Los Arquetipos y Lo Inconsciente Colectivo

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LOS ARQUETIPOS Y LO INCONSCIENTE COLECTIVO CARL GUSTAV JUNG Apuntes o El arquetipo presenta en lo esencial un contenido inconsciente que, al hacerse consciente y ser percibido, experimenta una transformación adaptada a la consciencia individual en la que aparece. o Pero hasta ahora casi nadie ha admitido que los mitos son ante todo fenómenos psíquicos que ponen de manifiesto la esencia del alma. El hombre primitivo tiene en principio poco interés en obtener una explicación objetiva de las cosas evidentes, y en cambio siente una imperiosa necesidad, mejor dicho su alma inconsciente tiene una urgencia inaplazable por asimilar toda la experiencia sensorial al acontecer anímico. o Todos los fenómenos naturales mitificados, como el invierno y el verano, las fases de la luna, los períodos de lluvia, etc., están muy lejos de ser alegorías de esas experiencias objetivas, sino que son, antes bien, expresiones del drama interior e inconsciente del alma, un drama que a través de la proyección, de su reflejo en los fenómenos de la naturaleza, se vuelve aprehensible para la consciencia humana. o El hecho de que éste sea inconsciente es la razón de por qué, para explicar el mito, se ha pensado en todo menos en el alma. Simplemente, no se sabía que el alma contiene todas esas imágenes de las que surgieron los mitos y que nuestro inconsciente es un sujeto activo y pasivo, cuyo drama lo reencuentra analógicamente el hombre primitivo en todos los fenómenos de la naturaleza, grandes y pequeños. o Todas las doctrinas esotéricas intentan captar el acontecer invisible del alma, y todas se consideran revestidas de la máxima autoridad. o El dogma sustituye a lo inconsciente colectivo, formulándolo a gran escala. o Es ésta primera prueba de fuego en el camino interior, y tal prueba basta para que casi todos se desanimen, porque el encuentro con uno mismo constituye una de esas cosas

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LOS ARQUETIPOS Y LO INCONSCIENTE COLECTIVO

CARL GUSTAV JUNG

Apuntes

o El arquetipo presenta en lo esencial un contenido inconsciente que, al hacerse consciente y ser percibido, experimenta una transformación adaptada a la consciencia individual en la que aparece.

o Pero hasta ahora casi nadie ha admitido que los mitos son ante todo fenómenos psíquicos que ponen de manifiesto la esencia del alma. El hombre primitivo tiene en principio poco interés en obtener una explicación objetiva de las cosas evidentes, y en cambio siente una imperiosa necesidad, mejor dicho su alma inconsciente tiene una urgencia inaplazable por asimilar toda la experiencia sensorial al acontecer anímico.

o Todos los fenómenos naturales mitificados, como el invierno y el verano, las fases de la luna, los períodos de lluvia, etc., están muy lejos de ser alegorías de esas experiencias objetivas, sino que son, antes bien, expresiones del drama interior e inconsciente del alma, un drama que a través de la proyección, de su reflejo en los fenómenos de la naturaleza, se vuelve aprehensible para la consciencia humana.

o El hecho de que éste sea inconsciente es la razón de por qué, para explicar el mito, se ha pensado en todo menos en el alma. Simplemente, no se sabía que el alma contiene todas esas imágenes de las que surgieron los mitos y que nuestro inconsciente es un sujeto activo y pasivo, cuyo drama lo reencuentra analógicamente el hombre primitivo en todos los fenómenos de la naturaleza, grandes y pequeños.

o Todas las doctrinas esotéricas intentan captar el acontecer invisible del alma, y todas se consideran revestidas de la máxima autoridad.

o El dogma sustituye a lo inconsciente colectivo, formulándolo a gran escala.

o Es ésta primera prueba de fuego en el camino interior, y tal prueba basta para que casi todos se desanimen, porque el encuentro con uno mismo constituye una de esas cosas desagradables que se evitan mientras sea posible proyectar sobre el entorno de lo negativo. Si se es capaz de ver la propia sombra y de soportar el conocimiento de ella, está resuelta una pequeña parte de la tarea: al menos se ha eliminado lo inconsciente personal. Pero la sombra es una parte viva de la personalidad y por eso también quiere vivir, de un modo u otro. No es posible eliminarla demostrando su inexistencia, ni con sutiles argumentos transformarla en algo inocuo. Este problema es de una dificultad desproporcionada, porque no sólo pone a la defensiva al hombre, en su totalidad, sino que al mismo tiempo le recuerda su desamparo y su impotencia. Las naturalezas fuertes - ¿o más habría que decir débiles? – no gustan de esta insinuación sino que inventan

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algún heroico “más allá del bien y del mal” y le dan un tajo al nudo gordiano en lugar de deshacerlo. Pero, más pronto o más tarde, hay que saldar la cuenta. Y uno debe confesárselo a sí mismo: hay problemas que, simplemente, no es posible solucionar con los propios medios. Tal confesión tiene la ventaja de la honradez, de la verdad y la realidad, y con ella está puesto el fundamento para una reacción compensatoria de lo inconsciente colectivo, es decir, ahora se está dispuesto a prestar oídos a alguna ocurrencia que sirva de ayuda a se tiende a tomar nota de pensamientos a los que antes no se les permitía la menor intervención. Tal vez presentaremos atención a sueños que se presentan en tales momentos, o reflexionaremos sobre ciertos hechos que están ocurriendo en nosotros justamente en esos momentos. Si se tiene una actitud de este género, fuerzas útiles adormecidas en la naturaleza más profunda del hombre pueden despertar y atacar, pues el desvalimiento y la debilidad son la eterna vivencia y la eterna pregunta de la humanidad, pero también hay una terna respuesta, de lo contrario el hombre hace tiempo que habría sucumbido. Cuando se ha hecho lo que se ha podido hacer, solo queda algo que aún podría hacerse si se supiera. ¿pero cuánto sabe el hombre de sí mismo? Según toda la experiencia, muy poco. Para lo inconsciente queda, por lo tanto, mucho espacio libre. Es notorio que la plegaria requiere una actitud muy parecida y tiene también, por eso, un efecto semejante.

o Lo inconsciente colectivo es todo menos un sistema aislado y personal, es objetividad, ancha como el mundo y abierta al mundo. Yo soy el objeto de todos los sujetos, en perfecta inversión de mi consciencia habitual, donde soy siempre sujeto que tiene objetos. Allí estoy en la más inmediata e íntima unión con el mundo, unido hasta tal punto que olvido demasiado fácilmente quién soy en realidad. “perdido en sí mismo” es una frase adecuada para designar ese estado. Pero ese “mismo” es el mundo, o un mundo cuando puede verlo una consciencia. Por eso hay que saber quién se es.

o Primitiva o no, la humanidad está siempre en los límites de esas cosas que ella hace siempre y sin embargo no domina. Todo el mundo quiere la paz, y todo el mundo se prepara para la guerra conforme al axioma Si vis pacem, para bellum, por citar solo un ejemplo. La humanidad es impotente frente a la humanidad, y como siempre, los dioses le indican las vías del destino. Hoy llamamos a los dioses “factores”, que viene de facere, hacer. Los hacedores están tras el telón de fondo, en el gran teatro del mundo. En lo grande y en lo pequeño. En la consciencia somos nuestros propios amos; aparentemente somos los “factores”. Pero si atravesamos la puerta de la sombra, nos damos cuenta horrorizados de que somos objetos de factores. Saber esto es sin lugar a dudas desagradable; porque nada defrauda tanto como el descubrimiento de nuestra insuficiencia. Incluso causa un pánico primitivo, porque la medrosamente aceptada y custodiada supremacía de la consciencia, que es en efecto un

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secreto del éxito humano, se ve peligrosamente cuestionada. Sin embargo, como la ignorancia no es garantía de seguridad, antes bien acrecienta la inseguridad, será mejor, pese a todos los recelos, saber que estamos amenazados. Si se plantea bien la cuestión, ya se ha resuelto la mitad del problema. En cualquier caso sabemos entonces que el mayor peligro que nos amenaza procede de la imprevisibilidad de la reacción psíquica. Hay personas sagaces que ya han comprendido hace bastante tiempo que las condiciones exteriores históricas, cualquiera que sea su género, sólo son las ocasiones inmediatas de los verdaderos peligros que amenazan nuestra existencia, a saber, delirantes fantasmagorías político – sociales, que no deben ser entendidas causalmente como necesarias consecuencias de condicionamientos exteriores sino como decisiones de lo inconsciente.

