Los Agujeros Negros

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autor yolanda reyes

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  • Los agujeros negros

    Yolanda Reyes

    ilustraciones de Daniel

    Rabanal

  • ndice

    Prlogo: La historia de esta

    historia

    Captulo I Captulo II

    Captulo III

    Captulo IV

    Captulo V

    Captulo VI

    Epilogo: Antes de cerrar el

    libro

  • Prlogo La historia de esta historia

    Ojal ustedes nunca tengan

    que vivir una guerra, deca mi abuela

    y cerraba los ojos, como rogndoselo

    al futuro. No recuerdo cuntos aos

    tena yo ni de cul de todas las guerras

    hablaba ella. Tal vez se refera a la

    Guerra de los Mil Das, a la poca de

    la violencia en Colombia o a otras

    guerras que ocurrieron cuando yo no

    haba nacido. De lo que s me acuerdo

    todava es de las imgenes que

    pasaban por mi cabeza mientras la oa.

    Mi imaginacin mezclaba gente

    comiendo ratas y suelas de zapatos en

    ciudades sitiadas, con lanceros casi

    desnudos escalando pramos, y a esas

    escenas, sacadas de mis libros de

    historia, les aada las imgenes

    fastuosas de otras guerras de pelcula.

  • Yo era una nia entonces y

    crea que la guerra era ms

    escandalosa y menos cotidiana: que se

    tomaba la molestia de avisar antes de

    entrar a las casas y que tena una fecha

    de inicio y otra de final, como en la

    lista de batallas de mis textos

    escolares. Pero, sobre todo, crea que

    las palabras y la presencia protectora

    de mi abuela seran suficientes para

    espantarla de mi vida.

    Durante muchos aos confi en

    que el fantasma de la guerra se

    hubiera quedado en el pasado. Y

    como esta guerra nuestra fue llegando

    despacito, sin trompetas

    anuncindola, la verdad es que no me

    di mucha cuenta de cundo empez.

    Ahora que lo pienso, siempre debi

    estar ah: algunas veces escondida y

    otras veces ms visible. Lo cierto es

    que no pude librarme de ella y que

    todos nosotros, los grandes y los

    pequeos, hemos vivido tiempos

    difciles en Colombia. La historia que

    voy a contarles, es hora de decirlo,

    naci de esos tiempos difciles y

    sucedi en la vida real.

    Los agujeros negros se

    publicaron por primera vez en una

    coleccin sobre los Derechos de los

    Nios que hizo la editorial Alfaguara

    con el apoyo de unicef en el ao

  • 2000 y en la cual se encarg a los

    autores de diversos pases de habla

    hispana, desde Argentina hasta

    Espaa, la creacin de un cuento a

    partir de un derecho de los nios. As,

    por azar, como en uno de esos sorteos

    que a veces se hacen en el colegio para

    asignar temas de trabajo, a cada

    escritor le correspondi un derecho

    para escribir su cuento. El derecho que

    a m me toc en suerte deca as: Los

    nios tienen derecho a recibir auxilio y

    proteccin. Por esos das se saba que

    haba nios secuestrados en nuestro

    pas, que muchos otros sufran por el

    secuestro de sus padres y que tambin

    haba menores en las filas de los

    distintos grupos armados. Adems,

    como tal vez les ha sucedido a ustedes,

    bastaba con salir de la casa para ver

    nias y nios desplazados en las calles

    cercanas, sin tener derecho a nada y

    menos que nada, a recibir proteccin o

    auxilio.

    No era fcil escribir un cuento

    en semejantes circunstancias y, por

    eso, muchas veces estuve a punto de

    entregar mi hoja en blanco. Pero, justo

    cuando iba a rendirme, se me vino a la

    cabeza una imagen de la historia que

    van a leer. Me acord del dolor que

    sent una maana cuando abr el

    peridico y encontr la

  • noticia del asesinato de un pap y una

    mam, en la que tambin se relataba

    cmo su pequeo hijo se haba

    salvado de milagro,..

    Me imagin a esa mam y a ese

    pap, a los que nunca conoc, usando

    los ltimos instantes de vida para

    poner a salvo a su chiquito y el cuento

    empez a salir de esa imagen que se

    me haba quedado en la memoria y

    que me segua doliendo, como una

    herida abierta. As como a veces los

    escritores encontramos el material de

    los cuentos en una imagen fantstica,

    feliz o disparatada, otras veces es el

    dolor el que nos lleva a contar una

    historia. En este caso, yo necesitaba

    nombrar un dolor profundo y, para

    expresarlo, le fui prestando a la

    historia pedazos de mi propia vida: de

    mi miedo, de mi amor, de mi

    confusin y mis lgrimas. Poco a

    poco, me fui metiendo en la piel de

    esa mam y tambin en la piel de ese

    nio y luego en la piel de esa abuela y

    as, lentamente, empezaron a cobrar

    vida los personajes del cuento.

    Durante muchos das trabaj

    con las palabras, como intentando

    hacer un regalo a esa familia y a tantas

    otras familias, conocidas y

    desconocidas, que han perdido a los

    seres ms amados en esta larga

    guerra. Que

    *

  • ra acompaar el duelo de un nio que

    crece hacindose preguntas muy

    difciles, hasta lograr entender lo

    mucho que sus padres lo quisieron,

    porque creo que el amor y la esperanza

    a veces se ocultan en donde menos nos

    imaginamos, como esas flores

    silvestres que uno encuentra en medio

    de un precipicio. Tambin quera

    congelar esa ltima imagen de unos

    padres poniendo a salvo a su hijo, pues

    creo que eso es lo que deberamos

    hacer los adultos colombianos: poner

    en primer lugar a todos nuestros nios.

