Los Bárquidas y La Península Ibérica

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  • Los Brquidas y la conquista de la PennsulaIbrica

    Carlos O. WAGNERUniversidad Complutense de Madrid

    SUMMARY

    Barkid conquest of Ancient Spain is related focusing the political, social andecononiic background as well as the contemporaneous carthaginian interest incolonisation, explotation of economic and human resources, administrative con-trol and political manipulation, with special stress in monetary and territorialimplantation polities.

    En el ao 237 a C. Amlcar Barca desembarcaba en Gadir para aco-meter la conquista de los territorios peninsulares que haban perteneci-do a la esfera de la hegemona mediterrnea cartaginesa, la epicratejaoccidental pnica, definida en el tratado con Roma del 348 a C. Lasexplicaciones en tomo a este hecho han sido diversas. Algunas, comola basada en la pretensin de una reconquista de los dominios de Car-tago en la Pennsula que se habran perdido en un momento incierto dela Primera Guarra Punica, han sido refutadas (Barcel, 1988) y gozanhoy de escasa aceptacin. Otras, de gran tradicin historiogrfica aun-que escasamente contrastables, han suscitado recientemente un nuevointers, como es el caso del pretendido revanchismo Brquida frente aRoma (Corzo Snchez, 1976: 215; Lancel, 1997: 44; Gmez de CasoZuriaga, 1996: 363 ss). La conquista de la Pennsula por Cartago, enuna modificacin radical del tipo de relaciones que haban prevalecidohasta entonces, no se justifica tampoco como un intento de compensarla prdida de Sicilia y Cerdea (Blzquez, 1991: 27), ni por la necesi-dad de hacer frente a la cuantiosa indemnizacin de guerra impuesta

    Gerin, n. 17. 1999, Servicio de Publicaciones, Universidad Complutense. Madrid.

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    por Roma con la paz del 241 a.C. La explotacin del territorio africanosometido a los cartagineses hubiera bastado para ambos propsitos,como revela la existencia de una faccin poltica cartaginesa, lideradapor Hann el Grande, de la que dan cumplida cuenta nuestras fuentes,partidaria de desentenderse de las empresas mediterrneas a cambio deuna consolidacin y extensin de los dominios de Cartago en el N. deAfrica.

    El periodo que se inicia con el desembarco de Amlcar en Gadir yque concluye con la expulsin de los cartagieses de la Pennsula por losromanos en el 206 aL. es rico en acontecimientos, que no siempre pode-mos reconstruir con detalle, por lo que, como veremos, subsisten nume-rosas incgnitas que dan lugar a la controversia. Entre los autores anti-guos que nos han preservado el relato de los hechos, tan slo Polibioparece haber accedido de forma directa a fuentes pnicas o filopnicas,que no se han conservado. Los autores posteriores, como Tito Livio,Apiano o Silio Itlico, dependen fundamentalmente de la analstica(Fabio Pictor, Celio Antipater), profundamente antipnica, o unos deotros. Se puede observar, por lo dems, de que forma ha ido evolucio-nando la posicin de los historiadores romanos, desde una admiracininicial hacia Amllcar, que comparten Fabio Pictor, Polibio o Catn conDiodoro de Sicilia, hasta un retrato profundamente hostil como el traza-do por Apiano (Hans, 1991). La confiaza que, en principio, merecera elrelato de Tito Livio, se ve perjudicada por los innumerables errrores dedetalle, algunos de los cuales han sido puestos en evidencia por loshallazgos arqueolgicos, como ocurre con el asedio de Sagunto (RomeoMarugn y Garay Toboso, 1995: 269 ss). Las investigaciones arqueol-gicas, lingilisticas y, particularmente, las numismticas, nos ofrecendatos complementarios que no siempre son fciles de interpretar. Hayque tener presente que precisamente en aquellos momentos se estabaltimando el proceso histrico de formacin de algunos grupos polticospeninsulares y que la conquista cartaginesa primero y la guerra con losromanos despus incidi en ello notoriamente. La confusin entre cier-tos etnnimos que en ocasiones muestran los textos puede responder adistintos momentos en dicho proceso de formacin. No menos signifi-cativa es la presencia de una poblacin fenicia anterior, as como gruposde autcnos en menor o mayor medida sometidos a su influecia cultural,lo que en ocasiones aade una dificultad extra a la hora de determinar stal o cual rasgo pertenece a los pnicos y africanos parcialmente acultu-rados llegados con los Brquidas o si se corresponde al sustrato fenicio-pnico precedente.

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    CAUSAS DE LA CONQUISTA BRQUIDA

    El fin de la Primera Guerra Pnica haba supuesto para los cartagine-ses la prdida de Sicilia con el tratado impuesto por Roma en el 241 a.C.Poco despus se producira la de Cerdea, consecuencia en parte de lasdificultades provocadas por la Guerra de los Mercenarios. El propio Poli-bio (III, 15, lO) considera que la anexin de Cerdea por Roma, bajo laamenaza de una nueva guerra que los cartagineses en modo alguno pod-an aceptar, careca de cualquier tipo de justificacin y en ella encuentraun motivo ms de ese afn de revancha que, segn la historiografa roma-na y muchos investigadores modernos, habra de impulsar las empresasde Amlcar primero y Anbal ms tarde.

    Tales prdidas suponan el desmantelamiento de la estructura quedurante siglos haba sostenido la hegemona martima cartaginesa en elMediterrneo, por medio de tratados billaterales de apariencia paritariapero que en la prctica permitan a los cartagineses imponer sus intereses(Whittaker, 1978, Wagner, 1989 Lpez Castro, 1991, 1992). Una hege-mona que no slo implicaba fines polticos, sino que garatizaba el abas-tecimiento de toda una serie de recursos, vitales para su economa, entrelos que los metales destacaban por su especial importancia. Renunciar alacceso a estos recursos siguiendo las consideraciones de aquellos que,como Hann en Cartago, proponan la creacin de un imperio exclusiva-mente africano y definitivamente alejado de Roma, equivala en la prc-tica a entrar antes o despus en dependencia de los comerciantes itlicosque ya haban comenzado a sustituir a los pnicos en el Mediterrneo.Era la prdida de la independencia econmica. Y la dependencia econ-mica a menudo conleva la poltica.

    AMLCAR

    Amlcar desembarcaba en Gadir en el 237 aC. para restablecer conmedios militares el control cartagins sobre los metales y otros recursosde la Pennsula Ibrica. Le acompaaban su hijo Anbal y su yernoAsdrbal. La eleccin de Gadir, adems de ser un buen puerto aliado parael desembarco de las tropas, y de servir de base de penetracin hacia elvalle del Guadalquivir y las regiones mineras de Sierra Morena, muestraclaramente la inexistencia de otros asentamientos cartagineses en laPennsula, por ms que se halla querido atribuir este carcter a Baria(Villaricos) o Sex (Almuecar).

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    No conocemos en detalle la actividad de Amilcar durante los nueveaos siguientes, aunque nuestras fuentes, Diodoro, Polibio, Nepote, Jus-tino y Apiano, permiten trazar un esbozo de la misma. En una primeraetapa Amlcar situ bajo su dominio a los pueblos de la costa, beros ytartesio-turdetanos, y algunos, de raigambre celta, ubicados ms hacia elinterior. Si nos ceimos a la parca informacin de que disponemos, laresistencia parece haber sido menor en las zonas costeras, en contactodesde muy antiguo con los fenicios y pnicos, que entre los pueblos quehabitaban algunos territorios interiores, donde una coalicin dirigida pordos jefes locales se enfrent a l. Algunos investigadores han supuestoque se trataba de tropas mercenarias al servicio de los rgulos turdetanos,reduciendo as el alcance de la penetracin de Amlcar, pero del texto deDiodoro (XXV, 10, 2) parece inferirse claramente que estos pueblosluchaban por su cuenta. La resistencia de la coaliQn liderada primeropor Istolacio y luego por un tal Indortes parece, por consiguiente, tenerrelacin con el inters de Amlcar por controlar las zonas mineras de Sie-rra Morena, habitadas algunas de ellas por gentes clticas. Se trata de laBeturia cltica (Plinio, N.H., III, 13), regin situada en trminos genera-les entre el Guadalquivir y el Guadiana (Garca Iglesias, 1971) y que nosobrepasara hacia el Este el trazado de la posterior va romana que unaEmrita con Itlica, y que hay que distinguir de la Beturia trdula, situa-da ms al sur y habitada por los trdulos, poblacin de raigambre turde-tana con mezclas e influencias culturales pnicas (Garcia Bellido, 1993:129 ss; Bendala, 1994: 62 Ss). Otros investigadores sugieren la posibili-dad de que se tratase de jefes oretanos, pueblo en el que ven ciertos com-ponentes indoeuropeos (Garcia-Gelabert y Blzquez, 1996: 17) y queotros autores (Ruiz y Molinos, 1993: 248 ss) identifican con gentes pro-cedentes de la Meseta meridional que inrrumpen en el valle del Guadal-quivir para controlar los ricos ncleos mineros de Cstulo. Se ha seala-do tambin (Prez Vilatela, 1991: 222) que la aristocracia de Cstulo eraen parte de origen celtbero y que este pueblo posea plazas en la reginoretana. Esta hiptesis, si bien se adeca al inters de Amlcar por con-trolar las minas de la alta Andaluca, las ms famosas de las cuales eranlas de la zona de Cstulo, descansa sobre una base muy frgil, ya que laOretania se nos muestra como un territorio tpicamente ibrico coninfluencia cltica (Lpez Domech, 1996) y no al contrario.

