Los Agujeros Negros
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Transcript of Los Agujeros Negros
-
Los agujeros negros
Yolanda Reyes
ilustraciones de Daniel
Rabanal
-
ndice
Prlogo: La historia de esta
historia
Captulo I Captulo II
Captulo III
Captulo IV
Captulo V
Captulo VI
Epilogo: Antes de cerrar el
libro
-
Prlogo La historia de esta historia
Ojal ustedes nunca tengan
que vivir una guerra, deca mi abuela
y cerraba los ojos, como rogndoselo
al futuro. No recuerdo cuntos aos
tena yo ni de cul de todas las guerras
hablaba ella. Tal vez se refera a la
Guerra de los Mil Das, a la poca de
la violencia en Colombia o a otras
guerras que ocurrieron cuando yo no
haba nacido. De lo que s me acuerdo
todava es de las imgenes que
pasaban por mi cabeza mientras la oa.
Mi imaginacin mezclaba gente
comiendo ratas y suelas de zapatos en
ciudades sitiadas, con lanceros casi
desnudos escalando pramos, y a esas
escenas, sacadas de mis libros de
historia, les aada las imgenes
fastuosas de otras guerras de pelcula.
-
Yo era una nia entonces y
crea que la guerra era ms
escandalosa y menos cotidiana: que se
tomaba la molestia de avisar antes de
entrar a las casas y que tena una fecha
de inicio y otra de final, como en la
lista de batallas de mis textos
escolares. Pero, sobre todo, crea que
las palabras y la presencia protectora
de mi abuela seran suficientes para
espantarla de mi vida.
Durante muchos aos confi en
que el fantasma de la guerra se
hubiera quedado en el pasado. Y
como esta guerra nuestra fue llegando
despacito, sin trompetas
anuncindola, la verdad es que no me
di mucha cuenta de cundo empez.
Ahora que lo pienso, siempre debi
estar ah: algunas veces escondida y
otras veces ms visible. Lo cierto es
que no pude librarme de ella y que
todos nosotros, los grandes y los
pequeos, hemos vivido tiempos
difciles en Colombia. La historia que
voy a contarles, es hora de decirlo,
naci de esos tiempos difciles y
sucedi en la vida real.
Los agujeros negros se
publicaron por primera vez en una
coleccin sobre los Derechos de los
Nios que hizo la editorial Alfaguara
con el apoyo de unicef en el ao
-
2000 y en la cual se encarg a los
autores de diversos pases de habla
hispana, desde Argentina hasta
Espaa, la creacin de un cuento a
partir de un derecho de los nios. As,
por azar, como en uno de esos sorteos
que a veces se hacen en el colegio para
asignar temas de trabajo, a cada
escritor le correspondi un derecho
para escribir su cuento. El derecho que
a m me toc en suerte deca as: Los
nios tienen derecho a recibir auxilio y
proteccin. Por esos das se saba que
haba nios secuestrados en nuestro
pas, que muchos otros sufran por el
secuestro de sus padres y que tambin
haba menores en las filas de los
distintos grupos armados. Adems,
como tal vez les ha sucedido a ustedes,
bastaba con salir de la casa para ver
nias y nios desplazados en las calles
cercanas, sin tener derecho a nada y
menos que nada, a recibir proteccin o
auxilio.
No era fcil escribir un cuento
en semejantes circunstancias y, por
eso, muchas veces estuve a punto de
entregar mi hoja en blanco. Pero, justo
cuando iba a rendirme, se me vino a la
cabeza una imagen de la historia que
van a leer. Me acord del dolor que
sent una maana cuando abr el
peridico y encontr la
-
noticia del asesinato de un pap y una
mam, en la que tambin se relataba
cmo su pequeo hijo se haba
salvado de milagro,..
Me imagin a esa mam y a ese
pap, a los que nunca conoc, usando
los ltimos instantes de vida para
poner a salvo a su chiquito y el cuento
empez a salir de esa imagen que se
me haba quedado en la memoria y
que me segua doliendo, como una
herida abierta. As como a veces los
escritores encontramos el material de
los cuentos en una imagen fantstica,
feliz o disparatada, otras veces es el
dolor el que nos lleva a contar una
historia. En este caso, yo necesitaba
nombrar un dolor profundo y, para
expresarlo, le fui prestando a la
historia pedazos de mi propia vida: de
mi miedo, de mi amor, de mi
confusin y mis lgrimas. Poco a
poco, me fui metiendo en la piel de
esa mam y tambin en la piel de ese
nio y luego en la piel de esa abuela y
as, lentamente, empezaron a cobrar
vida los personajes del cuento.
Durante muchos das trabaj
con las palabras, como intentando
hacer un regalo a esa familia y a tantas
otras familias, conocidas y
desconocidas, que han perdido a los
seres ms amados en esta larga
guerra. Que
*
-
ra acompaar el duelo de un nio que
crece hacindose preguntas muy
difciles, hasta lograr entender lo
mucho que sus padres lo quisieron,
porque creo que el amor y la esperanza
a veces se ocultan en donde menos nos
imaginamos, como esas flores
silvestres que uno encuentra en medio
de un precipicio. Tambin quera
congelar esa ltima imagen de unos
padres poniendo a salvo a su hijo, pues
creo que eso es lo que deberamos
hacer los adultos colombianos: poner
en primer lugar a todos nuestros nios.
