Los destructores de máquinas. Eric Hobsbwam

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2- Los destructores de Máquinas Aún se encuentran ampliamente difundidos, incluso entre los historiadores especializados, ciertos errores acerca de esta forma inicial de lucha obrera. En la mayor parte de la discusión acerca de la destrucción de máquinas todavía puede detectarse el supuesto de los apologistas económicos de clase media del S XIX, según el cual los trabajadores deben aprender a no darse con la cabeza contra las verdades económicas, por difíciles de tragar que éstas resulten. Se podía comprender y simpatizar con la prolongada acción de retaguardia que sólo una minoría privilegiada de trabajadores emprendió contra el nuevo sistema, pero había que admitir su inutilidad y su derrota inevitables. El estudio de la destrucción de máquinas es muy necesario hacerlo. No lograremos comprender estos movimientos incipientes, mientras no admitamos que el fundamento de su poder residía en la destrucción de las máquinas, en el amotinamiento y en la destrucción de la propiedad en general (o, con términos modernos, en el sabotaje y en la acción directa). En primer lugar, el ludismo, considerado desde el punto de vista administrativo como un fenómeno singular, abarcó diferentes tipos de destrucción de máquinas, la mayoría de los cuales se dio en forma independiente, tanto antes como después. En segundo lugar, la rápida derrota del ludismo difundió la creencia de que la destrucción de máquinas siempre conducía al fracaso. Hay por lo menos dos tipos de destrucción de máquinas, bastante diferentes de la destrucción ocasional en los motines normales contra las alzas de los precios o por otras causas de descontento. El primer tipo no supone una hostilidad hacia las máquinas como tales, sino que constituye, en determinadas condiciones, un medio normal de presión sobre los patronos. Los luditas de Nottinghamshire, utilizaban los ataques contra la maquinaria, tanto nueva como vieja, como un medio para obtener de sus patronos unas concesiones con respecto a salarios y otros asuntos. Este tipo de destrucción no estaba dirigido sólo contra las máquinas, sino también contra la materia prima, los productos terminados o incluso contra la propiedad privada de los patronos, según el tipo de daño que más pudiera afectarles.

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2- Los destructores de MáquinasAún se encuentran ampliamente difundidos, incluso entre los historiadores especializados, ciertos errores acerca de esta forma inicial de lucha obrera. En la mayor parte de la discusión acerca de la destrucción de máquinas todavía puede detectarse el supuesto de los apologistas económicos de clase media del S XIX, según el cual los trabajadores deben aprender a no darse con la cabeza contra las verdades económicas, por difíciles de tragar que éstas resulten. Se po

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2- Los destructores de Máquinas

Aún se encuentran ampliamente difundidos, incluso entre los historiadores especializados, ciertos errores acerca de esta forma inicial de lucha obrera. En la mayor parte de la discusión acerca de la destrucción de máquinas todavía puede detectarse el supuesto de los apologistas económicos de clase media del S XIX, según el cual los trabajadores deben aprender a no darse con la cabeza contra las verdades económicas, por difíciles de tragar que éstas resulten.

Se podía comprender y simpatizar con la prolongada acción de retaguardia que sólo una minoría privilegiada de trabajadores emprendió contra el nuevo sistema, pero había que admitir su inutilidad y su derrota inevitables. El estudio de la destrucción de máquinas es muy necesario hacerlo. No lograremos comprender estos movimientos incipientes, mientras no admitamos que el fundamento de su poder residía en la destrucción de las máquinas, en el amotinamiento y en la destrucción de la propiedad en general (o, con términos modernos, en el sabotaje y en la acción directa).

En primer lugar, el ludismo, considerado desde el punto de vista administrativo como un fenómeno singular, abarcó diferentes tipos de destrucción de máquinas, la mayoría de los cuales se dio en forma independiente, tanto antes como después. En segundo lugar, la rápida derrota del ludismo difundió la creencia de que la destrucción de máquinas siempre conducía al fracaso. Hay por lo menos dos tipos de destrucción de máquinas, bastante diferentes de la destrucción ocasional en los motines normales contra las alzas de los precios o por otras causas de descontento. El primer tipo no supone una hostilidad hacia las máquinas como tales, sino que constituye, en determinadas condiciones, un medio normal de presión sobre los patronos.

Los luditas de Nottinghamshire, utilizaban los ataques contra la maquinaria, tanto nueva como vieja, como un medio para obtener de sus patronos unas concesiones con respecto a salarios y otros asuntos. Este tipo de destrucción no estaba dirigido sólo contra las máquinas, sino también contra la materia prima, los productos terminados o incluso contra la propiedad privada de los patronos, según el tipo de daño que más pudiera afectarles. El predominio de esta “negociación colectiva a través del motín” es un hecho bien documentado. En la última parte del siglo se aprobaron de vez en cuando en el Parlamento proyectos de ley contra la quema de las bocaminas.

La destrucción de máquinas fue el arma más importante utilizada en los famosos motines de 1778 (los antecesores del ludismo), básicamente integrados dentro de un movimiento de resistencia contra las reducciones de salarios. En ninguno de estos casos, se trató de una hostilidad contra las máquinas como tales. La destrucción era simplemente una técnica del sindicalismo en el período previo y en las primeras fases de la revolución industrial. Además, dado el número comparativamente pequeño de patronos locales, la destrucción de la propiedad- o la constante amenaza de destrucción- resultaban muy efectivas.