    Istolacio fue derrotado y parece que muri en la batalla, tras la cualAmlcar incorpor a su ejrcito los tres mil prisioneros que habanhecho los cartagineses. Poco despus Indortes no tuvo mejor suerte. Susnumerosos guerreros, las fuentes hablan con evidente exageracin de

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    ciencuenta mil, fueron derrotados antes incluso de entrar en combate ymuchos de ellos aniquilados en la huida por las tropas de Amilcar. El pro-pio Indortes fue objeto de un cruel castigo, normalmente reservado a losdesertores. Le arrancaron los ojos, fue sometido a tortura y finalmentecrucificado.

    Amilcar dispuso muy pronto del control de la extraccin de metal enlas principales zonas mineras de Andalucia, como revela el hecho de que,apenas iniciada la conquista, Gadir, que hasta entonces no haba emitidosino monedas de bronce, estuviera en condiciones, junto con otras cecascartaginesas, de acuar moneda de plata de extraordinaria calidad (Alfa-ro Asins, 1989, 139 ss). Esta poltica monetaria, seguida por Asdrbal yAnbal, pretenda sin duda alguna evitar que se repitieran situacionescomo la que, tras el final de la Primera Guerra Pnica, haba imposibili-tado el pago de las tropas, que finalmente se sublevaron llevando a Car-tago al borde del desastre. Una moneda fuerte y no devaluda era la mejorgaranta de la fidelidad de los contingentes de mercenarios que luchabanjunto a los pnicos y un factor, por tanto, que propiciaba la estabilidadmilitar interna.

    El estallido de una revuelta de los nmidas, parcialmente sometidospor los cartagineses en el Norte de frica, distrajo momentaneamentealgunos de los efectivos que operaban en la Pennsula, ya que Amlcarhubo de enviar a su yerno Asdrbal con una parte de las tropas para sofo-carla (Diodoro, XXV, 10, 3).

    Sometidos los africanos, la atencin de Amlcar se centr en la altaAndaluca, el S.E. y Levante, donde finalmente, y segn una opiningeneralizada, fund Akra Leuke, la que sera desde entonces su base deoperaciones, en las proximidades de Alicante. No obstante, algunos inves-tigadores (Sumner, 1967: 210 ss, Chic Garca, 1977-8: 235, Garca-Gela-bert y Blzquez, 1996: 18) consideran, basndose en una cita de Tito Livio(XXIV, 41, 3), as como en la riqueza minera de la alta Andaluca y en losacontecimientos que rodearon la muerte de Amlcar, de los que trataremosen breve, que el emplazamiento de la ciudad fundada por aquel debaencontrarse en las proximidades de Cstulo. Desde Akra Leuke empren-di Amlcar la segunda etapa de su poltica de conquista con el objetivode apoderarse de las ricas zonas argentferas de Cartagena y Cstulo, y delas minas de hierro y cobre del litoral de Murcia, Mlaga y Almera.

    En el 231 a.C. una embajada romana habra visitado al Brquida en laPennsula, segn una noticia de Din Casio (XII, frg. 48), que otras fuen-tes ms cercanas a los hechos, como Diodoro, Polibio o Tito Livio, nomencionan, lo que ha provocado cierta divergencia sobre su auntenticidad

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    entre los historiadores (Errington, 1970: 33; Sumner, 1972: 474 ss; ChicGarca, 1977-8: 236; Blzquez, 1991: 33 Lancel, 1997: 52, cfr: Scardigli,1991: 258 ss). Amlcar habra recibido a los legados cortsmente, asegu-rndoles que tan slo combata ante la necesidad de obtener los mediosque permitieran a Cartago satisfacer su deuda de guerra con Roma, res-puesta a la que al parecer los romanos no pusieron objeciones.

    En el invierno del 229-228 a.C. Amlcar mora en circunstancias quepermanecen oscuras en nuestras fuentes. Diodoro (XXV, 10, 3-4) sostieneque mientras luchaba en el cerco de Helike fue atacado por sorpresa porOrisn, jefe de un pueblo que acudi en ayuda de los sitiados. En la reti-rada, el Brquida perecera al intentar vadear un ro. Tito Livio (XXIV, 41,3), porsu parte, menciona que Amlcar muri en Akra Leuke, que l deno-mina castrum Albwn, mientras que Apiano (Iber, 5) sostiene que perecien combate. Tal disparidad ha dado ocasin al debate, pues si por unaparte pudiera parecer que la Helike sitiada por los pnicos no era otra queElche, entre sta y Alicante no existe ningn ro de importancia, como elque menciona Diodoro. Aqu adquiere mayor sentido lahiptesis ya sea-lada sobre la ubicacin de Akra Leuke en el interior en vez de en la costa.Segn esto, la capital de Amlcar, que otros investigadores haban situadoen el Tosal de Manises, yacimiento ibrico que muestra claros signos deinfluencia pnica, se encontrara, como se dijo, cerca de Cstulo y no enAlicante o en sus proximidades. Adems, esto explicara mejor la inter-vencin de Orisn al frente de su pueblo al que se ha identificado con losoretanos, aunque no existe ninguna seguridad al respecto.

    ASDRBALTras la muerte de Amlcar, Asdrbal fue proclamado por las tropas

    comandante en jefe segn una costumbre en boga en los ejrcitos helens-ticos de la poca. El gobierno de Cartago, en el que era ascendente lainfluencia de la Asamblea del Pueblo, ratific el nombramiento (Polibio,II, 1, 9). Tras recibir refuerzos de frica se dedic a la pacificacin com-pleta de la Oretania, tal vez para vengar la muerte de Amlcar o por la sim-ple necesidad de ejercer un control efectivo sobre las riqueza mineras dela regin y los caminos que conducan a la costa. O por ambas cosas.Muchas poblaciones fueron sometidas y sus ciudades reducidas a la cate-gora de tributarias. Luego emprendi una poltica de acercamiento a lapoblaciones autctonas, desposndose con un princesa indgena, lo que legranje la amistad de las aristocracias locales, llegando a ser aclamado

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    como jefe supremo de los beros. En palabras de Polibio (II, 36, 2) ejerciel mando con cordura e inteligencia, mientras que Tito Livio (XXI, 2) des-taca su preferencia por los mtodos diplomticos frente a los militares.

    Obtenido de esta forma el control de amplios territorios en el surpeninsular, Asdrbal fund, en las cercanas del Cabo de Palos, un ciu-dad para convertirla en centro poltico, econmico y estratgico, a la quedenomin Qart Hadast, dndola por tanto el mismo nombre que a lametrpolis, siendo conocida por los romanos como Cartago Nova. Lacapital de Asdrbal, ubicada en uno de los mejores abrigos de la costameridional, cumpla adems la funcin de controlar ms de cerca laexplotacin de las minas argentferas de la regin circundante, contabacon un excelente puerto y dispona en sus proximidades de explotacionesde sal y de campos de esparto, muy tiles para el mantenimiento de laflota. La ciudad, que albergaba el palacio construido por Asdrbal, llega contar con cuarenta mil habitantes y se convirti en un arsenal y un cen-tro manufacturero de primera magnitud. He aqu la descripcin que nosproporciona Polibio (X, lO, 6): El casco de la ciudad es cncavo; en suparte meridional presenta un acceso ms plano desde el mar. Unas coli-nas ocupan el terreno restante, dos de ellas muy montuosas y escarpadas,y tres no tan elevadas, pero abruptas y difciles de escalar. La colina msalta est al Este de la ciudad y se precipita en el mar; en su cima se levan-ta un templo a Asclepio. Hay otra colina frente a sta, de disposicinsimilar, en la cual se edificaron magnficos palacios reales, construidos,segn se dice, por Asdrbal, quien aspiraba a un poder monrquico. Lasotras elevaciones del terreno, simplemente unos altozanos, rodean laparte septenrional de la ciudad. De estos tres, el orientado hacia el Estese llama el de Hefesto, el que viene a continuacin el de Altes, persona-je que, al parecer, obtuvo honores divinos por haber descubierto unasminas de plata; el tercero de los altozanos lleva el nombre de Cronos. Seha abierto un cauce artificial entre el estanque y las aguas ms prximas,para facilitar el trabajo a los que se ocupan en cosas de la mar. Por enci-ma de este canal que corta el brazo de tierra que separa el lago y el marse ha tendido un puente para que carros y acmilas puedan pasar por aqu,desde el interior de la regin, los suministros necesarios.. .Inicialmente elpermetro de la ciudad media no ms de veinte estadios, aunque s muybien que no faltan quienes han hablado de cuarenta, pero no es verdad.Lo afirmamos no de odas, sino porque lo hemos examinado personal-mente y con atencin; hoy es an ms reducido.

