LONELY PLANET TRAVELLER

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COSTA ATLÁNTICA DE CANADÁ COSTA ATLÁNTICA DE CANADÁ CRÉDITO FOTO CRÉDITO FOTO Pese a la apariencia inhóspita del mar que rodea el archipiélago de las Lofoten, la vida bulle bajo sus aguas. Durante seis semanas al año aquí se pesca el bacalao más cotizado del mundo. Lo llaman ‘skrei’, el nómada TEXTO Y FOTOS DANIEL MARTORELL Los ojos de los marineros de las Lofoten han oteado el horizonte durante siglos en busca de la señal que indique que el ‘skrei’ ya ha llegado a sus costas. Ese momento suele ocurrir a finales de febrero y es celebrado por toda la comunidad Esperando al nómada

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C O S T A A T L Á N T I C A D E C A N A D ÁC O S T A A T L Á N T I C A D E C A N A D Á

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Pese a la apariencia inhóspita del mar que rodea el archipiélago de las Lofoten, la vida bulle bajo sus aguas. Durante seis semanas

al año aquí se pesca el bacalao más cotizado del mundo. Lo llaman ‘skrei’, el nómada

TEXTO Y FOTOS DANIEL MARTORELL

Los ojos de los marineros de las Lofoten han oteado el horizonte durante siglos en busca de la señal que indique que el ‘skrei’ ya ha llegado a sus costas. Ese momento suele ocurrir a finales de febrero y es celebrado por toda la comunidad

Esperandoal nómada

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Lonely Planet Traveller Octubre 201278

HAY LUGARES donde debería ser de obligado cumplimiento llegar cuando el sol ya se ha es-

condido. Como una especie de ley sagrada del tipo “prohibido entrar antes de las 22 horas. Se castigará con severidad”. Y que las autorida-des repatriaran inmediatamente al osado visitante que se saltara lo es-tablecido. O peor, que le perdieran el equipaje ad eternum (“Te quedas sin anorak ni bufanda, por anti-sistema”). Lofoten, en el norte de Noruega, debería ser, sin duda, uno de esos lugares. A este archipiélago salpicado de decenas de picos neva-dos que se despeñan sobre el océano Ártico hay que llegar con noche ce-rrada. Al amanecer del día siguiente tus ojos lo agradecerán. Te lo asegu-ro. Aunque también digo otra cosa:

si vuelas desde España, no hay que obsesionarse mucho con este requi-sito. El lugar está tan al norte que difícilmente se llegará de día.

Hay que subir a una latitud de 68º norte, rebasando el círculo polar ártico o, lo que es lo mismo, mover el dedo hasta la misma altura que Alaska o Groenlandia encima de un mapa. Uno llega aquí por dos razones: porque le apetece o porque se ha desorientado muchísimo. No hay término medio. Esto último es lo que le sucedió al marinero vene-ciano Piero Querini en 1432. Viajaba junto a otros 68 hombres rumbo a Flandes, desde Italia, con una carga de productos para el comercio. El mal tiempo los sacó de la ruta y los dejó sin timón y a merced de las corrientes, que poco a poco los fue-ron empujando hasta las Lofoten. Al final, 16 hombres, entre ellos Queri-ni, tocaron tierra y sobrevivieron al

hambre y la deshidratación gracias a los pescadores de la isla de Røst, que les ofrecieron abrigo y todos los víveres de los que disponían; o sea, desayuno, comida y cena a base de bacalao seco. Tras un viaje demo-ledor, a los maltrechos hombres el menú les supo a música celestial. De hecho, el propio Querini reconoce en su diario que comieron “durante cuatro días sin parar, hasta estar llenos”. Tras cinco meses en las Lofoten –y con la sangre rebosante de fósforo y potasio– los italianos iniciaron el regreso a casa y, una vez en Venecia, Querini se encargó de explicarle al mundo quiénes eran y cómo vivían aquellos hospitalarios habitantes de la isla de Røst que los habían salvado de una muerte segura. “Los isleños, un centenar de pescadores, viven en una docena de casas redondas, con un agujero en el techo y cubiertas de escamas