o El ocuparnos con lo inconsciente es para nosotros una cuestión vital. Se trata de ser o no espiritualmente. Todas las personas que han pasado por la experiencia insinuada en el mencionado sueño saben que el tesoro descansa en lo hondo del agua y tratarán de sacarlo. Como nunca deben olvidar quienes son, no deben perder su consciencia bajo ningún concepto.

o Un ser dotado de alma es un ser vivo. El alma es lo vivo en el hombre, lo que vive por sí mismo y lo que causa vida; por eso, Dios le sopló a Adán un hálito vivo, para que viviera. El alma, de un modo astuto y juguetón, seduce a la materia inerte, que no quiere vivir, y le insufla vida. Ella convence de cosas no dignas de crédito, para que la vida sea vivida. Está llena de trampas y cepos, para que el hombre caiga, toque tierra, se enrede allí y quede atrapado, para que sea vivida la vida; del mismo modo que Eva, en el paraíso, no pudo dejar de convencer a Adán de la excelencia de la manzana prohibida. Si no hubiera esa movilidad esa iridiscencia del alma, el hombre, llevado de la mayor de sus pasiones, la inercia, quedaría totalmente paralizado. Esa inercia tiene su apoyo en un cierto género de cordura, y viene además respaldada por un cierto género de moralidad. Tener alma es la aventura de la vida, porque el alma es un demonio dador de vida que juega su juego de elfo por debajo y por encima de la existencia humana, por eso dentro del dogma le esperan, unilateralmente, premios o castigos, que sobrepasan con mucho los merecimientos humanos. El cielo y el infierno son destinos del alma y no del hombre civil, que con su desnudez, con su debilidad y timidez no sabría qué hacer con su persona en una Jerusalén celestial.

o El ánima no es un alma dogmática, un anima rationalis, que es un concepto filosófico, sino un arquetipo natural que reúne en ella misma, de manera satisfactoria, todas las expresiones de lo inconsciente, del espíritu primitivo, de la historia de la lengua y de la religión. Es un “factor” en el sentido propio de la palabra.

o Es algo que vive por sí mismo y que nos hace vivir; una vida detrás de la consciencia. Que no puede ser integrada totalmente en ésta,

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sino de la que, por el contrario, proviene la consciencia. Pues al fina l cabo, la vida psíquica es un su mayor parte inconsciente y abarca la consciencia en todas partes; una idea que convence fácilmente cuando uno se da cuenta una sola vez de qué preparación inconsciente hace falta para reconocer, por ejemplo, una preparación sensorial.

o Aunque parece como si el ánima abarcase la totalidad de la vida inconsciente anímica, ella es solo un arquetipo entre muchos. Por eso no es la característica por excelencia de lo inconsciente. Es sólo un aspecto de ese inconsciente. Eso se muestra en el mero hecho de su femineidad. Lo que no es yo, o sea, masculino, es muy probablemente femenino, y como se entiende lo no yo como no perteneciente y por lo tanto como exterior al yo, la imagen del ánima suele estar proyectada en las mujeres. Cada sexo lleva inherente, hasta un cierto grado, el sexo contrario, porque lo que decide bilógicamente la elección de la masculinidad es sólo un número mayor de genes masculinos. El número menor de genes femeninos parece formar un carácter femenino que sin embargo, debido a su inferioridad, suele permanecer inconsciente.

o Si el estudio de la sombra es un trabajo importante, el del ánima es la pieza maestra. Porque la relación con el ánima pone a prueba el valor, es la prueba de juego de las fuerzas espirituales y morales del hombre. No hay que olvidar que en el ánima sólo ocurren hechos psíquicos que por así decir nunca fueron propiedad del hombre, por estar situados casi siempre, en calidad de proyecciones, fuera de su esfera psíquica. Para el hijo varón, el ánima está en la preponderancia de la madre, y esa ánima a veces deja durante toda la vida un vínculo afectivo, influyendo de modo absolutamente negativo en el destino de ese hombre o, al revés, aumentando su valor y empujándole a las más osadas empresas. Para el hombre de la antigüedad clásica, el ánima se presenta como diosa o como bruja; el hombre medieval, en cambio, sustituyó a esa diosa por la reina de los cielos o por la Madre Iglesia.

o No entiende cómo ha cambiado su mundo y cómo y en qué medida ha de acomodarse ella para adaptarse otra vez.

o Tanto en la sombra como en el ánima no basta conocer los conceptos y reflexionar sobre ellos. Tampoco se puede vivir su contenido tratando de sentirlos, de comprenderlos. No sirve de nada aprender de memoria una lista de arquetipos. Los arquetipos son complejos de vivencias que se presentan como un destino, comenzando su actividad en nuestra vida más personal. El ánima ya no se nos presenta como diosa, sino en determinadas circunstancias como nuestro más personal malentendido, o como nuestro riesgo. Si por ejemplo un sabio meritísimo y de avanzada edad a los setenta años deja plantada a su familia y se casa con una actriz veinteañera y pelirroja, los dioses – sabemos – han vuelto a elegir una víctima. Así

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aparece entre nosotros la preponderancia demónica. Hasta hace poco habría sido cosa fácil acabar con esa persona por bruja.

o Pero el alma que el médico tiene que tratar no se preocupa de esas limitaciones del saber médico sino que da a conocer sus manifestaciones vitales y reacciona ante influencias de todos los ámbitos de la experiencia humana. Su esencia se muestra no sólo en lo personal o en instintos o en lo social, sino en fenómenos del mundo en general, es decir que cuando queremos entender el “alma” tenemos que incluir en ella el mundo. Indudablemente es posible, incluso necesario, delimitar por razones prácticas los campos de actividades, pero esto sólo pude ocurrir presuponiendo conscientemente la limitación. Sin embargo, cuanto más complejos son los fenómenos que hay que analizar en el tratamiento práctico, tanto más amplios tienen que ser los condicionamientos previos y el saber correspondiente.

o Una de las pruebas capitales de esto es el, por así decir, paralelismo universal de motivos mitológicos que, por su naturaleza prototípica, he llamado arquetipos

o En general se puede partir de este supuesto: los propios padres son los individuos más conocidos, es decir, aquellos de los que el sujeto tiene más consciencia; pero precisamente por esa razón no puede ser proyectados, porque la proyección se refiere a un contenido inconsciente al sujeto, es decir, aparentemente no vinculado a él. Por eso, la imagen de los padres es justo la que menos podría llegar a proyectarse, por ser demasiado consciente.

o Como demuestra la historia, las representaciones religiosas son de enorme fuerza sugestiva y emocional. Incluyo en ellas, por supuesto, todas las représentations collectives: lo que cuenta la historia de las religiones y todo lo que termina en – ismo. Los – ismos son una modalidad moderna de las confesiones religiosas históricas. Alguien puede estar convencido de buena fe de que él no tiene ninguna idea religiosa. Pero nadie puede ser tan diferente del resto de la humanidad que no tenga ninguna représentations collective dominante. Precisamente su materialismo, ateísmo, comunismo, socialismo, liberalismo, intelectualismo, existencialismo, etc., ponen claramente de manifiesto que no es tan inofensivo. De algún modo, de una manera u otra, pregonándolo u ocultándolo, está poseído por una idea superior.

o Como cada instinto, el arquetipo de las representaciones religiosas tienen su energía específica, que él no pierde, aunque la consciencia lo ignore. Lo mismo que se puede suponer con muchísima probabilidad que cualquier hombre posee todas las funciones y cualidades del hombre medio, cabe también esperar que existan en él los factores o arquetipos religiosos normales, y esa expectativa no engaña, como puede verse fácilmente. Quien consigue despojarse de una envoltura religiosa sólo puede hacerlo gracias a la circunstancia de que tiene otra al alcance de la mano: cuanto más cambia, tanto

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más sigue siendo lo mismo. Nadie escapa a la previa decisión de ser hombre.

o Las imágenes fantásticas priman sobre la influencia de los estímulos sensoriales y configuran éstos en el sentido de una imagen anímica precedente.

