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Los cuentos de Felicia Texto e ilustraciones de Olga Sánchez Alcaraz

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Los cuentosde Felicia

Texto e ilustraciones deOlga Sánchez Alcaraz

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Los cuentosde Felicia

Texto e ilustraciones deOlga Sánchez Alcaraz

Proyecto editorial de Olga Sánchez AlcarazTextos, proyecto gráfico e ilustraciones de Olga Sánchez Alcaraz© 2012, Olga Sánchez Alcaraz

Primera edición: Febrero 2014

Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los aprecimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright.

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1. Samuel Pi y

Felicia Mogollón

Samuel Pi es feo, bajito y cabezón. Sus orejas son tan grandes que superan en tamaño al abanico que su madre utiliza en verano para airearse los calores. Su nariz es tan chata que tiene que chafarse las flores en la cara para percibir el olor. Sus ojos tan saltones que parecen estar fuera de las órbitas.Felicia Mogollón es muy guapa, con rubios tirabuzones y ojos azules como el mar. Es de esas niñas protagonistas de los cuentos que siempre se casan con el príncipe azul y viven felices y comen perdices.

En la escuela nadie entiende cómo Samuel y Felicia son tan amigos. Tan tan amigos que son los mejores amigos del mundo, de esos inseparables, de esos que viven mil aventuras siempre juntos, a los que las mentiras no alcanzan y las penas compartidas siempre son menos.

Samuel y Felicia van a la misma escuela, a la misma clase y se sientan en el mismo pupitre. Pero hay una cosa que no comparten y son los insultos de sus compañeros de escuela sólo dirigidos al bueno de Samuel que los soporta resignado y calladito. Los alumnos utilizan una rica colección de adjetivos calificativos: tapón, retaco, aplastao, mediometro, enano, pitufo, seto, mesa-camilla, chupa-chups, cabezabolo, cabezón, melón, caraculo, asustao, carasapo, Igor, renacuajo, aborto, orejón, Dumbo, inmirable, monstruoso y algunos más, innovando y enriqueciendo el lenguaje día a día.

Samuel Pi y Felicia Mogollón gustan de compartir su tiempo, de todas las tardes comprarse una coca de anís a la salida de la escuela y comérsela mirando el mar y los barquitos del puerto desde un pequeño montículo que descubrieron el curso pasado. Es un lugar cercano y tranquilo, donde no alcanzan las burlas de sus compañeros, donde disfrutar del dulce y del silencio por igual es posible y desde el que pensar en cosas también es posible. Un día Samuel pensó porqué Felicia era su mejor amiga siendo él tan y tan feo, pensó que tampoco era un niño listo, ni simpático, ni siquiera tonto de la risa, sino que era mas bien soso y aburrido. Estaba cavilando en todo esto cuando tras un mordisco de la deliciosa coca de anís se tragó también, de paso, sus pensamientos y no volvió a recordar en toda la tarde aquella trascendental pregunta.

En otra ocasión Felicia estuvo a punto de preguntar a Samuel porqué tenía tan grandes las orejas y cuáles eran las ventajas e inconvenientes que ello comportaba en

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su vida. Iba a disertar sobre los factores favorables y los negativos que ella creía, tras largas horas de razonamiento, haber enumerado uno por uno sin descuidar ninguno, cuando un golpe de viento le arrebató el último trocito de coca llevándose también la estúpida pregunta de Felicia.

El día más importante para Samuel y Felicia, sin lugar a dudas, fue aquél en el que conocieron a Roberto el marinero, un hombrecillo con muchos años, muchas historias y también muchas ganas de contarlas.

Roberto siempre dice: «hay que llenar el tiempo de vida y no la vida de tiempo», Roberto come «papas arrugás», comida de marineros, y es generoso en consejos y conocimientos.Roberto les contó la historia del niño que quiso atrapar la luna y lo consiguió con una sencilla foto; la de la ancianita que perdió la vista y la recuperó a través de los ojos de su nieta; o la del delfín enano que se libró del tiburón con su gran inteligencia. Roberto sabe muchas historias, cuentos que la gente de los puertos le contaron en sus viajes, leyendas que pueden ser verdad o mentira pero que siempre enseñan cosas buenas, te dan lecciones pero también te hacen sonreír. Sin ningún tipo de duda y sin miedo a equivocarme la historia que más gustó a Samuel y Felicia fue la del pirata Pata Palo y su loro Barba Azul:

«Hubo una vez un pirata con pata de palo y un guacamayo grande y limpio al que llamaba Barba Azul porque tenía bonitas plumas amarillas y azules. El pirata Pata-palo había surcado todos los mares y océanos, había peleado con peces y humanos y con ellos también había

reído y llorado. Ahora, tras largos años de oficio dedicados al mar, el buen pirata lo único que deseaba ya no era encontrar un tesoro con diamantes, oro y plata sino retirarse y descansar tranquilo en tierra, teniendo como único lujo un aparato que había conocido en uno de sus viajes y que la gente llamaba “bi-ci-cle-ta”, un aparato que permitía a las personas trasladarse de un lugar a otro por tierra y en un breve periodo de tiempo pero que tenía una gran dificultad y era que se necesitaban las dos piernas para poder pedalear y él, que era un pirata cojo, sólo tenía una.

