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Los Cuadernos de Asturias EL NACIMIENTO DE UN SINDICATO: EL S.O.M.A. Teodoro López-Cuesta Egocheaga Esto es para mí un honor, y ade- más contribuye a demostrar el es- píritu de noble tolerancia que anima al Partido Obrero. No somos unos, pero somos afi- nes. Obreros todos, amantes de los explotados, de los humildes, de los pobres, perseguimos el mismo fin, aunque no siempre por los mismos medios. Clarín El Socialista 1.V.1899 H ace ahora setenta y cinco años Manuel Llaneza creaba el Sindicato Minero de Asturias. Lo creaba después de su expe- riencia en Francia y de haber conocido, asimismo, las realizaciones alcanzadas en las ex- plotaciones mineras belgas. Llaneza, a la sazón, era con Vigil, la esencia de la acción socialista en Asturias. Yo quiero rerirme al análisis de por qué se creó este Sindicato Minero. Examinar, por so- meramente que lo haga, cómo era el mundo obrero, el clima social de aquellos tiempos y co- mo universitario quiero hacer un examen de có- mo la Universidad de Oviedo no era simple ex- pectador, más bien en cierto modo actor, de aquellos momentos. Toda obra, foda creación, tiene su porqué. Po- dríamos decir con palabra llana, que todo en la vida tiene su explicación. El mundo del XIX tiene en la historia de la humanidad una significación de hito. Se alcan- zan descubrimientos científicos importantísi- mos, logramos iniciar los humanos el dominio de la energía, en cuya lucha estamos, y el mun- do social logra una pronda transrmación. El dominio energético hace variar el peso del mundo del trabajo. La agricultura y por consi- guiente el trabajo agrícola, se ve dominado por la industria. El centro de la actividad laboral se va trasladando del campo a los centros urbanos y nace una nueva clase de proletariado. La mina es una secuencia entre el campo y el núcleo urbano, por el emplazamiento, pero nun- ca también la nueva dirección apuntada. El campesinado ha permanecido, en general, y sobre todo en el norte, sin una organización adecuada. En el sur, y siempre refiriéndonos a nuestra patria, el obrero del campo ha tenido una organización con unas connotaciones muy 73 direntes a la del obrero industrial o minero. A éste le caracteriza el sector laboral y la identidad de intereses. No es que no la tengan en el cam- po, pero la temporalidad de su trabajo -que es cuando más caracteriza por el número- hace muy distintos los planteamientos. Solamente una cosa los une: las necesidades son perma- nentes. La sociedad del XIX se enentaba con una experiencia nueva. El nacimiento de una nueva clase. Una clase, la obrera, que tardó en España en darse cuenta de su situación y de sus posibili- dades. España despertaba en ese siglo de muchas co- sas, en una patria que se había roto perdiendo los restos de sus colonias y rotos los sillares de un rtalecimiento en guerras atricidas, golpes de estado, cambios de gobierno, y sobe todo bajo la inmensa pesadumbre de una España in- civil, inculta, sin ilusión, gobernada por la igno- rancia y la superstición y bajo un dogmatismo aniquilador de cualquier iniciativa de progreso. Porque quiero a mi patria me duele escribir así, pero la historia no se hace con los ojos ven- dados a la realidad sino con la esperanza de que el ejemplo nos permita no incurrir en reiterati- vos errores. Yo quiero enlazar esta situación de realismo con mi Universidad. Con aquella Universidad ovetense de finales del XIX y principios del si- glo XX que e ejemplo y que e cabeza de ini- ciativas y preocupaciones por alcanzar y conse- guir un mundo mejor para todos y donde los problemas sociales tuvieron cabida real en su se- no y en su eserzo renovador. Porque en la vida de los pueblos siempre hay banderas que se agitan y manos que bordan o hacen estas banderas. Yo quiero hablaros hoy, también, de aquellos maestros del Claustro Uni- versitario ovetense que sintieron la desazón de su tiempo y la angustia del mundo social en que se encontraban. Es la visión desde la otra ladera. Una ladera que los socialistas de entonces conocieron muy bien, con la que se entendieron muy bien y en la que juntos, aunque cada uno desde su específi- co campo, hicieron lo posible porque el mundo social español, no sólo el asturiano, era radi- calmente dirente. EL MUNDO SOCIAL EN LOS FINALES DEL XIX Voy a exponer cómo era el medio económico que rodeaba al campo laboral en su vida mi- liar, en los albores del siglo XX. Y soy conscien- te de que en años anteriores era radicalmente más negativo. El prosor de Economía de la época, don Adol Alvarez Buylla, en una Facultad en la que los pocos estudiantes que estudiaban lo eran de clases acomodadas, estimaba que el alumno debía de conocer cómo vivía un obrero.

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Los Cuadernos de Asturias

EL NACIMIENTO DE

UN SINDICATO:

EL S.O.M.A.

Teodoro López-Cuesta Egocheaga

Esto es para mí un honor, y ade­más contribuye a demostrar el es­píritu de noble tolerancia que anima al Partido Obrero.

No somos unos, pero somos afi­nes. Obreros todos, amantes de los explotados, de los humildes, de los pobres, perseguimos el mismo fin, aunque no siempre por los mismos medios.

Clarín El Socialista 1.V.1899

Hace ahora setenta y cinco años Manuel Llaneza creaba el Sindicato Minero de Asturias. Lo creaba después de su expe­riencia en Francia y de haber conocido,

asimismo, las realizaciones alcanzadas en las ex­plotaciones mineras belgas.

Llaneza, a la sazón, era con Vigil, la esencia de la acción socialista en Asturias.

Y o quiero referirme al análisis de por qué se creó este Sindicato Minero. Examinar, por so­meramente que lo haga, cómo era el mundo obrero, el clima social de aquellos tiempos y co­mo universitario quiero hacer un examen de có­mo la Universidad de Oviedo no era simple ex­pectador, más bien en cierto modo actor, de aquellos momentos.

Toda obra, foda creación, tiene su porqué. Po­dríamos decir con palabra llana, que todo en la vida tiene su explicación.

El mundo del XIX tiene en la historia de la humanidad una significación de hito. Se alcan­zan descubrimientos científicos importantísi­mos, logramos iniciar los humanos el dominio de la energía, en cuya lucha estamos, y el mun­do social logra una profunda transformación.

El dominio energético hace variar el peso del mundo del trabajo. La agricultura y por consi­guiente el trabajo agrícola, se ve dominado por la industria. El centro de la actividad laboral se va trasladando del campo a los centros urbanos y nace una nueva clase de proletariado.

La mina es una secuencia entre el campo y el núcleo urbano, por el emplazamiento, pero nun­ca también la nueva dirección apuntada.

