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    No tocar, o urgente Antropologa anarquista

    J O R D I A . L P E Z L I L L O

    r e a d A r q u e o l o g i a ( U n i v e r s i t a t d A l a c a n t )F e d e r a c i L o c a l d e S i n d i c a t s d A l a c a n t ( C G T )

    e - m a i l : j o r d i . l o p e z @ u a . e s

    Podra decirse que la generalidad de las disciplinas ocupadas en el anlisis social, cultural ehistrico de los grupos humanos se encuentra en la encrucijada entre utillajes tericos deuna rigidez estructural heredada del evolucionismo progresista y una total prdida de todohorizonte sistmico capaz de generar un discurso articulado ms all del contexto inmediato.El caso del estudio de las formas de organizacin poltica puede dar buena cuenta de esta par-lisis; y la realidad que vivimos, de la urgencia en perfeccionar nuevas herramientas que partande las lgicas operacionales para dar fluidez a nuestra concepcin de las estructuras sociocul-turales humanas. En definitiva, slo son constelaciones diferentes de los mismos mecanismosde la legitimidad, la legalidad, la autoridad, la coercin o el poder, las que permiten explicar elImperio inca, el moderno Estado del Per, la Revolucin espaola, o por qu nadie toca el pianodurante los actos acadmicos.

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    Al final, Antonio Miguel se levanta de su silla sin dejarde hablar sobre la trascendencia del paradigma post-estructuralista en la explicacin de las culturas, socieda-des e historias de los grupos humanos y en un digno juego

    malabar detiene su discurso confesando junto al pianoque jams aprendi a tocar ms que los primeros com-pases del Para Elisa. Es un Yamaha de cola, negro azaba-che; por lo dems, el tipo de instrumento que uno esperaencontrar en estas salas de actos cerca de las prescripti-vas banderas que materializan la presencia de los pode-res polticos. Toma aire, y unos segundos para calibrar laincidencia de sus palabras en la platea. Alcanza el cartel

    sobre la tapa del piano. Lo levanta enfticamente unos

    centmetros. Sentencia: Esto es la autoridad.

    Por su parte, en su mnima expresin, en un A4 y con

    una tipografa pobre, encima del piano, la autoridad ni-

    camente dice: No tocar.

    Por una de esas casualidades institucionales, la direc-

    tora del centro universitario se encuentra entre el pbli-

    co esta maana. Sobrepuesta al murmullo cmplice de

    la ocurrencia explica que no es que no se pueda tocar

    (nunca) sino que uno nunca puede estar seguro de quin

    sabe y quin no sabe tocar el piano, y siendo las cosas as,

    no la experiencia propia, sino la sntesis acumulativa de lo

    acostumbrado recomend salvar el riesgo con algo que se

    asemeja tanto a una prohibicin que uno no puede evitar

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    LALEGALIDADEJERCIDAPORLADIRECTORAQUEORDENAIMPRIMIRELCARTELDENOTOCAR COINCIDECONLALEGITIMIDAD

    PERCIBIDAPORLOSQUEENTRBAMOS, QUIENESENTENDAMOSYCOMPARTAMOSLADIRECTRIZSOCIAL; DEHECHO, LAORDEN

    ESEFECTIVANICAMENTEPORQUEEXPRESAALGOQUETODOSPODRAMOSSUSCRIBIR

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    sonrer ante la diligente negacin sistemtica del espritude ordenar prohibiendo. (Aqu cabra aclarar otra costum-bre sintetizada en la mdula de los herederos, al menos,del menos digerido Mayo del 68: el rechazo subcutneode la explicitacin del poder, la conceptuacin de la auto-ridad como algo negativo independientemente de que sepiense ms o menos evitable, o incluso de que se piense.)Total, que se puede tocar, el piano, en las circunstanciasadecuadas.

