los delfines plateados de la luna. luis vence

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Ilustraciones: Marcela Rodríguez Transcripción: Karen Vence

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Ilustraciones: Marcela Rodríguez Transcripción: Karen Vence

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A los que buscan.A los que buscan.A los que buscan.A los que buscan.

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de una Luz Mayor.de una Luz Mayor.de una Luz Mayor.de una Luz Mayor.

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PrólogoPrólogoPrólogoPrólogo

Hay un poema, o un “algo”, que escribí en la arena de la playa, a la luz de una luna redonda y tibia, aquella noche que me despedí de los delfines. Estuve siete horas leyéndolo mil veces para recordarlo, debido a que los hechos de aquel día del delfín hicieron que mermara drásticamente la capacidad de mi memoria. Es un poema no apto para concursos y casi inentendible —por lo simple— para eruditos y filósofos. Tal vez nunca debí sacarlo de su hábitat, ya que sé que la naturaleza lo amaba, porque apenas amaneció, el viento de la playa se lo llevó a su casa. Pero lo recuerdo, y se repite en mi mente en letras iluminadas por la luz blanca y nocturna. Empezaba así...

Todo comenzó con un mar tan calmo

que la luna se espejaba en su campo cristalino,

y parecía ya no un reflejo, sino ella misma.

Pero para quebrar esa calma natural,

una piedra espacial fue a turbar

el plateado manto de pureza.

Y la luna, aún estando, dejó de estar,

al menos nítida.

Sin embargo, mi mar soportó la piedra,...

y otra,

y sus ondas formaron

olas y mareas, que agitaron

hasta el mismo corazón de las nubes

desbordado en huracanes.

Y yo caí al mar, en un intento por

escapar de la visión desesperante,

tratando de asir la imagen clara de la luna...

que ya no estaba.

Y así agitado, apenas pudiendo nadar,

me fui hundiendo en las aguas astringentes.

Cuanto más luchaba, más me hundía

entre los violentos brazos espumosos

de un mar desconocido...

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También hay una luna, una luna creada por otro dedo, pero en el cielo de la misma noche (del poema de arena)… Es curioso. Debo haber estado muy concentrado en la escritura, ya que nunca me percaté de que alguien más hubiera estado allí, a mi lado, pintando lunas, mientras yo dibujaba letras en la playa. Sin embargo, está en todos lados, todo el tiempo, en nosotros mismos y también afuera, pintando cielos y tierras, o escribiendo poemas en el desapego de la arena…

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Primer AleteoPrimer AleteoPrimer AleteoPrimer Aleteo

Yo sabía, porque lo había leído en un libro (como todo lo poco que sabía en aquel tiempo), que los delfines pueden captar los pensamientos humanos, debido a que poseen la no tan extraña capacidad de percibir las emisiones de sonido de baja frecuencia. Aún recuerdo textualmente una frase de ese libro sobre cetáceos: “… porque para los delfines, los pensamientos humanos suenan como música”. Fue debido a ese conocimiento previo que mi acercamiento a ellos aquel día de tormenta en el mar no terminó en una muerte por susto.

Todo aconteció como relataré a continuación, aunque a veces dudo de que haya sucedido realmente así. Es que a partir de dicha experiencia ya no puedo definir lo real de manera absoluta, al menos no como creía poder hacerlo antes de aquel accidente marítimo. Estaba yo tranquilo, disfrutando del mar quieto, sentado en mi pequeño velero alquilado, observando hipnotizado el movimiento rítmico de las pequeñas ondas de la superficie, hasta que me quedé totalmente dormido. Habrán pasado una o dos horas, nunca lo supe con certeza, pero cuando desperté, el mar ya no estaba tan calmo, y el cielo no lucía el azul profundo de aquellas horas de descanso. El velero se balanceaba con creciente violencia y el cielo rugía rabioso en su negrura.

Un sorpresivo viento huracanado se abatió sobre mí y la débil embarcación, sin siquiera darme tiempo para reaccionar. El pánico ante semejante y horrendo espectáculo me mantuvo congelado durante varios segundos cruciales, momentos en los cuales la acción o la inacción suelen hacer la diferencia.

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Poco recuerdo de ese instante, pero lo cierto es que, como en un sueño, caí del velero hacia los espumosos brazos agitados de aquellas aguas hambrientas que reclamaban mi vida. Y aún mantengo en la memoria de mis sensaciones el sabor astringente del agua de mar quemando mis entrañas y cegando mis ojos. Mi falta de pericia en la natación, sumada a la lucha contraproducente contra el oleaje, provocaron en mí un súbito desmayo, que ahora sé que fue afortunado. Cuando desperté, me encontraba boca arriba, como flotando de espaldas al mar, con los oídos obstruidos por el agua salada. Despacio, abrí mis ojos irritados y pude ver el cielo gris. El viento había mermado su potencia. De la pequeña nave no había rastros. Sin embargo, algo me sostenía a flote. En una acción refleja, llevé las manos hacia mi espalda, en un intento por investigar la naturaleza de aquello que me mantenía a salvo. Sumando la percepción de lo que tocaron mis manos al chillido que provino de aquel ser u objeto, deduje enseguida que se trataba de una simpática criatura marina que hasta entonces sólo había conocido… leyendo libros.

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Segundo AleteoSegundo AleteoSegundo AleteoSegundo Aleteo

También he sabido que los delfines (como otros cetáceos) huyen de los barcos que buscan cazarlos, al adivinar la intención de los pescadores a través de la percepción de sus pensamientos. Por el contrario, se acercan y gozan con la alegría de los bañistas en las playas, especialmente ante la presencia de los niños.

Como dije, nuestros pensamientos (algo así como ondas de sonido de baja frecuencia) son como música para los delfines. Por lo tanto, es lógico que se acerquen a los seres humanos que emiten “buena música” y que se alejen de los que “desafinan” internamente. Según los estudiosos del comportamiento, cuando nos encontramos ante lo desconocido, la mayoría de los humanos reaccionamos de dos maneras típicas: o quedamos congelados por el pánico, o actuamos en forma espontánea, sacando a relucir todo un repertorio de reacciones hasta el momento desconocidas, que confirman que, ante lo nuevo, las viejas programaciones ya no sirven. Y ante aquella novedosa situación, quiso Dios que mi corazón no se detuviera por el pánico, y en cambio latiera con creciente suavidad. Debido a que había leído

bastante acerca de la amistosa actitud de aquellos inteligentes animales marinos ante la presencia humana, es que probablemente experimenté tal tranquilidad al comprobar que aquel brillante bulto que me mantenía a flote era en realidad un delfín adulto. Recuerdo que en ese momento pensé que tal vez la criatura había percibido mi “buena música” mental y que por ello acudió en mi ayuda…