El campesinado ha permanecido, en general, y sobre todo en el norte, sin una organización adecuada. En el sur, y siempre refiriéndonos a nuestra patria, el obrero del campo ha tenido una organización con unas connotaciones muy

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diferentes a la del obrero industrial o minero. A éste le caracteriza el sector laboral y la identidad de intereses. No es que no la tengan en el cam­po, pero la temporalidad de su trabajo -que es cuando más caracteriza por el número- hace muy distintos los planteamientos. Solamente una cosa los une: las necesidades son perma­nentes.

La sociedad del XIX se enfrentaba con una experiencia nueva. El nacimiento de una nueva clase. Una clase, la obrera, que tardó en España en darse cuenta de su situación y de sus posibili­dades.

España despertaba en ese siglo de muchas co­sas, en una patria que se había roto perdiendo los restos de sus colonias y rotos los sillares de un fortalecimiento en guerras fratricidas, golpes de estado, cambios de gobierno, y sob.re todo bajo la inmensa pesadumbre de una España in­civil, inculta, sin ilusión, gobernada por la igno­rancia y la superstición y bajo un dogmatismo aniquilador de cualquier iniciativa de progreso.

Porque quiero a mi patria me duele escribir así, pero la historia no se hace con los ojos ven­dados a la realidad sino con la esperanza de que el ejemplo nos permita no incurrir en reiterati­vos errores.

Yo quiero enlazar esta situación de realismo con mi Universidad. Con aquella Universidad ovetense de finales del XIX y principios del si­glo XX que fue ejemplo y que fue cabeza de ini­ciativas y preocupaciones por alcanzar y conse­guir un mundo mejor para todos y donde los problemas sociales tuvieron cabida real en su se­no y en su esfuerzo renovador.

Porque en la vida de los pueblos siempre hay banderas que se agitan y manos que bordan o hacen estas banderas. Yo quiero hablaros hoy, también, de aquellos maestros del Claustro Uni­versitario ovetense que sintieron la desazón de su tiempo y la angustia del mundo social en que se encontraban.

Es la visión desde la otra ladera. Una ladera que los socialistas de entonces conocieron muy bien, con la que se entendieron muy bien y en la que juntos, aunque cada uno desde su específi­co campo, hicieron lo posible porque el mundo social español, no sólo el asturiano, fuera radi­calmente diferente.

EL MUNDO SOCIAL EN LOS FINALES

DEL XIX

Voy a exponer cómo era el medio económico que rodeaba al campo laboral en su vida fami­liar, en los albores del siglo XX. Y soy conscien­te de que en años anteriores era radicalmente más negativo.

El profesor de Economía de la época, don Adolfo Alvarez Buylla, en una Facultad en la que los pocos estudiantes que estudiaban lo eran de clases acomodadas, estimaba que el alumno debía de conocer cómo vivía un obrero.

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El profesor Buylla consideraba que el ejemplo se conoce mejor cuando se materializa. Hacía verdaderamente cierto el viejo dicho oriental de que una imagen vale más que mil palabras. No quería que fueran las suyas las que mostraran si­tuaciones semejantes. Quería que lo vieran, que vivieran la situación. Por ello en su seminario de Economía les pedía una información directa so­bre ello.

Este ejercicio de ejemplaridad aparece recogi­do en las páginas de los Anales de la Universi­dad ... (año I, 1901, págs. 254 y ss.).

Me váis a permitir que os reproduzca algunos párrafos de este trabajo de los alumnos. Se per­sonan en casa de un ebanista:

«Su instrucción no es siquiera profesional... Los rendimientos obtenidos -con su traba­jo- no merecen realmente el nombre de ta­les. Son tan exiguos que el obrero no puede cubrir sus necesidades. Un total de 240 pts. al año, con lo cual fácilmente se compren­derá que no puede vivir. Dice, que el mejor Gobierno el que le dé de comer.. El obrero no tiene más ropa que la que lleva puesta. Su casa con distintas alturas de techo con­siste en una sola habitación de 4 por 2 me­tros.»

Hemos expuesto el caso extremo de necesi­dad de los que recogen los trabajos del Semina­rio de Buylla. Pero los otros trabajos que se re­producen no muestran niveles de vida aceptable en modo alguno.

Y lcuál era la situación cultural en aquellas fechas? lCuál era el nivel de analfabetismo?

Resulta triste recordar cuál ha sido el trato que el maestro, la enseñanza en general, ha reci­bido en nuestro país. Recuerdo, itantas veces!, las palabras de aquel gran profesor que se llamó don Ramón Prieto Bances, cuando decía, refi­riéndose a la época del final del XIX y principios del XX, por no decir la secular historia española:

«cuando en una comedia se quería hacer brotar la risa del espectador, bastaba hacer salir a esce­na a un maestro. Andrajoso, escuálido, con hambre en los ojos y en el cuerpo» ...

Pues bien, el «maestro de escuela» causaría ri­sa, pero el espectáculo del país donde el setenta por ciento de población era analfabeta, resultaba muchísimo más triste que jocoso.

Los universitarios ovetenses sentían la pesa­dumbre de estas carencias. Sabían que su solo esfuerzo nada conseguiría, pero sentían la obli­gación de poner toda su voluntad para que la si­tuación no continuara.

Para ello arbitrarían dos cosas: la primera, es­taba dentro de su específica misión de enseñan­tes: querían fomentar la cultura en el pueblo.

La segunda, realizar una labor de protección y ayuda.

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Por último se sintieron llamados a colaborar, primero la habían promovido, una política de gobierno en el campo social.

A través de este análisis podremos comprobar cómo el nacimiento de un sindicato, como de­nunció Clarín, no era la consecuencia necesaria para defensa de unos derechos que no eran re­conocidos.

Y o quiero recordar en este momento un co­nocido pensamiento de Stamler, el gran jurista. Afirmaba que las leyes siempre son solicitadas y exigidas por los débiles. Los fuertes no precisan leyes. Si pueden, imponen siempre su ley.

La ley, la auténtica ley, es o debe ser protecto­ra de todos. El Sindicato es, realmente, un ins­trumento de presión, de fuerza, para conseguir objetivos que deben ser de paz social. Y si existe paz social será porque la Ley que la rige es justa. Una Ley que no sea justa no debe ni puede obli­gar. Obligará la fuerza, pero jamás la justicia.

Cuando los maestros ovetenses iniciaron su actividad, fundamentalmente a partir del discur­so de Apertura de Curso de los años 1898-1899. pronunciado por Altamira, el movimiento del mundo obrero asturiano era como sigue.

Previamente hemos de señalar la fecha en que se constituye el Partido Socialista en Espa­ña: es el 2 de mayo de 1879. (lSe buscó la fecha del 2 de mayo, fiesta española de la Indepen­dencia?).

En Asturias se constituye la primera agrupa­ción socialista en Gijón el día 4 de diciembre de 1891. Pocos meses después, en 1892 la de Ovie­do. Pero ya existían en Oviedo varias Sociedades obreras, constituidas en Federación, pertene­ciendo algunas de ellas a la Unión General de Trabajadores.

Inmediatamente después se constituyen las Agrupaciones Socialistas de las Cuencas Mineras.