    Ese primer lugar que se merecen

    los nios no es un favor, sino un

    derecho, y est consagrado en los

    tratados internacionales que protegen a

    la infancia, lo mismo que en el artculo

    44 de la Constitucin Poltica de

    Colombia de 1991, como vern al final

    del libro. Tengo la esperanza de que si

    todos conocemos los derechos de los

    nios, si los tenemos presentes en

    nuestras decisiones cotidianas y si

    exigimos su cumplimiento, las

    palabras podrn ir cobrando, poco a

    poco, una dimensin ms real.

    Los agujeros negros recogen

    esa mezcla de sentimientos: desde el

    dolor hasta la esperanza. As como son

    reales los mo-

  • mentos tristes, tambin es real ese

    lugar maravilloso, en la Reserva

    Forestal de San Juan del Sumapaz,

    donde hay una inmensa Fbrica de

    Agua que nace entre los bosques. Ese

    paraso, que los padres de nuestro

    personaje quisieron preservar para sus

    descendientes, puede ser un smbolo

    de las enormes reservas con las que

    contamos. Algunas de esas reservas se

    asoman entre bosques de niebla y

    otras se pueden visitarr

    con la

    imaginacin. Y en todas ellas siempre

    es posible cultivar una flor,

    especialmente cuando los tiempos

    parecen ms difciles.

    Como me he pasado tantos aos

    compartiendo historias con los nios,

    s que hay que hablar de los tiempos

    difciles y creo que, tanto los nios

    como los adultos, necesitamos

    nombrar las cosas que ms nos

    duelen, precisamente porque nos

    duelen. S tambin que el silencio

    puede ser muy doloroso. Quizs por

    eso intent dar palabras a Los

    agujeros negros.

    Yolanda Reyes

    Bogot,

    noviembre de

    2005

  • -Abue, tengo miedo.

    -Del lobo?

    -S. del lobo.

    -El lobo se queda aqu

    encerrado -dijo la abuela y cen el

    libro-. Los lobos no existen.

    -Claro que existen. En el bosque

    hay lobos y tigres y leones. Yo he

    visto lobos en los bosques de la

    televisin.

    -Pero nosotros no vivimos en el

    bosque. En Bogot no hay lobos.

    -En el campo hay lobos,

    abuela?

    -No. Los lobos viven en pases

    muy lejanos. En bosques donde hace

    mucho fro.

    -En el campo hay un bosque.

    Ests segura de que en el bosque del

    campo no hay lobos?

  • -Completamente segura.

    -Yo me acuerdo del bosque, al

    lado de la casa. Yo jugaba a

    esconderme y pap jugaba a

    encontrarme. El bosque tena una

    alfombra. Por qu haba una

    alfombra en el piso del bosque?

    -No s.

    Siempre contesta no s

    cuando hablo del campo. No s

    cuando hablo de pap y del bosque.

    Dice que no se acuerda del bosque.

    Dice que est perdiendo la memoria.

    Dice que los bosques no tienen piso

    de alfombra. Pero yo le digo que s

    tienen. Mi bosque era enorme. Yo me

    perda y pap me encontraba.

    -Debe ser una alfombra de

    musgo -me dijo el to Ramn, una

    noche cuando le puse el tema. Haba

    venido de Medelln a hacer un trabajo

    y se qued a dormir en nuestra casa-,

    Qu ms recuerdas del campo?

    -La quebrada. El agua era

    transparente y el fondo negro. Era una

    quebrada oscura, como un agujero

    negro, pero bonito. Porque tambin

    hay agujeros negros feos.

    La abuela dej de lavar los

    platos y nos interrumpi. Prefiri

    dejar los platos sucios, con tal de

    interrumpimos. Le dijo al to

  • Ramn que era muy tarde, que

    maana haba colegio y que tena que

    dormirme ya. Le hizo caa de ms

    tarde hablamos. Esa cara que ella

    hace siempre, cuando vienen las

    visitas, y yo empiezo a dar vueltas por

    ah. Yo conozco esa cara y la llamo

    Cara de Misterio. S que hay cosas de

    las que ella no quiere hablar. Y

    tambin s que hay agujeros negros en

    la noche. Yo los he visto. Cuando ella

    ya se ha ido a su cuarto, cuando acaba

    todos los cuentos que se sabe. Cuando

    apaga la luz y slo deja encendida la

    del corredor para que yo no me asuste

    y ella tampoco. En nuestra casa

    siempre est encendida la luz del

    corredor, pero los agujeros negros

    siguen ah. Ella lo sabe, as se haga la

    valiente.

    -Al nio hay que protegerlo por

    encima de todo -le dijo esa noche a mi

    to Ramn. Hablaba como regaando

    o como llorando, no s. Al to Ramn

    no le import el regao y sigui

    hablando. Yo me haca el dormido

    para poder or.

    -Si te hace preguntas es porque

    quiere saber ms. Quiere saber del

    bosque.

    -Es un nio. Y mi deber es

    protegerlo.

    La voz del to Ramn sonaba

    como un susurro. Yo slo entend las

    frases de la abuela.

  • -No, mientras yo viva. Y voy a

    vivir muchos aos para cuidarlo. Voy

    a vivir hasta que sea un hombre hecho

    y derecho y ya no me necesite. Se lo

    promet a Margarita.