El pirata Pata-palo era un soñador y ya se imaginaba él con su flamante casa-bote y su bicicleta nueva, ahora cavando su huerto, ahora pedaleando hacia el pueblo. Él suponía que

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Samuel Pi i Felicia Mogollón son super amigos

a lo largo de su vida tendría mas de una bicicleta por lo que también pensó en los nombres con que bautizaría a todas y cada una de ellas. Las llamaría «Corta el Viento I», «Corta el viento II», «Corta el viento III», ... y así sucesivamente. Tras muchas noches de soñar en todas estas cosas y muchos días de imaginar cómo poderlas llevar a cabo, el pirata Pata-palo por fin encontró el lugar ideal para instalar definitivamente y sin movimiento su barco. Todo ocurrió en un día frío y oscuro de tormenta, estaban el pirata Pata-palo y su guacamayo Barba Azul luchando contra un terrible temporal cuando justo enfrente y no muy lejos divisó tierra firme, una tierra muy especial pues tenía la configuración adecuada para plantar allí su barco. Se trataba de un litoral extraño en el cual justo se levantaba una curiosa colina con dos montículos que se asemejaban a las gibas de un camello. Así que con mucha maña y valentía por su parte y aprovechando una gran y potente ola, el pirata Pata-palo plantó el barco entre los montículos de manera que éste jamás volvió a moverse ni para delante ni para atrás ni siquiera hacia los lados.

El segundo paso del pirata Pata-palo y su loro Barba Azul para alcanzar la felicidad completa era conseguir su primera «Corta el Viento», tarea no más sencilla que la de plantar al barco.

Por aquellos tiempos, pues la historia del pirata es de antaño, no era fácil ni habitual encontrar bicicletas en los pueblos y eso era lo que había cerca de la casa-bote del pirata, un pueblecito lleno de hombres trabajadores, mujeres trabajadoras, ancianas vestidas de negro y niños muy revoltosos. Vehículos de locomoción y transporte:

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carros, carretas, asnos y borricos y también algunos caballos trotadores, pero nada de bicicletas. Así que Pata-palo pensó que él mismo podría construir la bicicleta.

Se puso manos a la obra, ahora una rueda de carro aquí, ahora una silla de montar allí. Ahora un hierro en este lado y una cadena en el otro. Dibujaba planos sin parar, escribía experiencias en las que no equivocarse la próxima vez, pero el pirata no conseguía que aquello funcionase. Pata-palo no era un pirata tonto y sabía que dos cabezas piensan más que una y tres más que dos, así que decidió compartir sus experiencias con la gente del pueblo haber si entre todos conseguían construir la primera bicicleta del lugar. Cada mañana iba Pata-palo al pueblo con Barba Azul al hombro y hablaba con uno y otro, comentaba esto y aquello y dibujaba lo de mas allá y cada día aprendía algo nuevo, hasta que por fin llegó el momento en que todas las piezas del rompecabezas encajaron y «Corta el Viento I» quedó terminada justo en el centro de la plaza del pueblo donde se había establecido el taller comunitario de construcción de bicicletas.

Pero ¿quién iba a ser el primero en montar la bicicleta? El pueblo entero decidió que debía ser Pata-palo, el impulsor del proyecto, quien tendría el honor. Pata-palo subió a la bici, ahora una pierna y ahora la otra mitad, cogió algo de impulso y adelante. Todos los que miraban aplaudían, reían, gritaban, silbaban y pronunciaban todo tipo de exclamaciones ante la emoción del momento, hasta que una fuerte ráfaga de viento empujó al pirata con tan mala pata, y nunca mejor dicho, que perdió el equilibrio del lado sin pierna y al no tener apoyo cayó de costado y sin remedio.

La gente enmudeció de repente entendiendo que tanto esfuerzo del pobre pirata había sido en vano pues ahora no podría nunca más conducir la estupenda bicicleta por miedo a caerse. Ante la sorpresa de todos el pirata Pata-palo se levantó del suelo magullado pero con una sonrisa de oreja a oreja.

-¿Si hemos sido capaces de construir un vehículo que ninguno conocíamos, no vamos a ser capaces de construir media pierna de las que todos tenéis dos?

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Y así fue como todo el pueblo se puso manos a la obra en la construcción de media pierna articulada para el pirata Pata-palo.En realidad la tarea fue mas sencilla de lo que todos se esperaban y con su pierna y su bicicleta nuevas el pirata Pata-palo dejó de llamarse así para ser conocido como el “bicicletero Pata-hierro”, pues construyó una bicicleta para cada una de las personas del pueblo que le habían ayudado.»

Ahora era el momento en que Roberto explicaba cuál era la enseñanza del cuento y éste en particular gustaba mucho a Samuel pues se veía a sí mismo como una especie de pirata Pata-palo que un día conseguiría que ningún niño le volviese a llamar ni tapón, ni retaco, ni aplastao, ni mediometro, ni enano, ni pitufo, ni seto, ni mesa-camilla, ni chupa-chups, ni cabezabolo, ni cabezón, ni melón, ni caraculo, ni asustao, ni carasapo, ni Igor, ni renacuajo, ni aborto, ni orejón, ni Dumbo, ni inmirable, ni monstruoso ni nada más, pues nadie seguiría enriqueciendo el lenguaje día a día a su costa. Samuel pensaba que en el futuro todos le respetarían y querrían ser amigos suyos aunque él sólo lo sería de Felicia.

Este cuento gustaba mucho a Felicia porque se imaginaba a sí misma en el futuro dibujando planos y desarrollando fórmulas para inventar una máquina salida única y exclusivamente de su inteligencia, y aunque en el cuento era el pirata el que conducía la bicicleta ella dejaría ese privilegio para Samuel que sería el único capaz de pilotar semejante artefacto.