En 1902 se celebra en Gijón el VI Congreso del Partido Socialista.

En 1904 Manuel Vigil lanza la idea de crear un nuevo Centro para las Sociedades Obreras, ya lo poseían Mieres, Sama, Arenas y Salinas. Este nuevo Centro no se inaugura hasta 1907 en la calle de la Lila, a la que luego, a propuesta de la minoría Socialista daría el Ayuntamiento de Oviedo el nombre de un ilustre universitario ovetense a quien acabamos de citar: Altamira.

Como vemos la madeja Universidad-mundo obrero, va enlazando hilos estrechos.

Pero faltaría a la verdad si afirmara que en la Universidad ovetense existían afiliaciones al Partido Socialista. Existía, sí, una vivísima sim­patía por el mundo obrero, cuyas preocupacio­nes y carencias hacían suyas en el Claustro uni­versitario. Claustro que estaba constituido por personas de las más diversas tendencias, pero que en este aspecto admitía, unánimemente, la dirección del que se llamó en el mundo univer­sitario, «Grupo de Oviedo» y «Movimiento de Oviedo». Los apelativos se deben al gran políti­co español Joaquín Costa.

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Manuel Llaneza.

Manuel Vigil.

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Aquel grupo estaba moralmente dirigido por don Leopoldo Alas, hasta su muerte en 1901, y siguió inspirándolo después de muerto. Lo inte­graban con Clarín, don Adolfo Buylla, don Adolfo Posada, Rafael Altamira y don Aniceto Sela. Se integraba totalmente en él Melquiades Alvarez, pero tenía su propio propósito político.

La independencia del «Grupo» políticamente, no excluye la coincidencia con posturas e ideo­logías políticas, por ejemplo los antecedentes en el partido republicano de Alas y Posada y la per­manente simpatía de Buylla hacia el socialismo, en el cual, que sepamos, no militó. Esta no mili­tancia no excluye el que en el año de 1909, den­tro de la Conjunción Republicano-Socialista, en la candidatura por Oviedo, figurara al lado de Pablo Iglesias el nombre de Adolfo Buylla. Nin­guno de los dos consiguió el acta de Diputado.

A la pluma de Buylla refrendada con su firma, se debe esta declaración que atribuyendo los sentimientos al recién fallecido Leopoldo Alas, constituye un testimonio de equilibrio y de sen­sibilidad, donde pone de manifiesto los amores y los temores de Clarín:

« ... cuando impresionado por el espectáculo de la lucha entablada entre el trabajo y el capital, él, que, todo inteligencia y todo co­

razón, veía por encima de las diferencias de clase, al hombre igual en esencia al hombre y por sobre los odios que engendra el inte­rés material, al amor irradiando paz y armo­nía, icon qué acentos más hondos combatía los instintos de dominación del capitalismo y los instintos de destrucción de la masa in­consciente!».

Era la difícil postura de la ponderación, de la mesura, en un pueblo que por temperamento y por idiosincrasia es, siempre, apasionado y des­mesurado. Siempre en la nota pendular de los más extremados vaivenes.

Pero qué difícil es buscar las razones, enten­der las razones y la verdad. No la de cada uno. Como diría Machado,

no tu verdad, la verdad. Vente conmigo a buscarla ...

Y perdonadme este inciso, pero es que Clarín fue declarado tibio por un extremo y revolucio­nario desde el otro. Pero la historia, que al final la escriben los que la hicieron con sus actos, y nada puede llegar a ocultarla, demuestra cómo y cuál fue la obra y la personalidad de Clarín, tan viva e importante como pensador y sociólogo como lo fue de novelista. Que lo que más im­porta en Clarín, además de su dominio del cas­tellano y de la narrativa, es la profundidad de su pensamiento.

Este pensamiento y su sensibilidad social, que tan buena tierra abonada encontró en sus más entrañables colegas, Buylla y Posada, bien a las claras queda en la declaración institucional uni­versitaria.

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Esta declaración se concreta en dos aspectos fundamentales: la educativa, la cultural y la de asistencia y protección al obrero, aparece en las páginas del primer tomo de los Anales de la Universidad, que llevan la fecha de 1901 y la de edición de 1902, suscritas por Adolfo Buylla:

«No se limita la Universidad a predicar; practica también. Entendiendo que si la acción social se ejer­cita con el consejo, mejor se efectúa con el ejemplo . ... Se propone la Universidad, siempre ansio­sa de contribuir por todos los medios a la elevación moral del pueblo, y poniéndose francamente al servicio de la causa protecto­ra de los obreros, se consagrará a su defensa ante las autoridades administrativas y judi­ciales en cuantos asuntos se rocen con las leyes de accidentes del trabajo, reguladora del de las mujeres y los niños y las demás que se promulguen ... »

Además de todo esto la Universidad de en­tonces había creado desde el año de 1898 la Ex­tensión Universitaria, de la que un día sería se­cretario Teodomiro Menéndez, y la Universidad Popular. Creó las Colonias Escolares, dirigidas fundamentalmente a niños de las cuencas mine­ras y que todavía hoy continúan su labor social.

Estas acciones no estaban precisamente ni frente ni al margen de las preocupaciones del movimiento asturiano a cuya cabeza estaba en­tonces Manuel Vigil.

Manuel Vigil enlazó inmediatamente con la Universidad y la colaboración fue entrañable y de positivo provecho. Provecho mutuo, porque al fin y al cabo eran hombres de dos mundos que se desconocían mutuamente y el desconoci­miento crea las barreras de la incomprensión y del distanciamiento.

A estos efectos yo quiero reproducir ahora parte de un artículo de Clarín en el que el gran pensador asturiano expresa lo que sintió al en­contrarse ante el auditorio obrero. Era una ex­periencia nueva para él, estaba ante un auditorio que le era totalmente desconocido. Ignorando incluso cómo habría que hablarles, y ésta es la razón de su presencia, ya que su relato se refiere a una conferencia pronunciada por Sela en el Círculo Obrero (UGT) que dirigía Vigil y en vís­peras de la que debía pronunciar él mismo.

Vamos a exponer algunos párrafos del artícu-lo de Leopoldo Alas.

«Muy honda impresión produjo en mí, días pasados, la asistencia a una lección que da­ba mi querido amigo y compañero Aniceto Sela en el Salón de sesiones del Centro Obrero Ovetense. Creo que son dos mil los socios de este círculo en que predominan los Socialistas ... Este año han pedido a la Extensión Univer­sitaria de Oviedo que sus profesores dieran

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varias conferencias a los obreros del Centro. Es clar,o que la Universidad se apresuró a cumplir tan noble deseo ... En un edificio antiguo, en un local que creo fue escuela, se me ofreció un escenario que evocó en mí, con emoción poderosa, los re­cuerdos de mi juventud republicana ... A pri­mera vista todo parecía como aquello; creía uno estar en el club (republicano) redivivo.

