Lola Touza

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DOMINGO 12. OCTUBRE 2008 EL MUNDO CRONICA LA GALLEGA QIJE SALVO A 500 JUDIOS PACO REGO Un hombre de estatura elevada, barbudo y sucio, tapado con un abrigo de mendigo, está acurrucado en una esquina del único banco de madera del andén. Lleva todo el día mirando de reojo pasar vagones Miño abajo. Cae la noche de abril sobre la estación de ferrocarril de Ribadavia. La voz sale desde el quiosco, famoso por las rosquillas, dulces de almendra y licor de café, que regentan las hermanas Touza: «Mira ese hombre, lleva todo el día ahí sentado sin coger un tren...». Año 1941. Europa se desangra en la II Guerra Mundial. Los judíos que pueden huyen hasta el mismísimo fin del mundo para escapar de las llamas del Holocausto. Lola, una de las hermanas de la cantina, no duda en acercarse al forastero. Le habla en español. El responde, con sus tristes ojos azules, en lenguas que ella no comprende.

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Lola Touza xunto coas súas irmas Amparo e Xulia, salvaron desde a súa Ribadavia natal, no corazón de Galicia, a centos de xudeus que fuxían do nazismo. Eis unha reportaxe aparecida no xornal español EL MUNDO

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DOMINGO 12.OCTUBRE 2008

EL MUNDOCRONICA

LA GALLEGA QIJESALVO A 500JUDIOS

PACO REGO

Un hombre de estatura elevada, barbudo y sucio, tapado con un abrigo demendigo, está acurrucado en una esquina del único banco de madera delandén. Lleva todo el día mirando de reojo pasar vagones Miño abajo. Cae lanoche de abril sobre la estación de ferrocarril de Ribadavia. La voz sale desdeel quiosco, famoso por las rosquillas, dulces de almendra y licor de café, queregentan las hermanas Touza: «Mira ese hombre, lleva todo el día ahí sentadosin coger un tren...». Año 1941. Europa se desangra en la II Guerra Mundial.Los judíos que pueden huyen hasta el mismísimo fin del mundo para escaparde las llamas del Holocausto. Lola, una de las hermanas de la cantina, no dudaen acercarse al forastero. Le habla en español. El responde, con sus tristes ojosazules, en lenguas que ella no comprende.

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¿Compasión, instinto? La gallega nunca explicó por qué dio cobijo en su casa aaquel desarrapado. Pero lo hizo. Y hoy un árbol sembrado este septiembre enuna colina de Jerusalén —donde brotan pinos en memoria de los llamadosJustos entre las Naciones— cuenta la heroica y silenciada historia queconvirtió a Lola Touza Domínguez, la quiosquera de Ribadavia, en salvadorade cientos de judíos perseguidos. En una auténtica Schlinder gallega.Con aquel hombre, Lola y sus dos hermanas empezaron a tejer una red defuga —por la que llegaron a escapar más de medio millar de judíos— quearrancaba en los Pirineos y terminaba al otro lado del río Miño, en Portugal.Se juramentaron con un barquero, dos taxistas y un emigrante retornado alque en el pueblo llamaban El Evangelista. Un silencio gallego que ha dura domás de 60 años.El nombre de aquel flaco judío-alemán de los ojos azules, llegado de Lyon, dedonde se había escapado del campo de concentración con un asturiano al quelas balas nazis mataron tras la huida, fue uno de los muchos que Lola y susvalientes cómplices se llevaron a la tumba. Porque todos los héroes anónimosde la trama gallega de fuga de judíos están muertos. Si por ellos fuera, en elcamposanto de la Villa feudal ourensana, partido por un muro de piedra viejaque lo separa del cementerio de los infieles, aún dormiría aquel secreto.No han sido ellas, ni sus sobrinos, ni sus nietos quienes han desenterrado eljuramento de silencio que las Touza se hicieron en vida. La voz delatora llegódel otro lado del Atlántico. Un viejo judío neoyorquino quiso, allá por 1964(dos años antes de que Lola falleciera a los 72 años), saber qué había sido deaquella mujer que le llevó una noche sin luna al otro lado de la frontera. A lalibertad. Se llamaba Isaac Retzmann y, como tantos otros salvados por lacantinera ribadaviense, pudo alcanzar América en 1943.Retzmann, próspero comercian te alemán de padres judíos, había conocido aun emigrante gallego en la Gran Manzana, un tal Amancio Vázquez, y,sabiendo que éste volvía al terruño de vacaciones, le pidió encarecidamenteque preguntara por las hermanas Touza. Tenía 70 años y una delicada saludque le hacía presagiar una muerte anticipada. El encargo terminó llegando aun librero de Vigo, Antón Patiño Regueira, y con él empezó a alumbrarse estahistoria oculta que Crónica desvela en exclusiva (Antón dejó escrito antes demorir, en 2005, el esbozo de la verdad de estos héroes de Ribadavia).De Lola Touza, la más bella de las hermanas —«Tenía una cara muy dulce»,recuerda su nieto Julio—, se sabia que su imagen había ilustrado una estampa