o La imagen del ánima, que prestó a la madre brillo sobrehumano a los ojos del hijo, se va desgastando poco a poco por la banalidad de lo cotidiano, yendo a parar así a lo inconsciente, sin perder por ello su tensión ni su plenitud instintiva originarias. Desde ese momento está, por así decir, dispuesta a dar el salto y se proyecta a la primera ocasión, a saber, cuando un ser del sexo, cuando un ser del sexo femenino hace una impresión que rompe la barrera de lo cotidiano. Entonces sucede lo que Goethe vivió con la señora von Stein y lo que se repitió en la figura de Mignon y de Margarita. En este último caso es notorio que Goethe nos confió también toda la “metafísica” inherente al caso. En las experiencias de la vida amorosa del hombre se manifiesta la psicología de ese arquetipo en forma de fascinación, sobrevaloración y ofuscación ilimitadas, o en forma de misoginia con todos sus grados y modalidades, que no son en modo alguno explicables por la naturaleza real de los respectivos “objetos”, sino sólo por transferencia del complejo materno. Pero éste se forma en primer lugar por la asimilación de la madre a la preexistente parte femenina del arquetipo de una pareja de opuestos “hombre – mujer”, asimilación que en sí es normal y existe en todas partes, y luego por una demora anormal en separar de la madre la imagen primigenia. En el fondo, los hombres no soportan la pérdida total del arquetipo. De ello surge, en efecto, un inmenso “malestar de la cultura”: ya no nos sentimos a gusto en ella porque nos faltan el “padre” y la “madre”. Todo el mundo sabe que la religión ha tomado siempre sus preocupaciones a este respecto. Pero desgraciadamente hay muchísimos que siempre plantean irreflexivamente la cuestión de la verdad, cuando se trata de una cuestión de necesidades psicológicas. Explicar “racionalmente” el camino no sirve de nada.

o Los arquetipos no se generalizan en modo alguno solo por tradición, por la lengua y por la migración, sino que pueden surgir en todo momento y en todas partes de modo espontáneo, y además de tal manera que quede excluida cualquier influencia proveniente del exterior.

o Un arquetipo está determinado en su contenido cuando – y esto es lo único comprobable – es consciente y por lo tanto ha sido rellenado con el material de la experiencia consciente.

o El arquetipo es un elemento vacío en sí mismo, formal, un elemento que no es más que una facultas praeformandi, una posibilidad a priori de la forma de representación. No se heredan las representaciones sino las formas, que en este sentido se corresponden exactamente con los instintos, asimismo formalmente determinados. Así como no

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puede demostrarse que existan arquetipos, así tampoco es posible hacerlo con los instintos mientras éstos no actúen en concreto.

o Estas propiedades del arquetipo de la madre las he descrito detalladamente, acompañándolas de las correspondientes pruebas, en mi libro Símbolos de transformación. El carácter contradictorio de esas propiedades lo he formulado allí como la madre amante y la madre terrible. El paralelo histórico más próximo a nosotros es seguramente María, que en la alegoría medieval también es al mismo tiempo la cruz de Cristo. En la India sería la contradictoria Kali. La filosofía de Samkhya ha configurado el arquetipo de la madre como el concepto de la Prakrti y atribuido a ésta como cualidades básicas las tres gunas, a saber: bondad, pasión y tiniebla – sattvam, rajas y tamas, que son tres aspectos esenciales de la madre: su bondad que alimenta y protege, su emocionalidad orgiástica y su subterránea oscuridad -. El rasgo especial en la leyenda filosófica, que consiste en que Prakrti baila delante del Purusha para recordarle el “conocimiento distintivo”, no pertenece inmediatamente a la madre sino al arquetipo del ánima. En la psicología masculina ese arquetipo siempre viene mezclado al principio con la imagen de la madre.

o Aunque desde el punto de vista de la psicología de los pueblos la figura de la madre es por así decir universal, esta imagen cambia, y no en escasa medida, en la experiencia individual.

o Aquí, de entrada, causa asombro la extraordinaria importancia que por lo visto tiene la madre personal. En la psicología personalista esa figura sobresale tanto que, como sabemos, tal psicología nunca ha ido más allá de la madre personal, ni siquiera en las ideas o teoría. Para decirlo ya de entrada, mi concepción se distingue fundamentalmente de la teoría psicoanalítica en el hecho de que yo concedo a la madre personal una importancia solo relativa. Esto quiere decir lo siguiente: no solo es la madre personal quien produce en la psique infantil todos esos efectos que describe la literatura, sino que es el arquetipo proyectado en la madre lo que le da a ésta el trasfondo mitológico, prestándole así autoridad, numinosidad. Los efectos, respectivamente etiológicos y traumáticos, de la madre hay que dividirlos en dos grupos: primero, en aquellos que corresponden a rasgos de carácter o a opiniones, existentes en la realidad, de la madre personal, y segundo, en aquellos que la madre posee sólo aparentemente, por tratarse de proyecciones de carácter fantástico (es decir, arquetípico) por parte del hijo. Ya Freud reconoció que la verdadera etiología de las neurosis no tiene sus raíces, como él supuso en un principio, en efectos traumáticos, sino en una evolución especial de la imaginación infantil. Es casi indiscutible que una evolución de ese género puede ser atribuida a influencias perturbadoras procedentes de la madre. Por eso yo busco la causa de las neurosis infantiles ante todo en la madre, puesto que sé por experiencia, primero, que es mucho más probable que un niño se desarrolle con normalidad que neuróticamente, y, segundo, que en la

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inmensa mayoría de los casos hay pruebas manifiestas de que existen definitivas causas perturbadoras en los padres, en especial en la madre. Los contenidos de esas fantasías anómalas están relacionados con la madre personal sólo en parte, pues muchas veces hay en ellos, de un modo claro e inequívoco, afirmaciones que van mucho más allá de lo atribuible a una madre real; y muy en especial cuando se trata de construcciones claramente mitológicas, como muchas veces suele ocurrir con las fobias infantiles, en las que la madre aparece como animal, bruja, fantasma, ogresa, hermafrodita y similares. Pero como es notorio que las fantasías no son siempre abiertamente mitológicas, o, si lo son, no siempre resultan de un condicionamiento inconsciente, sino que pueden provenir a veces de los que dicen los cuentos, de observaciones casuales y de cosas parecidas, es conveniente en cualquier caso someterlas a un cuidadoso examen. En los niños, por razones prácticas, ese examen está mucho menos indicado que en las personas adultas, que durante el tratamiento suelen transferir tales fantasías al médico, o, dicho más exactamente: esas fantasías ya estaban proyectadas con anterioridad.

o Un arquetipo no es por naturaleza un mero e irritante condicionamiento previo. Lo es solo en el lugar inadecuado. En sí mismo constituye uno de los más altos valores del alma humana y por eso ha poblado a todos los olimpos de todas las religiones. Tildarlo de nulo y sin valor significa una pérdida potencial. Se trata, antes bien, de deshacer esas proyecciones para devolver sus contenidos a quien se ha visto privado de ellos por pérdida espontánea.

o Esa disparidad es la razón de por qué en cada complejo materno masculino, junto al arquetipo de la madre, juega un papel relevante el de la pareja sexual, es decir, el arquetipo del ánima.

o Lo que negativamente es donjuanismo puede significar, positivamente, audaz virilidad que no admite obstáculos, una ambición que aspira a las más elevadas metas; una violencia frente a la estupidez, la intransigencia, la injusticia y la abulia; una voluntad de sacrificio, rayana en el heroísmo, para todo lo que se ha reconocido como bueno; tesón, inflexibilidad y perseverancia; una curiosidad a la que ni siquiera asustan los enemigos del universo; un espíritu revolucionario, finalmente, que les edifica a los otros hombres una nueva casa o que le implanta al mundo un nuevo rostro.

o El hombre es claramente secundario; es esencialmente instrumento de procreación y, en calidad de objeto al que hay que atender y cuidar, tiene asignado su puesto, junto con niños, parientes pobres, gatos, gallinas y muebles. La personalidad propia también es asunto secundario; muchas veces es incluso más o menos inconsciente, porque la vida se vive en los demás y a través de los demás, al existir una identificación con ellos porque no se percibe de modo consciente la propia personalidad. Esa mujer primero vive para los embarazos y

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luego pegada a los hijos, pues sin ellos no tiene razón de ser. Como Deméter, les arranca a los dioses por la fuerza del derecho de posesión sobre la hija. El eros solo está desarrollado como relación maternal; como relación personal, en cambio, es inconsciente. Un eros inconsciente se presenta siempre como poder, por lo que este tipo, a pesar de toda esa exhibición de autosacrificio maternal, es incapaz de llevar a cabo ningún verdadero sacrificio, antes bien, con una en ocasiones despiadada voluntad de poder, hace prevalecer su instinto maternal hasta destruir la personalidad y la vida personal de los hijos. Cuanto más inconsciente de su propia personalidad es una madre de este género, tanto mayor y más desaforada es su inconsciente voluntad de poder. En este tipo hay no pocos casos en los que el símbolo adecuado sería no Deméter sino Baubo. El intelecto no es cultivado en razón de sí mismo sino que suele mantener la forma de si disposición originaria, es decir, sigue siendo primigenio y natural, sin objeto y sin escrúpulos, pero también verdadero y a veces incluso profundo como la naturaleza. Pero ella no lo sabe y por eso no está en condiciones ni de apreciar la agudeza de su entendimiento ni de admirar filosóficamente su profundidad, sino posiblemente olvida lo que ha dicho.