2. La tía Flora

Samuel Pi y Felicia Mogollón no tienen amigos, otros que no sean ellos mismos, pues con su gran amistad ya llenan buena parte de la urna destinada a los sentimientos afectuosos, la cual se completa con el amor de sus padres y hermanos, abuelos, tíos y primos y algunos conocidos, pero siempre dejando un rinconcito para cariños futuros pues por esa razón una urna tiene ranurita de entrada que no de salida.

Samuel no tiene hermanos pero sí un perro pequeño, negro y peludo, casi tan feo como él, llamado Leumas, que leído del revés es Samuel y esto a Samuel le parece muy gracioso.El cariño por Leumas también tiene su rinconcito en la urna de Samuel e incluso en la de Felicia pues es un compañero divertido y juguetón, cariñoso, obediente y siempre fiel, al que le gusta que le tiren piedras para ir a buscarlas y robar

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pañuelos de los bolsillos de los mayores. Aunque Leumas parezca un perrillo inocente se transforma en bestia de la peor calaña, es decir de lo mas fiera, cuando cree que alguien molesta a su amo y ataca enseñando uñas y dientes a cualquiera que levante la mano a Samuel, y cualquiera es cualquiera.

En la urna de Samuel y Felicia también tienen cabida Jacinto el panadero, proveedor de las cocas de anís, siempre sonriente de oreja a oreja y con los mofletes coloraditos del calor que desprende el horno, o de los bollos rellenos de crema que se jala; Isabel, su maestra, que entre lección y lección les enseña recetas de cocina porque ello les será muy útil en el futuro; y Eduardo, el conserje del colegio, que muestra cual tesoro las fotos de sus nietos, dos chinitos muy monos que viven en la china con su mami y su papi los cuales se conocieron en la «Universidad de verano», algo un poco tonto para Samuel y Felicia, pues ¡quién quiere estudiar en verano!.

También hay cariños que no caben en la urna pues bien no quisieron o no supieron entrar. Este es el caso de la tía Flora, alta, delgada y greñosa, ni muy joven ni muy vieja, pero a la que persigue una sombra que le oscurece el corazón y la figura. A la tía Flora sólo la puedes querer cuando no está, porque cuando se encuentra es odiosa. La tía Flora lo sabe todo, la tía Flora te lo contradice todo, la tía Flora de todo opina y critica a todos, pero para la tía Flora sus hijos son perfectos y maravillosos, su marido es perfecto y maravilloso, hasta su canario es perfecto y maravilloso, en definitiva para la tía Flora sólo está bien lo que ella controla.

Samuel Pi siempre rehúye a la tía Flora porque él cree que las cosas pueden hacerse de muchas maneras, porque no le gusta que le observen para corregirle y sobretodo porque tiene frío cuando ella está cerca.

A Leumas tampoco le gusta la tía Flora porque, aunque sólo sea un perro, entiende cuando le dice «que asco de chucho» o «perro no me “lambas”» y le molestan las pataditas disimuladas por debajo de la mesa. Un día cansado de tanta patada y divisando un gordo pulgar distraído arreó semejante mordisco al pie que todavía está aullando de dolor la tía Flora. El castigo le supo a premio a Leumas y el encierro en la cocina le ayudó a saborear solo y en silencio, como mejor se saborean los triunfos, el golpe asestado a la autoestima de la tía Flora cuya imagen con el gesto de dolor y la lagrimilla cayéndole del ojo derecho todavía no quiere olvidar.

A Felicia la tía Flora le da mucha pena. Un día le contó a su mamá como es la tía Flora y ésta le explicó la historia de alguien muy parecido a ella:

«En un pequeño pueblo muy lejos del mar pero justo al lado de un río vivían dos hermanas, dos niñas gorditas y listas que se llamaban Ana y Sara. Ana era blanca de piel pero con negros cabellos; Sara de tostadas carnes y una extraña melena pelirroja que viraba a un amarillo plátano en función del impacto solar. Ana era simpática, revoltosa y capaz de convencer a cualquiera de cualquier cosa pues tenía arte e ingenio para el engaño. Sara calladita y buena gente, algo sosa quizás, pero con el don de calmar a las

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La odiosa tía Flora

bestias con sus palabras. Las dos niñas crecieron entre risas y chapuzones, juegos de palabras alentados por el padre, adicto a los crucigramas, y dulces meriendas de pan con chocolate que les preparaba la madre, siempre cariñosa con sus hijas.

La casa de la familia Luna, pues este era su apellido, se encontraba en la última calle, al pasar la última plaza y justo al lado de la penúltima casa del pueblo pues la suya era la última vivienda y la más cercana al puente que conectaba las dos orillas del río Serp, estrechito pero caudaloso y muy revirado en su recorrido. La casa siempre fue un elemento importante en la vida de la familia, no sólo era lugar de resguardo y calor sino que se trataba de un auténtico hogar. Los padres eran gente amable y bondadosa y no era extraño encontrar huéspedes en la casa, algún peregrino que pedía información al cruzar el puente y terminaba desayunando, almorzando o cenando en casa de los Luna.

También eran normales las reuniones de vecinas cotillas o las partidas de subastao entre hombres que no paraban de decir «aaaarrastro», y siempre había quien añadía «el culo por el barro». Los pasteles, tortas, buñuelos, zumos, cafés y carajillos iban y venían en un lugar en el cual no había un no para nadie y donde ninguna persona se sentía extraña. Este fue el ambiente en el que se criaron Ana y Sara, las dos iguales pues no sólo eran hermanas sino también gemelas, hasta el día en que ambas se marcharon a la ciudad a estudiar: derecho una y enfermería la otra.