    La abuela cerr la puerta de su

    cuarto y el to Ramn sigui hablando

    solo:

    -Las cosas no desaparecen slo

    porque dejes de nombrarlas -le dijo a

    la puerta. Cuando la abuela no quera

    hablar, era igual que hablar con una

    puerta.

    Al otro da me despert y

    Ramn ya no estaba. La abuela dijo

    que el avin sala muy temprano para

    Medelln y que por eso se haba ido

    sin despedirse de m.

  • -Te dej muchos besos y que te quiere

    mucho.

    Quera preguntarle por qu la

    gente que me quera mucho se iba sin

    despedirse, pero me sali una

    pregunta distinta:

    -De ti s se despidi, abue?

    Ella me contest con otra

    pregunta: - Quieres Milo o

    cereal?

    Esa maana, frente a un vaso de

    leche con agujeros de chocolate,

    pens que tena que averiguarlo.

  • -Averiguar qu? -me dijo

    Violeta, cuando se lo cont el lunes en

    el recreo.

    Yo no encontr bien las

    palabras. Hice Cara de Misterio y

    pens que me estaba pareciendo a la

    abuela. De tanto vivir con ella, seguro.

    -Averiguar qu pas esa noche

    -dije por fin-. Cuando... ya sabes...

    -Cuando se murieron tus paps

    y te quedaste hurfano?

    -S, hurfano.

    Pronunci despacio cada letra

    como si fuera de otro idioma.

    Hurfano era una palabra de cuentos o

    de pelculas tristes, una de esas

    palabras casi tan irreales como el

    lobo, que la gente nunca deca en las

    visitas y que la abuela slo usaba para

    llenar los papeles

  • del seguro o para fechas importantes

    como el primer da de colegio.

    -Te quedaste mudo, Juan -dijo

    Violeta-. No me digas que te volviste

    tan sensible como mi mam.

    -Qu tiene que ver tu mam?

    -Que ayer le dije divorciada

    y se puso a llorar como si le hubiera

    dicho una grosera.

    Me gustaba Violeta. Aunque

    estaba dos cursos ms arriba, era mi

    mejor amiga. La nica persona,

    adems de la abuela, que me conoca

    de verdad. Pero ella era distinta. A

    cada cosa la llamaba por su nombre.

  • -Tienes que ayudarme a

    averiguarlo, Violeta. Tu mam y la

    ma eran las mejores amigas.

    -Dame unos das para

    investigar... Yo creo que el viernes

    voy a tener alguna pista. Adems, me

    fascina resolver enigmas.

    No se me haba ocurrido que yo

    fuera un enigma y me gust orselo

    decir porque a las mujeres les fascina

    el misterio y eso me daba puntos.

    Ninguno de su clase, ni siquiera el

    capitn del equipo de ftbol, tena un

    enigma verdadero para descubrir.

    -Espero tus pistas -dije,

    tratando de sonar como un detective.

    El viernes por la tarde, la abuela

    me llev a la casa de Violeta. Era

    parte de nuestro plan.

    -A qu horas vengo a

    recogerlo, Violeta? -pregunt la

    abuela.

    -Un momento averiguo

    -contest ella. Entr hasta el fondo

    del apartamento y volvi con la

    respuesta:

    -Ms o menos entre siete y ocho.

    -Entonces, hasta luego. Y dale saludos a

    ngela.

    -S, seora -dijo Violeta y cerr la puerta

  • -Tengo tantas pistas que no s

    por cul empezar! -grit emocionada.

    -No grites que tu mam nos

    oye, se lo cuenta a la abuela y se

    acaba nuestra investigacin.

    -Mi mam llega tarde. Hoy

    tiene una reunin de trabajo.

    -Entonces, a quin le

    preguntaste lo de la hora?

    -Cul hora?

    -La que le dijiste a mi abuela.

    Que poda venir por m entre siete y

    ocho.

    -Pues a nadie. Fui hasta el

    cuarto de mam, mir su despertador

    y me imagin lo que habra

    contestado ella. Siempre dice una

    hora as, no muy exacta, para dar un

    margen. Cundo vas a avisparte un

    poco? Para ser detective, te falta

    imaginacin.

    -A qu horas vuelve tu mam?

    -Dijo entre nueve y diez. O sea

    que a las once, por temprano.

    -No te da miedo quedarte sola

    cuando yo me vaya?

    -No seas ridculo. Ya no soy

    una beb. Acompame a la cocina y

    hacemos la comida para poder

    mostrarte el tesoro.

    -Comer a esta hora? No tengo hambre.

  • -Yo tampoco, pero luego

    vamos a estar muy ocupados.

    Yo la admiraba porque saba

    preparar una comida, como si fuera

    grande. Y mientras dos piernas de

    pollo daban vueltas en el microondas,

    me empez a contar lo que haba

    investigado.

    i

  • -Tu mam y mi mam se

    conocieron en la universidad -dijo

    Violeta.

    -Eso fue lo que averiguaste? Si

    todo el mundo lo sabe.

    -Me dejas hablar?

    -Est bien. Habla.

    -Desde el primer da las dos se

    hicieron muy amigas porque eran

    diferentes del resto de la clase. Todas

    las de su edad slo pensaban en

    novios y en fiestas y ellas se

    preocupaban por otras cosas. Se

    metieron a un grupo de jvenes que

    haca trabajo social en un barrio a la

    salida de Bogot y all empez todo.

    -Qu es todo?

    -Todo es todo. Tu mam se

    enamor de tu pap, que era mucho

    mayor que ella.

  • Con decirte que era su profesor. Pero

    bueno, la edad no importa, cierto?

