha escrito mucho sobre las llamadas digresiones del Guzmán 1 , pocos son los estudiosos que las consideran desde el ángulo de la teoría y la práctica contemporáneas y de lo que nos dicen sobre su intercalación en obras más extensas 2 . 1 Si bien los críticos del siglo xx han sido más conscientes que sus precursores de la función integral de los pasajes moralizantes de la novela, tienden a terminar asumiendo posiciones históricamente afines a las de Rene Le Sage y Leandro Fernández de Moratín, al afirmar el carácter digresivo de dichos pasajes (p. ej., McGrady, 1968, p. 56), o bien la disonancia entre el emisor de una moral convencional y el cínico picaro (Del Monte, 1971, pp. 80-99; cf. Parker 1967, pp. 33-34). Tales actitudes quedan reflejadas en la tendencia, puesta de moda por Américo Castro en Cervantes y los casticismos españoles (1966, pp. 41 y ss.), y continuada por una escuela de críticos posteriores (Del Monte, Brancaforte, Carroll Johnson, Arias, Longhurst, Whitenack), a cuestionar la ortodoxia o sinceridad del discurso del héroe, y atribuir su moralización a motivos rencorosos y subversivos, engendrados (para la mayoría) por el estatus de converso tanto del picaro como de su creador. Sobre esta tendencia, véase la contundente refutación de Michel Cavillac, 1993, pp. 149-201. En general, el reconocimiento de la unidad artística e ideológica de las «digresiones» con la narración del picaro depende de la disposición del estudioso a contemplarlas con una mirada comprensiva desde la coyuntura histórica e intelectual de la emergencia del Guzmán. Esta orientación es congénita, ni que decirse tiene, a los partidarios de la apologética tridentina (Moreno Báez, A. A. Parker, Monique Michaud), aunque no se limita a ellos, pues incluye a otros estudiosos que tienden a defender las intervenciones moralizantes del picaro desde un punto de vista artístico más bien que ideológico: entre ellos, Francisco Rico, Gonzalo Sobejano, Peter Dunn, Edmond Cros. Para una bibliografía pertinente (aparte la citada al final de este artículo), remito al citado trabajo de Cavillac. 2 Una de las excepciones más tempranas fue Moreno Báez, 1948, pp. 166-169, que trata los comentarios del picaro penitente como una manifestación anticlásica propia de la exuberancia barroca y una infracción contra la preceptiva del Pinciano. Otra excepción digna de mencionarse es el trabajo de Ana Baquero Escudero sobre las novelas intercaladas del Quijote, 2005, que las considera en un amplio contexto literario, refiriéndose en especial a la práctica de su tiempo y mencionando de pasada el Guzmán de Alfarache (p. 30). Véase también el trabajo de la misma autora, 2003. La relación del tratamiento de los episodios en el Quijote y el Persiles fue estudiada en un apartado de mi libro Cervantes and the Comic Mind of his Age (2000,

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CRITICÓN, 101 , 2 0 0 7 , pp. 109-125 .

Los «episodios» del Guzmán de Alfarache y del Quijote

A n t h o n y C l o s e

Université de Cambridge

Aunque se ha escrito mucho sobre las llamadas digresiones del Guzmán1, pocos son

los estudiosos que las cons ideran desde el ángulo de la teor ía y la p r á c t i c a

contemporáneas y de lo que nos dicen sobre su intercalación en obras más extensas 2 .

1 Si bien los críticos del siglo x x han sido más conscientes que sus precursores de la función integral de los pasajes moralizantes de la novela, tienden a terminar asumiendo posiciones históricamente afines a las de Rene Le Sage y Leandro Fernández de Moratín, al afirmar el carácter digresivo de dichos pasajes (p. ej., McGrady, 1968, p. 56) , o bien la disonancia entre el emisor de una moral convencional y el cínico picaro (Del Monte, 1971 , pp. 80-99; cf. Parker 1967, pp. 33 -34) . Tales actitudes quedan reflejadas en la tendencia, puesta de moda por Américo Castro en Cervantes y los casticismos españoles (1966, pp. 41 y ss.), y continuada por una escuela de críticos posteriores (Del Monte, Brancaforte, Carroll Johnson, Arias, Longhurst, Whitenack), a cuestionar la ortodoxia o sinceridad del discurso del héroe, y atribuir su moralización a motivos rencorosos y subversivos, engendrados (para la mayoría) por el estatus de converso tanto del picaro como de su creador. Sobre esta tendencia, véase la contundente refutación de Michel Cavillac, 1993 , pp. 149-201 . En general, el reconocimiento de la unidad artística e ideológica de las «digresiones» con la narración del picaro depende de la disposición del estudioso a contemplarlas con una mirada comprensiva desde la coyuntura histórica e intelectual de la emergencia del Guzmán. Esta orientación es congénita, ni que decirse tiene, a los partidarios de la apologética tridentina (Moreno Báez, A. A. Parker, Monique Michaud), aunque no se limita a ellos, pues incluye a otros estudiosos que tienden a defender las intervenciones moralizantes del picaro desde un punto de vista artístico más bien que ideológico: entre ellos, Francisco Rico, Gonzalo Sobejano, Peter Dunn, Edmond Cros. Para una bibliografía pertinente (aparte la citada al final de este artículo), remito al citado trabajo de Cavillac.

2 Una de las excepciones más tempranas fue Moreno Báez, 1948, pp. 166-169, que trata los comentarios del picaro penitente como una manifestación anticlásica propia de la exuberancia barroca y una infracción contra la preceptiva del Pinciano. Otra excepción digna de mencionarse es el trabajo de Ana Baquero Escudero sobre las novelas intercaladas del Quijote, 2 0 0 5 , que las considera en un amplio contexto literario, refiriéndose en especial a la práctica de su tiempo y mencionando de pasada el Guzmán de Alfarache (p. 30) . Véase también el trabajo de la misma autora, 2003 . La relación del tratamiento de los episodios en el Quijote y el Persiles fue estudiada en un apartado de mi libro Cervantes and the Comic Mind of his Age (2000 ,

1 1 0 A N T H O N Y C L O S E Criticón, 101, 2007

Desde esta perspectiva, que es la que me propongo adoptar aquí, es instructivo

comparar el Guzmán de Alfarache con el Quijote, porque, aunque parten de premisas

comunes, llegan a resultados netamente contrastados, destinados a repercutir

profundamente en la novelística del barroco.

Para Alemán, la cuestión de la licitud de las digresiones — m á s bien, de un

determinado tipo de digresiones— es fundamental, como también lo es para Cervantes

en tanto autor del Coloquio de los perros, en el que influye directamente la novela del

sevillano 3. L o que preocupa a éste es la cuestión de si debe o no ponerse en boca de un

abyec to galeote un grave mensaje más propio de un pred icador o estadista ,

incongruencia que remite al problema de la compatibilidad entre los fines de divertido

entretenimiento y los de reforma moral y social. En principio, esto constituye una

infracción contra el decoro estético, iluminada precisamente por el siguiente comentario

sarcástico del preceptista Francisco Cáscales en sus Tablas poéticas: «Bueno sería que a

un rústico le oyésemos consejos sacados de las entrañas de la filosofía, o discurrir

largamente diciendo el caute loso t r a t a d o de la corte» (p. 2 2 0 ) . Sólo hace falta

reemplazar «rústico» con «picaro» o «perro» para dar con la preocupación común a la

novela de Alemán y al coloquio cervantino, que se refleja en las reiteradas disculpas del

picaro al lector, igual que en las recurrentes amonestaciones de un perro al o tro , por

incurrir en el sermoneo o la prolija censura de abusos y costumbres. Hasta cierto punto,

este tipo de problema afecta también al autor del Quijote, en la medida en que influye

en su manejo de la materia grave o didáctica de su novela, articulada, por la mayor

parte, a través de los «lúcidos intervalos» del protagonista. Los mismos escrúpulos se

reflejan en su decisión, motivada sin duda por principios neoclásicos, de segregar

netamente la trágica historia del Curioso impertinente del resto de la acción de la

primera parte , calificada certeramente de comedia por su imitador Avellaneda 4 . Sin

embargo, para Cervantes, dicho problema cede en importancia ante otro distinto, que

también atañe al decoro estético: ¿hasta qué punto deben intercalarse en la novela

historias ajenas a las aventuras de don Quijote y Sancho?