Y continúa Alas,

Observo que oyen a Sela con profunda atención; silenciosos; los más, así como tris­tes; por lo menos, nada risueños. En el Club había más ruido, menos respeto, menor or­den; más alegría, menos disciplina. Terminada la conferencia, estallan estrepi­tosos aplausos. Y, al salir nosotros, muchos, aun sin tratarnos, nos saludan echando ma­no al sombrero o a la gorra. Cosa nueva para mí... No sé explicarlo bien; estos socialistas parecen fieles de un nuevo culto, en el que entra por mucho la cortesía. Se ve que tie­nen una fe común, honda, que les unifor­ma, pero por libre elección de ellos; son es­clavos de una disciplina voluntaria que de­ben creer eficaz para el triunfo de sus pro­pósitos.

Y añade reflexibamente, Clarín,

Esto no lo había en el Club; aquello era algo poco firme, inorgánico. Por eso no duró la República. Si el socialismo lleva a ella ese espíritu de organización, de Iglesia, que re­cuerda vagamente lo que leemos de los pri­meros cristianos, la República vencerá de seguro ...

estos obreros de hoy han comprendido que la instrucción y la educación moral e inte­lectual son indispensables para el progreso de su clase y para reivindicar con eficacia los derechos que se les niega en el orden eco­nómico y en el orden político. Pero hay más. Como ya son hombres y ciu­dadanos, que con justicia pretenden influir en la vida pública, reconocen la necesidad de saber algo de tantas y tantas cosas como constituyen lo que se llama cultura general, que a ellos no les ha explicado nadie. A esta clase de trabajo corresponden las conferencias de nuestra Extensión Univer­sitaria ...

Hasta aquí esta extensa nota de Clarín que aun cuando no es la reproducción íntegra de su artículo, sí es lo más sustancial.

En sus palabras se pone de manifiesto una co­sa fundamental. Que no es lo mismo la inteligen­cia de un adulto, que los conocimientos que ten­ga. Y la defensa de los propios derechos y con mayor razón de los derechos de clase, es decir también de los demás se hace infinitamente con más eficacia desde la preparación adecuada, des­de el conocimiento, y desde el saber.

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Rafael Altamira, Aniceto Sela y Fermín Canella.

Clarín bien consciente era de que hay muchas clases de violencia. Y él, que temía visceralmen­te a la violencia física, sabía que había otra vio­lencia, tan reprochable como la que más, que es la violencia que nace de la pobreza y que se ma­nifiesta a través de la ignorancia.

No hay pueblos desarrollados y sub-desarro­llados económicamente, lo que hay son grados de nivel educativo y cultural que se reflejan des­pués en el campo económico.

Yo os preguntaría si conocéis algún pueblo del mundo que teniendo una magnífica ense­ñanza primaria, una enseñanza media de igual nivel y una soberbia formación profesional y universitaria, tenga, repito, un nivel bajo de de­sarrollo económico. Y no es cierto que se diga que para tener un buen nivel educativo hay que tener un elevado nivel económico. No es cierto, porque en determinadas ocasiones en la elec­ción del gusto no se atiende al bien futuro del país, sino a problemas supuestamente más im­portantes de una urgencia inmediata.

Hoy el pueblo ha despertado, afortunadamen­te, de esta especie de falacia institucional y bus­ca para cada uno de sus hijos una mejor educa­ción, una mejor formación. Pero este sentido de responsabilidad que nace en el seno de cada fa­milia no se responde con una actuación paralela del Estado.

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Y permitidme que en este momento, aun cuando altere el orden cronológico que quiero dar a mi intervención, me refiera a una de las obras que dan categoría a un hombre cuando és­tas ponen de manifiesto su visión de futuro. Si Llaneza creó tantas cosas· en las Cuencas mine­ras, consiguiendo un patrimonio increíble alcan­zado en un período de tiempo verdaderamente corto, cortísimo, la que mayor respeto merece para mí es la del Orfanato Minero. No es ya, el escoger y asistir a los huérfanos, es el proyecto de formación y enseñanza, hasta los mayores grados, que la ayuda al huérfano comporta. Esta grandiosa obra, de la que tan poco se oye hablar y que tan importante labor desarrolló y desarro­lla, es, para mí, y lo digo desde un profundísimo respeto, la que mayor homenaje público merece de todo cuanto hizo Manuel Llaneza.

No es un carácter de filantropía, es darse cuenta de que el Orfanato asume una responsa­bilidad de futuro y de clase. De la clase más no­ble, la de los sentimientos y de la corresponsabi­lidad; mejor diría, de la solidaridad. La condi­ción de las personas puede ser cambiada en el tiempo, por las circunstancias, puede evolucio­nar de la forma más impensable, pero cuando se forma debidamente la mente y el corazón de un niño, las ideas y los criterios solidarios permane­cen siempre. Y los pueblos no se llenan de con­tenido por los egoísmos de unos pocos, aunque puedan dirigir, sino por la solidaridad de mu­chos y el sentimiento de un destino y de una idea de servicio hacia los demás. Y o reitero mi sincero homenaje a la obra del Orfanato y confío en que los que allí se forman no olviden lo que deben a otros si algún día, por la formación que han recibido, alcanzan un puesto en la vida de responsabilidad.

Perdonadme este nuevo inciso, pero no he querido sustraerme ni al recuerdo ni a la oportu­nidad de hacerlo.

Hasta aquí he pretendido analizar una caren­cia del mundo obrero de los finales del XIX. Una España prácticamente analfabeta y un in­tento de culturización que llevaba a cabo una organización, la socialista, acaudillada entonces por Manuel Vigil y la colaboración entusiasta y por qué no decirlo ilusionada de la Universidad ovetense.

Pero volvamos al mundo social de entonces. Como decíamos en su momento en 1891 y 92 se fundan las agrupaciones de Gijón y Oviedo, pe­ro hasta 1901, el 27 de enero, no se constituye la Federación Socialista asturiana. En el tercer Congreso regional, 1903, interviene por primera vez, como orador, un líder que provenía de la Extensión Universitaria: Teodomiro Menéndez.

Volviendo a 1901, en «La Aurora Social», ór­gano del partido que se editaba en Gijón en el número del primero de mayo, publicaban cola­boraciones Pablo Iglesias, Manuel Vigil y junto a estos nombres que representaban los lideraz­gos de España y de Asturias del Socialismo, los

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de Leopoldo Alas, Adolfo A. Buylla, Adolfo Po­sada, Aniceto Sela y Rafael Altamira.

Cada uno desde su óptica: unos política, los otros socio-cultural. Coincidían en un punto: la elevación moral y cultural del pueblo.

Y una nota más de las relaciones Universidad­mundo obrero. Cuando Vigil es condenado por un escrito publicado en «La Aurora Social», lo defiende Buylla en la instancia provincial y Sal­merón en el Supremo. Es condenado, pero Buy­lla recibe un obsequio de la Federación socialis­ta asturiana, en una placa repujada de plata con su efigie. Recuerdo que conservó siempre con un gran cariño el ilustre catedrático.