    Desconocida a nivel arqueolgico hasta hace bien poco, de unos aosa esta parte las exavaciones impulsadas por el Museo Arqueolgico

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    Municipal estn proporcionando interesantes hallazgos (Rodero Riaza,1985; cfr: Lpez Castro, 1993: 78 ss), como por ejemplo el de un tramo dela muralla pnica. Por lo que respecta al importante ncleo de construc-ciones pnicas puesto al descubierto, nos encontramos con una doble lneade muralla, con una separacin de casi 6 metros entre ambos lienzos, onen-tados en direccin norte-sur. El primer lienzo que constituye la cara exter-na de la muralla conserva una longitud de 15 metros, mientras que lasegunda lnea tienen una longitud de 30 metros. En ambos casos el tipo deobra empleado en la construccin responde al gran aparejo cuadrangular,opus quadratum, realizado con bloques de arenisca de dimensiones com-prendidas entre 130-120 cm de largo por 60 cm de anchura, conservandoen algunos puntos del lienzo exterior hasta cinco hiadas de bloques con unaaltura de casi 3,20 metros. El espacio comprendido entre los dos lienzos seencuentra dividido por una serie de muros perpendiculares, levantados conun aparejo mixto de bloques y piedras, en una serie de estancias de plantacuadrada, algunas de las cuales se comunican entre si o bien tienen accesopor distintos puntos desde la cara posterior de la muralla; su funcionalidadestada posiblemente en conjuncin con el carcter estrictameente defensi-vo de la costruccin, cobijando grupos de tropa en su interior, necesariospara su defensa, lo que recuerda el sistema defensivo empleado, por ejem-po, en Cartago (Martn Camino y Belmonte Marn, 1993: 162-3). En elllamado Cerro del Molinete, una de las cinco colinas que rodeaban la ciu-dad cartaginesa y romana, se han encontrado restos arquitectnicos unmuro de piedras bien trabadas y dos muros escuadrados de grandes sillaresde arenisca, con un alzado que se conserva en casi dos metros, asociados aun pavimento de encanchado de piedra donde se vislumbra una cisternasubterrnea relacionables con un posible santuario pnico. Una excava-cin de urgencia ha documentado, as mismo, una serie de habitaciones deun edificio relacionado con actividades pesqueras que fue destruido en elasalto a la ciudad por Escipin en el 209 a.C. El 60% de la cermica halla-da es cartaginesa, destacandoen las importaciones las procedentes de Ibizaen primer trmino, as como los llamados kalathos ibricos, muy frecuen-tes en lo contextos fenicios tardos occidentales, y las procedentes de Italia(Lpez Castro, 1995: 78 ss). Respecto a estas ltimas, son muy frecuentes,antes an de la conquista emprendida por los Brquidas en la Pennsula, lasimitaciones cartaginesas que copian formas ticas y se difunden por el sur,desde Sevilla, Mlaga y Almera, y principalmente en Cartago Nova yMurcia, hasta Ampurias, pasando por Alicante y Valencia. Estas cermicas,eleboradas en talleres norteafricanos y principalmente en la propia Carta-go, fueron exportadas en cantidades significativas coincidiendo en gran

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    parte con el periodo de la conquista Brquida. De esta forma los cartagine-ses, que antes de la Guerra de Sicilia redistribuan en su comercio por elMediterrneo occidental las cermicas itlicas de barniz negro del taller delas pequeas estampillas, introdujeron ahora sus propias producciones debarniz negro en muchos centros peninsulares (Blzquez, 1991: 29; LpezCastro, 1995: 78).

    En el 226 a.C. Asdrbal recibi en Cartago Nova una embajada roma-na que se iteresaba por los progresos de los cartagineses en la Pennsula(Polibio, II, 13, 7), El motivo de tal visita a dado lugar una vez ms a lacontroversia (cfr: Scardigli, 1991: 259). Para algunos investigadores setratara de la preocupacin de Massalia, aliada de Roma, ante los avancesde los cartagineses. Otros opinan, en cambio, que ante el peligro inmi-nente de una invasin de los galos, los romanos deseaban garantizarse laneutralidad de los pnicos. Sea como fuere, el resultado de las nego-ciaciones fue un tratado (Polibio, III, 27, 9) en el que cartagineses yromanos se comprometan a no atravesar en armas el Ebro (Tsirkin, 1991;Scardigli, 1991: 245 Ss) que de esta manera se converta en el limite delos territorios sometidos a Cartago en la Pennsula.

    Cinco aos ms tarde Asdrbal era asesinado en circunstancias oscu-ras en sus propios aposentos (Diodoro. XXV, 12, Polibio, II, 36, 1). Anteshaba puesto en pie la organizacin administrativa de sus dominios yhaba sistematizado la explotacin de los abundantes recursos de que dis-pona, a lo que nos referiremos ms adelante.

    ANBAL, LA CUESTIN DE SAGUNTO Y LOS COMIENZOSDE LA SEGUNDA GUERRA PNICA

    Muerto Asdrbal, Anbal fue elegido general por las tropas con laaquiescencia de Cartago (Polibio, III, 13, 4). Inici de inmediato una senede campaas destinadas a extender el dominio cartagins en la Penisula,al que el Tratado del Ebro haba dado legitimidad frente a Roma. Comba-ti contra los olcades, pueblo situado en la regin comprendida entre elTajo y el Guadiana, y al que otros investigadores situan en las proximida-des de Alcoy, y luego contra los vacceos, de cuya capital Helmntica seapoder, as como de otra localidad que Polibio (III, 13, 5-6) denominaArbcala. De regreso de esta ltima expedicin derrot junto al Tajo a unacoalicin integrada por olcades, carpetanos y fugitivos del sitio de Hel-mntica, victoria con la que consolidaba la dominacin cartaginesa sobrelos pueblos de la Meseta hasta la Sierra del Guadarrama.

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    El inters de Anbal en estas campaas parece responder al objetivode controlar la vieja ruta tartsica que comunicaba el S.0 con el N.O dela Pennsula, rico este ltimo en oro y estao, aunque tambin se ha sea-lado la necesidad de garantizarse el acceso al potencial agrcola del Valledel Duero, a fin de asegurar el suministro de sus tropas ante una prevIsi-ble guerra contra Roma (Domnguez Monedero, 1986), as como laobtencin de recursos econmicos, en forma de botn y tributos de laspoblaciones sometidas, y humanos, como esclavos para las minas y sol-dados con que aumentar su ejrcito. No obstante, estas consideracionespasan por alto que tales recursos eran sin duda ya obtenidos en los terri-torios pacificados desde la poca de Asdrbal, por lo que las campaasde Anbal, que no parecan pretender la conquista sistemtica de la Mese-ta, se explicaran mejor desde otra perspectiva. Una alternativa radica enla sospecha de que el Brquida, tras el parntesis de su antecesor, habareemprendido los preparativos de una guerra de revancha contra Roma.Otra, que se ajusta mejor a los hechos tal y como los conocemos, propo-ne que se trataba de garantizar la tranquilidad en la periferia de los domi-nios cartagineses, sometidos, como ocurrira ms tarde, a las frecuentesincursiones de pueblos de la Meseta.

    Por la informacin que nos proporcionan nuestras fuentes (Polibio,III, 15 cfr: Jacob, 1989) sabemos que mientras tanto Sagunto, una ciudaddel litoral edetano situada a unos 150 km al sur del Ebro, haba llegado aestablecer relaciones con Roma, a raz de un enfrentamiento entre sushabitantes, divididos en una faccin antipnica y otra procartaginesa, porlo cual solicitaron el arbitrio de Roma, dado que no haba estado impli-cada hasta entonces en la Pennsula. Parece que tales acontecimientosfueron algo anteriores a la proclamacin de Anbal por las tropas. Estemismo, en sus campaas del 220 a.C. haba tenido cuidado de no provo-car a los saguntinos (Polibio, III, 14, 9-10). Hacia esa misma fecha, losde Sagunto, quiz confiando en su amistad con Roma, as como en la cau-tela mostrada por Anbal haca ellos, haban comenzado a hostigar a unpueblo vecino, aliado de los cartagineses. La identidad de tal pueblo noresulta clara, toda vez que las fuentes lo nombran unas veces como tur-boletas y otras como turdetanos. Ante tal disparidad la opinin de losinvestigadores se encuentra dividida, si bien parece, en efecto, que TitoLivio (XXI, 6,1; 12, 5; XXIV, 42, 9-11; XXVIII, 39, 1-12) comete unerror, intencionado o no, al mencionar a los turdetanos como enemigosde siempre de Sagunto. De acuerdo con la argumentacin ms convin-cente (Uroz, 1984) los turboletas, que habitaban una nica ciudad, pare-cen corresponder a una poblacin de raigambre celtbera, procedente tal

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    vez de la regin de Teruel, desde donde se habran extendido hacia lacosta mediterrnea.

    Otros investigadores (Chic Garca, 1977-8: 237 ss) consideran aSagunto como un emporio griego en estrecha relacin con la ciudad ib-rica de Arse, de acuerdo con el modelo propuesto para Emporionflndike,que ha sido no obstante seriamente cuestionado (Pena, 1985). El enfrenta-miento entre los saguntinos, que habra propiciado finalmente el arbitriode Roma, habra sido en realidad un conflicto entre la poblacin ibrica ylos habitantes del emporio griego. As se entendera mejor la supuesta iiar-ticipacin de Massalia, instando aRoma, primero para que estableciera unlmite a los progresos de los cartagineses en la Pennsula, cuyo resultadohabra sido el tratado del Ebro del 226 a.C., y luego para que exigiese alos pnicos que respetaran Sagunto. No obstante, esta hiptesis, aunquesugestiva, tiene escaso respaldo arqueolgico. El material epigrfico deprocedencia griega, por poner un ejemplo, es sumamente escaso, lo que noes bice para que las murrallas de la ciudad presenten algunos rasgos yelementos constructivos, como las poternas, tpicamente griegos (Roui-llard, 1979: 14). Es posible, con todo, la existencia de un grupo reducidode poblacin colonial griega en la ciudad edetana.