Es este un tipo de cuestión que le trae a Alemán sin cuidado. N o le preocupa porque,

de acuerdo con la mentalidad de su época, da por sentado que la introducción de

episodios o digresiones es un adorno sobremanera deseable en un extenso libro de

entretenimiento como el Guzmán de Alfarache5, tanto más cuanto que, además de serlo,

es a la vez una especie de «Guía de pecadores» y «Silva de varia lección», no sólo

glosada con un comentario moral y satírico sino también amenizada e ilustrada con

ejemplos, fábulas, cuentos, apotegmas , más todos los recursos de la amplificatio

retórica 6 . Al comienzo de la Segunda Parte Guzmán desarrolla en términos efusivamente

pp. 128-150) , del que fue adelanto mi artículo «Los episodios del Quijote» (1999, pp. 25-47) . Véase también la referencia a Edmond Cros en una nota más abajo. La traducción española de Cervantes and the Comic Mind of bis Age será publicada en breve por el Centro de Estudios Cervantinos.

3 Véase Cióse, 2000 , pp. 40-45 y 310. 4 «Como casi es comedia toda la historia de don Quijote de la Mancha, no puede ni debe ir sin prólogo».

Así empieza el prólogo al Quijote de Avellaneda, p. 7. 5 Sobre ello, Cióse, 1999 y 2000 , pp. 128-150. 6 En los preliminares de la segunda parte tanto Alemán como su admirador y panegirista, el alférez Luis

de Valdés, hacen hincapié en la naturaleza retórico-didáctica del libro, aspecto estudiado a fondo por Edmond Cros, 1967. Sobre la irritación que sienten los lectores modernos del Guzmán ante lo digresivo de dicho

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líricos el tópico «che per tal variar natura é bella», rechazando las diversas peticiones de

quienes desean que se restrinja a un solo tema o tipo de materia (II, i, 1, pp. 4 8 sq.). Esta

apología de la variedad se hace eco de otra que aparece al comienzo del capítulo cuarto

de su Vida de San Antonio ( 1 6 0 4 , f. 1 2 ) . Aquí, excusándose por haber dedicado los tres

primeros capítulos a la relación de la fundación de Lisboa, lugar de nacimiento del

santo , y de las hazañas de su fundador, el rey Alonso Enríquez, Alemán dice:

«Costumbre mía es, y no la tengo por mala, ir en mis escritos llevando por delante la

parte curiosa de aquello que se me ofrece, por no hacer otro camino. Si es poco, aun el

rejalgar no daña, y si bueno, siempre y en toda parte aprovecha» (f. 12v ) . Según esto,

para el sevillano, incluso lo marginalmente asociado al tema principal es admisible. A

este respecto, su divergencia de Cervantes es tajante.

N o para aquí la semejanza entre la biografía del santo y la autobiografía ficticia del

picaro. Se deduce de los preliminares de ambas que las dos vidas se conciben, a pesar de

su naturaleza opuesta, c o m o unidas por su finalidad ejemplar, positiva en un caso ,

preventiva en el o tro , la cual justifica en cada uno añadir a la relación de los hechos una

glosa edificante 7 . En ambas obras, además, la glosa plantea un problema de decoro, que

en la Vida de San Antonio consiste en faltar a la rigurosa pertinencia propia de una

historia verídica. Pero aquí la solución está a la mano: a Alemán le basta apelar a una

tradición milenaria para alegar que «porque como sean las vidas de santos ejemplo a las

nuestras, tengo por permitido [...] irlas parafraseando con moralidades y alegorías, de

donde se saque fruto» 8 . En cambio, por los motivos ya aducidos, esta coartada no le

vale a su picaro narrador.

N o obstante , la glosa retrospect iva y la o r n a m e n t a c i ó n suplementaria son

consustanciales a la concepción del Guzmán de Alfarache, efectuándose de varias

maneras, de las que algunas ni siquiera se consideran digresivas. Pienso, por ejemplo, en

múltiples cuentecillos, ejemplos, fábulas y apólogos que surgen al hilo de la narración o

de las glosas sentenciosas que se le imponen 5 . N o hay indicio alguno de que, para

material humanístico, debido a que ignoran su trasfondo cultural, véase Cros, 1967, p. 242 , y sobre el "anti­realismo" de los relatos intercalados, pp. 277 y ss.

7 Me refiero en especial a la «Declaración para el entendimiento de este libro» en los preliminares de la primera parte del Guzmán (1599) , y al elogio a Mateo Alemán de Juan López del Valle en los de San Antonio de Padua (1604 , sin paginación). El breve «Letor» de Alemán que precede su vida del santo, igual que la citada «Declaración» del libro de 1599 , defienden, aunque no con idénticos argumentos, la inclusión de exégesis moralizantes para sacar la oportuna lección de la escueta relación de los hechos. En cuanto al elogio de López del Valle, que sin duda refleja el pensamiento de Alemán, equipara las exégesis incluidas en los dos libros por su efecto provechoso, aunque señalando su naturaleza distinta: en un caso, el de «espuelas a los varones perfetos, para que lo sean más», y en el otro, el de «freno para detener los hombres, que dejándose sobar de sus pasiones, se despeñan por cosas de poca sustancia, como bienes temporales y mundo».

8 En realidad, esa tradición milenaria fue interrumpida por Pedro de Rivadeneyra que, por primera vez en la hagiografía, se guió rigurosamente en su Vida de San Ignacio (versión latina, 1571; castellana, 1584) y biografías de otros jesuítas, por el criterio de la verdad histórica, atestiguada por testigos oculares y documentos fehacientes. Con ello, dejó de lado la milagrería y el culto a lo maravilloso propios de la hagiografía medieval, e incluso su tendencia a la moralización, invocada por Alemán como justificación de su procedimiento en Vida de San Antonio. Sin el precedente establecido por Rivadeneyra, la glosa moralizante de Alemán en la biografía del santo nada hubiera tenido de anómalo y no hubiera necesitado apología. Véase la introducción a Pedro de Ribadeneira. Historias de la Contrarreforma, 1945, pp. 16-23.

'Hay múltiples referencias a estos «lugares extrínsecos» en Cros, 1967, pp. 188 sq. y 222-242 .

1 1 2 A N T H O N Y C L O S E Criticón, 101 , 2007

Alemán, tales casos sean un paréntesis en la narración del picaro. Ni tampoco lo son

forzosamente sus intervenciones morales o satíricas, porque, en principio, el asunto

esencial de la novela es la vida de Guzmán junto con las reflexiones penitentes que le

suscitan a la hora de escribirla. Pero éstas se someten a una condición implícita, cuyo

riguroso cumplimiento es en la práct ica irrealizable: la de que no incurran en el

sermoneo o el arbitrismo socio-político. La misma reiteración de las disculpas de

Guzmán por sus infracciones llama la atención sobre la imposibilidad de evitarlas: « Y o

también he ido tras de mi pensamiento, sin pensar parar en el mundo. M a s , como el fin

que llevo es fabricar un hombre perfeto, siempre que hallo piedras para el edificio, las

voy amontonando. Son mi centro aquestas ocasiones y camino con ellas a él» (II, i, 7, p.

1 2 7 ) .

Consideremos ahora a Cervantes , empezando por observar que, a pesar de sus

conocidas vacilaciones acerca de la designación genérica del Quijote, tiende a concebirlo

como una especie de crónica ficticia. Puesto que se burla del género caballeresco con sus

pretensiones de historicidad, imita desde el principio el discurso de un grave cronista.

Piénsese en todo el elaborado juego a base del manuscrito de Cide Hamete Benengeli.

Pero la deuda con la historia no se limita al remedo burlesco del lenguaje y actitud del

historiador ante su materia. Para la preceptiva contemporánea, como reconoce Alemán

en el prólogo a su Vida de San Antonio, el deber del historiador no es meramente contar

la verdad, sino una sola verdad, temáticamente unificada y despojada de detalles

irrelevantes. Esta noción se transmite a la poesía épica en España, puesto que los poetas

daban por sentado que el asunto del poema heroico debería basarse en hechos

históricos, restringiéndose a los episodios los elementos puramente ficticios 1 0 . Un

ejemplo de ello se encuentra en el prólogo a la segunda parte de La Araucana, donde

Alonso de Ercilla ofrece una racionalización de su modus operandi en términos que

anticipan muy de cerca los utilizados por Cervantes en el preámbulo de Don Quijote II,

4 4 para explicar el porqué de su cambio de estrategia respecto de los episodios de la

segunda parte 1 1 .