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—No creas que es tan buena —dijo una vocecilla que provenía del interior de aquel ser plateado. Por supuesto, supuse que la conmoción era la causante de mi delirio. Es que… “¡¡¡los delfines no hablan!!!”, pensé. Sin embargo, la vocecilla volvió a insistir. —Me refiero a que tu melodía oculta no es tan placentera como crees, amigo humano. Debido a la clara y confirmatoria segunda frase, no se me ocurrió mejor línea de acción que continuar con el diálogo, por imposible que se presentara ante el escrutinio rápido de mi mente lógica… ahora confundida. —¿Es que acaso ustedes… hablan? —le pregunté, mientras procuraba darme la vuelta, para quedar así cara a cara con el delfín. —Bueno, no siempre. En ciertas circunstancias ustedes nos escuchan, como también lo hacemos nosotros, continuamente. Y créeme, escuchar el pensamiento humano no es una experiencia de las más agradables, salvo... —¿Salvo? —Salvo los niños —respondió con un alegre y enérgico aleteo—. Los niños no piensan tanto o, al menos, no hacen tanto ruido al hacerlo. (Ya pasó mucho tiempo desde aquella extraordinaria experiencia en el mar, pero siempre que repaso esta parte, en la que el delfín se refiere al silencio interno de los niños, no puedo evitar recordar una frase que hace muchos años me repetía un amigo, y que pude comprender completamente después de aquel día del delfín: “El ruido no hace bien. El bien no hace ruido”.) —Gracias por salvarme de una muerte segura —se me ocurrió decir, luego de unos segundos de silencio. —No es nada. De alguna manera, estamos aquí para ser sus guardianes. No supe qué decir ante esa respuesta. Sólo lo miré y traté de tocar mi cuerpo sumergido y cansado para corroborar que aún existía en su materialidad y comprobar así si estaba vivo o si vegetaba inmerso en alguna clase de sueño onírico, de delirio posmortem o en otra fantasía por el estilo. Pero la vocecilla continuó cantando: “Cuando los humanos sumergen sus cuerpos en las playas de este inmenso mar, se los percibe felices. Entonces, nosotros nos acercamos y ustedes disfrutan con nuestra presencia. Lo sabemos por la música que emiten al vernos. Nos aproximamos cantando también en armonía, y así se emocionan. Pero cuando no escuchan nuestra música, nosotros no nos preocupamos, no perdemos la paciencia, sabemos esperar. Hasta que algún náufrago visita nuestra morada, cansado de luchar contra las olas”.

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El cielo se azulaba y el mar volvía a ser una lámina lisa y cristalina, apenas surcada por algunas ondas suaves. Y yo estaba allí, flotando como podía, conversando con aquel delfín a quién sabe qué distancia de la costa, en el medio de la mar y de la nada.

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Tercer AleteoTercer AleteoTercer AleteoTercer Aleteo

Cierta vez, alguien me contó (o quizá lo leí en otro libro) que para distinguir si una experiencia es sueño o realidad se deben contar los dedos de la mano. Si el conteo da cinco, se trata de la realidad física. Si da más, menos, o si no es posible contarlos con exactitud, seguramente estamos sumergidos en un sueño. Siguiendo ese consejo y para comprobar así la realidad de aquel momento, procedí entonces al conteo de los dedos de mi mano derecha, haciendo un alto momentáneo en mis intentos por mantenerme a flote. La suma fue exacta. No había dudas, ya que repetí el procedimiento unas cuatro veces. Los dedos eran cinco. Entonces concluí preliminarmente que aquello debía ser real, por más inverosímil que hubiera parecido frente a las reglas normales de funcionamiento del mundo humano. Fue así como se me ocurrió una hipótesis lógica para explicar científicamente lo que estaba sucediendo ante mis sentidos. Por alguna razón, yo era capaz de interpretar en palabras los sonidos de baja frecuencia que emitía aquel animalillo. Tal vez debido al trauma provocado por el accidente, o por la acción del agua salada que se había filtrado en mis cavidades auditivas, o quizá por alguna extraña influencia extrasensorial causada por aquella criatura marina, podía interpretar la voz que emanaba de su boca (¿o de su mente?). Había accedido momentáneamente a un territorio de sentidos ocultos, aunque obviamente normales en la vida de otras criaturas. —¿Cómo es eso de que están aquí para ser nuestros guardianes? —pregunté. —Me expreso así para que entiendas, aunque también parece ser la única manera que tiene tu cerebro de interpretar lo que he querido transmitirte con mi corazón. “Delfín” es sólo un nombre con el que ustedes nos han etiquetado. Y “guardianes” es un concepto humano que se acerca bastante a lo que en verdad somos. Aunque sólo son palabras —respondió el delfín con paciencia—. De todas formas, no todos los delfines somos guardianes, sólo los delfines plateados de la luna. —¿Y qué clase de delfines son esos? —Los delfines plateados de la luna somos criaturas que acompañamos al ser humano hasta el umbral. Debido a la insólita naturaleza de aquella conversación, continuar preguntando me parecía poco menos que estúpido. Es decir, dada la atípica situación en la que me encontraba, todo resultaba “cosa de no creer”, por lo que las preguntas eran casi ociosas. Decidí entonces tomar lo escuchado en forma literal, dejando que las dudas se respondieran solas y a su debido tiempo. De alguna manera, seguramente por la acción sedante de aquellas —ahora— tranquilas y tibias aguas azules, experimenté la sensación de que el tiempo se había detenido, o de que tenía “todo el tiempo del mundo” para charlar con aquel ser, mi salvador. Era esa una

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sensación que había dejado de sentir hacía mucho tiempo ya, más o menos desde el momento en que abandoné mi último juguete de niño, para comenzar a jugar a la “eficiente” vida de adulto, surfeando en la ola del tiempo, escupido por la irreal espuma de sus números y relojes. Sin embargo, como no era una conversación de palabras o de gestos exteriores, sino más bien una conversación telepática o algo así, no necesité estructurar ninguna frase para hacerme entender. Ni siquiera tuve que poner orden a aquel conjunto de caóticas dudas amontonadas en todos los rincones de mi exigido cerebro racional. Nada de eso fue necesario. El delfín plateado captó todo lo que latía en mi agitada arritmia mental, percibiendo su totalidad en forma integral, como un relámpago de comprensión. (Luego entendí que no era necesario para él filtrar mis dudas a través del concepto o la palabra. Sabía y Sentía todo lo que yo pensaba en forma directa, ofreciendo así una respuesta espontánea y precisa, exenta de toda especulación intelectual.) “El umbral es algo así como el último conocimiento que se puede tener cuando se está aquí, en este planeta azul. Los delfines plateados de la luna captamos la necesidad de ciertos humanos, y los llevamos hasta allí. Lo que hoy somos evolucionó desde la piedra y el mar hasta la vida biológica, y luego la vida biológica tomó conciencia de sí misma en la forma de hombre o de cetáceo, muy especialmente a través de nosotros, los delfines plateados de la luna.” Me observó en silencio durante unos segundos. Luego prosiguió: —Sin embargo, los hombres no son conscientes de esta corriente evolutiva de la vida. —Pero los delfines plateados de la luna, sí —pensé. —¡Exacto! —respondió el delfín. “Así es como, amigo humano, los delfines plateados de la luna estamos al borde del umbral, prestos a revelar este Sentir a las criaturas que llegan hasta nosotros. Comúnmente, el secreto del umbral permanece inviolable por su naturaleza misma. No puede ser traicionado debido a que no puede ser expresado. Invariablemente, debe ser Sentido. No es algo que pueda yo explicarte o que puedas leer en lo que ustedes llaman libro. Es inexplicable, pero lo inexplicable es todo al mismo tiempo, es decir, todo lo que puede y todo lo que no puede ser expresado.” (Tiempo después descubrí una bella sutileza en las palabras del delfín. Nunca habló de revelar “información”, sino de la revelación de un “Sentir”).