    Por lo que sabemos una embajada romana visit a Anbal en CartagoNova exigindole no atacar Sagunto (Polibio, m, 14, 4-8). El Brquidareproch a los legados la mala fe de la actuacin romana que poco anteshaba utilizado el conflicto que opona a los saguntinos para eliniiar aalgunos ciudadanos notables amigos de los cartagineses, al tiempo que lesrecordaba que Sagunto haba aprovechado su amistad con Roma para mal-tratar a pueblos aliados de los cartagineses. Algunos investigadores (ChicGarca, 1977-8: 240) consideran que al haber querido los habitantes de laibrica Arse entrar en el crculo de alianzas de los cartagineses, los deSagunto, tal vez con la ayuda de Roma, se haban apoderado de la ciudady dado muerte a sus dirigentes. Lo que para muchos otros no es sino unadivisin en el seno de la ibrica Sagunto, que algunos (Gonzalbes Cravio-to, 1983: 13) interpretan como una sublevacin popular que cont con laayuda de los residentes griegos contra la oligarqua procartaginesa que ensu opinin gobernaba la ciudad. Lo cierto es que los datos que nos pro-porciona la investigacin arqueolgica ni confirman ni desmienten estaversin de los acontecimientos. As, por ejemplo, la evidencia numism-tica, vincula a Arse/Sagunto tanto con el comercio massaliota (ArameguiGasc, 1994: 35 ss) como con el pnico (Wagner, 1984: 190).

    Tras el fracaso de su gestin ante Anbal la embajada romana se diri-gi a Cartago donde no obtuvo mejores resultados. Ese mismo ao del

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    219 a.C. Anbal emprenda el sitio de Sagunto, que tras ocho meses decerco cay en manos de los pnicos (Polibio, III, 17), ante la total inacti-vidad de Roma, comprometida en una intervencin militar en Illyria. Enlos primeros meses del 218 a.C. una nueva embajada romana planteabaante el gobierno de Cartago sus reclamaciones (Polibio, III, 20 y 21).Entre otras cosas queran saber si Anbal haba actuado por iniciativa pro-pia o respondiendo a los mandatos de la metrpolis, ya que en caso de nohaber sido as exigan que les fuera entregado para castigarle. Los carta-gineses eludieron las responsabilidades de su general, argumentando queSagunto no figuraba entre los aliados de Roma en el tratado del 241 a.C.,nico que reconocan, ya que el de 226 a.C. haba sido realizado conAsdrbal y no con el pueblo de Cartago, de la misma manera que Romase haba negado a aceptar el tratado de Ctulo que pona fin a la Guerrade Sicilia, alegando que no haba sido ratificado por el pueblo y el Sena-do romano, y haba apovechado para endurecer sus condiciones. El resul-tado fue el estallido de un nuevo conflicto, la Segunda Guerra Pnica oGuerra de Anbal que habra de ocasionar la expulsin de los cartagine-ses de la Pennsula.

    LA CUESTIN DE LAS RESPONSABILIDADES

    Entre las diversas incertidumbres que rodean el comienzo de la gue-rra nuestras fuente parecen estar de acuerdo en un punto, el papel jugadopor Sagunto en el desencadenamiento del conflicto. La historiografaromana posterior ha pretendido justificar el comportamiento romano, queprimero abandon a su suerte a los saguntinos, para, una vez tomada laciudad por Anbal, declarar la guerra a Cartago, encubrindolo con unultimatum inaceptable para el gobierno cartagins, argumentando que eltratado del Ebro haca una excepcin de Sagunto, lo que Polibio no men-ciona en momento alguno, o incluso llegando a afirmar que la ciudad seencontraba situada al norte del Ebro (Apiano, Iber 7), lo que ha dado piea algunos investigadores (Carcopino, 1953; Picard, 1966; Sumner, 1967:224 ss; Gauthier, 1968; Boch Gimpera, 1970; Jacob, 1988) a imaginar, ensu afn por comprender el punto de vista romano, que el Ebro del trata-do del 226 a.C. no seria el Ebro actual, sino a gn otro ro, como el Jucar,de la regin de Levante. Esta hiptesis, que argumenta la existencia devarios rios homnimos, minimiza los testimonios de la mayor parte denuestras fuentes, que posteriormente llegarn a afirmar que el tratadohacia una excepcin de Sagunto (Tito Livio, XXI, 2, 7, Zonaras, VIII, 21,

  • Los Brquidas y la conquista de la Pennsula Ibrica 275

    4), y goza en la actualidad de escasa aceptacin (cfr: Scardigli, 1991: 278ss). Si Sagunto se encontraba realmente al norte de un ro llamado Iberque, lgicamente no era el mismo que el Ebro actual y el tratado del226 a.C. prohiba a los cartagineses cruzarlo en armas como es posibleque la reaccin romana no se produjera hasta la cada de la ciudad enmanos de Anbal?

    Parece ms prudente considerar, como han sugierido otros investiga-dores (Astin, 1967: 593; Errington, 1970: 41; Eckstein, 1984: 52, cfr:Wagner, 1986; Scardigli, 1991: 74), el carcter informal de las relacionesque vinculaban a Sagunto con Roma, en base a los siguientes argumen-tos: el relato de Polibio (III, 30, 1) no contiene ninguna referencia direc-ta a la existencia de unfoedus. Aceptando la existencia de ste es impo-sible explicar la pasividad de Roma durante el asedio de la ciudad porAnbal. Las relaciones entre ambas partes, tal y como las expresa Polibio,en trminos de una fides no resultan nica y exclusivamente de un actode deditio. An admitiendo la existencia de una clara voluntad por partede Sagunto de establecer una alianza formal con Roma, lo que supone elconocimiento previo de las prcticas de la diplomacia romana, no presu-pone el paso siguiente en el proceso, establecer por parte de Roma suaceptacin respecto a los dedicuicii. El Senado romano haba, por otraparte, rehusado en varias ocasiones atender las demandas de los sagunti-nos, antes de decidirse finalmente por enviar una embajada para que seentrevistara con Anbal en Cartago Nova. Segn parece desprenderse deotro pasaje de Polibio (III, 20, 3) confirmado por fuentes posteriores(Dion Casio, frg. 55, 1-9; 57, 12; Zonaras, VIII, 22, 1-4) la llegada aRoma de la noticia de la cada de Sagunto provoc un debate en el Sena-do, lo que sugiere que exista divisn de opiniones acerca de las obliga-ciones respecto a Sagunto (y muesta una vez ms la imposibilidad de questa se encontrara al norte del rio Iber de tratado del 226 a.C.). Otra posi-bilidad, en modo alguno descartable a la luz de los hechos, consiste enque Roma hubiera sacrificado a Sagunto a propsito, para tener un hechoconsumado que no permitiera marcha atrs, convencida de que slo unconflicto blico acabara con el poder de Cartago (Roldn, 1987, 233 Ss;Lpez Gregoris, 1996: 227), lo que supone la existencia en la Republicade un fuerte grupo poltico partidario del enfrentamiento armado con lospnicos.

    Si se quiere entender el verdadero alcance de la actuacin romana conrespecto a Sagunto y la posterior declaracin de guerra a Cartago, es pre-ciso rechazar las consideraciones de muchos investigadores que sostienenque el estallido de la guerra se inscribe en una poltica fundamentalmente

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    defensiva practicada por Roma. Tal argumentacin, que en realidad persi-gue liberar a los romanos total o parcialmente de sus reponsabilidades enel estallido de la contienda, se vincula muy estrechamente con el debateacerca del imperialismo romano de finales de la Repblica (Harris, 1989),en el que una parte mantiene la idea de la amenaza potencial que Cartagosignificaba para Roma. Esta ltima cuestin enlaza, a su vez, con el cono-cido tema de la Ira de los Brquidas (Errington, 1970: 26 Ss; Sumner,1972: 470 Ss; Eckstein, 1984: 55), punto central de la argumentacin dePolibio y la posterior historiografa romana, que ve en el supuesto afn derevancha de Amilcar y Anbal la causa ms segura de la guerra, y de todosaquellos investigadores que interpretan la conquista Hrquida de la Penn-sula como la preparacin por parte cartaginesa de un nuevo conflicto con-tra Roma. No obstante, la poltica Brquida no se tom beligerantementeantirromana hasta Anbal (cfr: Blzquez, 1961: 22), y an as ste tuvocuidado de no provocar los recelos de Roma respetando a Sagunto en susprimeras campanas.