Dicho preámbulo, si bien frivola y vagamente expresado, constituye la principal

declaración del novelista alcalaíno sobre el t ema 1 2 . Empieza con un reproche que

Benengeli se dirigiría a sí mismo en el manuscrito original por haber tomado entre

manos «una historia tan seca y tan limitada c o m o esta», en la que se siente obligado a

hablar siempre de don Quijote y Sancho «sin osar estenderse a otras digresiones y

episodios más graves y más entretenidos». Por lo cual, según el m o r o , se valió en la

pr imera parte del recurso de novelas intercaladas , de las que dos (El curioso impertinente y el relato del capitán cautivo) están más o menos separadas de la historia,

1 0 Sobre ello, Pierce, 1961, pp. 229 y ss. 1 1 «Aunque esta Segunda Parte de la Araucana no muestre el trabajo que me cuesta, todavía quien la

leyere podrá considerar el que se habrá pasado en escribir dos libros de materia tan áspera y de poca variedad, pues desde el principio hasta el fin no contiene sino una misma cosa, y haber de caminar siempre por el rigor de una verdad y camino tan desierto y estéril, paréceme que no habrá gusto que no se canse de seguirme», Ercilla, La Araucana, n, p. 9. Confiesa, sin embargo, haber incluido dos episodios en la segunda Parte, justificando su inclusión por tratar de grandes hechos históricos acordes con la rebelión de los Araucanos, las victorias de San Quintín y de Lepanto. Aunque no lo dice, el material episódico no se limita a eso, sino que comprende mucho más. Véase Cióse, 2000 , p. 136.

a Cervantes, Don Quijote de la Mancha, pp. 979-980 .

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aunque las demás «son casos sucedidos al mismo don Quijote, que no podían dejar de escribirse». No obstante, en la continuación, temiendo que los lectores se saltaran las interpolaciones para no dejarse distraer de las aventuras del loco hidalgo y su escudero, «no quiso ingerir novelas sueltas ni pegadizas, sino algunos episodios que lo pareciesen, nacidos de los mesmos sucesos que la verdad ofrece, y aun estos limitadamente, y con solas las palabras que bastan a declararlos». Es decir, se decidió a reducir el tamaño de los episodios, enlazarlos estrechamente con el tema principal, y para ello, hacer que amo y mozo interviniesen en ellos, en vez de marginarlos, como ocurrió en el Quijote de 1605. Fijémonos en la estricta equivalencia entre «verdad de la historia» y sucesos en que participa activamente la famosa pareja.

Como se ve, Cervantes se guía mucho más rigurosamente por la pauta de «la verdad de la historia» en la segunda parte del Quijote que en la primera, de donde, sin embargo, no está ausente. Aflora brevemente en el revelador preámbulo de I, 28 , donde, ya inmerso en el embrollo de los amantes en Sierra Morena, y con la perspectiva de una larga serie de episodios por delante, Cervantes sale al paso de las objeciones potenciales del lector puntilloso diciendo que, gracias a la decisión de don Quijote de revivir la caballería andante, «gozamos ahora, en nuestra edad, necesitada de alegres entretenimientos, no sólo de la dulzura de su verdadera historia, sino de los cuentos y episodios della, que, en parte, no son menos agradables y artificiosos y verdaderos que la misma historia» (p. 316) 1 3 . Este pasaje, con su canto a los placeres de la variedad, revela de pasada las dudas de Cervantes sobre si debe o no rendirse a ellos. La afirmación de que los episodios son en parte no menos agradables, artificiosos y verdaderos que la historia, más allá de su función de topos de modestia, sugiere que, en parte, son precisamente eso, al menos en el sentido de menos «verdaderos»; es decir, menos esenciales. No obstante, merecen verse incluidos por razones que nada tienen que ver con su pertinencia: el que «nuestra edad [esté tan] necesitada de alegres entretenimientos ».

La norma de adhesión a «la verdad de la historia» influye también en el método original, y en la segunda parte, revolucionario, empleado por Cervantes para enlazar los episodios con el tema principal. El método tradicional, empleado por innumerables escritores desde la Antigüedad en adelante, incluido Alemán, era el «yuxtapositivo»: es decir, se describen circunstancias propicias para la diversión —el ocio de un viaje, un banquete o sobremesa o siesta, un tiempo de fiestas, un período de gran inquietud o aflicción— en las que uno de los personajes es incitado por los demás a contarles un cuento1 4. Tales pretextos no sólo pretendían conferir verosimilitud a la intercalación, sino prevenir la desaprobación de los críticos mojigatos. Aunque Cervantes no deja de aprovecharlos, no depende exclusivamente de ellos, sino que refuerza los enlaces de los episodios con la acción principal mediante el método «coordinativo». Aquí, el personaje narrador relata hechos que, si bien comienzan independientemente de dicha acción, ocupan el mismo cronotopo que ella, y se van entremezclándose con ella cada vez más

1 3 Sobre este pasaje, Cióse, 2000, p. 133. La bibliografía sobre los episodios del Quijote es muy extensa. Para no abultar demasiado las notas de este artículo, remito a las referencias en los ya citados trabajos de Baquero Escudero (2005), y míos (1999, 2000).

1 4 Véase Cióse, 2000, pp. 137-138. Tomo prestada la distinción entre métodos yuxtapositivo y coordinativo a Pilar Palomo, 1976, pp. 18 y ss.

1 1 4 A N T H O N Y C L O S E Criticón, 101, 2007

hasta alcanzar su resolución. Todas las narraciones interpoladas de la primera parte,

exceptuando El curioso impertinente, corresponden a este método . Ciertamente ,

Cervantes no lo inventó, pues deriva de Heliodoro y de otras fuentes y es inherente a la

estructura de las novelas pastoriles españolas, incluida La Galatea. L o que sí tiene de

original su empleo en Don Quijote es la manera en que Cervantes lo aprovecha para

fundir líneas narrativas incongruentes. En lugar de coordinar materiales análogos,

novelas cortesanas o bizantinas con ficción pastoril, como hace en La Galatea, combina

historias románticas con las aventuras cómicas del loco hidalgo, entrelazándolas de tal

manera que la palabra «combina» apenas si hace justicia a lo estrecho de la síntesis. Por

ejemplo, en la descripción de las historias relacionadas de Cardenio y Dorotea , son don

Quijote y Sancho quienes descubren los vestigios de la desesperada huida de Cardenio a

la s ierra, interpretan las pistas, e scuchan el informe de su loco y last imero

comportamiento de boca de un cabrero, y también la primera parte de la historia de sus

propios labios (I, 2 3 ) . Así, ante las posibles críticas de los lectores por lo demasiado

extenso de los episodios del primer Quijote, Cervantes podía argumentar, excepto en el

caso del Curioso impertinente, que «son casos sucedidos al mismo don Quijote, que no

podían dejar de escribirse». Fueron sus escrúpulos respecto de «la verdad de la historia»

los que le llevaron por este camino.