Es ésta una muestra de que el ofrecimiento de la Universidad no era mera palabrería sino que se respondía con los hechos.

Hemos puntualizado todos estos extremos pa­ra intentar explicar, por someramente que haya sido, un poco el panorama de una evolución y en qué forma yo veía este proceso desde la en­trañable ladera de lo universitario. Sobre todo, porque cada uno tiene, en su proceso vital, las connotaciones que marcan la propia vida, y las circunstancias han hecho que yo haya llegado a la Universidad desde el mundo del trabajo, al que prematuramente me llevaron las mías y me hicieron de adolescente, cuando es la edad del estudio, un jovencísimo trabajador. Por eso, porque los dos mundos me son igualmente co­nocidos y queridos, he querido unirlos en esta historia de cómo nació un Sindicato.

En éstas, llamémoslas puntualizaciones mías, he puesto hincapié en el proceso de educación, de formación, de instrucción de los obreros, dentro de aquella situación social a la que llega­ban sin la más mínima protección legal, y lo que es más triste, sin una regulación mínima que amparase no ya sus derechos, porque no había legislación, sino sin que existiese una receptivi­dad hacia sus problemas simplemente HU­MANA.

Y de esto quiero hablaros ahora.

LA UNIVERSIDAD DE OVIEDO Y EL INSTITUTO DEL TRABAJO (1)

La perspectiva del tiempo nos permite juzgar muchas cosas con la serenidad que nunca con­cede la inmediatividad de las mismas.

Personas y actitudes sólo pueden ser mejor entendidas desde el juicio que ofrece la distan­cia temporal.

Por ejemplo, Moret es tratado duramente por Saborit y Moret fue un esforzado luchador por alcanzar una legislación laboral avanzada.

Se partía, en nuestro país, de una experiencia que no había alcanzado el éxito deseado, la lla­mada Comisión de Reformas Sociales.

Canalejas en el año de 1902, decide llevar a cabo la política social a que le obligaba el com­promiso firmado con los señores Sagasta, Vega de Armijo, Moret y Weyler.

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Canalejas piensa, inmediatamente como hombres que pueden llevar a cabo esta política social en dos hombres de la Universidad oveten­se. Los dos se llaman Adolfo y se apellidan Po­sada y Buylla.

Son llamados a Madrid, les convencen para preparar un proyecto de Instituto que se ocupa­rá de preparar proyectos de Leyes en materia Laboral, y servir de observatorio de la legisla­ción extranjera sobre el particular y seguir la marcha de la situación laboral en España.

Este impulso del partido liberal, nacía del sen­tido de responsabilidad de Canalejas que co­mentaba con Posada el hecho de que la poquísi­ma legislación laboral existente en España la ha­bían firmado siempre ministros conservadores.

Era necesario un nuevo impulso que modifi­cara sustancialmente la situación existente. Y es precisamente a este proceso al que quiero dedi­car un poco de atención.

Voy a recordar a ustedes algunos aspectos de la discusión parlamentaria sobre la creación del Instituto y de Leyes posteriores propuestas por el mismo.

Como vía de ejemplo de propósitos del Insti­tuto, señala Posada los siguientes:

- la aceptación de principios jurídicos muy ri­gurosos en la regulación del aprendizaje,

- la necesidad de establecer como obligatoriauna jornada máxima en no pocas indus­trias, v. gr. en la minería,

- la de favorecer la celebración del contratocolectivo de trabajo,

- la necesidad previa de reconocer la perso­nalidad civil de los sindicatos obreros,

- las medidas necesarias para encaminar y fa­cilitar la organización de éstos, como elmedio más eficaz, quizá el único eficaz -afirma Posada-, de plantear con medianasesperanzas de éxito, la conciliación y el ar­bitraje, o lo que es igual, de evitar, en loposible, las huelgas.

Quedan señalados, pues, los principales pun­tos a desarrollar por el Instituto y que consti­tuían los de mayor preocupación en el criterio de los profesores ovetenses con quienes Canale­jas había estudiado la estructuración del Insti­tuto.

Estimaba éste, que sus propósitos debían ser conocidos por las organizaciones obreras, ade­más de por otras fuerzas significativas en lo so­cial en nuestro país. Por esta razón Canalejas manifestó a los profesores ovetenses lo siguien­te, según relato de un testigo de excepción, uno de los actores de aquella obra, Posada:

«Hoy veré a Pablo Iglesias para pedirle que los socialistas que dirige, o mejor y más im­portante, las fuerzas obreras también que preside -la Unión General de Trabajado­res- presten su apoyo a éste mi intento.»

Así fue y Pablo Iglesias prometió el apoyo so­licitado. Largo Caballero se incorporará, en

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nombre de la Unión General de Trabajadores, al Instituto.

Al mismo tiempo los profesores Buylla y Po­sada solicitan el consejo y opinión de su Claus­tro antes de incorporarse definitivamente a esta tarea. La respuesta entusiasta hacia el «sí», la da el rector Aramburu:

«Es el reconocimiento desde arriba de la gran labor social-universitaria y extrauniver­sitaria que aquí se ha realizado: la Exten­sión Universitaria, las clases populares, las excursiones con los obreros, las interven­ciones en conflictos obreros, las colonias es­colares de vacaciones ... »

La idea estaba en marcha, la decisión de los ovetenses tomada, el propósito de Gobierno fir­me, habría de realizarse la redacción del proyec­to y pasar el escollo siempre difícil de la discu­sión en las Cámaras.

Resulta penoso hoy la lectura de esta discu­sión. La falta de generosidad y de realismo, el feroz dogmatismo llena de angustia al lector.

Ello explica la pasión de los líderes sindicales de entonces por conseguir aunar voluntades y alcanzar fines sociales.

Los tiempos eran realmente difíciles y se pue­de afirmar sin ninguna concesión al halago fácil del recuerdo, ni el menor atisbo de juicio subje­tivo que lesione la justicia y la verdad, que quie­nes asumieron en la época la misión de guías en los inicios de una política social, arrostraron no sólo incomodidades, sino peligros físicos. No buscaron con sus responsabilidades, no se pue­de hablar de «puestos», otra cosa que una idea de servicio. Como los profesores ovetenses, no servían a otros imperativos que los de buscar una paz y una indiscutible justicia social.

El radicalismo de algunas posturas lo encon­tramos más claramente expresado en las discu­siones sobre el descanso dominical.

La Iglesia establece como principio el día del Señor y el descanso que esta consagración su­pone.

España era un Estado confesional. Pues bien, ante el Proyecto de descanso do­

minical y de las fiestas de precepto religioso, nuestros políticos confesionales fueron mucho más papistas que el Papa.