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Ana Luna se convirtió en una importante abogada que trataba sólo divorcios y que no paraba de trabajar pues cada día tenía más casos. Laboraba sin cesar y sin pausa ingresaba más y más dinero en sus cuentas. Mientras más amasaba menos tiempo le quedaba para disfrutarlo pero era feliz pensando en todo lo que podría llegar a hacer con su fortuna. Pero la felicidad de Ana ocupaba un estrecho margen que iba desde que pensaba en cuan perfecta era su vida de mujer que podía tenerlo todo hasta que deseaba algo que no era suyo, ya fuera un amor, un coche o un perrito faldero. Ana Luna no pensaba en visitar a sus padres, y en el pueblo la empezaron a llamar Ana-Luna-Nueva, pues nunca se la veía por allí. Poco a poco fue olvidando a su familia, su hogar y la alegría de vivir.

Sara Luna se convirtió en una enfermera cuya mayor ambición era fundar un hotel para ancianos sin recursos ni familia, proyecto que no podía llevar a cabo pues le faltaba el capital necesario. Trabajaba en una clínica y era feliz sabiendo que allí era útil y querida. Sara Luna se escapaba a visitar a su familia en cuanto podía y allí disfrutaba de la compañía de la gente del pueblo, siempre presta a criticar a alguien o a jugar un “subastao”: hablaba, reía y tomaba café en compañía de sus padres y buenos amigos. A Sara la gente del pueblo la apodó Sara-Luna-Llena pues sólo con su presencia llenaba de luz cualquier lugar por oscuro que éste pareciera.

Los años transcurrieron y los padres Luna pasaron a mejor vida, acompañados de amigos y vecinos pues juntitos todos se lo pasaban muy bien. El día en que murieron, Ana y Sara

se encontraron en el entierro, hacía años que no se veían aunque hablaban a menudo por teléfono, llamadas cortas eso sí pues Ana siempre tenía mucho trabajo. Hablaron de la casa junto al río, ahora la mitad pertenecía a cada una de las hermanas y Sara había pensado que la podían convertir en el hotel para ancianos que ella siempre había soñado: la casa volvería a tener la alegría de siempre pues la llenaría con mucha gente.

Ana, en cambio, en ningún momento pensó en acoger en su casa a gente desconocida, a no ser que tales personas pagasen lo que les correspondía y ella había calculado un precio bastante elevado para una vivienda tan bien situada. Acostumbrada como estaba a litigar le dijo a Sara que prefería conservar la casa pues era un recuerdo de familia y tenía un gran valor sentimental, así que si necesitaba dinero para el hotel de ancianos ella estaba dispuesta a comprar su mitad y así conservaría la amada casa para siempre.

A Sara Luna le pareció justo el trato pues con las cosas del sentimiento no se juega, aceptó el dinero que le ofreció su hermana y con él construyó una casita mas modesta al lado de la de sus padres donde tan buenos momentos había vivido.

Tan pronto el Hotel de Sara estuvo terminado empezó a llenarse de ancianos cariñosos o no, enfermeras guapas o no, y de la gente del pueblo que reanudó los cotilleos y las partidas de “subastao” interrumpidas por la triste muerte de los padres Luna. Así mientras más bullicio y ajetreo había

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en el hotel de Sara, más silencio y desolación se respiraba en el caserón de los Luna al cual Ana nunca acudió por falta de tiempo.

Con el paso de los años la casa de los Luna terminó desmoronándose por falta de cuidados y Ana acabó vendiéndola por cuatro duros harta de los innumerables gastos y ninguna ganancia que le ocasionaban un inmueble abandonado. Mientras, ella, seguía trabajando incansable y segura de alcanzar algún día la fortuna que le permitiría vivir como una reina y ser la envidia de sus semejantes.

Con el paso de los años el hotel de Sara nunca dejó de tener ancianos inquilinos ni amigables visitantes todo mezclado con algún caminante despistado que no entendía la estupenda relación entre aquella gente tan diferente. Mientras, ella, seguía trabajando incansable para hacer feliz a las personas pues así ella misma también lo era.»

Al principio Felicia no entendía qué tenía esta historia que ver con la tía Flora, pero entonces su mamá le explicó que en esta historia había dos clases de personas: Ana que era ambiciosa e insensible y Sara que era sincera y dadivosa. Que la riqueza de las personas no se encuentra en lo que tienen, sino en lo que dan y que las cosas no se deben valorar por lo que valen sino por lo que significan, porque al final lo único que queda es la conciencia de haber sido lo mejor que pudiste ser. Sara y su mamá

tomando café

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3.Buscando a Felicia

A Samuel le encanta escuchar a Irene, la madre de Felicia, contar historias. Sobretodo porque gesticula con las manos y pone voces diferentes para cada personaje, cosa que convierte los cuentos en divertidas obras de teatro con un solo actor, o actriz en su caso.

Irene cuenta historias estupendas, aunque Felicia no consigue imaginar de dónde saca su madre tanto cuento diferente y con temáticas tan variadas. Son aventuras protagonizadas por personas unas veces, pero también por animales o seres imaginarios, y todas ellas tienen un final feliz que hace soñar a los niños con que ellos son los protagonistas. Todas menos una, la preferida de Samuel y Felicia, donde la protagonista es, nada más y nada menos, que la propia Felicia, y que explica las peripecias de Irene buscando a Felicia cuando ésta desapareció misteriosamente sin dejar ninguna pista...