Ese primer lugar que se merecen
los nios no es un favor, sino un
derecho, y est consagrado en los
tratados internacionales que protegen a
la infancia, lo mismo que en el artculo
44 de la Constitucin Poltica de
Colombia de 1991, como vern al final
del libro. Tengo la esperanza de que si
todos conocemos los derechos de los
nios, si los tenemos presentes en
nuestras decisiones cotidianas y si
exigimos su cumplimiento, las
palabras podrn ir cobrando, poco a
poco, una dimensin ms real.
Los agujeros negros recogen
esa mezcla de sentimientos: desde el
dolor hasta la esperanza. As como son
reales los mo-
-
mentos tristes, tambin es real ese
lugar maravilloso, en la Reserva
Forestal de San Juan del Sumapaz,
donde hay una inmensa Fbrica de
Agua que nace entre los bosques. Ese
paraso, que los padres de nuestro
personaje quisieron preservar para sus
descendientes, puede ser un smbolo
de las enormes reservas con las que
contamos. Algunas de esas reservas se
asoman entre bosques de niebla y
otras se pueden visitarr
con la
imaginacin. Y en todas ellas siempre
es posible cultivar una flor,
especialmente cuando los tiempos
parecen ms difciles.
Como me he pasado tantos aos
compartiendo historias con los nios,
s que hay que hablar de los tiempos
difciles y creo que, tanto los nios
como los adultos, necesitamos
nombrar las cosas que ms nos
duelen, precisamente porque nos
duelen. S tambin que el silencio
puede ser muy doloroso. Quizs por
eso intent dar palabras a Los
agujeros negros.
Yolanda Reyes
Bogot,
noviembre de
2005
-
-Abue, tengo miedo.
-Del lobo?
-S. del lobo.
-El lobo se queda aqu
encerrado -dijo la abuela y cen el
libro-. Los lobos no existen.
-Claro que existen. En el bosque
hay lobos y tigres y leones. Yo he
visto lobos en los bosques de la
televisin.
-Pero nosotros no vivimos en el
bosque. En Bogot no hay lobos.
-En el campo hay lobos,
abuela?
-No. Los lobos viven en pases
muy lejanos. En bosques donde hace
mucho fro.
-En el campo hay un bosque.
Ests segura de que en el bosque del
campo no hay lobos?
-
-Completamente segura.
-Yo me acuerdo del bosque, al
lado de la casa. Yo jugaba a
esconderme y pap jugaba a
encontrarme. El bosque tena una
alfombra. Por qu haba una
alfombra en el piso del bosque?
-No s.
Siempre contesta no s
cuando hablo del campo. No s
cuando hablo de pap y del bosque.
Dice que no se acuerda del bosque.
Dice que est perdiendo la memoria.
Dice que los bosques no tienen piso
de alfombra. Pero yo le digo que s
tienen. Mi bosque era enorme. Yo me
perda y pap me encontraba.
-Debe ser una alfombra de
musgo -me dijo el to Ramn, una
noche cuando le puse el tema. Haba
venido de Medelln a hacer un trabajo
y se qued a dormir en nuestra casa-,
Qu ms recuerdas del campo?
-La quebrada. El agua era
transparente y el fondo negro. Era una
quebrada oscura, como un agujero
negro, pero bonito. Porque tambin
hay agujeros negros feos.
La abuela dej de lavar los
platos y nos interrumpi. Prefiri
dejar los platos sucios, con tal de
interrumpimos. Le dijo al to
-
Ramn que era muy tarde, que
maana haba colegio y que tena que
dormirme ya. Le hizo caa de ms
tarde hablamos. Esa cara que ella
hace siempre, cuando vienen las
visitas, y yo empiezo a dar vueltas por
ah. Yo conozco esa cara y la llamo
Cara de Misterio. S que hay cosas de
las que ella no quiere hablar. Y
tambin s que hay agujeros negros en
la noche. Yo los he visto. Cuando ella
ya se ha ido a su cuarto, cuando acaba
todos los cuentos que se sabe. Cuando
apaga la luz y slo deja encendida la
del corredor para que yo no me asuste
y ella tampoco. En nuestra casa
siempre est encendida la luz del
corredor, pero los agujeros negros
siguen ah. Ella lo sabe, as se haga la
valiente.
-Al nio hay que protegerlo por
encima de todo -le dijo esa noche a mi
to Ramn. Hablaba como regaando
o como llorando, no s. Al to Ramn
no le import el regao y sigui
hablando. Yo me haca el dormido
para poder or.
-Si te hace preguntas es porque
quiere saber ms. Quiere saber del
bosque.
-Es un nio. Y mi deber es
protegerlo.
La voz del to Ramn sonaba
como un susurro. Yo slo entend las
frases de la abuela.
-
-No, mientras yo viva. Y voy a
vivir muchos aos para cuidarlo. Voy
a vivir hasta que sea un hombre hecho
y derecho y ya no me necesite. Se lo
promet a Margarita.