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—Pero yo llegué hasta ustedes debido a un accidente, por culpa de la tormenta y de mi impericia —cuestioné. —¡No, no, no, no! ¡Deja de lado esa forma de pensar! —me respondió, algo molesto—. Eso de creer que “allí afuera” ocurren cosas casuales y que tú estás encapsulado en tu propia piel. Así no funciona la vida. “Todo lo que ocurre en cada momento es el Ser. El Ser es como este mar. Tú y yo estamos en el Mar, ahora Somos el Mar. ¿Puedes Sentirlo? Cuando luchas contra el Mar, te ahogas. Cuando fluyes en Él, te conviertes en Él. Ustedes disfrutan de los sabrosos frutos del mar, y también sufren sus peripecias. Pelean contra él, extraen irracionalmente sus riquezas, matan criaturas inteligentes y asombrosas como nuestras primas, las ballenas. Nosotros, en cambio, no luchamos contra las circunstancias del oleaje, ni siquiera diría que disfrutamos eufóricos de sus aguas. Simplemente, Somos el Mar, con todos sus rostros, en todos sus momentos. No sólo nuestros cuerpos se bañan en su sustancia, nuestro interior también está hecho del agua cristalina de su vida. Cuando ustedes están en el Mar, sienten que es algo exterior que se puede disfrutar o contra el que luchar, según se presenten las circunstancias. Nosotros llevamos al Mar en nuestro interior, fluyendo entre el sentimiento real del oleaje. Eso es todo. No hay nada más que comprender. Cuando nadamos en el Mar, en realidad estamos nadando en Nosotros Mismos.” —El Mar es la Verdad de los delfines… —comenté. —¡La Verdad! A menudo las personas suelen buscar la Verdad de su existencia. Se pasan años buscando y buscando, hasta que desisten o la encuentran. Pero todas tardan exactamente como sólo saben hacerlo sus Almas. El Tiempo de la Verdad lo mide el reloj del Alma. Tú llegaste hasta aquí porque, simplemente, tuvo que ser así. Muchas veces las tormentas nos dejan exactamente donde debemos estar, aunque sus azotes sean algo dolorosos. —¿Quieres decir que hay un buen sufrimiento? —¡Sin duda! Por ejemplo, sufriste cuando caíste al Mar y tal vez pronto descubras que ha valido la pena. Hay sufrimientos que te acercan a lo que Realmente Eres. Hay sufrimientos que rompen el caparazón de lo falso. Otros, sin embargo, son sólo espejismos de tu mente. —¿Y cómo sé ahora mismo que no estoy soñando? ¿Cómo sé que todo esto no es realmente sólo un “espejismo de mi mente”? —Tal vez… —rió con risa de delfín— quieras volver a contar los dedos de tu mano... Y luego, inmersos los dos en el total silencio de los labios y las mentes, sus ojos se vieron reflejados en los míos, y los míos en los suyos. Por un instante eterno sentí que yo no era el que siempre había sido o creí ser, sino Aquello que Está en todo, conociéndose y experimentándose a sí mismo a través de sus criaturas. La Inmensidad del Mar nos cubría con su Presencia…

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El éxtasis del instante interrumpió el tiempo, el que sólo reanudó su andar cuando una especie de trueno prolongado se quebró a no gran distancia de mis espaldas. Por un momento, el ruido me aterrorizó. —¡¿Qué es eso?! —grité. —No temas… Llegó la ayuda. Es la forma que tienen para saludar, elevando sus cuerpos y haciéndolos golpear contra la superficie —respondió el delfín para tranquilizarme.

Un islote blanco y negro comenzó a emerger por debajo de mi cuerpo, elevándome con él, aliviando así mi cansancio. A la vez, el delfín realizaba saltos casi acrobáticos alrededor de aquello, creo que en señal de bienvenida. Sólo cuando descubrí en el resbaloso montículo un pequeño orificio desde el cual se emitía un sonido a respiración vaporosa, supe que se trataba de una orca. Seguramente había acudido hasta mí por solicitud del delfín, quien sabía que mis fuerzas no resistirían mucho tiempo. —Perdona, pero eres demasiado pesado para cargarte yo solo. Tuve que pedir ayuda —dijo el delfín, ahora volviendo a la quietud—. Como ves, cuando estás en calma, nada es negado en el Mar. Cuando te haces parte de Él, siempre responde a tus necesidades. —¿Por qué hablas de un “Mar” con mayúsculas?

—Porque tú, cuando escribas sobre nosotros, así lo harás. —¿Y cómo es que sabes que así lo haré? —Lo sé, por la profundidad de tu Mirada… (Alguien me preguntó, revisando una vez mis notas, por qué escribí “Mirada” como lo hice, es decir, también con mayúsculas. No lo sé, realmente no lo sé. Supongo que lo hice así porque el delfín no se refería a mis ojos humanos, sino a Aquello que Experimenta y Siente a través nuestro. Hay muchas preguntas que no tienen respuestas comunes. Incluso, hay muchas preguntas que son todo un reto a la lógica convencional de los hombres. Por ejemplo, ¿cómo es que supe que el delfín hablaba de un “Mar” con mayúsculas, si eso sólo sería posible de

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discernir —en el contexto de la normalidad de nuestro mundo— cuando lo escribimos, pero no cuando lo decimos ¿Acaso tú, amigo lector, no te haces este tipo de preguntas, es decir, preguntas que no puedes responder con palabras, pero para las que sin embargo Sientes una respuesta inexpresable?).

“Lo sé, por la profundidad de tu Mirada…”

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Cuarto AleteoCuarto AleteoCuarto AleteoCuarto Aleteo

Como luego me haría comprender y sentir aquel ser, cuando cesa todo pensamiento y “nuestro mar” está en calma, lo que queda es la conciencia pura, y aquella conciencia virginal y desnuda es la misma en mí, en ti, en un árbol y en el delfín. Y eso nos hermana desde siempre, para siempre, a todos los seres de la creación. —¿Y qué puedo hacer para Sentir al Mar como lo siente un delfín? —¿Como lo siente un delfín plateado de la luna? —me corrigió amablemente. —Como lo siente un delfín… —repetí. —Debes liberarte de todo lo que te hace sufrir inútilmente, de todo lo que te hace sentir separado de mí, de otro hombre, o del mismo Mar, de todo lo que te identifica con algo que no es realmente tuyo, aunque tú hayas contribuido a crearlo. —¿Y tú puedes ayudarme? —Así como el sol no puede dejar de dar su calor o su luz, así como un jazmín no puede evitar su blanco aroma, nosotros, los delfines plateados de la luna, no podemos dejar de ayudarte. No nos identificamos con nombres. Nos identificamos con nuestra función, con nuestro talento natural. Y así deberías hacerlo tú si quieres ser Realmente Feliz. —Quiero… —Entonces, voy a hacerte recordar quién eres en realidad. Y así, con una suave vocecilla mental, el delfín plateado comenzó a hablarme de algo conocido, pero olvidado... “A esto lo llamamos Camino Interior. También puedes llamarlo, simplemente, Camino. Aunque mejor será que no lo nombres, que no lo etiquetes. Como ya te he dicho, los humanos tienen la manía de percibir todo a través de nombres y conceptos.