    Otras explicaciones que pretenden justificar la posicin romana en eldesencadenamiento del conflicto no son ms convincentes. As aquellaque pretende que la guerra se inici por una concatenacin de malenten-didos sin que por ninguna de las dos partes existiera un inters concretoen el inicio de las hostilidades (Astin, 1967, 59; Errington, 1970). 0aquella otra que sostiene que el acontecimiento que precipit la declara-cin de guerra por parte romana fue el paso del Ebro por Anbal en lapri-mavera del 218 a.C. (Hoffmann, 1951). En el fondo subyace la idea deque entre la llegada a Roma de la noticia de la cada de Sagunto y la par-tida de la embajada portadora del ltimatum ante el gobierno de Cartagohaba transcurrido un laspso de tiempo considerable. No obstante, elmismo Polibio (III, 34, 7) afirma que Anbal tuvo noticias del resultadode la embajada romana ante el gobierno de Cartago en sus cuarteles deCartago Nova, antes de ponerse en marcha al frente de sus tropas en laprimavera del 218 a.C. Como ha sido observado (Astin, 1967: 579 Ss;Harris, 1989: 200) no hay impedimento serio para aceptar una estechaconexin entre los dos acontecimientos, por lo que los argumentos cro-nolgicos no pueden ser utilizados para plantear dudas ante la conexincausal que sostinenen nuestras fuentes entre la cada de Sagunto y ladeclaracin de guerra por parte de Roma. Por otro lado, si realmente,como se pretende, la declaracin de guerra no fue realizada hasta mayodel 218 a.C., cuando ya Anbal haba atravesado en Ebro con sus tropas,con lo que todaresponsabilidad moral y jurdica en el estallido del con-flito era exclusivamente suya como es que los escritores filoromanos no

  • Los Brquidas y la conquistade la Pennsula Ibrica 277

    lo aprovecharon a favor de su punto de vista? (Beltran, 1984: 115 ss). Esadmitido comunmente que la embajada romana no parti hacia Cartagoantes de la segunda mitad de marzo del 218 a.C., razn por la que figu-raban los dos hombres cuyo consulado conclua ese mismo mes, perotambien se admite generalmente que Anbal no se puso en marcha desdeCartago Nova hasta finales de abril o comienzos de mayo (Beltran, 1984:155, cfr: Wagner, 1984: 192; Scardigli, 1991: 280), fecha que es retrasa-da por los clculos cronolgicos de Proctor (1974:) hasta mediados dejunio. El mismo Polibio (III, 40, 2) afirma que en el momento de cruzarel Ebro la delegacin romana enviada a Cartago con el ltimatum habaya regresado (Scardigli, 1991: 281).

    La existencia de una poderosa faccin de lanobilitas romana con inte-reses muy concretos en la expansin en ultramar (Cassola, 1968 y 1983;Lancel, 1997: 15 ss y 71) tiene ms consistencia que todos los argumen-tos esgrimidos para liberar a Roma del peso de sus responsabilidades. Elperiodo comprendido entre la Primera y la Segunda Guerra Pnica estuvodominado polticamente por la faccin dirigida por los Fabios, partidariosde ampliar el dominio territorial, lo que se manifest en la conquista de laGalia Transpadana y en el desentendimiento de cualquier aventura marti-ma, apoyados por la plebe rural y los votos de los pequeos agricultores,y por hombres como Claudio Marcelo, vencedor de los galos en Clasti-dium, y Cayo Flaminio, impulsor de una poltica de expansin agrariasimilar a la propugnada por los Fabios. Frente a esta poltica agraria decorte tradicional se alzaba otra faccin de la nobilitas comprometida enuna expansin mediterrnea con al apoyo de los negotiatores itlicos yromanos. Estos nobles, a los que las actividades comerciales haban que-dado vedadas por la Ley Claudia, posean intereses concretos en lasempresas de los negoriatores y publicani, muchos de los cuales eran amI-gos, clientes o libertos suyos, y no slo en el mbito romano sino tambinen el etrusco, griego e itlico. Los xitos obtenidos en el 229 a C. con oca-sin de la Segunda Guerra Illirica, completados en el 22 1-220 y en el 219a.C., al mismo tiempo que Sagunto quedaba abandonada a su suerte fren-te al asedio cartagins, marcan los principales pasos de una expansinhacia el Este, cuyas motivaciones econmicas hay que buscarlas en losintereses de este sector de la nobilitas vinculado directamente con lascolonias griegas de las costas balcnicas y con los comerciantes griegos eitlicos que frecuentaban el Adrtico (Polibio, II, 8, 2-3 y 23, 34, DinCasio, frag. 49, 2, Appiano, 1!., 24, cfr: Cassola, 1968: 230 ss).

    El poder de los Fabios haba sido amanazado por una nueva ascensinde los Comelios y los Emilios, poderosas familias al frente de una faccin

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    que se apoyaba en una amplia clientela comercial. Despus de varios aosde eclipse estas familias logaron desempear algunos consulados. Enemi-gos de los Fabios, los Comelios Escipiones se mostraron a partir de enton-ces como los principales dirigentes de la faccin quepropugnaba una pol-tica de expansin mediterrnea. Pero su mbito de intereses era sobre todooccidental y, as, se haba producido la anexin de Cerdea y Crcega enel 237 aL. durante el consulado de L. Cornelio Escipin. No deja de sersignificativo observar que los cnsules del ao 227 a.C. fueron P. ValerioFlaco y M. Atilio Regulo, siendo elegidos al ao siguiente M. ValerioMessala y L. Apustio Fulo. En el 225 a.C. la eleccin recaa sobre C. Ati-lio Regulo y L. Emilio Papo. La vinculacin de los Atilios con el Reguloque durante la Primera Guerra Pnica haba realizado el desembarco en elN. de Africa, y uno de los representantes del expansionismo ultramarinoromano, es evidente. Por lo dems, seguro que resultar interesente saberque Valerio Flaco habra de llevar en el 219 a.C. ante Anbal la exigenciade respetar Saguto, que Valerio Messala era hijo del conquistador de Mes-sina, incidente que haba desencadenado la anterior contienda, y queApustio Fulo, uno de los cnsules del 226 a.C., fecha en que se firma eltratado del Ebro con Asdrbal, era cliente de los Escipiones (Picard, 1967:97; Cassola, 1968: 384 ss).

    La existencia de esta faccin poltica en Roma, y la coincidencia desus xitos en los comicios con los acontecimientos de una poltica exteriorde clara intervencion frente a Cartago, deja poca base a las argumentacio-nes que intentan sostener que antes del ataque de Anbal a Sagunto Romano haba mostrado ningn inters por las asuntos de la Pennsula Ibrica,habindose limitado a firmar el tratado del Ebro con Asdrbal a instanciasde su aliada Massalia (Errington, 1970: 39 ss), punto este ltimo del que,por otra parte, no existe constancia alguna en las fuentes. El estableci-miento de relaciones con Sagunto se puede fechar con bastante probabili-dad en un momento cercano o inmediatamente anterior a la firma del tra-tado del Ebro (Sumner, 1972: 476; Wagner, 1984: 190 ss), como se infierede un pasaje de Polibio (III, 20, 2) en el que se afirma que los saguntinoshaban preferido el arbitrio de Roma ya que hasta entonces no haba esta-do involucrada en la Pennsula. Coincidira entonces con el auge en Romade los partidarios de la expansin mediterrnea an a costa de un nuevoconflicto con los cartagineses. Tambin se ha propuesto (Errington, 1970:42ss; Scardigli, 1991: 275) una fecha en tomo al 224/223 a.C., argumen-tando que de existir la alianza entre Sagunto y Roma, Polibio hubiera rea-lizado alguna alusin al hablar del tratado del Ebro, lo que por otra parteno habra sido necesario de aceptarse el carcter informal de las relaciones.

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    Incluso se ha sealado por un pasaje de Polibio (III, 14, 9-10) que las rela-ciones entre Roma y Sagunto se remontaran a la poca de Amlcar (Ecks-tein, 1984: 52 ss) y que el inters de Roma por la Pennsula se remontaramucho ms atrs, hasta el tratado del 348 a.C. en que Cartago prohiba alos romanos y sus aliados traspasar con fines comerciales, coloniales omilitares el limite establecido en Mastia de Tartessos (Blzquez, 1967:213; Eckstein, 1984: 61 ss). Como explicar, en cualquier caso, la pasivi-dad ante el asedio de la ciudad ibrica emprendido por Anbal?

    Parece evidente que despus de la embajada que exigi sin xito aAnbal que respetara Sagunto, el Senado romano debera haber concebi-do la posibilidad de que se produjera un ataque cartagins contra la ciu-dad edetana. An admitiendo como probable que la noticia del ataquehubiera llegado a Roma cuando los cnsules haban partido ya en cam-paa contra Demetrio de Pharos (Sumner, 1966: 5 ss; Astin, 1967: 581 y595 ss) sta apenas dur unas semanas. A finales del verano del 219 a. C,cuando an prosegua el cerco de Sagunto, uno de los cnsules regresa-ba en triunfo a Roma, sin que por ello se prestara atencin a la situacinde laciudad sitiada por los cartagineses. Se puede pensar tambin que lossenadores romanos, conscientes de la posibilidad de la guerra tras elretomo de la embajada que se haba entrevistado con Anbal, decidieransolucionar primero la cuestin de Illyria, pensando como afirma Polibio(III, 16, 5) que el ataque a Sagunto no sera tan inminente. Pero an as,cuando ste se produjo la pasividad romana sigui su curso. Como hasido observado (Badian, 1964) no fueron las puras consideraciones mili-tares las que motivaron la intervencin romana en Illyria, sino que habaun trasfondo de intereses econmicos de mayor alcance, lo que sita bajointerrogantes la ya citada afirmacin de Polibio de que esta guerra habasido decidida por el Senado romano como una precaucin a tomar ante elinevitable conflicto con Cartago, que se entrevea largo y duro. Si talesconsideraciones estaban en la mente de los senadores en Roma, se com-prende an menos su pasividad durante el asedio de Sagunto. A no serque las relaciones fueran, efectivamente, de carcter informal o que bus-caran un pretexto para poder declarar la guerra. O ambas cosas.