Queda pendiente la espinosa cuestión de c ó m o identificar con precisión los episodios

del Guzmán de Alfarache y del Quijote, y para abordarla, conviene recapacitar sobre la

concepción prevaleciente de su función y necesidad. Para los hombres de la época, estas

cuestiones eran determinadas, en un principio, por la preceptiva aristotélica y los

ejemplos concretos de las grandes épicas antiguas y renacentistas. Para los preceptistas,

«episodio» era virtualmente sinónimo de «digresión», c o m o también lo es para

Cervantes en el ya citado preámbulo de Don Quijote II, 4 4 1 5 . El mismo pasaje refleja,

mediante la referencia a «digresiones y episodios más graves y más entretenidos» y, a

continuación, a la «gala y artificio» de las novelas intercaladas, el supuesto común a la

tradición épica de que los episodios son accesorios de la acción principal, destinados a

proporc ionar la grandeza, variedad y ornamentac ión esenciales para el a tract ivo

artístico de la o b r a 1 6 . Según el discurso de Giraldi Cinthio sobre el poema heroico,

debían atestiguar el virtuosismo retórico del escritor y su capacidad para abordar una

variadísima gama temática: «acontecimientos inesperados, muertes, exequias, lamentos,

reconocimientos, triunfos, batallas extrañas , justas, torneos, catálogos, ordenanzas, y

otras cosas semejantes» 1 7 . Las épicas del Renacimiento y el B a r r o c o , del Orlando

1 5 Véase Weinberg, 1 9 6 1 , I, pp. 4 1 0 - 4 1 1 , 4 3 4 - 4 3 6 ; II, p. 994 . Aunque los preceptistas en general muestran preferencia por «episodio», para algunos, como Giraldi Cinthio, citado más adelante, los dos términos son intercambiables.

1 6 El prólogo de Suárez de Figueroa a su novela pastoril La constante Amarilis (1609) expresa la idea de modo tajante: «Ni te parezca busco en los siguientes episodios nuevas ocasiones de dilación, que si lo miras con cuidado, hallarás ser su trabazón no violenta, antes llamarse uno a otro con propriedad, o por razón de materia, o por novedad de sujeto; y para ornamento y belleza de obra digna de alabanza no solo es lícita, mas forzosa la variedad de digresiones y extensión de coloquios». Cito por la edición de 1781.

1 7 Giraldi Cinthio, Discorsi, p. 26. Entre los trillados ejemplos de semejante material abigarrado están las descripciones de juegos, bodas y lugares deleitosos, de las que Cervantes nos brinda ejemplos en su Persiles y Sigismunda. Así, los juegos que se describen en Persiles I, 21 imitan los celebrados para conmemorar la muerte de Anquises en la Eneida de Virgilio, libro V. El sueño de una isla idílica relatado por Periandro en Persiles II,

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furioso de Ariosto al Bernardo de Bernardo de Balbuena, ofrecen abundantes ejemplos de ello. Las interpolaciones del Bernardo, destinadas a compet i r con la variedad del mismo Orlando furioso de Ariosto , ofrecen ejemplos concre tos de esta amplia gama: descr ipciones de pa lac ios , cuevas , cast i l los , el c ie lo , la t ierra , el infierno; fábulas mi tológicas ; escenas de caza; t ransformaciones y encantamientos ; genealogías; y las narraciones en flash-back mediante las cuales cada nuevo personaje nos cuenta su vida y milagros.

Es más , para los teór icos , que se fundaban en la autoridad de Aristóteles (Poética 1 4 5 9 a - 1 4 5 9 b ) , el argumento principal debía ser lo suficientemente escueto y sencillo para facilitar esa variedad. Según el análisis que de la Eneida hacen preceptistas c o m o Tasso y Cásca les 1 8 , la mayor parte del poema consiste en episodios: es decir, secuencias que ponen en primer término a personajes secundarios como Dido, Turno , Acestes, Evandro, cuyas historias se incrustan en la del viaje de Eneas para fundar un nuevo reino en Italia. Por ejemplo, para Cáscales, una parte significativa de lo acontecido a Eneas con la reina Dido en Car tago, que abarca desde la mitad del primer libro del poema hasta el final del cuar to , const i tuye un episodio, pues nada tiene que ver directamente con el asunto esencial. N o obstante , a pesar de serlo, se junta con la acción principal de un m o d o verosímil y necesario, y por tanto cumple con la preceptiva al uso. Ci to:

Virgilio se propone esta acción una y simple en la Eneida. Eneas, ganada Troya, viene a Italia, avisado del oráculo, a poblar una nueva ciudad; corre tormenta en su navegación y viene a dar a Cartago, adonde cuenta muchas cosas de Troya; Dido se enamora de él, y no pudiendo haberle, ausente, se mata. Eneas camina para Italia y la conquista. Enamorarse Dido de Eneas, y matarse por la ausencia de Eneas acción diversa es de la principal, pero tan aptamente se junta según el verisímil, que parece pende de ella; pues no se sigue mal que, siendo él un príncipe tan valeroso y la reina Elisa de tan altos pensamientos, le pretendiese por marido; y, por otra parte, quedarse frustrada en sus esperanzas.15

El Persiles y Sigismunda, novela bizantina cortada según el patrón aristotélico, y de cuya estructura laber ín t ica y lujuriante Cervantes se a lardea , cor responde a esta concepción de la estructura de un poema heroico. Sin ir más lejos en busca de ejemplos, toda la larga narrac ión en flash-back de Periandro en el l ibro segundo del Persiles constituye un episodio parecido a la relación de Eneas que empieza en el l ibro segundo de la Eneida20. Incluso las c i rcunstancias son parecidas , pues Per iandro cuenta su historia durante su estancia en el palacio de Pol icarpo después del naufragio de los peregrinos frente a la costa del reino, la hija del rey se enamora de Periandro, este y los

1 5 , h a c e pensar en o t r o s lugares propic ios p a r a la sensualidad d e n t r o de la tradic ión épica , c o m o el domin io de la m a g a Alcina en el c a n t o 6 del Orlando furioso de Arios to; la boda de pescadores descri ta en Persiles II, 1 0 c o r r e s p o n d e a u n o de los t e m a s episódicos m á s s o c o r r i d o s de la é p o c a , h a s t a tal punto que Suárez de F igueroa , en el pró logo c i tado en n o t a anter ior , promete excluir la descripción de bodas de su novela pastori l .

1 8 T a s s o , Discorsi, p. 5 9 8 ; Cásca les , Tablas poéticas, p. 7 2 ; Aristóteles , Poética 1 4 5 5 b 1 5 - 2 3 . • 'Cásca l e s , Tablas poéticas, pp. 6 7 - 6 8 .

2 0 De episodio lo califica M a u r i c i o en el siguiente c o m e n t a r i o a su hija, en que cr i t ica la extens ión del re la to : « p o r q u e los episodios que p a r a o r n a t o de la historias se ponen , n o h a n de ser tan g r a n d e s c o m o la misma historia» (Persiles y Sigismunda II, 1 4 , vol . I, p . 2 6 4 ) .

1 1 6 A N T H O N Y C L O S E Criticón, 101, 2007

demás peregrinos huyen de la isla al enterarse de los designios de Policarpo de raptar a

Auristela, el palacio acaba destrozado por un incendio que recuerda el de Troya .

Por supuesto, la intercalación de episodios en una obra larga no se limitaba al género

épico, ni siquiera a libros de entretenimiento. Pueden encontrarse en La historia de las

guerras persas de Heródoto , El asno de oro de Apuleyo, el Satyricon de Petronio, libros

de caballerías, la tradición celestinesca, los Coloquios satíricos de Torquemada , el

Galateo español de Gracián Dantisco, la Diana de Montemayor , y muchas obras m á s 2 1 .

En la tradición derivada del Decamerón, que en la España del Barroco reflejaba hasta

cierto punto la moda vigente de las academias literarias, cada una de las diversiones a

las que da pie el período de fiestas o de ocio que la obra describe —no sólo novelas, sino

canc iones , ep igramas , discursos re tór i cos , piezas teatra les , e t c é t e r a — pudiera

considerarse c o m o un episodio dentro de ese m a r c o . Aunque en el primer Quijote

Cervantes sigue más o menos el modelo de La Galatea, con cuyo asunto pastoril

a l ternan novelas acerca de las aventuras a m o r o s a s de personajes cortesanos , su

concepción de la materia episódica de su obra maestra no se identifica exclusivamente

con este tipo de relatos, ni siquiera en la primera parte. N o podía por menos de tener

presente el ejemplo de los libros de entretenimiento españoles que salieron a luz en los

años inmediatamente anteriores a la publicación de las dos partes del Quijote. En

especial, la primera parte del Guzmán y la continuación apócrifa de Juan Mart í , que

juntamente presentaban una amplia gama de digresiones: aparte de novelas cortas

—género que Alemán contribuyó más que nadie, antes de Cervantes, a implantar en

E s p a ñ a — , el listado abarca sermones, cuentecillos, casos históricos, fábulas, piezas

jocosas o burlescas, oraciones retóricas, reflexiones morales, sociopolíticas, satíricas y

literarias. A este extenso abanico de materias, reforzado por el ejemplo de la segunda

parte del Guzmán en 1 6 0 4 , se sumarían en el mismo año las digresiones eruditas y

devotas del Peregrino en su patria de Lope, entre las que se cuentan emblemas, autos

sacramentales, y milagros de la Virgen.