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No ven las cosas en forma directa, sino filtradas a través de sus interpretaciones personales. Así se olvidan de sentir la esencia de la vida, los hechos, las relaciones. Yo, por ejemplo, ahora te amo por lo que eres, una criatura igual que yo, una parte de Aquello que Es, una focalización de su Conciencia. No te dejo de amar por tus errores del pasado, por aquello que hiciste o dejaste de hacer. Aunque hubieras intentado pescarme, aun así te amaría, porque me veo en tus ojos y tú te ves en los míos. Es mejor no nombrar las cosas, y menos aún las del Corazón. Si concentras tu ser en nombrar, te olvidas de Sentir.” —¿Y si alguien me pregunta sobre ello? —interrogué estúpidamente. “Si alguien te pregunta, podrías hacer como yo: primero lo nombras, para que no te crea un loco o desadaptado, y luego le enseñas a que se olvide de todo nombre hasta que las cosas ya no resuenen como palabras en sus oídos, sino como melodías que ondean en su interior. Sin embargo, la palabra no es ni más ni menos que un medio para transmitir un mensaje interno. El problema, en realidad, no radica en la utilización de la palabra, sino en las distorsiones que los humanos han hecho de ella. La palabra es fuente de malentendidos, conflicto y dolor cuando se acentúa el valor del medio y se olvida el mensaje interior. Por eso es que nosotros elegimos una comunicación directa, de mentecorazón a mentecorazón. Es posible que vuelvas a tu mundo y que tengas deseos de escribir lo que ha ocurrido hoy, y deberás hacerlo en palabras. Elegirás las palabras justas para comunicar tu Mensaje, y otro leerá lo escrito e irá más allá, Sintiendo lo que Es. Tal vez otros lo lean y no Sientan nada. Sin embargo, casi nunca es así, porque el Mensaje de los delfines plateados de la luna llega a quien debe llegar, sea a través de un cuento, de un poema, o de un accidentado y tormentoso día en el mar.” Por unos segundos, el delfín guardó silencio. Luego, giró su cuerpo mirando la lejana costa. Supe que trataba de indicarme algo relacionado con el mundo humano, más allá de la línea de la playa... —Lo irreal nunca es, aunque parece ser —comentó, volviendo hacia mí su penetrante mirada, en un gesto que intuí como de preocupación. En ese momento, como nunca antes, pude ver mi figura reflejada en sus ojos, como en un espejo. —¿Lo irreal...? —repetí, intentando comprender la última frase. —Lo irreal de tu vida no te ha salvado de la tormenta. Fue un delfín, y fue real. —No entiendo. “La vida humana se asienta sobre pensamientos y convenciones que sólo existen en sus mentes, y que muy a menudo hacen infartar sus corazones. La realidad de sus ciudades, según me han contado algunos delfines de ciertos acuarios, es que todo está reglado artificiosamente, creando así una existencia convencional y fría, ajena a la fluidez creativa natural. Se han vuelto dependientes de los bienes materiales y olvidaron que la naturaleza puede proveerles mil riquezas, sin siquiera un gran esfuerzo. Sabemos además que sus cuerpos segregan sustancias químicas en reacción a las noticias diarias que leen en grandes papeles doblados y sucios, impresos con letras pequeñas, que presumen tratar acerca de lo ‘real’. Tienen algo llamado ‘sistema económico’, otro algo llamado ‘sistema político’, y otro, y otro… También hemos notado, sin comprenderlo, que han dividido la Tierra con líneas de

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puntos, que a dichas divisiones le llaman ‘naciones’, y que se matan por ellas. Hemos sabido también, aun sin creerlo realmente, que rinden culto a estatuas de yeso como si fueran Dios, y así consuelan sus vidas con ideas psicológicas irreales. Piensan sus dioses y luego los adoran… ¡Extraña y sofisticada forma de egolatría!” —¿Por qué dices que se trata de egolatría? —pregunté, confundido. —¿No es obvio, cuando lo Observas sin preconceptos? El pensamiento adora a un dios que el mismo pensamiento ha creado. Te lo diré en pocas palabras: el pensamiento humano se rinde culto a sí mismo... “Amigo, quiero serte sincero y espero que no lo tomes a mal. Hemos hablado con toda clase de seres y conocido las más exóticas costumbres, pero nunca hemos comprendido en profundidad el por qué de la necesidad humana de crear tanta irrealidad para vivir, cuando la vida se ofrece tan simple y directa. Juzgan sus vidas por el tenor de las noticias diarias y no por la calidad del sol”. “Juzgan sus vidas por el tenor de las noticias diarias y no por la calidad del sol. Juzgan sus vidas por el tenor...” La frase se repetía en mi mente, rebotando en sus rincones como una dura bola de plomo que demuele estructuras. —Ahora dime —prosiguió el delfín guardián—. Aquí, en el medio del mar, bajo este cielo y charlando con un delfín, ¿qué crees que es real? —Por ahora… no lo sé —respondí con un eco mental, en forma casi inconsciente. En aquel momento, todo lo creado por la “civilización humana” me pareció muy distante de mi verdadera naturaleza. Sólo una vez en mi vida adulta, antes de aquel día del delfín, había experimentado una sensación parecida. Tendría yo veinticinco años. Estaba pasando por un momento muy triste de mi vida. Mi novia me había abandonado, mi madre estaba enferma y yo acababa de perder mi empleo. Era una fría aunque iluminada mañana de invierno, me asomé por la ventana de mi casa, y observé cómo un pájaro laboraba en un árbol, reforzando su nido. Y noté que el árbol aparecía majestuoso, con sus altas ramas casi desnudas, esperando el ciclo que renovara su vestido verde. Una pequeña hoja cayó desde lo alto, y se depositó azarosa y espontánea, sin un plan previamente trazado, sobre la amarillenta hierba del jardín. El cielo estaba limpio como nunca, azul, profundamente azul, como aquel mar del delfín plateado. Y el sol calentaba al pájaro, al árbol y mi rostro. Durante unos minutos, percibí lo que es Real. De alguna manera, cesó todo sufrimiento, y mi conciencia se reunió con todo aquello que Observaba. Hasta el día del delfín, cada mañana de mi vida me había levantado respetando un horario rígido, caminando por el mismo camino diario hacia un trabajo hecho de papeles y de números, o perdiendo la vista durante horas siguiendo el titilar de un cursor dentro de una pantalla de plástico hipnótica, vacía de vida. Y así, moría un poco todos los días, consumiendo una vida en naderías inútiles, latiendo al ritmo de las últimas cotizaciones de un mercado de inexistencia, tronando desconfianza; un mes de vida a cambio de ocho o diez papeles de cien y así me esforzaba por ponerme contento, como para disimular tanto vacío.