    LA ORGANIZACIN DE LOS TERRITORIOS Y POBLACIONESCONQUISTADAS

    Aunque las fuentes no proporcionan mucha informacin al respecto,no sera aventurado considerar, al menos como hiptesis, la existencia de

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    un sistema administrativo impuesto por los Brquidas en la Pennsula que,por lgica y experiencia histrica, no debi diferir mucho del utilizado porlos cartagineses en sus dominios africanos y sardos, bien distinto de laep-crateia siciliota. Elementos constitutivos de tal sistema seran los siguien-tes. En primer lugar, una distincin clara entre los sbditos y los aliadosde los cartagineses que entraa as mismo una diferencia de trato de lastierras anexionadas por derecho de conquista de aquellas otras que per-manecieron en manos de los aliados, autctonos o fenicios peninsulares,de los cartagineses. Al igual que en frica (Garca Moreno, 1978) debe-mos suponer que una parte pasaran a ser consideradas directamente comopropiedad de los pnicos y sus recursos explotados por mano de obraexcava o servil, o mediante el establecimiento de colonos africanos quede esta forma reciban tierras a cambio de sus obligaciones militares. Otraparte sera explotada, bien en regimen de monopolio, como sucedi conlas minas y las salinas, por medio de esclavos, o bien cedidas en usufruc-to a sus antiguos propietarios, caso de las tierras agrcolas, que permane-ceran en ellas como personas libres pero poltica y econmicamentedependientes del gobierno Brquida y obligadas a satisfacer un pago porlo obtenido de sus cosechas.

    Las tierras de los aliados estaran exentas de tales contribuciones, sibin es probable que stos debieran contribuir con hombres y otros mediosa las necesidades de la administracin poltica y militar Brquida. Entrelos aliados cabra tambin distinguir por su posicin un tanto especial,aquellos que, como las ciudades fenicias en a Pennsula gozaban de nota-ble autonoma, documentada para el caso de Gadir, o determinadas pobla-ciones, que como Cstulo y Astapa (Tito Livio, XXIV, 41, XXVIII, 22,Apiano, Iber 33) se distinguieron siempre por su amistad hacia los carta-gineses, de aquellos de carcter ms circustancial, como los ilergetes.

    Desconocemos en su totalidad el regimen jurdico imperante, si bienalgunos datos de las fuentes literarias y de las monedas permiten una cier-ta aproximacin al problema. Por un pasaje de Diodoro (XX, 55,4) sabe-mos que en el Norte de frica, los libiofenicios compartan lazos de epi-gamia con los cartagineses, lo cual slo se puede dar entre comunidadesque se reconocen jurdicamente iguales. Estos libiofenicios no parecenhaber sido otros que los fenicios establecidos en Libia (Domnguez Mone-dero, 1984), por lo que es lcito sospechar que las ciudades fenicias penin-sulares, como Gadir, Malaka o Abdera hayan podido gozar de prerrogati-vas similares. En cualquier caso la autonoma de todas ellas parecedesprenderse con claridad del propio relato de los acontecimientos, al tiem-po que las monedas muestran diferencias significativas, que no slo ataen

  • Los Brquidas y la conquista de la Pennsula Ibrica 281

    a la iconografa de sus representaciones sino tambin a su metrologa, entrelas emisiones de estas cecas y las de los Brquidas.

    Un segundo elemento constitutivo del sistema de gobierno y admi-nistracin cartagineses en la Pennsula, obra en gran parte de Asdrbal,parece haber sido un sistema poltico de pactos y alianzas, sancionado enocasiones por medio de matrimonios como los de Asdrbal y Anbal conhijas de algunos importantes jefes locales. Se aprovechaba as con graneficacia la existencia de una arraigada tradicin entre los autctonos(Dopico Cainzos, 1994) por la cual un grupo de personas, normamenteguerreros, se vinculaba por medio de un juramento religioso a un lider alque seguan incondicionalmente (devotio), o establecan pactos de reci-procidad que comprometan a individuos e incluso a colectividades(fides), lo que salvaguardaba las formas locales de autogobierno y aleja-ba el peligro de reacciones violentas, propias de quienes se sentan mssbditos que aliados. Segn nuestras fuentes, Asdrbal estableci lazosde hospitalidad con los jefes autctonos y con los pueblos que gan a sualianza por medio de la amistad de sus dirigentes, y convoc en CartagoNova una asamblea de todos estos jefes en la que fue elegido por acla-macin jefe supremo de los iberos (Diodoro, XXV, 12; Polibio, X, 10,9).A partir de entonces esta asamblea debi funcionar con cierta regularidadcomo un organismo representativo y de gestin en los territorios someti-dos a la administracin colonial pnica. De esta forma se constituy unaestructura de carcter federativo, una liga, bien atestiguada en las prece-dentes prcticas polticas cartaginesas en el Mediterrneo y en el N. defrica, en la que las diversas comunidades socio-polticas que la integra-ban pasaron a insertarse en una unidad poltica de rango superior, sin per-der por ello su originalidad y su autonoma local, y que, dada la hege-mona pnica, evolucion haca una confederacin en la que, en laprctica, los cartagineses contaban con los medios necesarios para impo-nerse a sus, en teora, aliados. Uno de estos medios, pudo haber sido faci-litado por la frecuente costumbre de recibir a destacados miembros de laselites sociales auttonas en Cartago Nova, en calidad de huespedes de loscartagineses, rehenes en la prctica que deban dar cuenta de la fidelidadde sus familiares y amigos.

    Las ciudades fenicias de la Pennsula parecen haber gozado de un simi-lar estatuto de aliados y hay datos fidedignos sobre su independencia pol-rica y administrativa. Nuestras fuentes mencionan a los sufetes de Gadir ya otros magistrados a los que denominan cuestor y pretor respetiva-mente (Tito Livio, XXVIII, 30, 4 y 37, 2), encargados probablemente de lasfinanzas y del mando militar. A tal respecto los datos proporcionados por

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    las monedas neopnicas, aunque no siempre fciles de interpretar, parecenapuntar en esta misma direccin, pues sugieren la existencia de cuestores,censores, ediles y otros magistrados en lo que resulta sin duda una trans-cripin latina de las realidades administrativas pnicas anteriores (GarcaBellido, 1993: 120 ss).

    El tercer elemento constitutivo del sistema implantado por los Br-quidas en la Pennsula fue la colonizacin, instrumento necesario para lacreacin de bases slidas que sirvieran de apoyo a su actuacin, tanto enel terreno militar como en el poltico. Esta colonizacin operaba de dosmaneras. Una mediante la creacin de ciudades, poltica inagurada ya porel propio Amlcar con la fundacin de Akra Leuke. La fundacin de Car-tago Nova por Asdrbal se inscribe en esta mima lnea y resulta suma-mente significativa. Este general cartagins fund al parecer otro asenta-miento, segn Diodoro (XXV, 12) del que no se conoce su nombre ni suubicacin. El mismo Anbal convirti Sagunto, una vez conquistada, encolonia cartaginesa, lo que nos muestra que estas fundaciones podan rea-lizarse ex novo o sobre un asentamiento preexistente, como pudo haberocurrido con Barcino, convertida en fortaleza pnica por Anbal o sulugarteniente Hann en el 218 a.C. (Giunta, 1988), o con Mahn en lasBaleares, posiblemente fundada como campamento militar en el curso dela Segunda Guerra Pnica (Guerrero Ayuso, 1997: 262 ss). Otras vecesse procedi al traslado de africanos a la Pennsula, mientras que contin-gentes de iberos eran enviados al Norte de Africa, a fin de reforzar lafidelidad y eficacia militar de estas tropas, desvinculadas as de sus luga-res de origen (Polibio, III, 33, 7; Tito Livio, XXI, 22). Carteia, en pala-bras de Mela (II, 96), estaba habitada por fenicios trasladados de Africa,y no es imposible pensar en una refundacin cartaginesa de la ciudad eneste periodo (Wulff Alonso, 1996: 341 y 243 ss).

    No sabemos hasta que punto estos traslados incidieron en las pobla-ciones de libiofenicios y blastofenicios del sur peninsular (Garcia-Gela-bert y Blzquez, 1996: 7 Ss) y a las que algunos investigadores han consi-derado colonos agrcolas de Cartago de una etapa precedente (LpezCastro, 1992), cuya presencia creen reconocer en pequeos asentamientosde caracter rural, como Ciavieja (Almera) o Cerro Naranja (Cdiz) (Carri-lero Milln y Lpez Castro, 1994: 2264 ss). Pero parece oportuno desvin-cularlos de los libiofenicios mencionados en fuentes anteriores a la con-quista iniciada por Amilcar (Herodoro, frg. 2) o que se refieren a periodosprecedentes (Ps. Scymnos 196-98; Avieno,Or mart. 115, 310 y 421). Setrata ahora de contingentes militares instalados por los Brquidas. La pol-tica de instalacin de estas tropas, con un componente lbico-bereber y

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    ms concretamente nmida acusado (Dominguez Monedero, 1995: 236),buscaba proporcionarles una forma de subsistencia en los periodos en quese hallaran desmovilizados, por lo que podran haber sido convertidos encolonos militares a los que se asignaba una tierra, fruto de la conquista, acambio de sus servicios cuando les fueran requeridos. RecientementeLpez Castro (1995, 76) ha vuelto a llamar la atencin sobre un texto deTito Livio (XXI, 45, 5) en el que Anbal promete tierra exenta de cargasen frica y en la Pennsula Ibrica a los soldados de su ejrcito en Italiaen una arenga antes de la batalla de Ticino.