    Mam dice que eran tal para cual y

    que era imposible no quererlos. Que

    toda la gente los conoca y los quera a

    primera vista.

    -No toda la gente los quera

    -dije con* una sombra de tristeza-.

    Haba gente que no los quera.

    -No hagas esa cara que no te

    estoy obligando a comer. Deja el plato

    ah, para mostrarte el tesoro.

    Me tom de la mano y me llev

    al cuarto de su mam. Sac un lbum

    de fotos de la estantera, lo abri y

    empez a pasar las pginas.

    -Aqu estn juntas: Margarita y

    Angela. El chiste deba ser muy bueno

    porque se rean mucho. Mam dice

    que nunca se ha redo tanto con nadie

    como se ri con tu mam. Dice que

    era una carcajada ambulante, que

    cuando piensa en ella, la ve rindose.

    Adems, era muy linda. Mrala en esta

    foto. Qu cuerpo! T te acuerdas de

    ella?

    -Casi no me acuerdo de su cara

    -le confes-. A veces creo que me

    acuerdo pero no s si es porque he

    visto tantas veces las mismas fotos

    con la abuela.

    Violeta me mir desilusionada.

    *

  • -Yo pens que las fotos iban a

    ser una novedad para ti.

    No me atrev a decirle que las

    fotos no resolvan nada. Las fotos no

    hablan, o s?

    Seguimos pasando las pginas

    en silencio y fue entonces cuando

    apareci el

  • bosque. Pap y mam, abrazados en

    mi bosque: la risa de mam, sus

    dientes blancos, casi su voz:.. Los

    brazos de pap, sus botas enormes, sus

    pasos cuando corra para encontrarme.

    Y yo me perda. Me mir los pies y me

    pareci verlos ms pequeos, con

    unas botas rojas muy brillantes. Me

    acord de esas botas. Dnde

    estaran?

    -sa es la alfombra del bosque

    -le dije a Violeta, sealando el piso.

    -No es una alfombra, es musgo

    -dijo

    ella.

    -Bueno, musgo. Nunca haba

    visto fotos del bosque. En mi casa no

    hay fotos del bosque.

  • -Buena pista -dijo Violeta-.

    Mam dice que tu abuela borr el

    bosque de su memoria y que nunca

    quiso volver a nombrarlo.

    -Por qu?

    -se es precisamente el misterio

    que tenemos que averiguar.

    -Entonces seguimos en el mismo

    pun-to -

    le dije.

    -No puedo sacarle todas las

    pistas de una vez -se defendi

    Violeta-. Un buen detective tiene que

    ir paso a paso para no despertar

    sospechas. Adems, somos dos y t

    tienes a tu abuela, que es una pieza

    clave del enigma. Deberas ayudar un

    poco.

    No me gust que se tomara tan

    en serio el juego de los detectives.

    Para m no era un juego pero tampoco

    me atrev a decrselo.

    La abuela pens que habamos

    peleado porque no quise hablar una

    sola palabra en el camino de regreso.

  • Esa noche no quera dormir. Le

    ped a mi abuela que me contara

    todos los cuentos, uno tras otro. Los

    quera todos a la vez. Todos, hasta

    que se quedara sin voz. Los de ahora

    y los de antes. La hice retroceder

    hasta el cuento de El lobo y los siete

    cabritos. Haba sido mi preferido

    durante muchos aos.

    -Cmo se salv el ms

    pequeo de los siete cabritos, abue?

    -Se escondi entre la caja del

    reloj. Se qued ah agazapado, sin

    respirar. Y esper, temblando, hasta

    que sinti que las pisadas del lobo,

    blancas de harina, se perdan en

    i

    el fondo del bosque. Y todava

    despus esper mucho rato sin

    atreverse a salir. Ni siquiera cuando

    oy la voz de la madre, angustiada,

    preguntando por sus hijos, quiso salir.

  • -Como yo, esa noche? -me

    sali una voz que no haba pensado.

    Una voz ma, que temblaba. Una

    pregunta de hace muchos, pero

    muchsimos aos, que por fin se

    volva voz.

    La abuela se qued muda. Baj

    los ojos para no mirarme. Puso los

    ojos fijos en un cuadradito de la

    alfombra y los dej ah para que yo no

    viera las lgrimas.

    -Yo me acuerdo, abuela. Mam

    me guard entre el armario. Me dijo

    que no tuviera miedo. Pero yo tena

    miedo. Me dijo que no llorara. Se fue

    corriendo y trajo a mi osito de

    peluche. Me dijo que lo abrazara muy

    fuerte, que l me acompaaba, y se

    volvi a ir. No le import que yo

    tuviera miedo. No le import que

    estuviera oscuro.

    -S le import -dijo la abuela-.

    Lo nico que le import fue que

    estuvieras a salvo. Luego se los

    llevaron a los dos. Tu mam alcanz a

    mirarme con sus ojos negros muy

    abiertos y yo le dije con la mirada que

    se fuera tranquila, que yo me quedaba

    contigo. Y me qued para

    cuidarte. Y aqu estoy.

    -Por qu no me llev?

    -Por protegerte. Porque eras lo

    que ms quera en la vida. Porque los

    dos te ha-

  • ban esperado durante mucho tiempo y

    eras lo ms importante, lo mejor que

    tenan: lo ms hermoso. Cuando

    conocieron el Bosque de Niebla, t

    todava no existas pero ellos soaban

    con tenerte. Decan que estaban

    preservando ese lugar para sus hijos y

    sus nietos. Apenas cumpliste dos

    meses, te vacunaron y te llevaron a

    conocerlo. A m me pareci una locura.