Respecto del primer Quijote, Cervantes y sus coetáneos habrían calificado de

episodios no sólo las novelas intercaladas, sino también, por lo menos, el elogio a la

Edad de O r o , el discurso de las Armas y las Letras , y el diálogo entre el canónigo de

Toledo y el cura sobre libros de caballerías y la comedia, marcados todos ellos con

indicadores que señalan su estatus digresivo. Así, las dos oraciones del manchego se

califican respectivamente de «arenga» y de «preámbulo» , términos que en los dos

contextos se emplean c o m o sinónimos de «digresión» 2 2 . C a d a una se pronuncia en el

2 1 Véase Clements y Gibaldi, 1977, pp. 36-37. 2 2 Respecto del discurso a los cabreros, Cervantes comenta: «Toda esta larga arenga (que se pudiera muy

bien escusar) dijo nuestro caballero, porque las bellotas que le dieron le trujeron a la memoria la edad dorada» (I, 11, p. 123); y respecto del discurso de las Armas y las Letras precisa: «Todo este largo preámbulo dijo don Quijote en tanto que los demás cenaban, olvidándose de llevar bocado a la boca» (I, 38, p. 4 4 9 ) , aunque matiza el tono despectivo del comentario observando que la audiencia del caballero le escuchó con mucho gusto e interés (pp. 4 4 4 y 4 4 9 ) . Según el Diccionario de Autoridades, preámbulo, aparte de su sentido principal, tiene la acepción ancilar de «rodeo o digresión impertinente en el discurso», mientras que arenga tiene evidentemente la segunda acepción que le atribuye el diccionario de la RAE: «discurso, razonamiento largo, impertinente, enfadoso». El tenor negativo del juicio sobre el primer discurso indica que, a estas alturas, Cervantes se inclina a compartir la actitud de Avellaneda, para quien el material episódico del Quijote debe separarse netamente de las aventuras quijotescas. Respecto de los motes en los escudos de quienes participan

L O S « E P I S O D I O S » D E L GUZMÁN Y D E L QUIJOTE 1 1 7

transcurso de una cena, mientras que el diálogo literario de los clérigos tiene lugar

durante el viaje de regreso de don Quijote a su pueblo. A estos indicios debe agregarse

o tro , que se emplea de m o d o recurrente en el Quijote. Consiste en «desenchufar»

temporalmente a los personajes incapaces de aprec iar el contenido del episodio,

normalmente, por no tener la suficiente formación cultural. Puesto que tales señales de

«desenchufe» suelen acompañar muy a menudo los lúcidos intervalos del loco hidalgo,

no cabe dudar de su estatus episódico 2 3 . C o m o veremos más adelante, en comparación

con el Quijote de 1 6 0 5 , la gama de materia episódica se ampliará mucho más en la

continuación de 1 6 1 5 .

Antes de considerar este último punto, volvamos al Guzmán de Alfarache. Y a hemos

visto que no todo lo que a nosotros nos parece accesorio a la vida del picaro lo es para

Alemán. ¿ C ó m o se señalan e identifican, pues, los elementos que sí lo son? H a y que

constatar en un principio que el sevillano nunca emplea en su novela el término

«episodio», y que, conforme con la curiosa indiferencia que tan culto y leído escritor

muestra por la preceptiva al uso, nunca aborda la cuestión que nos interesa desde el

ángulo de los conceptos aristotélicos vigentes. De éstos, el único vestigio que queda en la

obra es el empleo esporádico de «digresión», siempre con connotaciones negativas y

siempre en relación con los pasajes en que la glosa reflexiva del picaro sobrepasa los

límites del decoro, dando pie a sus conocidas autodisculpas por su intromisión. Por

ejemplo, a propósito de su invectiva contra el falso honor mundano y los varios abusos

sociales que ocasiona, invectiva que, además de extenderse a lo largo de tres capítulos,

incluye la extensa cita de un sermón sobre un texto del evangelio de San M a t e o ,

Guzmán confiesa: «Pues aun conozco mi exceso en lo hablado, que más es dotrina de

predicación que de p icaro [ . . . ] . Larga digresión he hecho y enojosa» 2 4 . Pero en la

mayoría de los pasajes en que surgen tales disculpas, Guzmán recurre a un lenguaje que

en un torneo en Zaragoza (capítulo 11 del apócrifo) Avellaneda declara: «que dejo de referir por no hacer libro de versos el que sólo es corónica de los quiméricos hechos de don Quijote» (Don Quijote de la Mancha, p. 207) . Ai llegar a los capírulos 37 y 38 , ya iría cambiando la actitud de Cervantes ante los lúcidos intervalos del manchego y su potencial para la ornamentación episódica, cambio que culminaría en el tratamiento de esos intervalos en la segunda parte.

2 3 Así ni los cabreros ni Sancho entienden palabra del discurso de la Edad de Oro (I, 11); Sancho da «al diablo el tanto hablar del cabrero» mientras este cuenta la historia de Marcela y Grisóstomo (I, 12, p. 134); Sancho, siempre, se va a un arroyo a disfrutar de una empanada durante la relación de la historia de Leandra (I, 50. p. 576) . Durante el discurso de las Armas y las Letras, el «desenchufado» es don Quijote, no por su incapacidad de comprensión —claro está—, sino más bien por su estado de distracción: se nos dice que mientras habla, se olvida de llevar bocado a la boca (I, 38, p. 449) . Aunque la mayor participación de amo y mozo en los episodios de la segunda parte causa una disminución del mencionado recurso, no lo elimina del todo. Así, Sancho se va a comprar unos requesones en medio del elegante discurso del manchego sobre la poesía y la educación de los hijos (II, 16, pp. 756-759); y, en las bodas de Camacho, se interesa más por los preparativos del banquete que por las cabalgatas y danzas en que se fija su amo (II, 20 , pp. 794-795) . Durante el encuentro con el morisco Ricote, mientras el antiguo vecino de Sancho Panza le refiere la lastimosa historia de las experiencias de su familia, incluida su hija Ana Félix, a raíz de la expulsión, los peregrinos alemanes en cuya compañía ha vuelto clandestinamente a España, vencidos de sueño por el vino consumido, echan la siesta (II, 54 , p. 1071) . Lo significativo de todos estos casos es que, ateniéndonos al criterio del «desenchufe», podemos identificar muchos de los episodios del Quijote.

2 4 El comentario que viene después de los puntos suspensivos es el comienzo de un capítulo (I, n, 4 , p. 289) , siendo continuación directa de la primera parte de la cita, que es parte del último párrafo del capítulo anterior (I, II , 3, p. 288) . Véanse también I, i, 2, p. 156; I, n, 3, p. 283; II, m, 3, pp. 377-378 .

1 1 8 A N T H O N Y C L O S E Criticón, 101, 2007

apunta claramente a la idea «digresión», sin explicitarla: por ejemplo, «Alejado voy de

R o m a , para donde caminaba» (I, n i , 6 , p. 4 2 2 ) ; « N o quiero aquí discantar sobre el

canto llano de mis palabras» (I, n , 1, p. 2 6 6 ) ; « ¡ O h , válgame Dios! ¿Cuándo podré

a c a b a r comigo no enfadarte, pues aquí no buscas predicables ni dotrina sino un

entretenimiento de gusto, con que llamar el sueño y pasar el tiempo?» (II, n, 2 , p. 1 8 6 ) .

Es típico de estas intervenciones el tono de jocosa exageración, que sirve para reforzar el

efecto de atenuación apologética.

Sin embargo , son muchos los pasajes de la novela que, a pesar de señalarse

claramente c o m o digresivos, no dan pie a ningún tipo de disculpa. Estos incluyen las

novelas e historias intercaladas, y varias anécdotas o piezas chistosas de tipo más breve.