«El día que nació Felicia fue el más dichoso de su vida. Nunca hubiera imaginado las consecuencias y los cambios que este hecho excepcional supondría en su longeva existencia.

La niña era preciosa y la madre adoró, con sólo verlas, sus manitas pequeñas y rechonchas, sus piececitos, que estaban para comérselos, e incluso los ojitos cerrados que ya miraban sin ver. Era todo y todas las cosas, un milagro que no podía creer y menos que le hubiera tocado vivir a ella.La niña creció muy rápidamente; el tiempo se le escapaba a la madre, se deslizaba día a día, minuto a minuto y segundo a segundo, no lograba hacérselo suyo, agarrarlo un instante, disfrutarlo un poquito más.

Todo era felicidad y armonía en ese hogar dulce y cálido como una cajita de bombones, sin licor por supuesto, pero con un envoltorio que sólo contribuía a la felicidad de sus ocupantes. La casa era pequeña pero acogedora, reducida en sus dimensiones pero magnificada por los sentimientos maravillosos que en ella se vivían. Tres pequeñas habitaciones, un comedor luminoso, una cocina con envolventes aromas y, por supuesto, el WC al que acudir en caso de necesidad o aseo personal. Una casa común, diréis, y así sería si no fuera por el jardín encantado que envolvía y aislaba de ruidos y miradas furtivas a los ocupantes de aquel hogar.

Los habitantes del jardín eran singulares en extremo. Dos ancianos olivos ocupaban casi la totalidad del frente de la casa, de manera que el caminillo que conducía a la puerta

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de entrada, o salida, zigzagueaba de una forma ridícula pensando en el espacio real que había. Un estanque harto curioso flanqueaba el camino y rodeaba los árboles abandonándolos en una islilla a la que no costaba llegar y donde Felicia, rápidamente, descubrió lo que se convertiría en su escondrijo secreto.

A los lados y trasera de la casa una selva de flores silvestres crecían salvajes pero ordenadamente, sin atropellarse pero disputándose el lugar más cercano al cielo y componiendo un mosaico de colores digno del mejor de los artistas.

Debía de contar Felicia con unos seis años de edad y seguía siendo la niñita encantadora que fue desde el día de su nacimiento, con sus rizos dorados y su sonrisa de ángel, algo picarón, eso sí, cuando un día saltando del camino a la isla y de la isla al camino cayó en un enorme hoyo que se encontraba entre árbol y olivo y que parecía imposible no haber visto antes. Aterrizó con el pompis al suelo cuando se encontró en la semioscuridad de un túnel que no pudo reprimir inspeccionar y en el cual desapareció sin explicación alguna.

Llevaba dos días con sus noches y sin descanso buscando a la niña de sus ojos, parecía que la tierra se la había tragado, y así había sido en realidad, cuando vio algo entre árbol y olivo, algo que en todos aquellos años de felicidad nunca había estado allí, algo que era una especie de agujero negro en el que entró a buscar a su niña.

Era por la mañana cuando inició el paseo por la gruta con cielo, un cielo claro como el agua de un manantial tranquilo,

sorprendente en la oscuridad del pasadizo, que emanaba una luz distante y se movía a una velocidad constante. Seguía caminando cuando el sol se puso, de manera extraña, tan extraña que se detuvo a contemplarlo y se dio cuenta que todo parecía ir marcha atrás, y todo era cada vez más grande y la bóveda más alta: se miró de arriba a bajo, observó sus pies y sus manos, incluso sus cabellos y se desmayó.

Ahora se veía a sí misma pequeñita como en la foto que su madre, la abuelita Carmen, guardaba en el álbum de su doceavo cumpleaños, y creyó entender lo que sucedía sin saber si era real o sólo un sueño; el movimiento del techo ¡era un máquina del tiempo!, y ahora tenía sólo doce años... pero si a ella le había pasado eso, ¿qué suerte habría corrido la niña de sus ojos?.

Tenía que encontrarla lo antes posible y la única manera era seguir la ruta por las entrañas de la tierra. De repente una luz, por fin la salida. Corrió y corrió, como en un sueño nunca llegaba a su destino, cuando una vocecilla le habló, como al oído:

“ No te canses, la suerte está echada,el destino te espera

detrás de la puerta que está a tu espalda.”

Y detrás de la niña Irene había una puerta, corriente, ni muy alta ni muy baja, ni muy vieja ni muy joven, pero que la invitaba a entrar con un movimiento que la hacía abrirse de par en par.

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Irene en eltúnel-máquina del tiempo

-Buenos días querida- le dijo su mamá como todas las mañanas del mundo, cuando Irene entraba a desayunar en la cocina.

¡Realmente había vuelto al pasado!. No entendía nada, no sabía qué hacer y, mientras, la vocecilla le seguía diciendo:

“ Para a tu niña encontrar has de ser inteligente,

tienes que saber afrontar tus vivencias con la gente.”

Irene seguía sin comprender nada en absoluto pero su mamá insistía con el chocolate caliente y no le quedó más remedio que tomárselo enterito, con lo que eso iba a suponer en su dieta- me voy a poner redonda- pensó.

Aquél, lo recordaba perfectamente, era su primer día de vacaciones, y el primero, también, en que bajaba a ayudar a su madre en la tiendecita de animales que tenían justo en la planta baja del edificio en el que vivía su familia desde hacía tres generaciones. En esa misma casa había nacido su madre y su abuela y por supuesto también ella, aunque eso no lo recordaba, claro. Bajaron las escaleras de los tres pisos que conducían a la calle, quitaron el candado de la persiana que cubría la puerta, la levantaron con sumo cuidado para no hacer mucho ruido y los animalillos empezaron a ladrar, piar, gruñir, .... según lo que a cada cual le tocaba y como muestra de felicidad ante la inminente llegada de la comida diaria.