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“Juzgan sus vidas por el tenor de las noticias diarias

y no por la calidad del sol”

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¿Por qué gastamos nuestras vidas en lo irreal, cuando eso es fuente continua de dolor, discordia, desazón, conflicto y guerra? ¿Por qué huimos de lo que se brinda Real ante nuestros corazones y nuestra vista, aquello que nos ofrece el permanente Sendero de la Libertad Interior? ¿Por qué empleamos la palabra “libertad” para algo tan absurdo y aprisionante como la “libertad política” o la “libertad económica”? ¿Y qué hay del empleo que hacemos de la palabra “Amor”? ¿Por qué hemos desgastado tanto palabras tan profundas? ¿Cuándo y cómo fue que perdimos la capacidad de sentir el susurro de la noche, el aroma de la mañana o el hábito de levantarnos cuando el gallo canta? ¿Por qué si muchos tenemos la íntima sospecha de que todo debería ser diferente es que luego lo olvidamos o lo escondemos, arrastrados por la ahogada soledad de la “civilización”? ¿Por qué lo permitimos? (Quise detallar aquí un par de “porqués”, no como grito de resignación, sino en un intento por buscar una explicación profunda y liberadora, fuera de toda teoría establecida y encerrada en sus propias y mentirosas premisas).

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Quinto AleteoQuinto AleteoQuinto AleteoQuinto Aleteo

Según pude comprender tiempo después de aquel encuentro, aún para los que se dicen buscadores de la Verdad, los conceptos son pretextos para quedarse en la comodidad de la curiosidad intelectual. En cambio, para los que quieren vivirlo, ya no se piensa ni se busca explicación. Tan sólo se Hace. Eso es lo que diferencia a los filósofos intelectuales de los que realmente quieren ascender en consciencia, dando el próximo paso evolutivo que necesita… Aquello que Es. El delfín plateado esperó con paciencia que los diversos sentimientos que flotaban por mis aires internos se sosegaran. Y ante una silenciosa señal de mi mentecorazón, su vocecilla comenzó a cantar la melodía del Camino Interior, regándolo de huellas de silencio y verdadero aprendizaje (mucho más parecido a una suerte de “desaprendizaje” que a la acumulación). “Primero debes quitar tu nombre. Tu nombre no es tu nombre...”, comenzó. Ante sus amables instrucciones, fui quitando una a una las capas de condicionamientos que velaban mi Real Identidad. Entonces, quité mi nombre, no más que un par de letras que mis padres eligieron ante mi nacimiento, nada que haya venido realmente conmigo. Luego, quité mi rol social, mi identificación con mi ocupación, eso que nos lleva a responder: “Soy médico… Soy abogado… Soy ingeniero… Soy ama de casa”, cuando nos preguntan “¿Quién eres?”. También quité mi rol de hijo, de padre, de hermano, de socio, de buen vecino, de devoto, de creyente, de patriota... De a poco, fui sintiendo liberación, verdadera Felicidad. “Como ves, el Camino Interior no implica agregar ningún nuevo conocimiento. Tan sólo debes quitar lo que no te pertenece. Cuando lo quitas, aparece lo Real, aparece el Ser. ¡Nada puede ser más simple! ¿Verdad?” —Entonces, si se trata de quitar más que de agregar, si se trata de desaprender más que de aprender, todo lo que me dijeron, aun personas respetables, realmente no era cierto, y todo lo que me enseñaron estaba mal —afirmé consternado. —Por un tiempo podrá parecerte así, pero realmente no lo es. Todo estaba previsto en cada detalle, todo fue necesario para llegar hasta este momento, aun los errores. Pero después de todo, ¿qué es un error, sino nada más que un concepto de tu mente humana? Lo que el delfín también trataba de comunicarme es que no se trata de concluir que nuestra identidad social sea un estorbo para nuestra existencia. El verdadero estorbo —y una irrealidad— es que actuemos como si esa identidad fuera todo lo que somos, apegándonos plenamente a ella, olvidando la Esencia que late debajo de todo rol asumido. Una cosa es ser

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persona como fin, como que nada más existe, y otra muy diferente —y más liberadora— es cumplir una función como medio para la manifestación de Aquello que Es. El Camino se pobló de piedras filosas e hirientes, tornándose casi intransitable cuando el delfín plateado me propuso identificar, enfrentar y disolver mis miedos más profundos y secretos, esos que gastaban mis emociones y erosionaban mis fuerzas. Lo mental es relativamente fácil de limpiar pero… ¡ay de lo emocional! Así y todo, traté de interrogar y confrontar cada aspecto de mis miedos pasados y de mis preocupaciones futuras, y comprendí que todo ello no es más que un movimiento ilusorio del pensamiento, asentado en la memoria vieja y condicionada. “¡No huyas, no inventes pretextos o justificaciones, debes Observar lo que Es Realmente, la verdadera naturaleza de aquello, su ilusión! —me repetía el delfín ante la ocurrencia de los oleajes de mi mentecorazón—. Si no confrontas tus emociones y, en cambio, te aferras a ellas sin conciencia, ciegamente, estarás controlado por el miedo. ¡Penétralas, míralas frente a frente! Las emociones no son ningún problema. Son las historias que la mente se hace y se crea sobre ellas las que generan tu sufrimiento. Pero… ¡tienes que Verlo, tienes que poner tu conciencia en ello!” “¡Debes invitar a tus nubes tormentosas a llorar! ¡Esa es la única forma de aclarar tu cielo!” Y lloraron… Lloraron a cántaros mis nubes negras de dolor. Cayeron deshechas ante el rayo de la Atenta Observación. Y quedé finalmente vacío, flotando en el eterno presente del Mar calmo y de aquellas aguas cristalinas, bajo un cielo rojizo y acogedor, con la sonriente y satisfecha presencia del delfín guardián. Casi siempre buscamos escapar del miedo, del dolor y el sufrimiento. Así, ayudamos a perpetuar su ficción y sus devastadores efectos sobre nuestra vida. En cambio, debemos comprenderlos, integrarlos a nuestro ser, experimentarlos totalmente. Sólo así Conocemos toda su ilusión. —¡Bienvenido! —me dijo el delfín. Y comprendí el por qué de tan dulce bienvenida. Mi cuerpo ya no era humano. Yo también era un delfín, un delfín bellamente plateado por trazos de luna llena, que aparecía gigante sobre el horizonte marino recién atardecido. —No debes sorprenderte. Al fin y al cabo, el delfín es un hombre convertido en Corazón —dijo la tibia vocecilla infrasónica del plateado cetáceo. Y un sentimiento de unidad y de paz interior se adueñó de todo mi ser. Sentí más que nunca mi Presencia, ya no dependiendo de aquellas creencias y emociones que actuaban por mí y yo identificándome con ellas. Sentí que, en lo profundo de todo lo que la vida nos crea exteriormente como una coraza, todos somos Una Conciencia que busca manifestarse en la diversidad de sus criaturas. Comprendí que no es mala la individualización, pero que es necesario y urgente que no nos identifiquemos con ella y con todo lo que creamos artificialmente a su alrededor, como en una danza de egos desesperados por la propia

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supervivencia, incrementando la separación y el dolor, acentuando lo que desintegra y debilitando lo que une. Comprendí que todo es el Ser, individualizado en sus criaturas. El delfín me lo había dicho, pero ahora, recién ahora, lo Sentía. No es lo mismo leerlo en un libro o intelectualizarlo. Hay que Sentirlo, hay que Vivirlo, hay que Hacerlo.