La abuela cerr la puerta de su
cuarto y el to Ramn sigui hablando
solo:
-Las cosas no desaparecen slo
porque dejes de nombrarlas -le dijo a
la puerta. Cuando la abuela no quera
hablar, era igual que hablar con una
puerta.
Al otro da me despert y
Ramn ya no estaba. La abuela dijo
que el avin sala muy temprano para
Medelln y que por eso se haba ido
sin despedirse de m.
-
-Te dej muchos besos y que te quiere
mucho.
Quera preguntarle por qu la
gente que me quera mucho se iba sin
despedirse, pero me sali una
pregunta distinta:
-De ti s se despidi, abue?
Ella me contest con otra
pregunta: - Quieres Milo o
cereal?
Esa maana, frente a un vaso de
leche con agujeros de chocolate,
pens que tena que averiguarlo.
-
-Averiguar qu? -me dijo
Violeta, cuando se lo cont el lunes en
el recreo.
Yo no encontr bien las
palabras. Hice Cara de Misterio y
pens que me estaba pareciendo a la
abuela. De tanto vivir con ella, seguro.
-Averiguar qu pas esa noche
-dije por fin-. Cuando... ya sabes...
-Cuando se murieron tus paps
y te quedaste hurfano?
-S, hurfano.
Pronunci despacio cada letra
como si fuera de otro idioma.
Hurfano era una palabra de cuentos o
de pelculas tristes, una de esas
palabras casi tan irreales como el
lobo, que la gente nunca deca en las
visitas y que la abuela slo usaba para
llenar los papeles
-
del seguro o para fechas importantes
como el primer da de colegio.
-Te quedaste mudo, Juan -dijo
Violeta-. No me digas que te volviste
tan sensible como mi mam.
-Qu tiene que ver tu mam?
-Que ayer le dije divorciada
y se puso a llorar como si le hubiera
dicho una grosera.
Me gustaba Violeta. Aunque
estaba dos cursos ms arriba, era mi
mejor amiga. La nica persona,
adems de la abuela, que me conoca
de verdad. Pero ella era distinta. A
cada cosa la llamaba por su nombre.
-
-Tienes que ayudarme a
averiguarlo, Violeta. Tu mam y la
ma eran las mejores amigas.
-Dame unos das para
investigar... Yo creo que el viernes
voy a tener alguna pista. Adems, me
fascina resolver enigmas.
No se me haba ocurrido que yo
fuera un enigma y me gust orselo
decir porque a las mujeres les fascina
el misterio y eso me daba puntos.
Ninguno de su clase, ni siquiera el
capitn del equipo de ftbol, tena un
enigma verdadero para descubrir.
-Espero tus pistas -dije,
tratando de sonar como un detective.
El viernes por la tarde, la abuela
me llev a la casa de Violeta. Era
parte de nuestro plan.
-A qu horas vengo a
recogerlo, Violeta? -pregunt la
abuela.
-Un momento averiguo
-contest ella. Entr hasta el fondo
del apartamento y volvi con la
respuesta:
-Ms o menos entre siete y ocho.
-Entonces, hasta luego. Y dale saludos a
ngela.
-S, seora -dijo Violeta y cerr la puerta
-
-Tengo tantas pistas que no s
por cul empezar! -grit emocionada.
-No grites que tu mam nos
oye, se lo cuenta a la abuela y se
acaba nuestra investigacin.
-Mi mam llega tarde. Hoy
tiene una reunin de trabajo.
-Entonces, a quin le
preguntaste lo de la hora?
-Cul hora?
-La que le dijiste a mi abuela.
Que poda venir por m entre siete y
ocho.
-Pues a nadie. Fui hasta el
cuarto de mam, mir su despertador
y me imagin lo que habra
contestado ella. Siempre dice una
hora as, no muy exacta, para dar un
margen. Cundo vas a avisparte un
poco? Para ser detective, te falta
imaginacin.
-A qu horas vuelve tu mam?
-Dijo entre nueve y diez. O sea
que a las once, por temprano.
-No te da miedo quedarte sola
cuando yo me vaya?
-No seas ridculo. Ya no soy
una beb. Acompame a la cocina y
hacemos la comida para poder
mostrarte el tesoro.
-Comer a esta hora? No tengo hambre.
-
-Yo tampoco, pero luego
vamos a estar muy ocupados.
Yo la admiraba porque saba
preparar una comida, como si fuera
grande. Y mientras dos piernas de
pollo daban vueltas en el microondas,
me empez a contar lo que haba
investigado.
i
-
-Tu mam y mi mam se
conocieron en la universidad -dijo
Violeta.
-Eso fue lo que averiguaste? Si
todo el mundo lo sabe.
-Me dejas hablar?
-Est bien. Habla.
-Desde el primer da las dos se
hicieron muy amigas porque eran
diferentes del resto de la clase. Todas
las de su edad slo pensaban en
novios y en fiestas y ellas se
preocupaban por otras cosas. Se
metieron a un grupo de jvenes que
haca trabajo social en un barrio a la
salida de Bogot y all empez todo.
-Qu es todo?
-Todo es todo. Tu mam se
enamor de tu pap, que era mucho
mayor que ella.
-
Con decirte que era su profesor. Pero
bueno, la edad no importa, cierto?