o No necesito insistir en que a los hombres de un eros poco activo este tipo les ofrece una excelente ocasión de proyectar el ánima.

o Cuando en el complejo materno femenino no se presenta una hipertrofia del eros, se produce una identificación con la madre y una paralización de la propia actividad femenina. La personalidad propia sobre la madre, porque no se tiene consciencia del propio mundo instintivo, ni del instinto erótico ni del maternal. Todo lo que en esas mujeres recuerda la maternidad, la responsabilidad, la vinculación personal y las exigencias eróticas, provoca sentimientos de inferioridad y obliga a escapar, naturalmente hacia la madre, que de manera perfecta, por así decir como personalidad superior, vive todo lo que la hija le parece totalmente inalcanzable.

o En el fondo todo eso no pertenece a los hechos esenciales de la vida, ya que la meta suprema de la vida está constituida única y exclusivamente por la constante defensa, de la forma que sea, contra la prepotencia materna. En tales casos, son visibles muchas veces en todos sus detalles las propiedades del arquetipo de la madre. Por ejemplo, la madre en cuanto familia o clan produce un fuerte rechazo o desinterés por todo lo que significa familia, comunidad, sociedad, convención y similares. El rechazo de la madre en cuanto útero se presenta muchas veces en forma de dolores de menstruación, dificultades para concebir, horror ante el embarazo, hemorragias durante el embarazo, partos prematuros, vómitos durante el embarazo y similares. La madre como materia provoca impaciencia con los o objetos, torpeza en el manejo de herramientas y vajillas y también desaciertos en la forma de vestirse.

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o Del rechazo de la madre resulta a veces un desarrollo espontaneo de la capacidad intelectiva a fin de crear una esfera en la que no aparezca la madre. Ese desarrollo sucede por propia necesidad y no, por ejemplo, en honor de algún hombre al que se quiera hacer impresión o mostrarle que se está a la misma altura intelectual; y debe servir para superar el poder de la madre mediante critica intelectual y mayores conocimientos o para poder plantificarle delante todas sus estupideces, sus lagunas culturales y sus errores de lógica. Ese desarrollo del intelecto corre parejas con un acierto aflorar de rasgos típicamente masculinos.

o De entrada, el arquetipo es mucho menos un problema científico que una cuestión inmediata y urgente de higiene anímica. Aunque nos faltasen todas las pruebas de la existencia del arquetipo, y aunque todas las personas inteligentes nos demostrasen de modo convincente que no puede haber nada de ese género, tendríamos que inventarlos para no dejar que se hundan en lo inconsciente nuestros valores más altos y más naturales. Pues si éstos caen en lo inconsciente, ha desaparecido toda la fuerza elemental de las vivencias primigenias. Viene a ocupar su lugar entonces la imago de la madre, y cuanto ésta ha sido suficiente y debidamente racionalizada, estamos definitivamente atados a la ratio humana y condenados desde ese momento a creer exclusivamente en lo razonable. Esto por una parte es una virtud y una ventaja, qué duda cabe, pero por otra una limitación y un empobrecimiento, pues así nos acercamos al desierto del doctrinarismo y de la “Ilustración”. Esa Diosa Razón despide una luz engañosa que solo ilumina lo que ya sabe, cubriendo sin embargo de tinieblas lo que más y con más urgencia habría que saber y hacer consciente. Cuanto más autónoma quiere parecer la razón, tanto más se convierte en puro intelecto, que sustituye la realidad por doctrinas y que sobre todo no tiene presente al hombre tal como es, sino una imagen engañosa del mismo.

o El hombre, comprenda o no el mundo de los arquetipos, tiene que ser consciente de él, pues solo en él sigue siendo naturaleza y continúa unido a sus raíces. Una cosmovisión o un orden social que separe al hombre de las imágenes primigenias de la ida no solo no es una civilización sino que es en medida creciente una prisión o un establo. Si los arquetipos permanecen en la conciencia de una u otra forma, la energía que a ellos les corresponde puede beneficiar al hombre. Pero si éste no logra mantener la conexión en ellos, entonces la energía que se expresa en esas imágenes y que causa esa fascinación, tan hondamente arraigada, del complejo parental infantil vuelve a sumergirse en lo inconsciente. Así, lo inconsciente recibe una carga que, como casi irresistible vis a tergo, se entrega a cualquier credo, a cualquier idea o tendencia que el entendimiento ofrezca a la concupiscencia como seductora meta. El hombre se pone así irremediablemente a merced de su consciencia y de sus conceptos racionales de correcto y falso. Lejos de mi querer desvalorizar el don

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divino de la razón, la más excelsa capacidad humana. Pero como única reina y señora carece de sentido, como no lo tendría una luz en un mundo en el que no hay obscuridad con la que enfrentarse. El hombre debería tener en cuenta el sabio consejo de la madre y su inexorable ley de restricción natural. Nunca debería olvidar que el mundo sigue existiendo porque sus opuestos se equilibran mutuamente. De la misma manera, lo racional tiene el contrapeso de lo irracional, u aquello a lo que se aspira, el de aquello que se tiene.

o Esa comodidad lleva a no ser consciente de la propia personalidad y a esos matrimonios supuestamente ideales en los que él sólo es “papá”, y ella “mamá”, y en los que también los esposos se dan mutuamente ese título. Esto es una cuesta abajo que fácilmente rebaja al matrimonio a una inconsciente identificación de los esposos.

o No se tiene consciencia sin distinción de opuestos.o Consciencia solo puede haber si constantemente se reconoce y se

tiene en cuenta lo inconsciente, como toda vida tiene que atravesar muchas muertes.

o El provocar conflicto es una virtud luciferina en el sentido propio de la palabra. El conflicto genera el fuego de los afectos y las emociones, y como todo fuego, también éste tiene dos aspectos, el de la combustión y el de la generación de luz. La emoción es por una parte el fuego alquímico, cuyo calor hace aparecer todo y cuyo ardor omnes superfluitates comburit, quema todo lo superfluo; por otra parte la emoción es el momento en que el acero cae sobre la piedra, y salta una chispa: la emoción es, en efecto, la fuente principal de toda toma de conciencia. Sin emoción no hay transformación de tinieblas en luz ni de inercia en movimiento.

o “todo fuera es también dentro”, se podría decir con Goethe. Ese “dentro” que el racionalismo moderno tanto gusta de hacer preceder de “afuera”, tiene su propia estructura, que precede como a priori a toda experiencia consciente. Es absolutamente imposible imaginar cómo podría surgir exclusivamente de lo exterior la experiencia en el más amplio sentido, lo psíquico en general. La psique forma parte de lo más íntimo del secreto de la vida, y al igual que todo lo o orgánicamente vivo, ella también tiene su estructura y su forma peculiares. La cuestión de si la estructura anímica y sus elementos, los arquetipos, han tenido un comienzo pertenece a la metafísica y por eso no admite respuesta. La estructura es lo que está. Lo que siempre, en todos los casos, ya existía antes, la condición previa. Es la madre, la forma que toma todo lo vivido. Frente a ella, el padre representa la dinámica del arquetipo, porque éste es ambas cosas, forma y energía.

o La portadora del arquetipo es en primer lugar la madre personal, porque le hijo vive al principio en participación exclusiva, es decir, en identificación inconsciente con ella. La madre no solo es la previa condición física, sino también psíquica, del niño. Con el despertar de la consciencia del yo esa participación desaparece poco a poco, y la

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consciencia empieza a estar en oposición con lo inconsciente, con su propia condición previa. De esa manera, el yo empieza a distinguirse de la madre, cuya individualidad personal va siendo poco a poco más clara. Así van separándose de su imagen todas las propiedades fabulosas y misteriosas, que se desplazan a la posibilidad más próxima, por ejemplo a la abuela. Como madre de la madre, es “más grande” que ésta. Es, con bastante propiedad, la “Gran Madre”. Con no poca frecuencia adopta los rasgos de la sabiduría y la prudencia, así como también los de la bruja. Porque cuanto más alejado de la consciencia está el arquetipo, tanto más clara se vuelve aquélla, y tanto más pronunciada es la forma mitológica que adopta este. El paso de la madre a la abuela constituye un aumento de categoría para el arquetipo. Esto se manifiesta claramente, por ejemplo, en la ideología del Batak: la ofrenda por el padre difunta es modesta, es comida normal. Pero cuando el hijo tiene un hijo, entonces el padre es abuelo, por lo que ha alcanzado una especie de dignidad mayor en el más allá. Entonces se le presenta grandes ofertas.