Es decir, hay que convertirse, uno mismo, en un delfín plateado de la luna. Pero para lograrlo, hay que estar dispuesto a salir un día al mar tranquilo, sabiendo que la tormenta puede estar próxima, asumiendo el riesgo de quedarse —de a ratos— dormido, dejándose llevar por el agitado mar y sus brazos espumosos, fluyendo entre las olas y la marea, confrontando lo que somos, dejando de sentir la necesidad de luchar contra la corriente, en el eterno intento humano por escapar o disfrazar el rostro primordial con máscaras de supervivencia. Ser… es Sentirse mucho más que cualquier imagen acuñada e irreal que tengamos de nosotros, como ser fulanito de tal, residente en tal país o ciudad, con ideas religiosas o políticas de éste o aquel color, empresario triunfador, profesional o linyera. Todo eso son imágenes que no manifiestan nuestra

verdadera naturaleza, sino una serie de anécdotas que nos hacen aparecer como la consecuencia de un tiempo y unas circunstancias determinadas, pero que —en definitiva— no son más que contingencias, casi un equívoco que condiciona nuestra verdadera naturaleza interior. Parece que necesitamos llenar un hueco, un vacío, una ausencia que —egocéntrica— nos aqueja con su autoimportancia, con sus insaciables pedidos de estímulos. Pero ningún objeto o ser externo, ni tampoco ninguna idea interna, ningún sentimiento ni pensamiento pueden llenar el hueco. Todo es inútil. Sólo el Ser puede llenarlo. Y el Ser no es una palabra, no es un estado, no es un pensamiento, ni siquiera ninguna clase de “noble” sentimiento. El Ser no puede ser transmitido ni comunicado. El Ser se Siente… tan sólo Siendo.

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Como en un festejo espontáneo, el “otro” delfín comenzó a nadar dibujando un círculo de agua. Y yo era su centro. Observé sus movimientos, como un planeta homenajeando a su sol, presente en todo. Porque el sol está en la hoja del árbol, en la madera de su tronco, en el libro que ahora tienes en tus manos, en el palpitar de tu corazón. Todos vivimos en círculos, celebrando el encuentro con el centro. Y aquel delfín… ¡nadaba tan espléndidamente! Aleteaba suave, respetando al mar que iba surcando, apenas provocando leves ondonadas. Nadaba simple. Sin embargo, al mismo tiempo, sus movimientos eran enérgicos y daban gran vida al paisaje marino. Con la misma intensidad, el movimiento se hermanaba con la quietud. La vida fluía en aquel ser, más allá de las formas. En otros tiempos, esos movimientos del delfín debieron ser absolutamente evidentes para los hombres. Si la Realidad no ha cambiado, ¿por qué es que hoy ya casi no somos capaces de advertir dicha belleza y, menos aún, de comprender su mensaje? A veces, muy a pesar de mi intelecto, siento que el hombre no está en la cima de la evolución. Aunque también sé que me equivoco, ya que las apariencias suelen llevarnos a menudo a la equivocación. (Hay una especie de Conocimiento Profundo que aún guardo de aquellos momentos de ser yo mismo un delfín plateado de la luna. Al estar ellos tan cerca de lo Esencial, de lo Verdadero, no captan el mundo como lo hacemos nosotros. Normalmente, los humanos pensamos utilizando nuestras creencias preadquiridas y automáticas. En cambio, los delfines plateados de la luna Sienten a partir de una percepción directa de las cosas, de los hechos y de las relaciones como se presentan en el Presente, dejando de lado los viejos inventarios de significados. Sienten y perciben en forma directa y presente, en lugar de pensar o de sólo creer). —Cuando el pensamiento viejo se disuelve, y así todas las irrealidades y condicionamientos de tu memoria, surge una claridad nueva, un Silencio, como un estado virginal de la mente —me explicó mi amigo. —Pero sin el habitual pensamiento… ¿queda algo por hacer? —¡Oh, sí! El Silencio es un campo inmensamente fértil, una luz clara y blanca desde la que brota, fresco como una flor, el nuevo y puro pensamiento, no ya apoyado en la memoria vieja y sus inventarios, sino emanando de la más alta creatividad, del Amor. Del Silencio surge una

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vida santa. En Él, todas las cosas son sagradas. Todo, no sólo lo que encuentras en los templos de las religiones humanas. —Comprendo. —No trates de comprender esto como ideas intelectuales externas a ti. ¡¡¡Debes realizarlo en tu Ser!!! “Cierta vez —prosiguió el delfín— llegó desde el umbral hasta estas aguas un Niño. Nunca pronunció palabra y apenas emitió pensamientos. Sin embargo, nos mostró el Silencio. Nos mostró que el Silencio aparece cuando Observamos atentamente y descubrimos –en nosotros mismos– que el tiempo y las turbulencias de la mente provienen siempre del pensamiento estéril, del movimiento entre “lo que es” y “lo que debería ser”, con toda la carga emocional, con toda la ansiedad y el dolor que ello nos genera. Cuando lo Vemos en forma directa, sin prejuicios y condicionamientos, nos damos cuenta de que ese movimiento es sólo una ficción mental, que sólo existe “lo que es”, para ser vivido intensamente. Entonces, la mente se calma, el Silencio surge, la vida se hace sagrada, se Siente el Amor, se Es el Amor.” “El Niño nos mostró que lo que somos como un ser separado y convencional…se disuelve en el Silencio.” Y fue así como, en todos lo mares y en todos los cielos, se hizo Silencio por dos horas.

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“Cierta vez, llegó desde el umbral hasta

estas aguas un Niño…”

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SextSextSextSexto Aleteoo Aleteoo Aleteoo Aleteo

En cierto modo, los delfines plateados de la luna son realmente peligrosos, como lo son todos aquellos que desean la verdadera comprensión, que tratan de descubrir lo que es Eterno, sin principio y sin fin. Son un peligro para todo aquel que no es esencial, para las irrealidades, para las sombras. Hay muchos que no quieren que veas la Realidad, porque cuando eso sucede… todos los negocios se terminan. Los delfines plateados de la luna han aniquilado en forma absoluta el sentimiento de “propia importancia”, y eso los hace libres, invulnerables a los cambios externos. Cuando eso ocurre, el tiempo es eterno. El ser humano busca casi siempre —en forma consciente o inconsciente— la propia gratificación, aun cuando pareciera perseguir fines solidarios. Sin embargo, la mayor parte del tiempo —casi sin saberlo— vivimos procurando desesperadamente que lo externo coincida con lo “correcto” y “adecuado” desde el punto de vista de los miles de egos diseminados en nuestra conciencia fragmentada, esa imagen incoherente que tenemos de nosotros mismos y que buscamos siempre satisfacer. Basta una Atenta Mirada Interior para darnos cuenta de que se trata nada más que de una serie de pensamientos ficticios que nos dan la sensación de personalidad. Estamos así en continua tensión y conflicto con nosotros mismos y con los demás (los que también sufren la prisión de su propia fragmentación interior), en un constante y tiránico movimiento entre “lo que es” y “lo que debería ser”. Los delfines plateados de la luna han Observado ese fenómeno de fragmentación en sí mismos. Observando Atentamente… disolvieron las máscaras creadas por el pensamiento. El secreto supremo de su liberación es que han entendido que lo que consideramos como realidad es sólo una interpretación que hacemos de lo que ocurre, y no Realmente lo que ocurre. Así es como aniquilaron ese sentimiento de “propia importancia”, y son libres para vivir la vida como se presenta, Viendo lo que Es, en lugar de interpretarlo todo a través de personales filtros de percepción que se fueron adquiriendo durante milenios de programación cultural. Accedieron así a lo Incorruptible, a Aquello que la mente no ha creado con su pensamiento, a Aquello anterior a todo pensamiento, a Aquello que da perfume y encanto a la