    Esta colonizacin parece haber sido responsable de la aparicin opotenciacin de un determinado nmero de ncleos de carcer urbanoque acabaron emitiendo moneda con leyendas en el alfabeto que conven-cionalmente denominamos libiofenicio, aunque blastofenicio (Apia-no, Iber, 56) parece una denominacin ms correcta. Estos blastofeni-cios, distintos por consiguiente de los libiofenicios, que no son sinofenicios procedentes del Norte de Africa, eran gentes africanas reclutadaspor los cartagineses y parcialmente punicizados que se asentaron en terri-torio bstulo, que algunos investigadores sitan en la regin bastetana, lacosta mediterrnea andaluza, siguiendo a Estrabn (III, 1, 7; III, 4,1) queidentifca bstulos con bastetanos, mientras que otros lo ubican en laregin situada en tomo al Estrecho de Gibraltar, de acuerdo con Plinio(N.H., III, 8; 19), Mela (char, III, 3) o Tolomeo (II, 3, 6), extendindo-se, hacia el interior del pas, hasta la zona proxima a la Lusitania. Pareceprobable que, adems de los campamentos militares situados en torno alGuadalquivir y guarnecidos por jinetes numidas, segn se ha sugerido dela aparicin de una serie de monedas que los cartagineses utilizaban parapagar a estas tropas (Chaves, 1990), contingentes de africanos fueranasentados en la regin de Cdiz y sur de Extremadura, en un regimensimilar al del colonato militar.

    Estamos muy mal informados de esta colonizacin, aunque se ha crei-do advertir en la propagacin de smbolos y divinidades pnicas comoTanit, Baal Hammon y Melkart en las monedas emitidas en poca roma-na (Garca y Bellido, 1987 y 1990; Domnguez Monedero, 1995) porlocalidades como Arsa, Lascuta, Turricina, Iptuci. Veci, Bailo, Olba yAsido, la mayora localizadas en la zona de Estrecho, y que presentan unalfabeto monetal que se distingue del utilizado en las acuaciones de lasciudades fenicias de la costa como Gadir, Sexs, Malaka y Abdera. Conella se potenciaba el control cartagins sobre los territorios peninsulares,aliados o conquistados, y se ejerca una vigilancia estratgica sobrepoblaciones prximas cuya fidelidad no resultaba segura.

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    Por ltimo, un cuarto elemento de la administracin Brquida en laPennsula era la poltica monetaria destinada, sobre todo, a cubrir las ne-cesidades militares y que supuso la aparicin de una moneda de plata deprestigio, por la gran calidad de las emisiones, destinada a mantener laconfianza entre sus usuarios, y un vehculo de propagacin del podercarismtico de los Brquidas (Picard, 1964, 13 y 32, Blzquez, 1976,45ss9. Estos, siguiendo las pautas helensticas de la epoca, haban vincula-do su familia al dios Melkart, que ahora se asimilaba al Heracles griego,convertido as en divinidad dinstica, cuya esfinge aparece en las mone-das que acuaron en la Pennsula para pagar a sus tropas, el cual les otor-gaba proteccin y poder, garantizando de sta forma el xito de susempresas. Ms que una vuelta a las ancestrales tradiciones tirias, como enocasiones se ha interpretado, parece que responde a un programa polticomuy concreto, una de cuyas prioridades consista en obtener la legitimi-dad dispensada por el santuario de Melkart en Gadir, la ms importantede las ciudades fenicias en la Pennsula, aliada de Cartago, segn vemosen el tratado con Roma del 348 a.&, pero polticamente independiente(Lpez Castro, 1995, 77-84). Dicho de otro modo, obtenido el consenti-miento del gobierno de Cartago, que ratific la decisin popular median-te la que consigui el supremo mando militar nico y que ms tarde leenva a la conquista de la Pennsula, Amlcar desea presentarse ms comoun devoto seguidor de Melkart que como un general con nimos de con-quista, con lo que intentaba sin duda atraerse las simpatas de las comu-nidades fenicias peninsulares.

    El debate sobre los supuestos retratos de los Brquidas en las mone-das cartaginesas de este periodo en la Pennsula (Blzquez, 1976; Acqua-ro 1983-4) carece en nuestra opinin de inters, toda vez que no afecta,contra lo que se pretende, a lo esencial de su poltica. Las monedas br-quidas, acuadas para pagar a las tropas, y cuya circulacin viene mar-cada por los movimientos de stas (Villaronga, 1984: 162), exibian unanca iconografa de influencia siciliota unas veces y cartaginesa otras.Entre las imgenes destacan en el anverso la de Heracles con la maza yla piel de len, propia de la ceca de Gadir, la diosa Tanit alada, portandoun casco o coronada de espigas, as como la cabeza masculina diadema-da o sin atributos que ha sido identificada por unos con una representa-cin de Melkart y por otros con un retrato de Anbal. En el reverso sonfrecuentes la palmera, los delfines, la proa de un barco, el elefante o elcaballo parado, saltando o con la cabeza vuelta. Si hubo retrato de algnBrquida en alguna de las series que conocemos, lo que no es seguro aun-que si posible, difcilmente pudo ser debido a un cuestin de propaganda

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    entre los soldados. Ms bien se trata de un motivo iconogrfico de pres-tigio, un smbolo de poder fcilmente reconcible, ya que la asimiacinMelkart-Heracles genera una simbologia que no es otra que la de la vic-toda, reforzada por la presencia del elefante, asociado tambin al triunfoy poder militar, en el reverso de las monedas. De esta forma el culto deMelkart fue usado por los brcidas para construir un elemento ideolgi-co que legitimara y diera contenido a su poltica imperialista, del mismomodo que Heracles sirvi a los intereses de los monarcas helensticos deOriente (Lpez Castro, 1995: 84). -

    Las monedas acuadas por los Brquidas en la Pennsula muestran,por otra parte, una serie de rasgos caractersticos como son el alto conte-nido en plata que se mantiene por encima del 96%, la estabilidad, ya quelos diversos acontecimientos apenas afectan a la calidad y continuidad delas emisiones, y la independencia de las cecas locales frente al gobiernoBrquida, avalada por las rasgos propios de cada amonedacin. Se res-petan en todas la iconografa y metrologia locales, siendo as que lasmonedas de Gadir se adecan a los nominales del dracma, hemidracma yhemibolos, mientras que las monedas acuadas en las cecas brquidasse ajustan a los nominales del shekel, medioshekel, y cuarto de shekel.As mismo se observa una aplicacin ligeramente distinta de las tcnicasmetalrgicas de la plata (Sejas del Pial, 1993: 124 ss).

    Tal vez resulte algo exagerada la pretensin, sostenida por algunosinvestigadores (Blzquez, 1976; Tsirkin, 1991: 150 ss) de que los Br-quidas se convirtieron en autnticos monarcas al estilo helenstico, inde-pendientes en la prctica del gobierno de Cartago. Esta idea, mantenidaya en la AntigUedad por los que deseaban exculpar a Roma de sus res-ponsabilidades en el desencadenamiento del conflicto, presentndolocomo consecuencia casi exclusiva del deseo de revancha de los Brqui-das, no resiste un anlisis detenido y es contradicha por los propios acon-tecimientos. Si bien es cierto que Asdrbal y Anbal fueron elevados almando supremo por sus propias tropas, no lo es menos que el Senado deCartago ratific posteriormente ambas decisiones. Posiblemente gober-naron en la Pennsula a la manera de monarcas helensticos sobre laspoblaciones conquistadas y aliadas, pero la razn de ello est en lasmismas coyunturas generales y locales de la poca. La monarqua era lafrmula empleada por todos los gobiernos coloniales en el periodohelenstico, y no parece haber sido desconocida, an en sus manifesta-ciones ms rudimentarias, entre los pueblos de la Pennsula. De la mismaforma, la fundacin de una nueva Cartago no puede interpretarse comoun signo de ruptura: Fundando Cartagena, Asdrbal imitaba a sus ms

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    lejanos ancestros tirios; quiz l quera sealar ms claramente su lealtada la metrpolis dando su nombre a la nueva ciudad que creaba. Rompatan poco con Cartago que de alguna manera implantaba una imagen suyaen Espaa (Brisson, 1973, 138).

    Argumentar con la idea de que en realidad los Brquidas pretendanun gobierno totalmente independiente de la metrpolis y que Asdrbalhaba considerado incluso la posibilidad de instaurar un sistema monr-quico en Cartago, siguiendo a las fuentes prorromanas que aluden a lasambiciones personales de stos (Polibio, III, 8, 1-9), es mera conjetura,por lo que parece ms prudente atenerse a los hechos (Lpez Gregoris,1996: p. 214). El mismo Anbal demand instrucciones de la metrpolisrespecto al proceder a seguir con Sagunto (Tito Livio, XXVII, 20 yXXVIII, 31, 4) y, tomada la ciudad, tan slo abandon sus cuarteles deinvierno en Cartago Nova despus de recibir la noticia de que una emba-jada romana haba declarado la guerra en Cartago. al fracasar en su inten-to de que el gobierno pnico, ante la amenaza inminente de un nuevoconflicto con Roma, le retirara su apoyo.