o Con una lógica poco frecuente con el apasionamiento de una persona realmente religiosa, Nietzsche ha presentado la psicología de ese “superhombre”, cuyo Dios ha muerto; del hombre que se hunde porque ha aprisionado la paradoja divina en la reducida envoltura del hombre mortal. Goethe, el sabio, ha observado muy bien “que horror sobrecoge al superhombre”, provocando así la sonrisa del filisteo cultural. Su glorificación de la madre, cuya grandeza abarca a la Reina de los Cielos y al mismo tiempo a Santa María Egipcíaca, constituye superior sabiduría y un sermón de cuaresma para el hombre occidental que quiera reflexionar. Pero que se va a pedir a una época en la que hasta los representantes oficiales de las religiones cristianas declaran públicamente su incapacidad para comprender los fundamentos de la experiencia religiosa. Entresaco de un artículo de teología (protestante) la siguiente frase: “nos concebimos – sea desde una perspectiva naturalista o idealista – como seres unitarios y no tan curiosamente divididos que puedan intervenir en nuestra vida interior poderes extraños, como da por sentado el Nuevo Testamento”. Por lo visto el autor ignora que la ciencia ha constatado y comprobado empíricamente, ya hace más de medio siglo, la inestabilidad y disociabilidad de la consciencia. Nuestras intenciones conscientes están siendo, por así decir, constantemente perturbadas y desbaratadas en mayor y menor medida por intrusiones inconscientes cuyas causas en un principio nos son ajenas. La psique está lejos de ser una unidad: es, al contrario, una mezcla hirviente de impulsos, inhibiciones y afectos contradictorios, y muchas personas consideran tan insoportable su conflictiva situación que hasta anhelan esa salvación ensalzada por la teología. ¿Salvación de qué? De un estado psíquico sumamente problemático, naturalmente. La unidad de la consciencia, de la llamada personalidad, no es una realidad, sino un desiderátum.

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Recuerdo aún muy bien a cierto filósofo, también apasionado defensor de esa unidad, que vino a mi consulta por su neurosis: estaba obsesionado por la idea de que padecía de cáncer. No sé a cuantos especialistas había consultado ya y cuantas radiografías le habían hecho. Siempre le aseguraban que no tenía cáncer. Él mismo dijo: “Sé que no tengo cáncer, pero podría tenerlo”. ¿Quién es responsable de esa figuración? No es él quien la hace sino que le es impuesta por una fuerza ajena a él. Yo no veo diferencia entre ese estado y el de los posesos del Nuevo Testamento. Que yo crea en un demonio que vuela por los aires o en un factor de lo inconsciente que me está haciendo una jugada endiablada, es de todo punto irrelevante. El hecho de que el hombre esté amenazado en su imaginaria unidad por poderes extraños sigue siendo el mismo. Más le valdría a la teología tomar por fin en consideración estos hechos psicológicos que, con cien años de retraso estilístico, ponerse a “desmitologizar” con espíritu enciclopedista.

o Parece como si el hombre que busca en vano su existencia y hace de ello una filosofía solo mediante la vivencia de realidad simbólica encontrase el camino de vuelta a ese mundo en el que no es un extraño.

o (el lenguaje no es sino una imagen). En el mejor de los casos se sigue soñando el mito y se le da forma moderna. Y todo el perjuicio que le cause cualquier explicación o interpretación, ese mismo perjuicio se le ha causado a la propia alma, con las correspondientes consecuencias para el propio bienestar. Pues el arquetipo- cosa que no debería olvidarse – es un órgano anímico que existe en cada persona. Una mala explicación significa una actitud igualmente mala hacia ese órgano, con lo que éste resulta dañado. Pero el que lleva finalmente las de perder es el mal explicador. Por eso, la “explicación” siempre debería hacerse de tal forma que permaneciera intacto el sentido funcional del arquetipo, esto es, que estuviese garantizada una vinculación, suficiente y acorde con su sentido, de la consciencia con el arquetipo. Pues éste es un lamento de la estructura psíquica y por ello parte integrante y vitalmente necesaria del balance anímico. Representa o personifica ciertos hechos instintivos de la psique primitiva, obscura, de las propias pero invisibles raíces de la consciencia. El hecho de que el espíritu primitivo esté pre-ocupado con la relación con ciertos factores “mágicos”, que no son sino los que designamos con el nombre de arquetipo, nos muestra de qué elemental importancia es la vinculación con esas raíces. Esa forma primigenia de religión sigue constituyendo hoy la esencia efectiva de toda vida religiosa y así seguirá siendo siempre, cualquiera que sea la forma futura de esa vida.

o Para el arquetipo no hay sustitutivo “razonable”, como tampoco lo hay para el cerebro o los riñones. Se pueden investigar los órganos corporales desde un punto de vista anatómico, histológico e histórico-

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evolutivo. A eso correspondería la descripción de los fenómenos arquetípicos y una exposición histórica – comparativa de ellos. Pero el sentido de un órgano corporal proviene única y exclusivamente del enfoque teológico, que lleva a plantear la siguiente pregunta: ¿Cuál es la finalidad biológica del arquetipo? Así como la fisiología responde a esa pregunta en cuanto al cuerpo, incumbe a la psicología responder a esa misma pregunta en cuanto al arquetipo.

o Con afirmaciones como la de que el motivo del niño es un resto del recuerdo de la propia infancia y otras explicaciones similares solo se ha eludido la pregunta. En cambio, si decimos – cambiando ligeramente la misma frase – que el motivo del niño es la imagen de ciertas cosas del apropia infancia que hemos olvidado, ya nos vamos aproximando a la verdad. Pero como el arquetipo es siempre una imagen que pertenece a toda la humanidad y no solo al individuo, tal vez es mejor formularlo así: El motivo del niño representa el aspecto preconsciente de la infancia del alma colectiva.

o No es equivocado imaginarse primero este aserto como histórico, en analogía con determinadas experiencias psicológicas que ponen de manifiesto que ciertas etapas de la vida individual pueden independizarse y personificarse en la medida en que se llega a una observación de sí mismo: por ejemplo viéndose a sí mismo como un niño. Experiencias visionarias de esta índole – ya tengan lugar en estado de sueño o de vigilia – van unidas, como demuestra la experiencia, a la condición de que antes haya habido una disociación entre estado presente y pretérito. Tales disociaciones ocurren cuando hay incompatibilidades, por ejemplo, si el estado presente se ha puesto en contradicción con el estado infantil. Quizás se ha separado uno violentamente de su carácter originario a favor de una “persona” arbitraria, que convienen a la ambición, y se ha vuelto a – infantil y artificial y ha perdido sus raíces. Esta es la ocasión favorable para una confrontación igual de vehemente con la verdad originaria.

o La práctica religiosa, o sea, el repetir ritualmente de palabra el acontecer mítico, tiene por tanto la finalidad de presentar siempre de nuevo a la conciencia la imagen de la infancia y todo lo relacionado con ella, a fin de que no se rompa el vínculo con la condición originaria.

o La consciencia tiene como necesaria consecuencia y necesaria premisa la exclusión de otros contenidos que de momento están igualmente capacitados para ser conscientes. Esa exclusión origina inevitablemente una cierta unilateralidad del contenido de la consciencia. Y como con la dinámica de la voluntad se le ha entregado a la consciencia desarrollada del hombre civilizado un eficaz instrumento para la ejecución practica de sus contenidos, con el desarrollo creciente de la voluntad existe un peligro tanto mayor de perderse en lo unilateral y de desviarse hacia la falta de ley y de raíces. Por una parte, esto pertenece a las posibilidades de la libertad humana, pero por otra también es fuente de infinitos conflictos con el

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instinto. Por eso el hombre primitivo se caracteriza - por proximidad al instinto, como el animal – por su fobia a la novedad y su vinculación a la tradición. A nosotros, que cantamos las alabanzas del progreso, ese hombre nos resulta penosamente retrogrado. Pero nuestro progresismo, por un lado hace posible que se cumplan muchísimos de nuestros más hermosos deseos, por otro, sin embargo, va acumulando una deuda igualmente gigantesca, prometeica, que de tiempo en tiempo reclama el pago en forma de fatales catástrofes. ¡Cuánto tiempo ha soñado la humanidad con volar por los aires, y ahora hemos llegado a los bombardeos aéreos! Se acoge hoy con una sonrisa la esperanza cristiana en el más allá y uno recae en terrores quiliásticos que son cien veces más insensatos que la idea de un venturoso más allá de la muerte. La consciencia desarrollada corre siempre peligro de desarraigo, por lo que necesita como compensación lo que aún queda del estado infantil.