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Vida, a Aquello… que sólo Es. “Hace miles de años, eran muchos más los humanos que venían a vernos —dijo el delfín al percibir mis pensamientos—. En cambio, hoy ya casi no vienen. Tal vez… uno cada tres o cuatro años. Es probable que el hombre actual no encuentre tiempo para oponer su propia vida interior a la conciencia de las masas. Según me contaron, la vida se ha hecho muy agitada y el poder del sistema ha agobiado la capacidad de escuchar la pequeña Voz Original que llora dentro de la mentecorazón. El ruido exterior impide la Mirada Interior e intensifica así los espejismos de la conciencia.” —Ahora que soy delfín, ¿el mar me ofrecerá su calma? —pregunté, ansioso nuevamente por buscar respuestas exteriores. —Un delfín sufre las tormentas terribles del mar, y también disfruta de su calma. Pero sabemos que el verdadero Mar es interior, y un delfín plateado de la luna es siempre un Mar en calma, que está más allá —aunque no es independiente— del oleaje externo. Tanto el mar interno como el mar externo son sólo un Mar, el Mar de Aquello que Es. —¿Y por qué no también quitarnos el disfraz de delfín? —pregunté a mi amigo. —Puedes hacerlo. Puedes continuar quitándote lo que te aleja de Aquello que Es. —Es decir que la Verdadera Realidad tampoco es como la percibimos los delfines plateados de la luna… (En aquel momento, casi en forma instantánea, volví a retomar mi forma humana. Comprendí así que no se trata de creerse un delfín plateado. Se trata de Sentirlo. Como diría mi amigo, el delfín: “Si lo nombras, lo pierdes”. Sin embargo, ignorando mi nueva forma, que al fin y al cabo sólo era un disfraz exterior a los Ojos del delfín, éste continuó con sus respuestas, que resonaban como si vinieran directamente desde el fondo de mi cerebro, reverberando a la vez como una cálida vibración en el pecho.) —No, no necesariamente. Cada ser de la creación percibe una parte. La creación se mira a sí misma en su diversidad, en su armónica sinfonía. Al final, descubres que cuando miras al otro, te estás mirando a ti mismo; y que en realidad eres Aquello que sólo Es, disfrazado en un juego de mil voces y mil rostros. Si nadamos más profundo, nos convertimos en luz de Luna, y hasta la luz puede nadar más profundo aún, hasta llegar al corazón de Aquello que tan sólo Es. Siempre podemos nadar más profundo… Sin embargo, luego supe (por propio Sentimiento) que los delfines plateados de la luna lo seguirán siendo hasta que la última criatura en el mundo —y aún hasta que la última roca— también se convierta en un delfín plateado de la luna, y aquel día, todos juntos Seremos el Mar, y el mar se fundirá con la luna llena que navega en sus aguas calmas. La orca que hizo de islote para mi descanso comenzó a hundirse lentamente y se alejó cantando hacia el rojo horizonte del atardecer. El delfín me pidió que me amarrara fuerte a su cuerpo.

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—Te llevaré hasta la playa —me dijo, sonriente. Y así lo hizo, navegando con gracia y suavidad, custodiado por decenas de delfines plateados de la luna en una sincronizada y perfecta formación triangular. —Bien, aquí puedes hacer pie, y yo no corro el riesgo de encallar —me comentó, con cierta nostalgia, observando las luces titilantes de ciudades lejanas que comenzaban a encenderse con las primeras negruras de la noche. —Pero antes, amigo humano, hay algo que quisiera que hagas por mí… y por ti. —Dime… Lo que gustes —respondí con cierta intriga. —¿Sabes? Los primates son los únicos seres de la creación que tienen la capacidad de abrazar. —¿Abrazar? —Sí. ¡De apretar entre sus brazos a otro ser! —¡Ah… comprendo! —Pero los humanos son los únicos que pueden abrazar físicamente como nosotros lo hacemos con el Corazón, tornando lo invisible en visible. Puedes llamarlo, si es que quieres nombrarlo, el Abrazo del Ser. —¿Y cómo es… el Abrazo del Ser? —Es fácil. Primero… te acercas a mí… en silencio… Luego me abrazas y yo trataré de colocar mis aletas apretando tu cuerpo. Después, descansas tu cabeza en mí y te olvidas de ti. En realidad, te olvidarás de todo lo que ahora sabes que no eres realmente tú, y sólo quedará tu Corazón abrazando el mío. En este Abrazo, no abrazas de acuerdo con la relación personal que tienes con el otro, sino como un Ser abrazando a otro Ser, como Dios abrazándose a Sí Mismo. Así lo hice. Me uní al delfín con el Abrazo del Ser, mientras una especie de nube de agradable aroma, algo así como un halo de energía rosada y celeste, comenzó a rodear nuestros cuerpos. —¿Qué es eso? —pregunté. —¡Ssshhh… Silencio… Es el Amor! (Cuando Abracé al delfín, comprendí la naturaleza de todo cuanto acumulaba mi mente, envenenándola. Y Observé la gran dificultad que el Camino entraña. ¡Es que hemos acumulado tanto! No sólo una casa, un rol social y una cuenta bancaria, sino —en especial— psicológicamente, internamente: recuerdos de tristezas, estallidos de alegrías, insultos nuestros y de otros, autojustificaciones, reproches y rencores. El Camino es Morir a todo ello. Como dijo el poeta… “Ha muerto ella, pero en muerte importante / y no aquella de cuerpos y de lápidas / ha ido, en silencio, sepultando / sus yoes, sus sueños y sus máscaras”. Debemos Morir a todo ello en forma urgente, Observando la ficción del pensamiento viejo y acabado,

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perpetuación de la memoria. En el Silencio todo es nuevo, y el Amor Es. El Camino es difícil, pero es un trabajo indefectiblemente personal. El ser humano debe comprenderse, conocerse, dejar ya de excusarse, esconderse o justificarse detrás de mil ideas irreales, juegos y ficciones para esquivar la Tarea. Es la única vía para conocer la Verdad, para que surja el Amor. Ese Amor es la necesidad de volverse Uno con otro, como en el Abrazo del Ser. Pero eso lo tiene que hacer cada uno, por sí mismo. Nadie puede darnos la Luz que nunca muere, porque ya está dentro de nosotros.) Y en la playa brilló una simple y bella Luz, casi, casi como de luna.

“Primero…te acercas a mí…en silencio.