Mam dice que eran tal para cual y
que era imposible no quererlos. Que
toda la gente los conoca y los quera a
primera vista.
-No toda la gente los quera
-dije con* una sombra de tristeza-.
Haba gente que no los quera.
-No hagas esa cara que no te
estoy obligando a comer. Deja el plato
ah, para mostrarte el tesoro.
Me tom de la mano y me llev
al cuarto de su mam. Sac un lbum
de fotos de la estantera, lo abri y
empez a pasar las pginas.
-Aqu estn juntas: Margarita y
Angela. El chiste deba ser muy bueno
porque se rean mucho. Mam dice
que nunca se ha redo tanto con nadie
como se ri con tu mam. Dice que
era una carcajada ambulante, que
cuando piensa en ella, la ve rindose.
Adems, era muy linda. Mrala en esta
foto. Qu cuerpo! T te acuerdas de
ella?
-Casi no me acuerdo de su cara
-le confes-. A veces creo que me
acuerdo pero no s si es porque he
visto tantas veces las mismas fotos
con la abuela.
Violeta me mir desilusionada.
*
-
-Yo pens que las fotos iban a
ser una novedad para ti.
No me atrev a decirle que las
fotos no resolvan nada. Las fotos no
hablan, o s?
Seguimos pasando las pginas
en silencio y fue entonces cuando
apareci el
-
bosque. Pap y mam, abrazados en
mi bosque: la risa de mam, sus
dientes blancos, casi su voz:.. Los
brazos de pap, sus botas enormes, sus
pasos cuando corra para encontrarme.
Y yo me perda. Me mir los pies y me
pareci verlos ms pequeos, con
unas botas rojas muy brillantes. Me
acord de esas botas. Dnde
estaran?
-sa es la alfombra del bosque
-le dije a Violeta, sealando el piso.
-No es una alfombra, es musgo
-dijo
ella.
-Bueno, musgo. Nunca haba
visto fotos del bosque. En mi casa no
hay fotos del bosque.
-
-Buena pista -dijo Violeta-.
Mam dice que tu abuela borr el
bosque de su memoria y que nunca
quiso volver a nombrarlo.
-Por qu?
-se es precisamente el misterio
que tenemos que averiguar.
-Entonces seguimos en el mismo
pun-to -
le dije.
-No puedo sacarle todas las
pistas de una vez -se defendi
Violeta-. Un buen detective tiene que
ir paso a paso para no despertar
sospechas. Adems, somos dos y t
tienes a tu abuela, que es una pieza
clave del enigma. Deberas ayudar un
poco.
No me gust que se tomara tan
en serio el juego de los detectives.
Para m no era un juego pero tampoco
me atrev a decrselo.
La abuela pens que habamos
peleado porque no quise hablar una
sola palabra en el camino de regreso.
-
Esa noche no quera dormir. Le
ped a mi abuela que me contara
todos los cuentos, uno tras otro. Los
quera todos a la vez. Todos, hasta
que se quedara sin voz. Los de ahora
y los de antes. La hice retroceder
hasta el cuento de El lobo y los siete
cabritos. Haba sido mi preferido
durante muchos aos.
-Cmo se salv el ms
pequeo de los siete cabritos, abue?
-Se escondi entre la caja del
reloj. Se qued ah agazapado, sin
respirar. Y esper, temblando, hasta
que sinti que las pisadas del lobo,
blancas de harina, se perdan en
i
el fondo del bosque. Y todava
despus esper mucho rato sin
atreverse a salir. Ni siquiera cuando
oy la voz de la madre, angustiada,
preguntando por sus hijos, quiso salir.
-
-Como yo, esa noche? -me
sali una voz que no haba pensado.
Una voz ma, que temblaba. Una
pregunta de hace muchos, pero
muchsimos aos, que por fin se
volva voz.
La abuela se qued muda. Baj
los ojos para no mirarme. Puso los
ojos fijos en un cuadradito de la
alfombra y los dej ah para que yo no
viera las lgrimas.
-Yo me acuerdo, abuela. Mam
me guard entre el armario. Me dijo
que no tuviera miedo. Pero yo tena
miedo. Me dijo que no llorara. Se fue
corriendo y trajo a mi osito de
peluche. Me dijo que lo abrazara muy
fuerte, que l me acompaaba, y se
volvi a ir. No le import que yo
tuviera miedo. No le import que
estuviera oscuro.
-S le import -dijo la abuela-.
Lo nico que le import fue que
estuvieras a salvo. Luego se los
llevaron a los dos. Tu mam alcanz a
mirarme con sus ojos negros muy
abiertos y yo le dije con la mirada que
se fuera tranquila, que yo me quedaba
contigo. Y me qued para
cuidarte. Y aqu estoy.
-Por qu no me llev?
-Por protegerte. Porque eras lo
que ms quera en la vida. Porque los
dos te ha-
-
ban esperado durante mucho tiempo y
eras lo ms importante, lo mejor que
tenan: lo ms hermoso. Cuando
conocieron el Bosque de Niebla, t
todava no existas pero ellos soaban
con tenerte. Decan que estaban
preservando ese lugar para sus hijos y
sus nietos. Apenas cumpliste dos
meses, te vacunaron y te llevaron a
conocerlo. A m me pareci una locura.