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que circuló por el frente de guerra del 36 para animar a las tropas. Que losniños de Ribadavia aprovechaban los recreos del colegio para ir a su quiosco aprobar deliciosos dulces caseros. Que era una madre soltera más, de lasmuchas de la época. Lo que nadie sospechaba era que la popular mujer de lacantina valía mucho más por lo que callaba. Lola, la madre de la gran fuga.

Abraham Bendayem, Isaac Retzmann, un tal Ariel... En Jerusalén siguenreuniendo testimonios y nombres para elaborar la larga lista de quienes ledeben la vida. Los cálculos más conservadores hablan de casi 400 judíossalvados —exactamente 384, lo que matemáticamente equivaldría a dospersonas por semana durante los cuatro años, 1941 a 1945, que se mantuvoactiva la red de escapada—. Aunque estimaciones más realistas sostienen queel número podría superar el medio millar.Sesenta años después, llueven los parabienes en el hogar de los Touza. Adosadaa un muro de la que fue casa de las heroínas en Ribadavia (calle Juez Viñas, 2),

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luce desde el 7 de septiembre una placa de bronce: «A las tres hermanas, Lola,Amparo y Julia Touza, luchadoras por la libertad». El propio presidente de laAsamblea Universal Sefardí, Isaac Siboni, en una carta fechada el pasado 7 deagosto, dejaba constancia escrita del sentimiento de toda la comunidad judía:«Nuestro testimonio de admiración y gratitud para Lola, Amparo y Julia,quienes aun a riesgo de sus vidas han salvado a sus semejantes, a nuestroshermanos, de una muerte segura». Cuatro días después, el reconocimientollevaba la firma de Ron Pundak, al frente de The Peres Center for Peace, lafundación para la paz que auspicia el presidente de Israel, Simón Peres. Diceasí: «Recordar estos días a las hermanas Touza es un ejemplo para el futuro deamor y de valor, principios escasos en es tos tiempos de odio».Hasta la fecha, sólo tres españoles —el diplomático Eduardo Propper deCallejón, destinado en Francia, y los funcionarios de la embajada española enBerlin José Ruiz de Santaella y su esposa Carmen Schrader— ostentan el títulode Justos entre las Naciones, el equivalen te a la causa de beatificación católica,que concede la Fundación Yad Vashem a quienes, como Lola, salvaron a suscompatriotas del exterminio. La santificación judía de la gallega está enmarcha.Han tenido que pasar tres gene raciones para que un Touza, Julio, 57 años, elnieto, pueda reconstruir la historia de su abuela. Mientras cruzamos la calleOrense (paradojas del destino) que conduce a su estudio de Madrid, losrecuerdos afloran nítidos en su cabeza. «Ahora me explico muchas de las cosasque ella hacía, que hablaba en alto...». El prestigioso arquitecto revive lastardes de domingo en casa de Lola, un antiguo caserón con arcos de piedra, losbailes de fin de semana en la planta de arriba, aquella bolsita de tela cargadade monedas que ella guardaba celosamente en un cajón del viejo aparador...«Eran duros de plata alfonsinos. No quería que nadie los tocara. Valían másque la peseta, ya en curso, y yo, que era un niño, pensaba que mi abuela loscoleccionaba. Pero no. Los guardaba como recuerdo de otros tiempos. Conmonedas como ésas había pagado algunos favores y el resto se lo había dado alos judíos escapados. Nadie en la familia lo supo nunca. Ni siquiera su únicohijo, mi padre... Se ha muerto sin saberlo».LA COARTADACosas de la vida. Aquellos pasodobles, tangos y chachachás no sólo daban a lasTouza unos dinerillos extra con los que poder capear las penurias domésticasen una España mísera de posguerra, donde judíos y masones encarnaban todos