Su carácter digresivo, como en el caso del Quijote, suele marcarse con los indicadores

tradicionales 2 5 . M u c h o s son introducidos de una forma que evoca el título de la

colección de cuentos de Juan de Timoneda, Sobremesa y alivio de caminantes ( 1 5 6 9 ) : es

decir, el pretexto que los justifica es pasar un rato agradable tras una comida, aliviar el

tedio de un viaje u otro tipo de molestia o disgusto. En el camino de Sevilla a Cazalla,

un joven clérigo relata la novela de Ozmín y Daraja, y la introduce así, refiriéndose a los

malos tratos que acaba de sufrir Guzmanillo a manos de unos cuadrilleros: «Ahora bien,

para olvidar algo de lo pasado y entretener el camino con algún alivio, en acabando las

horas con mi compañero, les contaré una historia, mucha parte della que aconteció en

Sevilla» (I, i, 7, p. 2 1 3 ) . La cuestión de amor propuesta a don Alvaro de Luna por don

Luis de Cas tro y don Rodrigo de Monta lvo , ilustrada por dos cuentos, es narrada

durante la sobremesa de un banquete para aplacar la ira provocada por los chistes

zaheridores de Guzmán, entonces truhán del embajador de Franc ia , a uno de los

invitados (II, i, 4 ) . Otra sobremesa sirve de ocasión para la relación de la novela de

Dorido y Clorinia (I, m , 1 0 , pp. 3 6 9 - 3 8 3 ) . En el camino de Bolonia a Milán, Sayavedra

relata la historia de su vida a Guzmán para distraerle de su miedo de ser perseguido por

los jugadores a quienes estafó en una partida de naipes (II, n , 4 , p. 2 0 7 ) . El mismo

estado de ánimo sirve de ocasión para la lectura del «Arancel de necios» (II, m , 1,

pp. 3 4 3 - 3 4 9 ) , y un pretexto parecido —el supuesto dolor de Guzmán por la muerte de

Sayavedra— mueve a un galeote a leerle la novela de Bonifacio y Dorotea durante el

viaje de Genova a Barcelona (II, n , 9 , pp. 3 0 9 - 3 2 9 ) . Cuando Guzmán está preso en la

cárcel de Sevilla (II, m , 7, pp. 4 8 4 - 4 8 6 ) , recibe una carta de la esclava con la que tuvo

relaciones sexuales, una divertida retahila de chismes y prosaicas menudencias, y la

refiere porque «es bien aflojar a el a r c o la cuerda contando algo que sea de

2 5 En la Odisea así como en la Eneida, la coyuntura en que los protagonistas relatan sus aventuras y viajes es un banquete; en medio del libro cuarto del Asno de oro, se intercala la fábula de Cupido y Psiques, narrada por una vieja a una doncella para consolarla por haber sido presa por ladrones y encerrada en una cueva; en las Novelle de Sercambi, igual que en los Eccatomiti de Giraldi Cinthio, es un viaje emprendido a raíz de una catástrofe histórica —la peste de Lucca en un caso, el saco de Roma en el otro— el que proporciona el armazón de la narración de novelas. De esta tradición se hacen eco los títulos de colecciones de cuentos y novelas áureas: Sobremesa y alivio de caminantes, Jornadas alegres, Tiempo de regocijo y Carnestolendas de Madrid, etcétera. Para los novelistas españoles del Barroco, el marco favorito era el ocio de un viaje, de una siesta, o de una temporada de fiesta o de vacaciones, como los festejos que siguen a la boda de don Alejo y doña Irene celebrados en una finca señorial durante las canículas de verano, en los Cigarrales de Toledo (1624) de Tirso de Molina.

L O S « E P I S O D I O S » D E L GUZMÁN Y D E L QUIJOTE 1 1 9

entretenimiento» (p. 4 8 4 ) , justificación tradicional de la diversión recreativa que se

remonta a Plutarco, pasando por Santo Tomás de Aquino 2 6 .

Valiéndonos de los criterios aducidos en el párrafo anterior podemos añadir a la

lista, sin temor a equivocarnos, el testamento del asno (II, n , 5 , pp. 2 4 2 - 2 4 3 ) , el origen

del dicho «En Malagón en cada casa hay un ladrón, y en la del alcalde, hijo y padre» (I,

II, 9 , pp. 3 5 6 - 3 5 7 ) , la relación de la fundación de Florencia y la descripción de la ciudad

(II, I I , 1, pp. 1 6 1 - 1 7 0 ) . Esta lista no pretende ser exhaustiva, pues es probable que deban

incluirse también, entre otros casos posibles, «las ordenanzas mendicativas» (I, m , 2 ,

pp. 3 8 8 - 3 9 3 ) por su semejanza con el «arancel de necios», así c o m o la historia del

mendigo genovés que, al restituir a su muerte todo su caudal al Duque de Genova,

desmiente el tópico de la ancha conciencia de sus paisanos (I, i u , 5 , pp. 4 1 0 y ss.)

—anécdota que guarda cierta relación con el testamento del asno. Los califico de

meramente posibles o probables por faltarles los indicadores habituales. El hecho de que

existan casos marginales c o m o éstos no mina la validez general de las normas

establecidas más arriba.

N o obstante la originalidad del método coordinativo empleado por Cervantes en el

primer Quijote, los lectores contemporáneos no habrían tenido dificultad p a r a

identificar sus episodios, ni se habrían extrañado de su contenido, ni t ampoco de la

manera c o m o se enlazan con la acción principal. N o pasa así en el Quijote de 1 6 1 5 ,

cuyos episodios no podrían por menos de haberles resultado novedosos e insólitos. A

primera vista, el ya c i tado preámbulo de II, 4 4 parece equipararlos con novelas

intercaladas . Sin embargo , la queja de Benengeli empieza refiriéndose a «o tras

digresiones y episodios más largos y entretenidos», que apunta vagamente a una gama

temática más extensa, y la misma coyuntura en que se menciona la queja, a cuatro

capítulos de distancia del cuento intercalado más próx imo (la historia de la hija de doña

Rodríguez), nos incita a cuestionar lo exclusivo de esa identificación. Puesto que en el

Quijote las explicaciones autoriales de un procedimiento o incidente capaz de suscitar

dudas suelen intercalarse en él, o más a menudo, seguirlo de inmediato 2 7 , es lógico

preguntarse qué pasa justamente antes del preámbulo de II, 4 4 . Los dos capítulos

anteriores contienen los consejos de gobierno de don Quijote y Sancho, especie de oasis

de materia grave en medio de las burlas que se hacen a la pareja en el palacio ducal. De

hecho, a lo largo de la novela, los lúcidos intervalos del loco hidalgo suelen distinguirse

netamente de sus aventuras caballerescas que constituyen el asunto principal de la obra;

por su elegancia y erudición, se corresponden con el concepto de episodio o digresión

prevaleciente, y, como hemos notado ya, suelen marcarse con indicadores que señalan su

estatus como tal.

2 6 Plutarco, Comparación entre Aristófanes y Menandro; Santo Tomás de Aquino, Summa theologica IIa-IIae, q. 168; Giovanni Pontano, De sermone, I. 6; el Memorial presentado al rey Felipe II por la villa de Madrid, en Cotarelo y Mori, 1904, texto 129, p. 421b.

2 7 Como ocurre en varios lugares de la segunda parte. En los capítulos 15, 27, 62, y 70, hay largas y pormenorizadas aclaraciones de incidentes enigmáticos que acaban de relatarse (p. ej., el cómo y porqué de la cabeza parlante en casa de don Antonio Moreno). El preámbulo al capítulo 24 se dedica a la consideración de las posibles explicaciones de lo de la Cueva de Montesinos, historia relatada en el capítulo anterior, mientras el narrador interviene tres veces en el transcurso del capítulo 5 para llamar la atención sobre lo inverosímil del estilo elevado de Sancho en el diálogo que sostiene con su mujer.