    Poco importan ya las conclusiones que yo anotara tor-pemente, desde mi silla, en relevo de Antonio Miguel; tanpoco que, a decir verdad, no las recuerdo. Importan tanpoco como el hecho de que Antonio Miguel pretendierallamar la atencin sobre la materializacin de un meca-

    nismo de organizacin social por el cual nadie habamostocado el piano al entrar en la sala, sin coercin activaalguna dado que se verificaba en la ligazn de lo que aqudefiniremos como legitimidad y legalidad: La legalidadejercida por la directora que ordena imprimir el cartelcoincide con la legitimidad percibida por los que entr-bamos, quienes entendamos y compartamos, como pocopasivamente, la directriz social manifestada por ese car-tel. De hecho, la orden es efectiva nicamente porqueexpresa algo que todos podramos suscribir, pues no exis-ta (en principio) ninguna otra medida para salvaguardarel cumplimiento de la legalidad cuando sta se hubieraopuesto a lo que socioculturalmente se senta como leg-timo (aqu, de lo contrario, entrara el guardia de seguri-dad ms all de la puerta). Poco importa, pues, que stefuera el sentido de la sentencia de Antonio Miguel, y nocriminalizar la existencia misma de la autoridad, encon-trrase aqu o all. Mayo del 68. La escena se resuelvecon una multitud apiada en torno del Yamaha, donde ladirectora sonre, y el profesor toca los primeros compasesque imaginara Beethoven.

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    No hace mucho hojeaba la reciente edicin italiana

    de los cursos que Pierre Bourdieu dict en el Collge de

    France a propsito del Estado. Fiel a la sincera claridad

    del trickster, anotaba el error de los pensadores marxis-

    tas, entre otros, al centrar sus definiciones en el para qu

    hacen servir la legalidad los detentadores del poder leg-

    timo que se cuaja en las instituciones polticas. Encon-

    traba cierta disposicin discursiva anarquizante en la

    visceralidad de su rechazo (terico) al poder coercitivo

    (entindase: el de los dems, y por eso anarquizante y

    no anarquista). Adverta: No se aprende nada sobre un

    mecanismo cuando se le interroga slo por sus funcio-

    nes. En lnea con esto, si los anarquistas hemos de sacar

    lo terico del parntesis en la medida en que pretenda-

    mos activar un discurso capaz de entender, explicar y

    actuar en la actual realidad, no nos queda otra que ir a

    LA ACTUAL CRISISDEL ESPACIO POLTICO VIENE

    GENERANDO, ENELAUMENTODELABRECHAQUE

    SEPARACADAVEZMSLEGITIMIDADDELEGALIDAD, UN

    BUENNMERODEEXPERIENCIASORGANIZATIVASQUE

    REQUIERENURGENTEMENTEOTROSMODELOS

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    buscarlo en las condiciones socioculturales que permitentales (dis)funciones de lo poltico.

    En este sentido hace unos aos que se nos viene advir-tiendo una posicin de ventaja epistmica respecto deaquellos otros discursos que tradicionalmente han y sehan retroalimentado de prcticas polticas ms auto-ritarias, tal vez debido a cierta predisposicin a operarenmaraados en una indeterminacin cuntica que ven-

    dra aqu impuesta por la ausencia de una multiplicacinseminal de imposiciones. Pienso, tal vez porque buenaparte del meollo del Anarquismo sin adjetivos de Tarri-da del Mrmol no es sino el reconocimiento funcional delcontextualismo, y de que una vez asumida como premisa,la libertad repartida a partes equivalentes conlleva queaquello que fue vlido para solucionar un problema puedeque no lo sea tanto para otro muy similar por la sencillarazn de que los agentes en situacin sean mnimamen-te otros, lo que vuelto del revs es lo mismo que decirque hay ms de una forma de solventar los problemas, y a

    veces incluso ms de una forma acertada, o deseable. As,plantear como zanjando el decimonono (entre el Certa-men Socialista de Reus de 1885 y el de Barcelona de 1889)que pensndonoslo mejor s nos parece ms justo el prin-cipio econmico comunista de Kropotkin que el colectivis-

    ta, pero que no nos vemos en condiciones de adivinar qudeber decidir, manejando ms datos que nosotros, unaConfederacin que todava estaba por venir, y no quebraren ello el vnculo sustantivo, en definitiva no andaba tanlejos de asumir que la realidad sociocultural es tan pocolineal como las ecuaciones de Parque Jursico: variablesno percibidas encierran la potencialidad de mutar elresultado de situaciones percibidas como iguales, y poreso, y porque podramos estar seguros de lo que perci-bimos crecientemente pero nunca de lo que todava nosfalta por percibir, no resulta sensato dejar constreir la

    ideologa (ni el anlisis de grupos humanos) a una recetade cocina.