Durante seis semanas, las aguas del fiordo de Vestfjord se llenan de embarcaciones especializadas en la pesca del bacalao de invierno

La ley marca un máximo de capturas de 40 toneladas por año y embarcación IZQUIERDA Un pescador exhibe una pieza capturada con sedal

Operarios trabajando en la popa de un pesquero

industrial DERECHA La pesca de arrastre es

la más usada en embarcaciones grandes

y medianas

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El mayor de los Ingebriktsen levanta

orgulloso un ejemplar de ‘skrei’ recién

pescado. Las piezas pueden alcanzar en

marzo los 36 kg

de pescado”, cuenta en su diario Querini. “Pescan durante el año una innumerable cantidad de peces [...], su único recurso [...], que transpor-tan luego a Bergen para venderlo”. Es evidente que hoy en día naufragar en las Lofoten sería una experiencia mucho más agradable que la que vi-vieron aquellos marineros italianos. En los techos de las casas ya no hay escamas y la calefacción, el satélite y el wifi son armas nuevas e infalibles para combatir el desánimo en los me-ses de invierno. Sin embargo, todavía hay rasgos de la tradición del archi-piélago que se mantienen intactos –o casi– desde tiempos inmemoriales. Y la pesca del bacalao es, sin duda, uno de ellos.

El tesoro más preciado de las Lo-foten está bajo el agua. Muchos no-ruegos dirán que ese tesoro es negro, viscoso y que recibe el nombre de petróleo. Pero para los pescadores del archipiélago, el cofre de los do-blones nada tiene que ver con unos hilillos de plastilina, sino más bien con el bacalao. El mar ha sido tra-dicionalmente la fuente de ingresos de los habitantes del archipiélago. Existe algo de ganadería, pero lo abrupto del terreno, con macizos puntiagudos que ascienden hasta los 1.000 metros de altura, y la pre-sencia perenne del océano Ártico han moldeado los hábitos comercia-les de sus habitantes hacia la pesca, en concreto la captura y comerciali-zación del bacalao, y su especie rey: el skrei. El preciado botín –cuya tra-ducción del noruego antiguo es ‘nó-mada’– acude todos los años desde Rusia para desovar en las Lofoten. Siempre puntual, a finales de fe-

Todavía hay rasgos de la tradición del archipiélago que se mantienen intactosLas montañas reinan solemnes en todo el archipiélago. Algunas de ellas superan los mil metros de altura, lo que otorga al escenario un aire irreal

brero, para desaparecer en abril, de nuevo rumbo norte, hacia el mar de Barents. Son seis semanas de trabajo que los pescadores de las islas viven intensamente, así como el resto de la comunidad, incluyendo a los más pequeños.

Como suele ser habitual en pue-blos insulares, la tradición está mar-cada a fuego en aquellos habitantes

que aún viven de la pesca. Poco a poco, el turismo ha ido imponién-dose como principal actividad eco-nómica en las islas; pero para aque-llos que aún trabajan en la cubierta de un barco o en las lonjas, la pesca del skrei sigue generando un pro-fundo respeto, tanto por el animal como por las tradiciones que rodean a su captura y que se transmiten

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de generación en generación desde hace unos 6.000 años, cuando se cree que el hombre llegó a estas costas para quedarse. Y si se quedó entonces fue, precisamente, por la abundancia de pescado y no tanto por un paisaje que a nosotros, hoy, nos resulta espectacular.

Pero de momento, ni rastro de ese paisaje mágico. Estoy en el interior de un monovolumen, en el asiento del copiloto, circulando por una carretera estrecha, nevada, a tramos helada y casi a oscuras –la manía de llegar de noche a los sitios–. “¡Tranquilo, los neumáticos llevan clavos!”, me grita a mi izquierda el conductor, seguramente alertado por mis dedos, que a estas alturas del trayecto están incrustados cen-tímetro y medio en el salpicadero del coche. Viajamos rumbo a Hen-ningsvær, uno de los pueblos pes-queros más importantes de Lofoten. Situado en Austvågøya, la más grande de las siete islas principales que forman el archipiélago, Hen-ningsvær vive en esta época por y para la pesca del skrei. Es un pue-blo pequeño, de apenas 500 perso-nas. Los vecinos se conocen todos y se saludan por el nombre. Pese a

que hoy en día la hostelería ocupa buena parte del negocio, durante los meses de invierno la temporada de la pesca genera una actividad efervescente en el pueblo.