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Irene nunca había olvidado cómo fue su primer día en la tienda de animales de mamá. Lo recordaba por que no sólo fue nefasto sino que marcó una parte de su personalidad, su timidez casi enfermiza, nació ese día y con el primer cliente que entró en la tienda, un señor alto, elegante, de nariz ganchuda y rostro marcado por la viruela.

Y, efectivamente, entró un señor alto, elegante, de nariz ganchuda y rostro picado por la viruela, que además desprendía un intenso olor a naftalina. Irene ahora entendía lo que le dijo la vocecilla: era el momento de olvidar todas las pesadillas que a partir de aquel día invadieron el sueño de la Irene del pasado.

-Niña, dame cuatro hamsters- le dijo el individuo de manera cortante- los quiero para soltarlos esta noche en la verbena de San Juan y ver como la gente asustada los pisotea y los mata, je je je. Así que dame los más gordos y que más corran.-No se los puedo vender, señor. Los animales no son para que les hagan sufrir y los maten.-Niña no me lleves la contraria, yo soy el cliente y me venderás lo que te pida- le dijo acercándose amenazadoramente, con una mirada enrojecida que no le recordó a otra cosa que a las imágenes del diablo que le habían enseñado en el colegio.

En su primer día en la tienda, Irene vendió los desgraciados animalillos y se sintió tan mal por aquella crueldad que soñaba casi todas las noches con los hamsters vagando ensangrentados que la perseguían acusándola de su muerte. Ahora tenía la oportunidad de que todo aquello cambiara y así lo hizo.

-No se los puedo vender, señor. Los animales no son para que les hagan sufrir y los maten.-Niña no me lleves la contraria, yo soy el cliente y me venderás lo que te pida.-Lo siento señor pero en esta tienda se quiere a los animales. Haga el favor de marcharse.-¡Niña insolente!, llama a tu padre o quien sea el dueño de esta tienda que voy a hablar con él.

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La abuelita Carmen, que en aquél tiempo era una mujer joven y hermosa, despidió al caballero sin pensárselo dos veces en cuanto supo el asunto que allí lo había llevado. Además felicitó a su hija por lo bien que se había portado y la obsequió con un beso tan grande que la pobre Irene perdió por un momento el sentido y cuando lo recuperó estaba de nuevo en la gruta-máquina-del-tiempo y con treinta y cinco años, su edad actual. Pero qué extraño, la cueva estaba oscura, sin cielo y se distinguía perfectamente la herida que había hecho vulnerable a la madre tierra, así que se dirigió a la salida y salió.

Corrió a buscar a su niña Felicia pero no estaba en el jardín jugando entre los árboles, ni en su dormitorio dibujando bellos pensamientos, ni en la cocina con el chocolate entre sus deditos a punto de pasar a formar parte de su organismo. No estaba en ninguna parte e Irene lloró amargamente y sin consuelo cuando de repente oyó unas estruendosas risotadas que parecían como de un ser enorme y desconocido, puesto que jamás había oído risas como aquellas. Se asomó a la ventana de la cocina algo temerosa y vio, con todo el asombro del que era capaz, a uno de los dos olivos, el Olivo 1, desternillándose de la risa. En cuanto la vio, Olivo1 llamó a Irene y ésta, completamente anonadada, se acercó despacito: Olivo 1, detuvo repentinamente su risa y le cantó en un susurro:

“ Tanto picor me acontece que voy a morir de risa,

y si tu no me calmas a prisa, Felicia desaparece.”

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Y ahora ¿cómo iba Irene a calmar los picores de aquel vegetal centenario?.Giró alrededor del árbol, escaló por el rugoso tronco, cosa de veras difícil con los aspavientos que le producían las risas por doquier, incluso registró las ramas una por una, pero no encontró la manera de calmar los picores del olivo.

-Hay que pararse a pensar- se dijo y se repitió Irene veinte veces, pero ante el escándalo de las carcajadas era muy difícil concentrarse. Se tapó los oídos con los dedos índices y recordó el día que vio al olivo por primera vez: lo encontró como esperando su fin, triste y seco por la falta de agua y rodeado de unas enredaderas fastidiosas que estaban a punto de convertirse en enredaderas asesinas. Ella, con sus propias manos, había reubicado en la parte trasera de la casa las verdes trepadoras para que no hicieran daño a ningún otro árbol. Y ella misma había trasladado a la sombra del olivo el terrario con sus hormiguitas que tantos años había tenido en el viejo piso de su madre. Era de cristal, transparente, para así poder ver los túneles y pasadizos que las hormigas pasaban su vida en construir y recorrer, y se dio cuenta que durante años había olvidado por completo aquel terrario que tanto cuidó en su adolescencia. Lo buscó allí, cerca del tronco, y allí estaba roto y descuidado, sin ni una hormiga dentro.

Miró alrededor intentando encontrar a las antiguas habitantes del terrario, hormigas rojas, mas bien grandes, muy trabajadoras y que no paraban de ir para arriba y para abajo, día y noche, sin descanso. Siguió mirando pero no había ni rastro, quizás se habría extinguido la colonia. Se apoyó en el tronco del olivo, cansada, ya no iba a encontrar

solución al enigma de las cosquillas, cuando notó un picorcillo delicado y agradable en la mano apoyada en el árbol. Miró a aquella hormiguita roja que corría por su piel y entendió que el cosquilleo que sentía Olivo 1 lo producía una colonia de hormigas que recorría su tronco.