    Ahora bien, que todo sea relativo a un contexto nuncaquiso decir que todo sea igualmente acertado, para expli-car ese contexto, o deseable, para aplicarlo a cualquierotro. Aqu estn los lmites de esa ventaja.

    Precisamente a propsito de esto Maurice Bloch,antroplogo de la London School of Economics, no duda envincular la preeminencia virtual del todo vale sobre lamirada de discursos en que se disuelve la mal llamada cr-

    tica posmoderna (mal llamada porque, definida en negati-vo, coadyuva a desdibujar los mrgenes entre propuestascontextualistas radicalmente diferentes) con la vigenciacasi heroica, y desde luego casi masiva, de interpretacio-nes desde posiciones ms simplistas. Lo que no podanpretender los posmodernos es que su rechazo (ya tctico,

    ya axiomtico) de la escala humana fuera seguido a piesjuntillas por un desinters generalizado en desentraarcmo funcionamos y hemos funcionado en tanto especie;

    y en la improbable medida en que ese desinters no se

    produzca, y que definitivamente valga todo, las explicacio-nes generalizadas seguirn recurriendo a modelos y para-digmas que descuidan en la esclerosis progresista todo elacervo positivo de buena parte de lo que hoy sabemos y spodemos percibir. Por poner un caso cercano, el desfasems grave del discurso marxista respecto de la realidadno se explica tanto por unos modos retricos obsoletos(por ejemplo: La clase obrera contra el poder burgus)como por unas estructuras intelectuales obsoletas (porejemplo: Sin una Teora del poder comprehensiva, desvin-culada del evolucionismo providencialista, o del economi-

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    cismo mecnico); algo que no dejara de ser entraable,

    digno de discusin de caf, si no fuera porque la actual

    crisis del espacio poltico viene generando, en el aumen-

    to de la brecha que separa cada vez ms legitimidad de

    legalidad, un buen nmero de experiencias organizativas

    que requieren urgentemente esos otros modelos. Para serexplicadas. Para retroalimentar sus prcticas.

    David Graeber, antroplogo quiz ms conocido como

    militante de Occupy que de IWW (en cualquier caso dos

    afinidades polticas paradigmticas, en tanto organizan

    los polos neolgico y tradicional del discurso antiautori-

    tario en Estados Unidos), lo escriba en uno de sus ltimos

    trabajos: Por mucho tiempo el consenso intelectual ha

    sido que no podamos hacer grandes preguntas. Cada vez

    est ms claro que no hay ms remedio que hacerlas.

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    Volvamos, pues, a las condiciones de posibilidad que

    mecen las bases de las diferentes formas en que los gru-

    pos humanos estructuramos nuestra poltica. Y hag-moslo con la intencin de aislar algunas herramientasconceptuales que nos vayan a permitir analizar desdeun enfoque ampliado, por el desenfoque que representarespecto del punto de anclaje que solemos contemplar en

    nuestra cultura poltica, los procesos histricos en esasestructuraciones; es decir: hagmoslo as para evitar elerror sinecdtico que supondra, por ejemplo y por loque atae a la Antropologa anarquista, pensar que existeuna estricta dicotoma de opuestos entre las sociedadessin Estado y las sociedades con Estado como si estas lti-mas no funcionaran, de hecho, solamente gracias a queen su seno siguen operando desordenadamente la mayo-ra de los mecanismos por los cuales definimos aqullasotras. Y quiz en esa latencia, que indudablemente es a lavez siempre una potencialidad, se halle la clave para salir

    de un impasse estatista que ya no hay que entendercomo el punto lgido de una progresin evolutiva deter-minada por la providencia (banda, tribu, jefatura, Estado)sino como, precisamente, eso: una situacin contextual.

    Tomemos por caso la cuestin del no tocar el piano.