o El progreso forzado por la voluntad siempre es convulsión. El atraso está próximo a la naturalidad, pero siempre bajo la amenaza de un doloroso despertar. La opinión más antigua era consciente de que un progreso solo es posible deo concedente, con lo que demuestra poseer consciencia de oposición y repite los antiquísimos rites d’entrée et de sortie a un nivel superior. Pero cuanto más se va desarrollando la consciencia, tanto mayor es el peligro de que se separe de sus raíces. La separación total ocurre cuando se olvida el deo concedente. Ahora bien, es un postulado psicológico que una parte del alma que se ha disociado de la consciencia solo esta inactiva en apariencia; en realidad, termina ocupando obsesivamente la personalidad, por lo que los objetivos de ésta quedan falsificados en el sentido de la parte del alma disociada. Por tanto, cuando el estado infantil del alma colectiva es reprimido hasta quedar totalmente excluido, el contenido inconsciente se apodera de las metas conscientes, refrenando, falsificando o incluso destruyendo así su realización. Un progreso viable solo se logra con la cooperación de ambos.

o Esto corresponde exactamente a las experiencias de la psicología del individuo, que muestran que el “niño” prepara una futura transformación de la personalidad. En el proceso de individuación anticipa la figura que resulta de la síntesis de los elementos conscientes e inconscientes de la personalidad. Es, por eso, un símbolo que une los opuestos, un mediador, un salvador, es decir, un hacedor – de – la totalidad. Por este significado, el motivo del niño también tiene la capacidad de sufrir esa múltiples transformaciones formales ya mencionadas: su expresión es, por ejemplo, lo redondo, el círculo o la bola, o la cuaternidad como otra forma de la totalidad. A esa totalidad que trasciende la consciencia yo la he denominado “el sí- mismo”. La meta del proceso de individuación es la síntesis del sí – mismo. Observado0 desde otro punto de vista, quizás sea aconsejable, en lugar del término “síntesis”, el de “entelequia”. Hay

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una razón empírica que explicaría por qué puede ser más adecuada esa expresión: los símbolos de la totalidad se presentan con frecuencia al principio del proceso de individuación, y hasta se los puede observar ya en los primeros sueños de la más remota infancia. Esta observación apoya la hipótesis de que la potencialidad de la totalidad ya existe a priori, por lo que es aconsejable emplear el concepto de entelequia. Pero en la medida en que el proceso de individuación transcurre empíricamente como una síntesis, parece como sí, paradójicamente, estuviese constituyéndose algo ya existente. Debido a ese aspecto, también es aplicable la expresión “síntesis”.

o Se suele soñar con serpientes cuando la consciencia se desvía de la base de los instintos.

o Del choque de los opuestos la psique inconsciente siempre crea un tercero de naturaleza irracional, que la consciencia ni espera ni comprende.

o “niño” significa algo que está creciendo hasta ser autónomo y que no puede desarrollarse sin separarse del origen: por eso el desvalimiento es condición necesaria, no solo circunstancia con-comitente. El conflicto no se supera si la consciencia sigue ligada a los opuestos; esa es la razón por la que necesita un símbolo que le muestre la necesidad de que se separe del origen. Como el símbolo del “niño” impresiona y fascina a la consciencia, pasa a la consciencia el efecto liberador y lleva a cabo esa separación de la situación conflictiva que la consciencia era incapaz de efectuar. Ese símbolo anticipa un estado de consciencia que aun esta deviniendo. Mientras no se haya producido tal estado, el “niño” sigue siendo una proyección mitológica que exige repetición litúrgica y renovación ritual. El niño Jesús, por ejemplo, seguirá siendo una necesidad del culto mientras la mayoría de los hombres sea incapaz de realizar psicológicamente la frase “mientras no os hagáis como niños”. Como se trata de evoluciones y de transiciones extraordinariamente difíciles y peligrosas, no es de extrañar que tales figuras muchas veces mantengan su vitalidad a lo largo de siglos o de milenios. Todo lo que el hombre, en sentido positivo o negativo, debería ser pero no puede ser, vive junto a su consciencia como figura mitológica y como anticipación, o en forma de proyección religiosa o bien – lo que es más peligroso – como contenidos de los inconsciente que se proyectan entonces espontáneamente sobre objetos incongruentes, por ejemplo sobre todo género de doctrinas y sistemas higiénicos y “salvíficos”. Todo ellos es sucedáneo mitológico racionalizado, que por su falta de naturalidad constituye más un peligro que un ayuda para el hombre.

o Es una paradoja que llama la atención en todos los mitos del niño el hecho de que ese “niño”, débil e impotente, por una parte este a merced de enemigos poderosísimos y en constante peligro de ser

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exterminado, pero por otra disponga de fuerzas que rebasan con mucho la medida humana.

o Pero el mito insiste en que no es así, sino que el “niño” está en posesión de una fuerza superior, e inesperadamente, pese a todos los peligros, acaba prevaleciendo. El “

o niño”, fruto de lo inconsciente, sale del seno de éste, engendrado desde el fundamento de la naturaleza humana, mejor aún, de la naturaleza viva.

o En la especulación india la grandeza y la invencibilidad del “niño” está relacionada con la naturaleza de Atman. Ésta se corresponde con el “más pequeño que pequeño y más grande que grande”. El sí – mismo como fenómeno individual es “más pequeño que pequeño”, pero como equivalente del mundo, “más grande que grande”. El sí – mismo como polo opuesto, como lo absolutamente “otro” del mundo, es la conditio sine qua non del conocimiento del mundo y de la consciencia de sujeto y objeto. Es el ser – diferente psíquico, que hace posible la consciencia. Pues la identificación no hace posible la consciencia, solo la separación, la segregación, y el doloroso estar – en – oposición puede crear consciencia y conocimiento. La introspección india ya percibió pronto ese estado de cosas psíquico y por eso igualo el sujeto del conocer con el sujeto de la existencia. De acuerdo con la actitud especialmente introvertida del pensamiento indio, el objeto perdió incluso el atributo de realidad absoluta y con frecuencia se convirtió en mera apariencia. La actitud espiritual greco – occidental no ha podido liberarse de la convicción de que el mundo existe absolutamente. Pero eso ha sucedido a costa de la significación cósmica del sí – mismo.

o La fenomología del nacimiento del “niño” remite continuamente a un primigenio estado psicológico de no – conocer, o sea de oscuridad o crepúsculo, de no – distinguir entre sujeto y objeto, de identificación inconsciente del hombre y el mundo. D e ese estado de lo indistinto nace el huevo de oro, que es tanto hombre como mundo, pero que no es ninguno de los dos, sino un tercero irracional. A la indecisa consciencia del hombre primitivo le parece como si el huevo saliera del seno del vasto mundo, siendo por eso un aconteciendo cósmico y exterior – objetivo. A la consciencia desarrollada, en cambio, le resulta obvio que ese huevo no es otra cosa que un símbolo salido de la psique, o – pero aún – una especulación arbitraria y por ello una “mera” fantasía primitiva que no posee ningún género de “realidad”, la psicología medica actual, sin embargo, piensa de manera un poco distinta en lo que concierne a esa fantasías. Sabe que considerables trastornos de las funcione físicas, por un lado, y que nefastas consecuencias psíquicas, por otro, tienen su origen en las “meras” fantasías. Las “fantasías” son las manifestaciones vitales naturales de lo inconsciente. Pero como lo inconsciente es la psique de todos los complejos autónomos de las funciones del cuerpo, sus “fantasías” son de una importancia etiológica que no hay en absoluto que

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subestimar. Por la psicopatología del proceso de individuación sabemos que la formación de símbolos a menudo enlaza con trastornos corporales psicógenos, que pueden parecer muy “reales”. En el terreno medico las fantasías son cosas “reales” que el psicoterapeuta ha de tener muy seriamente en cuenta. De ahí que no pueda negarle su legitimidad a esas fantasías primitivas que incluso proyectan al mundo exterior su contenido humano también está hecho de la materia del mundo y las fantasías se manifiestan en esa materia, más aún, sin ella no es posible percibirlas. Sin materia serian como estructuras cristalinas abstractas en una lejía madre en la que aún no ha empezado el proceso de cristalización.