    Parece bastante razonable, sin embargo, pensar que la poltica dealianzas y matrimonios les llev a erigirse en jefes de muchas poblacio-nes ibricas (Blzquez, 1991: 38 ss) situndose en la cspide de lajerar-quia poltica e institucional. De esta forma, los sucesivos matrimonios deAsdrbal y Anbal con princesas oretanas, al tiempo que les situabanpor parentesco en la cspede de la estructura poltica aristocrtica queexista en la zona, les permita el control de las ricas producciones mine-ras de Cstulo y sus alrededores (Ruiz y Molinos, 1993: 275)

    LA EXPLOTACIN COLONIALApenas sabemos nada de la organizacin territorial, lo que se debe

    particularmente al silencio de nuestras fuentes. A grandes rasgos se pue-de entrever una situacin en la que contrasta la autonomia de Gadir y lasrestantes ciudades fenicias peninsulares, cuyos dominios territoriales nodeban ser muy extensos, y junto a)os que se dispuso el asentamiento decolonos militares procedentes de Africa, con los dominios propiamenteBrquidas, gobernados desde Akra Leuke y Cartago Nova, y las tierrasde los iberos aliados. Gadir y las restantes ciudades fenicias de la Pe-nnsula, as como Cartago Nova, posean instituciones y formas de gobie-ro tpicamente pnicas (Gonzalbes Cravioto, 1983), lo que es propio dela ms estricta lgica histrica. Nuestras fuentes mencionan la existencia

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    de sufetes en Gadir (Tito Livio, XXVIII, 37), magistrados pnicos queencaman el poder ejecutivo y que conocemos tambin en Cartago y en Cer-dea, mientras que para Cartago Nova est atestiguada la existencia de ungobernador, sin que sepamos si se trata de un sufete o de una magistraturamilitar, de un Senado y un Consejo de Ancianos (Polibio, X, 8 y 18, TitoLivio, XXVI, 51) queprobablemente reproducen a escala local la asambleaoligrquica, que las fuentes griegas llaman Gerousia y las latinas Senado,y el Consejo o Tribunal de los ciento cuatro documentados en Cartago.

    Una posibilidad puramente conjetural es que se hubiera implantadouna organizacin similar a la de las posesiones africanas de los cartagine-ses, divididas en distritos o provincas nt que los romanos denomina-ron pagi, a cuyo frente haba un centro administrativo de carcter urbano(Lancel, 1994: 241 Ss). Y una cuestin muy relacionada es la de las deno-minadas torres de Anbal (Plinio, II, 181 y XXV, 169), pequeos recin-tos fortificados o atalayas, similares a los que en la costa norteafricanadefendan los territorios de Cartago, con las que los Brquidas pretendanafianzar su control militar y estratgico sobre las tierras conquistadas enla Pennsula (Corzo Snchez, 1976: 214 ss). Sea cual fuera la realidad,parece lgico suponer que, como ocurra en Africa y antes an en Cerde-a, la organizacin de los territorios conquistados en la Pennsula Ibricatuviera como objetivo principal la explotacin sistemtica de sus recursos.

    Los recursos estratgicos que la Pennsula ofreca a los cartagineseseran fundamentalmente metales, pero tambin madera y esparto para laconstruccin naval y hombres para sus ejrcitos (Blzquez, 1961: 23 ss).Nuestras fuentes son unnimes en sealar la importancia de las explota-ciones mineras durante el periodo Brquida. Diodoro de Sicilia (Y 35-38)menciona que todas las minas que estaban en produccin en poca roma-na haban sido explotadas antes por los cartagineses. Plinio (XXXIII, 96-7) aade que la explotacin de un filn de plata de Cstulo reportaba aAnbal trescientas libras diarias y menciona otros pozos abiertos por steque an continuaban en produccin en la poca en que escriba. Polibio(XXXIV, 9,9) por su parte alaba la gran productividad de las minas deplata de Cartagena. La ceca de Byrsa en Cartago y aquella de CartagoNova se beneficiaron de esta explotacin comenzando a emitir una serienumerosa de dracmas de plata. El mineral de hierro del S.E. fue explota-do para nutrir la manufactura de annas y otros utensilios en Cartago Nova.El estao se obtena a travs de Gadir, que en esta poca an controla elcomercio con las Cassitrides (Estrabn, III, 5, 11), si bien el hallazgo dealgunas monedas pnicas en el valle del Sena permite sospechar la exis-tencia de algn tipo de presencia cartaginesa en la ruta del estao de la

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    Galia. Las campaas de Anbal en la Meseta podan haber contado tam-bin entre su objetivos el de mantener abierto el acceso al N.O. peninsu-lar, rico en estano y oro, si bien en este caso se trata de una hiptesis quecarece de ms fundamento.

    El trabajo en las minas, de las que se ha pensado que probablementeeran monopolio de los cartagineses (Etienne, 1970: 305), fue seguramen-te ejecutado por mano de obra servil o esclava. En Cartago Nova, cuyapoblacin estaba compuesta por artesanos, menestreles y hombres demar, haba un grupo significativo de dos mil trabajadores especializados.Aunque las fuentes no dicen nada sobre su regimen jurdico, sabemos queen Cartago los trabajos artesanales y especializados eran desempeadosnormalmente por hombres libres. Tras la conquista de Cartago Nova,Escipin dej en libertad a un buen nmero de sus habitantes mientrasque otros pasaron a convertirse en propiedad del pueblo romano. Proba-blemente estos ltimos eran siervos o esclavos de los Brquidas, emplea-dos en los trabajos de las canteras y los arsenales, como tambin sucedacon este tipo de trabajadores en la metrpolis africana. La extraccin desal, de gran importancia para la navegacin, el comercio y el abasteci-miento de las tropas al permitir conservar ms tiempo los alimentos, pudorecurrir igualmente a esta clase de mano de obra dependiente.

    Apenas sabemos nada de las explotaciones agrcolas, aunque, como seha visto, se sospecha la presencia en algunos lugares de gmpos de libiofe-nicios y blastofenicios en un regimen similar al del colonato militar. Porotra parte, es lgico suponer que los centros urbanos de poblacin colonial,como Akra Leuke y Cartago Nova, dispondran de su propio territorio cir-cundante donde el regimen de propiedad y las relaciones de produccin nodebieron diferir en mucho de las conocidas en Cartago. Es probable quealgunas tierras, debido a la especial importancia de sus productos, estuvie-ran sometidas, segn la prctica helenstica, a una forma de propiedaddirecta por parte del gobierno Brquida, siendo explotadas tal vez median-te mano de obra servil o esclava. En las proximidades de Cartago Nova secultivaban grandes extensiones de esparto (Estrabn, III, 160) que era uti-lizado parala construccin de aparejos para los barcos. Tito Livio (XXXIII,48, 1, cfr: Plinio, N.H. XVII, 93) menciona la gran cantidad de cereales yde esparto que los romanos encontraron en los almacenes de la ciudad trassu conquista. La produccin de esparto debio ser notable, ya que segnparece poda incluso ser enviado fuera de la Pennsula, como ocurri conel utilizado en la flota de Hiern II de Siracusa (Ateneo, V, 206). Por otraparte, resulta habitual atribuir a los cartagineses, aunque no existen pruebasliterarias ni arqueolgicas concretas, la introduccin de algunos cultivos,

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    como la granada (malum punicum ), y ciertas innovacioes tcnicas, comouna mquina de trillar conocida como plostelluin punicum.

    La situacin parece haber sido algo distinta en las Baleares. En Ibizaest documentada una colonizacin agrcola del interior de la isla desdela segunda mitad del siglo V. a. C, probablemente impulsada desde Car-tago. La colonizacin ebusitana de Mallorca, donde destaca la factora deNa Guardis, se intensific durante todo el siglo III a.C. La extraccin demineral de hierro, de sal, as como el reclutamiento de mercenarios sedestin entonces, en gran parte, junto con el aprovisionamiento de vve-res, a abastecer a los ejrcitos cartagineses en la Pennsula, como mues-tran algunos pecios y la presencia de las nforas cartaginessas y ebusita-nas en los contextos de destruccin y abandono ocasionados por la guerra(Guerrero Ayuso, 1997: 257 ss).

    Los astilleros estaban localizados en Gadir, Carteia y Cartago Nova.All se construan los barcos, tanto de guerra como mercantes. La fabri-cacin y distribucin comercial del garum deba proporcionar grandesbeneficios y se ha sugerido que esta industria, as como la extraccin desal, eran un monopolio de los Brquidas (Etienne, 1970: 302 ss). Llamala atencin que el comercio ebusitano de esta poca, ms activo an queen los periodos precedentes, siga teniendo como objetivos los pobladosibricos catalanes y la propia Ampurias, como muestran los hallazgos denforas (Guerrero Ayuso, 1997: 258 ss), entre las que tambin estndocumentadas, si bien en menor proporcin, las cartaginesas y las pni-cas de procedencia centro-mediterrnea (Sanmart, 1991: 127). La evi-dencia numismtica subraya tambin los vnculos econmicos entre lacolonia griega y el mundo pnico poco antes de la conquista iniciada porlos Brquidas. Precisamente por estas fechas Ampurias emite sus prime-ras dracmas con un tipo cartagins, el del caballo parado (cfr: Eckstein,1984: 60; Blzquez, 1991: 28). Todo ello, unido a ciertas semejanzas quepresentan algunas de las monedas acuadas por los Brquidas en laPennsula con monedas sud-itlicas, as como a la presencia de cerami-cas campanienses fabricadas en el N. de frica y distribuidas en losterritorios sometidos por los Brquidas en la Pennsula, a las importacio-nes de cermicas campanienses y anforas greco-itlicas presentes en Car-tago Nova (Lpez Castro, 1995: 79), junto a las monedas saguntinas deinspiracin massaliota o cartaginesa, y al hallazgo de algunas monedascartaginesas en Massalia, esboza un contexto en el que las relacionescomerciales se sobreponen a las supuestas zonas de influencia y aadealgunas dudas sobre la absoluta falta de inters de Roma en estas tierrasoccidentales.

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