    ELCAMBIODELSINESTADOALCONTRAELESTADOSEJUSTIFICAENTANTOESTOSGRUPOSDISPONENUNASERIEDE

    MECANISMOSINTRAEINTERSOCIALESQUEINHIBENLAFRACTURASOCIALQUEPRINCIPIALASCONDICIONESDEPOSIBILIDAD

    DELESTADO, ENLOQUESEHALLAMADOPOLTICASALVAJE

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    Apuntaba que uno de los principales elementos a des-tacar de esta ancdota (por cierto: totalmente verdica)era lo que llam legitimidad. Existe pleno consenso en que,como adverta Jos Antonio Marina, cualquier poder pol-tico recin instaurado se apresura a dotarse de una legi-

    timacin, si es que no se podra decir que requiere de tallegitimacin antes de llegar a ser poder poltico, o a ejer-cer como tal con cierta eficacia. Lo que no se nos puedeperder de vista aqu es que la legitimidad escapa al con-trol directo de ese poder poltico que ha de construirlaculturalmente sobre el conjunto de personas sobre el quepretenda actuar. Ahora bien, en esta visin se parte de labase de que siempre existe un poder poltico fracturado,separado de las personas sobre las que acta (como se daen nuestras sociedades) y por tanto capaz de apropiar-se de determinados capitales que le permitan activar su

    legitimacin; de no ser as habra que asumir que la legiti-midad como mecanismo social preexiste al poder poltico(fracturado o no), y que de hecho es lo que lo posibilita:sin legitimidad no habra poder poltico. En nuestro caso,sera difcil sostener que la directora del centro universi-tario hubiera moldeado directa y previamente su legitimi-dad sobre el pblico, entre otras cosas porque hasta quese avino a justificarse nadie entre el pblico saba quinejerca el cargo, o que se encontraba presente.

    Habra sucedido algo distinto de haber sido otra per-

    sona, cualquiera entre el pblico, quien hubiera coloca-do el cartel sobre el piano antes de comenzar el acto?Obviamente no, y es ms, posiblemente tampoco habracambiado mucho de no haber cartel. La ventaja de utilizarla ancdota de una intrascendencia es que permite serms rotundo al afirmar que lo usual es que nadie toqueun piano que se encuentra al entrar a una sala de actosporque as est codificado en los esquemas culturales queestructuran nuestra prctica, y lo usual es que slo nosabstuviramos de reprobar su incumplimiento en el caso

    de personas a las que no se les presuponga automtica-mente haber interiorizado esos esquemas, o a las que seles conceda automticamente verse enajenados de ellospor otra razn, como cuando pensamos: es que es un nio,es que sus costumbres son otras, es que est enfermo.Esto no quiere decir que un poder poltico fracturado nopudiera eventualmente influir sobre los esquemas cul-turales que activan la legitimidad (y nadie fum), comode hecho otras muchas prcticas estructuran diacr-nicamente esos esquemas que estructuran a su vez lasprcticas que los estructurarn, pero s que, en el caso

    de fracasar en su legitimacin, ese poder poltico quedacondenado a desaparecer por la sencilla razn de que nopodr sostenerse en el recurso constante al ltimo dispo-sitivo de que dispone para imponer su criterio, esto es: alguardia detrs de la puerta.

    Cambiemos el contexto. Al entrar al saln de actos,en lugar del Yamaha al lado de las banderas, imaginemoscualquier otra cosa que resulte automticamente injustahasta lo insoportable en nuestros esquemas culturales;si se me permite (y sin nimo de violentar a los gruposhumanos cuyos propios bebs dependen de la caza deestos animales: es que sus costumbres son otras) voy asocializar el supuesto del beb foca al que suele apelar enestos casos mi amiga Nuria. Pues bien, al entrar, hay unbeb foca agonizante de desatencin, palmeando la cola,enormes ojos negro azabache. Antonio Miguel no alcanzaa detener su discurso junto al cartel, ni siquiera a empe-zarlo. El primero que cruza la puerta duda unos segun-dos, eso s: no porque lo que est apunto de emprenderle turbe en s sino porque probablemente la injerenciadel poder poltico ha llegado a invertir ms dbil o msfuertemente la direccionalidad entre lo legtimo y lo legalen sus esquemas culturales al punto de confundir por unmomento su percepcin (de pronto vacila si es legtimoincumplir la legalidad, duda lo que tarda su cerebro enacabar de formular la ecuacin: incumplirla en defensa

    de lo legtimo mismo). Corre a salvar al beb foca, tras locual entra el guardia, que duda menos. Puede que a stelo detenga, pero al acto acudieron alrededor de cuarentapersonas. Si hay un beb foca en peligro asaltarn el cen-tro universitario.