SI EN ALGÚN sitio me pueden explicar el porqué de la fama internacional de este pescado, es aquí. Vaya por delante que mis conocimientos gastronó-

micos son bastante limitados. Di-gamos, para entendernos, que para mí la evolución del arte culinario empieza y acaba en la pasta con salsa boloñesa; así que no me veo capacitado para dar un veredicto acerca de si el skrei es o no el baca-lao más exquisito del mercado. Más allá de las campañas de marketing, de lo que no cabe duda es de que la enorme distancia que debe recorrer el animal hasta llegar al archipié-lago hace que su carne sea más consistente y con una textura más firme que la del resto de variedades. Digamos que son bacalaos fibrados. Auténticas sílfides bacaladeras.

Al día siguiente, cuando aún no son las seis de la mañana, en la bocana del puerto de Henningsvær

comienza el incesante goteo de embarcaciones que parten a faenar. Las hay pequeñas, prácticamente unipersonales, y otras más grandes, dedicadas a la pesca industrial. De-cenas de naves que a esta hora de la mañana desfilan en procesión por el pasillo de agua que discurre entre las dos riberas del puerto, separadas por algo más de 50 metros, sobre cuyo muelle se levantan adosadas viviendas de dos y tres alturas, de madera, pintadas de blanco –la ma-yoría– o de grana. El sol se asoma tímido y comienza a aplicar sin pri-sa brochazos de luz encarnada sobre las laderas nevadas de las montañas que hacen de telón de fondo de la estampa portuaria. La banda sonora es escasa: el traqueteo monótono de los motores diésel de los barcos, el graznido de las gaviotas al paso de los pesqueros y, casi imperceptible-mente, el sonido de las quillas al cortar el agua. Apenas se oye algo más. No hay coches, ni maquinaria, ni vocerío, y la nieve que descansa esta mañana en el suelo y en las laderas del pueblo amortiguan cual-quier otro sonido. Desde uno de los muelles de atraque alzo la vista hasta el final de la bocana del puer-

to, allí donde los mástiles de los barcos desaparecen a medida que se adentran en las aguas del Vestfjord, el fiordo que separa las islas de la tierra continental. Observando el horizonte, a uno le sorprende la altura de los macizos rocosos –¿de dónde demonios han salido esas moles?– y la paleta de colores que elige un sol perennemente bajo: azul intenso para el cielo, blanco puro para la nieve, negro para el agua. La estampa es entre alpina y ártica. Algo extraño, pero de belleza hip-nótica. Me reafirmo: hay que llegar a este lugar de noche para que, por la mañana, la fuerza del paisaje le abo-fetee a uno con más fuerza.

Subimos a la cubierta del M/S Orca, el barco que nos va a llevar fiordo adentro siguiendo las estelas de las embarcaciones pesqueras. Hace frío afuera. Menos ocho grados. Las veinte capas de ropa con las que nos hemos pertrechado antes de subir a la nave siguen sin parecer suficientes. “Culpa del viento”, nos dice el capitán. “Estamos a ocho bajo cero. Esto no es frío”. Aunque refun-fuñemos, tiene razón. De hecho, por extraño que parezca, en las Lofoten las temperaturas son bastante benig-

nas en relación con la latitud a la que nos encontramos. Las aguas cálidas del golfo de México llegan hasta aquí impulsadas por la corriente y eso provoca un calentamiento en todo el archipiélago. El mercurio rara vez baja de los once grados bajo cero en invierno, un tiempo tropical si tene-mos en cuenta que en el interior de Noruega, en línea recta, pueden estar a menos veinte. Todo un lujo para nosotros. Y para el skrei, que baja hasta aquí todos los años buscando, precisamente, eso: aguas más recon-fortantes para el desove. Reconfor-

tantes para un bacalao, se entiende, porque son letales para un humano equipado de fábrica con sus ridículas dermis y epidermis. Por eso viaja-mos enfundados en trajes de agua de supervivencia. Monos gruesos que retrasan la hipotermia en caso de caída al agua. “Normalmente mueres en 15 minutos. Con los trajes, en 25”. Sin duda, nuestro capitán sabe como tranquilizar a la tripulación.