El hecho de que unos calceteros dispersos en East Midlands hayan podido organizar huelgas eficaces contra las firmas que les empleaban, demuestra un alto nivel de “moral sindical”; más alto de lo que cabía esperar normalmente en esa etapa de la industrialización. Además, entre los hombres y mujeres mal pagadas y carentes de un fondo de resistencia, el peligro de que

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surjan esquiroles siempre es muy grande. La destrucción de máquinas fue uno de los métodos para contrarrestar estas debilidades.

Es evidente que la técnica ludita era adecuada para esta etapa de la guerra industrial. Había profundas razones técnicas para que los tejedores británicos del S XVIII (o los obreros madereros norteamericanos del XX) constituyesen un conjunto de obreros proverbialmente proclives a los amotinamientos.

Ahora debemos examinar la segunda clase de destrucción, considerada como la expresión de la hostilidad de la clase obrera hacia las nuevas máquinas introducidas por la revolución industrial, sobre todo hacia las que permitían ahorrar trabajo. No cabe duda acerca del enorme sentimiento de oposición contra las nuevas máquinas; un sentimiento bien fundado, según la opinión de una autoridad tan notable como la de Ricardo. Sin embargo, cabe hacer tres observaciones. Primero, esta hostilidad no fue tan indiscriminada ni tan específica como a menudo se ha supuesto. Segundo, con excepciones locales o de distrito, en la práctica esa hostilidad resultó sorprendentemente débil. Por último, de ninguna manera se limitaba a los trabajadores, sino que era compartida por la gran masa de la opinión pública, incluidos muchos industriales.

En algunos casos, en realidad, la oposición a la máquina era una resistencia bastante consciente al hecho de que ésta se encontraba en manos del capitalista. Dentro del funcionamiento normal de una economía de empresa privada las razones que provocaban el recelo de los trabajadores contra las nuevas máquinas en la década de 1810 siguen siendo convincentes en la década de 1960. La mayor parte de las máquinas fueron introducidas en épocas de aumento de la prosperidad, cuando el empleo atravesaba etapas de mejoría y la oposición podía ser disipada durante cierto tiempo. Cuando volvió a aparecer la miseria, ya había pasado el momento estratégico para oponerse a los nuevos ingenios.

La mitología de los precursores industrialistas también oscureció la aplastante simpatía hacia los destructores de máquinas manifestadas en todos los sectores de la población. En Nottinghamshire ni un solo ludita fue denunciado, a pesar de que gran número de pequeños patronos tenían que haber conocido perfectamente bien quién rompía sus bastidores. Incluso el auténtico empresario capitalista pudo tener una actitud ambigua acerca de las máquinas. La creencia en que inevitablemente éste debía ser favorable al progreso técnico como algo que iba en su propio interés, carece de fundamento, aunque no contáramos con la experiencia del capitalismo francés y del capitalismo británico ulterior. Dejando de lado la posibilidad de ganar más dinero sin las máquinas como ellas (en mercados protegidos, etc.), sólo en muy pocas ocasiones las nuevas máquinas constituyeron proposiciones inmediatas y obviamente rentables.

En el primer momento la mayor parte de los capitalistas consideraron las máquinas no como un arma ofensiva que les permitía ganar beneficios mayores, sino como un arma defensiva que les permitiría protegerse contra la bancarrota que amenazaba al competidor rezagado. El pequeño productor y el empresario común, consideraron las nuevas máquinas como algo que fortalecía la posición del empresario más modernizado, que era su principal enemigo. Para tales hombres las rebeliones de la clase obrera contra las máquinas fueron una oportunidad, que a veces supieron aprovechar.

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A lo largo del período subsiguiente, el aparato del Estado central tendió a colocarse, si no a la cabeza de la opinión pública en los asuntos económicos, al menos en una posición más dispuesta a atender las exigencias del empresario plenamente capitalista.

A medida que fue transcurriendo el siglo, la voz del industrial se fue convirtiendo cada vez más en la voz de gobierno acerca de estos asuntos; pero al comienzo los obreros todavía podían negociar con los patronos en términos más o menos justos. ¿Cuál fue la eficacia de la destrucción de máquinas? Pienso que es justo afirmar que la negociación colectiva mediante el motín fue al menos tan eficaz como cualquier otro medio de ejercer presión sindical. Además, sucediera lo que sucediese en los compromisos individuales, el motín y la destrucción de máquinas siempre significaron para los trabajadores valiosas reticencias por parte de los patronos. El patrono del S XVIII sabía permanentemente que el rechazo de un pedido no produciría una mera pérdida coyuntural de beneficios, sino la destrucción de los bienes de capital.

¿Logro el motín y la destrucción de máquinas detener el avance del progreso técnico? Es evidente que no logró detener el triunfo del capitalismo industrial en general. Sin embargo, en una escala más pequeña no fue de ninguna manera esa arma desesperadamente ineficaz como se suele presentar. Aunque resulte bastante paradójico, la destrucción realizada por los desvalidos jornaleros agrícolas en 1830 parece haber sido la más eficaz de todas.

Sin embargo, no podemos determinar hasta qué punto tales éxitos se debieron a los obreros o bien al ludismo latente i pasivo de los propio patronos. En cualquier caso, la iniciativa provino de los obreros y en esa medida cabe afirmar que éstos tuvieron una importante participación en cada uno de esos éxitos.