Pens que te ibas a enfermar, que te
iban a picar los bichos, pero al
contrario, llegaste feliz. Tu mam se
baaba contigo en la quebrada. Cada
vez que tenan un tiempo te llevaban y
t eras el nio ms feliz de la tierra
cuando nombraban la palabra
Sumapaz.
-Mi pap me llevaba a caminar
por el bosque. Me acuerdo de la lluvia.
Me acuerdo de su mano grande y de
mis botas rojas.
-Te acuerdas de las botas rojas?
Tu pap deca que eras su duende. El
mismo fabric una silla de lona, para
llevarte colgado a sus espaldas y
recorrer las casas de los campesinos.
Les ayudaba a cuidar los rboles y les
ense que entre el Bosque de Niebla y
el Pramo estaba la Fbrica de Agua y
que su misin ms importante era ser
cultivadores de agua*.
-
-Cmo se cultiva el agua, abuela?
-Dejndola nacer entre los
pramos y los bosques. Por eso tus
paps y sus amigos crearon la
Fundacin San Juan del Sumapaz,
para proteger el bosque. Fueron
reuniendo ahorros y compraron tierra
entre todos, poquito' a poco. Luego
empez a ponerse difcil la vida en el
campo, con todos esos grupos
armados.
-Eran enemigos de mis paps?
-No, ellos no tenan enemigos.
Al menos, eso crean. Pero haba
grupos armados que queran controlar
la regin. Y cada grupo quera cosas
diferentes de los campesinos. Tal vez
tus paps se convirtieron en un
obstculo.
-
-Por qu?
-Porque ellos les ayudaban a los
campesinos a creer en sus pequeos
proyectos. O porque los dos trabajaban
por los derechos humanos, quin sabe...
Hay trabajos " que no le gustan a cierta gente.
-A quin no le gustan?
Quines eran los malos, abuela?
-No s -dijo-. No es nada fcil.
No es como en los cuentos. No creo
que puedas entenderlo por ahora.
-Tal vez s. Ya no soy un beb.
-Yo soy muy vieja y todava no
lo entiendo.
-Puedo pedir dos deseos, abue?
-Cules?
-El primero es dormir esta noche
contigo.
-Concedido -dijo con voz de
cuento.
-El segundo es que me lleves a
San Juan del Sumapaz.
-No creo que sea fcil, pero voy
a pensarlo. Te doy mi palabra -dijo la
abuela.
Volvi a clavar los ojos en el
mismo cuadrado de la alfombra y no
habl ms. Se qued pensando y yo
me dorm sin saber la respuesta. '
-
Al otro da, temprano, la o
hablar con el to Ramn y con la ta
Elvira. A los dos les dijo que haba
pasado la noche entera sin pegar los
ojos.
-
Pas mucho tiempo. Pas la
semana deportiva y llegaron las
evaluaciones. Pas la Navidad y vino
el Ao Nuevo. Entr al curso
siguiente. Y aunque la abuela me
haba dado su palabra, pens que se le
haba olvidado. De pronto era verdad
que estaba perdiendo la memoria.
Lleg la noche antes de mi
cumpleaos y ella no me pregunt
nada, como haca todos los aos. No
se le ocurri decirme si quera hacer
una fiesta o qu quera de regalo. Que
se le olvidara su promesa del bosque
era terrible, pero lo del cumpleaos
era espantoso. Me acost a dormir con
un nudo en el estmago.
-Feliz cumpleaos! -me
pareci or en sueos y la abuela me
entreg un paquete enorme. Pens que
su memoria se estaba po
-
niendo cada vez peor. Ahora
confunda la noche con el da.
-Es de noche, abue -le aclar-.
Por qu no tratas de dormir un poco?
-Ya est amaneciendo y hoy vas
a tener el cumpleaos ms largo de tu
vida. Abre los ojos, a ver si te gusta el
regalo.
Estaba feliz, no slo por el
regalo sino, sobre todo, por la
memoria de la abuela. Romp el papel
y empezaron a salir sorpresas: unas
botas de caucho rojas, un
impermeable amarillo, una
cantimplora y un morral...
-Son para la excursin -dijo la
abuela.
-Cul excursin?
-Para que veas que los deseos se
cumplen, nos vamos a San Juan del
Sumpaz.
-Cundo?
-Dentro de una hora. Tienes el
tiempo exacto para baarte y
desayunar.
Me refregu bien los ojos y los
abr lo ms que pude para comprobar
que no estaba soando.
A las seis de la maana
siguieron las sorpresas. En la puerta
de la casa estaba un jeep
esperndonos. El to Ramn
manejaba, ngela dijo que era el
copiloto de la expedicin y Violeta
estaba en el asiento de atrs.
-
Me regalaron un sombrero de
explorador y una chaqueta roja que
combinaba con las botas. Cantamos
durante todo el camino. La abuela
trataba de estar feliz, aunque no poda.
Intent cantar con nosotros pero yo la
conoca Hice el mayor esfuerzo y
busqu en' la memoria los mejores
chistes de mi coleccin, para ver si le
sacaba una sonrisa:
-Sabes por qu se suicid el
cuaderno de matemticas, abue?
-Por qu?
-Porque tena muchos
problemas.