Abordamos la nave del pescador Kjell Ingebriktsen. Como muchos otros, zarpa a diario a bordo de su pequeña embarcación, de no más de diez metros. Lo acompañan su hijo y un primo de éste. Trabajan los tres a destajo: suben las redes, liberan al bacalao con ayuda de un cuchillo y lanzan el pescado a un contenedor de plástico. En las lonjas, a partir de las cinco de la tarde, se encargarán de limpiarlo, despiezarlo, empaque-tarlo y distribuirlo. En cuatro días llegará a España a bordo de camio-nes refrigerados. Kjell y sus chicos llevan pescados 2.000 kilos de skrei en lo que va de mañana. “Los nive-les de captura esta temporada son óptimos”, nos cuenta nuestro pes-cador. “El mejor año fue el de 1947, y estamos en unas cifras similares”.

Vista panorámica del puerto de Henningsvær. Factorías pesqueras, viviendas y hoteles comparten primera línea

Para aquellos que aún trabajan en la cubierta de un barco, la pesca sigue generando un profundo respeto

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K E N I A

En las factorías, una legión de operarios limpia y despieza el género IZQUIERDA Uno de los encargados del proceso de desembarque de los contenedores con la captura del día ABAJO Estructuras de madera como ésta sirven para colgar el bacalao destinado a venderse seco

Como suele ser habitual en pueblos

insulares, la tradición está

marcada a fuegoCae la noche y las embarcaciones

descansan ya en el puerto. A las seis de la mañana empezará

otra jornada de pesca

Agosto 2013 Lonely Planet Traveller 85Lonely Planet Traveller Agosto 201384

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Pese a que la temporada va viento en popa, la Administración noruega no permite que el número de captu-ras se descontrole y registra exhaus-tivamente la cantidad de pescado que cada día las embarcaciones transportan a las factorías de des-piece. “Está todo muy estipulado. El máximo por año y embarcación son 40.000 kilos. Ahí hay que parar”, afirma Kjell. A escasos 400 metros, un pesquero de mayor envergadura levanta las pesadas redes mientras contamos el número de piezas que se deslizan por su costado: una, dos, tres... El ritmo es constante, mucho mayor que el de las naves más pe-queñas, donde la pesca se realiza a mano, con sedal.

A MEDIA TARDE, los estibadores del puer-to suben al muelle los contenedores con las capturas del día y arranca así la

faena en tierra firme. Es hora de ha-cer recuento y preparar el producto. Un operario maneja la grúa y apila sobre el cemento del muelle las ca-jas de acero. El suelo de este lugar no es apto para estómagos sensibles. El terreno que pisamos está formado por un inquietante manto crujiente de nieve roja –interesante para ver y fotografiar, pero si por accidente apoyamos la mano en ella, su olor es absolutamente penetrante–. Den-tro de la factoría de la familia Riksheim decenas de bacalaos se apilan frescos y sin despiezar, a la espera de que los trabajadores di-vididos por equipos se encarguen de aprovechar al máximo todo el producto. Y en el caso del bacalao ocurre, un poco, como en España con nuestro queridísimo cerdo: se aprovecha todo. Carne, hígado, tripas, huevas, cabeza y cocochas. El despiece de esta última parte del pescado viene profundamente marcado por la tradición ancestral. La costumbre dicta que sean los niños, y sólo ellos, los encargados de arrancar las cocochas y comer-cializarlas a su antojo. Los chavales se organizan como profesionales y logran embolsarse varios cientos de euros al mes.