    Cambiemos el contexto. Hagamos de cuenta ahoraque no hay guardia detrs de la puerta (lo cual quieredecir que, salvando las estrictas distancias biolgicas,que por supuesto habr que salvar, todos estarn igual-mente pertrechados para darse de bofetadas). Olvid-

    monos, incluso, del discurso de clausura de AntonioMiguel, y quedmonos slo con el cartel: Uno por perso-na, y con alrededor de cuarenta canaps. Retornamos,por tanto, a una situacin de connivencia entre legiti-midad y legalidad, pero tratndose de algo apriorstica-mente ms apetecible que tocar el piano cabe esperarque se desarrolle tambin de otra manera el juego detensiones centrfugas y centrpetas que orbitan el indi-viduo, y sus allegados, en la comunidad, y la sociedad. Loque resultara descabellado, en esa suerte de robinso-nadas filosficas que todava fundan en silencio varias

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    de nuestras disciplinas acadmicas de anlisis sociocul-

    tural (el trueque primigenio, el Homo conomicus), es

    pretender que lo natural en esta tesitura sera haber-

    se abalanzado sobre la bandeja y arrasado con lo posi-

    ble antes de correr a parapetarse, seguramente tras el

    piano. Al menos esto imaginaba Hobbes para los salvajesque carecan de Estado, y por eso homo homini lupus. Sin

    embargo en nuestro caso lo ms probable es que no ocu-rra nada de eso, sino que aquella gente que tiene ms

    hambre trate de hacerse con su canap antes; puede

    que hasta los haya que no tomen ninguno, y sobren.

    En cualquier caso sera usual que los que quisieran unsegundo bocado se aseguraran de que tal accin no va a

    suponer una reprobacin, esperando ostensiblemente a

    que todo el mundo haya tenido oportunidad de acceder

    a la bandeja. Incluso, si ahora volviramos a rescatar el

    supuesto de existir un discurso de clausura, tal vez con

    el leve cdigo de las botellas de agua sobre la mesa o unproyector encendido, resultara extrao que alguien se

    acercara a los canaps ni aun cumpliendo la premisa del

    uno por persona hasta finalizar el acto. sas son nues-

    tras costumbres.

    En este ltimo supuesto adems de los mecanismos

    que legitiman la legalidad expresada en el cartel, sta serefuerza con otro mecanismo vinculado, al igual que el

    guardia, con la coercin. Sin embargo el origen y la forma

    de esta otra coercin que inhibe apriorsticamente al

    pblico de quebrar la legalidad se torna absolutamentediferente en el mero hecho de provenir del cuerpo social

    (no fracturado) y no del poder poltico (fracturado); oen otras palabras: sin duda los habr que no coman ms

    de un canap por evitar la vergenza de ser reprobados

    socialmente. El error de Hobbes sera pensar que estos

    dos activos (legitimidad y coercin social) son ajenos a

    los grupos humanos que carecen de Estado, situacin en

    la cual se incorporan sin dejar de operar los anteriores(o mutan en la replicacin por mitosis de su prctica)

    legalidad y poder coercitivo, pero al igual que en el caso

    de Marina, esto supondra obviar la preexistencia de lasociedad al Estado, y la resolucin de la mxima originalde Plauto sobre que el humano sea un lobo para el huma-no: quom qualis sit non novit, cuando desconoce al otro.

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    Hasta aqu tenemos slo algunos retazos de una urgen-te Antropologa anarquista (y, huelga decirlo, no tendre-mos ms que algunos ms al final de este texto). Evitemosdejarlos flotando en el limbo del anecdotario y pong-moslos a andar por un momento en el marco del anlisissociocultural de algunos procesos histricos, pues una delas causas de esa perpetuacin de modelos interpretati-vos esclerticos se encuentra en la negligencia a la horade ensamblar el dato emprico retroajustando el modelo.