En la sesión del primero de febrero de 1903 en el Senado, don Juan Soldevilla, Arzobispo de Zaragoza, en nombre de la Iglesia española y por lo tanto hablando de todos sus miembros, jerarquías de la Iglesia, Senadores, manifestaba:

«en este punto nos dan lección los pueblos protestantes, en alguno de los cuales se cumple, escrupulosamente, la Ley relativa a los domingos y demás fiestas de guardar. Por eso en nombre de todos los Obispos Se­nadores pido que el descanso sea extensivo a las fiestas de guardar ordenadas por la Iglesia».

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Bien, pues examinemos cuál era la postura de algunos políticos españoles que, por otro lado, alardeaban de su catolicidad:

D. Salvador Amos: «la Ley no se cumplirápor ser contraria a nuestras costumbres».D. Juan María Bofill: «se trata de la PROHI­

BICION de trabajar... decretándose unahuelga general forzosa y periódica para to­dos los domingos.La Iglesia, añade, debe instituir el descansodominical para los católicos que lo cumpli­rán coñ arreglo a su conciencia; pero el Es­tado no debe inmiscuirse en la prohibiciónde trabajar para obligar a acatarla.»D. Francisco Bores y Romero, se declaraenemigo <;lel intervencionismo del Estado.La obligación del descanso equivale a con­denar a un día semanal de hambre. La In­dustria no puede abonarles, tampoco, esejornal; sería para ella una carga insopor­table.El Barón de Sacro Lirio, dice «que la Leyhiere la conciencia de los no católicos».

Este Barón rompe una lanza en favor de la Li­bertad de Cultos y no catolicidad del Estado es­pañol. Insólita postura para no conceder el des­canso semanal.

Por parte de la Comisión es el señor Puigcer­ver quien pone el justo acento en la razón de la norma:

Cuando la sociedad resuelve libremente por sí un problema, el Estado no debe interve­nir (mejor diría, no precisa que intervenga). De otro lado, añade, el proyecto merece ala­banzas por secularizar la cuestión del des­canso.

Verdaderamente no existía en la sociedad consenso para resolver éste y otros problemas sociales. Por eso se hacía necesaria una Ley, co­mo se hacía necesario establecer los mecanis­mos de petición o de exigencia de éstos y otros principios básicos de Legislación social.

Las necesidades que se sentían en las clases menos favorecidas eran de tal naturaleza que podría darse la respuesta colectiva que formula­ba aquel obrero ovetense al cual requerían los alumnos de Buylla:

«Yo?, del partido que me dé de comer».

Primero, sobrevivir... después ... Pero si lo expuesto es clarificador, ya que en

un tema en que se mezcla lo confesional, con lo «no confesable», vimos cuáles eran las posturas, no nos sustraemos a relatar ante ustedes, el tes­timonio de Posada, que reproduce en sus «Frag­mentos de mis memorias», publicado en 1983 y escrito posiblemente en los años 40, lo que ya había recogido en 1902 en el libro que escribe sobre «El Instituto del Trabajo».

Estas líneas, del ilustre profesor asturiano, en­tendemos que no tienen desperdicio:

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Los Cuadernos de Asturias

Primer Consejo de Administración del Sindicato Minero Asturiano (SOMA). Tercera fila, de izquierda a derecha: Mariano Fernán­dez, Manuel Fernández, José Pa/lariego, Etelvino Hevia, Bautista Díaz y Daniel Gutiérrez. Segunda fila: Samuel Núñez, Antonio Cienfuegos, Manuel Llaneza y Manuel Villa. Primera fila: Angel Suárez, Roge!io Tuñón, Luciano Mínguez, José González, Constan­tino Fernández, Celestino López e Isidoro Cabo.

iHabía que oír -señala-, lo que se les ocu­rría a aquellos señores sobre la cuestión so­cial, el contrato de trabajo, la jornada máxi­ma y el salario mínimo, el descanso domini­cal, la jornada de ocho horas, la lucha entre el capital y el trabajo ... Buylla y yo nos sentíamos apabullados oyendo a aquel famoso personaje, Romero Robledo, que en uno de sus discursos decía:

«Por eso yo pregunto les que Sus Seño­rías creen que la propiedad está mal fun­dada y quieren establecerla sobre otras bases? lQué es, Señores Diputados, eso que se llama la cuestión social y cuya existencia niego? ... no admito una cuestión social, ni predico, para llenar el alma del ignorante, de deseos que no cabe satisfacer.

Y, continuaba el Sr. Romero Robledo

Para mí la Sociedad no se compone sólo de obreros. «lQué es la burguesía sino la

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nata, la espuma, lo más escogido de la cla­se obrera? Es necesario hablar claro. Ante las relaciones de patronos y obreros lqué facultad tiene el Estado? Ninguna, abso­lutamente ninguna ... El Estado nada tie­ne que hacer en las relaciones del trabajo.

Tan estupefactos como Buylla y Posada pode­mos quedar nosotros. Es cierto que era otra épo­ca. Pero España estaba entonces muy lejos de la legislación laboral que regía en Europa. Como existía un abismo en las condiciones y situacio­nes de cultura y educación.

A nuestro propósito, entendemos que la cita basta y no es necesario reproducir lo que en las Cámaras se dijo sobre el derecho de Huelga, Asociación obrera, etc.

El mayor impulso para la creación del Sindica­to quizás la hayan dado los que con su cerrazón hacia una evolución natural, lógica y justa, se opusieron sin otra sinrazón que la de su igno­rancia dogmática.

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Los Cuadernos de Asturias

MANUEL LLANEZA Y EL SINDICATO MINERO ASTURIANO

Llaneza conocía perfectamente la situación de la minería asturiana. Había sufrido el dolor de su forzosa emigración, primero dentro de su país, después por su estancia en Francia, desde donde pudo conocer y estudiar las experiencias francesa y belga.

La idea de Llaneza, que ya la había realizado con éxito García Quejido en Madrid con la Fe­deración Gráfica, era la de constituir un Sindica­to Minero con caja centralizada.

La lucha denodada de Llaneza por crear su

Sindicato tuvo éxito hace ahora setenta y cinco años. Fue el primer sindicato de industria que solicitó y fue admitido en la Unión General de Trabajadores.

El Sindicato se constituyó en secciones. Es­tas, ni tenían autonomía ni podían hacer recla­maciones o huelgas sino era a través del Comité ejecutivo.

Las líneas maestras de Llaneza eran simples y diáfanas: unión y disciplina.

Una condición está estrechamente vinculada a la otra y separadas es imposible una labor efi­ciente.

Hace unos meses os hablé de Llaneza. lCómohablar del Sindicato sin volver a repetirme? Por­que el Sindicato en su raíz es y será siempre Lla­neza. Es posible que los años venideros cam­bien mentalidades, evolucionen y sea difícil pensar en los tiempos de lucha, en las necesida­des, en las persecuciones, en el hambre.

Pero ha existido y ahí están. Son historia. Pe­ro la historia o son hechos o es patraña: O sea, nada.