Luego me abrazas y yo trataré de colocar mis aletas apretando tu cuerpo”

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SSSSéptimoéptimoéptimoéptimo Aleteo Aleteo Aleteo Aleteo

Obviamente, en asuntos mundanos o técnicos, pensar es necesario. Y ese acto de pensar se apoya también en una útil memoria que almacena, por ejemplo, un rostro conocido, el método para construir un puente o la forma más eficiente para tender una cama. Pero en el territorio interior del espíritu y en el mundo de las percepciones, el pensamiento es un obstáculo para Ver las cosas como son, momento a momento, siempre nuevas. Debemos despojar nuestra mente de las imágenes que tenemos sobre personas, hechos o cosas. De lo contrario, nunca existirá lo nuevo en nuestras vidas y siempre estaremos actuando en función de lo viejo. Un espíritu cargado de imágenes sólo experimenta separación y sufrimiento. —¿Crees en Dios? —le pregunté al delfín. —Y tú, ¿crees en la existencia del agua de este mar? —Lo del mar no es cuestión de creencias. Es obvio que estas aguas existen sin la necesidad de

creer o no en ello. —Bien… entonces ya tienes tu respuesta. (Tiempo después comprendí que el delfín se refería a Dios, a Aquello que Es, y no a una “idea particular sobre Dios” creada por el pensamiento.) Luego de la despedida, nadé hacia la playa iluminada ya por el plenilunio. La luna parecía emerger, gigante, desde las aguas quietas del océano. Y en tierra firme, pude dar mi último saludo al delfín, que me correspondió con un intenso aleteo. Los demás delfines habían desaparecido. Y también pude ver cómo mi amigo se convertía en un rayo de luna, en el vacío de Aquello que Es, donde “lo que somos como un ser separado y convencional… se disuelve en el Silencio”.

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Así como una flor es parte de un ramo, pero también de la planta y de la semilla que la contenía, de la tierra que le dio cobijo y alimento, del viento que la modeló, del sol que le dio calor, de la luna que le regaló su luz, de la lluvia que le brindó sus aguas, así el Universo entero está contenido en una flor, en una nube, en mí o en ti, como el delfín es parte de la luna y la luna es parte del mar. Todo tiene la naturaleza de todo lo demás. Esa es la realidad mágica de las cosas, permanentemente invisible y que a la vez se expresa para el que sepa Ver. ¿Cuándo comenzó este libro? Tal vez comenzó cuando lo estoy escribiendo, pero también comienza cuando tú lo tomas entre tus manos, lo abres y lo lees, o cuando el rayo de sol vivificó al árbol que le dio su madera a estas páginas. Y también… con la tormenta de aquel día del delfín. Todos somos parte de una misma Corriente. Y fue así como el delfín se hizo luna, y la luna reflejó su rostro en la Inmensidad del Eterno Mar… …y va…y va la luna…navegando en cuerpo de delfín y de mar…aunque no se mueve, aunque siempre Está.

“Lo que somos como un ser separado

y convencional…se disuelve en el Silencio”

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EpílogoEpílogoEpílogoEpílogo

El poema de arena terminaba así…

Me ahogaba abatido,

cansado de buscar en la nada

algo a lo cual asirme.

Pero de pronto, un delfín de plata se acercó

hasta mi oído, y susurró suave:

“Deja de luchar, fluye, déjalo ya… ”.

Y fue así como dejé de luchar contra el mar,

y mis Ojos vieron la luna que siempre estuvo

en el diáfano cielo,

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y el mar se ofreció ante mí como una lámina

resplandeciente.

Y fue así como me dejé atrapar por aquellas aguas de cielo…

todo gracias al delfín de plata,

y a la luna,

que siempre está.

Ahora soy parte del mar de cristal y,

al ser el mar,

soy también la luna que navega entre sus suaves ondas,

y también soy delfín que susurra a los oídos de otros

la misma canción:

“Deja de luchar, fluye, déjalo ya. Sé el Mar.

Déjate atrapar y llevar por mis aguas”.

Hay muchas olas ilusorias en el Mar.

Si te resistes, te ahogan, te privan de tu fuerza.

Si las dejas y navegas fluyendo entre ellas,

te llevarán al destino que el Mar te ha reservado.

Ahorra tus energías para la Vida.

No luches en las olas.

¡Ya déjalo!

Navega como suave luna.

Y va… y va la luna… navegando en cuerpo

de delfín y de mar… aunque no se mueve,

aunque siempre Está.

Alguien me preguntó qué pasó luego con el náufrago del cuento. No lo sé con detalle y además es bastante indeterminado, aún tratándose —en parte— de mí mismo. Sin embargo, lo poco que puedo decir al respecto es que luego de aquella noche del poema de arena y de la luna pintada en el cielo, el hombre volvió a su casa, a su vida de todos los días. Puedo asegurar, por ejemplo, que no escapó a ninguna isla desierta, que no se instaló en una ermita ni se hizo monje, predicador o gurú espiritual, menos aún filósofo intelectual de superficie. Vayamos donde vayamos, el hueco de las penas irresueltas nos persigue. La vida es aquí y en el presente. Lo Hondo está en lo cotidiano, al alcance de una mano o al rayo de una mirada. Por eso, a este cuento lo califico como “profundamente antiespiritual”, al menos a partir del concepto restringido que el mundo actual tiene de lo “espiritual”. Sin embargo, es todo lo contrario cuando entendemos que lo Espiritual está presente en cada circunstancia de nuestra vida común, simplemente esperando que lo veamos, abrazando el

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todo a cada instante. Algunos creen que la vida espiritual es “algo” separado de la vida cotidiana. El náufrago no. Hay un cuento humorístico-espiritual que ilustra bien este punto y que me gusta citar de vez en cuando… Se trata de un discípulo que tuvo que alejarse de su maestro, y por ello le enviaba todos los meses un informe sobre sus progresos espirituales. El primer mes el informe decía lo siguiente: “Maestro, he logrado expandir mi conciencia y siento que estoy en todas partes”. El maestro rompió la carta, irritado. Al segundo mes, el informe decía: “Maestro, la conciencia de Unidad me ha permitido llegar a hacer pequeños milagros y ciertas proezas físicas”. El maestro, aún más enojado que con la primera carta, profirió maldiciones. Al tercer mes, el discípulo escribió: “Ahora puedo sentir que lo divino está en todas las cosas, el misterio del Uno se ha abierto a mi corazón”. El maestro, desilusionado, bostezó indiferente, aburrido por las palabras de su aprendiz. Pero luego pasaron varios meses y ya no hubo cartas. Así, el maestro le escribió a su discípulo para que le informara sobre su progreso espiritual. Éste contestó: “Ahora, sencillamente, vivo mi vida. Y en cuanto a la práctica espiritual, ¿a quién le interesa?”. El maestro, al leer la carta, exclamó: “¡Gracias al cielo, al fin lo logró!”. El náufrago sabe que la vida nueva se construye aquí, desde las ruinas actuales del mundo, utilizándolas como nuevos cimientos de aprendizaje. Sacrifica la ficción de los falsos ideales por la Realidad del Presente. Obviamente, eso requiere de gran valentía, ya que implica aceptar lo que somos, confrontarlo sin huir, sin inventar irrealidades para calmarlo u ocultarlo. Ver, simplemente, que todo es como es. La Verdad la descubre únicamente una mirada inocente y nueva. Por eso, los delfines plateados de la luna tienen esa Mirada tan especial, esos Ojos que miran más allá… Hay cierta revolución en marcha, silenciosa como un árbol y simple como un delfín, que arde como lava desde el Corazón y lo va quemando todo. Y comienza exactamente allí, donde ahora estás sentado. Hay una invitación a ser un peligroso delfín que casi no me atrevo a cursarte, pero que ya habrás recibido como mensaje profundo e inexpresable. Ahora mismo puedes comenzar. Tan sólo bastará con que busques una mejilla…y la beses como a Dios.

FinFinFinFin

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“…está en todos lados, todo el tiempo, en nosotros mismos

y también afuera, pintando cielos y tierras,

o escribiendo poemas en el desapego de la arena…”