    Es de sobra conocido que la Etnografa se encarg defalsar la idea de que el Estado sea el fundador del espa-cio poltico que representa la sociedad. Sencillamente noexisten, y no hay nada que sostenga que existieran jams,grupos humanos que se comporten como imaginaron losfilsofos. Concretamente, para lo que aqu nos ocupa, fuePierre Clastres quien mejor capt, a partir de sus trabajosen diversos grupos de la Amazona, que no slo aqullaseran sociedades sin Estado sino que, es ms, estructura-ban su espacio poltico contra el Estado, sintetizando lasnociones clasificatorias de grupos indivisos (cuando el

    cuerpo social es homogneo y gestiona en su interior elpoder poltico) y grupos divisos (cuando se ha fractu-rado, y slo una parte de la sociedad lo gestiona). Ms allde desterrar definitivamente la idea de carencia, pues, elcambio del sin al contra se justifica en tanto estos gruposdisponen una serie de mecanismos intra e intersociales,legitimados en sus esquemas culturales, que inhiben lafractura social que principia las condiciones de posibili-dad del Estado, en lo que se ha llamado, jugando a invertirel (des)calificativo, poltica salvaje.

    LASEPARACINDELPODERPOLTICODELRESTODELCUERPOSOCIALESUNAFRACTURA, PERONOHABINDOSEOSIFICADO,

    LASOCIEDADCONTINAACTUANDOENUNESPACIOPOLTICOMUYFLUIDO; PORESTARAZNNOPODASERMSADECUADALA

    POLISEMIADELTRMINOESTATIZACIN: DEVENIRESTTICO, VOLVERSEESTADO

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    Obviamenteello conlleva enprimer trminoque, al menosen las acepcio-

    nes blandas deautores comoHarold Barclayo Amedeo Ber-tolo, poder yautoridad estnpresentes tam-bin en la orga-nizacin polticade estos grupos,aunque se man-

    tengan alejadosde los mecanis-mos de coercinactiva, que seejercen social-mente. En lapoltica salvaje(en todas) exis-ten lderes, perono lderes quepuedan imponersu criterio. Unaautoridad nocoercitiva sueleser puntual enel tiempo y acotada en el mbito de accin, apoyada enunas cualidades personales que destacan por algn moti-vo (durante el acto acadmico, Antonio Miguel es unaautoridad cuyo criterio hay que tener en cuenta porqueha pasado aos estudiando esos fenmenos); ahora bien,como seala Marina, no hay que perder de vista que la dis-

    tincin entre un origen aisladamente personal y uno liga-do a la posicin relativa del individuo en las estructurassociales del grupo (hay que tener en cuenta el criterio dela directora porque desempea el cargo de directora) esespecialmente difusa en sus mrgenes (los mecanismosapriorsticos de legitimacin hacen pensar que la direc-tora desempea el cargo debido a una cualidad personal).Quiz sea ste el principal punto de fuga donde, ante undesequilibrio sistmico en determinados contextos his-tricos, se activa el universo latiente que fractura yosifica alternativamente el cuerpo social, constelando las

    relaciones entrela autoridad ylos mecanismosd e c o e r c i npasivos y acti-

    vos.S i d e s d e

    Lvi-Straussa los ltimosescenarios eto-lgicos para laevolucin delgnero Homoplanteados porBernard Cha-p a i s re s u l t aincuestionableque la sociabi-l idad humanase adhiere enprimer trminoal parentesco, yque las nocionesque lo estructu-ran se vienenproduciendo y

    reproduciendohistricamenteen funcin delas necesidades

    y co nd ic io nescontextuales, se entiende que la autoridad posicionalpueda devenir del lugar que un individuo ocupa en lafamilia, real o figurada; as, por ejemplo, las asambleasde edad son elementos recurrentes de la poltica salvaje(hay que tener en cuenta su criterio porque son mayores,pero ms sabe el diablo por viejo que por diablo; posicio-

    nal y personal). Expresndose la poltica en el lenguaje delparentesco una relacin de proximidad respecto de unantepasado concreto tambin otorga autoridad, y cuan-do estos grupos humanos requieran concentrar el poderpoltico estructuralmente para estabilizar la integra-cin social ms all de la comunidad inmediata (es decir:ampliar los mrgenes del nosotros para englobar a otrosque no conocen pero no son desconocidos en el absolu-to de Plauto) los sistemas de filiacin tienden a volversems rgidos para legitimar la incipiente fractura en jefes

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    familiares de un cuerpo social demasiado grande paraseguir siendo estrictamente homogneo.