-Qu chiste tan malo -dijo
Violeta- .Yo pens que tena razn.
Deba ser psimo, porque la abuela
segua muy seria.
-Hasta aqu entra el jeep -dijo el
to Ramn. Ahora s comienza el
paseo.
-Ya llegamos? -pregunt
decepcionado. No me acordaba de
que San Juan del Sumapaz fuera as.
-Ya llegamos al comienzo del
camino - dijo ngela-. Ahora s
vamos a ver qu tan fuertes son estos
nios de ciudad. Ven esa trocha?
Tenemos que ir hasta la punta de la
montaa.
-Y cmo vamos a llegar hasta
all? - pregunt Violeta.
-
-Un poco a pie... y otro
caminando -le contest el to Ramn.
Entend por qu la abuela lo
haba pensado tanto para cumplir mi
deseo y la quise ms que nunca.
Quera decirle yo te protejo, no
tengas miedo, no va a pasarte nada,
como tantas veces me lo haba dicho
ella. Y se lo dije apretndole la mano,
sin voz.
Apareci la quebrada y nos
envolvi la niebla. Yo iba en silencio
de la mano de la abuela y tuve que
alzar la cabeza para mirarla porque, de
pronto, me pareci que caminaba de la
mano de pap, con mis botas rojas. El
piso se volvi hmedo y resbaloso y el
aire y la tierra empezaron a oler a
mojado. Andbamos con cuidado,
bordeando la quebrada, cada uno
concentrado en sus propios pasos,
sobre una alfombra de musgo. Yo
pensaba en el sonido del agua y en el
olor del bosque. Yo respiraba y
recordaba. Y era como si el tiempo no
fuera ste sino otro. ramos mam y
yo en la quebrada. Eran los rboles
inmensos que pap cuidaba. Era
volver a estar con ellos. El to Ramn
iba adelante, abriendo paso entre los
matorrales con un palo.
-ste es mi bosque con alfombra
-le dije a la abuela.
-
-ste es tu bosque -repiti ella-.
Tu
mam deca que ste era tu paraso.
-Aqu comienza la Reserva
Forestal de San Juan del Sumapaz -dijo
Angela-, Este proyecto lo ayudaron a
crear tus paps,
* Juan. Esta era su vida. Ojal algn da pueda ser tambin la tuya.
Una pareja de campesinos y una
nia de mi edad nos estaban esperando.
-Cmo est de grande el nio!
-dijo el seor- Tiene los mismos ojos
del pap.
A la abuela la obligaron a
subirse a una mua porque faltaba el
camino ms empinado. Yo me re
cuando le vi la cara de susto. La mujer
se qued mirndome y dijo que mi
risa era la misma de mam.
-Campana: usted se acuerda de
Juan? - le dijo la mujer a la nia.
La nia dijo que no con la
cabeza.
Los dos nos quedamos
mirndonos un rato muy largo y
mientras nos mirbamos, empezamos
a reconocemos. De repente, sin
hablar, salimos corriendo juntos para
abrirle paso a la mua. Era extrao:
aunque los caminos se haban
borrado, yo los iba trazando con
Campana como si los conociera de
toda la vida.
-
Los primeros en llegar al claro del
bosque fuimos Campana y yo. Violeta
iba detrs
y tena la cara del color de mis botas. No
se vea
fuerte ni grande, sino cansada. Le dijo a Angela que le dola el estmago pero
yo saba que no era el estmago lo que
le dola.
-Tengo que esperar a mi amiga
de Bogot -le dije a Campana cuando
me di cuenta, y me devolv para que
no se sintiera desamparada en medio
del bosque.
-Campana: te presento a
Violeta, que es mi mejor amiga de
Bogot -dije muy educado, imitando a
la abuela en las visitas, para que ella
se creyera muy importante.
-Hola -dijo Violeta.
-Violeta: te presento a
Campana, mi mejor amiga del Bosque
de Niebla.
Campana la salud con un
movimiento de cabeza.
Las invit a entrar a la casa.
Empuj la puerta y entr derecho a la
cocina. Una seora estaba cuidando
una olla grande en el fogn. Ola
delicioso. Mi estmago vaco me
record que haba desayunado casi de
noche.
-Cmo pasa el tiempo, Juan -me
dijo-. Yo te conoc de dos meses y ya
eres un seor. Cuntos aos
cumples?
-
-Ocho.
-Espero que todava te guste el
sancocho de la ta Rosa. Es nuestro
regalo de cumpleaos.
-Quin es la ta Rosa?
-pregunt.
-Yo soy la ta Rosa. Tu mam y
yd nos queramos como hermanas.
Vivo en esa casita blanca que se ve
por la ventana, all lejos. Y adems
soy tu madrina.
-
Pens que el cuento de la abuela
era cierto. Cada vez me aparecan
nuevas madrinas. Trat de sumar las
de Bogot y la de Sumpaz pero no me
alcanzaron los dedos de la mano. Nos
sentamos alrededor de la mesa. Me
dijeron que pap la haba fabricado
cuando yo nac.