o Los símbolos del sí – mismo se originan en lo profundo del cuerpo y expresan tanto su materialidad como la estructura de la consciencia perceptora. El símbolo es cuerpo vivo, corpus et anima; por eso, el niño es una excelente formula del símbolo. La singularidad de la psique es una incógnita que hay que convertir en realidad, nunca del todo pero al menos aproximativamente, y que al mismo tiempo es la base indispensable de toda consciencia. Las “capas” más profundas de la psique, según aumenta la profundidad y la oscuridad, pierden la singularidad individual. Hacia “abajo”, es decir, al acercarse a los sistemas autonomos funcionales, se vuelven más y más colectivas, para hacerse universales en la materialidad del cuerpo, o sea, en los cuerpos químicos, y extinguirse al mismo tiempo. El carbono del cuerpo es simplemente carbono. Por eso, “muy bajo” la psique es “mundo”. En este sentido les doy plenamente la razón a Kerényi cuando dice que en el símbolo habla el propio mundo. Cuanto más arcaico y profundo, esto es, cuanto más fisiológico es el símbolo, tanto más colectivo y universal, tanto más “material”. Cuanto más abstracto, más desarrollado y más específico, tanto más se acerca a la naturaleza de una singularidad y unicidad conscientes y tanto más se ha despojado de su naturaleza universal. En la consciencia, finamente, corre peligro de convertirse en mera alegoría que en ningún momento traspasa el marco de una concepción consciente, además de estar expuestos a innumerables intentos de explicación racionalista.

o En su significación funcional el símbolo ya no remite a algo pasado sino que señala hacia delante, a una meta aún no alcanzada.

o No solo remite a la fuerza vital de las ideas arquetípicas en general sino que demuestra también lo acertado del principio de que el arquetipo, al conciliar los opuestos, actúa como mediador entre los fundamentos inconscientes y la conciencia. El arquetipo tiende un puente entre la consciencia del presente, que corre peligro de desarraigo, y la totalidad natural, inconsciente – instintiva, de los tiempos primitivos. Por esa mediación, la unicidad, singularidad y unilateralidad de la consciencia individual del hombre de hoy empalma una y otra vez con los previos condicionamientos naturales y tribiales. El progreso y le evolución son ideales innegable; pero

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pierden su sentido si el hombre llega al nuevo estado solo como fragmento de sí mismo, dejando atrás en la sombra de lo inconsciente, en un estado de primitivismo o incluso de barbarie, todo lo arcano y esencial.

o Los niños son educados por lo que el adulto es, y no por lo que discursea. La tan difundida fe en las palabras es una verdadera enfermedad del alma, porque una falsa de de ese género lleva cada vez más lejos de los fundamentos del hombre y a una funesta identificación con el slogan al que se da crédito cada vez. Entretanto, todo lo que ha superado y dejado atrás el llamado progreso va hundiéndose más y más en lo inconsciente, de lo que la postre vuelve a surgir el estado primitivo de identificación con la masa. Y ese estado se convierte entonces en realidad, en lugar del esperado progreso.

o Conforme se desarrolla la civilización, el ser primigenio de doble sexo se va convirtiendo en símbolo de la unidad de la personalidad, del sí – mismo, en el cual cesa el conflicto de los opuestos. Ese ser primigenio, que fue desde el principio una proyección de la totalidad inconsciente, se convierte así en meta lejana de la autorrealización del ser humano: la totalidad humana, no lo olvidemos, es una fusión de la personalidad consciente e inconsciente. Lo mismo que cada individuo tiene su origen en genes masculinos y femeninos, y cada sexo viene determinado por la prevalencia de los correspondientes genes, así también en la psique del hombre solo tiene signo masculino la consciencia, y lo inconsciente, en cambio, tiene calidad femenina. En la mujer sucede al revés. En mi teoría del ánima solo me he limitado a redescubriré y a reformar este hecho. Conocido, lo era ya hace tiempo.

o Ningún arquetipo es reducible a una formula encilla. Es un vaso que nunca se puede vaciar y nunca llenar. En sí existe solo en potencia, y cuando toma forma de materia, ya no es lo que era antes. Permanece a través de los milenios y al mismo tiempo exige cada vez otra interpretación. Los arquetipos son los elementos inalterables de los inconsciente, pero cambian constantemente de forma.

o En este marco psicológico se sitúan los motivos del desvalimiento, la invencibilidad, el hermafroditismo y el ser inicial y final, como categorías diferenciables del vivir y del conocer.

o Los llamados fenómenos inconscientes están en tan escasa relación con el yo que en muchas ocasiones no se vacila en negar su misma existencia.

o Freud, por su parte, prefiere la idea de que hay factores conscientes que reprimen ciertas tendencias. Mucho habla a favor de ambas teorías, pues se dan muchísimos casos en la que una debilidad de la consciencia es efectivamente la causa de que desaparezcan los contenidos o de que sean reprimidos los contenidos desagradables. Es obvio que observadores tan concienzudos como Janet y Freud no habrían establecido teorías en las que lo inconsciente proviene sobre

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de fuentes conscientes si hubiesen descubierto en las manifestaciones de lo inconsciente huellas de una personalidad independiente o de una voluntad autónoma.

o Ambas teorías se basan sobre todo en experiencias con neurosis. Ninguno de los autores dispone de especial experiencia psiquiátrica. Si la tuviese, seguramente habrían quedado impresionados ante el hecho de que lo inconsciente presenta contenidos completamente distintos de los de la consciencia, tan extraños que nadie los puede comprender, ni el propio paciente ni su médico. El enfermo es devorado por una oleada de pensamientos que le son tan ajenos como a la persona normal. Por eso lo llamamos “loco”: no podemos comprender sus ideas. Solo podemos entender una cosa cuando poseemos las necesarias condiciones previas. Pero en este caso esas condiciones están tan alejadas de nuestra consciencia como estaban alejadas del espíritu del paciente antes de volverse loco. Si no fuera así, jamás se habría convertido en un enfermo mental.

o Los contenidos neuróticos pueden ser integrados sin gran menoscabo del yo, pero las ideas psicóticas, no. Estas siguen siendo inaccesibles, y sofocan en mayor o menor grado la consciencia del yo. Tienen incluso una clara tendencia a atraer al yo interior de su “sistema”.

o Tales casos demuestran que en determinadas circunstancias lo inconsciente es capaz de asumir el papel del yo. Las consecuencias de ese trueque son la locura y la confusión, pues lo inconsciente no es una segunda personalidad con un funcionamiento organizado y centralizado, sino probablemente una suma descentralizada de procesos psiquicos. Por otra parte, nada de lo que produce el espíritu humano está absolutamente fuera del ámbito psíquico. Hasta la idea más demencial tiene que corresponder a algo que exista en la psique. No es de suponer que determinadas cabezas contengan elementos que no se dan en otras. Tampoco podemos suponer que lo inconscinete tenga la capacidad de volverse autónomo en determinadas personas, a saber, en las que tienen una predisposición a la enfermedad mental. Es mucho más probable que la tendencia a la autonomía sea una propiedad más o menos general de lo inconsciente. En un cierto sentido, la perturbación mental no es sino un ejemplo sobresaliente de un hecho escondido, pero que se da un modo general. La tendencia a la autonomía se hace evidente sobre todo en los estados afectivos, incluso en los de las personas normales. En u estado fuertemente emocional se hacen o se dicen cosas que sobrepasan la medida habitual. No se necesita mucho: el amor y el odio, la alegría y la pena bastan muchas veces para que el yo quede sustituido por el inconsciente. Hasta las más extrañas ideas pueden apoderarse en tales ocasiones de personas que son sanas en todo lo demás. Grupos, comunidades y hasta pueblos enteros pueden ser atacados de ese modo en forma de epidemias mentales.

o La autonomía de lo inconsciente empieza allí donde surgen emociones. Las emociones son reacciones instintivas, involuntarias,

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que trastornan el orden de la consciencia mediante explosiones elementales. Los afectos no son “hechos” por la voluntad, sino que suceden. En el efecto aparece no pocas veces un rasgo de carácter que le resulta ajeno incluso a la parte inmediatamente implicada, o en ocasiones también despuntan involuntariamente contenidos ocultos. Cuanto más violento es un afecto, tanto más se aproxima a lo patológico, es decir, a un estado en la que la consciencia del yo es eliminada por contenidos autónomos que con frecuencia han sido antes inconscientes. Mientras que lo inconsciente se encuentra en un estado letárgico, parece como si ese ámbito escondido no tuviese ningún contenido. Por eso, para nosotros siempre es una sorpresa que pueda surgir de pronto, de una nada aparente, algo desconocido hasta entonces. Sin embargo, luego llega el psicólogo y explica que eso tuvo que ocurrir por esta y esta razón. Pero ¿quién lo hubiera dicho antes?

o Decimos que lo inconsciente no es nada y sin embargo es una realidad in potentia: el pensamiento que vamos a pensar, el hecho que vamos a realizar, incluso el destino del que nos vamos a lamentar mañana ya están de modo inconsciente en el hoy.