    Sin embargo, la separacin del poder poltico del

    resto del cuerpo social no se desarrolla paralelamentea la generacin de mecanismos de coercin que le seanpropios, de manera que estos jefes siguen sin tener msinstrumento para imponer su criterio que la legitimi-dad entendida en los dispositivos culturales que manejael total de la sociedad. As las cosas, es una fractura, sinduda, pero no habindose osificado, la sociedad conti-na actuando en un espacio poltico muy fluido. Por estarazn no poda ser ms adecuada la polisemia del trminoestatizacin: devenir esttico, volverse Estado.

    Superada la inercia de los modelos surgidos en la tra-bazn del evolucionismo progresista y el marxismo, inclu-so comienza a evidenciarse que muchos de los escenariosque literalmente est desenterrando la Arqueologa ven-dran a interpretarse ms parsimoniosamente bajo esteenfoque. Cada vez resulta ms insostenible, por citarlos casos donde la discusin se ha planteado con mayoralcance, que las formaciones polticas en las cuales seconstruy Cahokia y otros muchos centros ceremonialesdel Misisipi entre 800 y 1500 respondan a la definicinconvencional de jefatura, poder jerrquico y centraliza-

    do; en el otro extremo de Amrica, autores como AxelNielsen o Pablo Cruz insisten en que, en los curacazgosque aparecen y desaparecen en varias zonas del Sur andi-no entre el primer milenio de la era y su incorporacinal Tawantinsuyu incaico, las principales desigualdades

    se articulaban en el campo poltico mientras que, noverificndose una apropiacin restrictiva equivalente delos medios de subsistencia, las ventajas econmicas quepudiera suponer esa fractura social quedaban limita-das por las obligaciones redistributivas y de generosidadasociadas [legtimamente] a las posiciones de autoridad.El poder de los curacas y sus privilegios econmicos nodependan de la capacidad de coaccionar a la comunidadmediante la fuerza o la facultad de privarla de recursosvitales para su reproduccin material o social sino de laadhesin colectiva a un orden mtico corporizado en cier-

    tos emblemas, ritos y representaciones vinculados a losantepasados. En esta tesitura es perfectamente lgicoque incluso aquellos poderes polticos que s disponen enltimo trmino de capacidad coercitiva, aquellas fractu-ras osificadas, se atengan a discursos eufemsticos queconfunden la legalidad en este tipo de legitimidad: la pol-tica que despliega el Inca con las momias, apunta Hernn-dez Astete; Jess Bermejo seala, que Augusto manifiestedeclarndose pater patri que rene la misma potestassobre el cuerpo social que un cabeza de familia sobre su

    casa, fundan las condiciones de posibilidad de alardes dig-nos de la biopoltica foucaultiana.

    La cuestin es que, llegados a un punto (si la directo-ra del centro se pusiera demasiado pesada con los notocar), el diseo de los mecanismos que operan en lapoltica salvaje har tender a la desintegracin funcionaldel grupo hasta cuerpos sociales donde se le reintegrela gestin indivisa de la coercin, o lo que es lo mismo:donde no haya posibilidad de imponer el criterio de unaparte del grupo sobre la totalidad (el pblico no acude

    ms al acto). No es ninguna novedad que histricamentela estrategia ms efectiva contra los poderes coercitivossea, sencillamente, abandonar su mbito de accin. Lle-gan incluso a desarrollare paquetes socioculturales quepor determinadas prcticas econmicas y dispositivosculturales coadyuvan a la evasin del Estado, o minimizansus posibilidades de injerencia; as explica James Scott losdos mil aos de historia anarquista de los campesinosde la Zomia asitica, pero sin duda la esquiva concrecinde grupos como los urus de las alturas surandinas, o losantis de las yungas, ha de explicarse en la misma lnea. La

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    contraconstante histrica sera el empeo que demues-

    tran los poderes coercitivos en reclamar la autoridadlegitima sobre tales zonas de fragmentacin, reforzan-do interna y externamente los smbolos que la declaman