La historia del Sindicato Minero de Llaneza es una obra jalonada de esfuerzos y de sacrifi­cios, de censuras -desde dentro, que son las que más hieren-, de traiciones, de abandonos; pero también de una línea recta, sin fisuras en su quehacer en busca de una situación mejor pa­ra la clase minera.

Quizás el mismo Llaneza en una entrevista que le hizo Camín en el año 30, en la revista «Norte», entrevista realizada poco antes de mo­rir, dé la respuesta exacta de su obsesión.

Le preguntaba Camín: «l Y la política?»

La respuesta de Llaneza es contundente: «Nada de política. "EL CARBON".»

Pero esta respuesta era toda una lección polí­tica. Porque el Carbón tenía unos objetivos, una ordenación y constituía todo un programa:

de trabajo, de dirección técnica, de discipli­na laboral, de seguridad en el trabajo, de po­licía minera, de previsión futura ...

Era la respuesta que en su estudio de la IN­DUSTRIA HULLERA ESPAÑOLA dejaba Lla­neza. No puedo repetir las cosas que os dije en el acto de homenaje a Manuel Llaneza.

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Queden mis palabras de entonces como una letanía reiterada.

Pero sí quiero indicar las facetas que más me interesan destacar en este acto, referidas al Sin­dicato y a Manuel Llaneza.

La acción sindical asturiana de Llaneza pode­mos estructurarla en varias parcelas temporales, que señalan todas sus vicisitudes.

La primera etapa es de formación en Llaneza. Experiencias personales en Asturias y en otros lugares de España, a donde su circunstancia le obligó a desterrarse. Destierro que luego conti­núa en Francia.

Acumula saber y experiencia. Toda la que es necesario para su propósito de constituir un Sin­dicato Minero.

La primera etapa del Sindicato es una lucha sorda, a veces violenta y con la fuerza de las dos partes, la que le dan sus respectivas posiciones: la obrera con todas las desventajas de que toda huelga, con aquellos salarios, dejaba a los mine­ros sin defensa económica alguna. No existían cajas de resistencia que permitieran defender posturas sin desmayos. Llaneza tuvo, por eso, la obsesión inicial de conseguir estos medios, in­dispensables en una lucha Sindical.

Hay que darse cuenta que el proyecto de Lla­neza cambiaba un panorama laboral que había logrado el difícil encaje que va desde la fuerza de la Empresa a la necesidad del trabajador, que carece de organización, para peticiones formales de clase. La solidaridad, en determinados mo­mentos claves, no son nunca movimientos orga­nizados.

Llaneza decía, que la lucha en los años 11 y 12 fue feroz en la minería asturiana. Resulta admi­rable cómo logró de los mineros una unión y una fe en su persona que le permitió seguir ese proceso de organización necesaria.

De esta lucha nace un resultado tremenda­mente positivo, ya era el año 13:

- reconocimiento por los patronos del Sindi­cato como interlocutor válido,

- creación de una comisión mixta de arbitra­je. Con ella, afirma Llaneza, terminó la eta­pa de las luchas violentas.

Había superado el gravísimo enfrentamiento con el Grupo del Marqués de Comillas donde la situación adquirió caracteres trágicos. Pero, una vez superado el conflicto, con la intervención de Marbá, jefe de sección del tan repetido Instituto del Trabajo -que dio la razón a los mineros-,. no volvió a existir problemas con la Española.

Lo que llamaríamos breve, pero dolorosa eta­pa, es la que se produce no sólo en el seno del Sindicato, sino en el partido con relación con la tercera Internacional.

Llaneza, en su postura personal, que el Sindi­cato en su ejecutiva hacía suya, había decidido permanecer en la línea de don Fernando de los Ríos, Besteiro (ambos catedráticos de la Univer­sidad Central -hoy mal llamada Complutense-)

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y Pablo Iglesias. De Asturias postularon por in­corporarse a la III Internacional Acevedo y Lá­zaro García.

La postura de Llaneza comenzó a provocar un movimiento de escisión. Coincidía este momen­to con la situación de crisis en el sector. Se ha­bía terminado la época de las vacas gordas, don­de todo lo que tenía color negro se vendió como carbón, lo que provocó una pérdida de credibili­dad en la minería asturiana. Contra ello contra este fraude, luchó infructuosamente Llaneza.

En la discusión sobre la adopción de posturas contra las propuestas y propósitos patronales la decisión del Comité fue derrotada. Llaneza' se sintió obligado a dimitir. La operación planeada contra Llaneza dio su fruto. Se nombró de in­mediato un nuevo comité. Manuel Díaz era el nuevo presidente. La corriente de la III Interna­cional triunfaba. Y a no dirigía el Sindicato el Partido Socialista Obrero Español dominaba el Partido Comunista. '

Pero los acuerdos del Congreso no eran eje­cutivos hasta que eran refrendados por las Sec­ciones. Y, en éstas, el triunfo de Llaneza fue to­tal, absoluto.

Pero su pobre corazón de luchador sufrió tan grave impacto que dejó huella.

Me recordaba al leer la vida y la obra de Lla­neza, en tantas cosas sueltas en tantos relatos dispersos, lo que Baraja señala del reloj de Gas­tizar, que decía de las horas.

«Todas hieren, la última mata». Así pasó con los golpes que recibió el corazón

de Llaneza: unos, los que menos duelen de sus enemigos, y ante los que se crecía otr�s -los que má_s duelen- de los que uno c�ee que son sus amigos.

Bien supo Llaneza de envidias, de zancadillas, de codazos, de calumnias, de heridas que no se rest�ñan jamás. Tuvo que morir para que se le glonficara, porque con la muerte cesan las envi­dias, las zancadillas, los codazos ... porque el ár­bol que se corta ya no da sombra.

De forma inmediata se inicia otra etapa dura tremenda. La Crisis minera se hace más ingus� tiosa, el Sindicato tiene que velar por mantener �l -�áximo el nivel de salarios y de empleo. Semiciaba un nuevo, largo, doloroso conflicto. Eraen noviembre del 21. Un mes lleno de agitación. Parece que va a resolverse el 17 de diciembrepero el Sindicato no acata órdenes unilateral� men�e fStablecidas por la patronal, y' el conflictocontmua. La Huelga estalla unánime en las Em­presas involucradas. Al margen Hullera Españo­l�, del grupo Comillas, y la Mina Campanal, re­gida por un grupo cooperativo minero. El 27 de ·enero se resuelve momentáneamente el conflic­to, que se reaviva en abril, terminaría con unLaudo del ministro de Trabajo el 3 de agosto de 1922.

Voy dando toda esta cronología para que se tome conciencia del enorme esfuerzo que supu­so la lucha sindical.

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En aquellos tiempos publicaba Llaneza su plan de nacionalización del sector en un estu­dio honrado y serio, del que no se' sintió solida­rio el rector Alas, hijo de Clarín.

LLANEZA Y LA DICTADURA

Y entramos en nueva etapa. Difícil porque lcómo compaginar un Directorio Militar que es� tablece una dictadura y el ofrecimiento de la car­tera de Trabajo a un líder de la UGT y miembro del Partido Socialista? Cartera que Llaneza no acepta.