    Pens que te ibas a enfermar, que te

    iban a picar los bichos, pero al

    contrario, llegaste feliz. Tu mam se

    baaba contigo en la quebrada. Cada

    vez que tenan un tiempo te llevaban y

    t eras el nio ms feliz de la tierra

    cuando nombraban la palabra

    Sumapaz.

    -Mi pap me llevaba a caminar

    por el bosque. Me acuerdo de la lluvia.

    Me acuerdo de su mano grande y de

    mis botas rojas.

    -Te acuerdas de las botas rojas?

    Tu pap deca que eras su duende. El

    mismo fabric una silla de lona, para

    llevarte colgado a sus espaldas y

    recorrer las casas de los campesinos.

    Les ayudaba a cuidar los rboles y les

    ense que entre el Bosque de Niebla y

    el Pramo estaba la Fbrica de Agua y

    que su misin ms importante era ser

    cultivadores de agua*.

  • -Cmo se cultiva el agua, abuela?

    -Dejndola nacer entre los

    pramos y los bosques. Por eso tus

    paps y sus amigos crearon la

    Fundacin San Juan del Sumapaz,

    para proteger el bosque. Fueron

    reuniendo ahorros y compraron tierra

    entre todos, poquito' a poco. Luego

    empez a ponerse difcil la vida en el

    campo, con todos esos grupos

    armados.

    -Eran enemigos de mis paps?

    -No, ellos no tenan enemigos.

    Al menos, eso crean. Pero haba

    grupos armados que queran controlar

    la regin. Y cada grupo quera cosas

    diferentes de los campesinos. Tal vez

    tus paps se convirtieron en un

    obstculo.

  • -Por qu?

    -Porque ellos les ayudaban a los

    campesinos a creer en sus pequeos

    proyectos. O porque los dos trabajaban

    por los derechos humanos, quin sabe...

    Hay trabajos " que no le gustan a cierta gente.

    -A quin no le gustan?

    Quines eran los malos, abuela?

    -No s -dijo-. No es nada fcil.

    No es como en los cuentos. No creo

    que puedas entenderlo por ahora.

    -Tal vez s. Ya no soy un beb.

    -Yo soy muy vieja y todava no

    lo entiendo.

    -Puedo pedir dos deseos, abue?

    -Cules?

    -El primero es dormir esta noche

    contigo.

    -Concedido -dijo con voz de

    cuento.

    -El segundo es que me lleves a

    San Juan del Sumapaz.

    -No creo que sea fcil, pero voy

    a pensarlo. Te doy mi palabra -dijo la

    abuela.

    Volvi a clavar los ojos en el

    mismo cuadrado de la alfombra y no

    habl ms. Se qued pensando y yo

    me dorm sin saber la respuesta. '

  • Al otro da, temprano, la o

    hablar con el to Ramn y con la ta

    Elvira. A los dos les dijo que haba

    pasado la noche entera sin pegar los

    ojos.

  • Pas mucho tiempo. Pas la

    semana deportiva y llegaron las

    evaluaciones. Pas la Navidad y vino

    el Ao Nuevo. Entr al curso

    siguiente. Y aunque la abuela me

    haba dado su palabra, pens que se le

    haba olvidado. De pronto era verdad

    que estaba perdiendo la memoria.

    Lleg la noche antes de mi

    cumpleaos y ella no me pregunt

    nada, como haca todos los aos. No

    se le ocurri decirme si quera hacer

    una fiesta o qu quera de regalo. Que

    se le olvidara su promesa del bosque

    era terrible, pero lo del cumpleaos

    era espantoso. Me acost a dormir con

    un nudo en el estmago.

    -Feliz cumpleaos! -me

    pareci or en sueos y la abuela me

    entreg un paquete enorme. Pens que

    su memoria se estaba po

  • niendo cada vez peor. Ahora

    confunda la noche con el da.

    -Es de noche, abue -le aclar-.

    Por qu no tratas de dormir un poco?

    -Ya est amaneciendo y hoy vas

    a tener el cumpleaos ms largo de tu

    vida. Abre los ojos, a ver si te gusta el

    regalo.

    Estaba feliz, no slo por el

    regalo sino, sobre todo, por la

    memoria de la abuela. Romp el papel

    y empezaron a salir sorpresas: unas

    botas de caucho rojas, un

    impermeable amarillo, una

    cantimplora y un morral...

    -Son para la excursin -dijo la

    abuela.

    -Cul excursin?

    -Para que veas que los deseos se

    cumplen, nos vamos a San Juan del

    Sumpaz.

    -Cundo?

    -Dentro de una hora. Tienes el

    tiempo exacto para baarte y

    desayunar.

    Me refregu bien los ojos y los

    abr lo ms que pude para comprobar

    que no estaba soando.

    A las seis de la maana

    siguieron las sorpresas. En la puerta

    de la casa estaba un jeep

    esperndonos. El to Ramn

    manejaba, ngela dijo que era el

    copiloto de la expedicin y Violeta

    estaba en el asiento de atrs.

  • Me regalaron un sombrero de

    explorador y una chaqueta roja que

    combinaba con las botas. Cantamos

    durante todo el camino. La abuela

    trataba de estar feliz, aunque no poda.

    Intent cantar con nosotros pero yo la

    conoca Hice el mayor esfuerzo y

    busqu en' la memoria los mejores

    chistes de mi coleccin, para ver si le

    sacaba una sonrisa:

    -Sabes por qu se suicid el

    cuaderno de matemticas, abue?

    -Por qu?