    (la bandera del Per, el mapa poltico, el uso de lenguasnormalizadas) y, obviamente, tratando de mantener all odesplazar peridicamente sus activos coercitivos (el ejr-

    cito mexicano en la Lacandona).Todo ello refuerza la teora de Robert Carneiro: la esta-

    tizacin es un subproducto accidental de los procesos deintegracin social en la disfuncin de los mecanismos de

    reproduccin de la poltica salvaje. Por eso la lnea evo-lutiva de la estatizacin no es progresiva sino que seretuerce para tomar la forma de latidos arrtmicos en unelectrocardiograma. La osificacin de la fractura social

    slo se verifica si alguna anomala desorganiza el con-traestatismo, lo bloquea a escala social; y aun as, estati-

    zada la poltica, fosilizada la legitimidad en la legalidad ycustodiada por unos mecanismos de coercin igualmente

    segregados del cuerpo social, por todas partes sigue ope-rando ms o menos desorganizadamente la lgica salvaje.De no ser as no slo sera insostenible el Estado, sera

    insostenible la sociedad.

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    Al principio del anecdotario, otro Antonio Miguel, cam-pesino aragons, no habla de post-estructuralismo sinoque entra al almacn socializado. Que haya o no alguien acargo del libro de cuentas no es definitorio aqu, porque

    la milicia ha reintegrado al cuerpo social los mecanismosde coercin activa que actuaran en ltimo trmino, yla sociedad sigue fundndose en la legitimacin de una

    poltica que ahora ha vuelto a un estado fluido. AntonioMiguel no toma ms de lo que necesita, equilibrando men-talmente el clculo de lo disponible con las necesidadesdel resto de la comunidad puede que slo para evitar la

    reprobacin, pero lo ms seguro que impelido por unacostumbre sintetizada en la mdula mucho antes de juliode 1936. (Aqu cabra aclarar que el acierto de la Confe-deracin, las condiciones de posibilidad de la Revolucinanarquista, haba sido reorganizar en su prctica conti-nuada y comprehensiva los mecanismos de reproduccinsociocultural de una lgica salvajemente poltica. Quiero

    decir: reorganizarlos en una escala de integracin poten-cial parangonable a la del Estado, y por eso no asamblea-rismo sino asamblearismo confederal. Al fin y al caboVilfredo Pareto ya escribi que para actuar, los razo-namientos necesitan transformarse en sentimientos,

    sentencia que retoma, redefine y explicita la Teora de laprctica post-estructuralista.)

    Total, que Antonio Miguel est acostumbrado a tomarlo mnimo que necesita y aportar lo que puede, a esperarrecibir en proporcin a lo trabajado pero tambin a que

    hay que trabajar ms para que todos tengan lo mnimoque necesitan. Est acostumbrado al funcionamientode una asamblea porque ha participado en muchas a lolargo de su vida, con independencia de que su implica-cin flucte. Sabe qu es un mandato, una delegacin, unpleno, una plenaria, un comit; lo sabe posiblemente por-que alguna vez particip de alguno de ellos, y sobre todolo sabe porque las estructuras culturales que legitimanesta legalidad se vienen produciendo y reproduciendo ensus prcticas cotidianas. La mutacin tal vez acontecien 1868, desde luego antes de 1910: de pronto un siste-ma de pensamiento acab de articular varios principioscontraestatistas inmanentes a lo social, y avino orgni-camente a cientos de miles de personas que activaron sureplicacin fenomnica. Los medios son los fines.

    Y que haya o no cartel de no tocar es intrascenden-te (de seguro que habr muchas directoras de centros);socializando esta vez una vieta de Azagra, rebelarsecontra ese cartel es tan esperpntico como pensar que la

    diferencia entre los tranvas de la Barcelona revoluciona-ria y los actuales es que ahora no se puede fumar.

    AQUCABRAACLARARQUEELACIERTODELACONFEDERACIN, LASCONDICIONESDEPOSIBILIDADDELAREVOLUCIN

    ANARQUISTA, HABASIDOREORGANIZARENSUPRCTICACONTINUADAYCOMPREHENSIVALOSMECANISMOSDEREPRODUCCIN

    SOCIOCULTURALDEUNALGICASALVAJEMENTEPOLTICA