Miró de nuevo su mano y unos ojillos perplejos la observaban y parecían reconocerla.

-¿Tu eres Irene, verdad?, hacía años que no te veía, desde que se nos rompió la casa y empezamos a escalar esta montaña para encontrar otra casa como aquella.

Irene no se lo podía creer, la hormiga le hablaba y además entendía todo lo que le estaba diciendo.

-Eso no era una casa, era una cárcel, era malo para vosotras- le contestó Irene.-¿Y qué es una cárcel?.-Un sitio donde te obligan a estar y del cual no te dejan salir, un sitio donde no estás libre, y ahora vosotras sois libres.-Pero yo nací allí, aunque la verdad es que se está mucho mejor cuando no te chocas con paredes invisibles. ¿Le podrás decir a mi Reina que aquello era una cárcel y que no busquen otra igual?.

La Reina no tardó en aparecer con su séquito de guardias cuando Irene inició su explicación.

-El lugar donde vivíais antes no era vuestra casa de verdad, yo os puse allí para ver cómo construíais túneles. Pero vuestra

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Irene con la hormiguilla

verdadera casa está en el exterior, en libertad, como estáis ahora mi Majestad.-Y si nuestro hogar está aquí, ¿por qué no podemos construir galerías como hacíamos antes?. Nosotras llevamos años buscando una casa como aquella para poder construir de nuevo túneles. En esta montaña donde vivimos ahora morimos de hambre y frío porque no tenemos galerías ni para dormir calientes ni para almacenar los alimentos en invierno.-Mi Majestad, es que os habéis equivocado, este lugar que lleváis años escalando no es una montaña, sino un árbol al que le producís unas angustiosas cosquillas que no le dejan vivir.-¿Y qué solución nos dais?.-Reunid a toda la colonia y yo os llevaré a un lugar en el cual podréis excavar todos los túneles que queráis.

La Reina hormiga creyó que no era posible encontrar lugar tan hermoso, pero como no tenían nada que perder reunió a toda su colonia que se apretó formando un gran círculo. Irene con sus dos manos las cogió a todas y las trasladó, cuidadosamente para que ninguna cayera al vacío, justo colocándolas entre árbol y olivo donde un momento antes se encontraba el gran túnel del tiempo el cual había ya dejado de existir. Era un lugar idílico para la colonia de hormigas: resguardadas del mal tiempo y con un terreno perfecto para la perforación, con montones de hojas caídas que les podrían servir de alimento el próximo invierno y un lago que rodeaba la islilla y las dejaba aisladas y protegidas del resto del mundo.

Las hormigas se perdieron en las entrañas de la tierra y el olivo dejó de reír volviendo a su faceta de vegetal incapaz de comunicarse con los humanos.

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Irene corrió a la casa a buscar a su niña y de nuevo no la encontró. Ya casi había perdido la esperanza cuando vio una notita en su mano, una notita que ella no había escrito nunca y que decía:

“Felicia feliz te espera, y para poderla encontrar

sólo tienes que preguntar, al que ayudarte quiera.”

¿Y quién podría, no sólo querer, sino también saber ayudar a Irene en su búsqueda desesperada?.Pensó en los últimos acontecimientos y lo único que se le ocurrió fue salir al jardín, saltar del camino a la isla y gritar sin destinatario concreto:

-¿Quién me puede ayudar?.

Olivo 1, que parecía ser el único de los dos árboles con vida animada, abrió uno de sus grandes ojos, luego el otro, bostezó ruidosamente y silbó musicalmente:

“Pregúntale a la hormiguita, ella te puede ayudar,

yo sólo puedo mostrar , el camino en mi ramita.”

Y girando la rama mas gruesa de su copa, apareció una especie de diminuto mapa que sólo una pulga, o una hormiga, sería capaz de descifrar.

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Irene se apresuró a encontrar la colonia que poco antes había acomodado en la mejor ubicación de la isla, y cuando por fin pudo hablar con Su Majestad la Reina, ésta accedió encantada a ayudarla puesto que estaba de lo mas agradecida y feliz con su nuevo hogar. Su Majestad llamó a sus mejores estrategas que estuvieron largo rato contemplando el mapa, sin decir nada, hasta que finalmente uno de ellos, que parecía el mas anciano y mas sabio, dijo con voz rotunda, aunque muy flojito:

-Este plano o mapa indica un sendero o camino que debemos encontrar o hallar y cuyo inicio o principio se encuentra justo debajo del apreciado o querido Olivo 1.

Otro de los estrategas añadió:-Este descriptivo a la vez que claro dibujo en la rama de nuestro amigo y compañero durante varios años, Olivo 1, nos está más que indicando, diciendo a gritos que la niña Felicia, a la que su madre busca desde hace rato, está al final de esta sucesión de pasadizos que tienen su inicio, que no meta, justo debajo del árbol que aquí presente nos escucha sin decir ni mu.

Entonces, Olivo 1, como despertando de un breve letargo, levantó una de sus raíces, una de esas que salían por encima del suelo, y entonó un ligero canto:

“Bajo mi raíz escondo, la entrada a un lugar recóndito.

Bajo mi raíz si entras, a la niña encuentras.”

Irene dio las gracias a Su Majestad la Reina hormiga por ayudarle a descifrar el mapa y dejarle a una de sus estrategas como guía y lector de la rama que, Olivo 1, se había dejado arrancar con gran esfuerzo y dolor por su parte.