    -Porque tena muchos

    problemas.

    -Qu chiste tan malo -dijo

    Violeta- .Yo pens que tena razn.

    Deba ser psimo, porque la abuela

    segua muy seria.

    -Hasta aqu entra el jeep -dijo el

    to Ramn. Ahora s comienza el

    paseo.

    -Ya llegamos? -pregunt

    decepcionado. No me acordaba de

    que San Juan del Sumapaz fuera as.

    -Ya llegamos al comienzo del

    camino - dijo ngela-. Ahora s

    vamos a ver qu tan fuertes son estos

    nios de ciudad. Ven esa trocha?

    Tenemos que ir hasta la punta de la

    montaa.

    -Y cmo vamos a llegar hasta

    all? - pregunt Violeta.

  • -Un poco a pie... y otro

    caminando -le contest el to Ramn.

    Entend por qu la abuela lo

    haba pensado tanto para cumplir mi

    deseo y la quise ms que nunca.

    Quera decirle yo te protejo, no

    tengas miedo, no va a pasarte nada,

    como tantas veces me lo haba dicho

    ella. Y se lo dije apretndole la mano,

    sin voz.

    Apareci la quebrada y nos

    envolvi la niebla. Yo iba en silencio

    de la mano de la abuela y tuve que

    alzar la cabeza para mirarla porque, de

    pronto, me pareci que caminaba de la

    mano de pap, con mis botas rojas. El

    piso se volvi hmedo y resbaloso y el

    aire y la tierra empezaron a oler a

    mojado. Andbamos con cuidado,

    bordeando la quebrada, cada uno

    concentrado en sus propios pasos,

    sobre una alfombra de musgo. Yo

    pensaba en el sonido del agua y en el

    olor del bosque. Yo respiraba y

    recordaba. Y era como si el tiempo no

    fuera ste sino otro. ramos mam y

    yo en la quebrada. Eran los rboles

    inmensos que pap cuidaba. Era

    volver a estar con ellos. El to Ramn

    iba adelante, abriendo paso entre los

    matorrales con un palo.

    -ste es mi bosque con alfombra

    -le dije a la abuela.

  • -ste es tu bosque -repiti ella-.

    Tu

    mam deca que ste era tu paraso.

    -Aqu comienza la Reserva

    Forestal de San Juan del Sumapaz -dijo

    Angela-, Este proyecto lo ayudaron a

    crear tus paps,

    * Juan. Esta era su vida. Ojal algn da pueda ser tambin la tuya.

    Una pareja de campesinos y una

    nia de mi edad nos estaban esperando.

    -Cmo est de grande el nio!

    -dijo el seor- Tiene los mismos ojos

    del pap.

    A la abuela la obligaron a

    subirse a una mua porque faltaba el

    camino ms empinado. Yo me re

    cuando le vi la cara de susto. La mujer

    se qued mirndome y dijo que mi

    risa era la misma de mam.

    -Campana: usted se acuerda de

    Juan? - le dijo la mujer a la nia.

    La nia dijo que no con la

    cabeza.

    Los dos nos quedamos

    mirndonos un rato muy largo y

    mientras nos mirbamos, empezamos

    a reconocemos. De repente, sin

    hablar, salimos corriendo juntos para

    abrirle paso a la mua. Era extrao:

    aunque los caminos se haban

    borrado, yo los iba trazando con

    Campana como si los conociera de

    toda la vida.

  • Los primeros en llegar al claro del

    bosque fuimos Campana y yo. Violeta

    iba detrs

    y tena la cara del color de mis botas. No

    se vea

    fuerte ni grande, sino cansada. Le dijo a Angela que le dola el estmago pero

    yo saba que no era el estmago lo que

    le dola.

    -Tengo que esperar a mi amiga

    de Bogot -le dije a Campana cuando

    me di cuenta, y me devolv para que

    no se sintiera desamparada en medio

    del bosque.

    -Campana: te presento a

    Violeta, que es mi mejor amiga de

    Bogot -dije muy educado, imitando a

    la abuela en las visitas, para que ella

    se creyera muy importante.

    -Hola -dijo Violeta.

    -Violeta: te presento a

    Campana, mi mejor amiga del Bosque

    de Niebla.

    Campana la salud con un

    movimiento de cabeza.

    Las invit a entrar a la casa.

    Empuj la puerta y entr derecho a la

    cocina. Una seora estaba cuidando

    una olla grande en el fogn. Ola

    delicioso. Mi estmago vaco me

    record que haba desayunado casi de

    noche.

    -Cmo pasa el tiempo, Juan -me

    dijo-. Yo te conoc de dos meses y ya

    eres un seor. Cuntos aos

    cumples?

  • -Ocho.

    -Espero que todava te guste el

    sancocho de la ta Rosa. Es nuestro

    regalo de cumpleaos.

    -Quin es la ta Rosa?

    -pregunt.

    -Yo soy la ta Rosa. Tu mam y

    yd nos queramos como hermanas.

    Vivo en esa casita blanca que se ve

    por la ventana, all lejos. Y adems

    soy tu madrina.

  • Pens que el cuento de la abuela

    era cierto. Cada vez me aparecan

    nuevas madrinas. Trat de sumar las

    de Bogot y la de Sumpaz pero no me

    alcanzaron los dedos de la mano. Nos

    sentamos alrededor de la mesa. Me

    dijeron que pap la haba fabricado

    cuando yo nac.