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los males. Pero no era más que una coartada. De aquellas tardes de bailes ybacarrá, Lola hacía caja para su causa clandestina. «Nadie pasaba hambre asu lado)>, re cuerda el músico de La Lira (banda del pueblo) Ramón EstévezArango, protagonista ocasional de aquellagran evasión. «Vendía lo que hiciera falta, un abrigo, un anillo, cualquier cosacon tal de ayudar a un solo judío. Era de naturaleza muy desprendida».Generosa.Y de pronto nos viene a la memoria el angustiado rostro de Oskar, el héroe dela inolvidable película La lista de Schindler, con ojos llorosos y gestodesesperado, mientras a su alrededor un grupo de hombres y mujeresenternecidos esperan a que el empresario benefactor los elija para su fábrica,salvándoles así de la muerte en un campo nazi. «El coche. ¿Por qué me quedéel coche? Valía 10 personas. Diez personas más... Esta pluma. Dos personas. Esde oro... Dos personas más... El (se refería a un oficial de la SS) me hubieradado dos personas por ella, al menos una. Una persona más. Por esto... ¡Pudehaber salvado a una persona más...!». «Lola era como Schindler», remachaRamón, el vecino músico. Lola Schindler Touza. El cerebro de la escapada.«No entendía de partidos ni de credos religiosos». Y dicho esto, el viudohombretón sienta sus 86 años en un banco de la cocina de su casa, en elcorazón del barrio judío de Ribadavia (otro guiño del destino), y conparsimonia espera a que las campanas de iglesia de Santiago enmudezcan.Lola, para el músico Ramón, es una dulce historia de adolescencia. Tenía 17años cuando se tropezó de bruces con esa realidad que nadie en el puebloparecía ver. Era una mañana de septiembre de 1941 y ayudaba a su padre,Francisco Estévez. en la descarga de un vagón de ladrillos. Lola se acercó aPaco, como ella le llamaba, y con discreción le preguntó: « vais de pesca?Necesito que me hagas un favor. Tengo aquí a una persona que quiere pasar aPortugal, pero no quiere hacerlo en tren ni por carretera».A la mujer le habían soplado que dos agentes de la Gestapo —llegados de Vigo,desde cuyo puerto transportaban el wolframio extraído de las minas gallegaspara nutrir la maquinaria de guerra de Hitler—, merodeaban por losalrededores del pueblo a la caza de un judío-alemán fugado de Francia. «Mipadre, por aprecio a Lola, no lo dudó», rememora Ramón. Y esa mismamadrugada, a las cuatro en punto, acudieron a la casa de la mujer armadoscon sus cañas de pescar.