o Si se conociese por completo el trazado básico, inconsciente, de una persona, sería posible desde el principio predecir en gran parte su destino.

o Mientras que nosotros pensamos en periodos de años, lo inconsciente piensa y vive en periodos milenarios. Por eso, si sucede algo consideramos una asombrosa novedad, casi siempre es una historia antiquísima. Seguimos olvidando, como los niños, lo que fue ayer. Seguimos viviendo en un mundo maravillosamente nuevo, en el que el hombre se considera sorprendentemente joven o “moderno”. Ese estado es una prueba inequívoca de la juventud de la consciencia humana, que aún no es consciente de sus condicionamientos previos.

o Ya había funciones y procesos psíquicos mucho tiempo antes de que hubiera una consciencia del yo. El “tener pensamientos” ya existía antes de que un hombre pudiese decir: “soy consciente de que pienso”.

o Lo inconsciente es la madre de la consciencia. Donde hay una madre, hay también un padre. Pero parece que éste es desconocido. La consciencia, ese ser juvenil, podrá negar a su padre pero no a su madre. Será demasiado poco natural: en todos los niños puede verse con cuanta vacilación y lentitud se va desarrollando la consciencia del yo a partir de una consciencia fragmentaria de momentos aislados, y como esas islas emergen poco a poco de la completa oscuridad de lo puramente instintivo.

o La consciencia proviene de una psique inconsciente que es más antigua que ella y que sigue funcionando junto con la consciencia o a pesar de la consciencia. Aunque hay numerosos casos que los contenidos conscientes se vuelven otra vez inconscientes (mediante la represión, por ejemplo), lo inconsciente, como totalidad, está muy

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lejos de constituir solo un resto de la consciencia. (¿son tal vez residuos de la consciencia las funciones psíquicas de los animales?)

o Como ya he dicho antes, hay poca esperanza de encontrar en lo inconsciente un orden equivalente a la consciencia del yo. No parece que estemos en vías de encontrar una personalidad inconsciente del yo, algo así como una “anti – tierra” pitagórica. Pero no puede dejar de verse el hecho de que, lo mismo que la consciencia va despuntando de entre las tinieblas de lo inconsciente, también el centro del yo surge de una oscura profundidad en la que estaba contenida de algún modo mientras existía en potencia. De la misma manera que una madre humana solo puede parir un hijo humano cuya naturaleza más personal, durante su existencia potencial, ya estaba escondida en ella, casi nos vemos obligados a creer que lo inconsciente no puede ser tan solo una acumulación de instintos e imágenes. Algo tiene que hacerlo coherente y que darle expresión al conjunto. Su centro, sin embargo, no puede ser el yo, puesto que el yo nació en la consciencia y se dirige contra lo inconsciente, excluyéndolo en la medida de lo posible. ¿o podría ser que lo inconsciente haya perdido su centro por el nacimiento del yo? Si así fuera, sería de esperar que el yo fuese muy superior a lo inconsciente en cuanto a influencia e importancia. Entonces, lo inconsciente seguiría modestamente las huellas de la consciencia. Pero eso sería justo lo que deseamos.

o En tales casos no se puede rechazar sin más la hipótesis de que lo inconsciente tiene actividad propia. Otro ejemplo es la intuición que se basa sobre todo en procesos inconscientes de naturaleza muy compleja. Debido a esa peculiaridad he definido la intuición como “percepción a través de lo inconsciente”.

o La consciencia necesita un centro, es decir, un yo que sea consciente de algo. No sabemos de ningún otro género de consciencia y tampoco podemos imaginarnos una consciencia sin yo. No puede haber una consciencia en la que nadie diga: “soy consciente”.

o Lo inconsciente crea sueños, fantasías, visiones, emociones, ideas grotescas y otras cosas. Es exactamente lo que se esperaría de alguien que está soñando. Parece ser una personalidad que nunca estuvo despierta y que nunca fue consciente de una vida vivida y de una continuidad propia.

o Voy a comenzar con una breve constatación: en lo inconsciente de cada hombre hay escondida una personalidad femenina, y encada mujer, una personalidad masculina.

o Además de las dos figuras indicadas hay algunas otras que son menos frecuentes y menos llamativas, pero que se han configurado en la literatura y la mitología. Menciono por ejemplo la figura del héroe y la del “anciano sabio”, para citar también dos de las más conocidas.

o Ese curioso hecho permite sacar conclusiones relativas a la “localización” del ánimus y del anima dentro de la estructura

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psíquica: parece evidente que viven y funcionan en las capas más profundas de lo inconsciente, a saber, en la capa profunda filogenética que yo he designado con el nombre de inconsciente colectivo. Esa localización explica mucho de su carácter extraño: ellos sacan a la consciencia efímera una vida psíquica desconocida que pertenece a un pasado lejano. Es el espíritu de nuestros desconocidos ancestros, su modo de pensar y de sentir, su modo de vivir la vida y el mundo, los dioses y los hombres. El hecho de que existan esas capas arcaicas es probablemente la raíz de la creencia en reencarnaciones y en recuerdos de “existencias anteriores”. Lo mismo que el cuerpo constituye una especie de museo de su historia filogenética, lo psíquico también hace lo mismo. No tenemos ningún motivo para suponer que la especial estructura de la psique sea lo único en el mundo que no pueda ofrecer una historia que vaya más allá de sus manifestaciones individuales. Ni siquiera a nuestra consciencia se le puede negar una historia que abarca alrededor de cinco mil años. Solo la consciencia del yo tiene cada vez un nuevo principio y un pronto final. Pero la psique inconsciente no solo tiene una antigüedad infinita sino también la posibilidad de ir creciendo e integrándose en un futuro igualmente lejano. Ella conforma la especie humana, de la que es parte integrante igual que el cuerpo, que es individualmente perecedero, pero colectivamente de edad inconmensurable.

o El ánimus y el ánima, por ejemplo, pertenecen sin ningún género de dudas al material que sale a la luz en la esquizofrenia.

o Ellos no tienen presente que una “consciencia universal” es una contradictio in adiecto, puesto que excluir, seleccionar, diferenciar, es la raíz y la esencia de todo lo que reclama el derecho a llamarse “consciencia”. En cambio, una “consciencia universal”, desde el punto de vista de la lógica, es idéntica a la consciencia. Es cierto, no obstante, que si se aplican exactamente los métodos del acnon pali o del yoga – sutra se llega a un notable aumento de la consciencia. Pero, a medida que va aumentando la consciencia, cada uno de sus contenidos va perdiendo claridad, al final, la consciencia se vuelve amplia, pero crepuscular; un número infinito de cosas desemboca en una totalidad poco clara, lo que casi viene a constituir una total identidad de los datos subjetivos y objetivos. Todo esto está muy bien pero apenas es recomendable en regiones situadas al norte del trópico de Cáncer.

o Pero si se entiende algo de lo inconsciente, se sabe que no puede ser absorbido. Se sabe también que no es factible reprimirlo sin más, porque sabemos que lo inconsciente es vida y que esa vida se vuelve contra nosotros cuando se la reprime, como sucede con las neurosis.

o La consciencia y lo inconsciente no dan un conjunto total si lo uno es reprimido y dañado por lo otro. Si han de combatirse mutuamente, que sea al menos un combate honesto, con los mismos derechos para ambas partes, pues ambas son aspectos de la vida. La consciencia

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debería defender su buen juicio y sus posibilidades de autoprotección, y la vida caótica de lo inconsciente también debería tener la posibilidad de obedecer a su propia naturaleza en la medida en que nosotros podamos soportarlo. Eso significa lucha declarada y, a la vez, colaboración declarada. Así debería ser, a lo que parece, la vida humana. Es el viejo juego del martillo y el yunque. El hierro que sufre entre ambos es forjado hasta dar una totalidad indestructible: el “individuo”.

o Esto es más o menos lo que yo llamo “proceso de individuación”. Como ya sugiere el nombre, se trata de un proceso o desarrollo progresivo que surge del conflicto de ambos hechos básicos psíquicos.

o En cuanto a la armonización de datos conscientes e inconscientes, no es posible dar recetas sobre cómo hay que llevarla a cabo. Se trata de un proceso vital irracional que se expresa en determinados símbolos. Puede ser tarea del médico fomentar con su ayuda ese proceso. En tal caso, el conocimiento de los símbolos es indispensables, pues en ellos se realiza la unión de contenidos conscientes e inconscientes. De esa unión resultan nuevas situaciones o posiciones de consciencia. Por eso yo he llamado a la unión de los opuestos “función trascendental”. Conseguir que la personalidad pase a ser una totalidad es la meta de una psicoterapia que no pretenda únicamente curar síntomas.