    -Todos los muebles son de esa

    poca. Antes no les importaba nada:

    dorman en hamacas y coman

    cualquier cosa. Pero cuando supieron

    que ibas a nacer, dijeron que la vida

    les haba cambiado. Que t

    necesitabas una casa de verdad. La

    cuna que hay en ese cuarto la pint tu

    mam -me dijo el seor que estaba

    con Rosa. Me imagin que deba ser

    mi to de Sumapaz pero no dije nada

    para que el to Ramn no se pusiera

    celoso, como Violeta.

    -La yuca la trajo Marisol. Las

    papas son regalo de los Romero. Y las

    gallinas son de la casa de Ezequiel.

    Cuando supo que venas, las trajo

    para el sancocho -dijo la ta Rosa.

    -Yo desgran la mazorca -se

    atrevi a decir Campana. Era la

    primera vez que le oa la voz.

    La abuela dijo que la casa

    estaba reluciente. Eso le encant

    porque era fantica de la limpieza.

  • -Yo la mantengo as -dijo la

    mam de Campana-. Siempre va a

    estar as, para cuando quieran venir a

    quedarse. Adems, cada tercer da

    cambio las flores.

    La abuela ya no estaba triste.

    Tena lgrimas pero no tena tristeza.

    Yo nunca la haba visto rerse como

    ese da. Y pens que su risa me

    recordaba la risa de alguien ms.

    El regreso fue muy animado.

    La abuela deca que ella no era

    invlida para ir en una mua y nos

    remos de su cara. La familia de

    Campana y mis nuevos tos nos iban

    contando todo:

    -Estos cultivos de curaba

    fueron idea de

    tu pap.

    -Esas son las huellas de un oso

    de anteojos -nos mostr Campana.

    -De verdad existen los osos de

    anteojos? -dud Violeta.

    -Claro que existen. Yo vi uno

    con mi pap -dije, sin saber si era del

    todo cierto.

    -Mira la escuela, Juan. Tu

    mam organiz una biblioteca.

    Debajo de ese rbol contaba cuentos

    los sbados por la maana y venan

    nios de todas las veredas.

    -Podemos entrar? -pregunt.

    -Ya se est haciendo de noche.

    Es mejor llegar a la carretera

    principal con luz de da.

  • Al final not que bamos muy

    rpido. Y vi tambin que de las casas

    sala gente a saludarnos. Todos decan

    adis, Juan, como si me conocieran.

    Violeta estaba impresionada.

    -Nunca me imagin que fueras

    tan famoso -me dijo-. Slo te falta

    firmar autgrafos.

    Me di cuenta de que me miraba

    distinto. Tal vez, con ocho aos, ya no

    le pareca el mismo enano de antes.

  • VI

    Era tardsimo cuando el to

    Ramn nos dej en la casa.

    -Tenas razn, abue, ste ha

    sido el cumpleaos ms largo de toda

    mi vida. Y el mejor.

    -Te gust la sorpresa? -me

    pregunt.

    -Lo que ms me gust fue saber

    que tengo dos casas: una en Bogot y

    otra en San Juan del Sumapaz. Y

    adems, tienes razn: lo de las hadas

    madrinas es cierto. Cada vez me

    aparecen unas nuevas.

    -Yo siempre tengo razn. Es que

    a ti todo el mundo te protege.

    -Abue, puedo pedir otro deseo?

    -Otro? -dijo la abuela y me

    mir asustada como diciendo, ahora

    qu se le va a ocurrir

  • -Me gustara que las prximas

    vacaciones fueran en Sumapaz. Quiero

    vivir mucho tiempo all para cuidar el

    Bosque de Niebla y cultivar agua,

    como mis paps.

    -Vas a tener que esperar muchas

    vacaciones hasta que tu deseo se haga

    realidad - dijo la abuela-. Pero algn

    da se va a cumplir, te doy mi palabra.

    Como deca tu mam, esta situacin no

    puede durar toda la vida. Las cosas

    tienen que cambiar.

    -Sabes, abue? Si el cielo se

    parece a San Juan del Sumapaz, pap y

    mam deben estar felices.

    -S -dijo ella-. Donde estn,

    deben estar rindose. Siempre estaban

    felices. Y t, cmo ests?

  • -Un poco triste, un poco feliz y

    un poco cansado.

    -Pues tienes que descansar

    porque maana sigue el cumpleaos.

    Yo te dije que iba a ser muy largo.

    Viene toda la familia, ms tu

    coleccin de madrinas, y tengo que

    madrugar a hacer varios moldes de

    torta de naranja. Si quieres puedes

    dormir conmigo, con tal de que te

    acuestes pronto. Yo tambin estoy

    rendida.

    -No, abue. Hoy voy a dormir

    solo. Y, si quieres, apaga la luz del

    corredor. Ya con ocho aos no me

    pueden dar miedo los agujeros

    negros.

    -Ests seguro, o quieres

    hacerte el valiente?

    -Estoy casi seguro -le dije y la

    abrac con todas mis fuerzas.

    No me acuerdo si so con la

    Fbrica de Agua o con la torta de

    naranja. Lo que s s es que esa noche

    no haba ningn agujero negro. Y eso

    que nuestra casa de Bogot estaba en

    tinieblas.

  • Epilogo

    Antes de cerrar el libro

    Tal vez leemos y escribimos

    porque creemos en el poder de las

    palabras para expresar lo que

    sentimos, para saber lo que pensamos

    y para construimos por dentro. Pero

    tambin porque sabemos que las

    palabras van creando realidades y

    tienen el poder de transformar el

    mundo. Los acuerdos que la

    humanidad ha establecido y que luego

    se han convertido en declaraciones

    firmadas por muchos pases muestran

    cmo, poco a poco, las palabras

    modifican nuestra forma de pensar. Y

    al cambiar nuestra forma de pensar, es

    posible cambiar otras cosas.