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DESNUDO YAL AGUA

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«A él le dimos otra caña y, aunque chapurreaba el español, le dijimos que nohablara. Nos fuimos directos a la orilla del Miño y echamos a andar toda lanoche. Nadie sospecharía, pues muchos pescadores solían salir a esa hora enbusca de truchas y anguilas para matar el hambre». Por si acaso, Paco sequedó atrás mientras su hijo y el extranjero apuraban el paso. Horas mástarde, recorridos ya casi 40 kilómetros por un sendero empedrado, llegaron aFrieira, la aldea gallega que linda con Portugal. «Como yo era un chaval, elalemán me preguntó si no me importaba que se quitara la ropa. Le dije que no.La dobló y se la ató a la cabeza con el cinto del pantalón. “Te recordaré toda lavida, amigo”, me habló en bajo al oído antes de echarse al agua, al tiempo queme regalaba un duro de plata alfonsino. Vi como alcanzaba la orillaportuguesa, y desde entonces nunca más supe de él. En el antebrazo llevabatatuado el 451... Me dijo que se llamaba Abraham Bendayem».Abraham era aquel hombre de la estación de ferrocarril, el de los tristes ojosazules, barbudo y sucio, con el que Lola abrió la ruta clandestina —dicen quela más importante de la Península— por la que cientos de judíos ganaron lasalvación. Lejos de su tierra prometida. Los más, alcanzaron las costas deEstados Unidos, Brasil, Argentina y Venezuela. Otros escaparon a África,sobre todo a Marruecos y Argelia. Gracias al boca a boca y a la eficazorganización de la comunidad judía, el nombre de Lola se extendió porEuropa.Ni el férreo secreto, ni las noches cerradas garantizaban, sin embargo, que lafuga llegara a buen puerto. Por eso Lola se cuidaba mucho de las compañías.Una palabra a destiempo, un gesto o una mirada indiscreta podían llevarla a lalista de traidores o al destierro perpetuo en una cárcel. La madre, su nombrede guerra en la red de fuga, se rodeó de lugartenientes fieles hasta la muerte.Dos taxistas (José Rocha Freijido y Javier Míguez Fernández, El Calavera),Ricardo Pérez Parada, apodado El Evangelista, que había aprendido inglés ypolaco siendo emigrante en Nueva York, y que hacía de traductor) y elbarquero Ramón Estévez. Según la ruta que eligiera Lola —había ideado tres:por senderos, carreteras de tercera y cruzando el Miño— actuaban estoshéroes anónimos.Todo empezaba con la llegada de un convoy señalado a la estación deRibadavia. Lola esperaba con su cesta llena de rosquillas, caramelos y dulcesde almendra en las manos. A veces los ofrecía por las ventanillas desde elandén. Otras veces se subía al tren y recorría los vagones con su mercancía.

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Era entonces cuando se encontraba siempre con alguien que le anunciaba lallegada inminente (día, hora y vagón) de una nueva tanda de judíos.Los días de llegada, Lola era la primera en abandonar el quiosco. El mensajede que unos judíos arribarían en las próximas horas corría rápido a los oídosdel Calavera. Y en el silencio de la noche elegida, se consumaba la fuga deaquellos desesperados a bordo de su taxi, un Dodge negro americano. «Quiénme lo iba a decir, Dios mío... Mi padre...». María del Carmen no se lo cree.Pregunta a la gente del pueblo, todos se extrañan. «El fue legionario. ¿Qué leparece? Estuvo de chófer de Millán Astray. Y con aquel aspecto de hombreduro que tenía... ¡Qué orgullosa estoy de él,>.—¿Nunca le hizo un comentario?—Jamás. Lo único que nos decía en casa era que no quería comer peces delMiño.— ¿Por qué?—Decía que estaba contaminado. Luego supimos que en la guerra los deFranco y los del otro bando tiraban a cantidad gente desde un puente quecruzaba el río. A los que se agarraban a los hierros les cortaban las manos.Muchos murieron ahogados o desangrados. Por eso mi padre nunca quisocomer peces.Tal vez no fuese Lola la única que estaba en la diana de la Gestapo. Según vatirando de la historia su nieto Julio, al parecer, el servicio secreto británicocontaba en Vigo con un espía que seguía de cerca los pasos delos alemanes. Se llamaba Eduardo Martínez y era médico. «Es muy probableque conociera a mi abuela», baraja el arquitecto. Sus informaciones fueronreconocidas por el Gobierno de las Islas con la Medalla al Valor, en 1945.«Estos días le he pedido al M15 que busque los nombres de mi abuela y de mistías en sus archivos. Me dijeron que pronto desclasificarán algunos papeles dela guerra. Quizás ahí esté la lista que andamos buscando».La lista de Lola. Nombre en clave: La madre.