1 2 0 A N T H O N Y C L O S E Criticón, 101, 2007

El amplio alcance de los episodios y digresiones de la segunda parte se aprecia

claramente si tenemos en cuenta que los cuentos y novelas, cuya naturaleza episódica es

af irmada por el propio autor , suelen ir a c o m p a ñ a d o s de materia suplementaria

correspondiente a los retratos de tipos curiosos que encontramos en el tercer libro del

Persiles y Sigismunda. En los dos primeros libros de la novela bizantina, los episodios

consistían en las lastimosas historias de a m o r y de exilio narradas por cada nuevo

miembro del grupo de peregrinos, incluida la larga narración en flash-back de Periandro

en el libro segundo; pero en el tercero, este tipo de historia alterna con dichos retratos ,

que asimismo se relatan en primera persona y tienen función episódica, aunque en vez

de desarrollar una trama novelesca, describen una forma de vida. Es decir, el personaje

refiere sus costumbres, aspiraciones y opiniones, representativas de un determinado tipo

o problema social.

La relevancia de todo esto a la cuestión que ahora nos concierne es que este tipo de

materias se repite en los episodios del Quijote de 1 6 1 5 . Así, el autorretrato del astrólogo

Soldino en Persiles III, 18 puede considerarse una versión estilizada e idealizante de los

de Marcela en el primer Quijote y de don Diego de Miranda en el segundo. Así, los dos

jóvenes que fingen haber sido cautivos en Argel para sufragar sus gastos de viaje a

Flandes (Persiles III, 11 ) pueden equipararse, por su pobreza e idealismo militar, al ex

paje quien, harto de servir a arribistas tacaños en la corte, se va a la guerra cantando «A

la guerra me lleva / mi necesidad, / si tuviera dineros / no fuera, en verdad» (Don

Quijote II, 2 4 ) . Así, la peregrina fea y sin escrúpulos a la que encuentran los viajeros en

Persiles III, 5 anticipa a los acompañantes alemanes de Ricote (Don Quijote II, 5 4 ) ,

movidos menos por devoción que por su afición al turismo, al vino y a las limosnas,

mientras que Ricote y su hija Ana Félix se corresponden con el jadraque morisco y su

sobrina Raíala (Persiles III, 1 1 ) e, igual que ellos, aunque desde un ángulo distinto,

plantean el candente problema de la expulsión de los moriscos.

El caso de Ricote demuestra bien a las claras cómo los episodios del Quijote de 1 6 1 5

suelen sobrepasar las fronteras de lo novelesco para abordar desde un ángulo didáctico

o crítico problemas actuales de diversa índole. Evidentemente, el encuentro de Sancho

con su antiguo vecino morisco en II, 5 4 no puede considerarse como mero preámbulo de

una novela intercalada: es decir, la historia de Ana Félix, que ella misma narrará nueve

capítulos después. Constituye un episodio de pleno derecho, cuyo tratamiento del

decreto de expulsión y de sus consecuencias desde el punto de vista de una de sus

víctimas le otorga un interés político muy distinto a consideraciones románticas . L o

mismo vale para las bodas de C a m a c h o (Don Quijote II, 1 9 - 2 2 ) , cuyo contenido

episódico a b a r c a m u c h o más que el tr iángulo de a m o r pastori l , junto con las

sentenciosas reflexiones de don Quijote al respecto. Comprende todo el variado material

tratado o descrito durante el viaje a las bodas y el transcurso de las mismas: la discusión

lingüística sobre la naturaleza del buen castellano; la cuestión de si la esgrima puede

reducirse o no a reglas geométricas, con la graciosa lucha de espadas que la resuelve; la

descripción de las festividades nupciales, incluidos los preparativos del banquete. Si

tenemos en cuenta que la descripción de escenas pintorescas —bodas , batallas, torneos,

palacios, etcétera— constituye para la preceptiva de la época una importante fuente de

L O S « E P I S O D I O S » D E L G U Z M Á N Y D E L QUIJOTE 1 2 1

episodios o digresiones 2 8 , sin duda debemos incluir en nuestra lista las descripciones de

la cacería (II, 3 4 , pp. 9 1 3 - 9 1 4 ) y de las festividades en Barcelona con motivo del día de

San Juan Bautista (II, 6 1 , pp. 1 1 3 0 - 1 1 3 1 ) .

Por o t ra parte , fiel a su declaración de principios en el preámbulo de II, 4 4 ,

Cervantes no relega a don Quijote y Sancho al margen de los episodios del Quijote de

1 6 1 5 , sino que lo somete todo a su juicio. Los dos chiflados de la primera parte ,

excluidos, c o m o pedía el decoro neoclásico, de los asuntos graves, ya ocupan el lugar

que antes correspondía a personajes discretos c o m o el cura , desempeñando su función

de comentaristas y observadores de cuanto pasa en su alrededor. La coordinación se ha

llevado a sus límites, y el resultado del experimento, si bien motivado originalmente por

las normas estéticas y modas literarias al uso, desemboca en un resultado que las pone

patas arriba. Esto se sigue lógicamente del paradójico proyecto esbozado en II, 4 4 , que

pone todo el énfasis en lo poco que los episodios de esta parte se ajustan a lo que aquella

época entendía por este término . Así, Benengeli nos asegura que las historias

intercaladas tendrán la mera apariencia de novelas; estarán totalmente integradas dentro

de la acción principal, serán breves y sucintas a la enésima potencia. Por consiguiente, se

esfuman los linderos que tradicionalmente segregaban los episodios y digresiones de la

acción principal, al tiempo que se amplía, fragmenta y diversifica su contenido, que

lógicamente se ajusta a la perspectiva de sus observadores principales, don Quijote y

Sancho. Por consiguiente, en vez de consistir principalmente en una serie de extensas

historias de amor , constituyen ya un amplio y diverso mosaico de la vida de la época, en

el cual los temas novelescos se combinan con los motivos documentales, el enfoque

pintoresco con el de la sátira moral , la política con la ética y la religión. Fue una

innovación de consecuencias fecundísimas, que los novelistas europeos —Fielding,

Smollett, Goethe— tardarían aproximadamente un siglo en aprovechar.

Precisamente por haberse llevado a cabo en el segundo Quijote el equivalente de la

cuadratura del círculo —es decir, la implementación de un concepto no episódico del

episodio—, hay muchos casos en que resulta difícil determinar precisamente dónde

empieza el episodio o digresión y dónde termina la acción principal. N o obstante, el

principio general es bastante claro: Cervantes nos da a entender que es episódico o

digresivo cuanto no esté relacionado directamente con «la verdad de la historia», es

decir, con la empresa cabal leresca de don Quijote, a la que vienen a asociarse

estrechamente los hechos y dichos de su escudero Sancho. Ateniéndonos a este criterio,

reduzco los episodios de la segunda parte del Quijote a las siguientes categorías

generales. Primero, los «lúcidos intervalos» del héroe, en que trata de temas c o m o el

honor, la fama, la educación de los hijos, la poesía, las condiciones de la guerra justa, el

gobierno. Aun cuando contravengan parte del criterio en la medida en que suponen

forzosamente la participación de don Quijote, cumplen con el mismo por centrarse en

materias ajenas a su manía caballeresca. Segundo, los retratos de personajes secundarios

cuya intervención desvía la mirada del lector, siquiera brevemente, a asuntos y formas

2 8 Giraldi Cinthio, Discorsi (1554) , p. 48; cf. Miguel de Salina, Rhetorica (1541) «Esta digresión se hace

por tres causas .. . La tercera es cuando nos salimos a descrebir o pintar la manera de algún lugar, persona ...

o otra cosa ... como es batalla, convite o declarar alguna materia que de camino se ofreció tocar. Esto se hace

por adornar o deleitar poniendo a los oyentes delante los ojos a la larga la cualidad de aquella cosa que se

nombraba que por ventura no sabían». Citado en Cros, 1967, p. 275 .