    Es un proceso muy lento. Para

    que las frases de una declaracin se

    traduzcan en hechos concretos, a

    veces se necesita muchsimo tiempo.

    Por ejemplo, en la poca de la

  • Revolucin Francesa, cuando los

    miembros de la Asamblea Nacional

    Constituyente proclamaron la

    Declaracin de los Derechos del

    Hombre en 1789, muy poca gente

    crea en frases como stas: Los

    hombres nacen y permanecen libres e

    iguales en derechos. Y aunque hoy,

    despus de ms de dos siglos, nos

    quede tanto por hacer para que la

    frase sea totalmente real, la mayora

    de la humanidad comparte esa voz

    sobre la igualdad de las personas, que

    entonces pareca tan revolucionaria y

    lejana.

    En 1989, exactamente

    doscientos aos despus de la

    Declaracin de los Derechos del

    Hombre, se aprob La Convencin

    sobre los Derechos de los Nios en la

    Asamblea General de las Naciones

    Unidas y 191 pases firmaron la

    declaracin, comprometindose a

    hacerla efectiva.

    Colombia fue uno de los pases

    firmantes y asumi el nuevo enfoque

    que considera a los nios, no como

    ciudadanos del futuro, sino como

    ciudadanos del presente, con plenos

    derechos desde el comienzo de su

    vida. El artculo 44 de nuestra

    Constitucin Poltica de 1991 recogi

    esa nueva idea de los nios como

    sujetos de derechos.

  • Leer las palabras de ese artculo

    y ver, al mismo tiempo, lo que sucede

    todos los das con nuestros nios y

    nias, produce sentimientos

    encontrados y, tal vez, una mezcla de

    risa, tristeza y rabia, pues, como

    ustedes vern, los hechos estn muy

    lejos de las palabras. Pero una

    constitucin solamente cobra vida

    cuando los ciudadanos se apropian de

    ella y se preocupan por cumplirla y

    por reclamar que se cumpla. Esa es la

    razn para terminar el libro con el

    artculo 44 que proclama una bella

    frase: los derechos de los nios

    prevalecen sobre los derechos de los

    dems. La frase quiere decir que los

    nios estn siempre en primer lugar,

    como tan bien lo saban los padres de

    Juan.

    Si es cierto que las palabras

    pueden crear realidades, tenemos una

    larga tarea por delante. Y para

    comenzarla a hacer, es muy

    importante que todos los nios, las

    nias y los adultos conozcamos lo que

    las leyes de nuestro pas se han

    comprometido a garantizar. Saber a

    qu tenemos derecho no slo es

    nuestro derecho, sino tambin nuestro

    deber como ciudadanos en ejercicio.

    Lean el siguiente artculo, tmenlo al

    pie de la letra y, si pueden,

    mantnganlo en un lugar visible, para

    que cada vez ms gente lo vaya cono

  • ciendo. Cuando todos lo repitamos y

    lo invoquemos y velemos por su

    cumplimiento, estar ms cerca de

    convertirse en realidad. Como deca

    la mam de Juan, las cosas tienen

    que cambiar. Y como no podemos

    damos el lujo de esperar otros

    doscientos aos, qu les parece si

    empezamos ahora mismo, antes de

    cerrar el libro?

  • Artculo 44

    Constitucin Poltica de Colombia, 1991.

    Captulo II. De los derechos sociales,

    econmicos y culturales.

    Son derechos fundamentales de

    los nios: la vida, la integridad fsica,

    la salud y la seguridad social, la

    alimentacin equilibrada, su nombre

    y nacionalidad, tener una familia y no

    ser separados de ella, el cuidado y

    amor, la educacin y la cultura, la

    recreacin y la libre expresin de su

    opinin. Sern protegidos contra toda

    forma de abandono, violencia fsica o

    moral, secuestro, venta, abuso sexual,

    explotacin laboral o econmica y

    trabajos riesgosos. Gozarn tambin

    de los dems derechos consagrados

    en la Constitucin, en las leyes y en

    los tratados internacionales

    ratificados por Colombia.

    La familia, la sociedad y el

    Estado tienen la obligacin de asistir

    y proteger al nio para garantizar su

    desarrollo armnico e integral y el

    ejercicio pleno de sus derechos.

  • Cualquier persona puede exigir

    de la autoridad competente su

    cumplimiento y la sancin de los

    infractores.

    Los derechos de los nios

    prevalecen sobre los derechos de los

    dems.

  • DESDE 10 AOS

    Los agujeros

    negros

    Yolanda Reyes

    ilustraciones de Daniel Rabanal

    Cada vez que Juan habla del campo, la abuela

    pone Cara de misterio y cambia de tema.

    Desde que sus padres murieron, Juan no ha

    vuelto a San Juan del Sumapaz, pero an

    guarda algunos recuerdos de ese lugar al que

    solan llevarlo a pasear cuando era muy

    pequeo: la alfombra de musgo, la quebrada, el

    bosque de niebla... Y tambin los agujeros

    negros, algo que no lo deja dormir tranquilo

    desde la noche en que los vio por ltima vez.

    Despus de mucho desearlo y, como

    regalo por su cumpleaos, Juan logra

    que su abuela lo lleve a aquel lugar. ALFAGUARA

    INFANTIL

  • ALFAGUARA INFANTIL

    Los agujeros negros

    Yolanda Reyes

    ilustraciones de Daniel

    Rabanal