Penetraron por la abertura que quedaba al levantar el olivo sus raíces pero la encrucijada llegó rápido; cuando sólo hubieron caminado cuatro pasos, de Irene claro, se encontraron ante tres túneles de igual tamaño, igual color y el mismo olor rancio a tierra mojada. Pepito el estratega miró el trocito de rama donde se dibujaba el mapa y dijo con gran seguridad:-A la derecha, siempre a la derecha.

Hasta que llegaron a una sala grande y espaciosa habían pasado ya otras cinco encrucijadas como aquella y la hormiga siempre había repetido su frase de:-A la derecha, siempre a la derecha.

Pero esta vez se quedó callada, estupefacta igual que Irene al comprobar que los caminos llevaban hacía arriba y no en horizontal como hasta ahora.

Se miraron Pepito e Irene y sin dirigirse el menor comentario empezaron a caminar por las paredes hasta colocarse boca abajo y frente a las entradas de tres nuevos túneles, momento en el que Pepito volvió a decir:-A la derecha, siempre a la derecha.

Aquél camino conducía a la superficie sin duda y aunque llevaban ya horas de recorrido Irene estaba segura que no tardaría en encontrar a su hija.

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La luz ya se veía al final del túnel, una luz extraña, con destellos que iban y venían a ritmo de vals. A medida que se acercaban empezaron a oír un agradable sonido hasta que se dieron cuenta que al final de la galería lo que había era una gran puerta de agua: Felicia estaba al otro lado, durmiendo plácidamente en su cama de niña que conserva las ilusiones de la infancia.

El rostro de Irene pareció reflejar toda la luz del universo en aquel instante, se apresuró a cruzar la puerta para llenar de besos y abrazos al tesoro que tenía delante pero en lugar de eso notó un pinchazo justo en el centro de la frente, bajo el espeso flequillo. La puerta daba descargas.

-Ahora tendré que solucionar otro absurdo enigma- dijo Irene a Pepito con toda la rabia del mundo.

Y efectivamente algunas frases empezaron a dibujarse sobre la puerta de agua que se movía, sonaba y olía al ritmo de un mar tranquilo:

“Digna de tu destino te quiero considerar,para a Felicia educar,

una conclusión espero.“

Eso era muy fácil, cualquier idiota podía deducir que todas aquellas pruebas tenían que servir para algo. Ahora había llegado el momento de sacarle provecho a sus experiencias.

-En primer lugar no he vendido los hamsters al malvado individuo de mi infancia; esto quiere decir que a partir de ahora dejaré de tener todas esas pesadillas que hacen que me despierte a media noche perseguida por los ratones ensangrentados- le habló Irene a la puerta.-En segundo lugar he ayudado a Olivo 1 a librarse de sus picores; esto quiere decir que no morirá de risa. -Y en tercer lugar he encontrado un hogar para la colonia de hormigas con lo cual no se extinguirá y he reparado el daño que les hice cuando las dejé abandonadas en el jardín.

Irene miró a Felicia que seguía durmiendo entre olita y olita. La cortina de agua danzaba acompasadamente, como antes, no había pasado nada.

-Creo que eso no es suficiente- dijo Pepito enérgicamente- y para nuestra colonia no ha sido nada absurdo que nos llevaras a un nuevo hogar- prosiguió esta vez más flojito y con un tono algo tristón.-Tienes razón Pepito, creo que sólo pensaba en mí cuando hacía todas esas cosas.

El verdadero sentido de todos aquellos actos empezaba a tomar forma en la mente de Irene y, ahora, ella también deseó expresarse con sencillas rimas:

“El día que yo encontréun ratoncillo asustado,creo que yo me asusté,

pues el ratón no es humano.

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¿ Y era humano aquel Señor que destruir otras vidas

por divertirse quería y por sentirse mejor?.Pues yo creo que no.

El día que yo encontré una colonia hundida,sin ninguna otra fe

que la de pasar otro día,entendí y me culpé

de por mi egoísmo movida ,de su entorno las aislé de su pasado y su vida.Sin memoria las dejé.

El día que yo busqué, me encontraron ese día,porque yo antes ayudé, a quien tanto lo pedía.Y no me paré a pensar

si ratón, planta u hormigalo importante es atender a lo que el otro te pida

cuando es justo. Y lo es.“

Ahora la puerta se desvanecía ante Irene y Pepito.

-Pepito, creo que todas estas cosas que me han sucedido, aunque parezcan muy sencillas pueden hacerme pensar todavía mucho más ...

Pero Pepito ya no escuchaba, había dejado de ser una humanizada hormiguilla para convertirse de nuevo en el insecto sin intelecto que corría de un lado a otro en la mano de Irene para salvar su vida.

Irene miró detenidamente a su hija que continuaba con su plácido sueño y salió del dormitorio de Felicia para devolver a Pepito junto al resto de su colonia, esa que vive en una pequeña isla entre árbol y olivo. »

Para poner punto y final a este cuento, Irene junta las manos como formando un cacito y deja a la ficticia hormiguilla en el suelo con gran delicadeza. Mientras, Samuel y Felicia la siguen con la mirada, como hipnotizados, y con una sonrisa de oreja a oreja que denota cuánto les ha gustado esta historia con final feliz. Se trata de la última aventura que vivirán este fin de semana pues mañana ya es Lunes y volverán a la escuela donde seguirán siendo los mejores amigos del mundo, dispuestos a escuchar nuevas historias pues siempre enseñan cosas interesantes que hacen sonreír pero también hacen soñar.

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