-Todos los muebles son de esa
poca. Antes no les importaba nada:
dorman en hamacas y coman
cualquier cosa. Pero cuando supieron
que ibas a nacer, dijeron que la vida
les haba cambiado. Que t
necesitabas una casa de verdad. La
cuna que hay en ese cuarto la pint tu
mam -me dijo el seor que estaba
con Rosa. Me imagin que deba ser
mi to de Sumapaz pero no dije nada
para que el to Ramn no se pusiera
celoso, como Violeta.
-La yuca la trajo Marisol. Las
papas son regalo de los Romero. Y las
gallinas son de la casa de Ezequiel.
Cuando supo que venas, las trajo
para el sancocho -dijo la ta Rosa.
-Yo desgran la mazorca -se
atrevi a decir Campana. Era la
primera vez que le oa la voz.
La abuela dijo que la casa
estaba reluciente. Eso le encant
porque era fantica de la limpieza.
-
-Yo la mantengo as -dijo la
mam de Campana-. Siempre va a
estar as, para cuando quieran venir a
quedarse. Adems, cada tercer da
cambio las flores.
La abuela ya no estaba triste.
Tena lgrimas pero no tena tristeza.
Yo nunca la haba visto rerse como
ese da. Y pens que su risa me
recordaba la risa de alguien ms.
El regreso fue muy animado.
La abuela deca que ella no era
invlida para ir en una mua y nos
remos de su cara. La familia de
Campana y mis nuevos tos nos iban
contando todo:
-Estos cultivos de curaba
fueron idea de
tu pap.
-Esas son las huellas de un oso
de anteojos -nos mostr Campana.
-De verdad existen los osos de
anteojos? -dud Violeta.
-Claro que existen. Yo vi uno
con mi pap -dije, sin saber si era del
todo cierto.
-Mira la escuela, Juan. Tu
mam organiz una biblioteca.
Debajo de ese rbol contaba cuentos
los sbados por la maana y venan
nios de todas las veredas.
-Podemos entrar? -pregunt.
-Ya se est haciendo de noche.
Es mejor llegar a la carretera
principal con luz de da.
-
Al final not que bamos muy
rpido. Y vi tambin que de las casas
sala gente a saludarnos. Todos decan
adis, Juan, como si me conocieran.
Violeta estaba impresionada.
-Nunca me imagin que fueras
tan famoso -me dijo-. Slo te falta
firmar autgrafos.
Me di cuenta de que me miraba
distinto. Tal vez, con ocho aos, ya no
le pareca el mismo enano de antes.
-
VI
Era tardsimo cuando el to
Ramn nos dej en la casa.
-Tenas razn, abue, ste ha
sido el cumpleaos ms largo de toda
mi vida. Y el mejor.
-Te gust la sorpresa? -me
pregunt.
-Lo que ms me gust fue saber
que tengo dos casas: una en Bogot y
otra en San Juan del Sumapaz. Y
adems, tienes razn: lo de las hadas
madrinas es cierto. Cada vez me
aparecen unas nuevas.
-Yo siempre tengo razn. Es que
a ti todo el mundo te protege.
-Abue, puedo pedir otro deseo?
-Otro? -dijo la abuela y me
mir asustada como diciendo, ahora
qu se le va a ocurrir
-
-Me gustara que las prximas
vacaciones fueran en Sumapaz. Quiero
vivir mucho tiempo all para cuidar el
Bosque de Niebla y cultivar agua,
como mis paps.
-Vas a tener que esperar muchas
vacaciones hasta que tu deseo se haga
realidad - dijo la abuela-. Pero algn
da se va a cumplir, te doy mi palabra.
Como deca tu mam, esta situacin no
puede durar toda la vida. Las cosas
tienen que cambiar.
-Sabes, abue? Si el cielo se
parece a San Juan del Sumapaz, pap y
mam deben estar felices.
-S -dijo ella-. Donde estn,
deben estar rindose. Siempre estaban
felices. Y t, cmo ests?
-
-Un poco triste, un poco feliz y
un poco cansado.
-Pues tienes que descansar
porque maana sigue el cumpleaos.
Yo te dije que iba a ser muy largo.
Viene toda la familia, ms tu
coleccin de madrinas, y tengo que
madrugar a hacer varios moldes de
torta de naranja. Si quieres puedes
dormir conmigo, con tal de que te
acuestes pronto. Yo tambin estoy
rendida.
-No, abue. Hoy voy a dormir
solo. Y, si quieres, apaga la luz del
corredor. Ya con ocho aos no me
pueden dar miedo los agujeros
negros.
-Ests seguro, o quieres
hacerte el valiente?
-Estoy casi seguro -le dije y la
abrac con todas mis fuerzas.
No me acuerdo si so con la
Fbrica de Agua o con la torta de
naranja. Lo que s s es que esa noche
no haba ningn agujero negro. Y eso
que nuestra casa de Bogot estaba en
tinieblas.
-
Epilogo
Antes de cerrar el libro
Tal vez leemos y escribimos
porque creemos en el poder de las
palabras para expresar lo que
sentimos, para saber lo que pensamos
y para construimos por dentro. Pero
tambin porque sabemos que las
palabras van creando realidades y
tienen el poder de transformar el
mundo. Los acuerdos que la
humanidad ha establecido y que luego
se han convertido en declaraciones
firmadas por muchos pases muestran
cmo, poco a poco, las palabras
modifican nuestra forma de pensar. Y
al cambiar nuestra forma de pensar, es
posible cambiar otras cosas.