Resulta verdaderamente extraña la situación. Llaneza es un hombre ya con larga experiencia con mil heridas de mil batallas y que tiene clar� de que cualquier oportunidad es buena si quiere conseguir objetivos.

En esta etapa logra Llaneza los mejores del Sindicato.

Y hagamos un breve comentario sobre la pos­tura sindical y del partido en aquel momento. Resulta asombroso que los que podían conside­rarse como más radicales en la lucha sindical como son Francisco Largo Caballero y Manuel Llaneza, dialoguen con el Dictador. Y que los que siempre tuvieron una postura en el partido de mayor moderación, como Teodomiro Me­néndez e Indalecio Prieto, se opusieran radical­mente. La razón es sencilla. El mundo obrero había sufrido a partir del 18 todas las secuelas que se derivan de una crisis que surge después de un período de excepcional prosperidad. Pros­peridad que vivió también el mundo obrero pe­ro que VIVIO al día sin capacidad de preve�irse del futuro.

Y la crisis general del país genera una situa­ción de crispación, de tensión, que da paso al golpe de Estado de Primo de Rivera. . Existieron c<?n_tactos y existieron compensa­

c!ones a las petlc10nes obreras. Se mejoran sala­nos, se fortalece la caja del Sindicato y se mate­rializan muchas obras programadas por Llaneza. Y todo ello sin una sola claudicación ni una so­la concesión que supusiera «entreg�».

Todo ello no s� vio, en absoluto, libre, de nuevo, de las mamobras contra el líder asturia­no. Logró sin embargo que las Comisiones eje­cutivas del partido y de la UGT se percataran de la real motivación del «contacto», y dieron am­bas, su consentimiento, aunque con una «�oda» que resulta un tanto insidiosa,

«acuerdan que Llaneza continúe circunscri­biendo su intervención con el Directorio Militar a las cuestiones mineras de orden inaplazable.

Saborit, que constituye un juicio nada sospe-choso, afirma:

«no se olvide que (Llaneza) era presidente de la Federación Nacional de Mineros y con esa representación estuvo en esa población (Almadén) para hacer un informe que en-

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tregó al Directorio Militar concretando los abusos e inmoralidades que había obser­vado. La justicia obliga a reconocer que Primo de Rivera atendió la mayor parte de las recla­maciones formuladas por nuestro correli­gionario. lEra eso colaborar con la Dictadura? Eso era defender los intereses y la salud de la clase trabajadora. Llaneza no se deshonró con esas gestiones, de las que no obtuvo be­neficio personal».

Creemos que el testimonio y la rotundidad del mismo ponen bien a las clases la limpieza de su conducta.

De la independencia que tenía el Sindicato son buena muestra los conflictos del 24 y del 27, forzados por la insistencia patronal de bajar los salarios.

Asimismo Llaneza no acepta el puesto que el general le ofrecía en la Asamblea Nacional en la que había reservado seis al Partido Socialista. La decisión se adopta por unanimidad en el Con­greso extraordinario de la UGT convocado al efecto, por no ser los puestos de elección. Cons­tituye la ratificación por el pleno de la propuesta de la Ponencia en la que figuraban Llaneza, González Peña y Belarmino Tomás.

El final del General coincide prácticamente con la muerte de Llaneza. El 24 de enero fallece en Mieres. El día 28 caía el General Primo de Rivera. Era el año 1930.

No verían sus ojos ni la terminación del Pala­cio del Pueblo de Mieres, ni vería culminada la obra en que puso más cariño, el Orfanato Mine­ro, para el que había conseguido una tasa espe­cial de 0,25 cts. por tonelada de carbón extraída.

Unos días antes de su muerte le había hecho la entrevista Alfonso Camín para su revista, a la que ya hicimos mención: El notable poeta astur lo presenta así:

Belfo de mulato. Ancho rostro de barro co­cido. Unos ojos grises de galería minera co­mo apresando la luz entre la humareda del pensamiento. Cuerpo de pilastra asturiana. Garras de cepa de roble... Suma total: un alma sencilla, buenaza y ruda en un cuerpazo de hombre de montaña ...

Comienza así la entrevista: -lCuántos años tienes?-Cincuenta.Cincuenta años en un «cuerpazo de hombre

de montaña» y corazón deshecho por la lucha. Cincuenta años, de «garras de cepa de roble»,

para dejar a los suyos, a los mineros, una heren­cia y un nombre.

Un patrimonio, que en 1929 se evaluaba, en bienes conseguidos por su tenacidad y esfuerzo, en más de tres millones de pesetas, y en un Or­fanato que no vería realizado. Y un nombre para la leyenda y para el ejemplo.

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Que cierta y oportuna es la cita que Saborit hace en una página que dedica a nuestro Llane­za, cita que toma de José Cadalso:

«Ninguna fama póstuma es apreciable sino la que deja un hombre de bien». «La mejor fortaleza, la más segura, la única invencible, es la que consiste en los corazo­nes de los hombres, no en lo alto de los mu­ros ni en lo profundo de los pozos».

Exacto. Así es. Como así era Llaneza: un hombre para la Leyenda y un corazón que fue fortaleza ehasta romperse luchando por y para los demás.

(1) En 1902 Buylla y Posada fueron llamados por donJosé Canalejas, ministro de Agricultura en la fecha, con el fin de que colaboraran con él en el proyecto de un Instituto del Trabajo, puesto que las realizaciones de la Comisión de Reformas Sociales, creada el 5 de diciembre de 1883 por el entonces ministro de Gobernación señor Moret, apenas si había realizado labor positiva.

El 11 de abril de dicho 1902 se presentó a las Cortes un proyecto de Ley de creación del Instituto del Trabajo, en cuya redacción habían trabajado intensamente los profeso­res asturianos. Pasó, con vicisitudes y modificaciones, con aprobación la prueba del Congreso, pero quedó pendiente de votación definitiva en el Senado.

El 23 de abril de 1903, se crea un Instituto de Reformas Sociales. Apartándose del criterio de Canalejas de hacerlo por Ley, esta creación se realiza por Real Decreto aprobán­dose por igual medio legislativo el Reglamento con fecha 15 de agosto.

En el preámbulo se dice que está inspirado en el Instituto del Trabajo.

Por lo que supuso de esfuerzo de los profesores Posada y Buylla, he querido nominar este capítulo con el nombre de INSTITUTO DEL TRABAJO, ya que sustancialmente así fue, pero el nombre resulta más entrañable para el recuerdo y la historia: su fidelidad queda salvada con esta Nota.

Las referencias concretas a realizaciones del Instituto, de­ben entenderse al que se llamó de Reformas Sociales.

No así las discusiones parlamentarias que lo fueron, claro está del de Trabajo, ya que al crearse por Decreto Ley el de Reformas no hubo lugar a tales discusiones.