A pocos metros de esta lonja, en un local al que se accede por una escalera exterior, se encuentra el Full Steam, un museo que rinde tri-buto a la pesca del bacalao y donde pueden degustarse, entre otros pla-

Si en algún sitio me pueden explicar el

porqué de la fama de este pescado, es aquí

Kalle Mentzen regenta el Full Steam, un local que rinde tributo a la cultura

bacaladera de las Lofoten

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Pese a la apariencia inhóspita del mar que rodea el archipiélago de las Lofoten, la vida bulle bajo sus aguas. Durante seis semanas

al año aquí se pesca el bacalao más cotizado del mundo. Lo llaman ‘skrei’, el nómada

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Los ojos de los marineros de las Lofoten han oteado el horizonte durante siglos en busca de la señal que indique que el ‘skrei’ ya ha llegado a sus costas. Ese momento suele ocurrir a finales de febrero y es celebrado por toda la comunidad

Esperandoal nómada

HAZLO REALIDAD

Islas LofotenLa naturaleza es el gran activo de este remo-to rincón del norte de Noruega. Descarta el concepto de ártico igual a frío. Tanto en verano como en otoño y pri-mavera, el archipiélago ofrece todo un catálogo de actividades al aire libre

Entre las cinco y las nueve de la tarde, las embarcaciones cruzan una a una la bocana del puerto rumbo a la factoría don-de descargarán el género

DE UTILIDAD Cómo llegar. Bodø es la ciudad noruega más cercana al archipiélago de las Lofoten y hay vuelos diarios hacia las islas todo el año. Para llegar hasta Bodø existen vuelos directos desde Oslo, operados por las compañías SAS y Norwegian. Desde España, ambas compañías, más Vueling, Iberia y Lufthansa enlazan Madrid y Barcelona con la capital noruega. Una alternativa más lenta es cruzar hasta las islas con coche o bus, a través de la carrete-ra Lofast.

Cómo moverse. La carretera nacional E10 es, sin duda, una de las opciones más atractivas para recorrer los 166 kilómetros que separan las localidades de Fiskebøl, en el norte de las islas, y Å, en el sur. El recorrido cruza montañas, valles y pueblos de pescadores, saltando de isla en isla a través de puentes y túneles submarinos. Otra opción igualmente interesante es desplazarse en ferri. Varias compañías organizan rutas, como la del barco expreso de pasajeros entre Holandshamn y Svolvær, o el Expreso Litoral (Hurtigruten; hurtigrutenspain.com). Este último, con reserva y sólo en verano.

Para saber más. Consulta la guía Lonely Planet de Noruega (24 €). Para más información puedes visitar las webs lofoten.info y visitnorway.com/es.

Climatología. Las temperaturas invernales se mueven entre los 0 y los -11 oC. En verano, el termómetro se mantiene entre los 9 y los 13 oC. En otoño e invierno pueden producirse vientos fuertes.

9 MANERAS DE HACERLO

1Muchas de las antiguas cabañas que

usaban los pescadores para pasar la noche, (rorbuer), así como los almacenes donde guardaban el pescado (sjøhus), están hoy adap-tadas para dar servicio de alojamiento. Suelen estar junto a embarcaderos o cerca de la costa y están disponibles en todas las categorías.

7Para una jornada dedicada cien por cien

a la contemplación, la isla de Moskenes es una elección perfecta. Situada en el sur del archipiéla-go, aquí se encuentran algunos de los pueblos pesqueros más hermosos de las islas, así como el temido Maelstrom, una de las corrientes circu-lares más peligrosas del mundo.

2 El Skulpturlanskap Nordland es una co-

lección de 33 esculturas al aire libre distribuidas por diferentes localidades de toda la región norte de Noruega (Nordland). El objetivo es integrar al máximo obra y entorno y transformar así el espacio, para dar lugar a nuevas sensaciones. (skulpturlandskap.no/Skulpturlandskap).