Es un proceso muy lento. Para
que las frases de una declaracin se
traduzcan en hechos concretos, a
veces se necesita muchsimo tiempo.
Por ejemplo, en la poca de la
-
Revolucin Francesa, cuando los
miembros de la Asamblea Nacional
Constituyente proclamaron la
Declaracin de los Derechos del
Hombre en 1789, muy poca gente
crea en frases como stas: Los
hombres nacen y permanecen libres e
iguales en derechos. Y aunque hoy,
despus de ms de dos siglos, nos
quede tanto por hacer para que la
frase sea totalmente real, la mayora
de la humanidad comparte esa voz
sobre la igualdad de las personas, que
entonces pareca tan revolucionaria y
lejana.
En 1989, exactamente
doscientos aos despus de la
Declaracin de los Derechos del
Hombre, se aprob La Convencin
sobre los Derechos de los Nios en la
Asamblea General de las Naciones
Unidas y 191 pases firmaron la
declaracin, comprometindose a
hacerla efectiva.
Colombia fue uno de los pases
firmantes y asumi el nuevo enfoque
que considera a los nios, no como
ciudadanos del futuro, sino como
ciudadanos del presente, con plenos
derechos desde el comienzo de su
vida. El artculo 44 de nuestra
Constitucin Poltica de 1991 recogi
esa nueva idea de los nios como
sujetos de derechos.
-
Leer las palabras de ese artculo
y ver, al mismo tiempo, lo que sucede
todos los das con nuestros nios y
nias, produce sentimientos
encontrados y, tal vez, una mezcla de
risa, tristeza y rabia, pues, como
ustedes vern, los hechos estn muy
lejos de las palabras. Pero una
constitucin solamente cobra vida
cuando los ciudadanos se apropian de
ella y se preocupan por cumplirla y
por reclamar que se cumpla. Esa es la
razn para terminar el libro con el
artculo 44 que proclama una bella
frase: los derechos de los nios
prevalecen sobre los derechos de los
dems. La frase quiere decir que los
nios estn siempre en primer lugar,
como tan bien lo saban los padres de
Juan.
Si es cierto que las palabras
pueden crear realidades, tenemos una
larga tarea por delante. Y para
comenzarla a hacer, es muy
importante que todos los nios, las
nias y los adultos conozcamos lo que
las leyes de nuestro pas se han
comprometido a garantizar. Saber a
qu tenemos derecho no slo es
nuestro derecho, sino tambin nuestro
deber como ciudadanos en ejercicio.
Lean el siguiente artculo, tmenlo al
pie de la letra y, si pueden,
mantnganlo en un lugar visible, para
que cada vez ms gente lo vaya cono
-
ciendo. Cuando todos lo repitamos y
lo invoquemos y velemos por su
cumplimiento, estar ms cerca de
convertirse en realidad. Como deca
la mam de Juan, las cosas tienen
que cambiar. Y como no podemos
damos el lujo de esperar otros
doscientos aos, qu les parece si
empezamos ahora mismo, antes de
cerrar el libro?
-
Artculo 44
Constitucin Poltica de Colombia, 1991.
Captulo II. De los derechos sociales,
econmicos y culturales.
Son derechos fundamentales de
los nios: la vida, la integridad fsica,
la salud y la seguridad social, la
alimentacin equilibrada, su nombre
y nacionalidad, tener una familia y no
ser separados de ella, el cuidado y
amor, la educacin y la cultura, la
recreacin y la libre expresin de su
opinin. Sern protegidos contra toda
forma de abandono, violencia fsica o
moral, secuestro, venta, abuso sexual,
explotacin laboral o econmica y
trabajos riesgosos. Gozarn tambin
de los dems derechos consagrados
en la Constitucin, en las leyes y en
los tratados internacionales
ratificados por Colombia.
La familia, la sociedad y el
Estado tienen la obligacin de asistir
y proteger al nio para garantizar su
desarrollo armnico e integral y el
ejercicio pleno de sus derechos.
-
Cualquier persona puede exigir
de la autoridad competente su
cumplimiento y la sancin de los
infractores.
Los derechos de los nios
prevalecen sobre los derechos de los
dems.
-
DESDE 10 AOS
Los agujeros
negros
Yolanda Reyes
ilustraciones de Daniel Rabanal
Cada vez que Juan habla del campo, la abuela
pone Cara de misterio y cambia de tema.
Desde que sus padres murieron, Juan no ha
vuelto a San Juan del Sumapaz, pero an
guarda algunos recuerdos de ese lugar al que
solan llevarlo a pasear cuando era muy
pequeo: la alfombra de musgo, la quebrada, el
bosque de niebla... Y tambin los agujeros
negros, algo que no lo deja dormir tranquilo
desde la noche en que los vio por ltima vez.
Despus de mucho desearlo y, como
regalo por su cumpleaos, Juan logra
que su abuela lo lleve a aquel lugar. ALFAGUARA
INFANTIL
-
ALFAGUARA INFANTIL
Los agujeros negros
Yolanda Reyes
ilustraciones de Daniel
Rabanal