1 2 2 A N T H O N Y C L O S E Criticón, 101, 2007

de vida que no están relacionados con el tema central. A esta categoría asigno los

encuentros con los comediantes de la compañía de Ángulo el Malo (II, 1 1 ) , don Diego

de Miranda (II, 1 6 - 1 8 ) , los estudiantes que acompañan a amo y mozo a las bodas de

C a m a c h o (II, 1 9 ) , el chiflado humanista (II, 2 2 , 2 4 ) , el ejército del pueblo de los

regidores rebuznadores (II, 2 7 ) , el morisco Ricote (II, 5 4 ) , los aldeanos que llevan

pinturas de cuatro santos a su pueblo (II, 5 8 ) , la fingida Arcadia (II, 5 8 ) , Roque Guinart

(II, 6 0 ) . De los incidentes acaecidos a don Quijote en Barcelona, tres deben considerarse

episódicos: la cabeza encantada (II, 6 2 ) , la visita a la imprenta (II, 6 2 ) , y a la galera real,

que culmina en la historia de Ana Félix (II, 6 3 ) . Tercero, todos los cuentos y novelas del

segundo Quijote, que aparte de la historia ya mencionada, incluye las de Basilio,

Quiteria y Camacho (II, 1 9 - 2 1 ) , los regidores rebuznadores (II, 2 4 , 2 7 ) , doña Rodríguez,

su hija y Tosilos (II, 4 8 , 5 2 , 6 6 ) , Claudia Jerónima (II, 6 0 ) . Cuarto , las ya mencionadas

descripciones de escenas pintorescas, así c o m o los diversos coloquios que se entablan

con personajes secundarios, siempre que no versen sobre la manía del héroe.

Observemos, finalmente, c ó m o la estrecha coordinación practicada por Cervantes le

permite resolver a su manera el problema que aqueja a Alemán a lo largo del Guzmán

de Alfarache. M e refiero a la incorporación de materias graves y didácticas en una obra

esencialmente jocosa. En principio, esta mezcolanza debería quedar excluida por las

amonestaciones del amigo consejero de Cervantes en el prólogo al primer Quijote

(pp. 1 7 - 1 8 ) :

Y pues esta vuestra escritura no mira a más que deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los libros de caballerías, no hay para qué andéis mendigando sentencias de filósofos, consejos de la Divina Escritura, fábulas de poetas, oraciones de retóricos, milagros de santos, sino procurar que a la llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga vuestra oración y período sonoro y festivo, pintando, en todo lo que alcanzáredes y fuere posible, vuestra intención; dando a entender vuestros conceptos sin intricarlos y escurecerlos. Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla.

La razón por la que estos preceptos dificultan la intercalación de episodios en la

novela estriba en que las materias mencionadas eran precisamente las aprovechadas

tradicionalmente para esta finalidad. Por ejemplo, el libro segundo del Peregrino en su

patria de Lope de Vega está repleto de «milagros de santos»; las «oraciones de

retóricos» y «sentencias de filósofos» no faltan en el Guzmán de Alfarache; el cuento de

Cupido y Psiques intercalado en el Asno de oro de Apuleyo es una «fábula de poetas»,

entre otras muchas que contiene la milenaria tradición épica. Frente a esta casi insoluble

dificultad, Cervantes no se limita, como Guzmán, a incumplir su propio precepto para

luego disculparse contritamente por el delito. En vez de ello, procede a introducir todas

las materias vedadas, atenuando su escasa compatibilidad con la tonalidad cómica del

tema principal mediante el truco de coordinarlas con él. Pensemos en el discurso de la

Edad de O r o , que es el primer episodio introducido en el Quijote de 1 6 0 5 . Y a hemos

visto que Cervantes lo califica con sorna de «Toda esta larga arenga (que se pudiera

muy bien escusar). . .» (I, 1 1 , p. 1 2 3 ) , y añade que el caballero lo pronuncia solamente

«porque las bellotas que le dieron le trujeron a la memoria la edad dorada». Al ironizar

L O S « E P I S O D I O S » D E L GUZMÁN Y D E L QUIJOTE 1 2 3

de esta manera sobre la intromisión del parlamento, Cervantes nos hace verlo c o m o un

gracioso aspecto de su manía, en vez de una gratuita intervención didáctica. Aun cuando

adopte en lo sucesivo una actitud más benigna hacia los «lúcidos intervalos» del héroe,

nunca le permite al lector olvidarse de que sus momentos de lucidez son precarios ,

contagiados por residuos de locura y siempre propensos a recaer en ella.

En conclusión, tanto Alemán como Cervantes operan con un concepto antiguo de

una novela larga, viéndola c o m o armazón en la que se incrustan diversos tipos de

ornamentación pegadiza, diseñados bien para la diversión del lector, bien para su

edificación y provecho. De los dos escritores, es el autor del Quijote de 1 6 1 5 quien

presenta el aspecto más moderno. Al minar la jerarquización y segregación de materias

al uso, anticipa la novela tal como cristaliza en el siglo x v m , híbrido de comedia y

romance , que, jugando caprichosamente con los convencionalismos de la narrat iva

anterior, imita y funde rasgos formales de la biografía o autobiografía, el género

epistolar, la literatura de viajes, la sátira de costumbres. Pero el propósito de esta

conclusión no es enaltecer a Cervantes a expensas de Alemán. Cada uno contribuyó a su

manera , lúdica y jocosa en el primer caso , apasionadamente seria en el segundo, a

transformar la novela cómico-satírica en lo que sería siglo y medio después el reflejo y

conciencia reflexiva de su época.

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Resumen. Me propongo comparar la manera en que Cervantes y Alemán abordan el problema de cómo intercalar episodios o digresiones en el Quijote y el Guzmán de Alfarache respectivamente. Mi aproximación está basada en la teoría y la práctica de aquella época, y se centra en dos cuestiones principales: identificar los episodios de las dos obras, e iluminar las actitudes divergentes adoptadas por los dos escritores ante los criterios de decoro y pertinencia. Aunque parten de una premisa común a la época —lo deseable de la variedad en una obra de gran extensión— alcanzan soluciones netamente contrastadas, destinadas a repercutir profundamente en la novelística posterior.

Résumé. Mon but dans cet article est de comparer la façon dont Cervantes et Alemán abordent le problème de l'interpolation d'épisodes ou digressions respectivement dans Don Quichotte et dans le Guzmán de Alfarache. Mon approche se fonde dès l'abord sur la théorie et la pratique de leur époque et s'occupe de deux questions principales: l'identification d'épisodes ou de digressions dans les deux chefs-d'œuvre et une mise au clair des attitudes divergentes adoptées par les deux écrivains confrontés aux exigences du decoro et de la pertinence. Bien qu'ils partagent l'idée généralement acceptée que la variété soit très désirable dans n'importe quelle œuvre d'une longueur considérable, ils en arrivent néanmoins à des solutions nettement divergentes, qui auront une influence profonde sur le roman aux époques suivantes.

Summary. My aim is to compare the way in which Cervantes and Alemán tackle the problem of how to interpolate episodes or digressions in Don Quijote and Guzmán de Alfarache respectively. My approach is based on the theory and practice of the age, and centers on two main questions: identifying episodic material in the two works, and clarifying the divergent attitudes adopted by the two writers towards the criteria of

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decorum and relevance. Although they depart from the commonly held assumption of the desirability of variety in any work of considerable length, they reach sharply divergent solutions, destined to have a profound influence on later prose fiction.

Palabras clave. ALEMÁN, Mateo. CERVANTES, Miguel de. Decoro. Digresión. Episodio. Guzmán de Alfarache. Intercalación. Novela. Poética. Quijote.

SOR FRANCISCA DE SANTA TERESA

COLOQUIOS

EDICIÓN

M. CARMEN ALARCÓN ROMÁN

ÍNDICE

Prólogo, Mercedes de los Reyes Peña

1. El convento como espacio intelectual y el papel de la religiosa escritora

2. El convento como espacio escénico

3. La tradición del teatro conventual femenino: monjas dramaturgas de los siglos xvi, xvn

y XVIII

4. El entorno de sor Francisca: el Convento de Trinitarias Descalzas y su ubicación en un ambiente teatral

5. Sor Francisca de Santa Teresa

6. Conclusiones 7. Estructura y argumento de los coloquios

8. Los personajes 9. El marco espacio-temporal

10. La métrica

11. Lenguaje y estilo

12. Criterios de edición

Coloquio para la profesión de sor Manuela Petronila, compañera de la autora (1699)

Coloquio al Nacimiento de Nuestro Redentor (entre 1703 y 1707)

Notas Referencias bibliográficas

C o l e c c i ó n « E s c r i t o r a s y p e n s a d o r a s e u r o p e a s »

A r C i b e l E d i t o r e s , Sev i l l a