8Por su situación en el norte del círculo

polar ártico, Lofoten es considerado uno de los mejores enclaves para contemplar auroras boreales. Pero no es sencillo cazarlas. El Polar Light Center, en Laukvik, ofrece habitaciones y un servicio de alerta por SMS para que las luces del norte no te pillen desprevenido (polarlight-center.com).

3En el pueblo de Borg se conservan los res-

tos de una típica granja vikinga construida en el año 500 d. C. Quedan apenas los cimientos de un edificio de 83 metros, pero a pocos metros se ha levantado el Museo Lofotr, que cuenta con una sala de audiovisuales, zona de exposición y una reconstrucción de la vivienda vikinga.

6El Henningsvær Bryggehotell, a pie

de muelle, destaca por su estilo tradicional. Se trata de un alojamiento cómodo, con buena oferta gastronómica y un buen punto de partida para ex-plorar las islas. Desde las ventanas de las habitacio-nes, en la planta superior, puede verse a diario el desfile de barcos de pesca que parten a faenar (hen-ningsvarbrygge.no).

9Lofoten se ha conver-tido en un spot rela-

tivamente popular entre la comunidad de surfistas internacional. Las costas de Kvalnes, Eggum o Utakleiv ofrecen olas que pueden rondar los 2,5 metros, dependiendo de la época del año y de la dirección del viento. La temperatura del mar en invierno es de 4 grados. Tenlo en cuenta... ¡y disfrútalo!

4 En un archipiéla-go que ha vivido

históricamente del mar no podía faltar una oferta turística de pesca. Varios operadores ofrecen la posibilidad de viajar en barco con las cañas a punto. Otra opción es verlo desde la barrera. En marzo se celebra el Campeonato Mundial de Pesca de Bacalao, que reúne a más de 600 participantes.

5 El sol de mediano-che, presente desde

mediados de mayo hasta principios de agosto, abre mucho el abanico de actividades al aire libre y convierte a muchas de ellas en experiencias únicas. Además de kayak, escalada, ciclismo y senderismo, en el campo de golf de Lofoten, en Hov, se puede jugar durante todo el día y toda la noche.

tos, unas suculentas cocochas fritas rebozadas en harina –no alcanzan la perfección de la salsa boloñesa, pero se acercan mucho–. Kalle Mentzen es el impulsor y responsable de este local ambientado con instrumental de navegación, antiguos aperos de estibadores e incluso una réplica de una catedral del bacalao, esas construcciones hechas con listones de madera donde se secan a la in-temperie las piezas limpias. Pese a que jamás se ha dedicado a él, Kalle ama este oficio y todo lo que tiene relación con la pesca del bacalao. Es por ello que se muestra preocupado ante las noticias que llegan desde Oslo. “El gobierno está decidido a hacer prospecciones petrolíferas en esta zona. Dicen que no va a afectar a la ruta migratoria del skrei, pero en realidad eso no lo sabe nadie. Yo preferiría no arriesgar. Deberíamos preocuparnos más por cuidar lo que

tenemos, que es un inmenso tesoro, y que además nos visita cada año sin que nosotros hagamos nada. Pero el dinero... es el dinero”, sen-tencia Kalle con resignación.

En una de las habitaciones del Full Steam hay una pequeña fábrica de aceite de hígado de bacalao. Una vez dentro lo inevitable se hace realidad: Kalle saca vasos y nos invita a brindar con este brebaje inventado en el siglo XIX por un farmacéutico del pueblo de Å, también en las Lofoten. Al señor Peter Moller –así se llamaba– le debemos que durante generaciones los niños de medio mundo hayan crecido aterrados ante la imagen de una madre sosteniendo un vaso de este líquido viscoso. El propio Kalle admite que de pequeño no lo soporta-ba. Pese a todo, alza su vaso y brinda deseando que el año que viene el skrei acuda una vez más a su cita con las Lofoten. Como ha hecho siempre. LP

La estampa es entre alpina y ártica. Algo

extraño, pero de belleza hipnótica

Las recetas para cocinar ‘skrei’ son casi infinitas. Roy Magne Berglund es uno de

los más destacados chefs de Noruega y sabe como pocos mimar la carne de

esta perla ártica